Download - Arqueología Del Fuego
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ARQUEOLOGÍA DEL FUEGO.
Un estudio de las prácticas domésticas asociadas al fuego en
Tebenquiche Chico
Tesis presentada en la Escuela de Arqueología de la
Universidad Nacional de Catamarca
para optar el grado de Licenciada en Arqueología en Agosto de 2004
Autora
Ivana Carina JOFRÉ
Director
Dr. Alejandro Fabio HABER
Codirectora
Lic. María Bernarda MARCONETTO
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Este, mi primer logro académico y todos mi logros, los dedico a mi
abuela Clementina. Porque su infinito e incondicional amor me ha
hecho ser una mejor persona y me ha permitido enfrentar todos los
obstáculos de mi vida. A ella debo todo, lo que fui, soy y seré.
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El resultado fue que se le asignara al fuego la responsabilidad de todas las
operaciones subsidiarias capaces de dar, tanto por el color como por el brillo, y
hasta por el sonido, una razonable semejanza de cosa viva a cuanto saliese de los
hornos. Era juzgar por las apariencias. El fuego hace mucho, eso no hay quien lo
niegue, pero no puede hacerlo todo, tiene serias limitaciones, incluso hasta algún
grave defecto, como, por ejemplo, la insaciable bulimia que padece y que lo
conduce a devorar y reducir a cenizas todo cuanto encuentra por delante.
José Saramago. La caverna.
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CAPÍTULO I
ANTECEDENTES DE LA
ARQUEOLOGÍA DEL FUEGO
Por haber localizado una pareja de guacamayos que anidaban en la cima
de una roca abrupta, un indio lleva a su cuñado joven, llamado Botoque, para
que lo ayude a capturar hijuelos. Le hace trepar por una escala improvisada
pero, llegado a la altura del nido, el muchacho pretende no ver en él más que
dos huevos (...) [Su cuñado] Furioso retira la escala y se va (...) Botoque sigue
prisionero varios días en lo alto de la roca (...) Distingue al fin un jaguar
manchado portador de un arco, flechas y todas clases de piezas de caza (...) el
jaguar amistoso le propone que se le suba al lomo y vaya a su morada a comer
carne asada. Pero el joven ignora el significado de la palabra “asada” porque
por aquel entonces los indios no conocían el fuego y se alimentaban de carne
cruda.
En casa del jaguar el héroe ve un gran tronco de jatoba que se consume;
al lado, montones de piedras como las que utilizan hoy los indios para construir
sus hornos (ki). Por primera vez come carne cocida.
Botoque la mata [a la esposa del jaguar] de un flechazo en el pecho.
Aterrorizado, huye llevándose sus armas y un pedazo de carne asada. Llega a su
pueblo en plena noche (...) se da a conocer no sin esfuerzo (pues lo creían
muerto); relata su historia, reparte la carne. Los indios deciden apoderarse del
fuego (...) Pero el jaguar, furioso por la ingratitud de su hijo adoptivo que le ha
robado “el fuego y el secreto del arco y las flechas”, quedará lleno de odio
hacia todos los seres y en especial hacia el género humano. Sólo el reflejo del
fuego brilla en sus pupilas. Caza con los colmillos y come carne cruda, pues ha
renunciado solemnemente a la carne asada. (Mito Kayapó-Gorotire. Claude
Lévi-Strauss, De lo crudo a lo cocido)
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¿Qué es la arqueología del fuego?
La arqueología del fuego es un término acuñado aquí para denominar a una teoría y
metodología de trabajo dirigidas a estudiar los restos arqueológicos de combustiones, con el
fin de interpretar prácticas sociales pasadas.
Partiendo del supuesto de la materialidad de las prácticas sociales, los restos
arqueológicos son vistos como la expresión de acciones. Estas acciones son interpretadas
en su contexto de producción, a través del cual y por el cual cobran verdadera significación
y relevancia para la investigación arqueológica. En tal sentido, se propone poner a prueba la
capacidad de los restos arqueológicos de antiguos fuegos para aportar información en el
estudio de la vida doméstica de los grupos sociales del pasado, con el propósito de explorar
ciertos aspectos de su organización doméstica a nivel espacial y temporal, en su dimensión
política y social.
Los combustibles vegetales son la parte importante de esta investigación puesto que
son primordiales para la obtención de fuego. Su estudio puede aproximarnos a una
comprensión más acabada de las prácticas domésticas internas y externas a las antiguas
viviendas de asentamientos arqueológicos. La recolección de leñas sitúa a las prácticas
asociadas al fuego en un contexto extra-doméstico de orden político factible de reproducir,
por ejemplo, las diferencias internas al asentamiento. Sumado a esto, los combustibles
vegetales utilizados en antiguas combustiones dejan restos arqueológicos carbonizados que
pueden ser empleados por las investigaciones para realizar sobre ellos una serie de análisis
que proveen vasta información. Por ejemplo, sobre los restos de carbón de leña pueden
efectuarse análisis radiocarbónicos, análisis antracológicos y una serie de análisis de tipo
cualitativo y cuantitativo a escala estratigráfica en excavaciones arqueológicas.
En el Capítulo I de esta tesis de grado, se pone al alcance una caracterización más o
menos completa y los antecedentes de la denominada arqueología del fuego. En el Capítulo
II, se expone la propuesta de investigación y se discuten los supuestos en los que se
fundamenta. Posteriormente, en el Capítulo III se incluye una descripción ambiental y los
resultados del relevamiento fito-geográfico del paisaje circundante del área de estudio, tema
de vital importancia para la interpretación arqueobotánica. En el Capítulo III se introduce al
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caso arqueológico de estudio en Tebenquiche Chico, allí se tratan las características
arqueológicas del sitio y se proporciona un marco de interpretación basado en otras
investigaciones previas llevadas a cabo en el lugar; en el mismo Capítulo se le otorga
tratamiento a las observaciones etnográficas realizadas en una comunidad campesina que
habita actualmente en la cuenca de estudio.
La metodología de la investigación efectuada se divide en tres partes, y abarca los
Capítulos IV, V y VI. La primera parte de la metodología es una evaluación de la estrategia
de muestreo y las técnicas de recuperación empleados sobre los restos antracológicos del
sitio. Mientras que la segunda parte metodológica explicita el análisis e interpretación de
los restos de carbón vegetal a nivel estratigráfico a partir de empleo de técnicas cualitativas
y cuantitativas. La última parte de la metodología se aboca al análisis microscópico de los
fragmentos de carbón de leña y a su interpretación, la cual es seguida de las conclusiones
finales en el Capítulo VII.
Para resumir puede decirse que, realizar una arqueología del fuego implica poner en
marcha una metodología de trabajo donde se unifican diferentes niveles de análisis. Estos
niveles de análisis son: el nivel macro-ambiental fitogeográfico, el nivel etnográfico o
analógico relacional, el nivel arqueológico estratigráfico y el nivel microscópico
antracológico. Puede incluirse un nivel más que podría denominarse: nivel meta-
arqueológico, introducido para estudiar las prácticas arqueológicas del trabajo de campo
que actúan para conformar el registro arqueológico. Estos niveles de análisis macro y micro
funcionan para abarcar diferentes niveles relacionales de la investigación de las prácticas
domésticas asociadas al fuego en Tebenquiche Chico.
¿Cómo trabajan los niveles de análisis planteados? ¿Cómo se relacionan entre sí? El
relevamiento general del paisaje fitogeográfico del área de estudio sirve de marco de
interprteación para comprender, por ejemplo, la posible categorización de los combustibles
vegetales en el pasado. En este punto, el trabajo etnoarqueológico es particularmente
importante al proporcionar un cuadro de referencia a las interpretaciones a través de las
analogías etnográficas. Luego se estudian los restos de combustiones a nivel estratigráfico,
lo cual es posibilitado por una estrategia de excavación estratigráfica no arbitraria de área
abierta. Se analizan los rasgos y huellas de combustiones pasadas, interpretando estas
inclusiones arqueológicas estructuralmente dentro de la matriz estratigráfica de una unidad
doméstica arqueológica, y luego se relacionan estas prácticas domésticas pasadas
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complementando la información estratigráfica con el nivel analógico relacional.
Posteriormente, se ingresa al nivel microscópico por medio de la realización del análisis
antracológico, para determinar taxonómicamente los restos de carbones de leña
encontrados. Los análisis antracológicos unen la información proveniente de los niveles
fitogeográfico y etnoarqueológico, para otorgar una comprensión ajustada a la realidad del
paisaje ambiental y sociocultural bajo estudio.
El fuego en las interpretaciones arqueológicas
El fuego ha tenido, y tiene, un papel importante en las interpretaciones arqueológicas. La
presencia del fuego en períodos tempranos de la evolución humana ha sido utilizada por los
investigadores como indicador de “complejidad”. Se supone que los seres humanos
lograron manipular el fuego hace 1,9 millones de años. Su utilización se asocia a una serie
de incorporaciones sociales que sentaron las bases de la vida social posterior, tales como la
caza cooperativa, la agregación de horas de luz al día, la fabricación sistemática de
utensilios y la posibilidad de campamentos de tipo menos móvil (Lewin 1987 [1984];
Pèrles 1987 [1977]; Piveteau 1962).
El análisis psicoanalítico de Freud sobre la “conquista del fuego” proporcionó una
imagen distinta sobre el dominio de este elemento por parte de los hombres y mujeres
primitivos; esta tesitura desató en su momento una buena discusión acerca de la
temporalidad de los procesos culturales involucrados en este hecho (Freud 1932 [1997]).
Según Freud, los primeros seres humanos se vieron obligados a captar el mundo exterior
con ayuda de sus propias sensaciones y condiciones corporales y, probablemente, no
dejaron de advertir y de utilizar las analogías que le reveló la conducta del fuego1. Lorenz,
en discrepancia con Freud, señala que la verdadera dominación del fuego sólo fue posible
una vez que el hombre hubo descubierto la capacidad de originarlo a voluntad mediante una
maniobra cualquiera. Hárnik, por su parte sostiene que la conservación del fuego precedió
mucho tiempo antes a su propia creación. Este postulado se fundamenta en el hecho de que
varias tribus de las islas Andamanes, poseían y conservaban el fuego pero desconocían un
método autóctono para producirlo (Freud 1932 [1997]).
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Figura 1.1. Homo erectus. Mujer amantando niño portando leña y fuego.
Los primeros manipuladores del fuego fueron bautizados por algunos investigadores como
Homo erectus. Así las cosas, el fuego es el elemento que abrió las puertas a un sinfín de
nuevas posibilidades que con el tiempo tendrían implicancias irreversibles, incluso, para la
misma evolución física humana. Por ejemplo, algunos estudios arqueológicos consideran
que la ingesta de carne fue un elemento importante para el desarrollo encefálico humano, y
que ello determinó, posteriormente, las actuales características del Homo sapiens sapiens
(Coppens 1987 [1983]; Lewin 1987 [1984]). Así planteado, es fácil imaginarse lo que
significó para la incipiente vida doméstica de los primeros grupos humanos la
incorporación de la carne cocida en su dieta.
El fuego en estas interpretaciones arqueológicas está ligado a la transformación
física y social de los primeros especímenes de la llamada era Prehistórica. El fuego está
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identificado con la transformación de los alimentos, no refiere sólo un estado de
subsistencia. El fuego representa un medio de transformación progresiva al mundo de lo
social y de todos sus caracteres fundamentales, como la agregación grupal, fuente de lo que
sería una larga travesía cultural.
En los estudios arqueológicos centrados en épocas prehistóricas posteriores, como
es el caso del Paleolítico Superior europeo, el fuego adquiere otras connotaciones de tipo
ritual. La asociación del fuego a las representaciones rupestres de escenas de caza, etc., en
abrigos rocosos llevó a las investigaciones a asignarle a este elemento valoraciones de tipo
mágico-religiosas. Aparecen en las interpretaciones, por ejemplo, las primeras prácticas
shamánicas.
Entrada la década de 1970, en Francia hubo una especie de revaloración
metodológica de los restos de fuegos y fogones arqueológicos, los cuales habían sido
redefinidos para ese momento en el lenguaje de esas investigaciones como “estructuras de
combustión” (Léroi-Gourhan 1979). La inquietud por estos rasgos arqueológicos tan poco
tratados hasta ese momento también se extendió a aquellas estructuras problemáticas como:
pozos, huellas de poste, etc. Todo ello era coincidente con un momento en que se discutía
la importancia de las excavaciones en la arqueología. Esta última necesitaba de nuevas
técnicas para abordar problemáticas de menor resolución temporal, como era el caso de las
llamadas “áreas de actividad” dentro de los recintos habitacionales.
Léroi-Gourhan era el referente de la defensa de esas nuevas ideas que intentaban
incorporar nuevas técnicas de excavación y responder preguntas que, hasta ese momento,
la arqueología no había podido responder, o que simplemente no se había planteado, por la
falta de una metodología acorde. El método de excavación microtopográfico, junto a la
técnica de décapage sintetizan claramente esta postura (Léroi-Gourhan 1972). También el
uso de métodos comparativos con datos provenientes de fuentes etnográficas er, para la
escuela francesa, una forma de acercarse a la comprensión de los conjuntos arqueológicos.
Estas metodologías de trabajo vinieron a posibilitar, entre otras cosas, la excavación
cuidadosa de las estructuras de combustión en unidades de viviendas arqueológicas.
En el año 1973, Léroi-Gourhan presidió un seminario que versaba sobre estructuras
de cavado (huellas de poste, etc.), y especialmente sobre estructuras de combustión; temas
que hasta ese momento no habían tenido el espacio merecido en las publicaciones
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arqueológicas. En este seminario muchos autores europeos expusieron sus trabajos
específicos relacionados a los vestigios de combustión en sitios arqueológicos. De allí
resultó una de las publicaciones más consultadas sobre el tema hasta ahora (Léroi-Gourhan
1979). Léroi-Gourhan presentó allí una serie de terminologías para “las estructuras de
combustión y estructuras de excavación” que él observó en las grutas paleolíticas de Arcy-
sur-Cure, y en algunos depósitos post-glaciales en Francia. El autor, trataba de aunar
criterios para la determinación de las estructuras y rasgos encontrados en las excavaciones
arqueológicas.
Todos los trabajos presentados en aquel seminario tenían el mismo objetivo, el de
describir las estructuras observadas en los sitios estudiados utilizando la terminología
provista por Léroi-Gourhan y, en algunos casos, enriquecerla. Y aunque las problemáticas
de los sitios presentados en las ponencias del seminario fueron muy variadas, dado que eran
de distintas épocas y geografías (Francia, Siria, Rusia, Norte de Europa, Brasil y Oceanía),
no tenían diferencias teóricas ni metodológicas marcadas. Los autores se abocaron a
generar modelos sobre la temática que pudieran ser aplicados a todos los sitios
arqueológicos. En resumidas cuentas, puede decirse que estos trabajos impulsados por
Léroi-Gourhan desde Francia en la década del 1970 fueron la base de la corriente francesa
de investigación sobre el estudio de estructuras de combustión en sitios arqueológicos, la
cual además ha desarrollado variadas técnicas para la resolución de estos vestigios
arqueológicos, entre ellas: la antracología.
Por la misma época, en Estados Unidos se generaba un nuevo polo de producción
arqueológica que vino a marcar decisivamente el rumbo de las investigaciones de, por lo
menos, las dos décadas siguientes. Esta nueva escuela, bautizada en la bibliografía como
“Nueva Arqueología”, surgió en reacción a la línea normativa Histórico-Cultural de la cual
abrevaba la escuela francesa a la que pertenecía Léroi-Gourhan. Un trabajo ya clásico de
esta época es el estudio etnoarqueológico de grupos esquimales en Alaska realizado por
Binford (1991 [1988]).
“En Busca del Pasado” (Binford 1991 [1988]) proporciona un caso bastante
ejemplificador de la importancia del fuego y de sus restos materiales en el estudio de los
grupos sociales etnográficos2. Dentro de las categorizaciones funcionales de los sitios,
Binford señalaba que todos estaban asociados a fogones o fuegos que promovían la
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agregación de sus ocupantes. En el caso nunamiut, las características espaciales de los
restos arqueológicos en fogones internos (dentro de las casas), y externos (al aire libre, eran
diferentes en cada uno. E incluso en el caso de los fogones al aire libre para cocinar, estos
estaban atenidos a una rotación variable según la dirección del viento, etc. Las
características y ubicaciones de los “pozos asadores” también eran rasgos arqueológicos
que llamaban reiteradamente la atención del autor3, ya que implicaban una logística
especial en el acopio y manejo de leñas. En aquel trabajo, Binford informa que la fisonomía
anatómica de la presa configuraba las extensiones de los pozos y las prácticas vinculadas a
su preparación previa y posterior.
Según Binford, existe un “modelo situacional” o “estructura situacional” para un
individuo, y otra para varios individuos alrededor del fuego (Binford 1991 [1988]). Estos
modelos son universales para él, dado que responden a las dimensiones del cuerpo humano.
“Con el fin de que todos los individuos dispongan del espacio necesario
para trabajar, cada uno de ellos se sitúa a cierta distancia del fuego, de
manera que los restos resultantes de su actividad aparecerán formando
un círculo alrededor de éste, en una posición que difiere de la
distribución perpendicular de restos propia del trabajo de un solo
individuo (Binford 1991 [1988]: 162)”.
Binford observaba, también, que la ubicación de los fogones entre los nunamiut
dentro de las casas determinaba las relaciones espaciales de las actividades llevadas a cabo,
debido a que se necesitaba luz para su realización. También estos grupos distinguían las
diferentes áreas alrededor de los hogares o fogones como el lado de las mujeres, porque
coincidía con el área iluminada del espacio doméstico, mientras que el lado de los hombres
correspondía a la zona oscura. Binford, menciona que estos términos no implicaban reglas
de uso o acceso exclusivo de estos espacios por parte de hombres y mujeres (Binford 1991
[1988]).
En Inglaterra, desde 1980, algunas investigaciones arqueológicas utilizaban
herramientas teóricas provenientes tanto de la Teoría Social como de la Filosofía y la
Historia. Uno de estos trabajos es el de Hodder (1990) en sitios arqueológicos del Neolítico.
Hodder también se ha referido al fuego y al estudio de sus restos materiales, haciendo
hincapié en el protagonismo del fuego en las relaciones de “domesticación”. En su
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interpretación de los asentamientos de Çâtal Hüyük, Hodder observa que los fogones están
recurrentemente ubicados en la entrada de las casas hacaia el Este, en oposición a los
enterratorios humanos internos y ubicados al fondo de las casas. Utilizando como recurso
teórico las estructuras de oposición binaria, dicho autor interpreta las asociaciones
simbólicas del fuego en ese contexto: el fuego se asocia al Este, a la claridad, a la vida, a lo
doméstico, a lo femenino (Hodder 1990). Según este estudio las propiedades vitales del
fuego para la preparación de la comida le confieren a los fogones funciones domésticas
asociadas a estas categorías de pensamiento.
El fuego, en la interpretación realizada por Hodder, también se halla asociado a
prácticas de domesticación de la naturaleza y, al mismo tiempo, de la sociedad. En Çâtal
Hüyük, las estructuras de oposición fueron utilizadas estratégica y contextualmente según
el autor (Hodder 1990). El entorno del sitio, altamente evocativo y atmosférico, fue
utilizado para escenificar la representación de un argumento. Esta dramatización se basó en
una experiencia emocional e hizo posible la aceptación y creencia de las estructuras que, de
esta forma, cobraban fuerza o poder. Para Hodder, la acción de prender el fuego y hacer uso
de este estaba incluida dentro de un escenario dramático de poder. ES posible que la gente
que habitó en estas casas en el pasado no tuviera una conciencia discursiva respecto de
estas estructuras organizativas, aunque esto no le impide al arqueólogo hacer una lectura de
en el presente (Hodder 1990).
De este modo, y siguiendo mi argumento, el fuego tiene un papel importante en la
investigación arqueológica, ya sea por representar un elemento factible de identificar por
sus restos en sitios arqueológicos, o por su necesaria vinculación a la reproducción
inmediata de los grupos humanos en cualquier tiempo y lugar. La escuela francesa y la neo-
funcionalista norteamericana privilegiaron el estudio de los restos materiales de los fuegos
y fogones arqueológicos, y también afinaron las técnicas y metodologías de trabajo
adecuadas para su resolución. Mientras que también las investigaciones de Hodder,
identificadas en la bibliografía como dentro de una corriente posprocesualista relacionada
con la tradición Hermenéutica e Histórica, demostraron que el fuego no es un elemento
efímero que puede ser sólo inferido por las disposiciones de sus restos materiales, sino que
también es un elemento de reproducción social que conlleva una simbología asociada a sus
propios usos.
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Las estructuras de combustión, y también aquellas que Léroi-Gourhan llamaba
estructuras de excavación (pozos, huellas, fosas) no eran para la época, ni lo son tampoco
ahora, temas muy tratados por las investigaciones arqueológicas. Pero esto no se ha debido
solo a la falta de terminologías que proveyeran de herramientas de análisis para la
investigación de estos elementos arqueológicos. Así, los restos materiales de combustiones
arqueológicas han sido relegados exclusivamente a los estudios de datación radiocarbónica.
No es posible asignar a todos los restos de fuegos, fogones u otras estructuras de
combustión, la misma problemática. Los modelos generados por la arqueología no se
copian ni se importan, porque de esta forma se negarían las particularidades de los sitios
arqueológicos formados por historias sociales y sedimentológicas determindas, y por ello,
únicas. Existe toda una serie de variables que restringen la organización y estructura de
estos restos, y que no pueden ser descriptas siguiendo un índice programático. Aunque debe
reconocerse la importancia de la tarea de generar información acerca de los
comportamientos de estas estructuras de diferentes tiempos y lugares para mostrar patrones
plausibles de ser interpretados por los/as arqueólogos/as. Para ello resulta imprescindible,
por ejemplo, manejar variables provenientes de la observación etnográfica y de las
experimentaciones.
Estudios botánicos en arqueología4
Es imposible hacer una arqueología del fuego sin hacer referencia a las relaciones de esta
con los estudios provenientes de la bibliografía arqueológica especializada en estudios de
tipo botánico. La arqueobotánica y la paleoetnobotánica, dentro de la arqueología, son las
ramas especializadas en el estudio de los restos vegetales del pasado. A menudo se discute
si ambos términos deben permanecer o no separados. Para algunos autores/as la
arqueobotánica hace referencia, más específicamente, al estudio de las interrelaciones de
las poblaciones humanas con el mundo vegetal en la investigación arqueológica (Buxó
1997; Ford 1979; Pearsall 1989; Popper y Hastorf 1988). Para Ford (1979) y Popper y
Hastorf (1988), la arqueobotánica es el estudio de los restos vegetales recuperados en
contextos arqueológicos. Para esas investigaciones, estos restos proporcionan información
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sobre las pautas culturales del pasado, aunque también sirven para resolver problemas
inconexos con la actividad humana, como la paleoclimatología, la dendrocronología, etc.
Su mayor tendencia fue la de explotar técnicas específicas que le permitieran abordar el
estudio físico de los restos arqueológicos encontrados, ya sea polen, carporrestos, fibras,
carbones, etc.
Archer y Hastorf et al. (2000) señalan que la paleoetnobotánica debiera estudiar el
vacío conceptual que existe entre el papel de las plantas en los grupos sociales actuales y el
rol que jugaron estos conocimientos en el pasado. La paleoetnobotánica se caracteriza por
una marcada disparidad teórica a su interior, y es conocida por el uso de técnicas tomadas
de la etnografía y de la etnohistoria, porque tiende, por ejemplo, a recopilar datos sobre los
usos y terminologías botánicas en grupos etnográficos e históricos. En el orden de lo
estrictamente técnico, ambas subdisciplinas hacen alusión al estudio de los vegetales en el
pasado humano.
Las diferencias metodológicas entre la paleoetnobotánica y la arqueobotánica no
son más que el reflejo de diferentes intereses respecto al pasado. Una se preguntó acerca de
los usos y prácticas culturales asociadas a las plantas en el pasado, mientras que la otra se
preguntó de qué manera los/as arqueólogos/as podían entender las huellas encontradas en
los restos arqueológicos vegetales. Y es aquí donde estas dos líneas de investigación llegan
a una encrucijada que une sus caminos. Puesto que no es posible entender los restos
materiales vegetales sin hacer inferencias más generales de los contextos en los que fueron
producidos y, de igual forma, no es posible hacer inferencias de los contextos de
producción sin entender la naturaleza de los restos vegetales encontrados.
De acuerdo a lo expresado, en esta investigación se propone realizar un estudio que
dé cuenta de la necesidad de complementar metodologías de trabajo que aporten elementos
de análisis para llegar a comprender de forma más acabada los restos vegetales
arqueológicos y el papel de estos en el pasado. La relación dialéctica instalada en esta
discusión teórica-metodológica acompaña también las ideas de esta investigación en la
interpretación del pasado arqueológico de Tebenquiche Chico.
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Investigaciones arqueobotánicas y paleoetnobotánicas en la Puna de Atacama
En general, las investigaciones arqueobotánicas y/o paleoetnobotánicas en Argentina han
tenido un escaso desarrollo. Sin embargo, este tipo de investigaciones en la Puna Argentina
se destaca, por su profusa producción en los últimos veinte años. En la Puna Meridional,
estas investigaciones se han preocupado por el estudio de macrorrestos como semillas,
frutos, fibras, carbones de leña, etc; han investigado problemáticas derivadas de la
arqueología neofuncionalista sistémica interesada por estrategias de movilidad de los
grupos, estrategias de explotación de recursos, funcionalidad de sitios, reconstrucciones
ambientales e interacciones interregionales (Aschero 1988; Pérez de Micou 1999; Pérez de
Micou y Ancibor 1994; Rodríguez 1996-97, 1997b, 1999a, 1999b, 2000, 2001; Rodríguez y
Deginani 1994-95; Rodríguez y Rugolo de Agrasar 1999). Dentro de las investigaciones en
la Puna Meridional Argentina, y como antecedente de una investigación sistemática de
descripción del paisaje fitogeográfico, existe el trabajo de Haber (1987, 1988, 1991, 1992)
dedicado al estudio de los recursos forrajeros de la Hoyada de Antofagasta de la Sierra.
Un antecedente importante dentro de las investigaciones botánicas arqueológicas
locales se puede encontrar en la Puna atacameña chilena, la cual consta de una serie de
trabajos paleoetnobotánicos dedicados en extenso a la descripción de los paisajes vegetales
y a su comprensión. Todo esto en cuadros de investigación amplios que incluyen más allá
de la arqueología, a la etnografía y a la etnolingüística. Esas investigaciones ponen atención
en la percepción cultural de los paisajes vegetales atacameños. Ellos se internan en una
discusión enfocada en temas como los efectos de las prácticas humanas sobre los paisajes,
para documentarlas en el presente como fuentes de comparación y análisis del pasado
(Alarcón 1998; Aldunate et al. 1981; Cárdenas Hidalgo 1998; Núñez Srytr 1998; Sánchez
1998; Villagrán et al. 1998; Villagrán, Castro y Sánchez 1998; Villaseca 1998).
Fuera del área de esta investigación y como un antecedente importante puede
mencionarse un estudio realizado por Picchetti Ocedo (1991) en la Puna Jujeña. Este
estudio tiene como tema a las comunidades arbustivas de la Puna Jujeña usadas como
fuente de combustible doméstico. Es un trabajo que aporta información poco conocida para
regiones puneñas, sobre biomasa vegetal de las comunidades arbustivas combustibles, datos
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del uso no controlado de estos recursos vegetales y sobre la presión del sobrepastoreo
ganadero.
La antracología y sus antecedentes
Para realizar el estudio de los macrorrestos vegetales carbonizados dentro del sitio
arqueológico, en este trabajo se optó por una línea de análisis que aporta una técnica
adecuada a la problemática. La antracología es una técnica según la cual se realizan análisis
microscópicos de carbones vegetales, y que comprende también su posterior análisis
interpretativo. Para Solari “la antracología es una disciplina situada en la confluencia de dos
enfoques: el primero etnoarqueológico, que concierne a los hombres y sus actividades
domésticas de recogida de madera (leña, madera de obra), y el otro, paleoetnobotánico, se
refiere al medio vegetal y su evolución ecológica” (Solari 1993-94: 138).
En América, y especialmente en su extremo Sur, la antracología no es una línea de
investigación demasiado conocida, como sí lo ha sido en Europa donde tiene, ya a esta
altura, una larga tradición. Inclusive, la antracología es reconocida en el ámbito hispano-
francés como una línea de análisis independiente que tiene una técnica apoyada por una
teoría. Mientras que en el medio anglosajón, el estudio de los carbones arqueológicos se
integra al resto del material botánico de forma indistinta (Piqué i Huerta 1999c).
Las primeras identificaciones taxonómicas de carbones vegetales en sitios
arqueológicos datan del siglo diecinueve, algunas de ellas se realizaron en 1826 por Kunth
en Egipto (Piqué i Huerta 1999c) y en 1876 en Perú por Safray (Pearsall 1989). Pero es en
Europa donde estos estudios tuvieron mayor acogida. Los trabajos pioneros más citados en
la bibliografía son los de Heer en Suiza (1866), Prejawua en Alemania (1896) y Breuil en
Francia (1903) (Badal García 1992/93/94). También en Hungría se destacan los trabajos de
Hollendonner (1926), en África Pallary (1934), sin olvidar el conocido trabajo de Saint-
Laurent (1926, 1934) (Badal García 1992/93/94.). Este último realizó dos atlas de especies
leñosas de Argelia sentando un importante precedente para las investigaciones en el tema.
La introducción de este tipo de técnicas de análisis de restos de carbones
arqueológicos se debió a la progresiva valoración de indicadores paleoambientales en los
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yacimientos arqueológicos. Se generaban listas de taxones, bien sea para reconstruir
paisajes vegetales pasados o para inferir movimientos de los grupos humanos y rangos de
acción y contacto (Badal García 1992/93/94). También las técnicas de observación de los
carbones eran, en un principio, limitadas. Por ejemplo, para poder observar los
carbones al microscopio se montaban en resinas para poder hacer un corte delgado. Este era
un método lento, destructivo e irreversible (Badal García 1992/93/94). Recién en la década
de 1960 se conocería la utilización del microscopio por reflexión. Este descubrimiento
posibilitó la observación directa de las fracturas de los carbones vegetales sin ninguna
preparación química. El trabajo de Vernet en sitios del Sudeste de Francia (Vernet 1973)
proporcionó el método y las bases del análisis antracológico actual. Este autor aprovechó
los avances en microscopía y los complementó con el método de observación sobre
fracturas orientadas en el carbón según los planos anatómicos de la madera, propuesto
tiempo antes por Stieber (Piqué i Huerta 1999c).
Pero fue en la década de 1970 cuando se produjo la aplicación sistemática de
estudios antracológicos en sitios arqueológicos (Piqué i Huerta 1999c). La aplicación del
análisis de carbones arqueológicos también fue impulsada en aquellos años por la
implementación de técnicas de recuperación en el campo, como la flotación. Esta técnica de
recuperación ha significado un gran desarrollo para los estudios de restos vegetales
(Pearsall 1989). La antracología encontró en esta técnica automatizada de recuperación un
complemento justo para resolver algunos de sus problemas con el muestreo arqueológico en
el campo.
En líneas generales puede decirse que los estudios antracológicos actualmente se
dividen en dos tradiciones diferentes de investigación. Ambas tienen diferentes
perspectivas y se identifican en cierta medida con centros geográficos de producción
(Pearsall 1989; Piqué i Huerta 1999c). Por un lado, se encuentran los estudios
antracológicos hispano-franceses que poseen una tradición más taxonomista y botánica, y
por el otro, las investigaciones norteamericanas e inglesas con estudios de tipo socio-
cultural.
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Figura 1.2: Mujer aborigen andina cargando leña
(Serie Gente Americana 1999).
Los trabajos antracológicos hispano-franceses se desarrollaron dentro de los
lineamientos de la arqueobotánica y, en general, sostienen el valor de la antracología como
disciplina paleoambiental (Piqué i Huerta 1999c). En esas investigaciones, los carbones
recuperados en los sitios arqueológicos son un reflejo del paisaje arbóreo y arbustivo en el
pasado, ya que consideran que las prácticas de recolección vegetal fueron realizadas al azar
y de acuerdo con la oferta ambiental del entorno inmediato. Entre los numerosos autores
que mantienen esta línea de investigación pueden mencionarse algunos como: Badal García
(1992/93/94, 2000); Chabal (1988, 1990, 1992/93/94); Diot (1992/93/94); Leroi-Gourhan
(1992/93/94); Machado Yanes et al. (1997); Thompson (1994); Vernet (1973, 1990) y
Vernet, Triébault, Heinz (1987 en Piqué i Huerta 1999c).
El otro planteamiento frente al estudio antracológico es aquel más ligado a la
paleoetnobotánica, el cual se identifica con los estudios realizados en los centros de
investigación norteamericanos y británicos. También se pueden incluir los estudios
españoles de Piqué i Huerta (1995, 1999a, 1999b, 1999c) que han tenido marcada
19
influencia sobre la antracología desarrollada en Argentina. Estos estudios sustentan la idea
de que los carbones vegetales arqueológicos son restos de maderas aportadas
intencionalmente al yacimiento por medio de la selección cultural. Los restos de carbones
son para este enfoque una muestra de las decisiones de los grupos sociales pasados frente a
la oferta ambiental. Por lo general, dentro de esta teoría no se desestima el valor de los
restos de carbón vegetal como dato paleoambiental.
Cada vez más los autores/as tienden a optar por un planteo más conciliador y
proponen que los restos de carbones otorgan datos sobre la selección cultural de leñas y
que, a la vez, también aportan información -aunque sesgada- sobre la composición florística
paleoambiental. Entre estos trabajos antracológicos pueden contarse a los de Ancibor y
Pérez de Micou (1995); Asouti (2003); Marconetto (1996, 1999a, 1999b, 2000);
Marconetto y Juez (2001, 2002); Miller (1985); Pearsall 1988 (en Piqué i Huerta 1999c);
Pérez de Micou (2002a); Piqué i Huerta (1995, 1999a, 1999b, 1999c); Rodríguez Ariza
(1993); Shackleton y Prins (1992) y Smart y Hoffman (1988).
Como ya se explicó, el aporte fundamental de la antracología en la arqueología fue en
el campo de la microscopía. La antracología proporcionó una técnica específica para la
identificación de taxones en carbones vegetales arqueológicos. Más tarde, la incorporación
de metodologías analíticas y modelos tomados de la estadística, la matemática, la
informática, la etnografía, la ecología y la misma arqueología, le dieron a la antracología un
cuerpo más completo como una rama dentro de los estudios botánicos arqueológicos
(Ancibor y Pérez de Micou 1995; Arrigoni 2002; Asouti 2003; Badal García 2000; Castro
2002; Chabal 1988, 1990; Machado Yanes et al. 1997; Marconetto 2002a, 2002c;
Marconetto y Juez 2001, 2002; Miller 1985; Pérez de Micou 2002a; Piqué i Huerta 1995,
1999a, 1999b, 1999c; Rodríguez 2000; Rodríguez Ariza 1993; Rodríguez Ariza y Ruíz
Sánchez 1992; Roig Juñent y Bárcena 1998; Rossen y Olson 1985; Shackleton y Prins
1992; Smart y Hoffman 1988; Societé Botanique de France 1992/93/94; Solari 1993/94;
Thinon 1988; Thompson 1994; Vernet 1973, 1990).
Antracología en Argentina
En un principio, en Argentina, las investigaciones dedicadas al estudio de carbones
vegetales arqueológicos se realizaron en mayor medida en Patagonia y Tierra del Fuego.
En esta región la problemática de los fogones y fuegos arqueológicos ha sido una
20
preocupación constante dada la alta magnitud de desechos de combustiones encontrados en
los sitios arqueológicos. Las investigaciones sobre el tema tomaron un perfil más
etnoarqueológico y etnohistórico al tratar el estudio de los carbones arqueológicos con
información proveniente de las fuentes escritas y orales (Pérez de Micou 1991b)5.
La introducción de los estudios antracológicos en el Sur del país se debió al trabajo
en conjunto entre investigaciones arqueológicas argentinas e investigaciones españolas.
Estas últimas, como ya se mencionó antes, en Europa hay una larga tradición de estudio en
este tipo de temáticas, de modo que influenciaron la introducción de discusiones ya
instaladas en la bibliografía europea sobre antracología. Entre estas investigaciones
llevadas a cabo en el Sur se cuentan algunas publicaciones específicas sobre el estudio de
leñas y carbones arqueológicos, que pueden considerarse entre las primeras para este país
(Ancibor y Pérez de Micou 1995; Arrigoni 2002; Castro 2002; March 1992/93/94;
Marconetto 1996, 2002a; Pérez de Micou 2002a, 2002b; Piqué i Huerta 1995, 1999c)6.
La antracología desarrollada en Patagonia y Tierra del Fuego tiene diferentes
orientaciones, entre las cuales se cuentan los trabajos de corte netamente botánico-técnico
que realizan descripciones anatómicas de los restos vegetales (Ancibor y Pérez de Micou
1995; Arrigoni 2002; Castro 2002). Otros trabajos contemplan los estudios actualísticos
como alternativa viable para la generación de expectativas acerca del registro arqueológico
(March 1992/93/94; Marconetto 2002a; Pérez de Micou 2000a).
El trabajo de Pérez de Micou (1991b) puede ser identificado como un antecedente
de nuestra investigación, aunque este se focaliza en el estudio de la visibilidad arqueológica
de las actividades relacionadas al uso y gestión de fuegos y fogones arqueológicos. En
aquel trabajo, la autora se interesó por las acciones pasadas que median en la creación y
utilización del fuego, empleando para ello una perspectiva ecológica adaptativa.
Los trabajos de Piqué i Huerta (1995, 1999c) realizados en Tierra del Fuego se
destacan por la inserción de preguntas sobre los contextos en los que son generados los
restos arqueológicos vegetales. Ella interpretó los restos de combustiones como una parte
de los sistemas económico sociales desde una interpretación neomarxista7. Sostiene que los
restos arqueológicos deben ser interpretados como resultado de acciones humanas en el
21
pasado, dado que son pasibles de reproducir los condicionantes sociales, tecnológicos y
ambientales.
En otro sector del país, el Laboratorio de Dendrocronología del CRICYT en la
Provincia de Mendoza tiene una tradición de estudios botánicos aplicados a la arqueología.
Desde este centro de investigación cuyano también se realizaron análisis antracológicos, tal
es el trabajo de Roig Juñent y Bárcena (1998). Estos realizaron análisis de restos de carbón
de especies arbustivas locales que formaban parte de una techumbre quemada, hallada en
un tambo incaico en el sitio de Tambillos, en el Valle de Uspallata. Este trabajo contiene
descripciones anatómicas de algunos géneros y especies arbustivas que también se
encuentran en la Puna de Atacama y que, a tales efectos, sirven de comparación descriptiva
para nuestro trabajo.
Los estudios arqueológicos emprendidos en el sitio Cueva El Abra, en la Sierra de
Tandilia Oriental, también implementaron análisis antracológicos para investigar los restos
carbonizados provenientes de una temprana secuencia arqueológica, que abarca desde la
transición Pleistoceno-Holoceno hasta el Holoceno Tardío (9834 ± 65 A.P. y 958 ± 32 a.P.) (Brea,
Zucol y Mazzanti 2001).
En la región valliserrana, en la Provincia de Catamarca, se están llevando a cabo
hace algún tiempo estudios antracológicos sobre especies arbóreas (Marconetto 1999a,
2000, 2001, 2002b, 2002d, 2003). Los trabajos de Marconetto se han interesado por la
temática del uso de leñas en sitios arqueológicos del Período Medio. El consumo selectivo
de leñas como indicador de la complejidad social es el tema central de su investigación. El
aporte técnico-metodológico de estos análisis antracológicos en el Valle de Ambato pueden
contarse entre los antecedentes más importantes cercanos a nuestra región de estudio, junto
a los trabajos de investigación realizados por Rodríguez en los sitios arqueológicos de la
sección oriental del Departamento Antofagasta de la Sierra, Catamarca.
Rodríguez (1996/97, 1997, 1999a, 1999b, 2000, 2001) investiga la explotación de
especies leñosas en contextos arcaicos y agropastoriles tempranos en un paisaje de altura. Y
aunque su interés principal no es el análisis antracológico, ella emplea la identificación
microscópica sobre carbones y maderas arqueológicas, apoyando también sus
interpretaciones en datos provenientes de la etnobotánica local. Dentro de un marco
sistémico, los temas principales de las investigaciones de Rodríguez son la
22
explotación vegetal en paisajes puneños, estrategias de movilidad, uso del espacio e
intercambios intra e interregionales. En el mismo orden temático, López Campeny (2001)
trabajó con restos vegetales, entre ellos también restos de combustibles arbustivos, en el
sitio Punta de la Peña 9 asignado al Período Formativo o Agroalfarero de la región.
Los datos provistos por los análisis microscópicos sobre maderas y carbones de
especies arbustivas en las investigaciones de Rodríguez y López Campeny, en zonas
adyacentes a la cuenca de Antofalla, son importantes antecedentes locales para la
investigación planteada y, entre otras cosas, otorgan evidencias de comportamientos de
selección y manejo de especies combustibles en sociedades tempranas en un cuadro
paisajístico semejante.
Notas al Capítulo I
1. La hipótesis freudiana dice que: «la condición previa para la conquista del fuego habría sido la
renuncia al placer de extinguirlo con el chorro de orina, placer de intenso tono homosexual» (Freud
1932 [1997]: 3091). Para Freud la leyenda griega de Prometeo inspira y confirma este postulado.
Para el autor en todas las deformaciones de la leyenda se denota que la obtención del fuego tuvo
como condición previa la renuncia al deseo instintivo, entonces, la leyenda expresa el rencor de la
humanidad contra el héroe cultural. A su parecer, los hombres primitivos debieron ver en el fuego
algo similar a las pasiones amorosas, un símbolo de la libido.
2. Binford trataba de buscar en el presente herramientas que le ayudaran a esclarecer sus
investigaciones de los conjuntos arqueológico en los sitios de cazadores recolectores. Desde una
aproximación etnográfica observó la clase de sitios que generan actualmente las actividades de
caza, y otras prácticas diarias de los grupos esquimales en Alaska. Esta metodología
etnoarqueológica o de “rango medio” (Binford 1991 [1988]) fue aplicada dentro una teoría
abarcativa que considera a los datos arqueológicos como un registro estático que se sitúa en el
presente. Según Binford, los arqueólogos no se interesan por el presente estático del registro
arqueológico, sino por la dinámica de los sistemas sociales pasados que lo generaron.
23
3. Binford dedicó un trabajo a los “pozos ahumadores”, o asadores (Binford 1967), y en él puso en
la mesa de discusión el problema de las “analogías”, que según él era fundamental para lograr la
reivindicación científica de la arqueología (Johnson 2000). Para Binford: “...los arqueólogos han
empleado la analogía con datos etnográficos más como un medio para interpretar fenómenos
observables arqueológicamente, que como medio para provocar nuevos tipos de investigación
dentro del orden observable en los datos arqueológicos” (Binford 1967).
4. Nótese que se utiliza el término más genérico de “estudios botánicos en arqueológica” para hacer
alusión a todas las líneas de investigación relacionadas al estudio de las plantas o vegetales en el
pasado. Estos estudios suelen denominarse también génericamente como paleobotánicos.
5. Este tipo de información abunda en los datos de cronistas y viajeros de la época de la conquista
de Patagonia. Basta recordar la anécdota española de la visión que encontraron al llegar a las costas
del Estrecho de Magallanes. Allí los barcos españoles se encontraron con un paisaje muy llamativo,
una cantidad de humo emanando de un sinfín de fogatas encendidas a lo largo de las costas, e
incluso, dentro de las canoas flotando en el agua. Esta anecdótica fotografía dió origen al nombre de
Tierra del Fuego.
6. Si bien sólo Piqué i Huerta es española, los demás investigadores tuvieron gran influencia
metodológica de la tradición europea en sus trabajos.
7. Se denomina neomarxista porque no sólo incluye una perspectiva teórica que retoma conceptos
del marxismo clásico, sino que también introduce relecturas de autores latinoamericanos como
Gándara, Lumbreras y Vargas. Estos autores forman parte de un movimiento conocido en
Latinoamérica como Arqueología Social Latinoamericana.
24
CAPÍTULO II
PLANTEOS TEÓRICOS Y METODOLÓGICOS
DE LA ARQUEOLOGÍA DEL FUEGO
Los tlingit de Alaska (...) Dicen que en aquel tiempo no existía fuego en la tierra,
sino sólo en una isla en medio del mar. Cuervo voló hasta ella, y tomando un tizón
encendido con su pico, volvió con raudo vuelo. Pero era tan grande la distancia
que cuando llegó a tierra el tizón casi se había consumido, y el pico de Cuervo se
hallaba medio quemado. Tan pronto como alcanzó la orilla, dejó caerlas aún
ardiendo ascuas a tierra, y sus dispersas chispas cayeron sobre las piedras y los
árboles. Y ésa, dicen los thinglit, es la razón de que tanto las piedras como la
madera contengan fuego; ya que pueden sacarse chispas de las piedras
golpeándolas con un hierro, y puede producirse fuego con la madera frotando
entre sí dos palos. (Mito thinglit. James G. Frazer, Mitos sobre el origen del fuego)
Propuesta de investigación
Las prácticas sociales
Se plantea una investigación que consiste en el estudio de las prácticas domésticas
relacionadas al uso y gestión del fuego. Los supuestos teóricos en los que se basa esta
arqueología del fuego, están íntimamente relacionados con la teoría de la práctica y la
teoría de la estructuración (Bourdieu 1977 [1972]; Giddens 1984, 1987), así como en
algunos supuestos derivados de la fenomenología reflexiva (Ricoeur 2001 [1986]). Estos
conceptos teóricos tienen importantes implicancias sociales puesto que suponen que existe
una dialéctica entre las acciones sociales (agencia) y la sociedad.
25
Las prácticas sociales son estructuradas y estructurantes. Por ello son eficaces para
ejemplificar la forma en que la sociedad es construida en una dinámica cambiante y
contextualmente significativa. Es decir que, esta teoría pone el acento en la importancia del
contexto en el que fueron producidas las acciones concretas del pasado y que originaron los
restos materiales.
Las prácticas domésticas hacen alusión a prácticas sociales recurrentes y rutinarias
que en su reproducción construyen al individuo como actor social y a la estructura, o
sociedad, como organizadora de la vida colectiva (Giddens 1984). Esta ontología de lo
social enmarca dentro de sí al individuo y a la sociedad, y sirve para llegar a comprender la
manera en que se construyeron las relaciones al interior de los grupos sociales.
Las prácticas son el nexo entre el individuo y la sociedad, entre la agencia y la
estructura. El concepto de agencia se refiere a un individuo que posee una capacidad para
resignificar las reglas aprendidas de su entorno social, y que es cognoscente. Es decir,
comprende a un individuo o agente social que tiene motivos y razones que guían su acción.
Los agentes sociales son sujetos socialmente diestros, “domesticados socialmente”
por un mundo eminentemente intersubjetivo de saber colectivo (Giddens 1984). Pero algo
muy importante, en este sentido, es que el saber implicado en el conocimiento del individuo
no es siempre discursivo, no se expresa conscientemente. La mayoría de las veces, esta
cognoscibilidad opera en un nivel de conocimiento práctico que se pone de manifiesto en
una actuación adecuada socialmente.
La noción de habitus utilizada por Bourdieu ejemplifica muy claramente cómo es la
relación entre estructura y práctica. Para este autor, el habitus, o hábito, incluye principios
generadores de estrategias que permiten a las personas actuar e interactuar en el mundo
social utilizando para ello el conocimiento práctico (Bourdieu 1977 [1972]). El habitus es
asemejable a lo que Giddens denomina “conciencia práctica”. Porque de la misma manera
que el habitus, la conciencia práctica es inconsciente y en ella están depositados todos los
esquemas de clasificación traducidos en categorías. Pero hay que destacar, que el habitus
no actúa como reglas rígidas a menos que los actores realicen objetivaciones de él1.
Las prácticas son guiadas por el habitus, generando modelos regulares de
comportamiento. El habitus es transmitido en el tiempo a través de la misma práctica que es
capaz de transformarlo (Bourdieu 1977 [1972]). En resumidas cuentas, las prácticas
26
sociales son acciones significativas que se sedimentan y superponen en el tiempo
estructurando a la sociedad.
La acción reflexiva y una arqueología reflexiva
El conocimiento de los agentes sociales es reflexivo, las acciones sociales tienen un
fundamento basado en el conocimiento del contexto en que son llevadas a cabo, y tienen un
fin específico. Las acciones están orientadas por los saberes públicos que forman parte del
bagaje del mundo social. Esto se denomina “control reflexivo de la acción” (Giddens 1987,
1999). En las culturas tradicionales, por ejemplo, prevalecen las prácticas fundadas en la
valoración de símbolos que contienen y perpetúan la experiencia de generaciones y utilizan
a la tradición como contexto de justificación (Giddens 1999). La tradición integra el control
reflexivo de la acción, organizando el tiempo y el espacio de la comunidad; en ellas las
actividades y experiencias se inscriben en una continuidad temporal que une presente,
pasado y futuro, que son, a su vez, reestructurados por las prácticas sociales recurrentes
(Giddens 1999). Según esto, la tradición no es totalmente estática porque es reinventada por
las nuevas generaciones al hacerse cargo de su herencia cultural.
En cambio, en las sociedades modernas la reflexión se aleja del pasado y toma un
carácter diferente introduciéndose en la misma base del sistema de reproducción,
fusionando pensamiento y acción. A diferencia de las sociedades tradicionales, en las
sociedades modernas la tradición sólo se justifica a la luz de los nuevos conocimientos o
información sobre las mismas prácticas. De esa forma las sociedades alteran su constitución
a través de nuevas prácticas (Giddens 1999). En estas sociedades, la reflexión tiene un
carácter diferente, los fundamentos de justificación son buscados en el plano del
conocimiento actualizado y certificado por las pretensiones de razón, que parecen ofrecer
una mayor certidumbre (Giddens 1999).
En términos del carácter reflexivo de la modernidad, las sociedades premodernas, y
las sociedades tradicionales en general, son juzgadas como menos reflexivas que las
sociedades modernas y, por ello, son comparables a un estado inmaduro; aunque las
sociedades modernas sean incapaces de producir un conocimiento certero del mundo
gracias a su propia naturaleza reflexiva (Giddens 1999).
27
En el campo de las ciencias, en donde participa la arqueología como ciencia social,
se pone de manifiesto explícitamente una apropiación reflexiva del conocimiento. Las
ciencias sociales son una versión formalizada de reflexión y se caracterizan por la
“subversión” o reingreso del discurso científico en la sociedad (Giddens 1999). Por esto, la
realización de una arqueología reflexiva, en tanto ciencia social, es de doble estructura. Esta
doble estructura funciona dialécticamente y puede explicarse de la siguiente forma. La
arqueología estudia a las personas en el pasado y considera un sujeto que comprende el
mundo en la medida que se comprende a sí mismo (Ricoeur 1999 [1970]). Y al mismo
tiempo la arqueología es una ciencia que puede pensar a los sujetos del pasado, en tanto y
en cuanto es capaz de pensarse a sí misma, es decir, en tanto es capaz de generar un
conocimiento reflexivo de sí misma.
La temporalidad discursiva de la narrativa arqueológica contiene tanto al pasado
como al presente en una relación dialéctica de múltiples contenidos. Este discurso implica
al pasado, porque narra eventos y personas del pasado, pero se sitúa en el presente porque
es narrado por el/la arqueólogo/a y leído por el lector en el presente. La narrativa
arqueológica supera las barreras de esta dialéctica y se proyecta en el futuro por las
cualidades perdurables del texto escrito. También las implicancias sociales, ideológicas y
políticas sitúan al texto arqueológico en un tiempo perdurable, aunque finito. El texto tiene
la capacidad de resignificarse, por medio de la práctica del mismo lector, que lo reinscribe
en un nuevo tiempo y le otorga nuevos significados originando una nueva narración.
La narrativa, como práctica discursiva, es una herramienta eficaz en la arqueología
para expresar esta dialéctica interpretativa. La narrativa es una estructura verbal con
contenido ideológico que pone en acto la función poética y que provee a los interlocutores
de pistas metadiscursivas acerca de los contextos, para interpretar y evaluar las narrativas,
orientando sobre la posición del autor con respecto al evento narrado (Pizarro 2000). A
través de las narrativas, el/la arqueólogo/a construye los eventos del pasado en el proceso
interdependiente de narración e interpretación. Los eventos son abstracciones de la
narrativa, puesto que son construidos en ella y, así, el discurso narrativo transforma a los
eventos del pasado en construcciones estructurales diferentes, puesto que son producidas
intencionalmente por los sujetos (Pizarro 2000), en este caso por los/las arqueólogos/as. Por
lo dicho, se afirma que la arqueología participa de la construcción de la sociedad al generar
28
narraciones del mundo que se instalan en las prácticas sociales. Por ello, tiene la obligación
de proveer de conocimiento reflexivo acerca del pasado, que sea aplicable y beneficioso
para el presente.
El fuego
La arqueología del fuego supone también un estudio de los símbolos, de los dobles sentidos
involucrados en las prácticas de uso y gestión del fuego. Perlès dice que:
“... el estudio del fuego se justifica independientemente del estudio del
fogón, aún si la comprensión de uno pasa por el análisis del otro; el
fuego es una fuerza en manos del hombre cuyo examen desemboca en
aperturas diferentes de las del fogón” (Perlès 1987 [1977]: 4).
El fuego expresa una transformación que no tiene sólo cualidades físicas, sino que
tiene también cualidades simbólicas, así lo ha demostrado la mitología de los grupos
aborígenes sudamericanos (Lévi-Strauss 1996 [1964]; Taipe Campos 2001) y de otras
partes del mundo (Frazer 1986). Una especie de fenomenología de lo doméstico en el
pasado podría contener en su seno la simbología asociada al fuego derivada de las prácticas
llevadas a cabo por los grupos sociales. El fuego, al ser un recurso básico para la
reproducción física de los grupos humanos pasados, pudo ser incorporado a una esfera de
significados a través de las prácticas asociadas a sus usos diarios. Y de esta forma se
relacionó quizás estrechamente con los principios estructurantes de las relaciones internas
al grupo social. Para el caso de las sociedades campesinas, es posible que el fuego tuviera
significaciones específicas representadas en las formas de organizarse respecto al uso de
este elemento.
El símbolo es una expresión lingüística de doble sentido que requiere una
interpretación, y la interpretación requiere un trabajo de comprensión para descifrar los
símbolos (Ricoeur 1999 [1970], 2001 [1986]). La interpretación de los símbolos, es
interpretar el doble sentido, y la interpretación es la ordenación de los sentidos. La función
simbólica radica en que un grupo de expresiones designan un sentido indirecto, en y a
través, de un sentido directo, requiriendo para ello un desciframiento, una interpretación
(Ricoeur 2001 [1986]). El símbolo presupone signos que ya tienen un sentido primario
29
literal y manifiesto, y que a través de este sentido remiten a otro sentido secundario. Por
ello, Ricoeur restringe la noción de símbolo a las expresiones de doble o múltiple sentido
(entre el sentido manifiesto y el sentido latente), cuya textura semántica es correlativa del
trabajo de interpretación que hace explícito su sentido o sus múltiples sentidos2.
Pero el fuego, al igual que las personas, ya no está y su historia sólo puede ser
contada por las huellas que de él quedaron en las casas hace ya mucho tiempo abandonadas.
Los restos arqueológicos producidos por estas acciones podrán, o no, demostrar su cualidad
de reflejar los significados sociales así expresados.
Por medio del estudio de los combustibles vegetales usados para la obtención de
fuego puede, quizás, obtenerse una visión aproximada de las prácticas domésticas internas
y externas a la casa. Por ejemplo, es posible vincular a la casa con el paisaje en el cual se
halla inmersa, a través de la relación establecida en la apropiación de los elementos de la
naturaleza por parte de las unidades domésticas, ya sea por medio de la recolección (fuera
de la casa), ya sea por medio del fuego (dentro de la casa). Así mismo, las prácticas
domésticas alrededor del fuego pudieron introducir y resignificar a través del tiempo y el
espacio las relaciones sociales y las relaciones del grupo con el entorno habitado, a medida
que los contextos históricos fueron cambiando.
Prácticas domésticas asociadas al fuego
Para poder expresar más claramente este cuerpo teórico metodológico empleado en este
trabajo, se propone pensar en el hecho de que la gestión del fuego comprende los procesos
de trabajo involucrados en la producción y reproducción del grupo social. Según nuestra
propuesta, estos procesos de trabajo involucran prácticas domésticas realizadas dentro y
fuera de la casa, que pueden ser teóricamente explicitadas como: prácticas pre-combustión,
prácticas de combustión propiamente y prácticas post-combustión. La división teórica de
las prácticas domésticas relacionadas al fuego tiene la finalidad de acentuar la temporalidad
de los eventos involucrados a nivel arqueológico, al mismo tiempo que resulta una manera
eficaz de mostrar al lector la forma en que la acción de los sujetos del pasado puede ser
objetivada y estudiada por medio del análisis de la cultura material arqueológica.
