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    SYLVIEGRARD DE NERVAL

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    Librodot Sylvie Grard de Nerval

    Grard de Nerval (Pars 1808-1855), seudnimo de

    Grard Labrunie, poeta estticamente ligado al

    romanticismo alemn y precursor del simbolismo, viaj

    en su juventud por Alemania y Austria, as como por

    varios pases orientales, experiencia que nutri su

    Voyage en Orient (1851). Su volumen de sonetos Las

    quimeras (1853) tuvo una gran influencia en los poetas

    surrealistas franceses. En 1840, el mismo ao en que

    termin su traduccin de Fausto, de Goethe, sufri las

    primeras crisis de la perturbacin mental que le

    ocasionara repetidos internamientos. Debido a su

    apasionado enamoramiento de la actriz Jenny Colon (al

    parecer fuente de inspiracin de su novela Aurlie),

    frecuent los ambientes teatrales y escribi varias

    obras para la escena. En el volumen titulado Les falles

    du feu reuni sus perturbadoras nouvelles, que ponen

    de manifiesto su extraordinario genio potico.

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    Atormentado por la locura durante los ltimos aos de

    vida, en 1855 se le encontr ahorcado con su propio

    cinturn en el callejn parisino de la Vieille-Lanteme.

    Previamente haba dejado una nota escrita: No me

    esperes esta tarde porque la noche ser negra y

    blanca. Sylvie es la primera nouvelle de Les filles du

    feu y fue escrita en 1852.

    I.NOCHE PERDIDA

    Sala de un teatro por cuyos palcos apareca todas las noches adecuadamente vestido parael galanteo. A veces estaba lleno; otras, vaco. Igual me daba detener la mirada en un patio de

    butacas slo poblado por una treintena de voluntariosos aficionados, o en los palcosadornados con sombreros y atavos anticuados, que formar parte de una sala animada yconcurrida, coronada por los floreados tocados, las joyas relucientes y los rostros radiantesque abarrotaban todos sus pisos. Indiferente al espectculo de la sala, el del escenario apenaslograba retener mi atencin excepto cuando, en la segunda o tercera escena de una desabridaobra maestra del momento, una aparicin ms que conocida iluminaba el espacio vaco y, conun soplo y una palabra, devolva la vida a los inanimados rostros que me rodeaban.

    Me senta vivir en ella, y ella viva slo para m. Su sonrisa me llenaba de una beatitudinfinita; la ondulacin de su voz, tan dulce y, sin embargo, tan firmemente timbrada, mehaca vibrar de alegra y de amor. Posea, a mi juicio, todas las perfecciones; satisfaca todami capacidad de entusiasmo: hermosa como el da a la luz de las candilejas que la iluminabandesde abajo; plida como la noche cuando los focos perdan intensidad y quedaba iluminadadesde lo alto por los rayos de la araa del techo y la mostraban ms natural, resplandeciendoen la sombra merced a su propia belleza, como las divinas Horas que se recortan, con unaestrella en la frente, sobre los fondos oscuros de los frescos de Herculano.

    Transcurrido un ao, no se me haba ocurrido la idea de averiguar cmo era ella fuera delteatro; tema enturbiar el espejo mgico que me ofreca su imagen, y a lo mximo que llegufue a prestar odos a algunos rumores referentes no a la actriz sino a la mujer. Y suscitaron en

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    m tan escaso inters como las habladuras que hubieran podido circular respecto a la princesade Elida o a la reina de Tresibonda. Uno de mis tos, que vivi durante los penltimos aosdel siglo XVIII, llevando el tipo de vida apropiado para conocer a fondo aquellos tiempos,

    pronto me previno de que las actrices no eran mujeres y de que la naturaleza haba olvidadodarles un corazn. Se refera, sin duda, a las de su poca; pero me cont tantas historias

    acerca de sus ilusiones y de sus decepciones, y me mostr tantos retratos en marfil, graciososmedallones que utiliz ms tarde para adornar tabaqueras, tantas cartas de amor amarillentas,tantas cintas ajadas, cuyas historias y desenlaces me refera, que me habitu a malpensar detodas sin tener en cuenta los cambios producidos por el paso del tiempo.

    Por aquel entonces vivamos una poca extraa, como las que suelen suceder a lasrevoluciones o a los ocasos de los grandes reinados. No exista ya la galantera heroica de lostiempos de la Fronda, ni el vicio elegante y atildado de la Regencia, ni el escepticismo y laslocas orgas del Directorio; haba una mezcla de actividad, de duda y de desgana, de

    brillantes utopas, de aspiraciones filosficas o religiosas, de vagos entusiasmos, ligados aciertos impulsos de renovacin; de aburrimiento por las discordias del pasado, de esperanzasinciertas; algo parecido al espritu de la poca de Peregrino y Apuleyo. El hombre material

    aspiraba al ramo de rosas que, de manos de la hermosa Isis, deba regenerarlo; la diosaeternamente joven y pura se nos apareca por las noches y nos haca sentir vergenza pornuestras horas perdidas durante el da. Sin embargo, la ambicin resultaba impropia denuestra edad, y la vida caza de honores y posiciones que por aquel entonces se sola

    practicar nos mantena alejados de las posibles esferas de actuacin. Como nico asilo slonos quedaba la torre de marfil propia de los poetas, a la que subamos cada vez ms alto paraaislarnos de la muchedumbre. All, en los elevados mbitos a los que nos guiaban nuestrosmaestros, respirbamos por fin el aire puro de las soledades, bebamos el olvido en la copa deoro de las leyendas, nos embriagbamos de poesa y de amor. Amor, ay! Formas vagas,tonalidades rosas y azules, fantasmas metafsicos! Vista de cerca, la mujer real era motivo deindignacin para nuestra ingenuidad; deba aparecrsenos como reina o como diosa, y, sobretodo, debamos evitar su proximidad.

    Sin embargo, algunos de nosotros tenan en poca estima aquellas paradojas platnicas, y atravs de nuestros renovados sueos de Alejandra enarbolaban la antorcha de los diosessubterrneos que, por un instante, iluminaba la oscuridad con su estela de pavesas. As eracomo, al salir del teatro, sumido en la amarga tristeza que los sueos nos dejan aldesvanecerse, iba con agrado a reunirme con los habituales de un crculo donde se cenaba ennumerosa compaa y toda melancola ceda ante la inagotable inspiracin de algunosespritus brillantes, vivaces, tempestuosos, a veces sublimes, como siempre han existido enpocas de renovacin o de decadencia, y cuyas discusiones llegaban a tal extremo que losms tmidos de nosotros se dirigan de vez en cuando a la ventana para ver si los hunos, los

    turcomanos o los cosacos llegaban por fin para acabar de una vez por todas con losargumentos de retricos y de sofistas. Bebamos, amemos! Esto es la sabidura! Tal era el lema de los ms jvenes. Uno de

    ellos me dijo:-Hace mucho tiempo que frecuento el mismo teatro. Cada vez que voy, te encuentro. Por

    cul vas t?Por cul?... No conceba que se pudiera ir por otra. Sin embargo confes un nombre.-Pues, bien! -repuso mi amigo, indulgente-. Mira, ah tienes al feliz mortal que acaba de

    acompaarla y que, fiel a las reglas de nuestro crculo, no se reunir con ella hasta elamanecer.

    Sin demasiada emocin, volv la mirada hacia el personaje indicado. Se trataba de un

    joven correctamente vestido, de rostro plido y nervioso, de distinguidos modales, y cuyos

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    ojos aparecan impregnados de dulzura y de melancola. Arrojaba el oro sobre una mesa dewhist y lo perda con indiferencia.

    -Qu me importa que sea l o cualquier otro? -dije-. Alguien tena que haber, y ste meparece digno de haber sido elegido.

    -Y t?

    -Yo? Es una imagen lo que persigo, nada ms.Al salir, pas por el saln de lectura y, maquinalmente, hoje un peridico. Creo que lo

    hice para enterarme de las cotizaciones de la bolsa. Entre los restos de mi opulencia, poseauna considerable cantidad en ttulos extranjeros. Corra el rumor de que, menospreciadosdurante mucho tiempo, su valor ira en aumento. Pronstico que acababa de cumplirse debidoa las repercusiones de un cambio ministerial. Los fondos ya haban alcanzado una cotizacinmuy alta; volva a ser rico.

    Aquel cambio de posicin me inspir un solo pensamiento: la mujer a la que amaba desdehaca tiempo sera ma si as lo deseaba. Poda alcanzar lo imposible. No se tratara de unailusin, de una errata burlona? Los otros peridicos decan lo mismo. La suma ganada sealzaba ante m como la estatua de oro de Moloch. Qu dira ahora -pens- el joven de hace

    un momento si fuera a ocupar su sitio junto a la mujer que ha dejado sola?... Me estremecante tal pensamiento, y mi orgullo se rebel.

    No! As, no! A mi edad, el amor no se mata con el oro: no ser un corruptor. Por otraparte, se trata de una idea anticuada. Quin me asegura que sea una mujer venal? Mi mirada,poco atenta, segua recorriendo el peridico que tena an entre las manos, y le estas dos l-neas: Fiesta del ramo provincial. Maana, los arqueros de Senlis entregarn el ramo deflores a los de Loisy. Estas palabras, tan simples, despertaron en m una nueva serie deimpresiones: era un recuerdo de mi tierra, olvidada durante mucho tiempo, un eco lejano delas ingenuas fiestas de la juventud. El cuerno y el tambor sonaban a lo lejos, por bosques yaldeas; las jvenes trenzaban guirnaldas y, mientras cantaban, arreglaban ramos de floresadornados con cintas. A su paso, un pesado carro tirado por bueyes reciba dichos presentes,y nosotros, los nios de la comarca, formbamos el cortejo con nuestros arcos y flechas,atribuyndonos el ttulo de caballeros sin saber que no hacamos sino repetir, a travs deltiempo, una fiesta druida que haba sobrevivido alas monarquas y a las nuevas religiones.

