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El proceso de edificación de la realidad ficticia, empren- dido por García Márquez en el relato «Isabel viendo llo- ver en Macondo» y en La hojarasca, alcanza con Cien años de soledad su culminación: esta novela integra en una sín- tesis superior a las ficciones anteriores, construye un mun- do de una riqueza extraordinaria, agota este mundo y se agota con él. Difícilmente podría hacer una ficción poste- rior con Cien años de soledad lo que esta novela hace con los cuentos y novelas precedentes: reducirlos a la condi- ción de anuncios, de partes de una totalidad. Cien años de soledad es esa totalidad que absorbe retroactivamente los estadios anteriores de la realidad ficticia, y, añadiéndoles nuevos materiales, edifica una realidad con un principio y un fin en el espacio y en el tiempo: ¿cómo podría ser modificado o repetido el mundo que esta ficción destruye después de completar? Cien años de soledad es una novela total, en la línea de esas creaciones demencialmente am- biciosas que compiten con la realidad real de igual a igual, enfrentándole una imagen de una vitalidad, vaste- dad y complejidad cualitativamente equivalentes. Esta totalidad se manifiesta ante todo en la naturaleza plural de la novela, que es, simultáneamente, cosas que se creían xxv MARIO VARGAS L LOSA CIEN AÑOS DE SOLEDAD. REALIDAD TOTAL, NOVELA TOTAL www.alfaguara.santillana.es

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El proceso de edificación de la realidad ficticia, empren-dido por García Márquez en el relato «Isabel viendo llo-ver en Macondo» y en La hojarasca, alcanza con Cien añosde soledad su culminación: esta novela integra en una sín-tesis superior a las ficciones anteriores, construye un mun-do de una riqueza extraordinaria, agota este mundo y seagota con él. Difícilmente podría hacer una ficción poste-rior con Cien años de soledad lo que esta novela hace conlos cuentos y novelas precedentes: reducirlos a la condi-ción de anuncios, de partes de una totalidad. Cien años desoledad es esa totalidad que absorbe retroactivamente losestadios anteriores de la realidad ficticia, y, añadiéndolesnuevos materiales, edifica una realidad con un principioy un fin en el espacio y en el tiempo: ¿cómo podría sermodificado o repetido el mundo que esta ficción destruyedespués de completar? Cien años de soledad es una novelatotal, en la línea de esas creaciones demencialmente am-biciosas que compiten con la realidad real de igual aigual, enfrentándole una imagen de una vitalidad, vaste-dad y complejidad cualitativamente equivalentes. Estatotalidad se manifiesta ante todo en la naturaleza pluralde la novela, que es, simultáneamente, cosas que se creían

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antinómicas: tradicional y moderna, localista y universal,imaginaria y realista. Otra expresión de esa totalidad essu accesibilidad ilimitada, su facultad de estar al alcance,con premios distintos pero abundantes para cada cual,del lector inteligente y del imbécil, del refinado que pa-ladea la prosa, contempla la arquitectura y descifra lossímbolos de una ficción y del impaciente que solo atien-de a la anécdota cruda. El genio literario de nuestro tiem-po suele ser hermético, minoritario y agobiante. Cien añosde soledad es uno de los raros casos de obra literaria mayorcontemporánea que todos pueden entender y gozar.

Pero Cien años de soledad es una novela total sobre todoporque pone en práctica el utópico designio de todo su-plantador de Dios: describir una realidad total, enfrentara la realidad real una imagen que es su expresión y nega-ción. Esta noción de totalidad, tan escurridiza y comple-ja, pero tan inseparable de la vocación del novelista, nosolo define la grandeza de Cien años de soledad: da tambiénsu clave. Se trata de una novela total por su materia, en lamedida en que describe un mundo cerrado, desde su na-cimiento hasta su muerte y en todos los órdenes que locomponen —el individual y el colectivo, el legendario yel histórico, el cotidiano y el mítico—, y por su forma,ya que la escritura y la estructura tienen, como la materiaque cuaja en ellas, una naturaleza exclusiva, irrepetible yautosuficiente.

UNA MATERIA TOTAL

La realidad ficticia que describe Cien años de soledad es to-tal en relación a las etapas anteriores de la realidad ficti-cia, que esta novela recupera, enlaza y reordena, y en rela-

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ción a sí misma, puesto que es la historia completa de unmundo desde su origen hasta su desaparición. Completaquiere decir que abarca todos los planos o niveles en quela vida de este mundo transcurre.

Los temas y motivos de las ficciones anteriores son asi-milados por la realidad ficticia en esta novela a veces me-diante desarrollos y ampliaciones, a veces con la simplemención o recuerdo de lo sucedido. Este proceso es, lite-ralmente, una canibalización: esos materiales son digeri-dos plenamente por la nueva realidad, trocados en unasustancia distinta y homogénea. García Márquez no solono ha querido dejar cabos sueltos; además se ha ocupadode vincular aquello que tenía autonomía en las obras an-teriores. Macondo, el pueblo y la localidad marina, queeran escenarios diferentes de la realidad ficticia, son con-fundidos por el nuevo Macondo voraz en una sola reali-dad que, por ser real imaginaria, puede hacer trizas lasunidades de tiempo y lugar, reformar la cronología y lageografía establecidas antes e imponer unas nuevas. Per-sonajes que no se conocían traban relación, hechos inde-pendientes se revelan como causa y efecto de un proceso,todas las historias anteriores son mudadas en fragmentosde esta historia total, en piezas de un rompecabezas quesolo aquí se arma plenamente para, en el instante mismode su definitiva integración, desintegrarse. En la mayo-ría de los casos la canibalización es simple y directa: per-sonajes, historias, símbolos pasan de esas realidades pre-paratorias, las ficciones anteriores, a la nueva realidad, sinmodificación ni disfraz. Pero en otros es indirecta: a ve-ces no pasan personajes, sino nombres de personajes; aveces ciertos hechos enigmáticos reaparecen explicados;a veces datos precisos son corregidos en esta nueva rees-tructuración de los componentes de la realidad ficticia, y

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el cambio más frecuente que suelen registrar es el del nú-mero: en Cien años de soledad todo tiende a hincharse, amultiplicarse.

Cien años de soledad no es solamente la suma coherente(en un sentido ancho) de todos los materiales precedentesde la realidad ficticia: lo que la novela aporta es más rico, encantidad y calidad, que aquello de lo cual se apodera. Laintegración de materiales nuevos y antiguos es tan per-fecta que el inventario de asuntos y personajes retomadosde la obra anterior da una remotísima idea de lo que estaconstrucción verbal es en sí misma: la descripción de unarealidad total. Cien años de soledad es autosuficiente por-que agota un mundo. La realidad que describe tiene prin-cipio y fin, y, al relatar esa historia completa, la ficciónabraza toda la anchura de ese mundo, todos los planos oniveles en los cuales esa historia sucede o repercute. Esdecir, Cien años de soledad narra un mundo en sus dos di-mensiones: la vertical (el tiempo de su historia) y la hori-zontal (los planos de la realidad). En términos estricta-mente numéricos, esta empresa total era utópica: el geniodel autor está en haber encontrado un eje o núcleo, de di-mensiones apresables por una estructura narrativa, en elcual se refleja, como en un espejo, lo individual y lo co-lectivo, las personas concretas y la sociedad entera, esaabstracción. Ese eje o núcleo es una familia, instituciónque está a medio camino del individuo y de la comuni-dad. La historia total de Macondo se refracta —como lavida de un cuerpo en el corazón— en ese órgano vital deMacondo que es la estirpe de los Buendía: ambas entida-des nacen, florecen y mueren juntas, entrecruzándose susdestinos en todas las etapas de la historia común. Estaoperación, confundir el destino de una comunidad con elde una familia, aparece en La hojarasca y en «Los funera-

