de la esclavitud a la libertad
TRANSCRIPT
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' A L I E N I ) )
D E L A
) : o L A v n
-
Booker T . Washington
Saliendo de la esclavitud... P r l o g o e s c r i t o e x p r e s a m e n t e
para esta ed ic in e s p a o l a ,
por su a u t o r .
traduccin y prefacio de duardo J^iar quina
LIBRERA CIENTFICO-LITERARIA TOLEDANO LPEZ Y 0.a
E l i s a b e t s , 4 . 3 A R C E L O N A
1 9 0 5
-
n
W^ils
C S Z & 3>o n o u 7 8
ste libro est dedicado mi esposa
jtargaret James Washington y mi hermano
Johrj J f . Washington cuya paciencia, fidelidad y trabajo har\ contribuido
poderosamente a! xito de la obra de Zusl(egee.
-
I
(s \
PRLOGO ESPECIAL PARA
NUESTRA TRADUCCIN ESPA-
OLA. YW ^ YW
Con gran satisfaccin concedo el necesario
permiso para la traduccin, en lengua espaola
de mi libro Up From Slavery Y lo con-
cedo, esperando que mis luchas y experiencias
personales puedan ser provechosas otros de los
que procuran alcanzar la Luz. Si estas mis ex-
periencias y luchas proporcionan algn bien
los alumnos maestros espaoles, yo ser quien
ms lo agradezca.
Alienta muchsimo el ver que todas las razas
y naciones estn llegando aquel momento pe-
daggico, en el que se advierte que la educacin
no se cirscunscribe al cerebro solamente y que
todo aquello que hace aprender algo la mano,
dignificando el trabajo, es Educacin, en el ms
alto sentido de la palabra.
BOOKER. T . W A S H I N G T O N .
Tuskegee (Alabama), E. U. de Amrica. Julio
de 1904.
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I
(s \
PRLOGO ESPECIAL PARA
NUESTRA TRADUCCIN ESPA-
OLA. YW ^ YW
Con gran satisfaccin concedo el necesario
permiso para la traduccin, en lengua espaola
de mi libro Up From Slavery i7 lo con-
cedo, esperando que mis luchas y experiencias
personales puedan ser provechosas otros de los
que procuran alcanzar la Luz. Si estas mis ex-
periencias y luchas proporcionan algn bien
los alumnos maestros espaoles, yo ser quien
ms lo agradezca.
Alienta muchsimo el ver que todas las razas
y naciones estn llegando aquel momento pe-
daggico, en el que se advierte que la educacin
no se circunscribe al cerebro solamente y que
todo aquello que hace aprender algo la mano,
dignificando el trabajo, es Educacin, en el ms
alto sentido de la palabra.
BOOKER. T . W A S H I N G T O N .
Tuskegee (Alabama), E. U. de Amrica. Julio
de 1904.
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PREFACIO DEL AUTOR
Este libro es el resultado de una serie de ar-
tculos sobre mi vida, publicados en el Outlook.
Mientras iban apareciendo en esta revista, me
maravillaba la infinidad de peticiones que me lle-
gaban de todos los puntos del territorio para que
mis escritos se reunieran en un volumen. Y le
estoy muy agradecido al Outlook por el permi-
so que me otorga de atender estas peticiones.
He procurado relatar una historia sincera y
sencilla, sin nimo ninguno de embellecerla. Mi
nica pena es haber hecho tan imperfectamente
lo que me propuse hacer. L o mejor de mi tiempo
y de mi esfuerzo lo invierto en el trabajo de di-
reccin del Instituto Normal Industrial de Tus-
kegee y en las colectas que es preciso hacer para
reunir el dinero necesario al sostenimiento de es-
ta institucin.
Mucho de lo que va leerse en estas pginas
-
ha sido escrito en el ferrocarril, en los hoteles
de las estaciones, mientras esperaba un tren fi-
nalmente, en los momentos que poda hurtar
mi labor de Tuskegee . Sin el concurso generoso
infatigable de M . Max Benett no habra podido
salir adelante satisfactoriamente con mi empeo.
PREFACIO DEL TRADUCTOR
Los Editores de este libro creen ofrecer al
pblico espaol una obra educadora y prctica.
En todo el ao 1901 no se conoci volumen que
pareciera de ms importancia de ms inters
al pblico de los Estados Unidos, segn afirma
un peridico de Chicago. Otro peridico le llama
la segunda Cabaa del T o Tom. Federico
Harrison, el impecable crtico ingls, dice de l
que es una de las biografas ms asombrosas
de nuestros tiempos. Finalmente, Othon Guer-
lac, el traductor francs, que recoge todas estas
opiniones al, frente de su traduccin, aade que
la obra de Booker Washington es una preciosa
contribucin la historia social de los Estados
Unidos en los comienzos del siglo xx.
Nosotros vemos, principalmente, en SALIENDO
DE LA ESCLAVITUD, la eficacia constructora y
normativa de uno de los tratados de educacin
-
ha sido escrito en el ferrocarril, en los hoteles
de las estaciones, mientras esperaba un tren fi-
nalmente, en los momentos que poda hurtar
mi labor de Tuskegee . Sin el concurso generoso
infatigable de M . Max Benett no habra podido
salir adelante satisfactoriamente con mi empeo.
PREFACIO DEL TRADUCTOR
Los Editores de este libro creen ofrecer al
pblico espaol una obra educadora y prctica.
En todo el ao 1901 no se conoci volmen que
pareciera de ms importancia de ms inters
al pblico de los Estados Unidos, segn afirma
un peridico de Chicago. Otro peridico le llama
la segunda Cabaa del T o Tom. Federico
Harrison, el impecable crtico ingls, dice de l
que es una de las biografas ms asombrosas
de nuestros tiempos. Finalmente, Othon Guer-
lac, el traductor francs, que recoge todas estas
opiniones al, frente de su traduccin, aade que
la obra de Booker Washington es una preciosa
contribucin la historia social de los Estados
Unidos en los comienzos del siglo xx.
Nosotros vemos, principalmente, en SALIENDO
DE LA ESCLAVITUD, la eficacia constructora y
normativa de uno de los tratados de educacin
-
ms slidos que se han escrito en estos tiempos.
Las ediciones de este libro se han multiplicado
en Amrica, desde su aparicin. E n las Biblio-
tecas populares rivaliza el nmero de sus deman-
das con el de las ms apasionantes novelas his-
tricas y de aventuras que constituyen, todava,
el pasto favorito de aquel pblico primitivo, en
materia de arte y de literatura. Booker Was-
hington ha sobrepujado, con el xito de su prosa
honrada y simple, el de Federico Douglass, el
negro abolicionista, con Mis aos de esclavitud
y de libertad, y el de miss Mary Me Lae, la
inspirada, con la sorprendente y caprichosa
Historia de mi vida.
Ni las galas del lenguaje, reducido las so-
brias proporciones de un medio de expresin
claro y sincero, ni la emocin pattica de mara-
villosas aventuras novelescas, podran explicar
este xito de pblico logrado por nuestro autor.
Nada, la vez, ms alejado de la retrica en
la forma, y de la fantasa en el fondo, que su
obra. Fuerza es, por consiguiente, buscar la
razn de la popularidad lograda por ella lejos
de sus mritos artsticos literarios.
En SALIENDO DE LA ESCLAVITUD hace Booker
Washington la historia de su vida. Esta historia
comienza en un planto de la Virginia, en plena
esclavitud, y termina en Tuskegee, ante la mesa
del director de un Instituto Normal Industrial,
en cuyos terrenos se levantan cuarenta edificios,
cuyo capital asciende medio milln de dollars,
cuyos alumnos sobrepujan el millar, y que es
generalmente conocido con el nombre de Uni-
versidad de los negros. Booker Washington
narra simplemente los pasos que ha dado para
llegar de la cabaa al Instituto y las observa-
ciones que han determinado su plan pedaggico
para sacar, de hecho, la raza negra de la
esclavitud. En su libro hay las dos cosas que
aprecia ms el pueblo y estamos por decir
la humanidad del siglo x x : hechos y datos.
Vigorizando los unos sopla una fuerte corriente
de voluntad, y , agrupando los otros, para orga-
nizados en doctrina vela, grave y continua,
una serena razn. Voluntad y razn ocupan, en
nuestro libro, el lugar de arte y literatura. Apre-
surmonos decir que ambas cosas estn aqu
en su verdadero lugar. Tratbase de trasladar
-
una vida desde los abismos de la esclavitud y
la ignorancia la plena posesin de la libertad
en un medio civil izado: la voluntad sirvi para
llevar cabo el trnsito. Con la fuerza espansiva
de su generoso movimiento necesit esta vida
influir en las dems y arrastrarlas en su evolu-
cin : la razn intervino entonces, creando el
instrumento necesario para el caso nuevo: toda
una educacin, toda una pedagoga nueva. L o
que apasiona en este libro es la sincera expresin
de una realidad triunfante. L a tensin del es-
fuerzo realizado halla su compensacin arm-
nica en la completa utilizacin que se aplica.
L a s aberraciones de una fantasa indmita ceden
el sitio al laborar paciente de una voluntad que
sabe adnde va y por dnde va. El sentimiento
instintivo de la raza, que pudo ser un lujo
pasional y teatral en los comienzos de la cam-
paa abolicionista, no asoma en Booker W a s -
hington ms que como un determinante ms
de su vocacin y de su funcin pedaggicas.
Cuando su raza va por mal camino, no halaga
su raza. Conoce los defectos de los negros
ms fondo que sus mismos detractores. Sabe
tener razn en todo cuanto dice. Todo en l
converge la misma empresa grande: educarse
y educar los suyos. No hay una vacilacin,
no hay un minuto perdido en- todo el libro.
La vida paciente y voluntariosamente cultivada
le ha dado el ciento por uno. Su empresa, que
apasiona y enternece en los comienzos, deja
en el alma, despus de realizada, una conforta-
ble serenidad y una sana confianza en el poder
de la naturaleza humana. Creemos que la verdad
y la noble serenidad con que el autor nos cuenta
los pasos de su vida son el primer elemento
del xito que ha tenido su obra. En seguida
contribuye al mismo lo que llama Booker W a s -
hington el carcter de realidad de toda biogra-
fa. Nos gusta saber positivamente, mientras
leemos, que todos aquellos hechos que nos apa-
sionan, nos conmueven y nos educan, han sido
realizados por una persona viva y no imagi-
naria; han desarrollado su influencia entre un
crculo de hombres de carne y hueso y estn
nuestro alcance porque otros, antes que nos-
otros, los han llevado cabo. U n a alta ejempla-
ridad brota del libro. Rebasando de nuestro
-
entendimiento lubrifica los resortes de nuestra
voluntad. No satisface un simple deseo de cu-
riosidad, sino que atiende y cura nuestra sed
moral. Es una biografa que puede hacer hom-
bres, enriquecida de una pedagoga que fatal-
mente ha de hacer ciudadanos.
