crimen castigo

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  • 7/30/2019 Crimen Castigo

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    Fedor Dostoievsky

    Crimen y Castigo

    Recopilacin de

    http://www.rinconesoscuros.org

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    PRIMERA PARTE

    I

    Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven sali de lareducida habitacin que tena alquilada en la callejuela de S... y, con paso lento eindeciso, se dirigi al puente K...

    Haba tenido la suerte de no encontrarse con su patrona en la escalera.Su cuartucho se hallaba bajo el tejado de un gran edificio de cinco pisos y, ms

    que una habitacin, pareca una alacena. En cuanto a la patrona, que le habaalquilado el cuarto con servicio y pensin, ocupaba un departamento del piso deabajo; de modo que nuestro joven, cada vez que sala, se vea obligado a pasarpor delante de la puerta de la cocina, que daba a la escalera y estaba casi

    siempre abierta de par en par. En esos momentos experimentaba invariablemente

    una sensacin ingrata de vago temor, que le humillaba y daba a su semblante unaexpresin sombra. Deba una cantidad considerable a la patrona y por eso temaencontrarse con ella. No es que fuera un cobarde ni un hombre abatido por lavida. Por el contrario, se hallaba desde haca algn tiempo en un estado deirritacin, de tensin incesante, que rayaba en la hipocondra. Se haba habituadoa vivir tan encerrado en s mismo, tan aislado, que no slo tema encontrarse consu patrona, sino que rehua toda relacin con sus semejantes. La pobreza leabrumaba. Sin embargo, ltimamente esta miseria haba dejado de ser para l unsufrimiento. El joven haba renunciado a todas sus ocupaciones diarias, a todotrabajo.

    En el fondo, se mofaba de la patrona y de todas las intenciones que pudiera

    abrigar contra l, pero detenerse en la escalera para or sandeces y vulgaridades,

    recriminaciones, quejas, amenazas, y tener que contestar con evasivas, excusas,embustes... No, ms vala deslizarse por la escalera como un gato para pasarinadvertido y desaparecer.

    Aquella tarde, el temor que experimentaba ante la idea de encontrarse con su

    acreedora le llen de asombro cuando se vio en la calle.Que me inquieten semejantes menudencias cuando tengo en proyecto un

    negocio tan audaz! -pens con una sonrisa extraa-. S, el hombre lo tiene todo alalcance de la mano, y, como buen holgazn, deja que todo pase ante sus mismasnarices... Esto es ya un axioma... Es chocante que lo que ms temor inspira a loshombres sea aquello que les aparta de sus costumbres. S, eso es lo que ms los

    altera... Pero esto ya es demasiado divagar! Mientras divago, no hago nada. Ytambin podra decir que no hacer nada es lo que me lleva a divagar. Hace ya unmes que tengo la costumbre de hablar conmigo mismo, de pasar das enterosechado en mi rincn, pensando... Tonteras... Porque qu necesidad tengo yo dedar este paso? Soy verdaderamente capaz de hacer... "eso"? Es que, por lo

    menos, lo he pensado en serio? De ningn modo: todo ha sido un juego de miimaginacin, una fantasa que me divierte... Un juego, s; nada ms que un

    juego.

    El calor era sofocante. El aire irrespirable, la multitud, la visin de los andamios,de la cal, de los ladrillos esparcidos por todas partes, y ese hedor especial tan

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    conocido por los petersburgueses que no disponen de medios para alquilar una

    casa en el campo, todo esto aumentaba la tensin de los nervios, ya bastanteexcitados, del joven. El insoportable olor de las tabernas, abundant simas en aquelbarrio, y los borrachos que a cada paso se tropezaban a pesar de ser d a detrabajo, completaban el lastimoso y horrible cuadro. Una expresin de amargodisgusto pas por las finas facciones del joven. Era, dicho sea de paso,extraordinariamente bien parecido, de una talla que rebasaba la media, delgado y

    bien formado. Tena el cabello negro y unos magnficos ojos oscuros. Pronto cayen un profundo desvaro, o, mejor, en una especie de embotamiento, y prosiguisu camino sin ver o, ms exactamente, sin querer ver nada de lo que le rodeaba.

    De tarde en tarde musitaba unas palabras confusas, cediendo a aquella

    costumbre de monologar que haba reconocido haca unos instantes. Se dabacuenta de que las ideas se le embrollaban a veces en el cerebro, y de que estaba

    sumamente dbil.Iba tan miserablemente vestido, que nadie en su lugar, ni siquiera un viejo

    vagabundo, se habra atrevido a salir a la calle en pleno da con semejantesandrajos. Bien es verdad que este espectculo era corriente en el barrio en que

    nuestro joven habitaba.La vecindad del Mercado Central, la multitud de obreros y artesanos

    amontonados en aquellos callejones y callejuelas del centro de Petersburgo

    ponan en el cuadro tintes tan singulares, que ni la figura ms chocante podallamar a nadie la atencin.

    Por otra parte, se haba apoderado de aquel hombre un desprecio tan ferozhacia todo, que, a pesar de su altivez natural un tanto ingenua, exhiba susharapos sin rubor alguno. Otra cosa habra sido si se hubiese encontrado conalguna persona conocida o algn viejo camarada, cosa que procuraba evitar.

    Sin embargo, se detuvo en seco y se llev nerviosamente la mano al sombrerocuando un borracho al que transportaban, no se sabe adnde ni por qu, en unacarreta vaca que arrastraban al trote dos grandes caballos, le dijo a voz en grito:

    -Eh, t, sombrerero alemn!Era un sombrero de copa alta, circular, descolorido por el uso, agujereado,

    cubierto de manchas, de bordes desgastados y lleno de abolladuras. Sin embargo,

    no era la vergenza, sino otro sentimiento, muy parecido al terror, lo que se habaapoderado del joven.

    -Lo saba -murmur en su turbacin-, lo presenta. Nada hay peor que esto. Unanadera, una insignificancia, puede malograr todo el negocio. S, este sombrerollama la atencin; es tan ridculo, que atrae las miradas. El que va vestido conestos pingajos necesita una gorra, por vieja que sea; no esta cosa tan horrible.

    Nadie lleva un sombrero como ste. Se me distingue a una versta a la redonda. Terecordarn. Esto es lo importante: se acordarn de l, andando el tiempo, y seruna pista... Lo cierto es que hay que llamar la atencin lo menos posible. Lospequeos detalles... Ah est el quid. Eso es lo que acaba por perderle a uno...

    No tena que ir muy lejos; saba incluso el nmero exacto de pasos que tenaque dar desde la puerta de su casa; exactamente setecientos treinta. Los habacontado un da, cuando la concepcin de su proyecto estaba an reciente.Entonces ni l mismo crea en su realizacin. Su ilusoria audacia, a la vezsugestiva y monstruosa, slo serva para excitar sus nervios. Ahora, transcurrido

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    un mes, empezaba a mirar las cosas de otro modo y, a pesar de sus enervantes

    soliloquios sobre su debilidad, su impotencia y su irresolucin, se ibaacostumbrando poco a poco, como a pesar suyo, a llamar negocio a aquella

    fantasa espantosa, y, al considerarla as, la podra llevar a cabo, aunque siguieradudando de s mismo.

    Aquel da se haba propuesto hacer un ensayo y su agitacin creca a cada pasoque daba. Con el corazn desfallecido y sacudidos los miembros por un temblor

    nervioso, lleg, al fin, a un inmenso edificio, una de cuyas fachadas daba al canaly otra a la calle. El casern estaba dividido en infinidad de pequeosdepartamentos habitados por modestos artesanos de toda especie: sastres,

    cerrajeros... Haba all cocineras, alemanes, prostitutas, funcionarios de nfimacategora. El ir y venir de gente era continuo a travs de las puertas y de los dospatios del inmueble. Lo guardaban tres o cuatro porteros, pero nuestro joven tuvo

    la satisfaccin de no encontrarse con ninguno.Franque el umbral y se introdujo en la escalera de la derecha, estrecha y

    oscura como era propio de una escalera de servicio. Pero estos detalles eran

    familiares a nuestro hroe y, por otra parte, no le disgustaban: en aquella

    oscuridad no haba que temer a las miradas de los curiosos.Si tengo tanto miedo en este ensayo, qu sera si viniese a llevar a cabo deverdad el "negocio"?, pens involuntariamente al llegar al cuarto piso.

    All le cortaron el paso varios antiguos soldados que hacan el oficio de mozos yestaban sacando los muebles de un departamento ocupado -el joven lo saba- porun funcionario alemn casado.

    Ya que este alemn se muda -se dijo el joven-, en este rellano no habr durantealgn tiempo ms inquilino que la vieja. Esto est ms que bien.

    Llam a la puerta de la vieja. La campanilla reson tan dbilmente, que se diraque era de hojalata y no de cobre. As eran las campanillas de los pequeosdepartamentos en todos los grandes edificios semejantes a aqul. Pero el joven sehaba olvidado ya de este detalle, y el tintineo de la campanilla debi de despertarclaramente en l algn viejo recuerdo, pues se estremeci. La debilidad de susnervios era extrema.

    Transcurrido un instante, la puerta se entreabri. Por la estrecha abertura, lainquilina observ al intruso con evidente desconfianza. Slo se vean sus ojillosbrillando en la sombra. Al ver que haba gente en el rellano, se tranquiliz y abrila puerta. El joven franque el umbral y entr en un vestbulo oscuro, dividido endos por un tabique, tras el cual haba una minscula cocina. La vieja permanecainmvil ante l. Era una mujer menuda, reseca, de unos sesenta aos, con unanariz puntiaguda y unos ojos chispeantes de malicia. Llevaba la cabeza

    descubierta, y sus cabellos, de un rubio desvado y con slo algunas hebrasgrises, estaban embadurnados de aceite. Un viejo chal de franela rodeaba su

    cuello, largo y descarnado como una pata de pollo, y, a pesar del calor, llevaba

    sobre los hombros una pelliza, pelada y amarillenta. La tos la sacuda a cadamomento. La vieja gema. El joven debi de mirarla de un modo algo extrao,pues los menudos ojos recobraron su expresin de desconfianza.

    -Raskolnikof, estudiante. Vine a su casa hace un mes -barbot rpidamente,inclinndose a medias, pues se haba dicho que deba mostrarse muy amable.

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    -Lo recuerdo, muchacho, lo recuerdo perfectamente -articul la vieja, sin dejarde mirarlo con una expresin de recelo.

    -Bien; pues he venido para un negocillo como aqul -dijo Raskolnikof, un tantoturbado y sorprendido por aquella desconfianza.

    Tal vez esta mujer es siempre as y yo no lo advert la otra vez, pens,desagradablemente impresionado.

    La vieja no contest; pareca reflexionar. Despus indic al visitante la puerta de

    su habitacin, mientras se apartaba para dejarle pasar.-Entre, muchacho.

    La reducida habitacin donde fue introducido el joven tena las paredesrevestidas de papel amarillo. Cortinas de muselina pendan ante sus ventanas,adornadas con macetas de geranios. En aquel momento, el sol poniente iluminaba

    la habitacin.Entonces -se dijo de sbito Raskolnikof-, tambin, seguramente lucir un sol

    como ste.Y pase una rpida mirada por toda la habitacin para grabar hasta el menor

    detalle en su memoria. Pero la pieza no tena nada de particular. El mobiliario,

    decrpito, de madera clara, se compona de un sof enorme, de respaldo curvado,una mesa ovalada colocada ante el sof, un tocador con espejo, varias sillasadosadas a las paredes y dos o tres grabados sin ningn valor, que representabanseoritas alemanas, cada una con un pjaro en la mano. Esto era todo.