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les de la Mamá Grande», pero solo en Cien años de soledadalcanza su plena eficacia: aquí sí es evidente que la inter-dependencia de la historia del pueblo y la de los Buendíaes absoluta. Estos sufren, originan o remedian todos losgrandes acontecimientos que vive esa sociedad, desde elnacimiento hasta la muerte: su fundación, sus contactoscon el mundo (es Úrsula quien descubre la ruta que traela primera invasión de inmigrantes a Macondo), sus trans-formaciones urbanas y sociales, sus guerras, sus huelgas,sus matanzas, su ruina. La casa de los Buendía da, con susmudanzas, la medida de los adelantos de Macondo. Através de ella vemos convertirse la exigua aldea casi pre-histórica en una pequeña ciudad activa de comerciantesy agricultores prósperos: «Dispuso (Úrsula) construir enel patio, a la sombra del castaño, un baño para las muje-res y otro para los hombres, y al fondo una caballerizagrande, un gallinero alambrado, un establo de ordeña yuna pajarera abierta a los cuatro vientos para que se insta-laran a su gusto los pájaros sin rumbo. Seguida por dece-nas de albañiles y carpinteros, como si hubiera contraídola fiebre alucinante de su esposo, Úrsula ordenaba la po-sición de la luz y la conducta del calor, y repartía el espa-cio sin el menor sentido de sus límites. La primitivaconstrucción de los fundadores se llenó de herramientas ymateriales, de obreros agobiados por el sudor, que le pe-dían a todo el mundo el favor de no estorbar, sin pensarque eran ellos quienes estorbaban... En aquella incomo-didad... fue surgiendo... la casa más grande que habríanunca en el pueblo» (p. 69). Lo que estamos viendo cre-cer no es solo la casa de los Buendía: el pueblo enteroaparece transformándose, enriqueciéndose, avanzando enel espacio. Pero, al mismo tiempo, es una casa específicaque podemos ver, casi palpar, y en esa muchedumbre que

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entra y sale, hay un personaje que identificamos, menudoy enérgico, dirigiendo el trabajo: Úrsula. Esta es la sínte-sis admirable lograda en la novela: la familia Buendía,como una mágica bola de cristal, apresa simultáneamentea la comunidad numerosa y abstracta, y a su mínima ex-presión, el solitario individuo de carne y hueso. El lectorva descubriendo la realidad total que la novela describe, através de dos movimientos simultáneos y complementa-rios a que lo obliga la lectura: de lo real objetivo a lo realimaginario (y viceversa), y de lo particular a lo general (yviceversa). De este doble movimiento envolvente va sur-giendo la totalidad, esa realidad que, como su modelo,consta de una cara real objetiva (lo histórico, lo social) yde otra subjetiva (lo real imaginario), aunque los térmi-nos de esta relación en la realidad ficticia inviertan los dela realidad real. En esa cara real objetiva, están presenteslos tres niveles históricos de la realidad real: el indivi-dual, el familiar y el colectivo, y en la subjetiva, los dis-tintos planos de lo imaginario: lo mítico-legendario, lomilagroso, lo fantástico y lo mágico.

LO REAL OBJETIVO

Crónica histórica y social

Como la familia Buendía sintetiza y refleja a Macondo,Macondo sintetiza y refleja (al tiempo que niega) a la rea-lidad real: su historia condensa la historia humana, losestadios por los que atraviesa corresponden, en sus gran-des lineamientos, a los de cualquier sociedad, y en sus de-talles, a los de cualquier sociedad subdesarrollada, aunquemás específicamente a las latinoamericanas. Este proceso

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está «totalizado»; podemos seguir la evolución, desde losorígenes de esta sociedad, hasta su extinción: esos cienaños de vida reproducen la peripecia de toda civilización(nacimiento, desarrollo, apogeo, decadencia, muerte), y,más precisamente, las etapas por las que han pasado (o es-tán pasando) la mayoría de las sociedades del tercer mun-do, los países neocoloniales. Fundado por José ArcadioBuendía y veintiún compañeros llegados del exterior (co-mo los conquistadores ingleses, españoles, franceses oportugueses), la primera imagen histórico-social que te-nemos de Macondo es la de una pequeña sociedad arcádi-co-patriarcal, una comunidad minúscula y primitiva, au-tárquica, en la que existe igualdad económica y socialentre todos sus miembros y una solidaridad fundada en eltrabajo individual de la tierra: en esa «aldea de veinte ca-sas de barro y cañabrava», en ese mundo «tan recienteque muchas cosas carecían de nombre» (p. 9), Úrsula ysus hijos siembran en su huerta «el plátano y la malan-ga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena» (p. 12),y lo mismo deben hacer las otras familias, ya que losBuendía son los patriarcas y modelos de esa pequeña so-ciedad: José Arcadio Buendía «daba instrucciones parala siembra» y todas las casas de la aldea estaban cons-truidas y arregladas a «imagen y semejanza» de la casade los Buendía (p. 17). En ese mundo de reminiscenciasbíblicas, están prohibidas las peleas de gallos. Unos añosdespués, Macondo ha crecido, es la «aldea más ordenaday laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta enton-ces por sus 300 habitantes» (p. 18) y sigue siendo unmundo idílico, prehistórico, «donde nadie era mayor detreinta años y donde nadie había muerto» (p. 18), sincontacto con el resto del mundo, entregado a la fantasíay a la magia.

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La primera transformación importante de esta socie-dad (su ingreso a la historia) tiene lugar cuando Úrsulaencuentra la ruta para salir de la ciénaga y comunica aMacondo con el mundo (p. 48): por esa ruta llega la pri-mera oleada de inmigrantes que convierte a la comuni-dad agraria-patriarcal en una localidad de talleres y co-mercios: «La escueta aldea de otro tiempo se convirtiómuy pronto en un pueblo activo, con tiendas y talleres deartesanía, y una ruta de comercio permanente por don-de llegaron los primeros árabes» (p. 49). Los macondinosse hacen artesanos y comerciantes, y esto se proyecta en lafamilia Buendía: el joven Aureliano aprende a trabajarla plata (p. 51) y Úrsula monta «un negocio de animali-tos de caramelo» (p. 49). Poco después surgen nuevasinstituciones para el gobierno de esta sociedad que, hastaentonces, ha tenido una estructura tribal: llega el corre-gidor don Apolinar Moscote (p. 69), llega la Iglesia re-presentada por el padre Nicanor Reyna (p. 101), se insta-la en el pueblo una fuerza de policía (p. 108). No muchodespués se inician las guerras civiles que cubren un perío-do de casi veinte años (p. 125) y que van a mantener aMacondo en un cierto receso histórico. Relativamente,sin embargo, pues es durante las guerras civiles que setrae el telégrafo (p. 154). Al terminar la guerra, Macondoes erigido municipio y se nombra su primer alcalde, elgeneral José Raquel Moncada (p. 172). Al establecerse lapaz, un período de prosperidad se inicia en Macondo, cu-yo aspecto urbano se renueva («Las casas de barro y caña-brava de los fundadores habían sido reemplazadas porconstrucciones de ladrillo, con persianas de madera y pi-sos de cemento...») (p. 224) y se introducen una serie deadelantos: el ferrocarril (p. 256), la luz eléctrica y el cine(p. 257), gramófonos de cilindros y el teléfono (p. 257).

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El pueblo de artesanos y mercaderes tiene hasta una em-brionaria producción industrial, desde que Aureliano Tris-te estableció una fábrica de hielo, que Aureliano Centenotransformará en fábrica de helados (p. 255).

