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Capítulo VI 126 Himno de Aguascalientes Ante un mural revolucionario La calle de Guadalupe La cuna del Convencionismo La Pescadita Antiguo pueblo de San José de Gracia Cantar a una ciudad El pordiosero, óleo sobre tela de Saturnino Herrán

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Capítulo VI

126

Himno de AguascalientesAnte un mural revolucionarioLa calle de GuadalupeLa cuna del ConvencionismoLa PescaditaAntiguo pueblo de San José de GraciaCantar a una ciudad

El pordiosero, óleo sobre tela de Saturnino Herrán

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himno

Himno de AguascalientesEsteban Avila *

Si el traidor a la lid nos provoca¡Arma al hombro a vencer o morir!Que el rehusar si el clarín nos convoca,es afrenta en el mundo vivir.

Cuna ilustre de Chávez y Arteaga,que a la Patria mil héroes le das,ciudad bella, hermosísima maga,Dios te otorgue el progreso y la paz.

Nunca el sol de los libres su rayoniegue airado a tu bóveda azul,ese sol esplendente de mayoque a tu gloria ha prestado su luz.

128* Nació en Aguascalientes, Aguascalientes, en 1827 y murió en 1880. Escribano y periodista. Fue jefe de la fracciónmás radical del partido liberal. Fue gobernador interino y constitucional de Aguascalientes.

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El alumbre tu senda de flores;él ¡oh Patria! otros triunfos te dé,y no logren los ciegos traidoresnunca, nunca su luz obtener.

Del oprobio la mancha execrablecubra a aquel que la espada empuñópara hundirla a la madre adoraday a los viles franceses se unió.

Caiga, caiga la afrenta en su frentey en su nombre el eterno baldón,nunca, Patria, te muestres clemente,nunca a Lares le des tu perdón.

Ciñe ¡oh Patria! tus sienes divinascon los lauros que arranca el valory al mirar del imperio las ruinasalza ufana tus himnos a Dios.

Ya no el peso de infames tiranosa tus hijos pretenda oprimir,que tu pueblo sea un pueblo de hermanosdonde puedan los libres vivir.

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* poema

Ante un mura revolucionario(fragmento)

Víctor M. Sandoval *

Aquí nace la luz y aquí descansa.Están historia y Patria entrelazadas,están cañón y cruz, piedras y lanza,y el fuego que nos llega en marejadas.Las vírgenes abuelas con el sexopor el agua caliente enardecido,la dulce agricultura prisionera,el hombre como tronco florecido,el aire enamorado en primavera,el día en piedra y agua renacido,Están todos los símbolos que amamos:las máquinas, el fuego, la caldera,las mujeres que cantan y cantamos,la apacible existencia que llevamos.

Libertad y progreso, mural de Osvaldo Barra (detalle)

* Nació en Aguascalientes, Aguascalientes, en 1930. Poeta, fue director de la Casa de la Cultura en Aguascalientes.

130Es director general del Instituto Nacional de Bellas Artes. Autor de E/ viento del norte, Hombre de soledad, Paraempezar el día y Fraguas, entre otras.

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Esta historia que hoy cuento no la entiendeel capataz de látigo y cantinas.Esta historia tampoco la comprendequien nunca en los pulmones de las minasbebió el frío y la sal de los metalesy se encontró en la noche de los túneleslos relámpagos tensos de las vetasy los ojos insomnes del estaño.

Esta historia la cuento y la prodigocomo un trozo de pan entre las manos,como un canto de amor para el amigo,para que la repitan mis hermanos,la lleve entre los labios el obrero,la siembre el agrarista en su parcela,se aprenda en los hogares y en la escuelay la sueñe en su sueño el jornalero.

Libertad y progreso, mural de Osvaldo Barra (detalle)

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De espesa oscura sangre y de canteraflorecida en las manos aborígenes,de oprobio y males, nuestro mundo era.En el valle, la luz, como un diamante,resplandecía entre las encomiendasy se gastaban nuestra primaveralos rapaces caciques virreinales,los señores del púlpito y sarao,de chocolate y de ceremoniales.Abajo ardía el pueblo en ascua viva.

Entonces en septiembre y en Doloresel dolor de los hombres se hizo gritoy la mañana reventó en machetes.Hidalgo era una llama al infinito,Morelos, la serena certidumbre.Los caudillos llegaron en septiembrey levantaron a la muchedumbre.