    En un rincn, ante una imagen, arda una lamparilla. Todo resplandeca delimpieza.

    Esto es obra de Lisbeth, pens el joven.Nadie habra podido descubrir ni la menor partcula de polvo en todo el

    departamento.

    Slo en las viviendas de estas perversas y viejas viudas puede verse unalimpieza semejante, se dijo Raskolnikof. Y dirigi, con curiosidad y al soslayo,una mirada a la cortina de indiana que ocultaba la puerta de la segunda

    habitacin, tambin sumamente reducida, donde estaban la cama y la cmoda dela vieja, y en la que l no haba puesto los pies jams. Ya no haba ms piezas enel departamento.

    -Qu desea usted? -preguntsperamente la vieja, que, apenas haba entradoen la habitacin, se haba plantado ante l para mirarle frente a frente.

    -Vengo a empear esto.Y sac del bolsillo un viejo reloj de plata, en cuyo dorso haba un grabado que

    representaba el globo terrestre y del que penda una cadena de acero.-Pero si todava no me ha devuelto la cantidad que le prest! El plazo termin

    hace tres das.-Le pagar los intereses de un mes ms. Tenga paciencia.-Soy yo quien ha de decidir tener paciencia o vender inmediatamente el objeto

    empeado, jovencito!-Me dar una buena cantidad por el reloj, Alena Ivanovna?-Pero si me trae usted una miseria! Este reloj no vale nada, mi buen amigo. La

    vez pasada le di dos hermosos billetes por un anillo que poda obtenerse nuevo enuna joyera por slo rublo y medio.

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    -Deme cuatro rublos y lo desempear. Es un recuerdo de mi padre. Recibirdinero de un momento a otro.

    -Rublo y medio, y le descontar los intereses.-Rublo y medi! -exclam el joven.-Si no le parece bien, se lo lleva.

    Y la vieja le devolvi el reloj. l lo cogi y se dispuso a salir, indignado; pero, depronto, cay en la cuenta de que la vieja usurera era su ltimo recurso y de que

    haba ido all para otra cosa.-Venga el dinero- dijo secamente.

    La vieja sac unas llaves del bolsillo y pas a la habitacin inmediata.Al quedar a solas, el joven empez a reflexionar, mientras aguzaba el odo.

    Haca deducciones. Oy abrir la cmoda.Sin duda, el cajn de arriba -dedujo-. Lleva las llaves en el bolsillo derecho. Un

    manojo de llaves en un anillo de acero. Hay una mayor que las otras y que tiene el

    paletn dentado. Seguramente no es de la cmoda. Por lo tanto, hay una caja, talvez una caja de caudales. Las llaves de las cajas de caudales suelen tener esa

    forma... Ah, qu innoble es todo esto!

    La vieja reapareci.-Aqu tiene, amigo mo. A diez kopeks por rublo y por mes, los intereses delrublo y medio son quince kopeks, que cobro por adelantado. Adems, por los dosrublos del prstamo anterior he de descontar veinte kopeks para el mes queempieza, lo que hace un total de treinta y cinco kopeks. Por lo tanto, usted ha de

    recibir por su reloj un rublo y quince kopeks. Aqu los tiene.-As, todo ha quedado reducido a un rublo y quince kopeks?-Exactamente.

    El joven cogi el dinero. No quera discutir. Miraba a la vieja y no mostrabaninguna prisa por marcharse. Pareca deseoso de hacer o decir algo, aunque ni lmismo saba exactamente qu.

    -Es posible, Alena Ivanovna, que le traiga muy pronto otro objeto de plata... Una

    bonita pitillera que le prest a un amigo. En cuanto me la devuelva...Se detuvo, turbado.

    -Ya hablaremos cuando la traiga, amigo mo.-Entonces, adis... Est usted siempre sola aqu? No est nunca su hermana

    con usted? -pregunt en el tono ms indiferente que le fue posible, mientraspasaba al vestbulo.

    -A usted qu le importa?-No lo he dicho con ninguna intencin... Usted en seguida... Adis, Alena

    Ivanovna.

    Raskolnikof sali al rellano, presa de una turbacin creciente. Al bajar la escalerase detuvo varias veces, dominado por repentinas emociones. Al fin, ya en la calle,

    exclam:-Qu repugnante es todo esto, Dios mo! Cmo es posible que yo...? No, todo

    ha sido una necedad, un absurdo -afirm resueltamente-. Cmo ha podido llegara mi espritu una cosa tan atroz? No me crea tan miserable. Todo esto esrepugnante, innoble, horrible. Y yo he sido capaz de estar todo un mes pen...!

    Pero ni palabras ni exclamaciones bastaban para expresar su turbacin. Lasensacin de profundo disgusto que le oprima y le ahogaba cuando se diriga a

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    casa de la vieja era ahora sencillamente insoportable. No saba cmo librarse dela angustia que le torturaba. Iba por la acera como embriagado: no vea a nadie ytropezaba con todos. No se recobr hasta que estuvo en otra calle. Al levantar lamirada vio que estaba a la puerta de una taberna. De la acera part a una escaleraque se hunda en el subsuelo y conduca al establecimiento. De l salan en aquelmomento dos borrachos. Suban la escalera apoyados el uno en el otro einjurindose. Raskolnikof baj la escalera sin vacilar. No haba entrado nunca en

    una taberna, pero entonces la cabeza le daba vueltas y la sed le abrasaba. Ledominaba el deseo de beber cerveza fresca, en parte para llenar su vacoestmago, ya que atribua al hambre su estado. Se sent en un rincn oscuro ysucio, ante una pringosa mesa, pidi cerveza y se bebi un vaso con avidez.

    Al punto experiment una impresin de profundo alivio. Sus ideas parecieronaclararse.

    Todo esto son necedades -se dijo, reconfortado-. No haba motivo para perderla cabeza. Un trastorno fsico, sencillamente. Un vaso de cerveza, un trozo degalleta, y ya est firme el espritu, y el pensamiento se aclara, y la voluntadrenace. Cunta nimiedad!

    Sin embargo, a despecho de esta amarga conclusin, estaba contento como elhombre que se ha librado de pronto de una carga espantosa, y recorri con unamirada amistosa a las personas que le rodeaban. Pero en lo ms hondo de su serpresenta que su animacin, aquel resurgir de su esperanza, era algo enfermizo yficticio. La taberna estaba casi vaca. Detrs de los dos borrachos con que sehaba cruzado Raskolnikof haba salido un grupo de cinco personas, entre ellasuna muchacha. Llevaban una armnica. Despus de su marcha, el local qued encalma y pareci ms amplio.

    En la taberna slo haba tres hombres ms. Uno de ellos era un individuo algoembriagado, un pequeo burgus a juzgar por su apariencia, que estabatranquilamente sentado ante una botella de cerveza. Tena un amigo al lado, unhombre alto y grueso, de barba gris, que dormitaba en el banco, completamente

    ebrio. De vez en cuando se agitaba en pleno sueo, abra los brazos, empezaba acastaetear los dedos, mientras mova el busto sin levantarse de su asiento, ycomenzaba a canturrear una burda tonadilla, haciendo esfuerzos para recordar las

    palabras.

    Durante un ao entero acarici a mi mujer...Duran...te un ao entero a...ca...rici a mi mu...jer.

    O:

    En la Podiatcheskaia

    me he vuelto a encontrar con mi antigua...

    Pero nadie daba muestras de compartir su buen humor. Su taciturno compaeroobservaba estas explosiones de alegra con gesto desconfiado y casi hostil.

    El tercer cliente tena la apariencia de un funcionario retirado. Estaba sentadoaparte, ante un vaso que se llevaba de vez en cuando a la boca, mientras lanzaba

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    una mirada en torno de l. Tambin este hombre pareca presa de cierta agitacininterna.

    II

    Raskolnikof no estaba acostumbrado al trato con la gente y, como ya hemos

    dicho ltimamente incluso hua de sus semejantes. Pero ahora se sinti de prontoatrado hacia ellos. En su nimo acababa de producirse una especie derevolucin. Experimentaba la necesidad de ver seres humanos. Estaba tanhastiado de las angustias y la sombra exaltacin de aquel largo mes que acababade vivir en la ms completa soledad, que senta la necesidad de tonificarse en otromundo, cualquiera que fuese y aunque slo fuera por unos instantes. Por esoestaba a gusto en aquella taberna, a pesar de la suciedad que en ella reinaba. El

    tabernero estaba en otra dependencia, pero haca frecuentes apariciones en lasala. Cuando bajaba los escalones, eran sus botas, sus elegantes botas bien

    lustradas y con anchas vueltas rojas, lo que primero se vea. Llevaba una blusa y

    un chaleco de satn negro lleno de mugre, e iba sin corbata. Su rostro pareca tancubierto de aceite como un candado. Un muchacho de catorce aos estabasentado detrs del mostrador; otro ms joven an serva a los clientes. Trozos decohombro, panecillos negros y rodajas de pescado se exhiban en una vitrina quedespeda un olor infecto. El calor era insoportable. La atmsfera estaba tancargada de vapores de alcohol, que daba la impresin de poder embriagar a unhombre en cinco minutos.

    A veces nos ocurre que personas a las que no conocemos nos inspiran un

    inters sbito cuando las vemos por primera vez, incluso antes de cruzar unapalabra con ellas. Esta impresin produjo en Raskolnikof el cliente que

    permaneca aparte y que tena aspecto de funcionario retirado. Algn tiempodespus, cada vez que se acordaba de esta primera impresin, Raskolnikof laatribua a una especie de presentimiento. l no quitaba ojo al supuestofuncionario, y ste no slo no cesaba de mirarle, sino que pareca ansioso deentablar conversacin con l. A las dems personas que estaban en la taberna,sin excluir al tabernero, las miraba con un gesto de desagrado, con una especie

    de altivo desdn, como a personas que considerase de una esfera y de unaeducacin demasiado inferiores para que mereciesen que l les dirigiera lapalabra.

    Era un hombre que haba rebasado los cincuenta, robusto y de talla media. Susescasos y grises cabellos coronaban un rostro de un amarillo verdoso, hinchado

    por el alcohol. Entre sus abultados prpados fulguraban dos ojillos encarnizadospero llenos de vivacidad. Lo que ms asombraba de aquella fisonoma era lavehemencia que expresaba -y acaso tambin cierta finura y un resplandor deinteligencia-, pero por su mirada pasaban relmpagos de locura. Llevaba un viejoy desgarrado frac, del que slo quedaba un botn, que mantena abrochado, sinduda con el deseo de guardar las formas. Un chaleco de nanqun dejaba ver unplastrn ajado y lleno de manchas. No llevaba barba, esa barba caracterstica delfuncionario, pero no se haba afeitado haca tiempo, y una capa de pelo recio yazulado invada su mentn y sus carrillos. Sus ademanes tenan una gravedad

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    burocrtica, pero pareca profundamente agitado. Con los codos apoyados en lagrasienta mesa, introduca los dedos en su cabello, lo despeinaba y se oprima lacabeza con ambas manos, dando visibles muestras de angustia. Al fin mir aRaskolnikof directamente y dijo, en voz alta y firme:

    -Seor: puedo permitirme dirigirme a usted para conversar en buena forma? Apesar de la sencillez de su aspecto, mi experiencia me induce a ver en usted un

    hombre culto y no uno de esos individuos que van de taberna en taberna. Yo he

    respetado siempre la cultura unida a las cualidades del corazn. Soy consejerotitular: Marmeladof, consejero titular. Puedo preguntarle si tambin ustedpertenece a la administracin del Estado?

