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2
DEMOCRACIAS SIN
DEMOS
Que
,,democracia,
viene
de
demos
es
algo
que
cualquier
es-
tudiante
de
filosofía
o ciencia
política
sabe. Demos
significa
"puebIo",
dicho
de otra
forma,
"ciudadantíarr,
si damos
por
supuesto
que un
pueblo
democrático
es el
que se
implica
en
los
asuntos de gobierno.
es gobierno
del
demos,
autogobierno
o
gobierno
de
todos.
Que
hayamos
te-
nido
que
evolucionar
hacia
una democr
acia
representativa
no desvirtúa,
en principio,
el
sentido original
del
concepto.
Es
la
práctica,
el
funcionamiento
real
de
la
democracia
1o
que
pervierte
su
sentido.
La realidad
pone
de manifiesto
que
la
democracia
es cada
vez rrrás una
..democracia
diri-
gida»
a,
por
causa
del poder
económico descontrolado
que
1o invade
todo,
por
la influencia
exagerada
de
los medios
de
comunicación,
y
por una
ciudadanía
apática
y desinte-
resada, que deja en manos de los
políticos
la
tarea de go-
bernar.
Esa indiferencia
ciudadana
es grave, aunque no
re-
ciente,
pues
ya
Max
Weber
se
refería
a
ella con tristeza.
No
es nueva,
pero
seguramente
es cada
vezrnás
profunda.
Y
es
grave porque la
salud de
una
democracia
no
depende
solo
de
la
existencia
de unas
instituciones
sino
de
la coopera-
ción
de
una
ciudadanía
activa.
Si
el
régimen
democrático
es
un
procedimiento para
elegir gobernantes
y
legislar,
para
que el
procedimiento
funcione
es preciso
que existan,
25
a
SH. S. WoltN,
Democracia,
S.A.
Madrid, Katz
editore,s,
200t3.
-
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2/9
además, de
unas
instituciones
sólidas
y
creíbles, unos ciu-
dadanos
comprometidos
con
el devenir de
la
democracia
misma.
Nuestras
democracias
son
más herederas de
la
demo-
cracia
moderna
que
de la
antigua, entre otras
razones
,
pot-
que la concepción de la persona ha
cambiado. El
individuo
de
nuestro tiempo no
es el
zóon politikón aristotélico
sino el
sujeto ¿s
«la
libertad de
los
modernos>)z tal como
la
en-
tiende
Benjamín
Constant
s.
Un
individuo
para quien el
compromiso ciudadano
solo
es una dimensión
más
de
su
vida.
Dicho
de
otra
forma,
un
individuo
que entiende
la
li-
bertad
como
independencia,
como
posibilidad
de disfrutar
de
su
vida privada
y no
como algo que debe
ponerse total-
mente
al servicio
de
la
vida
pública. La
excelencia clel ser
humano
ya
no
está en la política
exciusivamente, sino
que
puede
lograrse
a través de cualquier
otra
forma
de
vida.
Dicha
concepción
individualista
del sujeto
democrático,
sin emb argo,
no
debería
eximir
al
individuo
de
sus
respon-
sabilidades como
ciudadano.
Es lo
que Constant
echa
de
menos
al referirse
a
la
libertad
moderna,
que
no
deja de
re-
presentar
un
progreso
frente
a
Ia
libertad
antigua.
El
afian-
zamiento
del
individuo
y de su
independencia
es bueno,
sin duda. Ahora bien,
si
la
democracia
debe
seguir
siendo
entendida como
gobierno
del demos,
si
el demos
es el
sujeto
de
la
democr acia,
no podemos ignorar de qué forma
se
construye
y
se
organizahoy
esa base en
la
que
la
democra-
cia
se
asienta,
y qué papel está teniendo en
las
crisis actua-
les
de
la
democracia.
La separación moderna
entre
una
sociedad
política, encargada
de
gestionar
y
resolver los
s
B.
CoNsrAN "La libertad
cle
los
antiguos
comparada con
la
de
los
mo-
dernos»,
en Escritos
políticos. Maclrid,
Centro de Estudios Constitucionales,
7989.
26
prcblemas
políticos,
y
una
sociedad civil
más
bien
sumisa
y
poco
participativa
tiene poco
que
ver
con
la
concepción
cle
un
demos
que asume
y
se
hace responsable
de la
función
política
que
tiene
que desempeñar.
Las
críticas
al
modelo
liberal
de democracia, realizadas
desde
el comunitarismo
o
desde el
republicanismo, ponen
de
manifiesto,
entre
otras
cosas,
un
déficit
de
conciencia
ciudadana,
una conciencia,
por otra parte,
fundamental
para
el
buen funcionamiento
de
la
democracia.
