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DOIFEL VIDELA SCHULZ
1 0 C O Y O T E S
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DOIFEL VIDELA SCHULZ10 COYOTES
En marzo de 1983 partí a vivir a Berlin. No conocía a nadie, pero llevaba una dirección que había conseguido con unas
amigas que había hecho en Hamburgo. Llegué a vivir con un grupo de gays que compartian una casa. Viví allí durante un
mes frente al Tiergarten.
El verano llegaba y con él partía mucha gente de vacaciones, no faltaron los que me pasaron las llaves de sus departa-
mentos para que regara sus plantas. Ciertas semanas me encontraba con las llaves de tres departamentos en diferentes
barrios.
Conseguí una amiga en una fiesta de la calle, Doris. Nos miramos y comenzamos a acercarnos bailando. Después de un
rato estabamos bailando juntos. Ella hablaba algo de español, yo algo de alemán. Al irme le pregunté,¿Te quieres ir sola?
¡No! contestó alarmada. Nos fuimos juntos a dormir a su casa, en la mañana apareció una niña de unos cinco años y se
metió en la cama con nosotros que estabamos desnudos, fue incómodo pero a ella no pareció molestarle. Nos divertíamos
decidiendo donde dormiríamos cada noche, su departamento o los míos. A la niña casi no la vi nunca más.
Encontré alojamiento durante otra Strassenfest (fiesta de la calle), pregunté a todos los que tenía cerca si sabían de alguien
que arrendara una pieza. Después de un par de horas bailando y bebiendo llegó una chica y me dijo: ¿tu eres el que busca
depa? Así fue como viví frente a la avenida Karl Marx, al lado de una iglesia que me despertaba a las siete de la mañana
cada día del año. Un barrio obrero, tranquilo, pero algo lejos del centro donde cada día iba a almorzar en el casino de la
universidad técnica de Berlín. Eran 40 minutos de ida y 40 de regreso en el metro, más diez a pié hasta la Mensa (casino).
Pasaba al lado del Zoológico y a veces entraba. Un día me acerqué a la administración a pedir trabajo, pensaba que no
sería mala idea trabajar con los animales. Quedaron de llamarme, pero nunca lo hicieron. Unos años antes había conocido
a un chico boliviano que trabajaba en el Zoo de Estocolmo. Lo acompañé algunas veces a darle de comer a los animales,
era una buena pega, uno veía de muy cerca los felinos, aunque se sufría un poco en invierno arrastrando grandes potes
de comida por la nieve.
Mi arrendataria era muy ecóloga, hablaba contra las bebidas y el fast-food con mucha convicción, también era extrema-
damente económica. Cuando se ausentaba, pues iba a ver a sus padres a Franfurt, aprovechaba de tomarme un baño de
tina, llevar a casa unas hamburguesas del Burger King, con anillos de cebolla, papas fritas y Coca Cola. Podía comer sin
vergüenza mi colación imperialista.
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