Desigualdad y Conflicto Social en España durante los últimos 30 años
Pablo Pacheco Ferrer – Doctorando en Derecho y Sociedad por la Universidad de Madrid a Distancia (UDIMA) Congreso Español de Sociología 2016: Desigualdad y Estratificación Social –
ABSTRACT ¿Existe una relación entre la desigualdad de ingresos y el conflicto social en los últimos
treinta años en España?
Esta investigación aborda esta relación y se propone esclarecer y aportar una nueva
perspectiva a un tema de creciente importancia tanto académica, como política e
informativa.
Se trata de un análisis relacional entre la desigualdad de ingresos (medida por el
coeficiente GINI o por los percentiles de acumulación de ingreso) y el conflicto social
(en este caso medido en tanto que número de manifestaciones y número de huelgas).
Para ser llevado a cabo, la investigación hace uso de un modelo econométrico basado en
la técnica de regresiones lineales que permitan sustentar estadísticamente la existencia
de tales relaciones entre las variables.
Así, los primeros resultados del trabajo empírico parecen refutar que un incremento en
el coeficiente GINI o en el porcentaje de ingresos detentado por el 1% (o 0.1% o 0.01%)
de la población, se traduzca en una subida del número de manifestaciones o huelgas.
Un análisis muy preliminar invita a pensar que las divergencias de ingresos (en base al
coeficiente GINI y también al porcentaje de ingresos del 1%, 0.1% y 0.01% de la
población sobre el total de ingresos) entre los distintos grupos económicos no tienen un
efecto estadístico reseñable sobre la conflictividad social.
Estos primeros resultados parecen dirigir la investigación hacia la posibilidad de la
existencia de un paso intermedio entre ambas variables; paso que sería el
desencadenante del conflicto, y que el modelo econométrico no está reflejando.
En definitiva, se trataría de un paso que provocaría (como variada literatura teórica ha
argumentado) que un conflicto que está en estado “latente”, termine por cristalizar y
desarrollarse.
Palabras clave: Conflicto Social, Desigualdad, GINI, Movimientos Sociales, Acción
colectiva.
Esta investigación busca indagar y explorar la posible existencia de una relación entre la
desigualdad y el conflicto social en España, desde el fin de la Transición hasta el día de
hoy.
Para ello, en un primer momento se procederá a realizar un análisis sobre qué es el
conflicto social, sus raíces, las diferentes explicaciones teóricas, sus formas y
expresiones, para poder así encuadrar el concepto dentro de un marco teórico desde el
que trabajar.
Más tarde, siguiendo con la misma forma de actuar, se buscará desgranar el concepto de
desigualdad, entender su origen, las diferentes interpretaciones del mismo a lo largo de
la historia, llegando por último a establecer una tipología sobre la desigualdad.
En un tercer instante se realizará una recapitulación de la literatura empírica
contemporánea sobre el tema y las conclusiones a las que han llegado los diferentes
autores.
Por lo tanto, el recorrido por los orígenes, explicaciones y relaciones entre conflicto
social y desigualdad ha de posibilitar el razonamiento y la posterior puesta en marcha de
una investigación empírica que permita determinar si existe una relación entre ambos
conceptos.
Orígenes, causas y expresiones del conflicto social ¿Qué es el conflicto social? ¿De dónde surge? ¿Cuáles son sus causas? ¿De qué forma
se expresa y se materializa?
La primera, inspirada en J.J.Rousseau y la idea de Contrato Social, muestra una
sociedad en la que la armonía es el rasgo preponderante, en la cual sus diferentes
componentes se integran gracias al consenso.
El conflicto social sería, por lo tanto, un “error”, un “residuo” dentro del consenso que
domina las relaciones sociales.
La segunda, derivada del pensamiento de T.Hobbes, describe una sociedad en discordia
permanente en la que solo la coacción permite sintetizar los distintos planteamientos.
Esta concepción, conflictualista, asume que la sociedad está en constante cambio, se
compone de elementos antitéticos y necesita de coacción para regular los conflictos.
Aquí, el conflicto social sería inherente a la sociedad y además funcionaría como el
motor del cambio social que permite integrar las diferentes visiones.
Puede sorprender el uso de dos filósofos a la hora de pretender entender el origen del
conflicto social. Pero ambos tratan una temática de lo social que se encuadra dentro de
uno de los cinco grandes temas que Nisbert (1966) califica de “ideas-elemento” de la
sociología: la comunidad.
Tras centrar las dos definiciones antagónicas del conflicto social, el siguiente paso es
conocer las respuestas aportadas por las diferentes concepciones del conflicto social.
La visión funcionalista aporta diferentes respuestas con más o menos matices en
función del autor. Así, según Mayo los conflictos proceden de causas meta-sociales,
dicho de otro modo, individual patológicas. Aceptando que la visión de Mayo se
quedaba escasa para explicar la realidad social, Merton (1976), intenta crear un nuevo
paradigma que permita explicarla. Así, en el funcionalismo relativista del autor, el
conflicto social tiene su origen en una disfunción social que impide a la sociedad
continuar con su correcto funcionamiento. Pero esa disfunción social puede ser dividida
entre funciones manifiestas y funciones latentes. Es decir, en ciertos momentos, las
estructuras sociales no cumplen con los fines que les presuponía y sí que sirven para
otros fines (funciones latentes).
Por otro lado, en el origen de las teorías conflictualistas están las ideas de Marx y
Engels. Para los autores, el conflicto social es inherente a toda sociedad. Y esa tensión
social tiene dos orígenes: la actitud de las clases antagónicas y la interacción entre
fuerzas productivas y sus relaciones de producción. Es decir, el conflicto social se
derivaría de la estructura de la sociedad, de cómo se establecen las relaciones sociales
de producción entre los poseedores del capital y los trabajadores.
Si bien hay que matizar que dentro del Marxismo, autores como Gramsci (2011), han
movido el centro de gravedad del análisis del conflicto, centrándolo en el
mantenimiento de relaciones de dominación política y económica (hegemonía en
terminología de Gramsci) que depende también del mantenimiento de una hegemonía
cultural e ideológica1.
1 Althusser. L (1970). Ideology and Ideological State Apparatuses. Lenin and Philosophy and Other Essays. Monthly Review Press 1971.
Del mismo modo, los trabajos del nuevo marxismo inglés, como el realizado por
E.P.Thompson (1963) sobre la formación de la clase obrera en Inglaterra, inciden en
esta línea, al demostrar que lo cultural ocupa una posición central en el comportamiento
de todo grupo rebelde.
Una evolución de estas teorías, la ofrece Ralf Darhendorf (1974), quién coincide con los
autores precedentes en que los conflictos sociales son indispensables (e inevitables,
debido al desigual reparto del poder) como factor del proceso universal del cambio
social. Es decir, los conflictos sociales mantienen y fomentan la evolución de las
sociedades en sus partes y su conjunto. Pero el autor, en vez de centrar su análisis en la
unidad básica “clase social”, amplía el marco y habla de “grupo social”. De este modo
consigue expander el análisis, al no centrarse exclusivamente en el aspecto
socioeconómico.
Por último, dentro de la vertiente conflictualista, la realidad actual parece que desmiente
la existencia de una clase social como el proletariado en la que se amparaban pretéritos
análisis.
La evolución económica que ha llevado a muchos de los componentes de lo que se
consideraba proletariado a situarse en una buena posición económica, así como la
terciarización de la economía, han vaciado de contenido el concepto. Se imponía por lo
tanto una revisión del concepto de proletario. Este trabajo ha sido llevado a cabo, entre
otros, por Standing (2013, 2014), quien ha acuñado el término “precariado” y ha
definido la precarización como la pérdida de control sobre el propio tiempo y sobre el
uso y desarrollo de las capacidades propias. El precariado, según el autor, tiene
características de clase, que se expresan en tres rasgos de clase: relaciones de
producción (trabajo inestable), relaciones de distribución específicas (solo beneficios
monetarios) y unas relaciones también específicas con el Estado (menos derechos
civiles, culturales, políticos, sociales, etc). Y son estas tres relaciones las que ayudan a
crear en esos individuos una conciencia propia de pérdida y de relativa privación.
Finalmente, al autor hace una división de esta nueva realidad social en base a tres
grupos: atávicos, nostálgicos y progresivos. Estos últimos son individuos a los que se
les prometió que si estudiaban y se esforzaban conseguirían mejorar su nivel de vida,
pero que ahora, altamente cualificados, no ven colmadas sus expectativas. Esto les lleva
a sentir una sensación de privación relativa y de frustración de estatus. Debido a ello son
el grupo con mucho potencial de crecimiento y de influencia.