La
evidencia
de
tal hipótesis no
ha
sido
tenida muy
en
cuenta
por
las
sociedades
liberales.
Menos
aún
sociedades
como
la
española, que hasta finales
del
siglo
xx no han
con-
seguido tejer
una
democracia
consistente
y duradera. Pre-
cisamente
esa carencia
tan
profunda durante
decenios nos
permitió
dar
por
supuesto,
un tanto
alegremente,
que bas-
taba
que
cambiara el régimen
para
que
también
cambiaran
las
personas.
Se trata
de
un
juicio
equivocado.
Ciertamente,
los
cambios legislativos
e
institucionales
influyen
en
las
conductas
ciudadanas
y ayudan a moldearlas.
Pero
son
un
factor
entre otros. Fenómenos
que
no
han
desaparecido,
como
el
de
las muchas
y
variadas
corrupciones
o el
fenó-
meno
igualmente notorio
del incivismo
en todas
sus expre-
siones,
son ejemplos
de
la
falta
de
sintonía entre
un modelo
formalmente
aceptable
y una
conciencia
cívica
o
ciudadana
llena
de
deficiencias.
La
constatación de
tal
realidad
lleva
muchas veces
a pensar
que
1o
que conviene
es
legislar más
o
mejor.
Quizá
también
haya
que ir
por ahí,
pero no
es
l¿r
única
medida.
Conseguir un demos
cohesionado
y
"vir'
tuoso>>,
en el sentido aristotélico
del
concepto,
una
conrurri
dad
de personas
preocupadas
no
solo cada
un¿r
[-ror
sr
misma
sino también
por
1o
que afecta a
todos, n()
('s,rl11r,
que
se
obtenga
solo
a
golpe
de ley, de clecr('to
o
rlt'olrlt'
ttattza.
El
cultivo de
la
ciudadanía
exige otros
nlt,tlios.
'27
-
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Exige
otros
medios
sobre todo
porque
la
democracia
libe-
ral,
además
de defender unos
derechos fundamentales cons-
titucionalmente
garantizados,
convive
inevitablemente
con
un
modelo
económico que
contribuye muy poco a
reforzar
tales derechos
y
las
actitudes personales
a favor
de
los mis-
mos.
El
individuo
que
se
socializa en
una
economía de con-
sumo,
es
individualista y
hedonista. Es
decir,
pone
por
de-
lante
de cualquier
otro
interés
el
suyo y
tiende
a
estructurar
sus
planes de
vida
con
vistas a una
felicidad
que
consiste
en
obtener
el
máximo
placer
o
bienestar
en
el
mínimo tiempo
posible.
La
publicidad y
los
medios audiovisuales en
general
contribuyen
a
difundir esa
mentalidad,
que
no sería
del todo
despreciable
si, a
sLt vez, se
viera
contrarrestada
por
el
reco-
nocimiento
de otros
valores menos materiales.
Pero
esa con-
dición no
se
obtiene sin
proponérselo. Y la
forma
de
propo-
nérselo
pasa
por
identificar
los
atributos
del
buen ciudadano.
Me propongo
a continuación desarrollar
tres
ideas
que,
a
mi modo
de
ve4
pueden
contribuir a
entender
cuáles el
papel
que
el
ciudadano
ha de desempeñar en
una
democracia
libe-
ral.
Tres
ideas,
dicho de
otra
forma,
que tratan de
encontrar
un
modelo
de ciudadanía
distinto
del aristotélico y
distinto
también del netamente
liberal,
en el sentido
más
restrictivo
del
concepto.
Me refiero
al
liberalismo
que se
atiene
exclusi-
vamente
a
la
teoría
de
la
-
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los
derechos
sociales
más
satisfactoria
que
la
que tenemos.
Tal lucha
es imprescindible
para
no
sucumbir
al
minima-
lismo
liberal
(al
neoliberalismo),
que
tiende
a una reduc-
ción
de los
derechos
sociales,
basada
en
la
prioridad
o ex-
clusividad
de
la
libertad
negativa,
esto
es, la
libertad
concebida como la
no intervención legislativa
y
nada
más
que
eso.
La
tesis
de Marshall,
por
el contrario,
al reconocer
también
los
derechos
sociales,
pone
énfasis
en el
principio
socialista
de
que no
huy
libertad
sin
igualdad,
que
la liber-
tad negativa
por
sí
sola
es
un
engaño,
que
no
están
garanti-
zados
los
derechos
civiles
y políticos
si
se prescinde
de
los
derechos
sociales.
Hay
que
ser
beligerante
en
este
punto,
a
fin
de
contrarrestar
las
tentaciones
neoliberales.
