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Con el tiempo en los talones, de Mario López Guerrero. Primeros capítulos.

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Mario López Guerrero

CON EL TIEMPO EN LOS TALONES

“Sean éstos nuestros mejores tiempos o sean los peores, son los únicos que tenemos."

A. Buchwald

Ediciones MLG

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Mario López Guerrero

CON EL TIEMPO EN LOS TALONES Título original: Con el tiempo en los talones Segunda edición Diseño y redacción: Mario López Guerrero Ilustración: Mario López Guerrero © Mario López Guerrero, 2013 ISBN: 978-1-291-67331-9 “SÍ se permite la reproducción total o parcial de este libro. SÍ se permite su transmisión y difusión. SÍ se permite la crítica constructiva del mismo. SÍ se permite escribir libros a quienes les interese escribir libros y leer libros a quienes les interese leer libros. SÍ se permite citar al autor si se considera necesario. Y SÍ se permite ver el lado alegre de la vida.” Si quiere ponerse en contacto con el autor contacte con MLG. MLG es un sello editorial creativo de Mario López Guerrero. www.mariolopezguerrero.com [email protected]

¡Muchas gracias!

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“A mis abuelos que siempre estarán en mi corazón”

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ÍNDICE

No me gusta perder el tiempo… 7 Charlando sobre el tiempo… 13 Los malos hábitos… 19 Fumarse el tiempo mata… 27 Horas buenas, horas malas… 39 Tempore sano in corpore sano… 49 No hay tiempo para todo… 61 Tijeras vienen y van… 67 Apagando fuegos… 75 Planifícate… 83 Motívate… 91 Organízate… 111 Aplaza el aplazamiento… 121 Concéntrate en una actividad… 129 Siempre se podrá hacer mejor… 135 Aprende a decir NO… 143 Di no al estrés… 151 Prémiate… 161 La última hora… 173 Un truco… 181 El último secreto… 185 Tomas falsas… 199

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NO ME GUSTA PERDER EL TIEMPO

“El tiempo es lo que más deseamos tener, pero, por desgracia, lo que aprovechamos menos.” WILLIAM PENN

Querido diario: Verás, tengo un problema. No es que sea un quejica, pero quejarse de vez en cuando es bueno, sobre todo cuando todo el mundo se queja. Como decía mi maestra: “el que no se queja, se queda fuera de la foto”. En realidad no era mi maestra, era mi vecina del quinto, pero siempre que nos encontrábamos en el portal, tenía algo que enseñarme. Es más, cuando nos encontrábamos en el ascensor también tenía algo que enseñarme. Incluso cuando nos encontrábamos fuera del portal, siempre tenía algo que enseñarme. Su vida se reducía a enseñar a los demás lo que tenían que hacer en general y a mí en particular. Siempre estaba diciendo frases y refranes sobre la vida. No sé si ella se los aplicaba, pero parecía tener respuesta a todas las preguntas. Incluso tenía todas

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las respuestas aunque tú no preguntaras nada. Ella siempre tenía algo que decir. Y una cosa que decía muy a menudo es que la gente se quejaba, no importaba el porqué de la queja, lo único importante era quejarse. Quejarse era un vicio para todo el mundo y mi vecina del quinto se quejaba de eso. Cada uno con su queja. Sales de casa y alguien se queja del tiempo. Llegas al portal y alguien se queja del ruido de la noche anterior. Vas en el coche y ahí ya no oyes quejas, pero intuyes que todos los conductores se van quejando. Y si no lo intuyes, bajas la ventanilla y te das cuenta de que es una guerra de todos contra todos. ¡Es la queja! Llegas a la tienda y alguien se queja de que es muy temprano. Vas a la cafetería y alguien se queja de que el café está muy caliente. Vas al fútbol y olvídate de ver el fútbol, es una competición a ver quién se queja más. Por cierto, el árbitro siempre lleva las de perder ¡Un hurra por las madres de los árbitros que nadie se acuerda de ellas para bien! Podemos decir que la queja es un vicio y como vicio es muy difícil abandonarlo, por eso me quejo de la queja. ¡Qué vicio! En fin, que siempre me acordaré de aquellas frases de mi vecina del quinto como la de que “el que no se queja, se queda fuera de la foto”. Realmente, apostaría a que esa frase no era suya e incluso apostaría a que no te interesa mi relación con mi vecina del quinto, así que ahora vayamos al grano.

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Querido diario: tengo un problema. ¿Cuál es el problema? Que no tengo tiempo. No me da tiempo a hacer todo lo que quiero. Es más, no sé si lo que quiero, lo quiero hacer y lo que hago es en realidad lo que quiero hacer. Me explicaré. Me paso el día haciendo cosas, pero cuando pienso en todo lo que he hecho, me doy cuenta de que no he hecho todo lo que he querido, ni he querido hacer todo lo que he hecho. Más fácil: hago cosas, pero ¿qué cosas hago? Esa es la cuestión y para esta cuestión nunca me dio una explicación mi vecina del quinto. Debe de ser uno de los grandes dilemas de la humanidad que quedan sin resolver, sino mi vecina del quinto me habría dicho algo sobre el asunto. O quizás mi vecina del quinto sí lo sabía y se lo callaba para que nadie supiera controlar su tiempo. O quizás, ella hablaba de todos los otros temas, para que nadie le preguntara sobre el tiempo. Lo cual es bastante rato porque las conversaciones más típicas hablan sobre el tiempo. Ahora que lo pienso, creo que mi vecina guardaba el secreto del tiempo. Todos corriendo con el tiempo en los talones y ella siempre con tiempo a todas partes. Parecía que bailaba con el tiempo y nunca quiso bailar conmigo ¡Qué lástima no haberme dado cuenta antes! Me gustaría volver a encontrarme con ella y preguntarle por el secreto del tiempo, pero ahora ya es tarde. Concretamente, las doce de la noche.

