correr con los keniatas adharanand finn
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7/23/2019 Correr Con Los Keniatas Adharanand Finn
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correr. orrer
e
ve r a .
on os
m e o re s corre ores
e a
e-
rra.
Y si
descubro
su
secreto
lo
podré embotellar
y
ganar
una
fortuna.
Me mira desde el otro lado de la mesa.
—¿Va en serio?
—Sí—contesto—.
¿Qué
te
parece?
—Me parece una
idea
brillante.
En
Kenia solo
hay
atletas.
V V Í N C H E R U I Y O T
—Qué valientes — -dice una vecina del pueblo cuando se en-
tera
de que nos
vamos
a
K e n i a— . Pero bueno vosotros sois así.
Se esfuerza por ser simpática por eso dice «val ientes» cuan-
do
quiere decir «locos». Cada
vez que
mencionamos nuestro plan
obtenemos
una
mirada
de
extrañeza. Pero vamos avanzando
con
los preparativos.
Los
crios
por
supuesto
se lo
tragan todo.
Una
noche mientras
los
acuesto hago
una
entrevista televisiva
en
bro-
ma a Lila y Urna bajo la pretensión de que son famosas explora-
doras.
Ossian
contagiado por la excitación general corre de un
lado para
otro
con el p i jama puesto imitando el rugido de un león
y
riéndose.
Le pregunto a Urna qué cree que habrá en África.
—Calor
—dice.
—Y qué más -— insisto.
Pone cara pensativa y clava la mirada en el techo.
—Y
nada
de
frío.
De
momento ninguno
de
nosotros sabe mucho
más que
eso.
— 32 —
Aparte de todos los preparativos para el viaje he de alcanzar
la mejor forma posible si es que quiero tener alguna oportunidad
f rente
a
todos
los
atletas keniatas.
Una
noche
leo un
artículo
en el
—
3 3 —
7/23/2019 Correr Con Los Keniatas Adharanand Finn
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periódico sobre un grupo de corredores de Kenia que viven y se
entrenan
en Teddington, al
suroeste
de
Londres. Decido echarles
un
vistazo.
A lo
mejor
me
pueden
dar
alguna pista antes
de
par-
tir hacia su país.
Así que unos días después, un martes a las
ocho
de la maña-
na,
me encuentro plantado ante una pequeña
casa
suburbial. Re-
viso los detalles. Efectivamente, es el número 18, al
otro
lado del
aparcamiento de la Tesco. Una
casa
sin pretensiones, con terraza
y persianas grises en las ventanas. En las plazas de aparcamiento
que hay delante, asoman
hie rbajos
entre las grietas.
La puerta de entrada está algo retranqueada , de
modo
que he
de aventurarme en la penumbra del portal enladr illado para lla-
mar al timbre. Espero unos minutos y salgo de nuevo a la calle si-
lenciosa. El mánager de los atletas, un irlandés llamado Ricky
Simms, me dijo que me estarían esperando. Incluso
di jo
que me
sacarían a correr. Vuelvo a probar el timbre. Pasan de nuevo unos
minutos hasta
que se
abre despacio
la
puerta.
Un hombre
delga-
do en chándal la abre y me mira con ojos soñolientos. Le explico
quién soy. Asiente y me deja pasar.
Me
lleva escaleras arriba hasta
una
sala
en la
q.t £-reina
el de-
sorden y se pasa unos cinco minutos con aire ausente, apuntando
el
mando a distancia hacia la tele hasta que por fin se enciende.
No dice nada, aparte de que se llama Micah. Cuando consigue en-
cender la tele, se da la vuelta y abandona la sala.
Resulta que el tal Micah es Micah Kogo, el hombre que osten-
ta el récord mundial de los 10 kilómetros, medallista de bronce
en los Juegos Olímpicos de
Beij ing.
Ha ido a cambiarse.
Van asomando intermitentemente algunas cabezas por la puer-
ta, detrás de mí, mientras permanezco sentado mirando las noti-
cias.
En esa
casa viven
seis
atletas keniatas
y a
todos parece diver-
t i r les
mi
presencia. Oigo
que
hablan
en el
rellano.
