conflictos entre roma y la reforma
DESCRIPTION
este documento narra acerca de los conflictos que existiern y existen entre la iglesia catolica romana y la iglesia protestante, cada una defiende lo que cree, la iglesia catalica romana es herejeTRANSCRIPT
´´Algunos conflictos entre Roma y la Reforma´´ Escrito por Omar Garcia. Publicado en Estudios Bíblicos
Ratio: / 4
Malo Bueno Votar
INTRODUCCION
Tanto la Iglesia Católica como las surgidas de la Reforma Protestante, reclaman ser la
verdadera Iglesia fundada por Cristo, ambas basan su autoridad -de orden espiritual- sobre
la voluntad divinamente inspirada y revelada por Dios; Roma lo hace apelando a la Biblia y
a la Tradición, como al Magisterio Eclesiástico; único órgano competente para interpretar
válidamente ambas fuentes, y la Reforma; que toma a la Sagrada Escritura, i.e. la Biblia,
como único patrón seguro de fe y de conducta Cristiana. (El principio de la sola scriptura)
Mientras Roma carga sobre los hombros de la Iglesia docente -el Magisterio eclesiástico-
la facultad interpretativa de la Biblia y de la sagrada Tradición; la Reforma en cambio,
permite el libre examen (No se confunda con la libre interpretación) de la
Escritura; y reconoce al Espíritu Santo como su incontestable hermeneuta; infalible e
inerrable.
?
Las discrepancias entre Roma y la Reforma en materias de doctrinas y prácticas, son tan
agudas; que al que escribe esto le resulta –al menos en teoría- imposible una futura
reconciliación, sin que una de ellas –la parte sana, pues siendo tan marcadas las
diferencias una de ellas debe estar en la verdad- sufra un grave desdoro en su misma
configuración e identidadvocacional, perdiéndose en el error de la otra.
De modo que el pretendido ecumenismo -tan de moda hoy en día- debe dar lugar a la
“koinonia de los santos”; la que debe estar encaminada al fortalecimiento de los lazos
entre Iglesias Protestantes, las que a pesar de sus inveteradas desavenencias, guardan
más puntos en común -los artículos capitales de la fe-, de lo que se pueda apreciar en
apariencia, además, se debe rechazar todo tipo de negociación y transigencia religiosa; sí
es que se piensa dar algún fructífero acercamiento interconfecional con otros credos no
Protestantes.
El presente trabajo sólo pretende dar un vistazo a los principales puntos de discusión y
separación entre Romanos y Protestantes, poniendo en un lado de la balanza la posición
de la Iglesia Católica, y del otro, la refutación Protestante a la luz de las Escrituras.
El bosquejo del estudio va como sigue:
Roma y el sistema Papal
Roma y los sacramentos
Roma y el culto a María
Roma y el culto a los santos
I. ROMA Y EL SISTEMA PAPAL
El más reciente catecismo de la Iglesia Católica, impulsado y aprobado por Juan Pablo II,
dice al respecto lo siguiente:
El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra
de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (MT: 16:18,19); lo instituyó pastor de todo
el rebaño (JN: 21:15-17). (Pagina 311, párrafo 881)
El Papa, Obispo de Roma y sucesor de san Pedro, “Es el principio y fundamento
perpetuo y visible de unidad, tanto de los Obispos como de la muchedumbre de los
fieles”, (LG 23) “El pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su
función de vicario de Cristo y pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y
universal, que puede ejercer siempre con entera libertad”. (LG 22; Cf. CD 2;
9). (Pagina 312, párrafo 882, negritas añadidas)
Estas declaraciones por demás altisonantes, Roma las ha venido reafirmando –unas veces
más temerarias que otras- a lo largo de su historia, según ésta; el Papado se remonta
hasta el Apóstol Pedro; la roca sobre la que se edifica la Iglesia de Cristo, y cuyo inmediato
y legítimo sucesor, viene a ocupar la cátedra petrina como cabeza visible de la Iglesia y
vicario de Cristo en la tierra.
Ante semejantes pretensiones la Iglesia Protestante responde afirmando todo lo contrario;
ya que ni la historia –secular o religiosa- ni la Palabra de Dios, tienen por ciertas dichas
demandas.
Huelga decir, que la supuesta sucesión ininterrumpida del Obispo de Roma y presunto
sucesor de Pedro; no cuenta con respaldo histórico, la larga lista de Papas (267, hasta el
momento) adolece de serias inconsistencias.
Para citar un par de ejemplos, baste mencionar que algunas antiguas listas citan a
Clemente como el sucesor directo de Pedro, mientras otras, refieren a Lino; todo parece
indicar que en la Iglesia primitiva no había un episcopado monárquico, i.e. de un sólo
Obispo, sino colegiado.
Otra inconsistencia se desprende de las palabras de Ireneo de Lyon, uno de los llamados
Padres Apostólicos, quien al escribir“Contra las herejías”; asegura que Pedro y Pablo
fundaron la Iglesia de Roma y la dejaron al cuidado pastoral de Lino, –supuesto segundo
Papa- de ser cierto, Lino sería entonces el primer Obispo de Roma y no su segundo Papa,
a despecho de Roma. (Vea la lista oficial de Papas)
Muchos historiadores eclesiásticos coinciden en que fue con León I y Gregorio Magno, que
el Papado fue tomando cuerpo y forma; y no es sino hasta los días de Bonifacio VIII (1294-
1303), que el Papado adquiere su inusitada
preponderancia. (Hoy no tan acentuada como antes)
En cuanto a los principales textos Bíblicos que Roma aplica a favor del Papado están: MT:
16:18,19- LC: 22:31,32- JN: 21:15-17; los que analizaremos a continuación de forma
separada:
MT: 16:18 Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi
Iglesia; y las puertas del hades no prevalecerán contra ella.
MT: 16:19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la
tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los
cielos. (Cursivas mías)
La Iglesia Católica argumenta que la roca sobre la que se edifica la Iglesia es el mismo
Pedro; ya que, puesto que Jesús hablaba arameo, no existía la distinción griega entre
Petra y Petros, es decir, entre piedra grande (De fundación) y pequeña (De confesión).
No obstante, cuando se aplica una sana exégesis al citado pasaje; este arroja una
interpretación desfavorable para Roma.
Quiero llamar la atención al hecho de que Jesús no dice: ¡Tú eres Pedro, y sobre ti
edificaré mi Iglesia!, que sería demoledor para el Protestantismo, sino que afirma:
¡Sobre esta roca!, ¿Cuál roca? ¿Acaso es Pedro? ¡De ninguna manera!, la roca aquí
aludida es Cristo mismo; el Hijo del Dios vivo y verdadero, y esto está en perfecta
armonía con el tenor general de Biblia y el testimonio del propio Pedro quien declara:
1PE:2:4 Acercándoos a Él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para
Dios escogida y preciosa.
1PE:2:5 Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de
Jesucristo.
1PE:2:6 Por lo cual también contiene la Escritura: he aquí, pongo en sión la principal
piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en Él, no será avergonzado.
1PE:2:7 Para vosotros, pues, los que creéis, Él es precioso; pero para los que no creen, la
piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo;
1PE:2:8 Y: piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra,
siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados.
(Las cursivas y negritas son mías; véanse también MT: 7:24- 21:42-44- HCH: 4:11-
1CO:3:11- EF: 2:20- AP: 21:14)
Ciertamente Pedro por ser uno de los doce Apóstoles, forma parte del fundamento
Apostólico sobre el que se yergue la Iglesia; pero esto dista mucho de convertirlo por sí
sólo en la piedra que sostiene la Iglesia.
Respecto al vocablo arameo “Kefa”, i.e. piedra, recuérdese que es muy probable que
Cristo hablara también griego, en todo caso, el Espíritu Santo movió a Mateo en la
escritura griega de su Evangelio, el que claramente distingue entre Petros y Petra.