30
Prácticas pre-combustión. Son aquellas prácticas domésticas relacionadas al
aprovisionamiento de combustibles para la obtención posterior de fuego. Genéricamente
son denominadas como “prácticas de recolección y selección de combustibles”, las cuales
se realizan fuera de la casa y son el nexo entre ésta y el paisaje circundante. Abarcan la
realización de aquellas tareas implicadas en la logística de recolección, la distribución de la
leña, la selección de combustibles vegetales para la combustión, la adecuación al interior de
la casa e incluso las posibles tareas de almacenamiento de leña. Las prácticas pre-
combustión aluden a las condiciones de existencia del grupo social que las llevó a cabo,
puesto que responden a variables relacionadas a la demandas de subsistencia del grupo, a
sus capacidades tecnológicas para la ejecución de la tarea, al conocimiento técnico que el
grupo social tiene sobre las condiciones naturales objetivas del medio en que habita y, a los
condicionantes y normativas sociales impuestas por las tradiciones socioculturales del
grupo. Las demandas sociales también responden a variables proporcionadas por el paisaje
vegetal disponible (Marconetto 2001; Piqué i Huerta 1999c; Rodríguez 1996-97, 2000;
Rodríguez y Ruiz 1992; Shackleton y Prins 1992).
Prácticas de combustión. Son aquellas que se limitan a la ejecución de tareas
relacionadas con el proceso mismo de obtención del fuego. Involucran la transformación de
las leñas en energía utilizable. Estas acciones incluyen el encendido y apagado del fuego, la
inclusión de combustibles u otros elementos, etc., y también todos aquellos
aprovechamientos que se hagan de la energía generada por el fuego: iluminación,
calefacción, cocción de alimentos, manufactura de artefactos, sahumado, etc. (Piqué i
Huerta 1999c).
Prácticas post-combustión. Son las asociadas con las tareas de manejo de los residuos
o desechos de combustión. Son prácticas implicadas en la gestión del fuego como la
preparación de las áreas donde se realizará la combustión, su limpieza y mantenimiento.
Inclusive, estas acciones pueden estar asociadas a la limpieza y mantenimiento general
dentro de la casa. Su diferenciación tiene gran relevancia para la interpretación de los
depósitos de carbones y cenizas, ya que son las responsables de la remoción de estos restos
y por ello multiplican las dificultades para discernir eventos pasados e interpretar las
prácticas de combustión involucradas. Las prácticas post-combustión de limpieza y
mantenimiento también están sujetas a una serie de variables dependientes del tipo de
espacio utilizado como vivienda, del número de personas y actividades llevadas a cabo, de
31
la naturaleza de las necesidades del grupo social e, incluso, de las percepciones que este
tiene de sí mismo y del espacio en que habita.
Desde este marco de interpretación a continuación se discuten los supuestos teóricos
y metodológicos empleados en la investigación. Se exponen los antecedentes de
información disponibles en la región de estudio, al mismo tiempo que se explican
detalladamente los conceptos técnicos detrás de los supuestos teóricos manifestados en la
categorización de las prácticas domésticas vinculadas al fuego, y sobre el manejo del
registro antracológico.
Los bosques arbustiformes puneños
Productibilidad vegetal
Los paisajes vegetales de la Provincia Puneña debido a sus condiciones climáticas, edáficas
y geográficas, son ecosistemas frágiles en donde las extremas condiciones ambientales no
favorecen una producción significativa (Picchetti Ocedo 1991). Existen escasos trabajos
dedicados a evaluar la productividad en estas mesetas de altura, entre ellos pueden
mencionarse los trabajos de Braun Wilke (1988). Este autor calculó para la especie
arbustiva Parastrephia lepidophylla una producción de 2157 kg/ha anual en el
Departamento de Santa Catalina en la Provincia de Jujuy, y de 1170 kg/ha anual en el
Departamento de Rinconada en la misma provincia. Su estimación del tiempo de
renovación del tolar es aproximadamente 5 años y medio.
Crecimiento y problemas de regeneración de las especies arbustivas
El conocimiento de las propiedades de los taxones combustibles explotables y de los ritmos
de producción de madera muerta marcada por los ciclos naturales de muerte y regeneración
de los bosques repercuten en el diseño de las estrategias de recolección de combustibles
vegetales (Piqué i Huerta 1999c). El ciclo de vida de las plantas arbustivas de la región
puneña es muy largo y, a pesar de no haber estudios concretos sobre ello, autores como
Picchetti Ocedo informan que el tiempo aproximado que tardan estas especies en alcanzar
su crecimiento máximo en la Puna de Jujuy se estima entre 50 a 60 años para el género
32
Parastrephia, más de 60 años para Fabiana densa y Acantholippia hastulata, y 100 años
para Azorella compacta.
El crecimiento máximo de una planta arbustiva leñosa está dado por el aumento de su
tamaño, según los límites genéticos del género o especie, y por el aumento de su peso seco
o tejido muerto, es decir, la lignificación de los tallos. La extrema sequedad del ambiente
también influye sobremanera en el crecimiento de la vegetación arbustiva en la puna. Estas
especies arbustivas han incorporado un lento crecimiento, adaptando su aspecto a las
condiciones ambientales y del terreno. Tienen un crecimiento achaparrado de sus partes
aéreas, para reducir las superficies de exposición, y han desarrollado, en general, un sistema
radical más voluminoso para ampliar sus posibilidades de contacto con la humedad de los
suelos.
Son sentidos también los efectos de la sobrexplotación de los renovales de las
especies arbustivas como forraje para animales, especialmente en el caso de los géneros
Acantholippia, Adesmia y Atriplex. Estas plantas ven disminuidas sus tasas de crecimiento
y alteradas su distribución dentro las unidades de vegetación. Las ovejas, a diferencia de los
camélidos (llamas y vicuñas), cortan de raíz los renovales de estas plantas produciendo un
deterioro aún más peligroso de la cubierta vegetal leñosa (Haber 1999a).
En el mismo orden de impactos la explotación humana de estas especies también es
irreversible. En la zona los lugareños acostumbran cortar desde raíz los especímenes
combustibles, lo cual desalienta aún más la posibilidad de regeneración de los ralos bosques
arbustivos. Algunos arbustos leñosos como Ephedra breana, Adesmia subterranea y
Adesmia horridiuscula poseen raíces muy gruesas que son las mejores partes combustibles,
y que duplican el tamaño y volumen de la parte área de la planta. Los pobladores,
utilizando picotas, excavan en el terreno para extraer el mayor volumen de leña posible.
La deforestación
La escasa productividad del paisaje arbustivo puneño es debida al prolongado tiempo de
crecimiento de las especies vegetales, a lo que deben sumarse las presiones que ejercen las
prácticas de explotación humana del ambiente y el sobrepastoreo animal.
Actualmente se ha documentado un proceso de deforestación alarmante en la Puna
Argentina (Picchetti Ocedo 1991), y también del lado chileno (Núñez Srytr 1998;
Villagrán, Castro y Sánchez 1998; Villagrán et al. 1998; Villaseca 1998). La deforestación
33
no sólo implica la inminente pérdida de algunos géneros endémicos de la región como
Parastrephia (Cabrera y Willink 1973, en Picchetti Ocedo 1991). La deforestación también
incluye el progresivo aumento de los fenómenos de aridización y desertización de la región.
Estos procesos provocan, por la falta de cobertura de los suelos, la erosión de los mismos
por la acción más intensa de los vientos y lluvias con una concomitante pérdida de espacios
aptos para la renovación agrícola y pastoril (Picchetti Ocedo 1991).
Como puede apreciarse, la problemática en torno a los cambios progresivos del
paisaje arbustivo en la región que ocupa a este trabajo es bastante preocupante y provee de
herramientas para comprender los procesos ocurridos en el pasado.
Cambios climáticos y sus influencias
Los cambios de los paisajes vegetales están en gran medida determinados por las
condiciones climáticas atmosféricas que, como se vio antes, con los efectos de la
deforestación, pueden ser, en alguna medida, inducidos por agentes no naturales.
Los datos paleoambientales registrados en el noroeste argentino a partir de análisis
de polen y carbón, recuperados en el perfil de una turba del sitio El Aguilar en la Puna de
Jujuy (Markgraf 1985), permitieron establecer una secuencia climática para el pasado de la
región. Un clima más frío y seco que el actual habría sucedido para momentos anteriores al
12.000 a.P. También en el Holoceno se establecieron tres intervalos paleoambientales
diferentes en el área andina meridional. La primer fase entre 10.000 y 7.500 a.P. fue
caracterizada por condiciones climáticas frías y húmedas con un régimen de lluvias
estivales. La segunda fase holocénica, entre 7.500 y 4.000 a.P., habría tenido condiciones
más cálidas y áridas con un decrecimiento del régimen de lluvias y un aumento de la
temperatura. Durante esta segunda fase se recuperó abundante carbón en los sedimentos, lo
que sugiere que debieron existir episodios frecuentes de incendios naturales. Y por último,
es en la tercera fase holocénica, fechada entre el 4.000 a.P. y 500 a.P, en la cual se
establecen condiciones ambientales similares a las actuales.
Otros estudios paleoclimáticos han sido desarrollados en el área andina meridional.
Algunos de estos trabajos son los estudios interdisciplinarios llevados a cabo en la Puna de
Atacama. En líneas generales, estos estudios paleoclimáticos de la región atacameña
realizados sobre análisis de polen y macrofósiles coinciden con las caracterizaciones
34
climáticas establecidas por El Aguilar en la Puna de Jujuy, aunque han propuesto una fecha
aproximada de 3000 a.P. para el establecimiento del régimen climático actual (Grosjean et
al. 1995; Núñez y Grosjean 1994; Nuñez et al. 1997; Santoro et al. 1991). También los
registros paleoambientales bolivianos y peruanos mostraron similares tendencias climáticas
(Binford et al. 1997).
Un trabajo paleoambiental realizado por Baied (1999) en el Área Andina Meridional
se basa en la evaluación de las fluctuaciones de los comportamientos de comunidades
vegetales del género Polylepis. Baied estudió los diagramas de polen en distintos lugares a
lo largo del área andina en Bolivia, Chile, Perú y Argentina, y concluye en el
establecimiento de fases climáticas semejantes a las determinadas por Markgraf (1985,
1987).
Actualmente, es aceptado por la mayor parte de los estudios, el establecimiento de
condiciones semejantes a las actuales a partir del 2000 a.P. Sin embargo, se cree que
durante esta última fase no sucedieron cambios climáticos bruscos que afectaran la
fisonomía natural del área surandina. Pero no se descarta la probable incidencia
paleoclimática de variaciones leves producidas por fenómenos naturales tales como el
ENSO (Oscilación Meridional El Niño), provocado por la circulación atmosférica y
marítima, y otros fenómenos naturales similares (Grosjean et al. 1995).
Los trabajos de Kolata (1993) sobre el análisis de sedimentos lacustres del lago
Titicaca y los estudios sobre núcleos de hielo de glaciares altoandinos (Thompson, Davis y
Moseley-Thompson 1994) mostraron la existencia de fluctuaciones de períodos de mayor
humedad o aridez a lo largo de los últimos 1500 años. El propio estudio de Markgraf
(1985) destaca que desde los últimos 2000 años en el sur de la región andina habría que
considerar la posible incidencia del factor antrópico, teniendo en cuenta el grado de
afectación de conductas como el pastoreo, la explotación de leña y la preparación de tierras
para cultivos sobre las comunidades vegetales.
Algunos estudios en la Puna Meridional Argentina se han focalizado en el tratamiento
de las variaciones climáticas leves relacionándolas a factores conocidos de la climatología
de la región. Por ejemplo, un trabajo de Muscio (1998/99) investiga la relación existente
entre estas variaciones climáticas regionales con los tipos de organización estratégica de los
grupos humanos del pasado en hábitats puneños.
Otros estudios más recientes, llevaron a cabo análisis polínicos, de diatomeas y de
sedimentos lacustres en El Peinado, al sur del Salar de Antofalla, y sobre glaciares en
35
Quelcaya (Valero Garcés et al. 2000). Estos estudios se realizaron en el marco del proyecto
arqueológico dirigido por Norma Ratto, e informan que aunque existieron algunas
fluctuaciones cortas, el clima osciló alrededor de las condiciones actuales durante los
últimos dos milenios (Ratto 2003; Valero Garcés et al. 2000). Los resultados obtenidos en
esta región son compatibles con los datos obtenidos en la vertiente occidental de los Andes,
en Chile. A lo largo del Holoceno Tardío, la cuenca de Chaschuil habría contado con una
fase húmeda entre el 3000 y 1800 a.P. Este dato coincide también con los registros
lacustres de latitudes similares de la vertiente occidental andina; y ello permite suponer que
un período árido comenzó hace 1700 años atrás y que fue precedido por un período de
mayor humedad (Ratto 2003). En tanto los períodos secos habrían fluctuado a lo largo del
Holoceno Tardío alcanzando la máxima expresión húmeda entre los siglos diecisiete y
diecinueve (Ratto 2003).
La incidencia de las fluctuaciones climáticas mencionadas sobre las comunidades
vegetales debe ser considerada sobre la base de la intensidad de estos fenómenos (Kolata
1993; Thompson 1994). Los estudios botánicos de la región atacameña chilena han
descubierto que las comunidades de plantas actuales de la región son muy sensibles a las
influencias externas y tienden a demostrar que las oscilaciones climáticas en estos
ambientes de altura fueron mucho más variables de lo que se supone, con fluctuaciones de
temperatura y humedad desconocidas para el presente (Santoro et al. 1991).
La composición, distribución y la evolución de la flora andina del Norte Grande de
Chile estuvieron influenciadas por los eventos geológicos sucedidos por el levantamiento
de la Cordillera Andina desde el Terciario Inferior, cuando comenzó a establecerse el clima
árido-seco, y también por los acontecimientos glaciales ocurridos por sobre los 4500 m
s.n.m. (Santoro et al. 1991). Es de esperar que lo mismo sucediera con el paisaje vegetal de
la Puna Argentina. Según los estudios botánicos de la zona chilena, a fines del Terciario -
durante el Pleistoceno- se habría desarrollado en las mesetas altiplánicas un paisaje vegetal
que es el antecesor del matorral del desierto actual, mientras que en los pisos más altos
entre los 3000 a 4000 m s.n.m. se expandían los antecesores del tolar. En cambio, la flora
del piso altoandino, por encima de los 4000 m s.n.m., se desarrolló más tarde durante el
Cuaternario.
No se cuenta con estudios específicos sobre los efectos climáticos en especies
vegetales3, pero es posible aventurarse a decir que, según los datos procedentes de la
misma región atacameña, es muy probable que las variaciones climáticas regionales de
corta duración hayan tenido efecto sobre las asociaciones arbustivas de la Puna de
36
Atacama. Quizás estas oscilaciones influyeron sobre las extensiones, densidades y
distribuciones de las comunidades florísticas arbustivas dentro de los propios pisos
altitudinales, pero no influyeron drásticamente sobre su composición. Las transformaciones
importantes de las comunidades arbustivas locales debieron suceder a lo largo de la historia
de las presiones antrópicas ocurridas en este paisaje puneño luego del 1er. siglo de la era.
Reconstrucciones ambientales a través del estudio antracológico en Argentina
Anteriormente, ya se ha mencionado que existen dos corrientes dentro de la antracología:
una que considera al carbón como un indicador paleoambiental y, otra que lo considera un
indicador paleocultural reflejo del uso y gestión de los recursos forestales. Las
interpretaciones antracológicas paleoambientalistas suponen que el carbón recuperado en
los sitios arqueológicos refleja fielmente la flora antigua del área ocupada por los grupos
sociales estudiados. Los adeptos a esta corriente teórica prefieren hablar de “recolección” y
no de “selección” de las maderas empleadas, puesto que consideran que la recolección está
determinada por la oferta ambiental (Chabal 1988; Vernet 1973).
En esta línea mencionada se encuentran las investigaciones de Rodríguez (1999a,
1999b, 2000, 2001, ms.) en el sitio Quebrada Seca 3 (Q.S.3) a 4100 m s.n.m. El análisis
arqueobotánico de QS3 se utilizó para corroborar parcialmente los cambios climáticos
propuestos por los autores para el área andina meridional (Markgraf 1985, 1987). Las
frecuencias de especies combustibles vegetales dentro del sitio, según Rodríguez, están de
acuerdo con la sucesión paleoclimática. Ella interpretó la mayor representación en los
niveles crono-estratigráficos más tempranos de especies combustibles desarrolladas en los
pisos altitudinales más bajos como evidencia de un clima frío. Al mismo tiempo que
sostiene que la mayor frecuencia de especies de tierras más altas son coincidentes con un
clima seco posterior al 4000 a.P., evidenciado en los niveles crono-estratigráficos más
tardíos de la secuencia excavada. Así estableció un uso diacrónico de las diferentes
asociaciones florísticas del lugar por parte de las ocupaciones humanas de QS3 para la
obtención de combustibles.
La otra línea de interpretación entiende al registro antracológico como resultado de la
selección de especies por parte de los grupos humanos. Para esta línea las asociaciones
florísticas son identificadas como el producto del comportamiento humano (Marconetto
2001). Si bien, se asume que la oferta ambiental de madera condiciona en cierto modo el
37
aprovisionamiento, se considera al carbón como un elemento más del registro arqueológico,
sujeto como cualquier otro vestigio a los cambios organizativos de una sociedad que
permiten franquear los condicionamientos ambientales (Marconetto 2000, 2001).
Algunos trabajos antracológicos han llegado a establecer una distinción entre
carbones dispersos y carbones concentrados o asociados a estructuras (Badal 1990). Según
estos, los primeros proporcionan información paleoecológica y los segundos
paleoetnológica (Rodríguez Ariza 1993). Esta distinción teórico-metodológica no ha
aportado nada al desarrollo de los estudios antracológicos, al caer en una clasificación
tendenciosa de los restos de carbones arqueológicos por su nivel de relación con prácticas
humanas pasadas. Últimamente, los trabajos antracológicos suelen preferir una posición
conciliadora entre ambas posturas y, proceden a la realización de estudios que contemplen
la reconstrucción de paleoambientes dentro de las restricciones impuestas por la selección
de leñas.
Combustibles vegetales
Propiedades
Las propiedades de las maderas utilizadas como leñas están determinadas por la calidad de
estas para producir ciertos tipos de energía (lumínica y calórica) (Piqué i Huerta 1999c). Se
necesitan de ciertas especies combustibles según lo requieran las tareas domésticas. Por
ejemplo, las maderas más densas y pesadas son mejores combustibles porque tienen una
mayor resistencia a la combustión y producen un fuego lento a temperatura constante; en
tanto que otras maderas más finas y ligeras se consumen rápidamente produciendo un fuego
efímero de temperaturas poco constantes. Un estudio experimental realizado por March
(1992/93/94) demuestra que las cantidades de madera necesarias para lograr una
combustión a temperaturas constantes varían según la especie vegetal utilizada. Igualmente,
este estudio sostiene que el rendimiento de los combustibles se relaciona directamente con
el tipo de estructura en la que se realiza la combustión.
Selección
38
El criterio de selección de combustibles vegetales puede estar dado por sus propiedades
calóricas y lumínicas. El estudio de Picchetti Ocedo (1991) en la Puna de Jujuy señala que
en la localidad de Huancar y Barrancas las preferencias de combustibles están de acuerdo
con las propiedades calóricas de cada especie. Los combustibles que mantienen más tiempo
sus brasas encendidas siguen este orden creciente: “lejía” (Baccharis incarum), “suriyanta”
(Nardophyllum armatum), “clavo” (Lycium chañar) y “pinco” (Ephedra americana), “tola
río” (Parastrephia phylicaeformis), “tola vaca” (Paratrephia lepidophylla), “añagua”
(Adesmia horridiuscula), “rica-rica” (Acantholippia hastulata) y “checal” ó “chyan”
(Fabiana densa). Dicho orden de combustibles está en función de las propiedades calóricas
reconocidas de cada especie, lo que no significa que estas sean las más utilizadas (Picchetti
Ocedo 1991).
En el estudio de Picchetti Ocedo no se especifican las propiedades de cada leña como
combustible, sólo se hace referencia a la utilización de estas especies en actividades de
índole doméstica. Dentro de estas actividades se le da mención especial a la quema de
combustibles en hornos de barro, en donde específicamente en Huancar se utilizan. En
orden creciente estas leñas son: “checal” (Fabiana densa), “espina amarilla” (Chuquiraga
acanthophylla), y en menor cantidad “tolilla” (Fabiana desnudata), “perlilla”
(Mangyrcarpus pinnatus) y “moco-moco” o “tola burro” (Senecio viridis). En Barrancas,
en los hornos se prefieren Fabiana densa y “chijua” (Baccharis boliviensis).
Picchetti Ocedo también realizó un registro de los combustibles que, según los
lugareños, producen más y menos humo. El listado proporcionado por los pobladores de
Huancar también posee un orden, desde los combustibles que producen menos humo a los
que producen más humo: Adesmia horridiuscula, Baccharis incarum, Ephedra americana,
Nardophyllum armatum, Fabiana densa, Parastrephia phylicaeformis, Parastrephia
lepidophylla, Acantholippia hastulata. Es interesante apuntar que los lugareños señalan que
Fabiana densa es la leña, dentro de los combustibles con leño más duro, que menos ensucia
las ollas; es decir que es el combustible que produce menos hollín. En la localidad de
Barrancas, este listado varía un poco, las leñas que producen menos humo son
Acantholippia hastulata y Fabiana densa, mientras que la que produce más humo es
Parastrephia lepidophylla.
Según estos registros de listados de combustibles en las localidades estudiadas por
Picchetti Ocedo existen diferencias en las categorizaciones de las leñas locales. Las
diferencias no son demasiado notorias, pero siguiendo los datos proporcionados por el autor
39
puede argumentarse que las categorizaciones de los combustibles vegetales en las dos
localidades están en función de su disponibilidad y distribución diferencial en el paisaje, a
lo que probablemente podría sumarse el carácter particular de las demandas sociales.
Braun Wilke (1989b) destaca el valor como combustible de cuatro especies leñosas
de la Puna de Jujuy, entre las cuales menciona a dos especies combustibles de la Puna
Argentina Meridonal. Según este autor, la “yareta” (Azorella sp.) es una leña gruesa que
posee mucha resina, lo cual la hace más inflamable y provoca una combustión imperfecta
con brasas poco duraderas y con mucha producción de humo. La “tola” (Parastrephia
lepidophylla) es, en comparación con la yareta, más fina y resinosa, por lo que se la utiliza
para hacer fuego en hornos de barro, aunque ésta también posee raíces gruesas y duras
resistentes a la combustión. Braun Wilke considera que la “yareta” y la “tola” son
combustibles de alto rendimiento calórico, al mismo tiempo distingue que la “yareta” se
utiliza en los puntos más altos de la puna, de lo cual infiere que el empleo de los
combustibles depende mayormente de su disponibilidad en el paisaje inmediato (Braun
Wilke 1989b).
Otro criterio de selección de leñas puede estar dado por la distancia. El mismo estudio
de Picchetti Ocedo (1991) demuestra que los pobladores de dos localidades cercanas
poseen preferencias hacia distintas especies arbustivas combustibles disponibles alrededor
de los asentamientos. En la localidad de Huancar, el combustible más utilizado es
Parastrephia phylicaeformis, y en segundo lugar Parastrephia lepidophylla. Mientras que
en la localidad de Huancar, con el mismo fin, se utiliza mayormente Acantholippia
hastulata, Fabiana densa y por último Parastrephia lepidophylla. Para el autor, estas
diferencias en la selección de combustibles en ambas localidades se deben a la
disponibilidad del recurso combustible dentro de una distancia de 3 a 12 km, equivalente a
una jornada a pie desde el centro de los asentamientos. Otras especies de excelente calidad
como combustibles se utilizan en menor proporción, dado que se hayan a distancias
mayores a una jornada, este es el caso de la “añagua” (Adesmia horridiuscula). Cabe
señalar que, aunque la distancia a la que se encuentran los combustibles funciona como
criterio de preferencia, en este caso, los pobladores dentro de un radio establecido no
recolectan al azar. Por ejemplo, esto es claro cuando Picchetti Ocedo informa que la especie
combustible más abundante en la zona es Fabiana densa, y se observa que esta leña, si bien
está en la lista de las más utilizadas en Huancar, no es la primera.
Dos casos arqueológicos que documentan el uso de combustibles arbustivos en la
Puna Meridional los proporcionan Rodríguez (1996/97, 2000, 2001, ms.) y López Campeny
40
(2001). En el sitio QS3, Rodríguez (1996/97) dice que las ocupaciones humanas ocurridas
en el sitio durante el Arcaico Tardío presentan evidencias de comportamientos poco
selectivos respecto al uso de combustibles vegetales.
En el nivel arqueológico de excavación denominado 2b (5) de QS3 (5380 ± 70 años
a.P.) se encontraron restos de vegetales arqueológicos, entre los cuales, y basada en datos
etnobotánicos, Rodríguez (1996/97) determinó el uso como combustibles de las siguientes
especies: “añagua”(Adesmia horrida), “chacha” (Parastrephia quadrangularis), “tola”
(Parastrephia lucida), “pata de perdíz” (Fabiana bryoides), “rica-rica” (Acantholippia
salsoloides) y Chuquiraga atacamensis. Aunque sólo se encontraron los restos
carbonizados de las siguientes especies: Adesmia horrida, Acantholippia salsoloides,
Chuquiraga atacamensis y “chuchar” (Sysimbrium philippeanum). Esta última especie
Cruciferacea también es incluida en el listado de combustibles utilizados en el sitio. En el
presente los pobladores locales no lo utilizan como leña debido a que es un combustible
malo como iniciador y, según la autora, su escasa presencia arqueológica puede deberse a
esto (Rodríguez 1996/97, 2000). Al mismo tiempo, Rodríguez considera que la selección de
este combustible deficiente podría haber sido provocada por un clima muy árido, que forzó
a los grupos humanos a realizar un ecléctico uso de los recursos. Un dato también
importante de este trabajo es la presencia de restos de carbón de Chuquiraga atacamensis
en el sitio arqueológico, dado que esta es una especie arbustiva que no se encuentra
actualmente en la zona (Rodríguez 1996/97).
Por otra parte, Rodríguez afirma que el combustible más utilizado en QS3 durante el
Arcaico Tardío debió ser Adesmia horrida, debido a que la mayor parte del material vegetal
identificado pertenece a esta especie, lo cual concuerda con la abundancia de estos arbustos
en las zonas inmediatas al sitio (Rodríguez 1996/97, 2000). De acuerdo a esto, la selección
de especies combustibles en QS3 debió estar en función de la cercanía de estos al
asentamiento. Rodríguez también sostiene que la escasez de vegetales leñosos con
propiedades óptimas como combustibles, es decir, que presenten un alto rendimiento por
unidad de volumen de leña, es la causa de la falta de selectividad de combustibles que se
evidencia en el registro arqueológico. O sea que, por la falta de buenas leñas, o leñas
rendidoras en términos de productividad calórica, las prácticas de selección tendieron a
incluir un mayor espectro de leñas de mediocre calidad pero potencialmente utilizables,
para reponer la ausencia de buenos combustibles. Sin embargo, como criterio de selección
en QS3 se mantuvo la inmediatez de los especímenes al asentamiento.
41
El mismo razonamiento de Rodríguez es utilizado por López Campeny (2001) en su
interpretación de los restos de combustibles vegetales encontrados en el sitio agroalfarero
Punta de la Peña 9 (PP9). Este sitio se encuentra también en la sección oriental del
Departamento de Antofagasta de la Sierra, en los sectores intermedios de la cuenca del río
Las Pitas (3500-3800 m s.n.m.). El lugar tiene ocupaciones fechadas entre 1970 ± 50 y 530
± 50 años a.P. (López Campeny 2001; Rodríguez ms.). López Campeny encontró en el sitio
PP9 restos de maderas arbustivas de Fabiana bryoides, Parastrephia quadrangularis,
Acantholippia deserticola, Neosparton ephedroides y Atriplex imbricata. Estos restos de
maderas arbustivas identificados en PP9, de los cuales se informa que la mayor parte
corresponde a Fabiana bryoides, fueron interpretados sobre la base de información
etnobotánica local como combustibles utilizados en el pasado.
Rodríguez (ms.) trabajó sobre restos de carbón de leña recuperados del mismo sitio
estudiado por López Campeny (2001), aunque provenientes de distintos sectores de este. A
partir del análisis de carbón, Rodríguez determinó la presencia de las siguientes especies
combustibles: Acantholippia deserticola, Adesmia horrida, Fabiana bryoides y
Parastrephia quadrangularis. Este análisis determinó que Adesmia horrida es la especie
más frecuentemente representada. Según se observa, los resultados arrojados por la muestra
de carbón de PP9 difieren de los datos proporcionados por López Campeny, basados en la
presencia de maderas arbustivas dentro del sitio. Las diferencias están dadas, en primera
instancia, por el tipo de datos construidos por ambos trabajos como fuente de información
de sus estudios. Este es un buen ejemplo de la necesidad de los análisis antracológicos para
responder a preguntas que sólo este tipo de registro puede ayudar a responder. Los restos de
combustibles quemados son una evidencia irrefutable del uso de estas especies como
combustibles en el pasado dentro de un sitio arqueológico, y pueden, sólo posteriormente a
su determinación, ser interpretados sobre la base etnobotánica.
Rodríguez (ms.) interpreta que en PP9 se prefirió el uso de Adesmia horrida como
combustible por las propiedades calóricas óptimas de su madera necesaria, por ejemplo,
para la realización de actividades culinarias y para la producción de calor. Destaca también
que las especies utilizadas como leñas en sitios locales anteriores al Holoceno Tardío, como
en QS3, son similares a las identificadas en sitios ocupados durante el Holoceno Tardío,
como PP9. Considera el material arqueológico de QS3 y PP9 como una manifestación de la
adaptación de los sistemas respecto al ambiente, y sostiene que el uso diferencial de leñas
está asociado a los cambios paleoclimáticos interpretando la continuidad de las prácticas de
42
selección de combustibles en relación a un paisaje arbustivo estable a lo largo del tiempo
(Rodríguez 1996/97, 1999b, 2000, ms.). No se tienen en cuenta los probables cambios que
pudieron sufrir las prácticas domésticas relacionadas a la gestión de leñas en el pasado,
dado que ello pudo determinar el tipo de combustibles utilizables en un contexto social
concreto, tal como lo documentan los casos etnográficos antes citados (Picchetti Ocedo
1991).
Pueden citarse otros trabajos arqueológicos que han puesto énfasis en una postura
diferente a la mencionada previamente, y que se ocupan del tratamiento de la selección de
combustibles vegetales en grupos campesinos con una organización social estratificada.
Este es el caso que estudia Marconetto en el valle de Ambato, Catamarca, cuyos trabajos
antracológicos ponen su mayor esfuerzo en buscar evidencias que sustenten la
interpretación de una creciente complejidad social producida durante el Período de
Integración Aguada luego del 600 d.C. (Marconetto 2001, 2002c). Para Marconetto existió
un sensible aumento de la población entre el Formativo y momentos más tardíos en el Valle
de Ambato, lo cual debió incidir en el cambio de estrategias de aprovisionamiento de leñas
evidenciado en los diagramas antracológicos de los sitios excavados. Marconetto sostiene
que la poda natural del monte arbustivo no debió ser suficiente para abastecer las
necesidades de combustibles de las ocupaciones sedentarias prolongadas ocurridas en el
territorio. De esta forma, el aumento poblacional debió obligar a la tala de árboles. Por su
parte, registra en los sitios una alta tendencia a la selección de las especies leñosas de mejor
calidad como combustibles, como es el caso del género Prosopis “algarrobo”, lo cual
interpreta como un indicador de la posibilidad de acceder a una amplia variedad de recursos
leñosos en la zona.
Otro factor que puede relacionarse a la selección de combustibles en Ambato es la
producción metalúrgica. Esta actividad pudo ser también un factor que afectó la
disponibilidad de “algarrobo”, cuya leña cumple con ciertas propiedades de combustión
necesarias para la fundición (Marconetto 2001). El consecuente crecimiento de la demanda
de leña pudo ser el factor de mayor incidencia en la disminución del género Prosopis que se
observa hacia el 600 d.C. en el sitio Piedras Blancas (Marconetto 2001).
Las interpretaciones arqueobotánicas en Ambato descansan en la idea de que “el
comportamiento selectivo respecto a las cualidades de combustión de las especies es más
marcado cuanto mayor es la oferta ambiental” (Marconetto 1999a: 182). Esta idea puede
ser utilizada sobre el registro arqueológico del valle de Ambato, pero no puede ser
43
exportada acríticamente a la interpretación de todos los grupos sociales del pasado, pues se
corre el riesgo de categorizar sus capacidades selectivas sobre la base de una distinción
fundada en una imagen externa del paisaje vegetacional en que habitaban.
También, desde una línea de investigación sociocultural, las interpretaciones de
Hastorf y Johannessen (1991) proponen que los cambios en las prácticas de abastecimiento
y uso de recursos combustibles vegetales en el mundo andino deben ser entendidos en su
dimensión social, simbólica y política. Para ellas, la selección de combustibles y los
cambios evidenciados en estas prácticas no están determinadas por la oferta ambiental del
entorno, más bien, optan por decir que el uso del entorno es socialmente construido y
mediado culturalmente.
En los Andes, los árboles denominados también mallqui por su asociación con los
antepasados del grupo social, adquieren importancia por su capacidad de representación
simbólica de los linajes. Ellos se convierten en legitimadores del acceso a tierras dentro de
los estados andinos antiguos. La plantación de ciertas especies de árboles por orden del
estado era una estrategia de negociación y legitimación de poder por sobre las
comunidades. Según las mencionadas autoras, la mayor representación del género Buddleia
en el registro arqueológico del área de Jauja durante tiempos del estado Inka no es
significativa de la selección de este árbol como leña, puesto que no posee óptimas
propiedades como combustible utilizable. Pero contrariamente, este árbol es el mallqui más
apreciado según las fuentes etnohistóricas, porque se asocia con las principales deidades del
mundo Inka, especialmente con el Sol. Hastorf y Johannessen consideran así que los
cambios en las frecuencias de combustibles demostrados en el registro arqueológico de los
sitios del área de Jauja, no son sólo producto de una reacción económica a la escasez de
combustibles en el paisaje, sino que se relacionan con una lógica prehispánica del mundo
andino. Debe señalarse que el trabajo de estas dos autoras no repara demasiado en las
formas de preservación frente a la combustión de las maderas utilizadas como
combustibles. Es factible pensar que ello pudo influir también sobre las frecuencias de cada
especie dentro del registro arqueológico obtenido en excavaciones.
En relación con la selección ‘social’ de algunas especies combustibles, en la región
atacameña varios autores/as han registrado también la utilización de ciertas plantas
arbustivas como: Parastrephya quadrangularis (“chacha”, “chachacoa”, “koa”, “tola”),
Parastrephia teretiuscula (“chacha pelada”), Fabiana Brioydes (“pata de perdíz”),
Fabiana squamata (“koba”), Displostephium cinereum (“wirakoa”) para el “sahumado” en
las ceremonias rituales, tales como el floreo de animales, la limpieza de canales y otras
44
festividades (Aldunate et al. 1981; Villagrán, Castro y Sánchez 1998; Villagrán et al. 1998).
García y Rolandi (2000) han registrado la práctica de sahumado en la ceremonia de
señalada de animales en Antofagasta de la Sierra en la Provincia de Catamarca.
Hay una interesante discusión en torno a la utilización ritual de varias especies
arbustivas identificadas en el área andina como “koa”, “coa”, “q’oa”, “koba”, y a las cuales
se les atribuyen propiedades místico-religiosas. Estas utilizaciones rituales para sahumar de
algunas plantas arbustivas -potenciales combustibles- debe ser tenido en cuenta como un
factor sociocultural importante que pudo determinar la selección de algunas especies en la
región puneña también en el pasado.
Zonas de explotación
Las áreas de recolección de combustibles vegetales están en función de las características
del paisaje local, esto es: distribución, composición y extensión de las comunidades
florísticas leñosas. Se ha mencionado ya que en algunos lugares de la Puna de Jujuy las
áreas de recolección de leñas preferentemente están dentro de un radio no mayor a una
jornada desde el centro de los asentamientos (de 3 a 12 km) (Picchetti Ocedo 1991).
Diversos estudios mencionan un comportamiento similar de recolección de combustibles.
Pérez de Micou (1999) afirma que los grupos humanos tempranos con una
organización cazadora-recolectora que habitaron en la zona patagónica de Piedra Parada y
en la Puna Argentina realizaron recolecciones de leñas en el entorno cercano a los sitios
que habitaban, para lo cual, debieron realizar recorridos cortos. Según Pérez de Micou,
existirían dos áreas de captación de recursos vegetales para estos grupos: una cercana a los
asentamientos arqueológicos, en la cual se habría recolectado leñas y los pastos para el
acondicionamiento de la morada, y otra área de captación más amplia de donde se buscaban
las materias primas de algunos artefactos y posiblemente las medicinas (Pérez de Micou
1999).
Dentro del modelo hipotético referido, las áreas de recolección de leñas pasarían a
integrar una zona de explotación de vegetales destinados a la utilización doméstica diaria, y
otras prácticas más elaboradas de realización menos cotidiana, como las manufacturas de
artefactos y la preparación de medicinas a base de vegetales, implicarían mayor esfuerzo de
acceso desde los asentamientos. Se supone, según esto, que dichos grupos sociales
realizaron la elección del lugar de sus asentamientos en relación positiva con la
45
disponibilidad de leñas (Pérez de Micou 1999). Las prácticas dentro de los grupos sociales
pasados, en este caso arcaicos, parecen, de este modo, medidos sobre la base de los costos y
beneficios de la inversión de fuerza de trabajo, que hasta son cuantificables en términos de
la distancia medida entre el punto de localización de los recursos vegetales explotables y
los sitios arqueológicos.
Con una postura menos determinista y fundada en la idea de que las comunidades
vegetales del área puneña podrían tener la misma distribución y características que en la
actualidad, Rodríguez (1996/97) también estableció que los habitantes del sitio QS3 a
comienzos del Arcaico Tardío recorrieron distancias muy cortas para recolectar leñas. Las
áreas de explotación de leñas más frecuentes eran las quebradas y lomadas altas con suelo
pedregoso donde la asociación vegetal predominante es el pajonal (Rodríguez (1996/97).
Según las especies leñosas usadas en QS3, y asumiendo que la distribución de las plantas
en el pasado fue similar a la del presente, las distancias que los grupos humanos, que
habitaron el alero, debieron viajar con este fin oscilaron entre 0 y 3 km del sitio (Rodríguez
2000). Durante el Holoceno Temprano las asociaciones de las plantas combustibles
preferidas eran aquellas que se hallaban en los pisos altitudinales medios y bajos, mientras
que durante el Holoceno Tardío las partidas de recolección se dirigieron hacia los pisos más
altos y distantes, viéndose disminuida la explotación de los pisos más bajos por su escasa
oferta florística (Rodríguez 2000).
En el sitio formativo PP9, Rodríguez afirma que los desplazamientos realizados
para el abastecimiento de combustibles vegetales oscilaban entre 0 y 6 km desde el sitio,
aunque señala que es probable que el radio aumentara hasta 10 ó 12 km cuando los recursos
eran escasos en el área inmediata al asentamiento (Rodríguez ms.). Aún más, basada en
datos de las distribuciones actuales de los recursos leñosos, en datos etnobotánicos, y en
datos procedentes del análisis lítico, López Campeny (2001) establece un radio máximo no
mayor a 20 km para la captación de recursos combustibles leñosos para el sitio de estudio,
lo cual resulta un dato bastante exagerado para la recolección de leñas, según han
informado los estudios etnográficos (Pérez de Micou 1991; Picchetti Ocedo 1991).
En la costa del río Chubut en Patagonia, Pérez de Micou (1991) observó que los
pobladores preferentemente recolectan la leña de uso doméstico en los alrededores de las
viviendas. No obstante, registró que la explotación de combustibles es controlada por
46
medio de restricciones acerca de la recolección en ciertos espacios con recursos leñosos
determinados, utilizados para ocasiones especiales.
Medios técnicos y logística de la recolección
Las especies arbustivas utilizadas como combustibles en la región de puna y prepuna tienen
un crecimiento aéreo achaparrado y, como contrapartida, poseen un gran desarrollo de sus
partes radicales enterradas. En los puntos más altos de la zona de puna, por encima de los
4000 m s.n.m., las especies leñosas acentúan este tipo de crecimiento. Se encuentran allí
especies de los géneros Azorella y Adesmia que se visualizan sólo como manchones en el
suelo. Dadas estas particularidades de los taxones, los pobladores han adaptado su
tecnología al manejo eficiente de este tipo de recurso combustible. Se rescata aquí un
pasaje del relato del explorador Alejandro Bertrand en Antofagasta de la Sierra,
comisionado por el gobierno de Chile para recorrer el territorio atacameño entre 1880 y
1884. Su relato explica muy bien la práctica de obtención primaria de estos recursos
leñosos:
“Subíamos siempre, por una pendiente suave, atravesamos diversas
quebradas, entre otras la Cancha Argolla, con agua y pasto, y otra más
donde almorzamos y nos aprovisionamos de leña. Es de advertir que esta
no se veía, y no fue poca nuestra sorpresa cuando vimos bajarse al
baqueano de su burro, y le oímos decir que iba a hacer acopio de este
artículo porque en la pascana no lo había, nos mirábamos de hito y
examinábamos el suelo, donde solo se advertía una que otra mata de paja
brava, sin comprender. Entre tanto el bueno de Domingo anduvo algunos
pasos, se agachó, escarbó el suelo, sacudió algo en los dedos y sacó una
champa como de dos decímetros de diámetro y algo más de raíz, era la
cacho de cabra, leña tan excelente que podría competir con la espino, no
se revela en la superficie sino por una mancha negruzca que semeja
arena esparcida por el suelo. Llenamos de leña unos dos sacos de lona y
proseguimos nuestra marcha llegando a la pascana de la Punilla...”
(García, Rolandi y Olivera 2000: 84).
Braun Wilke (1989b) informa, por ejemplo, que en Jujuy, la “yareta” es explotada,
preferentemente, en la estación seca invernal. Su recolección consiste en la extracción de
las matas enterradas en el suelo. Antes de romper los trozos de madera a veces se los deja
secar, hasta formar una carga de 25 kg que es transportada en animales. En ciertas
47
localidades de Patagonia, en el sur del país, se ha documentado que se utilizan piedras
grandes y aplanadas para realizar la extracción de especímenes leñosos enterrados; estas
herramientas expeditivas son recogidas y descartadas en el mismo sitio de la recolección
(Pérez de Micou 1991b). Menciona también que las herramientas líticas no son
necesariamente útiles cortantes, ya que se utilizan sólo para cavar alrededor de la planta y
separarla del suelo, facilitando así su extracción completa.
Piccetti Ocedo (1991) sostiene que en las localidades de Huancar y Barrancas, la
mayor parte del tiempo los pobladores llevan una carga de 25 a 30 kg sobre los hombros. Y
otras veces, los poblados utilizan animales de carga, burros y llamas, para transportar la
leña cortada; cada burro puede transportar hasta 60 kg de leña, y cada llama, entre 20 y 25
kg. El mismo autor dice que los pobladores de estas localidades puneñas han informado que
las distancias a recorrer en busca de combustibles vegetales crecen cada vez más,
implicando mayor inversión de tiempo para abastecerse de la misma cantidad de leña. Y
por esta razón, en los últimos años se han incorporado a la logística de recolección de
combustibles vegetales nuevos medios técnicos que permiten recorrer mayores distancias,
como bicicletas y camionetas.
Demanda y consumo de leñas
La estimación de la demanda de combustible vegetal utilizado por un grupo, según Piqué i
Huerta (1999c), puede obtenerse calculando la cantidad de madera necesaria para mantener
un fuego encendido durante un período de tiempo fijo. Broutin y Laura estiman que en
poblaciones africanas, que utilizan para actividades domésticas y artesanales sólo
combustibles vegetales, el consumo medio diario de madera por persona es entre 0,9 y 1,5
kg (Piqué i Huerta 1999c).
Picchetti Ocedo (1991) también proporciona datos sobre el consumo de leñas
arbustivas en comunidades de la Puna Jujeña. Menciona que en la localidad de Huancar,
con 150 habitantes y 32 familias, el consumo diario por familia es de 30 kg de leña, lo que
equivale a 350400 kg de arbustos leñosos por año. En tanto que en la localidad de
Barrancas con 400 habitantes, 85 familias y con un consumo diario de 30 kg por familia -
sólo para actividades domésticas de cocción, calefacción, iluminación- se produce un
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deterioro arbustivo de 930,750 kg por año. Otro dato importante en este sentido es que un
fogón, para alcanzar una temperatura de 330 grados centígrados, requiere un promedio de
2,63 kg/hora de leña (March 1992/93/94).
Almacenamiento
Picchetti Ocedo (1991) en la Puna de Jujuy y Pérez de Micou (1991b) en la región
patagónica del río Chubut medio, han registrado la conservación de leña en los alrededores
de las viviendas. Estos espacios de almacenamiento para consumo doméstico en ambos
lugares se denominan “leñeros” o “leñeras”. Los combustibles de uso doméstico se
acumulan en las leñeras, en algunos casos, con la intención de que los arbustos cortados
aún verdes se sequen y se conviertan en leña. El almacenamiento de combustibles es una
práctica necesaria, especialmente, en tiempos invernales, cuando las tareas de recolección
son más difíciles de llevar a cabo, por las bajas temperaturas imperantes y por la escasez de
arbustos combustibles libres de escarcha4.
La combustión
Preservación y destrucción vegetal
La combustión5 es un proceso destructivo que de ser completa reduce la materia orgánica
vegetal a ceniza. De esto se deduce que los fragmentos de carbón son restos de una
combustión incompleta, es decir, son el producto de la interrupción intencional o accidental
del proceso de combustión (Piqué i Huerta 1999c). Una combustión incompleta puede
producirse por causas muy variadas, como la acumulación de residuos de combustión o, por
acciones mecánicas antrópicas como atizar el fuego, volcar sustancias líquidas o sólidas
sobre la combustión, etc. (Piqué i Huerta 1999c).
Si bien la combustión es un proceso físico-químico destructivo, arqueológicamente
puede producir la preservación de la madera y de otros restos vegetales, que de otra forma
no podrían sobrevivir en los depósitos arqueológicos expuestos a un sinfín de fenómenos
naturales a lo largo de miles de años. Rodríguez Ariza (1993), señala que el carbón, al
49
haber fosilizado sus componentes orgánicos, es inmune al ataque de los agentes de
descomposición biológica y en menor grado a los agentes geoquímicos.
En el caso de la madera, ella sólo se conserva en ocasiones excepcionales en medios
anaeróbicos acuáticos donde no proliferan hongos y bacterias que provocan su
putrefacción, en atmósferas de extrema sequedad, donde se produce su deshidratación,
también puede conservarse en medios húmedos donde actúan agentes químicos como
soluciones mineralizantes -sal, cal- favorecen la oxidación (Piqué i Huerta 1999c). Los
principales cambios producidos sobre la madera, luego de ser expuesta a la combustión, es
la pérdida de volumen, olor, color, peso y brillo (Roseen y Olson 1985). En la combustión
las maderas sufren una pérdida de sustancia del orden del 70-80 % y, como consecuencia,
un retraimiento longitudinal del 7-13 % y radial del 12-25 %; y en total las paredes
celulares reducen su grosor en 1/4-1/5 con respecto a su grosor inicial (Schweingruber
1978, en Piqué i Huerta 1999c).
A pesar de la carbonización, la estructura anatómica de la madera se preserva en
buenas condiciones, en este hecho se fundamenta la antracología. Los rasgos anatómicos de
la madera, como sus vasos y radios, se preservan luego de la combustión y, sus formas y
disposiciones permiten identificar el taxón vegetal por medio de la comparación con
taxones conocidos.
Como lo señala Wright (2003), en el caso de otros tipos de macrorrestos vegetales,
tales carporrestos, la combustión no siempre ayuda a su preservación. El potencial
destructivo de la carbonización puede afectar los resultados de una investigación, por
ejemplo, cuando las distinciones entre taxones salvajes y domésticos se basan en
diferencias de las dimensiones de los macrorrestos, o en otras características morfológicas
cuantitativas de los mismos (Wright 2003).
Preservación diferencial de las maderas combustibles
También el tamaño y resistencia de la madera a quemar influirá en la producción de carbón
luego de una combustión (Badal García 1992/93/94; Chabal 1988, 1990, 1992/93/94;
March 1992; Marconetto 1996, 1999a, 2001b; Pérez de Micou 1999, 2002a; Piqué i Huerta
1995, 1999c). Así, por ejemplo, las ramas finas tienen más tendencia a consumirse
50
completamente produciendo ceniza como único resto. Y otras partes, como ramas o troncos
gruesos, más duros y resistentes a la combustión tienen más tendencia a formar carbón.
Esta situación de representatividad de las partes de una planta utilizada como leña también
es aplicable a la diversidad taxonómica. En tal caso, existen leñas más o menos resistentes a
la combustión (Badal García 1992/93/94; Chabal 1988, 1990, 1992/93/94; March
1992/93/94; Marconetto 1996, 1999a, 2001a, 2002a; Pérez de Micou 1999, 2002a; Piqué i
Huerta 1999c; Rodríguez Ariza 1993; Smart y Hoffman 1988; Solari 1994).
La reducción del volumen inicial de la madera usada en una combustión provoca
una fragmentación importante de la madera carbonizada (Piqué i Huerta 1999c). Basados
en experimentaciones, algunos autores han propuesto que la combustión produce una
fragmentación y una pérdida de masa diferencial de la madera, lo que implica una sobre-
representación o infrarrepresentación de algunas especies con respecto a otras según su
comportamiento al fuego (Brazile-Robert 1982, en Piqué i Huerta 1999c).
Rossen y Olson (1985) realizaron la observación controlada de la reducción y
pérdida de peso en maderas del mismo tamaño (2,5 x 2 x 2 cm) para averiguar qué maderas
sobrevivían más a la combustión. Concluyeron que hay una gran variabilidad en la
reducción (entre 60,72 % y 23,77 %) y en la pérdida de peso (entre 80,03 % y 56,15 %);
inclusive notaron que una reducción elevada no es acompañada de una pérdida de peso
elevada. Algo importante de este estudio experimental es que se observó que hay otras
características de las maderas que intervienen también en los efectos de la combustión,
como, por ejemplo, la dureza de las maderas. La fragmentación y la pérdida de peso no son
iguales para todos los taxones, la respuesta de estos últimos a la combustión es muy
variable a causa de las propiedades de las maderas (humedad, tamaño, dureza) (Rossen y
Olson 1985).
Estudios experimentales, como los citados por Smart y Hoffman (1988), también
han mostrado que la fragmentación y la reducción de las maderas pueden ser aleatorias para
un mismo taxón. Esto mismo ha sido observado por Marconetto (2001) en los depósitos
arqueológicos de los sitios de Piedras Blancas y el Altillo en Ambato, provincia de
Catamarca. En estos sitios arqueológicos sucede una representación aleatoria de las
fragmentaciones de carbón por taxón en los diferentes niveles excavados.
51
El medio en que se produce la combustión, como la combinación de diferentes
maderas y la oscilación de las temperaturas durante la combustión, pueden haber
modificado las condiciones de la combustión, al acelerar o retardar los procesos (Piqué i
Huerta 1999c). Otras condiciones necesarias para la combustión también juegan un papel
importante en el rendimiento de las maderas expuestas y la posterior generación de
residuos. March (1992/93/94) demostró en combustiones experimentales que los tipos de
estructuras de combustión (en cubeta o planos) producen distintas combustiones que
generan diferentes tipos de residuos.
Hay también condiciones fortuitas o no controlables que pueden incidir en la
producción de carbón, como por ejemplo: la misma utilización de combustibles líquidos
(Piqué i Huerta 1999c). Como lo expresa Piqué i Huerta, el estado actual del conocimiento
sobre los efectos distorsionadores del comportamiento de los taxones durante la combustión
hace inviable establecer índices de corrección para relacionar el volumen inicial de leña
quemada con el volumen final de residuos recuperados durante la excavación.
Tipos de estructuras de combustión
Los tipos de estructuras donde se lleva a cabo la combustión también influyen en la
producción de restos arqueológicos. Las estructuras de combustión son también prueba de
los tipos de fuegos realizados, y por medio de su tipología puede llegar a inferirse las
temperaturas alcanzadas. Ello es importante para poder vincular los fuegos antiguos con
ciertas prácticas realizadas en el pasado en el ámbito doméstico (Lowell 1999).
Las estructuras de combustión son rasgos arqueológicos que pueden reconocerse
por la concentración de restos de combustión (cenizas, carbones, piedras quemadas o
rubificadas, etc.) en un área restringida, en tanto, su característica diagnóstica es la
asociación a superficies de tierra rubificada (oxidada) y/o quemada (con hollín).
La tierra oxidada por combustión es aquella que tuvo contacto con oxígeno y que,
gracias a los contenidos ferruginosos, adquiere un color rojizo o rubificado. Mientras que
las superficies quemadas son aquellas que no tuvieron contacto con el oxígeno del aire, de
manera que en donde se produjeron combustiones carentes de oxígeno, o lo que es lo
mismo, en una atmósfera reductora, los sedimentos suelen toman color negro.
52
A continuación se realiza una rápida exposición de las estructuras de combustión
más citadas por los autores para sitios arqueológicos (Léroi-Gourahn 1979; March
1992/93/94; Pérez de Micou 1991b; Pèrles 1987 [1977]).
Según su profundidad, las estructuras de combustión pueden ser reconocidas como:
Estructura en cubeta. En esta estructura, la combustión se realiza en un área restringida
físicamente por una cubeta excavada (artificial o natural). Su propósito de construcción se
asocia a la obtención de combustiones de temperaturas con mayor grado y de mayor
duración. Estas estructuras generan mayor número de carbones, porque en ellas se produce
una combustión incompleta alterada por la falta de oxígeno, por lo cual, se dice que las
maderas allí quemadas tienen mayor rendimiento.
Estructura en plato. Es una estructura en donde la combustión se realiza en un área no
restringida físicamente, sin la previa excavación de la superficie a utilizar. Es decir, la
combustión se realiza sobre una superficie plana. Su utilización se asocia a la obtención de
combustiones que alcanzan temperaturas más bajas que aquellas que pueden obtenerse en
una estructura cavada. El rendimiento de las maderas quemadas en estas estructuras de
combustión es menor, por lo que habrá en ellas una tendencia a la menor producción de
residuos carbonosos.
Estructura sobreelevada. En esta estructura, la combustión se realiza en un área restringida
pero con la construcción previa de una superficie que supera el nivel del suelo. Esta
superficie puede ser construida con piedras, por ejemplo. Se asocia a la obtención de
temperaturas moderadas, inferiores a las obtenidas en una estructura plana. Esto se debe a
que las piedras actúan como conductoras del calor y, al evitar el contacto directo de los
objetos con el fuego, o brasas, disminuyen la temperatura alcanzada. Puede ser una
estructura requerida para cocciones más lentas, como para la cocción de resinas, agua,
algunos alimentos, o simplemente, para mantener una combustión más lenta durante la
noche.
53
Estos tres tipos de estructuras de combustión mencionados pueden tener definidos
sus límites con un cerramiento dispuesto en forma de cerco alrededor de la zona de
combustión. Las delimitaciones pueden ser construidas con piedras, con sedimentos -
construcción de bordes de tierra-, u otros tipos de materiales.
La tipología de estructuras o áreas de combustión proporcionada sirve a modo
indicativo, ya que hay que tener en cuenta que “la construcción inicial de las estructuras de
combustión está modificada por su uso”. Ello significa que estas clasificaciones no deben
funcionar a manera de esquemas cerrados programáticos de lo que se podrá encontrar en un
sitio arqueológico. Más bien, son clasificaciones que funcionan como herramientas
modeladoras de la manera de pensar y generar expectativas acerca de los restos de
combustión arqueológicos. Son los elementos físico-mecánicos que acompañan a los
modelos de estructuras los que hacen posible inferir la relación entre los restos encontrados
y la práctica de combustión realizada.
Mantenimiento de las áreas de combustión
Como se explicó anteriormente, cuando se utilizan las estructuras de combustión (fogones,
fuegos, hogares) estas se colman de materiales de desecho que deben ser retirados para
lograr combustiones completas. Con la limpieza periódica de las superficies a utilizar, se
logran combustiones más libres de emanación de gases, humos y con temperaturas más
altas; lo cual promueve la realización de combustiones totales, ya que los combustibles
tenderán a consumirse más rápidamente hasta el grado de cenizas. Por esta razón, es común
encontrar sectores con acumulaciones de residuos alterados (tierra termoalterada, cenizas,
carbones, u otros restos quemados) retirados o barridos del lugar en donde originalmente se
llevó a cabo la combustión. Así, estas acumulaciones secundarias de residuos no están
asociadas a estructuras de combustión, aunque en ocasiones pueden ubicarse en sectores
aledaños. La diferencia material fundamental con una estructura de combustión está dada
por la ausencia de asociación estratigráfica con superficies termo-alteradas. Un indicador de
las prácticas de barrido de los residuos de combustión puede ser también la forma de los
carbones. Los fragmentos de carbones sometidos a movimientos dentro de los depósitos
54
suelen estar más fragmentados y pueden adquirir superficies redondeadas (Rodríguez Ariza
1993).
