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  • H A C I A E L A B I S M O

    ERNESTO DAUDET

    HACIA EL ABISMO

    I

    En el extremo de la va dell' Ospedale, una de las gran-des arterias de Turn, exista en 1793, una casa de eleganteaspecto, de tres pisos y rodeada de un frondoso jardn.Esa casa haba sido mucho tiempo residencia de una ricafamilia de Turn, pero en la poca en que el Terror se desen-cadenaba en Francia, la afluencia de emigrados que iban abuscar un refugio en la capital del Piamonte decidi al pro-pietario del inmueble a transformarle en un hotel amuebladopara uso de los extranjeros. Los fugitivos franceses y los deSaboya, despus de que esta provincia fue anexionada a laRepblica y tuvo que obedecer sus leyes, no tardaron enocupar los departamentos ms o menos vastos que se habanpreparado en la casa, disponindolos de modo que los hus-pedes tuviesen la facultad de vivir aisladamente o en comnsi lo preferan.Como esos departamentos eran cmodos, su mueblajelujoso y el precio de los alquileres bastante elevado, la casa

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    Gavotti se convirti prontamente en el punto de cita de losemigrados notables, provistos de ms recursos que los queposean en su mayor parte los desgraciados a quienes la tor-menta revolucionara haba arrojado de su pas. Unos mesesdespus de su creacin, la casa Gavotti pasaba por ser la msaristocrtica de Turn.Para convencerse de que mereca su reputacin, bastabaleer, en el cuarto del portero, la lista de los inquilinos, colgadaen la pared en un marco movible. Todos pertenecan a la msalta nobleza de Francia y de Saboya, nobleza de espada y no-bleza de toga. Entre ellos se encontraban, en el momento enque comienza este relato, es decir, en la primavera de 1793,dos mujeres jvenes: la condesa Luca de Entremont y suhermana menor, la seorita Clara de Palarin, hijas del difuntolugarteniente general marqus de Palarin, uno de los ms glo-riosos veteranos de los ejrcitos del rey de Francia.La mayor se haba casado con un noble saboyano al ser-vicio del Piamonte y, establecida en Saboya por su matrimo-nio, haba recogido a su hermana a la muerte de su padre.Algo despus, cuando la entrada de los franceses en Cham-bery haca peligroso residir en esta ciudad, el conde de En-tremont, antes de marcharse a combatir en los Alpes a losinvasores de su pas, condujo a Turn a su mujer y a su cua-da y las instal en la casa Gavotti, confindolas a la adhesinde una dama de gobierno, la seora Gerard, que serva ya encasa de sus padres cuando ellas vinieron al mundo.Desde que habitaban en este asilo, nadie poda jactarsede haber comunicado con ellas, pues vivan muy retiradas y

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    hasta huan las ocasiones de encontrarse con los emigrados

    ROBERTO FABIAN LOPEZEDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

  • establecidos en la casa. Una casa de huspedes es siempreuna especie de mentidero, y, en sta, la actitud de las jvenesdaba ocasin a comentarios desprovistos de benevolencia.Qu tenan que ocultar para substraerse as a las insinuacio-nes de amistad que se les hacan y para cerrar su puerta a losvisitantes?Hubirase juzgado menos severamente a aquellas bellasreclusas si se hubieran conocido las causas de su enclaustra-cin. Pero esas causas eran apenas sospechadas. Se ignorabaen general que la condesa de Entremont, al condenarse consu hermana a una existencia de monja, obedeca las rdenesformales de un marido desptico y celoso, cuyos celos, bienmirado, no dejaban de tener excusa.No era porque la Condesa hubiera hecho nunca nadapara justificarlos, sino porque el Conde le llevaba veinte aosy no ignoraba que Luca se haba casado con l sin amor,despus del rompimiento de un noviazgo anterior, rompi-miento impuesto por su padre y que la haba separado de unhombre profundamente amado, en la vspera del da fijadopara su casamiento.Aquel prometido, duramente rechazado, se llamaba Ro-berto de Dalassene. Su familia no ceda en nada como anti-gedad a la de Palarin. Un barn de Dalassene figur en laprimera cruzada e hizo una brillante fortuna en la corte delos emperadores de Bizancio. Vueltos a Francia en el siglocatorce, los descendientes de aquel hroe, gracias a su inteli-gencia y a su valor, haban dado al nombre de que estaban

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    tan justamente orgullosos, una celebridad igual al brillo desus servicios, y adquirido grandes bienes, de los que su here-dero, Roberto de Dalassene, era todava poseedor en vsperasde la Revolucin.Mandaba entonces el joven un escuadrn del regimientode caballera de Artois y deba a su juventud, a su elegancia, ya su ingenio no menos que a su nacimiento, el estar en pri-mera fila entre aquellos nobles a quienes el rey y la reina col-maban de favores y a quienes pareca prometida la carrerams envidiable.noche, el joven Roberto conoci a Luca de Palarinen casa de su abuelo materno, el arrendador general Ninartde Lavoix. Luca acababa de salir del convento, donde estabatodava su hermana, y estaba haciendo su entrada en el mun-do. Sus dieciocho aos, su belleza y su encanto ejercieron enRoberto una seduccin fulminante, y el joven no tard enlograr agradar a Luca, tanto como ella le agradaba. Sucesivosencuentros aumentaron la vivacidad de sus sentimientos re-cprocos, y pronto se decidi el matrimonio, con gran gozode las dos familias o, por mejor decir, de lo que de ellas res-taba. Como parientes prximos del novio no quedaban msque su abuelo, que viva casi siempre en sus tierras de Nor-manda, y su to abuelo, el arrendador general. En cuanto a laprometida, que haba perdido a su madre siendo an muynia, no tena a quien querer ms que a su hermanita y a supadre, al que el dolor de haber visto ensangrentar las calles dePars al furor popular, deba llevar a la tumba pocos mesesdespus de la toma de la Bastilla.

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    En el momento en que expiraba el marqus de Palarin,

  • su hija Luca, aunque prometida anteriormente a Roberto deDalassene, acababa de casarse con el conde de Entremont.Este casamiento inesperado y contrario a sus compromisosanteriores, haba sucedido a los motines trgicos del 14 dejulio, y era su consecuencia. Se haba visto, en aquel da, alprometido de la seorita de Palarin mezclarse con los amoti-nados, animar sus violencias, fraternizar con ellos y declararsepartidario de las ideas nuevas.Objeto de vehementes reproches de su abuelo, Robertohaba agravado sus culpas al afirmar sus convicciones y altratar de justificar su conducta. El abuelo, indignado, arrojde su casa al nieto, y cuando, al da siguiente, ste se presenten el hotel de Palarin, no fue recibido. En la misma tarde,una carta le haca saber que el Marqus rehusaba dar su hija aun renegado, y que sala de Pars con ella. Rabioso, entonces,e irritado por el rigor con que se le haca expiar una hora deextravo, del que acaso se hubiera arrepentido si se le hubieratratado con ms indulgencia, sigui el ejemplo que le dabanotros nobles: Mirabeau, Talloyrand, Biron, Custine, Cha-teau-neuf-Randon, le Peletier de Saint-Fargeau, Herault deSechelles. Con desprecio de su nacimiento y de las ensean-zas que haba recibido, e ingrato con los soberanos a quienesdeba tantos favores, se arroj ruidosamente en el partido dela Revolucin.Su cada fue tan rpida como profunda. Frecuent losclubs, se afili en los jacobinos, peror contra los realistas ylos moderados y hasta, un da, se plant el gorro frigio. Haba

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    suprimido la partcula de su nombre y no quera ser ms queel ciudadano Dalassene. La necesidad de hacer olvidar suorigen le impulsaba a los peores excesos. Era preciso a todotrance disipar las desconfianzas que excitaban entre sus nue-vos amigos las costumbres aristocrticas a que no haba re-nunciado y de las que daban an testimonio su elegancia y sumodo de vivir. Al mismo tiempo se entregaba a una existen-cia de placeres y de disipacin, sin temor de exhibir sus rela-ciones con mujeres notoriamente desacreditadas y quereemplazaban a sus lazos de familia, rotos para siempre.En septiembre de 1792, los electores de la Nievre le re-compensaron su cambio designndole para representarlos enla Convencin. Esta eleccin, que l haba solicitado, puso elsello a su apostasa, y como l se gloriaba de ella y quera quenadie la dudase, fue a tomar asiento en los bancos de laMontaa. All se hizo notar prontamente por su actividadrevolucionaria; se asoci a las medidas ms violentas, se hizoelegir miembro de la junta de Seguridad general y enviar a losejrcitos como representante del pueblo.Cuando empez el proceso del rey, estaba l en Colmarpor orden de la Convencin y hubiera podido no asociarse ala sentencia que iba a dictarse. Pero tuvo a honor no rehuir laresponsabilidad del acto jurdico que se preparaba, hizo lle-gar su voto por carta y ese voto fue de muerte. Cuando sucarta fue leda en la tribuna y publicada por los peridicos,Roberto recibi una de su abuelo, en la que el viejo Mausa-br, no habiendo podido contener su clera, le enviaba lamaldicin.

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    Durante el curso de estos acontecimientos, que Luca de

  • Entremont segua de lejos, la joven, lejos de tratar de que seborrase de su corazn la imagen de Roberto, se complaca enretenerla en l. Aunque no haba vuelto a verle y pareca re-signada con su nueva vida, pensaba en l sin cesar, y pensabasin clera, considerndolo ms como una vctima que comoun culpable y convencida de que Roberto la amaba lo mismoque en otro tiempo.Sus pesares, y ciertas vagas esperanzas, alimentaban susensueos de joven, y su marido, que sospechaba el objeto detales ensueos, se irritaba interiormente. Despus de haberloshecho servir mucho tiempo de pretexto para obligarla a vivircomo una enclaustrada, ya en Chambery, ya en el castillo deEntremont, se haba fundado en los pensamientos ocultosque le atribua para prohibirle, al dejarla en Turn, las relacio-nes que l no hubiera autorizado. Desesperando de hacerseamar, quera hacerse temer y poda creer que lo haba logrado,puesto que su mujer continuaba acatando dcilmente suvoluntad, aunque, estando separado de ella, le fuese imposi-ble vigilarla.Es verdad que Luca no sufra con la soledad. Ausente sumarido y teniendo al lado a su hermana, esto bastaba paraque la joven se considerase tan feliz como se lo permita laherida de su corazn. Su persona estaba prisionera, pero supensamiento no lo estaba y poda abrirse libremente y a todashoras al recuerdo de Roberto, del que segua ardientementeenamorada a pesar de los obstculos insuperables que la se-paraban de l.

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    As haban transcurrido varias semanas sin que se anun-ciase ningn cambio en la existencia melanclica de Luca,cuando, una maana del mes de marzo, mientras la jovenacababa de despertarse al ruido que hizo su hermana al entraren el cuarto a darle un beso, el ama de gobierno, seora Ge-rard, se dej ver detrs de la muchacha.La edad y la apostura de esta seora imponan respeto.Tratada por sus jvenes seoras, no como una subordinada,sino como una amiga, ella diriga la casa y les prodigaba suscuidados con una solicitud casi maternal, sin prescindir de ladeferencia que tena, a pesar de sus cincuenta aos y de susservicios, como un deber de estado.La Gerard se qued inmvil en el umbral de la habita-cin como si esperase que se le ordenase entrar, y su miradase pos en las dos hermanas, la una en pie y la otra acostada.Sus encantadoras cabezas agitbanse en la misma almohada.Luca se agitaba riendo bajo los besos de Clara, cuyos rubioscabellos se mezclaban con los cabellos negros y trazaban sur-cos de oro sobre su color obscuro de brillantes reflejos.