    II.ADRIENNE

    Me acost en la cama, pero no logr hallar descanso. Sumido en una sensacin deduermevela, mi juventud entera cruzaba por mis recuerdos. Este estado, en el que el esprituan se resiste a las extravagantes combinaciones del sueo, permite con frecuencia verdesfilar en unos minutos las escenas ms importantes de un largo perodo de la vida.

    Vea un castillo de la poca de Enrique IV con sus tejados puntiagudos cubiertos depizarra y su fachada rojiza, con ngulos dentados de piedras amarillentas; una gran explanadaverde enmarcada por olmos y tilos, cuyo follaje atravesaban los encendidos rayos del sol. Enel csped, unas muchachas bailaban en corro y cantaban antiguos romances, transmitidos porsus madres, en un francs tan naturalmente puro que uno se senta en verdad transportado aese viejo pas del Valois en el que, durante ms de mil aos, ha palpitado el corazn deFrancia.

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    Era el nico chico del corro que haba llevado a mi compaera, Sylvie, muy joven an,una nia de la vecina aldea, que exhalaba vivacidad y ternura, y tena los ojos negros, un

    perfil regular y la piel ligeramente bronceada. Slo la quera a ella, slo tena ojos para ella...hasta aquel momento! Apenas me haba fijado en una chica rubia, alta y hermosa, queformaba parte del corro en el que bailbamos y que se llamaba Adrienne. De repente,

    siguiendo las reglas de la danza, Adrienne se encontr a mi lado, quedndonos los dos, solos,en medio del crculo. ramos de igual estatura. Pidieron que nos besramos, y la danza y elcorro giraban ms vertiginosamente que nunca. Al besarla, no pude evitar estrecharle lamano. Los largos rizos de sus cabellos dorados rozaron mi mejilla. Desde aquel momento,una turbacin desconocida se apoder de m. La hermosa muchacha tena que cantar unacancin para recobrar el derecho a reincorporarse al baile. Nos sentamos a su alrededor, y,acto seguido, con voz fresca y penetrante, ligeramente velada, caracterstica de las muchachasde esta brumosa regin, cant uno de esos romances antiguos, llenos de melancola y deamor, que suelen narrar los infortunios de una princesa encerrada en una torre por deseo deun padre que la castiga por sus amores. En cada estrofa, la meloda terminaba con esostrmulos que tan acertadamente acentan las voces juveniles cuando, con modulado

    estremecimiento, imitan la voz temblorosa de las abuelas.Mientras la joven cantaba, las sombras descendan de los rboles y el naciente claro de

    luna le daba de lleno, slo a ella, aislndola de nuestro atento crculo. Call, y nadie seatrevi a romper el silencio. El csped estaba cubierto de tenues vapores condensados quedesplegaban sus blancas hilachas por los extremos de las hojas de hierba. Creamos hallarnosen el paraso. Por fin, me levant y corr hacia el parterre del castillo, donde crecan loslaureles, plantados en macetones de porcelana con camafeos pintados. Cog dos ramas, quetrenzamos en forma de corona, y atamos con una cinta. Luego, coloqu en la cabeza deAdrienne aquel adorno cuyas brillantes hojas resplandecan en sus cabellos rubios a la plidaluz de la luna. Pareca la Beatriz de Dante al sonrer al poeta, errante por el umbral de lassantas moradas.

    Adrienne se levant. Alargando su esbelto talle, nos hizo una graciosa reverencia y regrescorriendo al castillo. Era, nos dijeron, la nieta de uno de los descendientes de una familiavinculada a los antiguos reyes de Francia; la sangre de los Valois corra por sus venas. Por serda de fiesta, le haban permitido unirse a nuestros juegos; no volveramos a verla, pues al dasiguiente regresaba al convento en el que se hallaba interna.

    Cuando volv junto a Sylvie, descubr que lloraba. El motivo de sus lgrimas era la coronaque mis manos haban entregado a la bella cantante. Le propuse ir a coger otra, pero rechazmi ofrecimiento argumentando que no lo mereca. Quise disculparme, pero result intil:mientras la acompa a casa de sus padres no pronunci una sola palabra.

    Obligado a regresar a Pars para reanudar mis estudios, me acompa aquella doble

    imagen de una tierna amistad tristemente rota, ms la de un amor imposible y vago, fuente dedolorosos pensamientos que la filosofa acadmica no pudo paliar.La imagen de Adrienne, espejismo de belleza y de gloria, compartiendo las horas de

    estudio o endulzndolas, result vencedora. Durante las vacaciones del ao siguiente, meenter de que aquella apenas entrevista belleza haba sido consagrada por su familia a la vidareligiosa.

    III.RESOLUCIN

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    Aquel recuerdo entresoado encerraba la explicacin de cuanto me suceda. El amor vagoy sin esperanza, inspirado por una actriz de teatro, que me embargaba por entero cada noche,

    a la hora de la representacin, y que no me abandonaba hasta la del sueo, era fruto delrecuerdo de Adrienne, flor nocturna abierta a la plida luz de la luna, rosada y rubia quimeradeslizndose por las hojas de hierba, verdes y semibaadas en blancos vapores. El parecidode un rostro olvidado desde haca aos se dibujaba ahora con singular nitidez; era un boceto alpiz difuminado por el tiempo, que se converta en una pintura, como esos viejos croquis delos maestros que admiramos en un museo determinado y cuyo deslumbrante originalencontramos en otra parte.

    Amar a una religiosa bajo la apariencia de una actriz!... Y si fuera la misma? Hay paravolverse loco! Es una atadura fatal en la que lo desconocido me atrae como un fuego fatuohuyendo entre los juncos del agua estancada... Pero, volvamos a la realidad.

    Por qu, durante los tres ltimos aos, he relegado al olvido a Sylvie, a quien tanto

    quera?... Era una muchacha muy bonita, la ms hermosa de Loisy!Ella s existe, es buena y, seguramente, posee un corazn puro. Vuelvo a ver su ventana enla que los pmpanos y el rosal se entrelazan, y la jaula de las currucas, colgada a la izquierda;oigo el ruido de sus sonoros bolillos y su cancin favorita:

    Estaba la hermosa sentada junto al arroyo que flua...An me espera... Quin puede haberse casado con ella? Es tan pobre! Los bondadosos

    campesinos de su pueblo, y de los que lo rodean, vestidos con blusones, de manos rudas, derostro enjuto y tez curtida! Ella slo me quera a m, el pequeo parisino, cuando iba yo cercade Loisy a visitar a mi pobre to, ya muerto. Llevo tres aos viviendo a lo grande yderrochando la modesta herencia que me leg y que hubiera podido bastarme para vivirdurante toda mi existencia. Con Sylvie la hubiera conservado. El azar me devuelve una parte.

    An estoy a tiempo.Qu estar haciendo ella en este momento? Duerme... No, no duerme; hoy es la fiesta del

    arco, la nica del ao en la que se baila durante toda la noche. Est en la fiesta...Qu hora es? No tena reloj.Entre los decorativos objetos de ocasin que, en aquella poca, se sola reunir para lograr

    que un piso antiguo recobrara su genuina apariencia, sobresala con renovado brillo uno deesos relojes de concha del Renacimiento cuya cpula dorada, rematada por la estatuilla delTiempo, est sostenida por las caritides de estilo Mdicis que, a su vez, se asientan sobrecaballos medio encabritados. La clsica Diana, acodada en su ciervo, figura en un

    bajorrelieve debajo de la esfera en la que, sobre un fondo niquelado, aparecen esmaltadas lascifras de las horas. Haca dos siglos que su maquinaria, sin duda excelente, no se accionaba.Pero no fue precisamente para saber la hora por lo que compr aquel reloj en Turena.

    Baj a la portera. El cuc sealaba la una de la madrugada.En cuatro horas -me dije- puedo llegar al baile de Loisy.En la plaza del Palais-Royal an quedaban cinco o seis coches de punto estacionados para

    los habituales de los crculos y de los casinos de juego.-A Loisy -orden al de mejor aspecto.-Loisy? Dnde queda?-Cerca de Senlis, a ocho millas.-Iremos por el camino de la posta -dijo el cochero, menos preocupado que yo.Qu triste es, por la noche, la ruta de Flandes, que no ofrece belleza alguna hasta llegar a

    la zona de los bosques! Siempre las dos hileras de rboles montonos que simulan formas

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    indefinidas; a lo lejos, extensiones de verdor y de tierra removida, limitadas a la izquierda porlas azulosas colinas de Montmorency, de Ecouen y de Luzarches. Y Gonesse, la popular villallena de recuerdos de la Liga y de la Fronda...

    Ms all de Louvres hay un camino bordeado de manzanos cuyas flores he visto abrirse,muchas veces, por la noche, cual estrellas terrestres. Mientras el coche sube las pendientes,

    reconstruyamos los recuerdos de la poca en que vena por aqu con tanta frecuencia.