Pero,
si
bien
es necesario
mantener
la
concepción
de
Marshall,
recon ozcarnos
también
que dicha
visión
es
insu-
ficiente,
al
faltarle
una referencia
que
hoy
es absolutamente
imprescindible,
a saber,
la
referencia
a
los
deberes
y
obliga-
ciones
de los
ciudadanos.
En
otras palabras,
le
falta
una
concepción
de
la
identidad
moral
o cívica,
eue
la
demo
cra-
cia
sin
duda
necesita.
¿Por
qué
es
necesaria
una
identidad
moral
ciudadana?
Porque
no
creo que
sea cierto lo
que
apuntaba
al
principio:
que la
democracia
tiene
unas
propiedades
terapéuticas
que
por
sí solas
regeneran
a
los
ciudadanos.
Cuando
observa-
mos
que
en
las
democracias
huy
fraudes
de todo
tipo
y
pro-
cedencia,
que
los
hombres
siguen
maltratando
a las
muje-
res/
que
aparecen
actitudes
racistas
o
xenófobas
ante la
inmigración,
cuando
observamos
tales
comportamientos,
no
tenemos
más remedio
que pensar
que la
condición hu-
mana
no
modifica
sus
impulsos
más
viscerales
y
desviados
por el
simple hecho
de
que
las
instituciones
políticas
sean
democráticas.
El ciudadano
no
se
hace
virtuoso
espontá-
neamente.
Hace
falta
una
voluntad
expresa
de educació.
y
30
c1e
formación para
la
convivencia
y el
respeto mutuo. No
en
vano
los
griegos
conectaron
la
construcción
del
ethos
(qre
ha
de
articular eI demos) con
Lapaideia.
Si
reconocemos
que
es
necesaria
una identidad
moral
ciudadana,
un
éthos ciudadano, el siguiente
paso
habrá de
consistir
en
indicar
las características de
dicho
éthos.
Ahí
es
donde creo
gu€,
hoy
por
hoy
parece
insuficiente
pensar
eI
éthos ciudadano
como
basado exclusivamente
en
la
reivin-
dicación
de
unos derechos.
La
ciudadanía
ha
aprendido
esa
lección
y
se
reconoce
como sujeto
de derechos.
Lo
de-
muestra
la
práctica
imposibilidad de cualquier
candidato
a
gobernar
un
país, si
presentara
un programa
que
ProPonga
recortar
la
educación,
las prestaciones sanitarias
o
las
pen-
siones.
Nadie
que
pretenda ganar
unas elecciones puede
pensar
en algo
parecido.
También encuentra
resistencia
la
reducción
de
las
libertades, aunque
se
haga
en
nombre de
otro
valor
no menos apreciado,
como
Io
es
la seguridad.
Nuestra
época
es, como dijo
Norberto
Bobbio,
la
época
de
los
derechos.
Hemos vivido una explosión
de derechos,
en
algunos
casos
exageradu
y
ridícula,
como
cuando
se
ha
pretendido
proclamar el
derecho
a
ser
feliz,
por
poner
solo
un ejemplo.
Sea
como sea,
haber
logrado un cómputo
de
derechos
como los que
tenemos,
es
todo
un
logro.
Pero
no
huy
que obviar
la
segunda
parte.
Cuando todo se
plantea
en términos
de
derechos,
falta
un
lenguaje
público
de la
responsabilidad o
de
los
deberes
recíprocos.
Dicho
lt'rt'
guaje,
además,
es especialmente
importante
Para
t'ltlt'
[-rtrt'
dan garantizarse
los
derechos sociales
y
los dert'chos
ll,r
mados
.,de
la tercera generaciónr.
VeamOS
un SOIO ejemplO
referidO
a
lOs
dt'l't't'll():.:,or
l,rlt",,
el de
Ia
educación.
La
educación
Com()
(l('l'('t
lttt
tltll\
r'l'.,t1
no prosperará si
los padres
prefierell
o1-rl,tt'
¡ro¡
l,r ,",r
tt¡'l,t
privada
para SUS
hijOs/
por
temor
a
(lrt('
s('
tttt'2, lr'tt
(
¡lt
1,,',
rl
-
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hijos
tle
los
inmigrantes
o
de
los
más
desfavorecidos. Son
reacciones reales,
que se
explican
a
partir
de
diversos
facto-
res
que
no viene
al caso
detallar aquí,
pero
que
todos
cono-
cemos. La
consecuencia
de tales
actitudes es
Ia formación
de
guetos
escolares,
que
no
son
buenos ni para quienes
no
tie-
nen más
remedio
que quedarse
en
ellos
ni
para la
conviven-
cia
democrática
en
su
conjunto.