*
* *
Dos cuestiones primordiales forman, por decir-
lo as, el ambiente propio de los hechos que se
explican en este libro. Una, hasta cierto punto,
restringida; la otra de inters universal: la pri-
mera es la llamada, en el Norte de Amrica,
la cuestin negra; la segunda, el propio Boo-
ker Washington la llama educacin profesional.
Creemos que algunas palabras sobre aquel pro-
blema de razas y sobre esta rama de la peda-
goga prepararn bien al lector para entrar con
el inters ms despierto en la lectura de este
libro.
Cuando se habla de la cuestin negra suelen
encoger los hombros desdeosamente las gentes
de por ac. O ignoran en absoluto los hechos
en que dicha cuestin pueda basarse , si han
viajado, si han ledo un poco y se las dan de
liberales y progresivos, creen que dicha cuestin
no existe porque, en su opinin, todos los hom-
bres son iguales y porque la Revolucin fran-
cesa ya nos ha dicho aqu la ltima palabra
respecto los derechos del hombre. Hagamos
notar, de paso, que ninguna revolucin nos
ha hablado todava de los deberes del hombre.
Esta segunda actitud no acusa menos ignoran-
cia que la primera. Las grandes verdades so-
ciales atraviesan un perodo hipottico antes que
la prctica las encarne y realice. H a sido nece-
saria nada menos que la Revolucin francesa
para establecer la igualdad de derechos entre
nosotros, hombres de Europa, que tenemos apro-
ximadamente la misma edad social y que hemos
marchado formando una falange nica por el
camino del progreso, y pretendemos que la difi-
cultad no suba de punto en Amrica, donde
nueve millones de negros, ayer en la esclavitud
y casi en el salvajismo, son repentinamente de-
clarados ciudadanos americanos y tienen que
-
marchar, desde a q u e l punto y hora, de consuno
con hombres q u e y a llevan diecinueve siglos de
civilizacin. L a serena palabra de Abraham Lin-
coln emancipando los nueve millones de escla-
vos afro-americanos merecer la aprobacin de
todos los filsofos; pero se habra atascado en
los labios de cualquier otro poltico menos segu-
ro de su razn y de s mismo que el glorioso
Presidente. D e s d e el momento en que la aboli-
cin de la esclavitud fu un hecho en Amrica,
surgi all el problema tal vez ms difcil de
resolver que se ha ofrecido nunca al Gobierno
de un Estado. G e n t e s que comenzaban su cami-
no social y g e n t e s que llevaban siglos reco-
rrindolo deban gobernarse por las mismas le-
yes, reivindicar los mismos derechos y , en una
palabra, vivir l a misma vida, dentro de las mis-
mas condiciones. Si esto aadimos la dife-
rencia de razas que, por lo menos, las condicio-
naba diferentemente para comportarse en la
v ida; la herencia de odios entre esclavos y pro-
pietarios acostumbrados considerarse mutua-
mente, no y a c o m o de raza distinta, sino como
enemigos natos , y las condiciones en que la abo-
licin se proclam, viniendo, como una imposi-
cin del Norte triunfante, trastrocar toda la vi-
da del Sud, donde los esclavos haban entrado
formar parte de las costumbres, se comprende-
rn un poco las dificultades del problema, que
todava no ha encontrado una solucin satisfac-
toria los cuarenta y dos aos de haberse plan-
teado.
Las ltimas estadsticas establecen un total
de cinco negros por siete blancos en la V i r g i n i a ;
cinco negros por seis blancos en la Alabama,
la Georgia y la Florida; un blanco por un negro
en la Luisiana; cuatro negros por tres blancos
en el Mississip, y cuatro negros por dos blancos
en ambas Carolinas. C o m o afirma el propio
Booker Washington, son (nicamente en el
Sud) unos diecisis millones de brazos que,
fatalmente, han de ayudar al Estado levantar
la carga de la cosa pblica han de pesar sobre
ella, como un peso muerto, para sepultarla.
Esta era la situacin, al comenzar, despus de
la abolicin de la esclavitud, el nuevo estado de
cosas. Por lo que puede rastrearse del propio
libro cuya traduccin ofrecemos al pblico es-
-
paol, nada ms desconsolador que la situa-
cin de espritu de los negros al comenzar esta
decisiva etapa de su vida. Entre tantos millares,
se contaban por los dedos los que supieran leer.
E l rgimen de la esclavitud, al quitarles toda
libertad, les haba privado de toda iniciativa.
La sumisin al palo haba arrancado de sus
almas todo sentimiento de responsabilidad. Co-
mo en la esclavitud no vieran ms que perpetua
privacin y perpetuo trabajo, no podan ima-
ginarse la emancipacin m s que como satis-
faccin y holganza perpetuas. L a ignorancia les
haba hecho supersticiosos; la vigi lancia de los
capataces, hipcritas; la carencia de hogar, sen-
suales; la falta de propiedad, v a g a b u n d o s : sin
una cierta riqueza sentimental que deben su
naturaleza de meridionales, las represalias de
aquellos millones de hombres lanzados repenti-
namente la plenitud de todos los derechos de
los ciudadanos hubieran s ido feroces. L o s blan-
cos que los emanciparon habran recogido la
herencia sangrienta de los dominadores. Toda-
va late a lgo de este espritu vengat ivo en las
pginas de Frederik D o u g l a s s y de los gran-
des apstoles de la abolicin. Todas las medi-
das de prudencia parecan excusables por parte
del Gobierno en las proximidades de la peli-
grosa reivindicacin. Cuando la esclavitud, lle-
gando la exageracin mayor del rgimen odio-
so, haba hecho de los negros magullados y
tundidos, ciegos por la ignorancia, rapaces por
la miseria, sanguinarios por el afn de repre-
salia, poco menos que fieras acuciadas, se com-
prende que un Gobierno, veedor del peligro,
dejara llegar las cosas al extremo antes que in-
tervenir para realizar ese acto tan sencillo, que
las circunstancias hacan heroico, y que consis-
ta en declarar que nueve millones de hombres
tenan derecho ser hombres. Por un momento,
en los negros das de los furiosos lynchamientos
debi cruzar por la conciencia en alarma del Sud,
el confuso propsito de suprimir el problema
antes de resolverlo, y hubo predicadores de la
exterminacin, como hubo apstoles del abolicio-
nismo. Afortunadamente, el acto positivo del
Gobierno vino establecer legalmente la igual-
dad civil de entrambas razas. Desde aquel mo-
mento, la cuestin poltica se converta en una
-
cuestin humana; lo que haban impedido las
leyes, iban realizarlo los hombres, y las dos
razas, iguales en el derecho, podan ser herma-
nas en la compleja baranda de la vida. Albo-
reaban los das generosos en que el esfuerzo
personal recibira una justa recompensa. L a raza
se desvaneca desde el momento en que se le
permita el libre gesto al individuo. Acababa la
misin de los apstoles y de los polticos. Era
preciso abandonar las grandes ideas generales
para que el principio de la abolicin de la raza
viviera, con actos, en cada uno de sus indivi-
duos. Para resumir nuestro pensamiento en dos
nombres, la misin de Frederik Douglass se ce-
rraba triunfalmente y comenzaba, dura y labo-
riosa, la misin de Booker Washington.
Los negros haban recibido su libertad como
un beneficio tan inmenso que les hizo olvidar
todos los horrores de la esclavitud. El blsamo
fu tan eficaz que, su contacto slo, cicatriz la
herida. Unicamente la libertad tiene poder para
borrar de esta manera toda la sangrienta huella
de los despotismos. Aquellas espaldas curvadas
por el hbito de la faena, aquellas frentes que
la Naturaleza haba ensombrecido providente,
para evitarles el sonrojo de la afrenta, aquellos
ojos que lloraban lgrimas de sangre en los aos
de su humillacin, al recibir el bautismo de
libertad, curaron como por ensalmo y, fortifi-
cados de humanidad, no vieron en sus antiguos
amos ms que hombres y, por consiguiente,
hermanos. Una alegra tan intensa abland las
entraas de la raza, al sentirse reintegrada en
sus derechos, que la maana de la abolicin fu
una maana de cantos, de plegarias y de lgrimas
de satisfaccin. No puede citarse el caso de un
solo esclavo, por grandes que fueran las ofensas
recibidas de sus amos, que se aprovechara de
la libertad para tomar venganza de ellas. Cuando
el hombre ha conquistado la libertad, su alma
ha acabado de pedir. En adelante, todo trabajo
recaer en s mismo para perfeccionarse cada
da y progresar fcilmente en la libre armona
de sus relaciones con sus semejantes.
Esta necesidad de perfeccionamiento y de
progreso la sinti la raza negra, desde el 'da
que sucedi la abolicin. Cuando la raza no
fu ya una traba para el individuo, ste, sueltas
-
para siempre las violentas ataduras, rompi
andar. No pongamos cargo de la raza n e g r a
nicamente los errores y las faltas de estos pri-
meros pasos aventurados torpemente por el ca-
mino de la civilizacin. D a d a s las mismas cir-
cunstancias, el hecho se reproducira en cual-
quier otro pas y por individuos de cualquier
otra raza. E n aquel brusco trnsito de la escla-
vitud la ciudadana, el ms ntimo y poderoso
deseo del negro era adqurir plena conciencia de
su libertad. No le bast que le afirmaran q u e
era libre. Tantas veces se haba dormido con
la esperanza de serlo y le haban despertado
primo da las voces y los latigazos del odiado
capataz! El negro quera hacer uso de aquella
libertad que, por lo menos esta vez, iba ser
cierta, y una ingenua ambicin espole su a lma
de nio. Quiso improvisarse personaje en pocos
das. Antes de aprender leer, el nio se hace
gorros y bocamangas con galones. E s humano.
La raza negra, que estaba entonces en la infan-
cia, copi fatalmente la infancia de las otras
razas. El enfermo que tras largas semanas de lle-
var en cabestrillo el brazo, recibe permiso del
mdico para utilizarlo, puede, con el ansia de
cerciorarse de su completa curacin, abusar de
aquel permiso, y comprometerla neciamente. El
caso es comn y basta convencernos de l
la observacin diaria. A l g o parecido debi acon-
tecerle la raza negra, privada durante largos
aos del uso de su libertad y recibiendo repenti-
namente el derecho de proclamarla y de vivirla.
