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A H O R A EN E S P A Ñ O L UN SERVICIO EJEMPLAR p. 1 CARTA DE DESPEDIDA p. 8 Traducción de Pentecostal Evangel (edición de inglés) del 2 de octubre 2011 CONTENIDO escrito por Randy Hurst escrito por L. Juan Bueno

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AHORA EN ESPAÑOL

UN SERVICIO EJEMPLAR p. 1

CARTA DE DESPEDIDA p. 8

Traducción de Pentecostal Evangel (edición de inglés)

del 2 de octubre 2011

CONTENIDO

escrito por Randy Hurst

escrito por L. Juan Bueno

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UN SERVICIO EJEMPLAR 1

UN SERVICIO EJEMPLAR escrito por Randy Hurst En el estrado, Juan Bueno se dirige a uno de sus últimos grupos de misioneros. Abre su gastada Biblia y esboza una sonrisa.

“Alguien me dijo que necesito cambiar de Biblia”, dice. “Esta se está cayendo a pedazos, y uno de mis amigos piensa que la letra ya es demasiado pequeña para que yo la lea. Pero lo voy a intentar por última vez.”

Da una mirada a los demás miembros del Comité Ejecutivo de las Misiones Mundiales, que están en la primera fila. Mientras ellos escuchan con gran atención, me pregunto si piensan lo mismo que yo. Por mi parte, medito en los últimos catorce años del liderazgo de Juan en Misiones Mundiales.

Sentado junto a mí está Mike McClaflin, director regional para el África. Aunque Mike y yo hemos trabajado con Juan desde que comenzó su desempeño como director ejecutivo, y lo hemos oído muchas veces, las interesantes historias de los años de la familia Bueno en el campo misionero nunca dejan de ser conmovedoras. Siempre inspiran e instruyen.

Todos los que hemos tenido el privilegio de trabajar con Juan en el Comité Ejecutivo, hemos sido bendecidos por su vida ejemplar, como misionero, pastor, y líder.

Durante los primeros años en el ministerio, Dios le puso en el camino personas que lo guiaron y moldearon su vida. Entre los más destacados, estuvo su pastor, Earnest J. Kumpe, quien ejerció su influencia en Juan cuando éste era todavía un adolescente. Los dos cultivaron una amistad que ha durado toda la vida.

Poco después de que Juan se graduara de Bethany Bible College, le ofrecieron un puesto cómodo y bien pagado en una iglesia. Sin embargo, el Pastor Kumpe le pidió que lo ayudara a él en su pequeño y agobiante pastorado en Santa María, California. Juan aceptó. Como el trabajo era sin sueldo, Juan buscó empleo en la construcción para su sustento.

En su primer día de trabajo en la construcción, conoció a un hombre que le preguntó: “¿Verdad que eres el joven que asiste a la iglesia de las Asambleas de Dios de la calle Church?” Cuando Juan le dijo que sí, este hombre, el Sr. Thorpe, pidió que lo asignaran a su equipo de plomeros.

Después de unos tres días cavando zanjas, Juan comenzó a preguntar a Dios: “Señor, ¿es esto a lo que me has llamado? ¿Para esto estudié en la universidad? Me parece que esto lo podría haber hecho en cuanto terminé la escuela secundaria.”

Muy pronto, Dios atrajo a su atención a un tejano alto con una serie de luchas en su vida. Allí mismo, en el lugar donde trabajaban, arrodillados ambos en la misma zanja, Juan llevó al hombre a los pies de Cristo. Cuando abrieron los ojos después de haber orado, Juan alzó la vista y se encontró con que el Sr. Thorpe los estaba mirando. Avergonzado, volvió al lugar donde estaba trabajando, tomó la pala y continuó cavando.

Al final del día, se acercó al Sr. Thorpe para pedir perdón. “Lo siento mucho”, le dijo. “Sé que usted no me paga para que haga eso. No volverá a suceder.”

