Download - Boletín 54 Libélula Libros
Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. [email protected] - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO
ISSN 1909-0110
Fecha del boletín
Enero 17 de 2010.
Volumen 1, nº 54. Libélula
Libros. Boletín Bibliográfico.
NOTAS (pfa)
Conversación escuchada en un
avión, en primera clase, a dos jóve-
nes ejecutivos:
- Tengo que comprar Cien años de
soledad, no lo he leído.
- Yo lo compre este fin de semana
en el Éxito, en Medellín, me costo
veintitrés mil pesos.
- Huy que bien, esta barato, así si
vale la pena, que dejen de ganar
tanta plata esos hijueputas.
- Claro, así si le ganan a la piratería.
- Tengo que comprarlo, ¿será muy
complicado?
- No se, yo lo voy a volver a leer.
(¿Compraran un kindle?)
***
“… los diferentes libros de Kafka
no vendieron más de seiscientos
ejemplares. Hay muchos buenos
libros que tardarán años en vender
relativamente bien y hay otros que
nunca venderán demasiado. Y los
editores sabíamos eso, estábamos
preparados para ello. Pero hoy en
día la situación es completamente
diferente, son los departamentos
de marketing los que deciden qué
libros se publican y cuáles no,
basados en juicios de riesgo y be-
neficio…” (Conversando con An-
dre Schiffrin, Letras libres, entre-
vista de Diego Salazar, junio de
2008)
Algo no funciona en el mercado del libro electrónico
Entre el 27 y el 28 de diciembre pasados circuló
en los periódicos una noticia según la cual subió
el valor de las acciones de Amazon en la bolsa
Nasdaq debido a la supuesta venta desbordada
del lector kindle durante la pasada navidad. Ama-
zon sin embargo, y según lo señalan las mismas
publicaciones, se abstuvo como ha venido hacién-
dolo de suministrar información acerca del núme-
ro de aparatos vendidos. La negativa como es
obvio genera suspicacias y provoca molestia fren-
te a la evidente falta de trasparencia que inunda
los mercados: no puede existir razón valida para
guardar el dato. Sirve la oportunidad sin embargo
para volver a pensar en la pertinencia y futuro del
libro electrónico aun cuando otros consideren
inútil el debate pues le dan por
ganada la batalla frente al libro
tradicional, un análisis un tanto
menos prejuicioso podría indicar
todo lo contrario.
En primer lugar cabe advertir que
el libro electrónico es un gadget,
es decir un artilugio tecnológico
como todos los demás
que emocionan y agobian a cier-
tos consumidores; basta con revi-
sar los comentarios que circulan
en internet acerca del mismo y
descubriremos que casi todos se
presentan en paginas dedicadas a estos elemen-
tos. Curiosamente sin embargo no he conocido
aun tienda no virtual alguna de elementos tec-
nológicos, que los ofrezca como sucede con otros,
incluso los más novedosos. Debe insistirse enton-
ces que el libro electrónico es un elemento tec-
nológico creado por la industria tecnológica y que
pretende mercadearse como lo que es. Se susten-
ta en una necesidad satisfecha y pretende resol-
ver requerimientos inexistentes o al menos no
planteados de manera genérica. La necesidad de
lectura la resolvió el libro de manera ingeniosa y
practica, y no hay quien haya manifestado el de-
seo de andar con cien o doscientos -y no digamos
mil quinientos- libros al hombro. No solo es absur-
do sino absolutamente inútil. El libro electrónico,
digámoslo de manera clara, no resuelve una nece-
sidad, se sustenta en una ya existen y resuelta, y
esta es su primera dificultad.
Debe revisarse entonces la necesidad sobre la
que descansa la pertinencia del lector electrónico,
que tal como se ha dicho se encuentra ingeniosa y
eficientemente resuelta, así como su comparación
con el ipod. Los niveles de lectura son bajos, aún
en los países más cultos, sobre todo si se compa-
ran con los niveles de audiencia de música. Es
decir se lee poco y se escucha mucha más música,
sobran incluso los ejemplos, y basta con observar
el entorno. Y es lógico que así sea, la lectura impli-
ca un nivel de exigencia del lector, la música casi
nunca, por esta razón todos, aun los menos oyen-
tes pueden tener interés en el ipod y por tanto
alguna tendencia a su compra y utilización. No
sucede igual con el lector electrónico. Para querer
comprarlo se debe ser primero lector, y por supues-
to un lector al que le sirva adquirir un elemento
relativamente costoso, es decir un lector que lea al
menos varios libros al año. Consi-
deremos las siguientes cuentas:
el lector kindle cuesta según la
página Amazon quinientos mil
pesos (US$259), si al mismo le
agregamos al menos cinco libros
no pirateados, tendremos que
sumar setenta mil pesos más
(siete dólares aproximadamente
por cada libro), es decir que en
total serían quinientos setenta
mil pesos, cifra que le permitiría
comprar en nuestra librería die-
ciséis libros, a razón de treinta y
cinco mil pesos cada uno, es decir para un lector
promedio en Colombia, tal cantidad significaría
lecturas para ocho años, dieciséis en México, o
para un lector medio en España entre tres y cuatro
años y para un lector Francés dos años.