    IV.UN VIAJE A CITEREA

    Haban transcurrido algunos aos: la poca en que conoc a Adrienne delante del castilloslo era ya un recuerdo de infancia. Me hallaba de nuevo en Loisy, durante la celebracin dela fiesta patronal. Y, de nuevo, iba a unirme a los caballeros del arco, ocupando un lugar en la

    compaa de la que ya haba formado parte. Jvenes pertenecientes a antiguas familias quean poseen en el lugar varios de los castillos perdidos entre los bosques, y que han sufridoms daos por el paso del tiempo que por la accin de las revoluciones, haban organizado lafiesta. Procedentes de Chantilly, de Compigne y de Senlis, acudan alegres cabalgatas queocupaban su lugar en el rstico cortejo de las compaas del arco. Despus del largo paseo atravs de pueblos y aldeas, despus de la misa en la iglesia, de las competiciones de destrezay de la distribucin de premios, los vencedores fueron invitados a una comida ofrecida en unaisla sombreada por lamos y por tilos, en medio de uno de los estanques alimentados por el

    Nonette y el Thve. Barcas empavesadas nos condujeron a la isla, cuya eleccin haba de-terminado la existencia de un templo ovalado con columnas, que servira de sala para elfestn. All, como en Ermenonville, la regin est sembrada de esos ligeros edificios propios

    de finales del siglo XVIII, en los que los filsofos acaudalados, siguiendo el gusto dominantede aquel entonces, se inspiraban para sus proyectos. Segn creo, dicho templo estuvoprimitivamente dedicado a Urania. Tres columnas haban cedido arrastrando en su cada unaparte del arquitrabe; pero una vez limpio de escombros el interior de la sala, y suspendidas lasguirnaldas entre las columnas, se remoz aquella ruina moderna, ms acorde con el

    paganismo de Boufflers o de Chaulieu que con el de Horacio.La travesa del lago pareca haber sido ideada para evocar el Voyage Cythre de

    Watteau. Slo nuestras modernas vestimentas desmentan dicha ilusin. Tras ser sacado de lacarroza que lo transportaba, el enorme ramo de la fiesta fue depositado en una barcaza; elcortejo de muchachas vestidas de blanco que, segn la costumbre, lo acompaaban se senten los bancos, y la graciosa teora, renovada desde la antigedad, se reflejaba en las tranquilas

    aguas del estanque que la separaban de la orilla de la isla, rojiza bajo el sol, con sus espinososmatorrales, su columnata y sus ligeros follajes. Las barcas tardaron poco en atracar. Lacanasta de flores, portada ceremoniosamente, ocup el centro de la mesa, a la que cada cualse sent, resultando ms favorecidos quienes lo hicieron al lado de las jvenes: para ello

    bastaba con conocer a sus padres. sa fue la causa por la que volv a encontrarme junto aSylvie. Su hermano, que ya se me haba acercado en la fiesta, me haba reprochado no habervisitado a su familia desde haca mucho tiempo. Me disculp diciendo que mis estudios meretenan en Pars, y le asegur que haba venido con esta intencin.

    -No, lo que ocurre es que se ha olvidado de m -dijo Sylvie-. Somos pueblerinos, y Parsest tan por encima...

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    Dese besarla para cerrarle la boca, pero segua enfurruada conmigo y fue necesario quesu hermano interviniera para que me ofreciera la mejilla con gesto de indiferencia. Pocaalegra me procur aquel beso, favor que muchos otros podan obtener, pues en aquellaregin patriarcal en la que se saluda a cualquier persona que surja al paso, un beso es slomuestra de cortesa entre gente de bien.

    Los organizadores de la fiesta haban preparado una sorpresa. Al terminar la comida,vimos cmo un cisne salvaje, hasta aquel momento cautivo bajo las flores, levantaba el vuelodesde el interior de la enorme canasta, y vimos tambin cmo con sus potentes alas agitabalos trenzados de guirnaldas y de coronas, y las arrojaba, dispersas, por los aires. Mientras selanzaba, feliz, hacia los ltimos rayos del sol, intentbamos atrapar las coronas con las que,cada uno de nosotros, distingua la frente de su vecina. Tuve la suerte de coger una de las mshermosas, y Sylvie, sonriente, esta vez se dej besar ms tiernamente que la anterior.Comprend que, de este modo, borraba el recuerdo de otros tiempos. En aquel instante nocomparta con nadie mi admiracin. Se haba vuelto tan hermosa! Ya no era aquella nia de

    pueblo a la que haba desdeado por otra mayor y ms familiarizada con los placeresmundanos. Haba mejorado en todos los aspectos: el encanto de sus ojos negros, tan

    seductores desde que era nia, resultaba ahora irresistible; bajo la rbita arqueada de lascejas, su sonrisa iluminaba de repente los rasgos plcidos y regulares del rostro y tena algoateniense. Admiraba aquella fisonoma digna del arte antiguo, que destacaba entre las caritas

    poco agraciadas de sus compaeras. Sus manos delicadamente alargadas, sus brazos, que sehaban tornado ms blancos y redondeados, su talle desenvuelto, la convertan en otra

    persona muy distinta de la que haba conocido. No pude evitar decirle cun cambiada laencontraba, esperando reparar, as, mi antigua y fugaz infidelidad.

    Por otra parte, todo me favoreca: la amistad de su hermano, el encantador efecto de lafiesta, la hora del atardecer e incluso el lugar donde, merced a un grato capricho, se habareproducido el decorado de las galantes solemnidades de antao. En cuanto pudimos,escapamos de la danza para charlar de nuestros recuerdos de infancia y para contemplar, enun estado de mutua ensoacin, las tonalidades del cielo reflejadas en el boscaje y en el agua.Fue preciso que el hermano de Sylvie nos arrancara de dicha contemplacin dicindonos queera hora de regresar a la aldea, bastante apartada, donde vivan sus padres.

    V.LA ALDEA

    La aldea era Loisy, y vivan en la antigua casa del guarda. Les llev hasta all y luegoregres a Montagny, donde me hospedaba en casa de mi to. Al dejar el camino para atravesarel bosquecillo que separaba Loisy de Saint S., no tard en internarme por una profunda sendaque se extiende a lo largo del bosque de Ermenonville; esperaba encontrar enseguida losmuros de un convento que deba seguir durante un cuarto de legua.

    De vez en cuando, la luna se ocultaba tras las nubes, iluminando apenas los peascos dearenisca y los brezos que se multiplicaban a mi paso. A derecha y a izquierda, linderos de

    bosques sin caminos sealizados, y, siempre ante m, esos peascos drudicos de la reginque guardan el recuerdo de los hijos de Armen exterminados por los romanos. Desde lo altode esas sublimes moles, divisaba los lejanos estanques recortndose como espejos en lallanura brumosa, sin poder distinguir aquel en el que se haba celebrado la fiesta.

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    El aire era tibio y estaba como aromatizado; decid no aventurarme ms lejos y esperar aque amaneciera, acostndome sobre unas matas de brezo. Al despertar, fui reconociendo pocoa poco los puntos de referencia del lugar en el que me haba perdido la noche anterior. A miizquierda, vi dibujarse la larga lnea formada por los muros del convento de Saint S., y luego,al otro lado del valle, la colina de Gens d'Armes, con las descuidadas ruinas de la antigua

    residencia carlovingia. Cerca, por encima de la espesura del bosque, las altas ruinas de laabada de Thiers recortaban en el horizonte sus murallas con aberturas en forma de trboles yde ojivas. Ms all, el palacio gtico de Pontarm, rodeado de agua como en otros tiempos,

    pronto reflej las primeras luces del da mientras, hacia el sur y por encima de las primerasladeras de Montmliant, vea alzarse el alto torren de la Tournelle y las cuatro torres deBertrand-Fosse.

    Haba pasado una noche muy grata, y slo pensaba en Sylvie; sin embargo, al ver elconvento me asalt la idea de que quiz se tratara de la morada de Adrienne. El taidomatinal de las campanas, que sin duda me haba despertado, an resonaba en mis odos. Porun instante, tuve la intencin de echar un vistazo por encima de los muros, trepando hasta loms alto del peasco; pero, pensndolo detenidamente, me abstuve de hacerlo como si de una

    profanacin se tratara. A medida que fue avanzando, la maana ahuyent de mi pensamientoaquel vano recuerdo y slo dej en mi mente los rosados rasgos de Sylvie.

    Vayamos a despertarla, me dije, y volv a emprender el camino de Loisy. La aldeaaparece al final de la senda que bordea el bosque: veinte chozas de paredes festoneadas de

    parras y rosales trepadores. Las maaneras hilanderas, tocadas con pauelos rojos, trabajanagrupadas delante de una granja. Sylvie no se halla entre ellas. Desde que se dedica a susfinos encajes es casi una damisela, mientras sus padres siguen siendo unos sencilloscampesinos. Sub a su habitacin sin que nadie se extraara; levantada desde haca ya rato, ledaba a los bolillos de los encajes, que entrechocaban con un ruidillo suave sobre el cojnsostenido entre las rodillas.

    -Hola, perezoso -dijo con su divina sonrisa-. Seguro que acaba de levantarse. Le cont quehaba pasado la noche sin dormir y mis extraviadas andanzas por bosques y roquedales. Mecompadeci, pero slo unos momentos. -Si no est cansado, le har caminar an ms. Iremosa Othys, a visitar a mi ta.

    Apenas tuve tiempo de responder cuando, de repente, se levant alegremente, se arregl elpelo ante el espejo y se puso un sombrero rstico, de paja. La inocencia y la alegra brillabanen sus ojos. Nos pusimos en marcha, siguiendo la orilla del Thve, a travs de los pradossembrados de margaritas y de rannculos, y despus proseguimos a lo largo de los bosques deSaint Laurent, salvando a veces los arroyos y los matorrales para acortar el camino. Losmirlos cantaban en los rboles, y los paros huan alegremente de la maleza que rozbamos al

    pasar.

