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SEMINARIO DIOCESANO DE CAMPECHE “SAN JOSÉ”
MISIONOLOGÍA PBRO. EFRAÍN ROSALES CENTENO SEM. JULIO CÉSAR HDEZ., RAMÍREZ 3º. TEOLOGÍA26/NOV/2013
NUESTRA DIÓCESIS DE CAMPECHE DESDE LA CARTA ENCÍCLICA REDEMPTORIS MISSIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
Después de leer la carta Encíclica quisiera resaltar aquí lo que considero ha dejado
en mí, no solo como lector, sino como hombre de fe y miembro de la Iglesia, pero
sobretodo peregrino en ésta nuestra querida Diócesis de Campeche. Su realidad social,
política y económica se torna más difíciles, y afecta en gran medida esa búsqueda
incansable del hombre por encontrar la verdad dejándose llevar por las verdades relativas y
superficiales dejándolo más insatisfecho y vacío de sí mismo y de Dios.
“La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse”
(RM 1). Con estas palabras introduce el papa Juan Pablo II esta carta encíclica y ayer como
hoy esas palabras resuenan con mayor algazara en nuestra realidad Diocesana.
Los pasados días 21, 22 y 23 de noviembre hemos sido testigos de la gran tarea que
aún falta por emprender. Repetidas veces hemos levantado la voz manifestando nuestra
inconformidad o nuestros juicios negativos de lo que se hace o no se hace. Sin embargo,
urge, no hombres que abren sus labios y endurecen su corazón para desacreditar lo que
tímidamente se quiere realizar con el fin de continuar la obra que Cristo ha encomendado a
su Iglesia, sino valientes testigos que iluminados por el Espíritu se pongan en camino para
continuar la obra que Cristo ha encomendado a su Iglesia.
Si levantáramos la mirada y nos detuviéramos a contemplar con fe nuestra realidad
diocesana detenida en el vaivén de las sectas y de grupos que se han encargado de apalear
esa chispa de fe y alimentar a nuestra gente con falsas ilusiones de justicia, seguridad, paz y
felicidad, entonces comprenderíamos la urgencia que tiene el realizar la misión que nos
atañe a todos y levantar la voz -quizás con timidez pero con gozo- hacia Aquel que jamás
desoye la súplica de su pueblo, para implorar su gracia.
¡Pastores, fieles, solo en la fe se comprende y se fundamenta la misión! (RM 4).
¿Cómo dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de la
humanidad hacia el misterio de Cristo, si nuestra fe no tiene su raíz en Él? Nuestro mayor
pecado, hoy, en la Iglesia que peregrina en Campeche, no es ni serán el problema del
método empleado o lo efímero de nuestros proyectos, sino que, arrastrados por nuestros
intereses egocéntricos, o porque no, por el materialismo, vivimos nuestra fe en Jesucristo
rebajándola a una sabiduría meramente humana o ciencia del bien vivir (Cfr. RM 11).
Pareciera que hemos dejado en el olvido la gracia que hemos recibido como don de Cristo,
por medio del Espíritu Santo. Por eso, muchos con el título de cristianos no descansamos en
hablar del Reino pero desvinculados del sentir de la Iglesia con horizontes totalmente
cerrados a lo trascendente. ¿Cuántos no ilusionados con esta idea se han esmerado en
construir su propio paraíso aquí en la tierra? O ¿Cuántos no han puesto su entusiasmo en
crear hermandades, sectas, cultos que pierden al hombre en el abismo de sus miedos,
fracasos y desilusiones? Ante todo ello, han valido nuestros méritos, pero se ha dejado en
silencio a Cristo y menospreciado a la Iglesia.
Urge, pastores que crean lo que dicen y vivan lo que proclaman. Hombres que
adheridos libremente a Cristo, continúen como colaboradores en comunión con la Iglesia a
la construcción del Reino, fundando comunidades con un solo corazón y una sola alma
(Hch 4, 32) e instruyéndolas integralmente, hasta llevarlas a la madurez de la fe y de la
caridad, vivan y difundan en el mundo los valores evangélicos, bajo la acción del Espíritu
Santo.
Nuestra Iglesia necesita un nuevo impulso en su actividad misionera. El reto es,
abrir las puertas de nuestro corazón a Cristo y con confianza para escuchar la voz del
Espíritu: el protagonista de la misión. Es una misión única. Pero tomando en cuenta, la
diversidad de culturas, como también de fieles que habitan nuestro territorio diocesano,
podemos distinguir -dice el Papa Juan Pablo II- tres situaciones: a) misión ad gentes:
Referidos a aquellos que en nuestras parroquias de nuestra Diócesis no conocen a Cristo y
a su Evangelio. b) Atención pastoral: Nos referimos a aquellos que irradian el testimonio
del Evangelio en su ambiente y sienten el compromiso de la misión universal, que en
nuestras comunidades y parroquias no suelen ser muchos. c) Nueva evangelización o
reevangelización: aquellos muchos que bautizados han abandonado su fe y a la Iglesia.
Misionología --- 2
Ante estas realidades que nos apremian, no podemos permitir que los pretextos y el
relativismo religioso -la falta de fervor, la fatiga, la desilusión, el acomodación al
ambiente, el desinterés, las divisiones dentro de las mismas comunidades cristianas,
grupos, parroquias y presbiterio, los antitestimonios de fieles como de pastores, la
mentalidad indiferentista de muchos ante propuestas innovadoras- se opongan a la
evangelización de nuestro pueblo. Debemos tener la certeza de la fe y la confianza de que
no somos nosotros los protagonistas de la misión, sino Jesucristo y su Espíritu (RM 36).
Sin embargo, esto no quita que tengamos presente el testimonio de vida cristiana como la
primera e insustituible forma de la misión y que nunca es un hecho personal, siempre ha de
estar vinculado a la actividad misionera de la Iglesia que lo envía y lo sostiene.
En este contexto de la misión de la Iglesia, una herramienta muy valiosa para
nuestra situación eclesial, a propósito de la diversidad cultural, es el proceso de la
inculturación que ha de ayudar en nuestra diócesis para encarnar el Evangelio y transmitir
los valores, asumiendo lo mucho que tienen de bueno y renovándolas desde dentro, de tal
modo que, luego, puedan las gentes manifestar su propia experiencia cristiana en formas
originales conforme a sus propias culturas y sean para los demás testigos de la Buena
Noticia recibida en sus vidas.
Otra herramienta muy necesaria ha de ser el diálogo interreligioso. Todos los
cristianos estamos llamados a practicarla con los hermanos de creencias diferentes, aunque
no al mismo nivel y de la misma forma, pero siempre buscando un progreso en la búsqueda
de la verdad y de la experiencia religiosa.
Finalmente, no podemos olvidar que, así como incumbe al Colegio Episcopal encabezado
por el sucesor de Pedro, la misión universal confiada a los Apóstoles, también en solida
cooperación compete a los presbíteros en virtud del sacramento del Orden, Institutos misioneros, los
institutos de vida consagrada, y finalmente todos los laicos en virtud del sacramento del Bautismo.
De este modo, la participación de cada fiel en este derecho-deber se fundamenta y se vive mediante
la unión personal con Cristo: solo si se está unido a él, como el sarmiento a la viña (cf Jn 15, 5), se
puede producir buenos frutos, se puede transformar cualquier realidad que impera en nuestra amada
Diócesis. Aún es tiempo de dar, pero también de recibir, vivamos con docilidad al Espíritu,
dejémonos guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). ¡Animo, recomencemos desde
Cristo que la fe se fortalece dándola¡
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