Ahora bien el libro electrónico ha sido creado por la
industria de tecnología, es decir no surge del mun-
do del libro sino del mismo escenario interesado
en crear otros y diversos elementos tecnológicos y
la lógica del mercado de estos productos descansa
sobre el principio de su constante renovación. No
en vano se han vendido más de cien millones de
ipods en el mundo. Muchos de los compradores
del ipod están y estarán interesados en cambiar su
modelo cada año o cada dos años, y ahí reside el
negocio, no en el suministro del aparato sino en su
constante renovación, por eso precisamente se le
agregan utilidades alternas o no coincidentes con
su cometido inicial. Basta considerar la forma co-
mo se utiliza el ipod y compararla con la posibilidad
de utilización del libro electrónico, las diferencias
saltan a la vista. (pasa a la página 2)
“—Señores, voy a
hablar de mí mismo a
propósito de
Shakespeare, a
propósito de Racine, o
de Pascal, o de Goethe.
Son una bonita
ocasión para hacerlo.”
(Anatole France)
Página 2 Volumen 1, nº 54. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Surgen entonces razones o justifi-
caciones adicionales al aparato:
reduce el espacio que ocupan los
invasivos libros en nuestras vivien-
das y es ecológico pues no utiliza
el papel. El primer argumento es
baladí si consideramos las pocas
bibliotecas privadas que sobrevi-
ven, pero además desconoce el
cariño que los diseñadores tienen
por los libros, no existe fotografía
de habitación o vivienda que apa-
rezca en las revistas de arquitectu-
ra que no considere el espacio
generoso para los libros. La segun-
da razón coincide con el afán con-
temporáneo de encontrar culpables del dete-
rioro ambiental, que deben buscarse además
en lugares y consumidores más susceptibles
a la crítica, pero es también absurda pues
desconoce que la mayoría de los libros se
hacen con papel reciclado. Más allá sin em-
bargo de estas apreciaciones debe advertir-
se que los argumentos esgrimidos a favor del
libro electrónico son más románticos e inge-
nuos que los que formulamos los amantes
de los libros: que son bellos, que se pueden
palpar, oler, probar, prestar, arrojar, romper,
envolver y regalar. Estos últimos son reales,
calculados, probados, es decir son ciertos,
no meras conjeturas.
Algo no funciona en el mercado del libro
electrónico, algo de carácter financiero y de
mercadeo que algún tecnócrata escapado
del mundo financiero que recién
se derrumbó, se resiste a recono-
cer. Tal vez algún banquero como
Alberto Vitale, citado por Schiff-
rrin*, que obstinado provocó in-
mensas perdidas en Random
House. Es cierto que el mundo
contemporáneo esta empecinado
en hacernos consumir lo que no
reclamamos y necesitamos, lo
paradójico es que en este caso el
optimismo de los productores del
libro electrónico es mayor que el
de quienes durante años hemos
intentado que la gente lea. El
futuro del libro electrónico depen-
de del incremento en los niveles de lectura,
hasta niveles interesantes al propio mercado,
pero cuando estos niveles se incrementen se
contará con consumidores cultos y formados
que probablemente compraran el aparato
pero no estarán dispuestos a cambiarlo cada
año. Así las cosas el mercado no será intere-
sante para los productores del aparato.
Por lo pronto los lectores empedernidos po-
dremos comprar el kindle y aprovecharlo has-
ta que sus propios gestores lo vuelvan una
antigualla. (pfa)
* “...Bob Bernstein fue despedido como parte del
plan magistral de S.I. Newhouse, y sustituido por un
antiguo banquero incompetente llamado Alberto
Vitale, que no paraba de ufanarse de que estaba
siempre demasiado ocupado para leer un libro‖.
Una Educación política. André Schiffrin. Peninsula.
2008.
A la sombra de las hojas
Un viejo —ya de setenta años— y lascivo
profesor David Kepesh refiere a un oyente
anónimo, en un monólogo de 170 páginas,
las vicisitudes de su pasión por una mucha-
cha cubana, que fuera alumna suya, casi
cuarenta años menor que él, y a la que —
vaya paradoja— se pone el nombre de: Con-
suelo. Se nos dirá, con disimulo, que el
oyente no es —como en otros libros de
Roth— psicoanalista sino cirujano plástico:
“Sólo hay algunas que se exhiben sin reserva y
en la actualidad, debido a tanta polémica, a me-
nudo no son las que tienen el tipo de pecho que tú
habrías inventado.” (página 156); y que el
relato ocurre en casa de Kepesh: “*Hay un
cuadro de Stanley Spencer en la Galería Tate...]
Está en uno de los libros de Spencer, abajo. Luego
lo iré a buscar.” (página 157). Se nos dirá, con
disimulo otra vez, que el libro debió de con-
cluirse muy poco después del 11 de septiem-
bre —“Una brillantez... que no había sido encen-
dida por Bin Laden.” (página 158)—, y tal vez
se caiga entonces en la trampa de comparar
fechas y decirlo alter ego del autor. Es El ani-
mal moribundo, de Philip Roth (Alfaguara, 2ª
edición 2007), que trata, otra vez, del amor y
de la decrepitud.