    De vez en cuando, a nuestro paso encontrbamos las hierbadoncellas que tanto le gustabana Rousseau y que abran sus corolas azules entre las largas ramas de hojas emparejadas,modestas lianas que se enredaban a los furtivos pies de mi acompaante. Indiferente a losrecuerdos del filsofo ginebrino, Sylvie buscaba fresas aromticas, aqu y all, y yo le ha-

    blaba de La Nouvelle Hlose, algunos de cuyos fragmentos le recit de memoria.-Es bonito? -pregunt.-Es sublime.-Mejor que Auguste Lafontaine?-Es ms tierno.-Vaya -repuso-. Tendr que leerlo. Le dir a mi hermano que me lo traiga cuando vaya a

    Senlis.

    Y, mientras Sylvie coga fresas, segu recitando fragmentos de la Hlose.

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    VI.OTHYS

    Al salir del bosque, nos encontramos ante enormes matas de purpreas dedaleras con lasque Sylvie compuso un gran ramo, dicindome:

    -Es para mi ta. Le encantar poder ver flores tan bonitas en su habitacin. Para llegar aOthys, slo nos faltaba atravesar una parte del llano. El campanario de la aldea despuntaba

    por encima de los azulados collados que van de Montmliant a Dammartin. El Thve flua denuevo entre piedras y guijarros, adelgazando ahora su caudal debido a la proximidad de sulugar de nacimiento por cuyos prados reposaba formando una laguna rodeada de gladiolos yde lirios. Pronto llegamos a las primeras casas. La ta de Sylvie viva en una choza construida

    con desiguales piedras areniscas revestidas con emparrados de lpulos y de pmpanos. Desdela muerte de su marido, viva nicamente de unos bancales de tierra que la gente del pueblocultivaba para ella. Con la llegada de la sobrina la casa pareca revivir.

    -Buenos das, ta! Aqu estn sus sobrinos! -exclam Sylvie-. Estamos hambrientos!La bes tiernamente, le puso el ramo de flores entre los brazos y despus, por fin, me

    present diciendo:-Mi pretendiente!A mi vez, bes a la ta, que dijo:-Es apuesto... y rubio!...-Tiene el cabello muy fino -dijo Sylvie.-Esas cosas duran poco -repuso la ta-. Pero tenis todo el tiempo por delante. Como t

    eres morena, formis buena pareja.-Hay que darle de desayunar, ta.Y empez a buscar en los armarios, en la artesa, hasta que encontr leche, pan moreno y

    azcar. Luego, dispuso encima de la mesa, sin demasiado esmero, los platos y las fuentes deporcelana esmaltada y decorada con grandes flores y gallos de llamativos plumajes. Uncuenco de porcelana de Creil lleno de leche, en la que flotaban unas fresas, ocup el centro dela mesa, y, tras despojar al jardn de unos puados de cerezas y de grosellas, arregl las floresen dos jarrones que coloc uno en cada extremo del mantel. Sin embargo, la ta dijo:

    -Aqu slo hay postres. Dejadme hacer a m.Descolg la sartn y ech un haz de lea en la enorme chimenea.-No te permito tocar nada! -le dijo a Sylvie que pretenda ayudarla-. Estropear esas

    preciosas manos que hacen unas puntillas ms hermosas que las de Chantilly! Me hasregalado algunos de tus encajes, y yo de eso entiendo mucho.

    -Por supuesto, ta!... Por cierto, si tuviera algn trozo de encaje antiguo... me servira demodelo.

    -Bien. Busca por arriba -contest la ta-. Quiz encuentres algo en la cmoda.-Dme las llaves -dijo Sylvie.-Bah! -repuso la ta-. Los cajones estn abiertos.-No es verdad. Hay uno que siempre est cerrado.Y, mientras la buena mujer limpiaba la sartn, despus de haberla pasado por el fuego,

    Sylvie se hizo con una llavecita de acero labrado, que le colgaba de la cintura, y que meense con gesto triunfal.

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    La segu, subiendo rpidamente la escalera de madera que conduca a la alcoba. Oh,juventud; oh, vejez, santas edades! Quin hubiera pensado en mancillar la pureza de unprimer amor en aquel santuario de fieles recuerdos? Un joven de otra poca sonrea con susojos negros y su boca de encendidos labios desde un retrato oval, con marco dorado. Luca eluniforme de los guardas de caza de la casa de Conde; su porte semimarcial, su rostro

    sonrosado y bonachn, su frente pura bajo los cabellos empolvados, mejoraban aquel pastel,acaso mediocre, con los encantos de la juventud y de la sencillez. Algn artista modesto,invitado a las caceras principescas, se haba aplicado en realizar el retrato del joven lo mejorque supo, al igual que el de su esposa, joven tambin, a quien poda verse en otro medalln,atractiva, maliciosa y esbelta en su corpio abierto y adornado con cintas, con el rostroladeado y dirigiendo mimosas muecas a un pjaro que se haba posado en uno de sus dedos.Sin embargo, se trataba de la misma anciana que en aquel momento se hallaba cocinando,encorvada sobre el fuego del hogar. Tal contraste me indujo a pensar en las hadas de losFunmbulos que, bajo su arrugada mscara, esconden un rostro atractivo que descubren sloal final, cuando aparece el templo del Amor y su sol giratorio resplandeciente de rayosmgicos.

    -Oh, querida ta -exclam-, qu guapa era!-Y yo, qu? -pregunt Sylvie que haba logrado abrir el famoso cajn. En su interior,

    encontr un traje largo, de tafetn, que al ser desdoblado dejaba or los crujidos de lospliegues.

    -Probar qu tal me sienta -dijo-. Ah, parecer un hada antigua!K El hada eternamente joven de las leyendas! ... , me dije.Sylvie desabroch su vestido de algodn y lo dej caer a sus pies. El suntuoso traje de la

    vieja ta se ajustaba perfectamente al fino talle de Sylvie, que me pidi que lo abrochase.-Oh, qu ridculas quedan las mangas abombadas! -exclam.Sin embargo, las bocamangas, adornadas con encajes, dejaban al descubierto sus brazos

    desnudos, y su seno encuadraba a la perfeccin en el limpio corpio de tules amarillentos ycintas pasadas, que slo en contadas ocasiones haba ceido los desvanecidos encantos de lata.

    -Pero, acabe ya! No sabe abrochar un vestido? -me dijo Sylvie.Pareca la novia aldeana de Greuze.-Necesitaramos polvos -dije.-Vayamos a buscarlos.Sigui registrando los cajones. Cuntos tesoros, qu bien olan, cmo brillaban, qu

    tornasol de vivos colores y discreto oropel! Dos abanicos de ncar un poco rotos, cajas demadera con dibujos chinos, un collar de mbar y mil frusleras entre las que destacaban doszapatitos de droguete blanco con hebillas incrustadas de diamantes de Irlanda.

    -Oh, quiero ponrmelos! -dijo Sylvie-. Si encontrara las medias bordadas...Al cabo de unos momentos desdoblbamos unas medias de suave seda rosacon los talones verdes; pero la voz de la ta, acompaada del chisporroteo de la sartn, nos

    devolvi repentinamente a la realidad.-Baje inmediatamente! -dijo Sylvie, y, a pesar de mis protestas, no me permiti que la

    ayudara a calzarse.Mientras, la ta acababa de disponer en una fuente el contenido de la sartn: una generosa

    loncha de tocino con huevos.La voz de Sylvie volvi a llamarme enseguida.-Vstase, rpido! -orden y, completamente vestida, me mostr las vestimentas del

    guardabosque, dispuestas encima de la cmoda. En unos segundos, me convert en un novio

    del siglo pasado. Sylvie me esperaba en la escalera y bajamos juntos, cogidos de la mano. La

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    ta, al volverse, lanz un grito. -Oh, hijos mos! -exclam, y se puso a llorar. Despus, sonria travs de las lgrimas. Cruel y deliciosa aparicin! ramos la imagen de su juventud. Nossentamos a su lado, conmovidos y ligeramente tristes. Luego, recobramos pronto la alegra;

    pues, superado el primer momento, la buena anciana ya slo pens en recordar las pomposasfiestas de sus esponsales. Incluso logr hallar, en quin sabe qu lugar de su memoria, las

    canciones alternas, entonces al uso, con las que los comensales se interpelaban de un extremoal otro de la mesa, y el inocente epitalamio que acompaaba a los recin casados despus del

    baile. Una y otra vez, repetamos aquellas estrofas de rimas tan simples, con los hiatos y lasasonancias propios de la poca, estrofas amorosas y floridas como el cntico del Eclesiasts.Durante una hermosa maana de verano fuimos marido y mujer.

    VII.CHALIS

    Son las cuatro de la madrugada. La carretera se hunde en un repliegue; luego, emerge denuevo. El coche est a punto de pasar por Orry, despus lo har por La Chapelle. A laizquierda hay una carretera que bordea el bosque de Hallate. Fue por este camino por donde,una tarde, el hermano de Sylvie me llev en su carricoche a una fiesta de la regin. Creo queera la noche de San Bartolom. Como si se dirigiera a un aquelarre, su

    caballo volaba a travs de los bosques, por caminos poco transitables. En Mont l'Evque,volvimos a coger la ruta pavimentada y, unos minutos ms tarde, nos detenamos ante la casadel guarda, en la antigua abada de Chalis. Chalis, otro recuerdo!

    Olvidado vestigio de las piadosas fundaciones comprendidas entre los dominios que

    antao recibieron el nombre de alqueras de Carlomagno, este antiguo recinto de emperadoresslo ofrece a la admiracin del viajero las ruinas del claustro de arcadas bizantinas cuya lti-ma hilera todava se recorta sobre los estanques. En esta comarca, aislada del trfago de loscaminos y de las ciudades, la religin ha conservado las peculiares huellas. dejadas por laslargas estancias de los cardenales de la casa de Este, en la poca de los Mdicis: sus atributosy sus costumbres poseen todava cierta impronta galante y potica, y bajo los arcos de finasnervaduras de las capillas, decoradas por artistas llegados de Italia, se respira un aromarenacentista. Las figuras de los santos y de los ngeles se perfilan, rosadas, sobre las bvedas

    pintadas de azul celeste con influencias de alegoras paganas que hacen pensar en la sen-timentalidad de Petrarca y en el fabuloso misticismo de Francesco Colonna.