El Sr. Thorpe lo detuvo. “Escucha, muchacho”, le dijo. “Te voy a pagar para que hagas esto mismo durante cuarenta horas.”

Este incidente marcó el comienzo de una larga amistad con el Sr. Thorpe, otra importante

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influencia en la vida de Juan. A lo largo de los años, Dios usó al Sr. Thorpe para ayudar económicamente a Juan en numerosas ocasiones.

Cuando Juan comenzó su ministerio a tiempo entero como evangelista, el Sr. Thorpe le patrocinó tiempo en la radio. Hubo ocasiones, en que recorrió en auto hasta casi quinientos kilómetros para oír predicar a Juan en una iglesia. Siempre bendijo a Juan con una ofrenda, y la cantidad que le daba era siempre exactamente lo que Juan necesitaba para el ministerio.

En 1960, Juan hizo planes para regresar a Chile, la tierra de su niñez, a ministrar allí. El día que recibió su pasaporte, el Sr. Thorpe llegó tocando a su puerta. “El Señor me dijo que te diera esto”, le dijo. En su mano tenía seiscientos dólares, exactamente lo que Juan necesitaba para comprar su pasaje a Chile.

EL AVIVAMIENTO

En Chile, Juan trabajó en equipo con Cristóbal, un joven pastor que había sido amigo suyo de la niñez. Levantaron una tienda para hacer labor evangelística, pero sólo se presentaban una docena de personas a la reunión que celebraban cada noche. Durante dos semanas, las reuniones eran desalentadoras, a causa de la pobre respuesta.

La familia Rojas asistía con dos hijos varones que sufrían de hemofilia. El mayor, Pepe, ya tenía unos doce años y estaba confinado a una silla de ruedas. Cada reunión, los niños se ponían en la fila de oración.

Una noche, los padres de Pepe informaron a Juan que éste había sido hospitalizado y que posiblemente no duraría con vida hasta el siguiente día. Juan fue a verlo y le dijeron que necesitaba sangre. El personal del hospital le preguntó si los miembros de la iglesia estarían dispuestos a donarla.

Juan donó sangre para Pepe. Cuando regresó por segunda vez al hospital, para ver a Pepe, pero él ya no estaba allí. A toda prisa, atravesó toda la ciudad en auto hasta la casa de la familia Rojas, y allí halló a Pepe… no en la silla de ruedas, sino de pie delante de él, y completamente sano.

Pepe le dijo: “Pastor, anoche después de irse usted, Jesús me vino a ver”. “Pepe, ¿cómo supiste que era Jesús?”, le preguntó Juan. Pepe lo miró, sonrió y le dijo: “Pastor, cuando Jesús llega, uno sabe que es Él. Me puso la

mano en la frente y sané”. Aquella noche, Pepe dio su testimonio en el culto. Muy pronto, la tienda de campaña se

llenó de personas que buscaban a Dios. Las reuniones comenzaron a crecer, se produjeron más milagros y la bendición de Dios continuó durante cinco semanas.

Juan y Lois se habían comprometido antes de que Juan viajara a América del Sur. Un mes después de que regresara de Chile, se casaron.

Melvin Hodges, el director regional para la América Latina, oyó hablar del ministerio de Juan en Chile, y le preguntó si él y Lois estarían dispuestos a mudarse para El Salvador y ayudar allí en una necesidad urgente. Les aseguró a ambos que su compromiso en esa nación no duraría más de dos años. Con esa promesa, y después de mucha oración, fueron a El Salvador, sin saber que su asignación “temporal” duraría veintiocho años.

