cuentos del mytilus 2

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Segundo Fanzine de Mytilus Comics, en esta un cuento sobre una superheroína adolescente, una tétrica e increible historia de terror y la segunda parte de las que se esconden bajo las plumas, inspirada en los míticos chonchones.

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Concepción, Chile, N°2 2012

My$luscomics.tumblr.com  

Nuevamente traemos a ustedes, desde los rincones más recónditos del Imaginario de Mytilus Cómics, una fina selección de cuentos ilustrados. Para todo el equipo es un placer presentar nuestra obra a disposición de tu ojo crítico, lector querido, y no esperamos que nos muestres benevolencia. Eres Libre de reírte en cada una de las palabras, mofarte en las frases que quieras, reír con nosotros en la estrofa que se te ocurra. Porque recuerda lector, antes de cualquier otra cosa que desees ser, eres libre...

Editorial

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Nicolística: Blog de una Super-Heroína.     No muy a menudo me detengo a pensar en lo que fui antes de ser lo que soy ahora: un ser todopoderoso, una heroína new age cuyas habilidades derivan de químicos industriales y de estar en el lugar equivocado en el momento perfecto. Me cuesta demasiado definirme en una sola palabra.   Puedo volar, y tengo fuerza, velocidad, piel indestructible y un genio de mil demonios. Tengo la postura de guerrera y una cara de ángel con labios incluidos, de esos que te vuelven loco.   Me atrevo a imaginarme cómo la protagonista de algo superior a mí misma, poco tiene que ver con el ego. Lo digo solamente porque los protagonistas, a ojos del espectador, son seres por completarse, cómo un boceto, y no es hasta el final de la película que los vemos acabados. Por mi parte no me veo todavía en el momento para verme completada, todavía puedo mejorar, todavía puedo avanzar. No tengo porque definirme. No tan pronto. Me queda mucha vida antes de que esta película se acabe.   Y tengo mi primer supervillano, salido directamente de los clásicos.   En la calle todas las rejillas del alcantarillado, una por una, están siendo expulsadas hacia el cielo por una fuerza invisible. Una rejilla cae sobre el parabrisas de un automóvil, el impacto hace añicos el vidrio.   Una aventura nocturna. Agreguen realista y oscura a las críticas de mi película ;D  

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Otro auto choca con un grifo, el agua se dispara hacia el cielo. Un conductor herido se baja del auto. Sobre él se proyecta la sombra de una rejilla, a punto de caer sobre su cabeza. El conductor se protege con sus brazos, pero yo estoy sosteniendo la cosa, protegiendo al inocente, guapa y genial como siempre.   Caigo al suelo por el peso de la rejilla. ¿Hacia dónde cresta se me fueron los superpoderes?   -  ¿Por qué esto pesa tanto?-   -  ¡Porqué no eres capaz de soportar tanto peso! ¡Tonta! -  Entonces veo a un enano sentado sobre el chorro de agua que sale del grifo.   -  Te asombraría saber de lo que soy capaz, petiso.-   -  ¡¿Con quién te crees que estás hablando, hija de Pandora?!-  El enano baja del chorro con agua. Lo apunto, amenazante, con mi dedo.   -  Oye, a mí mamá no la metes en es…Espera ¿Quién es Pandora?-­‐    

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  Un auto intenta atropellarme. Lo evado apenas. ¿Qué me pasa? ¿Y a ellos que les pasa?   -¿Por qué me atacan?-   -Compartiré contigo un poco de sabiduría.- Dice el enano.  

Hombres ¬¬   Caigo al suelo, otra vez. Ya no puedo volar. Me duele todo. El enano aparta su mirada con desdén.   - Yo soy PROMETEO, El que robó el fuego a los Dioses y lo dio al hombre. Una pequeña ofrenda de inteligencia, razonamiento y sabiduría.-   Unos tipos se reúnen a mi alrededor, una horda de descerebrados que me quieren matar.   - ¿Qué dieron los dioses al hombre? ¿Cuál fue su ofrenda? Una mujer. Pandora.-   Yo pateo a uno de mis agresores justo dónde más le duele. Prometeo enumera con los dedos.   -Y Venus agregó sensualidad y atractivo al regalo, Minerva le dio habilidad, y cada dios sucesivamente hizo su aporte. El hombre cayó rendido frente a Pandora. ¿Y qué fue de mi regalo? ¿Acaso se molestaron en probarlo? Yo sólo quería asegurarme que el hombre se valiera por sí solo. Pero a través de Pandora los dioses se aseguraron la admiración del hombre. Aun cuando yo les había dado la lógica y el razonamiento.-

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  Una multitud enfurecida, armada con palos y piedras, me rodea.