Extremse tanto, en el principio, el ejercicio de
la divina facultad reconquistada, que los negros
estuvieron punto de perderla nuevamente y
para siempre. De entonces datan ciertas corta-
pisas y medidas atentatorias al derecho recien-
temente concedido, que, si una prudencia irre-
flexiva y miedosa dict los blancos de aquel
tiempo como necesarias, ya en la actualidad no
se aguantan ms que en virtud de una verda-
dera injusticia social. En cuarenta aos la raza
negra ha entrado en posesin de s misma y los
nios de entonces estn tocando su mayor
edad. El camino andado y los adelantos hechos,
desde aquella poca, son la mayor garanta que
puede ofrecerse al Gobierno de los Estados Uni-
dos para convencerle de que nada se pierde por
-
exceso de libertad. Tena un rebao de nueve
millones de esclavos que se vea obligado
alimentar, v ig i lar y guardar costosamente:
hoy cuenta nueve millones de ciudadanos ms,
cada uno de cuyos actos es una contribucin la
riqueza de la gran R e p b l i c a .
Para pasar de la irreflexiva ambicin de los
primeros tiempos la legalidad y la seguridad
de su actual estado civil ha sido necesario que
la raza negra operara una paciente labor de
reforma social en c a d a uno de sus individuos.
L o que largos s i g l o s de civilizacin haban ido
haciendo entre los blancos sus conciudadanos,
han tenido que improvisarlo los negros en los
cuarenta y tantos a o s que les separan de la
abolicin. Ha sido preciso revivir en intensidad
sumaria, el g lor ioso proceso de los tiempos.
Por pobres que f u e r a n los resultados obtenidos
deberamos considerarlos como maravillosos y,
poniendo freno nuestras impaciencias, ordenar
nuestras esperanzas que surgieran.
Un hombre desval ido y menesteroso, sin re-
cursos materiales y casi desprovisto de apoyo
oficial en sus comienzos, tom sobre sus hom-
bros la pesada carga de hacer aptos para utilizar
la libertad que se les conceda y realizarla en
una vida civilizada, las negros, sus hermanos.
Este hombre es Booker Washington. En el ao
1901, este hombre haba dado los Estados Uni-
dos tres mil ciudadanos jvenes, maestros en
un oficio, dotados de la cultura moral suficien-
te para gobernarse s mismos y fundar una
familia, conocedores de los trabajos de la tie-
rra y del poder de la redencin que es la coro-
na del trabajo, y preparados, la mayora de ellos,
para ejercer con frutos el profesorado donde
quiera que se instalaran. Aunque slo una cen-
tena, de entre cada millar, sigan las huellas
del apostlico maestro, y aunque los resultados
obtenidos por ellos no lleguen ms que la
mitad de los logrados por el primero, es lgico
esperar que, gracias la iniciativa de Booker
Washington y vuelta de una veintena de aos,
toda la raza negra se habr formado s misma
y y a no existirn entre blancos y hombres de
color otras diferencias que las que ofrecen todos
los individuos de todas las razas entre s. La
cuestin de razas estar definitivamente apurada.
-
L a razn y la cu l tura darn cuenta de todo pre-
juicio. El mrito, el valor y la utilidad civil de
los individuos sern la nica norma de su apre-
cio. L a H u m a n i d a d se regocijar de la definitiva
armona que ver reinar entre sus hijos.
No creeramos haber dicho sinceramente todo
lo que en nuestro interior ha suscitado el estudio
de esta cuestin si no estampramos para con-
densarla una f rase que creemos justa. Hemos
consultado, en diferentes ocasiones, lo que,
propsito de los Estados Unidos en general y de
los negros en particular, han escrito diversos
literatos y socilogos europeos americanos.
No hemos ledo ms que dos obras firmadas por
negros: la que tienen en sus manos nuestros
lectores y la antes citada de Douglass. Pues
bien; la mesura, la imparcialidad, la conciencia,
el respeto y hasta la humildad serena con que
los dos negros hablan de la raza blanca, ofrecen
un contraste curioso con el desdn, la animo-
sidad, la ligereza, la burlona falacia y hasta la
injusticia manifiesta y despreocupada de que
alardean casi todos los autores blancos al tratar
la cuestin negra. Esto nos ha hecho pensar ms
de una vez que la raza negra habr acabado su
educacin cuando la blanca acabe la- suya. No
podemos exigirle que la acabe antes. Mientras
los blancos persistan en sus prejuicios y hablen
de su raza, oponindola la negra, los negros
tendrn derecho persistir en los suyos y opo-
nerse nosotros. No cabe otra cosa. La cuestin
ha de resolverse al mismo tiempo de ambos la-
dos. Todos los peligros de la raza negra habrn
desaparecido, en el Norte de Amrica, cuando,
su vez, acaben todos los peligros de la raza
blanca. Unicamente los hombres pueden ser
ciudadanos.
* * *
Tal vez lo que hace tan una y eficaz la labor
de Booker Washington respecto su raza, es
la visin neta que tuvo, desde el principio, de
la misin que le incumba. Decidido hacer la
educacin de su pueblo y bien penetrado de las
necesidades del mismo por la observacin pa-
ciente y fervorosa, no dud un momento de los
-
mtodos pedaggicos que deban conducirle
los resultados apetecidos. L a necesidad de lo que
l llama educacin profesional se amarr su
espritu con tenacidades de apostolado. Todo el
Instituto normal industrial ha nacido y se ha
desenvuelto al calor de esa idea-madre. Toda
su obra arranca de ella. Toda la raza negra
llegar, por ella, la emancipacin de hecho,
al estado de ciudadana constante.
Q u es, pues , la educacin profesional? Los
profanos en la materia, apenas tienden sus mi-
radas por el campo riqusimo de la enseanza,
ven precisarse, claros y netos, entre el abigarra-
miento de sistemas, mtodos y teoras, dos gran-
des caminos, nervios poderosos de la educacin,
los que van parar, para organizarse en cuerpo
activo, todos aquellos menudos filamentos. O la
enseanza toma por objeto la prctica realidad
de la vida, la cultura ideal independiente del
espritu. O hace ciudadanos y tiene un lmite
preciso, hace sabios y se pierde en el abismo
de ciencia de que habla Rabelais. L a primera
tiene cuenta de las necesidades de los hombres y
les pone en condiciones de atender y proveer
ellas; la segunda, desinteresada y santa, est
toda ella hecha de afn de saber, aparta los ojos
de esta vida, se abraza la filosofa y asume
los ardores de una verdadera religin. La pri-
mera conviene todos los hombres; esta ltima
es funcin de almas escogidas. Aqulla, cuya
finalidad es limitada y concreta, obedece una
ley ; sta, cuyos fuegos arden sin consumir, ca-
rece de modalidad porque la pasin no tiene ley.
E n realidad de verdad, la pedagoga, que en la
esencia es mtodo, slo tiene que ver con la pri-
mera. Aqu tenemos un fin claro que lograr.
A q u tenemos un sujeto preciso sobre el cual
ejercitarnos. Aqu la ciencia est en su elemento
y puede realizar su pontificado. Dado el hombre
y las necesidades eternas circunstanciales, f-
sicas civiles en que ha de agitarse, pong-
mosle en condiciones de satisfacer por s mismo
todas estas necesidades. Esta es la nica peda-
goga cientfica y la nica que puede organizarse
en cuerpo de doctrina.
Los anglosajones han sintetizado en su self-
help (bastarse s mismo), el fondo de esta
doctrina pedaggica. El discpulo se adiestra en
3
-
todas las disciplinas que ha de utilizar despus
en la lucha por la vida. Estudia, no para conocer,
sino para hacer. Los cuidados de su cuerpo
alternan con la cultura del espritu. Mientras
cultiva su inteligencia se le fuerza una verda-
dera gimnasia de la voluntad. Todas sus inicia-
ti vas se enderezan un fin prctico. E n el fondo,
la lucha por la vida es la conservacin triunfante
del individuo. La educacin prctica tiene esto
en cuenta, y uno de los principales cuidados es
poner al individuo en condiciones de atender
la conservacin de su vida, de asegurarse la
subsistencia, de ganar dinero. Siendo el dinero
una convencin que sirve los hombres para
resumir y en cierto modo fijar el agradecimiento
que unos otros se deben por la prestacin de
servicios mutuos, el camino ms corto para acu-
mular dinero es ponerse en condiciones de pres-
tar servicio la sociedad. Hay en la sociedad
necesidades, por decirlo as, orgnicas, esencia-
les, ineludibles y , hasta cierto punto, invaria-
bles. Estas necesidades pueden reunirse en tres
grandes g r u p o s : la necesidad que tienen los
hombres de alimentarse, la necesidad de una
vivienda, la necesidad de un vestido que les cu-
bra. Todas las diversas profesiones que hacen re-
ferencia cualquiera de los tres grupos indica-
dos, son de una rpida utilizacin y ponen al in-
dividuo que sobresale en ellas en un pie de venta-
ja indiscutible para abordar la lucha por la vida.
El sabio orientalista, que carece de medios para
llevarse un trozo de pan la boca, tal vez no
encuentre modo de transformar en un montn
de cntimos sus conocimientos ms preciosos.
Pero el labrador, el carpintero, el panadero, el
albail, el maquinista, el zapatero, mientras la
humanidad coma, se vista y se resguarde de la
intemperie en un recinto cubierto, es decir, mien-
tras haya humanidad, hallarn modo de prestarle
sta un servicio necesario y de recibir, en
cambio, de ella una recompensa justa. L a edu-
cacin profesional es la rama de la pedagoga
prctica que toma como base y , en cierto modo,
como condicin de la enseanza el dotar los
educandos de una profesin oficio cualquiera.