    El hermano de Sylvie y yo ramos unos intrusos en la peculiar fiesta que se celebraba

    aquella noche. Una persona de mi ilustre cuna, duea entonces de aquellos dominios, habainvitado a algunas familias de la comarca a una especie de representacin alegrica en la quedeban actuar algunas internas de un vecino convento. No se trataba de una reminiscencia delas tragedias de Saint Cyr; aquella representacin se remontaba a los primeros ensayos lricosimportados a Francia en tiempos de los Valois. La puesta en escena que presenci se parecaa los misterios de la antigedad. El vestuario, compuesto por trajes largos, era uniformeexcepto en el color: el del azur, el del jacinto y el de la aurora. La accin transcurra entrengeles, sobre los restos del mundo ya destruido. Cada voz cantaba uno de los esplendoresdel orbe extinguido, y el ngel de la muerte explicaba las causas de su destruccin. Unespritu surga del abismo, esgrimiendo en la mano la espada flamgera, y convocaba a losotros para que vinieran a admirar la gloria de Cristo, vencedor de los infiernos. Aquel espritu

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    era Adrienne, transfigurada no slo por las vestimentas del momento sino tambin por suvocacin. El aura de cartn dorado que cea su cabeza angelical pareca un verdaderocrculo de luz. Su voz haba ganado fuerza y amplitud, y las infinitas florituras del cantoitaliano bordaban con sus pajariles gorjeos las graves palabras de unos versos pomposos.

    Al recordar dichos pormenores me pregunto si eran reales o si, por el contrario, los so.

    Aquella tarde, el hermano de Sylvie estaba algo ebrio. Nos habamos detenido unos instantesen la casa del guarda, en lo alto de cuya puerta apareca -cosa que me sorprendi mucho- uncisne con las alas extendidas. Ya en el interior, altos armarios de nogal labrado, un gran relojen su urna, y trofeos de arcos y flechas de honor encima de una diana roja y verde. Un enanoestrambtico, tocado con un gorro chino, que sostena una botella en una mano y una sortijaen la otra, pareca invitar a los tiradores a apuntar con tino. Estoy seguro de que el enano erade palastro. Pero, en lo que se refiere a la aparicin de Adrienne, fue tan cierta como esosdetalles y como la incontestable existencia de la abada de Chalis? Desde luego, lo que s esseguro es que fue el hijo del guarda quien nos introdujo en la sala donde tena lugar larepresentacin, y nos situamos cerca de la puerta, detrs de una numerosa concurrencia,sentada y hondamente emocionada. Era el da de San Bartolom, particularmente ligado a la

    memoria de los Mdicis, cuyas armas enlazadas con las de la casa de Este decoraban lasviejas murallas... Ese recuerdo quiz slo sea una obsesin. He aqu que, por fortuna, elcoche se detiene en la carretera de Plessis. Huyo al mundo de los sueos. Para llegar a Loisy,slo falta un cuarto de hora de viaje por caminos poco transitados.

    VIII.EL BAILE DE LOISY

    Hice mi entrada en el baile de Loisy a esa hora melanclica y todava dulce en que, ante laproximidad del da, las luces titilan y palidecen. Las copas de los tilos adquiran tonalidadesazuladas mientras las sombras iban ya cubriendo los troncos. La buclica flauta ya nocompeta tan vigorosamente con los trinos del ruiseor. Todo el mundo estaba plido, y mecost encontrar algn rostro conocido entre los grupos dispersos. Por fin, descubr a Lise, unaamiga de Sylvie. Me bes.

    -Cunto tiempo sin verte, parisino! -exclam.-Oh, s, mucho tiempo!-Llegas en este momento, a estas horas?-Por el camino de la posta.-Sin prisas, eh?

    -Quera ver a Sylvie, est todava en el baile?-No se va hasta que luce la luz del da. Le gusta tanto bailar!Al cabo de un momento me hallaba a su lado. Su semblante reflejaba cansancio; sin

    embargo, sus ojos negros seguan brillando con la sonrisa ateniense de antao. Un jovenpermaneca cerca de ella. Con un gesto, Sylvie le indic que renunciaba a la siguientecontradanza. Salud y se retir.

    Amaneca. Salamos del baile, cogidos de la mano. Las flores que Sylvie luca en lacabeza caan entre su cabello suelto; el ramillete del corpio se deshojaba tambin entre losencajes arrugados, sabia labor de sus manos. Me brind a acompaarla a casa. Eracompletamente de da, pero el tiempo estaba sombro. El Thve murmuraba a nuestraizquierda, dejando en sus recodos remansos de agua estancada donde se abran los nenfares

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    amarillos y blancos, y donde el frgil bordado de las estrellas de agua brillaban comomargaritas. Los llanos aparecan cubiertos de gavillas y de montones de heno, cuyo olor seme suba a la cabeza sin embriagarme, como me ocurra antao con el fresco aroma de los

    bosques y de los matorrales de espinos floridos.No se nos ocurri volver a atravesarlos.

    -Sylvie! -le dije-. Ya no me ama! Ella suspir.-Amigo mo -me dijo-, hay que ser razonable. En la vida las cosas no son como nosotros

    desearamos. En cierta ocasin, me habl usted de La Nouvelle Hlose; la le y me estremecal dar, ya de entrada, con esta frase: La muchacha que lea este libro est perdida. Sin em-

    bargo, confiando en mi raciocinio, segu leyendo. Recuerda el da en que nos pusimos lostrajes de boda de mis tos?... Los grabados del libro tambin mostraban a los enamoradosvestidos con trajes antiguos, de otra poca, de modo que, para m, usted era Saint Preux y yome reconoca en Julie. Ah, si hubiera regresado entonces! Pero, segn decan, estaba enItalia. All las habr conocido mucho ms guapas que yo.

    -Ninguna tena su mirada, Sylvie, ni los puros rasgos de su rostro. Es usted una ninfaantigua, aunque lo ignore. Por otra parte, los bosques de esta regin son tan hermosos como

    los de la campia romana. Hay all masas de granito no menos sublimes, y una cascada quecae desde lo alto de las rocas, como la de Terni. No vi nada en Italia que pueda echar demenos aqu.

    -Y en Pars? -pregunt.-Pars...Sacud la cabeza, sin responder.De repente, pens en la vaga imagen que me trastornaba desde haca tanto tiempo.-Sylvie -dije-, detengmonos aqu, quiere?Me arrodill a sus pies. Llorando abrasadoras lgrimas, confes mis vacilaciones, mis

    caprichos. Mencion al funesto espectro que se cruzaba en mi vida.-Slveme! -aad-. Ser suyo para siempre!Pos en m su tierna mirada...En aquel momento, nuestra conversacin se vio interrumpida por violentas carcajadas. Era

    el hermano de Sylvie que vena a buscarnos con esa bonachona alegra campesina, obligada acontinuacin de una noche de fiesta y que numerosas libaciones haban estimulado ms de lacuenta. Llamaba al galn del baile, perdido a lo lejos entre los arbustos de espinos y que notard en reunirse con nosotros. Aquel muchacho no se sostena sobre los pies con ms equili-

    brio que su compaero, y pareca ms azorado por la presencia de un parisino que por la deSylvie. Su semblante cndido, su cortesa mezclada a la turbacin, me impedan estarresentido con l por haber sido el bailarn por el que Sylvie se haba quedado en la fiestahasta hora tan avanzada. Lo consideraba poco peligroso.

    -Hay que volver a casa -dijo Sylvie a su hermano-. Hasta luego! -me dijo ofrecindome lamejilla.El pretendiente no se ofendi.

    IX.ERMENONVILLE

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    No senta ningn deseo de dormir. Fui a Montagny para volver a ver la casa de mi to. Encuanto divis la fachada amarilla y los postigos verdes me invadi una gran tristeza. Todoapareca igual que antao; slo que me vi obligado a ir hasta la casa del granjero para obtenerla llave de la puerta. Una vez abiertas las contraventanas, contempl con ternura los viejosmuebles conservados en el mismo estado y a los que quitaban el polvo de vez en cuando; el

    alto armario de nogal, dos cuadros flamencos obra, segn decan, de un antiguo pintorantepasado nuestro; grandes imitaciones de Bucher y una serie de grabados enmarcados del'Emile y de La Nouvelle Hlose, realizados por Moreau, y, encima de la mesa, un perrodisecado al que conoc vivo, antiguo compaero de mis correras por los bosques, el ltimodoguillo quiz, pues perteneca a dicha raza extinguida.

    -En cuanto al loro, an vive -me dijo el granjero-. Me lo he llevado a casa.El jardn presentaba una magnfica estampa de vegetacin salvaje. En un rincn, reconoc

    el jardincillo infantil que yo mismo trac en otros tiempos. Trmulo, entr en el gabinetedonde an poda verse la pequea biblioteca llena de libros muy escogidos, viejos amigos dequien no regresara jams, y, encima de la mesa, algunas antigedades encontradas en el

    jardn, vasos, medallones romanos, coleccin local que haba constituido motivo de dicha.

    -Vamos a ver al loro -dije al granjero.El loro peda el desayuno como en sus mejores tiempos, y me mir con ese ojo redondo,

    rodeado por un pellejo lleno de arrugas, que recuerda la mirada experimentada de losancianos.