Las llaves entregadas personalmente a Pedro, no van a permanecer para siempre en sus
manos; estas llaves que tienen el sentido de abrir más que el de cerrar, fueron usadas por
Pedro en la predicación del Evangelio y, ¿Qué es el Evangelio sino una puerta de
salvación abierta de par en par, para todos los hombres? Pedro tuvo el singular privilegio
de ser el primero, mas no el único en proclamar las Buenas Nuevas a Judíos (HCH: 2:14-
40), y a Gentiles –he ahí el uso de las llaves- (Leer todo el capítulo 10 de
Hechos).
La expresión ¡Atar y desatar! empleada por Jesús, debe entenderse como parte del argot
rabínico, es decir, como la autoridad disciplinaria de desatar, i.e. volver a la comunión
eclesial, y atar, i.e. privar de la comunión de los santos, refrendada por Dios, i.e. será
atado… será desatado, cuando se ha incurrido en alguna falta meritoria.
Este poder no fue dado sólo a Pedro, sino también al resto de Apóstoles (JN: 20:23), y a
todos los creyentes que participan del ministerio disciplinario (Véase MT: 18:18).
Otro pasaje es:
LC: 22:31 Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí satanás os ha pedido para
zarandearos como a trigo;
LC: 22:32Pero Yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a
tus hermanos. (Las cursivas son añadidas)
Parece mentira que este pasaje sirva a los propósitos de corroborar el primado de
Pedro, cuando en realidad en esta coyuntura Pedro no aparece en su peculiar
fortaleza, sino en su mayor debilidad.
Jesús previene a Pedro de su inminente perfidia, y a su vez le conforta al asegurarle
que su caída no será definitiva; ¡Anticipándole su influencia personal –no Papal- entre
sus consiervos!
Roma toma las últimas palabras del verso 32, como prueba segura de la primacía de
Pedro sobre los demás Apóstoles; y con ello, del Obispo de Roma y sucesor de Pedro,
sobre todos los Obispos y sucesores de los Apóstoles.
Siendo sinceros para con Dios, el pasaje no va más allá de Pedro, incluso me atrevo
en afirmar que es un episodio eminentemente personal; Pedro el que muchas veces
habló inspirado por Dios (MT: 16:17), en su momento más oscuro -impelido por
satanás- terminará negando de la forma más cobarde a su buen Señor.
Satanás logra contra Pedro una importante victoria, pero sin contar con la intercesión
eficaz e infalible de Jesucristo, y así Pedro, una vez restaurado; confirmará a sus
hermanos en la fe.
Ahora, ¿En qué sentido debe entenderse el papel de Pedro, luego de su estrepitosa
caída? Naturalmente no como lo entiende y explica Roma; Pedro después de haber
experimentado el pecado como él lo hizo, podría por su testimonio personal confortar a
todos aquellos que se encontraran en circunstancias parecidas; sólo quien ha conocido
el pecado tan de cerca como Pedro, puede simpatizar con sus hermanos cuando éstos
más lo necesitan. (¡Pues a quien se le perdona mucho, mucho ama!
LC: 7:47- 2CO:1:3-7- SAL: 51:13, 16,17).
Por último diré lo que insinué en líneas anteriores; puesto que la experiencia personal
de Pedro es de carácter singular, las palabras de Cristo solamente le hacen justicia a
su persona y a nadie más.
Un último pasaje que vamos a analizar en referencia al Papado dice así:
JN: 21:15 Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás,
¿Me amas más que éstos? Le respondió: sí, Señor; Tú sabes que te amo. Él le dijo:
apacienta mis corderos.
JN: 21:16 Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas? Pedro le
respondió: sí, Señor; Tú sabes que te amo. Le dijo: pastorea mis ovejas.
JN: 21:17 Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas? Pedro se
entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, Tú lo
sabes todo; Tú sabes que te amo. Jesús le dijo: apacienta mis ovejas. (Cursivas
añadidas)
Aquí también Roma encuentra evidencias a favor del oficio Papal; según Roma las
palabras del Señor a Pedro deben ser entendidas como designado a Pedro en su
nueva condición de pastor universal de la Iglesia y vicario de Cristo.
Sin embargo, ha de reconocerse que la posición Católica es simplemente infundada y
nada ortodoxa, esto es así, porque Roma no se acerca al pasaje libre de cualesquier
prejuicios teológicos, sino por el contrario; trata al texto sagrado con manifiesta
suspicacia eisegética.
Por tanto, para no caer en el mismo error de Roma; advirtamos de entrada que el
cándido interrogatorio del Señor a su discípulo, tiene por fin la reafirmación de Pedro
en su ministerio Apostólico.
La caída de Pedro estaba tan reciente en el tiempo y tan viva en su memoria, que
Pedro no pudo menos que imaginar que el Señor lo había desechado para siempre;
algo que satanás bien podría explotar, y así arrastrar al impulsivo Apóstol a su propia
ruina y perdición –como hiciera antes con Judas-, ante esto, el Señor que ya había
prevenido a Pedro (LC: 22:31,32), ahora más que nunca lo reafirma en su vocación
Cristiana.
No estará demás decir que la triple pregunta del Señor a Pedro, trae a la memoria la
negación que éste hiciera poco antes; y es el cometido de Jesucristo despertar el
arrojo del Apóstol aparentemente extinto.
La comisión del Señor a Pedro de apacentar su rebaño –el de Cristo, no de Pedro- se
debe aplicar al cuidado de Pedro no de todas y cada una de las ovejas de la grey del
Señor, sino solamente de las que estuviesen bajo su cuidado pastoral, es decir, en su
rango de acción –permítanme la expresión-.
Finalmente, la arbitraria distinción que hace Roma entre corderos y ovejas;
significando la supremacía Papal de la Iglesia de Cristo, tanto de clérigos
(Representados como ovejas), y laicos (Bajo la imagen de corderos); carece de toda
lógica y base exegética.
Concluyo este análisis presentando tres razones de peso Bíblico que refutan el sistema
Papal Católico:
i. El Apóstol Pablo menciona en su primera carta a los Corintios (1CO:12:28), y más
concretamente en su epístola a los Efesios (EF: 4:11); los diferentes ministerios que
Dios dispensó a la Iglesia, i.e. Apóstoles, Profetas, Evangelistas, Pastores y Maestros,
y en ninguna parte se asoma algún indicio –ni el más remoto- sobre la plausibilidad del
reclamo Papal.
Lo anterior se torna aun más grave cuando somos conscientes que no sólo Pablo, sino
toda la Biblia, calla muy a propósito una cuestión que para Roma reviste la mayor
importancia; ¡Cosa rara si fuese cierto todo lo que el Romanismo sostiene respecto al
Papado!
ii. Es evidente por la simple lectura de HCH: 15:1-33, que el primer sínodo Cristiano en
la historia de la Iglesia, el denominado concilio de Jerusalén; fue presidido y liderado
por Jacobo –hermano del Señor- y no por Pedro, el primer Papa –entiéndase para
Roma-; esto sólo patentiza la ilegítima y vana presunción de Roma.
¡Qué oportuna era la ocasión para que Pedro entrara en escena, tomara el monopolio
de la reunión; e hiciera gala de su autoridad pontificia!, ¡Pero la cosa no sucedió como
Roma desearía!
iii. Cuando Pablo escribe su carta a los Romanos en nada hace mención de Pedro;
cosa sorprendente si Pedro fue en efecto el primer Obispo de Roma y vicario de Cristo
en la tierra.
La estrategia misionera de Pablo era no interferir en labores ajenas; éste se había
propuesto no fundar Iglesia alguna donde el Evangelio ya había sido predicado (ROM:
15:20- 2CO:10:14-16).
En los primeros siglos de la Iglesia se formaron cinco grandes Patriarcados, i.e.
Jerusalén, Roma, Antioquia, Constantinopla y Alejandría, que respondían a
circunstancias políticas más que religiosas; en sus comienzos no era la sede Romana
la que gozaba de primacía episcopal sobre las demás, no fue sino en un paulatino y
progresivo devenir histórico, y -en buena medida- con la caída del imperio Romano de
Occidente (Año 476); que Roma irá ganando relevancia insospechada, hasta tal punto;
que el Papa aparecerá como un poderoso señor feudal en la Edad Media, hambriento
y sediento de poder y gloria terrenales.