Existen además otras corrientes intelectuales que buscaron dar soluciones teóricas a la
realidad social de los años 70 en adelante.
Una de las más influyentes fue “la teoría de la elección racional”, de la que el
exponente más conocido sea seguramente Mancur Olson.
Tomando como base el análisis de los grupos económicos de los EE.UU. (sindicatos,
empresarios, organizaciones colectivas, partidos políticos,…), y dentro de ellos el
individuo, Olson argumenta que un individuo solo se sumará a un movimiento colectivo
en el caso de que, tras un cálculo de los costes/beneficios, este resultado le resultara
favorable. Esta teoría permitió un nuevo enfoque del conflicto social, además de aportar
algo de luz durante los años 80 a las preguntas clave del momento, sobre la situación
novedosa de alta inflación y alto desempleo (estagflación).
Otra de las teorías, que venía a cubrir un hueco epistemológico en la teoría del conflicto
social, y cuyos rasgos podrían encontrarse ya en Marx, es la de la “privación relativa”.
La esencia de la teoría se podría resumir en que el conflicto no estalla cuando se
produce una situación objetiva de injusticia, sino cuando, subjetivamente se percibe
como tal. Dicho de otro modo, el conflicto nace cuando un grupo social ve que las
expectativas que esperaba cumplir, se ven completamente descartadas por la realidad.
Gurr (1970), uno de los más firmes impulsores y defensores de esta teoría, definió la
privación relativa "la discrepancia percibida entre las expectativas de valor y sus
posibilidades”2. Desarrollando la argumentación, Tejerina (1991) arguye que una
situación de conflicto cristaliza cuándo los actores sociales toman conciencia
(percepción de uso objetivo de ciertas prerrogativas) de una determinada explicación de
la situación a la cual van adaptándose y en la que tienen unos intereses objetivos.
El concepto de privación relativa fue desarrollado en los años 70 por varios autores3,
dotándolo de una clasificación en tres apartados que permite entrar más en detalle en las
causas del conflicto: privación de aspiraciones, privación por decrecimiento, privación
progresiva.
2 Gurr, T. (1970). Why men rebel. London. Ed. Routledge 3 Gurr, T. (1970). Why men rebel. London. Ed. Routledge
Por último, buscando superar las limitaciones de las teorías presentadas en líneas
anteriores (sobre todo las impuestas por las teorías de la “privación relativa” y la
“elección racional”), Charles Tilly presenta una alternativa centrada en el análisis de los
recursos y oportunidades de la acción colectiva permite (sin hacer hincapié en la lucha
de clases, pero usando herramientas marxistas) entender el conflicto siempre como
realidad política y a partir de un modelo de movilización colectiva (intereses,
organización, movilización) y oportunidades políticas.
Por lo tanto, se observa que el modelo de movilización de Tilly (1978) se conforma de
los intereses, la organización (categorías, redes, catnet), la movilización (procesos,
grupos, participantes activos, recursos) y la acción colectiva.
A estos cuatro componentes, se le añade el de oportunidad, que Tilly (1978) describe
como la relación que existe entre los intereses de la población y el estado del mundo
real. Es decir, el concepto de oportunidad se refiere a la comparación entre la
percepción subjetiva de población y la realidad objetiva que impera en el mundo.
Este nuevo concepto completa el modelo, al limitar las posibles ganancias que
derivarían de emprender acciones colectivas en caso de no darse condiciones oportunas.
Por otro lado, definiendo la acción colectiva como toda acción conjunta en persecución
de bienes comunes, un movimiento social se pondrá en marcha cuando perciba que tiene
frente a sí una oportunidad política. Es decir, el nacimiento y puesta en marcha de un
movimiento está influido por las muestras de debilidad que pueda llegar a mostrar las
instituciones de poder, o por lo favorable que se muestren éstas a las demandas del
movimiento. Se trataría por lo tanto de un proceso racional en el que se buscará
emprender una acción colectiva siempre que la percepción y el análisis de las
condiciones objetivas sean favorables. Además, en todo este proceso será vital la
capacidad que tenga el grupo para movilizar los recursos necesarios en la consecución
de su objetivo. Sin esa capacidad de movilización de los recursos, las movilizaciones
tendentes a respaldar y afianzar esa acción conjunta están condenadas al fracaso.
Además Tilly4, influido por sus orígenes estructuralistas y la escuela de los “annales”
francesa, prestó una especial atención a qué factores propician una modificación de los
parámetros en los que opera el modelo presentado más arriba. Y sus estudios le
llevaron a concluir que los grandes cambios en la estructura que se han dado a lo largo
de la historia, han sido impulsados por el desarrollo del capitalismo y de la construcción
4 Máiz, Ramón. (2009). Las dos lógicas de la explicación en la obra de Charles Tilly: Estados y repertorios de protesta. A proposito de Tilly. p.51. Madrid. Ed.CIS
del Estado (estos factores asimismo interrelacionados entre sí, si bien, el tema escapa de
la investigación). Y éstos a su vez, modifican los intereses, las oportunidades, la
organización de los grupos populares. Y todo ello termina por fomentar, de forma
evidente, las formas de lucha, el repertorio de lucha, que los diferentes grupos sociales
usan para llevar a cabo sus reivindicaciones.
Así, se podría concluir que un conflicto social es un proceso, en el que interaccionan de
forma contenciosa, grupos sociales con intereses divergentes y con niveles dispares de
movilización y organización, que se traducen en variedad de acciones (repertorios5) y
tiene por objetivo revertir, mantener o mejorar una situación socioeconómica dada.
Una vez hecho un sintético recorrido por los orígenes del conflicto, sus causas y las
diferentes teorías que buscan interpretarlo, es momento de intentar mostrar qué
expresiones tiene el conflicto social, de qué forma se manifiesta.
Expresiones, manifestaciones del conflicto social Teniendo en cuenta la definición aportada más arriba y entendiendo el conflicto social
como un proceso, una primera pregunta a responder sería: ¿de qué forma se materializa
un conflicto social y cómo se manifiesta?
Para poder responder a estas preguntas, sería necesario volver a uno de los conceptos
citados en el primer apartado: la acción colectiva. Se define ésta (usando la terminología
de Tilly) como toda acción conjunta en persecución de bienes comunes. Se infiere de
ambas definiciones que es mediante el uso de acciones colectivas como se puede llegar
a conseguir presionar a favor de cambiar (hacia un lado u otro) la realidad
socioeconómica. Dicho de otro modo, las partes opuestas en un proceso de conflicto
social, buscando conseguir sus objetivos, se valdrán de diferentes acciones colectivas
para lograrlos. Por lo tanto, el proceso de conflicto social consigue su objetivo de hacer
evolucionar el status quo socioeconómico mediante el uso de acciones colectivas.
5 Entiendo siempre “repertorio” tal y como lo definió Tilly (1986), como un conjunto más o menos
establecido de medios alternativos de acción común a partir de intereses comunes.
Una vez argumentada la relación entre ambos conceptos, parecería necesario saber
quiénes o mediante qué vehículos u organizaciones se llevan a cabo tales acciones
colectivas.
Y para poder responder, es necesario centrar la mirada en los movimientos sociales.
Serían ellos el nexo de unión entre el conflicto social y el repertorio de acción colectiva.
Lo primero a reseñar sobre los movimientos sociales es que se trata de fenómenos
políticos. Más exactamente Tilly y Wood (2009) los califican de “contienda política”.
Contienda debido a que plantean un catálogo de peticiones que, si se llevasen a cabo,
modificarían las vidas de otras personas (intereses contrapuestos igual a contienda). Y
político, porque, en cualquier caso, los gobiernos están o bien como autores de la
reivindicación o como objetos de la misma.
Así, Tilly (1986) y Tarrow (1994) argumentan que los movimientos sociales
emergieron en respuesta al nacimiento del estado moderno. Y éste, estaba claramente
asociado a un cambio significativo en el lugar y la naturaleza de las acciones colectivas.
Se trata de una relación entre movimientos sociales, acciones colectivas y surgimiento
del estado moderno; siendo este último hecho, el que produjo las condiciones para la
aparición de movimientos sociales, cuyo repertorio de acciones colectivas evolucionó,
adaptándose a las condiciones objetivas de cada instante histórico.