Esta historia prosigue: no terminani se detiene porque es mar que avanzacon sus altas espumas y descensos.Esta historia prosigue: la esperanzacreció como una flor de libertades.Un día proclamamos la Repúblicay recobramos nuestras dignidades.Pero entonces Santa Anna con su máscaracon la cara más cara de la historia,

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cercenó el territorio en sus manosmurieron optimismos y alegríasy volvimos a ser los mexicanoslos mismos defraudados de otros días.(Una garra extendida hacia el abiertocorazón de la Patria y en la lucha,nuestros jóvenes héroes derribadosen las escalas de la clorofila.Chapultepec como pulmón heridoacribillado en su actitud tranquila).

Libertad y progreso, mural de Osvaldo Barra (detalle) 133

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III

Hombres buenos quisieron otra vezreconstruirlo todo, darnos leyes,otorgar libertades liberales,sin esclavos ni príncipes ni reyes,respetándonos todos por iguales,no más cruces de miedo y fanatismo,no más sal en los ojos ni puñalescon el filo silente entre las sombras,Pero los privilegios, las casacas,las altas dignidades eclesiásticas,con sus capas pluviales, sus hisopos,surgieron de lo amargo de la noche,corrompieron el agua al bendecirla,esparcieron el humo del incienso,administraron las excomunionesy nos trajeron una fauna extraña.Nuevos seres y pompas imperiales,ojos fríos sobre la tierra huraña.Otros nombres habidos de otros climasestrellaron su brillo en los metalesauténticos y limpios de la Patria.

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ensayo

La calle de GuadalupeMauricio Magdalena *

Esta era la calle de los mesones. Aún están allí, pero ya no congregan alos arrieros de los Cañones ni lucen, sobre las puertas, los viejos, familiaresnombres: Mesón de la Mulita, Mesón de la Providencia, Mesón de la Trini-dad, Mesón del Nuevo Mundo. Hoy, son fábricas o garajes.

Por esta calle se entraba, viniendo de Zacatecas o Jalisco. Los arrierostraían piloncillo, manteca, maíz y frijol. Venían de Calvillo, de Villa del Re-fugio, de Juchipila, de Jalpa, de Tlaltenango, de Moyahua, de Yahualica.Regresaban con sus burros cargados de sedas, ultramarinos, licores. y noeran ningunos pobretes: cuando abrían sus víboras de cuero, soltaban lospesos fuertes, cientos y cientos. Llegaban a fines de semana -el viernespor la noche- y la calle de Guadalupe hervía de músicas y de bullanga.

Esa tiendita -con una cara a la calle de Guadalupe y la otra al desman-telado mercado Juárez- se llamó, un día, La antigua chispa. Era de mi pa-dre y, consecuentemente, de las arrieradas. A veces había en el cajón deldinero mil pesos. A veces, nada. Es que la tierra andaba revuelta y los ran-cheros no habían venido a comprar, sino a traer noticias de Natera, deVilla y de Caraveo. Por esta calle, es verdad, pasó la Revolución. En la anti-gua chispa, mi padre tenía una tertulia en la que alternaban, pintoresca-mente, los sombrerudos de los Cañones y unos tiesos señores de bom-bín. Allí, entre las panochas de piloncillo, había dos libros: La sucesiónpresidencia/ en 1970 y las ruinas de PaImira. (El cantinero de enfrente, lafondera del Mesón de la Providencia y la vieja de las fritangas de la esqui-na, daban oportunamente el pitazo y mi padre sacaba su libro de contabi-lidad y se ponía a emborronar en el debe y en el haber. Mangas de espíasasolaban el barrio y día a día se fusilaba implacablemente a los enemigosdel régimen).

* Nació en Villa del Refugio, Zacatecas, en 1906. Escritor, profesor de historia y literatura y fundador del grupoteatral Teatro de Ahora. Autor de El compadre Mendoza, Campo Celis, El resplandor, Vida y poesía y la voz yel eco, entre otras. 135

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Vivíamos arriba de la tienda, en un improvisado jonuco que carecía deagua. Precisamente era una de mis funciones: traer el agua de la fondadel Mesón de la Providencia. Y, muy de madrugada, regar y barrer el fren-te de la tienda. (Una mañana -me acuerdo- el cielo estaba cerradocomo si amenazara una tormenta, y llovía ceniza. Los señores de bombíndijeron que era la ceniza que aventaba hasta acá el Volcán de Colima,que estaba haciendo erupción.) En realidad, México todo estaba hacien-do erupción. Donde había una hija de familia, se la tenía cuidadosamenteescondida. Los pesos fuertes habían sido enterrados. Las turbas armadasmultiplicaban unos horrendos billetones, sábanas e infalsificables. La mo-neda menuda estaba representada por unos cartones que a poco andarhedían a sebo, unos cartones color anaranjado, grosella y azul.