La segunda gran transformación histórica de esta so-ciedad, que, hasta ahora, ha venido evolucionando dentrode límites restringidos pero según un modelo de desarro-llo independiente, ocurre cuando es colonizada económi-camente por la compañía bananera norteamericana y con-vertida en país monoproductor de materia prima parauna potencia extranjera (pp. 257-261), en una sociedaddependiente. La fuente de la riqueza y el trabajo en Ma-condo es ahora el banano. La ciudad se transforma «enun campamento de casas de madera con techos de zinc»(p. 260), y junto al pueblo surge el de los gringos, «unpueblo aparte... con calles bordeadas de palmeras, casascon ventanas de redes metálicas, mesitas blancas en lasterrazas y ventiladores de aspas colgados en el cielorraso,y extensos prados azules con pavorreales y codornices»(p. 261). Los antiguos comerciantes, artesanos o dueños detierras se convierten en asalariados agrícolas, pero, ade-más, la fuente de trabajo creada por la compañía atraehacia Macondo a multitud de forasteros: esta segunda,masiva inmigración (la hojarasca) cambia por completoel aspecto y la vida del pueblo. Surge un pueblo de diver-sión y para los forasteros que llegaban sin amor arriba«un tren cargado de putas inverosímiles» (p. 261). Hayun ambiente de derroche, de prosperidad (efímera peroreal), de cambio vertiginoso, y «los antiguos habitantesde Macondo se levantaban temprano a conocer su pro-pio pueblo» (p. 262). Mr. Jack Brown trae a Macondoel primer automóvil (p. 272). El poder de la compañíase refleja también en lo político: «Los funcionarios loca-

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les fueron sustituidos por forasteros autoritarios» y «losantiguos policías fueron reemplazados por sicarios demachetes» (p. 273). Surgen así los conflictos sociales:los trabajadores de la compañía van a la huelga general(p. 337) y son brutalmente reprimidos por el Ejército(pp. 346-347).

El último período de la historia de Macondo se iniciacon un cataclismo natural, el diluvio, y con la partida de laque era fuente de su vida económica. La compañía bana-nera «desmanteló sus instalaciones» y tras ella se marchanlos miles de forasteros que atrajo la fiebre del banano. Ellugar donde prosperaron las plantaciones se convierte en«un tremedal de cepas putrefactas» (p. 375) y Macondoinicia una existencia monótona y ruinosa de aislamiento ypobreza, hasta convertirse en «un pueblo muerto, depri-mido por el polvo y el calor» (p. 429) Cuando otro cata-clismo (la tormenta final) acaba con él y con los pocos su-pervivientes que lo habitan, esa sociedad había cumplido yasu ciclo vital, llegado al límite extremo de la decadencia.

Historia de una familia

La historia de esta sociedad se mezcla con la de una estir-pe familiar, los destinos de ambas se condicionan y retra-tan: la historia de Macondo es la de la familia Buendía yal revés. El primitivismo, el carácter subdesarrollado dela sociedad ficticia se hace patente en la hegemonía so-cial que hereditariamente ejercen los Buendía en Ma-condo, y, sobre todo, en la naturaleza de esa instituciónfamiliar, gran asociación que crece con las nuevas genera-ciones y con la adopción de nuevos miembros por crian-za o matrimonio, que mantiene su carácter piramidal yuna férrea solidaridad entre sus miembros fundada no

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tanto en el afecto o el amor como en un oscuro y podero-sísimo instinto gregario tradicional, típico de institucio-nes primitivas como el clan, la tribu y la horda. Igualque en el caso de la sociedad ficticia, García Márquez tu-vo que recurrir a ciertas estratagemas para conseguirtambién al nivel de la historia familiar la totalización.Los orígenes de la estirpe no tienen, como los de Macon-do, fecha y nombre: se pierden en una humosa vague-dad, se divisan borrosos a distancia, como en la realidadreal el origen de todas las familias. Remontando cual-quier genealogía se pasa infaliblemente de la historia ala leyenda y al mito. Es lo que ocurre con los Buendía.¿Quiénes eran, antes de que existiera Macondo? Por larama materna, el más antiguo ascendiente que conoce-mos es una bisabuela de Úrsula Iguarán, que vivía enRiohacha en el siglo XVI, casada con un comerciante ara-gonés, y por la paterna, un tal José Arcadio Buendía,que por la misma época era un criollo cultivador de ta-baco (p. 29). Las familias traban contacto cuando el ara-gonés se traslada a la sierra donde Buendía cultivaba ta-baco y se hacen socios. Luego, la prehistoria genealógicade los Buendía da un salto temporal: «Varios siglos mástarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranietadel aragonés» (p. 30). Desde entonces, las familias per-manecen en la ranchería de las sierras de Riohacha, quecrece con ellas hasta convertirse en «uno de los mejorespueblos de la provincia» (p. 30), y, desde luego, a lo largode los años, los matrimonios entre miembros de ambosclanes son constantes. Es la razón por la que, según unacreencia familiar, una tía de Úrsula, casada con un tío deJosé Arcadio Buendía, engendra un monstruo (p. 30).El temor inveterado en las familias de que estas «dos ra-zas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de

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engendrar iguanas» hace que haya oposición cuando quie-ren casarse Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía, que sonprimos. Pese a ello, se casan. Este matrimonio es el límiteentre la prehistoria y la historia de los Buendía; el cambiocoincide significativamente con un desplazamiento y conuna fundación: de las sierras de Riohacha, la pareja se tras-lada a Macondo y a partir de allí vamos a seguir, con mi-nucia, el desarrollo de la estirpe hasta su declinación.

Incluida la pareja fundadora, José Arcadio Buendía yÚrsula Iguarán, siete generaciones de Buendías van acompartir la historia de su pueblo. La estratagema que daa esta familia unas dimensiones sensatas y la salva de unaconfusa proliferación de personas es la siguiente: la líneafamiliar se prolonga solo por una rama de los varones, lade los José Arcadios. Los Aurelianos tienen descendenciaque siempre queda truncada: el hijo del coronel Aurelia-no Buendía en Pilar Ternera (Aureliano José) muere sindejar hijos y lo mismo los 17 Aurelianos engendradospor el coronel durante las guerras. Parecería que esta leyse contradice en la cuarta generación, ya que es AurelianoSegundo y no su hermano el padre de los Buendía de laquinta (José Arcadio el seminarista, Renata Remedios yAmaranta Úrsula); pero ocurre que los gemelos tienencaracteres y nombres trastocados, y que, en realidad, Au-reliano Segundo es José Arcadio Segundo: la equivoca-ción en el entierro restablece la verdadera relación entrelas personas y nombres de los gemelos.

La historia de la familia, además de estar narrada ver-ticalmente, siguiendo la cronología, lo está horizontal-mente: las constantes y variantes que hay de padres a hi-jos y entre los miembros de cada generación; la vidapública de la familia, expuesta al conocimiento de todoslos macondinos, y la vida íntima, oculta por los muros de

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la casa y que los demás solo conocen por rumores o igno-ran. Como la sociedad ficticia, la familia está concebida aimagen y semejanza de una institución familiar primiti-va y subdesarrollada; también en ella identificamos cier-tas características de un mundo preindustrial. El rasgofamiliar dominante es la inferioridad de la mujer y estadivisión estricta de funciones perdura los cien años de laestirpe: los varones son los miembros activos y producto-res, los que trabajan, se enriquecen, guerrean y se lanzanen aventuras descabelladas, en tanto que la función de lasmujeres es permanecer en el hogar y ocuparse de las ta-reas domésticas, como barrer, cocinar, fregar, bordar; entiempos difíciles, pueden improvisar algún negocio case-ro, como los animalitos de caramelo que vende Úrsula(p. 67). El hombre es amo y señor del mundo, la mujerama y señora del hogar en esta familia de corte feudal.Las mujeres tienen la responsabilidad de mantener la casaen pie, funcionando, las que deciden los cambios y mejo-ras, como lo hacen Úrsula (pp. 68, 223) y Renata Reme-dios (p. 428), poniéndose incluso al frente de «carpinte-ros, cerrajeros y albañiles». Estas matronas sometidas amaridos y padres están investidas, sin embargo, de unaautoridad ilimitada sobre los hijos, que no cesa cuando es-tos crecen, y pueden llegar a azotar en público a sus nietosmaduros, como lo hace Úrsula con Arcadio, cuando estequiere fusilar a don Apolinar Moscote (p. 127), y decidirdesde la cuna la vocación de los varones (Úrsula y Fernan-da del Carpio educan al pequeño José Arcadio, hijo de es-ta, para que sea seminarista y luego Papa), o el destino fi-nal de las mujeres, como cuando Fernanda del Carpioencierra a su hija Meme en un convento de clausura porsus amores con Mauricio Babilonia (pp. 336-337).