En cuanto a los numerosos títulos y oficios que el Papa ostenta, quiero destacar dos;
sumo pontífice y vicario de Cristo:
a) Sumo pontífice une el aspecto político y religioso en una sóla persona, pues por un
lado sumo pontífice, i.e. máximo constructor de puentes, alude al trabajo edilicio
(Aspecto político), y por el otro, al que hace de puente (Aspecto religioso).
Esta designación solamente puede hacerle justicia a Jesucristo, en vista de su triple
oficio como Rey, Profeta y Sacerdote; como Rey ha empezado a construir su reino
aquí en la tierra (Sentido político, MT: 4:17), y como Profeta y Sacerdote ha unido el
cielo con la tierra y a Dios con los hombres (Sentido religioso, JN: 1:51- 14:6- 1TI:2:5).
b) Vicario de Cristo es un título y oficio que corresponde exclusivamente al Espíritu
Santo (JN: 14:16,17,26- 15:26- 16:7-15); sólo el Divino Paráclito es el verdadero y
único representante de Cristo aquí en la tierra, por eso el Señor se refiere a Él como el
¡Állon Parákleeton!, i.e. el otro Consolador; el adjetivo ¡Otro! designa al Espíritu Santo
como una Persona distinta de Jesús, pero tan Divina como Él, ¡Allon! significa uno de
la misma naturaleza que otro.
II. ROMA Y LOS SACRAMENTOS
Según la Iglesia Católica el Señor Jesucristo instituyó siete sacramentos, estos son;
Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Extrema Unción, Orden Sacerdotal y
Matrimonio.
Francisco Lacueva define los sacramentos como:
“Signos externos que confieren eficazmente la Gracia que significan, siendo
instrumentos de santificación”.
Y el catecismo de la Iglesia Católica dice de los sacramentos:
“Adheridos a la doctrina de las Santas Escrituras, a las Tradiciones Apostólicas
y al sentimiento unánime de los Padres”, profesamos que “Los sacramentos de
la nueva ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo (DS 1600-
1601)
Por el Espíritu que la conduce “A la verdad completa” (JN: 16:13), la Iglesia
reconoció poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su
“Dispensación”, tal como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con
la doctrina de la fe, como fiel dispensadora de los misterios de Dios (MT:13:52-
1CO:4:1). Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus
celebraciones litúrgicas, hay siete que son, en el sentido propio del término,
sacramentos instituidos por el
Señor. (Paginas 387-388, párrafos
1114 y 1117, negritas añadidas).
Antes de examinar cada uno de los siete sacramentos, conviene hacer algunas
generalidades:
Para que un sacramento sea válidamente administrado se requieren cuatro
condiciones indispensables, estas son; materia válida, forma correcta, ministro y
sujeto.
Por ejemplo, al hablar del sacramento del Bautismo; la materia es el agua líquida
previamente consagrada, la formula es “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, el ministro es ordinariamente el Presbítero, Obispo o
Diacono, y el sujeto cualquier persona no bautizada.
La fructuosidad (Eficacia actual) de los sacramentos depende no sólo de la validez de
su administración, sino también de las correctas disposiciones de quien los recibe; así,
si una persona al momento de recibir el sacramento no está en estado de Gracia
comete un sacrilegio.
Todos los sacramentos dejan en el sujeto el llamado a) “Carácter” o b) “Nota
espiritual”:
a) El carácter es imprimido por tres de los siete sacramentos; Bautismo, Confirmación
y Orden Sacerdotal, por tanto, estos sacramentos son irrepetibles; por dejar en el
sujeto una marca indeleble aún en caso de perdición. (Si se administran válidamente)
b) La nota espiritual (Aumento de Gracia) es producida por los restantes cuatro
sacramentos; Eucaristía, Penitencia, Matrimonio y Extremaunción; siempre y cuando la
administración sea válida, y correctas las disposiciones.
I. EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
El catecismo Católico dice al respecto:
El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida Cristiana, el pórtico de la
vida en el espíritu (“Vitae spiritualis ianua”) y la puerta que abre el acceso a los
otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados
como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a
la Iglesia y hechos participes de su misión (Cf. Cc. de Florencia: DS 1314; CIC
can. 204, 1; 849, CCEO 675, 1): “Baptismus est sacramentum regenerationis per
aquam in verbo” (“El Bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el
agua y la palabra”, Cath. R.2, 2, 5) (Pagina 419, párrafo 1213,
negritas añadidas).
Está demás decir que para Roma el sacramento del Bautismo tiene poderes salvíficos;
borra el pecado original y todos los pecados personales pre-bautismales (Esto último
en el caso de adultos), y produce en el individuo un estado de Gracia y de
regeneración espiritual.
Roma aduce pasajes como MR: 16:16- JN: 3:5- HCH: 2:38- ROM: 6:3,4- 1PE:3:21,
para validar los supuestos efectos sacramentales del Bautismo.
Para el análisis de los pasajes arriba citados, remito al lector a mi ensayo titulado “Un
estudio sobre el Sabelianismo contemporáneo: “El Unicitarismo”, paginas 11-14; donde
hago un examen de dichos textos, demostrando que ninguno de ellos enseña en
verdad la regeneración bautismal.
La Biblia es tácita en señalar a la fe y al arrepentimiento como condiciones sine qua
non, que Dios demanda del hombre para su salvación (MR: 1:15- HCH: 20:21); y aun
éstas están garantizadas por la acción y moción del Espíritu Santo, todo en virtud de la
obra de Jesucristo en la Cruz. (HCH: 5:31- 11:18- EF: 2:8,9).
El bautismo en agua es la insignia del Cristiano, el uniforme que lo identifica como
soldado de Cristo, y el momento idóneo para hacer pública profesión de fe; confesando
a Cristo como salvador personal y Señor de toda la vida (MT: 10:32- ROM: 10:9,10).
El hombre que ha cifrado su fe en Jesucristo (JN: 3:14-18), y se ha arrepentido de
todas sus transgresiones (HCH: 3:19); es verdaderamente salvo (1JN:5:13), se bautiza
porque ama y obedece a su Señor (JN: 14:15, 21,23), y no pensando que con ello -u
otra cosa más- granjeará su salvación, su bautismo es consecuencia y no causa de su
salvación. (De hecho el patrón normal en los Creyentes es experimentar la salvación
antes del bautismo, y luego en obediencia al Señor MT: 28:19, bautizarse, ver el
ejemplo de Cornelio HCH: 10:44-48).
II. EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
El siguiente sacramento en el orden lógico y cronológico, después del Bautismo, es el
de la Confirmación; éste según la teología Católica imparte una infusión especial de
Gracia santificante, y alista al individuo como soldado militante de la Iglesia peregrina
de Cristo.
A este respecto el catecismo de la Iglesia Católica refiere lo siguiente:
Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el
conjunto de los “Sacramentos de la iniciación Cristiana”, cuya unidad debe ser
salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este
sacramento es necesaria para la plenitud de la Gracia bautismal (Cf. OCF,
Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados “El sacramento de la Confirmación
los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial
del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho mas, como auténticos
testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras” (LG
11; Cf. OCf, Praenotanda 2). (Paginas 439,440, párrafo 1285; negritas añadidas)
Una de las bases Bíblicas que Roma esgrime como apoyo del sacramento de la
Confirmación es HCH: 8:14-17.
Sobre este pasaje -y otro que se le parezca-, debemos decir que Roma pasa por alto
el sentido real, y el trasfondo de dicho incidente, fundando este rito sobre arenas
movedizas.
Al comentar este texto es preciso tener en mente dos cosas; la profunda
animadversión que existía entre Judíos y Samaritanos, y el estado incipiente de la
Iglesia, si se tienen presentes estas dos coyunturas, la interpretación será más
sencilla.