    -No: estoy estudiando -repuso el joven, un tanto sorprendido por aquel lenguaje

    ampuloso y tambin al verse abordado tan directamente, tan a quemarropa, por undesconocido. A pesar de sus recientes deseos de compaa humana, fuera cualfuere, a la primera palabra que Marmeladof le haba dirigido haba experimentadosu habitual y desagradable sentimiento de irritacin y repugnancia hacia todapersona extraa que intentaba ponerse en relacin con l.

    -Es decir, que es usted estudiante, o tal vez lo ha sido - e xclam vivamente el

    funcionario-. Exactamente lo que me haba figurado. He aqu el resultado de miexperiencia, seor, de mi larga experiencia.Se llev la mano a la frente con un gesto de alabanza para sus prendas

    intelectuales.

    -Usted es hombre de estudios... Pero permtame...Se levant, vacil, cogi su vaso y fue a sentarse al lado del joven. Aunque

    embriagado, hablaba con soltura y vivacidad. Slo de vez en cuando se le trababala lengua y deca cosas incoherentes. Al verle arrojarse tan vidamente sobreRaskolnikof, cualquiera habra dicho que tambin l llevaba un mes sin desplegarlos labios.

    -Seor -sigui diciendo en tono solemne-, la pobreza no es un vicio: esto es unaverdad incuestionable. Pero tambin es cierto que la embriaguez no es una virtud,cosa que lamento. Ahora bien, seor; la miseria s que es un vicio. En la pobreza,uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie

    puede conservar nada noble. Con el indigente no se emplea el bastn, sino laescoba, pues as se le humilla ms, para arrojarlo de la sociedad humana. Y estoes justo, porque el indigente se ultraja a s mismo. He aqu el origen de laembriaguez, seor. El mes pasado, el seor Lebeziatnikof golpe a mi mujer, y mimujer, seor, no es como yo en modo alguno. Comprende? Permtame hacerleuna pregunta. Simple curiosidad. Ha pasado usted alguna noche en el Neva, en

    una barca de heno?

    -No, nunca me he visto en un trance as -repuso Raskolnikof.-Pues bien, yo s que me he visto. Ya llevo cinco noches durmiendo en el Neva.Llen su vaso, lo vaci y qued en una actitud soadora. En efecto, briznas de

    heno se vean aqu y all, sobre sus ropas y hasta en sus cabellos. A juzgar porlas apariencias, no se haba desnudado ni lavado desde haca cinco das. Susmanos, gruesas, rojas, de uas negras, estaban cargadas de suciedad. Todos lospresentes le escuchaban, aunque con bastante indiferencia. Los chicos se reandetrs del mostrador. El tabernero haba bajado expresamente para or a aqueltipo. Se sent un poco aparte, bostezando con indolencia, pero con aire de

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    persona importante. Al parecer, Marmeladof era muy conocido en la casa. Ello se

    deba, sin duda, a su costumbre de trabar conversacin con cualquier desconocidoque encontraba en la taberna, hbito que se convierte en verdadera necesidad,especialmente en los alcohlicos que se ven juzgados severamente, e inclusomaltratados, en su propia casa. As, tratan de justificarse ante sus compaeros deorga y, de paso, atraerse su consideracin.

    -Pero di, so fantoche -exclam el patrn, con voz potente-. Por qu no trabajas?

    Si eres funcionario, por qu no ests en una oficina del Estado?-Que por qu no estoy en una oficina, seor?-dijo Marmeladof, dirigindose a

    Raskolnikof, como si la pregunta la hubiera hecho ste- Dice usted que por quno trabajo en una oficina? Cree usted que esta impotencia no es un sufrimiento

    para m? Cree usted que no sufr cuando el seor Lebeziatnikof golpe a mimujer el mes pasado, en un momento en que yo estaba borracho perdido?

    Dgame, joven: no se ha visto usted en el caso... en el caso de tener que pedir unprstamo sin esperanza?

    -S... Pero qu quiere usted decir con eso de sin esperanza?-Pues, al decir sin esperanza, quiero decir sabiendo que va uno a un

    fracaso. Por ejemplo, usted est convencido por anticipado de que cierto seor,un ciudadano ntegro y til a su pas, no le prestar dinero nunca y por nada delmundo... Por qu se lo ha de prestar, dgame? El sabe perfectamente que yo nose lo devolvera jams. Por compasin? El seor Lebeziatnikof, que est siempreal corriente de las ideas nuevas, deca el otro da que la compasin est vedada alos hombres incluso para la ciencia, y que as ocurre en Inglaterra, donde imperala economa poltica. Cmo es posible, dgame, que este hombre me prestedinero? Pues bien, aun sabiendo que no se le puede sacar nada, uno se pone en

    camino y...

    -Pero por qu se pone en camino? -le interrumpi Raskolnikof.-Porque uno no tiene adnde ir, ni a nadie a quien dirigirse. Todos los hombres

    necesitan saber adnde ir, no? Pues siempre llega un momento en que unosiente la necesidad de ir a alguna parte, a cualquier parte. Por eso, cuando mi hija

    nica fue por primera vez a la polica para inscribirse, yo la acompa... (porquemi hija est registrada como...) -aadi entre parntesis, mirando al joven conexpresin un tanto inquieta-. Eso no me importa, seor -se apresur a decircuando los dos muchachos se echaron a rer detrs del mostrador, e incluso eltabernero no pudo menos de sonrer-. Eso no me importa. Los gestos dedesaprobacin no pueden turbarme, pues esto lo sabe todo el mundo, y no haymisterio que no acabe por descubrirse. Y yo miro estas cosas no con desprecio,

    sino con resignacin... Sea, sea, pues! Ecce Homo. igame, joven: podrausted...? No, hay que buscar otra expresin ms fuerte, ms significativa. Seatrevera usted a afirmar, mirndome a los ojos, que no soy un puerco?

    El joven no contest.-Bien -dijo el orador, y esper con un aire sosegado y digno el fin de las risas

    que acababan de estallar nuevamente-. Bien, yo soy un puerco y ella una dama.

    Yo parezco una bestia, y Catalina Ivanovna, mi esposa, es una persona bien

    educada, hija de un oficial superior. Demos por sentado que yo soy un granuja y

    que ella posee un gran corazn, sentimientos elevados y una educacin perfecta.Sin embargo... Ah, si ella se hubiera compadecido de m! Y es que los hombres

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    tenemos necesidad de ser compadecidos por alguien. Pues bien, Catalina

    Ivanovna, a pesar de su grandeza de alma, es injusta..., aunque yo comprendo

    perfectamente que cuando me tira del pelo lo hace por mi bien. Te repito sin

    vergenza, joven; ella me tira del pelo -insisti en un tono ms digno an, al ornuevas risas-. Ah, Dios mo! Si ella, solamente una vez... Pero, bah!, vanaspalabras... No hablemos ms de esto... Pues es lo cierto que mi deseo se ha vistosatisfecho ms de una vez; s, ms de una vez me han compadecido. Pero mi

    carcter... Soy un bruto rematado.-De acuerdo -observ el tabernero, bostezando.Marmeladof dio un fuerte puetazo en la mesa.-S, un bruto... Sepa usted, seor, que me he bebido hasta sus medias. No los

    zapatos, entindame, pues, en medio de todo, esto sera una cosa en cierto modonatural; no los zapatos, sino las medias. Y tambin me he bebido su esclavina depiel de cabra, que era de su propiedad, pues se la haban regalado antes denuestro casamiento. Entonces vivamos en un helado cuchitril. Es invierno; ella seenfra; empieza a toser y a escupir sangre. Tenemos tres nios pequeos, yCatalina Ivanovna trabaja de sol a sol. Friega, lava la ropa, lava a los nios. Est

    acostumbrada a la limpieza desde su ms tierna infancia... Todo esto con unpecho delicado, con una predisposicin a la tisis. Yo lo siento de veras. Creenque no lo siento? Cuanto ms bebo, ms sufro. Por eso, para sentir ms, parasufrir ms, me entrego a la bebida. Yo bebo para sufrir ms profundamente.

    Inclin la cabeza con un gesto de desesperacin.-Joven -continu mientras volva a erguirse-, creo leer en su semblante la

    expresin de un dolor. Apenas le he visto entrar, he tenido esta impresin. Por esole he dirigido la palabra. Si le cuento la historia de mi vida no es para divertir a

    estos ociosos, que, adems, ya la conocen, sino porque deseo que me escucheun hombre instruido. Sepa usted, pues, que mi esposa se educ en unpensionado aristocrtico provincial, y que el da en que sali bail la danza delchal ante el gobernador de la provincia y otras altas personalidades. Fue premiada

    con una medalla de oro y un diploma. La medalla... se vendi hace tiempo. Encuanto al diploma, mi esposa lo tiene guardado en su bal. ltimamente se loenseaba a nuestra patrona. Aunque estaba a matar con esta mujer, lo hacaporque experimentaba la necesidad de vanagloriarse ante alguien de sus xitospasados y de evocar sus tiempos felices. Yo no se lo censuro, pues lo nico quetiene son estos recuerdos: todo lo dems se ha desvanecido... S, es una damaenrgica, orgullosa, intratable. Se friega ella misma el suelo y come pan negro,pero no tolerara de nadie la menor falta de respeto. Aqu tiene usted explicado porqu no consinti las groseras de Lebeziatnikof; y cuando ste, para vengarse, lepeg ella tuvo que guardar cama, no a causa de los golpes recibidos, sino porrazones de orden sentimental. Cuando me cas con ella, era viuda y tena treshijos de corta edad. Su primer matrimonio haba sido de amor. El marido era unoficial de infantera con el que huy de la casa paterna. Catalina adoraba a sumarido, pero l se entreg al juego, tuvo asuntos con la justicia y muri. En losltimos tiempos, l le pegaba. Ella no se lo perdon, lo s positivamente; sinembargo, incluso ahora llora cuando lo recuerda, y establece entre l y yocomparaciones nada halagadoras para mi amor propio; pero yo la dejo, porque asella se imagina, al menos, que ha sido algn da feliz. Despus de la muerte de su