Tres pinturas —cuatro si contamos Las Meni-
nas, que se emplea para la seducción— seña-
larán los momentos decisivos de la historia:
el San Sebastián de Mantegna, al que se com-
para la muchacha que exhibe su menstruo
(página 84); el desnudo de Modigliani —que
ilustra la portada de la edición de Houghton
Mifflin, 2001— en la postal que le despacha
Consuelo a Kepesh: “Un desnudo cuyos senos
voluminosos, podrían haber tomado los suyos [de
Consuelo] como modelo... inexplicablemente
dormido sobre un abismo de terciopelo negro que,
dado mi estado de ánimo, asocié con la tum-
ba.” (página 112); y, al final (páginas 156, 157
y 158), el de Stanley Spencer: “... un retrato en
el que Spencer y su esposa, ambos ya cuarento-
nes, aparecen desnudos...”*:, y que Kepesh—
Roth describe con minucioso deleite, con
verdadero morbo. Una naturaleza muerta
con decrépitos. Como así acaba el libro. Co-
mo así acaba la vida.
*Double Nude Portrait: the Artist and his Sec-
ond Wife 1937
http://
farm1.static.flickr.com/245/535785242_929f50
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José F. Calle
Libélula libros
Relatos autobiográficos (II: El sótano), Thomas Bernhard. Anagrama. 2009.
tiempo a mil clientes, limpiar los vidrios y
barrer el almacén, brinda un sentido de
utilidad, o sea de felicidad absoluta. Tho-
mas Bernhard era un dependiente y era
feliz porque no tenía que pensar en mucho
más.
Bernhard suele acompañar los títulos de
sus obras con un subtítulo: (El origen Una
indicación, El sobrino Wittgenstein Una
amistad…) en El sótano es precisamente lo
que uno siente al leerlo: Un alejamiento.
Por último, este libro, y sobre todo en sus
diez páginas finales, tiene algo lamentable-
mente hoy escaso:
madurez, absoluta
madurez. No sé cómo
explicarlo, no es una
explosión, tampoco
un afán… cuando
terminé de leer, con-
vencido de la menti-
ra, sólo quise bajar la
cabeza.
Tomás David Rubio C.
- Libélula Libros.
Cuenta Thomas Bernhard que cuando tra-
bajaba como reportero para el Demokratis-
ches Volksblatt, cuando había un muerto,
él, en cambio, escribía muchos, o varios, o
centenares de muertos: ―La sensatez me
ha prohibido ya hace tiempo decir y escribir
la verdad, porque con ello, sin embargo,
sólo se dice y se escribe una mentira, pero
escribir es para mí una necesidad vital, y
por esa razón escribo, aunque todo lo que
escribo no sea sin embargo más que una
mentira que se transporta a través de mí
como verdad‖. Porque El sótano, El origen,
no creo que sean, como totalidad, relatos
autobiográficos. Prefiero que se vean, que
se recomienden, como cualquier otra histo-
ria, sin esa etiqueta, ya odiosa, de autobio-
grafía.
El sótano es abandonar el instituto que ya
en El origen era un lugar devastador, y con-
vertirse en un aprendiz de comerciante en
una tienda que parece y es un sótano; una
antesala al infierno en donde cargar bultos
que pesan toneladas pero que se pueden
levantar sin problema, atender al mismo
Algo no funciona en el mercado del libro electrónico (viene de la página 1)
Página 3 Volumen 1, nº 54. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Diccionario personal
Big bang. Teoría según la cual el origen
del universo se halla en una explosión
inicial. En el siglo XX se encontró evi-
dencia de que el universo se expande, y
se supuso que esto era una confirmación
de la teoría. Esa evidencia, sin embargo,
refuta la hipótesis del big bang: lo más
seguro es que el universo esté huyendo
de nosotros.
Madre. Madre sólo hay una. El signifi-
cado completo de este aforismo sólo se
llega a conocer en una tarde fría en
algún pico nevado de los Andes, cuando
Ud. y sus amigos terminen de comerse
la última parte comestible del cadáver
de su madre que, además, es el último
cadáver.
Vida. Una fosa común.
Pablo R. Arango
La literatura subvierte el tiempo
del lector y lo traslada a una
dimensión distinta a la que
habita. Todo lector, dedicado o
no, lo habrá sentido, algunos
habrán sido más conscientes,
todos sin embargo al cerrar el
libro sentimos que volvemos a
un lugar del cual habíamos partido. Esa capa-
cidad asombrosa, mágica, incluso mística, es
la que nos emociona y puede convertirnos en
empedernidos y viciosos lectores, por eso
cuando sabemos o conocemos a alguien que
no es lector sentimos cierto grado de compa-
sión: aquel no conoce el placer de ausentarse
y probablemente tampoco el del silencio.
Imagina Petrovic que si dos personas leen el
mismo libro a la misma hora y día se encon-
traran en él, e incluso podrán conversar y
disfrutar del espacio creado. Las posibilida-
des derivadas de tal conjetura son múltiples:
el adulterio incluido. La trama es abierta pero
no compleja, Adam Lozanic un joven corrector
de estilo es encargado por una pareja de
efectuar algunas correcciones, que le serán
advertidas, en un libro ya publicado, el pago
será importante mientras que el trabajo pare-
ce aburrido. No obstante el joven Adam será
La mano de la buena fortuna. Goran Petrovic. Traduc. Dubravka Suznjevic.