Áreas de acumulación de desechos de combustión
Las acumulaciones arqueológicas secundarias de restos de combustión mantienen una
relación de dependencia con las áreas de combustión y sus deposiciones se realizan en frío
o a bajas temperaturas (Piqué i Huerta 1999c). Piqué i Huerta sostiene que en el estado
actual de conocimiento sobre el tema, es imposible determinar el número de combustiones
de las cuales proceden los residuos de estas acumulaciones secundarias. Mientras tanto,
estas pueden tener modalidades particulares, a saber:
Acumulaciones de vaciado o limpieza de combustiones. Pueden presentarse como
estructuras definidas, ya sea, como estructuras de cavado (pozos, fosas, etc.) o como
dispersiones restringidas en espacios sin límites definidos. En estas acumulaciones de
desechos pueden encontrarse también restos de sedimentos termo-alterados arrastrados o
barridos hasta estos depósitos secundarios. Por lo general, los sedimentos termo-alterados
se presentan como lentes dispersas sin una estratificación coherente dentro del depósito; a
diferencia del caso de las estructuras de combustión donde se presentan como superficies
con una estratigrafía diferenciable.
Acumulaciones de arrastre natural de materiales de combustiones. Se presentan como
dispersiones caóticas sin una estructura aparente, como materiales sueltos sin asociación
aparente. Pueden ser discontinuas en el espacio y sus contenidos muy variables. Al ser
transportados, los carbones entran en movimiento, lo que re-dispone la geometría de los
restos hacia posturas que opongan menor resistencia al movimiento (Rodríguez Ariza
1993).
55
Reutilización de las áreas de combustión
Existen varias formas de estudiar la reutilización de las áreas o estructuras de combustión,
Pèrles (1987 [1977]) menciona algunas de ellas: Fragmentación de rocas. Estas son
indicadoras de la reutilización de las estructuras de combustión. Para el estudio de los
fogones se pueden rastrear las dimensiones y la forma inicial de las rocas seleccionadas en
su utilización dentro de las estructuras. En fogones jóvenes -utilizados pocas veces-, las
rocas utilizadas están poco fracturadas, mientras que en un fogón viejo -reutilizado varias
veces-, las rocas que quedaron en su lugar son de menor tamaño por la constante alteración
térmica que produce grietas y su posterior quiebre en repetidas ocasiones. Entonces, el
grado de fragmentación de las rocas arrojadas fuera de la estructura de combustión puede
ser indicador de la reutilización de estas estructuras.
Trazas de combustión. Rastros de rubefacción -enrojecimiento- suelen aparecer en la parte
superior de ciertas rocas ubicadas dentro de los fogones. Esto resulta de la oxidación por el
contacto entre el oxígeno del aire y sustancias ferruginosas contenidas en las rocas que han
sido expuestas al calor. Por el contrario, el color negro se observa en la cara inferior de las
rocas, en donde se hallan usualmente restos de hollín. Así, por ejemplo, la coloración
anárquica de los sectores coloreados (rojos y negros) sobre las rocas pueden indicar la
dinámica a la que estuvo sujeta la estructura del fogón luego de un tiempo de
funcionamiento.
Remontaje de rocas expuestas al calor. La acción del calor suele producir la fractura de
rocas dentro, o en los bordes, de la zona de combustión. En fogones no reutilizados, se
supone que es más factible encontrar los fragmentos de roca cerca de los bloques de los que
se desprendieron. En el caso contrario, los fragmentos se encuentran dispersos, ya sea,
dentro o fuera de la zona de combustión. Por medio del remontaje de los fragmentos de los
bloques de rocas expuestas al calor, es posible mapear los movimientos de los materiales
arqueológicos para evaluar la dinámica de su constitución.
56
Uso y gestión del fuego
Utilizaciones
El fuego es fuente de generación de luz y calor, estos dos tipos de energía pueden ser
utilizados con diferentes fines para la realización de muchas acciones en el ámbito
doméstico. Su utilización es orientada por las necesidades sociales y de subsistencia del
grupo, como: cocción, iluminación, secado, calefacción, quemado, ahumado (Pérez de
Micou 1991b). Estas acciones son realizadas con el fin de realizar prácticas particulares
dedicadas a abastecer al grupo de productos determinados. Pérez de Micou (1991b) se ha
dedicado a la tarea de discernir en el registro arqueológico lo que ella denomina las
“funciones” generadas por el fuego. Ha tratado de “establecer la visibilidad arqueológica de
las actividades” (Pérez de Micou 1991b: 127) a través de la utilización de información
etnoarqueológica.
La calefacción, iluminación y cocción de alimentos se hallan entre las prioridades
del grupo. En Patagonia, el fuego para calentarse y protegerse de las bajas temperaturas,
tanto en verano como en invierno, es utilizado como fogatas, inclusive fuera de las casas,
en asociación con actividades ganaderas que se realizan desde antes del amanecer.
Otras de las utilizaciones del fuego registradas por Pérez de Micou son: la
comunicación en campo abierto a través de “señales” o “señas” de humo, la quema de todas
las pertenencias de un difunto, quizás con connotaciones de tipo ritual y, actividades diarias
como iluminación para la realización de tareas y manufacturas. En la región puneña se ha
mencionado la quema de ciertas plantas arbustivas en eventos sociales públicos y
domésticos. En estas prácticas no se persigue la obtención de fuego, sino que se prefiere
una planta resinosa para producir una combustión con mucho humo para “sahumar”
(Aldunate et al. 1981; Villagrán et al. 1998; Villagrán, Castro y Sánchez 1998). Estas
combustiones, generalmente se realizan en un contenedor, en algunos casos, especiales para
la ocasión como los “koberos” de cerámica o piedra, ampliamente utilizados en la región
atacameña.
57
Las utilizaciones del fuego en el ámbito doméstico no están restringidas sólo al
espacio interno de la casa; las cualidades de la combustión a realizar determinarán su
situación. Las combustiones con emanaciones acentuadas de humos y gases,
preferentemente, deben realizarse en lugares con ventilación, para evitar la saturación de
los ambientes, perjudicial para la salud. Hay ciertas utilizaciones del fuego que deben
realizarse necesariamente en espacios abiertos por estas condiciones, y que también pueden
ser consideradas dentro de la esfera doméstica, cuando se trata de producciones restringidas
al consumo del grupo familiar o unidad de reproducción básica.
La cocción de cerámica y la fundición de metales pueden formar parte de estas
prácticas asociadas al fuego dentro de la esfera doméstica en espacios externos a la casa. En
tanto, en la zona de Tebenquiche Chico y cuencas aledaña no se conocen referencias de la
existencia de hornos arqueológicos, ni combustiones de ningún tipo asociadas a la cocción
de cerámica y la fundición de metales. Algunas referencias más cercanas provienen del
Valle de Chaschuil y Bañado del Pantano en Tinogasta, también en la Provincia de
Catamarca.
La quema de pastizales, para la renovación de forrajes para animales, es una
práctica de combustión externa que también se vincula al espacio doméstico y que está
ampliamente documentada en la región puneña (Aldunate et al. 1981; Haber 1987, 1988,
1991, 1992, 1999a; Olivera 1991; Villagrán et al. 1998; Villagrán, Castro y Sánchez 1998).
Preparación, encendido y apagado del fuego
Pérez de Micou (1991b) dice que el encendido y utilización de fuego, para calentarse los
pies y manos y para quitar la humedad de las ropas, son actividades breves y transitorias
que se pueden repetir varias veces al día en Patagonia. Este fuego breve es de encendido
rápido, ya que requiere sólo el encendido de matas y arbustos, sin cortarlos ni arrancarlos
del suelo, cuidando que estos se encuentren alejados de una cubierta vegetal seca próxima,
para evitar que el fuego se expanda. Estos fuegos son apagados por la humedad del
ambiente, o se les arroja tierra para evitar incendios.
Pérez de Micou (1991b) menciona que en los fuegos breves y expeditivos,
realizados en una jornada de trabajo en el campo en Patagonia, se hace un fuego grande y
58
chato sin cavar la tierra, con leña de los alrededores; y el apagado de estos fuegos furtivos
se realiza mediante su pisoteo. Para ilustrar esta práctica aborigen, la autora cita una
memoria de los cronistas Schmid y Claraz: “Así equipados, los cazadores salen en grupos
de dos o tres; cuando se han alejado del campamento como una milla, se reúnen al reparo
de un arbusto, encienden un fuego si la temperatura lo exige, se calientan y fuman una
pipa” (Schmid 1858-1865 [1964]:178, en Pérez de Micou 1991b). Debe comentarse que
una de las especies utilizadas para estas prácticas de combustión expeditivas es del género
Azorella, presente también en la región puneña. Como señala Pérez de Micou, estos fuegos
dejan vestigios arqueológicos de localización incierta y, por su corta duración, no es de
esperar necesariamente que se asocien a restos culturales, aunque su uso frecuente permite
esperar la reiteración de sus huellas.
Las prácticas de comunicación a través de señales de humo en campo abierto,
también registradas para Patagonia, consisten en el encendido rápido de un arbusto en pie y
aislado. Se seleccionan especies de arbustos resinosos, procurando que éste produzca
mucho humo al arder. El encendido de la mata arbustiva consiste en quemar la mata por su
base, utilizando a la propia mata como defensa contra el viento. Los vestigios
arqueológicos son sólo restos de la base de la mata quemada, sujeta al suelo por sus raíces y
sobre-elevada del suelo.
Según los informantes del Chubut medio: “los fuegos son las estructuras de
combustión preparadas para cocción de alimentos y, secundariamente, para iluminación y
calefacción” (Pérez de Micou 1991b: 132). En estos lugares, los fogones están ubicados en
el patio de las viviendas, en espacios abiertos. En el interior de las casas, y también en los
campamentos a cielo abierto, por las noches, se conserva el calor de los fogones cubriendo
las brasas con cenizas calientes. La técnica consiste en apartar la brasa hacia la periferia
del fogón, ahuecando al mismo tiempo el centro del fogón con un atizador. Se selecciona
un trozo de leña gruesa y duradera para colocarlo en el hueco, en donde se lo cubre con
ceniza y tierra calcinada del fogón. Esta tarea de cubrimiento es muy importante porque si
quedan partes del leño expuestas al aire, el oxígeno acelera el proceso de combustión y la
brasa puede perderse. Es importante también que la ceniza y tierra con que se cubre el leño
en el hueco estén lo suficientemente calientes.
59
Otra práctica utilizada para retardar la combustión de las brasas es rociar con agua
las cenizas después de cubrir el leño. A la mañana siguiente, se destapa el leño convertido
ya en brasa y se reactiva el fuego, reduciendo de este modo el tiempo de encendido del
fuego, sin restar horas a la jornada de trabajo.
Pérez de Micou, informa también que los carreros patagónicos y los peones de
esquila que se trasladan constantemente y pernoctan en grupos numerosos, preparan un
gran fogón cavado en la tierra, donde se coloca una parrilla para asar la carne y, que
posteriormente es tapado con cenizas calientes y reactivado a la mañana siguiente. Es
interesante la información de la autora sobre el encendido paralelo de otros pequeños
fuegos planos en los alrededores del fogón grande por parte de grupos de dos a tres peones,
para matear y/o preparar el desayuno o “churrasquear”. Es decir, que se encienden otros
fuegos más expeditivos para la realización de otras tareas más rápidas, mientras que el
fogón central más elaborado, sigue encendido, dedicado a tareas grupales que necesitan
quizás de más tiempo de cocción, o simplemente, para calefaccionar el ambiente. Basada en
el dato etnoarqueológico, la autora hace una asociación directa entre el tamaño de los restos
de combustión y el número de individuos involucrados en su encendido y uso. Por último,
relaciona los datos etnográficos obtenidos con los datos arqueológicos, y supone que existe
una relación positiva entre sitios a cielo abierto y las estructuras de combustión planas,
utilizadas para el encendido de fuegos rodeados de piedras del lado del que sopla el viento
predominante. En tanto, para ella, las estructuras en cubeta se vinculan sólo al encendido de
fogones a cielo abierto en días ventosos.
En estas interpretaciones, los restos arqueológicos de fuegos y fogones están
circunscriptos a una conducta social determinada por las inclemencias climáticas. No se
tiene en cuenta la probable utilización de estas estructuras de cavado para la obtención de
temperatura con finalidades específicas, que no sea el simple resguardo del viento. Con
relación a ello, la autora afirma que no podría esperarse encontrar estructuras de
combustión cavadas dentro de un alero o paravientos; ya que en estos casos la cubeta es
producida por la remoción de cenizas, al reactivar el fuego agregando leña o, simplemente,
por la propia reutilización del área de combustión (Pérez de Micou 1991b).
60
Útiles y herramientas empleadas
El encendido del fuego en el pasado se realizaba utilizando varias técnicas. El cronista
Schmid en Patagonia dice: “Hacen esto valiéndose de pedernal y acero, usando como
yesca un pedazo de paño semiquemado, un trozo de cáñamo, etc. Cuando está prendido, lo
colocan sobre un puñado de pasto seco y lo exponen al viento o lo soplan hasta que se
forme llama...” (Schmid 1858-1865 [1964], en Pérez de Micou 1991b). Otra forma de
encendido de fuego con herramientas rudimentarias es la descripta por el cronista Claraz
también en el sur de nuestro país:
“Como no tenían cerillas, frotaron un pedazo de chilca con otro. Hacen
girar un trozo de madera entre las manos, contra otro pedazo horizontal
que sostienen con los pies. Generalmente agregan un poco de cera de la
oreja. Tardaron mucho. Les dí una cerilla y con ella hicieron fuego”
(Claraz 1865 [1988], en Pérez de Micou 1991b).
Es frecuente la utilización de una herramienta de madera larga resistente a la
combustión denominada “atizador” para manejar el fuego y sus brasas, este elemento suele
abandonárselo cerca del fogón (Pérez de Micou 1991b) o, eventualmente, puede ingresar al
mismo luego de ser descartado. Rodríguez (1996/97) y López Campeny (2001) han
encontrado en los sitios QS3 y PP9 restos de lo que han identificado como instrumentos
para hacer fuego realizados sobre una madera local (Adesmia horrida). Otras evidencias de
estos instrumentales se han hallado en el sitio Morrillos, en San Juan. Allí se han
encontrado abundantes restos de palos pequeños de madera negativos y positivos para
encender fuego, también se recuperaron restos de lo que se denominaron bastones, los
cuales poseían la punta quemada y pudieron utilizarse para atizar el fuego (Gambier 1977).
Pueden utilizarse también sustancias combustibles en los fogones, tal como lo
menciona Pérez de Micou (1991b) y Piqué i Huerta (1995, 1999c). Estas sustancias sirven
para facilitar la combustión, especialmente cuando la leña está húmeda. Por lo general, son
grasas animales en estado líquido, de guanaco o ñandú especialmente, por ser animales con
mucha grasa. En ocasiones pueden agregarse como combustibles restos de huesos frescos.
Pérez de Micou menciona que los informantes patagónicos aseveraron que es precisa la
61
utilización de combustibles óseos para generar más luz durante la noche, momento en que
se realizan las tareas de manufacturas. Las crónicas patagónicas narran la introducción de
desechos de tareas realizadas alrededor del fuego, tales como aquellos resultantes de la
higiene personal (uñas, pelos, pus de abscesos) y otros restos varios (crin de animales, etc.)
(Pérez de Micou 1991b).
El tratamiento de los restos de combustiones
Se ha explicado que las huellas de combustiones domésticas pueden evidenciar
combustiones realizadas in situ, o bien, pueden indicar el arrastre o movimiento de estos
restos originados en otro lugar -en donde se llevó a cabo la combustión. Por su parte, hay
una tendencia en la bibliografía arqueológica a denominar “fogones” a todas las evidencias
de combustiones, sin tener muchas veces en cuenta si se trata efectivamente de restos de
carbón y ceniza asociados estratigráficamente a superficies termo-alteradas.
Los llamados fogones han sido frecuentemente utilizados como la prueba fehaciente
de la existencia de ocupaciones humanas pasadas. De la mano de este razonamiento,
comúnmente, la potencia de sedimentación de los restos de un fogón suele asociarse a la
intensidad y temporalidad de las ocupaciones dentro de un sitio. Según lo expuesto, se sabe
que estos supuestos, si bien no son totalmente erróneos, tampoco son verídicos. Esto se
fundamenta en el hecho de que las estructuras de combustión o fogones que los
arqueólogos encuentran dentro de una cueva, alero o habitación doméstica, están
modificadas por su propio uso. A lo cual pueden sumarse los efectos de agentes naturales
externos posteriores a la deposición (Rodríguez Ariza 1993).
López Campeny (2001) en su estudio del sitio PP9, afirma que la relevancia de los
fogones en este sitio radica en:
- que son estructuras arqueológicas que desempeñan un rol importante para identificación
de niveles de ocupación,
- que la variabilidad en su emplazamiento proporciona elementos adicionales para
diferenciar las sucesivas ocupaciones,
62
- que la variabilidad de sus restos materiales permite proponer que estos rasgos funcionan
como estructuras que concentran actividades y que, fundamentalmente, facilitan la
deposición primaria de una buena parte de los desechos de actividades por medio de la
sedimentación de estos restos en la ceniza.
Estas propiedades funcionales asignadas a las estructuras de combustión de PP9
están en relación con las evidencias encontradas en los niveles excavados en el sitio y
apuntan a la determinación de una ocupación sedentaria, signada por un cúmulo de
actividades realizadas alrededor del fogón. Pero, ¿qué sucede en el fogón? Las actividades
domésticas determinadas en PP9 fueron llevadas a cabo alrededor y sobre el fuego, pero no
se tienen en cuenta una serie de actividades domésticas que estuvieron directamente
relacionadas a la gestión del fuego mismo. Estas son las actividades de mantenimiento y
uso de las estructuras, como su limpieza y vaciado periódico. Esta serie de actividades no
son visibles en el registro y sólo se pueden inferir teóricamente. Son prácticas domésticas
que hicieron posible la gestión de las combustiones, su propia realización y,
posteriormente, pudieron vincularse al mantenimiento general de espacio habitado.
Las actividades domésticas de mantenimiento de las estructuras de combustión
modifican con el tiempo las huellas de las combustiones realizadas provocando en
ocasiones hasta su propia desaparición. Inclusive, debe tenerse muy presente que es
probable que los restos de carbón hallados dentro de una estructura de combustión
pertenezcan sólo al último fuego realizado allí. En este sentido, Grau Almero (1992)
subraya que la riqueza de carbón en un sitio arqueológico dependerá, entre otros factores,
de la existencia, o no, del acondicionamiento periódico del suelo donde se realizaron las
combustiones.
Pérez de Micou (1991a, 1991b, 1999) ha demostrado que el contexto arqueológico
no es el fiel reflejo de las actividades que se desarrollaron en un sitio arqueológico, y que
las actividades realizadas reiteradamente en un sitio dejan un contexto arqueológico vacío
de evidencias. Entonces, según lo dicho: ¿Puede afirmarse categóricamente que la ausencia
de restos de combustiones es evidencia probatoria de la inexistencia de una ocupación
humana en un sitio arqueológico? Y más aún ¿Puede decirse que la potencia de
63
sedimentación de una estructura de combustión, o su mayor o menor frecuencia, es siempre
prueba concluyente de la temporalidad o intensidad de una ocupación?
En este mismo orden de ideas, utilizando una línea de razonamiento funcional
Rodríguez (1996/97) sostiene, por ejemplo, que en QS3 una de las evidencias de las
diferencias entre las ocupaciones del nivel 2b(11) (7130 ± 112 AP), que posee una
importante ocupación humana, y el nivel 2b(5) (5380 ± 70 AP), que posee menor grado de
ocupación, es la marcada disminución en el número de fogones y de ejemplares leñosos,
parcial o totalmente quemados, en este último nivel.
Procesos de formación del “dato arqueológico” en las interpretaciones antracológicas
Los procesos de formación y transformación del registro en los estudios antracológicos han
sido tratados por Rodríguez Ariza (1993). En el yacimiento arqueológico argárico de la
Terrera del Reloj, la autora puso a prueba las evidencias de carbones por medio de un
estudio comparativo de los resultados del análisis antracológico de cada uno de los niveles
arqueológicos identificados. En este sitio aterrazado, se determinaron previamente:
“procesos depositacionales”, formados por los niveles de habitación; “procesos
penecontemporáneos a la depositación”, formados por los derrumbes provocados por los
incendios; “y procesos postdepositacionales”, formados por los niveles de arrastre. Al
realizar el análisis comparativo con los datos antracológicos se concluyó que:
1. Los niveles de habitación del sitio presentan por lo general un mayor número de taxones,
provenientes de hogares y otros sectores como de las estructuras de construcción. Estas
fueron quemadas tras un incendio del poblado y posteriormente se mezclaron con los
carbones y restos de los hogares domésticos.
2. Los niveles de derrumbe presentan una menor riqueza florística, dado que los carbones
provienen de fragmentación de los postes y vigas usadas en la construcción.
3. Los niveles de arrastre provienen de los niveles de derrumbe, por lo cual presentan una
similar composición florística.
64
Este estudio realizado en la Terrera del Reloj demuestra que es fundamental la
valoración contextualizada de los procesos de formación de un sitio arqueológico, para
obtener información que permita interpretar las distribuciones de carbones identificados. La
metodología de excavación del sitio estudiado juega un papel principal en esta tarea y, en
última instancia, de su nivel de resolución dependerá la interpretación otorgada a los
conjuntos de carbones recuperados. Rodríguez Ariza (1993) cita como primordial la
determinación de las coordenadas de posición del carbón y la madera, para evaluar la
procedencia de estos y valorar los procesos de formación involucrados.
Algo importante a tener en cuenta es la elección del método de recuperación del
carbón de los sedimentos. Es fundamental ponderar, en una primera instancia de la
excavación, las características del carbón en el yacimiento y la naturaleza de los sedimentos
en los que este se encuentra enterrado, para garantizar un diseño de muestreo más ajustado
a la problemática de los conjuntos estudiados (Rodríguez Ariza 1993).
Los agentes que afectan los conjuntos arqueológicos, luego de su deposición,
también tienen efecto sobre los restos de combustiones. Estos efectos pueden ser
mayormente de orden físico, como las inclusiones de restos carbonizados provenientes de
lugares diversos, dentro y fuera del sitio. Es importante tener presente la “tanatocenosis”
del conjunto, es decir, que se trabaja con un conjunto de restos que se ha fosilizado en el
mismo lugar pero que no necesariamente ha vivido conjuntamente (Piqué i Huerta 1999c).
Por ejemplo, en algunos sitios arqueológicos puede ocurrir la introducción de restos de
carbones procedentes de incendios naturales, u otros, introducidos de manera involuntaria
por medio de agentes naturales, tal es el caso de varios yacimientos europeos (Badal García
1992/93/94; Piqué i Huerta 1999a, 1999b, 1999c; Rodríguez Ariza 1993). En casos como
estos es aconsejable determinar los patrones de utilización de la madera en el asentamiento
estudiado para inferir los conjuntos anormales (Piqué i Huerta 1999c). Esto también puede
ser aplicable en los casos en que se hayan quemado eventualmente maderas que formaron
parte de estructuras de construcción de las viviendas o que eran artefactos utilizables, etc.
Así podría advertirse cuales maderas pudieron ingresar inicialmente al sitio como
combustibles y cuáles no.
65
Generalmente, se considera que los carbones dispersos en un nivel arqueológico han
sido acumulados durante toda la duración de la ocupación y que, por lo tanto, proceden de
la dispersión de todas las combustiones allí realizadas6 (Grau Almero 1992/93/94; Piqué i
Huerta 1999c). Pero puede suceder que algunos factores afectaran a la distribución final de
carbones dentro del nivel y pudieran producir, así, áreas de representación diferencial
(Piqué i Huerta 1999c). Las propias tareas de mantenimiento de los pisos de ocupación
formatizan y pueden dar origen a una determinada distribución de los residuos excavados.
Por estas y otras razones ya mencionadas en este capítulo, la estrategia de excavación y
registro debe contar con métodos y técnicas eficaces que puedan ayudar a visualizar y,
posteriormente, interpretar y reconstruir en el laboratorio estos procesos de formación del
registro antracológico.
Los procesos posteriores a la deposición también pueden afectar la forma y tamaño
de los restos de carbón. El carbón es inmune a la descomposición biológica y, también se
preserva muy bien de la acción de agentes químicos, aunque no se descarta que las
concreciones calcáreas o salinas, en algunos casos, puedan afectar la estructura anatómica
del mismo e impedir su identificación (Piqué i Huerta 1999c). Si bien estos agentes no
destruyen al carbón, este último, es más sensible que la madera a la acción de los agentes
mecánicos.
Los carbones son más frágiles que otros conjuntos arqueológicos, se fracturan y
pulverizan fácilmente por la presión de los sedimentos, golpes y movimientos (Piqué i
Huerta 1999c). Las prácticas arqueológicas de recuperación son parte de estos procesos
posteriores a la deposición, y su estudio y análisis es poco tratado en la bibliografía
arqueológica. Las técnicas de recuperación utilizadas por los arqueólogos en el campo
provocan efectos mecánicos sobre los restos de carbón, que pueden modificar
particularmente el tamaño de los fragmentos. Otro efecto concomitante de las prácticas de
recuperación es la formación del registro mismo a través de los métodos de muestreo de
carbón. No hay estudios específicos sobre la magnitud o grado de incidencia que tienen las
técnicas de recuperación y muestreo sobre los conjuntos de carbón recuperados en sitios
arqueológicos, pero su observación y testeo pueden ayudar a encontrar índices de
corrección que ayuden a la comprensión de los procesos de formación de este tipo de
registro.
66
Muestreo de carbón en sitios arqueológicos
Por razones de orden técnico y práctico, como el tamaño, el estado de conservación
deficiente de los restos, o el volumen o cantidad de los mismos es imposible recuperar
todos los restos de carbón de un sitio arqueológico, al igual que puede suceder con otros
restos arqueológicos (Piqué i Huerta 1999c). Piqué i Huerta (1999c) realiza un buen
resumen de los métodos de muestreo de restos de carbón más utilizados por los autores.
Algunos de ellos son:
Muestreo dirigido. Se basa en el conocimiento previo de la población a muestrear, para lo
cual es necesario que los supuestos de partida estén bien fundamentados. Por este método
se corre el riesgo de elevar los supuestos al estatus de conocimiento.
Muestreo de intervalos. Basándose en un espaciamiento uniforme de una población de
material se utilizan intervalos de muestreo. La muestra de carbón es recuperada en
intervalos de volumen de sedimento excavado. Este método es sencillo y puede ser eficaz,
aunque puede producir patrones falsos en los datos por la no concordancia entre el patrón
de muestreo y el patrón de la población muestreada.
Muestreo probabilístico. Se basa en la probabilidad de que la muestra refleje la población
de la cual procede, la cual es estimada estadísticamente. Este método está sólo limitado
para representar la extrema heterogeneidad de las poblaciones arqueológicas. Un ejemplo
de esta estrategia es el muestreo de un 10 por ciento del sedimento total en cada unidad
arqueológica excavada (Buxó 1997).
Muestreo maximal. Es un muestreo de toda la superficie del sitio o, como mínimo, de las
diferentes áreas funcionales, para obtener una buena muestra de la riqueza específica
taxonómica, ya que persigue la significación paleo-ecológica.
Pueden mencionarse dos métodos más, citados por Buxó (1997) para el muestreo de restos
vegetales, estos son:
67
Muestreo estimativo. Consiste en calibrar la riqueza de información de un nivel, un estrato
o una unidad estratigráfica mediante el muestreo de un volumen constante denominado test.
Muestreo de volumen constante por unidad o estrato. Es un muestreo independiente del
volumen total de cada unidad o estrato. Por medio de este método se toma una muestra
arqueológica de volumen constante por cada unidad de excavación determinada, sin tener
en cuenta la heterogeneidad arqueológica.
Otros autores citados por Piqué i Huerta (1999c) proponen una estrategia diferente según el
tipo de yacimiento, para minimizar el efecto de la distribución diferencial de los taxones.
Para los yacimientos prehistóricos proponen un muestreo espacial lo más amplio posible,
dividiendo la superficie del sitio excavado en una retícula de metros cuadrados y tamizando
los sedimentos recogidos por capas de 5 cm.
Pueden encontrarse variantes de cada diseño en cada uno de los sitios de la
bibliografía antracológica, pero en general hay tendencias seguidas por estos trabajos, por
ejemplo: la distinción entre depósitos de formación rápida y depósitos de formación lenta
(Piqué i Huerta 1999c). Las áreas de combustión, por ejemplo, pueden contener restos de
una sola combustión, por lo que sus restos mostrarán las estrategias de recolección y
selección, muy parcialmente, puesto que se trata de un evento puntual. En tanto los
carbones dispersos en los sedimentos a lo largo de la ocupación de un sitio podrán
representar mejor las leñas utilizadas como combustibles durante toda la ocupación. Claro
está que estas muestras de carbones dispersos poseen menor capacidad resolutiva que las
anteriores y otorgan sólo muestras promediadas de una ocupación, asumiendo que la
dispersión de carbones desde los focos de combustión se produce de forma aleatoria y
constante afectando a todos los taxones por igual (Piqué i Huerta 1999c).
También se ha propuesto la distinción entre estructuras restrictivas y no restrictivas
(Pernaud 1992, en Piqué i Huerta 1999c). Las estructuras restrictivas son las áreas de
combustión relacionadas a actividades específicas de corta duración, como las
combustiones con fines artesanales. Estas tienen la posibilidad de representar menor
número de taxones a causa de la marcada selección de maderas, o bien porque representan
68
una recolección puntual. En cambio, las estructuras no restrictivas son las que presentan
mayor número o variedad de taxones y por lo general son depósitos arqueológicos con una
sedimentación más prolongada, como las fosas u otros. Estos modelos de interpretación de
estructuras antracológicas ayudan a evaluar la diversidad taxonómica esperable en un sitio,
o rasgo arqueológico a excavar y permiten diseñar estrategias de muestreo dirigidas.
El diseño de las estrategias de muestreo dependerá del tipo de excavación realizada,
esto es: si se trabaja con métodos de excavación verticales que utilizan niveles
estratigráficos artificiales o naturales, o si se trabaja mediante una estrategia de área abierta
con una técnica estratigráfica no arbitraria (Carandini 1997 [1991]; D’Amore 2002; Haber
1999a; Harris 1991 [1989]; Roskams 2003 [2001]; Spence 1990). Porque como lo
menciona Piqué i Huerta (1999c), la toma de decisiones sobre el muestreo de carbón no
puede estar al margen de los objetivos generales de la investigación. La autora sostiene que
la preocupación por la necesidad de muestrear adecuadamente el carbón encontrado en los
sitios arqueológicos es una preocupación muy reciente en las investigaciones. Afirma que,
en gran parte, esto es debido a la realización de procedimientos de excavación no
extensivos que dan prioridad a la secuencia estratigráfica vertical, más que a los pisos de
ocupación; y también a que sólo se recoge una muestra aleatoria de los carbones
procedentes del sedimento de las áreas de combustión para realizar dataciones
radiocarbónicas sin prestar interés a problemáticas proporcionadas por el registro
antracológico.
Por estas razones es preciso diseñar un muestreo cualitativo y cuantitativo lo
suficientemente representativo de los conjuntos de carbón en las áreas temporales y
espaciales del sitio arqueológico estudiado. Las estrategias de muestreo empleadas sobre
los restos de carbón en un sitio están en función de los planteamientos y objetivos del
proyecto arqueológico general, aunque también dependerán, en buena medida, de las
particularidades de los depósitos del sitio excavado, por lo cual el muestreo será siempre
ajustable a cada caso arqueológico.
69
Técnicas de recuperación de carbón
Las formas de recuperación de carbón en sitios arqueológicos pueden ser llevadas a cabo
por medio de distintas técnicas, las cuales deben complementarse dentro de las estrategias
de muestreo. Las técnicas de recuperación dependerán de las características físicas del
conjunto de fragmentos a muestrear (tamaño, dureza, cantidad), y pueden ser clasificadas
en:
Técnicas manuales de recuperación de carbón. Son aquellas en las cuales se
utilizan procedimientos de recolección mecánicos y selectivos que pueden realizarse
manualmente con el uso de pinzas o a mano. Roskams (2003 [2001]) afirma que la
recuperación manual no es una técnica muy digna de confianza, debido a que recupera sólo
una parte de los materiales en los sedimentos, y por ello suele proporcionar una
representación sesgada de estos. Inclusive, menciona investigaciones que sugieren que
hasta el 85 por ciento de ciertos hallazgos puede perderse usando tales procedimientos.
Pearsall (1989) señala también las deficiencias de esta técnica y comenta algunas de las
causales, como por ejemplo, el interés, experiencia y capacidad visual del/la arqueólogo/a
por sobre los tipos y tamaños de restos a recuperar.
Técnica de recuperación por tamizado o cribado en seco. Se trata de un
procedimiento por medio del cual se realiza la recuperación de carbón a través del cribado
o tamizado en seco de los sedimentos extraídos de la excavación. Esta técnica es
aconsejable para atender de forma más sistemática grandes volúmenes de material (Pearsall
1989), especialmente, cuando los sedimentos son sueltos y arenosos. En este caso, el
tamaño de apertura de la malla empleada afecta directamente a la cantidad y carácter del
material recuperado (Oliszewski 1999; Pearsall 1989; Roskams 2003 [2001]). El tamizado
de sedimentos también conlleva la recogida de los materiales a mano, una vez que estos
quedan atrapados en la malla. Por ello, los resultados de la recuperación también pueden ser
sesgados.
70
Técnicas de recuperación por cribado húmedo. Es el tratamiento de sedimentos en
medios húmedos con utilización de una criba. El empleo de la criba húmeda puede
realizarse por diferentes medios, existen varios métodos rudimentarios (Roskams 2003
[2001]). El más utilizado es aquel en el que se vierten los sedimentos en una criba o tamiz,
aplicando posteriormente una corriente de agua adaptada con un rociador en su extremo,
que posibilita un chorro de ducha fino para la separación de sedimento sin una agresión
excesiva (Buxó 1997). Esta técnica de recuperación es eficaz para trabajar grandes
volúmenes de sedimentos, aunque se ve limitada por la selección manual, al igual que las
técnicas anteriores.
Técnica de recuperación por flotación. A diferencia de las otras técnicas
mencionadas, esta es una técnica de recuperación automatizada que no está mediada por la
selección manual. Es recomendable su utilización para el manejo de grandes volúmenes de
sedimentos ricos en materiales arqueológicos y, especialmente, para el tratamiento de
suelos arcillosos o, si se desea recuperar fragmentos livianos muy pequeños (Buxó 1997;
Pearsall 1989; Roskams 2003 [2001]). La técnica de flotación se fundamenta en la baja
densidad de los fragmentos en el agua (Struever 1968), siendo muy eficaz para la
recuperación de carbón y otros restos livianos. Los dos tipos de flotación más utilizados
son:
Flotación manual simple. Consiste en el vaciamiento del sedimento tratado en una
cubeta con agua. Allí, la agitación manual del sedimento permite separar los restos de
menor densidad, que por decantamiento se vierten en una columna de tamices exterior o
con ayuda de un colador de mano (Buxó 1997; Struever 1968). Los tamices empleados
pueden tener aperturas de mallas de diferentes tamaños, según se requiera, aunque por lo
general se utilizan mallas entre 4 y 0,5 mm. Los sedimentos con inclusiones arqueológicas
también pueden ser sumergidos en cuerpos de agua en movimiento (acequia, río, mar)
(Pearsall 1989). Como lo señalara Pearsall (1989), los sistemas manuales de flotación son
de bajo costo pero implican un procedimiento de trabajo intensivo y cansador que, además,
puede ser poco riguroso y que puede provocar una recuperación incompleta.
71
Flotación con ayuda de una máquina. Se realiza en un recipiente con gran
capacidad conectado a una corriente de agua que se mezcla gracias a la entrada de aire
generada por un compresor, o por inyectores, que provocan una turbulencia en el interior
del contenedor (Buxó 1997; Pearsall 1989; Wagner 1982). De esta forma se genera una
corriente que acelera el proceso de separación por densidades y hace flotar los fragmentos
menos densos -en este caso carbón-, los cuales también son vaciados en tamices
dediferentes aperturas de mallas ubicados en el exterior del contenedor. Los restos más
densos que no flotan van a parar junto con los sedimentos al fondo del contenedor, en
donde también se recuperan por medio de mallas. La técnica de flotación por medio de la
utilización de una máquina flotadora es uno de los métodos más eficaces para recuperar
grandes volúmenes de carbón, aunque todavía no se han estudiado demasiado las
influencias de esta técnica sobre el aspecto físico de estos fragmentos. Otro problema que
puede presentar la técnica es el alto costo económico de los insumos requeridos para su
realización. No obstante, la ventaja más notable de los sistemas mecánicos de flotación es
que son más eficientes en términos de peso o volumen de sedimento procesado por hora y
por operador (Pearsall 1989).
Estas técnicas y métodos de recuperación manuales y mecánicos de flotación
pueden requerir la utilización de soluciones químicas para tratar sedimentos particulares y
facilitar la separación de densidades otorgando menor densidad a los objetos flotantes o
dispersando la matriz sedimentaria (Struever 1968; Wagner 1982). Por ejemplo, puede
utilizarse ácido clorhídrico (HCl) -al 10 por ciento- para remover carbonatos de calcio, o
hexametafosfato para suspender arcillas (Dames & Moore, Inc. 2001). Struever (1968)
utilizó una solución de cloruro de zinc (Zn Cl2) para separar restos vegetales de restos
óseos, acentuando la densidad de estos últimos.
La mayoría de las investigaciones complementan el uso de las técnicas manuales
con las técnicas automatizadas de recuperación de carbón, para garantizar la
representatividad de las muestras (Piqué i Huerta 1999c). Grau Almero (1992/93/94)
recomienda la recuperación por medio de la técnica de flotación de aquellos fragmentos de
carbón dispersos en los sedimentos excavados. Al mismo tiempo, sugiere la recuperación a
mano del total de los carbones concentrados y asociados a estructuras, luego de su registro
72
riguroso a través de dibujos y fotografías. Considera también necesario el tamizado de los
sedimentos para obtener los restos de carbones dispersos que pudieran quedar en el lugar.
Análisis arqueológicos del carbón
Identificación antracológica: El método de identificación antracológica se basa en el hecho
de que la estructura interna del leño vegetal varía según las especies y, además, se conserva
a pesar de que la madera haya sido sometida a combustión (Badal García 1992/93/94; Piqué
i Huerta 1999c). Los carbones vegetales arqueológicos y, por supuesto, las maderas
arqueológicas en general, pueden ser identificados gracias a la conservación de su
estructura interna -o estructura del leño-, la cual es identificable taxonómicamente por su
disposición, características y contenidos de las células que la componen (Esau 1953).
Se supone que las especies vegetales no han variado su anatomía a lo largo del
Cuaternario, y ello permite la comparación anatómica de los restos de plantas arqueológicas
con especies actuales, para identificar géneros y especies (Piqué i Huerta 1999c).
Las plantas multicelulares poseen diferentes tipos de células, agrupadas en tejidos,
entre los que se halla el “xilema”, comúnmente denominado leño, que es un tejido complejo
y está compuesto por distintos tipos de células cuyas funciones son la conducción de agua y
minerales y el suministro de soportemecánico a la planta (Esau 1953). El xilema está
compuesto por células funcionales muertas como vasos, traqueidas y fibras, y por células
que continúan vivas por algunos años luego de ser producidas. La función de las células
parenquimáticas es el almacenamiento de alimentos, la conducción lateral (radios) y,
mantener funcionales en la conducción de agua a las células muertas. La disposición de las
células en el tejido vegetal, su morfología, sus contenidos y la forma de crecimiento (anillos
anuales), varían según las especies y es la base de los análisis antracológicos (Carlquist
1988; Essau 1953, 1960; Fahn 1982).
La técnica, utilizada por casi todas las investigaciones antracológicas es la
observación directa de fracturas frescas de carbón al microscopio sin ninguna preparación
previa. Es preciso, para conseguir fracturas frescas del carbón, realizar el procedimiento
manualmente, porque la utilización de instrumentos cortantes produce un aplastamiento de
73
las células que impide su visualización (Piqué i Huerta 1999c). Esta técnica es muy fácil de
realizar en menos tiempo y posibilita la observación de un mayor número de fragmentos.
Figura 2.1: Corte en los tres planos de observación de la madera. Se aprecian las estructuras
internas del leño (Jacquiot, Trenard et Hidrol 1973).
Para la observación de la estructura celular de los fragmentos de carbón se realiza
la orientación de la fractura de los mismos en tres planos conocidos de la madera -en sus
ejes axial y radial-; estos planos son: transversal, longitudinal tangencial y longitudinal
radial. Algunos autores como Pearsall (1989) consideran que es suficiente la identificación
de taxones con sólo la observación del plano transversal a 100X (aumentos). Por su parte,
las investigaciones europeas generalmente utilizan el método de observación de los tres
planos de corte de la madera, por considerar que proporciona mayor rango de seguridad en
las identificaciones.
74
Las observaciones suelen realizarse entre 40X y 400X, en microscopios de luz
reflejada (Marconetto 1999b; Piqué i Huerta 1999c; Thinon 1988), aunque también se
emplean mayores aumentos en microscopios
Para la observación de la estructura celular de los fragmentos de carbón se realiza
la orientación de la fractura de los mismos en tres planos conocidos de la madera -en sus
ejes axial y radial-; estos planos son: transversal, longitudinal tangencial y longitudinal
radial. Algunos autores como Pearsall (1989) consideran que es suficiente la identificación
de taxones con sólo la observación del plano transversal a 100X (aumentos). Por su parte,
las investigaciones europeas generalmente utilizan el método de observación de los tres
planos de corte de la madera, por considerar que proporciona mayor rango de seguridad en
las identificaciones.
Las observaciones suelen realizarse entre 40X y 400X, en microscopios de luz
reflejada (Marconetto 1999b; Piqué i Huerta 1999c; Thinon 1988), aunque también se
emplean mayores aumentos en microscopios de mayor resolución, para la identificación de
caracteres más específicos a nivel de especies y para el tratamiento de fragmentos de
tamaños muy pequeños (Rolando et Thinon 1988). Usualmente, el uso de microscopio
electrónico de barrido (MEB) se requiere para la obtención de fotografías de alta calidad.
La utilización del microscopio óptico tiene la ventaja de proporcionar un buen nivel de
identificación específica, porque permite la observación de rasgos micro-morfológicos no
observables a bajos aumentos (inferiores a 40X). Aunque en contrapartida, y a diferencia
del MEB, el microscopio óptico no tiene la profundidad de campo necesaria para observar
las superficies irregulares de las fracturas del carbón (Piqué i Huerta 1999c).
Tamaño y número mínimo de fragmentos de carbón
En aquellos casos en donde existe un cúmulo importante de carbón es necesario tomar la
decisión de apartar una muestra del conjunto total, que sea lo suficientemente
representativa del mismo. Decidir esto es una tarea simple que se basa, en primera
instancia, en el tamaño de los fragmentos de carbón a analizar.
75
Es importante que los fragmentos seleccionados para someter a observación
microscópica sean de un tamaño y dureza que permita su fractura, en por los menos dos
planos de corte identificables. Es necesario obtener superficies de la madera observables al
microscopio. Por lo general, los tamaños mínimos aceptables para observar al lente son
de 2 ó 3 mm. A menor tamaño se requiere más esfuerzo de identificación, mientras que al
mismo tiempo esta se vuelve más incierta (Piqué i Huerta 1999c).
Varios trabajos antracológicos se interesan en establecer cuál es la fracción más
representativa, cualitativa y cuantitativamente, de los taxones a identificar (Piqué i Huerta
1999c). Chabal (1988, 1992/93/94) sostiene que existe una ley de fragmentación aplicable a
todos los taxones, por la cual siempre se produce un gran número de fragmentos pequeños
y un número pequeño de fragmentos grandes. Estos estudios han llegado a esta conclusión
al comparar las fracciones de entre 2 a 5 mm y >5 mm, y observar que ambas poseían
distribuciones cuali-cuantitativas que no presentaban diferencias significativas.
Por otra parte, los costos del trabajo de identificación en MEB también limitan la
identificación a tamaños igual o superiores a 5 mm, observables más fácilmente con
microscopio óptico. Esta situación también condiciona el número de fragmentos a
identificar. Para Chabal y Piqué i Huerta, los análisis pueden circunscribirse sólo a la
fracción mayor a 5 mm, que es más fácil de manipular. Es probable que esta ley de
fragmentación sea aplicable a sitios arqueológicos, pero sólo si antes se consideran los
procesos de formación del registro antracológico recuperado, ya que las prácticas de
recuperación arqueológicas pueden afectar las proporciones de representatividad de las
fracciones.
El tamaño de la muestra de carbón también debe ser representativo del conjunto o
población de carbón procedente del sitio. Los esfuerzos para identificar todos los
fragmentos de carbón que puedan aparecer en un sitio exceden siempre los límites de
tiempo, trabajo, y presupuesto de las investigaciones, por lo que se realiza un sub-muestreo.
Una forma de realizar esta tarea es mediante “la curva de riqueza específica”, basada en la
observación de fragmentos hasta que se estabiliza el eje de los taxones (Chabal1988,
1992/93/94; Marconetto 2001; Piqué i Huerta 1999c). La estabilización de la curva sucede
cuando no aparecen más taxones nuevos en la muestra, situación que puede variar según el
76
sitio estudiado e, inclusive, puede diferir en cada depósito arqueológico excavado (Piqué i
Huerta 1999c).
Algunas investigaciones analizan un número fijo de fragmentos de carbón en cada
caso estudiado, utilizando un criterio estadístico de número mínimo de la muestra para
someter a un test de significación, aunque, como ha argumentado Piqué i Huerta este
método arbitrario puede afectar la densidad de restos de carbón por nivel o unidades
estratigráficas.
Unidades de medida
Es sabido que no es posible atribuir un fragmento de carbón a un individuo vegetal, o a una
parte determinada del mismo, por lo cual, es imposible averiguar el número de individuos
utilizados en un fogón. La naturaleza del carbón, como resto arqueológico, requiere de otras
formas de cuantificación. Estimar la importancia relativa de los taxones es la más adecuada
y, para realizar esto pueden emplearse varios procedimientos matemáticos y estadísticos.
En primera instancia, se requiere establecer una unidad de medida. El peso y el número de
fragmentos de cada taxón, son la forma más acertada de aproximarse a la significación real
de la muestra, aunque mucho se discute sobre este tema, sin llegar aún a un acuerdo sobre
el mismo (Piqué i Huerta 1999c). .
Piqué i Huerta (1991c), sostiene que la mejor manera de evaluar la correcta
utilización de las unidades de medida en los análisis cuantitativos, es determinar la relación
existente entre el peso y la fragmentación de los carbones en cada yacimiento. Si el
volumen de carbón perteneciente a un taxón depende del número de fragmentos
identificados para el mismo, es lo mismo elegir una u otra variable para analizar los datos,
dado que son variables dependientes. Mientras que, en el caso contrario, de tratarse de
variables independientes, se corre el riesgo de sesgar los datos al optar por una u otra
unidad de medida.
Ya se han mencionado, en párrafos precedentes, datos que pueden sumar
información a la discusión sobre la relación entre volumen y número de fragmentos de
carbón., como, por ejemplo, el comportamiento de los diferentes taxones frente a
77
condiciones impuestas por los procesos de combustión y conservación, e inclusive por los
problemas de muestreo que pueden afectar la representación y fragmentación taxonómica.
Estas condiciones, hacen inviable la correlación entre volumen inicial de madera y residuos
generados, por lo que debe descartarse, por ahora, la posibilidad de calcular el
volumen mínimo de leña quemada a partir de la masa o el número de fragmentos
depositados en un yacimiento (Piqué i Huerta 1999c). A partir de las variables de medición
utilizadas, sólo pueden hacerse inferencias acerca de la utilización preferencial de taxones,
asumiendo que el taxón más utilizado tiene más probabilidades de generar más residuos.
Análisis cuantitativos
Una vez determinada la unidad de medida a utilizar, se procede a la búsqueda de estudios
cualitativos que sean ajustables a los problemas y supuestos planteados por la
investigación. Los estudios cuantitativos sirven en la búsqueda de patrones significativos,
que puedan otorgar información sobre las preferencias de combustibles vegetales en el
pasado en un espacio doméstico, por ejemplo. Los datos arrojados pueden apoyar o
rechazar los supuestos previos, aunque por lo general, requieren más de un caso de estudio
para establecerse como pruebas de un postulado.
La búsqueda de información por vías cuantitativas no siempre suele ser del agrado
de los arqueólogos y, ciertamente, puede resultar ser la parte menos atractiva del proceso de
investigación. Pero, una vez encaminada la senda de las preguntas y problemas a resolver,
se torna más fácil expresar los planteos en forma matemática y estadística.
La importancia de los taxones dentro de los sitios puede ser abordada por medio del
recuento absoluto o relativo de los restos de carbón (Asouti 2003; Badal García 1992;
Marconetto 2001; Piqué i Huerta 1999a; Rodríguez 2000; Solari 1993/94). Se expresan,
casi siempre, en proporciones gráficas que comparan muestras de diferente tamaño,
posteriormente; pueden emplearse pruebas estadísticas para averiguar la significación de las
diferencias observadas entre los conjuntos.
Otra forma de analizar estos restos, puede ser utilizando la estadística descriptiva.
Este análisis proporciona lecturas numéricas y gráficas de los conjuntos, los cuales pueden
ser de esta forma comparados. Es un análisis simple, pero que arroja información completa
78
acerca del comportamiento al interior de los conjuntos. La estadística inferencial también
puede emplearse en estos casos, para averiguar la significación de las diferencias y
similitudes entre conjuntos.
Algunos trabajos antracológicos no tienen en cuenta el recuento absoluto de los
restos y se focalizan en la cuantificación de datos a partir de la presencia o ausencia de
taxones. Para este método no es importante la cantidad de fragmentos o el volumen de
carbón, dado que sólo se computa la frecuencia de aparición de un taxón, con relación al
número total de muestras obtenidas (Popper 1988).
Cuando se cuenta con un cúmulo importante de datos que requieren ser relacionados
entre sí, usualmente se recurre al análisis multivariante. Este método estadístico tiene
muchas técnicas de aplicación, entre las cuales se hallan: el análisis de componentes
principales, el análisis factorial, escalas multidimensionales no métricas y el análisis de
correspondencias (Shennan 1998). Piqué i Huerta (1999a), por ejemplo, utilizó el análisis
de escalas multidimensionales para determinar la significación de las proximidades entre
conjuntos de carbón en el sitio europeo de Cova des Càrritx. En otro caso arqueológico, en
Tierra del Fuego, la misma autora, determinó la existencia de una distribución diferencial
de taxones combustibles según su localización en el espacio, a través del análisis factorial
de correspondencias (Piqué i Huerta 1995). Allí aplica el test no paramétrico chi cuadrado
para analizar conjuntos arqueológicos a partir de atributos cualitativos.
Los restos provenientes del tratamiento de sedimentos, requieren de la utilización de
índices de densidad que relacionen el número de fragmentos con la cantidad de sedimento
tratado. Este tipo deonjuntos tiene la posibilidad de representar más aproximadamente las
frecuencias absolutas de carbón dentro un sitio, siempre y cuando las estrategias de
muestreo asi lo hayan previsto. Estos restos de carbón pueden proporcionar otro tipo de
evidencias relacionadas con procesos tafonómicos. Así lo entiende Asouti (2003) en su
estudio del sitio arqueológico Pinarbasy, en Anatolia. Ella emplea el análisis multivariante
para correlacionar medidas de densidad, diversidad e, índices de fragmentación/
preservación de carbón vegetal obtenido por flotación, además de evaluar los patrones de
representación de taxones en diferentes contextos.
79
Análisis de C14. El problema de la madera antigua y la madera longeva
Los restos de carbón generalmente se prefieren para obtener fechados radiocarbónicos. El
método determina edades en años radiocarbónicos, y se basa en la medición de las
concentraciones del isótopo radioactivo C14 en los organismos vivos. Esto es posible
debido a que este isótopo inestable se desintegra con un período de semidesintegración
constante de 5568 ± 30 años (Figini 1993).
La madera presenta dos problemas, que han sido denominados como: de la “madera
antigua” y de la “madera longeva”. Ambos problemas de la madera se refieren a un error
muy frecuente de asociación muestra-evento, que ocurre al seleccionar las muestras
enviadas a fechar en los laboratorios de análisis radiocarbónicos (Ambers 1998; Arnal y
Andrieux 1986; Figini 1993; Marconetto y Juez 2001; Schiffer 1987). Provocan el
envejecimiento de los fechados radiocarbónicos realizados sobre madera y carbón vegetal,
debido a la edad de muerte de especies longevas y por las particularidades de durabilidad
de algunas maderas (Schiffer 1987).
Para cumplir funciones de sostén y conducción el tejido leñoso de un árbol está
compuesto por células muertas, mientras que las células vivas están en el cambium, en el
límite de los anillos de crecimiento externos; de manera que los anillos de crecimiento
internos pueden estar muertos desde muchos años antes de haber sido cortado el árbol
(Marconetto y Juez 2001). Por esta razón si se toma una muestra de carbón de los anillos
internos de una madera, el fechado obtenido indicará el momento de muerte de esos anillos,
es decir, su tiempo de longevidad, pudiendo haber transcurrido un importante lapso de
tiempo hasta el momento en que esa madera fue empleada como combustible, o para otras
prácticas, en el pasado. Este es el problema de la madera longeva.
La otra causa del envejecimiento de los fechados sobre madera se debe a las
propiedades de durabilidad de las maderas, y a este efecto se lo denomina el problema de la
madera antigua (Schiffer 1987). Si las maderas presentan características de buena
durabilidad natural, debido a ciertos contenidos en sus células -como tílides, aceites,
taninos, etc.- que inhiben el ataque de hongos e insectos xilófagos, pueden ser reutilizadas
durante muchos años (Marconetto y Juez 2001). En algunos casos este factor de durabilidad
de ciertas maderas podría sumarse al problema vinculado a la longevidad, debido a que las
80
especies longevas de crecimiento lento suelen producir maderas de buena calidad
(Marconetto y Juez 2001). Como ya se dijo en este capítulo, las condiciones ambientales
extremas también inciden en la conservación, o durabilidad de la madera.
El análisis antracológico es un útil recurso técnico para aplicar antes de la datación
radiocarbónica, puesto que es posible conocer previamente las particularidades del taxón
que se está enviando a fechar, para controlar en la muestra el efecto de la madera antigua
(Marconetto y Juez 2001).
Marconetto y Juez (2001) señalan que los problemas de envejecimiento de las
edades radiocarbónicas de carbón también pueden ser controlados por medio de la
identificación de la anatomía del carbón vegetal, preservada en las estructuras
arqueológicas de combustión o en otros rasgos arqueológicos de los cuales provengan las
muestras tomadas. El proceso de combustión puede afectar de forma diferencial a un tronco
de árbol. Una combustión incompleta carboniza la parte externa de los troncos y, también
dependiendo de las condiciones atmosféricas y del sedimento, los anillos internos de la
madera, que no alcanzan a carbonizarse, no se conservan. En el caso contrario, si la
combustión fue completa, puede suceder que el fuego afecte a todo el diámetro del tronco y
que los anillos externos no se conserven porque se convirtieron rápidamente en cenizas.
Según estas observaciones es importante tener en cuenta que cuanto mayor duración tenga
el fuego, hay más posibilidades de recuperar anillos internos en el sitio arqueológico, lo
cual provoca el efecto de envejecimiento de fechados, puesto que los anillos internos son
los más antiguos (Marconetto y Juez 2001).
Por las razones mencionadas, Marconetto y Juez (2001) sostienen que es
conveniente separar el material carbonizado en función de su observación macroscópica y
microscópica -convergencia de radios, curvatura de los anillos- para poder asignar edades
aproximadas a las partes vegetales muestreadas7. Siguiendo a las autoras, otra forma de
controlar el posible efecto de la madera antigua, en material procedente de fogones, es
diseñando experimentos que midan la actividad de C14 en distintos taxones de una misma
estructura de combustión. Por otra parte, las autoras mencionadas señalan que es muy
importante el hecho de que las distintas estrategias de aprovisionamiento y gestión de
combustibles vegetales realizadas por parte de una sociedad tienen incidencia en el
potencial envejecimiento de los resultados.
81
En el sitio arqueológico Tebenquiche Chico las edades de crecimiento y muerte de
los tejidos en las especies vegetales arbustivas han sido tenidas en cuenta por la
investigación para dilucidar aspectos cronológicos del sitio. Se ha señalado que estas
edades pueden haber introducido fuentes de error en las fechas obtenidas a partir de las
muestras de madera y carbón en Tebenquiche Chico (Haber 1999a). Asumiendo que la
longevidad de las maderas arbustivas locales se encuentra en un rango estimado entre uno y
dos siglos, Haber (1999a) ideó un cálculo para calibrar las fechas radiocarbónicas obtenidas
sobre estas maderas. Utilizó una prueba de significación relacional para averiguar la
relación entre la edad aproximada de muerte del tejido lignificado de los arbustos y su
deposición en estado carbonizado en la unidad estratigráfica. Obtuvo así un rango temporal
que puede ser aplicado en fechados de algunos géneros arbustivos altoandinos, como
Adesmia.
Notas al Capítulo II
1. Un ejemplo de ello son las leyes dictadas y organizadas por un grupo social dado, que actúan
para regular y sancionar comportamientos a los efectos de organizar las acciones según un consenso
social manifestado en forma discursiva.
2. Existe una diferencia fundamental entre símbolo y signo que a menudo confunde su
comprensión. El signo es la unidad de significación y deriva de las teorías del signo lingüístico. Está
compuesto por una estructura dual y abarca dos pares, la expresión y la designación. La expresión:
es la dualidad estructural del signo sensible y la significación que lleva (significante y significado).