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En fin, querido diario, que tengo un problema y es que no me da tiempo a hacer todo lo que quiero ¿por qué? No lo sé. Si lo supiera, no hubiera escrito todo esto. El caso es que yo le pongo ganas y buena intención, pero el tiempo es el que es y no es suficiente para todo lo que tengo que hacer en el día. Verás, empiezo a hacer todo lo que tengo que hacer y de pronto, me encuentro haciendo otras cosas y cuando me quiero dar cuenta, ya es tarde y se ha acabado el día. Está claro que me gustaría encontrarme con mi vecina del quinto y que me dijese lo que sabe, pero sólo te tengo a ti, así que espero que me ayudes a aclararme. Aunque ahora que lo pienso, con el tiempo me pasa lo mismo que con mi vecina del quinto. Cuando escribo en este diario, siempre acabo perdiendo el tiempo hablando de mi vecina del quinto. Escribo, escribo, escribo y ahí aparece ella, para cambiarme el tema y no centrarme en mi problema. O quizás ella sea mi problema. ¡Vaya! No sabía que tenía un problema con mi vecina del quinto. Sí, ella es la culpable de que yo no tenga tiempo para hacer todo lo que quiero y ahora que ya tengo mi queja, ya puedo salir en la foto ¡Bien! Pero, ¿para qué quiero una foto? Yo lo que quiero es tener tiempo para hacer todo lo que tengo que hacer. ¡Vaya! Esto va a ser más complicado de lo que pensaba. Lo que quiero es tener tiempo y lo que no quiero, es

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perderlo. No sé si escribir en este diario me ayudará, pero de momento he descubierto una cosa: tengo un problema para concentrarme en decir algo y mucha facilidad para dejarme ir por las ramas. Quizás esto tenga que ver con mi problema con el tiempo. Y además, creo que he descubierto otra: echo de menos a mi vecina del quinto. Por cierto, querido diario, mi nombre es Gregorio y dirijo una tienda de relojes. ¡Qué contradicción! ¡Hasta mañana!

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CHARLANDO SOBRE EL TIEMPO

“El valor del tiempo está en boca de todos, pero en la práctica de pocos.” LORD CHESTERFIELD

Querido diario: Hoy ha pasado algo muy curioso. Ayer escribía sobre mi problema con el tiempo y hoy en la tienda ha entrado una persona. No, no ha sido mi vecina del quinto. Tampoco es que nunca entre nadie. Por suerte, no nos va mal en la tienda. ¡Vaya, ya me estoy liando otra vez! Te decía que hoy ha entrado una mujer que se llama Irene y que me ha hecho una propuesta. ¡Hacía tiempo que una mujer no me proponía algo! Le he dicho que si quería que apagara las luces y encendiera unas velas, pero me ha dicho que prefería que no lo hiciera. Por favor, ¿dónde ha quedado el romanticismo? ¿A dónde vamos a parar? ¿Qué será de nosotros sin un poco de emoción en la vida? Creo que no tengo un problema con el tiempo. Lo mío es un problema con el mundo. Hablo de un asunto y mi cabeza está pensando en otro. Hay tantos asuntos

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en el mundo que reclaman mi atención, que ya no sé a cuál atender y a cuál no. Y además, como no me gusta discriminar, tengo que atenderlos a todos. ¡Es lo que tiene ser buena gente! ¿Por dónde iba? Ah, sí. La mujer que ha entrado en la tienda. Pues bien, querido diario. Esa mujer me ha propuesto hacer un seminario sobre gestión del tiempo en mi tienda de relojes. Ha dicho que una tienda de relojes era un lugar muy apropiado para dar crédito a lo que ella comentaba sobre cómo gestionar bien el tiempo. En eso estábamos de acuerdo. Luego ha dicho que era muy apropiado que yo pagase para que ella pudiera impartir el seminario y ahí ya no estuvimos tan de acuerdo. No sé cómo lo hizo, pero al cabo de un rato le firmé un documento para patrocinarle el seminario. Eso sí, conseguí que me diera dos invitaciones. Así que vamos a dar un seminario sobre gestión del tiempo en mi tienda de relojes, ¿qué te parece? Ya estoy viendo los anuncios en los periódicos. La gente vendrá en masas a mi tienda y le hablaremos del tiempo. Les importará el tiempo y yo les venderé relojes para que sepan cuánto tiempo tienen. Aunque ahora que lo pienso, creo que esa tal Irene tiene mucha labia. Sabe negociar muy bien y me ha convencido. No he sabido decirle que “no”. Resulta que ella me regala dos entradas para quedar

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bien conmigo, pero yo le pago todo el seminario y pongo la tienda. Creo que no ha sido tan buen negocio. Es cierto que vendrá gente al seminario, pero ahora me toca a mí venderles los relojes y no creo que sea buena idea hacerlo en el medio del seminario. No me imagino a ella hablando y yo diciendo: esta frase la ha patrocinado tal marca de relojes. Tendré que pensar una estrategia para la venta. Al fin y al cabo, no hay tiempo que perder. Pase lo que pase, lo que está claro es que si no aprendo a gestionar mi tiempo, por lo menos, aprenderé a negociar como lo hace Irene. ¡Qué labia tiene! O ella tiene mucha labia o soy yo el que se deja llevar. O las dos cosas. Creo que estoy descubriendo mi verdadero problema con el tiempo y con el mundo y es que me dejo llevar fácilmente por lo que sucede. ¡Vaya! Escribir en este diario parece una terapia. Es posible que me vaya a servir de algo y que no sea una pérdida de tiempo. ¿Por qué te escribo? No me lo preguntes si no quieres saberlo. Está bien, te escribo porque tenía tiempo y no sabía qué hacer con mi tiempo. Sinceramente, cuando empecé a escribirte, pensé que sería una pérdida de tiempo, pero ahora que he empezado, no te quiero dejar. Soy un cabezota, lo sé. Pero quiero acostumbrarme a escribirte todas las noches y que te acostumbres a leerme.

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Y que sepas que ya no eres una pérdida de tiempo. ¡Toma piropo! De momento, ya he descubierto que mi problema es mi vecina del quinto, es decir, que en lugar de estar centrado en lo que tengo que hacer, me dejo llevar por ella y por otros asuntos y acabo perdiendo el tiempo que tenía que aprovechar para hacer lo que en realidad debería de hacer. En otras palabras: me dejo llevar. ¿Por qué me dejo llevar? No lo sé, por eso escribo un diario. Es absurdo. Sí, lo es. Pero más absurdo es saber que tienes un problema y no hacer nada con él. ¡Ojo! Que porque sea absurdo, no es malo. A mucha gente nos gusta lo absurdo, sino cómo se entiende que mucha gente viva conociendo sus problemas y sin hacer nada para solucionarlos. Yo en cambio, estoy decidido a solucionar mi problema con el tiempo. Eso creo. Tengo que saber manejar bien el tiempo porque el tiempo es oro y el que lo pierde es un bobo ¡Vaya! Esa frase recuerdo que me la dijo una vez mi vecina del quinto. ¡Ya está! Tenía que aparecer ella otra vez. Es como si cuando me pongo a pensar, siempre aparecieran los mimos pensamientos. Es una especie de rotonda. Vueltas y vueltas al mismo tema, con los mismos problemas y las mismas soluciones que no solucionan nada. Tendré que pensar en cómo salir de la rotonda porque seguir dando vueltas en ella parece un poco absurdo. Quizás todo en esta vida tenga mucho que ver con lo absurdo.

