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Comunidad y migración: el caso del pueblo de Tzintzuntzan, Michoacán, 1988-1994 Robert V. Kemper Southern Methodist University Introducción La relación entre comunidad y migración ha sido un tema importante en los estudios antropológicos mexicanos durante más de sesenta años. Desde que Manuel Gamio (1930-1931) intentó estudiar el proceso de la migración de los mexicanos a los Estados Unidos, hemos visto una enorme cantidad de ensayos, artículos y monografías sobre sus diver- sos aspectos. Aparte de los comentarios generales (Arizpe, 1985; Bar- jau, 1985; Díaz Amador, 1990; Downing, 1979; Keamey, 1986; Lom- nitz, 1976a, 1976b; Nolasco, 1979a, 1979b; Weaver y Downing, 1976), hay estudios sobre los movimientos desde las zonas rurales hacia las ciudades (Arizpe, 1975, 1978; Arroyo Alejandre, 1989; Butterworth, 1962, 1975, 1977; Kemper, 1976, 1981; Lewis, 1952; Lomnitz, 1975; Méndez y Mercado, 1985; Orellana, 1973); hay informes acerca de las migraciones temporales rurales en las provincias (Mora, 1982; Nutini y Murphy, 1970; Pietri y Pietri, 1976; Shadow, 1979; S. Whiteford y He- nao, 1979) y sobre el retomo de los emigrantes a sus pueblos natales (Wiest, 1979a); hay reportes sobre las migraciones por la frontera norte a los Estados Unidos (Cámara, 1956; Comelius, Mines, Chávez y Cas- tro, 1982a; Comelius, Chávez y Castro, 1982b; Cross y Sandos, 1981; Dinerman, 1978, 1982; Gallart Nocetti, 1988; Haney, 1979; Keamey, 1986; López Castro, 1989; López y Rivas, 1973; Mines, 1981; Mines y Massey, 1985; Selby y Murphy, 1982; Uzzell, 1980; L. Whiteford, 1979; Wiest, 1973, 1979b, 1983) y sobre las migraciones desde otros países hacia México (Chenaut, 1989; Kenny, García, Icazuriaga, Suárez y Artis, 1979).

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Comunidad y migración: el caso del pueblo de Tzintzuntzan, Michoacán, 1988-1994

Robert V. Kemper Southern Methodist University

Introducción

La relación entre comunidad y migración ha sido un tema importante en los estudios antropológicos mexicanos durante más de sesenta años. Desde que Manuel Gamio (1930-1931) intentó estudiar el proceso de la migración de los mexicanos a los Estados Unidos, hemos visto una enorme cantidad de ensayos, artículos y monografías sobre sus diver­sos aspectos. Aparte de los comentarios generales (Arizpe, 1985; Bar- jau, 1985; Díaz Amador, 1990; Downing, 1979; Keamey, 1986; Lom- nitz, 1976a, 1976b; Nolasco, 1979a, 1979b; Weaver y Downing, 1976), hay estudios sobre los movimientos desde las zonas rurales hacia las ciudades (Arizpe, 1975, 1978; Arroyo Alejandre, 1989; Butterworth, 1962, 1975, 1977; Kemper, 1976, 1981; Lewis, 1952; Lomnitz, 1975; Méndez y Mercado, 1985; Orellana, 1973); hay informes acerca de las migraciones temporales rurales en las provincias (Mora, 1982; Nutini y Murphy, 1970; Pietri y Pietri, 1976; Shadow, 1979; S. Whiteford y He- nao, 1979) y sobre el retomo de los emigrantes a sus pueblos natales (Wiest, 1979a); hay reportes sobre las migraciones por la frontera norte a los Estados Unidos (Cámara, 1956; Comelius, Mines, Chávez y Cas­tro, 1982a; Comelius, Chávez y Castro, 1982b; Cross y Sandos, 1981; Dinerman, 1978, 1982; Gallart Nocetti, 1988; Haney, 1979; Keamey, 1986; López Castro, 1989; López y Rivas, 1973; Mines, 1981; Mines y Massey, 1985; Selby y Murphy, 1982; Uzzell, 1980; L. Whiteford, 1979; Wiest, 1973, 1979b, 1983) y sobre las migraciones desde otros países hacia México (Chenaut, 1989; Kenny, García, Icazuriaga, Suárez y Artis, 1979).