La designación: es la dualidad intencional del signo y la cosa u objeto designado (Ricoeur 1999
[1970]). De manera que la palabra “significar” abarca estos dos pares de la expresión y la
designación, propios del lenguaje. Los símbolos no se inscriben junto al lenguaje como un valor de
expresión inmediata, como directamente perceptibles. Es en el discurso donde las realidades
adquieren dimensión simbólica (Ricoeur 1999 [1970]).
3. Como sí es el caso de la región chaqueña de nuestro país, en donde se trabaja correlacionando las
condiciones ecológicas con ciertos caracteres anatómicos del leño en especies arbóreas (Moglia y
82
Giménez 1998). Se mide el índice de vulnerabilidad (media del diámetro de vasos/media del
número de vasos por mm2) el cual proporciona una idea de la seguridad en la conducción de la
madera bajo condiciones de stress hídrico. En 46 especies arbóreas de la región chaqueña
estudiadas, el rango de variación del índice dio valores entre 0.05 y 42. Los valores más bajos
indican bajos niveles de vulnerabilidad de la planta ante situaciones desfavorables.
4. A veces galerías producidas por determinadas especies de insectos xilófagos pueden observarse
en fragmentos de carbón. Estas galerías son indicadoras de almacenaje, ya que estos insectos comen
sólo madera cortada (Battan Horestein comunicación personal). Puede objetarse que la madera pudo
estar caída en el bosque antes de ser recogida, y no haber estado almacenada durante el ataque de
los insectos. Esta situación dependerá del comportamiento de cada insecto. De igual manera este
indicador puede informar quizás sobre el aprovechamiento de leña muerta caída.
5. Hasta el siglo dieciocho los químicos consideraron el calor como una sustancia física
denominada “flogisto”. Así los cuerpos calientes contenían más flogisto que aquellos cuerpos fríos,
se suponía que en la combustión el flogisto se separaba del material combustible. Tiempo más
tarde, con el descubrimiento del oxígeno, la teoría del flogisto fue desechada y se estableció que la
combustión era “un proceso de oxidación”. El fuego, es en sí mismo un proceso de transformación,
en términos físico-químicos es una reacción química en cadena. Esto es así, porque si se calientan
ciertos compuestos de carbono o hidrógeno hasta la temperatura necesaria, se combinan con el
oxígeno del aire y producen lo que se llama “oxidación”.
6. Estos carbones para algunos autores son más representativos de los paleo-ambientes (Badal
García 1990), en tanto para otros son informativos de la utilización de combustible durante la
ocupación (Piqué i Huerta 1999c).
7. El hecho de practicar cortes sobre el carbón para realizar su identificación no contamina
las muestras de carbón debido a que la manipulación de los fragmentos es mínima y el nivel
de contaminación que podría introducirse es despreciable (Marconetto y Juez 2001).
83
CAPÍTULO III
CONTEXTOS DE LA INVESTIGACIÓN
Y EL CASO DE ESTUDIO ARQUEOLÓGICO Y
ETNOGRÁFICO
Los indios toba, del Gran Chaco boliviano, dicen que hace mucho
tiempo un gran fuego arrasó toda la tierra, hasta no dejar nada. Por
aquel tiempo aún no existían tobas. Los primeros tobas surgieron de
la tierra, cogieron un tizón del gran incendio y se lo llevaron. Así han
obtenido el fuego los hombres, y lo han mantenido vivo mediante una
raíz que los toba llaman tannara. (Mito toba. James G. Frazer, Mitos
sobre el origen del fuego)
Caracterización geográfica y ambiental
Esta investigación se sitúa geográficamente en el sitio arqueológico Tebenquiche Chico, el
cual se encuentra en la quebrada homónima ubicada en el Departamento de Antofagasta de
la Sierra, provincia de Catamarca, Argentina.
El paisaje de la zona de estudio se compone principalmente de varias quebradas
intermedias con pequeños cursos de agua que descienden a una gran depresión tectónica
ocupada por el Salar de Antofalla. El salar posee una considerable extensión de
aproximadamente 120 km y se encuentra a 3300 m s.n.m.
84
Figura 3.1: Mapa geopolítico donde se ubica la Puna de Atacama Argentina.
Las quebradas que descienden al Salar de Antofalla son: Las Quinoas, Botijuelas,
Las Minas, Las Cuevas, Antofalla, Tebenquiche Grande y Tebenquiche Chico y, por
último, Antofallita. Los picos más altos que cercan esta cuenca ubicada en el oeste del
Departamento Antofagasta de la Sierra son: por el este el Cerro Calalaste, con alturas que
llegan a los 5564 m s.n.m., por el oeste, en la sierra de Antofalla, el Volcán de Antofalla de
6409 m s.n.m. y el cerro Tebenquiche Grande con 5837 m s.n.m.
Por su característica salina la zona se incluye dentro de una subdivisión geográfica
denominada Puna Salada (Troll 1980, en Haber 1999a), que abarca el Departamento de
Susques en la Provincia de Jujuy, el oeste de Salta y el Departamento de Antofagasta de la
Sierra en la Provincia de Catamarca. Está incluida dentro de lo que se denomina la Puna de
Atacama la cual obedece a la delimitación de la antigua jurisdicción de Atacama. Incluye
en su seno una extensa meseta de altura, abarcando también el nordeste de Chile, sudoeste
de Bolivia y sur de Perú. La región de Atacama posee un relieve puneño caracterizado por
85
presentar una serie de mesetas con una altura media de 3000 m s.n.m. a 3500 m s.n.m.
separadas porordones serranos generalmente volcánicos.
Figura 3.2: Mapa geográfico del área del Salar de Antofalla y sus quebradas intermedias
(Haber 1999a).
86
La estructura basal o geológica de la geografía puneña es una acumulación de
grandes espesores sedimentarios de rocas metamórficas con basamento cristalino
Paleozoico y Terciario (Morlans 1995). La acumulación de sedimentos, la formación de
volcanes, salinas y salares son característicos del paisaje puneño y se produjeron luego del
plegamiento andino en el Terciario. El borde oriental de la Puna es muy elevado y como
consecuencia el ámbito puneño quedó convertido en un área endorreica formada por
numerosas cuencas.
En las cuencas confluyen una serie de cursos de agua temporarios y de escaso
caudal originados en los deshielos y lluvias locales. Estos arroyos de poco caudal
transportan gran cantidad de sustancias en solución provenientes del lavado de rocas
volcánicas. En su mayor parte las sustancias son sales, como cloruro de sodio y compuestos
de bórax, que se acumulan en las depresiones dando origen a salares y salinas. Entre los
depósitos salinos más grandes de la región se hallan: el Salar de Antofalla, el Salar de
Archibarca, el Salar de Arizaro y el Salar del Hombre Muerto.
La Puna de Atacama Argentina también es denominada por los autores como Puna
Meridional o Austral (Krapovickas 1968; Olivera 1991). La Puna Meridional se diferencia
de la Puna Septentrional por sus características climáticas menos benignas causadas por el
menor índice de precipitaciones. Ellas disminuyen debido a la existencia de barreras
orográficas con dirección norte-sur, y evitan la llegada de los vientos portadores de
humedad desde el este. Así, la humedad relativa del aire disminuye paulatinamente hacia el
oeste y al combinarse con la altitud resulta en un clima seco de altura con gran amplitud
térmica entre la temperatura máxima del día y la mínima de la noche, debido a la intensa
radiación solar. La latitud influye también en el clima y produce una mayor estacionalidad
entre invierno y verano hacia el sur.
El ambiente de la región geográfica puede ser descripto como un clima árido
extremo con precipitaciones anuales inferiores a 100 mm y de régimen estival en verano
(diciembre- marzo). Existen precipitaciones nivales en invierno en las zonas más altas. Es
un clima marcado por el importante déficit hídrico, estimado en 570 mm, el cual es
provocado por la evaporación (Morlans 1995), por la baja presión atmosférica producto de
la altitud -por encima de lo 3000 m s.n.m.-, y por la topografía de cerros altos con dirección
87
general norte-sur. Los cerros evitan la llegada de los vientos con humedad y por otra parte
promueven la formación de microclimas.
Categorización de la Puna de Atacama como paisaje marginal
Todas estas características climáticas de la Puna de Atacama han servido a los
investigadores para hablar de un paisaje inhóspito y hostil a la ocupación humana. Haber ha
discutido en extenso este tema al exponer una reconstrucción crítica de la arqueología de la
Puna de Atacama, con el objetivo de plantear las condiciones para la construcción del
“oasis” (Haber 1999a, 2000, 2001a, 2001b). El autor sostiene que la Puna de Atacama fue
construida históricamente como objeto de demarcación de los estados nacionales. Fue
construida bajo diferentes enfoques teóricos que compartían la caracterización
generalizada de esta región como un área homogénea y ecológicamente marginal. Esta
presunción en la cual subyace el supuesto de la subsistencia como objetivo determinante de
la existencia humana, fue progresivamente incorporada como una representación social y
cultural de la región hasta nuestros días (Haber 1999a).
Siguiendo a Haber, la categorización geográfica de la Puna de Atacama como
marginal y hostil fue producida bajo procesos históricos concretos mediante narrativas que
seguían objetivos de apropiación por parte de los estados nacionales. La historiografía
arqueológica solo reprodujo estas imágenes de la puna como objeto de descripción
geográfica y las estableció en un contexto que superó su tiempo de producción
incorporándolas como comprensiones preteóricas de la investigación (Haber 2000).
El paisaje fito-geográfico de la Puna de Atacama está sujeto también a las mismas
imposiciones de la categorización geográfica de la región como pobre y marginal. Quizás
ello influyó, especialmente del lado argentino, en la falta de interés por la realización de
investigaciones botánicas específicas para esta región. Es muy escasa la bibliografía
especializada en la flora de la zona de estudio, y este ha sido uno de los condicionantes más
importantes de este trabajo, que ha debido contemplar una fase exploratoria del paisaje
vegetal. Se debió realizar la recolección botánica de especies para su identificación
88
taxonómica y la descripción propia del paisaje según la distribución particular de las
unidades florísticas a fin de conseguir un referente claro y ajustable para la investigación a
realizar1.
Cuatro micro-regiones climáticas y sus unidades de vegetación
La Puna de Atacama se halla en el Dominio Andino, este se extiende desde Venezuela y
Colombia hasta Tierra del Fuego, por encima de los 3200 m s.n.m. en las selvas tropicales y
en los bosques templados, en alturas menores al sur del paralelo 37° (Cabrera 1957). La
Puna Argentina abarca a su vez diferentes zonas fitogeográficas, estas son: La Provincia
Puneña y la Provincia Altoandina. La primera se corresponde con un clima de estepas
arbustivas, frío y bastante seco, mientras que la segunda corresponde a un clima de estepa
fría de altura (Cabrera 1957).
La vegetación del área es esencialmente dispersa, los suelos son casi desnudos con
una cobertura vegetal baja y rala. Se pueden identificar algunas agrupaciones de vida
vegetal con especies distintas que comparten una misma forma de crecimiento. Entre estas
agrupaciones se encuentran las unidades de campo, tolar y pajonal. Estas tienen
características dispersas con coberturas del terreno inferiores al 50% (Haber 1991). Por su
parte, las vegas agrupan a comunidades vegetales muy distintas que son mayormente
concentradas y forman un amplio tapiz vegetal en los bordes de los arroyos con una
cobertura del terreno que supera el 50% (Haber 1991).
De forma general, la distribución de la riqueza de la flora y la cobertura vegetal se
retraen paulatinamente a mayores altitudes. Aunque por las condiciones explicadas se
produce un fenómeno de distribución y crecimiento vegetal particular. Los valores de
vegetación son mínimos en los extremos inferior y superior. Produciéndose los valores
máximos de vegetación en los pisos intermedios debido a la combinación de dos factores
ambientales estresantes para la vegetación, hiper-aridez en altitudes bajas y temperaturas
frígidas en las altitudes altas (Villagrán et al.1998). La cuenca de Antofalla posee la
característica heterogeneidad andina determinada por el relieve y la altitud. En la quebrada
de Tebenquiche Chico la variación altitudinal abarca desde aproximadamente los 3300 m
89
s.n.m. en el fondo del salar hasta los 5587 m s.n.m. en la cumbre del Cerro Tebenquiche, a
lo largo de 16 km horizontales (Quesada 2001).
Haber utilizó las categorías étnicas andinas de las regiones naturales definidas por
Pulgar Vidal (1987) y las redefinió adaptándolas a la zona de estudio (Haber 1999a). Aquí
se emplea esta categorización que divide el espacio geográfico en cuatro microambientes,
estos son: Salar de Antofalla, suni, puna y janca, y se introduce a la misma una sub-
dividión de unidades vegetacionales características.
Salar de Antofalla
Figura 3.3: Fotografía de una vista del Salar de Antofalla y un sector de la suni. Esta última
representada por la unidad vegetacional campo (Enero 2000).
Esta faja altitudinal es estrecha y se encuentra por encima de los 3300 m s.n.m. y por
debajo de los 3400 m s.n.m. siendo el sector más bajo de la cuenca. Su topografía es plana
y se encuentra cubierta por algunas pequeñas lagunas con altas concentraciones de sales en
90
solución y sectores amplios donde la sal cristalizada alcanza espesores considerables. Se
produce aquí el efecto “bolsón frío” por la situación deprimida del salar, mientras que la
amplitud térmica entre el día y la noche es muy alta y las precipitaciones son
extremadamente raras y de corta duración. Esta zona se corresponde altitudinalmente con el
llamado piso pre-puneño y se caracteriza por coberturas vegetales muy escasas que sólo
alcanzan el 30 % y una muy pobre diversidad. La vegetación se limita a por lo menos tres
especies vegetales típicas de salares en la región a las cuales localmente se les da el nombre
genérico de “gramillas” o “grama” (Dischilis spicata, Dischilis humilis)2.
La suni
Esta es la faja altitudinal que sigue al piso más bajo, y se extiende entre los 3300 m s.n.m. y
4000 m s.n.m. Está conformada por planos inclinados de suelos aluviales de arena y
guijarros. Como ocurre en las zonas más bajas, las heladas son menos severas debido a su
relieve inclinado que evita que estas se depositen. Las precipitaciones son muy pocas y
cortas, y la exposición solar muy alta. La composición y densidad florística de la suni son
muy pobres en cuanto a especies forrajeras aptas para el pastoreo de animales. Su mayor
potencial radica en la riqueza de potencial combustible de especies leñosas. Se puede
ilustrar sus características vegetacionales diciendo que se compone de las unidades de
vegetación de campo y tolar.
1. Unidad de vegetación de tolar en suni. Se denomina de esta forma a los espacios
con presencia de arbustos genéricamente llamados “tolas” (Aldunate et al. 1981; Haber
1991; Piccetti Ocedo 1991; Villagrán et al. 1998). La composición y cobertura florística del
tolar son más ricas que en la unidad campo y se extienden en diferentes suelos a lo largo de
la faja de suni. Al tolar lo componen varios taxones de arbustos leñosos de porte mediano a
grande con coberturas vegetales que alcanzan el 30 %, y también algunos especimenes
aislados de coberturas inferiores al 5 % como Loasáceas u “ortigas” (Cajophora coronata),
Malváceas (Malva esp.), y una especie Cactácea. Es posible subdividir esta unidad
vegetacional en algunas subunidades de acuerdo a la predominancia de especies arbustivas.
1.a.Tolar de Compuestas (Baccharis incarum y Artemisia sp.), Solanáceas (Lycium
chañar) y Ephedráceas (Ephedra breana). Es una estepa de arbustos que poseen las
91
mayores alturas de los taxones conocidos en la quebrada y alrededores. Los arbustos
alcanzan alturas de 1,30 m y diámetros de hasta de 2 m en la copa. Las coberturas
arbustivas en esta subunidad son mayormente del 20 %. Se distribuyen en zonas bajas en
suelos cercanos al curso de agua, que coincide en algunos sectores más cerrados de la
quebrada con la parte baja de las laderas.
1.b. Tolar de Verbenáceas (Acantholippia punensis), Solanáceas (Fabiana densa) y
Ephedráceas (Ephedra breana). Esta subunidad se haya en las laderas y partes altas
mesetiformes de la quebrada, generalmente formando una faja adyacente al tolar de
compuestas. La composición asciende por las laderas hasta instalarse en un amplio campo
plano donde la cobertura de esta unidad vegetacional es de aproximadamente un 6 %. Las
coberturas vegetales del terreno y los tamaños de los taxones disminuyen
considerablemente a medida que esta unidad asciende en dirección este-oeste por las
laderas.
1.c. Tolar de Compuestas (Parastrephya lepidophylla) y Papilionáceas (Adesmia
sp.). Es una subunidad de vegetación que se encuentra casi al límite superior de la suni
dentro de la quebrada. Se distribuye especialmente en los sectores bajos de las laderas, y en
menor proporción en las partes más cercanas a los cursos de agua donde pueden
encontrarse junto a “lejía” (Baccharis incarum) y “tramontana” (Ephedra breana). Se trata
de una composición florística de especimenes de considerable altura en relación con los
taxones de la zona. Pueden alcanzar hasta 1,30 m aproximadamente en el diámetro de sus
copasy su cobertura media en el terreno es de 10 %.
En el dominio de suni, dentro de la quebrada de Tebenquiche Chico, se pueden
encontrar también en cultivos actuales en los sectores más bajos. Estos cultivos alternan
especies alóctonas introducidas desde otras regiones, y también especies locales cultivadas
para manejos alimenticios, forrajeros y de construcción -madera de árboles-.
La puna
Se halla por encima de los 4000 m s.n.m. hasta la línea de los 5000 m s.n.m. (Haber 1999;
Quesada 2001). Se caracteriza por una estepa de Gramíneas perennes de gran potencial
92
como forraje para los camélidos (vicuñas y llamas) y su riqueza se asocia con el límite
inferior de descarga nival (Haber 1999a). La temperatura es inferior debido a la mayor
altitud, y las heladas se producen durante todo el año, al igual que las precipitaciones
nivales o en forma de granizo. El curso de agua tiene sus nacientes, o los llamados
localmente “ojos de agua”, en esta zona alta. Las precipitaciones son mucho más pobres
que en el dominio de la suni, y al igual que en aquella, los suelos son arenosos y guijarrosos
ricos en minerales y pobres en materia orgánica. Las unidades de vegetación predominantes
son el pajonal y en menor proporción reductos de tolar.
2. Unidad de vegetación de pajonal en puna. La flora de la puna está dominada por
esta unidad de vegetación, que se caracteriza por poseer una vegetación abierta con una
cobertura media del 28 % (Haber 1991). Se dispone en forma de matas bajas de Gramíneas
o Poáceas con formas hemicirculares y circulares, como el denominado “iru” o “iro” o
“paja brava” (Festuca chirisophylla) que alcanza unos 0,50 m de altura y 0,40 m de
diámetro aproximadamente. También se halla en menores proporciones y tamaños la “paja
blanda” o “ichu” (Stipa chrysophylla). Pueden ser diferenciados dos tipos de tolares en la
zona puneña. Estos son:
2.a. Tolar de Compuestas (Baccharis incarum), Chenopodeáceas (Atriplex sp.) y
Solanáceas (Fabiana densa). Se distribuye en zonas de planicies abiertas alternándose con
el pajonal. Los especímenes son de escasa altura, 0,60 m aproximadamente, y no superan
los 0,60 m y 0,70 m de diámetro. Son los taxones más típicos de zonas más bajas que se
encuentran en el dominio de puna, que es comparativamente un espacio con condiciones
más extremas. Los caracteres físicos de estas plantas se ven alterados reduciendo
notablemente su porte y tipos de crecimiento. Por ejemplo, desarrollan mayormente sus
tuberosidades radicales en detrimento de sus partes aéreas (tallos y hojas). La cobertura
vegetal de esta subunidad en esta zona de altura, muy distante de los asentamientos
humanos actuales, está en menor medida alterada por la acción humana y su cobertura en el
terreno se mantiene entre el 10 % y 20 %.
93
Figura 3.4: Fotografía de una vista de la vegetación de tolar en laderas dentro de la quebrada de Tebenquiche Chico (Enero 1999).
Figura 3.5: Fotografía de la unidad de vegetación vega en la quebrada de Tebenquiche Chico. Se observa también una vista de la unidad tolar en las laderas altas y bajas de quebrada. Nótese que la erosión del agua excavó pronunciadamente el fondo de quebrada donde se encajona la vegetación (Febrero 2001).
94
2.b. Tolar de Compuestas (Parastrephia quadrangularis), Papilionáceas y
Umbelíferas (Adesmia sp., Adesmia erinácea y Azorella compacta). Es una subunidad que
se encuentra en la puna en sectores de planicies abiertas. Es acompañada de un substrato
vegetal de Nicotianas y Malváceas, y también Gramíneas de pajonal. Las plantas arbustivas
son en general especímenes de muy escasa estatura, menores a 0,40 m de alto
aproximadamente y 1 m de diámetro, cuya riqueza combustible se encuentra bajo suelo. La
cobertura vegetal de esta última subunidad de tolar en la puna está también poco alterada
por la acción humana y se mantiene entre el 10 % y 15 % de cobertura vegetal.
2.c. Tolar de Papilionáceas (Adesmia sp.) y Solanáceas (Fabiana bryoides). Se
distribuye en los sectores altos de ladera. Su cobertura vegetal es igual a la descripta para la
subunidad anterior, y sus taxones poseen también las mismas características subterráneas y
escasas dimensiones. El sustrato herbáceo es casi nulo e inferior al 1 %, y se reduce a
algunas especies de Malváceas y alguna especie Cactácea.
La janca
Es la faja altitudinal que se extiende por encima de los 5000 m s.n.m.. Allí la vegetación
está ausente y los suelos rocosos están desnudos todo el año. Las masas de hielo y las
precipitaciones nivales son permanentes y las temperaturas extremadamente bajas por
efecto de la altura.
Las vegas
Estas constituyen una unidad de vegetación que atraviesa la suni y la puna de forma
perpendicular, extendiéndose a lo largo de las quebradas. Se trata de vegetación
concentrada a orillas de cursos o afloramientos de agua. En las quebradas de la suni, el
agua desciende desde sus nacientes por encima de los 4000 m s.n.m. hasta perderse en las
depresiones de las cuencas, donde el agua desaparece infiltrándose en terrenos pedregosos
muy cercanos a las orillas del Salar de Antofalla. La riqueza de vegetación de estos
humedales radica en su potencial forrajero para los animales debido a la mayor palatibidad
de sus pastos, a diferencia del forraje de los pajonales (Haber 1999a).
95
La unidad florística de vega está condicionada por la topografía que determina su
extensión, y por el manejo humano que la moldea de acuerdo a sus requerimientos
agrícolas y forrajeros (Haber 1988, 1991, 1999a; Olivera 1991; Quesada 2001). Entre las
intervenciones humanas pueden contarse: la ampliación de las extensiones de vega para
forraje animal; la desviación del cauce del agua hacia las tomas de riego que modifica a
veces también las mismas extensiones de los límites de la vegetación; las extracciones de
partes de vegas (champas) para impermeabilizar los suelos arcillosos de los canales; y las
quemas controladas para provocar la renovación de los pastos para forraje.
La cobertura media de los especímenes de la unidad vega es muy alta rondando el
98 %, y su composición florística cuenta con pastos altos de Juncáceas como el llamado
“hunquillo” o “junquillo” (Juncus balticus), un césped continuo y tupido de Gramíneas
denominadas genéricamente “gramillas” (Festuca deserticola), y algunos ejemplares de
Ciperáceas enanas, Caméfitas, Umbelíferas (Centella sp.) y Campanuláceas (Hypsella
oligophylla). También hay en época de floración una colorida vegetación de Ranunculáceas
(Ranunculus trullifolius, Ranunculus uniflorus, y Rosáceas como “cadillo” (Acaena
magallánica).
Y por último para terminar la descripción del paisaje vegetal puede citarse
vegetación azonal en todos los pisos -formas de vida Crustáceas. Estas son especies de líquenes3
que crecen sobre las rocas y que son llamadas por los lugareños como “flor de peña” y que pueden
hallarse en varias tonalidades de colores.
Antecedentes de las investigaciones arqueológicas en el sitio
El primer antecedente de reconocimientos arqueológicos en el lugar sucedió en el año 1923
cuando los expedicionarios Weisser y Volters realizaron su segundo recorrido por la Puna,
encomendados por el conocido coleccionista de la época Muñiz Barreto (Haber 1999a). En
este recorrido visitaron algunos lugares y quebradas del Salar de Antofalla. La expedición
visitó el sitio arqueológico Tebenquiche Chico y, en una jornada, realizaron observaciones,
96
descripciones acompañadas de gráficos y la recolección de materiales arqueológicos (Haber
1999a).
En 1952 en su interés por los sitios arqueológicos puneños, Krapovickas visitó el
lugar, al que años más tarde dedicaría una tesis de grado (Krapovickas 1955). Este autor
ubicó a Tebenquiche Chico en la bibliografía especializada, integrándolo dentro de los
componentes arqueológicos más antiguos del noroeste argentino.
En la década de 1970 Barrionuevo, un odontólogo aficionado a la arqueología,
realizó un recorrido por el sitio (Menecier y Barrionuevo 1978). Mucho más tarde, luego de
una primera exploración arqueológica en 1989, Haber comenzó sus trabajos de
investigación en el sitio en el año 1990, hasta la actualidad (Haber 1999a, 1999b, 2000,
2001a, 2001b). Esta larga investigación en el sitio ha producido el desarrollo de varias
investigaciones enfocadas en temas específicos (D’Amore 2002; Gastaldi 2001; Granizo
2000; Quesada 2001), entre las cuales puede contarse el presente trabajo.
A continuación se desarrolla brevemente el estado general de la investigación en
Tebenquiche Chico enfatizando los puntos coyunturales para la investigación planteada.
Arqueología de los oasis
Durante el 1er. milenio de la era algunas familias se asentaron en la quebrada de
Tebenquiche Chico. Los núcleos familiares fueron ocupando la quebrada de manera
paulatina originando en el tiempo un paisaje organizado con una estructura agrícola
fundada en la apropiación por parte de cada unidad doméstica de la tierra y el agua, dos
recursos fundamentales para su reproducción.
A partir de la apropiación de la tierra y el agua se fue construyendo el Paisaje de
Oasis, que no es otra cosa que la reproducción a una escala mayor de los pequeños oasis
domésticos representados por los compuestos domésticos (Haber 1999a). Cada compuesto
doméstico estaba formado por una o más habitaciones, patios, canales, parcelas, terrazas y
andenes. El patrón de asentamiento evidencia una diferenciación del espacio desde lo
privado a lo público. La casa fue mediatizada por rituales de construcción que realzaban los
lazos con un tiempo previo anterior a la casa misma por medio de ofrendas enterradas en
97
los cimientos y en los muros (Haber 1999a). Estos rituales de construcción también
remarcaban loslazos de pertenencia familiar, demarcando el espacio doméstico interno y el
espacio doméstico externo, vinculado este último a la práctica productiva (acequias,
canales, andenes, etc.).
Al parecer los compuestos domésticos funcionaban de manera independiente de
otros compuestos vecinos, o por lo menos así trataron de representarse estas unidades en el
espacio. Como lo evidencian los canales con tomas particulares que se asocian a cada uno
de los recintos habitacionales de los compuestos domésticos (Haber 1999a; Quesada 2001).
A lo largo del tiempo estos compuestos funcionaban como “células”. Es decir que los
compuestos fueron construidos en tiempos diferentes, dando como resultado la agregación
de varios de ellos; aunque es muy probable que en algún momento de su historia algunos
compuestos domésticos de la quebrada pudieran haber funcionado al mismo tiempo
(Quesada 2001). Por su parte, la construcción de las casas en las cercanías de los bordes de
las terrazas junto a las barrancas obedecía a una ubicación ideal frente a la apropiación de la
tierra por medio de la distribución del agua. Esta última era desviada a las parcelas de
cultivo desde una toma ubicada en la línea de agua en el fondo de la quebrada (Quesada
2001).
Dentro de la quebrada, la familia podía representarse a sí misma como
autosuficiente frente a otras unidades domésticas, mientras que en la realidad, esta supuesta
autosuficiencia, no era efectiva para la reproducción física de la familia. Las unidades
domésticas debían necesariamente establecer lazos de parentesco por medio de
matrimonios, ligándose así a la esfera comunal.
Tebenquiche Chico es un sitio con una organización campesina, lo que significa que
posiblemente la unidad básica de reproducción pudo haber sido el grupo familiar. Por las
características de los recintos habitacionales se infirió que el grupo residencial pudo tener
un número escaso de integrantes. Este dato sobre el número de gente que habitaba las casas
es importante para la búsqueda de indicadores que ayuden a visualizar prácticas domésticas
concretas en el pasado. Ello pudo traducirse en la diferenciación de prácticas guiadas con
intenciones diferentes. Por ejemplo, las acciones estrechamente relacionadas con la
actividad agrícola pudieron derivar en diferentes tipos de prácticas domésticas dirigidas al
procesamiento de alimentos vegetales (Quesada 2001). De igual manera la actividad
98
pastoril en el lugar debió jugar un rol importante en la estructuración de prácticas en
Tebenquiche Chico.
También existieron relaciones de interacción interregional durante el Período de
Oasis, de las cuales hay evidencias en los compuestos excavados. Estas interacciones
tempranas se caracterizaron por un fuerte contenido social y simbólico de los bienes y
conocimientos intercambiados que posibilitaron a gran escala la articulación del espacio
circumpuneño (Haber 1999a). Se trataba de intercambios de bienes cualitativamente
significativos, porque además de ser la sumatoria de costos energéticos de obtención y
producción, estos objetos eran productos que reflejaban también los conocimientos
específicos de cualidad sagrada y oculta, lo cual definía su verdadero valor en las redes
de intercambio (Haber 1999a, 2001b).
El “paisaje de oasis” caracterizado por ocupaciones humanas de organización
doméstica con orientación agrícola funcionó en el sitio durante aproximadamente mil años,
y hacia el siglo catorce la quebrada fue desocupada por un lapso aproximado de 200 años,
tal como lo demuestran los estratos arqueológicos excavados (D’Amore 2002; Haber 1999).
Recién en el siglo dieciséis se produjeron algunas reocupaciones temporarias, como en la
habitación A1 del antiguo compuesto doméstico TC1. Estas nuevas ocupaciones produjeron
una cultura material que difiere de las ocupaciones anteriores del primer período en
Tebenquiche. Las ocupaciones del tercer período ya no muestran en el registro
arqueológico una organización doméstica marcada. Evidencian en cambio una
estructuración orientada por las demandas de recursos y fuerza de trabajo para la
realización de prácticas productivas de extracción, elaboración y transporte de recursos
específicos para aprovisionar a los enclaves emergentes vinculados a los mercados,
establecidos fuera de la quebrada, en cuencas y valles adyacentes (Haber 1999a).
La nueva y muy diferente organización articulada por el “paisaje de enclave”
comenzó a gestarse en la región en los siglos trece y catorce, con el desarrollo social
explosivo de los sistemas socioeconómicos vallistos. Este paisaje se dilató en el tiempo y
fue reproducido con modalidades diferentes durante la instalación incaica en la región, y
posteriormente durante la ocupación colonial española (Haber 1999a). Este funcionaba con
una lógica afín con su inserción socio-histórica, generalmente dirigida en la región hacia la
explotación de recursos metalíferos (Haber 1999a).
99
Algunas evidencias claras de la diferencia entre las modalidades de las primeras
ocupaciones y aquellas pertenecientes al 3er. período durante el paisaje de enclave la
proporcionaron los datos provenientes del estudio de los restos cerámicos. Por ejemplo,
durante el 3er. período el número de formas cerámicas se reduce a un mínimo por la
ausencia de las tecnologías de almacenaje y sus prácticas asociadas que caracterizaron a las
ocupaciones domésticas del 1er. milenio en el sitio (Granizo 2000).
El caso arqueológico de estudio: TC1
Se seleccionó el compuesto doméstico TC1 como caso de estudio por poseer una
estratigrafía revisada y apoyada por una investigación específica (D’Amore 2002), lo cual
facilita la interpretación estratigráfica de los restos de carbón de leña allí encontrados. TC1
es un compuesto doméstico que se halla en la terraza este de la quebrada de Tebenquiche
Chico, sobre el borde de la barranca del curso de agua. Está conformado por cinco espacios
delimitados. Dos de estos espacios están rodeados por muros dobles con mortero y también
muros de contención. El compuesto posee dos recintos habitacionales contiguos (TC1 A1 y
TC1 A2), comunicados por un vano con orientación este-oeste. A los recintos
habitacionales se accede por medio de un pequeño patio. También existen hacia el oeste
dos espacios delimitados por una pared más baja (TC1 A3 y TC1 A4).
El compuesto dispone de grandes y pequeñas parcelas hacia el este y sudeste
(<362>, < 353>, <355>, <356>, < 357>, < 361> y < 591>) (Quesada 2001). Y posee otras
hacia el oeste sobre la barranca (<354>, <360>, <553> y <543>), las cuales eran provistas
de agua por canales terciarios (<614/610>, <365> y <368>) que toman agua del río (vega)
(Quesada 2001). También existen en este compuesto grandes superficies de acumulación de
rocas o despedres (<363>, < 589> y < 364>) (Quesada 2001).
100
Figura 3.6: Cronología de TC1. Las cajas sólidas indican las calibraciones de los acontecimientos crono-estratigráficos (ACE) de TC1 con 68,2% de confianza, y las líneas con 95,4% de confianza; las cajas blancas indican las calibraciones de las fases crono-estratigráficas (FCE) de TC1 con 68,2% de confianza, y las líneas con 95,4% de confianza. Las bandas negras del fondo del cuadro indican períodos de desocupación del compuesto doméstico; las blancas, períodos de ocupación; el pasaje de grises indica el grado de precisión del límite entre períodos. A la derecha se señalan los períodos 0 (previo a la construcción), 1 (de ocupación), 2 (de desocupación), 3 (de reocupación) y 4 (de desocupación); también figuran los principales eventos vinculados a la ocupación (extraído de Haber 1999a).
101
Figura 3.7: Compuesto doméstico TC1.
A través de estas características físicas generales del compuesto doméstico TC1
puede observarse que la construcción de la casa en el sitio obedecía a situaciones mucho
más amplias en relación con la apropiación y usufructo de la tierra y el agua. La
reproducción de la unidad campesina estaba relacionada estrechamente a esta apropiación
de los recursos fundamentales para la actividad agrícola (Gastaldi 2001; Haber 1999a;
Quesada 2001). La tierra y el agua representaron eficazmente los medios para la
construcción de un paisaje cultural.
Pero también otros recursos, vitales para la construcción social del asentamiento,
activaron la producción y reproducción diaria de prácticas dentro de la casa, tal es el caso
3636
3639
3638
3637
3635
3634
3633
3632
3631
3630
A2 A1
A4
A3
A5
N
Despedre de campo de cultivo
Vega
Pared de campo de cultivo
Canal de irrigación
Arroyo0 20m
102
del fuego. Es decir, la gente que habitaba la casa guiaba su acción sobre este recurso
conforme a su visión particular del mundo.
En TC1 hay evidencias de combustiones pasadas dentro de lo que se interpretó como
recintos habitacionales. El rasgo característico dentro de los recintos habitacionales,
denominados A1 y A2, es un número importante de pozos que en su mayoría contenían lo
que parecen ser restos de desechos de actividades. Entre estos desechos se hallan restos de
carbones y cenizas, y otros materiales arqueológicos (cerámica, lítico, etc.) (D’Amore
2002). Es posible que los carbones recuperados de los rellenos de pozos se vincularan con
la práctica diaria de acondicionamiento y limpieza de la casa (D’Amore 2002; Haber
1999a). Tal vez esto respondió a un manejo del ordenamiento del espacio dentro de la casa
con connotaciones diferentes a las que acompañan la construcción de un fogón delimitado
físicamente por rocas y usado largo tiempo. Por ello, las asociaciones contextuales de los
pozos dentro de la matriz estratigráfica de TC1 son importantes para comprender la
relación temporal de los restos de carbones en los recintos y su relación con prácticas
domésticas concretas.
En TC1, una serie de prácticas diarias reafirmaban los lazos con lo externo por medio
de la sedimentación de objetos y prácticas vinculadas a ellos (Haber 1999a). Los pozos y
sus rellenos son una de estas prácticas sedimentadas a lo largo del tiempo. Y aunque no es
clara la asociación de estos pozos con las actividades domésticas, es evidente que formaron
parte de acciones asociadas a la experiencia de habitar la casa (Haber 1999a).
También se recuperaron del interior de los recintos de TC1 otros restos vegetales, al
parecer provenientes de techos (D’Amore 2002; Haber 1999a). No se recuperaron restos de
vigas o postes, que debieron haber sido necesarios para la construcción de los techos en la
casa. Tal vez no fueron encontrados porque fueron utilizados como leña luego de terminada
su vida útil como componentes de la construcción. Esto es factible de pensar si se tiene en
cuenta la falta de maderas óptimas en la zona para la realización de manufacturas. Se
debieron necesitar maderas de buen fuste para la confección de vigas para los techos, como
también para enmangar las palas líticas utilizadas en la labor agrícola y tan comunes en la
cultura material del sitio (Gastaldi 2001). En este sentido es de destacar que Krapovickas
(1955) señaló la importante presencia de artefactos realizados en madera en la colección de
materiales arqueológicos recuperados de Tebenquiche Chico.
Los carbones son restos de plantas introducidas en la casa intencionalmente
(Marconetto 1999a; Piqué i Huerta 1995). La estructura interna que presentan los restos de
103
fuegos o combustiones dentro de la casa puede ser interpretada, como también su
naturaleza y los patrones que en ella se presentan. Pero para ello se debe asumir que los
restos arqueológicos son el resultado de la confluencia de un cúmulo de acciones.
Las formas en las que se presentan en TC1, los restos de combustibles vegetales
usados en el pasado dirigen la atención hacia eventos muy cortos relacionados a la
dinámica diaria dentro de la casa. La cocción de alimentos, al igual que las tareas de
calefacción, iluminación, manufactura de artefactos, etc., debieron estar incorporados a la
rutina diaria. Se necesitaron combustibles vegetales para la obtención del fuego, lo cual
hizo posible la realización de estas prácticas mencionadas. La demanda de leña debió ser
una preocupación diaria para las familias que habitaban la quebrada. Pero, al igual que en el
presente, la leña no era un recurso abundante en el paisaje natural inmediato. La flora del
entorno no gozaba de árboles que proveyeran a la gente de madera con la cual realizar
manufacturas útiles. No obstante, las plantas arbustivas locales sí podían ser usadas como
combustibles para la obtención de fuego.
Las prácticas de recolección de leña pudieron operar como acciones que a través de
su repetición rutinaria dieron significado y reprodujeron quizás las diferencias internas del
asentamiento. Se puede comprender el paisaje actual de plantas arbustivas, y las categorías
que de él se desprenden, como el resultado de una larga sedimentación de prácticas sociales
efectuadas durante las continuas ocupaciones humanas de la zona. La transformación del
entorno natural a lo largo del tiempo y los cambios de orden político y social pudieron
reflejarse en la modificación de las relaciones de apropiación de los recursos naturales
(Hastorf y Johannessen 1991; Piqué i Huerta 1999c). Las leñas, como combustibles para la
obtención del fuego, pueden ser indicadores incluso de estos tipos de cambios evidenciados
por prácticas históricamente diferentes a lo largo de la ocupación de los compuestos
domésticos, y pueden ser también corroboradas posteriormente con la ocupación del oasis
en un cuadro más amplio de interpretación.
Las prácticas domésticas relacionadas al fuego representan una manera de
comprender cómo se construyeron las ideas de apropiación de los recursos vegetales. Y, a
la vez, a través de ellas se puede llegar a saber cómo estas prácticas internas y externas a la
casa construyeron a las personas por medio de su reproducción diaria. Varios factores de
las modalidades de ocupación en TC1 pueden haber estructurado la forma en que se
104
presentan los restos arqueológicos. Por ejemplo, la naturaleza de las actividades
productivas llevadas a cabo en la quebrada, la composición y número de las personas que
habitaron la casa, las prácticas de mantenimiento dentro de la casa, etc., pudieron tener
incidencia directa en la estructura de los conjuntos de carbones recuperados en el presente.
El caso etnográfico: Antofalla
Figura 3.8: Fotografía de una vista desde el sur del poblado actual de Antofalla. Nótese en el extremo sudeste de la foto algunas estructuras arqueológicas y huellas de antiguos aparcelamientos todavía observables en el paisaje (Marzo 2003).
Metodología
Esta sección está dedicada a la exposición del trabajo etnoarqueológico realizado en el
poblado de Antofalla entre los meses de enero-marzo de los años 2002 y 2003. La
modalidad adoptada para el trabajo de campo fue la observación participante (Bourdieu
1988, 1991; Guber 1991, 2001; Lins Ribeiro 1989), redefinida como un modo activo de
participación social en la cual se produce un encuentro dialógico que sirve de contexto a la
observación antropológica y las entrevistas no dirigidas (Guber 2001). El principal objetivo
105
del estudio etnográfico efectuado en el pueblo de Antofalla fue indagar en las prácticas
domésticas campesinas relacionadas al uso de combustibles vegetales.
El acceso al campo fue facilitado por las investigaciones que Haber lleva a cabo en
el lugar desde hace más de diez años (Haber 1999a). El trabajo de campo realizado en el
lugar años anteriores -período 1996-1997- por Pizarro (2000) fue también un favorable
antecedente, ya que la gente había tenido previamente un contacto con las técnicas del
trabajo etnográfico. Sin embargo, debe mencionarse que el trabajo de campo estuvo
condicionado por un incidente ocurrido con una antropóloga en años recientes. Este hecho
abrió un interrogante por parte de los pobladores sobre cuáles son los resultados de las
investigaciones científicas llevadas a cabo en el lugar y, cuál es su impacto social fuera y
dentro de Antofalla. Consecuentemente, esta situación ha provocado la desconfianza,
especialmente, hacia las entrevistas que incurren en su vida privada. Ello obligó a desistir,
en el último período, de las entrevistas grabadas y de todas aquellas técnicas antropológicas
que pudieran provocar incomodidad y resquemor a los pobladores locales.
Por último, cabe decir la relación establecida con una de las pobladoras de mayor
edad del poblado, surgida de una relación de mucha cordialidad y afecto posibilitó el
acceso a un mundo íntimo doméstico desde adentro. La relación de género y edad con ella
le proveyó a este trabajo una especial sensibilidad, particularmente para el registro de
información pertinente al pasado de los pobladores y las prácticas antiguas de Antofalla.
Presentación del caso
El poblado se encuentra ubicado sobre la sierra homónima en una quebrada adyacente a 16
km de Tebenquiche Chico. La quebrada de Antofalla es más larga y angosta, con un
trazado más irregular que la quebrada de Tebenquiche Chico, y posee un amplio cono
aluvial (de 1 km de longitud) en su desembocadura hacia el Salar de Antofalla, formando
el denominado Campo de Antofalla (Haber 1999a). El poblado se emplaza en el fondo de la
106
quebrada cerca de la ladera occidental casi en la desembocadura, muy cerca del cono
aluvial.
La quebrada de Antofalla tiene una historia arqueológica de asentamientos que se
remontan inicialmente al 1er. período de ocupación del área, estimado entre el siglo uno y
diez de la era. Las ocupaciones más tardías en la quebrada se produjeron a mediados del
siglo diecinueve, con la instalación de un enclave dedicado al procesamiento de plata
extraída de las minas del Volcán de Antofalla. Aún quedan restos de la existencia del
trapiche y la mina de este asentamiento, tales como hornos y un molino de mineral
construido en piedra y adobe (Haber, Gastaldi y Quesada 2002). Este centro minero poseía
una sofisticada arquitectura asociada al molino, que todavía es visible en el trazado del
poblado actual, instalado sobre el antiguo emplazamiento minero. Antofalla funcionaba
como el centro operativo y de procesamiento del mineral argentífero. El cual requería del
aprovisionamiento de fuerza de trabajo, animales y combustibles necesarios para la
producción (Haber 1999a; Haber, Gastaldi y Quesada 2002).
El actual poblado de Antofalla cuenta con una población estable cercana a las 40
personas. Pero en épocas de verano (diciembre-marzo) la población aumenta levemente a
50 personas por el retorno de algunos jóvenes que durante época escolar o laboral se
encuentran en centros urbanos cercanos, como Salta y Catamarca capital. En invierno, en
cambio, debido a las bajas temperaturas acompañadas de precipitaciones nivales, algunos
se trasladan a las ciudades con condiciones menos acuciantes, o a localidades cercanas con
otras comodidades, como Antofagasta de la Sierra -cabecera del Departamento- o Salta.
En su trabajo etnográfico Pizarro ha proporcionado información sobre este poblado
tradicional, caracterizado por la autora como
“sujetos sociales que pueden ser definidos de manera homogénea como
familias campesinas en virtud de los parámetros de propiedad y uso de la
tierra, multi-ocupación, tipo y destino de la producción predial, ingresos
extra-prediales, mano de obra, tecnología y capital” (Pizarro 2002: 209).
Hasta la década de 1970, la actividad ganadera fue la principal fuente de ingresos de
los habitantes de Antofalla, junto con el “trajín” o comercio, en tanto en la actualidad son la
107
actividad agrícola, ganadera y extractiva los principales sostenes de la actividad doméstica
de los pobladores (Pizarro 2002). Aunque debe destacarse que en los últimos años las
familias también combinan cada vez más sus ingresos del trabajo de campo con aquellos
provenientes del trabajo en la administración pública; de subsidios provenientes del estado
provincial y/o nacional (pensiones y/o jubilaciones, comedor escolar, otros programas de
asistencia social; también con ingresos provenientes del comercio y servicios como:
“trajines” a empresas mineras, alquiler de dormitorios, animales y/o mano de majadas, y
también como medio de locomoción, obra (como peones, baqueanos, o servicios
domésticos) a comerciantes, maestros, policías, gendarmes, investigadores universitarios y
técnicos privados o estatales vinculados con la minería, la geología, la arqueología y la
antropología (Pizarro 2002).
Esta breve introducción sirve para poder comprender mejor las relaciones sociales que se
dan al interior del poblado. Aquí se circunscribe al tratamiento de los recursos vegetales,
puesto que el propósito de este acápite es mostrar sucintamente las características de las
prácticas de explotación de especies vegetales leñosas en Antofalla, y sus manifestaciones
sociales y prácticas domésticas asociadas en la actualidad.
Procesos de espacialización y pertenencia
En Antofalla los pobladores realizan la ocupación de espacios geográficos diferenciales,
aprovechando la diversificación zonal que ofrece el paisaje altiplánico. El poblado se divide
en unas pocas familias -11 hasta la fecha4- que componen cuatro unidades domésticas
integradas por dos y, a veces, tres generaciones. Pizarro (2002) ha explicado la constitución
y los procesos de espacialización y pertenencia que estructuran las familias (hogares) y las
unidades domésticas en Antofalla. Para esclarecer esta distinción, la autora ha definido al
hogar como el grupo de personas que come de la olla, por lo menos una vez al día, y a la
unidad doméstica como el grupo que comparte la propiedad de ciertos rastrojos, corrales,
hacienda y sembradíos pero que no come de la misma olla.
Según los relatos de los lugareños recopilados por Pizarro, a fines del siglo pasado,
en Antofalla tan sólo había tres construcciones en las que vivían un hombre sólo y una
108
familia (de la que se desconoce la identidad y destino). Recién ya entrado el siglo
diecinueve, llegaron, provenientes de Cachi (Salta), la hermana y los sobrinos (dos mujeres
y un varón) de aquel hombre, los cuales se instalaron en la tercera construcción. Luego de
un tiempo aquel hombre y su hermana fallecieron, y los tres sobrinos formaron sus propias
familias, las que se distribuyeron el acceso a los recursos de la vega de Antofalla y de las
otras vegas cercanas dentro de la cuenca, y dieron origen a las actuales unidades domésticas
(Pizarro 2002; Haber y Pizarro ms.)
Actualmente, las unidades domésticas en Antofalla son cuatro. Cada una de ellas
posee zonas de explotación dentro y fuera de la quebrada de Antofalla, lo que les da más
posibilidades de diversificar y aumentar su producción agrícola doméstica.
“Los límites de las unidades domésticas están dados por las actividades
de domesticación de animales, plantas, tierra y agua (que implican la
naturalización de los derechos de acceso, uso y propiedad sobre dichos
recursos). En cambio, las pautas de interacción en los grupos sociales
concebidos como hogares se basaban en las actividades de
transformación de los alimentos y reproducción de la vida familiar”
(Pizarro 2002: 210).
Esto significa que existe una superposición de derechos y deberes, heredados y
adquiridos en las relaciones de parentesco por consanguinidad/adscripción y/o alianza. Lo
cual, según Pizarro (2002), multiplica y dinamiza las estrategias de reproducción social de
los grupos sociales en el contexto de la práctica.
El derecho a la propiedad de las tierras, y por ende, a los recursos vitales que de ella
derivan -agua, cultivos, animales y leña-, les fue concedido a estas familias en virtud del
derecho consuetudinario (basado en usos y costumbres) sobre la base de los vínculos de
parentesco que se remontan en el tiempo a los primeros ocupantes del lugar. Sin embargo,
la hegemonía de dicho discurso sobre la legitimidad de la pertenencia posee un vacío de
significados factible de ser disputado en las prácticas cotidianas (Pizarro 2002).
Los sentidos de pertenencia, incluso, son utilizados como medios de demarcación y
reconocimiento del grupo frente a otros. Los criterios locales de diferenciación social en
Antofalla no residen en una diferenciación de clase (económico-productiva) ni de
109
legitimidad jurídica (socio-política), sino más bien, residen en el criterio de identificación y
clasificación (nuestro-de ellos) proporcionado por las relaciones de parentesco Pizarro
(2002). Dentro de este marco de relaciones sociales, el paisaje de Antofalla
“es concebido como espacio social o ambiente natural domesticado a
través de sucesivas prácticas sociales que ponen en acto y materializan
cierta articulación de pautas culturales de pertenencia. Las maneras
particulares en que el mundo real ha sido domesticado por sujetos que
habitaron la zona anteriormente mediatizan y, a la vez, son significadas,
transformadas y/o reproducidas por las prácticas de los antofalleños en
la actualidad. De esta manera, el paisaje es condicionante y, a la vez, es
resultado de las prácticas sociales cotidianas de los pobladores de
Antofalla” (Pizarro 2002: 214).
Recolección de combustibles vegetales
Las plantas son parte importante del ámbito doméstico en Antofalla, porque están incluidas
en un amplio espectro de tareas para el consumo familiar. Dentro de la quebrada, la
recolección de leña se realiza en las unidades paisajísticas identificadas por la gente como
campo y cerro. El campo ha sufrido un importante deterioro por la indiscriminada
explotación de leñas realizada en él, y por el sobrepastoreo de animales, de forma que
actualmente cuenta con una biomasa vegetal casi despreciable. El cerro, por encontrarse
más retirado de los asentamientos permanentes, no ha sufrido este deterioro y representa la
reserva combustible con la que cuenta aún el poblado.
La escasez de leña en las inmediaciones de las viviendas ha fortalecido la situación
privilegiada de aquellas unidades domésticas que tienen haciendas o puestos en otros
sectores de la cuenca, más cercanos al paisaje de cerro, y que todavía poseen espacios con
leña factible de explotar. El estrés que sufre el paisaje vegetal provoca tensiones en las
relaciones sociales, y las unidades domésticas con más recursos -fuerza de trabajo y medios
reproductivos- compiten con las otras unidades domésticas realizando partidas de
recolección cada vez más organizadas, con el fin de lograr el mayor acopio posible de leña.
110
Organización y logística de las prácticas de recolección
Cada familia realiza comúnmente una o dos partidas de recolección mensuales y, el tamaño
de su carga depende del tamaño del grupo demandante y de las actividades a realizar. En
una partida efectuada con cuatro burros o mulas se obtienen 160 kg de leña. Cada carga
equivale a 40 kg, que es el peso de leña cargado por cada animal. En ningún caso se
emplean llamas para realizar este tipo de tareas. Algunos pobladores remarcaron que la
llama es menos eficaz que los burros y mulas para esta tarea pero que, antiguamente,
cuando estos caballares eran escasos, se utilizaban las llamas para carga en distancias
largas, según habían contando sus abuelos.
Las partidas de recolección más grandes y organizadas registradas son realizadas
por una de las cuatro unidades domésticas con mayores recursos en el pueblo. Este núcleo
doméstico también abastecía de combustible vegetal a la escuela hasta el año 2002. Las
partidas de recolección de leña son realizadas por hombres y mujeres, adultos y niños, y
pueden emplear hasta quince burros y mulas en las unidades domésticas grandes.
Las logísticas de acopio de combustibles llevadas a cabo por las distintas familias y
unidades domésticas difieren entre sí, en algunos casos las recolecciones pueden ser
diversificadas y más o menos planificadas. En los casos de las familias que poseen puestos
fuera de la quebrada de Antofalla, se aprovecha la oportunidad para recolectar leña en estos
puestos mientras se realizan actividades de pastoreo. Las familias recolectan leña de los
lugares inmediatos a los puestos de pastoreo, y en los últimos años se informó que la
mayoría también recolecta leña en “la banda”5, en el extremo nordeste de las márgenes del
Salar de Antofalla.
Es común que las familias que integran una unidad doméstica compartan algunas
actividades domésticas como es el aprovisionamiento de leña. Así mismo, las actividades y
costumbres de cada unidad doméstica están condicionadas por, y condicionan también, las
prácticas de recolección de combustibles vegetales. La época de verano es el tiempo en
donde la recolección de leña se realiza más asiduamente, por lo benigno de las condiciones
para esta tarea y, porque es la época donde cada núcleo familiar recibe a sus familiares
residentes todo el año fuera de Antofalla por razones de estudio, es el caso más frecuente.
111
Además, en verano se recibe normalmente un afluente moderado de visitantes turistas,
montañistas, arqueólogos, antropólogos, geólogos y otros, que son hospedados y atendidos
en varios casos por las familias. Por esta situación las actividades durante la época de
verano demandan acopio más constante de leña, por el mayor uso de combustibles en las
cocinas de hierro, para el preparado de alimentos en cocinas a leña y en hornos de barro y,
para el encendido de los calefones para la utilización de baños calientes.
En invierno, por su parte, la naturaleza de las demandas de las prácticas de
recolección de leña es diferente, ya que las condiciones ambientales muy frías, bajo cero,
llevan a que varios de los residentes en el pueblo opten por marcharse temporalmente hacia
otros lugares de mejores condiciones, con lo cual se ve reducido el número de integrantes
de los núcleos domésticos. A pesar de la reducción del número de habitantes, las gélidas
temperaturas ambientales requieren mucho acopio de combustibles vegetales. Se
incrementa la utilización de las cocinas de hierro a leña, para la preparación de platos
calientes y para calefacción. A diferencia de la estación de verano, en invierno, las
recolecciones de leña tienen otra logística, se realizan en intervalos más largos de tiempo y
priorizan el mayor acopio de leña para almacenamiento.
Chimeneas humeantes. Observación etnográfica de combustiones
Es común observar que cada familia posee junto a los hornos de barro un sector donde se
acopia la leña que es utilizada por el grupo doméstico. En Antofalla, los hogares utilizan
frecuentemente leña para la realización de varias prácticas diarias. Son muy pocas las
familias que poseen cocinas modernas con instalación de gas. Sólo poseen cocinas a gas
algunas pocas familias y la escuela, que cuenta con modernas instalaciones proporcionadas
por el Estado. El gas es un bien bastante escaso y difícil de conseguir, dado el costoso
traslado de las garrafas y el alto precio que este combustible ha adquirido actualmente,
precio que se ve notablemente incrementado en el mercado local.
En Antofalla sólo se utilizan las cocinas a gas en situaciones que ameriten rapidez,
como calentar agua por la llegada de algún visitante imprevisto, o por la falta irremediable
de leña. La leña, sin embargo, es un combustible muy utilizado y forma parte importante de
112
la faena diaria. Las cocinas de hierro son de uso generalizado y cada familia cuenta con una
de ellas. Estas cocinas se encuentran en la habitación destinada para los quehaceres
culinarios, y en varios casos coincide con la habitación principal de la casa, donde a
menudo se reciben las visitas o invitados.
La instalación de la cocina de hierro está provista de una delgada chimenea que es
un tubo de metal de aproximadamente 1,70 m de largo, por donde se liberan el humo y los
gases emanados en la combustión. Estas chimeneas deben ser limpiadas frecuentemente
para evitar la saturación de hollín dentro de los conductos metálicos, y para evitar el
ahogamiento de las combustiones y la fuga de los gases y humos dentro de las
habitaciones6.
Las cocinas de hierro producen altas temperaturas; generalmente se las enciende por
la mañana y se las mantiene prendidas todo el día. Siempre se encuentra una olla con agua
caliente sobre la plancha de hierro, lista para usar. Las cocinas poseen tres compartimentos,
uno grande donde se coloca la leña a quemar, otro compartimiento igualmente grande
destinado a los objetos a hornear y un último compartimiento más pequeño, ya sea por
debajo y/o al costado del anterior, en el que se colocan las brasas que son extraídas de la
hoguera, en la que arde la leña y que tiene la función de calentar el cubículo con el
horneado.
