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COLECCIÓN CLÁSICOS DEL DERECHO

TÍTULOS PUBLICADOS

Filosofía del Derecho, Gustav Radbruch (2007).Tratado de filosofía del Derecho, Rudolf Stammler (2007).Teoría General del delito, Francesco Carnelutti (2007).La autonomía en la integración política. La autonomía en el

estado moderno. El Estatuto de Cataluña. Textos parlamen-tarios y legales, Eduardo L. Llorens (2008).

El alma de la toga, Ángel Ossorio y Gallardo (2008).La filosofía contemporánea del Derecho y del Estado, Karl

Larenz (2008).Historia de las doctrinas políticas, Gaetano Mosca (2008).El método y los conceptos fundamentales de la Teoría Pura

del Derecho, Hans Kelsen (2009).La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber

(2009).

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COLECCIÓN CLÁSICOS DEL DERECHO

Directores:JOAQUÍN ALMOGUERA CARRERES

GABRIEL GUILLÉN KALLE

LA ÉTICAPROTESTANTE

YEL ESPÍRITU

DEL CAPITALISMO

MAX WEBER

TRADUCIDA POR

LUIS LEGAZ LACAMBRA

PRESENTACIÓN

JESÚS LÓPEZ MEDEL

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Editorial Reus, S. A., para la presente ediciónPreciados, 23 - 28013 MadridTfno.: (34) 91 521 36 19 - (34) 91 522 30 54Fax: (34) 91 531 24 08E-mail: [email protected]://www.editorialreus.es

© de la nota de presentación Jesús López Medel

ISBN: 978-84-290-1540-9Depósito Legal: Z. 13-09Diseño de portada: María LaporImpreso en EspañaPrinted in Spain

Imprime: Talleres Editoriales COMETA, S. A.Ctra. Castellón, Km. 3,400 – 50013 Zaragoza

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública otransformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorizaciónde sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitafotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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NOTA PRELIMINAR PARA ESTA EDICIÓN ..........

INTRODUCCIÓN ......................................................

I. EL PROBLEMA ......................................................1. Confesión y estructura social ............................2. El espíritu del capitalismo ................................3. Concepción luterana de la profesión. Tema de

nuestra inestigación............................................

II. LA ÉTICA PROFESIONAL DEL PROTESTAN-TISMO ASCÉTICO................................................1. Los fundamentos religiosos del ascetismo

laico ................................................................2. La relación entre la ascesis y el espíritu capi-

talista ..................................................................

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ÍNDICE

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NOTA PRELIMINAR PARA ESTAEDICIÓN

La editorial Revista de Derecho Privado publicóen Madrid, en el año 1955, este libro de Max Weber,con el título «La ética protestante y el espíritu del ca-pitalismo», traducido por el maestro de filósofo-juris-tas, Luis Legaz Lacambra, Rector, en aquellos años,de la Universidad de Santiago de Compostela. Es unmomento suyo, más reposado y creador, en su obracientífica e intelectual del Derecho, con sus introduc-ciones, tratados, monografías. Y con la experiencia in-usual de quien plenamente dedicado a la docencia, sinembargo, en los Congresos Mundiales de Filosofía delDerecho y Filosofía Social, y de Derecho Internacio-nal de La Haya, pudo seguir directamente la evolu-ción del pensamiento jurídico. Y fue traductor al es-pañol y a otras lenguas de obras del alemán (Kelsen,Sauer, Fischbach, Mayer, Holstein, Weber, Forssthoffy Starck), del italiano (Mosca del Vechhio, Biasutt yGuarneri), del francés (Guetzerchm Ewely), del ingles(Menheim y Gandhi).

Las circunstancias sociopolíticas de España de en-tonces y las concretas de la Ciencia del Derecho Na-tural y de la Sociología y de la Economía, con la apa-rición entre nosotros de la obra de Max Weber, supusola llegada de un aire fresco. Tanto desde el punto devisto ascético-cristiano —católico o protestante— engeneral, como para la reflexión ante aspectos —por al-gunos considerados mixtos— acerca de la organizaciónracional del trabajo y de la producción. Con una cone-xión histórico-espiritualista de la profesión, como una

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óptica o actitud al margen —o además— de lo reli-gioso.

La elección y rúbrica del titulo de la obra para sutraducción por Legaz, fueron hechas por el propio We-ber, quien explica, en una completa «Introducción» quese trata de una recopilación de diversos estudios, enlos que se reflejan, hilvanadas, las dos grandes moti-vaciones que hemos mencionado, en síntesis, en el pá-rrafo anterior. Max Weber detallará su contenido, suscoordenadas y señalará los propios límites y alcancede su obra. Incluso en algún momento apelará al as-pecto pragmático de sus reflexiones teológicas-ascéti-cas. Reconoce, incluso, que ha querido abordar otrosestudios paralelos, como su «Economía y Sociedad»,largamente citado por Legaz en su quinta edición de«Filosofía del Derecho», Barcelona, 1978.

El primer estudio que incorpora a su magna obralo titula «El problema» (págs. 194 y ss.). Alude a las«críticas razonadas», que había producido en su épocapor destacados autores, desde diferentes puntos devista, entre ellos, de Rachfahl, Brentano, Sombart yTroeltsch, tanto en los aspectos sociojurídicos, comoen los teológicos y económicos.

Precisamente, nuestro Ortega y Gasset, que sinduda conoció directamente del alemán los trabajos deMax Weber en las primeras decenas del siglo XX, loelogia en diversos pasajes de sus «Obras Completas».Subraya «sus admirables estudios sobre sociología re-ligiosa»; y «cómo lejos de ser los credos religiosos me-ras consecuencias de la forma económica influyen enésta y a su vez son influidos por aquélla». Por último,termina por calificar a Weber como «uno de los hom-bres más sabios e imparciales de nuestra época, comogran sociólogo y economista». Ortega, que siempre fue

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partidario de la claridad, fue, en este texto, expresiva-mente sincero y rotundo. Y, ahora, con la crisis econó-mica global, podríamos decir que profético.