Ahora bien, la Iglesia de Jerusalén había sido esparcida por Judea y Samaria -por
aquel que posteriormente se convertiría en su mayor promotor- (HCH: 8:1-3), este
hecho providencial sólo permitió que el Evangelio se extendiera a otras partes,
destacándose en esta empresa Felipe el Evangelista (HCH: 8:4-13); es aquí donde los
líderes de la Iglesia en Jerusalén, al escuchar la noticia de que buen número de
Samaritanos había creído el Evangelio, deciden enviar a Pedro y Juan para confirmar
la nueva Iglesia en Samaria.
Esta confirmación de toda una Iglesia, se da en atención a la rivalidad de Samaritanos
y Judíos; ambos reclamaban estar en la verdadera religión (JN: 4:22-24), de manera
que al establecerse una comunidad Cristiana compuesta por Samaritanos; algunos
Cristianos xenofóbicos podrían tener en menos, y hasta no reconocer, a los nuevos
conversos Samaritanos.
Así que, con el envío de Pedro y Juan a Samaria, y con la confirmación del Espíritu
Santo sobre los Samaritanos; se abrieron las puertas de la Iglesia a los Samaritanos
otrora segregados y se evitó con ello la existencia de una Iglesia dividida entre Judíos
y Samaritanos (Luego les tocará a los Gentiles).
En conclusión, aquí (HCH: 8:14-17) encontramos una confirmación étnico-religiosa,
pero no una Confirmación de carácter sacramental.
En todo caso, la Biblia sí habla de una medida extra -y que puede ser repetitiva- del
poder del Espíritu Santo y de fuerza renovada en el hombre interior; Pablo la llama ¡La
Llenura del Espíritu! (EF: 5:18).
Esta Llenura no significa que los Cristianos no tengan al Espíritu Santo –lo que es una
contradicción de términos-, pues al momento de la conversión se recibe la plenitud del
Espíritu (JN: 7:37-39-1CO:12:13- EF: 4:13,14); la Llenura del Espíritu solamente
describe una vida gobernada por la tercera Persona de la Trina Deidad, y la
vigorización espiritual del Creyente.
III. EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
El catecismo de la Iglesia Católica se expresa en estos términos sobre el Matrimonio:
“La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un
consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo
nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (CIC can. 1055, 1).
(Pagina 549, párrafo 1601, negritas añadidas)
La Iglesia Católica emplea EF: 5:26,27, como apoyo para la sacramentalidad del
Matrimonio.
No se necesita de mucha pericia Bíblico-teológica, para darnos perfecta cuenta de la
fragilidad del razonamiento Romano concerniente a este sacramento; la Biblia habla
del Matrimonio como de un estado santo, pero nunca se refiere a él como un
sacramento, el autor a los Hebreos reconoce al Matrimonio como “Honroso” (HEB:
13:4), pero no lo llama –ni por implicación- un sacramento.
El Matrimonio trae mucho deleite (O mucha congoja, según sea el caso) entre los
contrayentes, y es reconocido en la Sagrada Escritura como una bendición de Dios
(PRO: 18:22); pero en ningún modo es productor de Gracia santificante.
La Santidad no depende del estado civil de los hombres, y hasta Pablo reconoce
ciertas ventajas de los solteros respecto a los casados en la obra del Señor (1CO:7:32-
35); lo que no significa que de suyo, el Matrimonio sea menos digno que la soltería.
En cuanto a EF: 5:26,27, es claro que Pablo da la debida importancia al Matrimonio, y
ordena al esposo amar a su esposa como Cristo lo hizo con la Iglesia, es decir, con
amor sacrificial; el misterio que el verso 32 menciona no es la unión carnal del hombre
y la mujer, sino el consorcio espiritual de Cristo con su esposa, la Iglesia; la unión
mística de Cristo con la Iglesia es el paradigma del Matrimonio y no al revés.
IV. EL SACRAMENTO DE LA EXTREMA UNCION
La dogmatica Católica-Romana designa a este rito como uno de los sacramentos de
vivos (Los otros son la Confirmación, la Eucaristía, el Matrimonio y el Orden
Sacerdotal); capaz de producir un aumento de Gracia santificante, de fortificar, aliviar
físicamente y preparar espiritualmente al enfermo (No necesariamente de muerte).
En efecto, el catecismo Católico dice:
“Con la sagrada Unción de los enfermos y con lo oración de los Presbíteros,
toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado
para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y
muerte de Cristo y contribuir, así, al bien del pueblo de Dios” (LG 11). (Pagina
514, párrafo 1499, negritas añadidas)
La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento
especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la
Unción de los Enfermos:
Esta Unción santa de los Enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como
un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho,
insinuado por Marcos (MR: 6:13), recomendado a los fieles y promulgado por
Santiago, Apóstol y hermano del Señor [SNT: 5:14,15] (Cc. de Trento: DS 1695).
(Paginas 518,19, párrafo 1511, negritas añadidas)
Este es otro sacramento que no fue instituido por Cristo, ni tampoco por sus Apóstoles;
la unción con aceite sobre los enfermos de MR: 6:13 y SNT: 5:15, se debe a una
práctica propia de aquellos días y de aquella cultura, basada en el poder medicinal del
aceite (Como del vino), y de su relación con el Espíritu Santo, siendo uno de sus
principales símbolos.
Los Ancianos que menciona Santiago (SNT: 5:14), no son los Presbíteros (Presbítero
es el correspondiente griego de Anciano) de índole sacerdotal; Santiago hermano del
Señor -pero no Apóstol, este es otro error que hay que corregir-, designa con este
título a hombres espiritualmente aptos y maduros en la fe -en el contexto Judaico-
Sinagogal-, y no a hombres que pertenecen a una casta sacerdotal privilegiada.
Por último, la Biblia sí habla de una clase especial de unción, pero no del tipo Católico-
Romana; sino de la verdadera unción del Espíritu Santo al momento de la conversión
(Véanse 1JN:2:20,27).
V. EL SACRAMENTO DEL ORDEN
Con esta nomenclatura se designa a este sacramento Católico, la curia Romana
reconoce tres grados de Orden; Diaconal, Presbiteral y Episcopal, El Papado no forma
un orden aparte, pues en verdad el Papa es de acuerdo a Roma el Obispo
antonomástico.
El catecismo de la Iglesia Romana afirma de este:
“El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercitado en diversos
Órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de Obispos, Presbíteros y
Diáconos (LG 28). La doctrina Católica, expresada en la liturgia, el Magisterio y la
práctica constante de la Iglesia, reconocen que existen dos grados de
participación ministerial en el Sacerdocio de Cristo: el Episcopado y el
Presbiterado. El Diaconado está destinado a ayudarles y a servirles. Por eso, el
término “Sacerdotes” designa, en el uso actual, a los Obispos y a los
Presbíteros, pero no a los Diáconos. Sin embargo, la doctrina Católica enseña
que los grados de participación sacerdotal (Episcopado y Presbiterado) y el
grado de servicio (Diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental
llamado “Ordenación”, es decir, por el sacramento del Orden:
Que todos reverencien a los Diáconos como a Jesucristo, como también al
Obispo, que es imagen del Padre, y a los Presbíteros como al senado de Dios y
como a la asamblea de los Apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia
(San Ignacio de Antioquia, Trall. 3, 1). (Paginas 533,34,
párrafo 1554, negritas añadidas)
La Iglesia de Roma por su misma naturaleza y configuración, está constituida por
clérigos y laicos; siendo estos últimos la ingente mayoría Católica, empero con pobre
participación eclesial; mientras los primeros son los auténticos jerarcas de la Iglesia.
La Iglesia Protestante en cambio, distingue como parte de su estructura organizacional a
pastores y ovejas; no en un sentido jerárquico, sino sólo funcional, es decir, que los
pastores no son más que simples ministros, i.e. servidores, de la grey del Señor.
Sobre el sacerdocio jerárquico Católico hay que decir dos cosas:
i. El Nuevo Testamento no reconoce esta arbitraria división dentro de la Iglesia, de
hecho, los términos clérigos y laicos corresponden a una misma categoría de
personas, i.e. la Iglesia en general, hay entre clérigos y laicos una correspondencia no
etimológica, pero sí teológica.