A pesar de los importantes adelantos de la última década (por ejemplo, Arizpe, 1985; Barjau, 1985; Calvo y López [coord.], 1988; Chenaut, 1989; Kearney, 1986; López Castro [ed.], 1988; Méndez y Mercado, 1985), me parece que todavía nos falta mucho para entender por completo la relación entre la teoría y la metodología en cuanto a la comunidad y la migración. Sobre todo, nos encontramos en una situa­ción difícil desde el punto de vista metodológico. Como hb comentado recientemente el conocido estudioso Wayne Comelius (Director-funda­dor del Centro para Estudios de México-Estados Unidos en la Univer­sidad de California, San Diego):

Con pocas excepciones, no existen datos históricos arreglados en series temporales, ni estudios longitudinales de zonas de emigración o inmigra­ción, ni estudios de muestras continuas de los inmigrantes mexicanos que nos permitieran describir y explicar con mayor certeza y precisión los cambios en la migración desde México (y otros países latinoamericanos) hacia los Estados Unidos (1991: 156).

En este contexto, quisiera ofrecer algunas observaciones que tocan el tema de comunidad y migración a través de las experiencias de un trabajo de campo longitudinal en el pueblo artesanal de Tzintzuntzan, Michoacán, especialmente sobre lo que ha sucedido entre 1988 y 1994.

Tzintzuntzan: breve historia de la investigación

Por supuesto, lo que se ha logrado hasta la fecha al intentar estudiar la migración de los tzintzuntzeños depende de manera importante de la amplia y fructífera historia -que ya cubre casi medio siglo- de trabajo de campo lograda por el Profesor George M. Foster (1948, 1972, 1979), más los trabajos complementarios de Mary LeCron Foster (1983, 1985) y Stanley Brandes (1988). A través de un fondo enorme de datos et­nográficos, censos completos para los años 1945, 1960, 1970, 1980 y 1990, además de una buena colección de materiales tomados del regis­tro civil y del archivo parroquial, nos hace posible estudiar la migración de una manera muy difícil de duplicar en otras comunidades mexi­canas.

Por mi parte, he cumplido tres etapas de investigación etnográfica en la Ciudad de México entre los migrantes tzintzuntzeños que corres­ponde a los censos de 1970, 1980 y 1990 (Kemper, 1974, 1976, 1979 y 1981). Además, cada dos años, desde 1974, he hecho una breve inves­tigación en el propio Tzintzuntzan sobre los cambios en la situación de cada persona cuyo nombre había aparecido en el último censo (por ejemplo, se hacía referencia al censo etnográfico de 1980 para los esbo­zos en 1982, 1984, 1986, 1988 y 1992). Estos esbozos bienales tienen como fin actualizar nuestro conocimiento sobre quién se encuentra en Tzintzuntzan o afuera a través de los años, es decir, vamos desarrollan­do una base de datos longitudinal. También, hemos visitado, sobre todo en 1969-1970, 1979-1980 y 1990-1991, a centenares de emigrantes tzintzuntzeños en zonas urbanas como el Distrito Federal, Toluca, Mo- relia, Uruapan, Guadalajara y Tijuana, dentro del país, y como Chicago, Los Ángeles, San José, y Tacoma en “el otro lado”. A la vez, hemos perseguido a los migrantes en las zonas rurales de los estados de Mi- choacán, California y Washington. En fin, gracias a la magnífica coo­peración de la gente de Tzintzuntzan y sus familiares en muchos lu­gares en México y en los Estados Unidos, nos encontramos con una riqueza de información para entender la relación entre comunidad y migración.

Tzintzuntzan: historia de la comunidad

Tzintzuntzan es una comunidad de unos 3 000 habitantes (sin contar sus migrantes, los cuales añadirían otras 3 000 personas en total) que se ubica en los alrededores del hermoso Lago de Pátzcuaro a una altura de 2 300 metros sobre el nivel del mar. Siendo desde 1930 cabecera del municipio del mismo nombre, que tiene aproximadamente una pobla­ción total de 12 000 personas según cifras preliminares del censo nacio­nal de 1990, Tzintzuntzan representa hoy en día un pequeño punto intermediario de los gobiernos estatales y federales a la vez que sirve, por supuesto en menor grado que las ciudades de Quiroga y Pátzcuaro, como centro regional de mestizaje.

Aunque presenta Tzintzuntzan la fachada típica de muchos pueblos rurales mexicanos, las aparencias engañan. En la época de la conquista

de México por los españoles, era la capital del imperio de los indios tarascos (purhépechas), que abarcaba la mayor parte del estado actual de Michoacán y sus zonas adyacentes, y había resistido con éxito a los aztecas. La zona arqueológica conocida como “las Yácatas,” que se ubica en el cerro oriental del pueblo, ofrece testimonio silencioso per­manente a los residentes y a los turistas sobre la historia <¿e sus antepa­sados.