Al fin
aparece
v i
u l a , otro irlandés qu e t r abaja para Ricky, e l mánager, y m e pre-
• . c i i i . i
1
iodos. M e conceden suaves apretones d e manos y se son-
i n n
r i m e
ellos mientras
me
entero
d e
quién
a
batido
q u é
récord
I . I
u i m l i i o
c a n u d o
t a l o
cual medalla en
u n
mundial.
i l u a correr c on ellos?—me pregunta Enda.
l e n i u u
u p n l i n i o si será
in te l i gen te
por mi parte.
— 34 —
— ¿ T e parece
b i e n ?
—Claro
—contesta—. Si tú quieres.
Intento aparentar calma mientras salimos por el pequeño pa-
tio trasero de la casa, donde se ven un par de bicis apoyadas en la
val la ,
y el viejo bulldog del jardín contiguo nos suelta un ronco
ladrido. Vamos hasta el fin de un callejón sin
salida
y luego avan-
zamos hasta la calle principal. Los atletas van hablando y bromean
con Enda sobre sus carreras recientes. Nadie parece tener prisa
por empezar a correr de verdad. Uno de los atletas me explica que
no les gusta correr sobre
asfalto
y por eso caminan hasta llegar a
la hierba. En Kenia, dice, solo corren por pistas de tierra.
El cercano Bushy Park es una larga extensión de hierba corta
con
ciervos
y todo, y con un
laberinto
de
senderos
y
pistas per-
fectas
para correr. Es una de las razones por las que los keniatas
usan como base este rincón de Londres cuando están
lejos
de casa.
Una vez
dentro
del
parque
se
quedan
un
buen rato
de
pie,
ha-
blando y estirando a medias. Y entonces, sin previo aviso, echa-
mos a correr.
El r i tmo es
sorprendentemente suave
y, al
menos
al
principio,
puedo seguirlos sin demasiados problemas.
Como
todos están en-
tre una competición y la siguiente se limitan a trotar. Tengo la se-
creta esperanza de que la gente nos mirará con asombro al vernos
pasar corriendo. «Uau, mira, keniatas.
¿ Y
has visto al blanco? Ha
de ser un atleta.» Sin embargo, el parque está virtualmente vacío,
salvo por un par de personas que han acudido a pasear sus perros
y ni siquiera nos dedican una segunda mirada.
A l
cabo de tres kilómetros y medio, Mike Kigen, un antiguo
campeón
keniata
de los
5.000
metros,
Micah
Kogo y Viviarf
Cheruiyot,
3
campeona del mundo de los 5.000, aceleran de repen-
te. Ninguno de ellos dice nada, es simplemente algo que ocurre.
En pocos segundos desaparecen como animales asustados y no se
ve más que el
balanceo
de sus
cabezas
a lo
lejos.
Los
demás segui-
mos a un ritmo suave al menos, suave para los keniatas), corrien-
do en grupo hasta que regresamos al punto de inicio. A mí me
3. En 2011, Vivían Cheruiyot retuvo el t í t u lo mu ndial de los 5.000 además
de ganar la medalla de oro de los 10.000 y e l campeonato del mundo d e cross.
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cuesta resp irar , pero c onsigo
c o n
e s f u e r z o m a n t e n e r m e en p i e .
D e vuelta en casa, Micah prepara ugali y verdura de comida para
todos. El ugali es el alimento favorito de los corredores. Es sobre
todo
harina de m aíz hervida en agua hasta conseguir una masa blan-
ca
y pegajosa . Micah m e cor ta un pedazo con un cuch i l lo y m e lo
pone en el plato, encima de las verd uras . Tiene una tex tura suave
y húm eda, pe ro no dem asiado sabor. Sin em bargo, los atletas lo
adoran. Me dicen, y solo es brom a a medias, que es el secreto del
éxito de los corredores keniatas. En un rincón del suelo de la co-
cina se apilan los paque tes de harina de maíz traídos de Kenia.
Mientra s comem os, M icah me habla del día en que batió el ré-
cord de los 10 k i lóme tros . Dice que recu erda que a l calen tar se
sent ía
l igero , pero
fuer te .