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    marido, qued sola con sus tres hijitos en una regin lejana y salvaje, donde yome encontraba entonces. Viva en una miseria tan espantosa, que yo, que he vistolos cuadros ms tristes, no me siento capaz de describirla. Todos sus parientes lahaban abandonado. Era orgullosa, demasiado orgullosa. Fue entonces, seor,entonces, como ya le he dicho, cuando yo, viudo tambin y con una hija decatorce aos, le ofrec mi mano, pues no poda verla sufrir de aquel modo. Elhecho de que siendo una mujer instruida y de una familia excelente aceptara

    casarse conmigo, le permitir comprender a qu extremo llegaba su miseria.Acept llorando, sollozando, retorcindose las manos; pero acept. Y es que notena adnde ir. Se da usted cuenta, seor, se da usted cuenta exacta de lo quesignifica no tener dnde ir? No, usted no lo puede comprender todava... Duranteun ao entero cumpl con mi deber honestamente, santamente, sin probar eso -ysealaba con el dedo la media botella que tena delante-, pues yo soy un hombrede sentimientos. Pero no consegu atrarmela. Entre tanto, qued cesante, no porculpa ma, sino a causa de ciertos cambios burocrticos. Entonces me entregu ala bebida... Ya hace ao y medio que, tras mil sinsabores y peregrinacionescontinuas, nos instalamos en esta capital magnfica, embellecida por incontables

    monumentos. Aqu encontr un empleo, pero pronto lo perd. Comprende, seor?Esta vez fui yo el culpable: ya me dominaba el vicio de la bebida. Ahora vivimos enun rincn que nos tiene alquilado Amalia Ivanovna Lipevechsel. Pero cmovivimos, cmo pagamos el alquiler? Eso lo ignoro. En la casa hay otros muchosinquilinos: aquello es un verdadero infierno. Entre tanto, la hija que tuve de mi

    primera mujer ha crecido. En cuanto a lo que su madrastra la ha hecho sufrir,

    prefiero pasarlo por alto. Pues Catalina Ivanovna, a pesar de sus sentimientos

    magnnimos, es una mujer irascible e incapaz de contener sus impulsos... S, ases. Pero a qu mencionar estas cosas? Ya comprender usted que Sonia no harecibido una educacin esmerada. Hace muchos aos intent ensearle geografae historia universal, pero como yo no estaba muy fuerte en estas materias y,

    adems, no tenamos buenos libros, pues los libros que hubiramos podidotener..., pues..., bueno, ya no los tenamos!, se acabaron las lecciones. Nosquedamos en Ciro, rey de los persas. Despus ley algunas novelas, yltimamente Lebeziatnikof le prest La Fisiologa, de Lewis. Conoce usted estaobra, verdad? A ella le pareci muy interesante, e incluso nos ley algunospasajes en voz alta. A esto se reduce su cultura intelectual. Ahora, seor, me dirijoa usted, por mi propia iniciativa, para hacerle una pregunta de orden privado. Una

    muchacha pobre pero honesta, puede ganarse bien la vida con un trabajo

    honesto? No ganar ni quince kopeks al da, seor mo, y eso trabajando hasta laextenuacin, si es honesta y no posee ningn talento. Hay ms: el consejero deEstado Klopstock Ivn Ivanovitch..., ha odo usted hablar de l...?, no solamenteno ha pagado a Sonia media docena de camisas de Holanda que le encarg, sinoque la despidi ferozmente con el pretexto de que le haba tomado mal lasmedidas y el cuello le quedaba torcido.

    Y los nios, hambrientos...Catalina Ivanovna va y viene por la habitacin, retorcindose las manos, las

    mejillas teidas de manchas rojas, como es propio de la enfermedad que padece.Exclama:

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    -En esta casa comes, bebes, ests bien abrigado, y lo nico que haces esholgazanear.

    Y yo le pregunto: qu poda beber ni comer, cuando incluso los nios llevabanms de tres das sin probar bocado? En aquel momento, yo estaba acostado y, nome importa decirlo, borracho. Pude or una de las respuestas que mi hija (tmida,voz dulce, rubia, delgada, plida carita) daba a su madrastra.

    -Yo no puedo hacer eso, Catalina Ivanovna.

    Ha de saber que Dara Frantzevna, una mala mujer a la que la polica conoceperfectamente, haba venido tres veces a hacerle proposiciones por medio de laduea de la casa.

    - Yo no puedo hacer eso -repiti, remedndola, Catalina Ivanovna-. Vaya untesoro para que lo guardes con tanto cuidado!

    Pero no la acuse, seor. No se daba cuenta del alcance de sus palabras.Estaba trastornada, enferma. Oa los gritos de los nios hambrientos y, adems,su deseo era mortificar a Sonia, no inducirla... Catalina Ivanovna es as. Cuandooye llorar a los nios, aunque sea de hambre, se irrita y les pega.

    Eran cerca de las cinco cuando, de pronto, vi que Sonetchka se levantaba, se

    pona un pauelo en la cabeza, coga un chal y sala de la habitacin. Eran msde las ocho cuando regres. Entr, se fue derecha a Catalina Ivanovna y, sindesplegar los labios, deposit ante ella, en la mesa, treinta rublos. No pronunci niuna palabra, sabe usted?, no mir a nadie; se limit a coger nuestro gran chal depao verde (tenemos un gran chal de pao verde que es propiedad comn), acubrirse con l la cabeza y el rostro y a echarse en la cama, de cara a la pared.Leves estremecimientos recorran sus frgiles hombros y todo su cuerpo... Y yosegua acostado, ebrio todava. De pronto, joven, de pronto vi que CatalinaIvanovna, tambin en silencio, se acercaba a la cama de Sonetchka. Le bes lospies, los abraz y as pas toda la noche, sin querer levantarse. Al fin sedurmieron, las dos, las dos se durmieron juntas, enlazadas... Ah tiene usted... Yyo... yo estaba borracho.

    Marmeladof se detuvo como si se hubiese quedado sin voz. Tras una pausa,

    llen el vaso sbitamente, lo vaci y continu su relato.-Desde entonces, seor, a causa del desgraciado hecho que le acabo de referir,

    y por efecto de una denuncia procedente de personas malvadas (Dara Frantzevnaha tomado parte activa en ello, pues dice que la hemos engaado), desdeentonces, mi hija Sonia Simonovna figura en el registro de la polica y se ha vistoobligada a dejarnos. La duea de la casa, Amalia Feodorovna, no hubiera toleradosu presencia, puesto que ayudaba a Dara Frantzevna en sus manejos. Y en loque concierne al seor Lebeziatnikof..., pues... slo le dir que su incidente conCatalina Ivanovna se produjo a causa de Sonia. Al principio no cesaba deperseguir a Sonetchka. DespUs, de repente, sali a relucir su amor propio herido.Un hombre de mi condicin no puede vivir en la misma casa que una mujer deesa especie. Catalina Ivanovna sali entonces en defensa de Sonia, y la cosaacab como usted sabe. Ahora Sonia suele venir a vernos al atardecer y traealgn dinero a Catalina Ivanovna. Tiene alquilada una habitacin en casa delsastre Kapernaumof. Este hombre es cojo y tartamudo, y toda su numerosa familia

    tartamudea... Su mujer es tan tartamuda como l. Toda la familia vive amontonadaen una habitacin, y la de Sonia est separada de sta por un tabique... Gente

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    miserable y tartamuda...! Una maana me levanto, me pongo mis harapos, levantolos brazos al cielo y voy a visitar a su excelencia Ivn Afanassievitch. Conoceusted a su excelencia Ivn Afanassievitch? No? Entonces no conoce usted alsanto ms santo. Es un cirio, un cirio que se funde ante la imagen del Seor... Susojos estaban llenos de lgrimas despus de escuchar mi relato desde el principiohasta el fin.

    -Bien, Marmeladof -me dijo-. Has defraudado una vez las esperanzas que

    haba depositado en ti. Voy a tomarte de nuevo bajo mi proteccin.stas fueron sus palabras.-Procura no olvidarlo -aadi-. Puedes retirarte.Yo bes el polvo de sus botas..., pero slo mentalmente, pues l, alto

    funcionario y hombre imbuido de ideas modernas y esclarecidas, no me habrapermitido que se las besara de verdad. Volv a casa, y no puedo describirle elefecto que produjo mi noticia de que iba a volver al servicio activo y a cobrar un

    sueldo.

    Marmeladof hizo una nueva pausa, profundamente conmovido. En ese momento

    invadi la taberna un grupo de bebedores en los que ya haba hecho efecto la

    bebida. En la puerta del establecimiento resonaron las notas de un organillo, y unavoz de nio, frgil y trmula, enton la Petite Ferme. La sala se llen de ruidos. Eltabernero y los dos muchachos acudieron presurosos a servir a los recinllegados. Marmeladof continu su relato sin prestarles atencin. Pareca muydbil, pero, a medida que creca su embriaguez, se iba mostrando ms expansivo.El recuerdo de su ltimo xito, el nuevo empleo que haba conseguido, le habareanimado y daba a su semblante una especie de resplandor. Raskolnikof le

    escuchaba atentamente.

    -De esto hace cinco semanas. Pues s, cuando Catalina Ivanovna y Sonetchkase enteraron de lo de mi empleo, me sent como transportado al paraso. Antes,cuando tena que permanecer acostado, se me miraba como a una bestia y no oams que injurias; ahora andaban de puntillas y hacan callar a los nios.Silencio! Simn Zaharevitch ha trabajado mucho y est cansado. Hay quedejarlo descansar. Me daban caf antes de salir para el despacho, e incluso nata.Compraban nata de verdad, sabe usted? lo que no comprendo es de dndepudieron sacar los once rublos y medio que se gastaron en aprovisionar mi

    guardarropa. Botas, soberbios puos, todo un uniforme en perfecto estado, poronce rublos y cincuenta kopeks. En mi primera jornada de trabajo, al volver a casa

    al medioda, qu es lo que vieron mis ojos? Catalina Ivanovna haba preparadodos platos: sopa y lechn en salsa, manjar del que ni siquiera tenamos idea.Vestidos no tiene, ni siquiera uno. Sin embargo, se haba compuesto como para irde visita. Aun no teniendo ropa, se haba arreglado. Ellas saben arreglarse connada. Un peinado gracioso, un cuello blanco y muy limpio, unos puos, y parecaotra; estaba ms joven y ms bonita. Sonetchka, mi paloma, slo pensaba enayudarnos con su dinero, pero nos dijo: Me parece que ahora no es conveniente

    qu os venga a ver con frecuencia. Vendr alguna vez de noche, cuando nadiepueda verme. Comprende, comprende usted? Despus de comer me fui aacostar, y entonces Catalina Ivanovna no pudo contenerse. Haca apenas unasemana haba tenido una violenta disputa con Amalia Ivanovna, la duea de la

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    casa; sin embargo, la invit a tomar caf. Estuvieron dos horas charlando en vozbaja.

    -Simn Zaharevitch -dijo Catalina Ivanovna- tiene ahora un empleo y recibe unsueldo. Se ha presentado a su excelencia, y su excelencia ha salido de su

    despacho, ha tendido la mano a Simn Zaharevitch, ha dicho a todos los demsque esperasen y lo ha hecho pasar delante de todos. Comprende, comprende

    usted? "Naturalmente -le ha dicho su excelencia-, me acuerdo de sus servicios,

    Simn Zaharevitch, y, aunque usted no se port como es debido, su promesa deno reincidir y, por otra parte, el hecho de que aqu ha ido todo mal durante suausencia (se da usted cuenta de lo que esto significa?), me induce a creer en su

    palabra."

    Huelga decir -continu Marmeladof- que todo esto lo invent mi mujer, pero nopor ligereza, ni para darse importancia. Es que ella misma lo crea y se consolabacon sus propias invenciones, palabra de honor. Yo no se lo reprocho, no se lo

    puedo reprochar. Y cuando, hace seis das, le entreguntegro mi primer sueldo,veintitrs rublos y cuarenta kopeks, me llam cariito. "Cariito mo!", me dijo, ytuvimos un ntimo coloquio, comprende? Y dgame, se lo ruego: qu encanto

    puedo tener yo y qu papel puedo hacer como esposo? Sin embargo, ella mepellizc la cara y me llam cariito.Marmeladof se detuvo. Intent sonrer, pero su barbilla empez a temblar. Sin

    embargo, logr contenerse. Aquella taberna, aquel rostro de hombre acabado, lascinco noches pasadas en las barcas de heno, aquella botella y, unido a esto, la

    ternura enfermiza de aquel hombre por su esposa y su familia, tenan perplejo a suinterlocutor. Raskolnikof estaba pendiente de sus labios, pero experimentaba una

    sensacin penosa y se arrepenta de haber entrado en aquel lugar.-Ah, seor, mi querido seor! -exclam Marmeladof, algo repuesto-. Tal vez a

    usted le parezca todo esto tan cmico como a todos los dems; tal vez le estfastidiando con todos estos pequeos detalles, miserables y estpidos, de mi vidadomstica. Pero le aseguro que yo no tengo ganas de rer, pues siento todo esto.Todo aquel da inolvidable y toda aquella noche estuve urdiendo en mi mente lossueos ms fantsticos: soaba en cmo reorganizara nuestra vida, en losvestidos que pondran a los nios, en la tranquilidad que iba a tener mi esposa, enque arrancara a mi hija de la vida de oprobio que llevaba y la restituira al seno dela familia... Y todava so muchas cosas ms... Pero he aqu, caballero -yMarmeladof se estremeci de sbito, levant la cabeza y mir fijamente a suinterlocutor-, he aqu que al mismo da siguiente a aquel en que acarici todosestos sueos (de esto hace exactamente cinco das), por la noche, invent unamentira y, como un ladrn nocturno, rob la llave del bal de Catalina Ivanovna yme apoder del resto del dinero que le haba entregado. Cunto haba? No lorecuerdo. Pero... miradme todos! Hace cinco das que no he puesto los pies en micasa, y los mos me buscan, y he perdido mi empleo. El uniforme lo cambi poreste traje en una taberna del puente de Egipto. Todo ha terminado.