La educación
nos
ofrece,
así,
una
muestra
muy
clara de
la impotencia
de
la legislación
para
cambiar
las actitudes
y para cambiar el conjunto de
condiciones sociales que
siguen
propiciando
discriminacio-
nes,
aun
cuando las declaraciones
de
derechos
se
empeñen
en
repetir
que
todos
somos
iguales.
Otro
eiemplo
de
1o
mismo
1o tenemos en los derechos
llamados
de
la
última
ge-
neración, como los
derechos ecológicos.
Por
muchas
y
bue-
nas
que
sean
las
medidas
que
se
tomen
para
ralentizal por
ejemplo, el calentamiento
del
planeta
o
evitar
el
deterioro
medioambiental,
será difícil que
algo
cambie
si
las
actitudes
de las personas
se
muestran indiferentes hacia la
cuestión,
pensando
que
no va
con
ellas,
que
es una
obligación exclu-
siva
del
estado conseguir
un
mundo
más
ecológico.
En definitiva,
pues,
y para
resumir este
primer
punto, a
diferencia del
derecho a
la libertad,
que protege
al
indivi-
duo
de los
poderes
y
dominaciones políticas
o sociales, los
derechos
sociales
y
los
de
la
última generación
precisan
de
una
voluntad
colectiva
de vivir
de
acuerdo con ellos.
La
ga-
rantía
de
las instituciones
es
insuficiente,
si
no
existe
la so-
lidaridad
ciudadana.
De
algún modo
et
lenguaje
de los
derechos es
frío,
se
refiere a
una
igualdad
de todos los
indi-
viduos
ante la
ley,
que
no invita
por
sí solo a
la
reciprocidad
entre
las
personas. Como
ha
dicho Habermas
-y
no ha
sido
el
único-,
efl
una
sociedad como
la nuestra,
tan
colonizada
por
la economía,la
administración pública y
los
medios
de
comunicación,
hacen
falta
otros cliscursos
normativos, dis-
32
tintos
de
las
leyes,
que
establezcanlazos
comunes
entre
las
persona,
y
lus
dirijan,
a
ciertos
propósitos'
en
un
sentido
único,
el
de
la
defensa
del
bien
común'
Todo
apunta,
en
consecuencia,
ala
necesidad
de
ir
más
allá
del
modelo
liberal
de
ciudadania,
según
el
cual
los
in-
dividuos
Son seres
soberanos
y
autónomos
en
eI
terreno
moral
y
solo
tienen
la
obligación
de
tolerar
-ni
siquiera
res-
petar*"las
diferencias
de
otros
ciudadanos.
Es
un
modelo
demasiado
individualista
y
formal.
Un
modelo
que
olvida
1o que
ya
enseñó
Platón
en
elProtágorast
poniendo
en_boca
de
dicho
sofista
el
relato
del
mito
de
Prometeo,
con
la
in-
tención
de
convencer
al
incrédulo
Sócrates
de
que
es
posi-
ble
y
necesario
enseñ
ar
ética.
Cuenta
Protágoras/
en
su
vef-
sión
del
mito
en
cuestión,
9ü€,
una
vez
que
el
ser
humano
hubo
recibido
el fuego
de
los
dioses de manos de Prome-
teo,
el
fuego
que
iba
a
permitirle
sobrevivir
en
la
tierra
y
defenderr"
d"
cualquier
adversidad,
zeus
advirtió
que
a
los
humanos
les
faltaba
algo
absolutamente
imprescindi-
ble,
les
faltaba
aquello
que
debía
enseñar}es
a
convivir
con
sus
semejantes
y
a
no dLstruirse
unos
a
otros.
Entonces,
si-
gue
diciendo
Protágo
ras,
Zeus
envió
a
Hermes
para
que
dotara
a
los
hombres
con
dos
atributos:
el
aidos
o
espíritu
cívico y
la dikéo
iusticia.
Y
añadió:
esos
dos
atributos
deben
tenerlos
todos
sin
excepción,
Pues
quien
no
los
posea
no
es
digno
de
vivir
en
la
ciudad'
2.
La
ciudadanía
consiste
en
eiercer
la
libertad
resPonsablemente
Escribió
Mme.
de
Stael
que
..la libertad
no es
otra
cosa
que
la
moral
en la
políticar.
Efectivamente,
sobre
todo
en
nues-
tro
tiempo,
el
.irduduno
no
tiene
que
limitarse
a
reivindi-
33
-
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6/9
car
la libertad:
tiene que
aprender
a ejercerla y ejercerla
en
el
espacio
público, en su
relación
con
los
otros.