  -Fue época oscura la mía.- (de los clásicos bien clásicos salió mi supervillano XD) -Los artistas de la época se inspiraron en “los ideales de perfección” y cosas cómo “Más allá del límite humano”. Todo para lucirse. Todo para conquistar el corazón de la mujer, el regalo de los dioses.-   -¡Ya Basta! ¡Dime porque he perdido mis poderes antes de que te envíe de vuelta a tu tiempo! -Espera ¿Todavía crees que podrás vencer? ¡Ay! ¡La esperanza! ¡Lo ideal, el material del que están hecho los dioses y los repulsivos amantes!-  

Uno de mis agresores lanza una patada y me alcanza justo en el estómago.   - ¿Qué quieren? ¡No soy su enemiga!-   -  ¿Es que no lo entiendes aún? Te han visto volar Nicolística.

Tus habilidades no son humanas. No se sustentan a la física básica. Ellos te temen, no te entienden. Es lógico que te odien-

Me levanto, muy lastimada, ya doy esta pelea por perdida. Y quiero que él lo sepa.   - Gracias.-   - ¿Que dices?-  

Basta con que oigan duda en la voz de Prometeo, el señor de la lógica, para que mis agresores se detengan.    

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Pensé que ser una heroína significaba convertirme en algo más que el resto. Buscaba resultados que me llevasen a lo alto, cuando debí acercarme a los míos.-   Prometeo pone su mano en mi mejilla. Sonrío. Se siente cálida.   - Niña. Tú lloras y es...-   -Puedes no ser alto, pero eres grande y con eso me basta.-  

Nuestros labios están a punto de juntarse. Porque Prometeo encontró en mi a alguien que le dio la razón.   -Prometeo, yo...-   Aprieto la mano de Prometeo tan fuerte como puedo, y la rompo. Prometo grita en agonía.   - …Te dije que te asombrarías de lo que soy capaz de hacer.   Arrojo a Prometeo sobre el chorro de agua. El enano me dijo demasiado. Sabía que si comenzaba a aspirar algo tan abstracto cómo el amor, su poder dejaría de anular mis poderes. Hay que saber cómo cegar la razón. Prometeo es expulsado por los aires debido a la fuerza de la presión del agua. ¿Debería sentirme mal por engañarlo? ¿Cabe dentro de la lógica la mentira? Sé que encaja dentro de la naturaleza. Prometeo cae dentro de las alcantarillas. La multitud comienza a despertar y a sacudirse de los efectos de Prometeo.   Quizás me hace falta volar alto y tomar distancia. Me elevo hacia al cielo con mis poderes renovados y la multitud en la tierra aplaude. Quizás no sea necesario volar, pero me gusta hacerlo. Y a partir de este momento solamente tengo certeza de una cosa. Que soy una mujer, el viento que en tu cara va a soplar un mar de incertidumbres. :***  

FIN.                                                            

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Nicolística J

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La Punzada.  

El señor Bahamondes se encontraba leyendo. Había llegado a un punto de total concentración hacia las letras y el mundo a su alrededor, tan lejano y abstracto cómo nos parece en aquellos momentos, correspondía a su manera sin dejar ocurrir nada que pudiera sacar al señor Bahamondes de su trance hipnótico. Sin embargo en una fracción de segundo la concentración del señor Bahamondes se quebró. Sucedió así: Por el rabillo del ojo le pareció ver lo que pudo ser un mechón de su propio cabello o la extremidad negra de una araña. En aquél mismo instante sintió bajando por su sien el roce de patas pequeñas que no alcanzó a coger con la mano. La sensación de tener un invasor en el cuerpo hizo entrar en pánico a Bahamondes y sus peores miedos se vieron realizados cuando sintió una punzada en el oído. Ya no había esperanzas, la criatura estaba dentro.   Desesperado comenzó a hurgar dentro de su oreja con el dedo. Dentro de su cabeza sentía la presencia extraña anidando cerca del tímpano, un cosquilleo inquietante que le hizo presionar con fuerza y sacudir su oído con los nudillos. El señor Bahamondes corrió hacia el cuarto de baño. Tomó los cerillos algodonados y hurgó con más fuerza que antes, dos veces repitió la operación y sólo quitó cerumen. Al tercer intento vio rastros de su propia sangre, lo que hizo que sus rodillas se doblegaran, pues Bahamondes padecía una repulsión aguda hacia la sangre. Aguanto la respiración y se tapó la nariz, para sacar aire de sus oídos. El oído izquierdo estaba tapado, y el aire sólo salía de los ojos. Frente al espejo vio un pelillo que se asomaba de su nariz, negro y muy grueso. El pelillo se tensó y clavó su punta sobre el labio de Bahamondes. Bahamondes capturó la extremidad negra entre sus dedos, pero esta se escurrió hacia dentro de la nariz y no volvió a salir. A Bahamondes ya se le adormecía el lado izquierdo de la boca y sentía el desagradable cosquilleo expandirse hacia la nuca. Tenía el ojo izquierdo inyectado en sangre. Pero Bahamondes no sentía dolor alguno, sólo una sensación anestésica que llevaba su conquista hacia el hemisferio derecho de la cabeza.  