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Clases sociales: las relativas jerarquías

A través de la historia de los Buendía descubrimos la es-tructura social de Macondo, o, mejor dicho, la evoluciónde esta estructura en su siglo de vida. Hasta la llegada dela primera ola de inmigrantes, Macondo es una comuni-dad igualitaria y patriarcal de tipo bíblico, en la que JoséArcadio hace de guía espiritual, y en la que reina plenaarmonía entre sus miembros, tanto económica como so-cialmente: todos son los fundadores, todos comienzan alevantar sus casas y a cultivar sus huertas del mismo mo-do. Racialmente, los macondinos parecen ser en ese en-tonces criollos, como los antecesores de José Arcadio y deÚrsula, ya que los gitanos van y vienen, son aves de paso,y no pueden considerarse miembros de esa sociedad. Laprimera diferenciación social perceptible es resultado dela primera oleada de forasteros: junto a (por debajo de)esa clase social de fundadores, se instala en el pueblo unacomunidad de comerciantes «árabes de pantuflas y argo-llas» (p. 50), que va a perdurar, con sus característicasoriginales, hasta la extinción de Macondo. Será siempreuna colectividad cerrada sobre sí misma, dedicada al co-mercio, con la que el resto de la sociedad mantiene tratoseconómicos, y, quizás, amistad, pero con la que no semezcla: en los días finales vemos emergiendo del diluvioa «los árabes de la tercera generación», «sentados en elmismo lugar y en la misma actitud de sus padres y susabuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiem-po...» (p. 376). Algunos árabes llegan a tener dinero, co-mo Jacob, dueño de hotel de Macondo, y, a diferencia delo que vimos en el pueblo, aquí no se detecta en las otrascomunidades menosprecio contra los árabes: que estos semantengan aislados no parece debido a los otros, sino tal

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vez a ellos mismos. Lo que sí es evidente es que en la es-tructura social esta comunidad de comerciantes se halladebajo del estrato de los fundadores y, más tarde, del delos criollos: ni las responsabilidades políticas, sociales ymilitares, ni las grandes fortunas serán jamás de ningúnárabe.

El caso de los indios o guajiros es distinto: confirma-mos que están al pie de la pirámide, que su función esservir de domésticos y de bestias de carga a los demás.Visitación y su hermano Cataure, que llegan a Macon-do con esa primera oleada de inmigrantes, son «dóciles yserviciales» y Úrsula se hace «cargo de ellos para que laayudaran en los oficios domésticos» (p. 49). Son los seresdistintos por antonomasia, y en su diferencia los otrosven barbarie e inferioridad: hablan «lengua guajira», suscomidas son «caldo de lagartijas» y «huevos de araña»(p. 49). Siempre los veremos de sirvientes, como a estapareja de hermanos en casa de Úrsula, o como a los cuatroindios que llevan «cargada en un mecedor» a la abuela dela putita adolescente (p. 64). Sin embargo, la guerra pue-de llegar a abrir excepcionalmente las puertas del ascensosocial a algún indio: el general Teófilo Vargas, por ejem-plo, es un «indio puro, montaraz, analfabeto» (p. 194).

Es a partir de esa primera inmigración, que la casa delos Buendía va a ir adquiriendo cada vez más un halo feu-dal: de choza bíblica se convertirá en castillo de la EdadMedia. A la casa solar se van añadiendo miembros de ín-dole distinta hasta convertirla en una verdadera colmena:sirvientes (Cataure y Visitación), hijas de crianza (Rebe-ca), bastardos (Arcadio, Aureliano José) y semibastardos(Remedios, la bella, los gemelos José Arcadio Segundoy Aureliano Segundo), las esposas legítimas (Remedios,Fernanda del Carpio) y las ilegítimas (Santa Sofía de la

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Piedad), fuera de los hijos legítimos. Aparte de ello, lacasa de los Buendía adopta de hecho a ciertos seres quepasarán en ella buena parte de su vida (como Melquíades,Pietro Crespi, Gerineldo Márquez) o de su muerte (comoel propio Melquíades y Prudencio Aguilar). El vicio pri-mordial de la casa es cultivar hasta la locura la hospitali-dad: sus puertas están abiertas de par en par al forastero,sin condición de ninguna clase. Así, cuando llegan a Ma-condo los 17 bastardos del coronel Buendía, la mansiónlos acoge, los festeja «con una estruendosa parranda dechampaña y acordeón» y a nadie le importan los destrozosque causan: «Hicieron añicos media vajilla, destrozaronlos rosales persiguiendo un toro para mantearlo, mataronlas gallinas a tiros, obligaron a bailar a Amaranta los val-ses tristes de Pietro Crespi, consiguieron que Remedios,la bella, se pusiera unos pantalones de hombre para su-birse a la cucaña, y soltaron en el comedor un cerdo em-badurnado de sebo que revolcó a Fernanda, pero nadie la-mentó los percances, porque la casa se estremeció con unterremoto de buena salud» (p. 249). Esta hospitalidadsin ceremonias, esta generosidad desenfrenada y primiti-va, se pone también de manifiesto cuando Meme invita«a pasar una semana en familia» a «cuatro monjas y se-senta y ocho compañeras de clase» y los Buendía no solohospedan a esta muchedumbre sino que compran «seten-ta y dos bacinillas» para hacer frente a las circunstancias(pp. 297-298) La mansión alcanza su máxima prodigali-dad en el período de bonanza que sigue a la firma delTratado de Neerlandia, cuando llega la segunda gran olea-da de inmigrantes y los Buendía abren sus puertas a laavalancha: «La casa se llenó de pronto de huéspedes des-conocidos, de invencibles parranderos mundiales, y fuepreciso agregar dormitorios en el patio, ensanchar el co-

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medor y cambiar la antigua mesa por una de dieciséispuestos...». La casa dispone en esos días de cuatro cocine-ras que trabajan bajo la dirección de Santa Sofía de la Pie-dad; la ancianísima Úrsula truena cada mañana: «Hay quehacer carne y pescado... Hay que hacer de todo... porquenunca se sabe qué quieren comer los que vienen» (p. 263).