La
tradición de la
libertad
negativa
nos
ha acostum-
brado a pensar que
la
libertad
es solo
la
ausencia
de
interfe-
rencias
heterónomas en
las vidas privadas de las personas.
Pero
la
concepción
moral
de
la libertad
-la
autonomía-
es
algo más que
esa
libertad negativa.
Es
ausencia
de
interfe-
rencias
para
elegir
la
forma
de
vida
que
cada
cual
prefiera,
en
efecto,
pero
también implica
el
objetivo de
vivir
en
co-
mún,
de hacer compatible
la
propia
vicla con
las vidas
de
los demás.
Lo
que
hace
posible
y
amable
la vida
en común
es el
«espíritu
cívico,,,
si
se
admite tal expresión.
Dicho de
otra
forma,
el ejercicio
responsable
de
la
libertad
requiere
la
adquisición
de
una
serie
de
virtudes:
las
virtudes
cívicas.
Puesto que
hoy
el
concepto
de
virtud
resulta
un
tanto
anacrónico, me
referiré
para aclarar
1o
que quiero
decir a
la
explicación
de Alasdair Maclntyre
en
su conocido
libro
kas
la
airtud
7.
Dice
que
las
virtudes se
ejercen
en
el curso
de
lo
que é1
llama
«prácticasr.
Por
«prácticas,
entiende
cualquier
forma
compleja y coherente
de actividad
hu-
mana cooperativa socialmente
establecida,
a través de
la
cual
se
realizan
los bienes
internos
a
dicha
forma
de
activi-
dad
en el
curso
de
tratar de
alcanzar
aquellos
standards
de
excelencia
que
son
apropiados
y
parcialmente
definidores
de
dicha
actividad.
Cualquier
práctica tiene como
objetivo
conseguir
dos
ti-
pos de
bienes:
los
bienes externos y
los
bienes
internos. Los
,.bienes
externos))
son
los
bienes
externa y
contingente-
mente
unidos
a una
actividad
cualquiera, como
la
de
jugar
a
golf o
ser
maestra
de
escuela.
Al
iugar
al golf
o ser
maes-
tra,
es
posible
a\canzar
ciertos
bienes
externos,
como
di-
nero,
prestigio,
estatus.
Por el
contrario,
Ios
"bienes
inter-
nos>>
son
los
que
pertenecen
interna
y
necesariamente
a
una
activid.ad,
solo
pueden
ser
identificados
Por
la
expe-
riencia
de
participar
en
la actividad
en cuestión.
Al
perse-
guir
los
bienes
internos
buscamos
la excelencia
o,
si
se
quiere,
las gratificaciones
implícitas
en
un cierto
tipo
de
vida.
Al
mismo
tiempo,
estamos
aceptando
ciertos
criterios
de
excelencia
unidos
a dicha
práctica
y a
partir
de
los cua-
les se
nos
juzgará.
La diferencia
entre
ambos
bienes
es grande.
Los
bienes
externos,
al ser
alcartzados,
constituyen
siempre
una pIo-
piedad
o
posesión
individual.
Son
obieto
de
competición,
porque
en
la
carrera
Por
conseguirlos siempre hay
unos
que ganan
y otros
que
Pierden.
Los
bienes
internos
son
asimismo
el
resultado
de
una
cierta
competición
hacia
la
excelencia,
pero
es caracterís-
tico
de ellos
que
su
consecución
es
un bien
Para
toda
la co-
munidad
que
participa
en
la práctica.
La
distinción
entre
los dos
tipos
de
bienes
le
sirve
a
Mac-
Intyre para
establecer
el lugar
de
la
virtud
en la
vida
hu-
mana/
ya
que
una
virttrd
es
una
cualidad
humana
adquirida
cuya
Pose-
sión y
ejercicio
nos
permitir
á alcanzar
aquellos
bienes
que
son
internos
a las
prácticas
y cuya
ausencia
nos impide
efectivamente
alcanzar
dichos
bienes
8.
34
7
A. MecINTyRE, Tras la
z,¡irtud.
Barcelona
,
Crítica,2001.
I
Ibid.,
especialmente
caP.
14.
35
-
8/19/2019 9. Camps 2010 - Democracia Sin Demos
7/9
Pongamos
un
ejemplo.
Un bien
interno
a
Ia
práctica
de
la
medicina
sería
Ia
contribución por parte
del médico
a
que
sea
respetada
la
autonomía del
paciente, de
forma
que
este
puede
conocer
y
decidir
sobre
las terapias
convenien-
tes para su
patología y
los riesgos
y
ventajas
de todas
elIas.