El vocablo griego ¡Kléros!, de donde procede clérigo; significa “Lo que pertenece a
Dios”, el que en 1PE:5:3 apunta a los que están bajo el resguardo pastoral (La versión
Reina-Valera 1960, lo vierte “Los que están a vuestro cuidado”), y que tiene el mismo
sentido del ¡Laós! -de donde viene laicos, y significa pueblo- de 1PE:2:9, que
también trata de todos los Creyentes, en calidad de “Pueblo peculiar de Dios”.
Por ello los primeros reformadores como Lutero y Calvino, devolvieron a la Iglesia el
sacerdocio de todos los Creyentes; por el que cada Cristiano se constituye en un
sacerdote para Dios, no en el sentido técnico de la palabra, ni tampoco
sacramentalmente, sino espiritualmente.
ii. En el Nuevo Testamento el término griego ¡Hiereús! equivalente del hebreo ¡Kóhen!,
i.e. sacerdote, sólo se aplica a Jesucristo, nunca a otra persona.
VI. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
Este sacramento es uno de los más importantes de la Iglesia Católica, y a su vez, una
de las principales causas de separación entre Roma y la Reforma, la base Bíblica por
excelencia que Roma presenta son las palabras de Jesús en JN: 20:22,23; entendidas
como la facultad conferida a los Apóstoles (Y sucesores) para perdonar pecados, el
catecismo declara:
Cristo instituyó un sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros
pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan
caído en el pecado grave y así hayan perdido la Gracia bautismal y lesionado la
comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva
posibilidad de convertirse y de recuperar la Gracia de la justificación. Los Padres
de la Iglesia presentan este sacramento como “La segunda tabla (De salvación)
después del naufragio que es la pérdida de la Gracia” (Tertuliano, paen. 4, 2; Cf.
Cc. de Trento: DS 1542). (Pagina 496, párrafo 1446, negritas
añadidas)
A esto respondemos en parte afirmando que:
i. La Iglesia Protestante tiene como dogma de fe la doctrina Bíblica que “El único capaz
de remitir los pecados de los hombres es Dios”, y al hacer esto; es consecuente con la
Sagrada Escritura que así lo enseña (Véase por ejemplo MR: 2:5-12).
ii. El pecado al ser una ofensa dirigida invariablemente hacia Dios -aun cuando sea el
prójimo el ofendido-, es Él (Dios) el autorizado para perdonarlo (GN: 39:7-9- SAL:
51:4).
iii. Los Apóstoles del Señor nunca hicieron uso de este sacramento, sino que invitaban
a los hombres al arrepentimiento –esta es la única penitencia- y a la confesión de sus
pecados solamente a Dios (HCH: 3:19- 8:20-22).
iiii. Pasajes como HCH: 19:18, donde se habla de confesión; debe entenderse como
un simple reconocimiento público de los pecados.
iiiii. SNT: 5:16, no trata de la confesión auricular hecha al sacerdote; note
cuidadosamente que Santiago dice “Confesaos unos a otros”, es decir, “No se
reserven sus pecados, más bien, estén dispuestos a reconocer sus faltas ante otros, y
así, orar a Dios para que perdone sus transgresiones”.
iiiiii. JN: 20:23, tampoco alude al sacramento de la Penitencia, ni a ningún tipo de
poder de absolución sacramental otorgado a los Apóstoles y sucesores.
Estas palabras de Jesús conciertan con sus otras palabras en MT: 16:18,19- 18:18,
entonces ¿Cómo pueden los ministros de Dios remitir pecados? La respuesta es
sencilla y doble a la vez:
a) A través de la fiel proclamación de las Buenas Nuevas de salvación, así cuando el
pecador cree al Evangelio y se convierte de todo corazón a Jesucristo; todos sus
pecados son automáticamente perdonados
b) Por medio del proceso disciplinario, cuando se trata de Creyentes.
VII. EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA
Este es el corazón de los siete sacramentos de la Iglesia Católica y por ello, el último
que vamos a estudiar, el catecismo Católico en su página 452, párrafos 1322,23, reza
como sigue:
La sagrada Eucaristía culmina la iniciación Cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más
profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la
Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
“Nuestro salvador, en la ultima cena, la noche en que fue entregado instituyó el
sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos,
hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su esposa amada, la
Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de
unidad, vinculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma
se llena de Gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” (SC 47). (Negritas
añadidas)
De acuerdo a la teología oficial de la Iglesia Católica, la Eucaristía es una presencia,
un sacrificio y un sacramento; abordemos uno a uno, estos tres componentes
eucarísticos:
a) La Eucaristía es una presencia real de Cristo
La Iglesia Católica enseña que en el sacramento de la Eucaristía, Cristo está
realmente presente con su cuerpo y su sangre, alma y Divinidad, en los elementos del
pan y del vino consagrados.
Esto es as posible en virtud de lo que Roma define técnicamente con el nombre de
“Transubstanciación”, es decir; la transformación de la substancia del pan y del vino,
por la substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, quedando solamente los
accidentes (Apariencias) del pan y del vino.
b) La Eucaristía es un sacrificio
Esto significa que en el altar de la misa; Cristo se vuelve a ofrecer como víctima
inmolada por los pecadores del mundo, de manera incruenta pero igualmente
propiciatoria.
c) La Eucaristía es un sacramento
En virtud de las palabras de consagración dichas por el sacerdote “Esto es mi
cuerpo… Esto es mi sangre”; Cristo se hace substancialmente presente en el
sacramento, aprovechando a los comulgantes con un aumento de Gracia santificante,
otorgando el indulto de los pecados veniales y permitiendo la manducación del cuerpo
de Cristo y de su sangre, etc.
POSICION PROTESTANTE
A lo primero respondemos aseverando que, no obstante la unión hipostática en Cristo
(Dos naturalezas unidas en la única Persona del Hijo de Dios); el cuerpo físico del
Señor no es omnipresente, sino que claramente la Escritura lo presenta localizado en
un solo lugar en los cielos, aguardando su segundo advenimiento, y no hay filosofía de
humana sabiduría, ni Tradición Patrística, que pueda rebatir a la Palabra de Dios
(MR:16:19- ROM:8:34- EF:1:20- COL:3:1- HEB:10:12- 1PE:3:22).
Respecto a la noción gratuita del sacrificio eucarístico de la misa, firmemente arraigada
en la teología y en las conciencias Católicas; la santa Biblia se pronuncia con un ¡No
categórico!, Cristo murió una sola vez por los hombres, ya no vuelve a padecer más, la
muerte no tiene poder sobre Él; su sacrificio en la cruz del calvario fue definitivo y la
obra de la redención ha sido terminada, de ahí las palabras de Jesús antes de entregar
su espíritu al Padre: “Consumado es” (JN:19:30).
El sacrificio cruento (Recuérdese que sin sangre no es posible la remisión de pecados
HEB: 9:22) de Cristo fue suficiente para la salvación de los hombres (HEB: 7:25-9:25,
26,28- 10:10, 12,14); por tal razón, Cristo aparece en los cielos sentado a la diestra del
Padre, a diferencia de los sumo sacerdotes de la antigua alianza que permanecían de
pie (HEB: 1:3).
Finalmente, los efectos de la pasión de Cristo no son sacramentales, sino redentores;
quien come a Cristo por medio de la fe, tiene vida eterna, y al participar de este
banquete espiritual de su cuerpo y de su sangre, aprehende -por esa misma fe-
perpetuamente a Cristo.