Con esa segunda oleada de inmigrantes Macondo va asufrir otra gran transformación social. Junto a los gruposexistentes, surgen otras comunidades: los gringos y lospeones que vienen a trabajar en las bananeras (la hojaras-ca). La estructura semifeudal no desaparece del todo, sinembargo, coexiste con esas nuevas clases sociales —técni-cos y obreros— típicas de una sociedad industrial; a par-tir de este momento, la composición social de Macondoserá la de un país neocolonizado por el capital extranjero.Esa comunidad de gringos, que vive casi sin mezclarsecon el resto del pueblo, pasa a ejercer el poder económicoy político que era hasta entonces de los criollos (liberaleso conservadores): los Buendía y los Moscote quedan con-vertidos en piezas de museo, a las que solo resta compen-sar psicológicamente la pérdida del poder real con unanostalgia aristocratizante, y en afirmar, como hace Fer-nanda, que «la gente bien era la que no tenía nada quever con la compañía bananera» o en hablar de «la sarnade los forasteros» (p. 290). Es una defensa subjetiva einútil proclamar esa superioridad sobre los gringos: estoshacen nombrar a los funcionarios locales y a los policías(p. 273), tienen a su servicio a los políticos y al Ejército(p. 344). La mejor prueba de la sustitución de poder en lasociedad ficticia es que hasta uno de los Buendía, JoséArcadio Segundo, pasa a servir como capataz en la com-pañía bananera (p. 290). Las relaciones de los gringos conlos macondinos son características de una sociedad neo-

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colonial: viven dentro de su gallinero electrificado, en ca-sas modernas y dotadas de toda clase de comodidades, ycasi sin juntarse con los indígenas («... los bailes de los sá-bados, que eran los únicos en que los gringos alternabancon los nativos») (p. 313). Solo contadas personas de laaristocracia de Macondo llegan a alternar con ellos, comoMeme Buendía, que se hace amiga de Patricia Brown y aquien los Brown invitan a almorzar, a bañarse en la pisci-na y a tocarles el clavicordio (p. 313). Aves de paso, conuna lengua y unas costumbres distintas, están en Macon-do solo por razones de trabajo y de interés, sintiéndosesiempre extranjeros, y, cuando la compañía se marcha,desaparecen con ella.

Es el caso, también, del otro grupo atraído a Macondopor la compañía bananera. El nombre que los designa enlas ficciones anteriores, la hojarasca, aquí no aparece, perola actitud de rechazo de los viejos macondinos hacia esosaventureros vulgares es la misma de los coroneles: «Losantiguos habitantes de Macondo se encontraban arrinco-nados por los advenedizos, trabajosamente asidos a susprecarios recursos de antaño», y pensaban que el pueblose había «convulsionado por la vulgaridad con que los fo-rasteros despilfarraban sus fáciles fortunas» (p. 289). Laimplantación de estos trabajadores agrícolas es tambiénprecaria, cuando la compañía parte se esfuman (los sobre-vivientes, ya que en la matanza perecen tres mil). Siem-pre los vemos de lejos, por lo reacios que son los viejosmacondinos a juntarse con ellos; el único obrero queconocemos es el distraído Mauricio Babilonia, aprendizde mecánico, de «manos percudidas» y «uñas astilladaspor el trabajo rudo» (p. 324), a quien no solo la orgullo-sa Fernanda sino también el democrático Aureliano Se-gundo encuentran un candidato inaceptable para Meme

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(p. 331). José Arcadio Segundo no es un obrero, sino uncapataz, que pasa a ser luego dirigente sindical. La deca-dencia de los Buendía se inicia con la fiebre del banano:pierden el poder, comienzan a arruinarse económicamente,la estirpe se disgrega por el mundo. La quinta generaciónse educa fuera de Macondo, José Arcadio y Amaranta enEuropa, y Meme donde las monjas. Esta última, por susamores secretos con Mauricio Babilonia, es sepultada en unconvento, y su hijo ilegítimo, Aureliano, por la vergüenzaque inspira a la familia, crece como un salvaje primitivo,como un antropófago (p. 185). Es la agonía de la estir-pe: este bastardo es la sexta generación de los Buendía;la siguiente va a ser, literalmente, un animal: ese niñocon cola de cerdo que se comen las hormigas. Como Ma-condo, la estirpe de los Buendía estaba ya muerta cuan-do el viento final la desaparece.

Historia individual

Ocurre que la novela no solo describe una realidad social yuna familiar, sino, simultáneamente, una realidad indivi-dual: es también la historia de ciertos individuos concre-tos, a través de los cuales vemos encarnada de maneraespecífica esa suma de posibilidades de grandeza y de mi-seria, de felicidad y de desdicha, de razón y de locura quees el hombre, unidad básica de la vida ficticia. Así comola historia de Macondo es la de los Buendía, la historiade la estirpe se confunde con la de algunos de sus miem-bros. Dos, principalmente: un varón, el coronel AurelianoBuendía, y una mujer, Úrsula Iguarán. Los veinte años deguerra, esa quinta parte del siglo de Macondo, son la bio-grafía de ese coronel ubicuo e incansable que aún no haacabado de perder una guerra y está iniciando la siguien-

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te. Al mismo tiempo, ese individuo es la personalidad ful-gurante del libro, con sus extraordinarios contrastes —deapacible y apático ser que se transforma en figura épica,para luego, en la vejez, recobrar el retraimiento y la be-nignidad iniciales—, y la razón central de la gloria y el as-cendiente de la familia sobre el pueblo. Pero el verdaderosoporte, la columna vertebral de la familia es la menuda,activa, infatigable, magnífica Úrsula Iguarán, que guíaesa casa de locos con puño firme a través de todas sus peri-pecias, y solo se resigna a morir después del diluvio, cuan-do ya el desastre final parece inevitable. Pero aparte deesos dos seres concretos, cuya personalidad sobresale de lasotras, en Cien años de soledad el resto de la humanidad noes una masa amorfa, un promiscuo horizonte: muchos in-dividuos se destacan del conjunto, cada uno con ciertaparticularidad que lo aísla e identifica, y que representauna de las posibilidades o variantes (físicas, psicológicas,morales) de lo humano en la realidad ficticia.

En este nivel individual, la ambición totalizante, esavoluntad de abarcarlo y mostrarlo todo, se manifiesta enla variedad de tipos humanos que circula por el libro, y laminucia con que está descrita la intimidad de ciertos in-dividuos quiere mostrar el gran número de registros, dematices que la vida es capaz de adoptar en un solo ser.También en lo individual está representado en la realidadficticia todo lo humano: en los Buendía se dan los especí-menes más bellos del mundo (Remedios, la bella, y Fer-nanda del Carpio) y los más horribles (¿qué cosa más feaque un niño con cola?), seres desmesurados, verdaderosgigantes (José Arcadio) o pequeños y menudos (Úrsula),gordos (Aureliano Segundo en sus buenos tiempos) o fla-cos (el coronel Buendía). Pero aun más que físicas, losBuendía ofrecen un abanico de posibilidades psicológicas

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y morales. Hay una primera gran división entre ellos:«Mientras los Aurelianos eran retraídos, pero de menta-lidad lúcida, los José Arcadio eran impulsivos y empren-dedores, pero estaban marcados por un signo trágico»(p. 211). Esto define las características generales de dosramas masculinas (la ley se altera, en apariencia, en el ca-so de los gemelos que tienen nombres trastocados), pero,en realidad, la diferenciación entre los individuos es máscompleja; además de esas cualidades genéricas de estirpe,los personajes tienen otras. Una de las más frecuentes esun complejo edípico que muchos superan solo muy tardeo que no llegan nunca a superar: de ahí la vocación in-cestuosa que lleva a Aureliano José y a Aureliano a ena-morarse de sus tías (en quienes, lógicamente, está re-presentada la madre), y que induce a otros Buendía aenamorarse de mujeres mucho mayores, que son tambiénuna sustitución inconsciente de la figura materna: JoséArcadio y Aureliano se acuestan con Pilar Ternera, y faltapoco para que lo haga Arcadio; José Arcadio el seminaris-ta sueña con y diviniza a su tía bisabuela Amaranta deuna manera que solo cabe llamar sexual. En las mujeresse da también la relación edípica: Amaranta y AmarantaÚrsula ven inconscientemente en esos sobrinos que lasaman a los hijos que ninguna de las dos tiene. También enel orden sexual coexisten en el grupo familiar los extre-mos: la lujuria desbocada (José Arcadio), la castidad einocencia (Remedios, la bella), y el intermedio que cons-tituiría la normalidad (José Arcadio el fundador, el coro-nel Buendía, José Arcadio Segundo). Estos individuospueden tener un carácter extrovertido, sociable y parran-dero (Aureliano Segundo), o ser de una timidez y mutis-mo tan grandes que parecen invisibles (Santa Sofía de laPiedad); amar la vida con un dinamismo formidable