«Muy l igero , pero
m uy f ue r t e» ,
d ice,
casi reveren ciando el recuerdo . Todos los a t le tas se an iman cuan-
do hab la n de sus carreras . Viv ian , una m ujer minúscula que no
p ued e p esa r
más de
cu aren ta k i los
m e
hab la
de
cuando ganó
e l
mund ial , derro tando a los e t íopes , supu estam ente invencib les .
« F u e
t an
divertido. . .»,
dice con una sonrisa.
Esa misma tarde, más adelan te , cuando y a
todos
han
do r m i -
do y se han dado un masaje, R ichard
Kiplagat x.y,n
especia l is ta en
lo s
8 00
metros ,
y
Vivian, salen para trot ar
un
poco o tra vez.
D e-
cido sumarm e de nuevo. Luego, mie ntras estamos estirando en el
aparcamien to , pasa t ro tando
u n
hombre, mediados
lo s
cuaren ta ,
algo
pasado de peso y emp apado en sudor .
— ¿ H a y co rredores com o
e.;e
en Kenia?
—pregunto ,
señalan-
do al hom br e — . Gen te que c o r r í so lo para es tar en fo rma.
Doy por hecho q ue se trata c e eso. Sin duda, tam bién espera
bajar algo de peso. No parec e que esté corrie ndo por e l mero p la-
ce r de hac erlo. Y desde luego no e spera vivir de ello.
Richard , que de n tro de unos pocos meses ganará una medal la
de p lata
en los
Juegos
de la
C om m onw e a l th ,
m e
sonríe
y
m en ea
la cabeza.
—No —contes ta s in dudar.
— E n K enia —dice Vivian— solo
hay
atletas.
No es una
f an fa r ronada ,
sino la
mera consta tación
de un he-
cho. Parece q ue en Kenia , si eres un atleta te dedicas a correr. Si
no lo eres, no corres.
— 36 —
—Quizás cu a l g u n a s áreas
de las g rande s c iudades —dice R i-
c h a r d , con g anas de
aclarar—,
don de v ive la gen te r ica , pod r í a s
v e r a l g ú n corredor así. Pero
no en el
resto
d el
país.
El resto del país al que m e dirijo. Cuando esta blecí mi plan,
m e im ag inaba corr iendo por las l lanuras en medio de un g rupo de
keniatas , entre
el
p isoteo de n uestros pies sobre la t ierra seca. En
serio, ¿ a quién p retendo engañar?
—¿A qué
velocidad corre
el
atleta
má s
lento
d e
K en ia? — p re -
gunto, buscando unas
migajas
de esperanza. Tal vez yo sea un atle-
ta. Gané la carrera de 10 kilómetros de Powderham Castle. Hice
3 8
minutos y 35 segundos—. Para 10 k i lómetros , por e jemplo ,
¿cuál sería el t iempo m ás lento?
Se miran . Es obv io que se tra ta de una p regun ta con t rampa.
—¿Inclu idos los j ú n i o r ?
— p r e g u n t a
R ichard . Se refiere a los
de
d ieciocho y diecinu eve años. Asiento. Yo podría entre nar con
jún iors , ¿por qué no?
—¿ Y chicas?
Asiento de nuevo. Cuantos más, más feliz.
— U n o s
t re in ta y c inco minutos —dice .
Bueno , corro t res minutos
y
m ed io
m ás
despacio
en los
10
k i-
lómetros que la jún io r más len ta de Kenia . Me q uedan menos de
seis
meses para i rme hacia allá. Tengo faena po r delan te .
Todo empie za a ir me jor cuando, al cabo de unos m eses, con-
sigo por f in bajar
m i
t iempo en e l medio maratón por debajo de
la hora
y
media ,
con un
a rrasador récord
de 1
hora
y 26
minutos
en
una carrera montaños a en Dartmoor, D e von . S in embargo , jus-
to cuando mi es tado de fo rma em pieza a mejorar , me freno por
meterm e en un exper imento .
