CAJAMARCA
EL NOMBRE DE CAJAMARCA
Después de incorporar al grupo étnico de los Cuismanco, cuando se establecieron
los incas y organizaron la provincia, la llamaron Cassamarca o Cashamarca dándole así
un nuevo nombre, como lo hicieron en muchas regiones, comarcas y lugares
incorporados a su administración y dominio.
Garcilaso puntualiza que debe decirse Cassamarca y no Caxamalca, como dicen
algunos cronistas, “que es tierra o provincia o barrio de hielo, porque cassa significa
hielo”. (Hist. General del Perú. Lib.1. Cáp. XXXIII). En efecto, el nombre deriva de dos
voces quechuas que pueden ser qasa, helada (no hielo) o kasha, espina y marka
palabra que los incas emplearon como sufijo para señalar las tierras pertenecientes a
una llacta o pueblo. De esta manera, la comarca podría haber sido bautizada como
“lugar de las heladas” o “lugar de las espinas”. Efectivamente el valle es muy propenso
a las heladas, que afectan a determinados sembríos, particularmente al maíz. No
obstante el padre Reginaldo de Lizárraga dice que Cajamarca quiere decir “tierra o
provincia de espinas o cardones espinosos” y esto resulta también pertinente, pues en
la región y especialmente en el valle, abundaban las espinas y las plantas espinosas,
especialmente una cactácea de grandes espinas amarillas denominada carua-casha.
Humboldt tomó la interpretación de Garcilaso y otros autores han dado diversas
etimologías. Middendorf dice que deriva de kasa, que se traduce como paso de las
montañas o abra entre montes y de la palabra aymara Marka, pueblo, por lo tanto
Cajamarca podría significar “pueblo cercano al paso de la cordillera” (Middendorf
1895). Horacio Villanueva Urteaga explica que Kcaja-Marca quiere decir “pueblo del
rayo” y parecería acertada si se tiene en cuenta la divinidad tutelar. Raimondi toma
literalmente las voces del Chinchaysuyo y dice que significa “ciudad o lugar glacial”
pese a que él mismo reconoce que su clima no es tan frío. John H. Rowe explica que
Q‘asa Marca (Q‘asa o Kasa: abra, melladura, lugar quebrado o cortado) quiere decir
“lugar situado en la quebrada” (Rowe, 1946).
Nadie puede asegurar cual es el verdadero significado del topónimo quechua con el
que los incas bautizaron a la ciudad y a la comarca, pero quedó definitivamente
asentado cuando los españoles la llamaron Caxamarca, enfatizando después su
importancia al denominar a la villa colonial , Cajamarca la Grande del Perú.
UBICACIÓN GEOGRÁFICA
El departamento de Cajamarca, se ubica en la sierra norte del Perú, entre los
paralelos 4º 30’ y 7º 30’ latitud Sur y los meridianos 77º 47’ y 79º 20’ de longitud
Oeste. La mayor parte de su territorio se encuentra por debajo de los 3 600 m.s.n.m.
debido a que su localización abarca el sector septentrional de los andes peruanos que
presentan menores altitudes, la mayor parte de su territorio se encuentra por debajo
de los 3 600 m.s.n.m. debido a que su localización abarca el sector septentrional de los
andes peruanos que presentan menores altitudes, sus cumbres más altas no
sobrepasan los 4 500 m.s.n.m. y sus valles interandinos se encuentran enmarcados por
laderas pronunciadas y redondeadas.
Recorrido por los Andes septentrionales, adelgazados y bajos que los del resto del
país. Su capital se encuentra a 2 750 m.s.n.m.
Límites: Por el Norte con Ecuador, al Sur con La Libertad, al Este con Amazonas, al
Oeste con Piura y Lambayeque.
Superficie: El departamento de Cajamarca se extiende sobre un área de 33
247,77 km2, lo que representa el 2,6% del territorio nacional, con una población
total de 1 359 829 habitantes. Otras ciudades importantes son: Chota, Jaén, Celendín,
Cutervo, San Pablo, Bambamarca. La provincia que tiene una mayor superficie es Jaén
con 5 232,57 km2 lo cual representa un 16% de la superficie del departamento de
Cajamarca, ocupando un segundo lugar la provincia de San Ignacio con 4 990,30 km2.
Producción agropecuaria: Papa, trigo, cebada, maíz, oca, olluco, mashua,
quinua, cañihua, café, yuca, camote y algodón. Producción ga nadera:
Vacuno, ovino, caprino y porcino.
Acceso: De Lima a Cajamarca hay una distancia de 864 km. (12 horas en ómnibus).
La ruta más usada es por la Panamericana Norte hasta el desvío en el km 685 en
Pacasmayo. De allí a Cajamarca son 180 km que pueden recorrerse en cinco horas de
viaje. Por aire el viaje demora una hora y media.
Ropa: Se recomienda usar durante el día ropa de media estación y por la noche
vestimenta abrigadora.
CLIMA Y TEMPERATURA
Debido a que nuestro país se encuentra en el hemisferio Sur, el clima de
nuestra zona norandina debería ser tropical. Sin embargo, existen factores
que intervienen en su caracterización climática tales como: el Anticiclón de
masas de aire del Pacífico Sur, la Corriente Peruana de Humboldt y la
Cordillera de los Andes, hacen que el territorio tenga temperaturas
variadas; que determinan su carácter semi tropical. Cajamarca goza de una
meteorología variada: templada en las cimas y desniveles montañosos y
cálidas en las laderas bajas y fondos de valles, siendo s eco, templado y
soleado durante el día y frío en las noches. Su temperatura media anual:
13,0º C (máxima media: 21,4º C y mínima media 5,0º C). La estación de
lluvias: es de noviembre a marzo; la cual ha modificado por completo el
sistema de vida de sus pobladores. La riqueza de sus pastos y la fecundidad
de sus suelos son realmente muy grandes.
DIVISIÓN POLÍTICA DE CAJAMARCA
Provincias: (13) Cajamarca, Cajabamba, Celendín, Contumazá, Cutervo, Chota,
Hualgayoc, Jaén, San Ignacio, San Miguel, San Marcos, San Pablo y Santa Cruz.
Distritos: 128
Producción agropecuaria: Papa, trigo, cebada, maíz, oca, olluco, mashua,
quinua, cañihua, café, yuca, camote y algodón. Producción ganadera:
Vacuno, ovino, caprino y porcino.
CAJAMARCA VALLE DE LA BELLEZA ETERNA
La belleza y bondad de los territorios de Cajamarca fueron motivos suficientes
para que sea una cultura muy particular conocida con el nombre de Civilización o
Cultura Cajamarca, la que logra su mayor desarrollo entre los años 500 y 1 000 d.C.
Cajamarca formaba parte de una alianza estratégica con los chimús en su fase regional
prehispánico tardío. La conquista incaica de Cajamarca la realizó Capac Yupanqui
durante el gobierno del Inca Pachacutec, hacia los años 1456 (según Cieza de León) y
1461 (según Cabellos de Valboa), anexando estos territorios al Imperio del
Tahuantinsuyo. Durante el incanato, Cajamarca se transforma en centro
administrativo, militar y religioso; allí es cuando se empiezan a construir templos y
palacios. El 16 de noviembre de 1532, Francisco Pizarro con un grupo de españoles,
toma prisionero al Inca Atahualpa dando así término al Tahuantinsuyo, éste demarcó
el comienzo de una nueva etapa histórica.
Cajamarca no tiene fecha de fundación española, pues los trágicos sucesos de la
captura y ejecución del Inca Atahualpa debieron embargar en tan gran medida la
preocupación del conquistador, que no se pensó en fundar ciudad alguna; no hay
reparto de solares ni primeros vecinos españoles; después de 60 años de producida la
conquista, Cajamarca seguía siendo un pueblo indígena, habitaban aquí 5 000 indios y
sólo contaban 14 ó 15 vecinos españoles; en 1619, en razón de su notable progreso es
elevada justamente a la categoría de Villa. Cobra importancia con la explotación de las
minas de Hualgayoc hacia 1772 que fue descubierto por Rodrigo de Torres y Ocaña y
Don Juan de Casanova. Y por Cédula Real del 12 de diciembre de 1802 se eleva a la
categoría de Ciudad.
En el Reglamento Provisional dictado en Huaura por el libertador San Martín,
donde establece su Cuartel General, el 12 de febrero de 1821, el territorio que se
hallaba bajo la protección del Ejército Libertador divide en cuatro departamentos: A.
Trujillo: Trujillo, Lambayeque, Cajamarca, Huamachuco, Pataz y Chachapoyas. B.
Tarma, C. Huaylas, D. La Costa; desde esta época tomó la denominación de provincia;
siendo esta la primera demarcación territorial que se hizo en el Perú independiente, en
la cual hubo muy poca justicia para Cajamarca, en relación con los relevantes méritos
que tenía adquiridos.
Triunfante, Ramón Castilla, en la batalla de La Palma sobre las huestes de
Echenique, por Decreto de 11 de febrero de 1855, reconoce la elevación del nuevo
departamento con las provincias de Cajamarca, Cajabamba, Chota, y Jaén. Por Ley del
30 de septiembre de 1862 se le confirma como departamento, determinándose su
demarcación política.
El centro de la actual urbe, su patrón arquitectónico, con trazo de damero, donde
se levanta mayormente construcciones de dos pisos con techos a dos aguas, gran
número de casas con pórticos de piedra, las que junto a las edificaciones religiosas,
representan un valioso patrimonio cultural, turístico y humano.
a) Sus comidas típicas.