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Corriendo, con el rostro hinchado, por la calle que conducía al centro médico más cercano, Bahamondes pensaba en intentos desesperados para evacuar a la criatura. Corría, venciendo el agotamiento y los límites de su resistencia, atropellando gente, motivado sólo por instinto de supervivencia, toda esperanza ya se iba dejando atrás. El ojo izquierdo ya nebuloso se apretaba contra el párpado cómo si la criatura empujara desde dentro con la intención de crecer. La carrera hacia lo que podría ser su salvación tuvo que ser interrumpida repentinamente; desde el interior, justo detrás de la nariz, algún conducto fue obstruido y el señor Bahamondes no podía respirar. Dos minúsculos colmillos se clavaron en su lengua, justo debajo de la úvula, y se retiraron de inmediato cuando vino el vómito que, mezclado con sangre, apartó eficazmente a los transeúntes del camino de Bahamondes. El personal que se encontraba en ese momento deambulando en el pabellón detuvo sus actividades cuando vieron la figura humana cuyo cuello sostenía una deforme esfera cubierta de cabellos…

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delgados y protuberancias detrás de las cuales se vislumbraba el brillo de un ojo, el único que le quedaba al señor Bahamondes. Una de las enfermeras ahogó un grito. ¡Dejen pasar al hombre! Jamás había visto algo así... ¡Ayuda! ¡Ayuda! intentaba decir. Parece que se metió por el oído izquierdo. Tengan las luces listas... El sonido metálico de las camillas, de los enfermeros corriendo, y la imagen de un montón de brazos, vestidos de blanco, tomándolo de distintas partes del cuerpo, confundió a Bahamondes. Ante su ojo desfilaban de manera vertical las luces del techo y alguno que otro instrumento de plata en las manos de látex. Bahamondes supo que se encontraba en buenas manos y comenzó a recuperar la calma. Cedió al sopor y dejó que su adormecida cabeza contagiara el resto de su cuerpo. La criatura dentro de él lentamente llegaba a la victoria de su conquista. ¡No dejen que se duerma! Se debe haber metido mientras dormía, es lo más común... ¡Hay que amputar el pabellón auditivo! La sala estaba exageradamente iluminada. Un potente haz de luz reboto en una superficie reflectante. El último de los instrumentos plateados era el más grande de todos. Apenas sintió el filo frío introduciéndose por su oído, por la misma ruta utilizada por la bestia para ingresar. La última imagen que Bahamondes presenció en vida fue la de un muro cubierto con su propia sangre, sobre el cual se proyectaba la sombra de muchas extremidades delgadas que parecían salir de su propia cabeza. Y un inhumano chillido agudo, que exclamaba el más insufrible de los dolores, fue lo último que escuchó. Ni siquiera en el hogar uno puede estar a salvo de nada.

     

 

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La Punzada.

FIN

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LAS QUE SE OCULTAN BAJO PLUMAS. Capítulo II     Emilio Suazo, joven y descarriado. Libre por primera vez de prejuicios, que muchas veces a eso se traduce una familia; a un conjunto de miedos y reservas adquiridas por herencia. La situación es en sí jocosa, como la verdad siempre lo es. Si un hecho no resulta risible, no me molestaría en creerlo.  

Me levanté tan rápido como pude, tratando de no hacer ruido alguno. Sentí mi garganta abultada y me tiritaba la mandíbula. Caminaba a paso seguro y firme, sin mirar atrás. Pude oír el cotorreo infernal de esas aves negras, perdiéndose en la distancia. Por suerte un rayo de luz de luna se abría paso a través de los árboles, indicándome la salida, y pronto podría dejar atrás esa interminable oscuridad. Caí de rodillas, ahogando mis jadeos y sujetando mi estómago. Me lloraban los ojos, no pude evitar reír. Todo me parecía mucho más absurdo que de costumbre, los pájaros se regocijaban de haber engullido a un pobre hombre y yo los había oído. Sus voces eran cómo voces de vieja, casi voces de aquelarre, de abuela, de senilidad. Desagradables. Y para ellas mi risa, aunque a distancia, no pasó desapercibida. Sobre los árboles vi levantarse una mancha, apenas visible al principio. Era un enjambre endemoniado, un grupo de cuervos gordos rompiendo el silencio y esparciendo sus plumas como presagios de muerte. Se acercaban directo hacia mí. Ya en ese momento comencé a temer más por mi sanidad mental que por mi integridad física. No podía parar de reír, por lo impactante que me había resultado ver a esas bestias carroñeras roer los huesos de un cadáver. Sentí el aliento escapándose de mis pulmones y el pánico no me permitía quitar la vista ni moverme. Mi postura bien podía ser tomada por ellas como una muestra de desafío.  