Todo
empieza, co mo para tanta otra gente, cuando leo el libro
de C h r i s t ophe r McDougal l , Nacidos para correr La mayor par-
te del
l ib ro
t ra ta sobre una carrera en los cañones
Copper
en
México , con una t r ibu de corredores l lamados tarahum aras . Es
un re la to fascin an te , pero la par te m ás in t r igan te del l ib ro , y lo
que lo ha catapu ltado a las l istas de be stsellers en todo e l mundo ,
es
la revelació n del concepto de correr desca lzos.
• 3 7
—
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McDougall habla de una teoría desarrollada por científicos de
Harvard, según
la
cual
l os
humanos evolucionamos
como lo hi-
cimos en parte porque para cazar perseguíamos animales que co-
rr ían por la superficie. Mientras que somos dolorosam ente len-
tos en el
esprint,
si nos
comparamos
con la mayoría d e
criaturas
de cuatro patas, digamos con el guepa rdo, el cabal lo, el
conejo
o
un m illar más, en las distanc ias largas somos los campeo nes
olím-
picos
de l
reino animal . Nuestra ventaja principal
es la
capacidad
de deshacernos
de una
buen a par te
del
calor corpo ral
por
medio
de l
sudor. Eso implica que podemos ref rescarnos sobre la mar-
cha, mientras q ue otros animales han de detenerse cuando se ca-
l ientan demasiado, para
refrigerarse
por medio de la respiración.
Nuestros antepasado s podían p ersegu ir incluso a los animales que
más rápido corrían como lo s antílopes, hasta que estos se desplo-
maban l i teralmente
po r
exceso
d e
calor.
E l
l ibro cuenta
una
his-
toria sobre lo s bosquimanos de l desierto de Kalahari , e n Nami-
bia, que siguen haciendo lo mismo hoy en día.
Los cient íf icos defiend en, en efecto, que los humanos naci-
m os
para rec orrer largas distancias,
q ue
nuestros cuerpos están
diseñados específicamente
con tal
propósi to.
Por eso
tenemos ten-
dones de Aquiles, pies arqueados, grandes posaderas y un l iga-
mento
en la
nuca,
al
final
de l
cuel lo para manten er
la
cabeza
e n
equil ibrio mientras corremos). Y estamos diseñados, dicen, para
correr descalzos. L as zapatillas dep ortivas solo sirven par a estro-
pearlo
todo.
Unas
semanas antes de leer eso, m e había comprado un par de
zapatillas
para entrenar. La tienda de Londres estab a equipa da con
un sistema de al ta tecnología para confirm ar la tendencia de mi
pisada.
Mi pidieron que me pusiera unas zapat i l las y montara en
una cinta. Luego, el dependie nte me f i lmó los pies y después m e
mostró lo que
había grabado. Tenía, como
el
ochenta
por
ciento
de los corredores, según me
dijo,
tenden cia a apoyar primero el
talón. Eso me convert ía en «pron ador», lo cual significa en gene-
ra l que mis piernas t ienden a combarse a cada paso que doy. Para
remediarlo, m e
dijo,
n ecesi to unas zap at i l las con
apoyos
añadi-
dos por el lado externo de l talón.
Le
agradecí
el
útil consejo
y me
compre
un par de
zapat i l las
— 38 —
co n amort iguación
suplementar ia ,
t al
como
m e
sugería.
A l
cabo
de una seman a superé m i mejor marca en el medio m aratón. Por
desgracia, tam bién me pro voqué una leve lesión en la parte al ta
de l m úsculo de la pantorri l la izquierda. Las lesiones son algo co-
mún en la vida de un corredor, de modo qu e no me dejé llevar po r
el pánico. Seg ún qué in form e leas, entre el 60 y el 80 por ciento de
los corredores sufren a l menos una lesión cada año. O sea que para
no lesionarme nunca debía tener mucha suerte. Un pequeño ti-
rón musc ular era un b alance bastante leve.
Si n embargo, M cDou gall discrepa. Dice que la razón por la
que los corredo res se lesionan con tanta frecuencia es que apoyan
primero el tacón. Y la razón por la que apoyan primero el tacón
es que l levan zapat i l las con am ort iguación . Parece un círculo vi-
cioso pero t anto McDougal l como
los
cient íf icos
de
Harvard
creen que hay una manera sencilla de romperlo: qui tarse las za-
patillas.