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(Úrsula Iguarán y Amaranta Úrsula) o vivir sombríamen-te atraídos por la muerte (como Amaranta, que llega a ser«una especialista, una virtuosa en los ritos de la muerte»)(p. 317); ser de una frugalidad ascética (el coronel Buen-día) o heliogábalos (Aureliano Segundo); de una honra-dez meridiana (Úrsula, medio siglo después, sigue conun tesoro escondido esperando que sus propietarios ven-gan a reclamarlo) o pícaros inescrupulosos (José Arcadiose apodera de tierras ajenas, Arcadio aprovecha su car-go oficial para enriquecerse); idealistas generosos, conconciencia histórica y sensibilidad social (José ArcadioSegundo) o de una crueldad abstracta y un puritanismoterrorista (el coronel Buendía en una época); de una gransencillez y sin prejuicios sociales, abiertos a toda clase deamistades y de maneras simples y directas (Úrsula, Au-reliano Segundo) o vivir intoxicados de prejuicios y sue-ños aristocratizantes y ser amantes de los ritos y de lasformas (Fernanda del Carpio). De la simplicidad animalde Remedios, la bella, los tipos psicológicos pueden lle-gar a complicarse en la familia hasta cuajar en el retorci-do José Arcadio, fijado en su niñez por un complejo edí-pico (sus sueños eróticos con su tía bisabuela), y queluego cultiva compensatoriamente una pederastia paga-na y esteticista, en la que él encarna a esa tía-madre, ylos niños de que se rodea a ese niño que él nunca hubieraquerido dejar de ser.

Si salimos de la familia, este registro se enriquece contipos humanos y rasgos psicológicos y morales nuevos. Laambigüedad y versatilidad de lo humano, que siempredesborda y destruye las categorías y dogmas que preten-den aprisionarlo, define la vida en la realidad ficticia. Porejemplo, tener una posición política e ideológica justa nosignifica que el individuo no pueda ser un canalla, y, a la

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inversa, estar errado políticamente no impide que en elplano moral se sea una persona digna: el revolucionarioArcadio comete crímenes innobles, el reaccionario JoséRaquel Moncada procede siempre con la máxima decen-cia que le permiten las circunstancias. Los individuoscambian, a lo largo de sus vidas: el coronel Buendía queestá dispuesto a fusilar a Gerineldo Márquez, su íntimoamigo, no es el idealista que inició la revolución porquese cometían injusticias. Las grandes pasiones en esta fa-milia tienen que ver casi exclusivamente con la invencióny con el sexo: unos Buendía se lanzan a empresas descabe-lladas con el ardor y la furia con que otros fornican. Enningún Buendía arde, por ejemplo, esa pasión destructi-va, thanática, que anima al doctor Alirio Noguera, el«místico del atentado personal» (p. 121), ni hay esa fer-vorosa militancia de lo oculto, como en Melquíades.Ninguno es tan melodramático y sentimental como Pie-tro Crespi, ni tan austero, aristocrático y místico comodon Fernando del Carpio. El amor, ya lo vimos, se da concomplejidad y retorcimiento en muchos Buendía: en nin-guno es tan natural e higiénico como en Petra Cotes, yningún Buendía es tan intelectual como Camila Sagastu-me, que gana competencias gastronómicas mediante ope-raciones mentales. La amistad, curiosamente, parece so-bre todo masculina: ninguna mujer tiene esas relacionestan estrechas y profundas como las del coronel Buendíacon Gerineldo Márquez, o la de José Arcadio Buendía conMelquíades, o la de Aureliano Buendía con Álvaro, Al-fonso, Germán y el librero catalán. Las mujeres se danmenos a la amistad, viven más aisladas, son menos grega-rias que los hombres en Macondo. También este inven-tario de lo individual es el de una sociedad primitiva: vir-tudes y defectos son los de un mundo pequeño, de cultura

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primaria, donde el instinto se manifiesta sin el disimulo ylos intermediarios con que lo arropa la civilización indus-trial. Los Buendía son seres rústicos, los macondinos tie-nen la maldad y la bondad, los complejos y las emocionesde una sociedad donde todas las personas se conocen porsu nombre de pila.

LO REAL IMAGINARIO

Lo real objetivo es una de las caras de Cien años de soledad;la otra, lo real imaginario, tiene el mismo afán arrolladory totalizante, y, por su carácter llamativo y risueño, es pa-ra muchos el elemento hegemónico de la materia narrati-va. Conviene, antes que nada, precisar que esta divisiónde los materiales en real objetivos y en real imaginarioses esquemática y que debe ser tomada con la mayor cau-tela: en la práctica, esta división no se da, como esperomostrar al hablar de la forma. La materia narrativa es unasola, en ella se confunden esas dos dimensiones que ahoraaislamos artificialmente para mostrar la naturaleza total,autosuficiente, de la realidad ficticia.

Martínez Moreno ha levantado un inventario de pro-digios en Cien años de soledad, y esa enumeración exhaus-tiva de los materiales real imaginarios de la novela prue-ba que su abundancia e importancia, aunque indudables,no exceden, contrariamente a lo que se dice, la de los ma-teriales real objetivos que acabamos de describir. El ca-rácter totalizador de lo imaginario en la materia de Cienaños de soledad se manifiesta no solo en su número y volu-men, sino, principalmente, en el hecho de que, como lohistórico y lo social, es de filiación diversa, pertenece adistintos niveles y categorías: también la representación

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de lo imaginario es simultáneamente vertical (abundan-cia, importancia) y horizontal (diferentes planos o nive-les). Los sucesos y personajes imaginarios constituyen(dan una impresión de) una totalidad porque abarcan loscuatro planos que componen lo imaginario: lo mágico, lomítico-legendario, lo milagroso y lo fantástico. Voy a de-finir muy brevemente qué diferencia, en mi opinión, aestas cuatro formas de lo imaginario, porque pienso queello queda claro con los ejemplos. Llamo mágico al hechoreal imaginario provocado mediante artes secretas por unhombre (mago) dotado de poderes o conocimientos ex-traordinarios; milagroso al hecho imaginario vinculado aun credo religioso y supuestamente decidido o autoriza-do por una divinidad, o que hace suponer la existencia deun más allá; mítico-legendario al hecho imaginario queprocede de una realidad histórica sublimada y pervertidapor la literatura, y fantástico al hecho imaginario puro,que nace de la estricta invención y que no es producto nide arte, ni de la divinidad, ni de la tradición literaria: elhecho real imaginario que ostenta como su rasgo másacusado una soberana gratuidad.