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Querido diario, quiero salir de la rotonda. Quiero dejar de irme por las ramas y centrarme en lo que de verdad importa. Quiero olvidarme de mi vecina del quinto y hablar de lo que tengo que hablar. Quiero saber qué hacer con mi tiempo. Vale, es verdad, lo reconozco. En el fondo, no quiero olvidarme de mi vecina del quinto. Ella ha sido una maestra para mí y es muy difícil olvidar todo lo que uno ha aprendido con el tiempo. ¿Qué me estás diciendo? ¿Quieres que me olvide de ella y de todo lo que he aprendido? Te lo voy a poner muy difícil, entonces. Porque ellos llevan conmigo muchos años y nos atan muchas experiencias. Estamos atados y con nudos bien fuertes. Tú verás lo que haces. Por cierto, este viernes comenzamos el seminario de gestión del tiempo y el título es bastante sugerente: “¡Fumarse el tiempo mata!” Te seguiré escribiendo.

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LOS MALOS HÁBITOS

“El tiempo pertenece a aquel que sabe cómo utilizarlo.” LEONARDO DA VINCI

Querido diario: ¡Buenas noches! La educación ante todo, porque así me lo han enseñado. Es un hábito que tengo y que no quiero perderlo. Verás, hoy he estado hablando con Irene sobre el tiempo. Lleva lloviendo desde enero y la cosa no parece que vaya a mejorar en los próximos días. No es que me queje de la lluvia porque es buena para las plantas, pero yo no soy una planta. Luego, Irene ha estado hablando del tiempo conmigo y me ha dicho que todo es cuestión de hábitos. Le he dicho que no quería habituarme a la lluvia y ella ha dicho que me olvidara del clima, que quería hablar de lo que de verdad importa, del tiempo. He insistido en que a mí me parecía muy importante que lloviera, pero que también era bueno que hiciera sol de vez en cuando. Es más, que yo preferiría que hiciera más días de sol que de lluvia. Y ahí, Irene ha estado muy acertada porque me ha dicho que ella preferiría que me centrara en lo que tenemos que hablar y no perdiera el tiempo.

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¡Qué fácil es decirlo! He contraatacado con un buen golpe. Le he dicho que yo soy así. Que me voy por las ramas y no puedo hacer nada. Que va en mi personalidad y en mi ADN. Que lo siento mucho, pero que se tendrá que acostumbrar como ya me he acostumbrado yo. Que han sido muchos años perfeccionando la técnica de irse por las ramas y no iba a desprenderme de ella tan fácilmente. Irene se ha quedado callada. El argumento había sonado muy sólido. Luego, Irene se ha puesto a reír. El argumento había perdido todo su valor. Resulta que me ha dicho que me olvide del ADN y de que soy así o de que esa es mi personalidad. Que yo puedo decidir cómo soy y que irse por las ramas es un comportamiento y que cualquier comportamiento se puede cambiar. Eso sí, que cambiarlo lleva tiempo. Sus palabras han sonado como una dulce melodía para mis oídos. De hecho, mientras ella hablaba, sonaba una dulce melodía por el hilo musical de la tienda. ¿Lo has oído, querido diario? ¡Puedo cambiar! No me voy por las ramos porque sea así; me voy por las ramas porque me comporto así. Yo todavía no lo tengo muy claro, pero Irene ha dicho que con el tiempo, lo tendré más claro. Intentaré explicarte lo que me dijo Irene. El caso es que estamos acostumbrados a hacer las cosas de una determinada manera y por miedo a no cambiar, seguimos haciendo todo igual y perdemos el

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tiempo siempre en las mismas cosas, por ejemplo, yo hablando de mi vecina del quinto. Somos como el tiempo que decidió llover y de momento, no ha parado. Pues nosotros igual. Decidimos hacer las cosas de una manera, lo que Irene llama hábito, y ahí nos mantenemos. Somos la lluvia que no para un momento y nos quejamos de que llueve. Según ella, somos “animales de costumbres”. Aquí casi la liamos porque yo le dije que yo era “mono” según el horóscopo chino y le pregunté qué animal era ella, pero por la expresión de su cara, creo que ella no sabía qué animal era. O quizás no quiso contestarme porque era irse por las ramas. ¡Cómo no me voy ir por las ramas si soy mono! Irene se olvidó del horóscopo y siguió diciendo que las personas hacemos las cosas como siempre las hemos hecho y punto. No nos preguntamos si hay una forma mejor por miedo a encontrar una peor; y por esa razón, hacemos lo que hacemos y perdemos el tiempo como lo perdemos. La cuestión son los hábitos. Yo pensaba que ya no estaba de moda eso de ponerse los hábitos, pero parece que todos tenemos nuestros propios hábitos. En fin, que parece que la culpa no es de mi vecina del quinto, sino de mi hábito de acordarme de ella. La culpa de no gestionar bien mi tiempo, no tiene que ver con los demás, sino conmigo mismo. La verdad es que me gustaba más antes cuando

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pensaba que la culpa era de mi vecina y visto que ahora soy yo el culpable, no sé si quiero ir al seminario de Irene. Me ha echado la culpa y se ha quedado tan tranquila. Si por lo menos, hubiera habido unas velas y un poco de vino, hubiera sonado diferente. De todas formas, creo que lo mejor es que vaya al seminario ya que se hace en mi tienda y lo he pagado. Si no aprendo a gestionar el tiempo, por lo menos aprenderé a negociar como ella. ¡Me encanta como habla! Por cierto, Irene me ha pedido que le escriba una lista con los cinco hábitos que me hacen perder el tiempo, pero le he dicho que no tenía tiempo para hacerla. Ella se ha reído y me ha dicho que entonces tengo muchos malos hábitos. Le he dicho que si yo y mis hábitos habíamos llegado hasta esta edad juntos, tampoco serían tan malos. Y ella me ha contestado, que lo importante no son los años, sino cómo los disfrutamos. Ahí me hizo daño. Le pregunté que por qué no se dedicaba al boxeo después de todos los golpes que me estaba dando y me contestó que leyera su biografía ¡Punch! Mi respuesta no se hizo esperar: no tengo tiempo para leer tu biografía. Resultó que ella había sido campeona de boxeo en su juventud y por una lesión lo tuvo que abandonar. Ahora se dedicaba a dar seminarios de motivación y de gestión del tiempo. Después de contarme brevemente su historia, volvió a