Nuestro cuerpo es la máq uina perfecta de correr, dicen,
puesta a prueba y
ajustada
en su desarrollo a lo largo de m illones
de años. No necesi tamos el invento moderno de las zapat i l las de-
port ivas para hacer algo q ue habíamos hecho perfectamente du-
rante milenios enteros.
Como
la mayoría de la gente, al principio p ienso que se t ra-
ta de una
teoría
interesante, aunqu e, en real idad, no se pued e ir
por ahí corriendo descalzo. ¿Y los cristales rotos? ¿Y la caca de
lo s
per ros? Pero luego I co algo
que me
obliga
a
prestar atención:
uno de los
principales cien tíficos citados
por
McDougall , Daniel
Liebermann, desarrol ló sus ideas t ras estudiar a los corredores
keniatas.
Como
se crían corriendo de scalzos, los keniatas t ienen un
es;
tilo d e zancada com pletamente dist into. En vez de apoyar p rime-
ro el talón, aterr izan sobre l a parte delantera del pie. Eso no solo
reduce
e l
riesgo
d e
lesiones, sino
q ue
contr ibuye
a
facilitar
un ma-
nera de correr m ás eficaz. En efecto, al apoyar prime ro el talón la
mayoría
de los
corredores occidentales
va
f renando
a
cada paso.
Así claro que no podemos seguir e l r i tmo.
Decido
probar lo de correr descalzo una noche en el parque
de l bar r io . V oy hasta al l í corriend o con las zap at i l las , pero en
cuanto alcanzo un terreno de hierba despejada me las quito y las
— 39
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escondo
en un
m a to r r a l
y
echo
a
correr
en
t o r n o
a una
zona
de
pistas
d e f ú tbo l . M i
mecánica
de
pisada pasa ensegu ida
a una
zan -
cada m ás
cor ta
y
ráp ida , como
s i mis
p ies tuvieran miedo
de to-
ca r
el suelo. Sigo otros diez m inutos antes de decidir que ya bas-
ta. Es divertido, pero luego m e resulta agradable volver a calzarme
la s
zapat i l las .
M e
parecen cál idas
y
reconfor tantes , como almo-
hadas
g r andes
y
suaves .
Para averiguar m ás cosas sobre la s ventajas d e
correr
descal-
zo ,
decido
entrar
en
contacto
con Lee
Saxby,
u n
experto
e n
b io-
mecánica.
Es uno de los que
enseñaron
a
McDougall
a correr s in
zapatillas.
M e
p regunto
si
será capaz
d e
enseñarme
a
correr
como
un keniata.
Le e t r aba ja
junto
a u n
gimnasio
de
boxeo,
al pie de la vía del
t r e n ,
a l
no r t e
de
Londres .
A l
principio
m e
cuesta
encontrarlo
y
tengo que cam inar ar r iba y abajo por la calle, rodea do de trabaja-
dores de la c iudad que pasan como
f lechas
a mi lado, en busca del
tren que ha de llevarlos de vuelta a casa. Le doy la vuelta al plano,
pero sigo s in entender lo . Luego me doy cuenta de que el sitio que
busco es tá encajado en un
cal lejón
t rase ro entre d os casas altas, de
cuatro pisos. Echo a and ar por un
pasaje estrécfib
y encuentro una
puer ta n egra s in marca a lguna. Ha de ser aquí . Llamo al t imbre y
la
pu e r t a
se
ab re au tomát icamente . Paso
a una
sala
g igantesca
en
cuyo centro
hay un
r ing
de
boxeo vacío .
Veo un
hom b re
que
m ira
hacia abajo
d esde un pequeño b alcón e levado. Me saluda con una
inclinación de cabeza y señala hacia u na puerta en la pared lateral
del
gimnasio.
M e
acerco
y un muchacho
delgado abre
l a puerta.
—Vengo a ver a Lee —le informo.
Asiente
y
señala
unas
escaleras. Arriba está
e l
despacho
de
Lee.
Él me
espera
junto
a la
puerta, sonriendo.
— P a s a — m e
recibe.