Para el encendido del fuego dentro de las cocinas, primero se limpia la superficie de
cenizas y carbones que esta tuviere, y recién se procede a introducir la leña a quemar. Se
colocan primero troncos gruesos de leñas resistentes a la combustión y por encima, leña
más inflamable, “rica” (Acantholippia punensis), para encender el fuego. Se introduce
durante algún rato la suficiente leña inflamable, hasta que la combustión comience a afectar
a las leñas más gruesas y resistentes, que arden durante largas horas a una temperatura
menor, pero más constante. En general, estas cocinas poseen capacidad para albergar
alrededor de 4 kg de leña. Para ayudar a la combustión, suele introducirse oxígeno a la
hoguera encendida, utilizando un tubo metálico a modo de fuelle, por el que se sopla aire.
En cuanto a la utilización de leña dentro de las casas, las familias utilizan aquella
disponible en la cuenca. La madera de Acantholippia punensis es de uso generalizado como
113
iniciadora del fuego en las cocinas y calefones de Antofalla. Por las características
inflamables de las hojas de Acantholippia punensis, esta puede ser cortada aún estando
verde, además, es una leña bastante accesible en la quebrada y en la cuenca en general. En
los hornos de barro, esta leña se utiliza por sus propiedades poco resistentes a la
combustión. Es por ello también una leña óptima para la tarea de horneado, que necesita de
combustiones rápidas y de altas temperaturas.
Por otra parte, los hornos de barro son otra modalidad adoptada para la realización
de combustiones de uso culinario. Son de forma globular, de 1,80 m de alto y 2 m de
ancho. Están construidos en su mayoría con adobes y revestidos por un enlucido de barro
parejo. Los hornos de barro poseen un orificio o tronera de 40 cm ubicado en la parte
superior, que actúa de conducto de escape del humo y gases que ahogan la combustión. Los
hornos también poseen una boca en la parte delantera, de 80 x 60 cm, por donde se
introduce la leña y los platos a hornear. Y en su parte lateral, o trasera inferior, los hornos
poseen una pequeña abertura de 50 cm por donde son expulsadas las brasas.
Las combustiones en los hornos de barro también son precedidas del necesario
barrido o limpieza de combustiones anteriores -cenizas y carbones-. Posteriormente, se
introduce una carga de leña (40 kg aproximadamente) de Acantholippia punensis,
exclusivamente. Se enciende el fuego sin cerrar ninguno de los orificios del horno, para
propiciar la formación de brasas. Esta primera carga arde en llamaradas durante 20
minutos. Se atiza el fuego para formar brasas e, inmediatamente, se introduce media carga
más de Acantholippia punensis. Luego de unos 20 minutos la combustión se detiene
intencionalmente, atizando o removiendo la leña en llamas, para provocar la formación de
brasas. Se procede entonces a barrer las brasas de la superficie del horno hacia la abertura
posterior ya descripta. Las brasas y carbones caen a una pozo excavado en la tierra y son
tapados inmediatamente. Se barre tres veces la superficie del horno prolijamente, con una
larga escoba realizada con hojas verdes de sauce (Salix babylonica). La superficie del horno
queda limpia y a la temperatura necesaria para recibir los elementos a cocinar. Para
comprobar que la temperatura sea la adecuada, se arroja un trozo de papel; si este arde
inmediatamente dentro de la atmósfera caliente debe esperase un momento para que la
temperatura baje. Luego se introduce la comida y se cierran totalmente todas las aberturas
114
del horno, con tapas de metal selladas con barro, tierra y trapos mojados. Un amasijo de
pan de harina de trigo tarda aproximadamente 20 minutos para cocinarse en esta atmósfera
caliente, y un cordero relleno entre unos 40 minutos a 60 minutos.
Selección de leña
La leña, como en el caso de la “rica”(Acantholippia punensis), son seleccionadas por sus
propiedades combustibles, que deben ser acordes a las prácticas culinarias, y otras, a
realizar. En general las familias utilizan en sus cocinas, como leñas resistentes, la
“tramontana” o “pingo” (Ephedra breana). Esta es una leña gruesa muy resistente a la
combustión y factible de ser usada como combustible para la cocción lenta a fuego
moderado de alimentos. Es una especie que se encuentra en las partes altas de la quebrada
de Antofalla, abunda en la banda sudoeste del Salar de Antofalla.
En Antofalla, los leñas son seleccionados por sus características combustibles
distintivas, como es el caso específico de la Acantholippia punensis como combustible
iniciador y para combustiones controladas cortas y con altas temperaturas -en calefones y hornos
de barro-. Un dato a tener en cuenta es que varias mujeres refirieron que Acantholippia punensis
produce mucho hollín en corto tiempo, tapando rápidamente los tubos de las cocinas de hierro. Por
esta razón su empleo en las cocinas suele ser restringido. Especies como Ephedra breana son
preferidas -por su resistencia a la combustión- para la realización de prácticas de combustión más
largas y de temperaturas inferiores y más constantes.
Las unidades domésticas que poseen puestos en las partes altas, cerca de los ojos de
agua de la quebrada, tienen acceso a otra leña, muy preciada por tener las mismas
características de Ephedra breana: la “tola” (Parastrephya lepidophylla). A diferencia de
Ephedra breana, Parastrephya lepidophylla ha sufrido una indiscriminada deforestación
dentro de la quebrada, y actualmente es una especie muy escasa. Todavía quedan algunos
sectores en donde puede encontrarse esta última leña, como en las partes altas de las
quebradas. En la casa de una de las familias con puestos fuera de la quebrada suele
preferirse la utilización de Parastrephya lepidophylla en la cocina.
115
También existen otros factores que influyen en la selección de leña en Antofalla.
Tal es el caso de la distancia a las que se hallan algunas leñas explotables que también son
excelentes combustibles vegetales. Por ejemplo, el “cuerno” (Adesmia subterránea), es un
excelente combustible, de rápido encendido y larga duración en la combustión. También
puede citarse la madera de “añagua” o “añawa negra” (Adesmia sp.) y “yareta” (Azorella
compacta), como buenos combustibles, resistentes a la combustión. Pero estas especies
sólo se hallan en sectores altos de puna, alejados aproximadamente 50 km del poblado
permanente. Desde Antofalla no se realizan partidas de recolección de leñas especiales que
abarquen estas distancias, y la recolección de alguna de estas leñas de altura se realiza sólo
eventualmente, en caso de algún recorrido de pastoreo. Este es el caso de uno de los
núcleos domésticos que posee el puesto Archibarca, el cual está establecido en esta zona de
puna. La familia realiza algunas recolecciones ocasionales de estas leñas aprovechando los
esporádicos viajes de alguno de sus integrantes al lugar.
Puede decirse que la selección de combustibles vegetales en Antofalla se realiza en
función, en principio, de la elección de las propiedades combustibles de las especies
vegetales y, en segundo término, en función de la cercanía de los lugares explotables de
leñas con las características mencionadas. Por ejemplo, la búsqueda de leña gruesa o
resistente como Ephedra breana y Parastrephia lepidophylla, en sectores altos de la
quebrada y al otro lado del Salar de Antofalla -en la banda-. Mientras que en las zonas bajas
inmediatas a los asentamientos, es más factible procurarse Acantholippia punensis o
“cachiyuyo” (Atriplex sp.), que son leñas más finas e inflamables. Pero, a la vez, los rangos
de acción para la recolección de “buenas leñas” -resistentes a la combustión- no son tan
amplios como para abarcar zonas altas de puna. Esto es debido a la gran inversión de fuerza
de trabajo que debe realizarse para dirigir partidas de recolección de combustibles hacia
áreas más alejadas. Se necesita, en tal caso, la realización de partidas más organizadas y
provistas de varios animales y personas, para poder compensar los costos de movilidad a
estas áreas más alejadas.
Según lo expuesto, en Antofalla las prácticas de combustión utilizan un espectro
muy pequeño de las plantas disponibles, por lo que pueden señalarse como prácticas
selectivas. En este sentido es importante apuntar que si bien, hay algunos especímenes que
116
potencialmente pueden utilizarse para determinadas prácticas hay criterios de selección
dentro de la realización de cada práctica de combustión. Por ejemplo, especies como
Adesmia sp., Adesmia erinacea, Atriplex sp., Baccharis incarum son plantas arbustivas
leñosas que se hallan en las zonas bajas de suni cerca de los asentamientos y, que pueden
ser potencialmente utilizadas como leña, pero no lo son. Hay preferencia por otras especies,
quizás menos abundantes en los alrededores de los asentamientos como Ephedra breana,
Acantholippia punensis y Parastrephya lepidophylla.
El empleo de taxones arbustivos en rituales domésticos
Dentro de la cosmovisión andina las plantas arbustivas utilizadas como leña también son
agentes activos en la producción y reproducción de discursos ritualizados. Es decir, estas
plantas son un vehículo a través del cual se corporizan simbologías en ritos específicos. Los
rituales en los que participan las plantas se relacionan con la propiciación y festejo de
buenos augurios y fertilidad sobre los recursos fundamentales -el agua y la tierra-,
necesarios para la reproducción física del grupo social.
“Dentro de las comunidades andinas existe una estrecha asociación
entre las actividades productivas y las rituales, vínculo que transforma a
las fiestas y ceremonias como extremadamente importantes para la
reproducción del sistema comunitario...” (Villagrán et al. 1998:31).
Existe una metáfora de trasfondo que otorga vida y voluntad propia a los elementos
naturales. La Pachamama es la divinidad principal, esta se identifica con la tierra, ya que es
hacedora de todo lo que sobre ella existe: los cerros, el agua, los animales, las plantas y las
personas. Esta divinidad se asocia a lo femenino por sus facultades fértiles y reproductivas.
Ella debe ser constantemente consagrada, por medio de ofrendas otorgadas en rituales
especiales, por lo general, en situaciones que ameriten alguna intervención en la tierra y sus
elementos, ya sea para la construcción y limpieza de canales, la siembra o cosecha de
cultivos, la señalada y esquila del ganado, etc. Algunas plantas son de exclusivo uso ritual y
participan de estos mencionados eventos.
117
Figura 3.9: Fotografía de la ceremonia de la señalada o floreamiento de animales realizada en Antofalla (Marzo 2003). Se observa el momento en que se ofrenda “coca” (Erythroxylon coca) y alcohol dentro de un pozo excavado en el suelo. En la escena del ritual siempre hay un recipiente grande (en este caso un tacho de metal) de donde emana humo de la quema de “chachakoa” (Parastrephya quadrangularis). (Fotografía gentileza de Mariana Barrionuevo).
En Antofalla, actualmente, se emplea la planta arbustiva denominada “chacha” o
“chachacoa” (Parastrephya quadrangularis) para la realización de ceremonias rituales. A
esta especie se le atribuyen propiedades místico-religiosas, capaces de mediar entre los
humanos y las divinidades naturales. Esta especie es una planta arbustiva ampliamente
utilizada también en el área de Atacama (Aldunate et al. 1981; Villagrán, Castro y Sánchez
1998; Villagrán et al. 1998) y en otras áreas de los Andes.
Existe una discusión en torno a la utilización ritual de varias especies identificadas
en el área andina como “koa”, “coa”, “q’oa”, “koba”. Según Villagrán et al. (1998), en
algunas regiones de Chile, Bolivia, Perú y Argentina se identifican con este nombre a varias
especies distintas: Parastrephya quadrangularis, Parastrephya terestuiscula, Fabiana
118
squamata, Fabiana bryoides, también algunas especies de los géneros Displostephium y
Borreira. Esta variabilidad de taxones por región es interpretada por los autores como
significativo de la verdadera relación que existe entre una planta particular y su nombre.
Siguiendo a Munizaga & Gunckel (1958), ellos afirman que el nombre otorgado a una
planta es el que le otorga poder a una planta particular, de ahí que se le atribuya el mismo
nombre a varias especies diferentes de un mismo o de diferente género.
Las observaciones etnográficas en Antofalla sobre la combustión de plantas
arbustivas en prácticas rituales, también coinciden con las registradas para la zona
atacameña de Chile. En esta última región, al igual que en Antofalla, se denomina “coa”o
“koa” al humo de la planta así quemada (Villagrán et al. 1998). En Antofalla, Parastrephya
quadrangularis es la planta preferida para sahumar los animales durante la señalada o
floreamiento de animales, también se la utiliza para sahumar las calles durante el 1ero. de
Agosto, día consagrado a la Pachamama y, durante el ritual agrícola de limpieza de canales.
También se emplea el humo de Parastrephya quadrangularis en algunas ocasiones
especiales de curación. Se informó que, en caso de no haber esta planta a disposición se
puede utilizar en los rituales mencionados “pata de perdiz” (Fabiana bryoides) y,
excepcionalmente, se pueden sahumar burros o rincones de la casa, por ejemplo, con
“lejía” (Baccharis incarum). Se puede interpretar que, en Antofalla también existe una idea
de reemplazo de los elementos botánicos integrantes del ceremonial, como citaran otros
autores para la región altiplánica (Villagrán et al. 1998).
El concepto de “transformación” está implícito en el acto de sahumar, incluso, para
algunos autores como Flores Ochoa (en Villagrán et al. 1998), la palabra “koa” o “coa”
significa: “lo que se transforma en otra cosa”. Parastrephya quadrangularis sufre una
transformación física, al pasar de ser materia vegetal sólida a humo, una materia etérea y
volátil, esto simboliza la transformación ritual. Sara, una de las pobladoras más antiguas del
pueblo lo explica de esta forma: “... la chacha se convierte en coa cuando se quema. Se
vuelve humito que se va p’al cerro ...”.
119
La mutación se realiza por la intervención del fuego, pero la combustión llevada a
cabo es inconclusa y defectuosa, ya que su fin no es la obtención de fuego, ni tampoco de
ceniza o brasas, su meta es el humo resultante. El humo se destaca en el ritual andino. La
acción de sahumar puede ser, según el contexto, un acto de limpieza, una forma de
exorcismo espiritual, un medio de elevación de plegarias. Este humo tiene poderes divinos,
que on capaces de comunicar los dos mundos divino-mortal, salvaje-domesticado, natural-
cultural. Los propósitos de la comunicación, por medio del humo, en el acto de sahumar
son elevación de plegarias al mundo divino de los seres naturales animados (tierra, cielo,
montañas, animales) y, obtención de permisos de estos para infringir la delgada línea que
separa los dos mundos a través de actos domesticatorios como la siembra de la tierra, la
señalada de animales nacidos, la realización de canales, etc. También, por medio del acto
de sahumado se elevan plegarias de fertilidad, de bonanza para los cultivos y animales. Se
le pide a la Pachamama que los pastos reverdezcan para multiplicar los animales. Esta
plegaria no sólo se hace en caso de sequías, sino que también se la realiza para competir
con otra unidad doméstica, como lo menciona Sara. “... cuando las ovejitas y llamitas están
flacas y son poquitas, y las del vecino son más muchas y lindas... entonces sí se hace un humito de
chacha o pata de perdíz para koar ...”.
Cuando los animales de la familia empiezan a disminuir en número, o están muy
delgados para su carneo, o cuando los cultivos sufren heladas, etc. (mientras que los
animales o cultivos del vecino no se ven afectados), se realiza un sahumado de estos
elementos para exorcizarlos o limpiarlos y propiciar así su curación.
Conclusiones
En Antofalla, las prácticas sociales vinculadas a la explotación de combustibles vegetales
son el producto de una sedimentación de significados sociales; muchas prácticas expresan
una memoria cultural que se pone en evidencia en algunos criterios de selección por sobre
algunas plantas. Es decir, que en la medida en que el paisaje vegetal es determinado por las
prácticas actuales de dominación, también refleja antiguas percepciones heredadas de
120
padres a hijos, de abuelos a nietos, en un continum temporal que ayuda a comprender la
configuración en el tiempo de este espacio. Las explotaciones de leña informan en gran
medida sobre las características organizativas del grupo, de sus motivaciones económicas
de subsistencia y de sus relaciones sociales intra-grupales, las cuales son posibilitadas
también por sus capacidades técnicas. Las familias optan por estrategias de explotación de
combustibles asociadas estrechamente a los intereses de su organización campesina,
dirigida esta a la producción de medios de subsistencia en un espacio socializado. En
resumen, en Antofalla, la oferta ambiental, las capacidades técnicas, la composición y
número de los habitantes de las unidades domésticas y de las familias que las componen,
son factores estructurantes de, y estructurados por, el ordenamiento sociocultural.
Resumen del Capítulo
El supuesto preteórico de la Puna de Atacama como categoría geográfica -como medio
hostil y poco próspero para la vida humana- ha delineado las interpretaciones de las
investigaciones sobre el uso del paisaje a lo largo de toda la historia social de la región
(Haber 1999a). La zona de estudio fue clasificada en cuatro microambientes: Salar de
Antofalla, suni, puna y janca (Haber 1999a), que a su vez contienen distintas unidades de
vegetación. Utilizando estas categorías del paisaje se describe la composición y fisonomía
de la vegetación arbustiva y herbácea que puebla actualmente la quebrada de Tebenquiche
hico, para ofrecer al lector un cuadro de referencia ilustrativo del paisaje en el cual se
desarrolla la presente investigación arqueológica.
Por otra parte, dentro del contexto arqueológico de la investigación, el sitio arqueológico
Tebenquiche Chico ingresa a la bibliografía arqueológica en 1955, y desde entonces
algunos aficionados y arqueólogos han visitado el sitio. Las investigaciones arqueológicas
dirigidas por Haber comienzan en el sitio desde el año 1989 hasta la actualidad; ellas han
aportado un importante cúmulo de información acerca de los grupos campesinos
altoandinos que lo habitaron en el pasado. Estas investigaciones han discernido diferentes
ocupaciones en el sitio, que se evidencian como paisajes sociales contrastantes producto de
121
desarrollos locales y regionales particulares. Las prácticas sociales realizadas en TC1 se
desarrollaron en contextos sociohistóricos determinados. Es probable que los restos de
combustiones estudiados puedan proporcionar más información sobre las formas de vida
allí desarrolladas, apoyando o contradiciendo las interpretaciones previas provenientes de
distintas vías de análisis. Estas últimas ayudarán igualmente como soporte de este trabajo.
Queda investigar los datos proporcionados por los restos de combustiones y el potencial de
información de este tipo de registro arqueobotánico.
En otra vía de estudio, el caso etnográfico de Antofalla proporciona una fuente de
conocimiento acerca de las características, propiedades y funcionamiento de la explotación
de combustibles vegetales en una comunidad campesina local. En Antofalla las prácticas de
recolección funcionan de acuerdo a las características constitutivas y actividades del grupo
familiar y de la unidad doméstica que lo contiene. La recolección de leña es selectiva,
pocos taxones arbustivos son empleados en los fuegos domésticos, a pesar de tener al
alcance una oferta de combustibles vegetales más amplia en las inmediaciones de los
asentamientos. La selección de leña depende de las propiedades de estas como madera
resistente o no a la combustión y, en segundo lugar, de su distancia al asentamiento. Suelen
realizarse partidas de recolección dirigidas a sectores dentro y también fuera de la
quebrada. En cuanto a las prácticas de combustión realizadas en Antofalla en el ámbito
doméstico, estas no sólo se asocian a la realización de actividades culinarias y de
calefacción, también se realiza la quema de taxones arbustivos en eventos rituales. Estas
combustiones son llevadas a cabo dentro de contenedores en donde producen,
intencionalmente, la emanación de humo; ellas se relacionan con la propiciación y festejo
de buenos augurios y fertilidad, necesarios para la reproducción física del grupo social.
Notas al Capítulo III
1. En este capítulo se expone como una descripción fitogeográfica lo resultados del trabajo de
campo realizado. En el capítulo seis se describe la metodología de trabajo de campo adoptada para
la recolección de taxones, y en los apéndices se muestra la lista de taxones identificados.
122
2. Los nombres de los autores de cada especie vegetal recolectada e identificada en este trabajo
pueden consultarse en el Capitulo seis y en los apéndices. Así mismo, no se mencionan los nombres
de autores de las especies citadas de otros trabajos.
3. Se recolectaron muestras de estas formas de vida pero estas no se conservaron hasta llegar a los
laboratorios para su reconocimiento. Por ello, no fue posible determinar su taxonomía.
Probablemente estos correspondan al género Gyrophora (Villagrán et al. 1998).
4. Cabe aclarar que en este trabajo, a diferencia del realizado por Pizarro entre 1996-1997 (2000a),
se han contado cuatro, y no tres, unidades domésticas existentes en Antofalla.
5. Se denomina “banda” a todos los sectores de laderas bajas de los cerros y, generalmente, este
sector coincide con lugares de crecimiento de arbustos leñosos.
6. Una de las amas de casa de la calle principal del pueblo, en una ocasión ofreció al equipo su
cocina para cocinar alimentos. Inmediatamente, se dirigió a limpiar el tubo o chimenea para cocinar
sin inconvenientes. Este gesto amistoso señala la importancia de esta tarea para la buena realización
de combustiones en estas cocinas.
123
CAPÍTULO IV
ESTRATEGIA DE MUESTREO Y TÉCNICAS DE
RECUPERACIÓN
Los indios choroti del Gran Chaco dicen que hace mucho tiempo
todo el mundo por ellos conocidos había sido devastado por un
gran incendio, que había destruido a todos los choroti, con
excepción de una mujer y un hombre, que se habían salvado
refugiándose en un agujero excavado en la tierra. Cuando el
incendio hubo pasado, el hombre y la mujer se abrieron camino
hasta el exterior de su agujero, pero se encontraron sin fuego. No
obstante el buitre negro había logrado llevarse un tizón encendido
a su nido (...) El buitre regaló un poco de fuego al varón choroti, y
desde esa época los choroti han tenido fuego. Todos los choroti
descienden de ese hombre y esa mujer. (Mito choroti. James G.
Frazer, Mitos sobre el origen del fuego)
Metodología del trabajo de campo
Las tareas de recuperación de los restos de carbones en el recinto habitacional del
compuesto doméstico TC1 fueron realizadas durante los años 1995 hasta el año 1999,
mucho tiempo antes del comienzo del presente trabajo de investigación1.La metodología se
adecuó a las técnicas y metodología de excavación utilizadas en el sitio desde los
comienzos del trabajo de campo. Las excavaciones en TC1 fueron realizadas teniendo en
cuenta los planteamientos de Harris (Harris 1991 [1989]), a través de una estrategia de área
124
abierta y una técnica estratigráfica no arbitraria (Carandini 1997 [1991]; D’Amore 2002;
Haber 1996, 1999a; Haber y D’Amore ms.; Roskams 2003 [2001]; Spence 1990). Por
medio de esta metodología de trabajo de campo adoptada fue posible en la excavación la
identificación de unidades estratigráficas como potenciales resultados de acciones
materiales (Haber 1999a).
Estrategia de muestreo y técnicas de recuperación empleadas
En la metodología de excavación adoptada se priorizó la recuperación exhaustiva y
completa de los materiales, para contar a futuro con información que proporcionara, lo más
detalladamente posible, datos sobre la naturaleza arqueológica del sitio bajo estudio. Se
empleó una estrategia de muestreo de carbón total o maximal en el sitio; para ello, se
utilizaron varias técnicas de recuperación de distintas características.
En este sentido, es importante apuntar que por medio del estudio de estos restos
arqueológicos, que hasta ahora no habían sido tratados específicamente, fue posible
explorar el potencial de la metodología y técnicas utilizadas en la excavación arqueológica
de Tebenquiche Chico. También se hizo posible adecuar las nuevas técnicas de
recuperación y registro de estos materiales orgánicos hacia preguntas específicas acerca del
pasado arqueológico del sitio.
Las técnicas de recuperación empleadas fueron las siguientes:
a) recuperación manual in situ en excavación, con ayuda de pinzas;
b) recuperación automática por medio de técnicas de flotación o lavado de sedimentos, con
ayuda de una máquina flotadora, separando en tres fracciones los materiales;
c) tamizado manual en seco o cribado de sedimentos, en mallas finas y gruesas.
a) Los carbones recuperados mecánicamente fueron registrados en planta y en planillas
como: “muestra de elemento único” y “hallazgo”. Las muestras de carbón de elemento
único fueron registradas individualmente, con la intención de crear un buen registro de los
125
restos de carbón destinados al análisis radiocarbónico específicamente. Estas muestras de
carbón fueron registradas cada una en planillas estandarizadas a tal efecto. En estas
planillas se registraron su localización en planta, cotas de altura, características de la
muestra dentro del depósito, etc. Mientras que los restos de carbón tomados como muestras
de hallazgo incluyen, en general, restos aislados de poco volumen para fechar. Estas
muestras de hallazgo fueron registrados en planillas estandarizadas con información sobre
cotas y coordenadas en planta.
b) En cada contexto definido se tomó el primer balde retirado (siete litros) como una
muestra sistemática de sedimento, para ser sometida a flotación. En contextos con un alto
contenido de material orgánico se lo destinaba en su totalidad a zaranda fina y flotación. La
flotación de cada muestra de sedimento se realizó mediante una máquina de flotación,
adaptada a las condiciones de trabajo en el campo2. Por último los carbones recuperados en
la flotación fueron embalados y rotulados, según provenían de la fracción liviana y pesada,
manteniendo las referencias de su respectiva procedencia dentro de la excavación. Cada
muestra de sedimento llevada a flotación, ya sea conteniendo sedimento con carbón, ceniza
u otros materiales orgánicos, fue registrada en una planilla con un dibujo en planta del lugar
de recuperación de la muestra, coordenadas de hallazgo, datos sobre el volumen de
sedimento de la muestra, el tipo de material arqueológico que contiene o pudiere contener,
el contexto de pertenencia y observaciones generales sobre el mismo, la fecha de
recuperación, y también las condiciones de recuperación.
c) También se destinó una muestra sistemática de cada contexto para ser tamizado en seco,
en una zaranda fina de malla metálica con una abertura de 2 mm. El resto del sedimento
extraído de la excavación se destinó a zaranda gruesa, que poseía una malla de 3 mm de
abertura. Los carbones recuperados de zaranda fueron también embalados y rotulados con
sus referencias de procedencia pertinentes. Las muestras de sedimento tomadas para
flotación, zaranda fina, y zaranda gruesa, fueron registradas también en una planilla de
conteo de muestras.
126
De esta forma se logró obtener un registro bastante completo de la procedencia de cada uno
de los conjuntos de carbones recuperados en el sitio.
Análisis de laboratorio. Base de datos
El trabajo de laboratorio comenzó por la realización de una base de datos, que tenía como
objetivo reunir toda la información necesaria para la posterior interpretación de los residuos
de combustión, especialmente, aquellos restos vegetales carbonizados. La base de datos
fue realizada en Microsoft Access (versión 2000), un programa informático administrador
de bases de datos. En esta base informática, los datos están contenidos en campos dentro de
un registro individual para cada elemento introducido. Este programa está recomendado
para el manejo de grandes volúmenes de información debido a que posee una eficiente y
fácil manera de consulta. Una ventaja de este ordenador es que la información introducida
en una base de datos puede ser vinculada por medio de una clave de identificación con otras
bases de datos. Así, se pueden crear consultas que relacionen la información proveniente de
varias bases con información de naturaleza distinta.
En la base de datos se ordenó información general de todas las “muestras orgánicas”
recuperadas en TC1, dentro de las cuales se prestó especial interés a los restos de carbón y
madera. La base de datos fue modelada de acuerdo a la información asentada en los
registros de campo. Se discriminó entonces:
a. Tipo de muestra. Refiere a la técnica de recuperación utilizada en el campo.
1- Muestra recuperada como elemento único (in situ)
2- Muestra recuperada como hallazgo (in situ)
3- Muestra recuperada por tamizado en malla fina.
4- Muestra recuperada por tamizado en malla gruesa.
5- Muestra recuperada por flotación (fracción pesada-gruesa)
6- Muestra recuperada por flotación (fracción liviana-gruesa)
7- Muestra recuperada por flotación (fracción liviana-fina)
127
b. Coordenadas. Se refiere a las coordenadas de hallazgo dentro de las cuadrículas.
c. La muestra contiene: ¿carbón? ¿semillas? ¿madera? ¿otros?. Se refiriere al contenido
de cada muestra.
d. Volumen de la muestra embalada. Refiere al volumen de la muestra recuperada y
embalada. Es el volumen de material que llega al laboratorio. Se expresa en ml.
e. Volumen de sedimento tratado. Refiere al volumen del sedimento que se destinó a
flotación o zaranda. Se expresa en litros.
f. Volumen de carbón. Refiere al volumen de carbón recuperado en cada muestra. Se
expresa en ml.
g. Parte de la muestra. Refiere a que si la muestra representa el total, o no, de la muestra
encontrada en la excavación. Se expresa de las siguientes maneras: 1 (<5%), 2 (5%-15%), 3
(25%-50%), 4 (>50%) y 5 (100%).
h. Presencia de contaminación. Refiere a la existencia, o no, de materiales provenientes de
otros contextos que alteren la composición original de la muestra.
i. Tamaño del fragmento de carbón. Refiere al tamaño de los carbones respecto a la
identificación macroscópica. Se diferenció entre:
1) Muy pequeño. El tamaño de los carbones no permite hacer un corte seco con los
dedos, para conseguir al menos un plano3 visible al microscopio óptico.
Fragmentos inferiores a 4 mm.
2) Mediano a pequeño. El tamaño de los carbones permite realizar un corte con los
dedos. Fragmentos equivalentes a 5 mm.
3) Grande. El tamaño de los carbones permite realizar perfectamente más de un
corte con los dedos. Fragmentos superiores a 6 mm.
j. Otro tipo de material quemado. Se refiere a si la muestra es acompañada por otro tipo de
material quemado, que no sea carbón vegetal.
k. Presencia de tierra quemada. Refiere a la existencia, en planilla, del registro de tierra
quemada asociada a la muestra en su contexto de recuperación.
l. Presencia de ceniza. Refiere a la existencia, en planilla, del registro de ceniza asociada a
la muestra en su contexto de recuperación.
128
ll. ¿La muestra tiene problemas de procedencia?. En todos los casos se controló el registro
de procedencia de cada muestra, y en pocos casos esta procedencia resultó dudosa, por
tratarse de un registro incompleto o erróneo. En tal situación, se optó por redefinir el
siglado de la muestra. En otros casos, donde no fue posible ubicar la procedencia exacta de
la muestra, se la ingresó con un número de muestra cero y un número de submuestra, al
tiempo que se registró el problema de procedencia de la misma. De esta forma no se
desestimó ninguna muestra, e incluso, posteriormente, de acuerdo a las características
específicas de la muestra y, datos anexos, pudo ubicarse el origen de algunas de estas
muestras con problemas de procedencia.
m. Observaciones. En este campo se registró información complementaria. Se realizó una
breve descripción del contenido de la muestra y de algunas características distintivas de la
misma.
Testeo de las técnicas de recuperación
Se registraron en la base de datos informática 1230 muestras con vegetales procedentes de
TC1, de las cuales se tomaron 1026 muestras antracológicas para este estudio4. Todas las
muestras fueron recuperadas por medio de las diferentes técnicas ya especificadas. Esta
posibilidad de manejar un importante cúmulo de muestras de carbón hizo necesario
plantear, primeramente, el potencial de cada tipo de muestra para responder a distintas
preguntas arqueológicas.
A simple vista eran notables las diferencias existentes entre los diferentes tipos de
muestras originadas. Esto alertó acerca de la naturaleza de las técnicas de muestreo y de las
cualidades particulares que cada una imprimía en el registro antracológico.
Prueba experimental
Se diseñó una prueba experimental, que comparara las fracciones en cada muestra de
carbón recuperada por las distintas técnicas. Se tamizaron 139 muestras de carbón,
pertenecientes a 14 contextos diferentes de la matriz estratigráfica de TC1. Se priorizó,
principalmente, que los contextos tuvieran diferentes características e historias de
129
formación y que poseyeran muestras de carbón recuperadas por las distintas técnicas. El
objetivo era explorar los factores que pudieron influir en la formación de los fragmentos, en
lo que a sus volúmenes y grados de fragmentación se refiere. Los tipos de contextos
seleccionados en la muestra fueron los siguientes:
- Depósitos formados por derrumbes de muros y sus rellenos, con depositaciones eólicas
(contextos: [2]; [84]; [106]; [110]).
- Depósitos horizontales de rellenos de muros (contextos: [4]; [5]; [28]; [112]).
- Depósitos de pisos de ocupación (contextos: [113]; [12]; [29]).
- Depósitos de rellenos de pozos, excavados dentro de los pisos de ocupación (contextos:
[162]; [180]).
- Depósitos estériles (contexto: [58]).
Cada muestra de carbón fue cribada en una columna de cinco tamices metálicos, de
diferentes amplitudes en sus mallas. Los resultados obtenidos, por medio de este
procedimiento, arrojaron los siguientes datos5:
Cuadro 4.1: Resultado del tamizado de carbón.
RECUPERACIÓN MANUAL
TAMIZADO FLOTACIÓN Tipos de Muestras según la técnica
Elemento único (ml)
Hallazgo (ml)
Fino (ml)
Grueso (ml)
Fracción pesada
(ml)
Fracción liviana-gruesa
(ml)
Fracción liviana-
fina (ml)
Intervalo 0 (< 0.9mm)
4.2 0 0 3.7 0 64.6 25.8
Intervalo1 (1 a 1.9 mm)
4 0.1 0.4 5.9 0 464 248
Intervalo 2 (2 a 4.7 mm)
22 2.1 4.2 43.7 0.4 603 24.9
Intervalo 3 (4.8 a 6.2
mm) 52.4 16.6 15.9 118 0.8 139 8
Intervalo 4 (6.3 a 9.4
mm) 42.3 24.5 16.6 124 0 62.2 4
Intervalo 5 (> 9.5 mm)
22.2 15 22.8 58.1 0 10.7 0
Totales 147.1 58.3 59.9 353.4 1.2 1343.5 310.7
130
El primer paso fue obtener un promedio de las distribuciones de fracciones de
carbón, en cada tipo de muestra de un contexto particular. Se seleccionaron dos casos, los
contextos [28] y [29]6.
A continuación se exponen las distribuciones de los volúmenes de
fracciones en muestras individuales, correspondientes a cada técnica usada en ambos
contextos.
Contexto [28].
Al observar las distribuciones de las muestras de elemento único y hallazgo (gráficos
4.1 y 4.2) se aprecia que ambas poseen volúmenes pequeños, siendo sensiblemente más alta
la distribución de elemento único. Es decir que en ambas distribuciones los valores
medidos en ml de carbón son valores pequeños. La moda en las dos distribuciones es el
intervalo cuatro. En la muestra de hallazgo, la dispersión de las mediciones es poco
importante, por ello tiene menor grado de de curtosis y su distribución es platicúrtica o de
cola corta. Puede decirse entonces que la moda -o intervalo modal- es más típico. Si
embargo en la muestra de elemento único el grado de curtosis es mayor, ya que posee una
cola leptocúrtica. El intervalo modal es menos típico. Las dos distribuciones son negativas,
es decir que sus están orientadas hacia la izquierda o valores menores.
La muestra de tamizado fino tiene mucho menor volumen que la muestra de tamizado
grueso (gráficos 4.3 y 4.4). La moda de la muestra de tamizado fino es el intervalo cuatro y,
la cola de su distribución se inclina hacia la izquierda. Por su parte, la muestra del tamizado
grueso tiene al intervalos tres como moda, y su distribución es positiva, es decir que su cola
se dirige hacia, contrariamente a la muestra anterior, hacia la derecha, donde se hallan las
fracciones de tamaños mayores.
La distribución de la muestra de fracción liviana-fina de flotación tiene su moda en el
intervalo uno y, la fracción gruesa en el intervalo dos (gráficos 4.5 y 4.6). Ambas
distribuciones son positivas. La distribución de la fracción liviana-gruesa es leptocúrtica, y
la distribución de la fracción fina es platicúrtica y su intervalo modal más típico.
131
Contexto [29].
Este contexto no posee carbón recuperado por la técnica de hallazgo. En tanto, la muestra
de elemento único tiene su moda en el intervalo tres y distribución positiva (gráfico 4.7).
Las dos muestras de tamizado tienen volúmenes de carbón muy dispares. La
muestra de tamizado fino tiene un volumen casi despreciable, en cambio la muestra de
tamizado grueso tiene mayor volumen (gráficos 4.8 y 4.9). La moda de la muestra de
tamizado fino es el intervalo cuatro y la de tamizado grueso es el intervalo tres. La
distribución de fracción fina es platicúrtica y tiene un intervalo modal más típico, mientras
que la otra distribuciónde es leptocúrtica. Ambas distribuciones coinciden en un solo punto,
las dos son negativas.
La muestra de la fracción fina de flotación tiene su moda en el intervalo uno y, la
fraccióngruesa en el intervalo dos (gráficos 4.10 y 4.11). En la fracción fina la distribución
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA DE
ELEMENTO ÚNICO: [28] n= 6,4 ml
0.4
1.41
2.6
1
00.4
1.41
2.6
1
00.4
1.41
2.6
1
00.4
1.41
2.6
1
00.4
1.41
2.6
1
00.4
1.41
2.6
1
00.4
1.41
2.6
1
0
1 1
2,6
1,4
0,4
0
1
2
3
4
5
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.1
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA DE
HALLAZGO: [28] n= 1,6 ml
10,6
0
1
2
3
4
5
Intervalo 0
(<0.9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6.3 a 9.4
mm)
Intervalo 5
(>9.5 mm)
Gráfico 4.2
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA DE
TAMIZADO FINO: [28] n= 5,2 ml
2
2,6
0,6
0
1
2
3
4
5
Intervalo 0
(<0.9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6.3 a 9.4
mm)
Intervalo 5
(>9.5 mm)
Gráfico 4.3
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA DE
TAMIZADO GRUESO: [28]
n= 23 ml
4
11
6
2
0
5
10
15
Intervalo 0
(<0.9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6.3 a 9.4
mm)
Intervalo 5
(>9.5 mm)
Gráfico 4.4
ml
132
es platicúrtica y la moda más típica, en cambio en la fracción gruesa la distribución es
leptocútica y la moda menos típica. Las dos distribuciones son positivas.
En los gráficos expuestos se observó que las distribuciones de las muestras son
variadas; sin embargo, presentan tendencias. Así, las muestras recuperadas por técnicas
manuales tienen modas que varían entre los intervalos que comprenden las siguientes
medidas: 4,8 mm a 6,2 mm y 6,3 mm a 9,4 mm. Y por otra parte, las muestras recuperadas
por la técnica de flotación presentan siempre -en sus dos fracciones- modas centradas en los
intervalos que comprenden las siguientes medidas: 1 mm a 1,9 mm y, 2 mm a 4,7 mm,
respectivamente. Otra tendencia, es la dirección de las colas de las distribuciones. En el
caso de las muestras donde se aplicó la selección mecánica, las distribuciones son
negativas. Donde se aplicó la recuperación automatizada por la técnica de flotación, las
distribuciones son positivas. A su vez, se destaca que entre los dos contextos -[28] y [29]-
existen diferencias notables entre los volúmenes de las muestras. El contexto [28] posee
muestras con escasos volúmenes, que no superan los 20 ml. En cambio, el contexto [29]
posee muestras de carbón con volúmenes mayores, que alcanzan hasta los 300 ml.
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN DE UNA
MUESTRA DE FRACCIÓN LIVIANA-GRUESA
DE FLOTACIÓN: [28] n= 10 ml
3
1
2
4
0
1
2
3
4
5
Intervalo 0
(<0.9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6.3 a 9.4
mm)
Intervalo 5
(>9.5 mm)
Gráfico 4.5
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN DE UNA MUESTRA DE
FRACCIÓN LIVIANA-FINA DE FLOTACIÓN: [28]
n= 10,4 ml
10
0,2 0,2
0
2
4
6
8
10
12
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.6
ml
133
Se continuó explorando estas diferencias observadas en todas las muestras de
carbón. Para ello, las 139 muestras de carbón tamizadas en laboratorio para esta prueba
experimental fueron agrupadas según su técnica de recuperación para graficar las
distribuciones promedio en cada tipo de muestra en TC1.
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA DE
ELEMENTO ÚNICO: [29] n= 18 ml
10
5
3
0
2
4
6
8
10
12
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.7
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA DE
TAMIZADO FINO: [29] n= 2,6 ml
2
0,6
0
1
2
3
4
5
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.8
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA DE
CARBÓN DE TAMIZADO GRUESO: [29] n= 45,2 ml
13
27
32,2
0
5
10
15
20
25
30
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.9
mlDISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA MUESTRA
DE FRACCIÓN LIVIANA-FINA DE FLOTACIÓN: [29]
n= 130,2 ml
125
5 0,20
25
50
75
100
125
150
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.10
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN UNA
MUESTRA DE FRACCIÓN LIVIANA-GRUESA
DE FLOTACIÓN: [29] n= 592 ml
170
300
8040
20
50
100
150
200
250
300
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.11
ml
134
Comparando los gráficos 4.12 y 4.13 puede verse que los fragmentos que se
encuentran en las muestras de elemento único y en las muestras de hallazgo tienen modas
centradas en los intervalos tres y cuatro, respectivamente. Por su parte, las distribuciones de
las mediciones no son iguales en los dos casos. Las muestras de hallazgo poseen un
volumen total menor y una distribución con menos grado de curtosis que las muestras de
elemento único. Ambas distribuciones son negativas.
Para saber si estas diferencias observadas en las distribuciones gráficas son
significativas, se averiguó si las muestras de carbón, recuperadas como elemento único y
las muestras de hallazgo (gráficos 4.12 y 4.13), pertenecen a la misma población7. Se
aplicó el test de significación estadística de Kolmogorov-Smirnov8 y se obtuvo los
siguientes resultados:
Con un nivel de significación de 0,05, la mayor de las diferencias observadas es
igual a 0,240, y la diferencia derivada teóricamente necesaria para rechazar la H0
(hipótesis nula o de la no diferencia) es de 0,210. Como resultado, y dado que la diferencia
obtenida de las dos distribuciones es mayor que la diferencia mínima establecida se rechazó
la H0. De esta manera pudo establecerse que las diferencias observadas entre ambas
distribuciones son significativas.
Seguidamente se compararon las distribuciones de volúmenes de fracciones de
carbón en el conjunto de muestras de tamizado fino y tamizado grueso (gráficos 4.14 y
4.15). Ambas distribuciones son negativas también. La distribución de las muestras de
tamizado fino tiene menor volumen que la de tamizado grueso. Esto podría corresponderse
con la dificultad de recuperar de la malla fina y con pinzas, partículas muy pequeñas de
carbón. Las muestras del tamizado fino tienen una moda de fragmentos que se halla en el
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN LA MUESTRA DE
ELEMENTO ÚNICO: [28] y [29] n= 147,1 ml
52,4
42,3
22,222,0
4,04,2
0
10
20
30
40
50
60
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.12
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN LA MUESTRA DE
HALLAZGOS: [28] y [29] n= 58,3 ml
24,5
16,615,0
2,10,1
0
5
10
15
20
25
30
Intervalo 0
(<0.9mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6.3 a 9.4
mm)
Intervalo 5
(>9.5 mm)
Gráfico 4.13
ml
135
intervalo cinco, de tamaños mayores a 9,5 mm. Por otra parte, la moda de las muestras de
tamizado grueso se encuentra en el intervalo cuatro. Según esto, no ocurre una separación
de fracciones en los tamices de los dos tipos de muestras. Esto es así, porque se trata de dos
tamices diferentes que no fueron aplicados a una misma muestra, y a los cuales se les
realizó la técnica manual de recuperación con pinzas. Por este motivo, aunque se trata de
mallas de diferente medida de abertura, al aplicarse luego una técnica manual de
recuperación, las fracciones de carbón muestreadas son muy parecidas. Por lo cual, se
tomaron ambas muestras de tamizado como una sola (gráfico 4.16).
Al unir las dos muestras del tamizado -fino y grueso- se obtuvo un resultado claro
de la mayor representación de los intervalos con partículas de carbón entre 4,8 mm y 9,4
mm. La moda de tamaños de carbón está comprendida en el intervalo cuatro, aunque este
intervalo modal, según se observa, no es muy típico. La distribución sigue siendo negativa.
En la fracción fina de flotación la moda se concentra en intervalo uno (gráfico 4.17),
y en la fracción liviana-gruesa la moda se encuentra en el intervalo dos (gráfico 4.18). Ello
es coherente para ambos tipos de mallas de 3 mm y 2 mm de abertura, respectivamente.
Ambas distribuciones son positivas y, a diferencia de los casos vistos anteriormente, en
estas distribuciones de las muestras de selección automatizada se representan mayormente
los intervalos de fracciones con tamaños de fragmentos de carbón pequeños. En la fracción
liviana-fina de la técnica de flotación la moda es más típica. En la fracción gruesa es
llamativa la presencia de fracciones de carbones menores al tamaño de la malla, esto es el
intervalo comprendido entre tamaños menores a 1,9 mm, los cuales deberían hallarse sólo
en la fracción fina de la técnica. Esto informa sobre las deficiencias de la técnica para
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN
LA MUESTRA DE TAMIZADO FINO: [28] y [29]
n= 59,9 ml
22,8
16,615,9
4,2
0,4
0
5
10
15
20
25
30
Intervalo 0
(<0.9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6.3 a 9.4
mm)
Intervalo 5
(>9.5 mm)
Gráfico 4.14
ml
DISRIBUCIONES DE CARBÓN EN
LA MUESTRA DE TAMIZADO GRUESO: [28] y [29]
n= 353,4 ml118,0
124,0
58,1
43,7
5,93,7
-10
10
30
50
70
90
110
130
Intervalo 0
(<0.9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6.3 a 9.4
mm)
Intervalo 5
(>9.5 mm)
Gráfico 4.15
ml
136
separar ambas fracciones de carbón en un medio húmedo9. Por esta razón se creyó prudente
unir los resultados de las dos
fracciones en un solo gráfico
(gráfico 4.19).
Si se compara la distribución
de las muestras de carbón
recuperadas por la técnica de
tamizado en seco (gráfico 4.16) con
las de la distribución de las
muestras recuperadas por la técnica
de flotación (gráfico 4.19) se observan diferencias notables. Las muestras de tamizado en
seco poseen una moda centrada en el intervalo cuatro, que comprende: 6,3 mm a 9,4 mm.
Mientras que las muestras de flotación poseen su moda en el intervalo uno, es decir entre 1
mm a 1,9 mm. Por su parte, la distribución de las muestras de tamizado tiene menor
volumen y es negativa. En cambio, las muestras de flotación poseen una distribución con
mayor volumen y su cola se inclina hacia el lado contrario. Estas diferencias muestran que
ambas técnicas pueden provocar efectos diferentes sobre las muestras de carbón.
Para saber si estas diferencias observadas entre las muestras de tamizado y flotación
(gráficos 16 y 19) son significativas se averiguó si las dos pertenecen a la misma población.
Se obtuvo, con un nivel de significación de 0,05, que la mayor de las diferencias
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN LA
MUESTRA DE FRACCIÓN LIVIANA-FINA DE FLOTACIÓN: [28] y
[29] n= 310,7 ml
25,8
248,0
24,98,0 4,0
0
50
100
150
200
250
300
Intervalo 0
(<0,9mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4.7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.17
ml
VOLUMEN DE FRACCIONES EN LA
MUESTRA DE FRACCIÓN LIVIANA-GRUESA DE FLOTACIÓN:
[28] y [29] n= 1343,5 ml
10,762,2
139,0
64,6
464,0
603,0
0
100
200
300
400
500
600
700
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.18
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN LA MUESTRA DE
TAMIZADO: CONTEXTOS [28] y [29]
n= 413,3 ml
47,9
133,9140,6
80,9
6,33,7
0
25
50
75
100
125
150
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1.9
mm)
Intervalo 2
(2 a ,7 mm)
Intervalo 3
(4.8 a 6.2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.16
ml
137
observadas es igual a 0,725 y, la diferencia mínima derivada teóricamente es igual a 0,075.
La diferencia obtenida es mayor que la diferencia mínima establecida, por lo que se rechazó
la H0.
Es posible afirmar, entonces, que ambas técnicas provocan efectos diferentes sobre
las muestras de carbón. La técnica de tamizado en seco reúne fragmentos de carbón
grandes, quizás como resultado de una serie de factores que intervienen en la ejecución de
esta técnica. Estos factores pueden ser,
por ejemplo, la disponibilidad de tiempo
durante las tareas de recuperación en el
campo, las condiciones de trabajo (bajo
sombra, o bajo exposición al sol, viento,
bajas o altas temperaturas, etc.), las
características de las herramientas
empleadas (pinzas, mallas metálicas,
etc.), las propiedades de dureza de los carbones y, por supuesto, la habilidad del operador.
La técnica de flotación provoca otro tipo de efecto sobre las muestras de carbón.
Inversamente, ella lleva a cabo la mayor recuperación de fracciones de fragmentos de
carbón, pero de tamaños pequeños.
Los escasos valores que estas muestras presentan para las fracciones mayores a 4,8
mm, indican que la técnica produce un alto grado de fragmentación de los carbones. Sólo se
encontró una muestra pequeña de carbón recuperada en la fracción pesada de flotación.
Cabe decir, que estas muestras son muy atípicas en este tipo de materiales livianos9.
Se prosiguió buscando más datos que proporcionaran información sobre el muestreo
de fragmentos de carbón realizado en TC1. Se llevaron a cabo más observaciones en
algunos contextos, de los volúmenes y tipos de fracciones de carbón, teniendo presente las
técnicas de recuperación utilizadas en ellos. Se seleccionaron contextos que hubieran sido,
por alguna razón, sometidos sólo a ciertas técnicas y se compararon sus distribuciones de
carbón. Los cuatro contextos seleccionados para esta prueba comparten una historia de
formación relativamente semejante. En este caso se eligieron depósitos formados por
derrumbes de muros y sus rellenos, estos fueron los contextos: [2]; [84]; [106 ] y [110].
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN EN LA MUESTRA DE
FLOTACIÓN: CONTEXTOS [28] y [29]
n= 1654,2 ml
90,410,7
66,2147,0
627,9712,0
0
100
200
300
400
500
600
700
800
Intervalo 0
(< 0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.19
ml
138
En los contextos [2] y [84] se usaron sólo técnicas de recuperación manual, tales como
recuperación in situ y tamizado en seco (gráficos 20 y 21), y por razones externas no se
realizaron en ellos lavados de sedimentos en flotación. Mientras que en los contextos [106 ]
y [110], sí se empleó la recuperación mecánica y también automatizada (gráficos 22 y 23).
Conociendo esto, y comparando los resultados promedio en cada gráfico, puede decirse que
estos resultados están claramente delineados por la influencia de las técnicas de muestreo
utilizadas en cada caso. También debe notarse, en este último ejemplo, que la influencia de
las técnicas automatizadas, si bien produce la acumulación de los mayores volúmenes de
carbón en los contextos, tiende a homogeneizar las fracciones en distribuciones semejantes.
Se observa, entonces, que en los contextos [106] y [110], la distribución es casi idéntica,
salvando la diferencia de que se trata de volúmenes totales distintos. En cambio, las
técnicas de selección manual imprimen en los contextos mayor variabilidad en las
distribuciones internas de sus muestras de carbón, a pesar de representar en mayor volumen
los intervalos de tamaños grandes.
DITRIBUCIONES DE CARBÓN: [2] n= 14,7 ml
6
1,51,9
5,3
0
2
4
6
8
10
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5mm)
Gráfico 4.20
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN:CONTEXTO [84]
n= 18,4 ml
4
6
7
0,1
1,3
0
2
4
6
8
10
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.21
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN: CONTEXTO [110]
n=367,7 ml
0
42,3
7,625,4
122,2
170,2
0
50
100
150
200
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.22
ml
DISTRIBUCIONES DE CARBÓN: CONTEXTO [106]
n=271,14 ml
0
123,8
91,1
17,810,6
28,1
0
50
100
150
Intervalo 0
(<0,9 mm)
Intervalo 1
(1 a 1,9
mm)
Intervalo 2
(2 a 4,7
mm)
Intervalo 3
(4,8 a 6,2
mm)
Intervalo 4
(6,3 a 9,4
mm)
Intervalo 5
(>9,5 mm)
Gráfico 4.23
ml
139
Resultados del testeo de las técnicas de recuperación en laboratorio
Los siguientes enunciados resumen los resultados de esta primera evaluación de los
conjuntos de carbones de TC1 y, son aplicables a toda la metodología posterior:
a) La recuperación mecánica por técnicas manuales de tamizado seco genera
muestras de carbón vegetal que privilegian sólo los tamaños de fragmentos iguales y
superiores a 4,8 mm.
b) Las técnicas de recuperación mecánica producen muestras de carbón vegetal que
poseen volúmenes muy variables, como producto de la selección manual.
c) La técnica de flotación -con ayuda de una maquina flotadora- genera muestras de
carbón vegetal recuperadas automatizadamente que poseen una mayor representación de
volúmenes de fragmentos pero, en detrimento, provoca la destrucción o rotura de los
tamaños superiores a 4,8 mm.
d) Las técnicas de recuperación automatizadas producen muestras de carbón vegetal
que poseen volúmenes mayormente estandarizados, como producto de la selección
automática.
e) Las técnicas manuales de tamizado fino y tamizado grueso recuperan los mismos
tamaños de carbón vegetal.
f) No se produce una separación efectiva entre las fracciones fina y gruesa de
flotación, debido a los condicionantes impuestos por el medio húmedo.
Vistos estos resultados, queda claro que las prácticas arqueológicas en el campo
tienen una gran influencia en la conformación de lo que se denomina: «registro
arqueológico». Esto es así, porque los datos están dirigidos por determinadas preguntas
acerca de lo que se desea encontrar, y porque están condicionados por las posibilidades
técnicas de las prácticas arqueológicas de recuperación. Por ello, no se puede pasar por alto
la influencia que tienen las estrategias de muestreo adoptadas en la formación del registro
antracológico. Al dar cuenta de estos aspectos del registro no se está negando sus
posibilidades para la investigación arqueológica, sino que más bien, se está recorriendo los
pasos de su formación para corregir y dirigir a conciencia su potencial de información.
140
Todo esto indica que en Tebenquiche Chico sería un error establecer una relación
directa entre los conjuntos de carbón con los tipos de depósitos arqueológicos, sin antes
poner atención a las técnicas arqueológicas de recuperación utilizadas. Este análisis
preliminar de los contenidos de fracciones y volúmenes de carbón en la muestra de TC1
proporcionó una idea más clara de los caminos factibles de estudiar en esta investigación.
De esta forma se encauzaron las preguntas y, se recortaron las expectativas respecto al
registro antracológico disponible.
Una evaluación de los resultados obtenidos hasta aquí, permite indicar las
posibilidades de la muestra de carbón proveniente de TC1 para estudiar algunos temas
relacionados a las prácticas de combustión. Estas son:
a) Las muestras recuperadas mecánicamente -por medio de las técnicas manuales y
de tamizado- son más recomendables en TC1 para estudios de abundancia taxonómica
vegetal, puesto que los tamaños grandes de los fragmentos de carbón de estas muestras son
óptimos para la realización de análisis microscópicos. En estas muestras de carbón la
técnica de recuperación es menos agresiva y se preserva en mayor grado la integridad de
los fragmentos. Pero el hecho de que estas técnicas estén afectadas por la selección manual,
que privilegia sólo una fracción de tamaños de carbones grandes, introduce un sesgo
importante en los índices de fragmentación de taxones vegetales, necesarios para averiguar,
por ejemplo, la verdadera relación que existe entre los volúmenes de cada taxón dentro del
sitio.
b) Las muestras recuperadas automáticamente -por medio de la técnica de flotación
con ayuda de una máquina- son recomendables para estudiar los volúmenes de carbón
producidos en el sitio, porque en ellas se recupera una mayor proporción de carbón presente
en los sedimentos. No obstante, estas muestras son menos recomendables para el estudio de
abundancia taxonómica, por los tamaños pequeños de sus fragmentos y, menos
recomendables aún, para el estudio de fragmentaciones de taxones, por la rotura que
provoca la técnica sobre este tipo de macrorrestos vegetales. Por esta razón, estos
volúmenes de carbón pueden emplearse, por ejemplo, para averiguar datos sobre la
141
frecuencia de carbón depositado en los distintos sectores de TC1 a lo largo de su ocupación,
a través de la utilización de análisis cualitativos de orden matemático y estadístico.
Notas al Capítulo IV
1. Las tareas arqueológicas, de donde se desprende este trabajo de tesis, se integraron dentro de los
proyectos arqueológicos dirigidos por el Dr. Alejandro F. Haber, denominados: Arqueología de los
Períodos Agro-alfareros Temprano y Medio en el Área de Tebenquiche e Investigación
Arqueológica de los Límites Agrícolas de los Oasis de Antofalla.
2. La máquina de flotación es una adaptación del modelo ideado por Watson (1976, en Pearsall
1989) para el Shell Mound Archaeological Proyect (SMAP). La máquina consta de un tambor de
aceite de 55 galones, que posee en su parte media un grifo o válvula de entrada reguladora, donde se
conecta una manguera de plástico que conduce una corriente de agua hacia el interior del cilindro.
El agua asciende a través de una ducha adosada a un caño de una pulgada unido a los lados del
recipiente. De esta forma, se genera una corriente centrífuga desde abajo que hace flotar las
partículas más livianas del sistema. El cilindro posee un pico vertedor que conduce el líquido con la
fracción liviana hacia dos tamices ubicados al costado, uno debajo del otro. Así, las partículas que
flotan -por su menor densidad- caen primero en un tamiz con una malla metálica de 3 mm de
abertura y, las partículas inferiores a esta medida caen en un tamiz de 2 mm de abertura, ubicado
por debajo del anterior. Estos dos tamices de recuperación se corresponden con lo que se denomina
fracción liviana, que recupera los fragmentos orgánicos menos densos -carbón, semillas, hueso, y
otros restos orgánicos-. Las partículas de mayor peso específico, que no flotan en el sistema -
cerámica, lítico, metal, hueso con carbonatos-, esto es la fracción pesada, son recuperadas por un
gran tamiz del diámetro del cilindro con una malla metálica de 3 mm de abertura, que se coloca
dentro del mismo a manera de filtro.