Sexto Piso.
sorprendido por el extraño texto, se trata de
la descripción de un lugar, un palacio, sus
jardines, el horizonte y todo lo que lo habita,
carece sin embargo de historias y de perso-
najes. Lo fabuloso es cada que lee el libro lo
habita, es decir entra a aquel lugar, tal como
lo hacen otras personas también lectoras. El
escritor no narró una historia, creo un mun-
do para vivirlo con la mujer que amaba.
La mano de la buena fortuna es un juego de
cajas chinas, cinco historias que contenidas
unas en otras, más que confundidas o mez-
cladas, conforman un libro maravilloso. Leer-
lo ha sido un placer, recordarlo, imaginarlo,
emplear el secreto que devela, será un pla-
cer mayor.
Nota: Esta segunda edición en español viene
acompañada de un pequeño opúsculo: Méji-
co jpg., se trata de las impresiones de Petro-
vic después de su visita como escritor invita-
do a la Feria de Guadalajara. El humor y la
fina percepción del autor se hacen eviden-
tes. Entre sincretismos casi absurdos, y
colores y vitalidad desbordada, el escritor
descubre que el trópico, incluso aquel tan
septentrional, hace que los hombres crea-
mos que nada es definitivo, o que todo pue-
de serlo. (pfa)
Todos los hombres
han desaparecido de
una manera extraña
y definitiva, solo uno
pervive, uno que
precisamente quería
excluirse, vivir al
margen: solitario y
renegado, un provo-
cador inteligente e
hipocondriaco que
prefería la soledad
de las breñas, mo-
lesto por la idolatría
del mundo contemporáneo a la comunica-
ción. Su propósito había sido suicidarse en
el lago de una caverna pero se arrepintió,
cuando regresó a la superficie todos los
seres humanos se habían volatizado, lo
demás estaba intacto, o mejor inmóvil, sin
vestigio alguno de violencia, la naturaleza
seguía su marcha, pero sin hombres.
El superviviente no se extraña ni se moles-
ta, al fin y al cabo detestaba aquel mundo
absurdo y autocomplaciente. Tal vez se
trate, piensa, del fin del mundo y Dios se
ha olvidado de él, razones no faltarían:
―Los hombres han desencadenado, duran-
te treinta siglos, aproximadamente 5.000
Dissipatio humani generis. Guido Morselli. Laetoli. Traduc. Elena del Amo.
guerras. Han tenido la culpa (el hallazgo es
de Albert Camus), si no de comenzar la His-
toria, al menos de continuarla. No los con-
deno. Su culpa peor o más reciente ha sido
el Afeamiento del mundo. Se solían añadir
otras imputaciones: la Contaminación, el
Salvajismo (o, dicho con eufemismo, la
―violencia‖). La Inflación (sin eufemismo: la
peste monetaria)‖.
Las primeras horas y días de soledad son
felices, es el heredero absoluto, el vértice
final de lo humano, el fin. Su sueño de sole-
dad y autonomía ha sido alcanzado, puede
vivir y moverse a sus anchas, pensar sin ser
agobiado, moverse sin ser requerido a la
conversación.
La sensación de soledad sin embargo es
angustiosa, duele. El hombre deambula e
intenta encontrar otros seres humanos, sin
lograrlo. Está realmente solo, infinitamente
solo. Presiente que habita una dimensión
extraña pero los objetos que lo rodean, y los
vestigios del abandono –la forma como
quedaron las camas que aparentemente
ocupaban- delatan que son los demás quie-
nes han partido a otra dimensión. Se siente
abandonado en un mundo borgiano, el Apo-
calipsis tal vez. El afeamiento y la comuni-
cación habrán sido sin duda las razones de
la molestia divina, pero ¿y las de su exclu-
sión?. Reclama entonces en un estado de
alucinación ser recogido, reintegrado al
grupo, vuelto de nuevo a la especie. El
suicidio ahora es imposible: la vida como
el tiempo y como la historia quedan en
suspenso si estamos solos, quitársela
entonces es un absurdo.
Dudo que sea una metáfora. Morselli no
era un moralista. Dissipatio humani gene-
ris es la creación de un universo oblicuo y
aterrador. A nadie debe importar si esta
historia es posible o no, nadie puede sen-
tirse aquel solitario y menos un justo volá-
til. Mas vale pensar en el genio de Guido
Morselli que habiendo imaginado y escrito
este portento no lo vio publicado. Se sui-
cidó en 1973, a los 69 años, autoexcluido
del mundo literario italiano; a Calvino le
había escrito, huyendo y escondiéndose:
―Para no serle del todo desconocido: soy
emiliano, autodidacta, vivo solo sobre un
pequeño trozo de tierra donde hago de
todo, incluso el albañil…‖
―Existe algo desesperado y, al mismo tiem-
po, apacible en estas páginas‖ dijo de
ellas Calasso cuando las publicó en
Adelphi. Sin duda. Yo dosifique su lectura
cuanto pude. (pfa)
Página 4 Volumen 1, nº 54. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Uno: ―Sobre los ado-
quines yace de es-
paldas una viejeci-
ta. Una ciruela rese-
ca del árbol de la
vida‖. Dos: ―Al prin-
cipio se trataba tan
solo de una simple
amigdalitis‖. Tres:
―Era un hombre
bajito y desconten-
to. Hablaba cada
día con unas diez
personas y escribía, pongamos, unas
diecisiete cartas. Era un grano de arena
en la orilla de la existencia.‖
Se trata del comienzo de tres cuentos de
Polgar. Los cogí casi al azar, abriendo el
libro. Son evidentemente directos y apa-
rentemente simples, encierran sin em-
bargo una complejidad peligrosa: una
vieja es una ciruela reseca; la amigdalitis
es una simple enfermedad pero por ahí
comienza todo, con la visita de o al médi-
co; y un hombre descontento, como casi
todos, al fin y al cabo apenas es un grano
de arena.