    Abrumado por los tristes pensamientos que me inspiraba aquel tardo regreso a lugares tanamados, sent la necesidad de volver a ver a Sylvie, nica presencia viva y joven que mevinculaba con aquella regin. Volv a emprender el camino de Loisy. Era medioda, todosdorman, fatigados por la fiesta. Se me ocurri distraerme dando un paseo hastaErmenonville, a una legua de distancia por el sendero del bosque. Haca un hermoso tiempode verano. El frescor de aquel camino, que pareca la alameda de un parque, resultaba enverdad placentero. Las enormes encinas, de un verde uniforme, slo alternaban con los

    blancos troncos de los abedules, de rumoroso follaje. Los pjaros callaban, y slo se oa elruido del picoverde picoteando los rboles para construir sus nidos. En un momento dadocorr el peligro de perderme, pues en varios lugares los letreros que anunciaban las distintasdirecciones se reducan a caracteres borrosos. Por fin, dejando el Desierto a la izquierda,llegu a la glorieta de la danza, donde todava subsiste el banco de los ancianos. Ante aquella

    pintoresca realizacin del Anacharsis y de LEmile, todos los recuerdos de la antigedadfilosfica, resucitados por el antiguo propietario de aquel dominio, acudan a mi mente entropel.

    Cuando, a travs de las ramas de los sauces y de los avellanos, vi brillar las aguas del lago,reconoc de inmediato un lugar al que mi to me haba conducido en varias ocasiones durante

    sus paseos: era el Templo de la filosofa, que su fundador no tuvo la dicha de terminar. Poseela forma del templo de la sibila Tiburtina, y, todava en pie y al abrigo de un bosquecillo depinos, ostenta todos esos nombres del pensamiento que empiezan con los de Montaigne yDescartes y llegan hasta el de Rousseau. El edificio inacabado ya slo es una ruina; la hiedralo festonea con gracia y las zarzas, que crecen entre las grietas de las gradas, lo invaden. All,cuando era nio, presenci fiestas a las que acudan jovencitas vestidas de blanco para recibirlos premios de aplicacin y de buena conducta. Dnde estn los rosales que rodeaban lacolina? El escaramujo y el frambueso cubren los ltimos plantos que recobran, as, su estadosalvaje. Y los laureles, los han cortado, como dice la cancin1 de las muchachas que no quie-

    1 Cancin infantil francesa: "Nous n'irons plus au bois / les lauriers sont coups, / la belle que voil / ira lesramasser. / Entrez dans la dance, / voyez comme on chante. / Chantez, dancez, / embrassez qui vous voudrez.

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    ren volver al bosque? No, esos rboles de la dulce Italia han muerto bajo nuestro cielobrumoso. Afortunadamente, la alhea de Virgilio todava florece, como si deseara confirmarla frase del maestro inscrita en el frontispicio de la puerta: Rerum cognoscere causas! S,aquel templo se derrumba, como tantos otros; los hombres olvidadizos o fatigados se alejarnde sus alrededores; la naturaleza, indiferente, recobrar el terreno que el arte le disputa, pero

    la sed de conocer seguir siendo eterna, fuente de toda energa y de toda actividad.He aqu los lamos de la isla, y la tumba de Rousseau, que no guarda sus cenizas. Oh,

    sabio, nos diste la savia de los fuertes, y ramos demasiado dbiles para que pudierarobustecernos! Hemos olvidado tus lecciones, que nuestros padres saban, y hemos perdido elsentido de tu palabra, ltimo eco de los antiguos sabios. Sin embargo, no desesperamos y, aligual que t hiciste en el instante supremo, elevamos nuestra mirada hacia el sol!

    Volv a ver el castillo, las apacibles aguas que lo rodean, la cascada que gime entre lasrocas y la calzada que une las dos partes del pueblo cuyos ngulos estn sealados por cuatro

    palomares; el csped que se extiende en lontananza como una sabana dominada por umbrososcollados; la torre Gabrielle se refleja desde lejos en las aguas de un lago artificial consteladode flores efmeras; la espuma borbotea, el insecto zumba... Forzoso es huir del aire pestilente

    que se percibe al llegar a las areniscas polvorientas del desierto y a las landas, donde el brezorosceo sustituye al verdor de los helechos. Qu triste y solitario es todo esto!... Laencantadora mirada de Sylvie, sus alocadas carreras, sus alegres gritos, prestaban antaotanto encanto a los lugares que acabo de recorrer! Todava era una criatura salvaje, con los

    pies descalzos y la tez curtida por el sol a pesar de sus sombreros de paja, cuya larga cintaflotaba y se enredaba con sus trenzas oscuras. bamos a beber leche a la granja suiza y medecan:

    -Qu bonita es tu novia, parisino!Oh, entonces ningn campesino hubiera bailado con ella! Sylvie slo bailaba conmigo

    una vez al ao, en la fiesta del arco!

    X.EL RIZADOTE

    Regres por el camino de Loisy. Todo el mundo estaba ya despierto. Sylvie iba ataviadacomo una seorita, casi a la moda de la ciudad. Me hizo subir a su habitacin con la mismaingenuidad de antao. Sus ojos seguan brillando con una sonrisa llena de encanto, pero elarco pronunciado de las cejas le prestaba, a veces, un aire de seriedad. La habitacin estabadecorada con sencillez; sin embargo, los muebles eran modernos. Un espejo con marco

    dorado ocupaba el lugar de la antigua cornucopia en la que se vea a un idlico pastorofreciendo un nido a una pastora azul y rosa. El lecho de columnas, castamente cubierto conuna vieja colcha rameada, haba sido sustituido por una camita de nogal adornada con undosel. En la ventana, en la jaula en la que en otro tiempo estaban las currucas, haba ahoraunos canarios. Dese salir urgentemente de aquella habitacin en la que no encontraba restosdel pasado.

    -No trabaja hoy en sus encajes? -pregunt a Sylvie.-Oh! He dejado de hacer encajes, ya no hay demanda. Incluso la fbrica de Chantilly ha

    tenido que cerrar.-Entonces, a qu se dedica?

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    Se dirigi hacia un rincn de la habitacin en busca de un instrumento de hierro semejantea una larga pinza.

    -Qu es esto?-Es lo que llaman mecnica. Sirve para sujetar la piel de los guantes para poder coserlos.-Ah! Es usted guantera, Sylvie?

    -S, trabajamos para Dammartin; en estos momentos resulta muy rentable. Pero hoy nohar nada, iremos a donde le apetezca.

    Dirig la mirada hacia el camino de Othys: neg con la cabeza y comprend que la ancianata haba dejado de existir. Sylvie llam a un chiquillo y le mand ensillar un asno.

    -Todava me dura el cansancio de ayer -dijo-, pero un paseo me sentar bien. Vayamos aChalis.

    Y henos aqu atravesando el bosque, seguidos por un chiquillo armado con una vara.Sylvie enseguida quiso detenerse y la abrac al ayudarla a sentarse. Nuestra conversacin no

    poda ser muy ntima. Tuve que contarle mi vida en Pars, mis viajes...-Cmo puede uno irse tan lejos? -dijo.-Eso mismo me pregunto yo al volver a verla.

    -Oh! Habla por hablar.-Reconozca que antes no era usted tan guapa.-No puedo opinar. No lo s.-Recuerda cuando ramos nios y era usted la ms alta?-Y usted el ms sensato!-Oh, Sylvie!Y nos suban al burro, uno en cada sera.-Y no nos tratbamos de usted. Recuerdas que me enseabas a pescar cangrejos bajo el

    puente del Thve y del Nonette?-Y cuando tu hermano de leche te sac un da del aba, te acuerdas? -El Rizadote! Fue l

    quien me dijo que poda cruzar el aba!Me apresur a cambiar de conversacin. Aquella imagen me devolva el intenso recuerdo

    de la poca en que llegaba yo a esos lugares vestido con un trajecito a la inglesa que hacarer a los campesinos. Slo Sylvie me encontraba elegante; pero no me atreva a recordarleopiniones pertenecientes a un tiempo tan lejano. No s por qu mi pensamiento recay en lostrajes de boda que nos probamos en casa de la anciana ta de Othys. Le pregunt qu habasido de ellos.

    -Ah, qu buena era! -dijo Sylvie-. Hace dos aos, me prest su traje para ir al baile dedisfraces de Dammartin. La pobre muri al cabo de un ao...

    Suspiraba y lloraba con tanto sentimiento que no le pregunt a qu circunstancia se debael hecho de que hubiera ido a un baile de disfraces; pero iba comprendiendo que Sylvie,

    merced a sus dotes artesanales, haba dejado de ser una campesina. Slo sus padres seguanperteneciendo a dicha condicin. Ella viva entre sus familiares como un hada laboriosa,esparciendo la abundancia a su alrededor.

    XI.REGRESO

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    Al salir del bosque, apareci el paisaje. Habamos llegado a orillas de los lagos de Chalis.Las galeras del claustro, la capilla de esbeltas ojivas, la torre medieval y el pequeo castilloque abrig los amores de Enrique IV y de Gabrielle se tean con las rojizas tonalidades de laatardecida sobre el verdor oscuro del bosque.

    -Parece un paisaje de Walter Scott, verdad? -dijo Sylvie.

    -Quin le ha hablado de Walter Scott? -le pregunt-. Ha ledo mucho en esos aos!... Yointento olvidar los libros, y lo que me encanta es volver a ver en su compaa esta viejaabada entre cuyas ruinas nos escondamos cuando ramos nios. Recuerda, Sylvie, el miedoque tena cuando el guarda nos contaba la historia de los monjes rojos?

    -Oh, no los nombre!-Pues cnteme la cancin de la hermosa joven raptada en el jardn de su padre, bajo el

    rosal blanco.-Ya no se canta.-Se ha aficionado a la msica?-Un poco.-Sylvie, Sylvie, seguro que canta pera!