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lanzarme otro directo: si no tienes tiempo para escribir cinco hábitos, ¿para qué tienes tiempo? ¡Buena pregunta! Tengo tiempo para hacer lo que tengo que hacer y no todo el tiempo que realmente quisiera. ¡Mala respuesta! Según ella, lo único que tenía era tiempo. Concretamente veinticuatro horas al día a una velocidad constante de sesenta minutos por hora. Me convenció. No me podía quejar de no tener tiempo cuando era lo único que realmente tenía. Según ella, tenemos tiempo y nos dedicamos a decidir lo que hacer con él. Lo que tenemos que hacer es tomar decisiones, elegir qué hacer con el tiempo. No podemos hacer cosas y luego quejarnos por no tener tiempo. Tenemos que ser conscientes de que tenemos un determinado tiempo y luego decidir lo que hacer con él. ¡Sí que tenemos tiempo! No se trata de correr como locos perseguidos por el tiempo, sino de bailar con el tiempo como hacía mi vecina del quinto. Y ahí es donde entran los hábitos. Lo que hacemos por hábito, no lo decidimos conscientemente. Si es un hábito bueno, ganamos tiempo para otras decisiones. Si es un hábito malo, perdemos tiempo para otras decisiones. ¿Qué es lo importante? Saber decidir qué hacer con el tiempo. Es decir, llenarse de buenos hábitos y dejar los malos hábitos. Parece que en el fondo hay algo sencillo en todo este lío. Estamos hechos de hábitos y tenemos que saber

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quitarnos unos y ponernos otros. Pensé que nunca diría esto, pero todos tenemos que ponernos los hábitos. Igual cierro la tienda de relojes y abro una tienda de hábitos. Será más adecuada para hablar del tiempo. Querido diario, creo que en los próximos días lo que voy a aprender es a tomar decisiones con Irene, así que ¡Buenas noches y felices sueños! La educación ante todo, que es un hábito que no quiero perder. Nota: escribir cien veces “tengo tiempo”.

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FUMARSE EL TIEMPO, MATA

“El tiempo es el material del que está hecho la vida.” BENJAMIN FRANKLIN

Querido diario: Hoy ha sido la primera sesión del seminario de Irene. Han venido casi veinte personas y dos niños. No es que los niños no sean personas, pero han demostrado una alta capacidad para llamar la atención y he preferido destacar su presencia. Déjame que te cuente cómo ha sido. Bueno, déjame que te lo escriba. Al principio nos ha hecho aplaudirnos unos a otros por haber asistido al seminario. No sé para qué sirve, pero nos hemos aplaudido. Sobre todo los niños, ¡qué fuerza tienen para aplaudir! Según Irene, era una forma de despertar el cerebro. Desde luego yo nunca me había despertado con aplausos. Nos ha dicho que para estar al cien por cien hay que tener los ojos bien abiertos, los oídos bien limpios y el cuerpo preparado para el movimiento. Me vino a la mente una imagen del lobo de Caperucita roja: ojos grandes, orejas grandes y ¡Ñam!

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Ha dicho Irene que para atender, tenemos que poner todo nuestro cuerpo en disposición de atender. Atender escuchando, atender con la mirada y atender con las sensaciones del cuerpo. Pensé que lo siguiente iba a ser ponerse a bailar, pero no. No ha habido baile, lo cual se agradece porque hubiera quedado bastante mal. Nos hemos presentado y hemos dicho lo que opinábamos del tiempo. Casi todos teníamos la misma palabra en la boca: nos falta tiempo. Irene me echó una mirada y entonces me acordé de que lo único que tenemos es realmente, tiempo. Pero lo dije tarde. Nota: volver a escribir cien veces “tengo tiempo”. A partir de ahí, una pregunta centró toda la sesión: ¿Para qué queréis más tiempo? La pregunta sonó extraña y parece que nadie se la hubiera hecho antes. O mejor dicho, que todo el mundo se la había hecho antes, pero nadie había encontrado la respuesta adecuada. Otra especie de rotonda como la de mi vecina del quinto. ¡Quién construye las carreteras en el cerebro! Irene hizo mención a una señora que se llamaba Bronnie Ware. Al parecer se trataba de una enfermera australiana que llevaba años trabajando en cuidados paliativos y había convivido con los enfermos en sus últimas semanas de vida. Y de esa convivencia extrajo cuáles eran los principales lamentos de estas personas al final de sus días cuando ya no les quedaba tiempo.

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El primer lamento que dijo Irene que había dicho Bronie que habían dicho sus pacientes era que “ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, y no a lo que los demás esperaban de mí”. ¡Vaya! Esta reflexión me hizo preguntarme muchas cosas sobre mi vida, mis estudios y sobre la tienda de relojes que dirijo que era de mi padre como antes fue de su padre y antes había sido de su padre. Toda una tradición, todo un hábito, toda una decisión que no admitía discusión. Pero ¿qué quiero yo para mí? ¿Qué me voy a echar a la cara cuando ya no tenga tiempo? ¿Por qué dejamos para el final las buenas preguntas? Resulta que la mayoría de las personas viven la vida que otros han programado para ellos y a la hora de la verdad, luego se quejan de no haber hecho realidad sus sueños. Otra vez con las quejas para salir en la foto. Pues yo no quiero salir en la foto ¿Cuáles son mis sueños? ¿Tengo sueños? ¿Cómo quiero vivir? ¿Cómo quiero ser? ¡Vaya! Creo que nunca he tenido tiempo para este tipo de preguntas. Creo que es bueno saber para qué estoy viviendo. Suena filosófico, ¿verdad? Pero es que si yo no lo sé, puede que esté viviendo los planes de otra persona. Esto ya no suena tan filosófico, suena más bien, a una película de mafiosos. Vaya, no sabía que formaba parte de la mafia hasta ahora. Pues tendré que hacerme una oferta que no pueda rechazar. Tendré que decidir primero cómo quiero vivir.