Respetar
la autonomía del
paciente
es
uno
de los criterios
de
excelencia
médica
establecidos por
los
principios
de
la
bioética. Un
bien
externo a
la
práctica
médica,
en cambio,
es el prestigio
que el
profesional
pueda
adquirir con
una
innovación determinada
o
la
cátedra
que
pueda
obtener
como
reconocimiento
a
su
trabajo.
En
suma, sea
cual
sea
la
profesión
en que
pensemos,
puede
ser considerada
desde
dos perspectivas distintas:
la de
su
contribución
al
bien co-
mún
de
la
sociedad
o
la
de los intereses
individuales
o cor-
porativos
de
la
persona
que
actú.a.
Es
1o
que
distingue
el
ejercicio
responsable
de
la
libertad
del
mero
ejercicio
egoísta de
la
misma.
Los
bienes
internos
se
alimentan
de las
tradiciones y
de
las
costumbres que
acompañan
a las
prácticas
y
ocupacio-
nes
humanas. Desde
ellas sabemos
y
decidimos
qué
es ser
un
buen
universitario,
un
buen médico, uh buen periodista
o
una
buena madre de
familia.
Pero
hoy
las
tradiciones
se
tambalean
y
se
rechazan.,
para
bien
y
para
mal.
Pues
mu-
chas tradiciones
estaban
preñadas de discriminaciones
y
corregirlas
o
cambiarlas ha
significado avar.zaÍ
hacia
la
igualdad.
Pero
precisamente
porque las
tradiciones
se
cuestionan,
cada
vez
es
más
difícil darle
salida a
la
discu-
sión
sobre en
qué
consiste ser
un
buen profesional.
Aristó-
teles
tenía
claro
algo más complejo aún:
en
qué
consiste
ser
una
buena personar
eüe
é1
identificaba
sin problemas con
el
buen
ciudadano.
Nuestra
ética
no es
perfeccionista,
la
ética laica
declina
desde hace
siglos
el
esfuerzo de
definir
en
qué
consiste
ser
una buena
persona. No
puede hacerlo.
36
['ero
sí
puede
acercarse
a
1as distintas
actividades
y ocuPa-
ciones profesionales
y
determinar,
por
lo menos,
en
qué
de-
fectos
no
debe
ríanincurrir.
No
es
fácilhacerlo,
Pero
inhibirse
de
la
dificultad
lleva
inevitablemente
a
la
iudi
cialización
de
cualquier
problema.
Las
responsabilidades
individuales
-políticas
o
profesionales-
desaparecen
a
cuenta de la
única
Iesponsabilidad
que
se
está
dispuesto
a admitir:
la que
de-
terminen
los
jueces, la
responsabilidad
iurídica.
Es
un
re-
duccionismo
y, sobre
todo,
un
empobrecimiento
de
la res-
ponsabilidad.
Tenemos
la
sensación
de
que
la falta
de
sensibilidad
ha-
cia
las tradiciones
nos
ha privado
del
sentido
moral.
Por
eIlo
cad
a
vez
es
más
difícil
referir
las
prácticas
humanas
a
algo
más
que
a eso que
Maclntyre
llama
«bienes
externos>>.
Pero
es
así
no
solo
porque
se
tambaleen las
tradiciones
y
los
puntos
de
referencia
en otro
tiempo estables,
sino
por-
que
hay
valores
que se
marginan
o
se
ignoran,
como
el
de
Ia fraternidad
o
la
solidaridad.
La
libertad
y
la igualdad
han
sido
constitucionalizadas.
Pero
la
solidaridad
es
una
virtud más
personal.
Lo que
no
hace
que
no sea absoluta-
mente
imprescindible,
puesto
que es
la raíz
de
las
virtudes
públicas
de
Ia
participación
y
la democracia
deliberativa,
tan
bien teorizada Por
Hanna
Arendt.
Resumiré
lo
dicho
hasta
aquí
con
dos
citas
tomadas
de
filósofos
cercanos
al
republicanismo,
esa
nueva
corriente
crítica
del
liberalismo
en
un sentido
muy
similar
al que
es-
toy
exponiendo
aquí.
Nos
dicen
los
nuevos
rePublicanos
que
la
política
es cosa
de
todos
y no
solo
de
una
clase
cie
ciudadanos
dedicados
profesionalmente
a
ella,
y
que,
si
queremos
maximizar
nuestra
libertad
Personal,
no pode-
mos
confiar
solo
en
los
políticos
sino
ocuParnos
de
la
polí-
tica nosotros mismos.
Si
las
Personas
no
se
involucr¿ltl
tlt'
un
modo
u otro en
el
debate
político,
acabarán
percibientltr
37
-
8/19/2019 9. Camps 2010 - Democracia Sin Demos
8/9
las leyes
como
imposiciones
extrañas,
no
como un
acuerdo
razonable
del
que
se
ha formado
parte.