Entro
lleno
d e preguntas . U n a s pocas
horas
después salgo
convencido de que he descub ier to el secre to de los at letas ke -
niatas.
—En cualqu ier ot ro depor te , para ser bueno hay que apre n-
de la á r n i c a — d i c e
Lee—.
E n cambio, para correr , l a gente cree
qui i u
p u e d e
c am b ia r
de
esti lo. Pues
es una
tontería.
la Un ; ; n n > ] i i c resul ta difícil
d i scu t í rse lo .
L e
p r egu n to
•
po r
qué ,
en tonces , los mejores at letas
a f r i canos
no
corren
las ca-
r re ras
descalzos .
— Un corre dor de é li te no puede perm it i rse e l
lujo
de lesio-
narse al pisar una piedra puntia guda —con testa—. Pero llevan za-
pati l las
p lanas .
De las que no
l l evan amort iguac ión
n i
estabiliza-
dores . Con esas se pue de correr con el mism o estilo que si fueras
descalzo. No te ob l igan a a ter r izar pr im ero con el t a lón, como l a
mayor par te de z apat i l las .
Tiene
un
b ril lo picaro
en la
m i r ada .
— A veces m e s iento
como
e l Che G u eva ra d e l at letismo
—af i rm a—.
Te lo voy a mostrar .
M e propone que monte en su
cinta
de
correr.
Primero m e
fil-
m a mientras
corro con m i estilo
hab itual.
Luego m e
dice
que m e
descalce y m e vuelve a f i lmar. D e inmediato, y de
modo instinti
vo, empiezo a
apoyar
primero la
parte delantera
de l p ie .
— Si vas descalzo, tu cuerpo no te permite apoyar
primero
el
t a l ón — d ic e — . Sería demasiado doloroso.
Con las zapat i llas puestas tenemos una
falsa
sensación de se-
gundad
y nos
parece
que
podemos golpear
el
pavimento
co n
tan-
ta
fuerza como queram os. Pero
el
impacto provo cado
al
apoyar
pr imero
el
t a lón
no deja de
ascender
por las
p iernas
y
sacudir
la s
rodil las,
las caderas y la
espalda
por mucha amo rtiguación que lle-
ve s en la
suela . Para descr ib i r lo , McDougal l expl ica
qu e
equivale
a cub r i r un huevo con la manopla de la cocina antes de golpear lo
con un ma rtil lo. De hec ho, al no sen tir el suelo, con las zapa til las
puestas te ves
ob l igado
a
apoyar
con más fuerza
po rqu e
tu
cuer-
po, de
man era instintiva, busca algo
d e
estabilidad
y una
superfi-
ci e m ás
dura.
S in zapatillas, e n cambio, te ves obl igado a pisar co n
levedad,
co n
suaves saltitos sobre
el
suelo.
E s lo que
hace
t u
cuer-
po de manera natural.
Según Lee,
d e todos
modos,
no se
trata solo
de la
mecánica
de
pisada. M e dice qu e mantenga la cabeza elevada, qu e eche el pe-
ch o adelante y t ire luego de mis piernas,
como
s i mon tara un mo-
nociclo.
Por s i no
fuese
suficiente
faena
pensar e n
todo
eso, pone
en
marcha u n metrónom o rápido como un t iroteo: tac tac tac. H e
de dar un
paso cada
vez que
suena. Después
m e
pasa
l as
t res
pe-
lículas.
— 41
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Ver las r esu l t a
a so mb ro so . Con las
z a p a t i l l a s
p u e s t a s p a r e z c o
un of ic in i s ta re l len i to que ha sa l ido a corre tea r un ra to .
Vale
qu e
ta l
vez lo sea , pero yo no m e imagino as í cuando corro . ) Parece
que la c in tu ra se me incline hacia atrás , como s i es tuv iera medio
apa lancado
en un s i l lón invisible. Al qui tar la s zap ati l las tiene me-
jo r p in ta , pero des pués de la lecc ión de Lee parezco un corred or
de verdad. «P areces de K e n i a » , me d i c e . A u n q u e t a l v ez s ea u n
po q u i to ex ag e r ad o .