    -Por qu le parece mal?-Porque me gustaban mucho los antiguos romances y ya no los sabr cantar. Sylvie enton

    el aria de una pera moderna. Fraseaba!Habamos rodeado los estanques cercanos. Nos encontrbamos ante la verde pradera,

    circundada de tilos y de olmos, en la que tantas veces habamos bailado. Ca en la presuncinde describir las antiguas murallas carlovingias y de descifrar los blasones del casa de Este.

    -Vaya! Ha ledo mucho ms que yo! Es usted todo un sabio, eh?El tono de reproche me hiri. Desde haca un buen rato, iba buscando un lugar apropiado

    para reemprender mi confesin de madrugada; pero, qu decirle ante la compaa de un asnoy de un chiquillo muy avispado que se complaca en acercrsenos cada vez ms para orhablar a un parisino? Entonces tuve la desgracia de contarle la aparicin de Chalis, fija enmi memoria. Conduje a Sylvie a la misma sala del castillo en la que haba odo cantar aAdrienne.

    -Oh, deje que la oiga cantar! -le ped-. Que su amada voz resuene bajo estas bvedas yaleje el espritu que me atormenta, sea divino o fatal!

    Y, tras musitar yo la cancin, Sylvie repiti la letra y la meloda. Descended, raudos,ngeles

    Al fondo del purgatorio...!-Es muy triste -dijo.-Es sublime... Creo que se trata de una composicin de Porpora a partir de unos versos

    traducidos en el siglo XVI. -No s -repuso Sylvie. Regresamos por el valle, siguiendo el

    camino de Challepont que los campesinos, poco etimologistas por naturaleza, se obstinan enllamar Chllepont. Sylvie, cansada del asno, se apoyaba en mi brazo. El camino estabadesierto. Intentaba hablar de cuanto encerraba en mi corazn; pero, no s por qu, slo se meocurran expresiones vulgares o bien, de repente, alguna frase pomposa perteneciente aalguna novela que Sylvie poda haber ledo. Entonces, me detena con una complacenciaabsolutamente clsica, y ella se extraaba de tales efusiones interrumpidas. A partir delmomento en que llegamos a los muros de Saint S., fue necesario caminar con ms atencin.Haba que atravesar algunos prados hmedos por los que serpenteaban los arroyuelos.

    -Qu se ha hecho de la religiosa? -pregunt de repente.-Oh! Es usted terrible con su religiosa! De acuerdo, se lo dir! Acab muy mal!Sylvie no quiso aadir ms. Advierten realmente las mujeres si determinadas palabras

    salen de los labios sin pasar por el corazn? Vindolas tan fcilmente engaadas y a juzgar

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    por las elecciones que con tanta frecuencia llevan a cabo, dirase que no. Hay hombres queinterpretan tan bien la comedia del amor...! Nunca pude habituarme a semejante modo deactuar, aun a sabiendas de que muchas mujeres se dejan engaar a conciencia. Por otra parte,un amor que se remontaba a la infancia era algo sagrado... Sylvie, a quien haba visto crecer,era como una hermana para m. No poda intentar seducirla... Otra idea muy diferente cruz

    por mi mente.A estas horas -me dije-, estara en el teatro... Qu interpretar Aurlie (era el nombre

    de la actriz) esta noche? Seguramente el papel de princesa en la nueva obra. Oh, quconmovedora est en el tercer acto!... Y en la escena de amor del segundo, con ese primergaln tan arrugado...!

    -Est pensando en sus cosas? -pregunt Sylvie, y empez a cantar.En Dammartin hay tres hermosas nias; hay una ms bonita que la luz del da...-Ah, qu mala es usted! -exclam-. Claro que se saba los romances!-Si viniera ms a menudo por aqu, los recordara -repuso-. Pero hay que tener la cabeza

    en su sitio. Usted tiene su vida en Pars, y yo tengo mi trabajo. No regresemos muy tarde:maana he de levantarme con el sol.

    XII.EL TO BOLA

    Iba a contestar, iba a postrarme de rodillas a sus pies, iba a ofrecerle la casa de mi to, quetodava poda recuperar pues ramos varios los herederos y la pequea propiedad habaquedado indivisa; pero en aquel momento llegamos a Loisy. Nos esperaban para cenar. El

    aroma patriarcal de la sopa de cebollas se esparca a lo lejos. Haba algunos vecinos invitadospor ser el da siguiente al de la fiesta. Enseguida reconoc a un viejo leador, to Bola, que enotros tiempos, durante las veladas, nos contaba historias muy cmicas a veces, y muy terror-ficas, otras. Haba sido, sucesivamente, pastor, cartero, guardabosque, pescador, e inclusocazador furtivo, y en sus ratos libres fabricaba relojes de cuco y asadores. Durante muchotiempo, se haba dedicado a pasear ingleses por Ermenonville, conducindoles a los lugaresde meditacin de Rousseau y refirindoles sus ltimos momentos. l fue el chiquillo que elfilsofo emple para clasificar sus hierbas y a quien orden coger las cicutas cuya saviaexprimi en su taza de caf con leche. El posadero de la Cruz de oro negaba ese dato y de ah

    proceda el prolongado odio que se profesaban. Durante mucho tiempo se reproch a to Bolala posesin de ciertos secretos muy inocentes, como curar vacas con un versculo

    pronunciado al revs y con la seal de la cruz hecha con el pie izquierdo, pero renunci atales supersticiones gracias, segn deca, al recuerdo de las conversaciones con Jean-Jacques.

    -Hola, pequeo parisino! -me dijo to Bola-. Vienes a seducir a nuestras muchachas?-Yo, to Bola?-No te las llevas al bosque cuando no est el lobo?-Pero, to Bola, no es usted el lobo?-Lo fui mientras encontr ovejas; ahora slo encuentro cabras, y hay que ver cmo saben

    defenderse! Pero t, t eres uno de esos pcaros de Pars. Jean-Jacques tena toda la razncuando deca: El hombre se corrompe en el ambiente emponzoado de las ciudades. -Desobra sabe usted, to Bola, que el hombre se corrompe en todas partes.

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    To Bola empez a cantar una cancin de borrachos, y result intil intentar frenarlo alllegar a un estribillo escabroso que todos saban de memoria. A pesar de nuestras splicas,Sylvie no quiso cantar, diciendo que en la mesa no se cantaba. Yo haba ya advertido que elgaln de la vspera se hallaba sentado a su izquierda. No s qu haba en su cara redonda, ensu enmaraado pelo, que no me resultaba desconocido. Se levant y, colocndose detrs de

    mi silla, me pregunt:-As que no me conoces, eh, pequeo parisino?Una buena mujer, que se reuni con nosotros para el postre despus de habernos servido,

    me dijo al odo:-No reconoce a su hermano de leche?Sin dicha advertencia hubiera hecho el ridculo.-Ah, eres t, Rizadote! -exclam-. El queme sac del aba!Sylvie se rea a carcajadas de mi descubrimiento.-Sin calcular -deca el muchacho al abrazarme- que llevabas un hermoso reloj de plata, y

    que al salvarte estabas ms preocupado por tu reloj, que ya no funcionaba, que por ti mismo.Decas: El animalito se ha ogado, ya no hace tictac, qu dir mi to?

    -Un animalito dentro de un reloj!-dijo to Bola-. Eso es lo que hacen creer a los nios en Pars!Sylvie tena sueo y pens que mi persona ya no tena cabida en su pensamiento. Subi a

    su habitacin y, cuando la bes, me dijo:-Hasta maana. Venga a vernos.To Bola permaneci en la mesa con mi hermano de leche. Durante un buen rato,

    charlamos alrededor de una botella de ratafiat de Louvres.-Todos los hombres son iguales -dijo to Bola entre dos copitas-, bebo con un pastelero

    igual que lo hara con un prncipe.-Dnde est el pastelero? -pregunt.-Aqu, a tu lado. Un joven que aspira a establecerse.Mi hermano de leche pareci turbarse. Comprend lo que suceda. Ya era mala suerte la

    ma, ir a tener un hermano de leche en una zona del pas ilustrada por Rousseau, que querasuprimir las nodrizas! To Bola me puso al corriente de que el matrimonio de Sylvie con Ri-zadote era cosa hecha y que el muchacho tena intencin de abrir una pastelera enDammartin. No pregunt nada ms. Al da siguiente, el coche de Nanteuil-le-Haudoin mecondujo de regreso a Pars.

    XIII.

    AURLIE

    A Pars! El coche tarda cinco horas. Slo me apremiaba el deseo de llegar a la ciudadantes del anochecer. Hacia las ocho me hallaba sentado en mi butaca habitual; Aurliederrochaba inspiracin y encanto en unos versos de vaga inspiracin schilleriana debidos a untalento de la poca. En la escena del jardn lleg a estar sublime. Durante el cuarto acto, en elque ella no apareca en escena, sal para comprar un ramo de flores en la floristera demadame Prvost. Adjunt una carta muy tierna, con la firma: Un desconocido. Pens: Quizsirva de punto de referencia para el futuro. Y, al da siguiente, me hallaba en camino haciaAlemania.

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    Qu iba a hacer all? Intentar poner orden en mis sentimientos. Si escribiera una novela,jams lograra que la historia de un corazn dominado por dos amores simultneos resultaraverdica. Sylvie se me escapaba por mi culpa, pero volver a verla haba bastado para que mialma reviviera. En lo sucesivo, sera para m como una estatua sonriente en el templo de lavirtud. Su mirada me detuvo al borde del abismo. Con renovada energa rechazaba la idea de

    comparecer ante Aurlie para batallar contra tantos enamorados vulgares que brillaban mo-mentneamente a su lado para caer, de inmediato, destrozados.