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¡Qué curioso! Tengo el hábito de despertarme todos los días y hacer todo lo que tengo que hacer, pero no sé por qué tengo que hacer todo lo que tengo que hacer. Es como construir un puente en el desierto. El puente quedará muy bien construido, pero para qué se ha construido el puente. ¡No tiene sentido! Es como hacer un aeropuerto en el que los aviones no puedan aterrizar. En fin, las personas somos así. ¡Qué importante saber decidir lo que uno quiere ser y cómo quiere vivir, sin tener que vivir el sueño de otra persona! La verdad es que no me esperaba que empezásemos así el seminario, pero según Irene, primero hay que hablar de lo importante y lo importante es la vida. Nota: primera decisión, voy a aclarar cómo quiero vivir y cuáles son mis sueños. El segundo lamento que Irene dijo que había dicho Bronnie que habían dicho sus pacientes era “ojalá no hubiera trabajado tan duro”. ¡Vaya! ¡No todo es trabajar! ¡En eso estoy de acuerdo! Pero si no trabajo, no gano dinero y siempre hay facturas que pagar. La cuestión fue polémica, pero Irene lo centró muy bien: “si queréis, perdemos el tiempo en justificar por qué es necesario trabajar, pero qué tal si nos preguntamos para qué queremos el tiempo. ¿De verdad que lo queremos para trabajar?” ¿Qué es lo que realmente queremos? Esa es una buena pregunta. Si al final de mis días me voy a echar la culpa de no

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haber disfrutado de la vida y sólo haber sobrevivido trabajando, más me vale ponerme al día y pensar qué es lo que quiero hacer realmente con mi tiempo. No se trata de una cuestión de supervivencia, sino de poder contar vivencias. Adornó el asunto con un cuento de una madre y un niño. El niño le preguntaba a la madre, que trabajaba como consultora en una gran empresa, cuánto cobraba por hora. Ella le dijo que sobre cien euros. El niño le pidió, entonces, cincuenta euros. Ella se enfadó por las artimañas de su hijo. Primero ablandarla con la pregunta de cuánto cobraba por hora, para pedirle luego dinero. El niño se fue a su cuarto con una buena bronca por sólo pensar en el dinero. La madre se sentó en el sillón y se lo contó a su marido. Éste le preguntó para qué quería el niño el dinero y ella no lo sabía. Así que se quedó pensando en lo que había pasado y decidió subir a la habitación a hablar con su hijo para que supiera que el dinero no podía ser tan importante a su edad. Entró en su cuarto y se sorprendió al ver a su hijo con la hucha rota y contando el dinero. “¿Se puede saber qué haces contando el dinero de la hucha?” Le preguntó la madre. El niño sin perder la sonrisa le dijo: “estoy viendo si tengo cien euros”. La madre con cierta irritación le preguntó: “¿Se puede

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saber para qué quieres tú cien euros?” La respuesta no se hizo esperar: “Para pagarle a tu empresa una hora y puedas venir temprano a casa mañana. Me gusta cenar contigo”. La madre le abrazó durante un buen tiempo y ese abrazo tuvo más valor que todo el dinero de la hucha. ¡Vaya! El cuento nos emocionó a algunos. No todo es dinero en esta vida. Nota: decidir a qué le doy importancia para pasar el tiempo. El tercer lamento que dijo Irene que había dicho Bronnie que habían dicho sus pacientes era “ojalá hubiera tenido el coraje de expresar mis sentimientos”. ¡Vaya! ¡Y yo que tantas veces me los he callado! Resulta que es bueno expresar los sentimientos porque si no, te pasas toda la vida preguntándote por qué no los expresaste. No sé si todos los sentimientos son buenos expresarlos, porque algunas veces he preferido callarme antes de soltar por la boca todo lo que opinaba de determinadas personas o situaciones. Pero es cierto, que luego he pensado una y otra vez qué hubiera ocurrido si hubiera dicho lo que quería decir en aquel momento. El problema no es decirlo, sino cómo decirlo. Hablar en esos momentos hubiese supuesto un ataque envenenado y su veneno hubiera durado toda la vida, porque las palabras dichas ya no se pueden borrar.

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Recuerdo una frase de mi vecina del quinto que decía que la palabra dicha, la flecha lanzada y el tiempo perdido ya no pueden volver atrás. Al parecer se la había oído a unos indios. Mi duda era cuando había estado ella en un pablado indio. El caso es que hay que decir lo que uno siente y sobre todo, saber decirlo. Creo que se trata de tener eso que algunos llaman inteligencia emocional, saber convivir con los sentimientos y saber comunicarlos porque con el tiempo, expresiones como “te quiero”, “te echo de menos”, “perdón” o “gracias” pierden su sentido. Sobre todo cuando se pronuncian ante una tumba, cuando la otra persona ya no tiene tiempo. Hay que saber decirlos en el presente, cuando todos tenemos tiempo para decirlas y escucharlas. Este seminario estaba resultando bastante distinto a lo que me esperaba, la verdad. Íbamos a hablar del tiempo y en lugar de hablar de horas, minutos y los relojes de mi tienda, estábamos hablando de sentimientos. ¡Así no hay quien venda relojes! Por cierto, yo pensaba que era el único que no expresaba sus sentimientos en situaciones incómodas, pero resulta que no, que somos muchos más y que no expresarlos en su momento, nos ha acompañado toda la vida hasta el punto de sentirnos culpables por no haberlo hecho cuando nuestra vida se acaba. ¡Cuánto tiempo perdemos por no decir lo que sentimos!

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Al final, se trata de una decisión: ¿Expresar sentimientos o no? Respuesta: no expresarlos. ¡Error! Pasarás mucho tiempo preguntándote por qué no los expresaste. ¿Expresarlos? ¡Acierto… si sabes cómo hacerlo! Nueva nota: hay que aprender a expresar los sentimientos. El cuarto lamento que dijo Irene que había dicha Bronnie que le habían contado sus pacientes era “ojalá hubiera estado en contacto con mis viejos amigos”. ¡Vaya! Y yo que los estaba descuidando para poder atender bien mi tienda de relojes. Es curioso que cuando vamos a morir, lo único que nos importa es cómo hemos vivido, qué hemos sentido y con quienes hemos estado. Irene ha dicho que no creía que tuviéramos la posibilidad absoluta de decidir lo que nos sucede, pero sí lo que hacemos con lo que nos sucede y decidir con quién queremos que nos suceda. Como diría mi vecina del quinto: la vida decide a quien te encuentras, pero tú decides con quien sigues. Me gusta eso de pensar con quién quiero pasar el tiempo y pensar en mis amigos. Además, estoy seguro de que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos y que si no cuentas con ellos, puedes utilizar un ábaco. El caso es que si no tienes a tus amigos cerca, sólo contarás con personas que se acercan a ti, pero no por

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tu amistad. Es más, estoy seguro de que aunque te encuentres bien con tu gente, desearás estar con quienes ya no están, esos amigos que se fueron alejando en el tiempo. Porque si les diste tu amistad en un momento, les diste parte de ti y de tu tiempo que es lo más preciado que tenemos. Querido diario, me estoy emocionando. Venía a hablar del tiempo y hemos estado hablando de la vida, pero es que al fin y al cabo, la vida es el tiempo que tenemos. Nota nueva: mantener a los amigos y recuperar viejas amistades. El quinto lamento que dijo Irene que dijo Bronie que le habían dicho sus pacientes antes de morir era “ojalá me hubiera permitido ser más feliz”. ¡Vaya! Ya está aquí la palabra dichosa de la felicidad. No sé por qué a todo el mundo le ha dado últimamente por hablar de la felicidad, pero resulta que cuando nos morimos también hablamos de esa tal felicidad. Pues algo tendrá de importante ser feliz. Nota: adivinar lo que es ser feliz. Nota dos: descubrir si la felicidad tiene algo que ver con las perdices. Nota tres: escribir un libro sobre la felicidad que se está poniendo de moda. Querido diario, con estos cinco lamentos que dijo Irene que había dicho Bronie que le habían contados sus pacientes en los últimos días de su vida, se me