Esta Nota de Presentación no pretende una glosao comentario a la obra. Ni sería éste su lugar. Pero síhe de recordar, como filósofo y profesional del Dere-cho y discípulo y amigo de Legaz, que la traducciónal castellano tuvo una difusión excepcional en la lite-ratura sociojurídica, económica y teológica de hablahispana. Con una influencia en el pensamiento euro-peo, como puede verse por las numerosas citas a piede página, muy documentadas y de plena actualidad.

Acaso, además, de la profundidad de sus ideas yde su penetración histórica en todos los temas, la ex-plicación de su éxito intelectual pudo deberse a las «cir-cunstancias» de su tiempo, como señalaría el propioOrtega. Y dentro de aquéllas, el momento peculiar enque se debaten el marxismo, el liberalismo y el capi-talismo, en los prolegómenos de la II Guerra Mundial.Pero también, y además en los inicios, con cierta fuerza,de una secularización creciente, que ya es percibida porel propio autor, y que alcanzó no sólo a las distintasmanifestaciones del protestantismo, sino a la IglesiaCatólica, cuya doctrina social de entonces fue ya re-saltada por Max Weber. En las áreas del luteranismo,calvinismo, puritanismo o pietismo, entre otros, el au-tor profundiza no sólo en su historia, con un sentidode transversalidad y con aplicaciones al objeto de «Elproblema», a indagar y a resolver. De otro lado, era elmomento, y así nos lo parece a nosotros, en que, en elfondo, se trataba de superar el historicismo, el forma-lismo y el positivismo jurídico, enquistados en la rea-lidad y en la ciencia. Weber no pretendía ser un mora-lista o un apologeta. Pero en aquella preocupación

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coincidieron —o se autoinfluenciaron— de nuevo MaxWeber y Ortega y Gasset. Basta recordar el texto, en1929, en «¿Qué es filosofía? «(1957), cuando traducíaaquella su posición respecto al historicismo y positi-vismo creciente, y hacia una verdadera llamada: «Esinútil que pretendamos violentar nuestra sensibilidadactual que se resiste a prescindir de ambas dimensio-nes: la temporal y la eterna».

Esas razones, entre otras, quizá fuesen las moti-vaciones de Legaz Lacambra, para ofrecer, entonces, ya través de «Editorial Revista de Derecho Privado»,esta traducción. Con nuevos bríos e impulsos. Cons-cientes —decimos nosotros— de que el conocimiento,lectura y difusión de esta obra de Weber, puede con-tribuir a una clarificación de aquellos problemas de glo-balización, de secularización burocrática, de socializa-ción, con signo populista, y sofisticadamente corruptos,que en tiempos del autor no se daban con los efectosdel presente. En el que se intentaba la realización pro-gresiva de los Derechos Humanos, declarados por Na-ciones Unidas en 1948, en la universalidad de los hom-bres y de los pueblos, para el logro de la libertad, lajusticia y la paz, a través de la educación de calidad ycon participación de los padres. Hoy, cabría añadir, afinales de 2008, que estas páginas debieran ser texto ameditar por los economista, políticos, y juristas preo-cupados por la sobrevivencia o no de un sistema libe-ral-capitalista no radical o su «refundación» (?).

Las reflexiones de Max Weber, nada dogmáticas,pero sí objetivadas científicamente, y con un impresio-nante arsenal ascético, histórico, comparado, vistas enlas primeras décadas del siglo XX tienen actualidad, yrenovado vigor. Como una luz en el túnel del tiempo.Pues bien, además de las mencionadas aportaciones,

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resumimos a continuación, en unos trazos, como pin-celadas, como «perlas preciosas», introductorias a lalectura de la obra traducida, las siguientes:

• educar en la serenidad de una obra reflexiva.• lo reprobable es el descanso en la riqueza («el

descanso del Santo está en la otra vida»).• el capital formado no debiera gastarse inútil-

mente.• aristocratizar el patrimonio burgués.• acción secularizadora de la riqueza.• Tomás de Aquino: el pasaje evangélico del «in-

terés».• la Reforma, inimaginable, sin la evolución per-

sonal de Lutero.• el puritano y el judío.• San Francisco de Asís, ascético del trabajo.• donde la riqueza aumenta, la religiosidad dismi-

nuye.• el espíritu ascético cristiano engendra los ele-

mentos constitutivos del moderno espíritu capi-talista sobre la vida profesional (incluso sin raízreligiosa).

• los monjes abandonaron las celdas monásticaspar una vida profesional.

• el ascetismo transforma el mundo y se realiza enel mundo.

Aunque otras teorías están surgiendo con poste-rioridad —como la de Ulbrich Beck, sobre la sociedaddel riesgo, en cuanto fórmula de identidad del mundomoderno— no será fácil desplazar el pensamiento deMax Weber, al partir de un análisis profundo de unahistoria ascético-religiosa, que trasciende al mundo deltrabajo, de la economía, de la profesión, incluso a laEducación y al Derecho siempre sobre una base etica.

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Así lo vio Legaz Lacambra, en 1955, y los hoy reeditores. Personalmente esta «vuelta» de Max Weber, a nosotros da motivo, a su vez, de rememoraral traductor, «maestro de filósofo-juristas —casi hoyun desconocido—» y quien, junto a una concepción es-piritualista del Derecho y de la Justicia, supo valorarlos elementos socioeconómicos dentro de un huma-nismo que está impregnado de los aspectos ascéticos-religiosos en la organización racional del trabajo, de laeconomía y de la profesión.