Supongo que será difícil catalogar los
textos que componen el libro, nadan en-
tre el relato breve y el apunte y las notas:
literatura de café tal vez la habrá etique-
tado alguien. Su parecido con Peter Alten-
berg es evidente. La historia o idea ape-
nas esbozada habría sido un mero apunte
para otros que habrían construido un in-
menso edificio, Polgar en cambio, y Kraus
y Altenberg igual, prefería el relato conciso
y deslumbrante en el que de ser posible
se pudiera deslizar la poesía o el apunte
ensayístico.
Alfred Polgar, al igual que el incomparable
grupo de escritores que habitaron Viena
durante la primera mitad del siglo XX, con-
sideraba los cafés como su espacio vital,
e incluso llegó a opinar que "si su café
cierra, el verdadero centralista se siente
arrojado al mundo, expuesto a los acci-
dentes y anomalías de una tierra extraña.
El Café Central está ubicado en el meridia-
no de la soledad de Viena, sus habitantes
son personas cuya hostilidad hacia los
hombres es tan grande como su deseo de
estar con personas que quieren estar so-
las, pero necesitan compañía para hacer-
lo".
Si casi toda su existencia transcurría en el
café es dable imaginar que allí escribía y
que sus relatos debían tener la extensión
y ligereza propia que el ambiente y el
tiempo le permitían. El genio salva el tex-
to del mero mamarracho.
La vida en minúscula. Alfred Polgar. Traduc. Manuel Lobo. El Acantilado.
Los relatos, y aceptemos este término
para definirlos, están cargados de un
humor denso y, de nuevo, peligroso. Pol-
gar es un subversivo que debía preocu-
par a las autoridades, si es que ellas le-
ían. Sus personajes y situaciones dela-
tan la insensatez del estado –de todos
los estados-, su modorra insidiosa y per-
versa, así como la desidia y dejadez de
los ciudadanos siempre perezosos. En
estas situaciones Walter Benjamin supo
percibir una premonición: la Viena de la
primera mitad del siglo XX se venía abajo
y con ella aquel universo de cafés e inte-
lectuales que tendrían que mover sus
cuerpos como nunca lo habían imagina-
do.
―Lastima que aquel globo verde como la
hierba fuese a dar contra el canto agudo
de un marco de metal. Su alma, fundién-
dose con el todo, abandonó la piel, y con-
vertido en un miserable guiñapo arruga-
do, fue bajando por la pared hasta el
suelo‖. Puede ser un globo, o podría
haber sido la Viena que se sentía etérea y
casi eterna. El caso es que Polgar tenía
un genial olfato para percibir lo que co-
menzaba heder, y a la vez, una inmensa
capacidad para advertirlo con humor e
inteligencia. (pfa)
Ted Kooser tiene la
convicción de que
la vida es incontro-
lable: ―…ni aún en
un mundo tan abre-
viado hecho sólo de
pequeños aconteci-
mientos podría una
persona controlar
esta vida‖; las pre-
tensiones del hom-
bre que sale tem-
prano en la mañana
convencido de su
papel y su importancia son ajenas al
poeta laureado de Iowa, los grandes
acontecimientos, incluso el conocimiento
minucioso, práctico y productivo de los
asuntos le parece presuntuoso, queda
entonces el goce minucioso y delicado
de lo que nos rodea y el permanente
asombro frente a lo aparentemente pe-
queño o insignificante: las cosas de la
casa que nos hacen amable nuestra es-
tadía o las personas sencillas que muy a
Delicias y sombras. Ted kooser. Traduc Hilario Barrero. Pre-textos. 2009.
su pesar resumen el universo entero. Por
eso la acción más importante del hombre
de negocios se lleva a cabo tal vez apenas
comienza el día: ―sus manos revolotean
como pájaros,/ cada una con una cinta de
seda/ para construir su nido,/ mientras él,
de pie frente al espejo,/ vistiéndose para
ir al trabajo, se saludaba/ a sí mismo con
ambas manos‖. Y saldrá con un nido en el
cuello.
