comprensión de la lectura - guía práctica para estudiantes y profesionistas

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COMPRENSIÓN DE LA Guia practica para estudiantes y profesionistas Luis E. González O 'Donnell EDITORIAL TRILLAS ii. AruiiMtliiJi. I ri

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COMPRENSIÓN DE LA

Guia practica para estudiantes y profesionistas

Luis E. González O 'Donnell

EDITORIALTRILLAS

ii. AruiiMtliiJi. I ri

Catalogación en la fuente

González O'Donnell, Luis E.Comprensión de la lectura : guía práctica para

estudiantes y profesionistas. — México : Trillas,2007.

168 p. :il.;23cm.Bibliografía: p. 163-164Incluye índicesISBN 978-968-24-7933-5

1. Lectura. 2. Comprensión. 3. Interpretaciónoral. I. t.

D- 418.4 'G644c LC- LB1050.45'G6.2

La presentación ydisposición en conjunto de

COMPRENSIÓN DE LA LECTURA.GUÍA PRÁCTICA PARA ESTUDIANTES

Y PROFESIONISTASson propiedad del editor.

Ninguna parte deesta obra puede ser

reproducida o trasmitida, mediante ningúnsistema o método, electrónico o mecánico(incluyendo el fotocopiado, la grabación

o cualquier sistema de recuperación yalmacenamiento de información),

sin consentimiento por escrito del editor

Derechos reservados© 2007, Editorial Trillas, S. A. de C. V.

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Col. Pedro María Anaya, C.P. 03340México, D. F.

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www.trillas.coin.inx

Miembro de la Cámara Nacional dela Industria EditorialReg. núm. 158

Primera edición, julio 2007ISBN 978-968-24-7933-5

Impreso en MéxicoPrinted in México

Esta obra se terminó de imprimirel 27 de julio del 2007,en los talleres de Colores Impresos.Se encuadernó en Encuademaciones yAcabados Gráficos.

BM2 100 TW

Presentación

A comienzos del siglo XXI muchas personas tienen tanto material delectura que no les queda tiempo para leer. Esta guía está dirigida, precisa-mente, a los profesionistas que deben revisar decenas de publicaciones desus respectivas especialidades, sólo para mantenerse al día; a los ejecutivosobligados a masticar diariamente reportes, informes, proposiciones, impug-naciones, balances y estadísticas, y que cada noche regresan a casa cargandoportafolios repletos de papeles que deben digerir antes de alguna junta aprimera hora de la mañana siguiente; y a los estudiantes de bachillerato yuniversidad, que van por el mismo vía crucis.

Diariamente, estas personas se preguntan si hay una manera de atraparcon facilidad el sentido de lo que se lee, disfrutarlo cabalmente y guardarlopara siempre en la memoria; si habrá tácticas, trucos, estrategias y métodosprácticos para que la lectura, en vez de tormento, se vuelva un placer muyprovechoso. Esta guía demuestra que sí los hay, y los explica sin abrumar niaburrir, porque el primer mandamiento del buen lector es: nunca leas nadaque te aburra, porque no te servirá de nada. Comience usted esta lectura,pero abandónela en cuanto perciba el primer síntoma de incomprensión oaburrimiento. Creemos que llegará hasta el final.

Ín5ice de contenido

Presentación , , 5

Cap. 1. Cómo vencer el miedo a leef 9

Cap. 2. Lo que va de ayer a hoy , 1 4

Cap. 3. Leer por deleite , 2 5

Cap. 4. Lectura a dos voces , , 28

Cap. 5. Nueve tácticas prácticas 551. La revolución del hipertexto, 55. 2. Inferir es pensar, , , ;

56. 3. Contexto con sentido, 57. 4. Más vale sospechar quelamentar, 58. 5. Parecidos y diferencias, 59. 6. Preguntar,dialogar y discutir, 60. 7. Vaya al grano, 61. 8. Prever y •vaticinar, 62. 9. ¿Y la velocidad?, 66.

Cap. 6. Cada quien su estilo 68Estilo visual-verbal, 69. Estilo visual-no verbal, 71. Estilotáctil-cinético, 73. Estilo audio-verbal, 75.

Cap. 7. Una historia de amor . 79

Cap. 8. Lectura "utilitaria" 92Examinar, 93. Recordar, 94. Limpiar, 96. Preguntar, 97.Leer, 98. Balancear, 99. Discutir, 100. Explicar, 100. Guar-

' :• dar, 100.

Cap. 9. Agujas en el pajarintroducción prescindible, 103. Libertad de expresión,

102

104. Equilibrio de poderes, 104. Federalismo, 106. Po-breza, 106. Salud, 108. Educación, 108. Vivienda, 109.Inseguridad, 110. Los pendientes, 111. Para finalizar, nadanuevo, 112.

Cap. 10. Leer para encontrar soluciones 1161. Quiénes somos y qué buscamos, 117.2. Papelito habla,118. 3. ¿Qué sabemos de esto?, 119. 4. Lista de compras,119. 5. Primer balance, 120. 6. Las cartas sobre la mesa,120. 7. Para que no se vuele, 120.

Cap. 11. Desconfíe de lo que lea 126

Cap. 12. Un enigma caído del cielo 132

Cap. 13. El secreto de La última cena 136

Apéndice. Cómo enseñar a aprender 145Primera sesión, 146. Segunda sesión, 153. Tercera sesión, 160.Cuarta sesión, 162.

Lecturas recomendadas 163índice onomástico 165índice analítico 167

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Cómo vencer< * ef miedo ¿i íeer

La dificultad de los jóvenes de hoy paraleer y entender lo que leen no se debe a ladecadencia Intelectual de la raza humana,sino a un cambio de mentalidad: la gentede añora entiende de un modo que no seenseñaba en las escuelas.

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¿Por qué hay personas que aun sabiendo nadar nunca se aventuran a laparte más profunda de la alberca, donde quizá no tocarían fondo ni podríanmantener la nariz fuera del agua?

Interrogados, se apenan y buscan excusas, pero la razón es obvia: miedoal agua. Y, ¿por qué le temen a un elemento que para otros es fuente detanta diversión? Esto mismo se preguntó hace más de medio siglo el famosopediatra estadounidense Benjamin Spock, responsable de la mayor revo-lución en la historia de la puericultura. Interrogó a centenares de atléticosalumnos de educación media de diferentes escuelas de su país y descubrióque, en algunos casos, aquel temor cerval provenía de peligrosos incidentessufridos durante la niñez en playas o albercas, o incluso antes, en la tinitade baño del bebé. Pero la mayoría no eran víctimas de accidentes, sino dela brutalidad con que los mayores habían intentado enseñarles a nadar, conburlas, castigos y el viejo método de arrojarlos al agua profunda al grito de"\O nadas o te ahogas...!".

Paralelamente a los estudios de Spock, en los años sesenta los pedago-gos empezaron a preguntarse por qué muchas personas educadas rehuyen lalectura que para otros es fuente de placer; y por qué, cuando se ven obliga-dos a leer, les cuesta tanto entender lo que leen y lo olvidan tan fácilmente.¿Por culpa del "trauma" de la temprana exposición a la televisión, llamada "lacaja idiota" por los intelectuales estadounidenses de los cincuentas, cuandoeste medio invadió el mundo? Pero la fobia contra la lectura ya existía an-les de la televisión. ¿Por fallas de inteligencia? Los estudios no detectarondiferencias significativas de coeficiente intelectual entre lectores habituales

y "leeturofóbicos", excepto por la falta de información y cultura de que ado-Ici-e la gente que no lee.

En consecuencia, la culpa debía estar en los métodos con que se preten-día inculcar el gusto por la lectura, a menudo tan contraproducentes comoarrojar bebés a la alberca para enseñarles a nadar.

¿Cómo aprendemos tan naturalmente a entender lo que se nos dice,aun antes de saber hablar y con entrenadores poco expertos, como los pa-pas? ¿Cómo aprenden niños muy pequeños, incluso antes de asistir al kin-der, a repetir lo que se les dice y asignar significado y sentido a un númerocada vez mayor de palabras? ¿Por qué, en cambio, cuesta tanto aprender aleer, comprender lo que se lee y poner por escrito las propias ideas?

La respuesta obvia es que entender y usar el leguaje hablado y compren-der lo escrito, son cosas muy diferentes. Pero no es verdad.

Desde mediados del siglo XIX, cuando el patólogo y antropólogo fran-cés Paul Broca y el neurólogo alemán Cari Wernicke localizaron los cen-tros cerebrales que rigen el habla y la comprensión de lo que oímos o lee-mos, se sabe de la íntima asociación neurológica entre estas cuatro activi-dades, al grado de que ninguna de ellas funciona cabalmente sin el apoyode las otras.

Incluso sin profundizar en neurología, la estrecha vinculación entre elentendimiento de la palabra leída, escuchada y hablada se observa a cadamomento, sin tomar en cuenta algunas excepciones que pasaron a la historia(por ejemplo, la estadounidense Helen Keller, ciega y sorda, y la mexicanaGaby Brimmer, paralítica cerebral), quienes aprenden a hablar su propioidioma o una lengua extraña, repitiendo en voz alta las palabras que oyen,para probar a los demás y a sí mismos que las entendieron. Igualmente, elque aprende a leer, chico o grande, no se limita a descifrar mentalmente laspalabras, sino que las pronuncia para oírse decirlas y acabar de entenderlas.

Sin haber escuchado de Broca y Wernicke, los instructores militaresobligan a los soldados a repetir textualmente y a gritos las órdenes que reci-ben, para comprobar que las entienden. Y las personas poco domesticadaspor la educación formal conservan toda la vida el hábito de repetir lo queacaban de oír, no por servilismo ante el "superior", como a veces se cree, sinopara asegurarse de haber entendido y demostrar que entendieron:

-Parece que se viene la lluvia -dice el citadino.-Sí, parece que se viene, don -responde el lugareño.-Si el viento no se lleva las nubes...—Sí, don: si el viento no se las lleva...

Aun la gente más educada, cuando debe enfrentar un texto enredoso,como el "manual del usuario" de un nuevo artilugio, retorna a la infanciay, sin advertirlo, vuelve a leer en voz alta: -Veamos: el cable verde, en elt o r n i l l o "A".. no, en el "B". Aja. Introducir el rojo en el orificio "H" y ajus-

10 Vir» 1 C<Smn vencer el miedo a leer

tar... ajustar... ¿ajustarelqué? Hummmm... ver figura 14 en página ocho...,etcétera.

Si la conexión automática entre oír la palabra ajena y responder hablandoes tan natural que no hace falta escuela para echarla a andar, y si el siguien-te paso, descifrar la palabra escrita y decirla, es relativamente tan fácil queincluso en malas escuelas los niños de cinco a seis años aprenden a hacerloen unos cuantos meses, ¿por qué a muchos les cuesta tanto comprender yrecordar lo que leen? ¿Por qué no superan el miedo a leer? Porque, desdela infancia, malos métodos de enseñanza les inculcaron malos reflejos.

Quienes no tuvimos la suerte de asistir en tiempos recientes a escuelasmodernas con maestros innovadores, recordamos que las clases de lecturaeran de las más soporíferas porque consistían en leer y releer textos máso menos clásicos, difíciles de entender cuando se desconoce por qué laspersonas de esa época hablaban como hablaban, comían lo que comían, via-jaban como viajaban, trabajaban en lo que trabajaban y pensaban como pen-saban. ¿Cómo se ganaban la vida esas personas? ¿Podían cambiar de oficioo lugar de residencia libremente o vivían amarrados a la tierra, como siervosmedievales? ¿La organización de su comunidad les permitía ascender enla escala social o nacían sujetos a seguir los pasos de sus padres? ¿Podíancasarse con quien quisieran, o la novia debía pasar primero por el lecho delseñor feudal, como le sucedió a la chica de Mel Gibson en Corazón valiente'?Si los molinos de viento eran de Holanda, ¿por qué abundaban tanto en LaMancha en tiempos del Quijote...?

A los colegiales de la primera mitad del siglo XX nos hacían memorizarun poema de José de Espronceda (1808-1842) que decía "con diez cañonespor banda, viento en popa, a toda vela, no surca el mar sino vuela un velerobergantín... bajel pirata que llaman por su bravura El Temido en todo marconocido del uno al otro confín...", lo cual sonaba estupendo, ya que setrataba de piratas; y nos mandaban buscar en el diccionario palabras como"bajel" y "bergantín" (el Pequeño Larousse Ilustrado contenía, incluso, unapágina con grabados que representaban todo tipo de veleros); pero nadie nosaclaraba si en tiempos de Espronceda había o no naves con mayor poder defuego o más velamen y capaces de intimidar a El Temido.

Así sucedía entonces: cada clase nos dejaba con más preguntas querespuestas. ¿Es verdad que William Shakespeare no era un individuo, sinola "razón social" o nombre comercial de la mayor productora teatral de sutiempo, algo así como las grandes fábricas de telenovelas de la actualidad?

En la secundaria nos hicieron leer fragmentos de la litada, pero nos de-jaron con dudas: ¿Es verdad o exageración que los griegos inventaron su alfa-beto (o lo copiaron de los fenicios) con el solo propósito de guardar por escri-to las historias y leyendas que recitaba un bardo ciego llamado Hornero (nosordenaban buscar "bardo" en el diccionario, y punto)? ¿O sólo lo hicieronpara f a c i l i t a r el comercio, como antes lo habían hecho los fenicios? Y por fin:iSe llevo . 1 < abo en l . i v i l l a real esa guerra cíe Troya a la que se refiere la Ilíada?

Cómo vencer el miedc 11

Por siglos se creyó que Troya era tan legendaria como el Macondo deGabriel García Márquez o el condado de Yoknapatawpha inventado porWilliam Faulkner; pero al fin los arqueólogos hallaron las ruinas no de unasino de, al menos, nueve Troyas, construidas y reconstruidas una sobre otraen un periodo aproximado de 3500 años, en el mismo rincón noroeste de loque hoy es Turquía, a menos de 10 kilómetros de la costa del mar Egeo. ¿Cuálde estas Troyas fue la mencionada en la litada'? ¿Y de dónde sacó Horneroesta historia, para recitarla tres siglos después de la supuesta guerra? Porfin, ¿la verdadera causa de la guerra, si es que hubo guerra, fue el despechode Menelao, rey de Esparta, contra Paris, príncipe de Troya, por la seduc-ción y rapto de la bella Helena, esposa del espartano; o lo que pesó fue larivalidad entre griegos y troyanos por dominar el tráfico marítimo a través delestrecho de los Dardanelos?

Todas éstas y otro millón de preguntas quedaban sin respuesta, porque,según los métodos tradicionales, no había que dispersar la atención de losalumnos hablándoles de los persas, quienes en el siglo VII inventaron losmolinos de viento, ni de las mañosas intrigas del show business en la Ingla-terra de los siglos XVI a XVII, ni de las innovaciones de la arquitectura, inge-niería y artillería naval en los grandes veleros de tiempos de Espronceda; o sila guerra de Troya fue por comercio, celos, lujuria o imprudencia.

Para no distraer a los muchachos de sus lecturas obligatorias, los maes-tros los condenaban al castigo de aburrirse; castigo que los chicos de hace50 años aguantábamos apenas, pero que los de hoy no soportan.

Antes, los muchachos eran más dóciles y resignados. Antes del cine, laradio, la televisión e Internet, los estudiantes llegaban al aula con la mentecasi en blanco: por su corta edad habían vivido pocas experiencias y leídopocos libros, y tampoco habían "vivido de prestado" por medios audiovisua-les o indiscreciones de los mayores, porque entonces la gente se cuidaba deventilar "cosas de adultos" en presencia de los niños.

Los chicos de hoy, en cambio, llegan cargados de experiencias que antesni los viejos tenían: desde actos de violencia a escenas de amor en la vía pú-blica. Algunas de estas experiencias son propias, ya que la sociedad y las fa-milias permiten hoy a los jóvenes libertades impensables hace apenas mediosiglo, y muchas son de segunda mano, adquiridas a través de los medios decomunicación, pero tan vividas que condicionan el modo de sentir y razonarde los muchachos.

Desde la década de 1960, teóricos como Marshall McLuhan hicieronnotar que, a la hora de leer, el chico de hoy no puede desprenderse del con-trabando mental de sentimientos, experiencias y pensamientos ajenos quetrae en la mente y que entorpecen —como una discusión a gritos en casa delvecino- la comprensión lineal, literal, a la antigua, que todavía se exige enmuchas escuelas.

La solución ideal reside en aprovechar como composta el contrabandomental —bueno, malo o regular- que hoy traen los chicos a la escuela, para

12 Cap. 1. Cómo vencer el miedo o leer

sembrar las semillas de la crítica, de modo que el muchacho aprenda a pen-sar: tan pronto como se acostumbre a pensar, aprenderá con poca ayuda,casi por sí mismo, a comprender lo que lee. Pero este ideal todavía no se daen la mayoría de las escuelas y la única escapatoria del joven es fingir queentiende: como se dice en México, "darle el avión" al maestro memorizandosin comprender, igual que, sin saber inglés, cantan canciones en esa lengua,repitiendo los sonidos, como pericos.

Tras efectuar pruebas con millares de estudiantes de diferentes paísesy culturas, los psicólogos creen que la falta de comprensión de la lectura demuchos jóvenes de hoy no se debe a un deterioro masivo de la capacidadintelectual de la raza humana, sino a un progresivo cambio de mentalidad,causado por los medios visuales, como el cine y la televisión.