Lo mágico

Es en los primeros tiempos históricos (o, mejor, durantela prehistoria) de Macondo, cuando suceden sobre todohechos extraordinarios provocados por individuos con co-nocimientos y poderes fuera de lo común: se trata, prin-cipalmente, de gitanos ambulantes, que deslumbran a losmacondinos con prodigios. El gran mago realizador demaravillas es Melquíades, cuyos imanes pueden atraer«los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes» de lascasas y hasta «los clavos y los tornillos» (p. 9). Dice «po-

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seer las claves de Nostradamus» (p. 14) y es un expertoen conocimientos marginales y esotéricos; trae la alqui-mia a Macondo y trata, sin éxito, de persuadir a Úrsulade «las virtudes diabólicas del cinabrio» (p. 15). A Mel-quíades no le ocurren cosas imaginarias: él las provoca,gracias a sus artes mágicas, a ese poder sobrenatural quele permite regresar de la muerte hacia la vida «porque nopudo soportar la soledad» (p. 62). El pobre José ArcadioBuendía trata desesperadamente de dominar esas artesmágicas, de adquirir esos poderes, y no lo consigue: no vanunca más allá de las realizaciones científicas (real objeti-vas), como su descubrimiento de que la tierra es redonda(p. 13) o su conversión en «mazacote seco y amarillento»de las monedas coloniales de Úrsula (p. 40). Esos poderesmágicos los tienen, en cambio, el armenio taciturno in-ventor de un jarabe que lo vuelve invisible (p. 26), y losmercachifles de esa tribu que han fabricado «una esteravoladora» (p. 42). No solo los gitanos gozan de poderesfuera de lo ordinario, desde luego. Pilar Ternera los tiene,aunque en dosis moderada: las barajas le permiten ver elporvenir, aunque un porvenir tan confuso que casi nuncalo interpreta correctamente (p. 39). Petra Cotes, en cam-bio, es un agente magnífico de lo real imaginario, ya quesu amor «tenía la virtud de exasperar a la naturaleza» yde provocar «la proliferación sobrenatural de sus anima-les» (p. 220). Hay que hacer una distinción: Melquíades,el armenio taciturno y los gitanos de la estera voladorason agentes deliberados y conscientes de lo imaginario: su ca-pacidad mágica es en buena parte obra de ellos mismos,resultado de artes y conocimientos adquiridos, y es unasabiduría que ejercitan con premeditación y cálculo. Estees también el caso de Pilar Ternera, agente mínimo de loreal imaginario. Pero Petra Cotes es un agente involunta-

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rio y casi inconsciente de lo imaginario: sus orgasmos propa-gan la fecundidad animal sin que ella se lo haya propues-to ni sepa por qué ocurre. No es una maga que domina lamagia: es magia en sí misma, objeto mágico, agente ima-ginario pasivo. Esta es la condición de una serie de perso-najes de Cien años de soledad, que tienen virtudes mágicas,no conocimientos mágicos, y que no pueden gobernar esafacultad sobrenatural que hay en ellos, sino, simplemen-te, padecerla: es el caso del coronel Aureliano Buendía ysu aptitud adivinatoria, esos presagios que es incapaz desistematizar («Se presentaban de pronto, en una ráfagade lucidez sobrenatural, como una convicción absoluta ymomentánea, pero inasible. En ocasiones eran tan natu-rales, que no los identificaba como presagios sino cuandose cumplían. Otras veces eran terminantes y no se cum-plían. Con frecuencia no eran más que golpes vulgares desuperstición») (p. 150); el de Mauricio Babilonia, que sepasea por la vida con una nube de mariposas amarillas alre-dedor (p. 327), y, solo por un instante póstumo, el de JoséArcadio Buendía, a cuya muerte se produce «una lloviznade minúsculas flores amarillas» (p. 166). El caso de Ama-ranta, quien ve a la muerte, es distinto y lo analizaré másadelante. En cambio, los gringos de la compañía tienenconocimientos que, más que científicos, deberíamos lla-mar mágicos: «Dotados de recursos que en otra época estu-vieron reservados a la Divina Providencia, modificaron elrégimen de lluvias, apresuraron el ciclo de las cosechas, yquitaron el río de donde estuvo siempre...» (p. 261).

Lo milagroso

Una serie de personajes y de hechos imaginarios se distin-guen de los mágicos porque su naturaleza extraordinaria

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se asocia a una fe religiosa, presupone un más allá, denotala existencia de un Dios (no es, de ningún modo, el casode la magia). La mayoría de los personajes y hechos mila-grosos se vinculan al culto, la simbología o el folclore cris-tianos: Francisco el Hombre es llamado así «porque de-rrotó al diablo en un duelo de improvisación» (p. 64); elpadre Nicanor Reyna convence a los apáticos macondinosque den dinero para la construcción del templo medianteesta «prueba irrebatible del infinito poder de Dios»: levi-tar doce centímetros luego de tomar una taza de chocolate(p. 102); Fernanda del Carpio, niña, ve al fantasma de subisabuela, «muerta de un mal aire que le dio al cortar unavara de nardos», cruzando el jardín en una noche de luna«hacia el oratorio» (p. 238); la cruz de ceniza que quedaindeleblemente marcada en la frente de los 17 Aurelia-nos expresa la misteriosa voluntad de Dios o del diablo(p. 250); la ascensión en cuerpo y alma de Remedios, labella, al cielo es tachada por los macondinos de milagro«y hasta se encendieron velas y se rezaron novenarios»(p. 272). Remedios sube al cielo como lo hacen la Virgeny las santas en la imaginería católica y Fernanda hace bienen reclamarle «a Dios que le devolviera las sábanas» queescoltaron a la bella (p. 272). El diluvio de cuatro años,once meses y dos días (p. 357) se parece muchísimo al queanega las páginas del Antiguo Testamento.

Aparte de estos hechos y personajes cuya naturaleza mi-lagrosa se liga a la religión cristiana en términos más o me-nos ortodoxos, hay otros, vinculados a desviaciones o de-formaciones de la fe cristiana (superstición) y a distintasreligiones (doctrina de la reencarnación, espiritismo, creen-cias esotéricas). Es el caso de todos los hechos imaginariosque tienen que ver con la muerte: describir lo que ocurreen el más allá, en esa otra vida que comienza después de la

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muerte, presupone una fe, las experiencias de los muertosson todas milagrosas. Macondo está lleno de seres que re-sucitan por breves o largas temporadas: Prudencio Aguilar,Melquíades, José Arcadio Buendía, la bisabuela de Fernan-da del Carpio, y hay un ser de dudosa condición vital omortal, José Arcadio Segundo, quien después de la matan-za de trabajadores parece primero un sobreviviente y luegoun fantasma (p. 356). La muerte es varias cosas: una «mu-jer vestida de azul con el cabello largo, de aspecto un pocoanticuado» y «tan real, tan humana» que llega a pedirayuda para ensartar una aguja (p. 318) y que advierte (demanera un poco oscura) a los vivos cuándo van a morir, co-mo lo hace con Amaranta (p. 318). De otro lado, es una di-mensión de la realidad que se parece muchísimo a la vida.Hay en ella espacio, se trata de un lugar al que se puedenenviar cartas y mensajes escritos, como hacen los macondi-nos cuando muere Amaranta Buendía (pp. 319-320) omensajes orales, como hace Úrsula cuando ve pasar el cadá-ver de Gerineldo Márquez («—Adiós, Gerineldo, hijo mío—gritó—. Salúdame a mi gente y dile que nos vemoscuando escampe» (p. 363), un lugar por donde uno se des-plaza, cuya geografía calca la de la vida: Prudencio Aguilartiene que recorrer un largo trecho antes de encontrar Ma-condo «porque Macondo fue un pueblo desconocido paralos muertos hasta que llegó Melquíades y lo señaló con unpuntito negro en los abigarrados mapas de la muerte»(p. 95). Es también una dimensión donde existe el tiempo:cuando José Arcadio Buendía ve aparecer a PrudencioAguilar queda «asombrado de que también envejecieranlos muertos» (p. 95) y, años después, el mismo PrudencioAguilar está «casi pulverizado por la profunda decrepitudde la muerte» (p. 165). En la muerte no solo se envejece,también se puede morir: Prudencio Aguilar está aterrado

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por «la proximidad de la otra muerte que existía dentro dela muerte» (p. 95), y en los últimos días de Macondo ve-mos a Melquíades yéndose «tranquilo a las praderas de lamuerte definitiva» (p. 404). Dotada de espacio y de tiem-po, la muerte es, como la vida, una dimensión donde se su-fre físicamente (Úrsula sorprende a Prudencio Aguilar «la-vándose con el tapón de esparto la sangre cristalizada en elcuello» de la herida que lo mató) (p. 32), y, sobre todo,moral y emocionalmente (Melquíades regresa de la muerte«porque no pudo soportar la soledad») (p. 62), José Arca-dio es encontrado ahogado en la alberca «todavía pensandoen Amaranta» (p. 425), Prudencio Aguilar denotaba «lahonda nostalgia con que añoraba a los vivos» (p. 33), unadimensión donde es posible aburrirse (José Arcadio Buen-día y Prudencio Aguilar planean un criadero de gallos delidia «por tener algo con qué distraerse en los tediosos do-mingos de la muerte») (p. 165) y donde se prolonga la cos-tumbre de dormir (el espectro de José Arcadio Buendíadespierta sobresaltado cuando su hijo Aureliano le orinabajo el castaño) (p. 301).