JESÚS LÓPEZ MEDEL

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INTRODUCCIÓN

Cuando un hijo dé la moderna civilización euro-pea se dispone a investigar un problema cualquiera dela historia universal, es inevitable y lógico que se loplantee desde el siguiente punto de vista: ¿qué serie decircunstancias han determinado que precisamente sóloen Occidente hayan nacido ciertos fenómenos cultura-les, que (al menos, tal como solemos representárnos-los) parecen marcar una dirección evolutiva de univer-sal alcance y validez?

Sólo en Occidente hay «ciencia» en aquella fasede su evolución que reconocemos como «válida» ac-tualmente. A no dudarlo, también en otras partes (In-dia, China, Babilonia, Egipto) ha habido conocimien-tos empíricos, meditación sobre los problemas delmundo y de la vida, filosofía de matices racionalistasy aun teológicos (aun cuando la elaboración de una teo-logía sistemática haya sido más bien la obra del cris-tianismo, influenciado por el espíritu helénico; en elIslam y en algunas sectas indias sólo se encuentran atis-bos), conocimientos y observaciones tan profundascomo agudas. Pero a la astronomía de los babilo-nios, como a cualquier otra, le faltó la fundamentaciónmatemática, que los helenos fueron los primeros endarle (aun cuando eso mismo hace tanto más asom-broso el desenvolvimiento alcanzado por la astrología,sobre todo entre los babilonios). A la geometría le faltóla «demostración» racional, que también fue productodel espíritu helénico, el primero igualmente en crear la

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mecánica y la física. Las ciencias naturales indias ca-recieron de la experimentación racional (producto delRenacimiento, salvando algunos fugaces atisbos de laAntigüedad) y del moderno laboratorio; por eso, la me-dicina (tan desarrollada en la India en el orden empí-rico-técnico) careció de todo fundamento biológico ybioquímico, singularmente. Ninguna civilización no oc-cidental ha conocido la química racional. A la historio-grafía china, que alcanzó amplios desenvolvimientos,le falta el pragma tucididiano. Maquiavelo tuvo pre-cursores en la India; pero a la teoría asiática del Es-tado le falta una sistematización semejante a la aristo-télica y toda suerte de conceptos racionales. Fuera deOccidente no existe una ciencia jurídica racional, a pe-sar de todos los indicios que puedan encontrarse en laIndia (Escuela de Mimamsa), a pesar de todas las am-plias codificaciones y de todos los libros jurídicos, in-dios o no, puesto que faltaban los esquemas y catego-rías estrictamente jurídicas del Derecho romano y detodo el Derecho occidental amamantado por él. Algosemejante al Derecho canónico no se conoce fuera deOccidente.

Lo mismo ocurre con el arte. Parece ser que eloído musical estuvo mucho más finamente desarrolladoen otros pueblos que actualmente entre nosotros o, entodo caso, no era menos fino que el nuestro. Todos lospueblos conocían la polifonía, la instrumentación, losdistintos compases, y, como nosotros, conocían y com-binaban los intervalos tónicos racionales; pero sólo enOccidente ha existido la música armónica racional(contrapunto, armonía), la composición musical sobrela base de los tres tritonos y la tercera armónica, nues-tra cromática y nuestra enarmonía (que sólo a partirdel Renacimiento han sido conocidas racionalmente

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como elementos de la armonización), nuestra orquestacon su cuarteto de cuerda como núcleo y la organiza-ción del conjunto de instrumentos de viento, el bajofundamental, nuestro pentagrama (que hace posible lacomposición y ejecución de las modernas obras musi-cales y asegura, por tanto, su duración en el tiempo),nuestras sonatas, sinfonías y óperas (a pesar de quesiempre ha habido música de programa y de que todoslos músicos han empleado como medio de expresiónmusical el matizado, la alteración de tonos, la cromá-tica) y, como medios de ejecución, nuestros instrumen-tos básicos: órgano, piano y violines.

El arco en ojiva se conoció en la Antigüedad y enAsia cono motivo decorativo; al parecer, también enOriente se conocía la bóveda ojival esquifada. Perofuera de Occidente no se conoce la utilización racio-nal de la bóveda gótica como medio de distribuir y abo-vedar espacios libremente construídos y, sobre todo,como principio constructivo de grandes edificacionesmonumentales y como fundamento de un estilo aplica-ble por igual a la escultura y la pintura, como supo crearlo la Edad Media. Y también falta (a pesar de queel Oriente había suministrado los fundamentos técni-cos) aquella solución al problema de las cúpulas y aque-lla especie de «clásica» racionalización de todo el arto.(debida en la pintura a la utilización de la perspectivay la luz), que creó entre nosotros el Renacimiento. EnChina hubo productos del arte tipográfico; pero sóloen Occidente ha nacido una literatura impresa, desti-nada a la impresión y sólo viable por ella: la «prensa»y las «revistas». En China y en el Islam ha habido Es-cuelas Superiores de todo linaje, incluso con la má-xima semejanza a nuestras Universidades y Academias.Pero el cultivo sistematizado y racional de las especia-

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lidades cientificas, la formación del «especialista»como elemento dominante de la cultura, es algo quesólo en Occidente ha sido conocido Producto occiden-tal es también el funcionario especializado, piedra an-gular del Estado moderno y de la moderna economíaeuropea; fuera de Occidente, el funcionario especiali-zado no ha tenido jamás una tan fundamental impor-tancia para el orden social. Es claro que el «funciona-rio», incluso el funcionario especializado, es unproducto antiquísimo de las más diversas culturas. Peroningún país ni ninguna época se ha visto tan inexora-blemente condenado como el Occidente a encasillartoda nuestra existencia, todos los supuestos básicos deorden politico, económico y técnico de nuestra vida enlos estrechos. moldes de una organización de funcio-narios especializados, de los funcionarios estatales, téc-nicos, comerciales y especialmente jurídicos, como ti-tulares de las funciones más importantes de la vidasocial.