Dicho
brevemente,
que el ciudadano
tenga
su
parte
efectiva en
las decisiones
políticas
es
un requisito
democrático que
no
hry
que
poner
en duda.
3.
La
responsabilidad
como
momento
afectivo de
la
voluntad
moral
Uno de los escasos
filósofos
que
han
tratado directamente
la responsabilidad moral,
Hans
Jonas,
la
define
como
,.e1
momento
afectivo en
la
formación
de
la voluntad
moralr
e.
Para
Jonas,
el
modelo
de
responsabilidad
que debería
ha-
cerse extensivo a todas
las
actividades
humanas
es
el
de los
padres con
respecto
a
sus
hijos.
Una
responsabilidad
cons-
truida
sobre
la base
del afecto, el sentimiento común y
el
amor.
Ese
..momento
afectivo)>
es
1o que, de un
modo
u
otro,
han
buscado
los
comunitaristas
y
republicanos
para
supe-
rar la ideología liberal.
No voy
a
referirme
aquí
a
las
carac-
terísticas y
diferencias
de ambas
corrientes,
conocidas
sufi-
cientemente
por
todo
el que
se
haya
acercado a
la
filosofía
política
contemporánea.
Diré
simplemente que
mis
simpa-
tías se
vuelven
hacia
el
republicanismo
en
detrimento
del
comunitarismo.
Por
una
razón
simple: el comunitarismo
vendría
a
reducir
las virtudes cívicasr
[ue
deben estrechar
lazos
entre
los
ciudadanos
y
unirles
.,afectivamen¡s»,
a
las
virtudes
patrióticas
o
de grupo,
rasgo
poco
compatible
con
una
ciudadanía entendida
como sujeto
de derechos univer-
sales. El
republicanismo,
en cambio, se
fija
en
dos
aspectos
que
el
liberalismo
no
ha
sabido
o
no
ha
querido
desarrollar.
El
primero
es considerar
una
libertad
no
dominadora,
efl-
tendiendo
por
..dominaciones"
aquellas
que
no
proceden
de
la
represión
legislativa,
sino
que son
más sutiles
y,
en
definitiva,
como
dice
Philip
Pettit,
,.arbitrarias>,,
no
legiti-
madas como
sí 1o
está,
en
cambio,
la
ley
en
un
estado de de-
recho
10.
EI otro
aspecto
en
el
que
incide el
republicanismo
es
la
necesidad
de
fomentar
las virtudes
cívicas
,
pafa
con-
seguir
la cohesión
social
que
el
cultivo
de
la
libertad
por sí
solo
no
consigue.
Desde
otra
perspectiva
ajena
a ambas
corrientes,
Pero
confluyente
con
la
idea
de
modificar
las
actitudes
ciuda-
dans,
Richard
Rorty
se
ha
Pronunciado
a
favor
de
un
ciu-
dadano
activo
y
no
«espectadorr,
tomando
la
palabra
en
su
sentido
etimológico:
spectare,la
traducción
latina
de
theo-
rein. En
el
libro
Forjar
nuestro
país,
Rorty arremete
contra
la
izquierda
estadounidense,
que
ha
dejado
de
ser
participa-
tiva
para
ser
contemplativa
y
limitarse
a
teorizar
descle
sus
académicas
torres de
marfil.
Dice
Rorty que
el ciudadano
de
izquierdas
o
se
refugia en
Ia
contemplación
Pura
o
se
abandona
al escepticismo.
Horrorizado
por
un
pasado
que
es,
desde
luego,
indigno
de
la
humanidad,
el
intelectual
se
siente
incapaz
de
pensar con
esperanza
eflel futuro.
De ahí
la
crítica
puramente
negativa
y
destructiva,
con
la
que
los
intelectuales
se
refieren
no
solo
a
los
horrores
de
que
la
his-
toria
ha sido
testigo,
sino
a
todas
las imperfecciones
que
los
han
tolerado
y
los han
hecho
posibles,
incluidas
las
imper-
fecciones
de
la democracia.
Sería
el
intelectual
9u€,
ante
los
horrores
del
11
de septiembte,
se
siente
más
cómodo
cul-
pando
a la democracia
americana
que
al
fundamentalismo
islámico.
38
e
H.
JoNas,
El principio de responsabilidad. Barcelona, Herder, 7995.
10
PH.
PEttIt,
Republicanismo.Barcelona,
Paidós, 1999.