Con la entrada de los primeros revolucionarios, los mesones se convir-tieron en cuarteles. En uno se alojó Caraveo. En otro, Rentería Luviano.La pequeña ciudad no respiraba, presa del terror. El destino se resolvíaen la calle de Guadalupe. Allí se bebían sus coñaques los tremendos ca-becillas, se balaceaban, se robaban el primer adefesio con faldas que pa-saba por las cercanías. Mi padre -con todo y ser uno de los más impor-tantes revolucionarios de Aguascalientes- pasó muy serios apuros. Yo levi echarse la pistola en la bolsa y brincar el mostrador y salir a entrevistar-se con un jefe militar, al que generalmente le arrancaba de las manos unarriero o una secuestrada. Y conforme crecía y crecía el alud de la bola,los compromisos eran más y más insolubles y ya no se salía de ellos conuna fácil entrevista. ¡Era lava desatada que eyaculaba el horror de México!Ahora, eran los generales los que venían a ver a mi padre y le reclama-ban, a grito pelado, su intervención a favor de los “reaccionarios”. Entra-ban en la tienda a caballo, enloquecidos por tanto coñac, y el corazónse me achicaba en un espeluzno.

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Por la cantina de enfrente pasaban, día a día, después del mediodía, lossentenciados a muerte. Pedían hacer alto y beber una última copa y oiruna última canción. La murga -tres o cuatro harapientos filarmónicos-rompía a sollozar Alejandra, o Jesusita en Chihuahua, o el Corrido de Be-nito Canales, o un chotis. Los condenados vestían, invariablemente, cami-

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sas de seda moradas, rojas, amarillas. Los chicos -docenas y docenas dechicos- seguíamos a la fúnebre comitiva. Esta torcia frente a la iglesia deGuadalupe -el o los que iban a morir se santiguaban- y ganaba la garita.Una macilenta garita de mezquites. Los cementerios -el de los Angelesy el de la Cruz- caen a una enorme desolada plazoleta. Sus muros esta-ban tatuados de descargas de fusilería. Todos morían con una salvajehombría, gritando -todavía ignoro si venía a cuento o no-: “¡Viva Méxi-co!”

Noche adentro, en una casona fantasmal, mis tías -catóIicas rezanderasde añeja cepa- decantaban rosarios y más rosarios por que mi padre sa-liera con bien de sus andanzas. La sala era grande como una bodega yhabía en ella baúles de la época de Juárez, unos baúles de tapas llenas,por dentro, de estampas milagrosas. Mi padre respondía a todas las solici-tudes: “En cuanto gane el señor Carranza, se acabarán los abusos...” Nose acabaron los abusos, por más que ganó el señor Carranza. Y un díanos encontramos en la más franciscana pobreza. La Revolución nos habíacostado todo lo que teníamos.

Esa es la tiendita. Un insignificante changarro por el que pasó, como unfuego de erupción, la Revolución.

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1 ensayo

La cuna del Convencionismo(fragmento)

Martín Luis Guzmán *

La noche que se exhibió la película revolucionaria se vio hasta dónde eraintenso y susceptible de los peores extremos el anticarrancismo conven-cionista.

Lucio Blanco y varios de sus amigos paseábamos por la ciudad cuandosupimos, a última hora, que el espectáculo iba a empezar. Al presentar-nos, pues, en el teatro, no encontramos asientos ni sitio desde donde pu-diésemos ver en pie. En masa había acudido la Convención, y, con ella,la muchedumbre de amigos y conocidos de los delegados; estaban rebo-santes los pasillos, llenos los palcos hasta el remate de las columnas, ple-tórico el lugar de la orquesta.

-¡Qué valor -decía, estrujando la bandera y recorriendo con la vistapalcos y butacas-, qué valor tiene este trapo teñido de colores y pintarra-jeado con la imagen de un ave de rapiña?

Nadie, naturalmente, le contestó. El tornó a sacudir el lienzo tricolor ya preguntar o exclamar:

-¡Cómo es posible, señores revolucionarios, que durante cien años losmexicanos hayamos sentido veneración por semejante superchería, porsemejante mentira!...

Aquí los militares convencionistas, cual si fueran librándose poco apoco de la magia verbal del orador predilecto de Zapata, empezaron acreer que veían visiones, y segundos después, vueltos del todo en sí, semiraron unos a otros, se agitaron, iniciaron un rumor y en masa se pusie-ron en pie cuando Díaz Soto, a punto ya de arrancar la bandera del asta-tanto tiraba de ella- estaba dando cima a su pensamiento con estas pa-labras:

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* Nació en Chihuahua, Chihuahua, en 1887 y murió en 1976. Escritor. Colaborador de algunos diarios y revistas.Obtuvo el premio nacional de literatura. Fue Doctor Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Chihuahua.Autor de Las Memorias de Pancho Villa y La sombra del caudillo, entre otros.