3. Para la identificación taxonómica se observan los tres planos de corte del fragmento de carbón,
de acuerdo a los planos conocidos de la madera, estos son: transversal, tangencial y tangencial
radial.
142
4. Se desestimaron para este estudio todas aquellas muestras antracológicas con problemas de
procedencia dentro de las unidades estratigráficas de TC1.
5. Los datos completos de las 139 muestras de carbón tamizadas se muestran en los apéndices de
este trabajo.
6. Las muestras de carbón pertenecientes a los contextos 28 y 29 utilizadas son:
TC001-A01-0028-0001-3001- muestra de fracción fina de flotación
TC001-A01-0028-0001-3002- muestra de tamizado fino
TC001-A01-0028-0002-3000- muestra de fracción gruesa de flotación
TC001-A01-0028-0002-3004- muestra de tamizado grueso
TC001-A01-0028-0003-3000- muestra de elemento único
TC001-A01-0028-0038-3000- muestra de hallazgo
TC001-A01-0029-0001-3000- muestra de elemento único
TC001-A01-0029-0002-3000- muestra de tamizado grueso
TC001-A01-0029-0002-3001- muestra de fracción fina de flotación
TC001-A01-0029-0002-3003- muestra de fracción gruesa de flotación
TC001-A01-0029-0002-3004- muestra de tamizado fino
7. En las pruebas de significación o pruebas de hipótesis se presumen parámetros desconocidos y se
averigua como podrían ser los estadígrafos muestrales, si estos supuestos fueran verdaderos. Este
procedimiento se resume en la comprobación de una hipótesis nula o de la no diferencia (H0), que
afirma la no existencia de diferencias entre dos muestras (Shennan 1998). Al tratarse de una
muestra se debe averiguar si esta es representativa de la población, y si no se conoce la población,
por lo menos, debe saberse si el estadígrafo obtenido corresponde aproximadamente al parámetro
desconocido. La teoría de las probabilidades es efectiva para evaluar los riesgos de error que se
asumen en los datos y, permite tomar en consideración esos errores (Shennan 1998).
8. La prueba de significación de Kolmogorov-Smirnov es apropiada para comparar dos escalas
ordinales o superiores, y se basa en la observación de las diferencias entre las distribuciones
acumulativas comparadas (Shennan 1998).
143
9. En flotación, ambas fracciones livianas (fina y gruesa) fueron recuperadas en tamices diferentes,
pero el medio húmedo provocó la unión de las partículas en solución. Este inconveniente de
separación de fracciones, al cual se puede sumar la presencia de partículas extrañas en las muestras,
puede corregirse en el campo con la realización de un tamizado en seco en ambas fracciones, una
vez secas las muestras. Esta técnica parece efectiva para sitios arqueológicos de la zona central de
Chile, según Rossen (2000). Por otra parte, Arriaga, Renard y Aliscioni (1998) y Oliszewski (1999)
emplearon en sitios arqueológicos de la Provincia de Catamarca -Rincón Chico y Campo del Pucará
respectivamente- bolsitas de tela de voilé sintético y muselina, que permiten una buena ventilación
y rápido escurrimiento de las muestras orgánicas. Esta técnica puede ser útil para lograr un buen
secado de las muestras, para luego someterlas al tamizado en seco y separar las fracciones.
10. Puede atribuirse la presencia de estos fragmentos de carbón, que no flotaron a la superficie y
quedaron atrapados en la fracción pesada del flotador, al contenido de sales en solución, que aligera
el peso específico del agua y, en consecuencia, algunos cuerpos adquieren mayor densidad. La
flotación de los sedimentos arqueológicos fue realizada íntegramente en las inmediaciones del sitio
arqueológico, utilizando agua del fondo de quebrada en Tebenquiche Chico. En toda la zona, el
agua contiene niveles altos de sales disueltas proveniente de los suelos salinos. Aunque hay que
destacar, que en la quebrada de Tebenquiche Chico el agua contiene menos sales disueltas que en
quebradas aledañas, como por ejemplo, en la quebrada de Tebenquiche Grande y Antofalla. Se
pudo comprobar, inclusive, el alto nivel de salinidad del agua en estos lugares utilizando agua de
Antofalla para la técnica de flotación. Allí se observó que mayormente los materiales orgánicos de
escasa densidad, entre ellos los carbones y el material óseo pequeño, eran recuperados con mayor
frecuencia en la fracción pesada del flotador.
144
CAPÍTULO V
ESTUDIO CONTEXTUAL DE LAS PRÁCTICAS
DOMÉSTICAS
ASOCIADAS AL FUEGO EN TC1
En la Grecia Antigua, la leyenda común era que el gran dios de los
cielos, Zeus, había escondido el fuego a los hombres, pero que el astuto
héroe Prometeo, hijo del titán Jepeto, le robó el fuego a la deidad en el
cielo y lo trajo a la tierra, entregándole a los hombres, escondido en un
tallo de hinojo. Por este robo, Zeus castigó a Prometeo, clavándolo o
encadenándolo en una cumbre del Cáucaso, y enviando un águila que a
lo largo del día devoraba el hígado del héroe; por la noche el órgano
recobraba lo que había perdido durante el día. Esta tortura padeció
Prometeo durante treinta o treinta mil años, hasta que fue liberado por
Hércules. (Mito griego. James G. Frazer, Mitos sobre el origen del fuego)
Análisis de volúmenes y densidades de los conjuntos de carbón
En el cuadro 5.1 se observan los estadígrafos de las 1026 muestras utilizadas en este
estudio. Allí también se comparan las distribuciones de volúmenes de los tipos de muestras
de carbón. Estas pueden dar una imagen aproximada de los resultados de las técnicas de
muestreo aplicadas en TC1 sobre estos restos arqueológicos. Las comparaciones de estos
conjuntos basadas en su dispersión permite, por ejemplo, conocer rápidamente datos sobre
la estandarización de volúmenes de carbón recuperados por cada técnica arqueológica en
una muestra mayor.
145
Cuadro 5.1: Resumen numérico de las distribuciones de volúmenes de carbón.
Rápidamente, y a simple vista, es posible apreciar en los resúmenes numéricos de
las distribuciones de volúmenes, que las técnicas de recuperación in situ recogen mucho
menos volumen de carbón que las técnicas de tratamiento de sedimentos por flotación y
tamizado seco. En líneas generales las muestras de carbón poseen bastante variabilidad de
volúmenes. Los mayores volúmenes promedio de carbón poseen 39 ml y, provienen de las
muestras de la fracción gruesa de flotación. Le siguen las muestras de tamizado seco grueso
con 11,7 ml. Las desviaciones estándar de las distribuciones en las muestras de flotación y
tamizado seco poseen números mucho mayores a la media. La mayor variabilidad de
volúmenes de carbón se produce dentro de las muestras de la fracción gruesa de flotación,
donde se hallan, coincidentemente, los mayores volúmenes y, donde el rango1 de dispersión
de las mediciones también es el mayor, con 600 ml de carbón.
Posteriormente se averiguó la densidad de carbón extraído de TC1 por medio de las
distintas técnicas de recuperación. Para ello, se calculó la cantidad de mililitros de carbón
contenidos por litro de sedimento tratado. Por ejemplo, se sabe que por cada litro de
sedimento se obtuvieron 0,7 ml de carbón asignados en la excavación como hallazgos
(cuadro 5.2). De estos valores reales de volúmenes de carbón se pudo comprobar que
efectivamente, como lo habían demostrado las mediciones de las muestras de laboratorio,
por medio de la fracción gruesa de flotación se recuperaron los mayores volúmenes de
carbón dentro de TC1, a razón de 5 ml de carbón por litro de sedimento. En el caso de los
Estadística Descriptiva
119 54.80 .20 55.00 7.2277 9.9461 98.924
107 40.00 .00 40.00 3.6131 5.6697 32.146
54 109.90 .10 110.00 7.1907 17.9276 321.399
243 150.00 .00 150.00 11.7436 17.0639 291.177
3 .20 1.00 1.20 1.0667 .1155 1.333E-02
214 99.80 .20 100.00 9.6308 11.3836 129.586
286 599.80 .20 600.00 39.0483 78.5267 6166.449
Elemento único
(muestras in
situ)
Hallazgo
(muestras in
situ)
Tamizado seco
f ino
Tamizado seco
grueso
Fracc ión pesada
de f lotación
Fracc ión f ina de
f lotac ión
Fracc ión gruesa
de f lotación
n
Rango
(ml)
Mínimo
(ml)
Máximo
(ml)
Media
(ml)
Desv iación
Estándar (ml)
Varianza
(ml2)
146
volúmenes de carbón recuperados in situ, por supuesto, no es posible obtener una relación
con los sedimentos en los que estaban contenidos. Por esta razón es que los volúmenes de
ambos tipos de muestras no son comparables entre sí y tampoco pueden sumarse.
Cuadro 5.2: Volúmenes y densidades de carbón recuperados por cada técnica.
Cuadro 5.3: Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón recuperadas en
tamizado y flotación.
El cuadro 5.3 presenta los estadígrafos de los volúmenes de carbón reales recuperados por
tratamiento de sedimentos en tamizado y flotación en TC1. La fracción gruesa de flotación sigue
mostrando los mayores volumenes promedio de carbón, en este caso 11,4 ml de carbón por litro de
sedimento, notablemente también estos volúmenes tienen la mayor de las desviaciones estándar, lo
que demuestra que son volúmenes muy variables. Las demás muestras recuperan volúmenes de
carbón mucho menores a la fracción gruesa de flotación, siendo el menor volumen recuperado el de
las muestras de tamizado grueso con 0,9 ml de carbón por litro de sedimento2.
Tipos de muestrasCantidad de
Muestras
Volumen de carbón
(ml)
Volumen de
sedimento tratado
carbón (lts.)
carbón (ml)/
sedimento tratado
(lts.)
Tipo 1 (Elemento único) 119 860.10
Tipo 2 (Hallazgos) 107 386.60
Tipo 3 (Tamizado seco fino) 54 388.30 521.85 0.74
Tipo 4 (Tamizado seco grueso) 243 2853.70 9032.79 0.32
Tipo 5 (Fracción pesada de flotación) 3 3.20 16.33 0.20
Tipo 6 (Fracción gruesa de flotación) 286 11318.80 2477.90 4.57
Tipo 7 (Fracción fina de flotación) 214 2061.00 6708.53 0.31
54 .02 31.43 1.3602 4.8006
243 .00 17.15 .9187 2.1024
286 .04 171.45 11.3573 21.0377
214 .00 21.33 2.7440 3.5455
Tamizado seco
f ino
Tamizado seco
grueso
Fracc ión gruesa
de f lotac ión
Fracc ión f ina de
f lotac ión
n
Mínimo
(ml/lts .)
Máximo
(ml/lts .)
Media
(ml/lts .)
Desv iac ión
Estándar
(ml/lts .)
147
Análisis contextual de las densidades de los conjuntos de carbón
Hasta aquí se ha puesto al tanto de la constitución y naturaleza de la muestra antracológica
estudiada. En el capítulo anterior se plantearon dos tipos de recomendaciones para la utilización de
datos provenientes de las muestras de carbón recuperadas por las distintas técnicas. En este punto
se siguió la línea de estas recomendaciones y se obtuvo información acerca de los volúmenes de
carbón provenientes de las distintas áreas excavadas de TC1 a partir de los volúmenes recuperados
solo por la técnica automatizada de flotación. Estas muestras arrojan datos más aproximados sobre
las densidades de carbón contenido en el sitio, ya que no están sesgadas por la selección manual.
Debe recordarse que se utilizó una estrategia de muestreo sistemática para seleccionar las muestras
de sedimento que serían sometidas a flotación. Esto podría esgrimirse para argumentar que las
densidades de carbón recuperado pueden no corresponderse con la verdadera densidad de carbón
depositada en el sitio arqueológico. Por esta razón, se resolvió utilizar los estadígrafos de las
distribuciones internas de la muestra de carbón proveniente de flotación, y no utilizar gráficos de
frecuencias y porcentajes absolutos de densidades. No obstante, debe señalarse que en ciertos casos
donde la densidad de carbón era importante se trataba todo el sedimento en flotación, al margen de
la muestra sistemática. Por lo que las densidades de carbón recuperadas pueden, con cierto margen
de certeza, aproximarse a la densidad de carbón depositada originalmente en el sitio. Sin embargo,
para este estudio se decidió prescindir, por el momento, de este cálculo, y afianzar las
observaciones en las distribuciones internas de los conjuntos.
Figura 5.1: Dibujo en planta del recinto habitacional del compuesto doméstico TC1, formado por las habitaciones A1 y A2, un pasillo de comunicación entre ambas habitaciones y un patio de entrada a la habitación A1, en el extremo sudeste. (Extraído de D’Amore 2002).
TC1A2 TC1A1
N
Recinto habitacional TC 1
148
El recinto habitacional del compuesto doméstico TC1 está formado por dos habitaciones
asignadas como A1 y A2 (figura 5.1). Ambas habitaciones fueron excavadas, como así también el
pasillo de comunicación entre estos dos espacios y el patio de entrada de la habitación A1. De los
contextos definidos en esta excavación, un total de 108 contextos poseen restos de carbón vegetal.
Este número de contextos con carbón representa aproximadamente el 46 % del total de contextos
definidos en TC1. Esto no implica, necesariamente, que estos contextos puedan estar directamente
vinculados a eventos de combustión, como se verá más adelante.
Se hallaron restos de carbón contenidos en depósitos sedimentológicos interpretados como
pisos de ocupación, pozos excavados dentro de las habitaciones, morteros y juntas de muros de la
casa, y en depositaciones de derrumbes de rellenos de muros. Los restos de carbón se hallaron
formando concentraciones importantes, y otras veces se hallaron en forma de dispersiones poco
visibles. Las dispersiones y concentraciones de carbón, muchas veces, estaban asociadas a cenizas
y otros restos quemados. Seguidamente, las densidades de cada muestra de carbón recuperada por
la técnica de flotación, en cada contexto excavado en las áreas de TC1 fueron ordenadas (cuadro
5.4).
149
Cuadro 5.4: Volúmenes y densidades de carbón recuperados en flotación.
TC1 A1 CONTEXTOvol de carbón
(ml)
vol de
sedimento
tratado (lts.)
carbón (ml)/
sedimento tratado
(lts.)
17 279.60 69.70 4.01
19 1703.40 5595.75 0.30
19A 783.00 109.10 7.18
19C 505.00 133.53 3.78
19E 31.00 21.00 1.48
19F 579.60 203.70 2.85
19G 1037.00 181.40 5.72
19H 269.00 45.60 5.90
20 2552.00 404.63 6.31
21 38.00 28.10 1.35
26 473.80 111.80 4.24
27 563.00 105.00 5.36
28 51.60 14.00 3.69
29 100.00 147.00 0.68
59 2.00 6.00 0.33
79 58.60 14.00 4.19
80 554.00 49.00 11.31
84 20.00 7.00 2.86
TC1 A2 18 1311.20 1304.47 1.01
24 53.40 21.00 2.54
104 275.20 126.67 2.17
106 265.5 60 4.43
108 81.20 49.00 1.66
109 106.00 14.00 7.57
110 329.30 147.00 2.24
112 16.60 4.67 3.56
113 51.70 14.00 3.69
114 71.20 28.00 2.54
118 2.00 7.00 0.29
119 41.00 7.00 5.86
123 26.40 7.00 3.77
129 7.00 2.00 3.50
130 2.80 6.00 0.47
131 2.80 2.00 1.40
132 20.00 28.00 0.71
162 0.50 7.00 0.07
172 27.00 7.00 3.86
174 15.60 7.00 2.23
175 14.00 7.00 2.00
180 24.60 4.67 5.27
TC1 Patio de
entrada12 201.20 47.00 4.28
30 564.00 25.67 21.97
31 118.00 7.00 16.86
150
Cuadro 5.5: Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en las áreas de
TC1.
En el cuadro 5.5 se presentan los estadígrafos de las mediciones -por cada muestra
recuperada- de la densidad de carbón en los sectores excavados del compuesto doméstico TC1. En
la habitación A1 hay un promedio de densidad igual a 7,8 ml de carbón por litro de sedimento. En
la habitación A2 el promedio es de 6,3 ml de carbón por litro de sedimento; y por último, en el patio
de entrada el promedio de densidad es el mayor, con 13,4 ml de carbón por litro de sedimento. En
líneas generales, las desviaciones estándar son mayores a la media en todos los casos, lo cual indica
la escasa estandarización de los volúmenes, especialmente en el patio de entrada donde,
coincidentemente, se recuperaron las mayores densidades de carbón. Esta situación señala
comportamientos diferentes entre las dos habitaciones y el patio de entrada. En este último sector se
depositaron mayores acumulaciones de carbón, y los motivos de esta situación son estudiados más
adelante a partir de un análisis contextual más detallado.
Cuadro 5.6: Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en los distintos
tipos de contextos de TC1
297 .00 160.00 7.8342 13.4641
170 .04 171.45 6.2780 18.0903
33 .29 171.43 13.3745 29.3245
Habitación A1
Habitación A2
Patio de Entrada
n
Mínimo
(ml/ lts.)
Máximo
(ml/ lts.)
Media
(ml/ lts.)
Desviac ión
Estándar
(ml/ lts.)
119 .00 171.43 8.6301 21.9424
8 .57 7.43 3.6850 2.4921
152 .04 171.45 7.2374 19.0697
123 .07 71.43 6.7475 11.2110
94 .35 85.73 8.8430 10.4621
Pisos
Rellenos de
pared
Derrumbes de
muros
Rellenos de
pozos
Depositaciones
secundarias
n
Mínimo
(ml/lts .)
Máximo
(ml/lts .)
Media
(ml/lts .)
Desviac ión
Estándar
(ml/lts .)
151
Los distintos contextos con contenidos de carbón vegetal fueron interpretados en
excavación como diferentes tipos de depósitos. Algunos de estos contextos fueron
redefinidos posteriormente en laboratorio (D’Amore 2002). Se ordenaron las densidades de
carbón por muestra de flotación de cada contexto, según el tipo de depósito arqueológico
(cuadro 5.6).
La mayor densidad obtenida de los diferentes tipos de depósitos es 8,8 ml de carbón
por litro de sedimento. Esta media se extrajo de las depositaciones secundarias formadas
por la acumulación se sedimento fino en la mampostería del pasillo de comunicación entre
las dos habitaciones. En tanto, en los depósitos arqueológicos interpretados como pisos de
ocupación, se extrajo una densidad promedio de 8,6 ml de carbón por litro de sedimento.
Estos últimos tipos de depósitos arqueológicos son muy complejos y comprenden variadas
extensiones y espesores, debido a sus distintas historias de formación.
Los muros que forman las habitaciones de TC1 son muros de doble hilera y,
contienen en su interior un relleno de sedimento con frecuentes inclusiones arqueológicas,
entre las que se encuentran restos de carbón vegetal y, otros restos quemados. Los depósitos
interpretados como derrumbes de muros, según se observa, poseen una densidad promedio
un tanto menor que los dos tipos de depósitos anteriores e igual a 7,2 ml de carbón por litro
de sedimento. Mientras que los rellenos de pozos excavados en los pisos de las
habitaciones, también poseen un promedio similar de carbón estimado en 6,7 ml de carbón
por litro de sedimento. Todas estas densidades tienen desviaciones estándar mayores a la
media, lo que indica que se trata de conjuntos muy variables o poco estandarizados. Las
densidades de carbón de los pisos y de los derrumbes de muros son los menos
estandarizados de la muestra, con una mayor amplitud de dispersión, según lo indican sus
altos números de desviaciones estándar.
Los conjuntos de carbón recuperados de estratos denominados depositaciones
secundarias y pisos de ocupación son acumulaciones de carbón que no tienen asociación
alguna con superficies termo-alteradas, es decir que son restos de combustiones barridos de
sus lugares originales en donde se llevaron a cabo las combustiones. Sin embargo, existe
una diferencia entre ambos tipos de acumulaciones, los restos de carbón de las
depositaciones secundarias son producto de prácticas de barrido intencional, hacia sectores
periféricos de las habitaciones. Mientras que los restos de carbón provenientes de los pisos
152
de ocupación son acumulaciones, en muchos casos, superpuestas en cualquier sector de las
habitaciones, y que no pudieron ser vinculadas a prácticas de barrido intencional. La mayor
densidad de carbón proveniente de estos contextos significa que son las acumulaciones de
carbón mas visibles de TC1, en comparación con otros tipos de contextos. Las bajas
densidades de carbón de los otros tipos de contextos indica por su parte, que se trata de
acumulaciones menores de carbón, más restringidas, como en el caso de los rellenos de
pozos, o más dispersas en el caso de los derrumbes y rellenos de pared.
Cuadro 5.7: Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en cada área y
período de ocupación de TC1.
Cronología de las densidades de carbón
Nuevamente, se ordenaron las medidas de las densidades de carbón recuperadas por
flotación, esta vez, según la cronología asignada a su contexto de procedencia dentro de
TC1. En el cuadro 5.7 se observan las distribuciones de las densidades de las muestras de
carbón en las tres áreas de TC1 según la cronología estratigráfica (D’Amore 2002; Haber
1999a). Durante el 1er. período, en la habitación A1 la media de las densidades encontradas
es de 7,5 ml de carbón por litro de sedimento; en la misma habitación durante el 3er.
período la media de las densidades aumenta a 8,8 ml de carbón por litro de sedimento. En
los dos períodos, en la habitación A1 las densidades promedio de carbón no son muy
típicas, especialmente, durante el período uno, cuando aumenta la dispersión de las
mediciones según el número alto de la desviación estándar.
199 .00 160.00 7.4810 14.7711
94 .35 85.73 8.8430 10.4621
54 .07 11.43 2.8883 2.8927
6 .57 5.71 2.5417 1.7896
2 5.71 28.00 16.8550 15.7614
6 2.29 171.43 39.7883 65.4585
Período 1-A1
Período 3-A1
Período 1-A2
Período 3-A2
Período 1-Patio
Período 3-Patio
nMínimo(ml/ lts.)
Máximo(ml/ lts.)
Media(ml/ lts.)
Desv iaciónEstándar(ml/ lts.)
153
En la habitación A2, en el 1er. período la media de las densidades es pequeña con
relación a lo que sucede en la habitación contigua, esto es 2,9 ml de carbón por litro de
sedimento. En el período tres en la habitación A2 la densidad de carbón es muy escasa,
pero las mediciones siguen teniendo una media pequeña de 2,5 ml de carbón por litro de
sedimento. En el período uno en esta habitación las densidades de carbón parecen bastante
estandarizadas.
Esto demuestra que en momentos posteriores al 1er. milenio las prácticas de
combustión cambian, específicamente el manejo de sus desechos culturales. La media de
las densidades de carbón recuperado durante el 3er. período aumenta notablemente en la
habitación A1. No significa que se realizaran más combustiones en la casa, si no más bien,
señala la disminución de la realización de las frecuentes prácticas de mantenimiento de la
casa, típicas de las ocupaciones del 1er. milenio. Las acumulaciones de carbón eran sujetas
sólo al arrastre y depositación en sectores periféricos de la habitación A1, de donde
pudieron migrar hacia otros sectores por acción del pisoteo, o del viento, entre otras causas.
Cuadro 5.8: Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en cada período
de ocupación de TC1.
Los estadígrafos de las densidades de carbón provenientes de las dos habitaciones y
del patio de entrada de TC1 (cuadro 5.8) muestran que, durante el período uno de
ocupación la media de carbón es de 6,6 ml por litro de sedimento. Mientras que durante el
período tres, la media de las densidades es de 10,2 ml de carbón por litro de sedimento.
Estas densidades de carbón son también bastante variables, y poco estandarizadas, según lo
muestran los números de las desviaciones estándar que son, en los dos casos, mucho
mayores a la media. Estos estadígrafos ratifican la situación señalada previamente para los
datos obtenidos en el cuadro 5.7.
255 .00 160.00 6.5820 13.3105
106 .35 171.43 10.2379 18.8723
TC1 Período 1
TC1 Período 3
nMínim o(m l/ lts.)
Máximo(m l/ lts.)
Media(m l/ lts.)
Desv iaciónEstándar(m l/ lts.)
154
Contextos y prácticas domésticas
De acuerdo a sus contextos de procedencia, se estudiaron los conjuntos de carbones para
interpretar su relación con las prácticas domésticas relacionadas al fuego. Cada contexto
que contenía carbón dentro de las áreas excavadas de TC1 fue analizado de acuerdo a su
interpretación previa y a sus contenidos arqueológicos. Los conjuntos de carbones, en cada
contexto fueron interpretados por su disposición, estructura y asociación dentro de los
depósitos3.
TC1-A1
a. Prácticas de combustión. Estos son: [63] y [19h]. Estas combustiones fueron
realizadas dentro de pozos excavados en el suelo de la habitación.
b. Prácticas post-combustión. Se incluyen aquí prácticas que implican el
tratamiento de los restos o desechos de combustiones.
b.1). Prácticas de reciclado de restos de combustión como materiales de
construcción. Se incluyeron restos de combustiones en los rellenos de las paredes de
doble muro. También se utilizó la ceniza para realizar un cemento para unión de los
mampuestos. Los contextos así interpretados son: [75], [73], [5], [28], [4], [6], [29],
[3], [83] y [84].
b.2). Prácticas de vaciado y barrido de combustiones. Se realizaron limpiezas
periódicas de los restos que quedaron dentro de las estructuras o áreas de
combustión. Los contextos así interpretados son: [69], [66], [76], [19a], [19b],
[19c], [19d], [19e], [19f], [19g], [59], [26], [80], [79] y [27] (figura 5.2).
b.3). Prácticas post-combustión indeterminadas. Se trata de restos que no pueden
incluirse en ninguna de las categorías anteriores, excepto, en la categoría general de
prácticas post-combustión. Se trata de contextos amplios que generalmente se
interpretan como pisos de ocupación, estos contienen restos de combustión que
forman concentraciones de cenizas y carbón, que no están asociadas a superficies
termoalteradas y tampoco pueden ser vinculados a prácticas de barrido o limpieza.
155
No presentan ninguna coherencia espacial dentro de los depósitos, pero su
recurrencia en las habitaciones indica su naturaleza cultural. Estos son los
contextos: [19], [17] y [7].
c. Restos quemados sin asociación. Son contextos que contienen restos de carbón
pero que no pueden ser vinculados a ninguna práctica doméstica dentro de la casa.
Generalmente, se trata de restos arrastrados, removidos, volados, migrados, etc. por la
acción del pisoteo y por acción eólica. Estos son: [58], [61], [20] y [2].
TC1-A2
a. Prácticas post-combustión.
a.1) Prácticas de reciclado de restos de combustión como materiales de
construcción. [115], [100], [112], [110], [104], [106], [67], [54], [48], [49], [24] y
[18].
a.2) Prácticas de vaciado y barrido de combustiones. [174], [163], [161], [178],
[175], [176], [117], [124], [159], [172], [129], [118], [123], [130], [119], [158],
[153], [132], [131], [162], [180], [181] y [170].
a.3) Prácticas post-combustión indeterminadas. [114], [109] y [108].
b. Restos quemados sin asociación. [141], [90], [116] y [113].
Durante toda la ocupación de A2 no se hallaron restos de prácticas de combustión in
situ, contrariamente, se halló mucha evidencia de restos de prácticas post-combustión. Las
prácticas de vaciado y limpieza también se realizaron mayormente dentro de pozos, al
igual que en la habitación A1.
156
Figura 5.2: Fotografía del conjunto de pozos excavados en la habitación TC1-A2.
TC1 Pasillo de comunicación entre las habitaciones A1 y A2
a. Prácticas post-combustión.
a.1) Prácticas de reciclado de restos de combustión como materiales de
construcción. [8].
TC1 Patio de entrada a la habitación A1
a. Prácticas de combustión. [31]. Esta combustión detectada no fue realizada en
pozos como en la habitación A1, se llevó a cabo sobre una superficie plana, sin ningún
preparado previo.
b. Prácticas post-combustión.
b.1) Prácticas de reciclado de restos de combustión como materiales de
construcción.[12].
b.2) Prácticas de vaciado y barrido de combustiones. [30].
A diferencia del caso de las habitaciones, en el patio de entrada estas
prácticas de limpieza y vaciado de combustiones no se realizaron dentro de pozos
excavados, sino que, se llevaron a cabo en superficies planas, sin preparación previa.
157
Foto 5.3: Fotografía del contexto [30] en el patio de entrada de la habitación TC1-A1. El contexto contenía muchos desechos culturales y un trozo de techo derrumbado que se observa entre los
demás restos.
Interpretación de las evidencias de prácticas domésticas asociadas al fuego
en TC1
Combustiones
En TC1 se detectaron sólo tres áreas de combustión -contextos [19h], [30] y [63]-
pertenecientes todas al 1er. período de ocupación de la casa. No se han encontrado
evidencias in situ de combustiones realizadas durante las ocupaciones llevadas a cabo en la
casa luego del periodo uno (cuadro 5.9). Tampoco las hay en la habitación A2, aunque allí
se han encontrado abundantes restos quemados en depositaciones secundarias.
Dos de las áreas de combustión se descubrieron en la habitación A1 y eran estructuras
excavadas -pozos-, mientras que la tercera área de combustión, que se halló en el patio de
entrada, poseía una estructura abierta, sin una superficie excavada previamente.
Presumiblemente, esta estructura abierta de combustión parece corresponder a más de un
evento de combustión, es probable que su realización en un espacio con ventilación pueda
relacionarse a la realización de combustiones con fines culinarios, y de iluminación durante
la noche, entre otros usos.
158
Figura 5.4: Dibujo en planta de los pozos excavados en el piso de ocupación [19]. El pozo [36] contiene el relleno [19h] interpretado como combustión in situ. Los demás pozos contienen
rellenos interpretados como restos de prácticas de vaciado y limpieza de combustiones dentro de la habitación (Figura extraída de D’Amore 2002).
En el caso del contexto [63], se trataba de una combustión realizada durante el
período uno, dentro del pozo [71], en momentos previos a la construcción misma de los
cimientos de la habitación A1. El contexto [19h] era una combustión realizada dentro del
pozo [36]. Entre los restos de esta combustión se hallaron elementos comestibles en forma
frecuente (marlos de maíz, semillas, restos óseos de camélidos). Ello hace pensar en la
posibilidad de que este pozo pueda haber sido utilizado para cocinar alimentos.
No hay evidencias in situ de la realización de fuegos, ni dentro, ni fuera de la casa,
en momentos posteriores al 1er. milenio, sólo quedaron de estas combustiones sus residuos
removidos y barridos a depósitos secundarios. No obstante se debe destacar que la escasez
de evidencias sobre la realización de combustiones dentro de TC1 no se corresponde con la
intensidad de las ocupaciones llevadas a cabo durante el 1er. milenio. El hecho de que se
encuentren tan escasas evidencias in situ de combustiones no significa que no se halla
procurado fuego en esta casa. Puesto que debe comprenderse la cultura material de TC1
0 1m
34
35
32b
32a
62
38
3681
37b
33
32c
N
159
dentro de la dinámica de las prácticas que la produjo, porque los restos que hoy se
encuentran de las antiguas ocupaciones son producto de la «sedimentación de prácticas»
que fueron alterando sus propias evidencias. Ambos tipos de fuegos (combustiones abiertas
y cerradas en pozos, y posiblemente otros) realizados en TC1 pudieron realizarse
cotidianamente, pero sus restos no se preservaron debido a que fueron sometidos a varias
acciones posteriores que borraron sus huellas.
Los escasos restos de carbón y cenizas de las combustiones realizadas en los dos
pozos hallados, parecen indicar que se trató de eventos puntuales de corta duración. Estos
pozos fueron empleados para el acondicionamiento general de la casa y, normalmente, ellos
albergaban restos de desechos culturales barridos de los pisos de ocupación. Las evidencias
de los contextos [63] y [19h] señalan que estos pozos eran también utilizados -en alguna
etapa de su vida útil- como contenedores de combustiones dentro de las habitaciones. Un
ejemplo claro de esta situación es el caso del pozo [71] que contiene una primera capa de
depositación de sedimentos y restos culturales definida como el contexto [69];
posteriormente, sobre este depósito se sedimentó otra capa de restos culturales identificada
como [66] y, finalmente, se descubrieron los restos de una última capa depositada dentro
del mismo pozo, determinada como los restos de una combustión in situ identificada como
[63]. No se descarta que algunos pozos hayan sido excavados solamente con la intención de
realizar combustiones cerradas dentro de los mismos, este puede ser el caso del pozo [36],
que contiene los restos de la combustión del contexto [19h].
Tal vez, esta modalidad de combustiones cerradas en pozos, o cubetas, era una
adaptación a la arquitectura y atmósfera de la casa, como también a las demandas
domésticas de sus habitantes. Es muy poco probable que dentro de estos pozos de
realizaran fuegos, debido a la posibilidad de saturar el ambiente interno con la emanación
de gases y humo. Una práctica común, pudo ser la de introducir brasas encendidas a la casa
y, mantenerlas encendidas más tiempo dentro de los pozos excavados en el suelo, o en
contenedores cerámicos o líticos, como los conocidos “koberos” de la región atacameña,
utilizados para quemar. Estos pequeños braseros internos pudieron emplearse también para
el calentamiento de la atmósfera de la habitación, o bien para realizaciones culinarias, que
requerían temperaturas moderadas, como la elaboración de resinas, platos hervidos, platos
160
realizados al rescoldo con sedimentos o piedras calientes, etc. Otra práctica realizada pudo
ser la de tapar las brasas dentro de los pozos con tierra o ceniza, para retardar los efectos de
la combustión y alargar la duración de las brasas encendidas, como se lo ha descripto
etnográficamente en la región patagónica. Todas estas prácticas citadas requieren del
manejo y alteración de la combustión natural y, en general, promueven la formación de
carbones porque interrumpen los procesos de combustión. Esto puede ayudar a explicar las
evidencias de restos removidos de combustiones realizadas en los pisos de ocupación de las
dos habitaciones de TC1.
Hay que destacar que se han encontrado dentro de los depósitos del compuesto TC1
restos quemados identificados como excrementos de camélido y roedor, restos óseos de
camélidos, restos de pequeños marlos de Zea mays, restos de Cucurbita sp., y escasos
restos de semillas no determinadas4. Es probable que se hayan utilizado varias de estas
inclusiones como combustibles, aunque también es probable que los restos comestibles
ingresaran a los depósitos quemados como producto de prácticas de cocción de alimentos.
Contexto [19]
Este contexto excavado en la habitación A1 necesita una discusión particular. Se trata de un
piso de ocupación en el cual se excavaron varios pozos, y que se caracteriza, entre otras
cosas, por presentar un importante contenido de carbón de leña y otros residuos de
combustión. La presencia de dispersiones concentradas de carbón y ceniza en este nivel de
ocupación supera en proporciones a cualquier otro piso de ocupación dentro y fuera de esta
habitación. Las concentraciones de carbón y ceniza son numerosas y se superponen sin una
coherencia aparente como grandes y pequeñas lentes (figura 5.3).
Es posible que la caótica presentación de los restos de combustiones en el piso [19]
sea evidencia de prácticas que indiquen eventos puntuales de combustión, realizadas sin
ningún preparado previo sobre el piso de la habitación. Tal vez, involucre una práctica
simple, como podría ser el traslado de brasas encendidos hacia el interior de la casa, cuyos
restos más tarde fueran sujetos a prácticas de pisoteo y arrastre, por acción de la circulación
dentro de las habitaciones. De esta forma, dentro del piso [19] las evidencias de asociación
161
de restos a superficies termo-alteradas fueron borradas y sólo perduraron in situ evidencias
de aquellas estructuras de combustión cavadas que fueron utilizados también como de
depósitos de residuos.
Figura 5.5: Dibujo en planta de las concentraciones de carbón y ceniza encontradas en el piso de
ocupación [19], en la habitación TC1-A1.
Prácticas post-combustión
La mayoría de los contextos con restos de combustiones definidos en TC1 pertenecen a esta
categoría de prácticas. Las prácticas de vaciado y limpieza de áreas de combustión y de
depositaciones secundarias fueron llevadas a cabo con la intención de acondicionar los
espacios habitables dentro de la casa. Son acciones que pudieron sucederse en reiteradas
ocasiones, luego de realizada la combustión, ya sea, dentro de pozos excavados o en
superficies planas.
0 1m
N
162
La frecuente manipulación de los restos de las combustiones realizadas en TC1
determinó que las evidencias in situ fueran borradas. Pero la manipulación de estos restos
no siempre tuvo como finalidad el acondicionamiento de los espacios habitables dentro de
la casa, sino que también tuvieron como objetivo el aprovechamiento de estos restos como
potenciales materiales de construcción. Así, los restos de combustiones eran reciclados para
confeccionar morteros de unión de las paredes de piedras, también para permeabilizar los
techos y protegerlos de la acción de las lluvias.
Las densidades de carbón de leña y ceniza incluidas en el relleno de las paredes y en
los techos son abundantes, y son restos de prácticas realizadas durante ocupaciones
anteriores a TC1. Se incluyeron dentro de los muros de la casa restos o desechos culturales
producidos por prácticas realizadas en otra casa, en un tiempo anterior a TC1.
Los restos de carbones y cenizas, deben ser entendidos como desechos culturales, y
su reciclamiento por acción de la gente al habitar la casa. Estas evidencias indican un
sentido diferente otorgado a los residuos o productos de las prácticas sociales llevadas a
cabo en el ámbito doméstico. Los restos materiales de las prácticas domésticas seguían
inscriptos dentro de la cultura material de la unidad social. Puede interpretarse que existía
una suerte de idea acerca del reciclado de la cultura material. Las prácticas de cavado y la
utilización de pozos como contenedores de desechos dentro de las mismas habitaciones en
la casa, son parte de esta idea o práctica generalizada de “reciclamiento cultural”. Las
evidencias de fragmentos cerámicos y líticos altamente conservados en el recinto sustentan
también esta interpretación (Gastaldi 2001; Granizo 2001; Haber 1999a, 2001b).
La escasez de restos de carbón y ceniza detectada arqueológicamente para una
ocupación temporalmente larga, como la de la habitación A1, puede interpretarse como el
producto de la reutilización de estos desechos en prácticas de construcción, u otras
actividades, dentro y fuera del compuesto doméstico. Los desechos de las combustiones
diarias eran barridos y tapados en pozos, o eran barridos hacia sectores periféricos de la
habitación, pero luego de un tiempo pudo realizarse la eliminación de estos desechos hacia
depósitos externos, de donde luego se extraerían como materiales reciclados para la
construcción, como se realizó en la construcción de las habitaciones del propio TC1. Tal
vez, no era necesario que una habitación fuera totalmente desechada o deshabitada para que
sus desechos culturales fueran reciclados, o entraran en circulación nuevamente, por medio
163
de su reutilización en prácticas de construcción, u otras prácticas de las cuales no han
sobrevivido evidencias.
Resumen temporal de las prácticas domésticas
Durante el 1er. milenio en TC1, se produce gran frecuencia y variabilidad de prácticas
domésticas asociadas al fuego, las cuales indican la realización de un amplio abanico de
actividades en las que participaron los eventos de combustión, directa o indirectamente. La
unidad doméstica durante este largo período de ocupación pudo componerse de varios
integrantes, ya que durante este período se ocuparon probablemente las dos habitaciones.
Las prácticas pudieron tener un matiz social propio de la agregación de las unidades
domésticas en el ámbito comunal, del cual eran partícipes por medio de la realización de
festejos o reuniones sociales, en las que mediaron también tareas de combustión, como por
ejemplo, para la realización de chicha u otros alimentos (Granizo 2001).
Durante el período tres de ocupación, hacia la primera mitad del segundo milenio,
cuando la casa fue rehabitada, se reocupó solo la habitación A1, se selló el pasillo de
comunicación entre ambas habitaciones, y la habitación A2 se utilizó como depósito de los
restos de la ocupación de A1 (D’Amore 2002; Haber 1999a). Todos los restos de
combustión asignados a este período en A2 pertenecen solamente a prácticas de reciclado
en rellenos de muros derrumbados.
La casa luego del 3er. período, no fue ocupada en toda su dimensión espacial y,
probablemente, este hecho se haya vinculado a la reducción del número de personas que la
habitaron. El análisis cerámico apoya esta interpretación, al señalar que durante años
posteriores al 1500 d.C. una menor variedad y frecuencia de prácticas domésticas fueron
llevadas a cabo en TC1 (Granizo 2001).
También se evidencia un importante cambio en el tratamiento que se le otorga a los
desechos de combustión. Durante el período uno hay una recurrencia en ambas
habitaciones de la realización de prácticas de cavado de pozos, los cuales se utilizaron
probablemente para contener combustiones y desechos culturales barridos dentro de la casa.
164
En cambio, en el 3 er. período de ocupación se pierde la continuidad de estas prácticas
nombradas para el período precedente de ocupación. Sólo existen evidencias de restos de
combustiones depositados fuera de la habitación A1, en el patio de entrada -contextos [29]
y [30]-. Es decir, que para este período existe una significativa reducción de las áreas de
depositación de desechos culturales dentro de la casa, en contraposición a una mayor
densidad promedio de carbón en el patio al aire libre del compuesto. En momentos
posteriores al 1er. milenio, las prácticas de combustión cambian, específicamente el manejo
de sus desechos culturales. Ello indica la disminución de la realización de las frecuentes
prácticas de mantenimiento de la casa, típicas de las ocupaciones del 1er. período.
Notas al Capítulo V
1. La medición del «rango», establecido por las puntuaciones mínima y máxima, es una manera
rápida de cuantificar la dispersión (Shennan 1998).
2. No fueron tomadas en cuenta las muestras de la fracción pesada de flotación, por su muy bajo
número de n inferior a cinco.
3. Ver en los apéndices de este trabajo el cuadro con el detalle de la interpretación de los datos
contextuales e inclusiones arqueológicas de cada contexto con restos de carbón.
4. En los apéndices pueden consultarse el listado e interpretación de los elementos arqueológicos de
cada contexto excavado.
165
CAPÍTULO VI
ANÁLISIS ANTRACOLÓGICO
Al comienzo, sólo los lobos poseían el fuego. Los demás animales y
pájaros deseaban mucho tenerlo. Tras varios intentos en este sentido, el
Pájaro Carpintero, que era el jefe, le dijo al Ciervo: «Vete a la casa del
Lobo, y baila. Todos cantaremos para ti. Átate corteza de cerdo al rabo,
y cuando te acerques al fuego, la corteza se prenderá». Fue, pues, el
Ciervo derecho a la casa del Lobo, y bailó (...) pero los lobos lograron
capturarlo y le arrancaron el fuego. El Pájaro Carpintero envió entonces
al pájaro Tsatsiskums, y dijo: «Toda la tribu cantará para ti, y tu
conseguirás el fuego». Así fue como todos los animales fueron a la casa
de los lobos,(...) Antes de entrar en la casa cantaron una canción (...)
dentro de la casa danzaron en coro, mientras los lobos tumbados junto al
fuego, los vigilaban. (...) Finalmente, los pájaros de las vigas vinieron a
posarse sobre el aparato de prender el fuego, que estaba guardado allí
arriba (de la casa). Lo tomaron y volvieron a bailar y se lo entregaron a
Pájaro Carpintero y Kwotiath, (...) Cuando los danzantes de la casa de
los lobos supieron que Kwotiath ya había llegado a su casa, dando
chillidos se precipitaron fuera de la casa de los lobos. Así fue como los
lobos perdieron el fuego. (Mito nootka registrado por Franz Boas en la
costa occidental de la isla de Vancouver. James G. Frazer, Mitos sobre el
origen del fuego)
Metodología de trabajo
Esta etapa de trabajo de laboratorio siguió a la primera etapa de sistematización de los
restos de combustión, descripta en el capítulo anterior. Se separaron los restos de carbón
166
vegetal para someterlos a un análisis más específico de laboratorio, por medio del uso de
microscopio óptico. La técnica utilizada se denomina “antracología” y, básicamente,
consiste en reconocer taxones vegetales en el material arqueológico carbonizado a partir de
la observación microscópica de su estructura anatómica comparada con una colección de
maderas actuales (Badal García 1992/93/94; Marconetto 1999b; Pearsall 1989; Piqué i
Huerta 1995, 1999c; Shackleton y Prins 1992; Smart y Hoffman 1988; Thinon 1988).
Armado de la colección vegetal de referencia
El análisis antracológico es una técnica comparativa, por ello previamente se necesita
realizar una colección de maderas de referencia provenientes del área de investigación
(Ancibor y Pérez de Micou 1995; Marconetto 1999b) . En este caso se realizó la
preparación de la colección de especies arbustivas, único recurso combustible vegetal
local
1
.
No se contaba con datos específicos acerca de las unidades florísticas que
componen el paisaje vegetal de la cuenca de Antofalla, en el sector occidental del
Departamento Antofagasta de la Sierra. Por lo cual, debió realizarse un trabajo de campo
concentrado en describir, de forma general, este paisaje, para proveer un cuadro de
interpretación en el cual se apoyara este estudio arqueológico de las plantas arbustivas
combustibles.
La información obtenida del trabajo de campo fue expuesta en el capítulo tres, junto
a la descripción ambiental y geográfica de la zona. Este trabajo de campo consistió en el
armado de una colección de referencia de la vegetación local. La recolección y
herborización de las especies fueron realizadas por triplicado, en la quebrada de
Tebenquiche Chico y, también en quebradas intermedias del Salar de Antofalla , durante
los períodos de trabajo realizados en los años 2001, 2002 y 20032. Particularmente, se
priorizó la recolección de las plantas leñosas del lugar, ya que son el objeto de estudio de
esta investigación. Las muestras fueron herborizadas siguiendo procedimientos estándar de
tipo botánico3. Posteriormente, se sometió la colección de material vegetal herborizado a
un análisis de identificación taxonómica, en los laboratorios de la Facultad de Ciencias
167
Agrarias de la Universidad Nacional de Catamarca4. De un total de 69 taxones vegetales
registrados, un 17 % no pudo ser identificado, en algunos casos por tratarse de material
estéril, y en otros casos por falta de referencias comparativas5.
La recolección sistemática de la colección de referencia realizada dentro de la
Quebrada de Tebenquiche Chico fue realizada por medio de transectas6. Se trazó el
recorrido de una transecta longitudinal a la quebrada, con dirección noroeste-sudeste, y
cuatro transectas perpendiculares a la quebrada, con dirección general este-oeste. Se
determinó la extensión de la transecta longitudinal siguiendo los cambios vegetacionales.
Por esta razón se optó por un recorrido que abarcó una extensión aproximada de 7 km. Las
transectas perpendiculares a la quebrada siguieron el mismo criterio, cobrando extensiones
que variaron entre 1 km y 1,5 km.
Las plantas recolectadas fueron asignadas con un número de muestra que hiciera
posible posteriormente ubicarlas dentro de los pisos vegetacionales dentro del área
muestreada. Se acompañó la recolección con un registro escrito en una libreta de campo,
donde se apuntó información adicional sobre el lugar, altura, hora, fecha de recolección y
observaciones generales. Las transectas fueron complementadas con recorridos aleatorios
dentro y fuera de la quebrada de Tebenquiche Chico. En estos recorridos asistemáticos, se
adosó también un registro escrito del espécimen añadido a la colección, junto a
características del lugar de recolección, etc.
Para registrar información general sobre la composición de las comunidades
florísticas se utilizó el “método básico de los cuartos o cuadrantes” (Brown 1973;
Ellemberg y Mueller-Dombois 1974, en Piccetti Ocedo 1991). Este método consiste en
seleccionar puntos en el terreno, a distancias fijas o al azar, siguiendo una línea establecida
con brújula. Aunque este método no goza de gran precisión sirve a los efectos de lograr
apreciaciones de rápida evaluación en el campo sobre la vegetación a estudiar (Piccetti
Ocedo 1991). El método de los cuartos o cuadrantes se aplicó arbitrariamente en
agrupamientos de plantas leñosas, allí se trazó una línea de 50 m orientada siempre al norte.
Esta línea se la dividió en cinco estaciones cada 10 m, formando así 20 cuadrantes. Se
seleccionó dentro de cada cuadrante, siempre de izquierda a derecha, el arbusto más
próximo al punto de estación y se anotó la distancia entre ambos puntos midiendo desde el
centro del arbusto. Los taxones fueron registrados por sus nombres vernaculares, se
168
midieron las alturas, el diámetro mayor y el diámetro perpendicular -a este último- de los
arbustos (Piccetti Ocedo 1991). Esta rápida operación se repitió en cada lugar considerado
como representativo7.
Realización de la colección de referencia y observación de caracteres
diagnósticos de especies leñosas
Se realizó previamente una colección de cortes histológicos de las maderas arbustivas
provenientes del área de investigación (Ancibor y Pérez de Micou 1996; Marconetto
1999b) . La colección de maderas fue llevada a cabo siguiendo un procedimiento específico
(D’Ambrogio de Argüeso 1986; Marconetto 1999b):
a) Las maderas se cortaron en pequeños tacos de aproximadamente 1 cm cúbico. Se
pulieron sus lados con lijas de grano decreciente (grueso, medio y fino).
b) Los tacos preparados fueron hervidos durante varias horas en una solución de
agua y unas gotas de detergente, a fin de ablandarlos para obtener cortes delgados o
histológicos. El tiempo de hervor de las maderas varió en relación con la densidad de cada
especie.
c) Se realizaron los cortes histológicos de los tres planos anatómicos, con un
xilótomo para obtener cortes de un grosor en micras.
d) Los cortes se montaron en porta-objetos con Bálsamo del Canadá, en los cuales
se colocaron los tres tipos de corte de cada especie a estudiar (transversal, longitudinal
tangencial y longitudinal radial).
e) Una vez listos los preparados, los cortes en los tres planos de cada especie
arbustiva, se procedió a su observación en un microscópio óptico (hasta 400 X) y a la
realización de fotomicrografías, para estudiar la anatomía interna de cada una de las
muestras y realizar un catálogo de sus caracteres diagnósticos.
Al observar el material, se determinó que los géneros arbustivos observados tienen
la característica de diferenciarse claramente entre sí en sólo dos planos de cortes,
169
prescindiéndose del tercer corte en el plano longitudinal radial. Los caracteres diagnósticos
de cada especie arbustiva estudiada fueron determinados según la “Lista de Características
Microscópicas para la Identificación de Angiospermas” (IAWA 1989).
A continuación, se expone la descripción de caracteres diagnósticos de las plantas
arbustivas pertenecientes a la cuenca de Antofalla y sectores aledaños. Se detallan los
nombres científicos y vernaculares de cada taxón, con sus respectivos autores y nombres
de familias, también acompaña a cada taxón su número de registro en la colección vegetal
de referencia y fotomicrografías de su anatomía interna en distintos planos de corte a
diferentes aumentos.
170
Cuadro 5.9: Cronología de las prácticas asociadas al fuego en TC1. Los contextos en negrita
pertenecen a la habitación A1.
Prácticas post-combustión
Períodos
Prácticas de combustión Prácticas de reciclado
en la construcción
Prácticas de vaciado
y limpieza
Prácticas post-
combustión
indeterminadas
Restos
quemados sin
asociación
[12]
[83], [18] [2]
Período 4
1700 d. C Abandono de
TC1
[3], [84]
[24]
[48], [49] [7]
[67], [54] [20]
Período 3
1500 d. C Reocupación
de TC1
[29] [30] [17]
[104], [106] [17]
[104], [106] [17]
[104], [106] [17]
Período 2
1300-1500 d. C
Abandono de TC1
[104], [106], [8] [17] [90]
[17] [90]
[27] [17], [108], [109] [90]
[130], [119], [162],
[180], [181], [170]
[171]
[17], [108], [109] [90]
[123], [132] [17], [108], [109] [90]
[6] [129], [118], [158],
[153], [131],
[17], [114], [108],
[109]
[90]
[110] [79] [17], [114], [90], [113]
[112], [100] [159], [172], [19], [17], [114] [90], [116]
[4] [19] [141], [90],
[116]
[115] [174], [163], [161],
[178], [175], [176],
[117], [124]
[19] [90], [116]
[28] [19b], [19d] [19]
[31] [5] [19a], [19c] [19]
[19h] [19]
[73] [19e], [19f], [19g],
[59], [26], [80]
[19]
[19] [155]
[63] [144] [66], [76]
[75] [69] [61]
Período 1
700-800 d. C
Probable construcción de
TC1A2
350-550 d. C
Construcción de TC1 A1
[58]
Período 0
171
Descripción de caracteres microscópicos de los taxones leñosos
Acantholippia punensis. Botta. Familia: Verbenaceae. Nombre vernacular: rica, core.
Muestra N° 3:
Foto 6.1 Foto 6.2 Foto 6.3
Foto 6.1: Acantholippia punensis tr. 100X
Foto 6.2: Acantholippia punensis tr. 40X
Foto 6.3: Acantholippia punensis tg.100X
Corte Transversal (tr.): Porosidad semicircular. Disposición de vasos solitarios, agrupados
y tendencia dendrítica. Parénquima asociado a vasos. Vasos de lumen mediano.
Corte Tangencial (tg.): Sistema radial heterogéneo, uni y multiseriados (bi a tri seriados).
Vasos con placa de perforación oblicua.
Adesmia sp. Hook. Familia: Papilionaceae. Nombre vernacular: añagua colorada,
añawa colorada, añagua negra, añawa negra. Muestra N° 62.
Foto 6.4: Adesmia sp. tr. 100X Foto 6.5: Adesmia sp. tr. 40X
172
Foto 6.6: Adesmia sp. tg. 100X Foto 6.7: Adesmia sp. tg. 40X
Corte Transversal (tr.): Porosidad semicircular. Disposición de vasos agrupados, tendencia
dendritica, solitarios sobre anillos de crecimiento. Parénquima asociado a vasos. Radios
marcadamente diferenciados.
Corte Tangencial (tg.): Sistema radial homogéneo. Radios multiseriados. Vasos de lumen
pequeño (sobre anillo no son de lumen pequeño), placa de perforación oblicua.
Corte Transversal (tr.): Porosidad semicircular. Disposición de vasos agrupados, tendencia
dendritica, solitarios sobre anillos de crecimiento. Parénquima asociado a vasos. Radios
marcadamente diferenciados.
Corte Tangencial (tg.): Sistema radial homogéneo. Radios multiseriados. Vasos de lumen
pequeño (sobre anillo no son de lumen pequeño), placa de perforación oblicua.
Adesmia subterranea. Clos. Familia: Papilionaceae. Nombre vernacular: cuerno,
cuerno, cacho de cabra.
Muestra N° 60.
Foto 6.8: Adesmia subterranea Foto 6.9: Adesmia subterranea
tr. 100x tr. 40x
173
Foto 6.10: Adesmia subterranea Foto 6.11: Adesmia subterranea
tg. 100X tg. 40X
Corte Transversal (tr.): Porosidad semicircular a circular. Disposición de vasos dendrítica y
solitarios sobre anillo. Parénquima asociado a vasos. Radios marcadamente diferenciados.
Corte Tangencial (tg.): Sistema radial homogéneo. Radios multiseriados. Vasos de lumen
pequeño (sobre el anillo no son de lumen pequeño), placa de perforación oblicua.
Baccharis incarum. Wendell. Familia: Compositae. Nombre vernacular: lejía.
Muestra N° 6.
Foto 6.12 Foto 6.13 Foto 6.14
Foto 6.12: Baccharis incarum tr. 100X
Foto 6.13: Baccharis incarum tr. 40X
Foto 6.14: Baccharis incarum tg. 100X
Corte Transversal (tr.): Porosidad difusa. Disposición de vasos dendrítica. Parénquima axial
asociado a vasos.
Corte Tangencial (tg.): Sistema radial heterogéneo, radios uni y multiseriados. Radios altos
y bajos. Vasos de lumen pequeño poco diferenciados.
174
Ephedra breana. Phil. Familia Ephedraceae. Nombre vernacular: tramontana, pingo.
Muestra N° 8.
Foto 6.15: Ephedra breana Foto 6.16: Ephedra breana
tr. 100X tr. 40X
Foto 6.17: Ephedra breana Foto 6.18: Ephedra breana
tg. 100X tg. 40X
Corte Transveral: Porosidad difusa. Disposición de vasos solitarios. Radios bien
diferenciados.
Corte Tangencial: Sistema radial heterogéneo, uni y multiseriados. Células del radio
presentan aspecto espigado. Vasos de lumen pequeño. Se observan contenidos de cristales.
175
Fabiana bryoides. Phil. Familia: Solanaceae. Nombre vernacular: pata de perdiz.
Muestra N°64.
Foto 6.19: Fabiana bryoides Foto 6.20: Fabiana bryoides
tr. 100X tr. 40X
Foto 6.21: Fabiana bryoides Foto 6.22: Fabiana bryoides
tg. 100X tg. rd. 400X
Corte Transversal: Porosidad circular. Disposición de vasos solitarios.
Corte Tangencial: Sistema radial homogéneo. Radios uniseriados solo diferenciables a altos
aumentos. Radios con ideoblastos. Vasos con placa de perforación simple y apéndice.