En la misma línea, McAdam y Marks (1996) indican que los movimientos sociales
emergen y se desarrollan como respuesta a los cambios que hacen a los sistemas
políticos institucionalizados cada vez más vulnerables o receptivos los retos o desafíos.
Dicho de otro modo, y en palabras de Tilly:”el auge y caída de los movimientos sociales
marca la expansión y la contracción de las oportunidades democráticas”6.
Además, es importante reseñar el carácter histórico de los movimientos sociales, como
del repertorio de acción colectiva. Esto es debido a que son dinámicos, evolucionan, han
cambiado durante el transcurso de la historia, y se redefinen, como indica González
Calleja (2009) a partir de la transformación de la praxis reivindicativa.
Por lo tanto, parece claro que los movimientos sociales son catalogables de fenómenos
políticos y también históricos, y que tanto su repertorio, como sus reivindicaciones,
responden al tipo de régimen político (entendiendo éste como un conjunto de relaciones
6 Tilly, C., Wood, L. (2009). Los movimientos sociales 1768-2008, p.21. Barcelona. Ed. Crítica.
entre un gobierno y las personas sujetas a la jurisdicción del mismo7) en el que
desarrollan su actividad. Todo lo cual obliga a pensar en la relación que pueda existir
entre estos movimientos y los distintos regímenes políticos, ya que a cada uno, le
corresponderá un determinado repertorio.
Lo que se quiere explicitar es que, en función del régimen político se darán diferentes
tipos de movimientos sociales que defenderán sus intereses con repertorios que también
variarán dependiendo de las características del régimen.
Así, en primer lugar, los conceptos de movimiento social y de régimen político van
indisolublemente ligados. Y a través de esta relación también existirá una que conecte el
régimen político y los repertorios de acciones colectivas.
De este modo, Tilly y Wood (2009) proponen una clasificación para la cual a cada
estado de democratización le correspondería un estado de desarrollo de los movimientos
sociales.
En una primera etapa de democratización escasa o inexistente, éstos no existirían.
Más adelante, en un contexto de democratización incipiente, empiezan a darse ciertas
campañas, con repertorios parcialmente similares a los de los movimientos sociales,
pero sin una estructura definida.
En el siguiente estado, definido como de más democratización, los movimientos
sociales se alían a otros sectores, pero quedando aún muchos grupos fuera del proceso.
La evolución democrática alcanza un estado de democratización extensiva que se
traduce en una disponibilidad generalizada de programas, repertorios, y demostraciones
del movimiento social.
Y por último, una democratización internacional incipiente se materializa en que las
reivindicaciones del movimiento social traspasan las fronteras nacionales y se
internacionalizan.
Una vez se han fijado las relaciones que unen a los conceptos de conflicto social, acción
colectiva y movimientos sociales, y teniendo en cuenta el ámbito geográfico y temporal
de la investigación, es el momento de centrar la mirada en los movimientos sociales y
en sus repertorios en España una vez recuperada la democracia.
7 Tilly, C., Wood, L. (2009). Los movimientos sociales 1768-2008- p. 248. Barcelona. Ed. Crítica.
Siguiendo esta línea, habría que averiguar qué movimientos sociales han actuado en
España en los últimos 35 años y preguntarse por los intereses que defendían y por su
repertorio de acciones colectivas.
Apoyándose en la clasificación propuesta por Tilly en la que a cada contexto de
democracia le correspondería un estado de la evolución de los movimientos sociales, el
objetivo es interpretar la evolución de los movimientos sociales en España en función
de los cambios acaecidos en el régimen político español.
Así, durante los años 60, principios de los 70, aún dentro de una dictadura como la
franquista (que se definiría como una etapa de democratización incipiente usando la
terminología anterior de Tilly), existía un cierto desarrollo de la sociedad civil (Pérez-
Díaz 1999) que se tradujo en ciertas acciones llevadas a cabo por asociaciones, de entre
las que destacaron claramente las vecinales. Durante aquellos años también aparecieron
incipientes movimientos que defendían las luchas sociales que eran típicas del
momento: el feminismo, el pacifismo o el ecologismo. Si bien, mientras duró la
dictadura, estos movimientos tenían vertiente social, pero también, y sobre todo, política
al inscribirse todos ellos dentro de una lucha contra el franquismo.
La vanguardia de la lucha política, económica y social durante aquellos años, y
primeros tras las muerte de Franco, y en un contexto de crisis económica global, estaba
en el sindicalismo (Alonso 1993). Dicho de otro modo, los conflicto laborales,
asociados al movimiento obrero solían terminar en conflictos políticos, en los que no se
podían separar las demandas sociales y económicas de las políticas dentro de un
contexto de oposición al franquismo. Y el repertorio de movimiento estuvo compuesto,
principalmente por huelgas y manifestaciones (Sampere 2012). Los lugares de trabajo,
así como las calles fueron las localizaciones donde se plantó cara al régimen. Y éste,
consciente de la fortaleza del movimiento obrero, puso en marcha todo el arsenal de
medidas represivas y de coacción con las que contaba: cargas policiales, detenciones
sumarias, condenas a muerte… Un ejemplo de todo ello, como indica Casquete (2009)
fue la represión brutal del 3 de Marzo de 1976 en Vitoria, en la Iglesia de San
Francisco, dónde se refugiaron manifestantes obreros y que tras la entrada de la Policía
murieron cinco obreros y hubo 42 heridos de bala.
Se puede concluir que durante los años en que España estaba en una etapa de
democratización incipiente, durante la cual ambas luchas, la social y la política, no se
podían desligar sin perder sentido la una y la otra. Se podría decir que existía un
carácter de “doble militancia”, ya que mucha gente militaba tanto en un movimiento
social como en un partido político.
Entrados ya en los años 80, y una vez que se han conjurado los peligros del golpe de
Estado del 23-F y que en 1982 un gobierno socialista gana con mayoría absoluta sin que
se produzca ningún conato de regresión institucional ligada a un golpe militar, se podría
decir que España entra en una etapa de más democratización.
Es durante estos primeros años de la década de los 80 cuando se produce la
consolidación de los movimientos sociales, en cierta manera debido a que las reformas
económicas y sociales derivadas de la política democrática no cumplieron son las
expectativas creadas en ciertos grupos sociales.
Además, la entrada en crisis, profunda crisis, del movimiento obrero que había sido la
vanguardia en la lucha contra el franquismo, provoca una debilidad de nacimiento en el
conjunto de los movimientos sociales (Alonso y Rojo 2008). Son unos años que se
caracterizan, en primer lugar, por una fuerte desmovilización social que se inscribe
dentro del proceso más general de desmovilización que se da en todo Occidente. Las
razones de ello hay que buscarlas, según Alonso y Rojo (2008), en la pérdida de un
horizonte ilusionante de transformación social y en la entrada en un período de post
modernidad en la que se impone el culto de lo superfluo y del hedonismo. En un terreno
más prosaico, una de las razones importantes podría haber estado, como afirma Alberich
(1993, 2007), en que quiénes lideraban el activismo social en la época franquista, se
incorporan durante los años 80 a instituciones desde las que defender sus intereses. De
ahí que los movimientos sociales clásicos como el feminismo, ecologismo y pacifismo
se quedarán sin sus cuadros dirigentes y pasaran un período de crisis (Pérez Garzón
2015). Si bien, hay que tener en cuenta la espectacular movilización que se produjo
contra el referéndum de la OTAN en 1986, cuándo, en cierta manera, volvieron a
converger todos los sectores de protesta en busca de un objetivo común.
Así, los años 90, tras la entrada en la Comunidad Económica Europea y en la OTAN,
marcan para España los de la homologación con las democracias occidentales, con todas
las implicaciones que de ello se derivan (democratización extensiva). Y en efecto, ello
se va a traducir en una convergencia con el resto de países democráticos europeos, que
se visualizará en el surgimiento de un Tercer Sector Social que encerrará las esperanzas
de cambio durante esa década (Alonso y Rojo 2008).