    Se dio un puetazo en la cabeza, apret los dientes, cerr los ojos y se acod enla mesa pesadamente. Poco despus, su semblante se transform y, mirando aRaskolnikof con una especie de malicia intencionada, de cinismo fingido, se echa rer y exclam:

    -Hoy he estado en casa de Sonia. He ido a pedirle dinero para beber.Ja, ja, ja!

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    -Y ella te lo ha dado? -pregunt uno de los que haban entrado ltimamente,echndose tambin a rer.

    -Esta media botella que ve usted aqu est pagada con su dinero -continuMarmeladof, dirigindose exclusivamente a Raskolnikof-. Me ha dado treintakopeks, los ltimos, todo lo que tena: lo he visto con mis propios ojos. Ella no meha dicho nada; se ha limitado a mirarme en silencio... Ha sido una mirada que no

    perteneca a la tierra, sino al cielo. Slo all arriba se puede sufrir as por los

    hombres y llorar por ellos sin condenarlos. S, sin condenarlos... Pero es todavams amargo que no se nos condene. Treinta kopeks... Acaso ella no losnecesita? No le parece a usted, mi querido seor, que ella ha de conservar unalimpieza atrayente? Esta limpieza cuesta dinero; es una limpieza especial. No le

    parece? Hacen falta cremas, enaguas almidonadas, elegantes zapatos que

    embellezcan el pie en el momento de saltar sobre un charco. Comprende,

    comprende usted la importancia de esta limpieza? Pues bien; he aqu que yo, supropio padre, le he arrancado los treinta kopeks que tena. Y me los bebo, ya melos he bebido. Dgame usted: quin puede apiadarse de un hombre como yo?Dgame, seor: tiene usted piedad de m o no la tiene? Con franqueza, seor:

    me compadece o no me compadece? Ja, ja, ja!Intent llenarse el vaso, pero la botella estaba vaca.-Pero por qu te han de compadecer? -pregunt el tabernero, acercndose a

    Marmeladof.

    La sala se llen de risas mezcladas con insultos. Los primeros en rer e insultarfueron los que escuchaban al funcionario. Los otros, los que no haban prestadoatencin, les hicieron coro, pues les bastaba ver la cara del charlatn.

    -Compadecerme? Por qu me han de compadecer? -bram de prontoMarmeladof, levantndose, abriendo los brazos con un gesto de exaltacin, comosi slo esperase este momento-. Por qu me han de compadecer?, mepreguntas. Tienes razn: no merezco que nadie me compadezca; lo que merezcoes que me crucifiquen. S, la cruz, no la compasin...! Crucifcame, juez! Hazloy, al crucificarme, ten piedad del crucificado! Yo mismo me encaminar al suplicio,pues tengo sed de dolor y de lgrimas, no de alegra. Crees acaso, comerciante,que la media botella me ha proporcionado algn placer? Slo dolor, dolor ylgrimas he buscado en el fondo de este frasco... S, dolor y lgrimas... Y los heencontrado, y los he saboreado. Pero nosotros no podemos recibir la piedad sino

    de Aquel que ha sido piadoso con todos los hombres; de Aquel que todo lo

    comprende, del nico, de nuestro nico Juez. l vendr el da del Juicio ypreguntar: Dnde est esa joven que se ha sacrificado por una madrastratsica y cruel y por unos nios que no son sus hermanos? Dnde est esa jovenque ha tenido piedad de su padre y no ha vuelto la cara con horror ante esebebedor despreciable? Y dir a Sonia: Ven. Yo te perdon..., te perdon..., yahora te redimo de todos tus pecados, porque t has amado mucho. S, lperdonar a mi Sonia, El la perdonar, yo s que l la perdonar. Lo he sentidoen mi corazn hace unas horas, cuando estaba en su casa... Todos seremos

    juzgados por l, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos tambin su verbo. lnos dir: Acercaos, acercaos tambin vosotros, los bebedores; acercaos, dbilesy desvergonzadas criaturas. Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos

    ante l. Y l dir: Sois unos cerdos, llevis el sello de la bestia y como bestias

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    sois, pero venid conmigo tambin! Entonces, los inteligentes y los austeros sevolvern hacia l y exclamarn: Seor, por qu recibes a stos? Y lresponder: Los recibo, oh sabios!, los recibo, oh personas sensatas!, porqueninguno de ellos se ha considerado jams digno de este favor. Y l nos tendersus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lgrimas...,y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo..., y entonces todos

    comprendern... Tambin comprender Catalina Ivanovna... Seor, venga a nos

    el reino!Se dej caer en un asiento, agotado, sin mirar a nadie, como si, en la

    profundidad de su delirio, se hubiera olvidado de todo lo que le rodeaba.

    Sus palabras haban producido cierta impresin. Hubo unos instantes desilencio. Pero pronto estallaron las risas y las invectivas.

    -Habis odo?Viejo chocho!

    -Burcrata!Y otras cosas parecidas.

    -Vmonos, seor! -exclam de sbito Marmeladof, levantando la cabeza y

    dirigindose a Raskolnikof-. Llveme a mi casa... El edificio Kozel... Djeme en elpatio... Ya es hora de que vuelva al lado de Catalina Ivanovna.Haca un rato que Raskolnikof haba pensado marcharse, otorgando a

    Marmeladof su compaa y su sostn. Marmeladof tena las piernas menos firmesque la voz y se apoyaba pesadamente en el joven. Tenan que recorrer dedoscientos a trescientos pasos. La turbacin y el temor del alcohlico iban enaumento a medida que se acercaban a la casa.

    -No es a Catalina Ivanovna a quien temo -balbuceaba, en medio de su

    inquietud-. No es la perspectiva de los tirones de pelo lo que me inquieta. Qu esun tirn de pelos? Nada absolutamente. No le quepa duda de que no es nada.Hasta prefiero que me d unos cuantos tirones. No, no es eso lo que temo. Lo queme da miedo es su mirada..., s, sus ojos... Y tambin las manchas rojas de susmejillas. Y su jadeo... Ha observado cmo respiran estos enfermos cuando losconmueve una emocin violenta...? Tambin me inquieta la idea de que voy aencontrar llorando a los nios, pues si Sonia no les ha dado de comer, no s..., yono s cmo habrn podido..., no s, no s... Pero los golpes no me dan miedo...Le aseguro, seor, que los golpes no slo no me hacen dao, sino que meproporcionan un placer... No podra pasar sin ellos. Lo mejor es que me pegue...As se desahoga... S, prefiero que me pegue... Hemos llegado... Edificio Kozel...Kozel es un cerrajero alemn, un hombre rico... Llveme a mi habitacin.

    Cruzaron el patio y empezaron a subir hacia el cuarto piso. La escalera estaba

    cada vez ms oscura. Eran las once de la noche, y aunque en aquella poca delao no hubiera, por decirlo as, noche en Petersburgo, es lo cierto que la parte altade la escalera estaba sumida en la ms profunda oscuridad.

    La ahumada puertecilla que daba al ltimo rellano estaba abierta. Un cabo devela iluminaba una habitacin miserable que meda unos diez pasos de longitud.Desde el vestbulo se la poda abarcar con una sola mirada. En ella reinaba elmayor desorden. Por todas partes colgaban cosas, especialmente ropas de nio.Una cortina agujereada ocultaba uno de los dos rincones ms distantes de lapuerta. Sin duda, tras la cortina haba una cama. En el resto de la habitacin slo

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    se vean dos sillas y un viejo sof cubierto por un hule hecho jirones. Ante l habauna mesa de cocina, de madera blanca y no menos vieja.

    Sobre esta mesa, en una palmatoria de hierro, arda el cabo de vela. Marmeladoftena, pues, alquilada una habitacin. entera y no un simple rincn, perocomunicaba con otras habitaciones y era como un pasillo. La puerta que daba a

    las habitaciones, mejor dicho, a las jaulas, del piso de Amalia Lipevechsel, estaba

    entreabierta. Se oan voces y ruidos diversos. Las risas estallaban a cada

    momento. Sin duda, haba all gente que jugaba a las cartas y tomaba el t. A lahabitacin de Marmeladof llegaban a veces fragmentos de frases groseras.

    Raskolnikof reconoci inmediatamente a Catalina Ivanovna. Era una mujerhorriblemente delgada, fina, alta y esbelta, con un cabello castao, bello todava.Como haba dicho Marmeladof, sus pmulos estaban cubiertos de manchas rojas.Con los labios secos, la respiracin rpida e irregular y oprimindose el pechoconvulsivamente con las manos, se paseaba por la habitacin. En sus ojos habaun brillo de fiebre y su mirada tena una dura fijeza. Aquel rostro trastornado detsica produca una penosa impresin a la luz vacilante y mortecina del cabo devela casi consumido.

    Raskolnikof calcul que tena unos treinta aos y que la edad de Marmeladofsuperaba bastante a la de su mujer. Ella no advirti la presencia de los doshombres. Pareca sumida en un estado de aturdimiento que le impeda ver y or.

    La atmsfera de la habitacin era irrespirable, pero la ventana estaba cerrada.De la escalera llegaban olores nauseabundos, pero la puerta del piso estaba

    abierta. En fin, la puerta interior, solamente entreabierta, dejaba pasar espesas

    nubes de humo de tabaco que hacan toser a Catalina Ivanovna; pero ella no sehaba preocupado de cerrar esta puerta.

    El hijo menor, una nia de seis aos, dorma sentada en el suelo, con el cuerpotorcido y la cabeza apoyada en el sof. Su hermanito, que tena un ao ms queella, lloraba en un rincn y los sollozos sacudan todo su cuerpo. Seguramente sumadre le acababa de pegar. La mayor, una nia de nueve aos, alta y delgadacomo una cerilla, llevaba una camisa llena de agujeros y, sobre los desnudos

    hombros, una capa de pao, que sin duda le vena bien dos aos atrs, pero queahora apenas le llegaba a las rodillas. Estaba al lado de su hermanito y le rodeaba

    el cuello con su descarnado brazo. Al mismo tiempo, segua a su madre con unamirada temerosa de sus oscuros y grandes ojos, que parecan an mayores en supequea y enjuta carita.

    Marmeladof no entr en el piso: se arrodill ante el umbral y empuj aRaskolnikof hacia el interior. Catalina Ivanovna se detuvo distradamente al verante ella a aquel desconocido y, volviendo momentneamente a la realidad,pareca preguntarse: Qu hace aqu este hombre? Pero sin duda se imagin enseguida que iba a atravesar la habitacin para dirigirse a otra. Entonces fue acerrar la puerta de entrada y lanz un grito al ver a su marido arrodillado en elumbral.

    -Ya ests aqu? -exclam, furiosa-. Ya has vuelto? Dnde est el dinero?Canalla, monstruo! Qu te queda en los bolsillos? ste no es el traje! Qu hashecho de l? Dnde est el dinero? Habla!