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-Lo que esta hilacha simboliza vale lo que ella, es una farsa contra lacual todos debemos ir...

Trescientas pistolas salieron entonces de sus fundas; trescientas pistolasbrillaron por sobre las cabezas y señalaron, como dedos de luz, el pechode Díaz Soto, que se erguía más y más por encima del vocerío ensordece-dor y confuso. Flotaban principios, finales, jirones de frases; sonaban in-sultos soeces, interjecciones inmundas...

-Deje esa bandera, tal por cual...

-...Zapata, jijo de la...

-Abajo..., bandera..., don...

En aquellos instantes Díaz Soto estuvo admirable. Bajo la puntería sinnúmero de los revólveres y la lluvia airada de los peores improperios, secruzó de brazos y permaneció en la tribuna, pálido e inmóvil, en esperade que la tempestad se aplacase sola. Apenas se le oyó decir:

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-Cuando ustedes terminen continuaré...

Breves esfuerzos por colocarnos nos convencieron de que la cosa eraimposible, e íbamos a desistir, cuando a Blanco se le ocurrió una idea:

-De seguro -dijo- que nadie ha pensado que por detrás de la pantalla,que es de tela, debe verse tan bien como desde aquí. Vamos al escena-rio, que allí nos darán hasta sillones de brazos, si de ellos pedimos.

Y efectivamente así fue: detrás del telón de manta que iba a hacer lasveces de pantalla no estaban más que los tramoyistas. Los encontramoscómodamente instalados sobre un montón de cuerdas y dueños absolu-tos de una tranquila holgura que contrastaba con los apretujamientos dela sala, En cuanto nos vieron entrar adivinaron las intenciones que nos Ile-vaban, lo cual, al parecer, no les contrarió, antes fue motivo de que nosofrecieran de muy buena gana la mejor parte del asiento que se habíanimprovisado. Blanco, demasiado señor, no aceptó el ofrecimiento, sinoque hizo que nos trajeran, invocando la conveniencia de todos y metien-do la mano en el bolsillo, las mejores sillas que había en la utilería. Estas,puesto el respaldo contra la pared del fondo, resultaron idealmente con-fortables. Nuestra localidad única tenia hasta la virtud de no obligarnosa levantar la cabeza para mirar bien: el cuadro luminoso, por alguna cau-sa que no recuerdo, venía a quedar, precisamente, a la altura de los ojos.

Como buen público revolucionario y de circunstancias especiales, aquélse comportaba harto extraordinariamente. Hubo, primero, mientras la luzpermaneció encendida, diálogos entre convencionistas que se hablabana voz en cuello de un extremo a otro del teatro. Llegaban las palabrashasta nuestro escondite, subrayadas a veces por la risa de unos gruposo por la rechifla de otros. Parecían por el espíritu, ya que no por el timbrede la voz, parloteo de muchachos escapados de pronto al rigor de la es-cuela.

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-Están de broma -decía Blanco-. Y es que la Convención empieza acansarlos.

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Luego, al apagarse las lámparas, el barullo creció. Sonaban cuchufletasen voz fingida. Respondían frases entre regocijadas y soeces. Estallabanlas risotadas. Herían los alaridos guturales del valle y la montaña. Las vis-tas fijas que se sucedieron en la pantalla, a manera de prólogo, no consi-guieron interesar a nadie: persistía el escándalo en el solaz de su clímaxascendente. Pero de súbito todo cambió. Risas y gritos, pateo y silbidosse convirtieron en ovación estruendosa al dibujarse en letras de luz el títu-lo de la epopeya revolucionaria reducida a programa de cine. Y entoncessupe yo lo que es, a telón caído, el aplauso entusiasta de todo un teatro:saboreé, en la imaginación, la gloria de los grandes comediantes.

Una voz, fuerte y ronca, gritó estentórea:

-¡Viva la revolución!

-¡¡Viva!!

Y se hizo el silencio.

La máquina de proyección, ni muy nueva ni muy buena, envolvió la salaen trepidaciones. En la pantalla vibraban algo las figuras humanas hechasde sombra y luz. Pero no importaba eso: ahora la atención, libre del oído,vivía presa del ojo,

Pasó, marchando dentro del marco luminoso, la fila interminable de lossoldados yaquis, inconmovible, serpeante como las veredas de sus peñasabruptas. Lucían al sol, cual si fueran de bronce, los pómulos bruñidos;los sombreros, adornados de cintas y plumaje, se movían al ritmo felinode los pasos. Cuando asomó, esbelto, largo, enjuto, el yaqui que golpea-ba en su tamborcillo como de juguete, el vozarrón de antes gritó:

-¡Vivan los vencedores de Occidente!