    Algn da se ver -me dije- si esa mujer tiene corazn.Una maana, le en un peridico que Aurlie estaba enferma. Le escrib desde las

    montaas de Salzburgo. La carta exhalaba tanto misticismo germnico que no daba pie aesperar que surtiera efecto; pero, por otro lado, no peda respuesta. Confiaba en el azar. Y enel desconocido.

    Transcurrieron algunos meses. Durante mis viajes y ocios, intentaba traducir en argumentopotico los amores del pintor Colonna por la hermosa Laura, a quien sus padres obligaron aprofesar y a la que l am hasta la muerte. En dicha historia haba algo relacionado con miconstante obsesin. En cuanto hube escrito el ltimo verso de la obra, slo pens en regresar

    a Francia.Qu puedo aadir, ahora, sino una historia de tantas? Pas por todos los crculos

    prximos a esos locales de pruebas llamados teatro. Com en el tambor y beb del cmbalo,como dice la frase carente de sentido aparente de los iniciados de Eleusis y que significa,seguramente, que, si el caso lo impone, hay que franquear los lmites de lo absurdo y delsinsentido: la razn, desde mi punto de vista, consista en conquistar y concretar mi ideal.

    Aurlie acept el papel principal del drama que escrib en Alemania. Nunca olvidar el daen que me permiti leerle la obra. Escrib las escenas de amor pensando en ella. Creo que lasrecit con el alma; pero, sobre todo, con entusiasmo. En la conversacin que sigui, confesser el desconocido de las dos cartas.

    -Est usted loco, pero vuelva a visitarme... Nunca he conseguido encontrar a alguien quesepa amarme.

    Oh, mujer! Buscabas el amor...! Y yo...?Durante los das que siguieron a aquella entrevista, escrib las cartas ms tiernas, ms

    hermosas que, seguramente, nunca haba recibido. Yo reciba las suyas, llenas de sensatez.Hasta que se sinti conmovida. Entonces me llam a su lado y me confes que le resultabamuy difcil romper una relacin ms antigua.

    -Si en verdad me ama por m me dijo-, comprender que slo puedo pertenecer a unhombre.

    Al cabo de dos meses recib una carta llena de efusin. Corr a su casa. Antes, alguien mehaba revelado un dato previo. El apuesto joven a quien haba conocido una noche, en el

    crculo, acababa de alistarse de spahis.El verano siguiente haba carreras de caballos en Chantilly. La compaa de teatro de laque Aurlie formaba parte dara all una representacin. Una vez en la regin, la compaaquedaba a las rdenes del director durante tres das. Me haba hecho amigo de aquel hombre,antiguo Dorante de las comedias de Marivaux, primer galn joven durante mucho tiempo ycuyo ltimo xito haba sido la interpretacin del papel de amante en aquella obra queimitaba a Schiller y en la que mis prismticos me lo mostraron tan arrugado. De cerca parecams joven y, dado que se mantena delgado, en provincias an resultaba atractivo. Poseaenerga y entusiasmo. Me traslad con la compaa en calidad de seor poeta y conseguconvencer al director para que se hiciera alguna representacin en Dammartin. Al principio,

    prefera hacerlo en Compigne; pero Aurlie fue de mi misma opinin. Al da siguiente,

    mientras se cerraban los tratos con los empresarios y con las autoridades, alquil dos caballos

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    y Aurlie y yo emprendimos el viaje por el camino de Commelle para ir a almorzar al castillode la reina Blanca. Vestida de amazona, con sus cabellos rubios al viento, atraves el bosquecomo una reina de otra poca, y los campesinos, al verla, se quedaban deslumbrados.Madame de R era la nica mujer a la que haban visto saludar con tanta gracia y, a la vez, con

    porte tan mayesttico. Despus de almorzar, descendimos hasta esas aldeas que tanto re-

    cuerdan las de Suiza y cuyos aserraderos mueven las aguas del Nonette. Aquellos parajes,caros a mi recuerdo, le interesaban sin impresionarla. Haba planeado llevarla al castillo,cerca de Orry, a la explanada donde vi a Adrienne por primera vez. No demostr ningunaemocin. Entonces se lo cont todo, le confes el origen de aquel amor entrevisto por lasnoches, soado ms tarde y realizado finalmente en ella. Me escuchaba con gran seriedad.Luego, me dijo:

    Usted no me ama. Espera que le diga: La actriz y la religiosa son la misma mujer.Persigue un drama, eso es todo, y no encuentra el final adecuado. Vyase, ya no le creo.

    Tales palabras fueron como un relmpago. Los extravagantes entusiasmos experimentadosdurante tanto tiempo, aquellos sueos, aquellas lgrimas, aquellos desesperos y ternuras...no eran, pues, amor? Entonces, qu era el amor?

    Aurlie actu en Senlis. Cre advertir que senta cierta inclinacin hacia el director de lacompaa, el joven galn de las arrugas. Aquel hombre posea un excelente carcter y lehaba prestado algunos favores.

    Un da, Aurlie me dijo:-Es l quien me ama!

    XIV.LTIMA PGINA

    sas son las quimeras que nos fascinan y nos pierden a esa edad que constituye la aurorade la vida. He intentado concretarlas por escrito, sin demasiado orden; pero muchoscorazones sabrn comprenderme. Caen las ilusiones, una tras otra, como las cortezas de unfruto, y el fruto es la experiencia. Su sabor es amargo; pero tiene algo acre que fortifica (yque se me perdone este estilo anticuado). Dice Rousseau que el espectculo de la naturalezanos consuela de todo. A veces intento volver a encontrar mis bosques de Clarens, perdidosentre las brumas, por el norte de Pars. Cmo ha cambiado!

    Ermenonville!, tierra en la que an floreca el antiguo idilio, traducido de Gessner porsegunda vez2, perdiste la estrella que para m titilaba con doble resplandor. Ora rosa, ora azul,

    como el engaoso astro de Aldebarn, era Adrienne o Sylvie, las dos mitades de un soloamor. Una era el sublime ideal; la otra, la dulce realidad. Qu me importan ahora tusumbras y tus lagos, e incluso tu desierto? Othys, Montagny, Loisy, pobres aldeas vecinas,Chalis, que estn reconstruyendo, no conservis nada de aquellos tiempos! A veces expe-rimento la necesidad de volver a ver esos parajes de soledad y de ensueo. Y, en mi interior,evoco las fugitivas huellas de una poca en que lo natural era afectacin; a veces sonro alleer, en las granticas laderas, ciertos versos de Roucher que me haban parecido sublimes, odeterminadas mximas moralizantes, en una fuente o junto a alguna gruta consagrada a Pan.

    2 Salomon Gessner (1730-1788), autor de Idylles, goz de un notable predicamento entre los autores francesesde finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX. Nerval alude aqu al hecho de que el marqus de Girardin seinspir en Gessner para decorar sus jardines.

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    Los lagos, tan costosamente excavados, en vano muestran sus aguas mortecinas que el cisnedesdea. Pertenecen al pasado aquellos tiempos en que las caceras de Cond desfilaban consus orgullosas amazonas, en que los cuernos de caza se contestaban a distancia, multiplicados

    por el eco... Hoy en da ni siquiera existe un camino directo que conduzca a Ermenonville. Aveces voy por Creil y Senlis; otras, por Dammartin.

    Nunca se llega a Dammartin antes del anochecer. Entonces pernocto en La Imagen de SanJuan. Suelen darme una habitacin bastante limpia, decorada con una tapicera antigua y unespejo con cornucopia. Dicha habitacin es un postrer regreso al mobiliario viejo restauradoal que he renunciado desde hace mucho tiempo. Se duerme abrigado, con el edredn, segncostumbre de la regin. Por la maana, al abrir una ventana, enmarcada por pmpanos yrosas, descubro extasiado un verde horizonte de diez leguas, en el que los lamos se alineancomo un ejrcito. Aqu y all, algunas aldeas se cobijan bajo sus puntiagudos campanariosconstruidos, como all se dice, con huesos de esqueleto. En primer lugar se divisa Othys;despus, Eve; luego, Ver. Si tuviera campanario, Ermenonville tambin se divisara ms alldel bosque, pero en esa filosfica localidad no se han preocupado mucho por la iglesia.Despus de llenarme los pulmones con el aire tan puro que se respira en estas planicies, bajo

    alegremente y me doy una vuelta por la pastelera.-Hola, Rizadote!-Qu tal, pequeo parisino? Intercambiamos los amistosos golpes de la infancia y luego

    subo por cierta escalera hasta donde los alegres gritos de dos nios acogen mi llegada. Lasonrisa ateniense de Sylvie ilumina sus encantadoras facciones. Pienso:

    Quiz era eso la felicidad, sin embargo...A veces la llamo Lolotte y ella me encuentra cierto parecido con Werther, excepto en las

    pistolas, que han pasado de moda. Mientras Rizadote se ocupa del almuerzo, damos un paseocon los nios por las avenidas de tilos que rodean los restos de las antiguas torres de ladrillodel castillo. Y, cuando los pequeos practican el tiro de los amigos del arco, clavando las

    paternales flechas en la paja, leemos algunos poemas o algunas pginas de aquellos libros tanbreves de antao que casi han dejado de imprimirse.

    Olvidaba decir que el da en que la compaa de teatro de la que Aurlie formaba parteactu en Dammartin, llev a Sylvie al espectculo y le pregunt si no consideraba que laactriz se pareca a alguien a quien haba conocido en otra' poca.

    -A quin?-Recuerda usted a Adrienne? Solt una carcajada y dijo:-Qu ocurrencia!Y luego, como reprochndoselo, aadi con un suspiro:-Pobre Adrienne! Muri en el convento de Saint S., hacia 1832.

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