También ha estado muy extendida la organizaciónestamentaria de las corporaciones políticas y sociales;pero sólo Europa ha conocido el Estado estamentario:rer et regnum, en sentido occidental. Y, desde luego,sólo el Occidente ha creado parlamentos con «repre-sentantes del pueblo» periódicamente elegidos, con de-magogos y gobierno de los líderes como ministros res-ponsables ante el parlamento: aun cuando es naturalque en todo el mundo ha habido «partidos» en el sen-tido de organizaciones que aspiraban a conquistar o, almenos, influir en el poder. También el Occidente es elúnico que ha conocido el «Estado» como organizaciónpolítica, con una «constitución» racionalmente estable-cida, con un Derecho racionalmente estatuido y una ad-ministración por funcionarios especializados guiada por

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reglas racionales positivas: las «leyes»; fuera de Occi-dente, todo esto se ha conocido de modo rudimentario,pero siempre faltó esta esencial combinación de los ele-mentos característicos decisivos.

Y lo mismo ocurre con el poder más importantede nuestra vida moderna: el capitalismo.

«Afán de lucro», «tendencia a enriquecerse», so-bre todo a enriquecerse monetariamente en el mayorgrado posible, son cosas que nada tienen que ver conel capitalismo. Son tendencias que se encuentran porigual en los camareros, los médicos, los cocheros, losartistas, las cocottes, los funcionarios corruptibles, losjugadores, los mendigos, los soldados, los ladrones, loscruzados: en all sorts and conditions of men, en todaslas épocas y en todos los lugares de la tierra, en todacircunstancia que ofrezca una posibilidad objetiva delograr una finalidad de lucro. Es preciso, por tanto,abandonar de una vez para siempre un concepto tanelemental e ingenuo del capitalismo, con el que nadatiene que ver (y mucho menos con su «espíritu») la«ambición», por ilimitada que ésta sea; por el contra-rio, el capitalismo debería. considerarse precisamentecomo el freno o, por lo menos, como la moderaciónracional de este impulso irracional lucrativo. Cierta-mente, el capitalismo se identifica con la aspiración ala ganancia lograda con el trabajo capitalista incesantey racional, la ganancia siempre renovada, a la «renta-bilidad». Y así tiene que ser; dentro de una ordenacióncapitalista de la economía, todo esfuerzo individual noenderezado a la probabilidad de conseguir una renta-bilidad está condenado al fracaso.

Comencemos por definir con alguna mayor pre-cisión de lo que suele hacerse de ordinario. Para nos-otros, un acto de economía «capitalista» significa un

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acto que descansa en la expectativa de una gananciadebida al juego de recíprocas probabilidades de cam-bio; es decir, en probabilidades (formalmente) pacífi-cas de lucro. El hecho formal y actual de lucrarse oadquirir algo por medios violentos tiene sus propiasleyes, y en todo caso no es oportuno (aunque no sepueda prohibir) colocarlo bajo la misma categoría quela actividad orientada en último término hacia la pro-babilidad de obtener una ganancia en el cambio (1).Cuando se aspira de modo racional al lucro de tipo ca-pitalista, la actividad correspondiente se basa en uncálculo de capital; es decir, se integra en una serie pla-nificada de prestaciones útiles reales o personales,como medio adquisitivo, de tal suerte que, en el ba-lance final, el valor de los bienes estimables en dinero(o el valor de estimación periódicamente calculado dela riqueza valorable en dinero de una empresa esta-ble), deberá exceder al «capital», es decir, al valor de

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(1) En este y en algunos otros puntos me separo de mi veneradomaestro Lujo BRENTANO (en la obra que más tarde citaré). Discrepo deél, en primer lugar, en la terminología; pero también mantengo otras dis-crepancias objetivas. No me parece oportuno inordinar en la misma ca-tegoría cosas tan heterogéneas como el lucro obtenido por explotación yel provecho que rinde la dirección de una fabrica, y mucho menos aúndesignar como «espíritu» del capitalismo —en oposición a otras formasde lucro— toda aspiración a la adquisición de. dinero, porque, a mi jui-cio, con lo segundo see pierde toda precisión en los conceptos y con loprimero la posibilidad de destacar lo específico del capimtalismo occi-dental frente a otras formas capitalistas. También G. SIMMEL, en su Phi-losophie des Geldes (Filosofía del dinero) equipara demasiado los téri-nos «economía dineraria» y «capitalismo», lo cual va en perjuicio de supropia exposición objetiva. En los escritos de W. SOMBART, especialmenteen la última edición de su hermosa gran obra sobre el capitalismo, lo es-pecífico de Occidente, a saber, la organización racional del trabajo (lomás interesante para el problema desde mi punto de vista) aparece bas-tante pospuesto a favor de aquellos otros factores de la evolución que sehan presentado siempre en el mundo.

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estimación de los medios adquisitivos reales que seemplearon para la adquisición por cambio (debiendo,por tanto, aumentar continuamente con la vida de laempresa). Ya se trate de mercancías in natura entre-gadas en consignación a un comerciante en viaje, cuyoproducto puede consistir a su vez en otras mercancíasin natura; o de una fábrica cuyos edificios, máquinasy existencias en dinero, materias primas y productosfabricados o a medio fabricar representan créditos alos que corresponden sus respectivas obligaciones, lodecisivo en todo caso es el cálculo realizado con elcapital en metálico, ya por medio de la moderna con-tabilidad o del modo más primitivo y rudimentario quese quiera: al comenzar la empresa se hará un presu-puesto inicial; se realizarán otros cálculos antes de em-prender ciertas acciones, otros posteriores al controlary examinar la conveniencia de las mismas, y al finalde todo se hará una liquidación, que establecerá la «ga-nancia». El presupuesto inicial de una consignación,por ejemplo, consiste en determinar el valor dinerarioconvencional de los bienes entregados (si no consis-ten ya éstos en dinero) y su liquidación será la eva-luación final que servirá de base al reparto de las pér-didas y las ganancias; y en cada acción concreta queemprenda el consignatario, si obra racionalmente, ha-brá un cálculo previo. Hay veces, ciertamente, en quefalta todo cálculo y estimación exactos, procediéndosepor evaluaciones aproximativas o de modo puramentetradicional y convencional, y esto ocurre en toda formade empresa capitalista, incluso en la actualidad, siem-pre que las circunstancias no obligan a realizar cálcu-los exactos; pero esto no afecta a la esencia, sino so-lamente al grado de racionalidad de la actividadcapitalista.