-¡¡Vivan!! 141

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Y estalló la ovación.

Luego, junto a mucho material de artillería quitado al enemigo, surgióObregón con sus oficiales. Otra vez atronaron los aplausos, y el grito fue:

-¡Viva el Cuerpo de Ejército del Noroeste!

¡¡Viva!!

Apareció Carranza, corpulento, solemne, hierático, en el acto de entraren triunfo en el Saltillo. Otra voz dijo:

-¡Viva el Primer Jefe!

Pero en vez del grito entusiasta y multitudinario, respondió el desorden.Se escucharon vivas y mueras; aplausos, golpes, siseos.

Y a renglón seguido, como si el operador lo hiciese adrede, caracoleóbañado en luz, sobre su caballo magnífico, la magnífica figura de PanchoVilla, legendaria, dominadora. El clamor unánime ahogó las voces, y sólocomo coletilla de la salva de aplausos logró imponerse este grito:

-¡Viva la División del Norte!

¡¡Viva!!

Y de nuevo rompió el aplauso.

Y así todos los otros. Durante cerca de una hora, o acaso más, se pro-longó el desfile de los adalides revolucionarios y sus huestes, nimbadospor la luminosidad del cinematógrafo y la gloria de sus hazañas.

Nosotros, sin embargo, no vimos el final de la película, porque, intem-142 pestivamente, sucedió algo que nos hizo salir a escape del lugar que

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ocupábamos detrás del telón. Don Venustiano, por supuesto, era el per-sonaje que más a menudo aparecía en la pantalla. Sus apariciones, másy más frecuentes, habían venido haciéndose, como debía esperarse, másy más ingratas para el público convencionista. De los siseos mezcladoscon aplausos en las primeras veces en que se le vio, se fue pasando alos siseos francos; luego a los siseos parientes de los silbidos; luego a larechifla abierta; luego al escándalo. Y de ese modo, de etapa en etapa,se vino por último, al proyectarse la escena en que se veía a Carranzaentrando a caballo en la ciudad de México, a parar en una batahola deinfierno que culminó en disparos...

Ambos proyectiles atravesaron el telón exactamente en el lugar dondese dibujaba el pecho del Primer Jefe, y vinieron a incrustarse en la pared,uno, a medio metro por encima de Lucio Blanco; el otro, más cerca aún,entre la cabeza de Domínguez y la mía,

Si como entró el Primer Jefe a caballo en la ciudad de México, hubieraentrado a pie, las balas habrían sido para nosotros... ¡Ah, pero si hubieseentrado a pie no habría sido Carranza, y no habiendo Carranza, tampocohubiera habido disparos!

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novela

La Pescadita(fragmento)

Carlos Reyes Sahagún *

En la cocina Delfina esperaba con ansia la hora de la comida. No se hacíamuchas ilusiones pero quería escuchar las disposiciones que Jorge toma-ría para salvaguardarlas de los militares que invadirían en pocos días la ciu-dad; ya después pensaría la manera de evadirles y salir a la calle, comohabía hecho unos días atrás cuando en el jardín de San Marcos se realizóuna comida en la que estuvieron presentes varios jefes militares de losdistintos bandos.

Delfina y Adiosgracias se fueron para allá y anduvieron dando la vueltaacercándose de vez en cuando al lugar donde los revolucionarios comí-an. Incluso en un momento dado se atrevió a preguntarle a uno de losmeseros de quiénes se trataba. El hombre le señaló discretamente a losgenerales Obregón, José Isabel Robles, Eduardo Hay, Eulalio Gutiérrez yotros.

La salida duró unos buenos 45 minutos -San Marcos quedaba a saltode mata de su casa-. Regresaron rápido y nadie se enteró. Delfina espe-raba repetir la hazaña durante los próximos días, aunque fuera sólo unavez.. .

Jorge llegó y comieron. Delfina estuvo nerviosa todo el tiempo, aunqueno tanto como para no poder disimular. ¿Qué sentido tenía emocionarse?,¿acaso cometería la estupidez de imaginarse que por esta vez Jorgeactuaría distinto a otras veces y no habría encierro? No. Y sin embargo ahíestaba, como una niña a la que le van a anunciar algo agradable.

-He llegado a una determinación -dijo Jorge al final de la comida, lim-piándose la boca con una servilleta y dejándola en la mesa.- Van a quedar-se aquí encerradas. Ya hablé con Ambrosio el talabartero para que mandea su hijo a trabajar en la tienda mientras dura esto, Ramón se vendrá a lacasa para lo que pueda ofrecerse. Yo veré que no falten provisiones porsi la convención se alarga demasiado.