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viene a la cabeza una idea muy clara: las personas, incluido yo y los dos niños que vinieron hoy al seminario, tendemos a mantener una forma de vida que conocemos y por miedo a cambiarla, seguimos haciendo lo mismo. No importa lo que queramos o lo que pensemos que nos hace felices, sólo importa la seguridad de que hacer lo de siempre, está bien visto y no hay que dar explicaciones, así que es más fácil y más cómodo. ¡No hay que salirse de lo que han dicho que tenemos que hacer! ¡Gire en la rotonda y no tome ninguna salida! Ahora bien, como diría mi vecina del quinto: si siempre hacemos lo mismo, no podemos obtener resultados distintos. En algún lugar he leído que una frase parecida la dijo Albert Einstein. Lo que no sabía es que Albert también conocía a mi vecina del quinto. Vuelvo al tema: si queremos tener más tiempo para lo que de verdad importa, tenemos que cambiar nuestra forma de vivir. No es necesario cambiar lo que nos rodea, sino cambiar nuestra forma de relacionarnos con ello. En otras palabras: tenemos que cambiar nuestros hábitos. Una nueva forma de verlo hará que nos comportemos de una forma distinta y por tanto, de conseguir resultados distintos. ¡La cuestión es cambiar la vista! Creo que voy a cerrar la tienda de relojes y abrir una óptica.

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Antes de acabar la primera sesión del seminario, le pregunté a Irene que a qué vino hablar de lamentos en la primera sesión. Muy sencillo. Me contestó que sólo si tenemos un objetivo claro, podemos encontrar tiempo para cumplirlo. Es decir, que sólo si sabemos para qué queremos más tiempo, podemos encontrar tiempo para hacerlo. Mientras no tengamos claro en qué ocupar nuestro tiempo, nuestro tiempo se irá ocupando solo. ¡Vaya! Eso también lo decía, cómo no, mi vecina del quinto: toda tarea se dilata indefinidamente hasta ocupar todo el tiempo disponible. Es cierto que un principio igual lo pronunció Parkinson, pero quizás se lo escuchó a mi vecina. Por lo que veo, mi vecina se relacionaba con buena gente. Lo malo es que nunca quiso relacionarse más conmigo. Querido diario, el aprendizaje en el día de hoy es: decide para qué quieres el tiempo o se te pasará el tiempo decidiéndolo. Es decir, fumarse el tiempo, mata.

Lectura recomendada *Bronnie Ware: “The Five Regrets of Dying” (Los cinco principales lamentos en la muerte)

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HORAS BUENAS, HORAS MALAS

“Al que madruga, Dios le ayuda.” REFRÁN POPULAR

Querido diario: Me da la impresión de que el seminario me va a gustar. Hoy Irene me ha llamado dormilón y lo he reconocido. Lo soy. Irene lo tiene claro: unos somos dormilones y otros madrugadores. En la sesión de hoy, nos ha dividido en dos grupos. A un lado estaban los que les encantaba despertarse con tiempo y prepararse un buen desayuno para empezar la mañana con energía. Al otro lado, estábamos los que éramos más activos por la tarde, nos gustaba cenar tarde y acostarse tarde. Por supuesto, no nos gustaba despertarnos temprano. Contó la historia de Jorge que se levanta el lunes por la mañana temprano y no le cuesta hacerlo. Que cantaba en la ducha y se afeitaba con alegría. Incluso cantaba mientras se duchaba. ¡Qué artista!

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Desayunaba y salía de casa con una gran sonrisa saludando a la gente y dispuesto a darlo todo por la mañana. Evidentemente, había pasado un fin de semana tranquilo y estaba pletórico. Después contó la historia de Lucía, su mujer, a quien le costaba mucho más levantarse. De hecho, aprovechaba la cama cinco minutos más o media hora y si no la llamaba Jorge, se quedaría toda la mañana en cama. Rara vez desayunaba o se tomaba un vaso de zumo porque no le daba tiempo a prepararse algo más. No salía con tan buena cara de casa a esas horas, pero según pasaba el día, se iba encontrando mejor. De hecho, por la tarde era capaz de dar todo lo mejor de ella misma y por la noche tenía mucha energía. Tanto era así, que siempre insistía a Jorge para salir de casa, pero Jorge prefería quedarse y acostarse temprano. No salían mucho juntos y Lucía tenía que salir con sus amigas, pero si se quedaba en casa, Lucía siempre encontraba algo que hacer a última hora mientras Jorge se acostaba. O bien, acababa de ver una película en la televisión de esas que se alargan con los anuncios o bien, leía un libro. Al parecer, Lucía no escribía un diario. Nos contó Irene que según los estudios psicológicos, los madrugadores como Jorge aceptaban más las costumbres y las normas, de hecho habían fijado ese refrán que dice “a quien madruga, Dios le ayuda”. Estos madrugadores se adaptaban a las costumbres y

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buscaban la lógica a todo. Se definían como racionales y realistas y no les importa ser rígidos con sus decisiones. Mientras que los dormilones éramos más imaginativos y preferíamos datos simbólicos antes que datos concretos. Éramos más creativos y buscábamos nuevos esquemas en lugar de seguir siempre la misma lógica. Nos dejábamos llevar más por las emociones y éramos más reacios a seguir las normas y las pautas sociales, entre otras cosas porque muchas de las normas se amoldaban a los modelos de vida de los madrugadores. Aunque discutimos porque nadie se consideraba ni madrugador, ni dormilón al cien por cien, concluimos que eran dos formas extremas de vernos y que todos estaríamos entre las dos formas. El caso es que hay personas que dan lo mejor de sí mismas por la mañana y otras que dan lo mejor de sí mismas por las tardes. O mejor dicho, que dan lo mejor de sí mismas a determinadas horas de la mañana o de la tarde. Que depende del ritmo de vida de cada uno y de sus hábitos. Que no todos tenemos las mismas capacidades a las mismas horas y que es bueno conocernos para saber cuáles son nuestras buenas horas y nuestras malas horas. Los momentos en que debemos hacer aquello que se nos da realmente bien y los momentos que tenemos que dejar para acciones más triviales y que no requieran un gran esfuerzo por