176
Fabiana densa. Remi. Familia: Solanaceae. Nombre vernacular: tolilla.
Muestra N° 7
Foto 6.23 Foto 6.24 Foto 6.24
Foto 6.23: Fabiana densa tr. 100X
Foto 6.24: Fabiana densa tg. 400X
Foto 6.25: Fabiana densa tg. 400X
Corte Transversal: Porosidad semicircular. Disposición de vasos solitarios.
Corte Tangencial: Sistema radial homogéneo. Radios uni-seriados sólo diferenciables a
altos aumentos. Radios con ideoblástos. Vasos con placa de perforación simple y apéndice.
Parastrephia lepidophylla. (Wedd.), Cabrera. Familia: Compositae. Nombre vernacular:
tola.
Muestra N° 57.
Foto 6.26 Foto 6.27 Foto 6.28
Foto 6.26: Parastrephia lepidophylla tr. 100X
Foto 6.27: Parastrephia lepidophylla tr. 40X
Foto 6.28: Parastrephia lephidophylla tg. 100X
177
Corte Transversal: Porosidad difusa. Disposición solitarios y en series radiales. Se observa
parénquima asociado a vasos.
Corte Tangencial: Sistema radial homogéneo. Radios multiseriados. Vasos de lumen
pequeño, placa de perforación oblicua.
Parastrephia quadrangularis. (Meyen), Cabrera. Familia: Compositae. Nombre
vernacular: chacha, chachakoa.
Muestra N° 65:
Foto 6.29: Parastrephia quadrangularis tr. 100X
Corte Transversal: Porosidad difusa. Disposición solitarios y en series radiales. Se observa
parénquima asociado a vasos.
Corte Tangencial: Sistema radial homogéneo. Radios multiseriados. Vasos de lumen
pequeño, placa de perforación oblicua.
Cuatro especies arbustivas quedaron fuera de la colección anatómica de maderas, por
diferentes razones. Estas son:
Adesmia erinacea, “añagua blanca”. Phil. Papilionaceae (61),
Azorella compacta, “yareta”. Phil. Umbeliferae (63),
Atriplex sp., “cachiyuyo”. Chenopodeacea (4) y
Lycium chañar, “acerillo”. Phil. Solanaceae (68).
Las muestras tomadas de Adesmia erinacea, Atriplex sp. y Lycium chañar resultaron ser
muestras escasamente lignificadas, por lo cual no pudieron ser sometidas a la técnica. En el
caso de Azorella compacta, no fue posible obtener una muestra de la misma. Dadas las
178
circunstancias se buscó información bibliográfica que permitiera obtener datos sobre la
morfología interna de estos taxones mencionados.
Atriplex sp. Fahn y Zimmerman (1982) proveen una descripción de la estructura
anatómica interna del género Atriplex. Ellos mencionan un carácter diagnóstico de estas
plantas, el cual es visible en su plano transverso.
Foto 6.30: Carbón Atriplex sp.
(Marconetto 2002)
Corte Transversal: Crecimiento inusual del cambium. Se observa floema en islotes
inmersos en el tejido alternando con anillos del xilema, donde hay elementos de conducción
en series radiales y parénquima fuertemente lignificado (Fahn y Zimmerman 1982).
Licyum chañar. También existe una descripción de la estructura interna de esta
madera, realizada por Roig Juñent y Bárcena (1998) y que se tomó como referente para este
taxón. En esta descripción se incluyen también caracteres observables sólo a aumentos
superiores alcanzados por microscopio electrónico de barrido (MEB). La descripción es la
siguiente:
Corte tangencial: Sistema radial homogéneo y heterocelular. Radios uniseriados. Vasos
visibles y traqueidas vacicéntricas, fibras libriformes y parénquima axial. Vasos reunidos
indistintamente en grupos grandes o chicos distribuidos oblicuamente en relación a los
rayos, en ordenación con tendencia dendrítica. Placa de perforación simple. Las
puntuaciones pequeñas intervasculares presentan contorno poliédrico con disposición
alternada.
179
Corte transversal: Porosidad semicircular. Vasos solitarios de forma levemente ovalada.
Las puntuaciones parénquima-vaso tienen bordeadura notable, siendo semejante en tamaño
y forma las puntuaciones inter-vasales. Delicados espasiamientos espiralados en todos los
elementos del vaso. Las traqueidas se hayan asociadas a los vasos y, se observan
importantes diferencias en el largo. El parénquima axial es apotraqueal difuso y
escasamente paratraqueal. También se localiza formando bandas de 1-3 ó más células de
espesor al comienzo del anillo de crecimiento. Algunas células parenquimáticas, sobre todo
apotraqueales, poseen muchos cristales muy pequeños.
Nivel de identificación taxonómica
Algunos taxones sólo pudieron ser determinados a nivel de género, como en los casos de
los géneros Adesmia, Fabiana y Parastrephia. Su identificación a nivel de especie puede
obtenerse a mayores aumentos en MEB. El problema de resolución microscópica,
especialmente para la determinación de caracteres diferenciables entre plantas de un mismo
género, que se presentó en el estudio de los taxones de Tebenquiche, planteó un problema
metodológico. Puesto que es posible realizar la determinación de especies de un mismo
género pero utilizando mayores aumentos en MEB. Ello implica altos costos económicos
por hora de trabajo. Los costos económicos del MEB en nuestro país superan los límites
presupuestarios de esta investigación. Por su parte, la tarea arqueológica implica un grado
de certeza que puede ser discernido en un planteo etnobotánico, por ejemplo, sobre de los
usos de los taxones vegetales y, cuya información provee a este trabajo de herramientas
metodológicas suficientes para realizar inferencias sobre una muestra representativa del
caso arqueológico. En resumen, se consideró prudente y práctico, a los fines económicos de
esta investigación, priorizar la muestra por sobre el nivel de identificación.
En tal sentido, arqueológicamente de acuerdo a las posibilidades técnicas de esta
investigación es posible asegurar a ciencia cierta sólo los géneros de los taxones
encontrados en TC1. Si bien, la colección de maderas de referencia provee parámetros de
comparación de las especies de cada género existente en la zona, en la actualidad estos
pueden ser extrapolados a la muestra arqueológica sólo con ciertos recaudos. Por ello, es
180
más atinado para la investigación citar los taxones encontrados en TC1 sólo a nivel de
género.
Muestreo antracológico para identificación
Para realizar el análisis comparativo, entre los taxones vegetales actuales y los
arqueológicos, los conjuntos de carbones extraídos de TC1 fueron sometidos a una
selección guiada, a fin de lograr una muestra no demasiado grande y, por otra parte,
representativa de la ocupación de TC1, en cuanto a tiempo y espacio se refiere.
El primer criterio de selección utilizado sobre los conjuntos de carbones a analizar
fue el tamaño de los fragmentos. Los carbones seleccionados fueron aquellos susceptibles
de ser sometidos a buenos cortes para su observación en el microscopio. Para ello, era
fundamental que los carbones tuvieran un tamaño y resistencia física que permitieran
realizar cortes frescos a mano, en dos secciones (plano transversal y longitudinal
tangencial)8. Se tuvo en cuenta también la representatividad de tamaños de los fragmentos
de carbón. Por ese motivo se evitó elegir, por ejemplo, solo los fragmentos grandes dentro
de lo que la muestra posibilitaba para la observación microscópica.
Procesamiento de la muestra antracológica
Cada fragmento de carbón a analizar se fracturó según los tres planos anatómicos de la
madera y se comparó con la estructura anatómica de las maderas de la colección de
referencia, según la observación de sus caracteres diagnósticos. Se colocó cada fragmento
fracturado sobre una placa en seco, sin ningún tipo de preparado, y se observó en un
microscopio óptico, adaptado con lámparas dicroicas, que permitió observar los fragmentos
de carbón hasta con 400X .
A pesar de haber recortado la muestra, según se explicó, el número de carbones a
analizar seguía siendo alto, razón por la cual se optó por emplear una técnica de muestreo
también en esta instancia del análisis. Se utilizó la “curva de riqueza específica”, una
técnica de muestreo aleatorio eficaz para este fin (Marconetto2001; Piqué i Huerta 1999c).
Según esta técnica, cada taxón se marca en una grilla cuando aparece por primera vez (Y=
181
taxón; X= nro. de orden de aparición), y con estas anotaciones se gráfica una curva que se
estabiliza cuando dejan de aparecer nuevos taxones en la muestra analizada. La
estabilización de la curva de riqueza indica que el material identificado es suficientemente
representativo del conjunto.
Cuadro 6.1: Procedencia y cronología de los contextos arqueológicos de los que se extrajo carbón
vegetal para identificación taxonómica en TC1.
Los fragmentos analizados fueron cuantificados por conteo numérico y por
mediciones de volumen en mililitros. La técnica comparativa empleada tiene un alto grado
de confianza; no obstante, cabe la posibilidad de que al aplicar un muestreo aleatorio se
haya corrido el riesgo de desestimar la presencia de algún taxón que tuviere escasa
presencia dentro de los conjuntos. Por ejemplo, se identificó en toda la muestra un solo
TC1-A1
TC1- A2
TC1-Patio de Entrada
Piso: [19]
Rellenos de pozos: [63], [66],
[69], [80], [26]
Relleno de pozo: [175]
Piso: [114]
Relleno de pozo: [172]
Piso: [109]
Relleno de Pozo: [118]
Período 1
(300 d.C. al
1300 d.C.)
Piso: [17]
Relleno de pozo: [27]
Piso: [108]
Relleno de Pozo: [171]
Piso: [31]
Período 3
(1500 d.C. al
1700 d.C.)
Pisos: [7], [29]
Sin ocupación
Piso: [30]
Período 4
(desocupación)
(1700 d.C. al
1800 d.C.)
Piso: [3]
182
fragmento de Adesmia sp.,el cual tenía muchas posibilidades de haber caído fuera del
muestreo. Sin embargo, pese a ello, puede afirmarse decididamente que los resultados
obtenidos son significativamente representativos de la composición de la muestra. Debe
mencionarse también que, en pocos casos no pudieron clasificarse los fragmentos, debido a
su mal estado de conservación (vitrificado, agrietado, con incrustaciones de sal, etc.).
Resultado del análisis antracológico
Área de TC1
Contexto
Género
Nro de Fragmentos
% Nro de
Fragmentos Volumen (ml) % Volumen (ml)
A1 19 Acantholippia 20 40 20 33
Baccharis 8 16 10 16
Ephedra 10 20 15 25
Parastrephia. 12 24 16 26
50 100 61 100
A1 63 Acantholippia 22 44 17 41
Ephedra 1 2 2 5
Parastrephia 27 54 22 54
50 100 41 100
A1 66 Acantholippia 14 78 15 79
Baccharis 2 11 2 11
Ephedra 1 6 1 5
Parastrephia 1 6 1 5
18 100 19 100
A1 69 Acantholippia 14 93 4 80
Baccharis 1 7 1 20
15 100 5 100
A1 80 Acantholippia. 13 81 6 67
Baccharis 1 6 1 11
Parastrephia 2 13 2 22
16 100 9 100
A1 26 Acantholippia. 21 51 9 41
Baccharis 9 22 4 18
Parastrephia 11 27 9 41
41 100 22 100
183
Área de TC1
Contexto
Género
Nro. de Fragmentos
% Nro de
Fragmentos Volumen (ml) % Volumen (ml)
A1 17 Acantholippia 17 71 5 50
Ephedra. 3 13 2 20
Parastrephia 4 17 3 30
24 100 10 100
A1
27 Acantholippia 19 49 17 39
Ephedra 6 15 15 34
Parastrephia 14 36 12 27
39 100 44 100
A1
7 Acantholippia 11 42 5 28
Baccharis 1 4 1 6
Ephedra 8 31 6 33
Parastrephia 6 23 6 33
26 100 18 100
A1
3
Baccharis 1 7 4 19
Ephedra 10 71 15 71
Parastrephia 3 21 2 10
14 100 21 100
A1 29 Acantholippia
1 11 1 8
Ephedra
4 44 6 46
Parastrephia
4 44 6 46
9 100 13 100
A2
175
Acantholippia 3 23 2 11
Ephedra
9 69 15 79
Adesmia 1 8 2 11
13 100 19 100
A2
114
Acantholippia 7 28 4 14
Baccharis
2 8 5 18
Ephedra
14 56 16 57
Parastrephia
2 8 3 11
25 100 28 100
A2
172
Acantholippia. 13 87 10 83
Ephedra
2 13 2 17
A2
109 Acantholippia
15 88 11 85
Ephedra
2 12 2 15
17 100 13 100
184
Cuadro 6.2: Resultado del análisis antracológico.
Análisis e interpretación de las distribuciones de taxones
Para analizar más detenidamente los resultados antracológicos se llevó a cabo la evaluación
de cada contexto particular. Se graficaron las distribuciones de los volúmenes de taxones
identificados en cada uno de los 20 contextos analizados.
Área de TC1
Contexto
Género
Nro de Fragmentos
% Nro de Fragmentos Volumen (ml) % Volumen (ml)
A2
118
Acantholippia 5 25 5 31
Baccharis
3 15 3 19
Ephedra
8 40 5 31
Parastrephia
4 20 3 19
20 100 16 100
A2
108 Acantholippia
10 50 11 44
Baccharis
3 15 4 16
Ephedra
4 20 7 28
Parastrephia
3 15 3 12
20 100 25 100
A2 171 Acantholippia
10 40 12 35
Baccharis
1 4 1 3
Ephedra
10 40 15 44
Parastrephia
4 16 6 18
25 100 34 100
Patio
de entrada 31 Acantholippia
3 43 2 25
Baccharis
3 43 4 50
Ephedra
1 14 2 25
7 100 8 100
Patio
de entrada 30 Acantholippia.
3 19 2 10
Ephedra
9 56 12 60
Parastrephia
4 25 6 30
16 100 20 100
Total
460 438
185
TC1-A1
CONTEXTO: PISO [19] n= 69 ml
10
15 16
20
0
5
10
15
20
25
30
Gráfico 6.1
Volumen (ml)
Baccharis sp.
Ephedra sp.
Parastrephia sp.
Acantholippia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [63] n= 41 ml
2
17
22
0
5
10
15
20
25
30
Gráfico 6.2
Volumen (ml)
Ephedra sp.
Acantholippia sp.
Parastrephia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [66] n= 19 ml
1 1 2
15
0
5
10
15
Gráfico 6.3
Volumen (ml)
Ephedra sp.
Parastrephia sp.
Baccharis sp.
Acantholippia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [69] n= 5 ml
1
4
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.4
Volumen (ml)
Baccharis sp.
Acantholippia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [80] n= 9 ml
1
2
6
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.5
Volumen (ml)
Baccharis sp.
Parastrephia sp.
Acantholippia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [26] n= 22 ml
4
9 9
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.6
Volumen (ml)
Baccharis sp.
Parastrephia sp.
Acantholippia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: PISO [17] n= 10 ml
2
3
5
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.7
Volumen (ml)
Ephedra sp.
Parastrephia sp.
Acantholippia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [27] n= 44 ml
12
15
17
0
5
10
15
20
Gráfico 6.8
Volumen (ml)
Parastrephia sp.
Ephedra sp.
Acantholippia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: PISO [7] n= 18 ml
1
5
6 6
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.9
Volumen (ml)
Baccharis sp.
Acantholippia sp.
Ephedra sp.
Parastrephia sp.
TC1-A1
CONTEXTO: PISO [3] n= 21 ml
2
4
15
0
5
10
15
Gráfico 6.10
Volumen (ml)
Parastrephia sp.
Baccharis sp.
Ephedra sp.
186
TC1-A1
CONTEXTO: PISO [29] n= 13 ml
1
6 6
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.11
Volumen (ml)
Acantholippia sp.
Ephedra sp.
Parastrephia sp.
TC1-A2
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [175] n= 19 ml
2 2
15
0
5
10
15
20
Gráfico 6.12
Volumen (ml)
Adesmia sp.
Acantholippia sp.
Ephedra sp.
TC1-A2
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [114] n= 28 ml
34
5
16
0
5
10
15
20
Gráfico 6.13
Volumen (ml)
Parastrephia sp.
Acantholippia sp.
Baccharis sp.
Ephedra sp.
TC1-A2
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [172] n= 12 ml
2
10
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.14
Volumen (ml)
Ephedra sp.
Acantholippia sp.
TC1-A2
CONTEXTO: PISO [109] n= 13 ml
2
11
0
5
10
15
Gráfico 6.15
Volumen (ml)
Ephedra sp.
Acantholippia sp.
TC1-A2
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [118] n= 16 ml
3 3
5 5
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.16
Volumen (ml)
Baccharis sp.
Parastrephia sp.
Ephedra sp.
Acantholippia sp.
TC1-A2
CONTEXTO: PISO [108] n= 25 ml
34
7
11
0
5
10
15
Gráfico 6.17
Volumen (ml)
Parastrephia sp.
Baccharis sp.
Ephedra sp.
Acantholippia sp.
TC1-A2
CONTEXTO: RELLENO DE POZO [171] n= 34 ml
1
6
12
15
0
5
10
15
Gráfico 6.18
Volumen (ml)
Baccharis sp.
Parastrephia sp.
Acantholippia sp.
Ephedra sp.
TC1-A5
CONTEXTO: PISO [31] n= 8 ml
2 2
4
0
2
4
6
8
10
Gráfico 6.19
Volumen (ml)
Ephedra sp.
Acantholippia sp.
Baccharis sp.
TC1-A5
CONTEXTO: PISO [30] n=20 ml
2
6
12
0
5
10
15
Gráfico 6.20
Volumen (ml)
Acantholippia sp.
Parastrephia sp.
Ephedra sp.
187
Algunos autores relacionan el número y el volumen de fragmentos de cada taxón,
para obtener un índice de fragmentación aplicable (Marconetto 2001). En este caso, la
aplicación de un índice de fragmentación que relacione estas dos variables estará afectado
por el tipo de muestreo y las técnicas de recuperación utilizadas. Por este motivo se
prefirió, por el momento, trabajar con las medidas de volumen, por ser estas más
significativas.
Cuadro 6.3: Resumen numérico de las distribuciones de volúmenes de carbón en cada género
identificado en TC1.
Los estadígrafos (cuadro 6.3) muestran que, en promedio los mayores volúmenes de
carbón pertenecen a los géneros Acantholippia, Ephedra y Parastrephia, que son también
los taxones más frecuentes en los 20 contextos analizados. En general, en todas las
distribuciones las desviaciones estándar de los volúmenes son menores a la media, lo cual
indica que hay poca variabilidad de volúmenes por taxón. Así, a través de la identificación
de los géneros arbustivos utilizados en TC1 pudo comprobarse que los géneros
seleccionados para quemar como leñas en el pasado son los mismos que actualmente se
distribuyen en los alrededores del sitio arqueológico.
TC1
VOLÚMENES DE TAXONES
0
5
10
15
20
25
19 63 66 69 80 26 17 27 7 3 29 175 114 172 109 118 108 171 31 30
contextos
Volumen (ml)
Acantholippia sp.
Adesmia sp.
Baccharis sp.
Ephedra sp.
Parastrephia sp.
Gráfico 6.21
19 1.00 20.00 8.3158 5.8315
1 2.00 2.00 2.0000
12 1.00 10.00 3.3333 2.5702
17 1.00 16.00 8.1176 5.9779
15 1.00 22.00 6.6667 5.9000
Acantholippia sp.
Adesmia sp.
Baccharis sp.
Ephedra sp.
Parastrephia sp.
nMínimo
(ml)Máximo
(ml)Media(ml)
DesviaciónEstándar
(ml)
188
Las mediciones de los volúmenes de taxones vegetales identificados en los contextos
seleccionados son muy aleatorias (gráfico 6.21), sin embargo puede afirmarse que en orden
decreciente de predominancia en el registro antracológico, los géneros arbustivos utilizados
como combustibles en los fuegos realizados en TC1 son: Acantholippia sp., Ephedra sp.,
Parastrephia sp., Baccharis sp. y Adesmia sp.
En la actualidad, en Antofalla se utilizan predominantemente, y en el mismo orden de
importancia, los tres primeros géneros mencionados para TC1. Si bien, las distribuciones de
volúmenes de taxones en los distintos contextos son aleatorias, ellas presentan ciertas
tendencias cuando se agrupan los contextos en categorías. Dentro de los rellenos de pozos
de la habitación A1 hay mayor presencia de los géneros Acantholippia y Parastrephia, y
las asociaciones se remiten mayormente a tres tipos de taxones leñosos (gráficos 6.2, 6.3,
6.4, 6.5, 6.6, 6.8). No obstante, en los pozos de la habitación A2 el género Ephedra pasa a
tener más protagonismo y, las asociaciones mayormente incluyen hasta cuatro taxones
leñosos (gráficos 6.12, 6.13, 6.14, 6.16, 6.18). Es decir, que las ocupaciones de ambas
habitaciones de TC1 parecen tener ciertas diferencias, las cuales pueden deberse a
variabilidad en cuanto a la selección de combustibles para quemar o a diferentes historias
post-depositación.
Los contextos interpretados como pisos, por lo general, son contextos amplios con
rangos temporales importantes que poseen mayor variabilidad de taxones (gráficos 6.1, 6.7,
6.9, 6.10, 6.17). Los pisos de menor extensión y amplitud, que pertenecen al sector del
patio de entrada a la habitación A1, tienden a mostrar menor variabilidad de taxones
(gráficos 6.11, 6.19, 6.20).
No se observan diferencias marcadas en la composición y distribución de taxones de
los contextos pertenecientes al 1er. período (gráficos 6.1, 6.2, 6.3, 6.4, 6.5, 6.6, 6.7, 6.8,
6.11, 6.12, 6.13, 6.14, 6.15, 6.16, 6.17, 6.18, 6.19) y 3er. período (gráficos 6.9, 6.11, 6.20)
(para consultar la referencia cronológica de los contextos ver cuadro 6.1). Las prácticas de
combustión parecen haber empleado los mismos combustibles vegetales durante las
sucesivas ocupaciones ocurridas en el sitio.
Acantholippia sp.
Entre los géneros combustibles recolectados hubo preferencia hacia el género
Acantholippia, ello seguramente se asocia a la mayor realización de prácticas domésticas de
189
combustión que demandaban de este combustible altamente inflamable. Este pudo ser el
caso de la realización de fuegos con encendido y combustión rápidos, para procurar la
formación de brasas transportables al interior de la casa. La única especie de este género
presente en la actualidad en la zona es Acantholippia punensis, utilizada preferentemente
para iniciar las combustiones y para llevar a cabo fuegos intensos de corta duración pero
con temperaturas altas. Las mujeres de Antofalla han asegurado que la leña de
Acantholippia punensis produce mucha ceniza y hollín, tapando más frecuentemente los
conductos de ventilación de las cocinas. También se agrega, que se ha observado
etnográficamente que las combustiones que emplean esta leña solo producen carbón si son
interrumpidas, ya que este combustible, por ser una leña fina altamente inflamable, tiende a
consumirse al estado de ceniza más rápidamente que otras leñas. Por esta propiedad se la
prefiere para calentar los hornos de barro, allí se requiere de una leña que arda a altas
temperaturas en poco tiempo. Por lo dicho, se interpreta que la mayor abundancia del
género Acantholippia en el registro antracológico de TC1 se relaciona a prácticas de
combustión interrumpidas. Las formas de interrumpir las combustiones pueden haber sido
muy variadas. Algunas formas pudieron ser: el traslado en contenedores hacia el interior de
la casa de brasas encendidas provenientes de algún fuego o fogón realizado al aire libre,
para controlar la emanación de gases y humo, y la acción de tapar las brasas con ceniza o
tierra caliente para preservarlas encendidas durante más tiempo.
Parastrephia sp.
En la zona de estudio se pueden distinguir dos especies de este género, por sus atributos
físicos y simbólicos. Los pobladores de Antofalla destinan la leña de Paratrephia
lepidophylla para el uso doméstico secular, mientras que restringen el uso de Parastrephia
quadrangularis para el sahumado en rituales ceremoniales de veneración, agradecimiento y
curación. Ambas plantas se diferencian notoriamente por su morfología; la primera es de
mayor tamaño por lo que produce mayor masa de madera muerta; en tanto, la segunda es
una planta de menor tamaño, que posee hojas verdes espigadas muy resinosas y efectivas
para producir humo. El nivel de análisis antracológico realizado no permite asegurar la
presencia de ambas especies en TC1, pero esto podrá ser puesto a prueba en estudios
futuros.
La frecuencia del género Parastrephia en TC1 demuestra que esta leña fue utilizada
muy frecuentemente en esta casa, debido probablemente a que se trata de una leña con
190
excelentes propiedades como combustible resistente al fuego. En TC1 probablemente
pudieron hacerse uso de ambas especies del género Paratrephia existentes en la zona, y
quizás ambas también fueran empleadas distintamente para uso secular y ceremonial. Por el
momento, se deja planteada la posibilidad de distinguir taxonómicamente contextos de
combustión asociados a las prácticas rituales de sahumado, como puede ser el caso del
contexto [63].
Existen evidencias que sugieren que el contexto [63] es una combustión que puede
atribuirse a una práctica doméstica diferente, programada quizás con algún fin relacionado
a la fundación de la casa. Esta es una combustión realizada dentro del pozo [71], en
momentos previos a la construcción de los cimientos de la habitación A1. Este evento de
combustión posee además de una llamativa temprana cronología, un contenido abundante
de Parastrephia sp. (gráfico 6.2). Se ha mencionado ya que actualmente en Antofalla, y en
otros sectores aledaños dentro de Atacama, se utiliza preferencialmente Parastrephia
quadrangularis para “sahumar” durante la realización de rituales ceremoniales domésticos
dedicados a la Pachamama. Por lo cual, se puede pensar que en TC1 pudieron realizarse
este tipo de prácticas rituales de combustión.
Baccharis sp.
Es muy interesante, por su parte, la presencia del género Baccharis en la muestra
antracológica de TC1. Hoy en día, no se utiliza como combustible, y sólo se registró su uso
en prácticas medicinales. Sin embargo, se ha informado que antiguamente Baccharis
incarum era frecuentemente utilizada para la realización de lejías -de donde proviene su
nombre vernacular-, empleadas para la confección de jabón para limpiar la lana de
camélido, para higiene personal e, inclusive, para la realización de platos alimenticios. Esta
información sugiere que la presencia de Baccharis sp. en TC1 puede relacionarse a este
tipo de prácticas, puesto que no produce buena madera combustible. Es una leña fina y muy
resinosa, que requiere de un largo proceso de secado al sol antes de su utilización. No
obstante, en la localidad de Antofagasta de la Sierra (Catamarca) se ha documentado el
empleo del género Baccharis para uso combustible, medicinal y culinario (Haber 1987).
Es posible que este género fuera empleado en TC1 como combustible, y también
para los otros usos domésticos. Aunque las frecuencias de este género arbustivo en las
habitaciones del compuesto sugieren que no se fue un combustible frecuentemente
191
utilizado, según lo demuestran los escasos volúmenes de este taxón en los depósitos
muestreados.
Ephedra sp. y otras leñas
Los combustibles de los géneros Ephedra y Adesmia debieron emplearse también para
prolongar el fuego, puesto que son leñas duras y resistentes a la combustión. Ephedra sp. es
un género muy común en la quebrada de Tebenquiche Chico, en donde es muy explotada
en la actualidad desde la quebrada aledaña de Antofalla. Sin embargo, el género Adesmia es
poco explotado como combustible, pocas veces se observa la utilización de este género en
las cocinas locales, a pesar de ser un excelente combustible se lo emplea comúnmente para
confeccionar corrales o potreros. En TC1, al parecer tampoco fue un género muy utilizado,
así lo demuestra el análisis antracológico. Se encontró un solo fragmento de Adesmia sp. en
un relleno de pozo de la habitación A2 (gráfico 6.12).
Hoy en día, en la quebrada de Tebenquiche Chico -entre los 3200 m s.n.m. y 4000
m s.n.m.- crecen en las vegas y tolares otras especies que pueden potencialmente ser
utilizadas como combustibles, entre ellas: Atriplex sp. (“cachiyuyo”), Adesmia sp.
(“añagua” o “añawa colorada”), Lycium chañar (“acerillo”) y Fabiana densa (“tolilla”). En
el pasado, estas plantas también pudieron, quizás, constituir el paisaje circundante. Sin
embargo, la muestra tomada de 20 contextos diferentes de TC1 demuestra que estas
especies no formaban parte de las preferencias domésticas habituales (cuadro 6.2). Es decir
que los géneros de arbustos combustibles quemados en TC1 fueron seleccionados dentro de
una oferta de combustibles vegetales más amplia.
Puede haber sucedido que las especies combustibles ausentes en el registro
antracológico hayan sido utilizadas en un espectro menor de prácticas de combustión,
quizás por sus propiedades particulares, lo cual habría determinado su menor o nula
representación como carbón en el registro. A esto puede sumársele que algunas de estas
especies mencionadas, como Fabiana densa y Atriplex sp., son leñas finas poco resistentes
a la combustión y muy inflamables -por sus contenidos resinosos-, que en una combustión
tienen tendencia a convertirse en cenizas, como se lo ha documentado en combustiones
experimentales realizadas con estas especies. Pero debido a la situación ya explicada, en
TC1 parece que se llevaron a cabo prácticas de combustión que fomentaron la formación de
carbones, tal es el caso de Acantholipphia sp. Por esta razón se cree que es más certero
192
pensar en la posibilidad de que la ausencia de estas especies -de madera fina e inflamable-
en el registro antracológico puede deberse a su escasa utilización en TC1.
La recolección de leña
Es muy probable que las recolecciones realizadas con menor planificación, a juzgar por las
evidencias encontradas en TC1, y por los datos provenientes de Antofalla, fueran realizadas
mayormente en las inmediaciones de los asentamientos. Aunque pudieron realizarse
esporádicamente partidas de recolección organizadas a sectores más allá de esta distancia
señalada. En los tolares altos se encuentran especies arbustivas que son excelentes
combustibles, por poseer mucha masa de madera muerta, muy resistente a la combustión,
como por ejemplo: Parastrephia lepidophylla (“tola”). También debe señalarse que por
encima de los 4000 m s.n.m., los tolares del pajonal albergan también excelentes
combustibles arbustivos, como: Adesmia subterranea (“cuerno”), Azorella compacta
(“yareta”) y Parastrephia quadrangularis (“chacha”).
La realización de eventos que necesitaban de leña para el preparado de alimentos, o
el almacenamiento en época invernal, pueden haber sido algunos de los motivos de la
demanda de partidas específicas, organizadas para la búsqueda y recolección de
combustibles vegetales. Estas partidas de recolección debieron realizarse espaciadamente
debido al gasto energético que involucraba poner en marcha su organización y logística.
Los tolares altos del pajonal pudieron ser los sectores visitados de las partidas, por
la calidad de sus combustibles y, por supuesto, por la presencia de especies necesarias para
la realización de las habituales prácticas domésticas rituales.
La recolección de leña pudo ser una tarea que requería también de conocimiento
técnico acerca de las propiedades de las especies como combustibles. Debía conocerse, por
ejemplo, qué combustibles son más o menos resistentes a la combustión, cuales son más
inflamables, si producen mucho humo, si la madera está lista para ser utilizada como leña, o
debe ser secada antes de consumirse, etc. Este conocimiento técnico estaba relacionado
íntimamente con las actividades domésticas demandantes de leña. Era preciso conocer las
propiedades combustibles de cada especie a utilizar, es por ello que se ponía en práctica la
selección de especies con relación al conocimiento del tipo de combustión a realizar en el
ámbito doméstico
193
Cabe mencionar también, en cuanto a la utilización de leñas, que es un dato
importante la frecuente presencia del género Parastrephia en el registro antracológico de
TC1, debido a que hoy en día no existen reductos de este género en los sectores cercanos al
asentamiento por debajo de los 3800 m s.n.m. Es muy probable que una especie de este
género haya ocupado los sectores más bajo de las quebradas en el pasado. Quizás, como
sucedió en la quebrada de Antofalla, esta comunidad arbustiva fuera retraída hacia los
sectores altos de la suni y cercanos a la puna.
El paisaje arbustivo de la cuenca de Antofalla y sectores aledaños, según los datos
paleoclimáticos proporcionados por Ratto (2003), gozaba de un clima seco similar al actual.
Por otra parte, de acuerdo a los cálculos realizados por Piccetti Ocedo (1991) sobre la
productividad de los bosques arbustivos y el consumo de poblados campesinos puneños en
tiempos recientes, las ocupaciones humanas ocurridas en la quebrada de Tebenquiche
Chico, y en quebradas vecinas, no debieron representar una carga demasiado grande para
este ecosistema puneño, y los procesos de deforestación no debieron ser tan marcados.
Como sí debieron serlo luego de la instalación regional de los centros de enclaves a partir
del 1000 d.C.
Por aquel entonces, las explotaciones de combustibles vegetales en las quebradas
intermedias del Salar de Antofalla debieron verse aumentadas por influencia de las nuevas
actividades extractivas y de producción mineral, provocando la deforestación de algunos
sectores de la suni. Tal como han citado otros autores que han descripto los procesos
involucrados en las tareas de los centros de enclave en la región altiplánica (West 1987).
La empresa minera de Indalecio Gómez y Ríos instalada en el área de Antofalla a mediados
del siglo diecinueve, movilizaba capital y fuerza de trabajo con objetivos productivos
(Haber, Gastaldi y Quesada 2002). Este enclave minero estaba constituido por la Mina del
Volcán, de donde era extraído el mineral, por una instalación de acopio y procesamiento
primario (Old Camp), y por las instalaciones del Trapiche de Antofalla. Las instalaciones
de Old Camp contaban con siete hornos construidos de barro, arcilla y piedra, de tamaños y
formas variables, algunos de los cuales pudieron emplearse para realizar el análisis de las
muestras de mineral -para conocer su concentración- y para reducir su volumen mediante el
tostado, con el objeto de disminuir los costos del trasporte hacia el trapiche (Haber,
Gastaldi y Quesada 2002). La instalación de procesamiento en Antofalla contaba con un
trapiche para la molienda del mineral, y también poseía cuatro hornos confeccionados en
adobe y de tamaño pequeño, destinados al procesamiento secundario de los minerales
extraídos del volcán. En estos hornos pudo llevarse a cabo la destilación de la amalgama y
194
la realización de análisis de muestras de las cargas, según se presume por el tamaño
pequeño de los hornos y por la ausencia de escoria en las inmediaciones (Haber, Gastaldi y
Quesada 2002). De manera que estos hornos no estaban destinados a la fundición de
grandes cantidades de mineral, lo cual, habría demandado altas cantidades de combustibles
vegetales de buena calidad, que no se encuentran en la zona. Esto, como lo señalan Haber,
Gastaldi y Quesada (2002), pudo significar el límite de la cadena operativa de producción
metálica, obligando a realizar la derivación de las etapas de refinación más demandantes de
combustibles hacia otras áreas.
En este panorama explicitado, la quebrada de Tebenquiche Chico pudo articularse
dentro de las demandas de estos centros de producción, proveyendo de recursos
combustibles -entre otros-, para la realización de las actividades mencionadas y para el
consumo humano de los obrajes instalados en la zona.
Madera alóctona
Los resultados obtenidos de la identificación taxonómica en TC1 mostraron una
predominancia notable de taxones arbustivos locales. Dentro de la muestra de carbón no se
identificó ningún taxón extralocal, los cuales, muy probablemente, debieron estar presentes
en la casa, al menos como elementos de construcción de la misma (vigas de techo, postes,
etc.). Sólo se encontraron dentro del compuesto doméstico algunos restos de madera, entre
ellos, dos pequeñas estacas cortas de aproximadamente 10 cm de largo y 4 cm de diámetro,
que poseían partes quemadas. Se realizó la identificación taxonómica de esta madera y, se
concluyó que se trata del género Prosopis, sin poder determinar exactamente la especie. La
descripción de caracteres microscópicos que fue tomada como referente para la
identificación de este género pertenece a Marconetto (2001).
195
Prosopis sp. Familia: Mimosaceae. Nombre vernacular: algarrobo.
Foto 6.31 Foto 6.32 Foto 6.33
Foto 6.31: Carbón Prosopis sp. tr. 80X
Foto 6.32: Carbón Prosopis sp. tg. 160X
Foto 6.33: Carbón Prosopis sp. rd. 100X
Corte Transversal: Porosidad subcircular. Disposición de vasos, solitarios, pocos en
racimo, series radiales cortas 2 elementos. Contorno de vasos circular. Parénquima
paratraqueal bandeado y vasicéntrico. Radios bien diferenciados.
Corte Tangencial: Leño no estratificado. Sistema radial heterogéneo, series de 1 a 5
elementos. Radios altos y bajos. Elementos de vaso cortos de lumen amplio, con placa
horizontal, puntuaciones alternas. Contenidos celulares, taninos y pq. cristalífero. Se
observan largas cadenas de cristales.
Corte Tangencial radial: Radios homocelulares, células procumbentes. Parénquima axial
cristalífero.
Este género en sus variedades de especies Prosopis alba Griseb. y Prosopis nigra -
“algarrobo blanco” y “algarrobo negro”- es propio de pisos de la vegetación de valles y
bolsones más bajos del bosque serrano, entre la faja altitudinal comprendida entre 600 y
1600 m s.n.m. (Morlans1995). También algunas especies de este género crecen dentro de
Atacama, en el actual territorio de Chile, allí este género se identifica en las especies
Prosopis alba Griseb., Prosopis tamarugo Phil. y Prosopis chilensis (Molina) Stuntz.
Las estacas de madera de “algarrobo” fueron encontradas dentro un depósito
sedimentológico interpretado como un piso formado por derrumbes de pared y de techo,
denominado como contexto [3]. El contexto de hallazgo se asigna a las últimas ocupaciones
de TC1 A1, durante el período colonial. Estas maderas eran difíciles de conseguir, por
196
tratarse de maderas extralocales, obtenidas a través de intercambios con la región del Salar
de Atacama, o con los valles y bolsones bajos del sur de donde son originarias.
Estas estacas de madera formaron parte de la cultura material doméstica en la casa y
pudieron ser empleadas en prácticas como el estaqueado de cueros, etc. Es muy probable
que fueran depositadas en los intersticios de las paredes, al igual que otras herramientas y
materiales domésticos, tales como hojas líticas de palas agrícolas, artefactos y elementos de
huesos y cerámica. Luego de que estas paredes se derrumbaran, al final de la ocupación,
estos restos pasaron a formar parte de los depósitos horizontales superiores de la habitación
A1 (D’Amore 2002; Haber 1999a). Cabe mencionar también, que en otros recintos
habitacionales de Tebenquiche Chico, como TC2 , también se han encontrado algunos
ejemplares de estacas pequeñas de cuerpo corto y punta bien trabajada, similares a las
halladas en TC1.
No se descarta igualmente que estas maderas extralocales, con valor agregado, al
final de su vida útil hayan sido utilizadas como combustibles. La tendencia pudo estar
orientada hacia la mayor conservación de estas maderas, que debieron ser continuamente
recicladas. Incluso, podría pensarse que la madera utilizada en la confección de estas
estacas en cuestión haya sido anteriormente parte de otros objetos, como tirantes de techo,
mangos de palas, etc. Esto podría explicar quizás la ausencia de maderas arborícolas extra-
locales en la muestra antracológica de TC1.
Durante toda la ocupación de Tebenquiche Chico, debió ser una práctica muy
común la de reciclar estas maderas más preciadas, como actualmente se lo hace en
Antofalla con los palos de árboles utilizados en la construcción. En Tebenquiche se han
encontrado, especialmente en las tumbas, restos de objetos de madera extralocal, como
palos para sostener las bóvedas y otros (Haber 1999a; Krapovickas 1955). Quizás varios de
estos elementos se hayan realizado con madera de Prosopis sp., oriundo de otras regiones
fuera y dentro de Atacama. La escasez de maderas locales utilizables para tareas artesanales
y de construcción (como tirantes y vigas de techo) introdujo a la madera dentro de la red de
intercambios con otras áreas, quizás desde épocas muy tempranas.
197
Notas al Capítulo VI
1. Se hace la aclaración pertinente de los nombres genéricos utilizados para algunas plantas
agrupadas según su tipo de crecimiento en el tallo. Se denomina hierbas a plantas con tallos de poca
consistencia, con escaso desarrollo, tiernos y verdes. Los arbustos, en cambio poseen tallos leñosos
relativamente bajos que se ramifican a poca distancia de la raíz; y por último el grupo de los árboles
son plantas con tallos leñosos, duros, erguidos, ramificados, y que en general alcanzan considerable
altura.
2. Se realizaron recolecciones sistemáticas de especies vegetales en la quebrada de Tebenquiche
Chico. Luego se llevaron a cabo recolecciones asistemáticas en quebradas adyacentes como:
Tebenquiche Grande, Antofalla y en sectores abiertos como en los bordes y centro del Salar de
Antofalla, Campo Colorado, Campo Amarillo y Archibarca. La recolección sistemática en la
quebrada de Tebenquiche Chico fue realizada durante el período 2001 por la autora, con la
colaboración de Verónica Shuster, y eventualmente, con la ayuda del puestero Ceferino Fabián.
Este último también aportó en este trabajo su vasto conocimiento de la flora local. Las
recolecciones realizadas durante los períodos 2002 y 2003 fueron exclusivamente asistemáticas, ya
que no fueron dirigidas por transectas. Estas últimas contaron con la ayuda de varios de los
integrantes del grupo de investigación de los proyectos desarrollados en Antofalla y Archibarca.
3. Las especies vegetales recolectadas fueron herborizadas por triplicado en el campo. Las muestras
de cada especimen fueron colocadas en una prensa de madera confeccionada manualmente. Esta
consistió en dos maderas de 1 m x 1 m con perforaciones en sus extremos, donde se insertan cuatro
tornillos largos con dos juegos de mariposas a rosca. Por este sistema las muestras eran separadas
con papeles de diario común y, acompañadas por sus respectivos números de muestra, fecha y lugar
de recolección. Cada dos días las muestras eran monitoreadas para controlar la proliferación de
hongos. Se recambiaban para ello los papeles separadores que absorbían la humedad de los tallos y
hojas.
4. El reconocimiento taxonómico fue realizado por el Lic. Agrónomo Alberto I. Sánchez, profesor
adjunto de la Cátedra de Botánica II en la Facultad de Ciencias Agrarias de la U.N.Ca., con
colaboración de la autora. La lista de los taxones vegetales identificados que forman la colección de
referencia se muestra en los apéndices de este trabajo.
198
5. Las especies vegetales fueron recolectadas siguiendo ciertos parámetros necesarios para su
posterior identificación taxonómica. Por ejemplo, se realizó la recolección de partes reconocibles de
las plantas, tales como sus inflorescencias, por ser estas las partes más diagnósticas de los taxones.
Para esta tarea fue fundamental que la recolección fuera realizada en época de floración, en este
caso entre los meses de diciembre hasta fines de febrero.
6. La quebrada de Tebenquiche Chico actualmente no tiene ocupaciones humanas permanentes, se
halla sólo un puesto de ocupación temporal en el extremo inferior de la quebrada donde se cultivan
diferentes especies comestibles.
7. El cálculo utilizado por el método de los cuartos es el siguiente (Piccetti Ocedo 1991):
N = Número de plantas por superficie medida.
E = Número de estaciones medidas.
S = Superficie a la que se le calcula la densidad de plantas.
d= Distancia del arbusto más cercano de cada cuadrante a cada estación.
199
CAPÍTULO VII
CONCLUSIONES
En la casa de TC1 la gestión y uso del fuego, y el manejo de sus restos, debió ser una tarea diaria
que en su propio hacer cotidiano construía a las personas y a las cosas. La historia de las prácticas
domésticas de combustión en TC1 se trasladaba inicialmente al escenario de los sectores exteriores
a la casa, através del abastecimiento de leña para la obtención de fuego. En esta etapa de trabajo
pudieron involucrarse prácticas de recolección y selección que ameritaban de conocimiento técnico
proporcionado por las habilidades sociales de los operadores; esto era, el conocimiento de las
propiedades combustibles de las especies vegetales y de las necesidades y demandas del fuego
doméstico.
Hacia los primeros siglos de la era, los combustibles vegetales, como en el presente,
debieron ser un recurso básico para la vida doméstica diaria de los grupos sociales locales, dado que
se involucraban directamente en la consecución de prácticas domésticas vitales para la reproducción
del grupo social básico. Por su parte, la distribución y composición de las unidades florísticas del
paisaje circundante parecen haber sido relativamente semejantes a las actuales.
Los criterios de selección de combustibles vegetales estaban íntimamente relacionados a las
prácticas domésticas realizadas dentro de la casa, ellos pudieron establecerse durante el 1er. milenio
y, al parecer, fueron reproducidos en épocas posteriores. Los fuegos realizados a lo largo de toda la
ocupación de la casa fueron obtenidos con la quema de una reducida lista de combustibles, a pesar
de contar con una oferta mayor. Estas leñas eran: Acantholippia sp., Ephedra sp., Parastrephia sp.,
Baccharis sp. y Adesmia sp. Las recolecciones parecen haber sido realizadas normalmente en las
inmediaciones de los asentamientos. Pero también, ocasionalmente, cuando se realizaban eventos
que necesitaban de leña para el preparado de alimentos, o para el almacenamiento en época
invernal, pudieron organizarse partidas de recolección con animales de carga a sectores más
alejados, como por ejemplo, hacia los tolares altos de la suni y de la puna.
Posteriormente a la obtención de la leña, la escena se concentraba en la realización del
fuego mismo. Las prácticas domésticas de combustión realizadas en TC1 debieron incluir el
encendido, preparado y utilización del fuego para la realización de actividades del quehacer diario.
Entre ellas pudieron figurar las prácticas culinarias, de calefacción, manufactura de utensilios,
alumbrado, realización de lejías para uso doméstico, y prácticas rituales de sahumado. Estas
prácticas requerían de fuegos con propiedades particulares, aunque de ello sólo se sabe a ciencia
200
cierta que existía una predilección por la leña de Acantholippia sp., la cual provoca una rápida
combustión.
Durante el 1er. milenio, el fuego era encendido en la entrada de la habitación este, desde
allí, el fuego debió iluminar parte del interior de la casa, y hasta pudo ser recurrentemente un lugar
de reunión durante la noche. Esta situación espacial del fuego se debía quizás a que en el patio de
acceso, al aire libre, no se corría el riesgo de saturar los ambientes con humos y gases perjudiciales
para la salud. De este fuego externo a la casa, pero dentro de los límites domésticos, se debieron
extraer brasas candentes que eran transportadas dentro de braseros de cerámica o piedra. Todo
indica que las brasas se depositaban dentro de pozos excavados en los pisos de las habitaciones y,
otras veces, sobre la superficie plana del suelo, en donde quizás se tapaban con ceniza y tierra
caliente para que estas duraran más tiempo en las largas noches frías. En momentos de mediados y
finales del período uno, dentro de la habitación más amplia, en el sector oeste de la casa, parece ser
que se preferían las brasas más grandes y duraderas de Ephedra sp. para depositar en los pozos.
Estas prácticas de transporte de brasas encendidas, su combustión dentro de pozos y, aún más, el
hecho de cubrir las brasas con ceniza y tierra caliente debieron promover la formación de carbón, al
interrumpir constantemente los procesos de combustión naturales.
La excavación de pozos en los pisos de las habitaciones formó parte activa del entramado
de prácticas desarrolladas en el ámbito doméstico. Todo indica que la reproducción de esta práctica
doméstica a lo largo de todo el 1er. período de ocupación de la casa estaba vinculada al
mantenimiento de la misma y a la contención de brasas para calefaccionar los ambientes internos,
para cocinar e, inclusive, para sahumar la casa durante la realización de eventos rituales. Tal como
pudo ocurrir en el festejo ritual de la fundación de los cimientos de la casa, cuando se excavó un
pequeño pozo en el suelo y se quemó Parastrephia sp. para sahumar lo que sería la nueva casa.
Desde ese momento la casa estuvo purificada y lista para convertirse en la futura morada de la
primera familia que allí viviría.
Los pozos que eran utilizados como braseros debieron ser vaciados para que pudieran estar
aptos para contener nuevas brasas encendidas durante la jornada. Y en el caso de apoyar las brasas
sobre el suelo sin excavar, una vez que se apagaban, podían ser simplemente apisonadas en el lugar
o barridas hacia otros sectores. Las evidencias sugieren que los restos de carbón y ceniza raramente
se expulsaban fuera de las habitaciones, por lo general, se los barría y depositaba dentro de otros
pozos que luego eran tapados. Parece haber sido una costumbre que los desechos culturales
producidos en las unidades domésticas se reciclaran en la construcción de las casas, para la
realización de argamasas de unión de las juntas de las paredes, para el torteado del techo, y también
como inclusiones dentro de los rellenos en los muros dobles. Los muros y techos de la propia casa
201
de TC1 fueron construidos con inclusiones de cenizas y carbones producidos con anterioridad por
otras unidades domésticas de la quebrada.
Luego del 1er. milenio, y después de un hiato temporal de doscientos años, la casa fue re-
ocupada por nuevos sujetos sociales. El espacio interno de TC1 parece haber cobrado otros
significados, las costumbres de esta casa ya habían quedado sepultadas en los sedimentos y en el
olvido. Sus últimos habitantes ocupaban sólo la habitación más chica, y por lo visto ya no
realizaban el cavado y rellenado de pozos con los desechos culturales diarios. Es probable que estos
ocupantes sólo removieran los desechos de combustiones hacia sectores dentro de la habitación, y
hacia el sector del patio de entrada, en donde los restos se sedimentaron formando una especie de
basurero doméstico. Sin embargo, durante estas últimas ocupaciones, las prácticas de recolección y
selección de leñas para uso doméstico parecen ser similares a las que realizaban los grupos sociales
que habitaron TC1 anteriormente.
La casa fue abandonada definitivamente hacia el siglo dieciocho, pero al parecer los últimos
sujetos que la habitaron habían previsto su retorno, puesto que dejaron implementos últiles, entre
ellos, un par de pequeñas estacas de madera de Prosopis sp.; madera muy difícil de conseguir en los
alrededores y que debió ser obtenida por intercambio.
Las ocupaciones humanas ocurridas en la quebrada de Tebenquiche Chico y en quebradas
vecinas, no debieron representar una carga demasiado grande para este ecosistema puneño. Sin
embargo, luego de la instalación regional de los centros de enclaves a partir del año 1000 d.C. las
explotaciones de combustibles vegetales en las quebradas intermedias del Salar de Antofalla
debieron aumentar, provocando la deforestación de algunos sectores de la suni. La quebrada de
Tebenquiche Chico pudo articularse dentro de las demandas de estos centros de producción
proveyendo también recursos combustibles. Y desde aquellos días hasta la actualidad, la leña de
Tebenquiche Chico es explotada para abastecer a las poblaciones humanas asentadas fuera de la
quebrada.
Al comienzo de este trabajo se ha expresado que en la interpretación arqueológica el fuego no sólo
significa un estado de subsistencia para los grupos humanos del pasado, sino más bien, representa
un medio de transformación progresiva al mundo de lo social y de todos sus caracteres
fundamentales. El fuego es un elemento de reproducción social con una simbología asociada a sus
propios usos.
Los restos materiales de combustión forman parte de la historia social y sedimentológica de
los sitios arqueológicos. Por eso, la organización y estructura de estos restos son indicadores de la
dimensión sociocultural en la cual estuvieron contenidos. El estudio de los restos de combustión
202
provenientes del compuesto doméstico TC1 ha proporcionado un importante y variado cúmulo de
información, principalmente, sobre las prácticas domésticas llevadas a cabo por los grupos
campesinos que habitaron la quebrada de Tebenquiche Chico, y sobre la naturaleza misma del
registro antracológico del sitio.
Las sedimentaciones materiales de las prácticas sociales vinculadas al fuego cuentan las
historias de vida de los actores sociales que habitaron la casa de TC1. Este espacio fue un recipiente
de los objetos que eran usados y desechados diariamente por sus habitantes, en su praxis diaria de
transformar lo natural en cultural, por medio de acciones como la cocción de alimentos en el fuego,
por ejemplo. Los restos producto del fuego (carbón, ceniza, tierra quemada) materializaron estas
prácticas domésticas y se depositaron en partes diferentes de las habitaciones de la casa. Los pozos
excavados en los pisos de ocupación constituyen, por su parte, una sedimentación a largo plazo de
deposiciones que marcan el interior de la casa como un lugar habitable. Así, la casa puede ser
percibida como monumento y su interior como un sedimento (Haber 1999a). El sedimento y el
monumento son dos formas culturales que se vinculan a escalas temporales distintas; el monumento
instaura un marco que excede la práctica presente pero que la contiene, mientras que el sedimento
inserta la práctica presente en una serie inmemorial de prácticas semejantes (D’Amore 2002).
No obstante, en TC1 un evento prístino de combustión durante la construcción de los
cimientos de la casa marca un hecho memorable, la fundación de la casa. La quema de
Parastrephia sp. en un pozo excavado en el suelo puede indicar la realización de una acción ritual
de ofrenda en ocasión de este evento, y contrariamente a lo que sucede con los restos de
combustiones diarias encontrados en la casa, este conjunto de evidencias posee una potencialidad
narrativa, y es significativo de la forma en que los integrantes de la casa ritualizaban el mundo
interno a su vivienda. Esta situación también lleva a pensar en el papel que jugaron algunas plantas
en el ámbito de las relaciones sociales domésticas. Por ejemplo, en el sahumado en rituales
domésticos, los combustibles vegetales participaban activamente en una dimensión sociocultural en
la cual mediaban las tradiciones religiosas como vehículos de reproducción social.
Las prácticas domésticas de combustión, el vaciado y barrido de estas combustiones, con el
tiempo, lograron configurar un espacio contenedor de sedimentaciones de objetos que constituyeron
las relaciones domésticas a través de los contextos particulares de la práctica. La sedimentación de
objetos dentro de la casa, dentro de los pozos, en los intersticios de las paredes, e inclusive en los
rellenos de los muros y en los techos, es un resultado de las prácticas recursivas diarias y constituye
la materialización de las relaciones domésticas. La acumulación progresiva de objetos es el
resultado social de la rutina no discursiva de cada práctica cotidiana. Esto es la materialización de
203
las prácticas domésticas, la sedimentación de la cultura material, la cual, una vez construida,
estructura las relaciones sociales.
Esta mirada etnográfica de la constitución de la cultura material arqueológica de TC1,
implica al mismo tiempo, la consideración de una construcción social del espacio y de las personas
que habitan ese espacio, es decir que el envolvimiento personal en la sedimentación de objetos
incluye la experiencia del asunto y de sus relaciones sociales en una estratigrafía a largo plazo
(Haber y Pizarro ms.). En TC1, el fuego doméstico, como elemento inmutable a través de los siglos,
debió ser parte de una experiencia diaria que involucraba acciones reiteradas, y que se encontraba
estrechamente asociada a los sentidos, olores, sabores y hasta sensaciones visuales, que en conjunto
construían las relaciones domésticas de forma recursiva.
Las prácticas de combustión producían restos que también eran susceptibles de ser
resignificados por nuevas prácticas, al ser incorporados en un nuevo ciclo de actividades
domésticas. Los significados de la cultura material producida en Tebenquiche Chico, especialmente
durante el 1er. milenio, parecen ser inagotables por su resignificación constante en el mundo social.
Probablemente, este tipo de sentidos haya sido producto de la propia falta de recursos materiales
disponibles, lo cual puso en marcha el reciclamiento cultural y biosocial, en un espacio tan
susceptible a los desequilibrios naturales por la influencia humana. Un dato importante recuperado
por esta investigación con respecto a este tema, es la diferencia marcada que existe entre los
comportamientos sociales evidenciados dentro de la casa en el manejo de los restos de
combustiones. Las prácticas post-combustión de barrido de materiales producidos por las
combustiones domésticas disminuyen luego del 1er. período de ocupación, provocando el aumento
de las densidades de restos de carbón depositados en la casa. Todo indica que las personas que
habitaban la casa durante el 3er. período manifiestan un comportamiento diferenciable de aquel que
poseían aquellos grupos sociales que la desocuparon 200 años antes. Las prácticas de combustión,
quizás, también hayan diferido entre ambas épocas de ocupación, aunque de ello no se tiene
demasiada información.
El marco ambiental en que se realizan las interpretaciones aquí volcadas ha sido
fundamental para tejer y armar la trama desarrollada en Tebenquiche Chico desde el 300 d.C.
aproximadamente. El paisaje geográfico de la Puna de Atacama Argentina alberga en su seno
bosques bajos de arbustos asediados por el estrés de las presiones climáticas y culturales. Estos
frágiles paisajes naturales son aquejados por la sobreexplotación de leña, el sobrepastoreo y por la
lenta regeneración de las comunidades arbustivas en n medio extremadamente árido-seco.
204
Las investigaciones desarrolladas en sitios arqueológicos aledaños, situados en paisajes de
altura similares, han propuesto que los antiguos habitantes de los sectores altos de la cuenca de
Antofagasta de la Sierra practicaban modos de vida poco selectivos presionados por las
inclemencias climáticas. Sin embargo, aquí se ha manifestado que la información etnográfica
obtenida en Antofalla, y aquella registrada por Piccetti Ocedo (1991) en la Puna de Jujuy,
demuestran que la recolección de combustibles arbustivos en comunidades de altura es una práctica
selectiva articulada por múltiples factores, no sólo naturales, sino también socioeconómicos y
culturales.