144 * Nació en Aguascalientes, en 1956 Catedrático en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, colabora-dor de “El Unicornio" Autor de Orión por ú/tima vez

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-Pero ¿y tú, hijo? -preguntó doña Carlota- ¿Qué vas a hacer?

-Yo voy a estar en la tienda. Ni modo que se quede sola, ahora másque nunca hay que cuidarla.

Delfina se sintió decepcionada, como si no supiera de antemano lo quesu hermano decidiría. Nuevamente le afloraba el coraje que estas cosasle producían, sin embargo, se controló. No quería que Jorge tuviéra lamás mínima sospecha de lo que pensaba hacer.

Una vez que se aseguró de que su voz no sonaría alterada hizo una pre-gunta.

-¿Podré ir a la escuela mañana y pasado?

-No -contestó Jorge tajante. Luego agregó-, la convención comenza-rá el sábado, así que muy probablemente desde hoy comenzarán a llegarlos que van a participar en ella. Ahorita que pasé por el teatro vi muchomovimiento. Además escuché que algunos maestros habían estado a veral “muertero” Fuentes para que acepte la suspensión de clases. 145

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Así que el encierro comenzaba ahora mismo...

Delfina decidió no pensar demasiado en esto por el momento y esperarsu oportunidad.

Terminó la sobremesa y todos salieron del comedor, Delfina se fue asu cuarto y se acostó. Puesto que había pasado mala noche, se quedódormida casi inmediatamente.

Tanto el jueves como el viernes fueron días muertos que pasaron lasti-mosamente; con extraordinaria lentitud. Delfina se dedicó a tranquilizara Adiosgracias en relación a sus intenciones. Le ayudó con la cocina y conlos pájaros. A veces se ponía a leer un rato, a tocar el piano o simplemen-te a asomarse por la ventana de la sala. En la calle el cambio se hizo evi-dente; había más gente y más jinetes circulando. Además de los tranvías,de vez en cuando pasaba algún automóvil abarrotado de uniformadosque se dirigía a San Marcos.

El jueves en la mañana, Ramón, el ayudante de Jorge llegó como todoslos días a ordeñar la vaca, pero en esta ocasión se quedó en la casa. Amedio día Delfina lo vio en el corral cavar una zanja.

-¿Qué haces? -le preguntó.

-Abro un hoyo.

-Eso ya lo ví tonto. Pero ¿para qué?

-El señor Jorge va a guardar un baúl con un dinero y otras cosas.

El muchacho continuó clavando el pico en la tierra mientras Delfina ob-servaba a los animales, un rato después preguntó:

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-¿Y no se va a esconder él aquí?

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¿Qué? -preguntó Ramón sin entender.

-Nada hombre. Sigue con tu trabajo.

Después de la comida se fue a sentar a la sala para observar un rato lacalle. Algunas personas, gente común y corriente, caminaban hacia elteatro, que estaba más cerca de ahí que de San Marcos. Un rato des-pués llamó a Adiosgracias.

-¡Nana! -gritó-. ¡Ven!

De la cocina vino corriendo la india.

-¿Qué pasa mi niña?, ¿qué tienes?

-Escucha...

Desde la pequeña plaza donde se encuentra el teatro Morelos les Ilega-ban las notas de una banda de música.

-¡Ya van a comenzar Adiosgracias! -dijo Delfina emocionada-. ¡Ya seestán reuniendo!

Soltó la cortina de la ventana y retirándose de ahí se sentó en uno delos sillones. Sus ojos se perdieron en el techo mientras saboreaba la melo-

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día. Adiosgracias permaneció en el quicio de la puerta indiferente, teme-rosa.

-Escucha, están tocando Sobre las Olas...

Comenzó a tararear la pieza sonriendo complacida. Cuando terminó,se puso de pie y tomando a la nana por los brazos propuso:

-¡Vamos un momento a la plaza!

Adiosgracias saltó como si la hubiera picado una serpiente y se metióen la cocina.

-Ni lo pienses, niña Delfina -contestó desde allá.

La muchacha se fue detrás de ella suplicando.

-Andale nana -pidió--, nomás un ratito, una canción nada más y nosvenimos corriendo.

-No -contestó Adiosgracias inflelxible.

-Mira nana. Jorge no está, mamá está durmiendo la siesta y Ramónanda trabajando en el corral. ¡Andale!, vamos.

-Bueno niña, vamos... Pero sólo un momento.

¡Sí Adiosgracias! -exclamó feliz-. Sólo un momento.