Resta pasar revista a aquellos pasajes Bíblicos que Roma cita para enseñar y
defender el sacramento de la Eucaristía, estos son; MT: 26:26-29 y paralelos,
1CO:11:23-26- JN: 6:51-58.
a) MT: 26:26-29 y paralelos
Este es el relato de la cena que el Señor celebró con sus Apóstoles antes de ir a la
cruz, las palabras de Jesús “Esto es mi cuerpo”… “Esto es mi sangre”, señalando al
pan y a la copa de vino, respectivamente; no fueron proferidas en tono sacramentales,
ni se produjo en ese momento el milagro de la Transubstanciación, pues,
evidentemente el cuerpo y la sangre del señor no sufrieron cambio alguno en ese
momento, además, la pasión de Cristo ocurría un día después; por donde se infiere
que Cristo hablaba simbólicamente de su cuerpo roto por los hombres, y de su sangre
derramada para el perdón de los pecados del mundo.
b) 1CO:11:23:26
Esta es la versión paulina del relato de la santa cena, Pablo dice que él lo recibió del
Señor –quizá por revelación directa-, las palabras de institución virtualmente son las
mismas con el detalle de las palabras “Haced esto todas las veces que la bebiereis, en
memoria de mi”, que no mencionan los Evangelios.
Estas últimas palabras no constituyen un mandato del Señor para celebrar el
sacramento de la Eucaristía, sino una sencilla ordenanza tal como lo entiende la
Iglesia Protestante (Excepto la Luterana); Cristo no se propuso hacer de esto un
memorial, objeto de Gracia, i.e. un sacramento, sino una memoria viva de su pasión; la
Biblia no emplea el termino griego ¡Mnemósynon!; memorial, sino ¡Anámnesis!;
recuerdo, traer a la memoria, etc.
La interpretación que Pablo hace en el verso 26, de la Cena del Señor no puede ser
más que consistente con la postura Protestante; la santa cena es un anuncio
conmemorativo de la muerte expiatoria del Señor, y no una innecesaria repetición de
su sacrificio.
c) JN: 6:51-58
Si los anteriores textos no tienen fuerza sacramental, éste de seguro que tampoco lo
tiene, además, si se tiene cuidado de la forma de hablar de Jesús, y el uso frecuente
que hacía de diversas ilustraciones; no se perderá de vista el sentido real y objetivo de
sus palabras, por otra parte, la lectura del contexto resulta siempre aleccionador, así
las palabras del verso 54:
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré en el día
postrero”
Deben ajustarse a estas otras del verso 40:
“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en
Él, tenga vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero”
De lo que concluimos que ese ¡Comer y beber al Señor! es un acto propio de la fe; que
en este caso es como la boca espiritual con que se come a Cristo; por último, el mismo
Jesucristo aclaró que sus palabras han de ser entendidas espiritualmente (JN:
6:63)
III. ROMA Y EL CULTO A MARIA
No cabe duda que en la piedad y teología Católicas, la devoción a la Virgen María
ocupa un lugar central; por lo que no debería causar extrañeza los excesos y abusos
del fervor mariano, sin embargo, las Iglesias Protestantes resienten la desmedida
atención que se tributa a María, y no le faltan razones para afirmar que la mariología
Católica indefectiblemente conduce a la mariolatría; esto se trasluce mejor en los
distintos dogmas marianos que Roma ha definido en el curso del desarrollo
mariológico.
El catecismo Católico refiriéndose al culto a María expresa:
“Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (LC: 1:48): “La piedad de
la Iglesia hacia la santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto Cristiano”
(MC 56). La santísima Virgen “Es honrada con razón por la Iglesia con un culto
especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la santísima
Virgen con el titulo de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles
suplicantes en todos sus peligros y necesidades… Este culto… aunque del todo
singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo
encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy
poderosamente” (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas
dedicadas a la Madre de Dios (Cf. SC 103) y en la oración mariana, como el santo
rosario, “Síntesis de todo el Evangelio” (Cf. Pablo VI, MC 42).(Pagina 338, párrafo
971, negritas añadidas)
i. La maternidad Divina de María
Este dogma data del 431 de nuestra era, cuando reunido el tercer concilio ecuménico
en la ciudad de Éfeso; se proclamó solemnemente a María como ¡La Madre de Dios! o
“Teotóskos”, i.e. paridora de Dios, condenando de una vez la herejía nestoriana que
dividía a Jesucristo en dos personas yuxtapuestas, una Divina y otra humana; siendo
María solamente la Madre del hombre Jesús.
Nestorio patriarca de Constantinopla, tratando de salvaguardar la humanidad de Cristo,
objetó al título “Teotóskos”, prefiriendo la distinción “Cristotókos”, i.e. Madre de Cristo;
el error de Nestorio partía de una mala comprensión de la doble naturaleza de Cristo,
atribuyendo a cada naturaleza una personalidad.
Nestorio se opuso decididamente al “Teotóskos”, previendo en él el futuro peligro –no
sin razón- de hacer de María una Divinidad femenina –en esto no estaba equivocado-
como si María fuese Madre de la Deidad de Cristo.
No obstante, Madre de Dios es una designación histórica y teológicamente correcta,
pero sólo sobre la base de la Cristología, no de la mariología.
Sobre la indiscutible maternidad Divina de María es menester hacer un par de
advertencias:
a) Ciertamente en virtud de la unión hipostática en Cristo, i.e. dos naturalezas, una
persona, María es Madre del Hijo de Dios según la carne; del Hijo que es tanto Dios
como el Padre y el Espíritu Santo, pero tan hombre como nosotros –excepto en el
pecado-.
Tal como lo enseña la misma Iglesia Católica, María es la Madre no de la naturaleza
Divina del Verbo encarnado; pero sí de la persona Divino-humana del Hijo de Dios
según la carne.
b) A fin de evitar los malentendidos que genera el título Madre de Dios –el mejor
ejemplo se puede ver en Roma-, es más conveniente y exacto decir “Madre del Señor”
o “Madre de Jesús (LC:1:43); ya que en la Biblia cuando aparece el título Dios, sin otro
calificativo, casi siempre se refiere a Dios el Padre.
ii. La perpetua Virginidad de María
Este segundo dogma fue definido por el concilio Constantinopolitano II en el año 553,
éste (El concilio) declaró la perpetua Virginidad de María antes, durante y después del
parto de Jesús; siendo y permaneciendo por siempre ¡Virgen! (Aeiparthénos, en
griego).
El catecismo Romano en la página 170, párrafo 499, lo expresa de este modo:
La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a
confesar la Virginidad real y perpetua de María (Cf. DS 427) incluso en el parto
del Hijo de Dios hecho hombre (Cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto,
el nacimiento de Cristo “Lejos de disminuir consagró la integridad virginal” de
su Madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la
“Aeiparthenos”, la “Siempre Virgen” (Cf. LG 52) (Negritas añadidas).
Por el lado Protestante, este dogma -el de la perpetua Virginidad de María- no cuenta
con garantía Bíblica; la santa Biblia no lo enseña ni remotamente, pero sí lo contrario,
es decir, que María tuvo varios hijos de su esposo José.
Veamos algunos argumentos que contradicen este dogma:
a) Pasajes como MT: 12:46 y siguientes, MT: 13:53-56- JN: 2:12- 7:3-5- 1CO:9.5- GAL:
1:19; explicitan la maternidad de María de otros hijos, además de Jesús.
b) El alegato Católico de que estos hermanos de Jesús son en realidad parientes del
Señor, carece de toda base Bíblica y etimológica; la Biblia sí sabe distinguir entre
hermanos (Adelphós, LC: 8:21- 16:28), y parientes (Synguenís, LC: 1:36- HCH: 23:16).
Si este fuera el caso, relatos como el de MT: 12:46-50, perdería toda su fuerza
aleccionadora (Que la familia carnal palidece ante la espiritual).
c) De María no se requería un estado de perpetua Virginidad, solamente temporal;
hasta la concepción de Cristo:
“He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo,y llamarás su nombre Emanuel, que
traducido es: Dios con nosotros”. (Cursivas añadidas MT: 1:23)
Mateo cita las palabras de la profecía de Isaías (Cap. 7:14), donde se subraya que la
virgen debía concebir virginalmente, mas no le fue impuesto a María permanecer por
siempre en estado virginal.
d) Por MT: 1:25, se infiere que María no tuvo coito con José, hasta después del
nacimiento de Jesús.