Existen diferencias notorias entre los resultados obtenidos de los análisis antracológicos de
TC1 y de los sitios QS3 y PP9 en la zona vecina a la cuenca de Antofalla. Estos sitios se hallan
emplazados en la región de puna por encima de los 4000 m s.n.m. Los paisajes arbustivos allí son
diferentes a los de las quebradas bajas de suni, en donde se encuentra TC1. Las distribuciones y
composiciones de las comunidades florísticas inmediatas a los asentamientos han marcado una
diferencia esencial entre ambos. No obstante, es de esperar que frente a la presencia de los mismos
géneros arbustivos se practiquen selecciones similares, teniendo en cuenta las propiedades de cada
especie como combustible.
En QS3 y PP9, el combustible más frecuente en el registro arqueológico es Adesmia
horrida, un excelente combustible vegetal por su madera dura, inflamable y resistente a la
combustión. En TC1, en cambio, se prefirió la utilización de un combustible con propiedades
radicalmente distintas: Acantholippia sp., que posee una leña fina, inflamable y poco resistente a la
combustión. Otras leñas duras y resistentes también se han utilizado en la casa, pero en menor
proporción. Este comportamiento selectivo se evidencia a lo largo toda la ocupación de TC1.
El respaldo etnográfico esclarece esta situación, y demuestra que actualmente en Antofalla,
en donde todavía se practica un estilo de vida campesino agropastoril tradicional, se emplea el
género Acantholippia para la realización de un amplio abanico de prácticas domésticas. Este es uno
de los taxones más recolectados, a pesar de no ser el único combustible vegetal al alcance, ni
necesariamente el más abundante. La realización de estas prácticas de selección de leñas con
propiedades diferentes se deben a divergencias socioculturales que determinaron las demandas de
los grupos, provocando, entre otras cosas, la realización de prácticas de combustión disímiles que
pudieron alentar la mayor o menor representación de algunos taxones. En este sentido se sostiene
que la oferta ambiental, las capacidades técnicas, la composición y número de los habitantes del
grupo social, son factores estructurantes y estructurados por el ordenamiento sociocultural.
El supuesto preteórico de la Puna de Atacama como categoría geográfica (Haber 1999a,
2000) ha delineado las interpretaciones arqueológicas sobre el abastecimiento y uso de
205
combustibles por parte de las comunidades aborígenes a lo largo de toda la historia social de la
región. Los cambios en las prácticas de abastecimiento y uso de recursos combustibles vegetales en
la Puna de Atacama deben ser entendidos en su dimensión social, simbólica y política, dado que el
uso del entorno natural es socialmente construido y mediado culturalmente (Hastorf y Johannessen
1991). Esto significa que los modos particulares en que por marcos conceptuales intersubjetivos que
orientaron dichas representaciones y comportamientos. Con esto se manifiesta al mismo tiempo,
que no se considera posible que el registro antracológico de un sitio excavado represente la
composición taxonómica original de un paleo-paisaje. No se pasa por alto la injerencia de los
procesos climáticos sobre las poblaciones humanas, simplemente, se entiende que las acciones
sociales son indicadoras de su lógica interna. Lógica filtrada por las apreciaciones culturales del
mundo, en las cuales se enmarcan las demandas socioeconómicas. Es por eso, pensar que los restos
de carbones quemados en un sitio proporcionan información certera acerca de las fluctuaciones
naturales es arriesgado y amerita del respaldo de análisis más complejos, provenientes quizás de
una muestra significativa -regionalmente representativa-, y de otras vías de análisis paleoclimáticas.
La discusión explicitada sobre la interpretación de las evidencias de combustiones arqueológicas ha
enfatizado que estos elementos o rasgos arqueológicos deben estar acompañados de la
interpretación del propio uso y gestión del fuego en los sitios arqueológicos estudiados. Las
evidencias de combustiones encontradas en TC1 son muy escasas, solo se han encontrado tres áreas
in situ de combustión y, sin embargo, esta situación no permite afirmar que en dicha vivienda, a lo
largo de casi un milenio y medio, sus habitantes no realizaron fuego para desarrollar su vida
doméstica. La escasez de evidencias de la realización de fuego en TC1 no es significativa de la
ausencia de la realización de prácticas de combustión en la casa, sino que es evidencia de la
presencia de prácticas de mantenimiento de las propias áreas de combustión y del espacio habitado.
Sólo desde la interpretación de la sedimentación de las prácticas de gestión y uso del fuego fue
posible comprender las acciones que mediaron en la construcción de la cultura material depositada
en TC1.
En el mismo sendero de discusión acerca de la producción de la cultura material
arqueológica, pero en otro nivel de análisis, este trabajo ha proporcionado datos experimentales
acerca de la influencia de las técnicas arqueológicas de recuperación empleadas sobre los restos
antracológicos. El testeo realizado sobre los conjuntos recuperados por medio de distintas técnicas
en TC1, demostró que las técnicas de recuperación, ya sean estas automatizadas o manuales,
modelan en gran medida la formación del registro antracológico. Estos resultados fueron empleados
como referentes para tomar decisiones en la investigación acerca de este registro. Fuera de TC1,
206
esta experimentación otorga datos que pueden ser muy útiles para las investigaciones que se
planteen la recuperación y estudio de restos de carbón en sitios arqueológicos.
En una dialéctica entre cultura material y prácticas sociales, este trabajo se ha esforzado por
introducir dentro de las investigaciones arqueológicas, de orden arquebotánico y paleoetnobotánico,
un estudio que utiliza como eje de su interpretación la práctica social individual y colectiva. Se ha
realizado una investigación con distintos niveles que unifica coherentemente el análisis y estudio de
los restos materiales vegetales y el estudio e interpretación de los contextos de producción de los
mismos. El eje central ha sido siempre no perder de vista a las personas del pasado, haciendo
abstracciones de ellos como sujetos sociales intencionados capaces de narrar de forma no
textualizada sus experiencias a través de la cultura material por ellos producida.
Las prácticas domésticas vinculadas al fuego han sido categorizadas por esta investigación
en un afán por organizar temporalmente los procesos de trabajo involucrados en la gestión y uso del
fuego y sus productos. Por medio de una estrategia de excavación de área abierta y una técnica
estratigráfica no arbitraria, se ha podido poner al descubierto en TC1 parte de las acciones diarias
que hicieron de este sitio un espacio doméstico contenedor de un sin fin de historias, que
involucraron a personas y objetos del pasado. Y así, los restos de las antiguas combustiones
realizadas en esta casa llevaron al estudio a recorrer un sendero de ideas acerca de las prácticas que
los produjeron.
La arqueología del fuego, en conjunto, ha encaminado al estudio del fuego como elemento
detonador y articulador de procesos de trabajo que ponen en marcha la realización de acciones,
dentro y fuera de la casa, y que en su hacer cotidiano construyen recursivamente al espacio
doméstico y a las relaciones sociales que en él se desarrollan. Utilizando como recurso teórico a las
prácticas sociales, se ha encontrado una manera simple y clara de demostrar el camino por el cual
las acciones del pasado se convierten en cultura material que puede ser leída y comprendida en el
presente.
207
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AGRADECIMIENTOS
Deseo agradecer a todos aquellos que me han proporcionado las herramientas
fundamentales para la realización de este trabajo. Quiero agradecer en primera instancia a
mi madre, Martha, por creer en mi siempre. Aunque ya no está conmigo deseo compartir
con ella este triunfo especialmente. Agradezco también a mis hermanas, Marisa, Liliana y
Estela, por ser los pilares de mi vida.
Mi gratitud hacia Cristina y Roberto D’Amore es infinita, por su apoyo y amor
incondicional; a ellos les estoy eternamente agradecida por acogerme cual una hija en su
familia.
A mi compañero, Leandro D’Amore debo agradecer especialmente.
Al Dr. Alejandro Haber le agradezco enormemente la dirección de este trabajo,
gracias a su gran conocimiento, su apoyo bibliográfico y colaboración permanente, las
ideas aquí vertidas han podido alcanzar la justa cuota de orden y claridez.
Una página especial merece la Lic. Bernarda Marconetto, a quien le agradezco
infinitamente el haberme abierto sin reparos las puertas de su espacio de trabajo y de su
casa, para que pudiera llevar a cabo el análisis antracológico en el Museo de Antropología
de Córdoba. Ella también ha colaborado con este trabajo poniendo a mi disposición toda la
bibliografía necesaria. Su excelente disposición, su admirable conocimiento, y su
maravilloso buen humor son la base en donde reposa este trabajo. A ella van todos los
aplausos recogidos, mi sincera gratitud y eterna amistad.
Quiero hacer mención especial también a mis compañeros, colegas y amigos del
equipo de investigación. Agradezco al Lic. Marcos Gastaldi y al Lic. Marcos Quesada por
su amable ayuda en el manejo de los sistemas informáticos y por su siempre dispuesta
colaboración, a Verónica Shuster por su ayuda en el trabajo de recolección de muestras
vegetales, a Claudio Revuelta por ser mi compañero y amigo desde el principio en esta
larga carrera elegida, en donde hemos compartido hasta los sabores y sin sabores del
proceso tesístico. A la Lic. Gabriela Granizo, a Ana Vargas, Guillermina Espósito, Enrique
Moreno, Carolina Lema, Andrés Barale y Gonzálo Company, les agradezco su amistad y el
haber compartido conmigo largos días y meses de trabajo de campo y laboratorio, y por
229
haberme dado el ánimo y apoyo para continuar la labor emprendida. No quiero dejar de dar
las gracias también a Mariana Barrionuevo, por haberme facilitado algunas de las
fotografías etnográficas que aparecen en este trabajo.
Un muy merecido agradecimiento va destinado al Ing. Agrónomo Alberto Sánchez y
a la Lic. Martha Giménez, docentes de las Cátedras de Botánica I y II de la Facultad de
Ciencias Agrarias de la UNCa. Ambos han colaborado desinteresadamente en mi
formación, introduciéndome pacientemente por los senderos y laberintos de la botánica, y
por ello les estoy infinitamente agradecida. Quiero destacar particularmente, que el Ing.
Sánchez ha colaborado muy gentilmente con la identificación taxonómica de los
especimenes vegetales de la zona de estudio, por lo cual le agradezco enormemente.
Al Lic. Juan Verón de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNCa., le agradezco el
haber colaborado desinteresadamente con la corrección de la parte estadística de este
trabajo.
Deseo también agradecer atentamente a toda la gente del Museo de Antropología de
Córdoba por haberme recibido cordialmente durante mi estadía allí. Especialmente, al Dr.
Andrés Laguens agradezco el haber colaborado amablemente para trasladar materiales de
estudio desde Córdoba a Catamarca.
También, debo agradecer al personal de Vialidad Provincial de Catamarca y de la
Dirección de Patrimonio Cultural de Catamarca por haberme facilitado, muy gentilmente,
instrumental de laboratorio para poder concretar los estudios arqueológicos sobre carbón.
A la directora de la Escuela de Arqueología, Lic. Graciela Neyra de Debattista, le
agradezco sinceramente su buena disposición en los trámites académicos que esta tesis ha
debido transitar y, muy especialmente, agradezco el apoyo económico que este trabajo ha
recibido -por su intermedio- de la unidad académica, apoyo sin el cual el mismo no podría
haber sido solventado.
A la Dra. Fernanda Rodríguez le ofrezco mi gratitud por sus comentarios y opiniones,
y por haberme facilitado gentilmente una versión manuscrita de sus estudios
antracológicos en el sitio Punta de la Peña 9. A la Mter. Cynthia Pizarro le estoy
sumamente agradecida por dejarme acceder sin reparos a sus cuadernos y grabaciones de
campo realizadas en Antofalla con motivo de sus estudios antropológicos. También, le
agradezco por sus fructíferas opiniones, por facilitarme bibliografía y su calurosa y siempre
230
presta amistad. También deseo agradecer a la Lic. Mónica Cattoggio por facilitarme
bibliografía para la realización de este trabajo, y por ofrecerme sus interesantes opiniones y
comentarios.
Y por último, deseo agradecer con todo mi corazón a aquellos que han inspirado de
principio a fin este trabajo, a los pobladores de Antofalla.
Los errores incluidos en este trabajo son de mi entera responsabilidad.
231
APÉNDICE I: TOTAL DE MUESTRAS
ANTRACOLÓGICAS ESTUDIADAS
TC001-A00-0056-0019-3000 TC001-A01-0B19-0020-3000 TC001-A05-0012-0005-3001 TC001-A02-0018-0357-3000 TC001-A01-0020-0408-3000
TC001-A00-0064-0001-3000 TC001-A01-0C19-0068-3002 TC001-A05-0012-0005-3002 TC001-A01-0019-0121-3000 TC001-A01-0020-0229-3000
TC001-A00-0143-0001-3000 TC001-A01-0F19-0002-3000 TC001-A05-0012-0007-3000 TC001-A01-0A19-0078-3000 TC001-A01-0017-0000-3001
TC001-A00-0144-0001-3000 TC001-A01-0F19-0029-3000 TC001-A05-0012-0008-3000 TC001-A01-0F19-0091-3000 TC001-A01-0020-0000-3000
TC001-A00-0152-0004-3000 TC001-A01-0F19-0042-3000 TC001-A05-0012-0017-3000 TC001-A01-0019-0094-3000 TC001-A01-0020-0000-3002
TC001-A00-0152-0005-3000 TC001-A01-0F19-0045-3000 TC001-A05-0030-0010-3001 TC001-A01-0019-0105-3000 TC001-A01-0020-0000-3005
TC001-A00-0152-0011-3000 TC001-A01-0G19-0080-3001 TC001-A05-0031-0001-3000 TC001-A01-0D19-0127-3000 TC001-A01-0028-0001-3002
TC001-A00-0154-0001-3000 TC001-A02-0018-0002-3000 TC001-A01-0002-0017-3000 TC001-A01-0026-0040-3000 TC001-A01-0028-0002-3002
TC001-A00-0157-0004-3000 TC001-A02-0018-0003-3000 TC001-A01-0002-0021-3000 TC001-A01-0019-0162-3000 TC001-A01-0029-0002-3004
TC001-A00-0157-0007-3000 TC001-A02-0018-0012-3011 TC001-A01-0003-0001-3000 TC001-A01-0019-0182-3000 TC001-A01-0059-0014-3002
TC001-A00-0157-0011-3000 TC001-A02-0067-0008-3000 TC001-A01-0003-0003-3000 TC001-A01-0019-0229-3000 TC001-A01-0061-0009-3000
TC001-A00-0160-0002-3000 TC001-A02-0100-0001-3000 TC001-A01-0003-0012-3000 TC001-A01-0019-0243-3000 TC001-A01-0075-0003-3000
TC001-A00-0160-0004-3000 TC001-A02-0104-0031-3000 TC001-A01-0003-0017-3000 TC001-A01-0019-0268-3000 TC001-A01-0080-0002-3000
TC001-A01-0019-0003-3000 TC001-A02-0109-0009-3000 TC001-A01-0003-0019-3000 TC001-A01-0019-0289-3000 TC001-A01-0A19-0031-3001
TC001-A01-0019-0004-3000 TC001-A02-0109-0011-3000 TC001-A01-0003-0022-3000 TC001-A01-0019-0353-3000 TC001-A01-0G19-0080-3000
TC001-A01-0019-0005-3000 TC001-A02-0110-0002-3000 TC001-A01-0003-0024-3000 TC001-A01-0H19-0435-3000 TC001-A02-0018-0000-3000
TC001-A01-0019-0013-3005 TC001-A02-0110-0004-3000 TC001-A01-0003-0026-3000 TC001-A01-0B19-0439-3000 TC001-A02-0018-0000-3008
TC001-A01-0019-0023-3000 TC001-A02-0110-0007-3000 TC001-A01-0003-0028-3002 TC001-A01-0F19-0524-3000 TC001-A02-0024-0000-3002
TC001-A01-0019-0035-3000 TC001-A02-0112-0006-3000 TC001-A01-0003-0029-3000 TC001-A01-0D19-0640-3000 TC001-A02-0024-0000-3006
TC001-A01-0019-0036-3000 TC001-A02-0113-0014-3000 TC001-A01-0003-0031-3000 TC001-A02-0024-0042-3000 TC001-A02-0024-0000-3019
TC001-A01-0019-0071-3000 TC001-A02-0113-0015-3000 TC001-A01-0003-0036-3000 TC001-A02-0024-0102-3000 TC001-A02-0024-0000-3026
TC001-A01-0020-0004-3000 TC001-A02-0114-0007-3000 TC001-A01-0003-0042-3000 TC001-A02-0024-0292-3000 TC001-A02-0024-0000-3027
TC001-A01-0026-0001-3000 TC001-A02-0114-0018-3000 TC001-A01-0003-0044-3000 TC001-A02-0024-0819-3000 TC001-A02-0048-0001-3000
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TC001-A01-0020-0007-3017 TC001-A01-0A19-0041-3004 TC001-A02-0018-0006-3008 TC001-A02-0110-0005-3001 TC001-A01-0019-0027-3002
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TC001-A01-0020-0008-3002 TC001-A01-0A19-0058-3002 TC001-A02-0018-0008-3000 TC001-A02-0113-0011-3000 TC001-A01-0019-0027-3004
TC001-A01-0020-0008-3003 TC001-A01-0A19-0066-3003 TC001-A02-0018-0009-3001 TC001-A02-0113-0012-3001 TC001-A01-0019-0027-3005
TC001-A01-0020-0008-3004 TC001-A01-0A19-0066-3004 TC001-A02-0018-0009-3002 TC001-A02-0114-0003-3000 TC001-A01-0019-0027-3006
TC001-A01-0020-0008-3005 TC001-A01-0C19-0015-3000 TC001-A02-0018-0010-3000 TC001-A02-0114-0009-3001 TC001-A01-0019-0027-3007
TC001-A01-0020-0008-3007 TC001-A01-0C19-0015-3001 TC001-A02-0018-0012-3000 TC001-A02-0114-0011-3000 TC001-A01-0019-0027-3008
TC001-A01-0020-0009-3000 TC001-A01-0C19-0015-3002 TC001-A02-0018-0012-3002 TC001-A02-0114-0014-3000 TC001-A01-0019-0027-3009
TC001-A01-0020-0009-3001 TC001-A01-0C19-0068-3001 TC001-A02-0018-0012-3003 TC001-A02-0118-0001-3000 TC001-A01-0019-0030-3001
TC001-A01-0020-0009-3002 TC001-A01-0C19-0069-3002 TC001-A02-0018-0012-3004 TC001-A02-0119-0002-3001 TC001-A01-0019-0033-3000
TC001-A01-0020-0009-3003 TC001-A01-0C19-0069-3003 TC001-A02-0018-0012-3005 TC001-A02-0123-0002-3001 TC001-A01-0019-0039-3000
TC001-A01-0020-0009-3004 TC001-A01-0C19-0100-3004 TC001-A02-0018-0013-3000 TC001-A02-0129-0001-3000 TC001-A01-0019-0040-3001
TC001-A01-0020-0009-3005 TC001-A01-0E19-0016-3001 TC001-A02-0018-0015-3000 TC001-A02-0130-0001-3000 TC001-A01-0019-0047-3002
234
APÉNDICE II: MUESTRAS ANTRACOLÓGICAS
IDENTIFICADAS TAXONÓMICAMENTE
TC001-A01-0003-0001-3000 TC001-A01-0026-0001-3000 TC001-A02-0171-0006-3000
TC001-A01-0003-0003-3000 TC001-A01-0026-0003-3000 TC001-A02-0171-0009-3000
TC001-A01-0003-0010-3001 TC001-A01-0026-0003-3001 TC001-A02-0172-0003-3000
TC001-A01-0003-0012-3000 TC001-A01-0027-0002-3003 TC001-A02-0172-0004-3001
TC001-A01-0003-0017-3000 TC001-A01-0027-0003-3000 TC001-A02-0175-0001-3000
TC001-A01-0003-0019-3000 TC001-A01-0027-0008-3000 TC001-A02-0175-0003-3000
TC001-A01-0003-0022-3000 TC001-A01-0027-0008-3003 TC001-A00-0030-0005-3002
TC001-A01-0003-0024-3000 TC001-A01-0027-0009-3002 TC001-A00-0030-0009-3001
TC001-A01-0003-0026-3000 TC001-A05-0029-0001-3000 TC001-A00-0030-0010-3001
TC001-A01-0003-0026-3001 TC001-A01-0063-0001-3000 TC001-A00-0031-0002-3002
TC001-A01-0003-0029-3000 TC001-A01-0063-0004-3000 TC001-A00-0031-0004-3000
TC001-A01-0003-0031-3000 TC001-A01-0063-0005-3000
TC001-A01-0003-0032-3000 TC001-A01-0063-0006-3000
TC001-A01-0003-0036-3000 TC001-A01-0063-0007-3000
TC001-A01-0003-0042-3000 TC001-A01-0063-0008-3000
TC001-A01-0003-0044-3000 TC001-A01-0063-0011-3000
TC001-A01-0007-0003-3000 TC001-A01-0063-0012-3000
TC001-A01-0007-0011-3000 TC001-A01-0063-0012-3001
TC001-A01-0007-0016-3000 TC001-A01-0063-0013-3001
TC001-A01-0007-0018-3000 TC001-A01-0063-0016-3000
TC001-A01-0007-0022-3000 TC001-A01-0063-0017-3002
TC001-A01-0007-0030-3000 TC001-A01-0066-0020-3000
TC001-A01-0007-0031-3000 TC001-A01-0066-0020-3001
TC001-A01-0007-0032-3000 TC001-A01-0066-0020-3002
TC001-A01-0017-0001-3001 TC001-A01-0069-0021-3000
TC001-A01-0017-0003-3000 TC001-A01-0080-0002-3001
TC001-A01-0017-0007-3000 TC001-A01-0080-0003-3000
TC001-A01-0017-0007-3001 TC001-A02-0108-0002-3002
TC001-A01-0017-0007-3003 TC001-A02-0108-0006-3000
TC001-A01-0017-0007-3005 TC001-A02-0108-0008-3000
TC001-A01-0017-0009-3000 TC001-A02-0108-0013-3001
TC001-A01-0017-0009-3002 TC001-A02-0108-0018-3000
TC001-A01-0017-0010-3000 TC001-A02-0108-0021-3000
TC001-A01-0017-0010-3003 TC001-A02-0108-0027-3000
TC001-A01-0017-0040-3000 TC001-A02-0108-0028-3000
TC001-A01-0017-0049-3000 TC001-A02-0108-0030-3000
TC001-A01-0017-0087-3000 TC001-A02-0109-0003-3000
TC001-A01-0019-0001-3000 TC001-A02-0109-0005-3000
TC001-A01-0019-0001-3004 TC001-A02-0109-0006-3001
TC001-A01-0019-0003-3000 TC001-A02-0109-0008-3000
TC001-A01-0019-0012-3001 TC001-A02-0109-0011-3000
TC001-A01-0019-0013-3004 TC001-A02-0114-0001-3000
TC001-A01-0019-0018-3001 TC001-A02-0114-0003-3000
TC001-A01-0019-0018-3003 TC001-A02-0114-0011-3000
TC001-A01-0019-0019-3003 TC001-A02-0114-0016-3000
TC001-A01-0019-0025-3000 TC001-A02-0114-0018-3000
TC001-A01-0019-0026-3000 TC001-A02-0114-0019-3000
TC001-A01-0019-0027-3000 TC001-A02-0114-0020-3000
TC001-A01-0019-0030-3000 TC001-A02-0114-0021-3000
TC001-A01-0019-0040-3000 TC001-A02-0114-0022-3000
TC001-A01-0019-0060-3001 TC001-A02-0114-0028-3000
TC001-A01-0019-0071-3000 TC001-A02-0114-0029-3000
TC001-A01-0019-0162-3000 TC001-A02-0118-0001-3000
TC001-A01-0019-0182-3000 TC001-A02-0118-0002-3000
TC001-A01-0019-0229-3000 TC001-A02-0171-0001-3000
TC001-A01-0019-0243-3000 TC001-A02-0171-0002-3000
TC001-A01-0019-0268-3000 TC001-A02-0171-0005-3000
235
APÉNDICE III: COLECCIÓN VEGETAL DE
REFERENCIA
DPTO. ANTOFAGASTA DE LA SIERRA,
Catamarca. Argentina. (Q. de Tebenquiche Grande y Chico, Q. Antofalla, Salar de Antofalla, Campo Amarillo y Archibarca)
Muestra Nombre Científico
Nombre vernacular Familia
1 Dischilis humilis L. Grenne
grama-gramilla Gramíneas
2 Sin identificar pasto ceboso Sin identificar
3 Acantholippia punensis. Botta
rica, core
Berbenáceas
4 Atriplex sp.
cachiyuyo Chenopodiáceas
5 Sin determinar
yuyo Sin identificar
6 Baccharis incarum Wendell
lejía Compuestas
7 Fabiana densa Remi
tolilla Solanáceas
8 Ephedra breana Phil.
tramontana, pingo Efedráceas
9 Malva sp.
malva Malváceas
10 Acaena magellanica Lam. Vahl
cadillo Rosáceas
11 Chenopodium quinoa Willd.
quinoa Chenopodiáceas
12 Juncus balticus
hunquillo, junquillo Juncáceas
13 Schkuhria multiflora var. pusilla Hoock. et
Arn.
badre
Compuestas
14 Zea mayz capia var. Amilácea
maíz Gramíneas
15 Baccharis salicifolia Ruiz et Pav. Persoon suncho, zuncho
Compuestas
16 Populus nigra L.
álamo Salicáceas
17 Arundo donax L.
caña de castilla Gramíneas
18 Festuca deserticola Phil. paja, gramilla
Gramíneas
19 Hypsella oligophylla (Wedd.) Benth. et
Hook.
pasto de vega, champa Campanuláceas
20 Dahlia pinnata Cav.
dalia Compuestas
21 Allium sativum L.
ajo Liliáceas
22
Ranunculus trullifolius Dusen berro Ranunculáceas
23 Ranunculus uniflorus Phil. et Reiche
berro Ranunculáceas
24 Hoffmanseggia gracilis L.
Sin nombre registrado Leguminosas
25 Sin determinar pasto de vega, champa Gramíneas/
Ciperáceas/
Caméfitas s/
determinar
26 Medicago sativa L.
alfalfa, alfa Leguminosas
27 Solanum tuberosum L.
papa morada Solanáceas
28 Vicia faba
haba Leguminosas o
Papilionáceas
236
Muestra Nombre Científico
Nombre vernacular Familia
29 Mentha sp. L.
menta Labiadas
30 Beta vulgaris var. Cicla
acelga Chenopodiáceas
31 Raphanus sativus.
rábano, rabanito Crucíferas
32 Zea mays L.
maíz Gramíneas
33 Solanum venturi. Hawkes et Hjerting
papa blanca Solanáceas
34 Salix babylonica L.
sauce llorón Salicáceas
35 Haplopappus sp. Phil.
bailabuena, bailabuén Compuestas
36 Chenopodium ambrosioides L.
paico, paiko Chenopodiáceas
37 Tamarix sp. L.
tamarisco Tamaricáceas
38 Mallus domestica Miq.
manzano Rosáceas
39 Nicotiana longibracteata Phil.
tabaco de burro Solanáceas
40 Sin determinar
pasto de vega Sin determinar
41 Sin determinar
pasto de vega Sin determinar
42 Centella sp.
hinojo Umbelíferas
43 Sin determinar
Sin nombre registrado Sin determinar
44 Marrubium vulgare L. ajenko Labiadas
45 Sin determinar
Sin nombre registrado Sin determinar
46 Artemisia sp.
Sin nombre registrado Compuestas
47 Sin determinar
Sin nombre registrado Sin determinar
48 Cajophora coronata (Gillies et Arn.).
Hoock. et Arn.
ortiga Loasáceas
49 Amaranthus standleyanus Parodi et Covas
arca-yuyo Amarantáceas
50 Opuntia camachoi Espinosa
kume, tuna Cactáceas
51 Artemisia copa Phil.
copa, copa-copa Compuestas
52 Sin determinar
pasto de vega Sin determinar
53 Sin determinar
Sin nombre registrado Sin determinar
54 Adesmia sp.
añagua negra Leguminosas o
Papilionáceas
55 Sin determinar
Sin nombre registrado Sin determinar
56 Sin determinar
hongo Sin determinar
57 Parastrephya lepidophylla Wedd. Cab. tola, tola
Compuestas
58 Festuca chirisophylla Phil.
iru, iro, paja brava Gramíneas
59 Stipa chrysophylla Desv.
ichu, paja blanda, paja brava Gramíneas
60 Adesmia subterránea Clos cuerno Leguminosas o
Papilionáceas
61 Adesmia erinacea Phil.
añagua blanca, añawa blanca
Leguminosas o
Papilionáceas
Muestra Nombre Científico
Nombre vernacular Familia
62 Adesmia sp.
añagua negra, añawa negra, añagua
colorada, añawa colorada
Leguminosas o
Papilionáceas
63 Azorella compacta Phil. yareta
Umbelíferas
64 Fabiana bryoides Phil.
pata de perdiz, koa Solanáceas
65 Parastrephia quadrangularis (Meyen) Cab. chacha, chachakoa, koa Compuestas
66 C. cunninghamiana
casuarina Casuarináceas
67 Ombrophyton subterraneum Hansen,
sicha, chullapasa Balanophoráceas
68 Lycium chañar Phil.
acerillo Solanáceas
237
APÉNDICE IV: MUESTRAS ANTRACOLÓGICAS
TAMIZADAS
PARA PRUEBA EXPERIMENTAL
IDENTIFICACIONTIPO DE
MUESTRA
Fraccion 0
(>0.9mm)
Fraccion 1
(1 a 1.9 mm)
Fraccion 2
(2 a 4.7 mm)
Fraccion 3
(4.8 a 6.2
mm)
Fraccion 4
(6.3 a 9.4
mm)
Fraccion 5
(9.5 <)
Volumen total
de carbón
(ml)
TC001-A01-0002-0000-3000 4 0 0 1 2 0 0 3
TC001-A01-0002-0009-3000 4 0 0 0.1 1 0 0 1.1
TC001-A01-0002-0011-3001 4 0 0 0.2 0.8 0 0 1
TC001-A01-0002-0012-3000 4 0 0 0 0 1 1.5 2.5
TC001-A01-0002-0017-3000 2 0 0 0.1 0.5 0 0 0.6
TC001-A01-0002-0021-3000 2 0 0 0.5 1 5 0 6.5
TC001-A01-0004-0002-3000 2 0 0 0 0 0 10 10
TC001-A01-0004-0003-3001 4 0 0.1 1.4 2 10 6 19.5
TC001-A01-0004-0009-3003 4 0 0 0.2 7 20 15 42.2
TC001-A01-0004-0009-3004 4 0 0 0.4 0.2 0 0 0.6
TC001-A01-0004-0011-3001 4 0 0 0.8 1 3 15 19.8
TC001-A01-0004-0011-3002 4 0 0 0.6 0.5 0 0 1.1
TC001-A01-0004-0012-3000 2 0 0.1 0.1 5 11 5 21.2
TC001-A01-0004-0012-3003 4 0 0 1 2.2 0.2 0 3.4
TC001-A01-0004-0014-3000 4 0 0 0.6 3 5 0 8.6
TC001-A01-0005-0000-3000 4 0 0 0.1 2 4 0 6.1
TC001-A01-0005-0001-3000 2 0 0 1 3.5 4 0 8.5
TC001-A01-0005-0002-3001 4 0 0 0.2 0.3 0 0 0.5
TC001-A01-0005-0002-3002 4 0 0.2 0 0 0 0 0.2
TC001-A01-0005-0004-3000 2 0 0 0 3 1 0 4
TC001-A01-0005-0004-3001 4 0 0 0 0.2 0 0 0.2
TC001-A01-0005-0006-3000 2 0 0 0.2 1 0 0 1.2
TC001-A01-0005-0007-3000 2 0 0 0.2 2 2.5 0 4.7
TC001-A01-0028-0001-3001 7 0 10 0.2 0.2 0 0 10.4
TC001-A01-0028-0001-3002 3 0 0 0.6 2 2.6 0 5.2
TC001-A01-0028-0001-3003 6 0 2 2.8 0.2 0 0 5
TC001-A01-0028-0001-3005 7 0 2 0.2 0 0 0 2.2
TC001-A01-0028-0002-3002 3 0 0 0.6 3.4 5 20 29
TC001-A01-0028-0003-3000 1 0 0.4 1.4 1 2.6 1 6.4
TC001-A01-0028-0038-3000 2 0 0 0 0.6 1 0 1.6
TC001-A01-0028-0002-3000 6 0 3 4 1 0 2 10
TC001-A01-0028-0002-3001 7 0 5 2 0 0 0 7
TC001-A01-0028-0002-3003 6 0 1 1.5 0.5 0 0 3
TC001-A01-0028-0002-3004 4 0 0 4 11 6 2 23
TC001-A01-0028-0002-3005 7 0 0.5 0.5 0 0 0 1
TC001-A01-0029-0001-3000 1 0 0 0 10 5 3 18
TC001-A01-0029-0002-3000 4 0 2.2 13 27 3 0 45.2
TC001-A01-0029-0002-3001 7 0 125 5 0.2 0 0 130.2
TC001-A01-0029-0002-3002 4 0 0.1 1.6 4 1.6 2 9.3
TC001-A01-0029-0002-3003 6 0 170 300 80 40 2 592
TC001-A01-0029-0002-3004 3 0 0 0 0.6 2 0 2.6
TC001-A01-0058-0001-3000 4 0 0 0.5 1 0 0 1.5
TC001-A01-0058-0001-3001 4 0 0 0 0 1 0 1
TC001-A01-0058-0014-3000 4 0 0 0.2 2 1 0 3.2
TC001-A01-0058-0015-3000 1 0 0 0.2 0.2 0 0 0.4
TC001-A01-0084-0000-3000 4 0 0.1 1 2.8 5 3 11.9
TC001-A01-0084-0001-3000 4 0 0 0.2 0 0 0 0.2
TC001-A01-0084-0001-3001 4 0 0 0.1 1 0 2 3.1
TC001-A01-0084-0002-3000 1 0 0 0 0 0 2 2
TC001-A01-0084-0003-3000 1 0 0 0 0.2 1 0 1.2
TC001-A02-0106-0001-3000 6 1.2 7 5 0 0 0 13.2
TC001-A02-0106-0001-3001 7 0.1 2 0 0 0 0 2.1
TC001-A02-0106-0001-3002 7 0 0.4 0.4 0 0 0 0.8
TC001-A02-0106-0001-3003 6 0.2 0.4 0.8 0 0 0 1.4
TC001-A02-0106-0004-3000 6 4.8 25 28 2 1.6 0 61.4
TC001-A02-0106-0004-3001 7 1.2 4 0 0 0 0 5.2
TC001-A02-0106-0005-3000 7 0.8 5 0 0 0 0 5.8
TC001-A02-0106-0006-3000 4 0 0 0.2 3 0 0 3.2
238
IDENTIFICACIONTIPO DE
MUESTRA
Fraccion 0
(>0.9mm)
Fraccion 1
(1 a 1.9 mm)
Fraccion 2
(2 a 4.7 mm)
Fraccion 3
(4.8 a 6.2
mm)
Fraccion 4
(6.3 a 9.4
mm)
Fraccion 5
(9.5 <)
Volumen total
de carbón
(ml)
TC001-A02-0106-0007-3000 4 0.2 0.4 0.1 0.8 0 0 1.5
TC001-A02-0106-0009-3000 6 3.6 14 13 3 2 0 35.6
TC001-A02-0106-0011-3000 6 10 30 40 6 3 0 89
TC001-A02-0106-0011-3001 7 2 18 0 0 0 0 20
TC001-A02-0106-0013-3000 6 3.6 15 4 3 4 0 29.6
TC001-A02-0106-0013-3001 7 0.4 3 0 0 0 0 3.4
TC001-A02-0110-0001-3000 7 3.2 4 0 0 0 0 7.2
TC001-A02-0110-0001-3001 7 1 3.6 0 0 0 0 4.6
TC001-A02-0110-0001-3002 7 1.6 10 0 0 0 0 11.6
TC001-A02-0110-0001-3003 6 4.9 13 12 2.2 0 0 32.1
TC001-A02-0110-0002-3000 1 0.4 0.6 2.2 3 3 0 9.2
TC001-A02-0110-0004-3000 1 0.2 0.4 2 2.2 0 0 4.8
TC001-A02-0110-0005-3000 7 3 12 0 0 0 0 15
TC001-A02-0110-0005-3001 6 25 125 100 10 2 0 262
TC001-A02-0110-0007-3000 1 3 1.6 6 8 2.6 0 21.2
TC001-A02-0112-0001-3000 4 1.8 0.8 1.2 1 0 0 4.8
TC001-A02-0112-0003-3000 6 1.6 7 6 0.2 0 0 14.8
TC001-A02-0112-0003-3001 7 0.6 1.2 0 0 0 0 1.8
TC001-A02-0112-0005-3000 4 1 1 5 7 14 0 28
TC001-A02-0112-0006-3000 1 0 0 0 1 0 0 1
TC001-A02-0113-0001-3000 4 0.2 0.4 3.6 13 6 0 23.2
TC001-A02-0113-0002-3000 4 0.1 0.2 1 2 2.6 0 5.9
TC001-A02-0113-0003-3000 4 0.4 0.2 2 6 9 2 19.6
TC001-A02-0113-0004-3000 4 0 0 0.1 3 2.6 0 5.7
TC001-A02-0113-0011-3000 6 1.8 7 10 3.6 0.5 0 22.9
TC001-A02-0113-0011-3001 7 0.8 3.2 0 0 0 0 4
TC001-A02-0113-0012-3000 7 1.2 4 0.2 0 0 0 5.4
TC001-A02-0113-0012-3001 6 1 4.6 7 1.4 0 0 14
TC001-A02-0113-0014-3000 1 0 0 0 0 0.5 3 3.5
TC001-A02-0113-0015-3000 1 0 1 6 10 15 2 34
TC001-A02-0162-0001-3000 4 0 0 0.2 1.4 3 0 4.6
TC001-A02-0162-0002-3000 7 0.1 0.4 0 0 0 0 0.5
TC001-A02-0162-0003-3001 1 0 0 2 6 1 3 12
TC001-A02-0162-0004-3000 4 0 0 1 1.2 4.4 3.4 10
TC001-A02-0162-0006-3000 3 0 0 0.2 0.1 1 0 1.3
TC001-A02-0180-0001-3000 1 0 0 0.2 0.6 2 0 2.8
TC001-A02-0180-0002-3000 6 2 8 11 3.4 0 0 24.4
TC001-A02-0180-0002-3001 5 0 0 0.4 0.8 0 0 1.2
TC001-A02-0180-0002-3002 7 0 0.2 0 0 0 0 0.2
TC001-A02-0180-0004-3000 1 0 0 0 3 2 0 5
TC001-A02-0180-0005-3000 1 0 0 0 1 2.2 0 3.2
TC001-A02-0180-0006-3000 1 0.6 0 2 5.8 3.4 6.2 18
TC001-A00-0012-0002-3000 6 0 0 0.4 0.2 0 0 0.6
TC001-A00-0012-0002-3001 6 0 0.4 1.4 0.8 0.6 0 3.2
TC001-A00-0012-0003-3000 1 0 0 0 0 1 0 1
TC001-A00-0012-0017-3000 1 0 0 0 0.4 1 2 3.4
TC001-A00-0012-0002-3002 6 1 2 4 1.5 1 0.5 10
TC001-A00-0012-0002-3003 6 0 3 6 2 0 1 12
TC001-A00-0012-0002-3004 6 0 1 3 1.5 0.5 0 6
TC001-A00-0012-0002-3005 6 0 2 2 0.5 0.9 0 5.4
TC001-A00-0012-0002-3006 6 1 1 4 0 0 0 6
TC001-A00-0012-0002-3007 6 0 2 5 2 0 0 9
TC001-A00-0012-0002-3008 7 3 6 1 0 0 0 10
TC001-A00-0012-0002-3009 6 0 3 4 1.5 1.5 0 10
TC001-A00-0012-0002-3010 6 0 0.5 2 1 0.5 0 4
TC001-A00-0012-0002-3011 6 0 2 6 0 0 3 11
TC001-A00-0012-0002-3012 6 2.5 2.5 3.5 1.5 0 0 10
TC001-A00-0012-0004-3000 1 0 0 0 0 1 0 1
TC001-A00-0012-0005-3001 1 0 0 0 0 2 1 3
TC001-A00-0012-0005-3002 1 0 0 0 0.2 0.4 0 0.4
239
IDENTIFICACIONTIPO DE
MUESTRA
Fraccion 0
(>0.9mm)
Fraccion 1
(1 a 1.9 mm)
Fraccion 2
(2 a 4.7 mm)
Fraccion 3
(4.8 a 6.2
mm)
Fraccion 4
(6.3 a 9.4
mm)
Fraccion 5
(9.5 <)
Volumen total
de carbón
(ml)
TC001-A00-0012-0007-3000 1 0 0 0 1 0.5 0.5 2
TC001-A00-0012-0008-3000 1 1 0 0 6 1 2 10
TC001-A00-0012-0013-3000 7 2.4 4.2 3 0.4 0 0 10
TC001-A00-0012-0013-3001 7 2 9.6 5 2 1.4 0 20
TC001-A00-0012-0016-3000 6 0 1 3.5 4 1.5 0 10
TC001-A00-0012-0016-3001 7 1 3 1 0 0 0 5
TC001-A00-0012-0019-3000 6 0.4 2 2.6 0 0 0 5
TC001-A00-0012-0019-3001 6 0 3 1 1 0 0 5
TC001-A00-0012-0019-3002 6 0 2.6 1 2.4 0 0 6
TC001-A00-0012-0019-3004 6 0 3 3.8 0 1 2.2 10
TC001-A00-0012-0019-3005 6 0 1 2.6 1.4 1 0 6
TC001-A00-0012-0019-3006 7 0.8 6.2 3 2.4 2.6 0 15
TC001-A00-0012-0019-3007 7 0 4.2 3 2.8 0 0 10
TC001-A00-0012-0020-3001 7 0.6 1 0.4 0 0 0 2
TC001-A00-0012-0000-3000 3 0 0 1.4 3.4 3 1.4 9.2
TC001-A00-0012-0000-3003 4 0 0 0.4 2 3 0 5.4
TC001-A00-0012-0000-3004 3 0 0 0 0.5 0 0 0.5
TC001-A00-0012-0000-3005 4 0 0 0 1.2 10 1.2 12.4
TC001-A00-0012-0000-3006 4 0 0 0.8 0 3.6 5 9.4
TC001-A00-0012-0000-3007 3 0 0.2 0 1 0 0 1.2
TC001-A00-0012-0000-3008 4 0 0 0.1 0.8 1 0 1.9
240
APÉNDICE V
DETALLE DE LA INTERPRETACIÓN DE RESTOS
ANTRACOLÓGICOS EN TC1 -POR CONTEXTOS
ARQUEOLÓGICOS
ÍNDICE DE CUADROS
Cuadro 4.1 Resultado del tamizado de carbón página 93
Cuadro 5.1 Resumen numérico de las distribuciones de volúmenes de carbón. página 104
Cuadro 5.2 Volúmenes y densidades de carbón recuperados por cada técnica. página 105
Cuadro 5.3 Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón recuperadas en tamizado
y flotación. página 105
Cuadro 5.4 Volúmenes y densidades de carbón recuperados en flotación. página 107
Cuadro 5.5 Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en las áreas de TC1.
página 108
Cuadro 5.6 Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en los distintos tipos de
contextos de TC1. página 108
Cuadro 5.7 Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en cada área y período
de ocupación de TC1. página 109
Cuadro 5.8 Resumen numérico de las distribuciones de densidades de carbón en cada período de
ocupación de TC1. página110
Cuadro 5.9 Cronología de las prácticas asociadas al fuego en TC1. página 114
Cuadro 6.1 Procedencia y cronología de los contextos arqueológicos de los que se extrajo carbón
vegetal para identificación taxonómica en TC1. página 129
Cuadro 6.2 Resultado del análisis antracológico. página 130
Cuadro 6.3 Resumen numérico de las distribuciones de volúmenes de carbón en cada género
identificado en TC1. página 135
241
ÍNDICE DE FIGURAS
Figura 1.1 Homo erectus página 6
Figura 1.2 Mujer aborígen andina cargando leña (Serie Gente Americana 1999) página 13
Figura 2.1 Corte en los tres planos de observación de la madera. página 53
Figura 3.1 Mapa geopolítico donde se ubica la Puna de Atacama Argentina página 61
Figura 3.2 Mapa geográfico del área del Salar de Antofalla y sus quebradas intermedias.
página 62
Figura 3.3 Fotografía de una vista del Salar de Antofalla y un sector de la suni. página 65
Figura 3.4 Fotografía de una vista de la vegetación de tolar en laderas de la quebrada de Tebenquiche
Chico (Enero 1999) página 67
Figura 3.5 Fotografía de la unidad de vegetación vega en la quebrada de Tebenquiche Chico.
página 68
Figura 3.6 Cronología de TC1 (extraída de Haber 1999a). página 72
Figura 3.7 Compuesto doméstico TC1. página 73
Figura 3.8 Fotografía de una vista desde el sur del poblado actual de Antofalla. página 76
Figura 3.9 Fotografía de la ceremonia de la señalada o floreamiento de animales realizada en
Antofalla (Marzo 2003) página 85
Figura 5.1 Dibujo en planta del recinto habitacional del compuesto doméstico TC1.
página 106
Figura 5.2 Fotografía del conjunto de pozos excavados en TC1-A2 página 112
Figura 5.3 Fotografía del contexto [30] en el patio de entrada de la habitación A2. página 113
Figura 5.4 Dibujo en planta de los pozos excavados en el piso de ocupación [19]. página 115
Figura 5.5 Dibujo en planta de las concentraciones de carbón y ceniza encontradas en el piso de
ocupación [19], en la habitación A1. página 117
242
ÍNDICE DE FOTOMICROGRAFÍAS
Foto 6.1 Acantholippia punensis tr. 100X página 123
Foto 6.2 Acantholippia punensis tr. 40X página 123
Foto 6.3 Acantholippia punensis tg. 100X página 123
Foto 6.4 Adesmia sp.tr. 100X página 123
Foto 6.5 Adesmia sp.tr. 40X página 123
Foto 6.6 Adesmia sp.trg. 100X página 123
Foto 6.7 Adesmia sp.tg. 40X página 123
Foto 6.8 Adesmia subterranea tr. 100X página 124
Foto 6.9 Adesmia subterranea tr. 40X página 124
Foto 6.10 Adesmia subterranea tg. 100X página 124
Foto 6.11 Adesmia subterranea tg. 40X página 124
Foto 6.12 Baccharis incarum tr. 100X página 124
Foto 6.13 Baccharis incarum tr. 40X página 124
Foto 6.14 Baccharis incarum tg. 100X página 124
Foto 6.15 Ephedra breana tr. 100X página 125
Foto 6.16 Ephedra breana tr. 40X página 125
Foto 6.17 Ephedra breana tg. 100X página 125
Foto 6.18 Ephedra breana tg. 40X página 125
Foto 6.19 Fabiana bryoides tr. 100X página 125
Foto 6.20 Fabiana bryoides tr. 40X página 125
Foto 6.21 Fabiana bryoides tg. 100X página 125
Foto 6.22 Fabiana bryoides tg. rd. 400X página 125
Foto 6.23 Fabiana densa tr. 100X página 126
Foto 6.24 Fabiana densa tg. 400X página 126
Foto 6.25 Fabiana densa tg. 400X página 126
Foto 6.26 Parastrephia lepidophylla tr. 100X página 126
Foto 6.27 Parastrephia lepidophylla tr. 40X página 126
Foto 6.28 Parastrephia lepidophylla tg. 100X página 126
Foto 6.29 Parastrephia quadrangularis tr. 100X página 126
Foto 6.30 Carbón Atriplex sp.(Marconetto 2002) página 127
Foto 6.31 Carbón Prosopis sp. tr.80X página 141
Foto 6.31 Carbón Prosopis sp. tg.160X página 141
243
Foto 6.32 Carbón Prosopis sp. rd. 100X página 141
ÍNDICE DE GRÁFICOS
Gráfico 4.1 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de elemento único: Contexto [28].
página 94
Gráfico 4.2 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de hallazgo: Contexto [28]
página 94
Gráfico 4.3 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de tamizado fino: Contexto [28]
página 94
Gráfico 4.4 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de tamizado grueso: Contexto [28]
página 94
Gráfico 4.5 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de fracción liviana-gruesa de flotación:
Contexto [28] página 95
Gráfico 4.6 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de fracción liviana-fina de flotación:
Contexto [28] página 95
Gráfico 4.7 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de elemento único: Contexto [29].
página 95
Gráfico 4.8 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de tamizado fino: Contexto [29]
página 95
Gráfico 4.9 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de tamizado grueso: Contexto [29]
página 95
Gráfico 4.10 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de fracción liviana-gruesa de flotación:
Contexto [29] página 96
Gráfico 4.11 Volumen de fracciones de carbón en una muestra de fracción liviana-fina de flotación:
Contexto [29] página 96
Gráfico 4.12 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de elemento único: Contextos [28] y [29].
página 96
Gráfico 4.13 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de hallazgo: Contextos [28] y [29].
244
página 96
Gráfico 4.14 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de tamizado fino: Contextos [28] y [29].
página 97
Gráfico 4.15 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de tamizado grueso: Contextos [28] y
[29]. página 97
Gráfico 4.16 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de tamizado: Contextos [28] y [29].
página 97
Gráfico 4.17 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de fracción liviana-gruesa de flotación:
Contextos [28] y [29]. página 98
Gráfico 4.18 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de fracción liviana-fina de flotación:
Contextos [28] y [29]. página 98
Gráfico 4.19 Volumen de fracciones de carbón en la muestra de flotación: Contextos [28] y [29].
página 98
Gráfico 4.20 Volumen de fracciones de carbón: Contexto [2] . página 99
Gráfico 4.21 Volumen de fracciones de carbón: Contexto [84]. página 99
Gráfico 4.22 Volumen de fracciones de carbón: Contexto [110]. página 99
Gráfico 4.23 Volumen de fracciones de carbón: Contexto [106]. página 99
Gráfico 6.1 TC1-A1. Contexto: Piso [19]. página 133
Gráfico 6.2 TC1-A1. Contexto: Relleno de pozo [63]. página 133
Gráfico 6.3 TC1-A1. Contexto: Relleno de pozo [66]. página 133
Gráfico 6.4 TC1-A1. Contexto: Relleno de pozo [69]. página 133
Gráfico 6.5 TC1-A1. Contexto: Relleno de pozo [80]. página 133
Gráfico 6.6 TC1-A1. Contexto: Relleno de pozo [26]. página 133
Gráfico 6.7 TC1-A1. Contexto: Piso [17]. página 133
Gráfico 6.8 TC1-A1. Contexto: Relleno de pozo [27]. página 133
Gráfico 6.9 TC1-A1. Contexto: Piso [7]. página 133
Gráfico 6.10 TC1-A1. Contexto: Piso [3]. página 133
Gráfico 6.11 TC1-A1. Contexto: Piso [29]. página 134
Gráfico 6.12 TC1-A2. Contexto: Relleno de pozo [175]. página 134
Gráfico 6.13 TC1-A2. Contexto: Relleno de pozo [114]. página 134
Gráfico 6.14 TC1-A2. Contexto: Relleno de pozo [172]. página 134
Gráfico 6.15 TC1-A2. Contexto: Piso [109]. página 134
Gráfico 6.16 TC1-A2. Contexto: Relleno de pozo [118]. página 134
Gráfico 6.17 TC1-A2. Contexto: Piso [108]. página 134
245
Gráfico 6.18 TC1-A2. Contexto: Relleno de pozo [171]. página 134
Gráfico 6.19 TC1-A2. Contexto: Piso [31]. página 134
Gráfico 6.20 TC1-A2. Contexto: Piso [30]. página 134
Gráfico 6.21 TC1. Volúmenes de taxones. página 135
246
ÍNDICE GENERAL
CAPÍTULO I. ANTECEDENTES DE LA ARQUEOLOGÍA DEL FUEGO
¿Que es la arqueología del fuego?
El fuego en las interpretaciones arqueológicas
Estudios botánicos en arqueología
Investigaciones arquebotánicas y paleoetnobotánicas en la Puna de Atacama
La antracología y sus antecedentes
Antracología en Argentina
Notas al Capítulo I
CAPÍTULO II. PLANTEOS TEÓRICOS Y METODOLÓGICOS DE LA
ARQUEOLOGÍA DEL FUEGO
Propuesta de investigación
Las prácticas sociales
La acción reflexiva y una arqueología reflexiva
El fuego
Prácticas domésticas asociadas al fuego
Los bosques arbustiformes puneños
Productibilidad vegetal
Crecimiento y problemas de regeneración de las especies arbustivas
La deforestación
Cambios climáticos y sus influencias
Reconstrucciones ambientales a través del estudio antracológico
Combustibles vegetales
Propiedades
Selección
Zonas de explotación
Medios técnicos y logística de la recolección
Demanda y consumo
Almacenamiento
La combustión
247
Preservación y destrucción vegetal
Preservación diferencial de las maderas combustibles Tipos de estructuras de combustión página 38
Mantenimiento de las áreas de combustión
Áreas de acumulación de desechos de combustión
Reutilización de las áreas de combustión
Uso y gestión del fuego
Utilizaciones
Preparación, encendido y apagado del fuego
Útiles y herramientas empleadas
El tratamiento de las evidencias de combustión
Procesos de formación en la interpretación antracológica
Muestreo de carbón
Técnicas de recuperación de carbón
Análisis de carbón
Identificación antracológica
Tamaño y número mínimo de fragmentos de carbón
página 54
Unidades de medida
Análisis cuantitativos
Análisis de C14. El problema de la madera antigua y la madera longeva
Notas al Capítulo II
CAPÍTULO III. CONTEXTOS DE LA INVESTIGACIÓN Y EL CASO DE ESTUDIO
ARQUEOLÓGICO Y ETNOGRÁFICO
Caracterización geográfica y ambiental
Categorización de la Puna de Atacama como paisaje marginal
Cuatro microregiones climáticas y sus unidades de vegetación
Salar de Antofalla
La suni
La puna
La janca
Las vegas
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Antecedentes de las investigaciones arqueológicas en el sitio
Arqueología de los oasis
El caso arqueológico de estudio: TC1
El caso etnográfico: Antofalla
Metodología
Presentación del caso
Procesos de espacialización y pertenecia
Recolección de combustibles vegetales
Organización y logística de las prácticas de recolección
Chimeneas humeantes. Observación etnográfica de combustiones
Selección de leñas
El empleo de taxones arbustivos en rituales domésticos
Conclusiones
Resumen del capítulo
Notas al Capítulo III
CAPITULO IV. ESTRATEGIA DE MUESTREO Y TÉCNICAS DE RECUPERACIÓN
DE CARBÓN
Metodología del trabajo de campo
Estrategias de muestreo y técnicas de recuperación empleadas
Análisis de laboratorio. Base de datos
Testeo de las técnicas de recuperación
Prueba experimental
Resultados del testeo de las técnicas de recuperación en laboratorio
Notas al Capítulo IV
CAPÍTULO V. ESTUDIO CONTEXTUAL DE LAS PRÁCTICAS DOMÉSTICAS
ASOCIADAS AL FUEGO EN TC1
Análisis de volúmenes y densidades de los conjuntos de carbón
Análisis contextual de las densidades de los conjuntos de carbones
Cronología de las densidades de carbón
249
Contextos y prácticas domésticas
TC1- A1
TC1- A2
TC1 Pasillo de comunicación entre las habitaciones A1 y A2
TC1 Patio de entrada a la habitación A1
Interpretación de las evidencias de prácticas domésticas asociadas al fuego en TC1
Combustiones
Contexto [19]
Prácticas post-combustión
Resumen temporal de las prácticas domésticas
Notas al Capítulo V
CAPITULO VI. ANÁLISIS ANTRACOLÓGICO
Metodología de trabajo
Armado de la colección vegetal de referencia
Realización de la colección de referencia y observación de caracteres diagnóstico
de especies leñosas
Descripción de caracteres microscópicos de los taxones leñosos
Nivel de identificación taxonómica
Muestreo antracológico para identificación
Procesamiento de la muestra antracológica
Resultado del análisis antracológico
Análisis e interpretación de las distribuciones de taxones
Acantholippia sp.
Parastrephia sp.
Baccharis sp.
Ephedra sp. y otras leñas
La recolección de leña
Madera alóctona
Notas al Capítulo VI
CAPITULO VII. CONCLUSIONES
250
BIBLIOGRAFÍA
AGRADECIMIENTOS
APÉNDICE I: TOTAL DE MUESTRAS ANTRACOLÓGICAS ESTUDIADAS
APENDICE II: MUESTRAS ANTRACOLÓGICAS IDENTIFICADAS
TAXONÓMICAMENTE página 172
APÉNDICE III: COLECCIÓN VEGETAL DE REFERENCIA. DPTO. ANTOFAGASTA
DE LA SIERRA, Catamarca. Argentina.
APÉNDICE IV: MUESTRAS ANTRACOLÓGICAS TAMIZADAS PARA PRUEBA
EXPERIMENTAL
APÉNDICE V: DETALLE DE LA INTERPRETACIÓN DE RESTOS
ARQUEOLÓGICOS POR CONTEXTO EN TC1 (CUADRO EXEL) página 179
ÍNDICE DE CUADROS
ÍNDICE DE FIGURAS
ÍNDICE DE FOTOMICROGRAFÍAS
ÍNDICE DE GRÁFICOS
INDICE GENERAL