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Lo que nos interesa señalar es que lo decisivo dela actividad económica consiste en guiarse en todo mo-mento por el cálculo del valor dinerario aportado y elvalor dinerario obtenido al final, por primitivo que seael modo de realizarlo. En este sentido, ha habido «ca-pitalismo» y «empresas capitalistas» (incluso con rela-tiva racionalización del cálculo del capital) en todoslos países civilizados del mundo, hasta donde alcanzannuestros conocimientos: en China, India, Babilonia,Egipto, en la Antigüedad helénica, en la Edad media yen la moderna; y no sólo empresas aisladas, sino eco-nomías que permitían el continuo desenvolvimiento denuevas empresas capitalistas e incluso «industrias» es-tables (a pesar de que precisamente el comercio noconstituía una empresa estable, sino una suma de em-presas aisladas, y sólo paulatinamente, y por ramas, sefue trabando en conexión orgánica en la actividad delos grandes comerciantes). En todo caso, la empresacapitalista y el empresario capitalista (y no como em-presario ocasional, sino estable) son producto de lostiempos más remotos y siempre se han hallado univer-salmente extendidos.

Ahora bien, en Occidente, el capitalismo tiene unaimportancia y unas formas, características y direccio-nes que no se conocen en ninguna otra parte. En todoel mundo ha habido comerciantes: al por mayor y alpor menor, locales e interlocales, negocios de présta-mos de todas clases, bancos con diversas funciones(pero siempre semejantes en lo esencial a las que te-nían en nuestro siglo XVI); siempre han estado tam-bién muy extendidos los empréstitos navales, las con-signaciones, los negocios y asociaciones comanditarias.Siempre que ha habido haciendas dinerarias de las cor-poraciones públicas, ha aparecido el capitalista que

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—en Babilonia, Grecia, India, China, Roma....— prestasu dinero para la financiación de guerras y piraterías,para suministros y construcciones de toda clase; o queen la política ultramarina interviene como empresariocolonial, o como comprador o cultivador de plantacio-nes con esclavos o trabajadores apresados directa o in-directamente; o que arrienda grandes fincas, cargos o,sobre todo, impuestos; o se dedica a subvencionar alos jefes de partido con finalidades electorales o a loscondotieros para promover guerras civiles; o que, enúltimo término, interviene como «especulador» en todasuerte de aventuras financieras. Este tipo de empresa-rio, el «capitalista aventurero», ha existido en todo elmundo. Sus probabilidades (con excepción de los ne-gocios crediticios y bancarios, y del comercio) eransiempre de carácter irracional y especulativo; o bien sebasaban en la adquisición por medios violentos, yafuese el despojo realizado en la guerra en un momentodeterminado, o el despojo continuo y fiscal explotandoa los súbditos.

El capitalismo de los fundadores, el de todos losgrandes especuladores, el colonial y el financiero, enla paz, y más que nada el capitalismo que especula conla guerra, llevan todavía impreso este sello en la rea-lidad actual del Occidente, y hoy como antes, ciertaspartes (sólo algunas) del gran comercio internacionalestán todavía próximas a ese tipo de capitalismo. Perohay en Occidente una forma de capitalismo que no seconoce en ninguna otra parte de la tierra: la organiza-ción racional-capitalista del trabajo formalmente libre.En otros lugares no existen sino atisbos, rudimentos deesto. Aun la organización del trabajo de los siervos enlas, plantaciones y en los ergástulos de la Antigüedadsólo alcanzó un grado relativo de racionalidad, que fue

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todavía menor en el régimen de prestaciones persona-les o en las fábricas sitas en patrimonios particulareso en las industrias domésticas de los terratenientes, queempleaban el trabajo de sus siervos o clientes, en la in-cipiente Edad moderna. Fuera de Occidente sólo se en-cuentran auténticas «industrias domésticas» aisladas,sobre la base del trabajo libre; y el empleo universalde jornaleros no ha conducido en ninguna parte, salvoexcepciones muy raras y muy particulares (y, desdeluego, muy diferentes de las modernas organizacionesindustriales, consistentes sobre todo en los monopoliosestatales), a la creación de manufacturas, ni siquiera auna organización racional del artesano como existió enla Edad media. Pero la organización industrial racio-nal, la que calcula las probabilidades del mercado y nose deja llevar por la especulación irracional o política,no es la manifestación única del capitalismo occiden-tal. La moderna organización racional del capitalismoeuropeo no hubiera sido posible sin la intervención dedos elementos determinantes de su evolución: la sepa-ración de la economía doméstica y la industria (quehoy es un principio fundamental de la actual vida eco-nómica) y la consiguiente contabilidad racional. Enotros lugares (así, el bazar oriental o los ergástulos deotros países) ya se conoció la separación material dela tienda o el taller y la vivienda; y también en el Asiaoriental, en Oriente y en la Antigüedad se encuentranasociaciones capitalistas con contabilidad propia. Perotodo eso ofrece carácter rudimentario comparado conla autonomía de los modernos establecimientos indus-triales, puesto que faltan por completo los supuestosde esta autonomía, a saber, la contabilidad racional yla separación jurídica entre el patrimonio industrial y los patrimonios personales; o caso de darse, es con

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carácter completamente rudimentario (2). En otras par-tes, la evolución se ha orientado en el sentido de quelos establecimientos industriales se han desprendido deuna gran economía doméstica (del «Oikos») real o se-ñorial; tendencia ésta que, como ya observó Rodber-tus, es directamente contraria a la occidental, pese asus afinidades aparentes.