¿Qué es lo que hoy predomina: el modo de explicar del cine o la tele-visión, que apelan a la intuición y se valen de imágenes, asociaciones, evoca-ciones, etc.; o la educación tradicional, que sigue utilizando medios de rígidaenseñanza lineal, sin ramificaciones, como calle de un solo sentido -directodel texto al cerebro del lector-, sin intersecciones ni desviaciones? En lavida real, el primero; en la mayoría de las escuelas, el segundo.

Para entender la diferencia entre ayer y hoy debemos confrontar lospreceptos del método antiguo, que la mayoría hemos soportado, con las tác-ticas de lectura que hoy se emplean en las escuelas más evolucionadas. Si leinteresa, pase al capítulo siguiente.

. ' ! . ! • ! -I míe I. i , , 13

Lo que vade ayer a

• • • •

Un taller de lectura que rompe lasreglas tradicionales y donde leer sevuelve diversión.

El antiguo catecismo de la lectura contenía preceptos buenos, regularesy malos. Por ejemplo:

1. Hay que leer despaciosamente, tomando todo el tiempo necesariopara captar el significado exacto de cada vocablo, oración, párrafo: como le-yendo con lupa. El lector no debe brincar palabras u oraciones cuyo signifi-cado no logra captar a primera vista. No hay que tratar de adivinar o imagi-nar el significado de una palabra: se debe consultar el diccionario para estarseguro del uso que dio el autor a cada vocablo. Si alguna oración o párrafono parece claro, hay que releerlo cuidadosamente antes de seguir adelante.No deje atrás en su lectura huecos sin llenar ni ríos sin vadear: sólo enten-diendo lo primero se podrá entender lo segundo y a continuación lo terceroy así sucesivamente. ¿S/'o wo?

2. Si no dispone del tiempo necesario para emprender una lectura, dé-jela para mejor ocasión. Las prisas son el peor enemigo de la comprensión:la llamada "lectura veloz" es un truco de mercadotecnia, como los cigarroslight. La única manera de acelerar la lectura es acelerar la comprensión: lavelocidad de lectura debe originarse en el cerebro, no en los ojos. ¿Sí" o wo?

3. Para dar cabida a lo que va a leer, guarde bajo llave en algún rincón desu cerebro lo que crea saber del tema en cuestión. Si no lo encierra, sus co-nocimientos previos, buenos o malos, completos o incompletos, entrarán encolisión con los conceptos e ideas del texto que va a leer: el resultado serábloqueo y confusión. Si quiere entender lo que va a leer, empiece por limpiarrl "pi/.arrón" de su cerebro, para poder tomar nota de lo nuevo. ¿Sí o no~?

14

4. Lea con modestia para entender, no para discutir o polemizar con elautor. El momento de juzgar el contenido de un texto llega después de en-tenderlo, no antes. El lector debe seguir hasta el final y paso a paso el razo-namiento del autor, sin plantear objeciones prematuras que sólo servirán paradificultar la comprensión. ¿S/o no'?

5. Tras entender la primera oración, no trate de adivinar el sentido de lasiguiente. Tras desentrañar un primer párrafo, no trate de imaginar qué diráel que sigue. Leer no es un juego de adivinación o acertijos. El lector quea cada paso pretende avizorar adonde quiere ir el autor con su discurso, sepierde en conjeturas y no logra entender. ¿Sí o wo?

6. Evite enredarse en asociaciones. Si alguna frase de su lectura le re-cuerda algo oído o leído en otra ocasión, no permita que el recuerdo le hagaperder el hilo de la comprensión. No caiga en comparaciones: puede que unpersonaje de su lectura le resulte parecido a otro personaje de ficción o de lavida real; puede que alguna situación planteada en el texto parezca similara otra que usted ya vio, en la vida, el cine, la televisión o las lecturas. Pue-de que estas asociaciones, comparaciones o recuerdos resulten pintorescos,pero no permita que lo distraigan de su lectura: si se va por las ramas nuncalogrará comprender. ¿Sí" o no~?

7. Leer, como pensar, es trabajo individual: no se piensa ni se lee "enequipo". Las conclusiones por consenso, "en equipo", se parecen al mínimocomún denominador: una idea tan pequeña, intrascendente y obvia que to-dos pueden aceptar, aunque no sirva para nada. ¿Sí" o no>

8. Comprenda que el objeto de la lectura no es "divertir" (que significaentretener, apartar, desviar), sino comunicar, informar y educar. Si sólo bus-ca diversión, mejor vaya al cine o encienda el televisor. Para leer, en cambio,hace falta un objetivo concreto: por ejemplo, aprender algo necesario parasu trabajo; elevar su nivel cultural para progresar en la vida; descubrir claveso secretos para alcanzar éxito en sus actividades. Desde el primer renglónhasta el último no pierda de vista su objetivo y concéntrese en alcanzarlopaso a paso: sólo así se saca provecho de la lectura. ¿Sí o

Entre estos mandamientos hay por lo menos uno que conserva plenavalidez y algunos que aún encierran algo de verdad. El lector hallará lasirspuestas haciendo comparaciones (y al final de este capítulo podrá con-1 1 untarlas con la opinión del autor).

I*. ira empezar a comparar no hace falta reproducir aquí una de aque-l las tradicionales clases de lectura, porque todos los adultos las sufrimos yrecordamos. En cambio, hay que asomarse a un aula de hoy para ver cómotrabajan los maestros actualizados. Lo que sigue es la trascripción sinteti-/ada do una de las sesiones de un taller de comprensión de lectura, coordi-nado recientemente por la maestra Mary Brambila con alumnos de la carre-1 , 1 de pedagogía, de la Universidad Albert Einstein, campus Jilotzingo, en elI ' - . lado de México.

Lo que va de ayer a hoy 15

La maestra empezó explicando que, contra lo enseñado en otras escue-las, la lectura se vuelve más interesante y fácil de entender cuando se haceen grupo, intercambiando opiniones o discutiendo, hasta aclarar quién in-terpretó mejor el texto leído. Anunció que leerían entre todos, uno o dospárrafos cada alumno, el cuento El burlado, de Jack London. Ella mismaempezó a leer:

Subienkow había recorrido un largo camino de amargura y horrores y allí, en elpunto más lejano, en a América rusa, el sendero acababa. Estaba sentado en la nie-ve con los brazos atados a la espalda, esperando la tortura. Miró con curiosidad alGran Iván, el gigantesco cosaco que, tendido de bruces sobre la nieve, gemía de do-lor. Los hombres habían acabado con el gigante y se lo habían entregado a las mu-jeres: ellas superaban en crueldad a los varones...

-¿"América rusa"? -interrumpió un estudiante- ¿Dónde queda eso? ¿Enqué época se desarrolla esta historia?

-Jack London vivió a fines del siglo XIX -dijo otro alumno.-De 1876 a 1916. Murió joven, a los 40 años -acotó una estudiante que

estaba consultando una enciclopedia en su laptop.-¿Y había una "América rusa" en el siglo XIX? -insistió el estudiante que

primero había interrumpido.-Sí -les aclaró la maestra-: Alaska. A ver, ¿qué dice de Alaska esa enci-

clopedia?-"Los primeros europeos que visitaron Alaska fueron daneses, en 1741'

-leyó la chica de la laptop-. "En 1786, rusos cazadores y traficantes de pie-les descubrieron las Islas de las Focas, en la costa de Alaska sobre el Marde Bering..."

-¿Por ahí llegaron los primeros pobladores de América? -interrumpióotro alumno- ¿Caminando, cuando el mar estaba helado?

-Sí, más o menos -dijo un estudiante-. No interrumpas.-"...y en 1799 se estableció una compañía para explotar el comercio de

pieles bajo control del gobierno ruso" -continuó la alumna de la laptop-."El dominio de Rusia sobre Alaska duró hasta 1867, cuando Estados Uni-dos adquirió ese territorio por 7 200000 dólares."

-Como ven -dijo la maestra- este cuento debe tener lugar unos añosantes de 1867, cuando Alaska todavía era de Rusia: por eso este personaje,Subienkow, habla de "América rusa". Sigamos leyendo. A ver, tú, ¿quieresleer? Adelante.

Subienkow no temía a la muerte. Lo que sí le asustaba era la tortura. Era unaafrenta, no por el dolor que tuviera que soportar, sino por el triste espectáculo que leharía ofrecer ese dolor. Sabía que rogaría, que suplicaría, que imploraría como lo

había hecho el Gran Iván.Subienkow no había tenido ocasión de escapar. Desde el primer momento había

sido un títere en manos del destino. De sus jornadas de rebelión juvenil en Varsovia,

16 Cap. 2. Lo que va de ayer a hoy

de sus días de conspiración y lucha en San Petersburgo, de sus años de trabajo es-clavo en las minas de Siberia, de su huida a Kamchatka, de sus meses de fuga enlos barcos alucinantes de los ladrones de pieles, el destino lo había ido conduciendohasta este terrible final...

-Momentito -interrumpió un estudiante-. ¿Qué andaba haciendo un"joven rebelde de Varsovia" en la Alaska soviética...?

-Rusa: la Unión Soviética no existía en el siglo XIX —aclaró la chica dela laptop.

—Yo sé de eso —intervino otro alumno— porque mi abuelito materno erapolaco. La historia de Polonia es terrible: durante siglos fue partida y repar-tida por sus vecinos, Rusia, Prusia y Austria, y los polacos que se rebelabaneran masacrados o mandados a Siberia, como esclavos. Este Subienkow debehaber sido uno de ésos.

—Parece que sí, por lo que se verá a continuación —dijo la maestra Bram-bila—. Sigamos leyendo.

Subienkow suspiró. Aquel bulto informe que tenía ante él era el Gran Iván, elgigante, el hombre de temple de acero, el cosaco convertido en pirata de los mares,flemático como un buey y tan resistente que el peor dolor era para él un simple cos-quilleo. Pues bien, nadie como esos indios nulatos para encontrar los nervios de Ivány seguirlos hasta la raíz de su espíritu estremecido...

-Nulatos: habitantes de las colinas de Nulato, a orillas del río Yukón, enAlaska -acotó la chica de la laptop.

Subienkow no podía aguantar por más tiempo el sufrimiento del cosaco. Si nodejaba de oír aquellos gritos se volvería loco. Pero cuando éstos cesaran, le llegaríael turno a él. Se esforzó por pensar en otras cosas y comenzó a releer su pasado. Unavez más vio a aquel grupo bravio de jóvenes que, como él, habían soñado conuna Polonia independiente y con instaurar a un rey polaco en el trono de Varsovia.Allí había comenzado el largo camino. Al menos él era el que más había durado.Uno por uno, comenzando por los dos ejecutados en San Petersburgo, había vistocaer a todos aquellos valientes: uno aquí, a manos de un carcelero; otro allá, en elcamino sangriento al confinamiento en Siberia, que habían recorrido encadenadosdurante meses; otro más vencido por los golpes y malos tratos de los guardias cosa-cos. Habían muerto de fiebres, en las minas, bajo el azote del látigo. Los dos últimoshabían sucumbido en la batalla con los cosacos. Sólo él había logrado llegar aKamchatka con los documentos y el dinero robados a un viajero que había dejadoagonizando sobre la nieve...

-¿Dónde queda Kamchatka? -preguntó la maestra.—Aquí, aquí —respondió un muchacho, señalando un mapa desplega-

do en la pantalla de su propia computadora-, es esta península al extremooriental de Asia, frente a Alaska.

-Ahí está -asintió otro estudiante-. Parece que de ahí zarpaban los ca-zadores y traficantes de pieles. Sigo leyendo yo, si quieren.

Lo que va de ayer a hoy 17

Tras Subienkow quedaba el interminable camino que atravesaba toda Siberia ytoda Rusia. Arrinconado en Kamchatka, ya no podía volver atrás; atrás no había es-cape posible. No le quedaba más opción que seguir adelante, atravesar el mar deBering, oscuro y helado, para llegar a Alaska. En los barcos de ladrones de pieles,castigados por el escorbuto, sin comida ni agua, asediados por inacabables tormen-tas, los hombres se convertían en animales. Sus compañeros de tripulación eran caza-dores eslavos, aventureros rusos y aborígenes mongoles, tártaros y siberianos. Juntoshabían abierto un camino de sangre entre los salvajes de Alaska, aquel mundo nuevo.

Dos veranos logró Subienkow llegar al extremo del estrecho de Kotzebue. Allíera donde las tribus se reunían a traficar, donde se encontraban pieles moteadas devenado siberiano, marfil de las Diomedes, pieles de morsa de las costas del Ártico,extraños candiles de piedra que pasaban de tribu en tribu y cuyo origen nadie cono-cía; y hasta un cuchillo de caza fabricado en Inglaterra. Aquél, Subienkow lo sabía,era el mejor lugar para aprender geografía.

Fue un duro aprendizaje. Se adquirían conocimientos de geografía a través deextraños dialectos, a través de mentes oscuras que mezclaban la realidad con la fá-bula y que medían las distancias en jornadas, que variaban según la dificultad delcamino. Pero al fin llegó un rumor que le hizo concebir esperanzas. Al Este, en terri-torios dominados por los británicos, había un gran río y aldeas pobladas por hom-bres de ojos azules. Aquel mitológico río se llamaba Yukón. El territorio de la Amé-rica rusa también era surcado por un gran río al que los nativos llamaban Kwikpak:¿Serían el Kwikpak y el lejano Yukón un mismo río? Subienkow tenía la esperanza deque así fuera y que, remontándolo, hallaría un camino de regreso a la civilización,lejos de la barbarie, lejos de los rusos, tal vez al amparo de colonizadores ingleseso estadounidenses...

-Ya sé lo que va a pasar -interrumpió un estudiante-. Subienkow va adescubrir oro en el Klondike y se va a desatar la fiebre del oro. Por ahí hubouna "fiebre del oro" a fines del siglo XIX, ¿verdad? ¿Igual que en California?A ver, busca "Klondike" en la enciclopedia.

—Ya lo tengo —dijo la alumna de la laptop—: aquí dice que algunos mine-ros ya habían encontrado indicios de oro a lo largo del Yukón en la décadade 1860, pero que la fiebre sólo empezó en 1896, cuando lo hallaron en elKlondike, que es el principal afluente del Yukón.

-¿1896?-Pues, entonces, los rusos ya no andaban por esos rumbos. ¿No que

habían vendido Alaska en 1867?-Un profe de la prepa decía que en el siglo XIX los estadounidenses te-

nían un dios aparte: ganaban una lotería tras otra. Primero, en 1848 Méxi-co les entregó California y ese mismo año unos trabajadores mexicanos quecavaban un pozo hallaron oro no lejos de San Francisco: ésa fue la primera"fiebre del oro". Después compraron Alaska y. . . ya ven: aparece más oro poresos rumbos.

—No se vayan por las ramas —intervino Andrea, una estudiante a quien,por alusión al mito griego, llamaban "Ariadna", porque siempre insistía en"no perder el hilo"—. No perdamos el hilo del relato: a ver, yo sigo leyendo.

Subienkow organizó una expedición para dar con el Yukón. Reunió la hordamás salvaje y feroz de aventureros mestizos jamás salidos de Kamchatka. En canoasde piel cargadas hasta la borda de mercancías para traficar, de armas y municiones,lucharon a lo largo de quinientas millas contra las corrientes de cinco nudos de aquelrío de una anchura que oscilaba entre dos y diez millas y de muchas brazas de pro-fundidad. Al fin decidieron construir un fuerte en Mulato porque el largo invierno seles echaba encima.

Construyeron el fuerte con el trabajo forzado de los indios nulatos. Las murallas for-madas por hileras de troncos se elevaron entre gritos, quejas y latigazos. Algunos in-dios huían. Cuando lograban capturarlos, los traían hasta el fuerte, los obligaban a ten-derse de bruces ante la puerta y allí demostraban a la tribu la eficacia del látigo. Dosmurieron bajo los azotes; muchos quedaron mutilados de por vida. El resto aprendióla lección. Antes de que vinieran las nieves, el fuerte estaba terminado. Había llegadola época de las pieles. Impusieron a la tribu un pesado tributo. Para obligar a los indiosa satisfacerlo, redoblaron los golpes y latigazos, tomaron a mujeres y niños como re-henes y les trataron con la crueldad de que sólo os ladrones de pieles son capaces.

Habían sembrado sangre y llegó el momento de la cosecha. Ahora el fuertehabía desaparecido. A la luz de las llamas la mitad de los ladrones de pieles fueronpasados a cuchillo. La otra mitad murió bajo las torturas. Sólo quedaba Subienkow.Pensó en romper sus igaduras y morir peleando; pero las correas de caribú eran másfuertes que él y, además, sus captores no le concederían una muerte rápida: sólo loatraparían y lo someterían a tortura por horas, días enteros, hasta arrancarle la últi-ma gota de vida.

Subienkow siguió pensando frenéticamente y, al cabo, como último deseo de uncondenado al suplicio, pidió ver a Makamuk, el jefe de la tribu...

-Lo que sigue tienen que leerlo dos muchachos, porque son vocesmasculinas -dijo "Ariadna"-. A ver, tú, haz el papel del polaco y tú, que eresmás bronco, hazla de esquimal.