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    La presencia del ama de gobierno puso fin a estas cari-cias que se renovaban todas las maanas y en las que la ale-gra de los diecisiete aos de la hermana menor, disipaba unmomento la gravedad precoz de los veintids aos de laprimognita.-Tienes que hablarme, Gerard? -pregunt Luca desdela cama.Y viendo un pliego cerrado en las manos del ama de go-bierno, aadi:-Una carta! De mi marido, sin duda.

  • -No, seora, no es del seor Conde. No ha venido porel correo; me la acaba de entregar el criado de un viajero queha llegado esta noche a la casa.-Llegado esta noche! Quin puede ser? Descorre lascortinas, Gerard y t, Clara, abre esta carta y leme su conte-nido.Las dos rdenes fueron ejecutadas al mismo tiempo.Cuando la Gerard hubo dejado entrar la luz, Clara, que habaabierto la carta, pas por ella los ojos.-Es del seor de Mausabr -exclam.-El seor de Mausabr! -repiti Luca tan asombradacomo su hermana, pero ms conmovida. - El en Turn! Seha decidido al fin a emigrar!-Probablemente. Escucha lo que te escribe.Y la joven ley en alta voz:Ninart de Mausabr acaba de saber con tanto placercomo sorpresa la presencia de la seora condesa de Entre-mont en la casa Gavotti, donde l ha tomado domicilio por

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    los pocos das que debe pasar en Turn. Deseando ponerse asus rdenes, tendr el honor de presentarse en sus habitacio-nes esta tarde a la hora que ella tenga a bien indicarle.Mausabr, el abuelo de Roberto de Dalassene! Cuntosrecuerdos evocaba aquel nombre en la memoria de Luca!Cuntos testimonios de cario haba recibido de aquel ama-ble anciano cuando era la prometida de Roberto y qu dis-puesta se senta ella entonces a quererle! Rotos susesponsales, la joven haba dejado de verle; pero, de repente,su memoria le recordaba sus bondades, su benevolencia y lasonrisa paternal que se dibujaba al verla, en aquella cara vene-rable en que se revelaba la serenidad de una conciencia pura yleal.Todava en aquel instante su carta despertaba en el almade Luca una emocin de la que la joven no trataba de de-fenderse y que tena origen en la gratitud que conservaba alabuelo de Roberto. Tan viva era esa gratitud, que le hacaolvidar el rigor con que haba tratado a su nieto y desprecia-do su conducta. Si Roberto no se haba casado con su pro-metida, a pesar de los sentimientos que haban concebido eluno por el otro, era tanto por la voluntad de su abuelo comopor la del marqus de Palarin. Ambos haban estado deacuerdo para decidir que la traicin de aquel desgraciado, lehaca indigno de aliarse con una casa en la que la fidelidad aDios y al rey no se haban jams desmentido. Aunque su de-cisin hubiera desgarrado el corazn de Luca, sta saba quese haban inspirado en el cuidado de su felicidad ms anque en su legitimo resentimiento, y deplorando que se hubie-

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    sen dejado cegar por la clera, les perdonaba el haber en-tregado su existencia a la desgracia.En esta disposicin de nimo, la visita del anciano Mau-sabr no poda disgustarla. Luca sera feliz de volverle a ver,y ms an si por l reciba noticias de Roberto.-Tengo que responder a esta carta -dijo muy pronto.Y mirando a la Gerard como para pedirle su opinin,continu:-Voy a escribir al seor de Mausabr que ser bien veni-do a cualquier hora que se presente. No creo que mi marido

  • encuentre mal que lo haya recibido.-Cmo podra encontrarlo mal el seor Conde? -dijo laGerard. -Qu mal hay en recibir a un noble tan respetablecorno el seor de Mausabr?-Olvidas, Gerard, que es el abuelo del seor de Dalasse-ne.-Est regaado con su nieto, no lo ve ya y no es aparen-temente para hablarle a usted de l para lo que quiere verla.Adems, ha sido amigo de su padre de usted y no puede ha-cerle esa afrenta.-Es lo que yo pienso. Voy, pues, a escribirle que venga;su presencia traer un poco de distraccin a nuestra tristevida.-La verdad es que nada tiene de alegre observ el ama degobierno. -El seor Conde no es razonable. Estamos aqucomo presas.

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    -No gruas -respondi vivamente Luca. Para ququejarse cuando no se puede impedir nada? No piensascomo yo, Clara?-Oh! yo, mientras est a tu lado, no me quejar-respondi la joven. -No pido, ms que no dejarte nuncaaunque tenga que seguirte al fin del mundo. Con esa condi-cin, me estimar siempre dichosa. Pero, puesto que vas aescribir al seor de Mausabr, por qu no le invitas a cenar?As le tendremos al lado ms tiempo.Clara estaba al lado de la cama de su hermana, y sta laatrajo hacia ella con ademn afectuoso y sonriente y dijo be-sndola:-No tienes ms que buenas ideas, Clarita. S, voy a rogara ese venerable amigo que venga a cenar con nosotras. Ashablaremos del pasado. Ahora djame vestirme; tengo prisade escribirle y de recibir su respuesta.La de Entremont se qued sola y, mientras se entregabaa los cuidados de su atavo, se abandon a los ensueos queacababa de reanimar en ella el anuncio de la visita de Mausa-br.En aquel mismo da, al anochecer, el portero de la casaGavotti iba a cerrar, como todas las tardes, la verja del jardn,cuando fue bruscamente interpelado por un hombre queacababa de surgir delante de l.-Una palabra, amigo. No es aqu donde habita la seoracondesa de Entremont?Esto fue dicho en italiano, un italiano muy puro, aunquecaracterizado por un poco de acento extranjero, y con una

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    voz cuya cordialidad disimulaba mal la costumbre del man-do.Antes de responder, el portero examin al personaje queacababa de interrogarle. Bajo las anchas alas de un sombreroverde, de fieltro flexible, muy semejante a los que usan losaldeanos del Tirol, el portero vio, a pesar de las sombras queproducan aquellas alas y el crepsculo naciente, una cara jo-ven de lneas muy puras y de expresin benvola a pesar desu gravedad, y dos ojos negros de singular vivacidad, unosojos a los que la clera deba de poner terribles, aunque enreposo, como estaban entonces, tuvieran la dulzura de unacaricia.

  • El porte de aquel hombre era un trmino medio entre elde un artesano y el de un burgus de condicin modesta, pe-ro al portero le choc el visible contraste que ofreca con laelegancia natural y la actitud altiva del personaje cuya siluetadibujaba.-Qu quiere usted a la seora Condesa? pregunt entono de desconfianza.-Me permitir usted que se lo diga a ella misma? -dijocon acento burln el desconocido.Y se sac del bolsillo del chaleco un escudo de plata,que puso en la mano del cerbero.-La seora Condesa no le recibir a usted -respondiste con un poco ms de amabilidad. -Cuando vino, hace tresmeses, a instalarse en esta casa con su hermana, el ama degobierno, la seora Gerard, me dio orden de rehusar la en-trada a cualquiera que la pidiese.

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    -Las rdenes ms severas llevan consigo excepciones.-Esas seoras no ven a nadie, absolutamente a nadie, nisiquiera a los huspedes de la casa. Hoy solamente, han reci-bido por primera vez a un viajero llegado anoche, un ancia-no, amigo suyo a lo que parece. Le han convidado a cenar, yestn en la mesa en este momento; puede usted pensar cmome acogeran si faltase a la consigna.-Est usted seguro de que ser levantada para m encuanto me anuncie, porque yo tambin soy un amigo comoese anciano.-Oh! no, no como l; es un viejo cuya visita no puedealarmar al seor Conde.-Est en Turn el seor de Entremont? pregunt viva-mente el desconocido.-Hace mucho tiempo que se volvi a su regimiento.-Y cree usted que mi visita le alarmara?-Se dice que es terriblemente celoso.Dalassene, pues nuestros lectores le habrn reconocidobajo el disfraz con que se haba disimulado, no hizo caso deesta ltima frase. El joven se estaba preguntando por qumedio vencera la resistencia que se le opona. Gracias a lamisin que desempeaba en Saboya con otros miembros dela Convencin, haba sabido por informes de la polica que lade Entremont se haba refugiado en Turn. Resuelto a inten-tar verla, haba maniobrado hbilmente para ser nombradopor sus colegas a fin de ir a reanimar en el Piamonte el celode los partidarios de la Repblica y a excitarles a la rebelincontra su rey. Salido en secreto de Chambery, haba podido

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    pasar la frontera, hacindose pasar, gracias a su conocimientode la lengua italiana, por un sbdito piamonts.Roberto llegaba, pues, al trmino de su viaje, del que erapretexto la poltica, pero cuyos peligros le haca afrontar so-lamente el amor; peligros formidables, estando el Piamonteen guerra con Francia. Despus de haberse ilusionado con laidea de ver a Luca, no quera marcharse sin verla, as es que,lejos de dejarse convencer por los argumentos del portero,trat de refutarlos.-Le repito a usted, amigo, que la seora de Entremontme recibir como ha recibido a ese anciano que est cenandocon ella.

  • El portero no pareca dispuesto a creerle, y el joven aa-di fingiendo no notarlo:-Conoce usted a ese invitado?-No le he visto nunca; pero su nombre figura en la listade nuestros huspedes. Si quiere usted verla...-Voy a hacerlo -respondi Dalassene sin dejarle acabar.Pas la verja delante del portero y lleg antes que l a unpabelloncito que haba en la entrada del jardn. Como la no-che iba cerrando, el cerbero encendi una candela y levan-tndola hasta el cuadro colgado en la pared, puso el dedo enel ltimo de los nombres que haba all escritos.-Puede usted leer?-dijo.Los ojos de Dalassene siguieron la direccin del dedo, y,de repente, expresaron una estupefaccin que tradujo almismo tiempo el grito que le arrancaba el nombre que estabaleyendo y que era el de Ninart de Mausabr.