Juan y Lois llegaron a El Salvador como misioneros el 11 de noviembre de 1961; sólo nueve

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meses después de haberse casado. Su misión consistía en llenar el Centro Evangelístico, un auditorio de dos mil asientos, situado en San Salvador, la capital de la nación. UN GRAN PASO

Cuando Juan y Lois fueron a San Salvador, tenían una gran fe en que Dios haría crecer la iglesia en menos de dos años. Sin embargo, después de nueve largos años, la asistencia era sólo de trescientas personas. Juan se sentía desalentado, y comenzó a pensar que tal vez Lois y él debían regresar al ministerio evangelístico.

Mientras Juan meditaba en lo que debían hacer, el Señor lo llevó a leer los nueve primeros capítulos del libro de los Hechos. Durante varias semanas, no leyó ninguna otra cosa. En medio de esta lectura, descubrió que el secreto de la Iglesia del siglo primero no era una estrategia humana, ni un programa ideado por los hombres. El poder llegaba cuando los creyentes eran llenos del Espíritu Santo y se sometían a la soberanía de Cristo. El mensaje del apóstol Pedro en Pentecostés le llegó al corazón: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Con una fe renovada, Juan comprendió que cuando las personas viven bajo la soberanía de Cristo, ven un mover de Dios semejante al que se pudo ver en el primer siglo. UNA DURA LECCIÓN

Juan predicó este mensaje, creyendo que transformaría a la iglesia. Se sintió desanimado cuando el servicio terminó como cualquier otro domingo. La gente se marchó tal como había llegado. Desalentado, habló de nuevo con Louis acerca de dejar El Salvador.

La semana siguiente, el Espíritu guió a Juan a predicar el mismo mensaje. No sucedió nada. Lo predicó el tercer domingo. Tampoco sucedió nada.

Los miembros de la iglesia le preguntaron por qué estaba predicando el mismo mensaje. Juan les contestó: “No puedo pasar a la lección siguiente mientras no comencemos a poner en práctica la primera”. Así que continuó predicando el mismo mensaje, un domingo tras otro. trece domingos

Después de haber predicado el mismo mensaje, un grupo de jóvenes se presentó en la oficina de Juan y le anunció: “Pastor, el Señor nos está hablando a nosotros acerca de lo que usted ha estado diciendo los domingos por la mañana. Queremos comenzar una reunión de oración”.

En la primera reunión hubo trece personas. La semana siguiente, la asistencia se duplicó. El grupo continuó creciendo, hasta que hubo doscientas personas orando todos los viernes hasta la media noche.

Los jóvenes comenzaron a predicar el Evangelio en toda la ciudad de San Salvador. Al cabo de seis meses, el auditorio de dos mil asientos estaba lleno al máximo. Durante los siguientes once años, la asistencia creció hasta alcanzar veintidós mil personas.

Juan cree que el sometimiento a la soberanía de Cristo es la clave del avivamiento.

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UN NIÑO QUE AFECTÓ A TODA UNA NACIÓN Juan iba en su auto rumbo a casa después de haber ministrado hasta tarde en la noche,

cuando vio a un niñito vendiendo periódicos. Nadie compra periódicos a media noche, pensó. Sabiendo que el niño no podía volver a su casa sin antes haber vendido todos sus periódicos, le preguntó cuántos le quedaban. Cuando él le compró los tres periódicos que le quedaban, el niño dio un salto de alegría y corrió a su casa.

Mientras se alejaba de allí, Juan pensó que el día siguiente comenzaría el mismo ciclo para ese niño. Esa posiblemente era la historia de su vida.

Aquella noche, el Señor puso en el corazón de Juan la visión de ayudar a los niños, a librarlos de las consecuencias de la pobreza, a darles estudios y el amor de Jesucristo. En 1963, dio un paso de fe, y comenzó una escuela en conexión con el Centro Evangelístico.

Ochenta y un niños se reunieron en las improvisadas aulas, sentados en bancas de madera usada. La matrícula fue creciendo de manera constante, y se convirtió en un sistema educativo completo, conocido como el Liceo Cristiano.

Inicialmente, los fondos llegaron de unas pocas y diversas fuentes. En 1988, gran parte de este apoyo económico desapareció, y los fondos para operar la escuela se redujeron a la mitad.