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nuestra parte. ¿A qué se debe todo esto? Te preguntarás, querido diario, si es que los diarios se pueden hacer preguntas. Pues a que todos tenemos un reloj interno. ¡Vaya, esos relojes no se venden en mi tienda! Existe una especie de reloj biológico en cada persona y en todo animal. Es más, no existe un único reloj, sino que es como si nuestro cuerpo fuera un conjunto de relojes y cada uno con su ritmo. ¡Vaya tenemos una tienda de relojes dentro de nuestro cuerpo! Cada órgano del sistema endocrino va estableciendo su propio ritmo, es decir, tiene su reloj. Estos órganos segregan hormonas. Las hormonas funcionan como mensajeras químicas que transportan información de una célula a otra, bien a través de la sangre, bien a través de ciertas proteínas. Y con esa información se regulan las funciones de nuestro cuerpo como el metabolismo, el crecimiento o el estado de ánimo. ¡Mira todo lo que he aprendido, hoy! Verás, el ritmo de los órganos es el que hace que aumenten los niveles de melatonina en el cuerpo cuando se acerca la noche. La melatonina es una hormona que nos relaja y hace que disminuyan nuestras funciones vitales. Es decir, que hace que nos entre el sueño. Por eso nos dormimos. También el ritmo de los órganos es el que hace que en un momento dado se produzca un aumento de cortisol, que es otra hormona y hace que nos

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estresemos. Hace que aumenta nuestra presión arterial, nos pone en alerta y por consiguiente, nos despierta. Ese ritmo que llevan los órganos de nuestro cuerpo es el que hace que las facultades de nuestro cuerpo no se encuentran siempre al mismo nivel, si no que vayan variando de forma regular. Se puede decir que llevamos el ritmo en el cuerpo, pero el ritmo de muchos relojes. ¿Y cómo funcionan? Adaptándose al entorno, sobre todo a la luz solar. La luz es la principal referencia. La recibimos a través de la retina, la cual está conectada directamente con el hipotálamo en el cerebro. Ahí se recibe la información de cuánta luz hay fuera y se regulan las actividades de nuestro cuerpo. Por eso, según la hora del día el comportamiento es uno u otro. Pero no sólo nos adaptamos a la luz. El hígado, por ejemplo, se adapta al ciclo de comidas que hagamos, por eso es bueno comer varias veces al día para no alterar el ritmo del hígado. Es decir, que nuestro cuerpo se adapta al entorno, pero el ritmo de esos cambios depende mucho de nuestros hábitos diarios. Cuando se alteran los ritmos de nuestros órganos, como sucede con el jet lag, es normal que se altere nuestro comportamiento porque nuestro cuerpo intenta controlarlo con hormonas, pero no está acostumbrado a la nueva situación. Se vuelve loco,

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como yo con mi vecina del quinto y no sabe qué hacer. Hace pruebas y nos hace sentir fatiga, desorientación o insomnio. Es como en la Fórmula uno cuando empieza a llover. Los pilotos llevan sus coches a boxes para que les cambien las ruedas. Pues igual, cuando cambiamos nuestra actividad, el cerebro manda a los órganos a boxes para cambiarles las ruedas. Pero hasta que no llegan a boxes, el coche va planeando por la pista. Así nosotros, mientras no nos acostumbramos a los nuevos horarios, nuestro cuerpo va tambaleándose. La verdad es que no entiendo mucho de coches, ya pensaré un ejemplo mejor. Es decir, que cada persona tiene millones de relojes en su interior. Estos relojes han aprendido a funcionar a lo largo del tiempo y llevan su manual de instrucciones en el ADN de cada uno. Pero que se van adaptando a nuestro ritmo de vida y a nuestros hábitos, de forma que cada uno tiene momentos en los que su cuerpo desarrolla hormonas más favorables para estar activos y otros momentos para estar más relajados. Fíjate que es curioso, pero por la mañana en la tienda de relojes, raro es el día en que los empleados no me dicen que traigo mala cara. De hecho, hablan poco conmigo. Sin embargo, por las tardes acabamos siempre tomando algo después de cerrar y yo me quedaría hasta más tarde. Admito que soy uno de esos dormilones que decía

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Irene. Mis horas buenas son por la tarde y mis horas malas, a primera hora de la mañana. Quien me ve temprano, pensará que soy una persona malhumorada y a la que no le gusta hablar con la gente; mientras que quien me ve por la tarde, pensará que soy muy sociable y tengo tiempo para todo el mundo. Y lo gracioso del caso es que los dos tendrán razón. Tengo doble personalidad. La de las mañanas y la de las tardes. En realidad, no es como soy, es cómo me comporto. Volvió a salir el tema de que no es que seamos de una determinada forma, sino que nos comportamos de una determinada forma y podemos cambiar nuestra forma de comportarnos sin dejar de ser quienes somos. Ser y estar ¡Qué gran diferencia! A continuación, Irene habló de la importancia de conocerse y de tomar decisiones en función de nuestras horas buenas y malas. De hecho hubo un joven emprendedor que tenía una empresa de formación y decidió poner todas sus reuniones importantes a primera hora de la mañana que es cuando se encontraba bien. Nos explicó que siempre las tenía a última hora de la tarde y que nunca se encontraba con fuerzas, por lo que llegaba casi derrotado a las negociaciones y siempre salía mal parado. Espero que le vaya bien con su nuevo horario. ¡Un hurra por los jóvenes emprendedores!

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Después, Irene terminó hablando de que esto también sucedía con los días de la semana. Que hay días en los que estás con más energía y otros en los que la energía flaquea. Que hay gente que empieza los lunes con mucha fuerza y otros que odian los lunes. Que no todos respondemos de la misma manera los mismos días. ¡Qué diferentes somos! Se abrió un debate muy interesante y cada uno tenía sus días preferidos. Resultó al final que no era lo mismo hacer una reunión un lunes que un martes o tener una reunión un jueves que un viernes. El día de la semana influía en nuestra disposición para determinadas actividades. ¡Qué curioso! Empezamos a mirar lo que hacíamos por la semana y nos dimos cuenta de que no teníamos en cuenta el día de la semana que era. Que si había que poner una reunión, se buscaba un hueco en la agenda y listo. Pues a partir de ahora, se acabó. Vamos a establecer los días buenos y los días malos. En fin, que en la sesión de hoy hemos aprendido que tenemos millones de relojes en nuestro interior y yo sigo vendiendo relojes exteriores. Y que nuestro cuerpo necesita adaptar su ritmo a lo que hacemos, pero que tenemos que conocer nuestro ritmo para mejorar lo que hacemos. De hecho, si tenemos problemas de sueño puede ser porque nuestro cuerpo no sepa si estamos pensando, soñando, resolviendo un problema, descansando o durmiendo. Si nuestro cuerpo no lo sabe, probará un poco de todo y