En la actualidad, todas estas características del ca-pitalismo occidental deben su importancia a su cone-xión con la organización capitalista del trabajo. Lomismo ocurre con la llamada «comercialización», conla que guarda estrecho vínculo el desarrollo adquiridopor los títulos de crédito y la racionalización de la es-peculación en las Bolsas; pues sin organización capi-talista del trabajo, todo esto, incluso la tendencia a lacomercialización (supuesto que fuese posible), no ten-

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(2) Naturalmente, la antítesis no debe entenderse de modo dema-siado radiml. El capitalismo orientado m sentido político (especialmente,el dedicado al arriendo de impuestos) engendró ya en la antigüedad clá-sica y oriental (incluso en China e India) ciertas formas racionales de in-dustrias estables, cuya contabilidad (que sólo conocemos muy fragmen-taria y defectuosamente) tuvo seguramente carácter «racional». Elcapitalismo «aventurero» orientado a la política guarda conexiones his-tóricas íntimas con el capitalismo industrial racional, como lo demues-tra, por ejemplo, el origen de los bancos, debido en la mayoría de los ca-sos a negocios políticos realizados con motivo de guerras; así, el Bancode Inglaterra; esto se puso de relieve m la oposición de la individualidadde Paterson —un típico promoter— con los miembros del Directorio quedeterminaron su constante actitud y que pronto fueron calificados comothe Puritan usurert of Grocers’ Hall, y también en el fracaso de la polí-tica financiera de tan «solidísimo» Banco, al crearse la Fundación South-Sea. La antítesis, pues, no es rígida; pero existe, en todo caso. Ningunode los grandes promoters y financiers ha sabido crear organizaciones ra-cionales de trabajo, como tampoco supieron hacerlo los representantestípicos del capitalismo financiero y político: los judíos (siempre hablandoen general, y salvando excepciones aisladas); eso fue la obra de un tipodistinto de gentes.

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dría ni remotamente un alcance semejante al que hoytiene. Un cálculo exacto —fundamento de todo lo de-más— sólo es posible sobre la base del trabajo libre;y así como —y porque— el mundo no ha conocidofuera de Occidente una organización racional del tra-bajo, tampoco —y por eso mismo— ha existido un so-cialismo racional. Ciertamento, lo mismo que el mundoha conocido la economía ciudadana, la política muni-cipal de abastecimientos, el mercantilismo y la políticaprovidencialista de los reyes absolutos, les raciona-mientos, la economía planificada, el proteccionismo, yla teoría del laissez faire (en China), también ha cono-cido economías comunistas y socialistas de distintotipo: comunismo familiar, religioso o militar, socia-lismo de Estado (en Egipto), monopolio de los cartelsy organizaciones consumidoras de la más variada ín-dole. Pero, del mismo modo que fuera de Occidentefaltan los conceptos de «burgués» y de «burguesía» (apesar de que en todas partes ha habido privilegios mu-nicipales para el comercio, gremios, guildas y todaclase de distinciones jurídicas entre la ciudad y elcampo en las formas más variadas), así también fal-taba el «proletariado» como clase; y tenía que faltar,precisamente porque faltaba la organización racionaldel trabajo libre como industria. Siempre ha habido «lu-cha de clases» entre deudores y acreedores, entre lati-fundistas y desposeídos, entre el siervo de la gleba yel señor de la tierra, entre el comerciante y el consu-midor o el terrateniente; pero la lucha tan caracterís-tica de la Edad media occidental entre los trabajadoresa domicilio y los explotadores de su trabajo, apenas siha sido presentida en otras partes. Y sólo en Occidentese da la moderna oposición entre el empresario engrande y el jornalero libre; por eso, en ninguna otra

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parte ha sido posible el planteamiento de un problemade la índole del que caracteriza la existencia del socia-lismo.

Por tanto, en una historia universal de la cultura,y desde el punto de vista puramente económico, el pro-blema central no es, en definitiva, el del desarrollo dela actividad capitalista (sólo cambiante en la torna),desde el tipo de capitalista aventurero y comercial, delcapitalismo que especula con la guerra, la política y laadministración, a las formas actuales de economía ca-pitalista; sino más bien el del origen del capitalismoindustrial burgués con su organización racional del tra-bajo libre; o, en otros términos, el del origen de la bur-guesía occidental con sus propias características, quesin duda guarda estrecha conexión con el origen de laorganización capitalista del trabajo, aun cuando, natu-ralmente, no es idéntica con la misma; pues antes deque se desarrollase el capitalismo occidental ya había«burgueses», en sentido estamentario (pero obsérveseque sólo en Occidente). Ahora bien, el capitalismo mo-derno ha sido grandemente influenciado en su desarro-llo por los avances de la técnica; su actual racionali-dad hállase esencialmente condicionada por lasposibilidades técnicas de realizar un cálculo exacto; esdecir, por las posibilidades de la ciencia occidental, es-pecialmente de las ciencias naturales exactas y racio-nales, de base matemática y experimental. A su vez, eldesarrollo de estas ciencias y de la técnica basada enellas debe grandes impulsos a la aplicación que, conmiras económicas, hace de ellas el capitalista, por lasprobabilidades de provecho que ofrece. También losindios calcularon con unidades, cultivaron el álgebra einventaron el sistema de los números de posición, queen Occidente se puso inmediatamente al servicio del