-¡Oh, Makamuk! -dijo Subienkow-. Yo no estoy destinado a morir. Soy un granhombre y sería un desperdicio que muriera. Yo sé demasiado para morir. Poseo unagran medicina. Sólo yo sé el secreto. Y como no quiero morir, te daré mi medicina acambio de mi vida.

-¿Qué medicina es ésa? -preguntó Makamuk.Subienkow fingió debatir consigo mismo unos momentos, como si íntimamente se

resistiera a compartir su secreto.-Te lo diré -cedió al fin-. Si aplicas un poco de esta medicina a tu piel, ésta se

vuelve tan dura como la piedra, tan dura como el hierro, de modo que ni el arma másafilada puede cortarla. El filo más agudo, el golpe más fiero, resultan vanos contra ella.¿Qué me darás a cambio de mi secreto?

-Te daré la vida -respondió Makamuk- y serás mi esclavo hasta que te muerasde viejo.

Subienkow rió despectivamente:-Ordena que me desaten las manos y los pies y hablaremos -dijo...

-Sólo quiere ganar tiempo, a ver si llegan a rescatarlo -opinó unaalumna.

18 Cap, 2, Lo que va de ayer a hoy Lo que va de ayer a hoy 19

-O quiere hacer como el mexicano condenado a muerte que pidió pos-tergar su ejecución un año, porque estaba enseñándole a hablar a un burro-acotó un estudiante.

—¿Y qué esperaba ganar con eso? Al cabo, lo iban a ejecutar —dijo otrajoven.

-Pues su idea era que, en un año, podía morir el juez y quedar olvidadala sentencia; o morirse él mismo por causas naturales, y salvarse de la horca;o el burro podía aprender a hablar, porque "habernos" burros muy inteli-gentes ...

—Ya, ya, sigan leyendo —terció "Ariadna".

-Ordena que me desaten las manos y los pies: sólo entonces hablaremos -repitióSubienkow.

El jefe se rascó la cabeza y al cabo accedió a desatarlo. No había peligro deque Subienkow intentara huir porque los indios lo rodeaban por los cuatro costados.En cambio el prisionero lió un cigarro y lo encendió.

-Esto es absurdo -dijo Makamuk, a su pesar impresionado por la aparente se-renidad de Subienkow-. No puede existir tal medicina. La carne no puede resistir alfilo del cuchillo.

Sin embargo, Makamuk dudaba. Los ladrones de pieles habían realizado ante susojos demasiados prodigios. ¿Qué costaba dar a este prisionero una última oportunidad?

-No te creo, pero hoy me siento generoso: si de veras tu medicina es tan eficazcomo dices, te perdonaré la vida y... bueno, no serás mi esclavo.

-Quiero más que eso -Subienkow se mostraba tan sereno como si regateara poruna piel de zorro-. Esta es una medicina milagrosa. Me ha salvado la vida en muchasocasiones. Quiero un trineo con perros y que seis de tus cazadores viajen conmigo ríoabajo hasta que me encuentre a salvo.

-No -repuso Makamuk-. Tienes que quedarte entre nosotros y enseñarnos todastus artes.

Subienkow se encogió de hombros y guardó silencio. Exhaló el humo de su ci-garrillo en el aire helado y miró en torno con aparatosa indiferencia. Los indios conte-nían el resuello. Al fin, el inquieto Makamuk rompió el silencio:

-Bueno, no quiero discutir. Te dejaré ir río abajo y te daré el trineo, los perros yseis cazadores para que te acompañen hasta que estés a salvo.

-Tardaste en decidirte -respondió Subienkow fríamente-. Has ofendido a mi me-dicina al no aceptar de inmediato mis condiciones. Ahora pido más. Quiero cien pie-les de castor y cien libras de pescado seco. Además quiero dos trineos, uno para míy otro para trasportar las pieles y el pescado. Y quiero que me devuelvas mi rifle. Sino aceptas en pocos minutos, el precio subirá más.

-¿Cómo sabré que tu medicina obra el milagro que dices? -preguntó Makamuk.-Eso será fácil. Primero debo ir al bosque a recoger ingredientes. Pero no temas:

no trataré de escapar. Envía conmigo a veinte cazadores para que me custodien.Sólo tengo que recoger las bayas y raíces con qué fabricar la medicina. Cuandohayas traído a mi presencia los dos trineos y los hayan cargado con el pescado y laspieles de castor y el rifle, y cuando hayas seleccionado a los seis cazadores que hande acompañarme, cuando todo esté listo me frotaré el cuello con la medicina y pon-dré la cabeza sobre ese tronco. Entonces ordenarás al más fuerte de tus cazadores

20 Cap. 2. Lo que va de ayer a hoy

que aseste tres hachazos sobre mi cuello. Tú mismo puedes hacerlo, si así lo deseas.Pero, entre hachazo y hachazo, has de permitir que vuelva a aplicarme la medicina.El hacha es fuerte y pesada y no puedo arriesgarme a cometer un error.

-Todo lo que has pedido será tuyo -dijo Makamuk, apresurándose a aceptar-.Comienza a preparar tu medicina.

Subienkow ocultó como pudo su alegría. Era una partida desesperada y no po-día permitirse el menor desliz. Habló con arrogancia: -Has sido lento. Mi medicinase ha ofendido. Para enmendar la ofensa habrás de darme a tu hija.

Makamuk se enfureció, pero el prisionero seguía imperturbable. Lió y encendióotro cigarro: -Date prisa -amenazó-. Si no te decides enseguida, pediré más.

-Así se hará -dijo Makamuk-. La muchacha irá contigo. Pero seré yo quiendescargue los tres hachazos sobre tu cuello.

-Pero recuerda que antes de cada golpe habré de aplicarme más medicina-contestó Subienkow con una nota de ansiedad en la voz.

-Te aplicarás todo cuanto quieras. Aquí están los cazadores que se encargaránde impedir tu huida. Ve al bosque y recoge lo que necesites.

Subienkow no perdió tiempo en reunir los ingredientes para su pócima. Seleccio-nó agujas de abeto, cortezas de sauce, un trozo de corteza de abedul y unas bayasque hizo extraer de la tierra a los cazadores después de limpiar el terreno de nieve.Recogió por último unas cuantas raíces heladas y regresó al campamento. Makamuky los indios lo observaban sin perder detalle, anotando mentalmente qué ingredientesañadía a la olla de agua hirviendo y en qué cantidades.

-Hay que tener cuidado de poner las bayas primero. ¡Ah! Me olvidaba. Faltauna cosa. El dedo de un hombre. Déjame cortar el dedo de este hombre -dijo elprisionero, señalando a uno de los lugartenientes del jefe.

El señalado retrocedió, espantado.-Sólo el dedo índice -rogó Subienkow.-Dale el dedo -ordenó Makamuk a su lugarteniente.Subienkow arrojó el dedo al fuego y comenzó a cantar una canción de amor

francesa.-Sin esta fórmula, la medicina no valdría para nada -explicó el prisionero-. Son

estas palabras lo que le dan su fuerza. Mira, ya está lista.Mientras se frotaba el cuello con aquella mixtura, el prisionero entonó gravemen-

te una estrofa de La Marsellesa.-Muy bien -dijo al cabo Subienkow-. Toma tu hacha, Makamuk, y ponte de pie

aquí. Yo me echaré sobre el tronco. Cuando levante la mano asesta el go pe. Hazlocon toda tu fuerza y ten cuidado de que nadie se ponga detrás de ti, porque el hachapodría rebotar en mi cuello y saltar de tus manos.

En el último instante el prisionero miró los dos trineos cargados de pieles y pesca-do y los perros ya enganchados. Sobre las pieles de castor estaba el rifle y junto a lostrineos esperaban los seis cazadores que iban a constituir la guardia de Subienkow.

-¿Dónde está la muchacha? -preguntó imperiosamente el prisionero-. Que lalleven junto a los trineos antes de que empiece la prueba.

Sólo cuando hubieron satisfecho su deseo, Subienkow se echó en la nieve ypuso la cabeza sobre el tronco: -Me río de ti y de tu fuerza, Makamuk -dijo-. Pegay pega fuerte.

Furioso, Makamuk blandió el hacha. El acero hendió como un rayo el aire he-lado y cayó sobre el cuello desnudo del prisionero. Carne y hueso cortó la hoja

Lo que va de ayer a hoy 21

limpiamente, abriendo después una profunda hendidura en el tronco. Los salvajes,asombrados, vieron rodar la cabeza a un metro de distancia del tronco.

Se hizo un profundo silencio, durante el cual, poco a poco, se fue abriendo ca-mino en las mentes de aquellos salvajes la idea de que el ladrón de pieles los habíaengañado. De todos los prisioneros, sólo él había escapado a la tortura. En eso habíaconsistido su jugada. Se levantó una oleada de risotadas. Makamuk agachó la ca-beza, avergonzado. Sabía que desde aquel día ya no sería Makamuk, sino "el bur-lado". Cuando las tribus se reunieran en primavera para la pesca del salmón o en ve-rano para traficar, junto a las hogueras de los campamentos se referiría la historia decómo el ladrón de pieles había recibido una muerte digna a manos del burlado...

Como se ve, en esta típica sesión de un actualizado taller de lectura seviolaron principios que antes se creían sacrosantos:

1. Sí" y no: "no dejar atrás en la lectura huecos sin llenar ni ríos sin va-dear" sigue siendo un buen consejo, pero ya no se aplica a los vocablos y suriguroso significado según el diccionario, sino a las preguntas, evocacionesy dudas que la lectura despierta en el lector. En la sesión que acabamos detranscribir, los estudiantes no consultaron en ningún momento el dicciona-rio, sino la enciclopedia, porque ni la lectura ni su maestra los obligaban arevisar palabra por palabra. En cambio los incitaban a recordar, confirmar ocorregir nociones que estos jóvenes ya tenían (como la idea de que Américafue poblada por asiáticos que cruzaron el Estrecho de Bering hace 30 milaños; o que en el siglo XIX estallaron sucesivas "fiebres del oro" en Californiay Canadá).

Esta relación entre lectura y lector no se parece a la "calle de un solosentido", de la letra a la mente, propia del método antiguo; en cambio, seme-ja una avenida de doble sentido en que las ideas van y vienen y se modificanen el intercambio, como en un juego electrónico interactivo. Este proceso,que los científicos llaman "metacognición", es crucial para comprender y re-cordar lo leído, porque consiste en ir agregando los nuevos datos que aportala lectura al rompecabezas de conocimientos que el lector ya tiene en lamente, pieza por pieza y cada una en su lugar.

2. Sí: el precepto número 2 (no empezar a leer si no se cuenta con eltiempo necesario para completar al menos un capítulo sin sobresaltos) si-gue siendo absolutamente válido. Con todo e interrupciones, la lectura delcuento de London arriba citado tomó sólo 25 minutos, lo cual dejó los res-tantes 25 minutos de la clase para comentarios, discusión, intercambio denotas e incluso verificar en el diccionario (después de la lectura, no durante)algunas palabras cuyo significado había quedado en duda.

3. No guarde bajo llave en el cerebro lo que crea saber del tema de lalectura. Todo lo contrario: saque del archivo mental (la memoria de largoplazo; el "disco duro" de su cerebro) todo lo que tenga almacenado acercadel tema, e incluso refrésquelo consultando la enciclopedia, como los jóve-nes del taller de la maestra Brambila. En vez de borrarlo del pizarrón, ponga

22 Cap. 2. Lo que va de ayer a hoy

todo este material al alcance de la mano, sobre el escritorio, en la "memoriaRAM" de su mente (la memoria de corto plazo), para completarlo y corregirlocon las novedades que le llegarán por medio de la lectura y, en caso extremo,borrarlo completamente y remplazarlo con ideas frescas, antes de regresar el"fólder" a su lugar en la memoria duradera, el "disco duro" cerebral.

4. No peque de excesiva modestia. Todo joven o adulto normalmenteeducado suele saber más de lo que cree acerca del tema que le toca leer:puede que no recuerde los detalles o los tenga mal archivados en la memoria,un problema frecuente y que se trata más adelante en este manual; pero, deforma inevitable, la lectura provoca recuerdos, asociaciones, comparacionesy evocaciones que, mentalmente, el lector "discute" con el autor. Investiga-dores como la doctora Hilda E. Quintana, de la Universidad Interamericana,en Puerto Rico, conciben la lectura como un "diálogo interactivo" entre elescritor y el lector. Los alumnos del taller de lectura de la Universidad AlbertEinstein podían hacerlo de viva voz, si no con el autor, entre ellos y con lamaestra; si usted lee a solas, por lo menos anote al margen sus dudas, pre-guntas y objeciones, para no olvidarlas y buscar sus respuestas, más adelanteen el texto que está leyendo o en otros del mismo tema que decida consultarposteriormente.

5. No se prive del placer de adivinar lo que le depara el próximo párrafoo el siguiente capítulo. La anticipación es uno de los mayores deleites decualquier género de lectura: el lector de una intriga policiaca procura dilu-cidar quién es el asesino; la adolescente que lee una historia de amor sufrey se estremece tratando de adivinar si la pasión que embarga a los protago-nistas acabará en gozo o se irá al pozo; el lector de un informe de ventas estáen ascuas hasta ver qué tan acertadas o descabelladas fueron sus previsio-nes acerca de la aceptación que tendría el nuevo producto, y ni hablar dela ansiedad con que los políticos leen los resultados de las encuestas. "Lalectura —dice la doctora Quintana- es un proceso en el que constantementese formulan hipótesis y luego se confirma si la predicción que se ha hechoes correcta o no." Y el gran Jean Piaget, el suizo que desde la primera mitaddel siglo pasado revolucionó la psicología de la educación, lo puso aún másclaro: "La predicción consiste en formular preguntas; la comprensión, enresponder a tales preguntas."

6. No trate de eludir las asociaciones: sólo malgastará energía psicológi-ca, porque los recuerdos despertados por la lectura, desde el estado conta-ble del tercer trimestre hasta el sabor del primer beso del primer amor, soninevitables. Siguiendo a los investigadores más avanzados de la actualidad,especialistas como Nora Patricia Olarte y Bárbara Greybeck Daniels, de laUniversidad de Guadalajara y del Tecnológico de Monterrey, respectivamen-te, creen que en vez de funcionar de manera unidireccional (la calle de unsolo sentido, sin intersecciones ni desviaciones, a que nos quería acostum-brar la educación tradicional) la mente humana funciona, en realidad, de unmodo más acorde con los hipertextos electrónicos, con múltiples links para

Lo que va de ayer a hoy 23

acceder a casi infinitas ramificaciones de información, pensamientos, imá-genes, fechas, ideas y aun sensaciones que el sujeto tal vez creía borradaspero que ahí están, guardadas para siempre en algún rincón del cerebro. Siasí funciona la mente humana, "irse por las ramas" es inevitable; pero, comorecomendaría la estudiante a quien sus compañeros apodaban "Ariadna",hay que controlar el proceso para no "perder el hilo" y retornar al caminoprincipal, como usando la función back del navegador de Internet. (De paso:la Ariadna de la mitología griega era hija del rey de Creta, isla donde habíaun laberinto en el cual habitaba el Minotauro. El ateniense Teseo llegó aCreta para matar al monstruo, pero jamás habría salido con vida del labe-rinto sin la ayuda de la princesa, que se enamoró del héroe a primera vista.Ariadna proporcionó el famoso ovillo de hilo con un extremo amarrado a laentrada del laberinto y que el ateniense debía desenrollar por el camino sinperderlo, para, tras matar al Minotauro, guiarse y salir del enredo.)

7. No es cierto: leer en grupo y discutir la lectura, como se vio en el ta-ller de la Universidad Albert Einstein, puede ser muy productivo, si se con-diciona a que nadie —maestro, jefe, coordinador— asuma el papel de censor ocrítico de las opiniones ajenas. Ejecutivos e integrantes de equipos creativosde empresas modernas están acostumbrados a trabajar en "tormenta de ce-rebros" y dominan sus reglas, como la de aceptar todas las ideas, incluso lasmás descabelladas, para no inhibir a nadie.

8. No es cierto: la lectura más provechosa no es la que se hace con finesexclusivamente "serios", "formales", "por obligación", sino la que proporcio-na placer, como se verá en el capítulo que sigue.

Leer por deíeite

Sufriendo no se aprende a entender.A la verdadera comprensión sólo se llegapor el camino de la diversión.

Si no tiene absoluta obligación de hacerlo, no lea nada aburrido, aunquelos "hombres sabios" le aseguren que se trata de una pieza literaria magistral.Puede que lo sea, pero si le causa aburrimiento significa que aún no está us-ted preparado para sacarle gusto y provecho. Al principio no importa la ca-lidad, el nivel cultural o el "prestigio" de su lectura favorita: lea sin pena ydisfrútelo plenamente.

Justamente así, por puro gusto, es como los humanos nos aficionamos ala lectura. Muchos así aprendimos a leer antes de ir a la escuela. Cuando nohabía televisión ni era común mandar a los niños al kinder desde los tres ocuatro años, el sueño de los chiquillos de esa edad era descifrar los diálogosde los personajes de las historietas, los comics, los "monitos". Era común lasiguiente escena hogareña:

-¡Mami, mami! ¿Qué le dicen los policías a éstos, escondidos en la ca-sita...?