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posiblemente, dormir sea lo último que haga. Por cierto, antes de acabar le pregunté a Irene por qué existían esas dos clases de personas: los dormilones y los madrugadores; y me contestó que posiblemente era una cuestión genética, ya que hubo un tiempo en que la sociedad necesitaba a personas despiertas de día y otras de noche para guardar las ciudades. Eso se quedó en el ADN y se pasa de generación en generación. Terminamos el seminario y aunque ninguno quería llamarse madrugador o dormilón, los madrugadores se fueron para casa y los dormilones decidimos tomar una caña antes de ir para casa. En fin, coincidencias o cosas del ADN. Nota para hoy: Es más fácil cambiar la hora a un reloj que cambiarle la hora a nuestro cuerpo. Otra nota: ser consciente de cuando son mis horas buenas y cuáles son mis horas malas. Otra nota más: ser consciente de qué prefiero hacer cada día de la semana.

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AGRADECIMIENTOS

Querido diario: Es imposible terminar este libro sin hacer unos agradecimientos porque como decía mi vecina del quinto: es de bien nacidos ser agradecidos. En primer lugar, gracias a ti, mi querido lector o mi querida lectora si es que todavía estás leyendo estas páginas. Con todo lo que hay que hacer en la vida es un privilegio que saques tiempo para leer y además, para leer lo que escribo. Te estaré eternamente agradecido. En segundo lugar, gracias a quien ha hecho posible que este libro se pudiera escribir. ¡Muchas gracias mi querido ordenador! Sin ti, este libro no hubiera sido posible. O habría sido posible de otra manera, pero gracias a ti, ha sido posible que fuera posible de la manera que ha sido posible. Gracias también a quienes me han animado a escribir una y otra vez, diciendo que lo hago bien o que lo hago mal, porque unos y otros han provocado que escribiera. Motivación los primeros, adrenalina los segundos. Gracias a todos los seguidores en redes sociales que han dado vida a este libro más allá de estas páginas, comentando, participando en concursos, hablando de

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cómo regalar un libro o qué canción ha marcado un momento en su vida. Gracias a quienes confiaron en mí y me pidieron que fuera de evento en evento a hablar sobre la gestión de nuestro tiempo. Gracias a Marisol Vázquez, Pilar Ruiz, Katy Vázquez y Eloy Gesto por hacer posible Open Your Mind, el evento en el que se dio a conocer este libro por primera vez. Gracias a Kay Valenzuela por confiar en mí y ayudarme a dar el salto al otro lado del Atlántico. Gracias a Mery Conchado y Laura Cedrón por llevar la presentación de este libro al Forum Metropolitano de mi ciudad, Coruña. Gracias a Luisa Lorenzo por hacer posible la presentación en ese marco incomparable y lleno de magia que es el Hotel Relais&Chateaux A Quinta de Auga en Santiago de Compostela. Gracias a todas las personas que asistieron a las presentaciones de este libro. Gracias a quienes me han pedido una dedicatoria o una firma porque cada una de ellas ha sido especial para mí. Gracias a todos y cada uno de las más de trescientas cincuenta personas que han comprado el libro en papel y otras tantas en formato ebook. Gracias a todas las empresas y en especial, a esos directores de recursos humanos que han querido cambiar de hábitos en el trabajo con el seminario “Con el tiempo en los talones”. Gracias a cada persona que ha sacado un momento de su tiempo y me ha mandado un correo o un mensaje

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para hablar de este libro. Gracias porque este libro ya no es de quien sacó tiempo para escribirlo, sino de quienes sacan tiempo para leerlo, comentarlo y compartirlo. Gracias porque en el fondo, la vida no es sólo cuestión de vivirla, sino de compartirla. Muchas gracias.

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Mario López Guerrero

CON EL TIEMPO EN LOS TALONES

“Sean éstos nuestros mejores tiempos o sean los peores, son los únicos que tenemos."

A. Buchwald

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59 ENTRADAS Y 500 NOCHES

Mi primer libro

Todo empezó con una pregunta: ¿Qué regalarle a mi madre? Entonces decidí juntar en un libro todos los artículos que había estado publicando desde el 2009 sobre comunicación y formación, envolverlo y regalárselo. Fue el mejor regalo que podría haberle hecho. Pero sin quererlo, también se convirtió en un regalo para mí. Pues en ese momento, acababa de publicar mi primer libro. Un libro lleno de emociones, experiencias, detalles, sonrisas y alguna lágrima. Mi mirada alegre al mundo de la formación y a la vida en general. Espero que os guste.

A la venta en: www.mariolopezguerrero.com

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MARIO LÓPEZ GUERRERO

COACH DE EQUIPOS DE ALTO RENDIMIENTO CONFERENCIANTE Y ESCRITOR

__ [email protected]

Actualmente coach de equipos de alto rendimiento, organizador del Congreso Internacional de Coaching

de Santiago de Compostela y colaborador del Observatorio Europeo de Coaching.

Es director de MLG Worlwide Communication y

Responsable de la International Customer Service Association para Lationamerica.

Conferenciante en eventos internacionales de

emprendimiento y motivación como el Open Your Mind, XIC, Designing Future, Congreso Nacional de

Formación a Empresas o la i-Weekend.

Profesor del Master de Gestión de Recursos Humanos de la Escuela de Relaciones Laborales de la

Universidad de Coruña.

Mentor de modelos de negocios de la Escuela de Emprendedores de la Asociación de Jóvenes

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Empresarios de Coruña.

Ha sido Director general de Consultoras de Formación y Gestión Creativa.

Doctorando en Ciencias Políticas e Investigador de la Universidad de Santiago de Compostela. Experto en análisis del discurso y construcción de identidades

políticas. Diploma de estudios avanzados en procesos políticos contemporáneos y licenciado en ciencias

políticas y de la Administración Pública. Presidente del Colegio de Politólogos y Sociólogos de Galicia,

miembro de la Asociación Española de Ciencia Política (AECPA) y del Centro de Estudios del Pensamiento

Antiguo de Francia. Docente en seminarios y congresos internacionales de Filosofía Griega e

Historia Antigua.

Master Europeo en Animación Sociocultural, Experto en Animación por la Universidad de Coruña, Director

de Tiempo Libre y Formador de formadores.

Ha sido director de empresas de intervención social, formador en el Ciclo Superior de Animación

Sociocultural y monitor en múltiples actividades.

Comenzó su labor profesional con dieciséis años en una tienda, no de relojes, sino de ropa deportiva.

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