Es la forma, por excelencia, de la educacin en
las democracias y la ms apta para crear rpida-
mente la prosperidad de un pueblo de una
-
raza. Su humildad de origen aparente tiene la
generosidad fecunda de todos los limos. Cal-
cndose sobre necesidades previstas, nada de
ella se pierde y es constante servicio su minis-
terio. Asegura la vida, conquista las abundan-
cias materiales y , subviniendo todas las nece- ,
sidades del cuerpo, deja intacta y libre la inde-
pendencia del espritu. Podra temerse que la
abundancia de profesionales originara la inuti-
lidad el abaratamiento de la profesin. Nada
menos cierto. A u n suponiendo que en un pueblo, ;
en una ciudad, en una raza, todos los individuos j
estuvieran educados en el ejercicio de una pro- I
fesin, el carcter individual, personal y subs-
tantivo que tienen los trabajos manuales dife-.
renciara cada obrero. Este sera estimable por
unas condiciones y aqul se vera solicitado por i
otras. A mayor abundamiento, de la concurren- ;
cia, sobre una base de conocimiento general, .
brotara una necesidad: la necesidad de perfec- j
cin. De la perfeccin, el obrero se vera llevado
la invencin. Y a q u nos encontramos, al final
de una buena, basta, dura y , al parecer, grosera
educacin profesional, con el predominio y el ;
xito glorioso y oportuno de lo intelectual y del
espritu. L o que hay es que el camino se ha
recorrido normalmente, y cuando el espritu apa-
rece, el cuerpo es fuerte para hacer respetar sus
derechos. Es necesario que el hombre coma para
poder pensar; pero sera vergonzoso obligarle
pensar para poder comer. De estas dos afirma-
ciones, la primera parece formular el programa
de la educacin profesional y prctica; en cuanto
la segunda, no es en el fondo la expresin
escueta de lo que se proponen los partidarios de
una educacin intelectual ultranza?
Llegar por el aquietamiento de las bajas nece-
sidades aquella condicionalidad harmnica en
la que el espritu puede hacer pacfica irrupcin,
nos parece un sistema pedaggico ms liberal y
ms perfecto que comenzar imponiendo violen-
tamente silencio las necesidades lcitas del
cuerpo en nombre de una educacin intelectual
que siempre participar del prejuicio y del
dogma.
Todos los resultados de la educacin profe-
sional y prctica nos llevan un posible maana
de intelectualidad y de belleza.
-
El ansia inagotable de la humanidad, satis-
fechas unas necesidades, crear otras nuevas
siempre dentro de un harmnico progreso. Pero
si desatendis esas primeras necesidades del
hombre y no curis de su hambre antes que de
su ingenio curioso, lograris que el discpulo,
desengaado de vuestras doctrinas, abandone las
aulas y vegete en la incorregible postracin del
bruto.
Siendo la riqueza la condicin necesaria del
xito en el actual teje maneje de relaciones in-
ternacionales, puede afirmarse que la primera
nacin del mundo ser la que produzca ms.
El trmino de la educacin profesional es ense-
ar al alumno producir. A medida que reciben
su educacin los alumnos de Tuskegee van cons-
truyendo los diversos pabellones del esplndido
Instituto, fabrican los muebles, el material de
estudio, etc., etc. La nacin que preconice y
adopte un sistema de enseanza anlogo tocar
en s misma iguales beneficios: el Estado dar
los alumnos una enseanza til y los alumnos
construirn para el Estado toda una nacin.
No solamente la educacin profesional y prc-
tica lleva indiscutibles ventajas sobre cualquier
otro sistema de enseanza, sino que es condicin
necesaria para todos los dems. No podis ense-
ar moralidad al hombre combatido de necesi-
dades y sin medios para atender ellas. El que
no sabe vivir, no sabr vivir bien. Lo primero
es hacer, lo segundo hacer el bien consciente-
mente.
L a transcendencia poltica .y civil de la ense-
anza es tan grande que su importancia corre
parejas con la de la higiene en las grandes agru-
paciones modernas. Cuando un Estado como
el nuestro, descuida lamentablemente una mi-
sin como la de la enseanza, no tiene derecho
exigir nada de su pueblo. Ni orden, ni obe-
diencia, ni respeto la ley, ni trabajo: nada
de esto es acreedor el Estado espaol respecto
de sus sbditos. L a misin del Estado no es
eternizarse parsito sobre el pueblo que lo
aguanta. Somos algo ms, pesar de nuestro
abatimiento, que el andamiaje de un trono. Si el
Estado no interviene en nuestra economa gene-
ral para servirla y sanearla, es un miembro in-
til dentro de la nacin. Y los miembros intiles
-
deben amputarse del organismo son una ame-
naza constante para su salud y , al fin y la pos-
tre, la causa inevitable de su ruina.
Es preciso empaparnos ntimamente de esta
idea del Estado activo que ha sido la salvacin
del joven pueblo americano y que lo ha hecho el
pueblo por antonomasia del siglo x x .
Sin salimos de l a s estrictas leyes de la oferta
y la demanda, c u a n d o el Estado nos pida solda-
dos y cuarteles, pidmosle, nuestra vez, maes-
tros y escuelas. P idmoslo con voluntad, con
seguridad y con constancia, resistamos serenos
ante su negativa y n o contribuyamos eternizar
la atroz leyenda de esta pobre Espaa en la que
un general y un obispo se disputan el poder,
los dados, sobre las espaldas curvadas de un
pueblo de analfabetos.
Consideremos y el libro que hoy ofrecemos
nuestros lectores servir de punto de partida
para estas consideraciones - las buenas, honra-
das y positivas v e n t a j a s que podemos sacar de
la educacin profes ional . Cortemos la espiral
nuestros humos y pensemos en la construccin
de nuestras casas antes que en el blasn que
deber adornar su portalada. Aprendamos que
la independencia del espritu nace del trabajo
de las manos. Aprendamos que la necesidad no
admite trampas y que hasta ahora el camino ms
corto para llegar comer pan es saber amasarlo.
No hay empleo vil, ni oficio grosero, ni profe-
sin plebeya, porque todos ellos son trabajo y
en todo trabajo hay la misma virtud. Saquemos
cuanto bien podamos de las circunstancias tal
como se presentan, y depongamos en las aras
del maana el incienso de las radiantes teoras.
A la inteligencia le toca pensar la libertad; la
voluntad amarla; la mano realizarla. Apren-
damos atribuir esta ltima, en el terreno de
la enseanza, el glorioso lugar que le corres-
ponde.
Booker Washington termina el prlogo que,
peticin nuestra, ha tenido la amabilidad de
mandarnos para esta traduccin espaola, con
las siguientes palabras: Todo aquello que hace
aprender algo la mano, dignificando el traba-
jo, es Educacin, en el ms alto sentido de la
palabra.
Nosotros aadiremos: ((Todo aquel cuyas ma-
-
nos estn educadas para dominar y labrar la
materia, poseer la Tierra.
Hay en el Gnesis un versculo miraculoso y
santo, donde se atribuye al poder de la divina
palabra la creacin del mundo.
Pero hay, entre los mitos gr iegos , una fbula
ms real y ms humana: la de aquel gigante que
aguantaba la Tierra con los hombros y con las
manos. i
E . MARQUINA
Pars, Abril, 1905.
Saliendo de la esclavitud...
grooker C. Washington
S C A P T U L O I . E S C L A V O
ENTRE LOS ESCLAVOS. W
Nac esclavo en una plantacin del condado de Fran-klin, en la Virginia. No estoy completamente seguro del lugar ni de la fecha exacta de mi nacimiento; pero, es indudable que deb de nacer en alguna parte y en un momento dado. Por lo que me ha sido posible averiguar, deb de nacer prximo la Casa-correo de un arrabal llamado el Fuerte de Hale, por los aos 1858 1859. Ignoro el mes y el da. Los primeros re-cuerdos que puedo evocar se relacionan con la planta-cin y el b a r r i o de los esclavos, sea la parte de la plan-tacin en que los esclavos tenan sus viviendas. Mi vida comenz en el medio ms miserable, ms descorazonador y ms triste que pueda imaginarse. Y esto no porque mis amos fueran extraordinariamente crueles: en com-paracin con los otros, no lo eran. Y o nac en una
-
nos estn educadas para dominar y labrar la
materia, poseer la Tierra.
Hay en el Gnesis un versculo miraculoso y
santo, donde se atribuye al poder de la divina
palabra la creacin del mundo.
Pero hay, entre los mitos gr iegos , una fbula
ms real y ms humana: la de aquel gigante que
aguantaba la Tierra con los hombros y con las
manos. i
E . MARQUINA
Pars, Abril, 1905.
Saliendo de la esclavitud...
grooker C. Washington
S C A P T U L O I . E S C L A V O
ENTRE LOS ESCLAVOS. W
Nac esclavo en una plantacin del condado de Fran-klin, en la Virginia. No estoy completamente seguro del lugar ni de la fecha exacta de mi nacimiento; pero, es indudable que deb de nacer en alguna parte y en un momento dado. Por lo que me ha sido posible averiguar, deb de nacer prximo la Casa-correo de un arrabal llamado el Fuerte de Hale, por los aos 1858 1859. Ignoro el mes y el da. Los primeros re-cuerdos que puedo evocar se relacionan con la planta-cin y el b a r r i o de los esclavos, sea la parte de la plan-tacin en que los esclavos tenan sus viviendas. Mi vida comenz en el medio ms miserable, ms descorazonador y ms triste que pueda imaginarse. Y esto no porque mis amos fueran extraordinariamente crueles: en com-paracin con los otros, no lo eran. Y o nac en una
-
verdadera choza de madera que meda catorce por' die-ciseis pies de superficie y habit en esta choza con mi madre, mi hermano y mi hermana hasta despus de la guerra civi l , poca en la cual todos fuimos declarados libres.
N o s casi nada de mis antepasados. Cuando estaba en mi barrio de los esclavos, y ms tarde tambin, oa citar, medias palabras, en las conversaciones de los negros, las torturas que los esclavos, entre los que de-beran hallarse mis abuelos por parte de madre, haban tenido que soportar en el barco donde se les conduca de Afr ica Amrica. Me ha sido imposible recoger nin-gn dato positivo sobre la historia de mi famil ia , ante-rior mi madre. Recuerdo que sta tena hermanastro y hermanastra. E n los tiempos de la esclavitud no se conceda mucha importancia la historia genealgica y los anales de una famil ia quiero decir de una fami-lia de n e g r o s . - S u p o n g o que mi madre debi l lamar la atencin de algn comprador que, por esta causa, pas ser su propietario y el mo. Su entrada en la tropa de esclavos debi revestir aproximadamente la misma im-portancia que la compra de un caballo de una vaca . De mi padre tengo todava menos noticias que de mi madre. Ni tan siquiera conozco su nombre. H e odo de-cir que era un blanco habitante en una de las planta-ciones vecinas. Lo cierto es que nadie me ha dicho que manifestara por m el ms mnimo inters, ni que, en modo alguno se preocupara por subvenir mi educa-cin. N o se lo echo en cara. E r a tambin una v c t ima infortunada de la institucin que el pueblo americano haba introducido tan desdichadamente en su organis-mo social.