-Cuidado, m'ijito: no te me cruces. ¿No ves que estoy guisando?-Sí, pero, ¿qué le dicen, mami?-¡No, demonio, no te trepes en la estufa! A ver, déjame ver: les dicen

"¡Ríndanse, están rodeados!". Pero bájate de esa silla: ¡ahorita mismo!-Sí, mami linda. ¿Y ellos, qué contestan, los de la casita?-¡Por Dios, no toques el comal, que está caliente! A ver: dicen "¡Vende-

remos caras nuestras vidas...!" Pero ya, ¡vete al patio y déjame guisar!

24 Cap. 2. Lo que va de ayer a hoy 25

Era muy divertido y uno aprendía no sólo las palabras, sino también lasonomatopeyas en inglés, como slam, ouch, bang, bang y sniff, sniff.

El maestro Felipe Garrido dice en Para leerte mejor -uno de los librosmás lúcidos escritos en México respecto a este tema- que "consecuenciade la lectura por placer (de la nota roja y las reseñas deportivas a la mejorliteratura) es el adiestramiento para la comprensión. Los lectores se formancuando descubren la lectura por placer. Lo que menos debe preocupar-nos es que los libros 'enseñen algo' al aprendiz de lector. La función de losprimeros libros no es enseñar, sino ser tan absorbentes, fascinantes, revela-dores, emocionantes, impactantes, ágiles y tan divertidos que el aprendizse enamore de la lectura".

Por tanto, si aspira a pasar "de la nota roja y las reseñas deportivas a lamejor literatura", no empiece por los libros que primero recomiendan los"hombres sabios", sino por los más ingeniosos: para entrar al universo deGabriel García Márquez no empiece por Cien años de soledad, una catedralgótica invadida por la selva, sino por Crónica de una muerte anunciada, queparece novela policiaca de la "serie negra"; si le intriga Mario Vargas Llosa,no empiece por su abrumadora obra maestra, La guerra del fin del mundo,sino por Pantaleón y las visitadoras, deliciosa como un divertimento de Mo-zart, o La tía Julia y el escribidor, un triángulo amoroso que da risa; si le tientael universo maniacodepresivo de Milán Kundera, no se enfrente desarmadoa La insoportable levedad del ser, sino comience por La despedida, escrita enla cúspide de una etapa de manía, cuando el protagonista del relato, igualque el autor, lograba al fin escapar de la sombría Checoslovaquia comunista;y si le atrae Julio Cortázar, ni se le ocurra empezar por Rajuela, un alucinan-te laberinto de papel, sino por Los premios, su primera novela, escrita sobrela mesa de mármol de un café de la Avenida de Mayo, en Buenos Aires,cuando el autor era pobre, joven y feliz.

El hábito de la lectura y la destreza para entender lo que se lee noson dones divinos: "Son artes en su acepción de oficios, saberes prácticos,destrezas que se adquieren por ejercicio y emulación", dice Garrido. Comomaestro de redacción en una pequeña universidad donde se podía conocera los alumnos uno por uno, descubrió con deleite que los estudiantes queno trepidaban ante textos de Immanuel Kant o James Joyce no eran lostípicos "pericos dieceros", sino aquellos que desde la primaria venían de-dicando más tiempo a novelas de aventuras —Mark Twain, Emilio Salgari,Alexandre Dumas, Jules Verne, Robert Louis Stevenson— que a lecturasmás indigestas.

La verdad es que nadie nace predestinado a leer, nadar o contar cuentos:son habilidades que se adquieren practicándolas y sólo se practican cuandodan placer, como andar en zancos o cantar en la regadera. Para adquirir el"vicio" de leer hay que empezar por lecturas que interesen profundamente,provoquen gran diversión o ambas cosas a la vez, porque, dice Garrido, "esmuy difícil, casi imposible entender lo que no nos interesa". Este maestro

26 Cap. 3. Leer por deleite

dice que una de las mejores maneras de tomarle gusto a la lectura es empe-zar por novelas apasionantes y cuya adaptación cinematográfica el lector yahaya visto, para descubrir lo que quedó fuera de la película y comparar lasdiferentes maneras de contar una misma historia. Si le gusta la idea, pase alsiguiente capítulo.

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Lectura ados voces

"Todos llevamos dentro un "abogadodel diablo", cuyas opiniones suelen sermaliciosas pero útiles: ai leer, déjelo hablar.

Se puede empezar con El crimen del padre Amaro, un filme visto por mu-chas personas en México. No hace falta volver a ver la película antes de leerla novela: para fines de comprensión, la verdadera película no es la que filmóCarlos Carrera, sino la que usted guarda en la memoria. Lo ideal es leer engrupo (como en los talleres de lectura de la maestra Brambila) o en trío o endúo: con el cónyuge, con amigos o compañeros de estudios, con familiares,con colegas o con los hijos, nietos o sobrinos a quienes deseamos inculcar elhábito de la lectura. Y si no tiene con quién, dialogue con usted mismo.

Leer y polemizar con uno mismo en voz alta era común entre los anti-guos: san Agustín cuenta en sus Confesiones que la gente se extrañaba de quesan Ambrosio, obispo de Milán, leyera en silencio, tal vez porque era propen-so a la afonía y debía cuidar sus cuerdas vocales.

Hablar y discutir con uno mismo todavía es común en la niñez e inclusoen la adolescencia. El chiquillo necesita oírse para comparar su hablar conel de los adultos y autocorregirse. Algunos niños llegan a inventar interlocu-tores imaginarios, para regañarlos a gusto. Los adolescentes suelen recurriral diálogo imaginario, en silencio o de viva voz, hundidos en un rincón ogesticulando ante el espejo, como si ensayaran una obra de teatro, para pre-parar, antes de una confrontación trascendental, qué decir, qué replicar yqué callar, por ejemplo:

¿Y si me sale con que tengo la nariz muy grande? Pues entonces le digoque también Cyrano de Bergerac era narizudo, lo cual no le impedía ser unvaliente espadachín y delicado poeta; y después le recitaré, por ejemplo, unode los Versos del capitán, esos enigmáticos poemas de autor anónimo publi-

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cados en los cincuentas, como el que dice: "Tú, entre todos los seres, tienesderecho a verme débil...", y ella cae a mis pies. ¿O no...?

La costumbre de discutir con uno mismo antes de afrontar situacionescríticas, como pedir aumento de salario, gestionar un nuevo empleo o en-frentar a un nuevo cliente, no se pierde nunca y nunca deja de ser útil. Lospsicólogos dicen que en la guerra, los soldados con mayores probabilidadesde sobrevivir son los que pensaron de antemano qué hacer o cómo reaccionarante los eventos menos previsibles; y en la vida cotidiana los que salen ganan-ciosos son los que previeron y ensayaron qué hacer, qué decir y cómo reac-cionar ante todo lo imaginable. Para hablar consigo mismos, algunos prefie-ren encerrarse a solas para que nadie dude de su cordura. Otros lo hacemosen silencio, mentalmente, en debate a brazo partido con el abogado del dia-blo que todos llevamos dentro. Hágalo usted a su propia manera, pero hága-lo. Empecemos a leer:

—En la película, el padre Amaro (no recuerdo su apellido) era un mucha-cho con labios de muchacha y aspecto frágil, que se veía fuera de lugar enel camión de segunda en que viajaba a un pueblo llamado Los Reyes, quiénsabe en qué estado.

—Coincide con la descripción que de él ofrece el libro:

Tenía el cabello negrísimo, el rostro ovalado, el cutis suave, los ojos grandes,sombreados por largas pestañas...

-Así es; tal cual.-Aunque los parecidos entre paisajes, costumbres y personajes resultan

sorprendentes, la novela no se desarrolla en México en la época actual, sinoen Portugal en la segunda mitad del siglo XIX. El autor, José María Ega deQueiroz, nació en 1845 y murió en 1900. A los 25 años de edad, recién gra-duado en leyes, fue burócrata en el ayuntamiento de Leira, una localidadprovinciana. Después fue periodista y diplomático y recorrió medio mundo,pero nunca olvidó la asfixiante ñoñería de Leira, donde ubicó la acción dela novela. El escritor mexicano Vicente Leñero halló tanta similitud entre elambiente de Leira de hace más de un siglo y el de algunos lugares del Méxi-co de hoy, que decidió adaptar el libro con retoques apenas ligeros para ac-tualizarlo: el pueblo no se llama Leira sino Los Reyes y queda, tal vez, en Ve-racruz o Michoacán, por los paisajes; y de pronto aparecen computadoras,camiones de segunda, "trocas", teléfonos inalámbricos, alguna minifalda...

-En la novela, por supuesto, el padre Amaro (nombre completo: AmaroVieira) no llega en camión sino en diligencia. En Leira, dice la novela:

...sólo una persona conocía al nuevo párroco: el canónigo Días, que había sido sumaestro de moral en el seminario. Lo recordaba buen chico y listo. El canónigo habíaengordado tanto, que su panza apenas cabía bajo la sotana. Vivía con una hermana

Lectura a dos voces 29

viejo, doña Josefa Días, y una criada. Pasaba por rico, tenía propiedades arrendadasy su vino era el mejor de la comarca...

-No me extraña: Portugal produce algunos de los mejores vinos delmundo, como el oporto. Sigúele.

Pero lo más notable de la vida del canónigo no era su panza, sino su vieja amis-tad con doña Augusta Camina, a quien llamaban la San Juanera por ser natural deSan Juan de Foz. Vivía ésta en la calle de la Misericordia y recibía huéspedes. Teníauna hija, Amelia, muchacha de 23 años, bonita y muy cortejada...

—Sí. En la película, cuando Amaro llega a su iglesia, lo primero que seencuentra es a la bonita Amelia, que está dando clases de catecismo a unosniños. Se supone que es una chica ultracatólica, pero anda de minifalda: noconozco ningún pueblecito de la provincia mexicana donde las maestras decatecismo vayan a la iglesia de minifalda.

-Es una licencia cinematográfica.—¿Y qué es un canónigo? Algo que llama la atención en la película es que

en el pequeño pueblo de Los Reyes haya tantos sacerdotes: en los pueblitosmexicanos de hoy, incluso las cabeceras municipales, apenas hay un curasolitario, que además debe atender, por turno, varias comunidades aledañas.

-Porque ahora hay escasez de curitas. En cambio, en el Portugal delsiglo XIX casi no había familia que no tuviera al menos un par de sacerdotesy una o dos monjitas. En la película tuvieron que conservar la abundanciade clérigos porque todos ellos desempeñaban un papel en la historia; y uncanónigo, dice el diccionario, "es un eclesiástico perteneciente al cabildo deuna iglesia catedral y que goza de una canonjía" (canonjía también significa"empleo de poco trabajo y bastante provecho").

—Mmmm... En la película, Amelia se queda viendo al joven párroco des-de el primer instante, pero él sólo repara en ella cuando lo llevan a comer acasa de la San Juanera, donde la chica hace de mesera.

-Sigamos leyendo:

El canónigo parecía satisfecho con el nombramiento de Amaro Vieira. Un díamostró al coadjutor [ayudante del párroco; en la película lo llaman sacristán (N.del A.}] de la parroquia, criatura servil y callada, una carta de Vieira donde éste lerogaba que le alquilase una casa barata, respetable y sosegada. -Es buen negociopara la San Juanera -dijo el canónigo-; y siempre es una ventaja tener al párroco

en casa.-El único inconveniente -murmuró el coadjutor- es que Amelita es ya una mujer...

Su Señoría sabe lo que son las malas lenguas.El canónigo respondió indignado. -¿Entonces qué diñan del padre Joaquín, que

tiene bajo su mismo techo a una ahijada de su madre? -y añadió en tono confi-dencial-: Además, a mí me conviene... El día que no aparezco por su casa, la SanJuanera está desesperada. Es tan agradecida... Y una excelente mujer...

30 - . ., , I, , |M,

—En la película, el joven párroco no se aloja en casa de la San Juanera;sólo va diariamente a comer: es una especie de pequeña fonda o cocina eco-nómica lo que tiene la señora. De la San Juanera, dice el libro que era:

...alta, de aspecto tranquilo: tenía los ojos negros cercados por arrugas, y los cabe-llos estirados comenzaban a ralear junto a las sienes; pero se adivinaban brazos re-dondos y senos abundantes...

-¿Y cómo describe la novela a la bonita Amelia?-En el libro, Amaro y Amelia no se conocen en la iglesia ni en la fonda,

sino en la casa de la San Juanera, donde el nuevo párroco se aloja comohuésped.

Resonó entonces la campanilla de la entrada, rechinó la puerta y se oyeron vocesy risas. Enseguida entró una joven bellísima, fuerte, alta, derecha.

-Amelita -gritó la San Juanera-. Ya llegó el señor párroco. ¡Sube!Amelia miraba hacia la escalera, donde el párroco estaba apoyado en el pasa-

manos. El párroco bajó pegado a la balaustrada para dejarla pasar, murmurando unbuenas noches, con la cabeza baja. Más tarde, en su cuarto, cuando se arrodilla-ba para rezar, oyó el ruido de las enaguas almidonadas que Amelia sacudía aldesnudarse...

-Parece que no sólo tenía muy buen oído sino imaginación capaz de adi-vinar el contenido de las enaguas, "prenda interior femenina, similar a unafalda y que se lleva debajo de ésta", según el diccionario. Lo que la películano aclara es de dónde salió este imaginativo curita, su historia y anteceden-tes. ¿Qué dice el libro?

Amaro Vieira nació en Lisboa, en casa de la marquesa de Alegros. Su padre eracriado; su madre, doncella. El padre murió de una apoplejía y la madre sucumbió,tísica, al año de viudez. Amaro tenía seis años. La marquesa lo conservó en su casay vigiló su educación [...] la marquesa, viuda a los 43 años, pasaba la mayor partedel año retirada en su quinta de Carcavellos. Era bondadosa, se preocupaba por losintereses de la Iglesia y tenía capilla en su casa. Sus dos hijas habían sido educadasen el temor del cielo y las preocupaciones de la moda. En Carcavellos, de mayo aoctubre, leían libros beatos y, a falta de ópera y visitas, recibían a los curas. Dios erasu lujo de verano...

-En esa atmósfera, era lógico que Amaro optara por el sacerdocio. Ade-M u s , en esos tiempos todavía regía aquello de que los desheredados sóloI > ( > < l í a n hacerse curas o soldados y, criado entre mimos, Amaro no se habría•daptado a la disciplina militar.

—No. Además, dice el libro:

Amaro era muy aficionado a las cosas de la capilla y a estar anidado en elregazo de las mujeres oyendo hablar de cosas santas. No lo enviaron al colegio

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por temor a camaradas inmorales. El capellán de la casa le enseñaba latín y la hijamayor, Luisa, francés y geografía. A los once años ayudaba a misa. Iba creciendo

menudo y amarillento; jamás reía...

-Además de la vida religiosa parecía destinado a la orfandad, pero no así

al desamparo.

Un buen día, falleció la marquesa. Dejaba en su testamento un legado para queAmaro entrara al seminario a los quince años y se ordenase. El chico tenía entoncestrece y deseaba ir al seminario. Nadie lo había consultado sobre su vocación; leimponían el hábito, y su naturaleza pasiva lo aceptaba de buen grado...

-¿No era, entonces, muy devoto?-No lo parece. Dice el libro:

En el seminario, su falta de carácter lo hizo someterse a las reglas y hasta llegóa tener buenas notas. Nunca comprendió, sin embargo, por qué algunos, con losojos en blanco, palidecían de éxtasis en la capilla, como en la antesala del cielo.Tampoco comprendía a los ambiciosos, que deseaban ser secretarios de un obispo yoficiar en una iglesia aristocrática. Amaro no deseaba nada...

—¿Y de hormonas, cómo andaba?—Parece que bien; dice el libro:

Los estudios, los ayunos, las penitencias domaban su cuerpo, pero por dentro sele agitaban los deseos como un nido de víboras...

—Sin embargo, parece que nunca se metió en líos sexuales, porque a su de-bido tiempo se ordenó, y estaba más preocupado por colocarse. El libro sigue:

...que la hija menor de la marquesa de Alegras estaba casada con el conde deRibamar, consejero de Estado con gran influencia, y fue una mañana a casa de la

condesa.-Pierda cuidado -le dijo ésta-. Mi marido intervendrá... En este momento, la

mejor parroquia vacante es la de Leira.Una semana después, Amaro recibió su nombramiento.

—Por eso, en cierta forma se comprende que al curita le causaran im-pacto los crujidos de las almidonadas enaguas de Amelia. Pero no sucede asíen el filme. En la película a ella le toca confesarse con el nuevo párroco yle cuenta que experimenta un indescriptible placer cuando, desnuda bajo laregadera, se acaricia a sí misma. Esto parece aún más fuerte que el crujidode enaguas.

-De acuerdo con el libro, hasta este momento y además de oír desde sucuarto (en su primera noche en casa de la San Juanera) aquellos roces def i n , i U - l i i almidonada, c-1 ivt irn llegado Amaro sólo se había cruzado fugaz-

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mente con Amelia en las escaleras, sin atreverse a verla cara a cara. Sólo a lasiguiente noche tendría oportunidad de observarla sin tapujos.

Al día siguiente sólo se hablaba en la ciudad de la llegada del párroco. Las ami-gas de la San juanera -las Pintimas, doña María de la Asunción, las Gangoso- fue-ron por la mañana a "ponerse al tanto" [...] Amaro había salido con el canónigo. LaSan Juanera les contó de su llegada y les enseñó su cuarto. Al salir, besuqueando a suamiga, todas la felicitaron. Ella dijo desde la escalera: -Vengan esta noche...