(Lo contrario significaría que el matrimonio de José y María era una innecesaria
impostura).
iii. La Inmaculada Concepción de María
Este dogma fue definido oficialmente por el Papa Pio nono en 1854, en su bula
“Ineffabilis Deus”, el catecismo Católico recoge las palabras del Papa quien declara de
María:
… La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha
de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular Gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los meritos de Jesucristo salvador
del género humano (DS 2803) (Paginas 166,67, párrafo
491, negritas añadidas).
La principal base Bíblica es LC: 1:28, cuando el ángel Gabriel saluda a María como
¡Muy favorecida! o ¡Llena de Gracia!, que corresponde al participio “Kejaritoméne”; y
significa ¡Colmada de la Gracia de Dios! (No dejando lugar al pecado, según entiende
Roma).
Por otro lado, el teólogo escolástico Juan Duns escoto; sostuvo que existen dos vías
para redimir al hombre, una liberativa; liberando al hombre del pecado ya contraído, y
otra preservativa; como se dio en el caso de María, preservándola del pecado original,
en previsión de la obra redentora de Cristo.
El participio griego “Kejaritoméne”, en realidad no da cabida a la doctrina de la
¡Inmaculada Concepción de María!; basta compararlo con EF: 1:6 (En el original) para
descubrir que ahí aparece el mismo verbo, en el sentido de que todos los Creyentes
“Han sido agraciados en Jesucristo, y aceptados por el
Padre” (La versión Reina-Valera 60, traduce ¡Aceptos!).
Sobre el razonamiento Católico inspirado por el franciscano Duns Escoto, sobre los
dos tipos de redención, i.e. liberativa, y preservativa, aunque no es un imposible
metafísico o teológico, no obstante, no es enseñanza Bíblica; ésta enseña que todos
los hombres (Incluyendo a María) son pecadores (ROM: 3:9-23), siendo Cristo el único
concebido sin macula de pecado original (HEB:4:15- 7:26); de todos los hombres se
pide para su salvación simplemente que tengan fe, lo que hizo precisamente María
(LC:1:45).
iiii. La Asunción corporal de María a los cielos
Esta creencia popular y legendaria -de vieja data-, fue finalmente proclamada como
dogma (El último por el momento) el 1 de noviembre de 1950, por el Papa Pio XII:
“Finalmente, la Virgen inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado
original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo
y elevada al trono por el Señor como reina del universo, para ser conformada
mas plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la
muerte” (Catecismo Católico pagina 336, párrafo 966, negritas añadidas).
La argumentación Católica es que María fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, en
virtud de su vida impecable y del beneplácito Divino.
Al no contar con respaldo Escritural; Roma no tiene más recurso que recurrir a la
Tradición Apostólica.
Es obvio que este dogma como los otros (Excepto el de la maternidad Divina de María,
con las salvedades hechas) es diametralmente opuesto al espíritu de la Palabra de
Dios; la que tiene por flagrante idolatría la exaltación de cualquier criatura (¡Incluso
María!) en vez del Creador, y es que la línea divisoria entre la legítima veneración a los
hombres y la adoración debida sólo a Dios, es tan delgada; que la Iglesia de Roma se
vuelve culpable de pulular la idolatría entre sus fieles.
La Biblia sí habla de la asunción corporal a los cielos de Enoc (GN: 5:24- HEB: 11.5) y
Elías (2REY:2:11), sin que éstos gustaran la muerte, pero no de María; la que como
toda hija de Adán estaba sujeta a la muerte, si María hubiese sido asunta a los cielos,
de seguro que la Biblia no lo callaría, pero al hacerlo; los Protestantes no podemos ni
nos atrevemos a ir más allá de las Escrituras (IS:8:20).
IV. EL CULTO A LOS SANTOS
La Iglesia Católica distingue tres tipos de culto:
a) Latría, que sólo se tributa a Dios, i.e. Padre, Hijo y Espíritu Santo, a la humanidad
hipostasiada de Cristo, a las reliquias de la cruz del Señor, y a la oblea consagrada.
b) Hiperdulía, exclusivo de María (Menor que latría, pero mayor que dulía).
c) Dulía, el que reciben todos los santos canonizados por Roma.
Sin embargo, a despecho de la figurada distinción de Roma, los Protestantes
siguiendo a la Biblia sólo reconocen dos clases de culto; uno verdadero tributado
exclusivamente a Dios (MT: 4:10), y otro idolátrico –todo aquello que usurpa el lugar de
Dios- sea a hombres (HCH: 10:25,26), o a ángeles (COL: 2:18- AP: 19,10- 22:8,9).
Después de habernos ocupado del culto a María en el punto anterior, vamos a
detenernos unos momentos para considerar el culto a los santos.
i. La canonización de santos
Este es el procedimiento Católico llevado a cabo por la sede Romana, con el Papa al
frente y a la cabeza del proceso; para elevar a la dignidad de santo a un hombre o
mujer ya difunto, que ha dado claras muestras de una vida virtuosa, caracterizada por
una profunda piedad y santidad.
Este proceso consta de tres pasos:
a) Primero debe haber un asentimiento público; local o general, del candidato a santo,
con la debida sanción de Roma.
b) El siguiente paso en el proceso es la beatificación del difunto; el beato ahora puede
recibir culto, pero solamente local.
c) Finalmente Roma canoniza al beato después de haber realizado algunos milagros;
en este punto el nuevo santo puede ser venerado universalmente con culto de dulía.
Es evidente que Roma se arroga potestades Divinas, pues el poder y el derecho no
sólo de declarar, sino también de hacer santos, es propio de Dios, además, la
condición de santos no es sólo un hecho post mortem, sino de esta vida y de ultra
tumba.
En síntesis a esta cuestión, la santificación de los hombres es obra del Padre (JN:
17:17), del Hijo (EF: 5:26) y del Espíritu Santo (1PE:1:2); la Iglesia únicamente puede
hacer notoria la santidad de sus miembros.
La especial santidad que gozan y exhiben algunos Creyentes, debe ser promovida e
imitada por la Iglesia, sin rayar en su adoración; puesto que el fin último de todos los
santos -varones y mujeres de Dios-, es la gloria del Creador, no de la criatura
(1CO:11:1- FIL: 3:17); en la Biblia los grandes siervos del Señor son presentados
como modelos de vida, pero no como sujetos de culto.
ii. La intercesión de los santos
Todos los santos según proclama Roma, pueden y deben recibir plegarias para que
éstos a su vez, intercedan provechosamente a Dios; esto es posible por la mayor
proximidad que disfrutan ante Dios, y por la visión beatífica de los santos allá en el
cielo.
Respondamos por parte:
a) La Palabra de Dios es diáfana, el único mediador entre Dios y el hombre es
Jesucristo (JN: 14:6- 1TI:2:5- 1JN:2:1), además, Cristo como Dios-hombre está más
cerca del Padre que cualquier persona.
La lógica nos indica que la distancia más corta entre dos puntos (Dios y el hombre) es
una línea recta (Jesucristo) a más de esto, es obvio que los santos del cielo aunque
están conscientes, ignoran lo que pasa en la tierra, y no pueden atender las oraciones
de todos los suplicantes (ECL: 9:5).
No se puede soslayar que Dios condena enérgicamente cualquier comunicación con
los muertos o nigromancia (DT: 18:11- IS: 8:19).
b) En cuanto a la visión beatifica de los santos, por la que pueden mirar intuitivamente
la Esencia de Dios, y conocer así, lo que se les pide en oración; debemos responder
que esto es imposible en vista de la espiritualidad, simplicidad e infinitud de Dios.
Esto significa que Dios por ser espíritu, i.e. por definición su Esencia no puede ser
contemplada por ojo alguno, simple, i.e. su ser no está refractado en muchas parte,
e infinito, i.e. no solamente está presente en todo lugar, sino que trasciende el tiempo
y el espacio; a Dios se le ve todo (Porque así lo exige su simplicidad e infinitud) o no
se le ve nada; de modo que sólo Dios puede ver a Dios, y un infinito a otro infinito, por
lo que un ser finito como el hombre –aun en estado de gloria- no es capaz de capturar
al infinito Dios.