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    Su abuelo en Turn, llegado sin duda al mismo tiempoque l! Qu rara y turbadora coincidencia! Con qu objetohaba ido al Piamonte, cuando su nieto, que saba que nohaba querido emigrar, le crea en Pars o en sus tierras deNormanda? Era una circunstancia fortuita la que lo habareunido con Luca o no haba hecho ese viaje ms que paraverla?Verla! Para qu? Sin duda, durante el perodo de losesponsales, cuando iba a ser su nieta, el anciano se habamostrado tiernamente afectuoso con ella, haba apreciado susmritos y manifestndole su confianza en las formas ms de-licadas. Pero no habindose verificado el casamiento que ldeseaba tan vivamente y habindose convertido Luca enmujer del conde de Entremont, no poda ser ms que unaextraa para Mausabr.Su encuentro no se explicaba ms que como debido alazar y al azar, en efecto, le atribua Dalassene. Pero esta supo-sicin no poda disipar la turbacin que le haba producidoel temor de encontrarse en presencia de su abuelo y de or denuevo sus acusaciones y su maldicin. Dominado por esetemor, hubiera renunciado a ver a Luca en aquel momento yaplazado su visita para el da siguiente, si no hubiera tenidoque salir de Turn aquella tarde. Por otra parte, se habramarchado su abuelo al da siguiente?Y si no se haba marchado, no corra tambin el riesgode encontrarle?Por otra parte, el joven no se disimulaba los peligros quecorra prolongando su estancia en Turn. Esta ciudad estaba

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    llena de franceses, algunos de los cuales le haban visto segu-ramente en otro tiempo en Versalles y despus en los bancosde la Convencin. Poda, pues, ser reconocido, delatado algobierno piamonts y arrestado. Qu orgullo fundara sobresu prisin este gobierno! Con qu gozo sabran la noticia losrealistas! Cmo se reiran los hermanos y amigos de Pars yde qu burlas haran objeto al miembro de la Convencinque se hubiera dejado coger tontamente por los satlites deltirano sardo!Esta consideracin pudo ms que todas las otras y leconvenci de la necesidad de ver inmediatamente a Luca, sopena de dejar Turn sin haber podido cambiar una palabra

  • con ella. No necesit mucho tiempo para llegar a esta conclu-sin, pues las reflexiones que acababan de ser analizadas sehaban sucedido en su mente con la rapidez que supone lainminencia de un peligro. Sin embargo, su turbacin era de-masiado manifiesta para que el joven pudiera disimularla. Elportero le haba observado y su actitud demostraba que no leengaaban los esfuerzos que haca Dalassene para ocultrse-la.En tono casi burln, le pregunt:-Sigue usted queriendo que vaya a anunciarle a la seo-ra Condesa?-Quiero ms que nunca -respondi Dalassene a quienesta pregunta devolvi todo su aplomo.-Dme usted, entonces, su nombre.-Es intil. Anuncie usted un mensajero que llega deFrancia para un asunto urgente. Trate tan slo de no hablar

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    delante del anciano, y yo sabr agradecer la habilidad y la dis-crecin que usted muestre.Esto ya no era un ruego, sino una orden, y una ordenapoyada por una promesa. El hombre a quien se diriga seapresur a obedecer. Y en pie, en el umbral del pabelln, entorno del cual se hacan ms densas las sombras de la noche,Dalassene le sigui con la vista por la calle de rboles queconduca a la casa, cuyas ventanas empezaban a iluminarse.Cuando le vio desaparecer, se entr en el pabelln, muyconmovido y con el corazn angustiado, preguntndose si suantigua prometida consentira en recibirle y si evitara el en-contrarse con su abuelo.

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    III

    En las habitaciones de la condesa de Entremont se esta-ba acabando la cena; todos se haban levantado de la mesa ylos tres comensales, mientras se serva el caf, estaban hablan-do de las cosas del da, de las familias emigradas, de las que sehaban quedado en Francia y de los trgicos acontecimientosque en ella se sucedan desde que los revolucionarios ocupa-ban el poder.Mausabr contaba con emocin estos terribles dramas,de los que haba sido testigo, y aunque hasta entonces l hu-biera evitado los peligros, no por eso estaba menos compa-decido por la suerte de los infortunados que, menosdichosos que l, haban sido vctimas. El nombre de Da-lassene no haba sido pronunciado, ni Luca quera que lofuese mientras su hermana tomase parte en la conversacin.En las palabras de Mausabr y en sus reticencias haba adivi-nado igual preocupacin; era visible que el anciano esperaba,para hablar a Luca del pasado, que se hubiese alejado Clara,as es que aqulla tena prisa por encontrarse a solas con l.

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    Con una sea, se lo hizo comprender a su hermana, queacababa de poner en un velador, al lado de Mausabr, unataza de caf.

  • -Voy a dejaros -respondieron los ojos de Clara.Pero, en este momento, apareci en la puerta del saln laseora Gerard, que se esforzaba por huir de las miradas delconvidado.Luca se acerc a ella y la interrog en voz baja.-Tienes que hablarme, Gerard?-Es que hay un hombre que pide ver a usted. Est espe-rando en la portera.-Cmo se llama?-No ha querido decir su nombre. Dice que viene deFrancia y que tiene que hacer a usted una comunicacin, peroyo tengo la idea de que es un emigrado necesitado, un men-digo.-O un espa enviado de Chambery. Seamos prudentes,Gerard. Haz que le digan que vuelva maana temprano; hoytenemos gente.-As se lo ha dicho el portero; pero l insiste.-Entonces, querida, ve t misma y trata de saber quin esy lo que quiere.Durante este coloquio, Clara se haba quedado conMausabr, y Luca se reuni con ellos disimulando la preo-cupacin que le causaba la presencia de un desconocido ensu puerta. Su hermana fue a sentarse al piano colocado en elfondo del saln y se puso a tocar muy bajito.

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    -Que deliciosa joven es esta Clara! -dijo Mausabr. -Estal como usted era cuando tena su edad y se har tan hermo-sa como usted cuando tenga la suya.-Deseo que sea ms feliz de lo que yo he sido y soy res-pondi Luca.Y como para prevenir la reflexin con que Mausabr ibaa responder a su queja, sigui diciendo:-En la carta que me ha escrito usted esta maana me de-ca que no va a estar en Turn ms que unos das. A dndeir usted despus?-Me volver a Francia, querida nia.-A Francia, a pesar de las leyes promulgadas contra losemigrados!-Yo no lo soy -dijo el anciano en tono de protesta. Yono he querido emigrar e incurrir as en la falta cometida portantos otros que han huido. Huyendo, han entregado el rey ala muerte, y acaso a la reina. Los que han matado al maridopiden la cabeza de la viuda, y no s si lograremos salvarla.Adems, cmo haba yo de imitar a esos fugitivos, a esosdesertores, cuando mi hermano, Ninart de Lavoix, ha que-rido quedarse en Francia? No, yo he salido de mi pas con lacabeza alta, con un pasaporte en regla autorizndome paraviajar por Italia para mis negocios.-Ha logrado usted que le dieran un pasaporte! -exclamLuca con sorpresa.-S, gracias a mi amigo el abogado Berryer, qu est enbuenas relaciones con un miembro de la Junta de Salvacinpblica, al que hizo favores en otro tiempo. Su intervencin

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    ha hecho que me den lo que hubiera sido imposible sin unapoderosa recomendacin. Y as he podido llenar una misinde que me haba encargado.-Una misin? -dijo Luca no atrevindose a formular la

  • pregunta que le quemaba los labios.-Puedo muy bien decir a usted cul era, prosigui Mau-sabr; usted no me har traicin. Mi hermano, el arrendadorgeneral, en su cualidad de banquero de la corte, era deposita-rio de sumas importantes pertenecientes a familias nobles, yestaba alarmado sabiendo que esas cantidades estaban a mer-ced de un golpe de mano de las turbas. No atrevindose aausentarse de Pars, por miedo de infundir sospechas, y de-seando, sin embargo, hacer pasar esos depsitos al extranjero,me ha confiado ese cuidado.-A riesgo de comprometer a usted.-He vivido poco en Pars y soy menos conocido y, porconsecuencia, menos vigilado que l. Lo que l no poda ha-cer, podalo yo sin correr los mismos riesgos. Lo he logrado;los depsitos estn en seguridad en casas de banca de Turn yme vuelvo a Francia, dichoso de haber dado este testimoniode adhesin a un hermano a quien quiero y que es el mayor yel jefe de nuestra casa.La joven Condesa escuchaba con admiracin al valerosoanciano que hablaba tan sencillamente del acto heroico queacababa de realizar, como si no se hubiera expuesto a pagarlecon la vida.-Pero si alguna vez se descubriese que ha disimuladousted el objeto de su viaje -dijo Luca... Hay en Francia leyes

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    terribles, leyes de sangre. Es verdad que usted podra invocarla proteccin de su nieto. Como miembro de la Conven-cin...No pudo continuar; Mausabr se haba erguido y en sucara, rodeada de largos cabellos blancos, una mscara de odioy de clera velaba repentinamente la expresin de bondadque era en ella habitual.-No me hable usted de ese renegado, querida Luca. Nole debo nada ni quiero deberle. Se ha puesto al lado de losenemigos de su Dios y de su rey, y creera deshonrarme sialguna vez recurriera a l.Esta frase vehemente, lejos de imponer silencio a Luca,le sugiri un violento deseo de defender al hombre a quienamaba.-Es muy culpable, -confes, -pero es el nico culpable?-Quin puede haber merecido ser acusado de sus cr-menes?-Los que me han separado de l en vsperas de nuestromatrimonio -respondi atrevidamente la de Entremont, -mipadre y usted. La falta de Roberto, por grave que fuese, podaser reparada, pero fueron ustedes implacables con l. Pormucho que yo supliqu a mi padre declarndole que aquelrompimiento hara la desgracia de toda mi vida, no contentocon hacerse sordo a mis splicas, me oblig a casarme con lapersona cuyo nombre llevo.-No procuraba ms que su felicidad de usted, Luca.Poda creer que no sera usted dichosa con un valiente no-ble, que es el honor mismo?

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    -Dichosa con un marido de cuarenta aos, cuando ape-nas tena yo dieciocho! -exclam Luca, cuyas penas se expre-saban con dolorosa amargura. Se me ha entregado al seor deEntremont como una esclava; yo no me di; l me tom sa-

  • biendo que otro haba recibido mis juramentos. Cmo ha-ba de amarle? No le amo ni le amar jams. Si hubiera ustedvivido con nosotros desde que soy su mujer, hubiera com-prendido cun poco estbamos hechos el uno para el otro.No he tenido ms que compararle con su nieto de usted paramedir todo lo que he perdido no casndome con el hombreque haba elegido mi corazn.Al presentarse en las habitaciones de la de Entremont,Mausabr estaba tan lejos de sospechar el estado de su almaque se qued como agobiado por las recriminaciones y losreproches que acababa de oir y presa al mismo tiempo deasombro y de lstima al ver que el amor de la joven por Ro-berto era ms ardiente que nunca. La clera que haca unmomento no haba podido contener, se apacigu y el ancia-no no pens ms que en tratar de curar a Luca probndoleque su nieto no mereca que ella vertiese por l tantas lgri-mas.Con un lenguaje tranquilo y lleno de dulzura, el ancianorecord los incidentes escandalosos de la conducta pblicade Roberto, sus discursos, sus violencias y sus amores.Para coronar esta acusacin, dijo:-Ha recogido sus amigos y sus amadas en la podredum-bre de los tristes tiempos que alcanzamos, en una sociedadde verdugos, de agiotistas y de perdidas.

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    Pero Luca haca frente a estas recriminaciones, menospara refutarlas que para probar que el acusado no era el nicoresponsable de los hechos que las justificaban.-Si yo hubiera sido su mujer, le hubiera detenido en lava que tomaba, le hubiera trado al bien e impedido cometernuevas faltas. La influencia de una mujer amada es todopo-derosa con aquel a quien ama, y la ma se hubiera ejercidosobre l.Mausabr sonrea con expresin de duda.-O la suya sobre usted -dijo.Esta objecin, que le sugera su experiencia de la vida,choc a su interlocutora.-La suya sobre m!... Es posible, despus de todo-concedi. -Pero qu importaba si segua querindome?Nosotras las mujeres, cuando amamos, solamente no pode-mos perdonar los ultrajes de amor.-No ha ultrajado mi nieto el de usted arrastrndose entodas las abyecciones de la galantera vulgar?-Estoy segura de que lo ha hecho impulsado por el des-pecho de verme perdida para l.-Si la hubiera amado a usted, se hubiera guardado de ta-les excesos.-Por qu? Qu poda esperar sindome fiel? Yo estabacasada y l libre.-De modo que usted le defiende! -dijo Mausabr en to-no de dulce reproche.-Si es defenderle el atribuir sus faltas al rigor de que fueobjeto, s, le defiendo.