- El Cuy frito, cuy guisado,
- Cecina shilpida, humitas, tamales.
- Chicharrón con mote y/o cancha.
- Papa sancochada con ají de huacatay.
- Choclo con queso.
Entre los “Segundos” tenemos:
- Picante de papa con cuy frito.
- “Arroz de trigo”
- Papa con chancho
- Sopas y caldos se detallan los siguientes:
- Shambarito, - Sancochado.
- Chupe de papas, caldo verde, caldo de cabeza de carnero.
Arte Múltiple
Tejidos: Si bien es cierto el conocimiento, las destrezas y habilidades son
ancestrales, merecen recordar lo siguiente: En nuestro Cajamarca, entre los siglos XVI y
XVII alcanzaron auge los talleres textiles conocidos como “Obrajes” en donde
confeccionaban deferentes prendas de vestir, mantas, alfombras, telas, entre otros. La
producción llegó hasta otras regiones de América como son : Ecuador y Panamá.
Los tejidos son realizados en callua y telar (con lana de ovino y teñidos con tintes
naturales), también utilizan crochet, y palillos; las provincias que sobresalen en este
arte, son: Cajamarca, Cajabamba, Contumazá, Chota, Cutervo, San Miguel y San Pablo.
Tejidos en Callua: Esta confección se realiza en mayor magnitud en
telar, de tal manera que se desarrolla a lo l argo y ancho de todo el
departamento de Cajamarca, en especial en la zona andina. Así mismo
existen provincias que destacan por la singular calidad y diseño de sus
tejidos; entre ellas podemos señalar a: Cajamarca, Chota, San Miguel, San
Pablo, Santa Cruz y Hualgayoc.
La producción de tejidos en callua y en telar son realizados principalmente por
mujeres. La mayor cantidad de insumos que utilizan son de fibra de lana de oveja, sin
embargo existe la tendencia creciente a utilizar la fibra sintética debido a varios
factores como son: de carácter económico y técnico, es decir les representa menores
costos y menos trabajo para tenerlo listo para su uso.
La mayoría de confecciones son: frazadas, ponchos chales y alforjas; todas ellas de
colores y motivos vistosos que expresan la sensibilidad del poblador de cada zona
donde es producida dicha artesanía.
Tejidos en fibra Vegetal: Finos tejidos con fibra vegetal realizado por artesanos,
para quienes la tradición es sinónimo de calidad; artesanías confeccionadas con fibra
de palma y toquilla, caracterizan a Celendín y Bambamarca, que es un arte que se
transmite de generación en generación.
También confeccionan canastas, artesanías decorativas y utilitarias, elaboradas
con mimbre.
Productos de cuero: Elegantes carteras, bolsos y maletines confeccionados con
cuero de vacuno (Cajamarca, San Miguel, Celendín, Chota y Cutervo), encontramos
talentosos artesanos que confeccionan diversidad de productos con cuero (curtido)
obteniendo en su propia localidad, por ejemplo producen: calzados, monturas para
cabalgar, estuches, correas carteras, bolsos maletines y otros.
Cerámica: La generación de la naturaleza, el talento y la creatividad artística del
poblador cajamarquino se fusionan para dar como resultado la más variada
producción alfarera de gran belleza y calidad.
La producción de cerámica se realiza mayormente en las provincias de: Cajamarca,
San Marcos y San Pablo.
Dicha cerámica es para fines utilitarios (ollas, tiestos, cántaros, tinajas, urpos y
otros), decorativos (maceteros, floreros, lámparas, ceniceros, etc.)
Tallado en piedra: Los artesanos talladores utilizan como materia prima la
marmolina y la roca volcánica o cantería. La artesanía en roca volcánica es
característica de la provincia de Cajamarca especialmente del centro poblado menor
de Huambocancha. Las artesanías de marmolina son elaboradas en la ciudad de San
Pablo en cuyo distrito están las canteras de la mencionada materia prima, también en
Cajamarca los artesanos utilizan la referida materia prima para sus artesanías. La
infatigable pileta, signo de elegancia y presencia en toda vivienda, además de los
solicitados utilizan filtros para lograr agua cristalina y fresca en todo momento.
Tallado en madera: Los tallados son parte decorativa en muebles trabajados en
alto relieve, se utiliza madera de pino, caoba, cedro, ishpingo. Se produce en talleres de
propiedad individual y se fabrican también en combinación con cuero repujado,
(bañado en pan de plata y pan de oro, en madera). Lugares de producción: Cajamarca,
Namora, Matara y Cajabamba.
Souvenirs: La producción artesanal ha incursionado con éxito en la confección de
diversos objetos decorativos que expresan las bondades de las provincias
cajamarquinas, sean de carácter económico, social, cultural, religioso, o con respecto a
sus recursos naturales. Muñecas vestidas con trajes típicos de las provincias de nuestro
departamento.
d) Producción minera: Una de las más importantes es Yanacocha, fue constituida
en 1992 y está conformada por los siguientes accionistas: Newmont Mining
Corporation, con sede en Denver, Estados Unidos (51,35 % de las acciones), Minas
Buenaventura, compañía peruana (43,65 %) y el Internacional Financial Corporation
(IFC), brazo financiero del Banco Mundial (5%), es una de las minas de mayor
producción de oro en el Perú.
En 2003 ha producido 2 851 143 onzas de oro y en 2004 ha emanado 3 017 313
onzas de oro. (Que equivale a 86 754 Kg de oro y viene a ser 86,75 toneladas, sólo el
2004).
LA CONQUISTA DEL NORTE DEL PERÚ
POR LOS INCAS
El Inca Tupac Yupanqui comisionó a su hermano Cápac Yupanqui a la conquista de
la Región extrema del Chincha Suyo. Cápac Yupanqui no era un inexperto ni un
principiante en la guerra, al contrario, se había ilustrado por brillantes hazañas
militares en la ruda campaña contra los Huancas y los Conchucos.
Supo el Inca Tupac Yupanqui que los indios de la parte del río Andamarca se
preparaban a la lucha y sospechando que la resistencia a las tropas imperiales iba a
sostenerse con una conflagración de todos los curacazgos yungas de la Sierra del norte, reforzó los
ejércitos quechuas con nuevas tropas y mandó un mensaje a su hermano, ordenándole se lanzara a la
conquista de los belicosos Cassamarcas, aconsejándole usar de todas las sabias medidas, que
para la reducción de los pueblos celosos de su libertad, empleaban los hijos del Sol.
Y el Inca tenía razón para tan exageradas precauciones. El curaca de los
Caxamarcas, probablemente Chuquichanchay había reunido a sus levantiscos y leales
súbditos, en su populosa capital y tenía preparado un ejército aguerrido. Figuraban como
sus Capitanes, los valientes Generales Cusmango, Pisar y Asto Cápac. Teniendo conocimiento de la
tenacidad y valor de los quechuas, se aseguró la alianza del gran Régulo de Chicama, el Gran Chimú
Cápac.
Desde la antigüedad estos dos señoríos que seguramente tenían un origen común,
habían vivido en rivalidades y guerras terribles, alguna vez como lo hemos dicho, el
Curaca de los Caxamarcas cruzó la cordillera y llegó hasta Pacasmayo, imponiendo la
sumisión a los indios de este centro. Hasta hoy se conserva la tradición que el Régulo
de Caxamarca se hacía servir por los indios de Pacasmayo, los cuales le tributaban con
conchas marinas, perlas y pescado fresco. Esta sumisión perduró hasta la época de la
conquista quechua, en la que el peligro común que amenazara a los grupos yungas,
disipó la antigua animosidad de los rivales y los unió. Esta alianza se celebró con
fiestas y regocijos y se hizo efectiva por el contingente que enviara el Chimú a las
sierras de Caxamarca.
Mientras tanto los ejércitos del Inca avanzaban por la región de Huamachuco,
después de haber alcanzado no solo la sumisión de estos pueblos sino el refugio y el
auxilio que les prestaban los sometidos, sirviéndoles de guías para salvar los pasos
difíciles de las encrucijadas de la región de Cassamarca. El curaca de esta serranía que
había reunido más de 40 000 combatientes, llegados de los Guambos, de los Chotas, de
los Hualgayoques, de Cascas, los Llagadenes, los Niepos, los Chalaques, los Llaucanes,
los Purayes, los unió a las huestes que habían formado en el valle de Casamarca,
Sondor, Namora, Ychoca y posiblemente a los refuerzos que le proporcionó el Régulo de
Chicama y distribuyendo sus gentes de guerra en toda la región que se hallaba
amenazada, se dispuso a la guerra. La conquista de Cuismanco por los Incas se produjo
según Cieza de León, alrededor de 1456 y según Cabellos de Valboa en 1461, comenzó
el amago de Cápac Yupanqui a la región de Cajamarca. Antes de la lucha el general
quechua envió un comisionado ante el Curaca de Casamarca, ofreciéndole paz y
amistad perpetua, respeto a las creencias y mantenimiento del régulo al frente del
gobierno del país siempre que adoraban al Sol y se reconocieron súbditos del Inca. El
curaca dio entonces al invasor una contestación tan elocuente como altiva. “Respondió
con mucha soberbia, nos dice el cronista, diciendo que los cassamarcas no tenían
necesidad de nuevos dioses ni de señor extranjero, que les diese nuevas leyes y fueron
extraños, que ellos tenían los que habían menester, ordenados y establecidos por sus
antepasados y no querían novedades que los Incas se contentasen con los que quisieren
obedecerles y buscando otros, que ellos no querían su amistad y menos su señorío y
que protestaban de morir todos por defender su libertad “. Semejante respuesta era un
reto terrible que había que mantenerlo a toda costa. Cuando a los indios Cassamarcas
se les hizo conocer la respuesta de su jefe, se llenaron de alegría y se disputaron el
honor de ser los primeros en la lucha.