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    Empez a registrarle vidamente. Marmeladof abri al punto los brazos,dcilmente, para facilitar la tarea de buscar en sus bolsillos. No llevaba encima niun kopek.

    -Dnde est el dinero? -sigui vociferando la mujer-. Seor! Es posible quese lo haya bebido todo? Quedaban doce rublos en el bal!

    En un arrebato de ira, cogi a su marido por los cabellos y le oblig a entrar afuerza de tirones. Marmeladof procuraba aminorar su esfuerzo arrastrndose

    humildemente tras ella, de rodillas.-Es un placer para m, no un dolor! Un placer, amigo mo! -exclamaba mientras

    su mujer le tiraba del pelo y lo sacuda.Al fin su frente fue a dar contra el entarimado. La nia que dorma en el suelo se

    despert y rompi a llorar. El nio, de pie en su rincn, no pudo soportar laescena: de nuevo empez a temblar, a gritar, y se arroj en brazos de suhermana, convulso y aterrado. La nia mayor temblaba como una hoja.

    -Todo, todo se lo ha bebido! -gritaba, desesperada, la pobre mujer-. Y estas

    ropas no son las suyas! Estn hambrientos! -sealaba a los nios, se retorca losbrazos-. Maldita vida!

    De pronto se encar con Raskolnikof.-Y a ti no te da vergenza? Vienes de la taberna! Has bebido con l! Fuerade aqu!

    El joven, sin decir nada, se apresur a marcharse. La puerta interior acababa deabrirse e iban asomando caras cnicas y burlonas, bajo el gorro encasquetado ycon el cigarrillo o la pipa en la boca. Unos vestan batas caseras; otros, ropas deverano ligeras hasta la indecencia. Algunos llevaban las cartas en la mano. Se

    echaron a rer de buena gana al or decir a Marmeladof que los tirones de peloeran para l una delicia. Algunos entraron en la habitacin. Al fin se oy una vozsilbante, de mal agero. Era Amalia Ivanovna Lipevechsel en persona, que seabri paso entre los curiosos, para restablecer el orden a su manera y apremiarpor centsima vez a la desdichada mujer, brutalmente y con palabras injuriosas, adejar la habitacin al mismo da siguiente.

    Antes de salir, Raskolnikof haba tenido tiempo de Ilevarse la mano al bolsillo,coger las monedas que le quedaban del rublo que haba cambiado en la taberna ydejarlo, sin que le viesen, en el alfizar de la ventana. Despus, cuando estuvo enla escalera, se arrepinti de su generosidad y estuvo a punto de volver a subir.

    Qu estupidez he cometido! -pens-. Ellos tienen a Sonia, y yo no tengo quienme ayude.

    Luego se dijo que ya no poda volver a recoger el dinero y que, aunque hubiesepodido, no lo habra hecho, y decidi volverse a casa.

    Sonia necesita cremas -sigui dicindose, con una risita sarcstica, mientrasiba por la calle-. Es una limpieza que cuesta dinero. A lo mejor, Sonia est ahorasin un kopek, pues esta caza de hombres, como la de los animales, depende de la

    suerte. Sin mi dinero, tendran que apretarse el cinturn. Lo mismo les ocurre conSonia. En ella han encontrado una verdadera mina. Y se aprovechan... S, seaprovechan. Se han acostumbrado. Al principio derramaron unas lagrimitas, pero

    despus se acostumbraron. Miseria humana! A todo se acostumbra uno.Qued ensimismado. De pronto, involuntariamente, exclam:

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    -Pero y si esto no es verdad? Y si el hombre no es un ser miserable, o, por lo

    menos, todos los hombres? Entonces habra que admitir que nos dominan losprejuicios, los temores vanos, y que uno no debe detenerse ante nada ni ante

    nadie. Obrar: es lo que hay que hacer!

    III

    Al da siguiente se despert tarde, despus de un sueo intranquilo que no lehaba procurado descanso alguno. Se despert de psimo humor y pase por subuhardilla una mirada hostil. La habitacin no tena ms de seis pasos de largo yofreca el aspecto ms miserable, con su papel amarillo y polvoriento, despegadoa trozos, y tan baja de techo, que un hombre que rebasara slo en unoscentmetros la estatura media no habra estado all a sus anchas, pues le habracohibido el temor de dar con la cabeza en el techo. Los muebles estaban en

    armona con el local. Consistan en tres sillas viejas, ms o menos cojas; unamesa pintada, que estaba en un rincn y sobre la cual se vean, como tirados,algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir

    que no los haban tocado haca mucho tiempo, y, en fin, un largo y extrao divnque ocupaba casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que

    estaba tapizado de una indiana hecha jirones. ste era el lecho de Raskolnikof,que sola acostarse completamente vestido y sin ms mantas que su vieja capa deestudiante. Como almohada utilizaba un pequeo cojn, bajo el cual colocaba,para hacerlo un poco ms alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia.Ante el divn haba una mesita.

    No era difcil imaginar una pobreza mayor y un mayor abandono; peroRaskolnikof, dado su estado de espritu, se senta feliz en aquel antro. Se habaaislado de todo el mundo y viva como una tortuga en su concha. La simple

    presencia de la sirvienta de la casa, que de vez en cuando echaba a su habitacinuna ojeada, le pona fuera de s. As suele ocurrir a los enfermos mentalesdominados por ideas fijas.

    Haca quince das que su patrona no le enviaba la comida, y ni siquiera le hab apasado por la imaginacin ir a pedirle explicaciones, aunque se quedaba sincomer. Nastasia, la cocinera y nica sirvienta de la casa, estaba encantada con laactitud del inquilino, cuya habitacin haba dejado de barrer y limpiar haca tiempo.Slo por excepcin entraba en la buhardilla a pasar la escoba. Ella fue la que lodespert aquella maana.

    -Vamos! Levntate ya! -le grit-. Piensas pasarte la vida durmiendo? Son yalas nueve... Te he trado t. Quieres una taza? Pareces un muerto.

    El husped abri los ojos, se estremeci ligeramente y reconoci a la sirvienta.-Me lo enva la patrona? -pregunt, incorporndose penosamente.-Cmo se le ha ocurrido ese disparate?Y puso ante l una rajada tetera en la que quedaba todava un poco de t, y dos

    terrones de azcar amarillento.-Oye, Nastasia; hazme un favor -dijo Raskolnikof, sacando de un bolsillo un

    puado de calderilla, cosa que pudo hacer porque, como de costumbre, se habaacostado vestido-. Toma y ve a comprarme un panecillo blanco y un poco de

    salchichn del ms barato.

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    -El panecillo blanco te lo traer en seguida pero el salchichn... No prefieres unplato de chtchis? Es de ayer y est riqusimo. Te lo guard, pero viniste demasiadotarde. Palabra que est muy bueno.

    Cuando trajo la sopa y Raskolnikof se puso a comer, Nastasia se sent a sulado, en el divn, y empez a charlar. Era una campesina que hablaba por loscodos y que haba llegado a la capital directamente de su aldea.

    -Praskovia Pavlovna quiere denunciarte a la polica -dijo.

    El frunci las cejas.-A la polica? Por qu?-Porque ni le pagas ni lo vas a hacer: la cosa no puede estar ms clara.-Es lo nico que me faltaba -murmur el joven, apretando los dientes-. En estos

    momentos, esa denuncia sera un trastorno para m. Esa mujer es tonta! -aadien voz alta-. Hoy ir a hablar con ella.

    -Desde luego, es tonta. Tanto como yo. Pero t, que eres inteligente, por qu tepasas el da echado as como un saco? Y no se sabe ni siquiera qu color tiene eldinero. Dices que antes dabas lecciones a los nios. Por qu ahora no hacesnada?

    -Hago algo -replic Raskolnikof secamente, como hablando a la fuerza.-Qu es lo que haces?-Un trabajo.

    -Qu trabajo?-Medito -respondi el joven gravemente, tras un silencio.Nastasia empez a retorcerse. Era un temperamento alegre y, cuando la hacan

    rer, se retorca en silencio, mientras todo su cuerpo era sacudido por las mudascarcajadas.

    -Has ganado mucho con tus meditaciones? -pregunt cuando al fin pudohablar.

    -No se pueden dar lecciones cuando no se tienen botas. Adems, odio laslecciones: de buena gana les escupira.

    -No escupas tanto: el salivazo podra caer sobre ti.-Para lo que se paga por las lecciones! Unos cuantos kopeks! Qu hara yo

    con eso?

    Segua hablando como a la fuerza y pareca responder a sus propiospensamientos.

    -Entonces, pretendes ganar una fortuna de una vez?

    Raskolnikof le dirigi una mirada extraa.-S, una fortuna -respondi firmemente tras una pausa.-Bueno, bueno; no pongas esa cara tan terrible... Y qu me dices del panecillo

    blanco? Hay que ir a buscarlo, o no?-Haz lo que quieras.

    -Ah, se me olvidaba! Lleg una carta para ti cuando no estabas en casa.-Una carta para m? De quin?-Eso no lo s. Lo que s es que le di al cartero tres kopeks. Espero que me los

    devolvers.-Trela, por el amor de Dios! Trae esa carta! -exclam Raskolnikof,

    profundamente agitado-. Seor...! Seor...!

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    Un minuto despus tena la carta en la mano. Como haba supuesto, era de sumadre, pues proceda del distrito de R. Estaba plido. Haca mucho tiempo que nohaba recibido ninguna carta; pero la emocin que agitaba su corazn en aquelmomento obedeca a otra causa.

    -Vete, Nastasia! Vete, por el amor de Dios! Toma tus tres kopeks, pero vete en

    seguida; te lo ruego.

    La carta temblaba en sus manos. No quera abrirla en presencia de la sirvienta;

    deseaba quedarse solo para leerla. Cuando Nastasia sali, el joven se llev elsobre a sus labios y lo bes. Despus estuvo unos momentos contemplando ladireccin y observando la caligrafa, aquella escritura fina y un poco inclinada quetan familiar y querida le era; la letra de su madre, a la que l mismo habaenseado a leer y escribir haca tiempo. Retrasaba el momento de abrirla: parecaexperimentar cierto temor. Al fin rasg el sobre. La carta era larga. La letra,apretada, ocupaba dos grandes hojas de papel por los dos lados.

    Mi querido Rodia -deca la carta-: hace ya dos meses que no te he escrito yesto ha sido para m tan penoso, que incluso me ha quitado el sueo muchas

    noches. Perdname este silencio involuntario. Ya sabes cunto te quiero. Dunia yyo no tenemos a nadie ms que a ti; t lo eres todo para nosotras: toda nuestraesperanza, toda nuestra confianza en el porvenir. Slo Dios sabe lo que sentcuando me dijiste que habas tenido que dejar la universidad haca ya variosmeses por falta de dinero y que habas perdido las lecciones y no tenas ningnmedio de vida. Cmo puedo ayudarte yo, con mis ciento veinte rublos anuales depensin? Los quince rublos que te envi hace cuatro meses, los ped prestados,con la garanta de mi pensin, a un comerciante de esta ciudad IlamadoVakruchine. Es una buena persona y fue amigo de tu padre; pero como yo le

    haba autorizado por escrito a cobrar por mi cuenta la pensin, tena que procurardevolverle el dinero, cosa que acabo de hacer. Ya sabes por qu no he podidoenviarte nada en estos ltimos meses.