Según el censo etnográfico de 1990, se calcula que aproximada­mente 209 personas -es decir; 7% de la población de la comunidad de Tzintzuntzan- se han reportado como hablantes (en todo caso bilin­gües) del tarasco, y la mayoría de éstos ha inmigrado a Tzintzuntzan desde las aldeas adyacentes como Ichupio, Tarerio, El Espíritu u Ojo de Agua donde todavía se puede encontrar un buen número de gente de habla tarasca.

Toda la gente en la comunidad es capaz de hablar en español y cada año se aumenta el número de quienes han aprendido a hablar inglés, sea en las escuelas primaria y secundaria locales, en la universidad en Mo­relia o por sus propias experiencias en el Norte. Sin correr mucho ries­go, podemos predecir que para el año 2000 el porcentaje de los que puedan hablar inglés como segundo idioma llegará a ser mayor al por­centaje de los que hablarán tarasco. Así, hay que pensar de nuevo cómo definir la región tarasca en términos lingüísticos porque las migracio­nes hacia los Estados Unidos pueden crear una población trilingüe den­tro de una generación.

Por tradición, la gente de Tzintzuntzan se ha dedicado a elaborar loza, participar en redes comerciales muy extensas, pescar en el lago, y mantener pequeñas milpas agrícolas sin utilizar maquinaria moderna. Las artesanías de Tzintzuntzan -sobre todo la loza blanca y las figuras de popote- han logrado fama nacional e internacional. No obstante, el oficio del artesano es difícil y no deja mucha ganancia para la familia. Son los comerciantes quienes han aprovechado la producción artesanal de sus propios vecinos y familiares en las últimas décadas. Este hecho nos recuerda que un pueblo artesanal tal como es Tzintzuntzan no exis­te aisladamente sino como sitio muy ligado a otras localidades donde los productos de la comunidad encuentran mercado.

El nivel de vida en Tzintzuntzan ha mejorado mucho para la mayo­ría de la gente a través de los años. En 1990, más del 91% de las casas

de la comunidad contaba con luz eléctrica (y como resultado de nuevas obras hacia 1990 casi todas las casas ahora cuentan con luz). De mane­ra semejante, el agua había llegado a 81% de las residencias en 1990 y actualmente (gracias a la instalación de una nueva bomba y tube­ría que viene desde El Jagüey) está entrando a casi todas las casas. Y mucha gente ya invierte sus recursos limitados en adquirir los bienes de consumo, tales como la radio (94%), estufa de gas (79%), televisor (78%), licuadora eléctrica (75%) y camas con colchones de tienda (62%). Mientras que en 1990 no se apuntó ninguna instalación para­bólica, por octubre de 1993 contamos hasta 20 unidades. Además, casi todas las calles del interior de Tzintzuntzan ya se encuentran pa­vimentadas. Este “progreso” es semejante a muchos otros pueblos en la provincia michoacana, sobre todo los que han contado con una fuerte participación en el p r o n a s o l (Programa Nacional de Solida­ridad). Además, la privatización de t e l m e x ha resultado en la instala­ción de un sistema automático que ahora tiene más de 100 casas como clientes.

La participación de los tzintzuntzeños en los programas educativos va aumentando cada año. Casi todos los jóvenes asisten a las escuelas primarias y secundarias locales, mientras que otros van a Quiroga, Pátzcuaro, o Morelia para asistir a escuelas secundarias, preparatorias, o universitarias. Los padres ^e familia siguen haciendo grandes sacrifi­cios para que sus hijos e hijas puedan seguir con los estudios. Aunque la gran mayoría de los tzintzuntzeños que han cursado preparatoria o universidad no regresan a vivir a su pueblo natal, algunos sí lo hacen para establecer farmacias, consultorios médicos, bufetes, notarías, etc., mediante los cuales ofrecen servicios importantes a la gente.