La región del curacazgo de Cajamarca estaba, como hemos dicho, defendida por
magníficos pucaras; por la región del Jequetepeque tenía la fortaleza de Paypay. Yonán
y Llagadén y de las alturas de Cumbicos, la región del occidente estaba guardada por
los fuertes de Nanchó y la Shicuana , la región del Sur por los de Polloc y Pallán y la del
este camino de los Huamachucos por las fortalezas de Sondor y Condormarca. Hacia
esta región despachó el régulo el grueso de sus tropas, las que se desparramaron
siguiendo las rutas de los actuales pueblos de Namora, Matara, San Marcos, Ychocán y
Cauday; fuertes guarniciones defendían las fortalezas de Sóndor y Condormarca (hasta
hoy se conservan los restos de antiquísimas construcciones, probablemente las del
santuario del Dios Cóndor, animal adorado por esos antiguos pueblos, según lo
tenemos demostrado, cerca de Sondor se encuentra la soberana construcción de
Tambo Inga y la estupenda construcción de Collor), y un destacamento de soldados
aguerridos fueron a defender el paso de Yanayacu en la quebrada Honda, extremo del
curacazgo o señorío de Parigual. Las tropas quechuas sufrieron un rechazo al atravesar
las vertientes del Yanayacu, los indios cassamarcas armados de hondas y flechas y
posesionados de las alturas, hicieron llover una gran cantidad de galgas que
dificultaban la entrada. No esperaban los imperiales tanta pericia y hubieron de forzar
sus tropas y flanquear a los enemigos después de grandes dificultades. Hasta hoy se
señala el Cerro de Galgamarca (región de piedras, se encuentra a 4070 m.s.n.m.), es
un anticlinal cuya característica lo ubica como estructura geológica, única en Sud
América. Se encuentra a 39.5 km. De Cajabamba, el lugar donde se libró el reñido
encuentro ( En Moyan, Huangamarca, Pampa chancas, Araqueda, etc.). Por fin forzado
el paso y rechazados los defensores, éstos se replegaron al grueso del ejército que
esperaba a los atrevidos invasores en las llanuras de Chonta y Huarasuyo. El pueblo de
Casapampa (Cajabamba) inmediato al campo de batalla había sido abandonado por
sus pobladores; cuando llegaron a él los fatigados quechuas, apenas hallaron
escombros.
La lucha se libró desesperada y terrible y se peleó sin descanso casi durante media
luna (l5 días) era que se intentaba tomar la posesión bien definida de los cassamarcas y
los quechuas con la seguridad de su éxito tentaban la conciliación, aguardando
después de cada ventaja, el resultado de sus intimidaciones de rendición (Y aunque el
Inca deseaba excusar la pelea no le era posible porque para pasar adelante le convenía
ganar los pasos fuertes a fuerza de armas, en los cuales peleando obstinadamente los
unos y los otros murieron muchos, Garcilaso. Ob.cit.Lib. VI.c. XV.p. 473.). Al fin,
convencidos de la imposibilidad de reducirlos, por medios pacíficos mientras una
batalla campal no los escarmentara, se dispusieron a empeñarla y llegó el aciago día
en que los quechuas avanzaron resueltos. El combate tuvo lugar en las orillas de una
pequeña laguna que presenció la cruelísima hecatombe llevada a cabo por el ejército
imperial, contra el Señorio de la región Cajamarca, miles de cadáveres decapitados y
algunos desollados, quedaron flotando sobre las aguas de aquella laguna, que perdió
su color natural, tiñéndose de rojo con la sangre de los vencidos, llamándose, desde
entonces, Yahuar Cocha o lago de sangre, la naturaleza conserva en memoria de los
heroicos mártires, que defendieron su territorio
Yahuar Cocha se ubicada al Este de Cajabamba (a dos Hrs. Un hora en carro y otra
a pie aproximadamente), en la cordillera Occidental y a 3600 m.s.n.m., su espejo es de
6 hectáreas; cuyo volumen en sequía es de 2 600 000 m3.
(El señor Málaga Santolalla, en la monografía Geográfica que escribiera por
encargo de la Sociedad Geográfica, incurre en el profundísimo error de sostener que la
laguna de Yahuarpampa se llamó así porque en ella se libró la lucha de los
Huamachucos y los ejércitos del Inca, cuando es sabido que los Huamachucos no
resistieron a las tropas imperiales, se sometió su curaca cobardemente al Inca y más
bien fueron aliados y no enemigos de los quechuas. Véase Monografía de Cajamarca
C.p.)
Los valerosos Caxamarcas habían sido de nuevo vencidos los quechuas no se
atrevieron no obstante a celebrar un triunfo que era. Una victoria muy importante y
volvieron a rentar la paz y la seducción, pero los vencidos se habían replegado en buen
orden a defender el paso de Ichocá, (Ychocán ) lejos de rendirse provocaron de nuevo a
los invasores.
Mientras tanto Cápac Yupanqui usaba una política sabia y prudente; lejos de
castigar a los pueblos indefensos que encontraba en su tránsito y talar campos y
destruir fortalezas de las que se apoderaba, trataba a los vencidos con generosidad
suma. “Los que prendían en las batallas soltaba libremente con muchas buenas
palabras que enviaba a decir a su curaca ofreciéndole paz y amistad; los heridos curaba
y después de sanos los enviaba con los mismos recados y les decía que volvieran a
pelear contra ellos que cuantas veces lo hiriesen y prendiese tantas volverían a curar y
soltar porque habían de vencer como Incas y no tiranos enemigos crueles. (Garcilaso
Ob.cit. Lib. VI.c XV, pág .472 y sigs.)
El combate en los llanos de Ichocán fue recio y de consecuencias desastrosas para
los cassamarcas; los quechuas los vencieron y los tomaron centenares de prisioneros; los
vencidos indios se replegaron entonces a las encrucijadas de Sondor y Namora, en la actual Pampa de
Namora, al Norte de la laguna se había preparado la resistencia; los viejos, las mujeres y los niños de
todas las parcialidades de la región se habían refugiado en Condormarca, donde se hallaba una
fortaleza y un santuario Condorcancha el templo o la casa del Cóndor, dios que como sabemos era
adorado por los Chachapoyas y los Caxamarcas. Hasta hoy se señala las alturas de Condormarca
como lugar de” refugio de los indios antiguos” cuando las guerras del Inca, todas las encrucijadas
habían sido tomadas, los malos pasos se habían coronado con parapetos y desde allí se disponían,
fuertes guarniciones a impedir el paso arrojando millares de galgas. En el camino a Ichocán a la
estación de Cascasén hay en las alturas y en sitios estrechos, pircas en forma de muros y
parapetos, donde una lluvia de piedras podría hacer imposible el paso de un numeroso
ejército por el camino real. Estas pircas de factura antiquísima y de piedra sin labrar.
Las crónicas nos cuentan que “los indios caxamarcas como bravos y animosos se ponía
adelante de las tropas del Inca en los pasos dificultosos, ganosos de pelear por vencer
o morir y aunque el Inca deseaba excusar la pelea, no lo era posible porque para haber
de pasar adelante le obstinadamente los unos y lo otros murieron muchos”.
Los soldados del Inca acamparon cerca de Sóndor y no lejos del campamento
enemigo; antes de la batalla decisiva Cápac Yupanqui tentó de nuevo la paz, ofreció
concesiones al Régulo cajamarquino y respecto a la religión y leyes del grupo étnico
invadido Chuquichanchay quiso todavía sofocar a la fortuna, rechazó las propuestas y
se negó a tratar de paz . Sin embargo su gente se hallaba mermada y los refuerzos que
había esperado de los Chimús de la etapa regional tardía no llegaron ya. Como ocurre
en los trances desesperados antes de la batalla campal de Sóndor una serie de
escaramuzas y asaltos hubo a diario. En esas encrucijadas de las fortalezas, riscos y
peñas salían a hacer sus asaltos, mataban mucha gente a los Incas y también morían
muchos de ellos “. Una de las residencias del curaca en donde ahora se ven las ruinas de Tambo
Inca (impropiamente llamado así), albergaba al grupo de capitanes indios patriotas, era una especie de
estado mayor de los ejércitos cajamarquinos, las tropas del Inca habían ocupados los cerros y laderas
del ramal de la cordillera que se descubre hacia el occidente que rodea las pampas de Sóndor y
Collor. Más abajo del campamento del Inca se hallaba una curiosa necrópolis de los
caxamarcas, vasto recinto casi circular, en forma de conos truncados concéntricos para
sepultar allí a sus soldados muertos en los combates. Durante muchos años se han extraídos
de esas criptas multitud de cadáveres con la indumentaria de los soldados imperiales, las largas
orejeras, los chucos con fleco amarillo y azul, las lanzas y porras y los cantaritos
aríbalos.
Al fin las escaramuzas trajeron la batalla que ya la pedían impacientes los soldados
imperiales irritados con la audacia y altanería de los indios caxamarcas. Legados a las
manos el choque fue sangriento y desesperado y los caxamarcas sufrieron otra vez una
espantosa derrota. El Inca no tardó en ofrecer de nuevo proposiciones de paz y ofertas
tan generosas como sino hubiera obtenido el éxito final y su clemencia no reconocía
límites. El Chuquichanchay reunión entonces a sus principales para deliberar sobre la
situación. Los ejércitos patriotas estaban reducidos a unos cuantos miles de indios,
maltratados los más refriegas, el hambre ya principiaba a mostrar sus estragos y no
había la menor esperanza de victoria, muy al contrario los caxamarcas se veían
expuestos por su tenacidad a sufrir la cólera del hijo del Sol. Visto lo cual por el consejo
de indios, resolvieron de acuerdo con su jefe, aceptar las proposiciones del Inca
presentándose en persona a ofrecer vasallaje al generalísimo de los quechuas.