    Pero ahora, gracias a Dios, creo que te podr mandar algo. Por otra parte, enestos momentos no podemos quejarnos de nuestra suerte, por el motivo que me

    apresuro a participarte. Ante todo, querido Rodia, t no sabes que hace ya seissemanas que tu hermana vive conmigo y que ya no tendremos que volver a

    separarnos. Gracias a Dios, han terminado sus sufrimientos. Pero vayamos por

    orden: as sabrs todo lo ocurrido, todo lo que hasta ahora te hemos ocultado.Cuando hace dos meses me escribiste dicindome que te habas enterado de

    que Dunia haba cado en desgracia en casa de los Svidrigailof, que la tratabandesconsideradamente, y me pedas que te lo explicara todo, no me pareciconveniente hacerlo. Si te hubiese contado la verdad, lo habras dejado todo paravenir, aunque hubieras tenido que hacer el mismo camino a pie, pues conozco tu

    carcter y tus sentimientos y s que no habras consentido que insultaran a tuhermana.

    Yo estaba desesperada, pero qu poda hacer? Por otra parte, yo no sabatoda la verdad. El mal estaba en que Dunetchka, al entrar el ao pasado en casade los Svidrigailof como institutriz, haba pedido por adelantado la importantecantidad de cien rublos, comprometindose a devolverlos con sus honorarios. Porlo tanto, no poda dejar la plaza hasta haber saldado la deuda. Dunia (ahora ya

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    puedo explicrtelo todo, mi querido Rodia) haba pedido esta suma especialmentepara poder enviarte los sesenta rublos que entonces necesitabas con tanta

    urgencia y que, efectivamente, te mandamos el ao pasado. Entonces teengaamos dicindote que el dinero lo tena ahorrado Dunia. No era verdad; laverdad es la que te voy a contar ahora, en primer lugar porque nuestra suerte ha

    cambiado de pronto por la voluntad de Dios, y tambin porque as tendrs unaprueba de lo mucho que te quiere tu hermana y de la grandeza de su corazn.

    El seor Svidrigailof empez por mostrarse grosero con ella, dirigindole todaclase de burlas y expresiones molestas, sobre todo cuando estaban en la mesa...

    Pero no quiero extenderme sobre estos desagradables detalles: no conseguiraotra cosa que irritarte intilmente, ahora que ya ha pasado todo.

    En resumidas cuentas, que la vida de Dunetchka era un martirio, a pesar de

    que reciba un trato amable y bondadoso de Marfa Petrovna, la esposa del seorSvidrigailof, y de todas las personas de la casa. La situacin de Dunia era anms penosa cuando el seor Svidrigailof beba ms de la cuenta, cediendo a loshbitos adquiridos en el ejrcito.

    Y esto fue poco comparado con lo que al fin supimos. Figrate que Svidrigailof,

    el muy insensato, senta desde haca tiempo por Dunia una pasin que ocultababajo su actitud grosera y despectiva. Tal vez estaba avergonzado y atemorizadoante la idea de alimentar, l, un hombre ya maduro, un padre de familia, aquellasesperanzas licenciosas e involuntarias hacia Dunia; tal vez sus groseras y sussarcasmos no tenan ms objeto que ocultar su pasin a los ojos de su familia. Alfin no pudo contenerse y, con toda claridad, le hizo proposiciones deshonestas. Le

    prometi cuanto puedas imaginarte, incluso abandonar a los suyos y marcharsecon ella a una ciudad lejana, o al extranjero si lo prefera. Ya puedes suponer loque esto signific para tu hermana. Dunia no poda dejar su puesto, no sloporque no haba pagado su deuda, sino por temor a que Marfa Petrovnasospechara la verdad, lo que habra introducido la discordia en la familia. Adems,incluso ella habra sufrido las consecuencias del escndalo, pues demostrar laverdad no habra sido cosa fcil.

    An haba otras razones para que Dunia no pudiera dejar la casa hasta seissemanas despus. Ya conoces a Dunia, ya sabes que es una mujer inteligente yde carcter firme. Puede soportar las peores situaciones y encontrar en su nimola entereza necesaria para conservar la serenidad. Aunque nos escribamos confrecuencia, ella no me haba dicho nada de todo esto para no apenarme. Eldesenlace sobrevino inesperadamente. Marfa Petrovna sorprendi un da en el

    jardn, por pura casualidad, a su marido en el momento en que acosaba a Dunia, ylo interpret todo al revs, achacando la culpa a tu hermana. A esto sigui unaviolenta escena en el mismo jardn. Marfa Petrovna lleg incluso a golpear aDunia: no quiso escucharla y estuvo vociferando durante ms de una hora. Al fin laenvi a mi casa en una simple carreta, a la que fueron arrojados en desorden susvestidos, su ropa blanca y todas sus cosas: ni siquiera le permiti hacer elequipaje. Para colmo de desdichas, en aquel momento empez a diluviar, y Dunia,despus de haber sufrido las ms crueles afrentas, tuvo que recorrer diecisieteverstas en una carreta sin toldo y en compaa de un mujik. Dime ahora qu podayo contestar a tu carta, qu poda contarte de esta historia.

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    Estaba desesperada. No me atreva a decirte la verdad, ya que con ello slohabra conseguido apenarte y desatar tu indignacin. Adems, qu podas hacert? Perderte: esto es lo nico. Por otra parte, Dunetchka me lo haba prohibido. Encuanto a llenar una carta de palabras insulsas cuando mi alma estaba henchida de

    dolor, no me senta capaz de hacerlo.Desde que se supo todo esto, fuimos el tema preferido por los murmuradores

    de la ciudad, y la cosa dur un mes entero. No nos atrevamos ni siquiera a ir a

    cumplir con nuestros deberes religiosos, pues nuestra presencia era acogida concuchicheos, miradas desdeosas e incluso comentarios en voz alta. Nuestrosamigos se apartaron de nosotras, nadie nos saludaba, e incluso s de buena tintaque un grupo de empleadillos proyectaba contra nosotras la mayor afrenta:

    embadurnar con brea la puerta de nuestra casa. Por cierto que el casero nos

    haba exigido que la desalojramos.Y todo por culpa de Marfa Petrovna, que se haba apresurado a difamar a Dunia

    por toda la ciudad. Vena casi a diario a esta poblacin, en la que conoce a todo elmundo. Es una charlatana que se complace en contar historias de familia ante el

    primero que llega, y, sobre todo, en censurar a su marido pblicamente, cosa que

    no me parece ni medio bien. As, no es extrao que le faltara el tiempo para irpregonando el caso de Dunia, no slo por la ciudad, sino por toda la comarca.Ca enferma. Tu hermana fue ms fuerte que yo. Si hubieras visto la entereza

    con que soportaba su desgracia y procuraba consolarme y darme nimos! Es unngel...

    Pero la misericordia divina ha puesto fin a nuestro infortunio.

    El seor Svidrigailof ha recobrado la lucidez. Torturado por el remordimiento ycompadecido sin duda de la suerte de tu hermana, ha presentado a Marfa

    Petrovna las pruebas ms convincentes de la inocencia de Dunia: una carta queDunetchka le haba escrito antes de que la esposa los sorprendiera en el jardn,para evitar las explicaciones de palabra y demostrarle que no quera tener ningunaentrevista con l. En esta carta, que qued en poder del seor Svidrigailof al salirde la casa Dunetchka, sta le reprochaba vivamente y con sincera indignacin lavileza de su conducta para con Marfa Petrovna, le recordaba que era un hombre

    casado y padre de familia y le haca ver la indignidad que cometa persiguiendo auna joven desgraciada e indefensa. En una palabra, querido Rodia, que esta carta

    respira tal nobleza de sentimientos y est escrita en trminos tan conmovedores,que llor cuando la le, e incluso hoy no puedo releerla sin derramar unaslgrimas. Adems, Dunia pudo contar al fin con el testimonio de los sirvientes, quesaban ms de lo que el seor Svidrigailof supona.

    Mara Petrovna qued por segunda vez estupefacta, como herida por un rayo,segn su propia expresin, pero no dud ni un momento de la inocencia de Dunia,y al da siguiente, que era domingo, lo primero que hizo fue ir a la iglesia eimplorar a la Santa Virgen le diera fuerzas para soportar su nueva desgracia y

    cumplir con su deber. Acto seguido vino a nuestra casa y nos refiri todo loocurrido, llorando amargamente. En un arranque de remordimiento, se arroj enlos brazos de Dunia y le suplic que la perdonara. Despus, sin prdida detiempo, recorri las casas de la ciudad, y en todas partes, entre sollozos y en lostrminos ms halagadores, renda homenaje a la inocencia, a la nobleza desentimientos y a la integridad de la conducta de Dunia. No contenta con esto,

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    mostraba y lea a todo el mundo la carta escrita por Dunetchka al seorSvidrigailof. E incluso dejaba sacar copias, cosa que me parece una exageracin.Recorri las casas de todas sus amistades, en lo cual emple varios das. Ello diolugar a que algunas de sus relaciones se molestaran al ver que daba preferencia a

    otros, lo que consideraban una injusticia. Al fin se determin con toda exactitud elorden de las visitas, de modo que cada uno pudo saber de antemano el d a que letocaba el turno. En toda la ciudad se saba dnde tena que leer Marfa Petrovna la

    carta tal o cual da, y el vecindario adquiri la costumbre de reunirse en la casafavorecida, sin excluir aquellas familias que ya haban escuchado la lectura en supropio hogar y en el de otras familias amigas. Yo creo que en todo esto hay mucha

    exageracin, pero as es el carcter de Marfa Petrovna. Por otra parte, es lo ciertoque ella ha rehabilitado por completo a Dunetchka. Toda la vergenza de estahistoria ha cado sobre el seor Svidrigailof, a quien ella presenta como nicoculpable, y tan inflexiblemente, que incluso siento compasin de l. A mi juicio, lagente es demasiado severa con este insensato.

    Inmediatamente llovieron sobre Dunia ofertas para dar lecciones, pero ella las

    ha rechazado todas. Todo el mundo se ha apresurado a testimoniarle su

    consideracin. Yo creo que a esto hay que atribuir principalmente elacontecimiento inesperado que va a cambiar, por decirlo as, nuestra vida. Has desaber, querido Rodia, que Dunia ha recibido una solicitud de matrimonio y la ha

    aceptado, lo que me apresuro a comunicarte. Aunque esto se ha hecho sin

    consultarte, espero que nos perdonars, pues ya comprenders que no podamosretrasar nuestra decisin hasta que recibiramos tu respuesta. Por otra parte, nohabras podido juzgar con acierto las cosas desde tan lejos.

    He aqu cmo ha ocurrido todo:El prometido de tu hermana, Piotr Petrovitch Lujine, es consejero de los

    Tribunales y pariente lejano de Marfa Petrovna. Por mediacin de ella, y despusde intervenir activamente en este asunto, nos transmiti su deseo de entablarconocimiento con nosotras. Le recibimos cortsmente, tomamos caf y, al dasiguiente mismo, nos envi una carta en la que nos haca su peticin con finasexpresiones y solicitaba una respuesta rpida y categrica. Es un hombre activo yque est siempre ocupadsimo. Ha de partir cuanto antes para Petersburgo y debeaprovechar el tiempo.

    Al principio, como comprenders, nos quedamos atnitas, pues noesperbamos en modo alguno una solicitud de esta ndole, y tu hermana y yo nospasamos el da reflexionando sobre la cuestin. Es un hombre digno y biensituado. Presta servicios en dos departamentos y posee una pequea fortuna.Verdad es que tiene ya cuarenta y cinco aos, pero su presencia es tan agradable,que estoy segura de que todava gusta a las mujeres. Es austero y sosegado,aunque tal vez un poco altivo. Pero es muy posible que esto ltimo sea tan slouna apariencia engaosa.