Si bien terminarían decepcionando (Alberich 2007), también surgen las ONG’s como
respuesta al giro neoliberal operado por el Estado (no solo en España, es un fenómeno a
nivel mundial), reduciendo los gastos sociales, y privatizando ciertos servicios. Esta
década marcará un importante punto de inflexión en el futuro de los movimientos
sociales, ya que vería el surgimiento espectacular del movimiento contra la
globalización (o antiglobalización, o también altermundialistas). La importancia del
movimiento antiglobalización ha sido su capacidad para amalgamar e integrar
ideologías diversas, asociaciones, sindicatos, partidos políticos en la defensa de los
derechos humanos, derechos civiles y derechos sociales. Por ejemplo, muchos de los
movimientos clásicos que se citaban más arriba (feminismo, pacifismo y ecologismo)
convergen todos en este movimiento ya que en él confluyen todos los intereses.
Así, en 1998, para preparar la cumbre contra la OMC de Ginebra, se reunieron en esa
misma ciudad más de 300 delegados de movimientos sociales de 71 países diferentes
para fundar la “Peoples’ Global Action”. Como indican Tilly y Wood (2009), el efecto
de la globalización en los movimientos sociales ha sido la de empujar a éstos a
aglutinar, crear y transformar los circuitos políticos.
Se trata de un movimiento lógico si se tiene en cuenta que, al desplazarse parte
importante del poder político desde la esfera de lo nacional, a la esfera global, obliga
también a una adecuación de los objetivos a esta nueva situación.
Así, este activismo que traspasa fronteras, comparte ciertos objetivos se plantea como
un contrapeso a la concentración de poder económico en los principales polos
dominantes en el proceso globalizador, como son las grandes empresas transnacionales,
las organizaciones financieras y comerciales mundiales (FMI, Banco Mundial, OMC).
Si bien se produjeron algunos conatos de movilización anteriores, el punto de inflexión
del incipiente movimiento que impactaría en el mundo entero, fue la “Batalla de
Seattle” acaecida en Noviembre de 1999 durante la tercera ronda de negociaciones de la
OMC. Como argumenta Pastor Verdú (2006), esta fecha marca el inicio de un ciclo de
protestas que tendría su punto álgido con las manifestaciones masivas, en diferentes
países, contra la Segunda Guerra de Irak. Aunque, el estudio realizado por Klandermans
y Van Stekelemburg (2009) sobre las motivaciones de los participantes en aquellas
manifestaciones muestra que éstas eran muy dispares entre países, y que una mayoría lo
que buscaba era mostrar su desacuerdo con el partido del gobierno. De todos modos, la
profusa participación en la manifestación contra la Guerra de Irak en España (se
mejante a la acontecida en la gran mayoría de países occidentales) confirma la entrada
del país en la última etapa marcada por Tilly y Wood (2009) de democratización
internacional incipiente.
Por lo tanto se podría argumentar que los movimientos globales colectivos que surgen a
finales del siglo XX son la consecuencia del nuevo marco institucional desarrollado por
el proceso globalizador8. Este movimiento trata de denunciar, concienciar y revertir las
consecuencias económicas, políticas, sociales y medioambientales, que el proceso de
globalización lleva aparejadas y también las causas que están en su origen. Es una lucha
contra el dominio, es decir, contra la desigualdad política, que pero que también tiene
otras implicaciones, principalmente económicas.
Por último, su repertorio se compone de elementos novedosos y lúdicos (Pastor Verdú
2006) como pasacalles, boicots, consultas alternativas, etc. Aunque también se valen de
repertorios más tradicionales como las manifestaciones. Pero seguramente, el elemento
de repertorio más característico de este movimiento, sea el “modelo de contra cumbres”
(Iglesias 2005).
Finalmente, ligado indefectiblemente al movimiento contra la globalización y empujado
decisivamente por las consecuencias políticas, económicas y sociales de la mayor crisis
económica desde la Gran Depresión, se desarrollan los movimientos que podrían ser
denominados como de “indignación”(movimiento de los indignados), tomando el
nombre genérico que se dio a los participantes en el 15-M de 2011.
Como se indicaba antes, el factor decisivo y desencadenante de estas movilizaciones
hay que buscarlo en la crisis económica que estalla a finales de 2008 y cuyas
consecuencias, en términos sociales y político-institucionales así como económicos, se
ceban en los grupos sociales más desfavorecidos, que se quedan sin ingresos (paro), a
los que se les reducen las prestaciones sociales, además de ser los más afectados por los
posteriores recortes en dos de los pilares básicos del
Estado del Bienestar, la sanidad y la educación. En efecto, la lucha estaba centrada tanto 8 Arias Maldonado, M. (2008). La globalización de los movimientos sociales y el orden liberal. Acción política, resistencia cívica, democracia. Revista Española de Investigaciones Sociológicas (Reis) N.º 124, 2008, pp. 11-44 http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_124_011222872911219.pdf
en la desigualdad política como en la económica y también la social, siendo difícil
distinguirlas en el proceso de reivindicaciones. Tal y como se indicaba anteriormente, el
movimiento de los indignados, se nutría para su base de esa nueva clase social, que nace
al amparado de la globalización, “el precariado”. Es más, podría decirse que dentro de
la clasificación de precarios que hacía Standing (2013, 2014), en la cual se encuadran
atávicos, nostálgicos y progresivos, son estos últimos los que sobresalían. Ello se debe a
que, como se indicaba más arriba, son los individuos a los que el “sistema” les prometió
un contrato social según el cual si ellos cumplían son su parte de estudiar y esforzarse,
el sistema se encargaría de recompensarles por ello. Pero la realidad se impone, y estos
individuos, altamente cualificados, ven que, a pesar de haber cumplido con su parte, no
están siendo retribuidos, sino más bien lo contrario. Esto les lleva a sentir una sensación
de privación relativa y de frustración de estatus. O dicho de otro modo, el 15-M es un
movimiento de indignación que supera el ámbito de las fronteras nacionales para
convertirse en un movimiento transnacional (Pérez Garzón 2015).
Este argumento se ve respaldado por la aparición a los pocos meses de un movimiento
muy similar en EE.UU., Occupy Wall Street, con origen en Nueva York, que bajo el
lema “Somos el 99%” tenía los mismos intereses y una movilización similar a la
defendida en la Puerta del Sol. Otro ejemplo ilustrativo se produjo a los cinco meses del
15-M con una movilización a nivel mundial programada por los indignados de Madrid9,
alcanzando 80 países y más de 650 ciudades repartidas por todo el mundo. Y por
último, para resaltar la actualidad del movimiento de indignados después de 5 años, y su
capacidad de continuar siendo una referencia a nivel internacional, quedan los
indignados franceses de la “Nuit debout”10.
Para finalizar, el movimiento de los indignados, tal y como sostiene Aguado Hernández
(2013) se vale de un repertorio compuesto por acciones de tipo convencional
(manifestaciones y huelgas), acciones de no cooperación (ocupación de lugares
públicos, huelgas, etc.) y actos directos de intervención (los más controvertidos, ya que
algunas acciones como los escraches presuponen violencia. Si bien, la mayoría del
repertorio es no violentos como lo son las iniciativas legislativas populares, encierros en
centros sanitarios y educativos públicos, etc.).
9 Agencias (16 de Octubre de 2011). Los indignados se hacen oír en Europa y América. El Mundo. Recuperado de http://www.elmundo.es/elmundo/2011/10/14/internacional/1318610830.html 10 Redacción (16 de Abril de 2016). “Nuit debout s’inscrit dans le sillage de son aîné espagnol”. Le Monde. Recuperado dehttp://www.lemonde.fr/idees/article/2016/04/10/nuit-debout-aussi-indignes-qu-en-espagne_4899455_3232.html
Orígenes, causas y expresiones de la desigualdad El estudio sobre el conflicto social, se va a pasar a proceder del mismo modo pero con
el concepto de desigualdad.
¿Qué es la desigualdad? ¿Cuáles son sus causas? ¿Qué ideas aportan sobre el tema
diferentes autores? ¿De qué forma se manifiestan y materializan las desigualdades?
Las preguntas sobre el origen de la desigualdad, sus formas y sus consecuencias
sociales, han estado presentes en la historia del pensamiento occidental desde los
primeros filósofos griegos.
El mismo Platón en La República abogaba por una sociedad sin propiedad privada, a la
que achacaba ser “esa basura mortal que ha sido fuente de tantas desgracias”11. Al igual
que abogaba por una distribución de la riqueza con una proporción máxima de uno a
cuatro entre el más pudiente y el más desfavorecido.