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    Al anciano no se le ocurri nada que responder. Acasoempezaba a comprender que un poco de indulgencia con sunieto hubiera detenido a ste en la pendiente que lo habaconducido al abismo. Acaso tambin tema irritar a Luca

  • mostrndose implacable con Roberto. Puesto que la jovenamaba an a aquel desgraciado, no lograra convencerla de suindignidad. Ms vala no hablar de l y as iba a decrselo,cuando se abri la puerta del saln y apareci la Gerard.-Permtame usted dar una orden, seor de Mausabr-dijo Luca levantndose.Y se acerc al ama de gobierno con una pregunta en lamirada.-Ah! seora... Qu aventura! -le dijo la Gerard en vozbaja. -Es el seor de Dalassene.Luca se sinti desfallecer.-Roberto! Se ha atrevido...Luca hubiera querido mostrarse ofendida por tanta au-dacia, pero no le era posible. Se estaba apoderando de su co-razn una inmensa alegra que se esforzaba en vano pordisimular.-No le recibir; no le ver -dijo.Aunque as lo afirmaba Luca con sinceridad, sus ojosdesmentan su afirmacin y revelaban el violento combateque se verificaba en ella. Arda en deseos de recibir a Robertoy as lo hubiera hecho si hubiera podido esperar que su ma-rido ignorara esta visita. Pero si la saba y quera saber suobjeto, con qu razones, con qu pretexto podra ella justi-

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    ficar el haberse prestado a una entrevista con su antiguo pro-metido?Estas preguntas se precipitaban en su mente y su impo-tencia para resolverlas le hizo repetir que no vera al viajero.-Entonces, no s cmo vamos a desembarazarnos de l-objet la Gerard. He querido despedirle y le he reprochadosu imprudencia y el riesgo que le hace a usted correr expo-nindola a las sospechas del seor Conde, pero todo ha sidointil; quiere hablar con usted y no desistir.-Le has dicho que est aqu su abuelo?-Lo saba, pero no se preocupa por ello; espera no en-contrarle.-Lo saba! -exclam la joven; pero, entonces...Luca se sinti dominada por una idea repentina; habaencontrado el pretexto que estaba buscando.-Oye, amiga ma -continu, -consiento en orle, pero enpresencia del seor de Mausabr. Quiero reservarme la posi-bilidad de probar a mi marido que Dalassene ha venido aTurn, donde no pensaba encontrarme, con el objeto de ver asu abuelo y de reconciliarse con l. Dile que le suplico que sepreste a esta estratagema. Si no, que se vaya y que renuncie averme.Mientras Luca daba febrilmente esta orden, Clara, llenade curiosidad por la vivacidad de aquella corta conversacin,cuyo objeto no adivinaba, dej el piano y se acerc a su her-mana..Ve con Gerard, querida, y une tu ruego al suyo.-Qu ruego? -pregunt Clara que no comprenda.

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    -Ella te lo explicar... Idos, idos.Con un ademn de impaciencia, Luca empuj hacia fue-ra a su hermana y al ama de gobierno, cerr la puerta y volvia sentarse, excusndose, al lado de Mausabr. Pero su palidezy el temblor de su voz denunciaban su turbacin con dema-

  • siada evidencia para que l no lo echase de ver.-Qu le sucede a usted, hija ma? -pregunt con solici-tud. Es alguna mala noticia?-No, seor, no -balbuci Luca.Y espantada de haber tomado la responsabilidad de po-ner en presencia al nieto sublevado y al abuelo cuyo implaca-ble resentimiento le haba revelado haca un momento sulenguaje, se qued delante de l silenciosa, confusa, no sa-biendo por dnde comenzar a prepararle a la entrevista queacababa de provocar.-En vano lo niega usted, Luca -dijo el anciano; tieneusted un motivo de alarma y hace mal en ocultrmelo, a m,el antiguo amigo de su padre.El reproche la conmovi y, bien porque no le fuera po-sible guardar ms el secreto, bien porque hubiera concebidola secreta esperanza de reconciliar a aquellos dos enemigos, sedecidi a confesar la causa de su turbacin.-No perdonar usted jams a Roberto, seor de Mau-sabr? -pregunt.-Perdonarle! -exclam con asombro el anciano. A pro-psito de qu me lo pregunta usted? Sera preciso que l im-plorase su perdn. Le ha encargado a usted de solicitarlo?

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    -No me ha encargado de nada. Pero, acaso, si estuvieraseguro de que los brazos de usted se abriran...Mausabr, ms y ms sorprendido, se haba levantado.-Para hablarme as, hija ma, es preciso que sepa ustedalgo de ese hijo desnaturalizado. No hago a usted la injuriade creer que est en relacin con l ni que lo ha visto. Acaso,sin embargo, l ha escrito a usted.-No le he vuelto a ver desde el rompimiento de nuestrosesponsales y nunca me ha escrito. Acabo de saber que est enla puerta de esta casa y debo creer que ha venido porque sabeque est usted aqu.-Cmo lo sabe? -exclam Mausabr.-La Repblica sostiene espas en el Piamonte -respondiLuca.-No tena necesidad de venir aqu para encontrarme; po-da verme en Pars.-Habr temido, acaso, comprometerse. He odo decirque los jacobinos se vigilan unos a otros, y, al acercarse a us-ted, hubiera corrido peligros...-No los corre tambin en Turn? Si fuera conocido, ledetendran las autoridades piamontesas y, sin duda, no sesentara tan pronto en los bancos de la Convencin. Des-pus, de todo -concluy Mausabr, -sera de desear. Presoaqu, no podra hacer dao en otra parte.-Es de esperar que habr tomado sus medidas para noser conocido -objet Luca. -En todo caso, cuanto mayoresson los peligros a que se ha expuesto por ver a usted, mejorprueba que vale ms de lo que usted piensa.

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    Mausabr movi la cabeza y su fisonoma se transformcon una expresin de burla y de duda.-Si es usted sincera al hablarme de l, querida Luca-dijo, -se hace usted ilusiones. Me cuesta trabajo creer que espor m por quien ha venido a Turn, y hasta pienso que espor usted, por usted sola.

  • Luca se ruboriz, avergonzada por no haber podidoengaar al anciano. Pero haba avanzado mucho para retro-ceder, y, jugando el todo por el todo, sigui diciendo:-Entonces, seor de Mausabr, puesto que Roberto estah, lo que hay que hacer es preguntarle a l mismo qu moti-vos le han decidido a este peligroso viaje.-Y bien, llmele usted; lo oir, y si est arrepentido... Pe-ro es an libre de arrepentirse?Luca no escuch ms y se precipit a llamar a Roberto.Saliendo a su encuentro podra sin duda decirle unas pala-bras y renovar el ruego que haba encargado de hacerle a laGerard y a Clara. Pero en la puerta del saln se encontr derepente en su presencia y no pudo por consecuencia hablarlesin que lo oyese Mausabr. Lo que pudo nicamente fue ha-cerle sea de que entrase y apartarse para dejarle pasar, res-pondiendo framente a su saludo.

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    IV

    Dalassene no haba vacilado en conformarse con lo queexiga Luca. Puesto que quera verla, sufrira las condicionesque se le imponan y fingira no haber ido a la casa Gavottims que para encontrar a su abuelo. Pero no tena confianzaalguna en los resultados de aquella comedia. El abuelo no seengaara y estara convencido de que su nieto, que como lno poda creer en la posibilidad de una reconciliacin, nohaba tratado ms que de aproximarse a Luca. Era, pues, pre-ciso que Roberto diera una razn mejor para justificar sutentativa. El joven haba buscado y hallado esta razn, y,aunque emocionado por la presencia de su abuelo, compare-ci ante l con la seguridad de un hombre que ha previstotodas las preguntas y est preparado a responder a ellas.-Usted en Turn, abuelo! -dijo al entrar yendo hacia lcomo para abrazarle.Mausabr le apart con un ademn desdeoso y replic:-Le asombra a usted el encontrarme aqu?Aunque Dalassene deba esperar aquella acogida, seofendi por ella y su respuesta se resinti de esa impresin.

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    -Saba que estaba usted aqu -respondi secamente, -y,cuando lo supe, sent que hubiera usted emigrado.-No he emigrado, seor mo -exclam el anciano con ungesto de clera, -ni pienso emigrar. Estoy de paso en Turn ydentro de tres das estar de vuelta en Francia. Si lo duda us-ted, puede, como miembro dela Convencin, enterarse de mipasaporte, y as ver que estoy en regla.El anciano sac del bolsillo una cartera y de sta un granpapel con las armas de la Repblica, que present a Dalasse-ne.-Guarde usted eso, abuelo. No hay aqu comisario de laConvencin; no hay ms que su nieto de usted, tiernamenterespetuoso como siempre.Dalassene hablaba con dulzura esforzndose por con-servar la calma.Mausabr continu con dureza:-Pero usted, qu causa le ha trado a Turn? No querrusted hacerme creer que es a buscarme a lo que ha venido. Laseora de Entremont ha querido hace un instante persuadir-

  • me de ello, a su instigacin de usted probablemente, pero leprevengo a usted que no soy tan crdulo como ella.-No ha sido l quien me ha sugerido la idea de esa pe-quea mentira -dijo Luca a la que asustaba el sesgo que ibatomando la entrevista. -He recurrido a ella cuando se me haanunciado al seor de Dalassene, con la esperanza de dispo-ner a usted a devolverle su cario.

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    -Slo se le devolvera si l se hiciese digno de l por suarrepentimiento. Pero mucho temo que tal cosa no sucedanunca.El acento de Mausabr se iba haciendo cada vez msagresivo y ms acerbo. Luca comprendi entonces que no sepoda evitar una explicacin entre el abuelo y el nieto y queesa explicacin amenazaba ser dramtica. Desolada de ha-berla provocado, pens que era necesario que no tuviera tes-tigos. Clara y la Gerard, que haban entrado detrs deRoberto, estaban en la puerta del saln. Luca les hizo unasea y las dos mujeres desaparecieron. Si la puerta se hubieraabierto de nuevo, Luca hubiera visto a su hermana escu-chando, plida y temblorosa, la continuacin de aquel dolo-roso debate. Pero la joven no pens ms en mirar hacia aquellado.Su atencin estaba absorbida por el abuelo y el nieto, en-frente el uno del otro, como enemigos, el abuelo envolvien-do al nieto en una mirada de enfado y ste en una actitud querevelaba la violencia que se estaba haciendo para no faltar alrespeto a que le obligaba el cabello blanco de su contradictor.-No he de desmentir la afirmacin de la seora de En-tremont -dijo a Mausabr. -No he autorizado a nadie a afir-mar que presentndome aqu pensaba encontrarle a usted. Siestoy en Turn, a despecho de los ms graves peligros, si nohe vacilado en afrontarlos, es que era necesario mostrar a unamujer a quien amo tanto como estimo el peligro que la ame-naza y que no puede conjurar ms que volviendo a Saboya.