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¡Les traigo comida si quieren, pájaros de mierda! ¡Les traigo o vengan cuando quieran a buscarla! “No me coman a mí” quise decir, pero me faltó aire. Las aves volaron sobre mi cabeza; descendiendo hasta una altura que me hizo pensar en la muerte segura, pero justo ahí, ascendieron. El sonido de sus cotorreos comenzó a fragmentarse en todas las direcciones del cielo nocturno hasta que se desvaneció. Y mucho me pareció que no eran cotorreos, eran burlas, risas suyas. De rodillas aguardé en silencio hasta que estuve seguro de que me encontraba a salvo. Ya se levantaba el sol. -¿Volviste al lugar donde viste el cuerpo? -No pude encontrarlo. Era una mañana helada y me encontraba más lúcido. Me convencí a mi mismo que todo había sido una mala jugada de mi imaginación. Esa misma tarde la pasé durmiendo, recuperando el sueño que no me había permitido la noche anterior. Me despertó el llamado de un conocido mío, me invitaba a una reunión con el grupo de siempre. Yo, siendo como era, acepté. El lugar era el mismo que solíamos frecuentar y repleto de caras que ya nos eran familiares. No me refiero a individuos, sino a tipos de persona. Para ese entonces todo me parecía tan obvio, las actitudes tan comunes, que me era fácil saber cómo evitar a los que en mí no despertaban interés alguno. Con esto incluso me refiero a los que conmigo compartían. Me sentía especialmente austero esa noche, luego de aquella experiencia aterradora de esa otra noche que tantas ganas tenía de comentar; Y que sin embargo me censuré de hacerlo. El relato habría volcado sobre mí miradas inquietas, curiosas, atentas o despectivas. Me harían el centro de interés y no tenía intenciones de ser por nadie atendido de manera especial. Sin embargo, una conocida parecía notar mi reserva. Aún más, parecía haberse propuesto derrocarla. Chocamos los vasos, brindando por un motivo que no recuerdo. Mientras bebía noté sus castaños ojos mirando directamente hacía los míos, como si quisiera sacar a relucir los motivos que esa noche me mantenían especialmente distante. De a poco, de manera inteligente, lograba hacerme hablar. De pronto la mujer se cubrió con su cabellera la mitad del rostro, acto que le asentó de modo muy natural. Por un lado dejaba ver sus cabellos color miel cayendo lisos sobre su blanco hombro descubierto, a modo de muro pensé yo, pues nadie que quisiese dirigirse a ella podría verle el rostro. Se había excluido del entorno y su mirada la había reservado para mí.

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Por el otro lado, aquel que solo yo podía observar, había descubierto su pálido cuello que mucho trabajo me costó ignorar. Ahora la situación como recuerdo se me presenta de manera mucho más clara. Era ella la razón por la cual acepté ir a la reunión de esa noche.

Caminamos juntos más tarde, ella de mí mano, yo de la suya. Ya el juego había dado paso al vínculo. Apasionadamente nos engullimos el uno al otro, y nos dejamos embriagar por el sabor de cada uno. Nos separamos bajo palabra de un próximo encuentro. Y camino a casa me comprobé a mí mismo que sí sé guardar una promesa... ¡Les traigo comida si quieren, pájaros de mierda! ¡Les traigo o vengan cuando quieran a buscarla!

Bajo la luz de un poste vi a una señora de avanzada edad vestida entera de negro. Tenía rasgos étnicos, una sonrisa de pocos dientes y una trenza de gruesos cabellos negros caía por su hombro. En su mano ella sostenía una taza. La oí reír y entré a mi casa. Pero, cuando volví a salir, ella estaba en completo silencio.   Vertí en su taza algo del azúcar que había sacado de mi cocina. Ella me dio las gracias. En el momento tardé bastante en explicarme el porqué hice lo que hice y como, sin palabras, logré captar lo que ella pedía y saber que a mí me lo pedía. Si lo hice, lo hice por lo mucho que se asemejó su risa a ese cotorreo burlón de las aves carnívoras. Yo mismo comencé a reír cuando la anciana desapareció en la noche arrastrando por el suelo su vestido negro; comencé a reír como lo haría cualquier hombre sano que teme por su cordura.     Continuará…            

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