No se puede ver una parte de Dios porque Él es espíritu simple, ni verse por completo
pues es a la vez infinito.
Finalmente, no tiene ningún sentido orar a los santos, cuando éstos (Según Roma)
reciben toda su información directamente de Dios, por lo que resulta insensato y
superfluo pedir a cualesquier santos, y no simplemente a Dios.
Bibliografía selecta:
(1) “Catolicismo Romano”, por el ex sacerdote Católico Francisco Lacueva, un
excelente libro que recomiendo encarecidamente.
(2) “Catecismo de la Iglesia Católica”.
(3) “Diccionario teológico ilustrado” de Francisco Lacueva.
(4) “Nuevo diccionario de teología” por Sinclair B. Ferguson, David F. Wright y J.
I. Packer.
(5) Comentario de toda la Biblia “Mathew Henry”, traducido y adaptado por
Francisco Lacueva.
(6) ¿Fue san Pedro Papa?, escrito por el reverendo H. B. Pratt, traducido por
Pablo Santomauro.
(7) “Historia del Cristianismo”, obra completa, por Justo Gonzales.
¿Está la iglesia fundada sobre Pedro o sobre Cristo?
Según la doctrina Católica Romana, Pedro es la
roca sobre la cual está edificada la iglesia. El pasaje que sirve de base para esta doctrina es Mateo 16:18:
“Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella”.
Antes de considerar la correcta interpretación de este pasaje y compararlo con otras declaraciones del
NT, veamos algunas de las doctrinas que el catolicismo romano extrae de este texto, doctrinas que, como
bien señala el ex sacerdote Francisco Lacueva, “constituyen toda la clave dogmática del sistema católico-
romano” (La Iglesia, Cuerpo de Cristo; pg. 58).
Según la Iglesia Católica, en este pasaje Cristo constituyó a Pedro la roca sobre la cual estaría fundada
Su iglesia. Cito aquí a un teólogo católico: “Cristo hizo a Pedro el fundamento de Su Iglesia, esto es, el
garante de su unidad y de su fortaleza inconmovible, y prometió a Su Iglesia una duración perenne (Mt.
16:18). Ahora bien, la unidad y la solidez de la iglesia, no son posibles sin la recta Fe. Por tanto, Pedro es
también el supremo maestro de la Fe. Como tal debe ser infalible en la promulgación oficial de la Fe, tanto
en su propia persona como en la de sus sucesores (es decir, los Papas)” (cit. Por Lacueva; pg. 58; el
paréntesis es mío).
Debo señalar que esta interpretación tiene carácter de dogma y, por lo tanto, debe ser creída por todos
los miembros de la iglesia Católica Romana, so pena de eterna condenación. ¿Cuáles son las
consecuencias doctrinales que emanan de esta interpretación bíblica? Básicamente tres:
En primer lugar, que el Papa, como Cabeza y Fundamento visible de toda la Iglesia, es el principio y raíz
de de la unidad de la Iglesia.
En segundo lugar, que el Papa tiene sobre la Iglesia un poder de jurisdicción universal, supremo e
inmediato sobre cada uno de los pastores, cada uno de los fieles y cada una de las iglesias. El Papa
Bonifacio VIII declaró en cuanto a esto: “Toda criatura humana está sometida al Romano Pontífice, como
algo necesario para su salvación”. De paso, es importante señalar aquí que el papa Francisco I declaró
recientemente: “Es absurdo pretender vivir con Jesús, amar a Jesús y creer en Jesús, pero sin la Iglesia”.
Y para que no haya dudas en cuanto a cuál iglesia se refería, exhortó a los fieles a caminar todos
juntos, “llevando el nombre de Jesús en el seno de la Santa Madre Iglesia, jerárquica y católica,
como decía san Ignacio de Loyola”.
En tercer lugar, esta doctrina también afirma que el Papa es el único intérprete infalible de la Escritura y la
tradición. Así que cuando el Papa habla ex cátedra, es decir, en calidad de maestro universal de la
cristiandad, no puede equivocarse y, por lo tanto, todo el mundo está obligado a aceptar su interpretación.
Ahora bien, ¿enseña el Señor todo eso en este pasaje de Mateo 16:18? Lo primero que debemos hacer
es colocar este texto en su contexto. Y el contexto de esta declaración es la pregunta que el Señor Jesús
hace a los discípulos en el vers. 13: “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus
discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?”
Noten que el centro de la cuestión era la identidad de Cristo, no de Pedro o de ningún otro de los
apóstoles. El punto crucial de la pregunta del Señor en el vers. 15 era lo que ellos pensaban acerca de Él.
“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió
Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre
que está en los cielos”.
¿Qué fue lo que el Padre reveló a Pedro? Lo mismo que revela a todo pecador para traerlo a la salvación:
Que Jesús es el Cristo y el Hijo del Dios viviente. La palabra Cristo es la traducción griega de la palabra
hebrea Mesías, que traducido al español significa “el Ungido”. Así que las palabras Mesías, Cristo y
Ungido son equivalentes, pero en tres idiomas distintos. En el AT se ungía con aceite a los reyes, a los
profetas y a los sacerdotes. Cuando el Señor Jesús es señalado como el Ungido de Dios, como el Cristo,
lo que se quiere significar es que Él es Rey, Profeta y Sacerdote. En Su Persona estos tres oficios
alcanzan su punto más alto y definitivo. Y es en ese contexto que el Señor dice a Pedro en el vers. 18: “Y
yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella”.
Hay un juego de palabras aquí. El nombre de Pedro significa “piedra”, una referencia a la obra que Cristo
estaba haciendo en este hombre que había mostrado ser tan impulsivo y voluble en ocasiones. “Tú eres
Pedro – una piedra – y sobre esta roca edificaré mi Iglesia” (y allí el Señor usa la palabra griega kefa que
señala una gran piedra firme y estable).
“Tú eres una piedra, pero yo edificaré mi iglesia sobre una roca firme e inamovible”. Si la intención hubiera
sido señalar a Pedro como el fundamento, hubiera sido más natural decirle: “Tu eres Pedro y sobre ti
edificaré mi iglesia”; pero eso no fue lo que Cristo dijo, sino más bien: “Sobre esta roca, sobre eso que
acabas de confesar de que yo soy el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. La Iglesia está fundada sobre la
identidad de Jesús como el Hijo de Dios y como el Mesías prometido en el AT.
Agustín de Hipona, que vivió en el siglo V y a quien la iglesia Católica venera como santo, parafrasea el
texto de Mt. 16:18 de este modo: “Sobre esta piedra que has confesado, edificaré mi iglesia. Pues la
piedra era Cristo – dice Agustín – y el mismo Pedro fue edificado también sobre este fundamento”.
Si todavía alguien tiene duda al respecto, entonces debemos dejar que el mismo Pedro nos explique el
sentido de estas palabras. En Hch. 4:11-12 él declaró: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los
edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay
otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
Cristo es la piedra angular sobre la cual está siendo edificado este templo espiritual, la iglesia. Su
Persona y Su obra sustentan el edificio y le proveen simetría y fortaleza. La Iglesia no está fundada sobre
ningún hombre, sino sobre el Dios – Hombre. De ahí su gloria y su fortaleza. Pedro recalca esta
enseñanza en su primera carta cuando escribe: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente
por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios
por medio de Jesucristo”.
Y lo mismo dice el apóstol Pablo en Efesios 2:19-22: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino
conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien
coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois
juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.
He ahí, entonces, el fundamento de este templo espiritual, la iglesia: nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo. Sólo a Él escogió Dios el Padre como “la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa”, dice
el apóstol Pedro en su primera carta (1P. 2:6). Por lo tanto, sólo “el que creyere en Él, no será
avergonzado”. Todo lo demás es doctrina de hombres, sin ningún valor.