Nuestra choza no nos serva exclusivamente de vivien-
da : era adems la cocina de la plantacin. Mi madre coci-
naba. L a choza no tena ventanas; no tena ms que dos aberturas practicadas en los costados, por las que entra-ba la luz y , la vez el viento fro y g lacial del invier-no. Tambin haba una puerta, , hablando con propie-dad, a lguna cosa que se l lamaba puerta; pero los goz-nes mal ajustados sobre los que giraba y las anchas grietas que la hendan, sin contar con su pequeez exi-gua para el marco, hacan de nuestra choza un lugar muy poco confortable. Aparte de estas tres aberturas ha-ba, en un rincn, el agujero de los gatos, abertura practicada en el muro, que toda casa choza de la Vir-ginia posea en el perodo anterior al de la guerra.
E l agujero de los gatos gatera era una aber-tura cuadrada, de unas siete ocho pulgadas que per-mita entrar y salir los gatos por la noche. E n nues-tro caso particular, jams comprend la necesidad de semejante mquina, toda vez que haba, en la choza, por lo menos media docena de agujeros que habran podido utilizarse para el mismo fin. En nuestra choza no haba embaldosado: la tierra lo supla. E n el centro de este pavimento natural haba un agujero ancho y profundo donde se guardaban las patatas en invierno. E l hoyo de las patatas ha quedado netamente grabado en mi memoria, porqiie recuerdo que, cuando las guardaban cuando las sacaban de l, haba logrado, ms de una vez, apoderarme de un par, que coca en el rescoldo para regalarme con ellas. N o haba horno en la plantacin y mi madre tena que cocinar para los blancos y para los esclavos sobre un fuego abierto, en pucheros y ca-zuelas. D e modo que si el fro, en invierno, era azote de la choza mal construida, en verano, el calor del ho-gar no era mucho ms soportable. Mis primeros aos de infancia, pasados en la reducida choza, no difieren gran cosa de los de los otros esclavos. Como es natu-
-
ral, mi madre no p o d a consagrar sus hijos ms que
cortsimos instantes y aprovechaba, para estar con nos-
otros, algunos m i n u t o s por la maana, antes de co-
menzar su trabajo y a lgunos por la tarde, cuando su
jornada haba terminado.
Uno de mis recuerdos ms antiguos me representa
mi madre, ya tarde, la noche, haciendo cocer un pollo,
y despertando gozosa sus hijos para drselo comer.
Ignoro cmo y d n d e lo habra encontrado. De todos
modos supongo que procedera del corral de nuestro pro-
pietario. Algunos p o d r n llamar esto un robo. Hoy
mismo, yo lo c o n d e n a r a con ese nombre. Pero acon-
teciendo el hecho e n l a poca indicada y sin otro fin
que el de alimentar sus hijos quin podr hacerme
creer que mi madre se hizo culpable de un crimen?
E r a simplemente u n a v c t ima del sistema de la escla-
vitud.
N o recuerdo haber dormido en cama, antes de pro-
clamarse la emancipacin que libertaba mi familia.
Eramos, en la choza, tres nios: Juan, mi hermano ma-
yor, Amanda, mi h e r m a n a y yo, y nos acostbamos en
el duro suelo, en un j e r g n , hablando con mayor exac-
titud, en un montn de trapos sucios echados por tierra.
Alguien me ha pedido, no hace mucho tiempo, que
hablara de los juegos y diversiones de mi infancia. An-
tes de que se me h ic iera esta peticin, nunca se me ha-
ba ocurrido la posibi l idad de dedicar al juego ningn
momento de mi v ida. P o r mucho que ahonde en mi me-
moria, cada instante de mi v ida se me representa ocu-
pado en a lguna labor determinada y, sin embargo, creo
que sera actualmente un hombre ms til si, cuando
era pertinente, hubiera podido conceder los juegos el
tiempo necesario. E n los tiempos de la esclavitud, era
yo demasiado nio p a r a que pudieran ocuparme en una
faena fija. A pesar de esto, me empleaban casi siempre,
en l impiar los patios, l levar el agua los trabajadores
de los campos ir hasta el molino, una vez por semana,
para transportar el trigo que deba molerse. E l molino
se hallaba situado unas tres millas de la plantacin.
E s t a era la ms temida de todas mis obligaciones. E l
pesado saco de trigo iba atravesado en el lomo de un
caballo de modo que quedara igual cantidad ambos
costados; pero aconteca casi siempre que el saco res-
balaba hasta destruirse el equilibrio y caer del caba-
llo Algunas veces me caa yo tambin. Como no tenia
la fuerza suficiente para volver colocar el saco sobre
el caballo, me vea obligado quedarme esperando ho-
ras y horas que viniera algn caminante sacarme del
apuro. Y las horas trascurridas en semejante espera, las
inverta de ordinario en llorar amargamente.
Habiendo perdido el tiempo de este modo, l legaba al
molino con retraso, y antes que me molieran el trigo y
estuviera yo de vuelta, la noche se me echaba encima.
E l camino era extremadamente solitario y menudo
atravesaba bosques espessimos. Y o tena mucho miedo
porque se deca que los bosques estaban llenos de sol-
dados desertores y me haban contado que la primera
cosa que haca un desertor, con un nio negro, al encon-
trarle solas, era cortarle las orejas. Adems cuando
volva tarde casa saba yo que me esperaban una fuer-
te reprimenda una paliza.
Como esclavo que era no recib entonces ninguna ins-
truccin, aunque recuerdo haber l legado muchas veces
hasta la misma puerta de l a escuela, con una de mis
amas jovencitas, para l levarle sus libros L a vista de
aquellas docenas de nios y. nias, encerrados en la cla-
se y embebidos en el estudio, me caus una impresin
profundsima y en mi interior senta que entrar en una
-
escuela para estudiar en el la con aquel reposo, equival-
dra poco ms menos entrar en el Paraso.
L a primera vez que me d i cuenta del hecho de mi es-
clavitud y de que se discuta la libertad de los esclavos,
fu una maana, muy temprano, al despertarme mi ma-
dre que, inclinada sobre sus hijos, diriga al cielo una
ardiente plegaria para que Lincoln y sus ejrcitos lo-
grasen la victoria y un da ella y sus criaturas fueran
libres. Jams he podido comprender, cmo, por aquel
entonces, en todo el Sud, los esclavos, absolutamente
ignorantes casi todos, en m a t e r i a de libros y peridicos,
pudieran, tan perfecta y exactamente, estar al tanto de
las grandes cuestiones nacionales que agitaban al pas.
Desde la poca en que Garrison, Lovejoy y otros ha-
ban comenzado su campaa en favor de la libertad, los
esclavos siguieron muy de cerca los avances del movi-
miento. Y o no era ms que un nio durante el perodo
preliminar de la guerra y durante el curso de la guerra
m i s m a ; pero ahora recuerdo las numerosas confidencias
musitadas tarde, alta n o c h e , entre mi madre y otras
esclavas de la plantacin. E s t a s confidencias y discu-
siones demostraban que los esclavos comprendan la si-
tuacin y se hacan tener a l corriente de la marcha de
los acontecimientos por lo que llamaban el telgrafo
de la v ia ( i )
Durante la campaa en q u e Lincoln fu candidato
la Presidencia por primera vez , los esclavos de nuestra
plantacin, situada m u c h a s millas de toda lnea f-
rrea, de toda gran ciudad peridico diario, conocan
punto por punto las grandes cuestiones que se debatan.
E n los comienzos de l a g u e r r a entre el Sud y el Norte,
(1) Grape vine elegraph, f rase p o p u l a r que se refiere la transmi-sin de las noticias por el r u m o r p b l i c o . ( N . del T . ) .
ni un solo esclavo ignoraba en nuestra plantacin que,
aunque hubiera de por medio muchos intereses, la es-
clavitud figuraba antes que todos. Hasta los individuos
ms ignorantes de mi raza, en las ms apartadas plan-
taciones, sentan en el fondo de s mismos, con una cer-
tidumbre inequvoca, que la libertad de los esclavos se-
ra el resultado supremo de la guerra, si las armas del
Norte llegaban triunfar. Cada xito de los ejrcitos fe-
derales y cada derrota de los confederados se seguan
con el ms profundo inters. Con frecuencia los escla-
vos conocan el resultado de las grandes batallas antes
que los blancos. Generalmente estas noticias las recoga
el negro quien enviaban la Casa-correos, en busca
de las cartas. E n nuestro caso particular, el correo esta-
ba unas tres millas de la plantacin y el ambulante de
correos vena una dos veces por semana. Este ambu-
lante, que era un negro, tena la costumbre de rondar
largo rato en torno de la Casa-correo para sorprender lo
esencial de las conversaciones de los blancos, que, na-
turalmente se agrupaban all para discutir las noticias
que les llegaban con las cartas. Y cuando regresaba de
la habitacin de nuestro dueo comn, el ambulante es-
parca las noticias recogidas de este modo, entre los
esclavos, que se enteraban de los sucesos importantes
antes que los blancos de la Casa grande como llam-
bamos la habitacin de nuestro dueo.
No puedo recordar que una vez siquiera, durante mi
niez mi adolescencia, nuestra familia se sentara reu-
nida delante de una mesa, hiciera sus rezos y comiera
de un modo civilizado. E n la plantacin, los nios se
procuraban el sustento aproximadamente como los ani-
males. U n trozo de pan aqu, un trozo de carne a l l ;
ahora una taza de leche, ahora unas pocas patatas.. . Al-
gunas veces, ciertos miembros de la familia coman en el
-
mismo puchero, m i e n t r a s otros tenan un plato de hoja-
lata colocado sobre sus rodil las, y no se servan, ordi-
nariamente, ms que d e sus manos. Cuando tuve edad
para ello me hicieron i r l a Casa grande las horas
de comer, para que, m i e n t r a s mis amos coman, espan-
tara las moscas m o v i e n d o un abano, colgado sobre la
mesa. N o es necesar io decir que la conversacin de los blancos versaba principalmente sobre el tema de
la libertad y de l a g u e r r a . Y o no perda palabra, f
Estoy viendo t o d a v a una de mis amas jovencitas
y varias amigas q u e la visitaban, comiendo biz-
cochos, en el patio d e l a Casa. E n aquella poca los
bizcochos eran mi m s ardiente deseo, en materia de
dulces ; as es que, e n el momento aquel, me pareca
que si a lguna vez conquis taba mi libertad, mis votos
se colmaran por c o m p l e t o , cuando pudiera proporcio-
narme algunos bizcochos y comerlos con tanto gusto co-
mo mis seoritas. A medida que se prolongaba la
guerra, los blancos se v e a n con ms dificultades para
proporcionarse v v e r e s . E s t o y convencido de que los es-
clavos no suframos, en la privacin, tanto como los
blancos, porque n u e s t r o rgimen ordinario se compona
de pan de centeno y c a r n e de cerdo, alimentos que nos
proporcionaba la m i s m a plantacin; mientras que los
amos necesitaban c a f , t, azcar y otros requisitos que
no podan cul t ivarse y que los azares de la guerra ha-
can de dif c i l adquis ic in. Con frecuencia tenan los
blancos grandes a p u r o s . Tomaban granos de trigo tos-
tados, en l u g a r de c a f y u n a especie de miel negruzca
haca las veces de a z c a r . D e ordinario no se azucaraba
nada aquel pretendido, caf t.