Al mediodía llegó Libaniño, el beato más activo de Leira, de vocecita aguda,cara inflada color de limón y calva reluciente. La San Juanera comenzó otra vez aglorificar a Amaro. Este había ido a visitar al chantre (otro de esos dignatarios ecle-siásticos que al parecer abundaban en el Portugal del siglo XIX: a éste le correspondíadirigir el coro) con el canónigo Días. Amaro entregó al chantre una carta de reco-mendación del conde de Ribamar. Todos estuvieron muy contentos y el párroco saliómuy satisfecho. A las ocho entraban en casa de la San Juanera. Las viejas amigasesperaban ya en el comedor...

-Lo que sigue pinta magistralmente la atmósfera que reinaba entre lasbeatas de aquel pueblo.

Amelia cosía junto a la lámpara. Doña María de la Asunción lucía el traje negrode los domingos; cubría sus cabellos azafranados con una cofia de encaje; las manosdescarnadas, ostentando anillos, reposaban sobre el regazo; y del cuello le caía unagruesa cadena de oro. Derecha y ceremoniosa, tenía en la barba un lunar peludo ysus dientes eran verduzcos. Era viuda, rica y padecía un catarro crónico.

-Aquí tiene usted a señor párroco -le dijo la San Juanera. Ella se levantó e hizouna reverencia-: Estas son las señoras de Gangoso.

Amaro las saludó tímidamente. Eran dos hermanas. La más vieja, doña Joaquina,era seca, de ojillos vivos y nariz colorada. Hablaba mal de los hombres y se entrega-ba por completo a la iglesia. Su hermana doña Ana era sorda. No hablaba nunca.Gruesa, de negro, dormitaba exhalando de vez en cuando agudos suspiros. Se decíaque al administrador de correos le inspiraba una pasión funesta.

También estaba allí doña Josefa, la hermana del canónigo Días. Angulosa, arru-gada, vivía en un perpetuo estado de irritabilidad, con el ceño fruncido. Hablaron delos bellos paisajes del lugar. Amelia dijo: -Para mí, no hay como aquel sitio cerca delpuente, debajo de los cipreses... ¡Es tan triste...!

Amaro la miró entonces por primera vez. Ella llevaba un vestido muy ceñido quedibujaba las líneas del pecho; su cuello era blanquísimo, sus labios rojos y frescos, yal párroco le pareció que un ligero bozo ponía sobre aquella boca una sombra sutily dulce. Hubo un silencio. El canónigo empezó a cerrar los párpados. Doña JoaquinaGangoso preguntó por el padre Brito. Un joven que todo el tiempo había permanecidopoco visible, en un rincón, dijo entonces: -Lo vi hoy a caballo; iba hacia Barrosa.

Aquel joven era alto; sobre su rostro regular destacaba un bigote cuyas puntasacostumbraba morder. -¡Vaya! -exclamó doña Josefa-. ¡Usted ni saluda al párro-co...! ¡Ay, padre Amaro, si pudiera usted llevar por buen camino a Juan Eduardo...!Con lo que dijo de la Santa de Arragasa, ¡no ganará el cielo!

Juan Eduardo respondió, sonriendo: -Los médicos, señor párroco, aseguran quela Santa padece una enfermedad nerviosa...

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Aquella irreverencia provocó escándalo entre las viejos. Doña Josefa gritó:-¡Cállese...! ¡Es un insulto! -y dirigiéndose a Amelia añadió-: Hija mía, yo en tulugar le daba el no.

Amelia enrojeció. Amaro, para restablecer la paz, preguntó:-¿Pero quién es esa Santa?-¡Todo, señor párroco! -dijo doña Joaquina-. Está siempre en cama, pero sabe

rezos. La persona por quien ella pida, tiene la gracia del Señor. La gente que se acer-ca a ella, sana de toda molestia. Y cuando comulga comienza a erguirse y quedacon todo el cuerpo en el aire y los ojos fijos en el cielo...

La criada entró en aquel momento con el té, que las viejas comenzaron a sor-ber a traguitos. Amelia se sentó al piano, recorriendo con sus finos dedos el tecla-do amarillo. Después jugaron a la lotería.

Esa noche Amaro se encerró en su cuarto y comenzó a rezar. Pero se distraía re-cordando el perfil de Amelia... La comida en casa del canónigo le había dado gransed y quiso beber. Recordó que sobre la mesa del comedor había agua fresca; secalzó las pantuflas y subió despacio.

Había luz en la habitación contigua y estaba descorrida la cortina. Amelia, enenaguas, deshacía el nudo de sus cabellos; el escote de la camisa dejaba ver bra-zos y pechos. Amaro quedó inmóvil, con un sudor frío. Volvió a bajar lentamente; susmanos temblaban. Se acostó sin rezar...

—De modo que la misma noche que Amaro vislumbró por primera vezlos pechos de Amelia, conoció al novio de la chica. ¿Quién era este JuanEduardo? ¿Cómo se había hecho novio de Amelia? La película no informa.

-El libro dice que Amelia tenía 23 años (edad ya avanzada para unasoltera en provincia, me parece):

...cuando conoció a Juan Eduardo un día de Corpus, en casa del actuario MuñesFerrol, donde el joven estaba como escribiente. Amelia reparó aquella tarde en lablancura de su cutis y en el respeto con que la miraba. Juan Eduardo, viendo cerca deella un asiento vacío, fue a ocuparlo. Amelia le hizo sitio, complacida.

-¿Nunca ríe? -le preguntó él poniendo en su voz una intención fina.Ella lo miró de reojo, sin responder.-Pregunto -dijo él-, porque me interesa usted...En esto se aproximó doña Josefa, que los vigilaba, y Juan Eduardo abandonó

su sitio. A la salida, cuando Amelia se ponía e abrigo, Juan Eduardo le dijo: -Novaya a tomar frío.

-¿Continúa usted interesándose por mí? -dijo ella, en son de burla.-Más de lo que usted supone -respondió él, con total seriedad.Dos semanas después llegó a Leira una compañía de zarzuela y doña María,

que tenía palco, llevó una noche a la San Juanera y a su hija. Al terminar la repre-sentación, Juan Eduardo subió a saludarlas y ofreció a Amelia acompañarla a sucasa. La San Juanera y doña María iban detrás con Nuñes Ferrol. Juan Eduardo,entonces, habló resueltamente de su pasión mientras estrechaba a la muchacha unamono. Amelia, exaltada por la música del teatro y la noche de verano, suspiró: -¿Deveras me quiere?

Fue un chispazo de noche de verano, pero al día siguiente Amelia reconocióque no sentía cariño por Juan Eduardo. Pero el escribiente iba todas las noches a

34 Cap 4. Lectura a dos voces

casa de la San Juanera, aunque Amelia se mostrara cada vez más fría. Un día elmuchacho habló de casamiento.

-Si Amelia quiere, yo, por mí, muy gustosa -repuso la madre.Amelia respondía vagamente: -Más adelante veremos. Por fin se acordó es-

perar a que el muchacho obtuviera un puesto de amanuense en el gobierno civil,cargo que le había ofrecido el doctor Godiño. Así vivía Amelia hasta la llegada deAmaro...

—En la película parece que es Amelia quien seduce a Amaro con el trucode confesarle sus raptos de autoerotismo en la bañera. En la novela, ¿quiénseduce a quién?

-Ambos; cada uno por su lado. Lo que pasa siempre cuando se alboro-tan las hormonas: cada uno se daba cuerda a sí mismo para enamorarse. Lavida de Amaro en Leira empezó a ser muy feliz. Sus días, dice la novela:

...pasaban con buena mesa, blandos colchones y convivencia de mujeres. Decíamisa temprano, aunque ya no con el fervor de los primeros tiempos. Como no cena-ba, a tales horas sentía apetito y mascullaba aprisa, monótonamente, las santas lec-turas. Después, con el alivio de la obligación cumplida, pensaba en el almuerzo yen Amelia.

Por la tarde, generalmente subía al comedor donde cosían Amelia y su madre.La muchacha lo trataba con familiaridad. Un día le pidió que le sostuviera una ma-deja para devanarla. Amaro estaba contentísimo.

Algunas veces la San Juanera se levantaba para ordenar algo en la cocina y elcura y Amelia se quedaban solos. No hablaban, pero sus ojos sostenían mudo diálogo.

Amaro nunca había estado antes en intimidad con una mujer y, al pasar por elcuarto de ella y ver la puerta abierta, dirigía al interior una mirada rápida, curiosa yllena de deseos. Una media caída, una liga olvidada, eran como revelaciones que lehacían palidecer apretando los dientes.

La hora de comer era feliz y peligrosa: la mejor del día. Después de la segundacopa de vino, él se volvía comunicativo, decía chistes y alguna vez se permitía rozarfurtivamente el pie de Amelia, al tiempo que le dirigía miradas brillantes. Despuésde la cena ambos bajaban exaltados. Encerrados cada uno en su cuarto, por fatalcoincidencia ambos comenzaban a leer las mismas lecturas piadosas, los Cánticosa jesús, una obra escrita en lenguaje equívoco. Se invoca así a Jesús: "¡Ven, amadode mi corazón, cuerpo adorable, mi alma impaciente te desea! ¡Te amo con pasión!¡Abrázame, quémame, destrózame, poséeme!"

Un obispo había aprobado ese librito, que las novicias leían en el convento.Amaro lo leía hasta muy tarde, perturbado. A veces sentía crujir encima de su cabezael lecho de Amelia. Cerraba los ojos y creía verla, inclinándose para desabrocharseuna liga, con el escote de la camisa descubriendo dos pechos blanquísimos...

-¿Y la chica? ¿Cómo le iba a ella, fuera de la regadera?—En la novela no hay escenas de regadera. En cambio se dice que en esos

días Amelia se puso pálida y ojerosa. Se quejaba de insomnio, de palpitacio-nes. Parecía triste y a veces, sin motivo, la sangre le quemaba el rostro.

Lectura a dos voces 35

-Si en la novela Amelia, por más que anduviera pálida y ojerosa, noconfiesa sus raptos de autoerotismo, ¿qué fue lo que decidió al curita aseducirla?

-El mal ejemplo. Dice el libro:

Un día, al regresar a la caída del sol, Amaro halló la puerta abierta. Recordóque Amelia había salido con Joaquina Gangoso. Cerró sin ruido y subió a la cocinapara encender una luz. Al pasar junto al comedor, oyó en el cuarto de la San Juanerauna voz ronca. Sorprendido, se asomó silenciosamente a la puerta entreabierta. Lamujer, en corsé, se ataba las enaguas y, sentado junto a ella, en mangas de camisa,el canónigo aún resoplaba. El párroco optó por salir de la casa silenciosamente.Caminó sin rumbo fijo, asombrado. Nunca había sospechado tal escándalo. Sinadvertir que una lluvia fina empapaba ya sus ropas, Amaro caminaba con una solaidea: convertirse en amante de la muchacha, así como el canónigo lo era de la SanJuanera... Pero se sentía feo, ridículo, con su cara rapada y su horrible tonsura. Casiinstintivamente se comparó con Juan Eduardo, que tenía bigote, todo el cabello ¡yera libre! Que podía dar a Amelia su nombre, una casa, la maternidad. Se dijo que,

fuese un hombre libre, sería un buen marido. Ante la ¡dea de aquella felicidadsi elinaccesible, sus ojos se llenaron de lágrimas...

—En la película el canónigo se culpa por vivir en pecado. Es una es-pecie de pecador débil pero decente, que siempre se arrepiente y siemprereincide. En cambio no le pesa ser amigo y protegido del cacique local, unnarcotraficante a quien el buen padrecito ayuda a lavar narcodólares...

-En la novela, por supuesto, no se alude al narcotráfico, porque eso noexistía en el Portugal del siglo XIX. Pero el autor, un típico liberal decimonó-nico, procura exhibir no sólo la floja moral sexual, sino también la estupidezy corrupción del clero de su época. Lee estas escenas:

Días después, el párroco y el canónigo fueron a comer con el abad de Corte-gasa, quien cumplía años y convidó a varios amigos. Estaba el padre Natalio, unlengua de víbora que vivía con dos sobrinas huérfanas a las que llamaba "las dosrosas de mi jardín". Estaba también el padre Brito, el cura más bruto y fuerte de ladiócesis, y el beato Libaniño. La comida había sido hecha por el abad y después dela sopa comenzaron los brindis. Los curas se desgañifaban riendo. Un pobre llegóa la puerta y le dieron la mitad de un pan; después hablaron de las bandadas depobres que recorrían las aldeas: -Hay mucha pobreza, pero más pereza -decía elpadre Natalio.

El buen abad decía que la pobreza agrada a Nuestro Señor: -¡Ay niños -mur-muró entonces Libaniño-, si no hubiera en la tierra más que pobres, este mundo seríael reino de los cielos!

El padre Natalio opinaba que la causa principal de la pobreza era la inmorali-dod. En la aldea había más de 1 2 solteras embarazadas. El padre Brito contó quelos trabajadores errantes que ofrecían sus servicios en las haciendas vivían en la pro-miscuidad y morían de miseria. Entonces el padre Natalio, que tenía la lengua suelta,comentó: -Si ocurre eso... el ejemplo viene de arriba. A mí me han dicho que tú y lamujer del corregidor...

36 Cap. 4 Lectura a dos voces

-¡Mentira! -exclamó Brito, rojo como la grana-. Quien divulgó esa calumnia esel mayorazgo de Cumiado, porque el regidor no lo votó en las últimas elecciones.¡Voy a romperle los huesos!

-No es para tanto, hombre -decía Natalio. Y recordando la influencia políticadel mayorazgo, empezaron a hablar de las elecciones. El padre Natalio había obteni-do en las últimas 80 votos. -¿Imaginan ustedes cómo? -dijo-. ¡Pues por un milagro!

-¿Un milagro? -repitieron todos con asombro.-La víspera de las elecciones me puse de acuerdo con un misionero y se recibie-

ron en la aldea cartas bajadas del cielo, firmadas por la Virgen María, pidiendo conpromesas de salvación y amenazas de infierno los votos necesarios.

Amaro escuchaba en silencio. La criada entró por fin con una fuente de arrozcon leche y un garrafón de Oporto. -¡Por su Santidad Pío IX! -gritó Libaniño. Y todosbebieron, conmovidos...

-Pues sí, no era el mejor ambiente para fortalecer la devoción y discipli-na de un joven cura. Amaro ya parece listo para arrojarse sobre Amelia. Enla película, las primeras caricias sobrevienen en la iglesia, ante el altar: nadamenos. Y una vieja beata los observa desde la penumbra, lo cual me pareceun exceso de "licencia cinematográfica", porque si tal cosa sucediera en lavida real, en 10 minutos toda la feligresía estaría enterada y esa misma tardelos tortolitos tendrían que irse del pueblo...

—En la novela, la primera escena erótica sucede en el campo, a plenosol, justo después de la comida en el rancho del abad de Cortegasa, tras lacual, dice el libro:

Amaro regresó hacia Leira por el atajo de Sobros, que se extiende a lo largodel muro de una quinta. Cuando llegaba a portalón, encontró a mitad del caminouna gran vaca y la ahuyentó con el paraguas. La vaca se alejó trotando. Al volverse,Amaro vio en el portalón a Amelia, que lo saludaba diciendo: -No espante el gana-do, señor párroco.

-¿Usted aquí? ¿Qué milagro es éste?Ella contestó, ruborizada: -Vine con doña María para echar un vistazo a nues-

tra propiedad. Esta finquita es nuestra. ¿Quiere verla, para que se forme una idea?Podemos ir en busca de doña María...

Comenzaron a subir en silencio por una calle arbolada. Amelia se detenía acada momento para enseñar la quinta: -Aquí se siembra la cebada, más allá ascebollas... ¿Ve aque vallado? Por allí se entra...

-Sospecho que ahora viene la escena principal. Adelante.

Sin embargo, hallaron la puerta cerrada:-Parece que la cancela está cerrada -señaló Amaro cuando llegaron.-Pero hay una abertura que llaman "El salto de la cabra", por donde se puede

pasar. Allí está -dijo Amelia. La abertura era estrecha y al otro lado el terreno másbajo estaba lleno de barro. Amaro se recogió la capa y saltó.

-Me da miedo, me da miedo -decía Amelia.-Salte, niña -insistía él.

Lectura a dos voces 37

-Allá va -anunció ella de repente. Soltó y fue a dar con un grito contra el pechode Amaro, que al sentir aquel cuerpo entre sus brazos la estrechó brutalmente y labesó con furor en el cuello. Amelia se desprendió sofocada, con las mejillas comobrasas y, de improviso, echó a correr a lo largo del vallado. Todo su ser se estremecíaen una sola sensación: -¡Me quiere! ¡Me quiere...!

-.. .y seguramente ella resbaló en el lodo, cayó sobre la hierba, él le dioalcance y...

-Nada de eso. El quedó petrificado de horror. Sin duda imaginaba quela chica corría a denunciarlo, a desatar un escándalo:

El padre Amaro volvió a Leira aterrado. No podía seguir en casa de la SanJuanera después de aquel incidente. Aunque Amelia no armara un escándalo, sólosería por respeto al eclesiástico, por delicadeza con el huésped. Pero en presenciadel mudo reproche de aquellos ojos negros concluiría por volverse loco. Decidió ha-blar con el canónigo. Lo encontró en el comedor y le dijo, sin preámbulos: -Quieromudarme de casa. Es muy delicado esto de vivir con dos mujeres solas, una de ellasjoven [...] Le suplico que me busque una casita barata, amueblada...