El mejoramiento del nivel de vida de la gran mayoría de las fami­lias del pueblo depende de fuerzas ajenas tanto como depende de los esfuerzos de la gente de Tzintzuntzan. Lo mismo con los precios que este nuevo grupo de “consumidores” tiene que pagar en las tiendas lo­cales y en los supermercados de Morelia. Las altas tasas de inflación son semejantes en Tzintzuntzan a todo el estado de Michoacán. Por ejemplo, según un esbozo económico hecho por George Foster en 1985 y en 1991, la gente de Tzintzuntzan ha sufrido con estos cambios en los precios de bienes comunes:

1985 1991

Maíz (4 litros) 140 2 000Frijol (litro) 350 4 000Azúcar (kilo) 70 1 700Manteca (kilo) 500 4 000Carne de res (kilo) 1 200 16 000Pescado blanco (kilo) 1 800 80 000Leche (litro) 100 1 400Avena Quaker(kg) 180 2 300Bolillos (c/u) 11 250Cerveza (botella) 50 1 000Refrescos (botella) 30 600Cigarrillos (paquete) 40 450Salsa picante (botella) 80 1 000Jabón (barra) 70 1 300Pilas (tam. D) 65 1 300Greta de plomo (kilo) 190 5 000Gas LP (tanque) 480 23 500Autobús a Pátzcuaro 120 900Autobús a D.F. 1 450 66 000Albañil (por día) 2 500 50 000Peón (por día) 1 000 20 000Peso = U.S. dólar 330 2 940

Así, aunque los precios van hacia arriba, la gente de Tzintzuntzan sabe ajustarse. Los ajustes siguen ahora al nuevo peso mexicano frente al dólar estadounidense. No cabe duda que la inflación tiene mucho que ver con el gran aumento en el movimiento de los tzintzuntzeños hacia el Norte desde mediados de los ochenta hasta ahora.

Hacia la comunidad extendida

Ahora quisiera describir los cambios demográficos que se han sucedi­do en Tzintzuntzan en años recientes. Según nuestro censo etnográfico, la población de la comunidad ha aumentado hasta 2 991 residentes (1318 hombres y 1 673 mujeres) viviendo en 580 casas para el año 1990.

Adicionalmente, hemos contado a 362 personas (251 hombres y 111 mujeres) que van y vienen de vez en cuando por razones de estu­dio o trabajo afuera de sus viviendas en Tzintzuntzan. Esta “población extendida” comprende las siguientes categorías: los alumnos universi­tarios en Morelia, capital del estado de Michoacán, y en el Distrito Fe­deral, quienes regresan a Tzintzuntzan los fines de semana y las vaca­ciones; los maestros que trabajan durante la semana en escuelas dentro del estado y quienes -al igual que los alumnos- regresan a Tzintzunt­zan los fines de semana y vacaciones; los hombres que trabajan en las zonas industriales de la Ciudad de México y regresan a visitar a su familia cada quincena (cuando reciben su pago); y, por fin, las personas (hombres, mujeres, y familias enteras) que han viajado a los Estados Unidos para trabajar temporalmente en los campos agrícolas o en em­presas comerciales urbanas, pero regresan a pasar varios meses en Tzintzuntzan cada año.

La importancia de la categoría de la “población extendida” se fija por el hecho de que 178 de las 580 casas (es decir, el 30.6%) en Tzint­zuntzan contiene al menos una persona cuya movilidad cae dentro de la definición. También hay que recordar que quien se identifica como “ex­tendida” actualmente pueda convertirse en “emigrante” o “residente” en el futuro. Este es un proceso que estudiamos con mucho interés para averiguar quiénes son los que se separaron de la comunidad y quiénes son los que mantienen lazos don Tzintzuntzan.

Tres etapas en el flu jo migratorio

Podemos identificar tres etapas principales en el flujo migratorio tzint- zuntzeño. La primera tuvo que ver con la participación de casi todos los hombres en el programa bracero. Aunque la mayoría se dirigió hacia California, otros se encontraban en Texas, Illinois, y otros estados del Norte. Esta etapa se terminó oficialmente el año de 1964, aunque algu­nos hombres recibieron permisos para' trabajar en el Norte hasta 1968. Después, varios hombres seguían las rutas conocidas pero ya en calidad de ilegales.

La segunda etapa, que llegó a su máximo nivel durante la década de los setenta, tuvo que ver con la expansión de la zona metropolitana

de la Ciudad de México por medio de la migración masiva de pobla­ción desde comunidades como Tzintzuntzan. En esta segunda etapa vimos que familias enteras tanto como hombres solteros y mujeres sol­teras migraron de Tzintzuntzan hacia la Ciudad de México y sus alre­dedores en busca de trabajos industriales o profesionales. La situación de la gente de Tzintzuntzan en la gran metrópoli se ha descrito en varias publicaciones (Kemper, 1974, 1976 y 1981). Desde el temblor de 1985 el flujo de personas de Tzintzuntzan hacia la Ciudad de México se ha reducido en lo relativo, mientras que la población del grupo de emi­grantes tzintzuntzeños sigue creciendo por razones naturales (es decir, por el exceso de nacidos sobre los muertos). Hoy día viven en la zona metropolitana de la Ciudad de México más de 200 familias compuestas de la gente de Tzintzuntzan, sus hijos e hijas y sus nietos y nietas.