Recuerdo que las p r i m e r a s botas que hube de calzar-
me eran de madera . E s t a b a n cubiertas de un cuero bur-
do ; pero l a p l a n t i l l a y los talones eran de madera y de
un grueso de media pulgada. Cuando andaba movan
un ruido infernal y adems eran muy incmodas porque
el pie no poda colocarse holgadamente en ellas. Aquel
calzado comunicaba toda la persona un aire de incre-
ble torpeza. Pero la prueba ms dura que tuve que so-
portar como esclavo, fu la de llevar una camisa de
lienzo. E n la parte de la V irg in ia donde me encontra-
ba, se empleaba el lienzo ms grosero para vestir los
esclavos. Y o no puedo concebir una tortura compa-
rable la que causa el estrenar una camisa de esas,
si no es la producida por la estraccin de una mue-
la. E s algo como los araazos de una docena de pun-
zas de castaa de un centenar de alfileres en con-
tacto con la piel. Todava hoy logro reproducirme neta-
mente el martirio que me originaba echarme encima
aquella vestimenta. Por desdicha ma, tena la piel de-
masiado dulce y demasiado sensible. No me dejaban es-
coger. E r a necesario llevar aquella camisa ir desnu-
do. Y o habra preferido no l levar nada.
A propsito de esta camisa, mi hermano Juan realiz
uno de los actos ms generosos que un esclavo haya
realizado por otro. E n distintas ocasiones, cuando me
vea obligado estrenar una camisa, mi hermano se
ofreca l levarla en mi lugar, durante algunos das,
hasta que perdiera toda rasposidad. Mientras dur mi
infancia esta camisa fu mi nico vestido.
Por lo que al comienzo he relatado podr imaginar-
se, tal vez, que exista un fondo de animosidad en mi
raza contra los blancos, ya que la mayora de estos
combatan en una guerra que deba tener por resultado
la esclavitud de los negros, si triunfaba el Sud.
Para los esclavos de mi plantacin no era esto ver-
dad y tampoco lo era para la gran masa de la poblacin
-
esclava del S u d ; para ningn sitio donde se tratara
los negros nada ms que medianamente. Durante la gue-
rra civil fu muerto uno de los hijos de mis amos y
otros dos fueron gravemente heridos. Recuerdo el sen-
timiento de tristeza que reinaba entre los esclavos,
cuando supieron que el seorito Bi l ly haba muerto.
N o era un dolor fingido: era real.
Algunos de los esclavos haban cuidado del seori-
to Bi l ly cuando era n i o ; otros haban jugado con l.
E l seorito Bi l ly haba intercedido por muchos de
ellos cuando el intendente el amo les azotaban. E l do-
lor del barrio esclavo no le ceda en nada al de la Ca-
sa Grande. Cuando los otros dos seoritos, regresa-
ron heridos, la simpata de los esclavos se aianifest de
muchas maneras. Demostraron tanta solicitud como
los parientes para ayudar cuidar los enfermos.
Los hubo que solicitaron velar por la noche sus jve-
nes seores. E s t a ternura y este afecto por parte de
aquellos que geman bajo el yugo de la esclavitud pro-
venan de la bondad y generosidad de su naturaleza.
Cuando los blancos estaban en l a guerra, los esclavos
habran dado su v ida por defender y proteger las mu-
jeres y los nios de la plantacin. E l esclavo designa-
do para pasar la noche en la Casa Grande, en ausen-
cia de los dueos, era l lamado un sitio de honor. E l
que hubiera pretendido tocar la seora de la casa, jo-
ven v ie ja , habra tenido que pasar antes por encima
de un cadaver. N o s si alguien lo habr notado, pero
creo que se reconocer la justicia que me ampara cuan-
do afirmo que son rarsimos los casos de hombres de
mi raza, esclavos libres, que hayan hecho traicin la
confianza depositada en ellos.
Puede afirmarse que, en general, antes y durante la
guerra, los individuos de mi raza no abrigaban senti-
mientos de antipata contra la raza b l a n c a ; y existen numerosos ejemplos de negros que han continuado sir-viendo sus amos, cados por un motivo otro en la indigencia. Y o conozco el caso de algunos antiguos pro-pietarios que lograron escapar la miseria, gracias al dinero, que, durante largos aos, les enviaron sus es-clavos. Conozco otros antiguos esclavos que han con-tribuido los gastos de educacin de los descendientes de sus amos. Se da, por ejemplo, el caso de un joven blanco, hijo de un antiguo propietario, quien el vicio de la bebida reduce tal extremo de embrutecimiento y de miseria, que da g r i m a : pues pesar de la indigen-cia de los negros en aquella plantacin, ellos le procu-ran, desde hace algunos aos, todo lo necesario para poder vivir. Uno le manda el c a f ; otro el azcar; el de ms all un trozo de carne y as sucesivamente. Na-da de lo que poseen les parece bastante bueno para el hi jo del anciano seor Tom, que no padecer jams, mientras quede en aquellos lugares alguno de los que conocieron, poco mucho, al seor T o m .
He dicho que se citaban pocos casos en que un hom-bre de mi raza haya hecho traicin la confianza depo-sitada en l. No hace mucho tiempo, en una vi l la del estado de Oho, encontr un antiguo esclavo que, an-tes de proclamarse la abolicin de la esclavitud, se ha-ba comprometido pagar su dueo, durante un tiem-po dado, una suma determinada al ao, y mientras tan-to quedaba en libertad de trabajar como quisiera y por quien quisiera. Creyendo que en Oho se daban los me-jores salarios, all se dirigi. Cuando la libertad fu con-cedida los esclavos como un derecho, deba todava unos trescientos dollars su dueo. D e hecho, estaba absuelto de toda obligacin para con l. Sin embargo, este negro hizo pie el camino hasta Virginia , donde
-
viva su amo, para entregarle, en propia mano, h a s t a
el ltimo dollar, comprendidos los intereses que deba
todava.
A l contrmelo no me ocultaba que se saba perfecta-
mente dispensado de pagar su d e u d a ; pero habiendo em-
peado su palabra, quera mantenerla , porque n u n c a
falt ella. No le pareca posible disfrutar de la l iber-
tad hasta haber cumplido su promesa.
T a l vez podra inferirse de a lgunas cosas aqu con-
tadas que los esclavos no deseaban l a abolicin: esto no
es exacto. N o he visto nunca uno solo que no deseara
ser libre que quisiera volver l a esclavitud.
Con toda mi alma compadezco la nacin cua l -
quier grupo de individuos bastante desdichados p a r a de-
jarse atrapar por la zarpa de la esclavitud. Pero hace
ya mucho tiempo que he dejado de abrigar sentimien-
tos rencorosos contra los blancos del Sud que nos m a n -
tuvieron en la servidumbre. N o es justo hacer u n a
regin ms responsable que otra del hecho de la escla-
vitud que fu reconocido y patrocinado por el gobierno
federal durante muchos aos. F o r m a n d o ya, como for-
maba, parte de la vida econmica y social de l a R e p -
blica no era cosa fci l para el pas deshacerse de u n a
tal institucin. Por otra parte, cuando, desembarazn-
donos de todo prejuicio y de toda parcial idad de raza ,
contemplamos los hechos cara cara, nos es forzoso
reconocer que, apesar de la crueldad y l a injusticia del
rgimen, los diez millones de negros educados, en l a es-
cuela de la esclavitud americana, estn en mejores con-
diciones, desde el punto de vista mater ia l , intelectual ,
moral y religioso, que los negros de cualquiera otra par-
te del globo. Y esto es de tal modo verdadero que los
negros de este pas, pasados por el perodo de la escla-
vitud, vuelven constantemente A f r i c a como misioneros
para instruir y educar los que permanecen en l a pa-tria antigua.
N o digo todo esto para justificar l a esclavitud, no: fu una institucin implantada, como todos sabemos, en Amrica con miras comerciales y egostas ms que hu-manitarias y maldigo de ella. Pero he querido hacer no-tar que la Providencia se sirve de los hombres y de las instituciones para que se cumplan sus designios. A los que me preguntan cmo puedo tener confianza en el porvenir de mi raza en este pas, dadas las condiciones aparentemente desesperadas, porque atravesamos ve-ces, les recuerdo las vicisitudes que nos h a sometido y de que nos ha sacado siempre con bien la Providencia.
Desde que tengo la necesaria madurez p a r a pensar en estas cosas, he credo siempre que pesar de los crue-les martirios que le torturaron, el negro sac tanto pro-vecho como el blanco de l a esclavitud. A la verdad, no eran los negros los nicos en experimentar las funestas consecuencias del rgimen. Esto poda comprobarse cla-ramente en nuestra plantacin. T o d o el sistema de l a esclavitud estaba concebido de tal suerte que el traba-jo, por regla general , se consideraba como un signo de degradacin y de inferioridad. E n consecuencia las dos razas reunidas en una plantacin trataban de esquivar-lo. E n nuestra regin el sistema de l a esclavitud ha contribuido que desaparecieran en l a raza blanca, l a confianza en s misma y el espritu de empresa. E l que fu mi propietario tena muchos hijos y algunas h i j a s : pero, que yo sepa, ninguno ha sabido nunca adoptar una profesin montar una industria productiva. L a s hi jas no aprendan ni coser, ni cocinar, ni gober-nar una casa. Los esclavos estaban encargados de estas ocupaciones; pero no tenan un inters personal en la plantacin y su ignorancia les incapacitaba para acabar
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ninguna faena de un modo serio y cuidadoso. Como consecuencia, las empalizadas se demolan, las puertas de los corrales salanse de sus goznes, las de las casas chirriaban, los cristales se rompan, el yeso saltaba de las paredes sin que se le reemplazara, y el patio se lle-naba de mala yerba.
D e ordinario haba una comida especial para los ne-
gros y otra para los blancos. Sin embargo, en la mesa
de los seores faltaban aquella delicadeza y aquella per-
feccin en los detalles que hacen de la home el ms
confortable, el ms grato y el ms atractivo de los si-
tios de reposo. Por otra parte haba en los alimentos
y otros artculos filtraciones que minaban las fortunas.