El canónigo pensó que la resolución de Amaro llegaba oportunamente. Cuandola San Juanera no tenía huéspedes dormía sola en el piso bajo. Si Amaro se marcha-ba [...] Claro que, para suplir la renta del párroco, el propio canónigo tendría queaumentar su mensualidad; pero se dijo: ¡qué diablos!, estaré a mis anchas...

-¿Hablando soló?-preguntó la San Juanera al entrar.-Estaba pensando en cómo castigaré la carne durante la cuaresma -respondió

él con una risotada.A la hora de costumbre llamaron al párroco a tomar el té. Él subió temblando

de encontrar a la San Juanera enojada, al corriente ya del incidente de la mañana.Amelia estaba sola y con la cabeza baja daba puntadas en un pañuelo rojo, menosrojo que su rostro.

-Amelia, perdóneme -dijo Amaro-; fue un atrevimiento, no supe lo que hacía.Estoy resuelto a irme [...] Pedí al canónigo que me busque una casa.

Hablaba con los ojos bajos y no podía ver que Amelia levantaba los suyos ylo miraba sorprendida, desconsolada. En aquel momento entró la San Juanera y losjóvenes ya no pudieron hablar.

Ese día la comida fue triste. Amelia, para explicar su palidez, se quejó de dolorde cabeza. Después del café el canónigo pidió su "ración de música" y ella, conintención, cantó:

¡Ay, adiós, terminaron los días, qué dichosa a tu lado viví...!

Amaro se levantó bruscamente y fue hacia la ventana para ocultar las lágrimas.

-En la película ahorraron la secuencia de la despedida, cambio de casa,etc., porque él vivía desde el comienzo en la casa parroquial y seguía viendoa la muchacha en la iglesia. Claro que ahí no podían hacer nada: mientras nohallaran un lugar donde verse a solas y lejos de miradas indiscretas...

—Pues en la novela el párroco se muda a vivir solo, pero tampoco ensu nueva casa puede recibir a Amel ia , porque si la vieran entrar sola a casa

3o Cap. 4. Lectura a dos voces

del párroco todo el pueblo se enteraría en minutos. Pasaron una semana detormento:

El párroco intentaba leer pero se aburría. Se acostaba sin rezar: juzgaba quehaber renunciado a Amelia era ya bastante penitencia y se creía cumplido con elcielo. Para no verla, Amaro cambió la misa de mediodía, a la que asistía ella, por lade las nueve de a mañana.

Por su parte Amelia, todas las noches, al oír que tocaban a la puerta de su casa,tenía unas palpitaciones tan fuertes que quedaba un momento sofocada. Se oían en-tonces en la escalera las botas de Juan Eduardo o las pisadas blandas de las Gan-goso. Muchas veces, al dar las diez, cuando ya no era posible que Amaro viniese,ella sentía a garganta hinchada de sollozos y se iba a acostar. Cuando entraba enel cuarto que había sido de él, rompía a llorar; besaba la almohada donde él habíadormido, estrechaba contra su pecho la última toalla que él había usado, y su amorcrecía con la separación...

-Así es. El único remedio contra el mal de amor es el hartazgo: mientrasuno no se harta...

—Cállate, cínico. Sigamos leyendo:

El domingo siguiente, en la misa de nueve, Amaro vio a Amelia junto a su madre.Cerró un momento los ojos; apenas podía sostener el cáliz entre sus manos trémulas.Amelia se inclinó sobre el libro con toda la sangre en las mejillas. Durante la misapermaneció en éxtasis, gozando de la presencia de Amaro, contemplando sus manosfinas que levantaban la hostia, su cabeza inclinada en la adoración ritual; y cuandoel cura se volvió para decir el Benedicat vos, ella lanzó toda su alma hacia el altarcomo si el mismo Dios diera aquella bendición.

A la salida de misa comenzó a llover; Amelia y su madre se detuvieron en lapuerta con otras señoras, esperando que aclarara. Amaro se acercó, pálido, turbado,y las saludó.

-¿Cómo no ha ido por casa? -dijo la San Juanera-. Realmente no sé qué lehicimos para que no haya vuelto. Hasta da qué hablar...

-Esta misma noche iré [...] -replicó Amaro. Amelia miraba al cielo en todas di-recciones, como asustada del temporal, para ocultar su turbación. Amaro les ofrecióel paraguas y, mientras la madre lo abría, la hija dijo por lo bajo: -¡Vaya! ¡Estuvetan triste! ¡Creí volverme loca!

La seguridad de que Amelia lo quería entró en el alma del párroco con la vio-lencia de un tornado. Con los brazos extendidos paseaba por su cuarto deseando laposesión inmediata de aquel cuerpo cuyo recuerdo lo enloquecía. No pudo comer.Antes de salir, rezó con el temor de que Dios o los santos tratasen de estorbar aquelamor ya conseguido.

Aquella noche todos celebraron la aparición del párroco en el comedor, dondeya estaban las Gangoso y doña María. Aplaudieron. La San Juanera sonreía llena degozo. Amelia, sin hablar, con los ojos húmedos, miraba a Amaro. Juan Eduardo, enun rincón, hojeaba un viejo álbum.

—La acción en cine es más rápida. La película es como una síntesis de lanovela y las escenas suceden tan rápidamente que por momentos sorpren-

Lectura a dos voces 39

den. En cambio, en la novela uno tiene tiempo de imaginar lo que vendrá.Crece la expectativa y uno va saboreando de antemano lo que tarde o tem-prano tendrá que suceder...

-Sí, la novela es más morosa.-Morbosa, dirás.—La palabra es "morosa": "que actúa con lentitud, dilación, demora",

dice el diccionario.-Pues yo digo "morbosa": "que provoca reacciones moralmente insanas",

dice el diccionario.-Las dos cosas: sigamos leyendo.

De esta manera se reanudó la intimidad de Amaro en la casa de la San Juane-ra. Apenas sonaban las siete en la iglesia, el párroco se envolvía en su capote y seencaminaba a la calle de la Misericordia. Las Gangoso, doña Josefa, lo esperaban.El iba a sentarse junto a Amelia, que cosía; la mirada penetrante que cambiaban eraun mudo juramento de amor.

Enfrente, junto a doña Joaquina, Juan Eduardo, mordiéndose el bigote, miraba asu novia con pasión. En aquellas reuniones nunca faltaba Libaniño. El padre Brito yel padre Natalio también iban alguna vez.

Después de haber pasado tres horas junto a Amelia, Amaro regresaba a su casadesesperado. ¡Ah, no ser libre! ¡No poder entrar sin engaños en aquella casa, pe-dirla a su madre y poseerla sin pecado! ¿Por qué prohibir a los sacerdotes, hombresque viven entre los hombres, la satisfacción más natural que hasta los animales go-zan libremente? ¿Quién inventó eso? ¡Un concilio de obispos decrépitos, arrugadoscomo pergaminos, inútiles como eunucos! Todo se elude y se evita menos el amor.¿Por qué impedir a un cura que lo realice con pureza?

-Escribir tales cosas, incluso disfrazadas de novela, era muy aventadoa fines del siglo XIX y en un país medio atrasado, como Portugal. ¿No casti-garon a £93 de Queiroz?

-No. La enciclopedia dice que, aunque Portugal pasó la mayor partedel siglo XIX sacudido por constantes luchas entre liberales defensores de lamonarquía constitucional (el bando de este escritor) y partidarios de la mo-narquía absoluta, la época en que Eca de Queiroz publicó esta novela y otrasigualmente atrevidas correspondió al gobierno del rey Luis I (1861-1889),que fue de relativa calma y tregua entre las facciones. En la novela, un fun-cionario a quien recurren los curas en demanda de censura contra la prensairreverente, contesta:

¿Dónde iría a parar el libre pensamiento? Habría que prohibir toda la prensa dePortugal. Lo impiden 30 años de progreso y la propia ideología gubernamental.

-Volvamos al morbo. Me pregunto qué hacía el pobre novio, condenadoa presenciar en las veladas familiares el silencioso cortejo de su amada conel curita. Leamos:

40 Cap. 4. Lectura a dos voces

Juan Eduardo notó desde un principio la simpatía que Amelia sentía por el párro-co, pero atribuía aquellas atenciones para con Amaro al respeto por su sotana desacerdote. Sin embargo, odiaba instintivamente al párroco. Siempre había sido ene-migo de los curas. Sólo desde que amaba a Amelia iba a misa para agradar a laSan Juanera. Un día, a solas con su novia un momento, le dijo bruscamente: -Esasatenciones que tienes con el párroco me causan disgusto.

Ella levantó los ojos con espanto: -Es un amigo de la casa... ¿Cómo quieres quelo trate? -repuso.

Pero, ya advertida, se preparó para fingir. Si su novio, a quien tenía por pocolisto, lo había notado, ¿qué no harían las Gangoso y la hermana del canónigo? Enadelante, trató de mostrarse distraída e indiferente; pero toda su persona era unaexpresión continua de pasión. Juan Eduardo adquirió la certeza de que la muchachaamaba al cura.

Una tarde, como la viera salir de la catedral, la esperó y la increpó con aspere-za: -Esto no puede seguir así. Estás enamorada del párroco. ¡Júrame que no haynada entre él y tú!

-No, no hay nada. Pero si vuelves a hablarme de esta manera, a insultarme, selo contaré a mi madre y no volverás nunca a casa.

Aquella noche Amelia, mientras fingía coser, dijo en voz baja al cura: -No me miretanto, no se acerque a mí. Ya hubo quien reparó. Tengo miedo. Es preciso disimular.

Desde entonces descubrieron un gozo picante en afectar maneras frías e indife-rentes, cuando los dos tenían la certeza de la pasión que los inflamaba. Juan Eduar-do continuaba inquieto, amargado, contemplando allí todas las noches al párroco.Se iba cada noche más enamorado y odiando más a los curas. Volvía a la plaza,entraba al billar, o se dirigía a la redacción de La Voz de! Distrito.

-Ahí convergen nuevamente los hilos de la novela y la película: ese dia-rucho va a desarrollar un papel importante en el drama.

—Así parece. La novela dice que:

...el redactor de La Voz del Distrito, Agustín Piñeiro, era pariente de Juan Eduardo. Elperiódico había sido creado por un grupo de partidarios del doctor Godiño, quienhalló en Piñeiro al hombre que necesitaba: un mequetrefe con ortografía y sin escrú-pulos. Por aquel tiempo, el doctor Godiño era muy hostil al cabildo. Siempre habíadetestado a los curas y Agustín, instigado por el doctor, los atacaba, pero cubría losvituperios con tan espesas capas de retórica que el canónigo Días comentaba: "Estoes ladrar, pero no morder."

-La película no entra en tanto detalle. Presenta al despechado JuanEduardo como redactor del periodicucho y al director como mercader másinteresado en aumentar la circulación con escandaletes que movido por ra-y.ones ideológicas, anticlericalismo, liberalismo, etc. De pronto llegan al pe-riódico una serie de fotos del canónigo en rumboso convivio con el narcoca-( u | i ie de la zona y, por supuesto, no vacilan en publicarlas (el narcocaciquetic la película no era tan malo como los de la vida real, que por menos de<-so mandan asesinar a periodistas), acompañadas con un virulento artículo< l c J u a n Eduardo contra los curas, su inmoralidad y corrupción. Revela, por

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ejemplo, que un hospitalito que la Iglesia está construyendo en el pueblo sefinancia con donativos del narcocacique, agradecido porque el canónigo leayuda a lavar narcodólares. Va más lejos: acusa a otro de los curas, el únicoque en la cinta parece más idealista y decente (un defensor de la llamada"teología de la liberación", de corte marxistoide, que predica entre el pobre-río) de andar coludido con movimientos guerrilleros.

-Muy buena adaptación al México de hoy. En la novela, por supuesto,no se alude a narcotráfico ni a movimientos guerrilleros. Según el libro, JuanEduardo fue instigado por su primo, el "mequetrefe con ortografía y sin es-crúpulos", a destilar por escrito su veneno contra los curas. Leamos:

-El clero quiere arrastrarnos a los funestos tiempos del oscurantismo -dijo JuanEduardo. Una frase tan literaria sorprendió a su primo: -¿Por qué no escribes tú tam-bién alguna -cosa? -propuso.

El escribiente contestó sonriendo: -Escribiría una buena andanada contra loscuras. ¡Yo sí que los conozco!

El primo le rogó que lo hiciera. Sabía que Juan Eduardo vivía en la intimidad con"la pandilla" de la San Juanera y lo suponía en el secreto de infamias especiales. JuanEduardo apareció al otro día con el artículo. Se titulaba "Los modernos fariseos". Eraun virulento ataque con claras alusiones al canónigo Días, el padre Brito, el padreAmaro y el padre Natalio. Se publicaría como un Comunicado firmado por "Unliberal". Al domingo siguiente apareció.

Después de cenar, Amaro fue a la calle de la Misericordia. Al subir la escaleraoyó la voz aguda de Natalio: -¿Lo ha leído, señor párroco? ¿Ha leído El Distrito?

Amaro reparó, aterrado, en la palidez de Amelia y sus ojos enrojecidos. -¡Lea,Días, lea! -gritó Natalio. Y comenzó la lectura del Comunicado: "¿Piensan los lec-tores que los fariseos han muerto? ¡Cómo se engañan! Leira está llena de ellos yvamos a presentarlos..." Seguía una grotesca galería de eclesiásticos. El primeroera el padre Brito: "Gordo como un toro..."; "Desabrido de maneras, aunque no poreso deja de entregarse a la ternura..." "Escoge por Dulcinea a a legítima esposa de

su alcalde..."El padre Brito no se contuvo: -¡Voy a rajarlo por la mitad!-¡Pero si no se sabe quién es "El liberal"!-¡Y a quien rajo es al doctor Godiño, el dueño del periódico!El canónigo continuó: "¿Conocéis al cara de hurón?", y todas las miradas se

fijaron en Natalio. "Desconfiad de él: si puede hacer una traición, no vacila; si pue-de ocasionar un perjuicio, se regocija; es a víbora más dañina en la diócesis, peroa pesar de ello cultiva cuidadosamente las dos rosas de su jardín..."

Natalio, lívido, dijo: -¡Qué infamia! Ya se sabe que así nombro a mis sobrinas,por bromear. ¡Mañana he de saber quién escribió eso!

Imperturbable, el canónigo siguió. Llegaba ahora su retrato: "Canónigo pan-zón..."; "expulsado de la aldea de Ourem después de ejercer el cargo de maestrode moral, es hoy maestro de inmoralidad..."

Las señoras gritaban: -¡Es un desafuero! ¡Un escándalo!-jQué infamia! -exclamó Amaro. Doña Josefa se ahogaba y comenzó a lanzar

ayes. Amelia mandó buscar agua de azahar y bajó con doña Mana y las Gangosopara calmar a la pobrecita. Los curas quedaron solos y el canónigo, dirigiéndose a

42 Cap 4. Lectura n dos voces

Amaro, le dijo: —Ahora le toca a usted: "El verdadero peligro son los clérigos jóvenesy gallardos, que viven en la intimidad de las familias donde hay doncellas inexper-tas y, aprovechándose de la autoridad que les da su ministerio, arrojan en las almas¡nocentes semillas criminales..."

Amaro murmuró, lívido: -¡Canalla!-"Gritadle: ¡Sacerdote de Cristo! ¿A dónde quieres llevar a la virgen sin manci-

lla? ¿Pretendes arrastrarla a los lodazales del vicio? Murmuras a su oído frases seduc-toras para saciar los apetitos de tu criminal lascivia, etc...."

-¡Aplastante! -dijo el canónigo doblando el periódico mientras el padre Amaro,con lágrimas de ira, se pasaba el pañuelo por la frente.

En eso se oyó la voz de doña Joaquina, que subía la escalera, y el canónigodijo: -Colegas, delante de las señoras es mejor no hablar más de esto.

Poco después entró Amelia. Amaro, pretextando fuerte dolor de cabeza, se des-pidió de las señoras. Como los rostros permanecían tristes, el canónigo exclamó:-¡No hay motivo para poner cara de entierro...!

-En la película no existe duda sobre la identidad del autor del artículoporque Juan Eduardo lo firma con su nombre; y las consecuencias son dos:primero, que Amelia lo corta de inmediato y sin esperar a verlo personalmen-te, por teléfono, a gritos y con un lenguaje que sorprende en una "doncellainexperta y virgen sin mancilla"; y segundo, que el obispo decide excomulgaral curita acusado de andar con guerrilleros. En cambio, al alto prelado no lepreocupan las limosnitas del narcocacique porque, dice, si el dinero malohace buenas obras, se ennoblece. Y aquí es donde Amaro muestra su bajezamoral: por orden del obispo, personalmente se encarga de correr de la Iglesiaal curita marxista, aunque confiesa que lo admira, y se presta a chantajear aldirector del periódico (el obispo manda decirle que moverá cielo y tierrapara dejarlo sin anunciantes) para que cese los ataques al clero y elimine desu redacción al tal Juan Eduardo. En ambos casos, el curita actuó acordecon la descripción que de él brinda el libro en las primeras páginas:

En el seminario, su falta de carácter lo hizo someterse a las reglas y hasta llegóa tener buenas notas...