Juan anunció esta grave noticia en una reunión del personal. Durante unos segundos, la sala quedó en silencio. Entonces, un director de escuela le dijo: “Pastor, me parece que hoy le toca a usted sentarse en la silla”.

“Sentarse en la silla” era una práctica corriente entre los maestros y el personal. Cuando alguien tenía una necesidad o un problema, se sentaba en una silla mientras los demás se reunían alrededor de él para interceder a su favor. La mayoría de aquellos educadores habían tenido su turno en la silla. Esta vez era su amigo y pastor quien necesitaba aliento.

Después de orar, todo el grupo estuvo de acuerdo: no cerrarían ninguna de las escuelas. Los maestros y los miembros del personal ofrecieron trabajar sin sueldo. Todos ellos creían que Dios haría un milagro.

Al recordar aquellos momentos, Juan dice: “En realidad, yo no sé cómo lo hizo Dios, pero en seis meses, nuestros fondos habían regresado al nivel que tenían antes de las pérdidas, y siguieron aumentando. La ayuda procedía de muchas fuentes; algunas de ellas eran de lo más insólitas. Fue un milagro divino de provisión”.

LOS ESTABLECIMIENTOS DEL LICEO CRISTIANO HOY

La primera escuela que abrieron Juan y Lois hoy tiene cinco mil estudiantes, clínica médica, laboratorio, farmacia, y clínica dental. Todo el sistema escolar es dirigido por líderes salvadoreños, y consta de treinta y siete edificios, un personal de novecientas personas, entre profesores y personal administrativo, y veintidós mil estudiantes. Más de un millón de niños han pasado por el programa del Liceo Cristiano en El Salvador.

EL TESTIMONIO DE UNA ESTUDIANTE

Eelín Auxiliadora Romero Valle nació con una discapacidad, y superó numerosos obstáculos para terminar sus estudios. Durante cuatro años asistió a una pequeña escuela de un poblado, antes de recibir la oportunidad de asistir al Liceo Cristiano.

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La mayor parte de los niños de su poblado nunca terminaron la escuela primaria, pero Eelín se graduó de secundaria en el Liceo Cristiano y siguió estudiando hasta recibir su doctorado en leyes. Actualmente es jueza. Tiene un corazón compasivo hacia los niños que necesitan con urgencia la misma oportunidad que se le dio a ella.

UN AVIVAMIENTO INSÓLITO

Durante el ministerio de Juan y Lois, El Salvador se vio presa de una trágica guerra civil que duró once años y costó más de ochenta mil vidas. Cuando la guerra se acercaba a San Salvador, Lois y los cuatro hijos varones fueron evacuados a una zona más segura.

Un evangelista de Puerto Rico sintió que Dios lo llamaba a celebrar campañas al aire libre en San Salvador durante este tiempo. Juan le explicó que era imposible llevar a cabo el plan, pero estaba claro que Dios le había hablado al evangelista.

Al día siguiente, Juan pidió permiso del gobierno para usar el estadio de fútbol, con sus sesenta mil asientos, para la campaña. El funcionario le dijo: “Usted sabe que no puede hacer eso. No hay manera de que la gente llegue allí, y se ha impuesto un toque de queda a las seis de la tarde”. Pacientemente, Juan le explicó que Dios le había dicho al evangelista que celebrara la reunión. Le prometió que si se le otorgaba el permiso, él asumiría la responsabilidad. Muy a su pesar, el funcionario aceptó. Juan comenzó a anunciar las reuniones y, por providencia de Dios, el toque de queda impuesto se extendió a las diez de la noche. Aun así, a la primera reunión acudieron menos de mil personas.