A l
otro
lado
de la
ventani l la ,
los
t r enes
qu e
l levan
a los
t r a b a -
j adores
de vuel ta a casa entran y sa len de Londres con su t ra que-
teo. ¿Aún neces i to
ir a
K e n i a ?
¿H e
encontrado
e l
secreto aqu í mis-
mo , en e s t e g i mnas i o d e W es t Ham ps te ad ? U na pa r t e d e mí s e
ca b r e a por no haber lo descubier to hace años , cuando aún tenía
e d a d
d e d a r l e u n b u en u so . En e se mo men to , mi en t r a s
miro
l o s
vídeos, no t eng o n i ng u na d u d a de es tar ante la r a zó n p r i nc i pa l d e
que los
k e n i a t a s c o r ran
ta n
bien. T iene todo
e l
sent ido.
A lo l a rg o de las s em anas s i g u i en te s , a med i d a que e l en tu s i a s -
mo in ic ia l de mi descu br imie nto se va apagando, me doy cu enta
de que la
v e rd ad
se
c o m p r o b a r á
a l
correr. Toda
la
idea
d e
correr
descalzo
me resu l ta a t rac t iva . Me e ncanta eso de que, después de
años de inves t igac ión, descubramos que la rriafíera más primitiva
y na tu ra l de hacer a lgo, e l modo en que lo hac íamos antes de que
lo s
c ient íf icos
y las
g r and es empre sa s
le
me t i e r an mano , r e su l t a
ser, al fin y a l
cabo,
la
mejor .
M e
enc an ta
el
dato
de
que, pese
a to-
dos
nues t ro s progresos tecnológicos ,
l os
po b re s k en i a t a s
que co-
rren descalzos no s l leven ventaja. Como idea es bri l lante.
Pero...
¿ c o mo r e a l i d ad ? L a ú n i c a mane ra d e av e r i g u a r lo e s po ne r lo a
p r u e b a .
Una de las razone s por las que muy pocos a t le tas han in ten -
tado cam biar su es t i lo , según Lee, es que imp l ica reap rende r de
cero cómo corremos.
Como usas
músculos distintos has de em-
p e z a r con car reras cor tas , de meno s de dos k iló me t ro s . C u an d o
consigues hacer lo s in que te duela a l d ía s igu iente , puede s empe -
za r a i nc r emen ta r
poco
a poco la d i s tanc ia .
Tenía esperanzas de combinar e l correr descalzo con mi es-
tilo
h ab itu a l pa r a au men ta r l a s pos ib i l idades y p a r a n o p e r d e r l a
f o r ma . Sin
embargo, según Lee,
n o
existe
e sa
opc ión.
«E s todo o
— 4 2 —
n a d a — m e
d i c e — . Tu
m e n t e
r e g r e s a r á a l e s t i l o qu e t en ía p o r
c o s tu mb re .
S i
dedicas
la mayor
pa r t e
de l tiempo a correr
apo-
yan do pr ime ro e l ta lón, eso es lo que har á tu cuerp o de ma nera
a u t o mát i ca .»
Cuando
es toy
a
p u n t o
d e
i rme ,
L e e m e
p r o m e t e
q u e me en -
viará
u nas za pa t i l l a s barefoot. Pu ed e pa r ec e r
u n a
contradicc ión,
p u e s barefoot s igni f ica «descalzo », pero e l esti lo que se busca co n
la prác t ica del
barefoot
no t i ene tanto que ver con no i r ca lzado
como
con c o r r e r d e u na c i e r t a m a n e r a . L a s zapa t i l l a s barefoot
t i enen u n apo y o y una amort iguac ión mínimos, pero l levan un a
sue la
f i rme
p ara pr otege r te de los c r i s ta les y de la caca de p er ro .
Cuando me acostum bre a l nuevo es t i lo , decido, me pa saré a las
zapa t i l l a s p lanas , igual
que los
kenia tas . T ienen a lgo
más de
apo -
yo que las barefoot pero te l ibras del bu l to y del peso p ropios del
ca lzado convenc ional que u san, por lo genera l , los corredores en
Occidente .