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    -Volver a Saboya! -exclam Mausabr previendo la pre-gunta que asomaba a los labios de Luca. -Es eso, seria-mente, lo que usted le aconseja?-No solamente se lo aconsejo, sino que le suplico que lohaga. Se lo aconsejo por su inters. Si no lo hace, adis sufortuna.-Explquese usted, caballero, no comprendo -murmurLuca.-La Convencin -continu Dalassene, -ha tomado res-pecto de los emigrados saboyanos las mismas medidas querespecto de los emigrados franceses. Sus comisarios en Sabo-ya han invitado a los fugitivos a volver a Chambery en unplazo de dos meses, so pena de que sus bienes sean confisca-dos y vendidos en provecho de la nacin. Ese plazo expiradentro de tres das y los seores de Entremont estn ins-criptos en la lista de emigrados. Si no vuelven el uno o elotro, ningn poder humano podr conjurar la ruina de queestn amenazados. He aqu lo que es til hacerles conocer ypara este efecto estoy aqu.Aunque el hecho revelado por Dalassene fuese exacto, eljoven exageraba voluntariamente sus consecuencias omitien-do aadir que su proteccin hubiera podido ejercerse en

  • provecho de los Entremont y que de l dependa, sino vol-van inmediatamente, obtener para ellos una prrroga delplazo fijado por la Convencin. Pero al encontrar a Lucams bella que en otro tiempo, haba sentido reanimarse losardores de una pasin de la que no haba podido curarse, y sehaba prometido llevarse a su antigua prometida a Chambery,

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    donde l resida por algn tiempo aun, y para asustarla con laperspectiva de una ruina prxima y decidirla a partir ms deprisa, utilizaba una circunstancia de la que no pensaba sacarpartido cuando se puso en camino para Turn. Al mismotiempo, daba satisfaccin a Mausabr justificando su viajecon una razn plausible, de la que hasta poda enorgullecer-se.El silencio que guard su abuelo despus de haberle o-do le hizo creer al principio en el xito de su estratagema.Pero pronto tuvo que desengaarse. Luca se volvi haciaMausabr y le pregunt:-Cul es su opinin de usted?-Debe usted consultar a su marido.-Mi marido! Dnde est? Se ocupa de m? Apenas meescribe. No s dnde se encuentra y por eso solicito la opi-nin de usted.-La seguir usted? -pregunt Mausabr con expresinde duda. -Est en contradiccin formal con la del ciudadanoDalassene. No debe usted volver a Chambery mientras l estall, y estoy seguro de que la conciencia se lo dice a usted co-mo yo.-Pero ya lo ha odo usted... No obedecer el decreto delos comisarios de la Convencin es sacrificar mi fortuna y lade mi marido; es consumar nuestra ruina... y acaso l me acu-sara...-Su marido de usted, seora, no la acusara por habercredo que vala ms ser arruinada que comprometida. Y losera usted fatalmente si se fuera a Chambery en seguimiento

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    de este desgraciado. S, lo sera usted -repiti Mausabr ba-jando la voz como para no ser oda ms que por Luca.-Cree usted que no he adivinado, al escucharla, que le amausted aun? Vindole todos los das no tendra usted fuerzacontra sus empresas y perdera prontamente su reputacin.Por muy bajo que fueran pronunciadas estas palabras,llegaron al odo de Dalassene, que se irgui ante el ultraje.-Me toma usted por un malvado? -dijo con arrogancia.Mausabr se volvi bruscamente y no pudiendo domi-nar su exasperacin, se expreso en trminos patticos.-Qu otro nombre dar a usted que sea ms merecido?Hace cuatro aos rueda usted de crimen en crimen y no hahabido uno ante el cual haya usted retrocedido. Hasta havotado usted la muerte de nuestro amado Rey. S, usted, cu-yos padres fueron colmados de beneficios por los suyos, hacontribudo a su martirio y no ha temido hacerse su verdugo.Estaba usted en Colmar y el proceso se desarrollaba en suausencia; no estaba usted entre sus jueces y les escribi, sinembargo, para asociarse a ellos. Su carta de usted es abomi-nable. La he ledo en los papeles y he guardado la copia. Aquest -grit Mausabr golpendose el pecho. -La llevo siempreconmigo para recordar, si alguna vez estuviese tentado de

  • perdonarle, que le maldije despus de haberla ledo.Se call, falto de fuerzas y vacilante, sin poder apenas te-nerse, y se dirigi a la puerta apoyndose en el brazo de Lu-ca.

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    Despus de haber intentado en vano detener el raudal deaquellas palabras irritadas, la joven le sostena y guiaba suspasos suplicndole que se calmase.Cuando abri la puerta, vio a Clara y le confi al infor-tunado.-Siga usted a mi hermana, caballero -dijo. Ella le ayuda-r a reponerse. Yo ir a buscarle dentro de un momento, encuanto su nieto se haya marchado.Pero el anciano no cedi en el acto. En el momento desalir se detuvo en el umbral del saln para hacer una nuevaadvertencia a la de Entremont.-Diga lo que quiera, no le escuche usted -murmurdesignando a Roberto que, lvido y silencioso, con los brazoscruzados, pareca fijado en la inmovilidad de estatua que ha-ba guardado mientras hablaba su abuelo. No se fe usted del; hace la desgracia de todo lo que toca. Si yo supusiera queera usted bastante dbil para seguir sus consejos, ira a de-nunciarle a la polica de Turn, y as le pondran en la impo-sibilidad de hacer dao a usted y a los dems.-Oh! seor, entregar a su nieto... -dijo Clara en tono deprotesta. -Dentro de pocos instantes estar lejos de aqu y nole volver a ver ms.Ayudada por la Gerard, Clara se llev a Mausabr, y Lu-ca se qued sola con Dalassene.

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    V

    Su ltima entrevista se haba verificado el 13 de julio de1789. Al separarse en la tarde de aquel da, en el que se habafijado la fecha de su matrimonio, los dos jvenes se creanunidos por toda la vida. Estaba convenido entro ellos queRoberto volvera al da siguiente, pero en el da siguiente,estall la Revolucin, el pueblo tom e incendi la Bastilla, yel papel del joven noble en aquella jornada que los suyosjuzgaban criminal, hizo que le arrojasen de casa de su noviacomo de la de su abuelo.Cuntas lgrimas verti Luca aquel da y los siguientes!Qu crueles fueron las pruebas a que la someti el inexora-ble rigor de su padre, la severidad de aquel marido por el queno senta ms que aversin y la imposibilidad de volver a veral ausente cuya imagen permaneca grabada en su corazn!Con cuntos sufrimientos haba pagado su obediencia, suresignacin y su fidelidad al deber! El alma de la joven estabade ello dolorida, pues conservaba toda su fuerza aquel amordel que ella se empeaba en no curarse.

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    La vuelta imprevista de Roberto, despus de cuatroaos, la encontraba, pues, imposibilitada para ocultar que laamaba an tan vivamente como en otro tiempo y que nunca

  • conseguira olvidarle. Convencida de su impotencia para norevelar delante de l el estado de su alma, dichosa de volverlea ver y temiendo las consecuencias del encuentro, estaba Lu-ca violentamente emocionada. Roberto lo estaba tanto comoella. La alegra de poder hablar libremente le transfiguraba; lallama de sus ojos iluminaba y daba expresin de gozo a aque-lla cara poco antes impasible y sombra. Roberto avanz conlos brazos abiertos murmurando.-Luca! Mi querida Luca!La joven se sinti vencida al encontrar en el acento deRoberto la apasionada ternura de los tiempos pasados, perotuvo bastante valor para esquivar el abrazo y bastante presen-cia de nimo para prevenir las palabras que ella esperaba ytema.-Deploro vivamente lo que acaba de pasar, Roberto-dijo. -Haba esperado que su abuelo de usted se prestara ala reconciliacin.Detenido en su mpetu, Dalassene logr disimular sudecepcin y sin recriminar, sin quejarse, sigui a Luca al te-rreno en que ella pona la conferencia.-Mi abuelo es como la mayor parte de los realistas-respondi con una especie de impertinencia irnica. -Esagente no comprende nada de nuestra situacin, y usted mis-ma acaso...Luca le interrumpi:

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    -No me asocio a sus reproches. He deplorado su con-ducta de usted porque esa conducta nos separaba; pero nome corresponde vituperarle. Qu me hubieran importadosus opiniones si hubiera sido su mujer y usted me hubieraamado como yo le amaba!Dalassene comprendi por estas palabras que aquel d-bil corazn le segua perteneciendo.-Hubiera amado a usted hasta el fin de mi vida como laamo todava -dijo Roberto enternecido.No tena necesidad de afirmarlo para convencer a Luca,que nunca haba dudado do l. Pero al orle protestar de suamor quedse la joven tan turbada que tuvo necesidad de unenrgico esfuerzo de voluntad para contenerse.-No hay ms que un punto en el que doy la razn al se-or de Mausabr -dijo Luca. Pienso como l que no debovolver a Chambery mientras usted est all.-Tiene usted miedo de m!-De usted, puede ser; pero tengo ms de m misma-confes la joven.-Eso quiere decir que me ama usted todava! Oh! bienlo saba yo -exclam Roberto con exaltacin; -saba muy bienque no poda usted haberme olvidado, que no me haba us-ted quitado el corazn que una vez me dio.Ms fuerte que ella esta vez, la atrajo hacia l y le estre-ch las manos con efusin mientras ella suspiraba:-Mi corazn es de usted; lo ser siempre.

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    As estuvieron por espacio de un minuto, que fue paraellos de embriaguez y que at ms slidamente los vnculosque los unan.De repente, como llena de terror, Luca se apart del jo-ven.

  • -Vyase usted, amigo mo -dijo en tono de splica;-djeme. Su abuelo puede volver y ya le ha odo usted ame-nazarle, hace un momento, con ir a denunciarle a la policapiamontesa. Si le encuentra a usted aqu, realizar su amena-za.-No me asusta -dijo Dalassene sonriendo. -Si el rey delPiamonte se atreviera a ponerme la mano encima, la Conven-cin, que le tiene an consideraciones, enviara un ejrcitopara libertarme y para vengar la afrenta que se le habra hechoen mi persona. Su reino sera conquistado tan rpidamentecomo lo ha sido el de Saboya, y no querr correr ese riesgo.-Entonces -insisti Luca, -si el cuidado de su seguridadno es bastante poderoso para hacerle salir de aqu, inspreseusted en el de mi reposo y mi honor. He sido culpable reci-bindole a usted; lo soy ms escuchndole. Le conjuro a us-ted que se vaya.-Sea, pues, pero partamos juntos.Sin dejar a la joven tiempo para responderle, Robertoahog bajo un lenguaje ms tierno, ms persuasivo y msapasionado, la protesta que adivinaba en su mirada.-Esccheme usted, querida Luca; desde que fuimos se-parados el uno del otro, no ha habido da en que no hayaadorado a usted ms ardientemente que el anterior. He que-

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    rido en vano olvidarla, y ni las tempestades de la existenciainfernal que ha sido la ma, ni la violencia de los excesos aque me he entregado, han podido borrar en m la imagen deusted. La he llorado, la he llamado, y cuanto ms lejos estabausted, ms se excitaban mis deseos, mis esperanzas, mi vo-luntad de recobrarla.-Para qu hablarme as? -implor Luca. -Me desgarrausted el alma! No puedo hacer nada para consolarle.Pero Roberto no la oa, arrebatado por la pasin, y si-guieron cayendo de su boca palabras de fuego.-Un da, no pudiendo ya resistir, he resuelto ver a usteda toda costa y me he hecho designar por la Convencin co-mo comisario en Saboya. Cre que estaba usted en Chambery,supe all que estaba usted en Turn, y aqu me tiene. Al llegar,no pensaba en llevar a usted a Francia conmigo; slo queraasegurarme de sus sentimientos, estrechar a usted contra micorazn, si me amaba todava, y marcharme en seguida. Perola he visto ms hermosa qua en aquel tiempo, enamoradacomo siempre del que recibi el primero sus juramentos, y hecomprendido que slo dependa de nosotros el reconstituirnuestra dicha destruida. Si consiente usted en seguirme, juroconsagrarla toda mi vida.-Ah! la ma no es libre -gimi Luca. Estoy casada; tengoun dueo.-Pronto podr usted sacudir su yugo. Dentro de pocotiempo, figurar el divorcio en las leyes de la Repblica y po-dr usted romper las cadenas que la unen al conde de Entre-mont. Entonces ser usted mi mujer y mientras tanto vivir a

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    mi lado. La Convencin me va a llamar. Iremos juntos a Pa-rs y la instalar a usted en mi castillo de Chanteloup hasta elmomento de nuestro matrimonio. No tiene usted hijos; si noama usted a su marido, qu es lo que puede retenerla?-Tengo a mi hermana -respondi dbilmente Luca, a la

  • que embriagaba este lenguaje. -Clara no tiene a nadie ms quea m.-Clara podr reunirse con usted, y, ms adelante le en-contraremos un marido. No se niegue usted, Luca -aadiDalassene, que no suplicaba ya y pareca ordenar. -Mi vida eshorrible y usted sola puede transformarla y detenerme en lava en que estoy empeado. A dnde me conducir si ustedme abandona? Ser como Robespierre, como Saint-Just, co-mo Fouch, como Carrier y todos esos derramadores de san-gre. Cuidado, soy capaz de todo, si usted se niega a seguirme.El joven deca aquello con violencia y toda su persona,su voz temblorosa, su mirada encendida de un fuego som-bro, daban a su lenguaje una significacin siniestra. Lucaestaba asustada, viendo una profeca cuya realizacin habrade apresurar una negativa de su parte, mientras que la impe-dira su consentimiento. La esperanza de ejercer una influen-cia dichosa en aquel hombre que, haca un momento, cuandosuplicaba, se haba mostrado dulce como un nio y al queahora el temor de ser rechazado pona terrible como un lendesencadenado, acab de desarmarla.-Seguirle a usted! -repiti. -Qu razn podr dar?Qu pretexto?