Cápac Yupanqui recibió a los valientes indios y los felicitó por su valor y se regocijó
de llamarlos confederados de los hijos del Sol y les concedió cuanto ellos deseaban para
no hacer sensible la pérdida de su libertad. El curaca de los caxamarcas después de
comprometerse de viajar al Cusco para rendir homenaje al Soberano había de
conservar su señorío. El Inca se comprometía por otra parte a respetar la religión
nacional de los vencidos y exigía solo el culto al Sol, el tributo al soberano y la adopción
de la lengua quechua.
A los pocos días de la victoria de Sóndor (Cabello Valboa asegura que el Curaca de
los Caxamarcas murió en uno de los combates y el Inca después de la muerte del
valiente Régulo entró triunfante a Cajamarca. Sarmiento de Gamboa asegura que los
caxamarcas no se rindieron sino que fueron derrotados y hechos prisioneros
sus curacas entre ellos el Gusmango Cápac curaca de Cajamarca y deja
entender que solo después lo puso en libertad y lo otorgó mercedes. Véase
Ob. cit. párrafo 38. p. 79 y el párrafo 39. p. 82.), o de la laguna, el Inca
llegaba a la espléndida residencia del Curaca a Puntamarca y más tar de
hacia su entrada triunfal en Cajamarca en medio de danzantes y cantores.
El Inca felicitó a los vencidos por su arrojo, visitó sus huacas y ordenó la
construcción del Templo del Sol, una casa de escogidas para mantener el culto, una
fortaleza y comprendiendo la importancia de la región y su posición de tambos reales
para el alojamiento de numerosas tropas. Se marcaron las tasas de los tributos, se
principió una reducción de indios a pueblos o cabezas de parcialidad, se dispuso la
traída de una colonia de mitimaes de la costa para vigilar a los vencidos y se dejó una
guarnición de indios Collas como mitimaes en la Ex hacienda de Porcón. Los tributos
debían darse en productos del país, en oro y en plata y se dispuso que recaudados
debieran ser trasportados al Cusco por los mismos caxamarcas. Dispuso así mismo el
Inca que buen números de mozos fueran llevados al Cusco para servir en el Coricancha
como músicos y lo mismo en el palacio del Inca, Hizo reunir los tesoros del Curaca y de
los indios principales; los percudió de que debían ofrendarlos al Inca su hermano para
alcanzar de éste honores y mercedes y pronto vio colmado su deseo. La plaza de Cajamarca se cubrió
de objetos de oro y plata y como en futura época aún más trágica, mostró el inmenso botín de los
afortunados vencedores
Cápac Yupanqui no quiso todavía abandonar Cajamarca sin realizar dos obras de
importancia, éstas fueron: la construcción de una magnífica represa y canal que
sirviesen para la dotación de agua a la ciudad, quizá también emprendiese entonces
como lo cree Stevenson el magnífico depósito de aguas para el regadío de los llanos de
Namora, ya que en ese extremo del valle de Cajamarca se hallaban por entonces
grandes agrupaciones de indios. Después hizo reunir a todos los ancianos, sacerdotes y
capitanes de los caxamarcas y formando con los principales sacerdotes quechuas e
indios orejones una especie de asamblea; determinó las obligaciones religiosas de los
nuevos súbditos, prescribió el culto del Sol. Prohibió a los sometidos los sacrificios
humanos y reglamentó los oráculos.
Poco después, seguido del Curaca vencido, dejaba la ciudad heroica; llevaba
también como rehenes a los hijos de Chuquichanchay, cargados de inmensos tesoros
emprendió regreso a Cusco a la cabeza de su real séquito orgulloso de tantos
triunfos.
La ciudad de Cajamarca, tenía en los últimos años del Imperio una
población de tres mil vecinos, entre los que había funcionarios, acllas,
yanaconas, tejedores, ceramistas, etc. Se había edificado un templo al Sol, un
Acllahuasi, o casa de mujeres escogidas, otros edificios estatales y enormes depósitos
con gran cantidad de tejidos. Era principalmente un centro textil , el más
importante del Tahuantinsuyo. (Horacio H. Urteaga).
ARRIBO DE LOS ESPAÑOLES A CAJAMARCA
Después de pasar por Tumbes, Poechos, Tangarará, Piura, Pabur, Serrán, Olmos,
Motupe, Jayanca, Túcume, Zaña, Niepos, San Gregorio, San Miguel, Llapa, El Empalme,
Porcón, Huambocancha, Cajamarca, el viernes 15 de noviembre de 1532, en la tarde se
detuvieron, en las alturas del cerro la Shicuana, 168 españoles, de los cuales 62
hombres a caballo y 106 infantes, una mujer española llamada Juana Hernández
traída por Hernando De Soto; cientos de indios nicaraguas, guatemalas, algunos
caníbales del Caribe esclavos negros de Guinea, mujeres del norte del Tahuantinsuyo,
regaladas a los españoles por los Curacas Huascaristas y muchos perros entrenados en
devorar indios. A lo lejos, por un lado de los baños termales de Cúnoc, se veían las
tiendas o toldos blancos, se encontraban más de media legua de distancia (cerca de 3
km), junto al río Chonta, ocupando parte de la llanura y las faldas de los cerros,
Pullucana, Coñorpunta y Pumaorco, según la apreciación de Cristóbal de Mena. Allí
los estaba esperando Atahualpa, rodeado de una gran multitud.
Al acercase la caballería cundió la curiosidad. Los pastores de los alrededores
cedieron al asombro y acudieron al encuentro con los españoles, que se vieron cercados
de “gente popular y hasta algunos de la gente de guerra de Atahualpa, que se
demandaban por venir a vernos”, según cuenta uno de los conquistadores.
Dentro de la ciudad no hallaron gente de lustre ninguna sino fueron algunas
mujeres . Había sí, multitud de plebeyos, atraídos por el insólito espectáculo, mientras
tanto, “los indios e indias del servicio de los españoles – que conocían las furias del inca
– lloraban diciendo que presto los habían de matar los que estaban con Atahualpa,
caía mucho granizo. La situación era poco menos que desesperada, pero el veterano
jefe español se mostraba sereno y maduraba un plan que le permitiera capturar al Inca.
Es posible que los intérpretes interrogasen a alguna gente de la muchedumbre de
curiosos que los rodeaban y que obtuviesen el informe de que el Inca, se encontraba
disfrutando del huarachicu, una fiesta de iniciación masculina de la virilidad, con
jóvenes nobles del Cusco y Tumebamba, tal como lo cuenta Juan de Betanzos. La
festividad viril se cumplía en un lugar cercano, junto a los placeres de los Baños de
Cúnoc.
En Cajamarca la gente decía que los españoles eran locos por su atrevimiento y
debieron sentirse presas de un verdadero desconcierto. Aquí sintieron la desesperante
sensación de haber entrado en un mundo diferente; el miedo sentido en el camino, ya
no era nada comparado con el que les abrumaba ahora, todos los cronistas hablan de
sus grandes temores.
En dicha ciudad, existía “gran cantidad de indios mitmas”; tal cuenta el mismo
cronista. Un número de ellos debió ser de origen cusqueño y entre ellos habría
huascaristas. 0tros mitimaes serían de distintas etnías, adversas a los Incas en general.
En cuanto a la nación local, es decir, los llamados Caxamalcas, esta colectividad
poseían una tradición anti inca. Su conquista se había efectuado en tiempos
relativamente recientes.
LA CIUDAD DE CAJAMARCA
A la entrada de la ciudad habían dos puentes paralelos sobre el río San
Lucas; por uno de ellos pasaban solo el Inca y los grandes señores del
Tahuantinsuyo y por el otro pasaban la gente del pueblo. La inmensa plaza
de la ciudad estaba desierta, viéndose en ella solo algunos indios servidores
de los templos y los guardianes del acllahuasi o casa de las mujeres
escogidas; estas lloraban en sus aposentos, presintiendo una gra vísima
desgracia.
El soldado Juan Ruiz de Arce, dice que un mensajero de Atahualpa vino de
Pultumarca (Baños del Inca) a decirnos “que nos aposentásemos en la plaza, que él no
podía venir porque ayunaba aquel día”.
Las casas son de más de 200 pasos en largo; son muy bien hechas, cercadas de
tapias fuertes, las paredes de tres estados de alto; están dentro de estas casas unos
aposentos repartidos en ocho cuartos muy mejor hechos que ninguno de los otros. Las
paredes de ellos son de piedra y de cantería muy bien labradas y cercados estos
aposentos por sí con su cerca de cantería y sus puertas y dentro de los patios sus pilas
de agua traída de otra parte por caños para el servicio de estas casas.
Uno de estos aposentos debe ser la casa del cacique o solar del Inca, llamado hoy
El Cuarto de Rescate.
Hernando Pizarro dice que el Inca ordenó que se aposentasen “en tres galpones
grandes que estaban en aquella plaza y uno que estaba en medio le dejasen para él”.
El artillero griego Pedro de Candia y algunos escopeteros, se ubicaron, para la
toma del Inca, en esta fortaleza de la plaza, con el único falconete o cañón pequeño
que tenía la hueste, por encontrarse el otro malogrado y no en la fortaleza grande del
cerro Santa Apolonia.