La seriedad del rostro de Delfina fue desterrada por una gran sonrisa.Era el mismo juego de siempre; el juego que había jugado con Adiosgra-cias desde toda la vida. Sabía que todo era cuestión de presionarla unpoco para que la india terminara cediendo.

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Salieron a la calle de prisa, Delfina casi corriendo. Dieron vuelta pordetrás de la catedral y entraron en la pequeña plaza del Teatro Morelos.La catedral permanecía cerrada y a un lado de la puerta lateral estaba co-locada la banda de música. Los músicos eran hombres vestidos de milita-

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res pero de lejos se veía que muchos de ellos jamás habían empuñadoun fusil.

La banda tocaba ahora la Marcha de Zacatecas y la gente aplaudía y grita-ba. Como pudieron se fueron inmiscuyendo en la pequeña muchedum-bre que llenaba la explanada. Adiosgracias tensa y Delfina feliz.

-Nomás una canción niña Delfina -advirtió la nana-.

-Sí Adiosgracias, nomás la Marcha de Zacatecas -contestó ellacontagiándose del ambiente de fiesta-.

Los militares entraban en el teatro entre aplausos y vítores. Algunosiban vestidos de civil, pero la mayoría lucía uniformes reglamentarios:saco largo, pantalones bombachos, botas hasta la rodilla y sombrero te-xano, Venían del hotel París, del Washington, del Siglo XX. Algunos Ilega-ban en automóvil, seguramente de la estación de ferrocarriles.

-¡Mira Adiosgracias -gritó Delfina jalándole el brazo-. ¡Allá viene el ge-neral Obregón!

La india se alzó sobre las puntas de sus pies para verlo.

Obregón se había bajado de un auto en los límites de la Plaza de Ar-mas y caminaba hacia el teatro con paso decidido, como si llevaramucha prisa. La banda terminó de interpretar la Marcha de Zacatecasy los presentes aplaudieron. Un hombre que estaba cerca de ellas, alpercatarse de la presencia de quien encabezaba a los delegados ca-rrancistas gritó:

-¡Viva mi general Villa!

-¡Viva! -contestaron muchos-.

Obregón, que en ese momento subía la pequeña escalinata para pene-trar en el teatro, se detuvo un instante. Volteó y saludó a la multitud conel sombrero en alto para posteriormente entrar. 149

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corrido

Antiguo pueblo de San José de GraciaTomás González López *

En el año veintiséisel día primero de enerodieron principio a la presala compañía de ingenieros.

Elaboraron bien los planosy los fueron a presentary les dio permiso Callesde venir a trabajar.

Qué dices Lupitate quedas o te vaspues yo no me quedoyo me voy con Tomás.

Ahí venían los ingenieroscon mucho gusto y contentoa hacer muy bonita presay un lúcido campamento.

Empezaron a medirpor distintas direccionespagando muy buen dinerocon muy buenas proporciones.

Qué dices Lupita...

Las medidas ya las tieneny los planos pa’l arroznomás una cosa faltaque es la voluntad de Dios.

NOTA: El título es de los compiladores.

150* Nació en San José de Gracia, Aguascalientes, en 1885 y murió en 1954 Campesino Además de esta obrase le conoce un corrido a su pueblo natal

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Llegaron los ingenierosy empezaron a medira medir por todas partessin saber su porvenir.

No llores Lupitani me hagas llorarpara qué me quisistesi me has de abandonar.

Con una perforadoray unos cuantos barreterosen el cuarto Presa Callesnomás volaban los cerros.

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Qué bonita está la presacon todas sus prevencionesmás bonito el día de rayapuros pesos y tostones.

Qué dices Lupita...

Vino gente a trabajarde Jalisco y Michoacánotros vienen de Tampicoy otros vienen de San Juan,

Pero ay que la presacuándo se acabaráahí vienen ya las aguasy todavía no está.

No llores Lupita...

Unos dicen que es la presay otros dicen que es la maryo les digo que es un charcoy me gusta pa’ pescar.

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poema

Cantar a una ciudadHoracio Westrup Puentes *

Cantar a una ciudad es cosa grata.Referirse a los nombres que emergen del pasadocomo fantasmas de oro entre la brumay hablar de su proeza constructoraque ha trascendido en piedra y argamasapara subir al cielo en un alardede intrepidez augusta y altas torreserguidas de milagro entre jardines;cantar a la madejade calles encantadas en que vibrala voz de la provincia, su decoro,sus íntimos anhelos, su estaturacordial, sus anchas manosy el cálido motivo de una sangreque es roja porque sí;cantar a sus prohombres, que en la historiade lágrimas y heridas y desvelosse prodigaron íntegrosbrindando así el mejor de sus alientosen generoso afán,cantar a una ciudad que en la penumbrade un lindo anochecer escribe notasde luz en pentagramas de ilusión,cantar a una ciudad, os lo repito,es grato menester, dulce tarea.