Algunos versos de Kooser subvierten con
fortuna las formas y combinan sensacio-
nes: ―…este café vietnamita, con su luz
aceitosa,/ sus olores en forma de flor…‖, o
―cuan pesada es su belleza‖, mientras
que otros poemas tienen una fuerza na-
rrativa que les permite asemejarse, sin
vergüenza, a pequeños cuentos, directos,
sencillos y muy personales. Algunos críti-
cos lo han comparado con Chejov.
No es vano el título de este poemario, deli-
cias y sombras son palabras que definen
bien lo que quiere Kosser: aquellas deli-
cias que nos provocan un placer intenso
del animo (dice el RAE) y las sombras,
nuestras y de todo, aquellas del amane-
cer o del atardecer cuando la contunden-
cia de los objetos y de nuestras sensacio-
nes esta rota por sus propias oscuras
prolongaciones.
Es el asombro sin embargo lo que mejor
precisa o circunscribe los poemas de
Kooser, el que provoca una vajilla azul, o
el cielo estrellado convertido en ―la tensa
pared de las tinieblas‖ o en ―la suave
lluvia del pasado distante‖, y el que gene-
ran los extraños e inexplicables prodigios
de la naturaleza como aquel de ―la pe-
queña mariposa nocturna que vive de
lágrimas‖.
Poemas para la espera, cualquiera que
ella sea: el paso del tiempo, la hora defi-
nitiva, la resolución o respuesta de algu-
na persona; una espera en la que ―no hay
inquietud ni impaciencia / ni rabia a la
vista‖. Ojala todos tuviéramos la fortaleza
para esperar como algunos esperan en la
sala de oncología, o como los viejos de
estos poemas que ya han comprendido la
inutilidad de buscar algo nuevo. (pfa)
Página 5 Volumen 1, nº 54. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
―el escritor recela
de los sentimien-
tos que no se
prestan a ser pu-
blicados. Él espe-
ra entonces su
ironía. Supedita
sus percepciones
a la cuestión de si
son dignas de ser
escritas y vive de
mal grado lo que
no puede en abso-
luto poner en palabras. Esta enferme-
dad profesional del escritor convierte a
algunos en bebedores‖, escribe Max
Frisch en Montauk, novela corta en la
que se confunden tiempos, personas,
realidad y ficción. La vida es así, al me-
nos la de un escritor o la de un apasio-
nado por la literatura, nadie puede espe-
rar cosa distinta, mucho menos quienes
lo rodean. ―…La literatura conserva el
momento, para eso existe…‖. El escritor
teme al olvido, lo que no pueda volver
literatura, o no existe o no vale la pena
que exista. Sin ella o la posibilidad de
estar dentro de ella el universo se desor-
dena, no es que caiga en un caos que al
fin y al cabo es su estado natural, sino
que es imposible habitarlo.
Montauk es el relato del amor de un es-
critor viejo y una joven que intenta prime-
ro entrevistarlo y luego cautivarlo. A él
no le extraña. Le agrada esta curiosa
situación. La vive en cámara lenta como
si fuera copiándolo todo, grabándolo,
volviéndolo literatura, o mejor, com-
probándolo literatura.
―Amagannsett se llama, pues, la peque-
ña localidad donde ayer decidió relatar
este fin de semana: de manera autobio-
gráfica, sí autobiográfica. Sin inventar
personajes; sin inventar acontecimientos
que fueran más ejemplares que su reali-
dad; sin desviarse con invenciones. Sin
justificar su escritura en virtud del com-
promiso frente a la sociedad; sin mensa-
je. No tiene ninguno y, sin embargo, vive.
Él solo quiere contar (con todo respeto
―Montauk‖. Max Frisch. Laetoli. Traductor Fernando Aramburu.
hacia las personas que cita por su nom-
bre): su vida‖. Primera y tercera persona
se confunden, como es natural.
―…No vivo con mi propia historia, sólo
con las partes que pude transformar en
literatura…‖ concluye. Genial. Y recuerda
o inventa, que importa: ―un nobel
francés solicita papel y pluma por el tra-
yecto hacia la guillotina a fin de anotar
algo, y le son proporcionados. La nota
podría, claro está, ser destruida en caso
de que estuviera dirigida a alguien. No
es así. La nota es pura y simplemente
para él mismo: pro memoria‖.
La obra de Fisch parece ser tan diversa y
profusa como su vida, no obstante en
español han sido pocas las obras que se
han publicado y lo han hecho con curio-
sas intermitencias. Durrenmatt, su com-
pañero generacional e incluso gremial,
ha tenido probablemente mayor divulga-
ción, por eso es necesario agradecer a
la editorial Laetoli la publicación de este
libro, y el encargo expreso formulado a
Fernando Aramburu de su traducción.
(pfa)
¿Qué es lo que re-
cordamos o por
qué?, ¿qué hace
que sin motivación
alguna ciertos asun-
tos vuelvan a nues-
tra mente, algunos
con mayor nitidez
otros en cambio
velados?. ¿Por que
algún tiempo des-
pués lo que ahora
es claro se torna
oscuro y nebuloso
mientras que lo olvidado diáfano?,
¿dónde se ubican la memoria o los recuer-
dos?. Felisberto Hernandez, el escritor
uruguayo, propuso un lugar que llevamos
dentro: ―la tierra de la memoria‖ la llamó,
y como en todo territorio, predomina el
polvo que se posa y se levanta a su antojo.