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incipiente capitalismo; y, sin embargo, no supieroncrear las modernas formas de calcular y hacer balan-ces. El origen de la matemática y la mecánica no fuecondicionado por intereses capitalistas, pero la aplica-ción técnica de los conocimientos científicos (lo deci-sivo para el orden de vida de nuestras masas) sí queestuvo, desde luego, condicionado por el resultado eco-nómico aspirado en Occidente precisamente por esemedio; y ese resultado se debe justamente a las carac-terísticas del orden social occidental. Por tanto, habráque preguntarse a qué elementos de esas característi-cas, puesto que, sin duda, todas no poseían la mismaimportancia. Por de pronto, cabe citar éste: la índoleracional del Derecho y la administración; pues el mo-derno capitalismo industrial racional necesita tanto delos medios técnicos de cálculo del trabajo, como de.unDerecho previsible y una administración guiada por re-glas formales; sin esto, es posible el capitalismo aven-turero, comercial y especulador, y toda suerte de capi-talismo político, pero es imposible la industria racionalprivada con capital fijo y cálculo seguro. Pues bien,sólo el Occidente ha puesto a disposición de la vidaeconómica un Derecho y una administración dotadosde esta perfección formal técnico-jurídica. Por eso espreciso preguntarse: ¿a qué se debe la existencia de talDerecho? No hay duda que, en otras circunstancias, losintereses capitalistas contribuyeron a allanar el caminoa la dominación de los juristas (educados en el Dere-cho racional) en la esfera de la justicia y la adminis-tración, pero no constituyeron en modo alguno el fac-tor único o dominante. Y, en todo caso, tal Derecho noes un producto de aquellos intereses. Otras fuerzas fue-ron operantes en esta evolución; pues, ¿por qué los in-tereses capitalistas no actuaron en el mismo sentido en

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China? ¿Por qué no orientaron el desarrollo científico,artístico, político o económico por el mismo caminode la racionalización que es propio de Occidente?

Es evidente que, en todos estos casos, se trata deun «rationalismo» específico y peculiar de la civiliza-ción occidental. Ahora bien, bajo estas dos palabraspueden entenderse cosas harto diversas, como habráocasión de poner de relieve en las páginas siguientes.Hay, por ejemplo, «racionalizaciones» de la contem-plación mística (es decir, de una actividad que, vistadesde otras esferas vitales, constituye algo específica-mente «irracional»), como las hay de la economía, dela técnica, del trabajo científico, de la educación, de laguerra, de la justicia y de la administración. Además,cada una de estas esferas puede ser «racionalizada»desde distintos puntos de vista, y lo que desde uno seconsidera «racionar», parece «irracional» desde otro.Procesos de racionalización, pues, se han realizado entodas partes y en todas las esferas de la vida. Lo ca-racterístico de su diferenciación histórica y cultural esprecisamente cuáles de estas esferas, y desde qué puntode vista, fueron racionalizadas en cada momento. Portanto, lo primero que interesa es conocer las caracte-rísticas peculiares del racionalismo occidental, y, den-tro de éste, del moderno, explicando sus orígenes. Estainvestigación ha de tener en cuenta muy principalmentelas condiciones económicas, reconociendo la importan-cia fundamental de la economía; pero tampoco deberáignorar la relación causal inversa: pues el racionalismoeconómico depende en su origen tanto de la técnica yel Derecho racionales como de la capacidad y aptitudde los hombres para determinados tipos de conductaracional. Cuando esta conducta tropezó con obstáculospsicológicos, la racionalización de la conducta econó-

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mica hubo de luchar igualmente con la oposición deciertas resistencias internas. Entre los elementos for-mativos más importantes de la conducta se cuentan, enel pasado, la fe en los poderes mágicos y religiosos yla consiguiente idea del deber ético. A su debido tiempohablaremos de esto con la extensión precisa.

Consta este libro de dos trabajos escritos hace al-gún tiempo, que intentan arrimarse en un punto con-creto de gran importancia a la médula más difícilmenteaccesible del problema: determinar la influencia deciertos ideales religiosos en la formación de una «men-talidad económica», de un «ethos» económico, fiján-donos en el caso concreto de las conexiones de la éticaeconómica moderna con la ética racional del protes-tantismo ascético. Por tanto, nos limitamos a exponeraquí uno de los aspectos de la relación causal. Los tra-bajos subsiguientes sobre la «ética económica» de lasreligiones aspiran a exponer los dos aspectos de dicharelación (en cuanto que ello es necesario para encon-trar el punto de comparación con la evolución occiden-tal que ulteriormente se analiza), poniendo de relievelas conexiones que las más importantes religiones ha-bidas en el mundo guardan con la economía y la es-tructura social del medio en que nacieron; pues sóloasí es posible declarar qué elementos de la ética eco-nómica religiosa occidental son imputables causal-mente a dichas circunstancias sociológicas, propias deOccidente y no de otra parte. Estos trabajos, pues, nopretenden constituir un análisis amplio o esquemáticode la civilización, sino que se limitan de propósito amarcar lo que en cada cultura está y estuvo en oposi-ción con la civilización occidental, eligiendo algunospuntos de vista que nos parecen de especial interés; yno parece posible seguir otro procedimiento para rea-