—En México, la Iglesia trató de impedir el estreno de la cinta. Con locual sólo logró convertirla en éxito de taquilla.

-El obispo de Aguascalientes declaró que, en manos de la Iglesia, laslimosnas de los narcos se purifican...

—Ya déjate de hablar como el envenenado de Juan Eduardo, con quienparece que te identificas. En la novela el caso se complica, porque por va-rios días se ignora quién escribió el tremendo artículo y, en ese lapso, JuanEduardo y Amelia casi, casi...

-Sigamos leyendo. A diferencia de la película, en la novela...

Juan Eduardo parecía triunfar. El doctor Godiño (el dueño del periódico) lo en-contró en la plaza y lo detuvo para decirle amablemente: -Es usted el mismo.demo-

Lectura a dos voces 43

nio. La alusión al padre Brito está muy bien. Yo no sabía... y creo que es bonita lamujer del alcalde... Hablando de otra cosa: para el mes que viene tiene usted su

empleo en el gobierno civil.Juan Eduardo corrió a la calle de la Misericordia, a casa de Amelia. La San

Juanera cosía; Amelia estaba en el Morena!, la pequeña finca a las afueras de Leira.-Doña Augusta -dijo el escribiente-. El doctor Godiño acaba de decirme que parael mes que viene tengo mi empleo. Es una gran suerte, y si Amelia quisiera, ahora...

La San Juanera suspiró: -¡Qué peso me quita del corazón! No sabe cómo es-taba. No podía ni dormir con aquella desvergüenza que publicó El Distrito... |Qué

calumnia!Le confesó su temor de que él también hubiera dado crédito al artículo. Como

madre, podía jurarle que entre la pequeña y el párroco no había nada. Juan Eduar-do se mordió el bigote y bajó la cabeza. La San Juanera continuó: -Yo no debíadecírselo, pero la chiquilla a quien quiere de veras es a usted...

-Pues hay que hacer la boda para tapar las bocas -dijo el escribiente y se

despidió diciendo-: hable usted con Amelia esta noche.Amelia, por su lado, desde el domingo vivía atormentada, segura de que "la

doncella inexperta" a que aludía el Comunicado era ella. Pensaba, con lágrimas,mordiéndose los labios, que aquello lo había deshecho todo. En la plaza, todosdirían entre sonrisas maliciosas: "¿Con que Amelia está liada con el párroco? ¡Qué

vergüenza!"Entonces le parecía monstruoso el amor que Amaro e inspiraba y casi se ale-

graba de que él no hubiera vuelto a visitarla desde el domingo. Sin embargo, nopudiendo dominarse, preguntó una de esas noches: -¿Qué habrá sido del señorpárroco? -a lo cual el canónigo respondió, secamente: -Tiene más que hacer que

venir por aquí.Amelia tuvo la idea insensata de ir al día siguiente a la casita de Amaro en la

calle de Sousas, echarse en brazos del párroco y obligarlo, con un escándalo, a huircon ella de Leira... ¿Por qué no? Eran jóvenes, fuertes, podían vivir felices lejos deallí... Y su imaginación le hacía adivinar las perspectivas deliciosas de una existencia

entre besos...

-En la película, la pobrecita va más allá de pensarlo: llega a proponérse-lo abiertamente, pero Amaro rechaza la idea, horrorizado. Sigue leyendo.

Tampoco Juan Eduardo había vuelto a pasar las veladas familiares en casa deAmelia desde la publicación del Comunicado. Pero si la joven lamentaba esta deser-ción era porque perdía un medio de dar celos al padre Amaro. Por eso aquella tar-de, mientras miraba el revoloteo de los pájaros, después de saber que Juan Eduardohabía hablado con su madre, pensaba satisfecha en la desesperación de párrococuando viera publicadas en la catedral las proclamas de su boda.

La siguiente mañana, el canónigo Días, en la catedral, participó al padre Amaroel próximo casamiento de Amelia. Amaro salió de la iglesia indignado; apenas podíadominar su cólera: ¡ella se casaba! ¡Ah, cuánto la odiaba! No se contuvo más y esa

noche fue a la calle de la Misericordia.Amelia tocaba el piano; el escribiente le volvía las hojas del pape! de música.

Una oleada de sangre abrasó el rostro de Amelia, mientras Juan Eduardo mascullabaentre dientes: -¡Maldita la falta que hacía aquí el padre Amaro!

, . ; :,, i i . . : I.

En aquel instante, Amelia sintió odio hacia el hombre con quien supuestamenteiba a casarse: le repugnaban su voz, sus modales, su figura. En aquel momento nosentía escrúpulos y casi deseaba que su novio advirtiera la pasión que la abrasabapor Amaro. El párroco se acercó a ella, tendiéndole la mano; después estrechó la delescribiente y dijo en voz baja: -Mi enhorabuena.

Les volvió la espalda y fue a charlar con el canónigo. La San juanera los contem-plaba sonriendo.

Un brusco campanillazo vino a sobresaltarlos. Era el padre Natalio, que no que-na subir porque, dijo, venía de carrera. El canónigo, la San Juanera y Amaro bajarona recibirlo, suponiendo que Natalio había descubierto por fin al "liberal".

—Ahora va a arder Troya. Cuando Natalio les diga quién es el "liberal",Amaro y Amelia tendrán que enfrentar al escorpión que tienen ahí a lamano, volteando las hojas de música cuando la chica toca el piano. Enla película...

—Ya no interrumpas: me haces perder el hilo. Sigamos leyendo:

-No he querido subir -dijo el padre Natalio- porque supuse que estaría allí elescribiente y estas son cosas para nosotros solos. Hoy me visitó en casa el padreSaldaña...

Como el padre Saldaña era confidente del señor chantre, Amaro preguntó coninquietud: -¿Qué ocurre?

-Brito ha sido trasladado a la sierra, al infierno... Obra del "liberal". Ademásel señor chantre, en vista del Comunicado, está decidido a "reformar las costumbresdel clero". Le desagradan las reuniones de eclesiásticos y señoras y quiere saber quées eso de los sacerdotes guapos que tientan a muchachas bonitas...

De la identidad del misterioso "liberal" nada se sabía, aún. Esa noche Amarovolvió a su casa con la cabeza baja, abatido, vencido.

-¿Y cómo y cuándo se averigua en la novela la identidad del autor delartículo? El morbo se está volviendo moroso.

—Calma. Ya viene.

Pocos días después, en la plaza, causó asombro ver que el padre Natalio y eldoctor Godiño conversaban amigablemente. Cuando se alejaron, alguien comentó:

-Deben de estar hablando del Comunicado. El padre Natalio ha dicho que nodescansará mientras no se sepa quién lo escribió...

Al rato, en la catedral, Natalio decía a Amaro con voz agitada: -¡Gran noticia!¡Fue el escribiente! [...] ¡Él es el "liberal"! Además, lo del artículo no es nada. JuanEduardo es un verdadero perdido [...] Pasa las noches entre vino y mujeres. Haceseis años que no se confiesa. Se alaba de ser ateo. Es republicano[...] ¡Hay quereventarlo!

-¡Qué horror! -dijo Amaro-. Y aquella pobre muchacha [...] Casarse con unhombre así...

Natalio sonrió fríamente: -Vamos a deshacer la boda [...] Es un caso de con-ciencia. No podemos dejar que ella se case con un libre-pensador. A la San Juanera,será'mejor que se lo diga Días. Usted se encarga de la muchacha: le dice que plantea ese botarate porque vive con una perdida.

' • í 45

-Yo no sé si eso es cierto...-Lo es. O puede serlo. Ese hombre es capaz de todo.Amaro tembló ante aquella intriga rencorosa. -No se preocupe -dijo Natalio-.

A Dios se le sirve así, no rezongando padrenuestros.

—O sea, "el fin justifica los medios". O sea: "a Dios rogando y con el mazodando". ¿Y se dicen cristianos? Estos curas practicaban el undécimo manda-miento, el de la hipocresía: "Haz lo que yo digo, no lo que yo hago".

—No te escandalices: en todas las religiones hay gente sin escrúpulos.¿Dónde dice el Corán que hay que poner bombas en el Metro? Mejor, siga-

mos leyendo:

Esa noche, Amaro llegó a su casa trémulo pero feliz. Como cristiano, "su deber"era proteger a Amelia. Se haría dueño del corazón de la joven y lo formaría para elcielo... Ya no la deseaba para sí, se dijo; la quena para Dios. Y, sosegado con tal

argumentación, se durmió tranquilamente.Al día siguiente, cuando Amaro llegó a casa de Amelia, fue la muchacha quien

le abrió la puerta, porque la San Juanera y la sirvienta velaban a una pariente mo-ribunda. Fueron al comedor. Sólo cuando comprobó que estaban solos se atrevióAmaro a pronunciar las graves, serias palabras que traía preparadas: -No espera-ba que volveríamos a estar a solas otra vez, Amelia. Si no fuera por aquel infameComunicado, nuestra amistad sería la misma. De eso quería hablar con usted -ymuy suavemente, muy tranquilamente, siguió-: Ese artículo que insultaba a todos losamigos de la casa y la ofendía a usted... ¿sabe quién lo escribió? ¡Juan Eduardo!

Y comenzó a contar todo lo que sabía del escribiente.-¡Por amor de Dios, basta ya! -dijo Amelia, estallando en sollozos.-No llore -respondió Amaro-. Todo se arreglará. Las amonestaciones no se han

publicado. Dígale que ya no quiere casarse con él porque usted lo sabe todo y lo

odia... ¿No lo quiere, verdad?Ella respondió muy quedo: -No.-¿Y quiere a otro? ¿No quiere a nadie? ¡Contésteme!El párroco rodeó con su brazo el cuello de Amelia y la atrajo con dulzura. Ella

volvió hacia él los bellos ojos, que resplandecían de lágrimas, y entreabrió los la-

bios, pálida, desfallecida. Se unieron en un beso profundo.

—Entonces fue cuando ella tomó el teléfono y le cantó cuatro verdades.-No, hombre: todavía no había teléfonos (Alexander Graham Bell sólo

construyó su primer prototipo de teléfono magnético en 1875 y en Portugaltardaron muchos años en enterarse). En la novela Amelia le mandó una

carta que decía:

"Sr. D. Juan Eduardo: Nos hemos enterado de que usted fue quien escribió elartículo de La Voz de/ Distrito calumniando a nuestros amigos e insultándome a mí.Además, sus costumbres perversas no me dan garantía de felicidad para la vida decasada. Le participo que desde hoy todo ha terminado entre nosotros. Tanto mamácomo yo esperamos que usted sea lo bastante delicado para no volver por la casa ni

molestarnos en la calle. Amelia Camina."

Tras leer la misiva, Juan Eduardo corrió a casa del doctor Godiño para implorarsu protección. Le parecía que debía haber leyes contra un cura que trastornaba a unamuchacha con sus intrigas. El doctor exclamó contrariado: -¿Qué leyes quieres quehaya para castigar al párroco? ¿Te robó el reloj? ¿Te insultó en la prensa? Ya veo loque ocurre: el cura y tú estáis enamorados de la chica, y como él es más experto,triunfa. ¿Qué quieres que haga? Además, no es cierto que te han calumniado: desdee! punto de vista de las señoras que juegan lotería en la calle de la Misericordia, túeres un perdido. Perdona.

Juan Eduardo, indignado, marchó hacia la catedral. Por el atrio se paseaban elpadre Silverio y el padre Amaro. Sin decir una palabra, el escribiente se dirigió contraeste último y empezó a golpearlo con toda la fuerza de sus puños. El párroco intentódefenderse con el paraguas. Silverio berreaba: -¡Socorro! ¡Socorro!...

Un hombre salió de la administración y sujetó por el cuello a Juan Eduardo.Amaro estaba muy pálido. El boticario salió de su laboratorio y se llevó al señorpárroco a la botica; mandó preparar agua de azahar y éter [...] Mientras tanto, elescribano de la administración apareció con un cabo de policía. Pero el boticariovolvió a presentarse, anunciando: -¡Se arregló todo! El señor padre Amaro, que esun sacerdote todo bondad, todo caridad, acaba de exponer su deseo de que esteasunto no siga adelante.

Todos los ojos se fijaron en Juan Eduardo, quien habría preferido la cárcel a talhumillación. Toda la tarde se habló en Leira del asunto. El padre Amaro era admiradocomo un santo. Cuando entró por la noche en casa de la San Juanera, fue reci-bido como un mártir escapado de las fieras del circo...

—Sí, más o menos así sucede en la película. ¿Y después de aquel largobeso en el comedor, cómo y cuándo se produce en la novela el primer en-cuentro sexual? Seguro que no era fácil para un cura y una señorita verse asolas y en lugar seguro en un pueblo de provincia del Portugal del siglo XIX.

—La oportunidad sólo se les presentó un día en que fueron invitados acomer en casa del canónigo.

En casa del canónigo, durante la comida, doña Josefa regañó a Amelia porque"no hablaba palabra". No hablaba, pero por debajo de la mesa no cesaba de rozar ypisar suavemente el pie del padre Amaro. Ya de sobremesa, un fuerte campanillazo lossorprendió a todos. La criada entró con un chai de lana en la mano: -De casa de laseñorita Amelia traen esto, porque la señora se puso un poco mala y no puede venir.

-¿Entonces, con quién me marcho yo? -preguntó Amelia inquieta-. ¿Y qué ten-drá mamá?

-¿Qué ha de tener? ¡Pereza! -dijo el canónigo.Entonces el párroco advirtió que su criada había venido con él y podía acom-

pañar a la señorita. El mismo las escoltaría hasta la plaza, pero debían apresurarseporque iba a caer un aguacero...

Marcharon por la calle desierta, cobijados bajo el paraguas que de nada habíaservido a Amaro para defenderse de los puños de Juan Eduardo. Dionisio, la criada,los seguía unos pasos atrás. Todas las ventanas estaban ya cerradas. Entraron en lacalle de Sousas. -Ahora llueve a cántaros -dijo Amaro-; lo mejor será esperar unpoco en mi casa.

Lectura a dos voces 47

-¡No! -dijo Amelia, asustada. Pero Amaro se detuvo, abrió rápidamente la puer-ta y la obligó a entrar. Se metieron oí portal y, silenciosos, miraron caer el agua.

Amelia, insensiblemente, se acercaba a é! y se retiraba al escuchar su respira-ción agitada. La presencia de Dionisio la cohibía. Amaro se frotaba las manos paraentrar en calor. -Mejor esperemos arriba, en el comedor -dijo-. Suba, Dionisio, y

encienda una luz.Amelia callaba. Amaro posó la mano sobre su hombro. Sobre su pecho... Ella,

estremecida, lo siguió por la escalera. -Entre allí, en mi alcoba -dijo él, y corrió a

la cocina.-Oiga, Dionisio... Quiero confesar a la señorita. Es un caso muy grave [...]

Vuelva dentro de media hora. Tome -y le puso en la mano unas monedas.Media hora después, Dionisio tosía en la escalera. Amelia bajó aprisa, arre-

bujada en su chai. -No tenga miedo, no hay nadie, señorita -dijo la criada con

malicia.Y las dos mujeres apresuraron el paso hacia la calle de la Misericordia...

—Yo noto una contradicción. Al comienzo de la novela se presenta aAmaro como sexualmente inexperto, tal vez tan virgen como Amelia; peroen esta escena crucial, el cura actúa muy seguro de sí mismo, como galán

fogueado.—Así parece. Tal vez no era tan inocentón o lo inspiró el diablo. El li-

bro dice:

Al día siguiente Amaro saltó alegremente de la cama. Mientras se preparabapara decir misa, recordó otra mañana en que despertó espantado por haber peca-do, por primera vez siendo cura, con una vaquera. Entonces no se atrevió a decirmisa y fue a confesarse con el abad [...] Ahora, ¡qué diferencia! Había abierto losojos y veía la realidad humana. Sólo lo inquietaba una cosa: Dionisio, la sirvienta.

Tocaron entonces a la puerta del cuarto: -Entre -dijo Amaro. Era la criada.-Señor -dijo Dionisio-, hay que hacer las cosas con más discreción [...] que no se

enteren ni las paredes.Amaro decidió aceptar la "protección" de la sirvienta: -Dígame, Dionisio

¿cómo...?

—Humm... Se está poniendo en manos de una chantajista.-Tal vez, pero, ¿qué otra cosa puede hacer? Sigamos leyendo:

-Yo creo que el mejor sitio es la casa del campanero -sugirió la criada. Le re-cordó que la sacristía tenía un patio que daba a esa casa; no había más que atra-vesarlo [...] El sitio era inmejorable. -Procure entenderse con el campanero, señor

párroco... -le aconsejó.El campanero era un viudo que vivía con una hija de 15 años, Totó, paralítica

desde niña y medio retardada. La gente sospechaba que estaba poseída por el de-monio. Amaro inventó una historia para el campanero: -El caso es que Amelia, la hijade la San Juanera, quiere hacerse monja. Aborrece las afecciones mundanas...

-¿Afecciones? ¿Quiere decir: enfermedades?

-"Enfermedad" es sólo la cuarta acepción de "afección". La primera es"afecto" y la segunda, que aquí usa el autor, es "afición, inclinación, apego".

-Mejor, sigue leyendo.