En Cajamarca se reunían los tributos de la Costa Norte, de la Sierra y de la Selva
Nor-oriental y los curacas y grandes sacerdotes de estas regiones distantes, acudían a
esta ciudad para hacer sus sacrificios y dejar sus ofrendas en los templos importantes.
En cuanto a la nación local, es decir, los llamados Caxamalcas, esta colectividad
poseía una tradición anti inca. Su conquista se había efectuado en tiempos
relativamente recientes. Sabemos por Garcilaso que se trataba de “gente valiente y
belicosa” y Miguel Cabello Valboa indica que un cacique joven como animoso, “que
hizo en defensa de los Caxamarcas suertes maravillosas”, resistió duramente al embate
de los Incas.
El Inca por su parte, dejaba que los españoles avanzasen sin poner obstáculos ya
que por informaciones de Sikinchara, los españoles eran unos hombres ladrones y
haraganes y que solo era necesario para derrotarlos muchas sogas para atarlos;
cometiendo de esta manera un grave error en subestimar a las tropas invasoras y
en creer todo lo que su capitán le informó (se referían a los caballos) y que
portaban unas cerbatanas que soplaban fuego, con más estruendo que el
inti-illapa o rayo (mosquetes y cañones). Además traían unas”macanas o
cuchillos tan largos con que cortaban a un hombre de por medio”
Al amanecer el 15 de noviembre de 1532, Francisco Pizarro dio la orden de partir
con su gente perfectamente ordenada. Todos sabían que estaban recorriendo la última
jornada para llegar a Cajamarca; caminaron medio día y de pronto la vanguardia se
detuvo en las alturas del cerro la Shicuana. La ciudad estaba asentada en las
estribaciones del Cumbe; mostraba sus edificios de piedra de sólida arquitectura y su
plaza muy grande y vacía, hacia el lado oriental del valle, frente a los impresionados
españoles, se insinuaba, junto al río Chonta, un grupo de edificios rodeados de
arboledas y desde el río ocupando parte de la llanura y las faldas de los cerros
Pumaorco, Coñorpunta y Pullucana había una innumerable cantidad de toldos blancos,
ocupando más de media legua de distancia, (cerca de 3 km) según apreciación de
Cristóbal de Mena .
Pizarro esperó allí hasta que llegaran todos de la retaguardia y sobreponiéndose al
gran espanto y temor, por el peligro en que se encontraban, ordenó que todos se
armasen; dividió a la gente de a caballo en tres grupos y a la de a pie en otros tres
seguidos de los miles de indios que también fueron ubicados en orden y por entre
grandes rebaños de llamas y alpacas con sus pastores, empezaron el descenso hacia el
valle: confiaban solo en la providencia y en el ardid o traición concebidos por el
gobernador. Algunos debieron bajar rezando, sin que los indios pudiesen percatarse de
su miedo.
El Capitán Hernando Pizarro encabezaba el descenso y fue el primer cristiano que
ingresó a la ciudad de Cajamarca, seguido de su grupo de jinetes. Era el medio día del
viernes 15 de noviembre de 1532, cuando todos entraron en la plaza de la ciudad, el
cielo se cubrió de oscuro nubarrones que se precipitaron en una granizada torrencial,
con relámpagos y truenos, como si la naturaleza hubiese expresado su protesta por la
intromisión de los devastadores del sistema económico social del mundo andino.
“La plaza es mayor que ninguna de España, toda cercada con dos puertas que
salen a la calle del pueblo”.- Diego de Trujillo dice, que “en Cajamarca había diez calles
que salían de la Plaza y en cada bocacalle pasó el Gobernador, ocho hombres y los de
a caballo repartidos en tres galpones.
LA ENTREVISTA EN LOS BAÑOS DEL INCA
La “entrevista” en los Baños está largamente tratada en una veintena de crónicas
de esa época. Francisco Pizarro pensó atacar Atahualpa en los Baños de Cúnoc, que era
donde se hallaba celebrando la fiesta del Huarachicu , que era la ceremonia de la
iniciación masculina de la virilidad, en esas fiestas que duraban dos semanas, los
jóvenes Aristócratas eran perforados en las orejas, rapados (si eran Hanan Cusco),
peinados (si eran Hurin Cusco), igualmente se les untaban con sangre el rostro, lo más
importante era que se les colocaba unos pañetes o zaragueles con los cuales sujetaban
los órganos de la virilidad y entre canciones y danzas recibían el vasto legado ético de
la cultura Incaica.
Para examinar si era posible tal cosa o en todo caso, para invitar al Inca a un
encuentro en la plaza durante el día siguiente, se envió una avanzada de veinte jinetes
al mando de Hernando de Soto. También integraban el grupo doscientos indios nobles
pro españoles, que debían reforzar la posición de las mesnadas peninsulares ante el
gran monarca.
Cuando Atahualpa supo del arribo de Soto, no se dignó hablar con él. Finalmente
vencido por la curiosidad, accedería recibirlo; tras larga espera, mas no le dirigió
palabra; mostrándole, por el contrario, irritante menosprecio. Cumpliendo con el plan
trazado de antemano, el capitán le expresó que no traía otro encargo que el de besarle
las manos e invitarlo a comer en nombre de Francisco Pizarro. Así lo dicen los
documentos.
Rodeado de mujeres así como de altos cortesanos, Atahualpa continuó mostrando
mucha gravedad, pese a la fingida humildad de Soto. A la invitación a comer respondió
secamente y solo por intermedio de uno de los nobles incas allí presentes. Muy alto era
su linaje para hablar directamente con alguien de tan poca valía. Unan Chullo, noble,
transmitió la respuesta al intérprete, que no era eficiente; éste se la pasó a Soto.
Mientras estos hechos se desarrollaban en los Baños, Hernando Pizarro empezaba
a inquietarse en Cajamarca por la suerte que podría haber sufrido la escuadra de
caballería, que llevaba tan difícil comisión ante Atahualpa. Haciendo uso de la gran
influencia que siempre tuvo sobre su hermano mayor, consiguió que se mandara un
nuevo grupo bajo su mando. Como intérprete, lo acompañó Martinillo, joven príncipe
Tallán que en pocos meses había aprendido bastante bien el castellano pero cuyo
quechua era limitado.
Al llegar Hernando Pizarro, cambió la actitud de Atahualpa ya que se le avisó que el
recién venido era hermano del jefe de los sunga sapas o barbudos. Seguramente sintió
curiosidad por quien consideraba del linaje del supuesto Viracocha y lo recibió en su
recámara, mostrando notable majestad. Levantando algo el manto que lo cubría desde
la cabeza, le manifestó que su capitán Sikinchara había contado que los españoles eran
flojos en cosas de guerra y que había matado a tres de ellos en la costa.
Hernando Pizarro, soberbio como era, se burló entonces de las afirmaciones de
Sikinchara. En respuesta, como para demostrar su poderío, le ofreció soldados para
cualquier empresa guerrera, con lo cual violaba la línea de acción recomendada por su
hermano Francisco. Impetuoso, Hernando no se contuvo en querer demostrar su
bravura y decisión. Pero lo hizo con tal exceso que no fue creído por el Inca.
En efecto, Atahualpa, aparentando aceptar la oferta militar de Hernando Pizarro,
le expresó que a cuatro jornadas de Cajamarca había unos “indios muy recios, que no
se le quieren rendir y que vayan a dominarlos”. Se trataba de temibles Chachapoyas
que se habían sublevado al poder incaico, en plena guerra civil, meses atrás.
Hernando Pizarro, jactanciosamente, le respondió que no tenían por qué ir todos
los españoles contra los Chachapoyas. Que bastaba apenas con diez y que las tropas
incaicas “no serán menester sino para buscar a los que se escondiesen”.
Atahualpa, entonces (y lo cuenta el propio Hernando Pizarro en su Relación, como
extraordinario testimonio), “sonriese como hombre que no nos tenía en tanto”. No
podía, en efecto, Atahualpa dentro de su mentalidad, comprender que pudiera ser
cierta semejante bravuconada. Otros conquistadores testigos dicen que hasta “se rió”
de la frase de Hernando Pizarro cuando se la tradujeron. Ignorando el poderío del acero
y de la pólvora, el Inca creía imposible acciones de tal carácter.
Rota la tensión inicial, hermosas mujeres – algunas de las cinco mil que el Inca
tenía – trajeron chicha en vasos de oro. Los visitantes, Hernando Pizarro y Hernando de
Soto, brindaron con desconfianza, temiendo algún brebaje. Finalmente, el Inca ratificó
que no podría aceptar la invitación, debido a que debía continuar asistiendo a las
fiestas del huarachicu, pero permitió que los españoles se aposentasen fuera de la
plaza de Cajamarca. De inmediato y cambiando sorpresivamente el tono de voz, dijo
amenazante que al día siguiente marcharía a Cajamarca, pero a fin de castigar el
saqueo de las prendas de su padre Huayna Cápac, que los cristianos habían efectuado
en la costa. Probablemente, el intérprete no tradujo – por miedo – la acusación de
robo.