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lizar nuestro propósito. Pero, con el fin de evitar equí-vocos, hemos de insistir en esta limitación del fin quenos proponemos. Todavía hay otro aspecto sobre el queconviene mucho precaver al desorientado, acerca delalcance de este trabajo. El sinólogo, el egiptólogo, elsemitista, el indólogo, nada encontrarán en él de nuevo,naturalmente; a lo que aspiramos es a que no encuen-tre en nuestro asunto algo esencial que él considere po-sitivamente falso. El autor no puede saber hasta quépunto ha logrado acercarse siquiera a este ideal, encuanto que ello es posible a quien no es un especia-lista en la materia. Bien se comprende que quien tieneque recurrir a traducciones, y que en lo no traducidoha de guiarse al valorar y utilizar las fuentes documen-tales, literarias o monumentales por la bibliografía delos especialistas, en continua controversia entre ellosmismos, y sin poder juzgar por cuenta propia acercade su valor, tiene harto motivo para sentirse más quemodesto sobre el valor de su aportación; tanto máscuanto que todavía es muy pequeña (sobre todo por re-lación a China) la cantidad de traducciones de las«fuentes» efectivas (documentos, inscripciones), prin-cipalmente habida cuenta de lo mucho más que existey tiene importancia. La consecuencia es el valor pura-mente provisional de estos trabajos, sobre todo en lorelativo a Asia (3). Sólo a los especialistas correspondeemitir el juicio definitivo. Pero si nos hemos lanzadoa escribirlos, ha sido precisamente porque nunca lo hanhecho los especialistas con esta específica finalidad ydesde este específico punto de vista en que lo hacemosnosotros. Por lo mismo, son trabajos destinados a ser

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(3) El conjunto de mis conocimientos hebraicos es también muydeficiente.

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«superados» en mayor medida y más hondo sentido delo que hasta ahora es corriente en la literatura cientí-fica. Por otra parte, en ellos no ha sido posible evitar(por lamentable que sea) la continua irrupción, para fi-nes comparativos, en otras especialidades; pero, ya quehubo necesidad de hacerlo, precisa deducir la conse-cuencia de una previa y abnegada resignación ante elposible resultado. El especialista cree que hoy es po-sible prescindir o degradar a la categoría de «trabajosubalterno», bueno para aficionados, toda moda o en-sayismo. Sin embargo, casi todas las ciencias debenalgo a los diletantes, incluso, en ocasiones, puntos devista valiosos y acertados. Pero el diletantismo comoprincipio de la ciencia, sería su fin. Quien quiera «vercosas» que vaya al cine: allí se las presentarán a todopasto, incluso en forma literaria, precisamente sobrelos problemas a que nos referimos (4). Desde luego,una mentalidad semejante está radicalmente alejada delos sobrios propósitos de nuestro estudio, puramenteempírico. También podría añadir que quien desee «ser-mones» que vaya a los conventículos. No pensamosdedicar una sola palabra a discutir qué relación de va-lor existe entre las distintas culturas estudiadas com-parativamente. Eso no quiere decir que el hombre quese ocupa de tales problemas, que marcan la trayecto-ria seguida por los destinos de la humanidad, se sientaindiferente y frío; pero hará bien, sin embargo, en guar-dar para sí sus pequeños comentarios personales, como

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(4) No necesito decir que no me refiero a investigaciones como,por ejemplo, la de JASPERS (en su libro Psychologie der Weltanschauun-gen —Psicología de las concepciones el mundo—, 1919) o KLAGES (ensu Charakterologie) y otros estudios semejantes, cuyo punto de partidaes ya la primera nota diferencial respecto a nuestra investigación. No eséste el lugar paraa una discusión con ellos.

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se los guarda cuando contempla el mar o la montaña,a no ser que se sienta dotado de formación artística ode don profético. En casi todos los otros casos, el re-currir de continuo a la «intuición» suele no indicar sinoun acercamiento al objeto, que ha de juzgarse delmismo modo que la actitud análoga ante los hombres.

Necesitamos justificar ahora por qué no hemos uti-lizado la investigación etnográfica, como parecía in-eludible dado el actual estado de la misma, sobre todopara exponer de modo más completo la religiosidadasiática. Pero la capacidad humana de trabajo tiene suslímites; y, sin embargo, precisamente aquí había quereferirse a las conexiones de la ética religiosa de aque-llas capas sociales que, en cada país, encarnaban la cul-tura respectiva; y de lo que se trata precisamente es delas influencias ejercidas por su conducta, influenciascuyas características sólo pueden ser captadas confron-tándolas con el hecho etnográfico-folklórico. Confese-mos, pues, e insistimos en ello, que nuestro trabajo pre-senta aquí una laguna, contra la que el etnógraforeclamará con plena razón. En algún trabajo sistemá-tico sobre sociología de las religiones espero podercompensar en parte esta laguna; pero, de intentarloaquí, hubiera sobrecargado con mucho el espacio deque dispongo para este trabajo, de fines mucho másmodestos; y me he conformado con poner de relievedel modo más hacedero posible los puntos de compa-ración con nuestras religiones occidentales.

Finalmente, he de decir también algo sobre el as-pecto antropológico del problema. Si sólo en Occidente(incluso en aquellas esferas de la conducta que se des-envuelven con aparente independencia recíproca) en-contramos determinados tipos de racionalización, pa-rece que hay que suponer que el fundamento de hecho

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se encuentra en determinadas cualidades hereditarias.El autor declara que se halla dispuesto a justipreciarmuy alto el valor de la herencia biológica; pero, aunreconociendo las importantes aportaciones realizadaspor la investigación antropológica, confiesa que no havisto ningún camino que le permita comprender ni aunindicar aproximadamente el cómo, el cuánto y el dóndede su participación en el proceso investigado. Tendráque ser precisamente uno de los temas de todo trabajosociológico e histórico descubrir en la medida de loposible las influencias y conexiones causales explica-bles de modo satisfactorio por el modo de reaccionarante el destino y el medio. Entonces cabrá esperar re-sultados satisfactorios incluso para el problema que nosocupa, y mucho más cuando la neurología y la psico-logía comparada de las razas, ya hoy prometedoras, sal-gan de la fase inicial en que aún se encuentran (5).Mientras tanto, creo que falta la base, y toda alusión ala «herencia» me parecería renunciar al conocimiento,quizá ya hoy posible, y desplazar el problema a facto-res todavía desconocidos.

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(5) La misma opinión me manifestó hace años un eminente psi-quiatra.

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