Lo mítico-legendario

La figura real imaginaria del Judío Errante en las callesde Macondo, donde es visto por el padre Antonio Isabel(p. 390) y luego cazado como un animal dañino (p. 391)no es un milagro sino un prodigio de tipo mítico-legen-dario: el Judío Errante tiene que ver más con una tradi-ción literaria que con una creencia religiosa, y constituyeuna apropiación por esta realidad ficticia de un elementoque pertenece a otras, en este caso a una realidad mítico-legendaria presente en diversas culturas y que ha alimen-tado varias literaturas. Esta apropiación del legendario

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Judío Errante va acompañada de una deformación, deuna reinvención del personaje imaginario. En la leyenda,el mítico ser condenado a vivir hasta el fin del mundopor haber golpeado a Jesús en el camino hacia la cruz, esun hombre de carne y hueso (Ashaverus), no distinguiblede los demás hombres por rasgos físicos extraordinarios,sino, únicamente, por esa maldición que pesa sobre él ylo lleva a cruzar vivo las edades y a vagabundear sin des-canso. Esta leyenda, que aparece en incontables dramas,poemas y novelas, en Cien años de soledad se reduce a unnombre: el Judío Errante. No hay ninguna alusión a laleyenda. Y, además, luce dos variantes: el Judío Errantees un monstruo irresistible («Tenía el cuerpo cubierto deuna pelambre áspera, plagada de garrapatas menudas, yel pellejo petrificado por una costra de rémora» y su san-gre es «verde y untuosa») (p. 391), y mortal: perece en-sartado en las varas de una trampa, es colgado en un al-mendro, incinerado en una hoguera. De la misma maneraque el Judío Errante, «el fantasma de la nave corsario deVíctor Hugues» que José Arcadio divisa en el mar Caribe(p. 112) es un ser real-imaginario, no producido por lamagia ni por la fe, sino por la historia francesa (puestoque Víctor Hugues efectivamente existió y estuvo en elCaribe) y por la literatura (la novela El siglo de las luces deAlejo Carpentier, donde este personaje histórico es recrea-do de manera mítico-legendaria). El caso del coronel Lo-renzo Gavilán es distinto: en sí mismo se trata del perso-naje más real objetivo que cabe imaginar. Su presencia enMacondo es real imaginaria, ya que —como el JudíoErrante, como Víctor Hugues— el coronel Gavilán teníaya, fuera de esta realidad ficticia, una existencia mítico-legendaria: era un personaje de la novela La muerte de Ar-temio Cruz, de Carlos Fuentes. Esa mudanza de Lorenzo

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Gavilán de la realidad mítico-legendaria de la que proce-de hacia Macondo (pp. 340, 346) es lo que constituye elhecho imaginario. Lo mismo sucede con la indicación deque Gabriel vive en París «en el cuarto oloroso a espumade coliflores hervidos donde había de morir Rocama-dour» (p. 459). El cuarto de Rocamadour tiene una exis-tencia literaria, forma parte de otra realidad ficticia (Ra-yuela, de Julio Cortázar), y su tránsito de allí a la realidadficticia de Cien años de soledad es de naturaleza imaginaria.

La realidad ficticia, además de utilizar el mito y la le-yenda (en su sentido histórico, religioso y literario) comomateriales, muestra también cómo surgen, se conservan ymueren. Los hechos históricos pueden tornarse mítico-le-gendarios, como ocurre durante las guerras civiles con elcoronel Aureliano Buendía y la leyenda de su ubicuidad:«Informaciones simultáneas y contradictorias lo declara-ban victorioso en Villanueva, derrotado en Guacamayal,devorado por los indios motilones, muerto en una aldeade la ciénaga y otra vez sublevado en Urumita» (p. 154).La realidad histórica se disuelve aquí en mito y leyendapor exceso de credulidad. Cincuenta años más tarde, esamisma realidad histórica se desvanecerá en mito o leyen-da por exceso de incredulidad, cuando, en los días fina-les de Macondo, muchos macondinos, como la mamasan-ta de las muchachitas que se acuestan por hambre, crean«que el coronel Aureliano Buendía... era un personaje in-ventado por el gobierno como un pretexto para matar li-berales» (p. 442), o que era solo el nombre de una calle,como piensa el último cura de Macondo (p. 462). Esteproceso de disolución de lo histórico en lo mítico-legen-dario se puede acelerar brutalmente, mediante el uso dela represión, del terror, de la manipulación del espíritude las gentes, como sucede con la matanza de trabajado-

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res, que, inmediatamente después de ocurrida, pasa a sermito o leyenda debido a la incredulidad forzada de losmacondinos (pp. 350-351).

Lo fantástico

Una vez mencionados los principales sucesos y personajesmágicos, milagrosos y mítico-legendarios de Cien años desoledad, aún queda una masa considerable de materialesimaginarios que no encajan en ninguna de las formas an-teriores: no son provocados por artes o poderes ocultos, nose vinculan a una fe, no derivan de una realidad mítico-le-gendaria. Algunos de estos episodios que llamo fantásti-cos (son una pura objetivación de la fantasía, estricta in-vención) bordean lo real objetivo, del que parecen apenasuna discreta exageración, y podrían ser considerados soloinsólitos (es decir, aún dentro de la realidad objetiva), entanto que otros, por su ruptura total con las leyes físicasde causalidad, pertenecen a lo imaginario sin la menorduda. Lo cual quiere decir que aun dentro de lo fantásticopuro se podría (sería naufragar en un esquematismo de-mencial) establecer distinciones: otra prueba de la voca-ción totalizadora con que se presenta lo real imaginario enCien años de soledad. Los sucesos fantásticos son una buenaparte de la materia del libro, los que hieren más vivamen-te al lector por su plasticidad, su libertad y su carácter ri-sueño. He aquí los principales: niños que nacen con unacola de cerdo (pp. 30, 466), agua que hierve sin fuego yobjetos domésticos que se mueven solos (pp. 47, 409),una peste de insomnio y una de olvido (pp. 49-62), hue-sos humanos que cloquean como una gallina (p. 54), sue-ños en que se ven las imágenes de los sueños de otroshombres (p. 57), un hilo de sangre que discurre por Ma-

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condo hasta dar con la madre del hombre del que esa san-gre mana (p. 157), un niño que llora en el vientre de sumadre (p. 285), manuscritos que levitan (p. 420), un teso-ro cuyo resplandor atraviesa el cemento (p. 420), un bur-del zoológico cuyos animales son vigilados por un perropederasta (p. 447), un huracán que arranca a un pueblo decuajo de la realidad (p. 470). Algunos de estos hechos, porlos adjetivos que los escoltan, podrían tal vez incluirse en-tre los milagros, como ocurre con los manuscritos a losque «una fuerza angélica ...levantó del suelo», y con la tor-menta final, descrita como un «huracán bíblico» (p. 470),pero, en realidad, esos adjetivos no son usados en un senti-do estricto sino metafórico. En todo caso, lo que me inte-resa con esta división de los planos de lo imaginario, no escensar la exacta filiación de los materiales imaginarios de

Cien años de soledad, sino mostrar que también en este dominio la materia de esta ficción aspira a la totalidad, a abrazar todos los niveles de esa

dimensión, como en el caso de los materiales real objetivos.

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