Asegurada la concurrencia de Atahualpa, para el día siguiente, los españoles
decidieron retirarse. Antes de partir, Hernando de Soto se propuso impresionar a la
Corte Imperial. Llevando a grupas a Felipillo, avanzó en su corcel. Luego, tras separarse
un trecho, arremetió contra el Inca, deteniéndose tan cerca del trono que los
espumarajos del caballo salpicaron las reales insignias de Atahualpa. Sucedía que Soto
había ofrecido en obsequio un anillo al Inca y éste (por desprecio o temiendo algún
maleficio) no se lo quiso aceptar. El presente quedó en poder de Unan Chullo, su
consejero. Fue entonces que el capitán español, tal vez por despecho, arremetió. El
Inca, no obstante que el resoplido del caballo movía la borla, ni siquiera levantó la
mirada: “ni en el rostro se le notó novedad, antes estuvo con tanta serenidad como si
su vida la hubiere gastado en domar potros”, dicen las crónicas. En realidad, ardía de
ira, pero como un gran Señor sabía disimular sus pasiones. “Muy airado – cuenta Juan
de Betanzos – mandó al Unanchullu que le volviese el anillo y que se fuera de allí.
Una vez afuera de la ciudad, Soto hizo galopar los caballos y el Inca los miraba
correr “desde cierta ventana, muy maravillado” y comentó, según el mismo Betanzos,
qué “gente es ésta de que no se puede dejar de tomar entendimiento”.
Pero unos cuarenta de sus cortesanos habían retrocedido temerosos ante la carga
de los jinetes. Encolerizado por ello, Atahualpa ordenó de inmediato que los
decapitaran, con sus mujeres e hijos: “¿De qué había miedo: que huían de una oveja?”.
“No quiero medroso el vasallo”, gritó aquel monarca, representante auténtico de una
aristocracia guerrera. Al día siguiente, los españoles encontrarían en Cúnoc las cabezas
cercenadas de aquéllos.
Durante el transcurso de las entrevistas, Rumi Ñahui había demandado, varias
veces, que se le permitiera atacar y masacrar a “la turba de ladrones; pero Atahualpa
no se lo permitió, envanecido como se hallaba y deseoso de proseguir con los alegres
festejos del huarachicu.
LOS PLANES DE ATAHUALPA
Atahualpa quedó satisfecho con el resultado de la entrevista de los Baños, a causa
de la aparente sumisión de los jefes españoles, quienes inclusive se habían ofrecido
como servidores. Se fortaleció con ello su errada convicción en la debilidad de los
aventureros; impresión que fue reforzada por el menosprecio que el Inca sentía por los
indios costeños que respaldaban a los hispanos. Minusvaloración semejante le
debieron merecer los indios nicaraguas a través de las referencias que de ellos tenía. En
cuanto a los negros, no los consideraba en nada.
Pero estas ideas no estaban tan afianzadas. Los nobles se reunieron con Atahualpa
hasta muy tarde esa noche para discutir el modo como tratarían a los invasores. Los
que recién habían sabido del ímpetu de los caballos estaban impresionados y nadie –
Atahualpa incluido – comprendía la evidente confianza en sí que ostentaban los
barbados visitantes, como si un oculto poder los protegiera.
Con todo, el Inca tenía decidido concurrir a Cajamarca para castigar a “los
ladrones”. Temía que huyesen sin poderles dar su merecido. Por eso, “aquella misma
noche despachó veinte mil indios, con muchas sogas, que tomasen las espaldas de los
españoles y secretamente estuviesen para cuando huyesen diesen en ellos y los atasen,
creyendo que al otro día, vista la mucha gente que llevaría, todos se habrían de huir”.
Tal cuenta el propio primo de Francisco Pizarro, el soldado cronista Pedro Pizarro; joven
actor de aquellos hechos.
Rumi Ñahui (quien no aprobaba el plan) recibió una orden concreta: “que guardase
las espaldas a los españoles y matase a todos los que volvieran huyendo”. En tal
sentido este guerrero debía rodear Cajamarca ubicando sus tropas en las afueras de la
ciudad, copando el camino hacia la costa.
Atahualpa ideó así una trampa humillante. Según la Crónica Rimada, escrita por un
compañero de Pizarro, fue:
teniendo detrás del pueblo celada,
porque tenía la cosa pensada,
de suerte que nadie pudiese escapar.
El Inca dejaría que los españoles, esos “salteadores barbudos”, ingresaran a la
ciudad y que se aposentasen. Una vez allí, se les presentaría con enorme cortejo y
esplendor; pensaba el soberano quechua que, ante su augusta presencia, los intrusos,
¿qué duda podía caber?, fugarían despavoridos tratando de alcanzar el camino por
donde habían llegado. Entonces, como en un juego, “los pensaban tomar a manos”
(Zárate: 1555, Lib. II, cap. 3º). Los que lograsen huir de la plaza, tal vez la mayoría,
serían capturados por Rumi Ñahui, invencible militar que con los cinco mil hombres del
ejército, como dice Cristóbal de Mena (1534), se colocaría en las vecindades de la
ciudad con especial encargo de coger vivos a los malandrines. Sería – casi todos lo
creían – una caza fácil y divertida, un gran chaco humano; un entretenimiento que
vendría a compensar al Inca de los disgustos que esos forasteros malhechores le habían
ocasionado.
Las huestes incásicas eran realmente temibles. El secretario de Francisco Pizarro,
Francisco de Jerez (1534), describe así a los soldados incaicos: “muy diestro y
ejercitados en la guerra y son mancebos e grandes de cuerpo que solo mil de ellos
basta para asolar una población de aquella tierra aunque tenga veinte mil hombres”.
Poseían, además, un ciego optimismo, fruto de sus muchas victorias cuando las campañas de Huayna
Cápac y más tarde con motivo de la guerra civil contra Huáscar Inca. Nadie entre ellos creía que los
españoles pudieran intentar alguna resistencia. Tal cosa no era concebible.
Esa misma noche, Atahualpa despachó hacia Cajamarca al tan mentado
Sikinchara, su hombre de confianza; la misión de éste era nuevamente la de vigilar e
informar.
Rumi Ñahui seguía desconfiando, sin embargo. Pero solamente era un yana. Tenía que obedecer
a los orejones. Al Inca de sobremanera. Y rogándole se quedó.
Los orejones de mayor rango discutían sobre la muerte que habrían de sufrir los
españoles. Algunos pidieron que se les adjudicase un número de ellos como
siervos yanaconas personales: “para servirse de ellos como esclavos”. No
pocos hispanos serían reservados como eunucos para el serrallo imperial.
Se solicitó finalmente, que todos los caballos fuesen sacrificados al Sol.
La confianza era tan grande que uno de los adalides de la guardia del Inca aseguró
que solo “con doscientos indios que le diese se los ataría a todos”. Esos veteranos de
cien combates, ufanamente, creían que “los cristianos no eran hombres de guerra”.
Aún más, Sikinchara, vanidoso como siempre, antes de partir había llegado al extremo
de sostener fanfarronamente ante Atahualpa: “No envíes [que] vengan, porque a mí
solo me han [tienen] miedo”. Se atrevió, eso sí, a rogar al Inca por la vida de tres
españoles: “no has de matar a tres de ellos […] el herrador, el barbero que hacía mozos
a los hombres y a Hernando Sánchez Morillo, que era gran volteador [domador]”.
¿Reflejaba esta petición el asombro de la sociedad indígena ante algunos signos de
Occidente: el hierro, los afeites y la doma de potros?.
En medio de tal optimismo, de plena confianza en el poder bélico de su ejército, no
es de extrañar que de inmediato se enviara a Rumi Ñahui. El fogoso plebeyo había
alcanzado el generalato con sus hazañas, era bravo y disciplinado, pero pese a eso y a
la posibilidad de lograr el lauro de capturar a los españoles, no estuvo de acuerdo con
el plan de ataque. Sin embargo, sus soldados marcharon al encuentro de los españoles
armados solo “con ayllus [boleadoras] que es una arma para prender con cierta arte de
nudos y cuerdas; para que no escapase ninguno”. Este testimonio que brinda Cieza de
León, es confirmado por varias otras relaciones de la Conquista del Perú, las cuales
remarcan, también, la confianza ciega de Atahualpa.
Por otra parte, las preocupaciones de Atahualpa seguían concentradas en lugares
muy distantes. Aquel puñado de salteadores barbudos y de origen desconocido, poco le
importaba en realidad. Sus ansias estaban puestas en la suerte que estarían corriendo
sus ejércitos en el Sur del Tahuantisuyo. Atahualpa sabía que a esas horas estaba
jugándose en algún lugar próximo al Cusco la suerte del trono incaico. La ofensiva
lanzada por sus generales contra los restos de las huestes del capturado Huáscar Inca
debía estar llegando a su fin. Con mucha inquietud, Atao Huallpa aguardaba los
chasquis que le trajeran las esperadas noticias de la toma del Cusco.
LOS PLANES ESPAÑOLES
Tras la entrevista en los Baños de Cúnoc, Hernando Pizarro y Hernando de Soto
retornaron a Cajamarca al frente de sus columnas de jinetes.
Ambos confirmaron a Pizarro la dificultad que implicaba un ataque a los Baños de
Cúnoc, a causa de ser sitio cercado, con canales y estanques, donde no podría cargar la
caballería. Luego describieron el esplendor de la Corte y la calidad de las tropas. Por
último informaron que el Inca había aceptado la invitación a comer formulada por el
Gobernador y que iría al día siguiente; por lo menos esto fue lo que dijo el atemorizado
intérprete Felipillo, que conocía muy poco el quechua.
Contra lo indicado por Atahualpa, el Gobernador decidió instalarse en la plaza
principal de Cajamarca – o sea, en los aposentos reales – y aguardar allí el día
siguiente, por lo cual Atahualpa “se enojó bravamente contra ellos”. Esa noche, los
castellanos velaron en pie, temerosos de un sorpresivo ataque incaico. Aún ignoraban
que en el Antiguo Perú jamás se combatía de noche; costumbre que, a la postre, habría
de ser funesta para las huestes incaicas.