Kocourek, un personaje en El rey de las
Dos Sicilias dice mientras camina junta a
Emil: ―estoy pensando si mañana, pasado
o dentro de unos días, cuando quizás la
guerra nos haya borrado todas las otras
impresiones, este momento preciso en
que caminamos así los tres, sin razón, sin
fin, pensando vagamente sobre lo que
pasó aquí ayer, sobre el supuesto crimen,
El rey de las Dos Sicilias. Andrzej Kusniewicz. Traduc. Bozena Zaboklicka. Anagrama -Otra vuelta de tuerca-. 2009.
si este instante no será el que quede más
profundamente grabado en nuestra memo-
ria... ¿Por qué? No sé. Pero esto pasa con
esta estúpida cosa que es la memoria
humana‖.
La historia, esa disciplina que narra con
rigor los hechos que son aparentemente
trascendentes, se equivoca. O mejor, es
algo irreal y absurdo que por conveniencia
y cierta necesidad de orden aceptamos y
aguantamos. La historia escoge lo supues-
tamente importante, los asuntos, las co-
sas, los momentos que requiere su afán
organizador. La literatura no, ella reconoce
la precariedad de contar o narrar el pasa-
do, reconoce la trascendencia de lo peque-
ño , breve e insignificante: ―...todo cuenta,
todo es en un momento dado excesiva-
mente importante para alguien, así que no
se puede omitir ni menospreciar nada‖,
dice el narrador (¿que novelista no ha pen-
sado igual?).
El asesinato del Archiduque Francisco Fer-
nando en Sarajevo definió el destino de
pueblos y naciones, a pesar del suceso, la
vida de los ciudadanos seguía inatajable
su marcha, tal como lo hicieron los senti-
mientos de Emil, el joven miembro del des-
tacamento cuyo nombre sirve al título de la
novela. Turbado y perdido gracias al amor
y a la particular e insoslayable influencia
que Elisabeth su hermana ejercía sobre él.
Sentimientos aquellos que condenan a
Emil convirtiéndolo en el insensible asesi-
no de una joven y hermosa gitana, tan
salvaje e inculta como aquel refinado y
delicado.
Señalar la maestría de Kusniewicz para
advertir el barroquismo de una época ex-
traviada a medio camino entre un siglo y
otro, es advertir de manera parca las virtu-
des de una novela magistral, debe
además señalarse el formidable juego que
el narrador plantea al lector a quien invita
a entrar y salir de la historia; nada más
comenzando señala que por preciso que
sea el narrador, esta y toda historia, po-
dría comenzar por muchas puntas, una
por supuesto la más formal, otra u otras
que interesan más, nacen en lo particular,
en lo aparentemente intrascendente.
Esta novela es genial y merece, como se
lo han otorgado, lugar privilegiado en la
literatura del siglo XX. Su autor, un escritor
polaco tardío nacido en Galitzia, es ahora
con razón canónico, su reimpresión es
más que merecida y enaltece la curiosa y
heterodoxa nueva colección Otra vuelta de
tuerca de Anagrama. (pfa)
Página 6 Volumen 1, nº 54. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.
Cierta inquietud por com-
prender mejor el mundo
editorial me mueve a la
lectura de todo libro escri-
to por editor o librero,
presiento que me ente-
raré de ciertos secretos
que luego me permitirán
comprender mejor un
ambiente que sigue pare-
ciéndome a pesar de ta-
les lecturas enrarecido y afectado. Una acti-
vidad a medio camino entre el romanticis-
mo, el optimismo y el negocio. Las variables
podrían ser más, pero estas tres bastan
para hacer del asunto un puerco espín. Pero
insisto, como insisten los escritores en in-
tentar comprender, así que me di a la lectu-
ra de El optimismo de la voluntad de Jorge
Herralde y de Una educación política de
André Schiffrin. La de Schiffrin, editor cele-
bre y mítico, fue publicada por Península, la
de Herralde por el Fondo de Cultura Econó-
mica. No son comparables, no van por el
mismo camino. La crónica de Schiffrin es un
relato autobiográfico en el que recuerda la
historia de su padre y la fundación de la
Pleiade y el apropiamiento de la colección
por parte de Gallimard. El libro de Herralde
en cambio es, tal como ya nos tiene acos-
tumbrados, una recopilación de textos ya
publicados: conferencias, reseñas, discur-
sos, presentaciones de libros, y algunos
textos escritos de manera expresa para el
caso, como ―una especie de patchwork‖ los
define él mismo. Schiffrin tiene un evidente
afán narrativo, Herralde parece en cambio el
jefe de una tropa que después de guiarla
decide hacer un alto en el camino y contar
ciertas anécdotas, que si bien tienen valor
histórico, están afectadas por un elevado
grado de autocomplacencia.
No obstante Schiffrin y Herralde tienen dos
importantes puntos de encuentro: las ideas
políticas que defienden y el ejercicio editorial
independiente. Ambos de izquierda aunque
Schiffrin ha hecho de la política una actividad
más cotidiana, Herralde en cambio parece
haber menguado sus intereses una vez
quedó atrás el arrebato y el encanto de ―la
movida‖, caído Franco. La independencia
editorial es en los dos una característica defi-
nitiva. Anagrama ha sido y será un sello
autónomo que se rige tan solo por los inter-
eses de su propietario y editor, que incluso
por momentos puede parecernos caprichoso.