Cuando se proclam la libertad, el esclavo estaba tan
bien preparado como su amo para comenzar un nuevo
gnero de v ida, salvo en lo referente la instruccin
y al ejercicio de la propiedad. Pero el propietario de es-
clavos y sus hijos no haban aprendido ninguna profe-
sin. Inconscientemente se haban penetrado del senti-
miento de que el trabajo manual no estaba hecho para
ellos. E n cambio los esclavos haban aprendido algn
oficio; no se avergonzaban de trabajar y muy pocos se
negaron ello.
Por fin se termin la guerra y l leg el da de la li-
bertad. F u un da memorable y lleno de incidentes. Lo
habamos esperado largo tiempo. L a libertad iba ser
una real idad; desde haca algunos meses, todos los das
veamos soldados desertores que regresaban sus casas.
Otros, dados de alta cuyos regimientos haban sido li-
cenciados bajo palabra, pasaban constantemente por de-
lante de nosotros. El telgrafo de la via funcionaba
activamente da y noche. L a s noticias y rumores de los
grandes acontecimientos iban pasando rpidamente de
una en otra plantacin. Temiendo una probable inva-
sin de los yankees, la plata y otros objetos de valor se sacaron de la Casa grande, se c lavaron en grandes cajas de madera y se confiaron la custodia de los es-clavos de confianza. Desdichado de aquel que hubiera intentado tocar al tesoro custodiado! Los esclavos esta-ban dispuestos darles los soldados yankees cualquier cosa, comida, bebida, trajes, todo, excepto lo que haba sido confiado su custodia.
A medida que el gran da se acercaba, las canciones eran ms frecuentes que de ordinario en el barrio ne-gro. E r a n ms atrevidas, ms bravas y duraban hasta altas horas de l a noche. L a mayor parte de los versos de estos cantos de la plantacin contenan alusiones la libertad. Verdad es que estos himnos no eran nue-v o s ; pero hasta entonces habanlos cantado cuidando de explicar que l a libertad que aspiraban se refera la otra vida y nada tena que ver con este mundo. Ahora se quitaban l a mscara y no les atemorizaba dar en-tender que la ((libertad, en sus cantos, significaba la del negro aqu, en la tierra. Durante la noche que pre-cedi al gran da se particip los barrios de esclavos que un acontecimiento extraordinario iba tener lugar, al otro da, en l a ((Casa grande. Puede decirse que na-die durmi aquella noche: la espectacin era general. P o r la maana, muy temprano, se di todos los es-clavos orden de que se reunieran en la Casa. Y o me di-rig , por consiguiente, en compaa de mi madre, de mi hermano y de mi hermana y de un gran nmero de esclavos la habitacin de nuestro dueo.
T o d a la famil ia de ste estaba reunida en la galera de la casa, los unos sentados y los otros en pi, dispues-tos hacerse cargo de lo que iba pasar y de lo que iba decirse. Haba en los semblantes una expresin de in-ters sincero: de tristeza, tal vez, pero no de amargura.
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A l recordar ahora la impresin que me produjeron, me
parece que no estaban tristes por perder su propiedad,
sino tristes por verse obl igados separarse de aquellos
quienes haban m a n t e n i d o y los que estaban unidos
por tantos vnculos.
L o que ms netamente recuerdo, en relacin con este
acontecimiento, es u n seor extranjero (probablemente
un funcionario de los Estados Unidos), que hizo una
pequea alocucin y l e y un largo documento; el acta
de la proclamacin, seguramente. Terminada la lectu-
ra del acta, se nos d i j o que ramos libres y que tena-
mos el derecho de i rnos cuando y donde quisiramos. Mi
madre, que estaba m i lado, se inclin sobre sus hijos
y los abraz mientras que lgrimas de gozo le corran
por la cara. E l l a nos l o expl ic entonces todo, dicindo-
nos que este era el d a por el que haba rezado tantas
veces, temiendo que n o l legara antes de su muerte.
E n los primeros momentos hubo alegras locas, ac-
ciones de gracias y f rent icos transportes de entusiasmo.
N o haba en todo esto asomo alguno de animosidad. Al
contrario: los esc lavos estaban conmovidos de piedad
por sus antiguos dueos.
L a alegra loca de los negros emancipados no dur
ms que un m o m e n t o ; porque yo pude observar que al
regresar sus chozas y a era manifiesto un cambio en su
actitud. L a responsabil idad que la libertad lleva en si
misma, el tenerse que arreglar en adelante solos con
sus hijos, pareca preocupar les hondamente. Su caso era
el de un nio de diez once aos al que se echa repen-
tinamente al mundo, obl igndole que se baste s
mismo. A l g u n a s horas haban sido suficientes para colo-
carles frente frente los problemas que la raza an-
g lo sajona haba e m p l e a d o siglos en resolver: el pro-
blema de encontrarse un domicilio, de escoger una pro-
fesin, de dar una educacin sus h i jos ; el cumpli-
miento de los deberes sociales y la necesidad de fundar
una Iglesia y mantenerla.
N o era nada sorprendente que, en el espacio de unas
horas, se aquietaran los gritos de alegra, para dar lu-
gar un sentimiento de profundo abatimiento en las
chozas de los esclavos. Ahora que la haban conquista-
do, la libertad les pareca muchos de ellos una cosa
ms grave de lo que hasta entonces haban credo.
Haba negros que contaban setenta y ochenta aos.
Y a no tenan las fuerzas necesarias para crearse una po-
sicin, en algn lugar desconocido, y con dueos des-
conocidos, dando por hecho que les fuera fci l hallar un
nuevo domicilio. P a r a stos, la cuestin de la libertad
ofreca dificultades positivas. Adems, haba, en el fon-
do de su corazn un extrao sentimiento de fidelidad al
viejo seor l a vieja seora y sus hijos, contra
el cual eran impotentes para defenderse. Haban pasa-
do con ellos la mitad de un siglo y no era cosa de poca
monta pensar seriamente en la separacin. De ah que
se viese muchos esclavos viejos, salir uno uno de
sus viviendas, y dirigirse hurtadillas la Casa-Gran-
de para tener con el que hasta entonces haba sido su
dueo, secretas entrevistas, en las que haba de quedar
fijado su porvenir.
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C A P T U L O I I . M I I N F A N C I A
Hay dos puntos sobre los cuales estuvieron de acuer-do todos los negros, apenas proclamada la abolicin de la esclavitud: la necesidad de cambiar de nombre y la necesidad de alejarse de la antigua plantacin, durante algunos das durante algunas semanas, para darse per-fecta cuenta de su libertad.
Por estas las otras razones cada cual se di cuenta de que no convena, en adelante, llevar el nombre del antiguo propietario y muchos se apresuraron cambir-selo. Fu uno de los primeros signos de la libertad. C o mo esclavo, un negro no tena sino un nombre que le distingua: Juan Susana, por ejemplo. La necesidad de determinar el apelativo se presentaba raramente. Si Juan Susana pertenecan un blanco apellidado Hat-cher, se les llamaba, en ocasiones, Juan Hatcher el Juan de Hatcher. Pero como haba en esta denomina-cin de Juan Hatcher el Juan de Hatcher a l g o que repugnaba un hombre libre, no pocos cambiaron sus nombres por los de Juan S. Lincoln Juan S. Sher-man; la inicial S no haca aqu las veces de apellido, era lo que los negros llamaban con orgullo su partcu-l a ; una copia ingenua de la inicial que los blancos americanos tienen la costumbre de colocar entre su apelativo y su apellido y que es generalmente la del nombre de su madre.
Como acabo de decir, los ms de los negros se ale-jaron de su plantacin, por lo menos algunos das, para convencerse de que realmente tenan el derecho de ir donde quisieran y para probar el gusto de la libertad. Despus de haber pasado un tiempo fuera, la mayora de los esclavos viejos volvieron sus antiguas viviendas y establecieron una especie de contrato con sus dueos, que les conservaron en su propiedad.
E l marido de mi madre, que era padrastro de mi hermano Juan y mo, no perteneca los mismos dueos que mi madre. Vena raras veces la plantacin. Re-cuerdo que le veamos una vez al ao, en los alrededo-res de Navidad.
Durante la guerra se escap en seguimiento de los ejrcitos federales, con los que haba llegado, lo que parece al Nuevo Estado de la Virginia del Oeste. E n cuanto se proclam la abolicin de la esclavitud, llam mi madre Kanawha-valley (Virginia del Oeste.) Por aquellos tiempos un viaje travs de las montaas de Virginia hasta la del Oeste no era empresa agrada-ble ni mucho menos. Se colocaron en una carreta los pocos fardos y utensilios que poseamos; pero los ni-os tuvimos que hacer pie una gran parte del camino, es decir, muchos centenares de millas.
Ninguno de nosotros se haba visto jams larga distancia de la plantacin. U n viaje de un Estado otro era, por consiguiente, un acontecimiento. E l instante en que nos separamos de nuestros antiguos dueos y de nuestros compaeros de la plantacin, fu solemne.
Desde aquel da hasta el de su muerte quedamos en correspondencia con los individuos ms ancianos de la familia de nuestros amos y luego, continuamos las re-laciones con sus hijos. Nuestro viaje dur varias sema-nas y la mayor parte de las veces dormamos al raso y
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hacamos nuestra comida s o b r e un fuego improvisado
al aire libre. Recuerdo q u e u n a noche acampamos cerca
de una cabaa de madera y m i madre quiso encender
fuego dentro, para p r e p a r a r l a cena, y extender un jer-
gn en el suelo fin d e q u e pasramos la noche.
An no haba prendido l a l e a , cuando una enorme cu-
lebra negruzca de un m e t r o y medio de longitud, por lo
menos, cay de la c h i m e n e a y se extendi en el suelo.
Como es natural, a b a n d o n a m o s inmediatamente la ca-
baa. Finalmente l l e g a m o s a l trmino de nuestro via-
je, una diminuta v i l la d e n o m i n a d a Malden, cinco mi-
llas de Charlestn, la a c t u a l capital del Estado.