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    -La salvacin de su fortuna -replic Dalassene que tenarespuesta a todo y que se tranquilizaba viendo que Luca re-sista ya dbilmente. -Solamente podr usted salvar sus bienesvolviendo a Chambery.-Pues bien -dijo la joven falta ya de fuerzas, -vyase us-ted en seguida. Me reunir con usted despus, maana.El len se transparent de nuevo a travs del amante.-Ni despus, ni maana; en seguida. Si dejase a usteddetrs de m, se arrepentira. La tengo a usted, mi adorada, yla guardo. Mis medidas estn tomadas para marcharme estanoche; se vendr usted conmigo.Luca estaba ya muy debilitada por la perspectiva em-briagadora que Roberto acababa de pintarle, y la mirada conque l acompaaba sus palabras y con que las confirmaba,dndoles ms fuerza, acab con lo que quedaba de voluntada la joven, que, hipnotizada, no fue ya entre las manos de sudueo ms que una criatura inerte, bruscamente sometida a laobediencia y a la que bastaba ordenar, en nombre del amor,para que se sometiese por completo. De lejos, hubiera podi-do resistirle; de cerca, no poda, y por eso quera Roberto lle-vrsela con l sin darle tiempo para reflexionar y detenerseantes de quedar irreparablemente comprometida.La joven, sin embargo, como si midiese la profundidaddel abismo en que iba a precipitarse, luchaba aun, pero conun acento que ya confesaba la derrota.-No exija usted eso de m, Roberto! -suspir. -Si le es-cuchase, estara perdida.

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    -Estara usted salvada -exclam Roberto con mpetu,-salvada de la ms horrible existencia, de una cautividad mi-serable...La entrada repentina de Clara, seguida de la Gerard, de-tuvo las palabras en sus labios. La joven llegaba corriendo,presa de una violenta agitacin y con los ojos llenos de es-panto. En vez de dirigirse a su hermana, interpel a Dalasse-

  • ne.-No est usted aqu en seguridad, caballero. Su abueloacaba de salir para ir a denunciarle a la polica. En vano he-mos querido detenerle la Gerard y yo; no ha consentido ornada, y se ha marchado como un loco.Luca se lanz hacia Roberto.-Ya ve usted que tena yo razn -lo dijo aterrada. -Vyaseusted, amigo mo; vyase, en nombre del cielo.-Es preciso, caballero -aadi la Gerard, interviniendocon la autoridad que le daban su edad y la confianza delconde de Entremont. Piense usted en el escndalo que re-sultara si fuese preso en casa de mis seoras.-S, Roberto, piense usted en eso -dijo Luca, a cadamomento ms apurada; piense usted tambin que yo sera lavctima de su obstinacin. Mi marido, si supiera que le herecibido a usted, no me lo perdonara y se vengara en m.Dalassene, dueo de s mismo, haba opuesto una tran-quilidad imperturbable a las splicas de Clara y la Gerard. Lasde Luca le hicieron ms efecto, pues se acerc a ella y le dijoen voz baja:

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    -Me marchar, pero con usted. Si se niega usted a se-guirme, me quedo.-Pero no puedo seguir a usted ahora -respondi Lucaen el mismo tono. -Tengo que tomar disposiciones; debo almenos preparar a mi hermana a mi partida y darle los mediosde reunirse conmigo en Chambery.-No hace falta mucho tiempo para eso respondi Dalas-sene. Mi resolucin es irrevocable; no saldr de Turn sinusted; consiento, sin embargo, marcharme de aqu el primero,pero con la condicin de que se comprometa usted a ir abuscarme dentro de una hora a la plaza de San Carlos, dondela esperar. La noche est obscura y proteger nuestra fuga.Adems, tengo amigos en Turn, amigos de la Repblica, queme sirven de guardia, y, gracias a ellos, partiremos sin correrningn peligro. Consiente usted en lo que le propongo?-Consiento -murmur Luca desfallecida. Pero, porDios, djenos.-Y sobre todo -continu Dalassene, -no vaya usted acambiar de opinin. Si falta usted a la cita, me ver reapare-cer. Vendr a buscarla, y si soy preso, usted ser la que me ha-br entregado.Bajo la influencia de aquella voz alternativamente ruda ycariosa, se operaba una metamorfosis en el alma de Luca.Lejos de ofenderse por las exigencias de Roberto, las inter-pretaba como una prueba de amor, las sufra con embriaguezy, despus de haber vacilado tanto, se decida.Luca se irgui y fijando los ojos en los del amante a quese entregaba, dijo con firmeza:

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    -Cuando yo prometo, cumplo. Vaya usted a esperarmeen la plaza del San Carlos.Dalassene, no quera otra cosa, y viendo que Clara y laGerard empezaban a alarmarse por su corto dilogo con Lu-ca, que ellas no haban podido or, les anunci que ceda asus ruegos.-No tome usted el camino por el que ha venido, caballe-ro -le recomend la Gerard. -Es intil exponerse a encontrar

  • a su abuelo y a la gente de la polica. El jardn tiene dos sali-das; voy a conducir a usted a una de ellas, en la que puedeestar seguro de no encontrar a nadie.-El portero me ha visto entrar. No vale ms que mevea salir? -objet Dalassene. Si me cree en la casa y as se lodice a los esbirros, querrn registrarlo todo.-Mejor -dijo vivamente Luca. -Mientras lo buscan a us-ted aqu, no le buscarn en otra parte y tendr tiempo parahuir.El peligro que corra Dalassene no permita largas des-pedidas, por lo que fueron breves e impregnadas de ciertafrialdad por parte de Clara y de la Gerard, que no dejaban deguardar rencor al viajero inoportuno que haba turbado suapacible existencia. Pero Roberto fue indemnizado por laltima mirada de Luca, en la que ley la formal confirmacinde la promesa que haba logrado arrancarle.

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    VI

    Despus de marcharse Roberto, las dos hermanas sequedaron un momento en silencio, como si slo guardn-dole pudieran reponerse de sus emociones. Acaso tambin,Clara esperaba confidencias que no se atreva a solicitar de suhermana, y sta, obligada a hacrselas, buscaba cmo podraanunciarle su resolucin de ir a Chambery y demostrarle lanecesidad de ese viaje.-No te parece, querida ma -dijo Luca por fin, -queMausabr ha estado muy cruel con Roberto? No habersecontentado con llenarle de reproches y haber querido anhacerle prender, es horrible.-S, es horrible -respondi Clara. -Pero l ha sufrido mu-cho por su nieto y, al encontrarle aqu, ha debido de sentirms vivamente su sufrimiento. Sea lo que haya dicho y he-cho, es ms de compadecer que de vituperar. Adems, el se-or de Dalassene ha sido muy imprudente tratando de verte.-Su imprudencia es una prueba de su solicitud paraconmigo. Se le puede acusar por el paso que ha dado, cuan-do ha tenido por objeto conjurar nuestra ruina? Si l no me

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    hubiera advertido, se habran acabado las propiedades delseor de Entremont en Saboya.-Hubieras sido advertida por las gacetas -objet Clara.Adems, la advertencia de Dalassene resultar intil y no im-pedir la confiscacin de vuestros bienes.-A no ser que me vuelva a Chambery.-Piensas en tal viaje, Luca, cuando el populacho reinaen nuestro pas? Ir a Chambery es entregarnos a l.-T te quedars en Turn con la Gerard. En cuanto a m,protegida por Roberto, no tendr nada que temer.-Te vas a confiar a l?-Estoy decidida -declar Luca, aprovechando la ocasinque se le ofreca de revelar su proyecto. -Todo est conveni-do con l; nos vamos juntos esta noche.Un raudal de lgrimas brot de los ojos de Clara, queestupefacta y aterrada, junt las manos y no pudo menos desuspirar:-Oh! Luca! Luca!Pero Luca se irgui para no dejarse enternecer.

  • -Lo que hago, debo hacerlo -dijo. -Mi marido me guar-dara un eterno rencor si pudiendo evitar su ruina y la ma,vacilase un solo instante.-Yo no tengo experiencia -confes Clara,- y s que miopinin no tiene gran valor. Pero s tambin que yo, en elcaso del seor de Entremont, te tendra ms rencor por haberpartido con un hombre con el que estuviste para casarte, quete ama aun, como prueba su presencia en Turn, y al que aca-so t amas tambin.

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    Luca no respondi al pronto. El lenguaje de su herma-na la desconcertaba, viendo sus pensamientos adivinados oal menos sospechados, y no saba qu responder. Peropronto domin su confusin.-Mi marido ignorar que Roberto ha sido mi compaerode viaje. Quin ha de decrselo? En cambio, cuando sepaque gracias a mi resolucin, le han sido conservados sus bie-nes, no podr menos que aprobarme. En todo caso me harla justicia de creer que he hecho lo que he credo mejor.En la boca de Clara estuvo a punto de brotar una obje-cin, pero la joven no la formul. Para qu, en vista de laresolucin de su hermana, que pareca ser tan definitiva?-De modo que te marchas, -dijo sin dejar de llorar.-Dentro de unos instantes. Roberto me espera y no qui-siera que Mausabr me encontrase aqu.-Y qu va a ser de m? -pregunt Clara.-Ya te lo he dicho, querida ma; te quedars aqu con laGerard hasta nueva orden. Cuando veas a mi marido, le ex-plicars mi determinacin. Por lo dems, yo le escribir desdeChambery, a donde espero llamarte muy pronto.Mientras Luca hablaba, la cara de su hermana se ibatransformando, y no expresaba ya solamente el dolor, sino laenerga de una voluntad que ella tradujo con un acento firmey grave.-No me toca juzgar tu conducta, Luca. Siempre heaprobado lo que has hecho y aprobar lo mismo lo que ha-gas, con tal de que no nos separemos. Estoy sola en el mun-do y desde la muerte de nuestro padre he alimentado la

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    esperanza de que nuestra vida sera comn; si la destruyeses,me destrozaras el corazn. No quiero separarme de ti, ypuesto, que crees necesario volver a Saboya, llvame.-Qu alegra me das manifestndome as tu ternura, ni-a querida! Cmo negarte lo que pides, puesto que esa ne-gativa sera en m un acto de ingratitud? Quieres seguirme ycompartir mi suerte; consiento en ello. Pero comprende quepodemos, marchndonos las dos esta noche, parecer unasfugitivas. Adems, hay una infinidad de cosas que arreglarantes de dejar este pas; los bales que hacer, mil objetos quellevar. Esos preparativos exigirn unos das, al cabo de loscuales podrs ponerte en camino con la Gerard. Ah la tienes;ella te dir que el partido que te aconsejo es el ms prudente.La Gerard volva, en efecto, despus de haber hecho sa-lir secretamente a Roberto. Clara corri a ella y le dijo:-Luca nos deja esta noche para irse a Chambery, y t yyo no tardaremos en reunirnos con ella.El ama de gobierno recibi esta noticia sin sorpresa niemocin.