    Ahora una advertencia, querido Rodia: cuando lo veas en Petersburgo, cosa

    que ocurrir muy pronto, no te precipites a condenarlo duramente, siguiendo tucostumbre, si ves en l algo que te disguste. Te digo esto en un exceso deprevisin, pues estoy segura de que producir en ti una impresin favorable. Por lodems, para conocer a una persona, hay que verla y observarla atentamente

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    durante mucho tiempo, so pena de dejarte llevar de prejuicios y cometer errores

    que despus no se reparan fcilmente.Todo induce a creer que Piotr Petrovitch es un hombre respetable a carta cabal.

    En su primera visita nos dijo que era un espritu realista, que comparta en muchospuntos la opinin de las nuevas generaciones y que detestaba los prejuicios.Habl de otras muchas cosas, pues parece un poco vanidoso y le gusta que leescuchen, lo cual no es un crimen, ni mucho menos. Yo, naturalmente, no

    comprend sino una pequea parte de sus comentarios, pero Dunia me ha dichoque, aunque su instruccin es mediana, parece bueno e inteligente. Ya conoces atu hermana, Rodia: es una muchacha enrgica, razonable, paciente y generosa,aunque posee (de esto estoy convencida) un corazn apasionado.Indudablemente, el motivo de este matrimonio no es, por ninguna de las dos

    partes, un gran amor; pero Dunia, adems de inteligente, es una mujer de coraznnoble, un verdadero ngel, y se impondr el deber de hacer feliz a su marido, elcual, por su parte, procurar corresponderle, cosa que, hasta el momento, notenemos motivo para poner en duda, pese a que el matrimonio, hay que

    confesarlo, se ha concretado con cierta precipitacin. Por otra parte, siendo l tan

    inteligente y perspicaz, comprender que su felicidad conyugal depender de laque proporcione a Dunetchka.En lo que concierne a ciertas disparidades de genio, de costumbres arraigadas,

    de opiniones (cosas que se ven en los hogares ms felices), Dunetchka me hadicho que est segura de que podr evitar que ello sea motivo de discordia, queno hay que inquietarse por tal cosa, pues ella se siente capaz de soportar todas

    las pequeas discrepancias, con tal que las relaciones matrimoniales seansinceras y justas. Adems, las apariencias son engaosas muchas veces. Aprimera vista, me ha parecido un tanto brusco y seco; pero esto puede proceder

    precisamente de su rectitud y slo de su rectitud.En su segunda visita, cuando ya su peticin haba sido aceptada, nos dijo, en el

    curso de la conversacin, que antes de conocer a Dunia ya haba resuelto casarsecon una muchacha honesta y pobre que tuviera experiencia de las dificultades de

    la vida, pues considera que el marido no debe sentirse en ningn caso deudor dela mujer y que, en cambio, es muy conveniente que ella vea en l un bienhechor.Sin duda, no me expreso con la amabilidad y delicadeza con que l se expres,pues slo he retenido la idea, no las palabras. Adems, habl sin premeditacinalguna, dejndose llevar del calor de la conversacin, tanto, que l mismo tratdespus de suavizar el sentido de sus palabras. Sin embargo, a m me parecieronun tanto duras, y as se lo dije a Dunetchka; pero ella me contest con ciertairritacin que una cosa es decir y otra hacer, lo que sin duda es verdad. Dunia nopudo pegar ojo la noche que precedi a su respuesta y, creyendo que yo estabadormida, se levant y estuvo varias horas paseando por la habitacin. Finalmentese arrodill delante del icono y or fervorosamente. Por la maana me dijo que yahaba decidido lo que tena que hacer.

    Ya te he dicho que Piotr Petrovitch se trasladar muy pronto a Petersburgo,adonde le llaman intereses importantsimos, pues quiere establecerse all comoabogado. Hace ya mucho tiempo que ejerce y acaba de ganar una causa

    importante. Si ha de trasladarse inmediatamente a Petersburgo es porque ha de

    seguir atendiendo en el senado a cierto trascendental asunto. Por todo esto,

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    querido Rodia, este seor ser para ti sumamente til, y Dunia y yo hemospensado que puedes comenzar en seguida tu carrera y considerar tu porvenir

    asegurado. Oh, si esto llegara a realizarse! Sera una felicidad tan grande, queslo la podramos atribuir a un favor especial de la Providencia. Dunia slo piensaen esto. Ya hemos insinuado algo a Piotr Petrovitch. El, mostrando una prudente

    reserva, ha dicho que, no pudiendo estar sin secretario, preferira, naturalmente,confiar este empleo a un pariente que a un extrao, siempre y cuando aqul fuera

    capaz de desempearlo. (Cmo no has de ser capaz de desempearlo t?) Sinembargo, manifest al mismo tiempo el temor de que, debido a tus estudios, nodispusieras del tiempo necesario para trabajar en su bufete. As qued la cosa porel momento, pero Dunia slo piensa en este asunto. Vive desde hace algunos dasen un estado febril y ha forjado ya sus planes para el futuro. Te ve trabajando con

    Piotr Petrovitch e incluso llegando a ser su socio, y eso sin dejar tus estudios de

    Derecho. Yo estoy de acuerdo en todo con ella, Rodia, y comparto sus proyectos y

    sus esperanzas, pues la cosa me parece perfectamente realizable, a pesar de las

    evasivas de Piotr Petrovitch, muy explicables, ya que l todava no te conoce.Dunia est segura de que conseguir lo que se propone, gracias a su influencia

    sobre su futuro esposo, influencia que no le cabe duda de que llegar a tener. Noshemos guardado mucho de dejar traslucir nuestras esperanzas ante PiotrPetrovitch, sobre todo la de que llegues a ser su socio algn da. Es un hombreprctico y no le habra parecido nada bien lo que habra juzgado como un vanoensueo. Tampoco le hemos dicho ni una palabra de nuestra firme esperanza deque te ayude materialmente cuando ests en la universidad, y ello por dosrazones. La primera es que a l mismo se le ocurrir hacerlo, y lo har del modoms sencillo, sin frases altisonantes. Slo faltara que hiciera un feo sobre estacuestin a Dunetchka, y ms an teniendo en cuenta que t puedes llegar a ser sucolaborador, su brazo derecho, por decirlo as, y recibir esta ayuda no como unalimosna, sino como un anticipo por tu trabajo. As es como Dunetchka desea quese desarrolle este asunto, y yo comparto enteramente su parecer.

    La segunda razn que nos ha movido a guardar silencio sobre este punto esque deseo que puedas mirarle de igual a igual en vuestra prxima entrevista.Dunia le ha hablado de ti con entusiasmo, y l ha respondido que a los hombreshay que conocerlos antes de juzgarlos, y que no formar su opinin sobre ti hastaque te haya tratado.

    Ahora te voy a decir una cosa, mi querido Rodia. A m me parece, por ciertasrazones (que desde luego no tienen nada que ver con el carcter de PiotrPetrovitch y que tal vez son solamente caprichos de vieja), a m me parece, repito,que lo mejor sera que, despus del casamiento, yo siguiera viviendo sola en vezde instalarme en casa de ellos. Estoy completamente segura de que l tendr lagenerosidad y la delicadeza de invitarme a no vivir separada de mi hija, y s muybien que, si todava no ha dicho nada, es porque lo considera natural; pero yo noaceptar. He observado en ms de una ocasin que los yernos no suelen tenercario a sus suegras, y yo no slo no quiero ser una carga para nadie, sino quedeseo vivir completamente libre mientras me queden algunos recursos y tenga

    hijos como Dunetchka y t.Procurar vivir cerca de vosotros, pues an tengo que decirte lo ms

    agradable, Rodia. Precisamente por serlo lo he dejado para el final de la carta.

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    Has de saber, querido hijo, que seguramente nos volveremos a reunir los tres muy

    pronto, y podremos abrazarnos tras una separacin de tres aos. Estcompletamente decidido que Dunia y yo nos traslademos a Petersburgo. No

    puedo decirte la fecha exacta de nuestra salida, pero puedo asegurarte que estmuy prxima: tal vez no tardemos ms de ocho das en partir. Todo depende dePiotr Petrovitch, que nos avisar cuando tenga casa. Por ciertas razones, deseaque la boda se celebre cuanto antes, lo ms tarde antes de la cuaresma de la

    Asuncin.Qu feliz ser cuando pueda estrecharte contra mi corazn! Dunia est loca

    de alegra ante la idea de volver a verte. Me ha dicho (en broma, claro es) queesto habra sido motivo suficiente para decidirla a casarse con Piotr Petrovitch. Esun ngel.

    No quiere aadir nada a mi carta, pues tiene tantas y tantas cosas que decirte,que no siente el deseo de empuar la pluma, ya que escribir slo unas lneassera en este caso completamente intil. Me encarga te enve mil abrazos.

    Aunque estemos en vsperas de reunirnos, uno de estos das te enviar algndinero, la mayor cantidad que pueda. Ahora que todos saben por aqu que

    Dunetchka se va a casar con Piotr Petrovitch, nuestro crdito se ha reafirmado desbito, y puedo asegurarte que Atanasio Ivanovitch est dispuesto a prestarmehasta setenta y cinco rublos, que devolver con mi pensin. Por lo tanto, te podrmandar veinticinco o, tal vez treinta. Y an te enviara ms si no temiese que mefaltara para el viaje. Aunque Piotr Petrovitch haya tenido la bondad de encargarse

    de algunos de los gastos del traslado (de nuestro equipaje, incluido el gran bal,que enviar por medio de sus amigos, supongo), tenemos que pensar en nuestrallegada a Petersburgo, donde no podemos presentarnos sin algn dinero paraatender a nuestras necesidades, cuando menos durante los primeros das.

    Dunia y yo lo tenemos ya todo calculado al cntimo. El billete no nos resultarcaro. De nuestra casa a la estacin de ferrocarril ms prxima slo hay noventaverstas, y ya nos hemos puesto de acuerdo con un mujik que nos llevar en sucarro. Despus nos instalaremos alegremente en un departamento de tercera. Yocreo que podr mandarte, no veinticinco, sino treinta rublos.

    Basta ya. He llenado dos hojas y no dispongo de ms espacio. Ya te lo hecontado todo, ya ests informado del cmulo de acontecimientos de estos ltimosmeses. Y ahora, mi querido Rodia, te abrazo mientras espero que nos volvamos a

    ver y te envo mi bendicin maternal. Quiere a Dunia, quiere a tu hermana, Rodia,quirela como ella te quiere a ti; ella, cuya ternura es infinita; ella, que te ama msque a s misma. Es un ngel, y t, toda nuestra vida, toda nuestra esperanza ytoda nuestra fe en el porvenir. Si t eres feliz, lo seremos nosotras tambin.Sigues rogando a Dios, Rodia, crees en la misericordia de nuestro Creador y denuestro Salvador? Sentira en el alma que te hubieras contaminado de esaenfermedad de moda que se llama atesmo. Si es as, piensa que ruego por ti.Acurdate, querido, de cuando eras nio; entonces, en presencia de tu padre, quean viva, t balbuceabas tus oraciones sentado en mis rodillas. Y todos ramosfelices.

    Hasta pronto. Te envo mil abrazos.Te querr mientras viva

  • 7/30/2019 Crimen Castigo

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    PULQUERIA RASKOLNIKOVA.

    Durante la lectura de esta carta, las lgrimas baaron ms de una vez el rostrode Raskolnikof, y cuando hubo terminado estaba plido, tena las faccionescontradas y en sus labios se perciba una sonrisa densa, amarga, cruel. Apoy lacabeza en su mezquina almohada y estuvo largo tiempo pensando. Su coraznlata con violencia, su espritu estaba lleno de turbacin. Al fin sinti que se

    ahogaba en aquel cuartucho am