J.J. Rousseau y Marx también buscaron respuestas a esta disquisición. Ambos coinciden
en que en el estado “natural” del hombre, las desigualdades no existían, debido a la gran
abundancia que se traducía en una propiedad colectiva de los limitados medios de
producción, por un bajo estado de desarrollo económico y una distribución igualitaria de
la producción. Con la aparición de excedentes y el deber de gestionarlos, empezaría la
historia de la desigualdad. El propio Rousseau argumentaba que “el primero que, tras
haber cercado un terreno, decidió decir: Esto es mío, y encontró personas lo bastante
simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”.
De las ideas expuestas en el párrafo anterior, se infiere que el origen de la desigualdad
estaría ligado, no solo a la creación de la propiedad privada sino también a la creación
de instituciones cuyo objetivo fuese la preservación de privilegios (que en un principio
estarían ligados a la protección de la propiedad privada).
Una vez asentadas ciertas ideas sobre cuál es el origen de las desigualdades, parece
interesante hacer un recorrido por las diferentes ideas expresadas por diferentes
pensadores.
11 Maceri, S. (2009). El concepto de riqueza en Platón. Energeia v.5 nº 1 pp.165-184
Así, uno de los fundadores de la economía política a finales del siglo XVIII, Adam
Smith, hacía una aproximación al concepto de desigualdad desde sus convicciones
moralistas compasivas, que le posicionaban como un firme defensor de la igualdad
como principio normativo de su filosofía
Este posicionamiento lleva al pensador a plantearse cómo se puede argumentar que sus
ideales de igualdad convivan con un mundo en el que las desigualdades materiales son
evidentes12. Su respuesta se divide en tres pilares; primero, quita importancia a las
desigualdades materiales; segundo, la falta de importancia se debe a que esas carencias
se ven compensadas por otros bienes suministrados por la sociedad y el Estado; y
tercero, incide a favor de una mayor igualdad entre los seres humanos.
Lo que se desprende del pensamiento del autor es que se refiere, sobre todo, a la
igualdad política. Una vez conseguida esta igualdad en el plano político, las
desigualdades económicas que se derivarán serían en cierta medida “justas”.
Así, Smith estimaba que un cierto grado de desigualdad era necesario para incentivar la
productividad, la creación de riqueza.
Unos decenios más tarde, a finales del siglo XIX y principios del XX, Vilfredo Pareto
expone una teoría sobre la desigualdad (centrada sobre todo en el reparto de las rentas)
que trasciende a ésta y tiene repercusiones en el ámbito político, en la forma en que
políticamente se organiza la sociedad.
Así, sus investigaciones13 le llevaron a concluir que el 20% de la población recibía el
80% de las rentas y por lo tanto el 80% restante solo recibía el 20% de las rentas. Según
él, este reparto era constante y dio lugar a una famosa función de distribución.
Sus investigaciones le llevaron a defender la existencia de una élite con altas rentas, que
terminaría por asentarse también como élite política. Este grupo, gobierna atendiendo a
sus propios intereses, pero para no enfrentarse a la sociedad, articula sus objetivos y los
de la sociedad buscando convencerles con argumentos nacionalistas, religiosos,…
12 Fleischacker, S. (2006). Adam Smith y la igualdad. Estudios, 104, p.26-49. http://www.cepchile.cl/dms/archivo_3866_2027/r104_fleischacker_smith2.pdf 13 Barbut, M. (2003). Ideología, Matemáticas, y Ciencias Sociales: V. Pareto y G. Sorel, y la ambigüedad en la comparación de la desigualdad. EMPIRIA nº6, 2003, pp. 11-28 Recuperado de http://revistas.uned.es/index.php/empiria/article/viewFile/932/853
Para Pareto las élites no son permanentes (pero el fenómeno sí), pues su decadencia y
degeneración incesante les termina conduciendo a un situación en la cual aparecen
nuevos elementos que acabarán formando una nueva élite que sustituirá a la anterior.
Este pensamiento es el precursor de “la ley de hierro de la oligarquía” desarrollada y
argumentado por Robert Michels. En palabras del autor: “la organización implica la
tendencia a la oligarquía. En toda organización, ya sea un partido político, un gremio
profesional u otra asociación de ese tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con
toda claridad”.
Es imposible no pararse en Simon Kuznets cuando se está analizando el tema de la
desigualdad, ya que su teoría y la curva que se deriva de la misma, han constituido,
desde su publicación, motivo de amplia controversia entre académicos, ya mientras
unos se afanaban en validarla, otros no le veían traslación empírica en el mundo real.
Así, Kuznets (1955) argumentaba que el crecimiento económico derivado de mejoras
en la tecnología o en los procesos productivos, se traducía, en un primer momento, en
un aumento de la desigualdad de rentas debido al movimiento de parte de la mano de
obra desde actividades de baja productividad (bajo salario, normalmente asociado a un
trabajo en el sector primario) a actividades de alta productividad (salario más alto,
trabajos asociados al sector industrial). Este movimiento provoca un aumento de las
rentas totales, pero a la vez también incrementa la distancia entre los favorecidos de este
proceso y los que no. Entre los que refutan esta teoría se encuentra Piketty (2013),
cuyos resultados arrojan la existencia de una curva en sentido contrario a la de Kuznets.
Alvaredo y Saez (2007) adoptan la misma postura para el caso Español. En oposición a
esta visión, Prados de la Escosura (2007), argumenta que evolución de la desigualdad en
España se ajusta a una curva de Kuznets.
Un repaso sobre las ideas de desigualdad no puede evitar adentrarse en el pensamiento
de Amartya Sen. El pensador bengalí ofrece una nueva aproximación al concepto,
dándole un nuevo significado14. En efecto, Sen (1999) advierte del riesgo de centrar
demasiado la mirada sobre desigualdad en el aspecto de los ingresos y su reparto. Y
14Sen, A. (1978). Nuevo examen de la desigualdad. Madrid. Ed. Alianza economía. http://www.fder.edu.uy/contenido/rrll/contenido/licenciatura/documentos/sen-amartya_prefacio-e-iguadad-de-que.pdf
añade que sería necesario añadir más aspectos al análisis para entender a fondo la
problemática.
Por ello, Sen amplía el horizonte del pensamiento al centrar su mirada en las
capacidades, es decir, en la posibilidad de las personas de desarrollarse, de progresar, y
todo ello está ligado al concepto de libertad, sin el cual, nada de lo anterior podría darse.
Es decir, se inclina por una libertad “para” (positiva), en vez de una libertad “de”
(negativa, siempre siguiendo la terminología usada por Isaiah Berlin) que es la tiende a
dominar el modo de pensamiento de la economía moderna.
Su razonamiento supera la interpretación material de la desigualdad, al argumentar que
por mucho que una persona disponga de un atributo (renta, acceso a sanidad-educación,
derechos políticos,…) sino tiene la capacidad de poder usarlo, sino tiene la libertad
“para” poder hacer uso del mismo.
Finalmente, en los últimos años, el estudio de la desigualdad vuelve a estar en una
posición relevante dentro del mundo académico y a ser un tema recurrente de estudio.
Así, parece inevitable citar las ideas de uno de los pensadores más citados en el último
lustro: Thomas Piketty. Su principal trabajo se centra en el estudio de la evolución de la
desigualdad (tanto de rentas como de riqueza) en los principales países de la OCDE
(EE.UU., Reino Unido, Francia, Alemania,…) durante el último siglo. Para ello se
sirve, como Kuznets, de los datos fiscales, a los que aplica una distribución de Pareto y
así clasificar los diferentes niveles de renta en base a percentiles de renta. Esta
metodología le permite constatar la parte de los ingresos/riqueza que detentan un cierto
porcentaje de la población.
Este estudio permite a Piketty (2013) llegar a una conclusión que sintetiza en una
sencilla fórmula: cuando la tasa de rendimiento del capital es superior a la tasa de
crecimiento de la economía, aumentan las desigualdades de renta/riqueza.
Dicho de otro modo, la desigualdad es una tendencia estructural del capitalismo15
Si bien esta conclusión ha provocado reacciones positivas16 en el mundo académico,
otros muchos intelectuales han aportado críticas17 a su formulación.
15 Estefanía, J. (2014). Desigualdades en U. El País DOMINGO. 23 de noviembre de 2014 16 Milanovic (2015) The Return of “Patrimonial Capitalism”: A Review of Thomas Piketty’s Capital in
the Twenty-First Century. Journal of Economic Literature 2014, 52(2), 519–534 https://milescorak.files.wordpress.com/2014/06/milanovic-review-of-piketty-capital-in-the-21st-century.pdf
Tras este breve recorrido por las ideas y los autores que han marcado el desarrollo del
concepto de desigualdad, parece un buen momento para enunciar una definición de
desigualdad.