Constituan la pr incipal industr ia de esta parte de la
Virginia las minas de sal , y l a diminuta villa de Mal-
den estaba emplazada en e l centro de los hornos. Ya
mi padrastro haba e n c o n t r a d o trabajo en una de las f-
bricas y haba alquilado u n a cabaa para que nos sir-
viese de habitacin. N u e s t r a nueva morada no vala
mucho ms que l a que a c a b b a m o s de abandonar en la
plantacin de la V i r g i n i a ; e n real idad, era peor. Nues-
tra cabaa de la antigua p l a n t a c i n , aunque en un es-
tado de ruina abominable, e s t a b a situada de tal modo,
que respirbamos desde e l l a e l aire libre. Nuestra nue-
va cabaa formaba parte d e u n a compacta aglomera-
cin de viviendas y como n o haba, referente ellas,
ningn reglamento de h i g i e n e , la suciedad en torno de
las chozas era con f r e c u e n c i a insoportable. Entre nues-
tros vecinos los haba n e g r o s y blancos, pero estos l-
timos pertenecan l a c l a s e m s pobre, ms ignorante
y ms abyecta. E l c o n j u n t o e r a estrambtico. La em-
briaguez, el juego, los a t r a c o s , las rias y la inmorali-
dad caracterizaban l a v i d a ordinar ia de aquellas gen-
tes. Todos los que habi taban en la vil la, tenan alguna
ocupacin en las minas d e s a l . Y o era muy joven, pero
mi padrastro encontr trabajo para mi hermano Juan y
para m en una de las fbricas. Con frecuencia me vea
obligado acudir la labor las cuatro de la madru-
gada.
Mi iniciacin en los conocimientos cientficos, se re-
monta los tiempos en que trabajaba en una mina de
sal. Cada embalador de sal tena escrita en sus tone-
les una cierta cifra. L a de mi padrastro era 18. A la
terminacin de la jornada, el je fe de los embaladores
escriba esta cifra sobre cada uno de nuestros toneles;
muy pronto logr reconocerla donde quiera que la viese
y acab por escribirla, aunque ignorara todas las otras
cifras y todas las otras letras.
Zahondando con ahinco en mi memoria recuerdo ha-
ber sentido siempre un vehemente deseo de aprender
leer. Y a desde nio me haba dicho que si no lograba
ms en la vida, por lo menos sera lo bastante instruido
para poder leer peridicos y libros. Acabbamos de ins-
talarnos en nuestra nueva cabaa de la Virginia del
Oeste, cuando supliqu mi madre que me procurara
un libro. Cmo ni dnde se lo procur, no sabra de-
croslo: lo esencial es que pudo hacerse con un viejo
abecedario de Webster, de cubiertas azules, que conte-
na el alfabeto y algunas slabas vacas de sentido, tales
como ab, ba, ca, da. Y o me puse devorar este libro,
indudablemente el primero que caa en mis manos. Ha-
ba odo decir que para aprender leer era necesario co-
nocer el a l fabeto; trat, pues, de asimilrmelo, por to-
dos los medios imaginables y sin profesor porque no lo
encontraba. E n aquel tiempo no haba, mi alrededor,
un solo hombre de mi raza que supiera leer y yo era
demasiado tmido para dirigirme un blanco. Sin em-
bargo, en el espacio de algunas semanas logr conocer
una gran parte del alfabeto. Mi madre comparta ente-
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6 4 S A L I E N D O D E L A E S C L A V I T U D . .
ramente mis ambiciones y me ayudaba en ellas cuanto
poda. E r a completamente ignorante en materia de le-
tras, pero tena mucha ambicin por sus hijos y un
gran fondo de buen sentido que le permita hacer frente
cualquier situacin crtica y salir de ella con honor.
Si durante mi v ida he realizado alguna cosa digna de
atencin, la debo ciertamente esta cualidad que he
heredado de mi madre.
P o r aquel entonces, y mientras yo me esforzaba en
instruirme, l leg Malden un joven negro que haba
aprendido leer. E n cuanto los negros lo supieron, se
procuraron un peridico y al terminar cada jornada de
trabajo, aquel joven se vea rodeado de un grupo de
hombres y mujeres ansiosos de escucharle leer las noti-
cias del da. Cmo envidiaba yo aquel j o v e n ! Me
pareca el hombre de la tierra ms digno de envidia y
el que deba estar ms contento con su suerte.
Entonces comenzbase discutir sobre la convenien-
cia de otorgar una escuela los negros. Este asunto
se llev el inters de todo el m u n d o ; iba ser la pri-
mera escuela de aquella parte de la V irg in ia para nios
negros, es decir, un verdadero acontecimiento. L a difi-
cultad consista en encontrar un maestro. Se pens en
el joven de Oho que lea los peridicos, pero su edad
no le favoreci. Mientras se buscaba un profesor, se tu-
vieron noticias de otro joven negro de Ohio que haba
sido soldado y que estaba instalado en la villa. Decase
que tena buena instruccin y al instante se le con-
trat como maestro en la primera escuela negra. Y co-
mo, hasta entonces, no haba habido escuela libre para
los negros en esta regin, cada famil ia consinti en
pagar mensualmente una cantidad determinada, con-
dicin de que el maestro se hospedase cada da, por
turno, en una casa. N o era para el maestro mala la
solucin, porque cada famil ia serva aquel da la mesa con lo mejor que haba en la despensa. Recuerdo que yo esperaba siempre con una impaciencia y un apetito notables el da del maestro en nuestra pobre cabaa.
Este hecho de toda una raza que quiere asistir cla-se por la primera vez, es un fenmeno de los ms inte-resantes que se hayan presentado nunca en la historia. Unicamente las personas que hayan convivido con la poblacin negra, pueden formarse idea exacta del ar-dor que las gentes de mi raza manifestaron por instruir-se. Acabo de decir lo; era una raza entera sentndose en los bancos de la escuela. Hubo pocos que se creyeran demasiado jvenes y ninguno que se creyera demasia-do v ie jo para aprender leer. E n cuanto se dispuso de maestros, no solamente se colmaron las clases de da, sino las de noche. L a ambicin de todos los ancianos era poder leer la Biblia antes de morir y por eso las clases nocturnas contaban con frecuencia hombres y mujeres que tenan cincuenta y hasta setenta y cinco aos. Tam-bin haba escuelas dominicales, creadas desde la procla-macin de la l ibertad; pero el principal de los libros que all se cursaban era el abecedario. L a s clases diarias, las nocturnas y las dominicales rebosaban; y con fre-cuencia tenan que despedirse alumnos por falta de sitio.
Con la apertura de la escuela de la Ranawha valley coincidi la decepcin ms grande de mi vida. Haca algunos meses que yo trabajaba en el horno de sal y mi padre se haba dado cuenta de que poda reportarle algn dinero; de modo que, al abrirse la escuela, de-clar que no poda prescindir de m. Esta decisin pa-reci que echaba por tierra todas mis ambiciones y mi decepcin fu tanto ms cruel cuanto que, desde el si-tio donde trabajaba, poda ver pasar los otros mucha-
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chos que felices, se d i r i g a n maana y tarde la es-
cuela. A pesar de todo, reso lv instruirme y , con ms
ardor que nunca, dime estudiar el alfabeto en el li-
bro de cubiertas azules.
Mi madre comparti mis sufrimientos, trat de con-
solarme, por todos los m e d i o s imaginables, y me ayud
encontrar lo que necesitaba. Finalmente logr hacer
tratos con el maestro que consinti en darme leccin
por la noche, despus de m i jornada de trabajo. Expe-
riment una tal satisfaccin de haber logrado aquellas
lecciones que, creo, hac a y o ms por la noche que los
otros estudiando todo el da. L o s beneficios que perso-
nalmente me reportaron aquel las lecciones, son una de
las razones que me indujeron luego favorecer la crea-
cin de clases nocturnas en Hampton y en Tuskegee.
Pero, en mi corazn de n i o , segua acariciando la
idea de seguir las clases de d a y no dejaba pasar oca-
sin sin defender mi causa. T r i u n f , por fin, y se me
permiti asistir la escuela diariamente, durante algu-
nos meses, condicin de levantarme temprano, por las
maanas, para trabajar en e l horno hasta las nueve y
de volver por las tardes, en saliendo de la escuela,
trabajar dos horas todava.
L a escuela estaba cierta distancia de la fbrica;)'
como era necesario trabajar hasta las nueve y las cla-
ses comenzaban las nueve precisamente, me hall en
presencia de una seria di f icul tad. Cuando yo llegaba
l a escuela, las clases haban comenzado siempre y mu-
chas veces mi seccin haba recitado ya sus lecciones.
P a r a vencer esta dificultad, c e d una tentacin por la
que me condenarn, sin d u d a , la mayor parte de las
personas que me l e e n : pero e s un hecho, y debo men-
cionarlo. T e n g o una confianza i l imitada en el poder y
en la influencia de los hechos. Generalmente no se ga-
na nada con ocultarlos. Haba en el despacho de la f-
brica un reloj. Este reloj, como es natural, rega la
jornada de trabajo de ms de cien obreros. A m se me
ocurri que para l legar tiempo la escuela no tena
ms que adelantar la aguja desde las ocho y media has-
ta las nueve y es lo que hice cada maana, hasta que
el mayordomo de la fbrica, notando a lgo anormal, ce-
rr con llave la c a j a del reloj. Por mi parte no haba
querido hacer dao nadie. Slo deseaba llegar pun-
tualmente mi clase.
E n la escuela me encontr frente nuevas dificulta-
des. E n primer lugar, todos los alumnos llevaban som-
brero gorra y yo no tena una cosa ni otra. Por lo de-
ms, no recuerdo haber l levado, hasta entonces, cu-
bierta la cabeza, _y aun creo que ni yo ni muchos de mis
compaeros, habamos pensado nunca en esta necesi-
dad. Pero, como es natural, viendo cubiertos mis com-
paeros, yo empezaba estar violento. Siguiendo mi cos-
tumbre, comuniqu mis cuitas mi madre, quien me
dijo que careca de medios para comprarme un sombre-
ro en una tienda, lo que constitua, por entonces, la gran
novedad entre los individuos de mi raza, jvenes vie-
jos ; pero que ella encontrara el modo de satisfacer
mis deseos. Busc dos trozos de una tela tejida ma-
no, los cosi hbilmente y me puso en posesin de mi
primera gorra, de la que estaba yo ms orgulloso que
un monarca.
Mi madde me di, aquel da, una leccin que no he
olvidado nunca y de la que he hecho todos los posibles
porque se aprovecharan los dems. A l recordar este in-
cidente, me ha causado siempre una completa satisfac-
cin el que mi madre tuviera la fuerza de carcter su-
ficiente para no caer en el ridculo de los que quieren
aparentar lo que no son. Por eso no me compr un
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68 SALIENDO D E L A E S C L A V I T U D .
sombrero en el almacn, con lo que habra hecho creer
mis compaeros los dems que era ms rica de lo
que era en realidad. Siempre le he agradecido que no
se creara una deuda comprando un objeto cuyo impor-
te no habra podido satisfacer. Desde aquel entonces he
sido dueo de toda clase de sombreros y de gorras, pero