Los cristianos pasaron con bastante incomodidad aquellas horas, los jinetes hacían
rondas permanentes. Nadie pudo dormir; ensillados los caballos y alerta la gente. El
padre Valverde dio la confesión a muchos. De toda esta audacia inaudita estaban
espantados los indios auxiliares de los españoles. Sus mujeres, indias costeñas y
nicaraguas, lloraban a gritos prediciendo el fin de sus compañeros, de los españoles y
de ellas mismas, pues el temible Atao Huallpa al día siguiente. Así amaneció, en medio
de la zozobra general.
El fraude, la mentira, la traición, el engaño, el soborno, la lujuria, la criminalidad y
la servicia, eran las virtudes de los españoles, sin las cuales no habría sido posible la
invasión total de este país.
LAS HORAS DECISIVAS
Cuando amaneció, Atao Huallpa habría podido todavía variar el rumbo de la
historia. Pudo haber cambiado su decisión. Pero no lo hizo. Acontecimientos fortuitos
vinieron a fortalecer su convicción de la absoluta debilidad de los castellanos.
Dijeron los traductores que el Inca había ofrecido ir temprano, pero lo evidente es
que incumplió la oferta como buen señor acostumbrado a disponer del tiempo a su
placer. Además culminaba el huarachicu. Recién adentrado el día se iniciaron los preparativos para
cubrir los pocos kilómetros que separan los Baños de Cúnoc de la ciudad de Cajamarca. Atahualpa
envió varios mensajeros a observar a los españoles, especialmente a sus caballos y sus
perros. Desconcertaba a los hispanos la actitud del Inca, parecía bromear… algunas
veces anunció que iría con armas; otras que concurriría sin ellas. ¿O era que los
intérpretes mentían a Pizarro? Cieza de León dice que “el Inca estaba muy orgulloso
[porque] apréciale que por ninguna manera podría suceder cosa que bastase a
estorbar el que no matase o prendiese a los cristianos”.
Fue impresionante que partiera de Los Baños. Acompañaban al Inca varios miles de
personas. Había de todo. Nobles, cortesanos favoritas, eunucos, curacas y por cierto
una pequeña parte de su ejército. Esto es, la fuerza militar que tenía en Cajamarca
puesto que había enviado a casi toda su gente al sur lejano. Iba también mucha gente
de los alrededores atraída por la fama de los extraños visitantes. Alguien allí comparó
el deslumbrante séquito con el del Sultán de Turquía.
Camino a la ciudad Atahualpa se detuvo y acampó aunque no puede afirmarse a
ciencia cierta por qué. Tal vez lo hizo para continuar con los festejos por las victorias del
sur y por la culminación del huarachicu. Pero también cabe suponer que se detuviera
en atención a las advertencias de su yana-general, Rumi Ñahui. Tal detención, a todas
luces imprevista, causó malestar entre los españoles, quienes veían frustrada la trampa
que se había tendido: capturar al Inca en cuanto se sentara a la mesa con Pizarro.
Probablemente este alto prolongado se debió a que en aquel momento llegó ante
Atahualpa un chasqui jadeante para comunicarle la más espléndida noticia: Quizquiz
había vencido al ejército imperial y luego con una treta había capturado al mismísimo
Huáscar.
UNA FATAL COINCIDENCIA
Coinciden, en efecto, varias crónicas antiguas en señalar que aquel 16 de
noviembre, Atao Huallpa recibió la noticia de la captura de Huáscar. El más categórico
es Juan Ruiz de Arce, que fue de los hombres de Cajamarca. Dice que “el día que
prendimos a Atahualpa, aquel día prendió un capitán suyo a su hermano, que era el
señor de la tierra” (c.1545: 104); dato que repetirá Alonso de Ovalle (Lib. IV, cap. 12º).
Parece que debemos entender que ese día se recibió la noticia del suceso que se
habría producido dos o tres días antes. En la Crónica Rimada, sin embargo, se
manifiesta que los chasquis llegaron el 16 de noviembre con la venturosa noticia
(estrofa 282).
Los hayllis triunfales y los brindis de jora debieron remecer el cortejo; nada parecía
capaz de detener al hijo del Sol, recién seguro de su jerarquía de Inca y rey tras vencer a
su hermano y rival. Como lo cuentan las relaciones españolas de esos días, un grueso
número de los del cortejo empezó a bailar.
Pero Pizarro y los suyos no sabían de qué se trataba; solo observaron que
Atahualpa y su cortejo se habían detenido y así se prolongaba la espera
peligrosamente.
EL OPTIMISMO
Atahualpa creía que nada debía temer, salvo las hechicerías. Y en c ierta
medida, las apariencias lo engañaban: altos jefes españoles se habían
postrado ante él en los Baños de Cúnoc y los capitanes orejones afirmaban
que esos vagabundos de poco servían en cosas de guerra. Emisarios
enviados para observar el campamento castellano habían confirmado que
existía gran pavor entre los indios auxiliares de los conquistadores. En
cuanto a los españoles, ya hemos visto que Francisco Pizarro trató siempre
de ocultar la real potencialidad de las armas occidentales. De otro lado, la
moral de la mayor parte de sus hombres, propia de aventureros
experimentados, era muy alta ante peligros y emergencias. No faltaban, sin
embargo, los que vacilaban; dicen las crónicas que “algunos hasta se les
soltaba el vientre de ver tan cerca tantos indios de guerra”.
Pero estos últimos eran muy pocos.
Una vez más el soberbio Sikinchara jugó un rol nefasto para el Inca,
pintándole una realidad mucho mejor de lo que era.
“Pues estando así los españoles – cuenta Pedro Pizarro - , fue la nueva a
Atahualpa de indios que tenía espiando, que los españoles estaban todos
metidos en un galpón, llenos de miedo, y que ninguno aparecía por la plaza:
y a la verdad el indio se la decía, porque yo vi a muchos españoles que sin
sentirlo se orinaban de puro temor”.
Sikinchara y otros como él convirtieron lo excepcional en general, a
causa de su desprecio al número y calidad de los castellanos.
“De rato en rato – escribe Cieza - , llegaba un indio para reconocer el
estado que tenían los españoles. Volvía con mucha alegría di ciendo que de
miedo se habían todos escondido por las casas, sin aparecer más que su
capitán con muy poquitos. Con esto que Atahualpa oyó le crecía más el
orgullo mostrándose más brioso”. Se recuerda, asimismo, que “los más de
los suyos le daban prisa que anduviesen o licencia los diesen para que ellos
pudiesen ir a atar a los cristianos, que no aparecían ya de temor de ver su
potencia” (III, 43º y 44º).
EL MIEDO DE ALDANA
Como el tiempo corría y el Inca no daba muestras de interrumpir el festejo, Pizarro
pidió un voluntario para que fuese a rogar al Inca que cumpliera con su ofrecimiento de
ir al ágape.
El que tomó la comisión fue Hernando de Aldana, en razón de que sabía ya algunas
palabras de quechua. Una vez que Aldana llegó ante el monarca indio, se le acercó con
mucha cortesía, pero Atahualpa “no le contestó nada, mas levantase con mucha ira y
quiso tomarle la espada”. Lo ganaba sin duda la curiosidad por esa macana estrecha y
filosa, según le habían contado. Algunos curacas cogieron al español, pero Aldana no
dejó que lo desarmaran. En vista de ello, el Inca, recuperando su compostura, sonrió
diciendo que no se le hiciese ningún daño y confirmó su promesa de concurrir.
Aldana solo, ante tantos indios hostiles, “no las tenía todas consigo, hizo el
acatamiento y a paso largo volvió donde estaba Pizarro”. Los cortesanos incaicos,
seguramente, rieron de la mal disimulada prisa del español, tomando así cada vez
menos en serio a los cristianos.
Aldana, por su parte, dijo a los suyos, sofocado por el apuro, que “le parecía que
[Atao Huallpa] venía de mal arte y con gran soberbia”. No se equivocaba. Pizarro dictó
entonces las últimas disposiciones. La mesa de la traición, donde se pensaba prender a
Atahualpa, ya estaba servida, aunque no sabemos si el Inca había entendido en algún
momento que se le invitaba a cenar.
Es probable que algunos hechiceros cercanos al Inca advirtieran los posibles riesgos
que entrañaban los poderes mágicos que, al parecer, poseían “los de las barbas”,
porque nadie podía entender la audacia que habían mostrado hasta Cajamarca; pero
Atahualpa hizo poco caso a las advertencias. De todos modos, es bastante posible que algunas de las
danzas bailadas por el cortejo que procedía al Inca tuviesen por finalidad exorcizar contra hechizos y
malos espíritus.
EL ERROR FATAL
Lleno de confianza, tras ver correr a Aldana, Atahualpa cometió el error que lo
perdió: decidió cercar de una vez a los españoles con las fuerzas de Rumi Ñahui. Éste se
opuso a semejante plan, sin poder variarlo.