  • -Lo sospechaba -respondi. -En los cortos instantes queacabo de pasar con el seor de Dalassene, ste me ha dichobastante para hacerme comprender que sus consejos hanprevalecido aqu.-Me acusas, Gerard? -pregunt Luca.-No, seora querida, no acuso a usted por querer salvarsu fortuna ni por ir a Chambery a salvarla. Quin podraacusar a usted? Lo que encuentro lamentable es que se vayaen compaa de ese joven, que es un compaero muy com-

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    prometido para una seora. Acaso valiera ms retardar eseviaje unos das; nos iramos las tres juntas y no estara ustedmenos segura bajo mi proteccin que bajo la que usted haaceptado.La Gerard acompa estas palabras con un ademnamenazador para los malandrines que pudieran encontrarseen su camino, ademn que puso en evidencia su alta y ro-busta talla, sus vigorosos brazos y sus manos callosas y hue-sudas. S, ella era capaz de defender a las viajeras de todos lospeligros del camino y la opinin que formulaba estaba inspi-rada en la prudencia. Pero Luca, recordaba la promesa hechaa Roberto y tema verle reaparecer si no la cumpla. Este te-mor, y, sin duda, ms an la perspectiva de un viaje delicioso,hzola rebelde a los buenos consejos.-Olvidas, Gerard, que es urgente que se me vea enChambery. El tiempo apremia y sera doloroso llegar tarde.Haba que renunciar a toda discusin, y as lo hizo laGerard. Su autoridad tena lmites; era enteramente moral yno poda nada contra la voluntad de Luca. Solamente unsuspiro dio testimonio del pesar que experimentaba por nopoder hacer aceptar sus consejos.-Pero, para marcharse -dijo, hace falta un coche. Cmoprocurrnoslo esta noche? Hay adems que preparar el equi-paje; nada est preparado.-No necesito coche; Roberto tiene el suyo -respondiLuca. -En cuanto a mi equipaje, vosotras me lo llevariscuando vayis a buscarme. No me hace falta nada para el ca-mino, puesto que debo viajar da y noche, y una maleta de

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    mano me bastar. En Chambery, donde estaremos pasadomaana, encontrar todos los objetos que dej all. Ven aayudarme a hacer estos pequeos preparativos, querida. Notenemos tiempo que perder.Luca se fue a su cuarto y Clara y la Gerard la siguieron.La joven enamorada se puso a arrojar con prisa febril en unsaco de cuero sus alhajas y un poco de dinero, se envolvi enun manto y, sin parecer sensible al llanto de su hermana y delama de gobierno, les dio las ltimas instrucciones para supartida, que deba verificarse a los pocos das. Clara lloraba,pero estaba callada. La Gerard expresaba sus sentimientos enfrases regaonas y bruscas.-Qu va a decir el seor Conde? Se va a poner furioso ycon razn. Quin hubiera esperado esto? Me parece queestoy soando.No soaba, por desgracia. Era muy real aquella partidaprecipitada cuyos preparativos se hacan a toda prisa, y muyreal tambin la pena que causaba a Clara la resolucin toma-da por su hermana bajo la influencia de Dalassene.

  • -Nuestra separacin no es ms que momentnea -le de-ca sta para consolarla. -Dentro de unos das estaremos reu-nidas de nuevo.Pero Clara mova tristemente la cabeza, dominada portristes presentimientos, asustada ms que entristecida por laarriesgada aventura en que se meta su hermana tan resuelta-mente. Hubirase dicho que prevea el porvenir.Silenciosa y triste, sigui a la fugitiva hasta el umbral desu casa, y en la puertecilla del jardn por la que Dalassene ha-

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    ba salido, cambiaron un ltimo y tierno adis. La noche ha-ba favorecido haca un momento la salida del joven miem-bro de la Convencin, y deba favorecer del mismo modo lade Luca y la Gerard, que haba querido acompaar a su se-ora hasta la plaza de San Carlos. Nadie las vio alejarse, ypocos instantes despus recorran con seguro paso la va dell'Ospedale por la que circulaban numerosos transentes, paralos cuales las dos mujeres eran desconocidas y que no se fija-ron en ellas.Despus de haberlas visto desaparecer, Clara volvi alsaln, y la Gerard la encontr all una hora ms tarde, al vol-ver a la casa. La joven estaba rezando arrodillada y llorosa.-Se han marchado -dijo el ama de gobierno entrando so-focada.Y al ver que Clara abra la boca para pedir detalles, aa-di en voz baja:-Ni una palabra, seorita. Creo que la polica viene si-guindome con el abuelo.En el mismo momento se oyeron golpes en la puerta dela casa. La Gerard sali a abrir y se encontr con el seor deMausabr y dos hombres vestidos de negro.El viejo pas delante de ella como si no advirtiese supresencia y entr en el saln gritando:-Aqu le he dejado y debe de estar aun, Clara se levant ydijo recobrando todo su aplomo.-A quin busca usted, caballero?-Al ciudadano Dalassene -respondi Mausabr regis-trando con los ojos alrededor de ella.

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    -No est ya aqu; nos dej casi en seguida que usted.Uno de los hombres negros tom la palabra:-Sabe usted dnde est, seorita?-Supongo que se habr ido a su posada. Nos ha anun-ciado que no se ira hasta maana.-Cul es esa posada?-No nos lo ha dicho; no ha tenido tiempo. Ha tenidoque retirarse, por orden de mi hermana, en cuanto se quedsolo con nosotras.Clara menta, pero su mentira se inspiraba en la necesi-dad de engaar a la polica y dejar a los fugitivos adelantarse,antes de que corrieran detrs de ellos. Por lo dems, esamentira no fue sospechada, tan bien fingi la joven la since-ridad con su mirada y con su acento.-Siento haber molestado a ustedes para nada, seores-dijo a sus compaeros Mausabr, cuya cara denunciaba ungran despecho. Hemos llegado tarde; es un asunto fracasado.-Todava no -dijo el hombre negro. -Puesto que esemaldito convencional no ha salido de Turn, le encontrare-

  • mos.Y sali con su compaero despus de haber saludado aClara. Mausabr los acompa hasta la escalera. Cuando vol-vi dijo a Clara:-Debo excusarme con los habitantes de esta casa por ha-ber introducido en ella la polica. Ustedes me perdonarnpensando que la captura de ese miserable hubiera prestadoun servicio a los hombres de bien y a l mismo. Pero no veoa la seora de Entremont. No podra expresarle mi pesar?

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    Cogida de improviso con esta pregunta, Clara mir a laGerard, que adivin su apuro y se apresur a responder:-La seora Condesa est delicada... Las emociones deesta noche... Se ha refugiado en su cuarto y, sin duda; estdurmiendo.-Tendr el honor de volver maana a ofrecerle mis ho-menajes y mis excusas. Servidor de usted, seorita.Mausabr salud respetuosamente a Clara y se retir.Cuando la joven cerr la puerta, pregunt como hablandoconsigo misma:-Hemos hecho bien en mentir esta noche? No habrque confesar maana la verdad?La Gerard protest:-Confesar la verdad esta noche! Cmo piensa ustedeso, seorita? Hubiera sido entregar al seor de Dalassene yrevelar a toda la tierra que su hermana de usted se ha mar-chado con l. Hemos tomado el mejor partido, crame usted.-Puede que tengas razn -dijo Clara.La joven baj la cabeza, muy pensativa, siguiendo con laimaginacin a los dos fugitivos por el camino de Chambery ytodas sus etapas: Avigliano, Susa, la meseta del monte Cenis,Lanslebourg, Moldane, Saint-Jean-de-Maurienne, Aiguebelle,Maltavern, pero muy lejos de adivinar, en su inocencia y suingenuidad, que aquel camino sera para Luca una ruta deperdicin y de desgracia.

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    VII

    Prximo a Pars, en las alturas de la orilla derecha delSena, no lejos de Triel, se levantaba, en la poca en que sedesarrollaron los acontecimientos que estamos narrando, uncastillo que llevaba el mismo nombre que la aldea de Chan-teloup extendida a sus pies.Era del pueblo del que el castillo haba tomado estenombre, que es el de otro dominio situado en Turena y fa-moso por haber vivido en l durante su destierro el ministroChoiseul y por el fausto que all despleg? Era, por el con-trario, el castillo el que haba dado su nombre a la aldea? Nopodramos decirlo, y la cosa, por otra parte, importa poco. Loms cierto es que la tierra de Chanteloup, adonde conduci-mos a nuestros lectores, constitua una residencia encantado-ra, gracias a sus arboledas seculares, a sus paseos, a la elegan-cia arquitectnica de sus edificios y, sobre todo, a susituacin en la ladera de una colina desde la cual la miradaabarcaba el ms risueo paisaje.Ese castillo era propiedad de Dalassene, que le haba re-cibido de sus antepasados. Estos lo haban transformado envarias ocasiones, demoliendo ciertas partes del castillo y re-

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    edificndola sobre sus ruinas. La reedificacin ms recientedataba de los primeros aos del reinado de Luis XV, y nohaba dejado de los antiguos edificios ms que tres potentestorres, vestigio elocuente de los tiempos feudales y entre lascuales se desarrollaba una fachada de frontn y de columnasque alegraba con la elegante esbeltez de su balaustrada depiedra el terrado a la italiana que coronaba la cubierta.El interior de aquella cmoda morada cumpla las pro-mesas del exterior. Todo en ella revelaba el bienestar y elgusto de las generaciones que, una tras otra, haban dejadoall su huella, y ofreca a Dalassene la preciosa ventaja de estarcerca de Pars y bastante lejos, sin embargo, para que pudiese,si le pareca bien, ocultar all su vida o recibir a sus compae-ros de placeres.Gustaba a Dalassene residir all todo el verano y hasta elfin del otoo. Muchas veces, al salir de las sesiones de laConvencin, en lugar de meterse en su casa de Paris, se mar-chaba a Chanteloup, adonde le llevaba su coche en dos ho-ras. Muchas veces tambin, cuando los cuidados de lapoltica le dejaban tiempo, se complaca en prolongar all suestancia, y ms an desde que haba instalado en el castillo aLuca y a su hermana.Al volver a Francia con l, despus de una estancia bas-tante prolongada en Saboya, durante la cual se reunieron conellos Clara y la Gerard, Luca no haba permanecido en Parsms que el tiempo necesario para preparar su instancia dedivorcio. La ausencia de su marido, cuyo nombre segua figu-rando en la lista de emigrados, de la que se haba borrado el