Pero cantar al lírico torrenteque brota de esta tierra saturadade esencia incorporal, vivificante,de renovada fe en todo lo bueno,de estrellas que hacen nido en sus mujeres;cantar a una ciudad como la nuestraque tiene tantas cosas en común

* Nació en Aguascalientes en 1947 y murió en 1981. Licenciado y profesor. Ganó la flor natural y el premio nacio-nal de la canción. Autor de Siete poetas y un grabador, Elogio de la marimba, entre otros. 153

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con hadas y con ángeles,que guarda en sus rincones la espiritual herenciade un sueño realizado en mil capítulos,que borda entre las páginas del tiempola rica arboladura de un mensajede humana solidez,cantar a una ciudad como la nuestraque nace bajo el signo de la paz,que en frutal andamiaje da su albergue,pletórico de planes y de anhelosal despertar agrícola del hombre,que crece bajo un cielo sin agraviosnutriéndose con agua dulce y tibia,con agua, sí, y con brazos que trabajany voces que se elevan en conciertode espiritual ofrenda al porvenir,cantar a una ciudad como la nuestraque vibra de pasión en cada estancia,que sabe a dónde marcha entre lucerosde imaginario afán,cantar a una ciudad como la nuestra,es besar la cabeza encanecidade nuestra madre heroica;es dulce menester, incomparable:es alfombrar de pétalos la rutapor donde marcha el hombre a su destino

Aquí no fue escenario de conquista.La bota militarno profanó santuarios del indígena,no destruyó culturas,no esclavizó a los débiles. No anduvo,valida de caballos y de perrosde presa en ululante recorrido,

154 sembrando pan de muerte en derredor.

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Aquí la Cruz de Cristo no se aliócon planes de venganza hechos resumenen la espalda sangrienta del soldado.¡Aquí se halló la paz!

Primero fue la huerta.La huerta que plantaron a las márgenesde arroyos cantarinos el esfuerzode recios aldeanos andalucesy el gesto visionario de un patriarcaque habitará en perpetua gratituden el recuerdo de su gran familia.¡Oh, las callosas manos de Montoro!¡Oh, las calladas lágrimas de doñaCatalina de Ayala!¡Oh, el hondo suspirar de sus alumnos!(Porque Juan de Montoro fue un maestrode fortaleza misma ante la incógnita).¡Oh, la mínima voz de aquellas aguasque hundieron su vigor entre los surcosy propiciaron, leves, el milagro!

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Después, ya fue el presidio.Caballos y soldados con corazacubriendo el lento paso de carretaspletóricas de plata. La figuraseñera de Aparicio, el rudo jefe,que desde Zacatecas hasta México,ungido con metálicos estímulos,se prodigó en jornadas sobrehumanas.Después, el pueblo de indios de San Marcos.Sin marginar su estrella, sin batallasni escándalos de pólvora o de acero,los colonos de aquella villa jovenvistieron al desnudo chichimecay enseñáronle, a fuerza de paciencia,la palabra florida del trabajoy el solemne responso de la paz.

Más tarde el mestizaje,como fruto de amor, sentó raícesen el solar propicio de este valle,y entre signos proféticosse aposentó en balcones invisiblespara otear al futuro en lontananza.

156Mas luego, en procesión vertiginosa,vinieron el carbón, el hierro, el hombre

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-manchadas sus facciones con hollín,segura la mirada, encallecidassus manos de piloto- a hacerse cargode barrios kilométricos, abiertosal grito de un silbato perentorioque matizó de tonos vigorososel sueño de los viejos hortelanos.Y negras chimeneas,maculando el miraje de este valle,le dieron una nueva contexturamás honda, más humana.

Cantar a una ciudad como la nuestrano es sólo referirse a su pasado,vagar por sus callejas y plazuelasy entrar a viejas casas de canterapara evocar figurasque forman una imagen corporaly un rico patrimonio.Cantar a Aguascalientes significaponer en alto su riqueza humana,decir que lo más noble,lo único que vive eternamente,lo que en verdad subsiste y permanecede pie, siempre de pie,es el racimo de hombres y mujeresque unifican esfuerzosante el silbato diario del taller,que en la página blanca de la escuelase esmeran construyendo ciudadanosy en la íntima estancia del hogarmodelan corazones valerosos.

¡Bien hayas, tierra mía! ¡Bien hayan tus propósitosy el reiterado afán de ser más fuerte!

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