El evangelista, rechazando el desánimo, abrió el servicio. Antes de que presentara el sermón, fue sanado un hombre que estaba en silla de ruedas. La asistencia creció con rapidez, y se produjeron muchos otros milagros, además de que un número incalculable de personas recibieron la salvación. Los cálculos más conservadores hablaban de que más de ochenta mil personas entraron por las puertas del estadio para el culto final del domingo por la tarde.

El Jesús sobre el cual había predicado Pedro en el día de Pentecostés, era el mismo que había llegado aquel día al estadio. Ni siquiera la guerra civil pudo detener la obra de Dios en El Salvador. LA FUNDACIÓN DE IGLESIAS

El avivamiento en el Centro Evangelístico dio lugar a una oleada de nuevas iglesias. A Juan siempre le cautivó la pasión de llevar el Evangelio a cuanta zona pudiera llegar. Después de pastorear el Centro Evangelístico durante veinticinco años, se sintió guiado a él mismo establecer una nueva iglesia.

Escogió una de las zonas más difíciles de alcanzar de San Salvador. Con la gran disparidad entre pobres y ricos en El Salvador, las iglesias de las Asambleas de Dios nunca habían alcanzado a la clase de los profesionales.

Juan encontró en un vecindario de clase alta una vieja mansión que una familia había abandonado a causa de la guerra civil. Con su compra, el Templo Cristiano se convirtió en una realidad.

Los primeros servicios se celebraron en el portal, porque la casa era inadecuada para albergar a la joven congregación. Finalmente, se construyó un auditorio de dos mil asientos en el traspatio. Con la presencia de un sólido núcleo de líderes, la iglesia creció hasta los seis mil miembros en sólo tres años.

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EL LIDERAZGO En 1990 se le había pedido a Juan que ocupara el cargo de director regional para América

Latina y el Caribe, posición que requeriría que la familia Bueno se trasladara a Springfield, Missouri. Con todo respeto, Juan rechazó la propuesta, explicando que no se consideraba administrador. Él disfrutaba trabajar directamente con la gente, y se sentía mejor preparado para ser un misionero o pastor activo en el campo.

Pocas semanas después, recibió otra llamada de G. Raymond Carlson, el Superintendente General, para pedirle que lo pensara de nuevo. Juan le contestó: “No siento paz respecto a esto. Mi respuesta sigue siendo negativa, pero no quiero que se piense que es por rebeldía”.

“Juan, a veces necesitamos aceptar la opinión de nuestros mayores”, le dijo bondadosamente el Hermano Carlson. “Todos los miembros del equipo de líderes y tus colegas pensamos que eres el hombre para el cargo. Piénsalo.”

Después de esto, Juan aceptó, no de muy buena gana. Trabajó como director regional durante ocho años. Aunque los trabajos de administración no siempre eran fáciles, sus contactos con los misioneros y con los líderes nacionales de toda América Latina y el Caribe siempre eran positivos y lo motivaban a seguir trabajando.

En 1997, a Juan le fue diagnosticado un cáncer. Creyendo que lo mejor que podía hacer en esos momentos era alejarse del liderazgo, presentó su renuncia. Loren Triplett, el Director Ejecutivo, le pidió que retrasara su renuncia hasta después del Concilio General.

En la creencia de que estaba terminando su trabajo como director regional, y recuperándose de una operación para eliminar el tumor canceroso, Juan había decidido no asistir al Concilio General aquel año. Pero Lois lo animó a que lo hiciera, sintiendo que la interacción con los pastores y otros líderes lo animaría. Aquel Concilio General cambiaría el curso de sus vidas, y de las Misiones Mundiales de las AD. Juan fue elegido director ejecutivo de Misiones Mundiales, cargo en el que ha servido con gran distinción durante los últimos catorce años.

Durante su liderazgo, Juan siempre ha mostrado su dependencia del Señor y su sensibilidad a la dirección del Espíritu. Cuando él inició su trabajo como director ejecutivo, la labor de Misiones Mundiales de las AD estaba dividida en cuatro regiones: África, Asia Pacífico, Eurasia, y América Latina y el Caribe. Juan sintió que era necesario organizar otras dos regiones, una para Europa y otra para el norte de Asia. Sus decisiones han producido grandes beneficios en la labor de propagar el Evangelio en esas regiones.