...Aborrece las afecciones mundanas desde su desavenencia con el novio. Pero lamadre, como está vieja y la necesita en casa, no quiere consentir, diciendo que es uncapricho de la chica. Necesito tener con la muchacha muchas conferencias para versi tiene vocación. En su casa no puede ser, por la madre. En la iglesia, es como estaren la calle. En mi casa, no estaría bien [...] Así, he pensado en su casa...

-¡Oh, señor, todo está a su disposición! -y el campanero explicó que, los díasque el párroco hablara con la señorita, él saldría a dar una vuelta. Totó no estorba-ba, no se movía de su cama. El señor párroco entraría por la cocina, la señorita porla puerta de calle; subirían y se encerrarían en el cuarto de arriba... -La pobre Totópasa horas sin hablar, con los ojos clavados en la pared. ¡Es una desgracia, señorpárroco!

-Debería entretenerse leyendo.El campanero suspiró. La pequeña no sabía leer. Amaro encontró así, de pron-

to, una explicación natural para justificar las visitas de Amelia a casa del campanero:¡Iba a enseñar a leer a la paralítica!... ¡A educarla!... ¡A iluminar su vida!

Esa noche, los ojos de las viejas de la calle de la Misericordia se iluminaron conardor devoto ante la idea de aquella obra de caridad. Y de ese modo, Amelia yel párroco pudieron verse libremente, para gloria de Dios y humillación del demonio.Se veían dos veces por semana...

-Parece que en la novela la relación se estabilizó y duró cierto tiempo,tal vez meses. En la película no: el desenlace se precipita.

-Así es. Para deleite de lectores morbosos, la novela entra en más deta-lles. Veamos:

Al entrar en casa del campanero, sin detenerse junto al lecho de la paralítica,Amelia iba a observar por la ventana de la cocina, esperando con ansia que lapuerta de la sacristía se abriese. Cuando Amaro aparecía, ella, impaciente, salía asu encuentro. Se daban prisa para cumplir con la desagradable obligación de pasara ver a Totó y darle unos dulces.

Amaro no sentía en esos momentos compasión ni caridad por Totó. La odiaba,le parecía sucia y repugnante. A Amelia tampoco le gustaba aquella demora que laparalítica no agradecía para nada, enfurecida a veces, casi oculta bajo las sába-nas. Luego Amelia y Amaro subían la escalera, mientras Totó hacía esfuerzos deses-perados por levantarse, con los ojos nublados por la ira.

El párroco besaba a Amelia en el cuello, en la cabeza; a veces le mordía lasorejas y ella daba un grito de placer. Luego permanecían silenciosos, con miedo aser escuchados por Totó. Cerraban ventana y puerta y ella se desnudaba lentamente,quedando un momento inmóvil con la ropa caída a sus pies, mientras el clérigo lacontemplaba.

Al dar las 1 2, Amelia se vestía deprisa y bajaba la escalera. Antes de salir sedetenía un momento en el cuarto de Totó. La paralítica ocultaba la cabeza bajo loscobertores; pero a veces se sentaba en la cama y examinaba a Amelia con curiosi-dad viciosa...

Lectura a dos voces 49

-Caminan descalzos por el filo de la navaja.—Sí. El final se acerca. Leamos:

Una mañana, la San Juanera se encerró con el canónigo en la sólita baja. Que-ría contarle que Amelia se había despertado gritando, diciendo que Totó la quema-ba con un tizón y que las llamas del infierno subían más altas que la catedral...

-¡Ayl -decía la San Juanera-. Son las desdichadas visitas a la hija del campa-nero. Todo el mundo dice que tiene los demonios en el cuerpo. ¿Y si el ir allá perju-dica a Amelia? Quisiera que una persona de experiencia examinara a Totó.

-En resumen -dijo el canónigo- tendré que ir a verla.Hallaron a la paralítica medio incorporada en su cama, con cara de curiosidad.

-jVamos, saluda al señor canónigo, dile cómo te encuentras! -dijo Amelia, tembloro-sa. Temía que al entrar Amaro, la paralítica empezara a insultarlos. Con el pretexto dearreglar la cocina fue a vigilar el patio para hacer señas a Amaro de que no entrase.

Totó, sola con el canónigo, preguntó con voz débil: -¿Y el otro?El canónigo no comprendió. -¿Quién dices?-El guapo. El que sube con ella al cuarto y la besa [...] Se encierran por dentro.

Son como perros...El canónigo salió de ahí como una tromba, entró a la iglesia y se dirigió a la

sacristía para enfrentar a Amaro: -Es usted un infame, un canalla [...] ¡Lo sé todo!Me lo contó Totó. Ahora mismo voy a dar parte al vicario general.

Amaro cerró los ojos, y después de una pausa dijo con forzada serenidad:-Hará bien en callarse [...] Lo he visto a usted con la San Juanera. Si dice una pala-bra, probaré a todo el clero que desde hace diez años está usted liado con ella...

-Ahora sólo falta que la chica quede embarazada. En la película, ellaparece alegrarse: tal vez cree que así logrará atrapar al cura, fugarse con él,casarse...

-Recordemos que en los pueblos de provincia, aún hoy, las de 23 añosno casadas van camino de convertirse de solteras en solteronas. En la déca-da de 1990 un estudio oficial halló que en México, en pueblos de menos de25 mil habitantes, más de 70% de las solteras mayores de 25 años de edadque no se van del lugar, nunca se casan. ]Imagínate cómo serían las cosas unsiglo atrás en Leira, Portugal!

—Ahora el cínico eres tú. Estás hablando como el doctor Ernesto La-moglia.

-A menudo Lamoglia dice la verdad.—No lo niego. Pero en el caso de Amelia, tanto en el cine como en el

libro, no se trata de frío cálculo de arpía: la chica está completamente ena-morada. ..

-Y completamente embarazada. En la película, cuando se entera, a Ama-ro se le evapora el amor. Ni siquiera finge alegría, como hacen tantos hom-bres: si se divulga, "aquello" acabará con su carrera eclesiástica y le impediráseguir con su apostolado, en perjuicio de tanta gente a la cual él podría comosacerdote ayudar, etc. La chica sólo lo mira, sin hallar palabras para contes-tn r l e , como el canalla se merece.

-En la novela sucede casi lo mismo. Cuando se entera de la novedad,Amaro pretende pedir ayuda al canónigo. Leamos:

El párroco irrumpió intempestivamente en casa del canónigo: -¿El señor canóni-go está? ¡Tengo que hablarle!

La criada indicó a padre Amaro la puerta del despacho, que el párroco abrió im-petuosamente y cerró de un portazo. Sin saludar, exclamó: -¡Amelia está embarazada!

-¿Y qué quiere usted que yo haga? No he de recomendarle ninguna droga paraque aborte... ¿De cuántos meses está ya?

-De ahora, de un mes...-Entonces, ¡a casarla! ¡A casarla con el escribiente! -excamó Días.Convinieron en buscar a Juan Eduardo, que había desaparecido de Leira. Dio-

nisio se encargaría de ello. Después, Amelia le escribiría, mostrándose arrepentiday enamorada... Una colocación para Juan Eduardo en el gobierno civil sería fácilde obtener por el doctor Godiño, dominado por su mujer, esclava a su vez de suconfesor y de la Iglesia. Al siguiente día, en casa del campanero, Amaro participóa Amelia el plan del canónigo. Añadió, para tranquilizarla, que como su madre notenía la conciencia libre de culpas, todo quedaba en familia.

Amelia rompió en llanto. ¡Había llegado por fin el castigo temido y era peor queel Purgatorio! ¡Tenía que separarse de Amaro y entregarse a un hombre despreciabley odioso! Aquella tarde no hubo amor: se dieron un beso triste y Amelia partió en si-lencio. Amaro también quedó sin palabras. Aquella mujer... De pronto comprendióque ahora sentía por ella tanto odio como amor. Aquella mujer, que era de él, ¡quéfácilmente se resignaba a irse con otro para toda la vida...!

-O sea que su único dolor era el de perder una posesión, un ser del cualse había adueñado para ejercer dominio y poder. ¿No dije antes que estecurita estaba resultando un completo canalla?

—Pues le esperaba un duro golpe:

Esa noche, mientras el párroco y el canónigo ultimaban los detalles de su planpara casar a Amelia con el ex novio, recibieron de Dionisio una noticia demoledora:-¡Nuestro hombre se marchó al Brasil! -les informó la criada.

También para Amelia aquella novedad era devastadora. ¡Cuántas lágrimasderramó al enterarse! Su honra, la paz de su vida, el nombre de su hijo, ¡todo per-dido! Los encuentros con Amaro en casa del campanero se hicieron cada vez menosfrecuentes, más fríos...

-En la película la salida que encuentra Amaro era previsible: busca una• l in icucha pueblerina dedicada a practicar abortos. Pero las cosas no eran.isí de fáciles en el Portugal del siglo XIX. ¿Qué hacen?

—Ni se menciona el aborto, aunque el padrecito Amaro no deja de rogari | i i r el niño nazca muerto. Tienen que hallar un lugar escondido donde Ame-l i . i pueda parir en secreto; y tienen suerte: doña Josefa, la hermana del canó-nigo, contrae neumonía y el médico le ordena que, en vez de pasar el veranoni la playa, como todos los años, se retire a convalecer en una quinta quel . i M-fmra tiene en un remoto paraje serrano, donde el clima es mejor para

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los pulmones. En cambio, el señor canónigo, que tiene pulmones fuertes ysanos, sí puede irse a veranear a la vera del mar. En vista de la situación, ellibro dice:

Amaro tuvo una idea "sublime".-Escuche -dijo el párroco al canónigo-, usted va a la playa; la San Juanera

también, como todos los años. En cambio, Amelia va a la sierra con doña Josefa, queal cabo es su madrina, como enfermera. Y en aquella quinta, en aquel caserón don-de se puede vivir sin ser visto, sale de su cuidado [...] La San Juanera no se entera.Todas sus amistades veranean en la playa. Usted se encarga de que nadie regreseantes del fin del verano y, para entonces, Amelia ya estará libre...

-Sólo una cosa -dijo e! canónigo-, ¿tiene usted pensado el destino que se ha

de dar al fruto?El párroco meneó la cabeza, desconsoladamente: -¡Ah, si el pobrecito tuviera

la suerte de nacer muerto...! ¡Sería un angelito más!En aquella quinta en la sierra, la pobre Amelia maldecía su vida. Pasaba los días

; encerrada. La noche era la hora de terrores supersticiosos. Oía ruidos inexplicables,tenía alucinaciones que la obligaban a ocultarse entre las ropas del lecho, encogi-

• da, asustada. Una noche oyó una voz sepulcral: "Amelia, piensa en tus pecados",

y cayó desmayada.Dionisio visitaba la quinta con frecuencia, porque ella sería la partera. Por Dio-

nisio tenía Amelia noticias de que Amaro no volvería hasta diciembre. Indignada,veía claro el deseo del párroco: estar lejos cuando llegara el trance. La embarazadapasaba las mañanas en la terraza vigilando la carretera. El párroco apareció al fin.Ella corrió a abrir la puerta: -La madrina duerme y la criada marchó a la ciudad

-dijo-; estoy sola.Amaro la siguió sin responder. Ante una puerta abierta se detuvo: -¿Su cuarto?

-y entró sin quitarse el sombrero.Amelia cerró la puerta con los ojos llameantes y se acercó a él: -¿Por qué no has

respondido a mis cartas?-Por la misma razón que tú no has respondido a las mías. No quieres pecar

más. Yo tampoco.-Es preciso pensar en la criatura, en el alma, en la ropa [...] No abandonar-

me así.-Me precio de ser un caballero y todo quedará debidamente arreglado -repu-

so el párroco, listo para marcharse.-¡No quiero que te vayas! -dijo Amelia; o sujetó por los hombros, apoderándo-

se de él, y se abandonó como en otro tiempo.A partir de entonces, Amaro interrogaba a Dionisio cada día con mayor ansiedad.

-El parto tardará aún veinte días, señor párroco.

-¿Y el "fruto"?La matrona lo miró, asombrada: -¡Pensé que llevarían a la criatura a vivir lejos

, ' . . - ' - de aquí...!:", -Claro, claro. Si nace viva. ¿Y dónde hallaré un ama?

Dionisio sabía de una en Barrosa, pero tenía fama de "tejedora de ángeles".-¿Y eso qué significa? -preguntó Amaro distraídamente. Dionisio explicó que así

llamaban las malas lenguas a unas que recibían a las criaturas para criarlas, pero quemuchas se les morían... ¡Y cobran hasta un año por adelantado...!

" Tnr» A l l>r lililí I] [Jo& VOCei

-Habladurías de ignorantes -refunfuñó el padre Amaro, y se puso a hacer cuen-tas de o que iban a costarle el parto, la crianza del niño y el soborno a Dionisio,para mantenerla callada.

¡Por fin llegó el día temido! Un peón de la quinta entregó al párroco una carta deAmelia con estas solas palabras: "Dionisio, pronto: la cosa está por llegar."

El párroco acordó con Dionisio que por la noche se apostaría en el huerto a laespera de que la criada-comadrona sacara al recién nacido de la casa, para entre-gárselo al ama de crianza. A la hora señalada, Amaro partió hacia la lejana casonadonde Amelia ya estaría dando a luz. Muy cerca de su destino se detuvo ante unacasucha junto a la carretera. Allí debía estar el ama que había contratado. Se acer-có, llamó y una mujerona emergió de la penumbra: -¡Aquí estoy!

Al párroco le repugnaba ocultarse en la casucha con aquella mujer y prefirió pa-searse nerviosamente por la huerta. No tuvo que esperar mucho: de pronto la terra-za se iluminó, se abrió la puerta y Dionisio puso en manos de Amaro un envoltorio.

-¿Muerto? -preguntó el párroco...-¡Vivo y sano! -repuso la criada antes de entrar y cerrar la puerta.Amaro, al sentir el contacto de su hijo, tuvo un deseo furioso de llamar a la puer-

ta, entrar a cuarto de Amelia para meter al pequeñín en la cama con ella y permane-cer allí los tres como en un rincón del cielo. ¡Pero no podía! Corrió hacia la casuchay casi tropezó con el ama, que se apoderó de la criatura.

-Aquí lo tiene -dijo-. Pero escuche: éste no es como los otros. ¡Quiero que viva!¿Oye? Que lo cuide, que lo críe. No lo quiero muerto.

-Quédese tranquilo, padrecito -dijo la mujerona al marcharse.Eran las siete de la mañana. Amaro tenía que marchar a la catedral para bau-

tizar a un chiquillo. Cuando terminó corrió a su casa, ansioso de recibir noticias.Dionisio lo esperaba llorando.

-¿Qué ocurre, Dionisio? ¿Ha muerto? -preguntó sin aliento.-Sí, padrecito...-¡Esa vieja bruja! ¡Le pagué por adelantado por el cuidado del niño durante un

año, y lo dejó morir...!-¡No, no el niño, padrecito...! jLa señorita Amelia! Después del parto tuvo una

hemorragia, entró en convulsiones y...Amaro no pudo ni hablar: cayó desvanecido.

-Ya se repondrá. En la película Amelia también muere, lo cual deja aAmaro tristón pero libre de seguir con su ministerio, apostolado, etc. Unverdadero hipócrita. La última escena muestra al padre Amaro oficiandomisa, tan campante. En esto la cinta es original, porque al final mueren losbuenos y ganan los malos...

-En la novela el final llega más... morosamente. Leamos:

Amaro no pudo ni hablar: cayó desvanecido.Dionisio llamó a voces a Escolástica, la nueva criada. Entre las dos le echaron agua

al rostro hasta que abrió los ojos. Luego se retiraron. -Se querían como hermanos -ex-plicó Dionisio; y contó a Escolástica que la señorita había muerto de un aneurisma.

Dieron las once. El párroco llamó a Escolástica. Tenía el sombrero y el abrigopuestos: -Vaya corriendo al establo de Cruz y diga que me manden un caballo -le

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ordenó. Llamó después a Dionisio y escuchó en silencio la historia de la terrible no-che anterior. Bajó a la calle, montó a caballo y partió al galope.

La puerta de la casucha del ama de crianza estaba cerrada. No había nadie.Amaro se puso a esperar. El silencio del lugar lo asustaba. Supuso que la mujer ha-bría llevado consigo al pequeño. Su criatura habría de vivir regaladamente, chupan-do el pecho de aquella cuarentona sana. Pensó en dedicar el resto de la vida a criary educar a su hijo, haciéndolo pasar como sobrino. Haría de él un gran muchacho,un gran hijo, un gran hombre.

Llegó el ama de cría. Al reconocer a Amaro quedó atónita, pero de inmediatorecuperó el control de sí misma: -Ni me hable de esa pobre criatura, padrecito. ¡Quédisgusto! Dos horas después de llegar, el angelito empezó a ponerse encarnado y,sin que sirvieran remedios, se me murió en los brazos...

Sin una palabra, Amaro montó a caballo y marchó a casa del obispo. Queríairse de Leira para siempre.

—Y ahora, ¿qué dices? ¿Quién ganó, quién perdió? ¿Quiénes son los ma-los, quiénes los buenos? ¿Los malos son malos, o sólo desdichados? ¿Losbuenos son buenos, o sólo afortunados?

—Es difícil decir. Todos son, al mismo tiempo, buenos, malos, afortuna-dos y desdichados. Todo mezclado.

—Como en la vida misma. Lo cual prueba que acabamos de leer unagran novela.

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