D e
modo
q u e d u ran te s e i s s em anas emp i ezo a ap r en d e r d e
nu ev o a correr. Las d i s tanc ias cor tas t i ene n s us venta jas . Las sa l i -
d a s d u r an apena s u na f r ac c i ó n d e lo q u e d u rab a n an te s y a s í r e -
su l t an mu c h o m ás
fáciles
de
p lan i f ica r .
—No
t e p r eo c u pes
— le
d igo a Ma r ie t ta a l sa l i r por la puer-
t a — .
Volveré den tro de d iez minu tos .
Cuando salgo a correr en la p a u s a de la comida también me l i -
bro del pánico a locado que provocaba tener que regre sar a mi es-
cri torio dentro de la hora es tablec ida .
Tal como predi jo Lee,
siento
l a s p i e rna s p e sad as d e spu é s de
la s p r i mera s s a l idas , pe ro c u an to más lo prac t ico m ás
lejos
p u e d o
i r y má s na tu r a l empi ez a a pa r ec e rme . Inc lu so me d esc u b ro c o -
r re tea ndo p or la ca l le con mi nuevo es t i lo e s p o n t án e a m e n t e . J ín
s i tuac iones en que ante s me gen eraba un c ier to recelo ar ran carm e
a trotar
s in za pat i l las deportivas ahora m e alegro de
correr
con
cualqu ier ca lz ado. De hecho, las zap at i l las me pa recen espec ia l -
men te poco ú t i les para correr . Los zapatos norma les que l levo a l
t r ab a j o
t i enen m uy poco tacón y descubro qu e co n e l los puedo
correr con b a s t an te
faci l idad
en e l esti lo barefoot. Y c u an to m ás
lo
practico
m ás veloz m e
siento.
El
único problem a
d e
emb arc a rme
en
es te exper imento
e s
que,
—
4 3 —
7/23/2019 Correr Con Los Keniatas Adharanand Finn
http://slidepdf.com/reader/full/correr-con-los-keniatas-adharanand-finn 7/7
con las
maletas hechas
y
listas para volar
a
Kenia;
no he consegui
do pasar de tiradas inferiores a cinco kilóm etros. Es obvio que he
perdido bastante la
fo rma
y m i cintura se ha ensanchado de mod o
patente. No
puedo
decir que esté en condiciones de seguir el rit-
mo de los keniatas. Pero el experimento ha de con tinuar. Si se tra-
ta ciertam ente del secreto de su éxito pron to re cupe raré la bu e-
na
forma que tenía antes y entonces... Bueno ¿quién sabe adonde
llegaré?
— —
Allí el aire l ibre es más libre todavía.
DR.
SEUSS
Oh, tbe Places You'll Go
Nuestro avión ater r iza en Nairobi en una luminosa mañan a
de
finales
d e
diciembre. Mientras
no s
vamos desencajando
de la
ates tada aeronave sentimos el caluroso
aire
afr icano como un
aliento suave en la piel. Han pasado casi veinticuatro horas desd e
que salimos en coche de nuestra casita de Devo n aban don ando
el j a r d ín
y los
campos
que lo
rodean cubier tos
por un
g r ueso
manto
de
nieve.
Pensamos pasar la mayor parte del tiempo en Kenia en el Va-
lle del Rif t en una ciudad llama da Iten. He leído tanto sob re Iten
que en mi mente casi se ha
convertido
en un lugar
mítico. Antes
de
salir
de
Inglater ra
vi en
internet
un
noticiero local
en el que los
taxistas de la
c iudad
s e
quejaban
de que no
pueden hacer
bien su
trabajo
porque
lo s
corredores atascan
las
carreteras. Solo
escuna
ciudad
pequeña de unos cuatro mil habitantes pero he le ído que
en cualquier época puede s encontrar más o menos un mil lar de
atletas de máximo nivel que viven y se entrenan allí.
Si n
embargo antes de llegar a I ten nos vam os a pasar una se-
mana con la hermana de M ar iet ta en Lewa adonde regresaré al
final
de l
viaje para correr
m i
primer maratón.
Jophie vino a Kenia por pr im era vez en 2004 p ara trabajar
como voluntaria
en un
proyecto
de
conservación
de
monos.
U na
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