Juan también revisó el proceso de aprobación de los misioneros, permitiendo una mayor flexibilidad para las personas que buscan nombramiento como misioneros. Esto aumentó grandemente las posibilidades de que a los misioneros jóvenes se les diera una asignación de uno o dos años como misioneros asociados. Desde que se pusieron en práctica estos cambios, el número de misioneros asociados ha aumentado en un setenta por ciento.

En 2003, los alumnos y exalumnos del sistema escolar Liceo Cristiano llenaron un estadio de fútbol en El Salvador para celebrar sus cuarenta años de existencia. Juan y Lois asistieron como huéspedes de honor.

A través de los años, los alumnos de las escuelas han egresado de diversas profesiones: pastores, misioneros, médicos, ingenieros, y líderes del gobierno. Durante la ceremonia, mientras Juan contemplaba a todos los reunidos, reflexionaba sobre los acontecimientos

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de su vida. ¿Y si hubiera aceptado un puesto con sueldo apenas había salido de la universidad? ¿Y si no le hubiera testificado al tejano en aquella construcción, lo cual inició su amistad con el Sr. Thorpe? ¿Y si hubiera decidido no ir a Chile, porque no tenía dinero ni pasaporte? ¿Y si la campaña evangelística de Chile hubiera terminado demasiado pronto? ¿Y si en El Salvador no le hubiera comprado los periódicos al niño aquella noche en la capital?

Dios preparó cada uno de esos acontecimientos para guiar a Cristo y a una mejor vida a una infinidad de personas, tanto niños como adultos, en Chile, El Salvador y en el mundo entero.

En 2004, Juan y Lois recibieron el título de Amigos Ilustres de El Salvador, otorgado por el gobierno nacional en reconocimiento de su ministerio como misioneros y pastores, y de su labor educativa con los niños. Este reconocimiento es el más alto honor que el Congreso de El Salvador le puede otorgar a un civil, y es similar a la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos. Durante toda la historia de El Salvador, esta distinción sólo ha sido otorgada siete veces. Los esposos Bueno son los primeros no ciudadanos, y no católicos en recibirla, y Lois es la primera mujer. Ese día, en sus palabras al Congreso y al pueblo de El Salvador, Juan expresó su profunda gratitud, sabiendo que Dios había permitido que todo aquello sucediera para sus propósitos y su gloria.

Durante el tiempo en que Juan ha ejercido sus funciones de director ejecutivo, las Misiones Mundiales de las AD han entrado en treinta y cuatro nuevos campos, y la cantidad de miembros de las iglesias de las AD ha aumentado más del doble en el mundo entero.

Juan y Lois han dejado una huella indeleble durante sus cincuenta años en misiones. La transformación de la vida de millares de niños y adultos en El Salvador y el significativo crecimiento de las misiones en el mundo entero son elocuentes testimonios de lo que puede suceder cuando Dios habla al corazón a un hombre… y ese hombre le responde con obediencia. Gran parte del fruto del liderazgo de Juan está aún por revelarse.

Todo creyente puede aprender de la manera en que los esposos Bueno se sometieron dócilmente al plan de Dios para su vida. Muchas veces habrían podido escoger el camino más fácil, o el más seguro. En vez de esto, reconocieron la voz de Dios, y decidieron obedecer la dirección de su Espíritu Santo. Como consecuencia, Dios los usó para transformar a una nación y causar un impacto duradero en la causa de las misiones en el mundo entero.

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CARTA DE DESPEDIDA 8

CARTA DE DESPEDIDA escrito por L. Juan Bueno

Este año completo cincuenta años de trabajo en Misiones Mundiales de las AD. Todo comenzó con mi primera asignación en El Salvador —que debió durar dos años, pero duró veintiocho— y terminará veintidós años después de haber venido a Springfield para otra asignación “de corto plazo”.