No es tarea fácil ya que existen multitud de aproximaciones; algunas tienden a ser
excesivamente concretas, otras demasiado vagas, y bastantes incorporan una idea
política o de justicia.
Así, se ha optado por una definición sintética, clara y abierta. Es la enunciada por
Lomba (2006), en la cual define la desigualdad como “la dispersión de un atributo
dentro de una sociedad” tanto si se trata de la renta, la salud, el consumo, los derechos
políticos,… Este mismo autor advierte de la dificultad que entraña la medición de la
desigualdad. Pero este es un problema que se analizará un poco más adelante.
Este es el momento de componer una tipología de la desigualdad. Es decir, dotar al
concepto de un listado de formas en las que se manifiesta dentro de las sociedades.
¿Qué tipos de desigualdad hay? ¿De qué forma puede llegar a clasificarse?
En base a los autores que se han analizado, se puede esbozar una clasificación de los
diferentes tipos de desigualdad que permite hacer el concepto aprehensible para poder
operacionalizar en el modelo econométrico posterior.
Recapitulando, se observa que tanto Pareto, como Kuznets y también Piketty basan sus
investigaciones sobre desigualdad económica.
Se podría definir, prosiguiendo con la definición de desigualdad ofrecida antes, como la
diferencia o la disparidad en la distribución de atributos económicos18, normalmente la
renta.
Por otro lado, del pensamiento de Adam Smith se desprende la existencia de una
desigualdad vinculada a la participación política. Según él, una vez solventadas el
desigual acceso a la toma de decisiones políticas, el resto de desigualdades eran justas,
ya que eran consecuencia de un proceso justo. 17Blume, L., Durlauf, S.(2015). Capital in the Twenty-First Century: A Review Essay. Journal of Political Economy, Vol. 123, No. 4 (August 2015), pp. 749-777https://bfi.uchicago.edu/sites/default/files/Blume%20Durlauf%20-%20Capital%20Review.pdf 18 Gradín, C. Del Río, C. (2001). La medición de la desigualdad. Universidad de Vigo.
Resumiendo, parece que la desigualdad política se funda en la capacidad de
participación en el proceso político. Y ésta se plasma, en las democracias liberales, en la
posibilidad de ejercer el derecho a voto. Pero, dado que en este tipo de regímenes, todo
ciudadano (con contadas excepciones) tiene reconocido ese derecho, esta desigualdad
debería darse por extinguida. Aunque la realidad contemporánea desmiente estos
hechos.
Por ejemplo, Bartels (2009), argumenta que (tomando el caso de EE.UU.) un
representante político va a prestar más atención a las ideas de los electores ricos que a
las de los votantes pobres. Esta visión de la desigualdad política permite observar la
relación dialéctica existente entre desigualdad política y económica.
Desarrolla también este argumento el Premio Nobel Joseph Stiglitz19, “cuando la
desigualdad económica se traduce en desigualdad política – como ha sucedido en
muchas regiones de EE.UU -, los gobiernos prestan poca atención a las necesidades de
aquellos estratos inferiores.”
Así que se puede llegar a afirmar que la desigualdad política forma parte de la tipología
de desigualdades y parece estar ligada de alguna manera a la desigualdad económica, si
bien ese nexo relacional sigue pendiente de mayor y mejor explicación.
Por último, volviendo la mirada hacia el pensamiento de Sen, se encuentra una visión de
la desigualdad más amplia que la de los autores anteriores, ya que expande el concepto
hasta abarcar nuevos ámbitos.
Así, Sen, como se analizaba líneas más arriba, crítica la excesiva atención que prestan
los estudios sobre desigualdad al aspecto más material de la misma
(político/económico). De sus ideas se extrae que la desigualdad ámbitos que van más
allá del meramente monetario y participativo. Es decir, existiría una dimensión social de
la desigualdad. Dentro de este tipo de desigualdad, se podrían incluir las desigualdades
de tipo religioso, sanitario, educativo, de género, de raza,…
Por lo tanto, se puede concluir indicando que, a efectos de esta investigación, se
establece una clasificación en tres apartados para el concepto de desigualdad:
desigualdad económica, desigualdad política y desigualdad social.
19 Stiglitz, J. (2014). La era de la vulnerabilidad. El País Negocios. 26 octubre 2014.
Expresiones de la desigualdad Este apartado busca responder a la pregunta de en qué medida es la desigualdad
económica una buena aproximación del concepto de desigualdad
Así, dentro de la sociología clásica, Simmel y Tönnies20, en su estudio sobre el dinero,
llegan a la conclusión de que éste es un símbolo de la conversión de los valores
cualitativos en valores cuantitativos. Dicho de otro modo, los valores de individualidad
y monetarismo inherentes al capitalismo, han logrado reducir todas las diferencias entre
los individuos a la categoría monetaria.
Más actual, Lomba (2006), sostiene que la renta que perciben las personas no es solo un
mecanismo por el cual adquirir bienes y servicios, sino que también es un instrumento
de valoración social. Como se decía en el párrafo anterior, la renta que una persona
recibe es la expresión social del valor y del reconocimiento de la persona.
Tras poner las bases de la justificación del uso de la desigualdad de rentas como
aproximación a la problemática de la desigualdad, las siguientes preguntas a responder
son: ¿dentro de las formas de medir la desigualdad de rentas, por cuál de ellas optar?
Para poder argumentar respuestas a estas preguntas, lo primero que se ha de tener claro
es que, como argumentan Wilkinson y Pickett (2009), Piketty (2013) Milanovic (2013),
Atkinson (2015), existen múltiples formas de medir la desigualdad, y todas están
relacionadas entre sí. Por lo que concluyen que, es indiferente el uso de una u otra.
Si bien sugieren, que para no ser acusados de sesgo a la hora de elegir los indicadores
más respaldan sus argumentos, proponen el uso de dos indicadores de desigualdad de
renta para probar su teoría (de que rara vez el cambio de indicador cambia los
resultados).
Dentro de las medidas de desigualdad de rentas existen multitud de indicadores. Cada
autor (Gradín y Del Río 2001, Milanovic 2013, Atkinson 2015) propone una tipología
más o menos extensa. Así, se pueden encontrar en estas clasificaciones índices muy
conocidos y utilizados como GINI, Theil, el uso de percentiles (como el S80S20 o el
20 Nisbert, R. (1966). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires. Ed. Amorrortu.
porcentaje de acumulación de ingresos por parte del 1% de la población) y otros menos
usados como el índice Robin Hood, el ratio de Palma, etc.
El repaso anterior a los trabajos empíricos indica que la mayoría de ellos se decantaron
por el uso del Índice GINI como variable independiente en los modelos. Los mismos
Wilkinson y Pickett (2009), al igual que Tilly y Wood (2009) sostienen que el
coeficiente GINI es el medidor más común21, tal y como defienden también los
economistas y la Oficina del Censo de EE.UU.
Por lo tanto, parece interesante que la investigación haga uso del índice GINI como
aproximación a la desigualdad de renta dentro de una población. Pero, para no caer en la
arbitrariedad de usar el indicador que más se adapta a los resultados buscados, se tendrá
que utilizar otro indicador, que permita hacer un contraste.
Así, debido a la dificultad para encontrar series largas de datos homogéneas de distintos
indicadores de desigualdad de renta, el único que parece estar disponible (gracias a la
base de datos dirigida por Atkinson, Piketty y sus colaboradores http://www.wid.world/
) desde principios de los años 80 (además de GINI), es el de los percentiles de renta
acumulada.
Finalmente, para posicionar el trabajo en su contexto histórico, solo faltaría responder a
una pregunta: ¿cuál ha sido la evolución de ambos indicadores en España desde finales
de los años 70 hasta el momento actual?
En el contexto mundial, durante las pasadas tres décadas, el aumento de la desigualdad
de ingresos (a partir de ahora todas las medidas serán presentadas en base al coeficiente
GINI y a los percentiles de ingreso acumulado) se instala como una de las tendencias
dentro de las economías desarrolladas, entre las cuales se encuentra España.
Tanto Milanovic (2005) que centra su análisis en GINI, como Piketty (2013) que basa el
suyo en el análisis de los percentiles, demuestran la existencia de tal tendencia al alza.
Análisis que también respalda Garicano (2015).