3()
-
8/19/2019 9. Camps 2010 - Democracia Sin Demos
9/9
Rorty,
en
la línea
del pragmatismo
que
intenta resucitaq,
se
inspira
en Dewey
y en Walt
Whitmann
para
afirmar
que
la insatisfacción
por
el
pasado
no
debe
ser
incompatible
con
la
esperanza
er:r
un
futuro
más
digno. Como dijo
De-
wey,
la democracia debe
ser entendida como
un
experi-
mento,
ya
que
no partimos
de
un
fin
preestablecido
ni
de
una verdad
sobre
la
natur
aleza
humana
güe, como
tal,
es
inexistente.
La
democracia debe
verse
y contrastarse
consigo
misma,
si quiere
ser
una
democracia creativa.
Su
contra-
seña
no puede ser
otra
que
la
que
pronunció Whitman:
.,No
aceptaré nada
que los
otros
no
puedan
aceptar
en
igualdad
de
condiciones,
1i.
Es
cierto
que
la
confianza
et-r
el
futuro
de
la
democracia
depende de una confianza previa
que
hoy
hemos
perdido:
la
confianza
en
las instituciones
supuestamente
democráti-
cas.
Ninguno de los
tres poderes
clásicos,
eue
nos
remon-
tan
a Locke
y
a Montesquieu,
sabe
ganarse
hoy la
con-
fianza
del
ciudadano.
Por
eso,
el
ciudadano
no
se
siente
motivado para
participar
ni
para
respons abilizarse
de 1o
público.
Si
lo
hace,
es para
oponerse a
las
instituciones
y
a
su
forma
de proceder
y de actuaq,
como
ocurrió en
las
re-
cientes
concentraciones
multitudinarias
contra
la
guerra
de
Irak.
A
la
falta
cle
credibilidad
institucional,
hoy
que
añadir
hoy
la
concentración
descontrolada
del
pocler económico y
mediático
y
su
actuación
en
connivencia con
la
política.
Sin
la
complicidad del
poder
económico,
la
política
es
impo-
tente.
En
cuanto al poder mediático
es
la
única
fuente
de
información
que
tenemos.
Y
en
nuestro
mundo,
sin infor-
mación
no
hay
libertad.
Pero la información
que
recibimos
't
Cf.
R.
Ronrv, Forjnr nuestro país.
El pensaniento de izquierdns
en
los
Esta-
dos
Unidos
del
siglo xx.
Barcelona,
Paidós,
7999.
40
está
sclmetida,
Por
las
propias
características
de
los
medios
de
comunicación,
en
especial
los
audiovisuales,
a
una
se-
rie cle
tiranías.
La
tiranía
del espectáculo,
del
pensamiento
único,
de
la
velocidad,
que
hacen
que
la
información
que
transmiten
sea
la
mayoría
de
las
veces
un
mero
simulacro'
Así,
la
confi
af:Iza
perdida
hry
que recuperarla
luchando
contra
las inercias
no
solo
de
las
instituciones
democráticas
tradicionales
sino
de
los
nuevos
poderes
económicos
y
me-
diáticos.
La
pregunta
es
cómo
recuPerar
esa
confianza
enla
democracia
y
en
su
futuro.
Quizálas
últimas
manifestaciones
Populares
contra
la
guerra
nos
dan
una
clave
de
por
dónde
podría
ir
el
cultivo
de
ese
((momento
afectivo»
que,
según
]onas,
es
la
base
de
la
responsabilidad.
Partieron
de
Ia
iniciativa
ciudadana
de
tomar
partido
a
favor
de las
víctimas.
Si
ya no
es
posible
recuperuitu
esperan
za o
ser
optimistas
con
resPecto
a
la
ca-
paciáad
humana
para
el
bien,
tal
vez
sí
es
posible
reaccio-
nar
ante
el
pánico
que
produce
la
capacidad
humana
Para
el
mal.
Michael
Ignatieff
1o dice
así'
"Tomar
partido
por
las
víctimas
es
la
forma
de la
ética
antipolítica
y
antiideológica
de
nuestro
tiemPor
".
Gracias
a
los
medios
de
comunica-
ción,
es
posible
la contemplación
en
tiempo
real
de
todas
las
barbaridades
que
puede
hacer
el
hombre'
Dicha
con-
templación puede
precipitarnos
en
la
misantropía radical
y
en
la
desesperanza.
Pero
también
puede
activar
el
mito
de
la
fraternidad.
Sin
una ética
de
la
fraternidad,
de
las
r''irtu-
des
del
respeto
y
Ia deliberación,
difícilmente
podrá
sal-
varse
1a democracia.
12
M.
Ic;NATrrrr,
Human
Rights
as
Politics
nnd
ldolatry. Princeton
University
Press.2001.
41