Ciertamente, Lois y yo recordamos con agradecimiento ambas fases de nuestro ministerio en Misiones Mundiales de las Asambleas de Dios. Fue como si Dios, en su divino designio, nos permitió ser parte de lo que Él está haciendo en el mundo en uno de los tiempos más productivos y fructíferos de la historia de las Asambleas de Dios.

El crecimiento de la Iglesia en el extranjero es extraordinario, y no disminuye en ninguno de los continentes del planeta. La maravillosa cosecha que se está recogiendo en hoy en lugares como África es algo que hace sólo unos pocos años nadie habría podido creer. El fervor y la fe de nuestros hermanos y hermanas de otros países es uno de los factores que provocan este crecimiento sin precedentes, que desafía todas las posibilidades. Tal parece que cuanto más difícil es el lugar y más duras las circunstancias, tanto mayor es la bendición para la Iglesia.

Hemos visto antes en la historia que la Iglesia prospera en tiempos de persecución y de dificultad. Por supuesto, este fue el caso en El Salvador. La década de los ochenta, a pesar de la guerra que vivió el país, fue la de mayor crecimiento en la Iglesia de las Asambleas de Dios de El Salvador. El último sondeo científico que realizó la Universidad Católica de El Salvador, señala que treinta y ocho por ciento de la población del país son cristianos evangélicos. Aunque no nos atrevemos a confiar en las estadísticas, ni siquiera cuando provienenn de sondeos científicos, sí es una señal del impacto que el evangelio ha causado en esta nación centroamericana.

Lo más emocionante es que esto no sucede sólo en un país de América Latina, sino en el mundo entero. Lo que nuestros antepasados vieron a principios de nuestro Movimiento como “el mayor evangelismo que el mundo haya visto jamás”, se está viviendo día a día en todo el mundo. Ciertamente, los principios establecidos por nuestros antepasados han tenido un gran impacto en la manera en que todo esto se ha sucedido.

Hemos insistido sobre todo en la preparación de los pastores y los líderes nacionales, estableciendo centros de aprendizaje en los diversos niveles y categorías en el mundo entero, y desarrollando iglesias nacionales con principios autóctonos. Aunque el incio de la obra fue lento, ciertamente, ahora en nuestro tiempo estamos viendo una gran cosecha.

Mis padres comenzaron su labor misionera en Venezuela en 1928. Mi padre contaba que durante tres años predicó a una congregación que fluctuaba entre una y tres personas, y una de ellas era mi madre. Pero gracias a su perseverancia, en aquella población se desarrolló una iglesia floreciente, que hoy es testimonio vivo de la fe y el valor de nuestros pioneros. Esta se repite una y otra vez si nos referimos a quienes fueron delante de nosotros en la fase de la siembra de este gran Movimiento. Ellos sembraron con lágrimas, y ahora nosotros estamos viendo la gran cosecha que se aproxima, gracias a la fidelidad de aquellos primeros hombres y mujeres que respondieron al llamado, y que a veces enviaron sus pertenencias en un ataúd, porque estaban seguros de que no volverían vivos.

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CARTA DE DESPEDIDA 9

Me siento profundamente honrado de la oportunidad que Dios me ha dado, como dijo el pensador, “de ver más lejos por haberme sentado sobre el hombre de gigantes”, grandes hombres y mujeres que me precedieron. Agradezco al Señor que me permitiera vivir en este extraordinario momento. Aunque dejo este cargo para buscar otros caminos en el ministerio, creo de todo corazón que aún no hemos visto nuestros mejores días.

Tengo la seguridad de que Dios ha puesto a nuestro Movimiento en lugares y momentos estratégicos para el más grande despertar espiritual que este mundo ha visto jamás.