Para España, Alvaredo y Saez (2007) muestran, en base al análisis de percentiles, como
la parte de los ingresos controlados por el 0,01%, el 0,1% o el 1% de los españoles con
21 Tilly (2009) afirma al respecto que `[…] el coeficiente GINI, la medida estándar para evaluar las desigualdades […]”.
mayores ingresos ha aumentado desde 1981 hasta 2005, si bien este ascenso se produce
de forma discontinuada (ver gráficos 1-2-3).
Gráfico 1: porcentaje de renta acumulada por el 1% con mayores ingresos
Porcentaje de renta acumulada por el 1% con mayores ingresos en España entre 1985 y 2012
7
7,5
8
8,5
9
9,5
1985
1988
1991
1994
1997
2000
2003
2006
2009
2012
Año
% d
e re
nta
acum
ulad
a po
r el 1
% c
on m
ayor
es
ingr
esos Top 1% income
share
Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de World Wealth and Income Database
www.wid.world)
Gráfico 2: porcentaje de renta acumulada por el 0.1% con mayores ingresos
Porcentaje de renta acumulada por el 0.1% con mayores ingresos en España entre 1985 y 2012
00,5
11,5
22,5
33,5
1985
1988
1991
1994
1997
2000
2003
2006
2009
2012
Año
% d
e re
nta
acum
ulad
a po
r el 0
.1%
con
may
ores
in
gres
os
Top 0.1% incomeshare
Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de World Wealth and Income Database
www.wid.world)
Gráfico 3: porcentaje de renta acumulada por el 0.01% con mayores ingresos
Porcentaje de renta acumulada por el 0.01% con mayores ingresos en España entre 1985 y 2012
00,20,40,60,8
11,2
1985
1988
1991
1994
1997
2000
2003
2006
2009
2012
Año
% d
e re
nta
acum
ulad
a po
r el 0
.01%
con
m
ayor
es in
gres
os
Top 0.01% incomeshare
Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de World Wealth and Income Database
www.wid.world)
Siguiendo la misma línea, haciendo el análisis de la desigualdad de ingresos en base al
coeficiente GINI, Prados de la Escosura (2007) muestra un aumento de la desigualdad
entre 1981 y el año 2000, si bien ésta crece fuertemente hasta 1996 para decrecer
durante los años posteriores y finalizar un poco por encima de la del año inicial (gráfico
4). Este último análisis se ve corroborado por Pascual y Sarabia (2004) que estudiaron
la evolución del coeficiente GINI entre los años 1993 y 2000.
Por su parte, Ruiz Huerta (1996) también concluye que existió un aumento de la
desigualdad de ingresos durante la primera mitad de los años 90, y lo achaca,
principalmente, a un crecimiento intenso de la tasa de paro durante los años de crisis
entre 1992-1994, acompañado de un descenso de la tasa de cobertura de los
desempleados lo que provocó que muchos parados se encontraron sin ingresos
compensatorios.
Gráfico 4: Evolución del índice GINI para España entre 1980 y 2011
Evolución del índice GINI en España desde 1980 hasta 2011
26
28
30
32
34
36
1980
1983
1986
1989
1992
1995
1998
2001
2004
2007
2010
Año
Coef
icie
nte
GIN
I
GINI
Fuente: elaboración propia (datos obtenidos de The Standardized World Income Inequality
Database22)
Por lo tanto, parece que los distintos estudios muestran un aumento de la desigualdad de
ingresos en España durante el período comprendido entre el fin de la Transición y
mediados de la primera década del siglo XXI. Si bien este aumento no se da de forma
lineal y sufre altibajos durante el periodo.
Relación entre desigualdad y conflicto social Finalmente, en este último apartado, se realizará un repaso de la literatura empírica y de
sus resultados con respecto a esta disyuntiva: ¿es la desigualdad un factor influyente en
el desarrollo de conflictos sociales?
Así, Rusett fue el primero en publicar, en el año 1964, un análisis en el que demostraba
la existencia de una relación lineal entre el coeficiente GINI y el número de muertes
violentas entre 1950-1962. Pero los resultados de las diferentes investigaciones
posteriores han arrojado resultados divergentes.
22 Solt, F. (2009). Standardizing the world income inequality database. Social Science Quarterly, 90(2), 231-242.
Ciertos estudios basados en métodos econométricos, como el de Alesina y Perotti
(1996), han logrado demostrar que tener una clase media pudiente reduce el nivel de
inestabilidad socio-política. Por el contrario, usando los métodos similares, Collier y
Hoeffler (1999) llegaron a la conclusión de que no se puede establecer una relación
estadísticamente significativa entre ambas variables.
Si bien Milanovic (2013) advierte de que un aumento de la desigualdad de ingresos
puede conllevar una ruptura, una disociación del binomio capitalismo-democracia23
(asentado en la existencia de una importante clase media que se erige como baluarte
contra formas de gobierno alejadas de la democracia), poniendo esta última en peligro al
estar estancándose los ingresos de la clase media en comparación con los ingresos de las
clases más pudientes24. Esta idea la toma de Bartels (2009), que defendía que una
sociedad con unos ingresos mal repartidos provoca una potenciación política de los
ricos en un grado mucho mayor que en el caso de la clase media y los pobres.
Asimismo, Wilkinson y Pickett (2013) defienden que las sociedades con menores
diferencias de ingresos disfrutan de una vida social y comunitaria más intensa, de mayor
confianza entre sus miembros que se acaba traduciendo en un menor índice de
violencia. De este modo, concluyen que las tasas de homicidios son habitualmente más
elevadas en sociedades con mayor dispersión del ingreso.
En otro estudio, Fajnzylber et al. (1999) se centran en determinar cómo afecta la
desigualdad en la distribución de los ingresos en las tasas de robos y homicidios,
llegando a la conclusión de la existencia de una correlación positiva y significativa entre
ambas variables. En la misma línea, Jacobs y Helms (2001) encuentran, de nuevo, una
correlación positiva y significativa entre la desigualdad de ingresos y la tasa de
encarcelamiento para el período comprendido entre 1953 y 1998.
Sin embargo, matizando lo anterior, Galbraith (2013) indica que, en EE.UU. durante la
Gran Recesión, se produjo una subida de la desigualdad de ingresos que no se ha
traducido en un crecimiento de los índices de delincuencia (matizando que ahora la
violencia tiene lugar dentro del propio hogar y no en la calle).
23 Tortella, G .(2016). Reformar la democracia y el capital. El Mundo. 19 de Abril de 2016. http://www.elmundo.es/opinion/2016/04/19/57151443468aeb1f4f8b4577.html 24 Vives, X. (2015). Desigualdad y política económica. La Vanguardia. 17 de Septiembre de 2015
Por otro lado, a nivel conflictos entre países, Galbraith et al. (2007) han demostrado
que entre los años 1963 y 1999, aquél país que sea más igualitario en el momento de
declararse el conflicto, tiene más posibilidades de salir victorioso. En cierta medida
opuestos a esta tesis, Collier y Hoeffler (1999) desmienten que los conflictos internos
estén determinados por las formas objetivas de medir la injusticia social como pueden
ser la desigualdad de ingresos, los défícits democráticos o la falta de una justicia
imparcial. Los autores defienden la tesis (enunciada en el primer apartado) de que es el
ánimo de lucro, es decir, la probabilidad de lucrarse con y tras el conflicto, lo que
determina el incentivo para comenzarlo.
La literatura existente sobre el tema nos indica, si bien no es unánime en sus
conclusiones, que parece existir una cierta correlación positiva y estadísticamente
significativa entre la desigualdad y el conflicto social.
Por lo tanto, se podría concluir que el conflicto social es un proceso social y político,
articulado en democracia en base a los movimientos sociales y (Tilly 1982, Tarrow
1994, McAdam y Marks 1996) que tiene expresiones (que, al igual que el conflicto
social, son dinámicas, históricas y políticas, González Calleja 2009, Tilly 1986, Tilly y
Wood 2009) que incluyen desde las huelgas, las manifestaciones y los boicots, hasta las
acampadas, la organización de cumbres alternativas, los escraches, las ocupaciones de
espacios públicos, los rodeos a instituciones públicas, los boicots, las sentadas, etc. Y
puede ser puede ser analizado en relación con la desigualdad de renta, ya que siendo
ésta la dispersión del ingreso dentro de una sociedad (Terceiro 2006), una excesiva
dispersión llevaría a los grupos sociales a distanciarse y por ello, terminarían
defendiendo intereses cada vez divergentes (Bartels 2009), y en caso de darse las
condiciones objetivas oportunas (Tilly 1978), terminaría por incitar a los grupos a
organizarse y movilizarse (Tilly y Wood 2009) para defender sus intereses por medio de
repertorios de acciones colectivas.