Ahora, a causa de la crisis de la economía nacional de los ochenta, la tercera etapa en el proceso migratorio está en pleno auge. La gente de Tzintzuntzan se está dirigiendo al “otro lado”, especialmente a Ca­lifornia y recientemente al estado de Washington y aun hasta Alaska. A diferencia del programa bracero, actualmente están saliendo mujeres solteras y familias enteras (a veces no van todos juntos sino en varios viajes). Por 1990, vivían al otro lado de la frontera México-Estados Unidos más de 700 individuos tzintzuntzeños en más de 150 unidades domésticas. Muchas personas que no habían trabajado en la agricultu­ra en su pueblo ahora se encuentran en los fields (campos) de California y Washington. De manera semejante, varios hombres jóvenes que ja­más habían tenido el oficio de pescador en el Lago de Pátzcuaro están sirviendo ahora como tripulantes de gigantes barcos pesqueros en el Golfo de Alaska. Así, el proceso de migración trae consigo nuevas y viejas oportunidades económicas. A través del tiempo se observa que algunos migrantes mantienen sus “chambas” agrícolas estacionales mientras que otros hacen esfuerzos para entrar en el mercado de traba­jo urbano sobre todo en los servicios y el pequeño comercio.

Parece ser que la gente de Tzintzuntzan no ha sido afectada negati­vamente por los cambios en las leyes migratorias estadounidenses durante la última década; al contrario, se ha aprovechado muy bien la oportunidad de conseguir permisos especiales para trabajo agrícola. Es cierto que menos de la mitad de los tzintzuntzeños en el Norte tienen todos sus papeles en orden, pero muchos ya han conseguido permisos

temporales para trabajar mientras tratan de arreglar su residencia legal. A pesar de todo, si la situación económica de los dos países sigue igual durante lo que queda de los noventa, estoy seguro de que para el año 2000 la población de Tzintzuntzeños en los Estados Unidos llegará al mismo nivel que el de la Ciudad de México -y que el monto total de los emigrantes de Tzintzuntzan va a ser mayor a la población residente en la comunidad.

Además del flujo emigratorio creciente hay una importante migra­ción de retomo por algunos que van llegando a su jubilación. El caso más notorio tiene que ver con un Tzintzuntzeño que fue candidato del pri para presidente municipal en las elecciones de 1989. Este migrante había vivido muchos años en California aunque siempre mantuvo una casa en el pueblo. Él sufrió la derrota política y la frustración personal cuando los representantes del p r d tomaron posesión de la presidencia municipal hasta que el gobernador michoacano decidió instalar un grupo mixto para encargarse del municipio.

Aparte de la emigración hacia otros lugares, la tercera etapa de la migración tzintzuntzeña ha incluido una especie de migración de corta distancia; es decir, la creación de nuevas comunidades a la distancia de 2 km hacia el sur del pueblo. En 1979, sobre la carretera de Tzintzunt­zan a Pátzcuaro, se había creado la “Colonia Lázaro Cárdenas”. Des­pués del censo de 1990, una expansión de La Colonia -al otro lado de la carretera- resultó en otra comunidad de invasión, ésta nombrada Tzintzuntzita. Las poblaciones de La Colonia y de Tzintzuntzita ahora hacen sus propias contribuciones a las fiestas religiosas y civiles de Tzintzuntzan y siempre buscan la manera de jugar su propio papel polí­tico y cultural.

Conclusión

Lo importante de los cambios en los patrones de migración es que corresponden tanto a la situación económica nacional e internacional como a la realidad local en Tzintzuntzan. No se entiende la migración desde Tzintzuntzan sólo en términos de flujos rural-urbanos o movi­mientos internacionales de mano de obra. La migración tzintzuntzeña existe dentro de un sistema que tenemos que estudiar a largo plazo. Así,

dentro de un contexto de emigración e inmigración (incluso la migra­ción de retorno), la gente de Tzintzuntzan va creando una “comunidad extendida” que sobrevivirá mejor que la que luchaba para mantener su dignidad como “ciudad primitiva” y “cuna del imperio tarasco”. Aun­que Tzintzuntzan es un pueblo pequeño, en términos de su población, su cultura y su fama están en plena expansión y en este proceso los migrantes y la población extendida seguirán jugando un papel impor­tante al mantener las tradiciones a la vez que están cruzando y borran­do fronteras entre provincia y metrópoli, entre país y país, y entre el pasado y el futuro.

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