Schiffrin es sin duda uno de los grandes refe-
rentes de la edición independiente en los
Estados Unidos, primero desde Pantheon,
luego desde New Press, editorial que fundó
después de que Random House hubiese sido
adquirida por uno de los grandes grupos edi-
toriales que aglutinan la gran mayoría de las
ediciones en el mundo.
La independencia de estos dos grandes edito-
res es sin duda su más grande e importante
enseñanza, la una tal vez más catalanamente
gozosa que la otra, aquella quizás pulida por
Sobre las crónicas de dos editores
la huida, las deslealtades o el ejercicio a
cotracorriente de un oficio asediado por el
afán mercantil, un afán que impide a sus
dueños, percibir donde deben entrar y don-
de es inútil que lo hagan, pues solo provo-
carán trastornos y malestares, quiéranlo
entender o no el mundo del libro nunca
podrá entregar las ganancias que hallaran
en otros mercados.
―Sé con toda seguridad, por mi propia expe-
riencia reciente y por la de mis colegas, que
se lleva una vida muchísimo mejor y más
feliz fuera de la ballena que dentro‖, escribe
Schiffrin, lo que sin duda habrá percibido
también Herralde, quien por demás define
magistralmente su consigna: ―la labor de un
editor literario no consiste en vender produc-
tos sino en descubrir a los mejores escrito-
res de su tiempo y editar libros de la forma
más cuidada y exigente posible. Con la espe-
ranza y la obstinación infatigables de con-
vencer a los lectores de que también para
ellos serán libros necesa-
rios‖.
Tanto lo que sabe Schif-
frin como lo que propug-
na Herralde aplican a los
libreros. Este último ad-
vierte de manera recu-
rrente la cercanía entre
los dos oficios y siente
como natural la confu-
sión de las fronteras que
puedan dividirlos. (pfa)
El 2009 fue un año lleno
de películas y de libros,
gozo de ambos. El solo
acto de ir a cine, a pesar
de que la película no
tenga mucha acogida
entre las personas que
creen tener conocimiento
de este arte, es una de
las mejores formas de
pasar una noche tranqui-
la. Otra forma de pasar el
tiempo sin prisa, en silencio o mientras se
espera que las manecillas del reloj corran sin
que nadie las alcancen, es leer, ambas co-
sas son placeres para personas tranquilas
que no requieren de grandes montajes para
disfrutar del paso del tiempo.
Este año no solo estuvo invadido de eventos
independientes, de libros y de películas sino
de adaptaciones de libros al cine. Por tal
motivo hice el ejercicio de leer tres libros y
ver las adaptaciones de los mismos, el pri-
mero fue: ¿Quiere ser millonario? de Vikras
Swarup, el libro fue mutilado vilmente por la
intención de ser un producto más occidental,
Cine y literatura
mas comercial, si bien el foco del libro es el
mismo de la película, la eterna lucha entre las
coincidencias humanas y la razón bajo el
telón de fondo de un juego mundialmente
conocido, la película se queda corta frente a
la bella narración traducida para Anagrama
por Damian Alou, el libro nos muestra además
apartes más interesantes de la India que lo
que muestra la película, por tanto, creo que
se debería leer mas el libro de lo que se vio la
película, así hubiere sido esta la razón de ser
de que muchas personas conocieran el prime-
ro, yo tuve la suerte de comprar el libro en
una de esas promociones increíbles de Ana-
grama mucho antes de que se hiciera famo-
so.
El segundo fue El lector de Bernhard Schlink,
una historia romántica, absolutamente trans-
parente, de la Alemania que había sido re-
cientemente golpeada por el holocausto nazi,
lo cual fue muy aprovechado por las personas
que realizaron la adaptación, solo faltó que
no tuviera olor a cine sino a papel, que es
como a madera con alcohol, para que se con-
fundiera el uno con el otro, el director de la
película, Stephen Daldry logro recrear las
imágenes que me había creado mientras leía
el libro.
Finalmente esta El extraño caso de Benjamin
Button, la película sin lugar a dudas fue mu-
cho mejor que el libro, un poco porque la
protagonista es bellísima otro tanto porque la
idea se presta para hacer imágenes increí-
bles y narrar esta historia de forma impeca-
ble, en esta ocasión el ejercicio fue al contra-
rio vi primero la película, creo que eso se
prestó para que en mi mente tuvieran mayor
vigencia las imágenes de la película que las
imágenes que Fitzgerald narró.
Todo lo anterior es apenas una opinión mani-
festada desde el placer que me generan
cada una de las historias narradas con letras
o con imágenes. Me atrevo por tanto invitar a
los lectores a que se animen a escribir en
este Boletín a que nos cuenten su opinión de
la relación cine y literatura o de la película
que fue mejor narrada que el libro o vicever-
sa, la idea es simplemente conversar acerca
de esta relación tal vez ya roída o cansada,
que a tantos nos apasiona y que tanta tela
tiene aún para cortar.
Humberto Posada C.—Libélula libros