Bibliografía:
Aguado Hernández, J.A. (2013). Los repertorios de herramientas de los
movimientos sociales como Jiu Jitsu político: caso del 15M y otras
movilizaciones. XI Congreso Español de Sociología
Alberich, T. (1993). La crisis de los movimientos sociales y el asociacionismo
de los años noventa. Documentación social, 90, 101-114.
Albreich, T. (2007). Asociaciones y movimientos sociales en España: cuatro
décadas de cambios. Revista de estudios de juventud, (76), 71-89.
Alesina, A., R. Perotti (1996). “Income Distribution, Political Instability, and
Investment”,European Economic Review 40(6): 1203–1228.
Alonso, L. E. (1993). La reconstrucción de las señas de identidad de los nuevos
movimientos sociales. Documentación Social, 90, 9-25
L.E.Alonso, R.I.Rojo (2008). Los nuevos movimientos sociales. España siglo
XXI. p.703-730
Althusser. L (1970). Ideology and Ideological State Apparatuses. Lenin and
Philosophy and Other Essays. Monthly Review Press 1971.
Alvaredo F., E. Saez (2007). “Income and Wealth Concentration in Spain in a
Historical and Fiscal Perspective”. Paris School of Economics Paper 2007–39.
Atkinson, A. (2015). Inequality for all. London. Ed. Harvard University Press.
Bartels, L. M. (2009). Unequal democracy: The political economy of the new
gilded age. Princeton University Press.
Casquete, J. (2009). Símbolos en movimiento: calendario y vampirismo
simbólico en el nacionalismo vasco radical. A propósito de Tilly. Conflicto,
poder y acción colectiva. Madrid: CIS, 199-220
Collier, P., & Hoeffler, A. (1999). The Coming Anarchy? The Global and
Regional Incidence of Civil War. Working paper (January), Oxford University,
CSAE.
Collier. P (2006). “Economic Causes of the Civil Conflict and their Implications
for Policy.” Oxford University
Dahrendorf, R. (1966). Sociedad y Libertad. Madrid. Ed. Tecnos.
Deininger, K., y L. Squire (1996): “A New Data Set Measuring Income
Inequality", World Bank Economic Review, 10, 565-591.
Fajnzylber, P., D. Lederman, y N. Loayza (1999). “Inequality and Violent
Crime”. Washington: World Bank.
Galbraith, J. K. (2013). El destino de la clase media. Vanguardia dossier, (47),
6-11.
Galbraith, J. K., Priest, C., & Purcell, G. (2007). Economic equality and victory
in war: An empirical investigation. Defence and Peace Economics,18(5), 431-
449.
Garicano, L., Roldán, A. (2015). “Recuperar el futuro: doce propuestas que
cambiarán España”. Barcelona. Ediciones Península.
González Calleja, E. (2009). Tilly y el análisis de la dinámica histórica de la
confrontación política. A propósito de Tilly. p.51-73. Madrid. Ed.CIS
Gradín, C. Del Río, C. (2001). La medición de la desigualdad. Universidad de
Vigo.
Gramsci, A. (2011). ¿Qué es Cultura Popular? Valencia. Universitat de
Valencia.
Gurr, T. (1970). Why men rebel. London. Ed. Routledge
Iglesias, P. (2005). Un nuevo poder en las calles, Repertorios de acción colectiva
del Movimiento Global en Europa. Política y Sociedad, 2005, Vol.42 Núm 2. 63-
93
Jacobs, D., y R. E. Helms (2001). “Toward a Political Sociology of Punishment:
Politics and Changes in the Incarcerated Population”. Social Science Research
30:171–194.
Keefer, P., S. Knack (2002). “Polarization, Politics and Property Rights”. World
Bank Public Choice 111: 127-154
Klandermans, B., & van Stekelenburg, J. (2011). 8. Comparando las actuaciones
contenciosas. El caso de las manifestaciones callejeras. A propósito de Tilly:
conflicto, poder y acción colectiva, 33, 179.
Kuznets, S. (1955). Economic growth and income inequality. The American
economic review, 45(1), 1-28.
Lomba, E. S. D. J. T. (2006). Sobre la desigualdad. In Anales de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas (No. 83, pp. 105-124). Academia de
Ciencias Morales y Políticas.
Marks, G., & McAdam, D. (1996). Social movements and the changing structure
of political opportunity in the European Union 1. West European Politics, 19(2),
249-278.
Matas Morell, A. (2013). Algunas lecciones del mito antiglobalización: el caso
del AGP. Oxímora, revista internacional de ética y política, nº2 Primavera
2013.
Merton, R.K. (1976). Social Disorganization and Deviant Behavior.
Contemporary Social Problems. Nueva York. Ed. Harcourt Brace.
Milanovic, B. (2005). “Worlds Apart: Measuring International and Global
Inequality”. Princeton: Princeton University Press.
Milanovic, B. (2013). The Haves and the Haves Nots. Nueva York. Ed. Basic
Books.
Nisbert, R. (1966). La formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires.
Ed. Amorrortu.
Olson, M. (1982). The Rise and Decline of Nations. New York. Yale University.
Pascual, M., & Sarabia, J. M. (2004). Factores determinantes de la distribución
personal de la renta: un estudio empírico. XII Encuentro de Economía Pública,
Barcelona.
Pastor Verdú, J. (2006). Los movimientos sociales. De la crítica de la
modernidad a la denuncia de la globalización. Intervención Psicosocialv.15 n.2.
Madrid
Pérez-Díaz, V. (1999). Iglesia, economía, ley y nación: la civilización de los
conflictos normativos en la España actual. ASP Research Paper, 32.
Pérez Garzón, J.S. (2015). Contra el poder: conflictos y movimientos sociales en
la historia de España. Granada. Ed. Comares Historia.
Piketty, T (2013). “Le capital au XXI ème siècle”. Paris, France. Editorial Seuil.
Prados de la Escosura, L. (2007). “Inequality, Poverty, And the Kuznets Curve
in Spain 1850-2000”. Working Papers in Economic History. WP 07-13.
Rousseau, J.J. (2004). El Contrato Social. Barcelona. Ed. RBA
Ruiz-Huerta, J. (1998). “El mercado de trabajo y la distribución personal de la
renta en España en los años 90”. Ekonomiaz nº40: 104-133
Sampere, X. D. (2012). La otra cara del milagro español. Clase obrera y
movimiento obrero en los años del desarrollismo. Historia contemporánea, (26).
Sen, A. (1978). Nuevo examen de la desigualdad. Madrid. Ed. Alianza
economía.
Sen, A. (1999). Development as Freedom. Londres. Ed. Oxford.
Solt, F. (2009). Standardizing the world income inequality database. Social
Science Quarterly, 90(2), 231-242.
Standing, G. (2013). El precariado. Una nueva clase social. Barcelona:
Ediciones de pasado y presente, SL.
Standing, G. (2014). Por qué el precariado no es un concepto espurio. Sociología
del Trabajo, 82, 7-15.
Sterwart, F. (2002). “Horizontal Inequalities: A Neglected Dimension of
Development”. Working Paper Number 81. Oxford.
Tarrow, S. (1994). Power in movement: Social movements, collective action and
politics (pp. 41-61). Cambridge: Cambridge University Press.
Tejerina, B. (1991). Las teorías sociológicas del conflicto social. Algunas
dimensiones analíticas a partir de K. Marx y G. Simmel. REIS nº55 p.47-63
Thompson, E.P. (2012). La Formación de la Clase Obrera en Inglaterra.
Madrid. Ed. Capitán Swing.
Tilly, C. (1978). From mobilization to Revolution. New York. Ed. McGraw-Hill
Tilly, C. (1986). The Contentious French. New York. Ed. Harvard University
Press
Tilly, C. (2003). Inequality, democratization, and de–democratization.
Sociological Theory, 21(1), 37-43.
Tilly, C. (2009). Los movimientos sociales 1768-2008. Barcelona. Ed. Crítica
Wilkinson, R., & Pickett, K. (2009). Un análisis de la (in) felicidad colectiva.
Madrid: Turner.