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    suyo, facilit el rompimiento del matrimonio. Resuelta a ca-sarse con Dalassene, Luca no vacil en seguirlo a Chante-loup, considerando que estaban unidos el uno al otro por suvoluntad recproca tan slidamente como si la ley hubieraconsagrado su unin. Gracias a las precauciones que habantomado para rodear de misterio su amor, Clara no sos-pechaba la cada final de su hermana y la crea resuelta a di-vorciarse para ser la mujer legtima de Dalassene. Pero, pen-sase lo que quisiera de este designio, y no atrevindose avituperarlo ya que no lo poda impedir, no vea an en elfuturo marido de Luca ms que un protector y un amigo.Debe suponerse que la Gerard vea ms claro y saba aqu atenerse sobre el verdadero carcter de la aventura a quela asociaba su adhesin; pero no tena que dar consejos, que,por otra parte, hubieran sido tardos. Haba visto lo que pa-saba en el momento en que su ama sala de Turn, y, puestoque no haba podido detenerla, estaba ya condenada al silen-cio. La Gerard finga no ver nada, se callaba y permaneca ensu puesto no escuchando ms que a su antiguo cario y conla esperanza de ser til a las jvenes a quienes se haba con-sagrado.Tal era la situacin a principios de agosto, pocos mesesdespus del fatal o irreparable acto de Luca. Aquella maana,a eso de las diez, estaban sentados cuatro personajes, bajo ungrupo de tilos que protega del sol el terrado de Chanteloup,alrededor de una mesa en la que uno de ellos haba colocado

    un manuscrito que estaba leyendo en alta voz. Este lector,

  • llamado Formanoir, era el secretario de Dalassene. Apoyado

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    en la mesa, la cara pensativa, el convencional estaba escu-chando con una inmovilidad de estatua, y sirviendo de mo-delo a un joven que enfrente de l, estaba haciendo su retratoal lpiz en una hoja de lbum.La actitud del artista indicaba el respeto que le inspirabasu modelo y el temor que lo causaba la atencin con que se-gua su lpiz un cuarto personaje sentado detrs de l y queno le perda de vista, sin dejar de prestar atencin a la lectura.-Un poco ms de sombra a la derecha de la frente, Este-ban -djole ste de modo que nadie lo oyese ms que l.-Est bien, maestro -respondi el dibujante en el mismotono.Y sigui dcilmente el consejo, sin tratar de discutirle.Cmo se hubiera atrevido a hacerlo cuando el que se lo da-ba no era otro que el famoso Belliere, del que tena a honorrecibir lecciones?De edad entonces de cuarenta y cinco aos, Belliere sesentaba en la Convencin en los mismos bancos que Dalas-sene. Pero mientras Roberto era considerado hasta entoncescomo de los ms poderosos y, a riesgo de incurrir en la ene-mistad de stos, no tema afrontarlos para sostener sus opi-niones y sus palabras, Belliere se mostraba ms prudente yms hbil, y ahora que se hacan ms acerbas entre las frac-ciones la rivalidad que iba a enviar a los girondinos al cadalsoy despus de ellos a otros vencidos, l se esforzaba por pre-ver quines seran los ms fuertes, a fin de declararse porellos en tiempo oportuno.

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    Belliere haba desempeado y segua desempeando estedifcil papel con bastante habilidad para hacer indiscutible sucivismo, como se deca entonces, inspirar confianza al parti-do terrorista y hacerse elegir miembro de la Junta de Seguri-dad general al mismo tiempo que Dalassene.All era donde haban hecho amistad. Dalassene amabael arte y admiraba el talento de Belliere. El pintor, por suparte, cifraba cierto orgullo en haber conquistado las simpa-tas de aquel brillante colega, que se distingua de la mayorparte de ellos por la cultura de su espritu, por su elegancia ypor la altiva impertinencia con que renegaba de su pasado ydefenda la causa que haba adoptado.Belliere haba estado en Chanteloup en dos o tres oca-siones. Aquel da, haba salido de Pars antes de la salida delsol, para evitar el calor y haba llevado a Esteban Jerold, sudiscpulo preferido. Era su primera visita despus de la vueltade Dalassene a Francia, viniendo de su misin en Saboya.Cuando el pintor se ape del coche, Dalassene, sin de-jarle respirar, le ofreci comunicarle el proyecto de Constitu-cin que deba ser presentado a los pocos das a la Asamblea.Este proyecto, redactado por l y por algunos colegas convo-cados a Chanteloup para ese efecto, iba a ser enviado a Parsdespus de haber recibido su forma definitiva. Otro conven-cional, Herault de Sechelles, tambin pasado de la nobleza alas filas de la Revolucin, deba presentarle a la Convencinen calidad de ponente.

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    -Llegas a tiempo -haba dicho Dalassene a Belliere.-Escuchars la lectura antes de que mi secretario se la lleve aPars.-Es un honor que me haces y que te agradezco -respondi Belliere. -Mientras te oigo aadi presentando aEsteban Jerold, -servirs de modelo a este joven, mi discpu-lo. Arde en deseos de dibujar tu cara y me he permitidotrartele.La lectura se estaba acabando y pronto se dej de oir lavoz montona de Formanoir.-Y bien, Belliere, qu te parece? -pregunt Dalassenelevantndose sin notar la mirada desolada del joven artista aque estaba sirviendo de modelo.-Me parece que esta Constitucin es una obra maestra.Funda la Repblica una e indivisible, y hace imperecedero elrecuerdo del ao noventa y tres que la va a ver nacer. Es unhermoso resultado despus de la muerte de Capeto. Mienhorabuena, querido colega.Dalassane protestaba, haca remilgos y finga modestia.-El honor corresponde sobre todo a Herault, que es elprincipal autor. Es verdad que Danton y yo le hemos ayuda-do mucho. Durante diez das, encerrados da y noche en elpabelln que t conoces, all, en el extremo del parque, he-mos confeccionado nuestra obra, nicamente inspirados enel amor de la patria y de la libertad.Por las facciones de Belliere pas una sonrisa de incre-dulidad.

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    -No me hars creer que Danton, Sechelles y t habis vi-vido diez das como anacoretas. Los conozco y te conozco ati. Y adems -dijo riendo ms fuerte, -aqu huele a mujer.-Danton trajo la suya -confes Dalassene, -y Sechellesuna tierna amiga. Trabajbamos de da y nos recrebamos denoche.-S, comprendo, cada cual su mitad. Pero, y t? Enfa-dado con la Villars, has debido de echarla de menos, a no serque la hayas reemplazado, como se cuenta.Los ojos de Dalassene respondieron afirmativamente.-Es cierto? -dijo Belliere.Y aadi ms bajo:-Quin es esa nueva beldad?-Hablaremos despus, cuando estemos solos -respondisu colega mostrndole a Esteban Jerold y a Formanoir.Su secretario estaba arreglando las cuartillas del manus-crito, mientras el artista, lpiz en mano, estaba desesperadopor las idas y venidas de su modelo, esperando que volviera aserlo.Belliere se acerc a l.-El ciudadano Dalassene te conceder otro da una se-sin -le dijo. -Dale las gracias por haberse prestado a tu deseocon tanta amabilidad, y djanos.Dalassene intervino benvolo -Anda a pasearte por miparque, joven. Si te gustan los bellos paisajes, disfrutars desorpresas, pues tendrs a tus pies toda la vega del Sena.-Gracias, ciudadano -dijo Esteban cerrando el lbumcon sonrisa de pesar.E R N E S T O D A U D E T

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  • El joven se levant con un poco de rubor en la cara, enla que se lean la energa y la rectitud, y se alej cojeando lige-ramente. Belliere vio perderse en las arboledas su fina siluetamuy elegante, a pesar de su imperfeccin apenas visible.-Qu lstima que las balas prusianas no hayan respetadoa este buen mozo!; hubiera hecho una carrera brillante en losejrcitos de la Repblica -dijo el pintor a Dalassene. -Porfortuna, el hierro enemigo no le ha herido las manos, y puedetener pincel.-Para su gloria y la tuya, si se muestra digno de su maes-tro.Y volvindose hacia el secretario, que estaba esperandosus rdenes, Dalassene, se las dio:-Vas a marcharte, Formanoir; mi coche est enganchado.En cuanto llegues a Pars, irs a entregar este proyecto deConstitucin a Sechelles, que le est esperando para hacer suinforme. Te pondrs a sus rdenes si te necesita. Hecho elinforme como est convenido, le llevars con el proyecto acasa del impresor y le prevendrs que la distribucin a losrepresentantes debe estar hecha dentro de tres das.-El plazo es, acaso, un poco corto, ciudadano -objetFormanoir.-Que el impresor se arregle como pueda; no le concedoni una hora ms. La Repblica est impaciente por entrar enposesin de su ley fundamental. -Anda, mi fiel compaero, ydespchate.Pronto a la obediencia, Formanoir salud y sali rpi-damente para montar en el coche que lo esperaba en el patio

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    del castillo. Belliere volvi a su puesto, -cruz las piernas yrecogi sobre su calzn de gamuza los faldones de la carma-ola, cuyo color de amaranto pareca ms vivo bajo las man-chas de oro que imprima en l el sol a travs de los rboles.El pintor invit con un gesto a Dalassene a que se sentase asu lado.Quera repetir la pregunta que le haba hecho haca unmomento, pero se lo impidi Dalassene interrumpindole:-Espero, colega, que no has venido por unas horas sinopor unos das.-S, si mi presencia no te molesta -respondi el pintor.-Cundo te vuelves a Pars?-Si t quieres, volveremos juntos dentro de tres das.Est convenido?-Lo est y te doy las gracias, pues te deber el respirar unaire ms puro que el de la atmsfera abrasada en que vivimosen esa Convencin donde, no podemos estrechar una manosin preguntarnos si firmar nuestra sentencia de muerte;mientras la guillotina funciona sin descanso, se hacen visitasdomiciliarias y est el Terror a la orden del da.-Lo que quiere decir que esto es un infierno.-Desgraciadamente necesario para el castigo de los cons-piradores, y de los traidores -aadi Belliere como para excu-sarse de haber dejado escapar una queja.-Lo que no deja de asombrarme, es verte all; t, un ar-tista, un gran pintor -observ Dalassene.-Tambin ests t un ex noble.

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    -Obedeciendo a convicciones imperiosas he quemado

  • mis dioses sin mirar detrs de m.-Lo mismo he hecho yo.-T no tenas necesidad de hacerlo, teniendo tu arte.Belliere se levant, dio unos paseos en silencio, comoabsorto en sus pensamientos, y despus, cediendo a su vio-lencia, rompi a hablar de un modo al que su acento y sufisonoma daban el carcter de una confesin.-He sufrido como tantos otros el contagio revoluciona-rio, una atraccin fatal o irresistible, y ha llegado una hora enque, ante los acontecimientos que revolvan la patria, no mebast el arte y quise aadir al renombre que le deba la po-pularidad del tribuno. Hay pendientes en las que no es posi-ble detenerse una vez lanzado. Al principio no cre llegaradonde hoy me encuentro, pero el temor de ser acusado demoderantismo...-S eso es, el miedo; al miedo obedecemos todos-murmur Dalassene. -Temblamos todos del espanto quenos causamos los unos a los otros. Votamos bajo la amenazadel pual.Se call y pase la mirada a su alrededor como si temieraque se le hubiese odo. Belliere le imit, posedo del mismotemor, pero, ya tranquilo, sigui diciendo:-He cedido tambin al orgullo de ser con David, el ar-tista de la Repblica y el organizador de sus fiestas populares.Dalassene aprovech esta confesin para hablar de cosasmenos candentes.

    H A C I A E L A B I S M O

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    -A propsito de fiestas -dijo, -tendremos una muy pr-ximamente, el 10 de agosto, en conmemoracin de la cadadel tirano. Ah tienes una buena ocasin para ejercer tu geniocreador.El pintor oy sin pestaear aquel elogio hiperblico quehalagaba su vanidad y que consideraba legtimo, y respondicon nfasis:-He pensado ya en esa solemnidad y estoy soando conalgo muy grande. En la plaza de