Algunos de los capitanes incaicos belicosos o fanfarrones, compartieron el
optimismo reinante, volviendo a solicitar licencia para llevarle “atados a los
españoles, pues estaban escondido”. Mas el Inca no quiso dar esa orden,
prefiriendo tomar en sus propias manos la grata tarea de hacer fugar a los
intrusos de la plaza para luego presenciar su captura y muerte en los
alrededores de la ciudad, como divirtiéndose. Para cumplir ese objetivo –
juzgaba al Inca - , bastaban su temible fama, su presencia altiva y el
séquito que lo acompañaba. Y trazó enseguida el operativo a seguir por las
tropas que hasta ese momento lo acompañaban. Hernando Pizarro –
capitán general de los españoles y hermano de Francisco – es quien cuenta
lo siguiente sobre esa fatal decisión en su famosa cróni ca: “dejó allí la
gente con las armas e llevó consigo hasta cinco o seis mil indios sin armas,
salvo que debajo de las camisetas traían unas porras pequeñas, e hondas e
bolsas con piedras”. Dentro de este cortejo figuraban mil barredores que
iban limpiando el camino por donde habría de pasar Atahualpa, tres
grandes comparsas de bailarines y cantores, y turnos de yanas cargadores
de andas. Por ratos entonaban himnos, nada tranquilizadores, de guerra y
de exorcismo.
La gente que portaba grandes porras, de metro y medio de largo, la que
ostentaba filos cortantes, y los escasos flecheros quedaron fuera.
Atahualpa se empeñó en dejar lejos de la plaza a los que notoriamente
traían armas, lo cual confirma que aparentando cumplir una promesa,
anhelaba coger de sorpresa a “los malhechores”, haciendo como que
acataba el pedido que le habían formulado el día anterior: ir sin armas. Con
total menosprecio por los raros intrusos.
Otros dos de los más antiguos documentos sobre la Conquista española
procedentes de veteranos de Cajamarca confirman esta infortunada
decisión del Inca. La Relación Francesa (1534) señala que “a estas gentes
que estaban sobre los campos, según se supo después, les había
encomendado que una parte de ellos fuese a ponerse en emboscada en una
parte de la ciudad de Cajamarca, a fin de cuando él se acercara a la ciudad,
si los cristianos quisiesen huir, fuesen encerrados por todos los lados; y le
parecía que los tenía ya en la mano”. La Crónica Rimada (1540), apunta que
allí Atahualpa “ordena una celada detrás de Cajamarca”. La suerte estaba
echada. . . por un exceso de confianza.
EL DESPRECIO
Atao Huallpa continuó avanzando hacia la plaza de Cajamarca, seguido muy cerca
por el Señor de Chinchaysuyo (o quizás el de Chincha) y el de Cajamarca, todos en
andas, seguidos de un gran cortejo de nobles y de músicos; atrás venía una poblada. Al
ingresar por una de las dos puertas a la plaza (que más que tal era un gigantesco patio
triangular), no vio el Inca a ninguno de los conquistadores. Todos se encontraban
agazapados, listos para entrar en acción. Pero él creyó que la desolación del sitio
confirmaba la cobardía que atribuía a los españoles.
Uno de los cuatro soldados cronistas, actores de estos acontecimientos, Diego de
Trujillo (1571), escribe que el Inca se volvió hacia Sikinchara preguntando: “¿Qué es de
estos de las barbas?”. Su capitán contestó: “Estarán escondidos”. Pedro Pizarro (1571),
a su vez, apunta que “vieron que no aparecía español alguno, preguntó [el Inca] a sus
capitanes: ¿dónde están estos cristianos que no aparecen?. Ellos le dijeron: Señor,
estarán escondidos de miedo”. Cristóbal de Mena (1534) dice que los cortesanos
contestaron “ya están todos escondidos”. Según Miguel de Estete, la pregunta fue:
“¿Dónde están éstos?”.
Testimonios muy frescos, como el de Agustín de Zárate, indican que ante la insólita
situación el Inca exclamó: “Estos rendidos están”. Para Santa Clara sus palabras
fueron: “Ya están rendidos estos salteadores de puro miedo y ya son nuestros, pues
están escondidos”. Ruiz Navarro creía que la frase fue: “Estos ya se dan por vencidos”.
Sea cual fuere, Atao Huallpa pronunció la última frase volviéndose hacia su gente y con
ademanes de furia.
En ese momento un silencio sepulcral cayó sobre la ciudad, cesando los cánticos de
guerra de los indios, que eran algo “nada gracioso para los que lo oíamos, antes
espantoso, porque parecía cosa infernal”. A los himnos triunfales sucedió el silencio y
luego las airadas palabras que el Inca dirigió a la multitud que ya hacía su ingreso a la
plaza.
DIOS Y EL REY
Fue entonces que “pensando aplacarlo”, salió al encuentro del Inca Fray
Vicente de Valverde seguido del intérprete Martinillo. El sacerdote llevaba
una cota de mallas y un espadín al cinto, aparte de cruz y breviario. Tenía
encargo de inducir a Atahualpa a la celada, “a que entrase” a la gran sala
de la plaza, donde se había dispuesto la cena durante la cual iba a ser
capturado. Pero el Inca no estaba de humor para tales invitaciones y se
había enfurecido aún más. Encolerizado, protest ó porque Pizarro y sus
hombres hubieron ocupado las casas del Sol y de Huaina Cápac, en las
cuales tenía prohibido entrar. Además, la cólera expresaba también su
fastidio porque los barbudos no salían a recibirlo, cual era la costumbre.
Con rabia le espetó al fraile: “Habéisme robado la tierra por donde habéis
todo el oro y la plata y esclavos [yanas] que me tenéis […] y no le trayendo
tengo de matar a todos”.
Valverde – a través del intérprete Martinillo – intentó una excusa: que
el robo lo habían cometido “unos indios sin que el Gobernador lo supiese”,
agregando temeroso que “Dios ordena que nos amemos”. La palabra Dios
movió la curiosidad de Atahualpa, puesto que evidentemente el fraile no se
refería a Viracocha ni a ninguna guaca. “¿Quién es ese Dios?, p reguntó”.
Valverde respondió confusamente, hablándole de Cristo, del Papa y del Rey
de España. Las traducciones de Martinillo el Tallán fueron bastante
defectuosas. El Inca “oídlo como cosa de burla”. La respuesta sobre su reino
y el Papa fue tajante: “Debe ser loco puesto que da lo que no es suyo”.
Expresó, asimismo. Que él creía en el Sol “que no moría nunca”.
Valverde (a quien el Inca debió ver como un brujo mayor) replicó que
toda la verdad la decía el Evangelio, “este libro”. Atahualpa miró el raro
objeto con aprensión, puesto que no dejaba de temer algún hechizo. “¡Qué
sé yo lo que me dais allí!” le dijo, pero lo cogió. Le costó trabajo abrir las
hojas y golpeó a Valverde cuando quiso ayudarlo. Pero rápido se
decepcionó; el objeto no hablaba nada; no era como sus oráculos.
Temiendo maleficios e iracundo “con el rostro muy encarnizado”, arrojó
lejos esos Evangelios, violentamente.
Luego, a gritos, volvió a exigir que le devolvieran de inmediato todo lo robado. La
exigencia terminó en amenaza: “ya sé quién sois vosotros y en lo que andáis”.
“Bellacos, ladrones, les voy a matar a todos”.
No sabemos si Martinillo tuvo ánimo y tiempo para traducir la amenaza porque,
mientras lo hacía, Atahualpa se paró en sus andas “y algo gritó de querer matar a los
españoles”. Las palabras habrían sido: “Ea, que no escape ninguno” y “un alarido puso
gran temor en los cristianos”.
Para esto, Valverde ya corría, levantada la sotana, soltando el crucifijo. Fue donde
estaba Pizarro mientras Martinillo recogía de prisa los Evangelios, corriendo en seguida
tras el capellán.
La celada urdida para recoger al Inca arteramente, durante un convite, había
fracasado.
LA IRA DE VALVERDE
Lo que gritó Valverde no se sabe con precisión, porque existen
numerosas y divergentes versiones de sus palabras, aunque todas tienen un
denominador común: la invectiva contra el señorío de Atahualpa. Valverde
llamó al Inca “lleno de soberbia”, “Lucifer”; demandó “venganza” y a
fuertes voces pidió atacar.
En esto quedó todo el aparato jurídico del Requerimiento, jerigonza
teológico-jurídica con que se pretendió justificar la agresión contra los
señoríos andino americanos.
Mientras tanto Atahualpa, de pie en sus andas, dictaba órdenes en alta
voz, disponiendo que se atrapase a todos los pumaranras, band idos
salteadores.
EL ASALTO Y CAPTURA DE ATAHUALPA
Los cañones apuntaban hacia las dos únicas puertas estrechas del gran patio y los
arcabuces sobre la multitud. Los ballesteros tenían templadas sus cuerdas, listos para
rociar con sus saetas a los primeros atacantes. Gran excitación reinaba en las grandes
salas de piedra donde se encontraban en acecho las fuerzas y los españoles y los
auxiliares indígenas y negros.
Pizarro entonces puso en acción su segundo plan: el ataque sorpresa; “fue
necesario antes que se acabasen de juntar” en la plaza, pues había ingresado al recinto
solo una parte del cortejo y de la escolta. Agitó un paño que era la señal para que
Pedro de Candia, el artillero, soltase los tiros y al grito de “Santiago y a ellos” cargó la
caballería sobre la multitud, mientras tronaban los cañones de Candia. Se soltó a todos
los perros feroces, mientras penetrantes saetas ballesteras barrían el campo. Los
jinetes cargaron reciamente tajando, acuchillando sin tregua a esa muchedumbre
desconcertada. La población vaciló. “Fue tan de repente este acontecimiento” que “al
principio los indios se quedaron parados, alelados” – se dijo en esa época. En realidad,
tres mil años de artes bélicas caían sobre los antiguos peruanos con la contundencia de
un rayo.
La violencia de la caballería sobre esa multitud asombrada de cortesanos,
mujeres, ancianos, niños y unos pocos escuadrones de infantería ligera, fue
terrible. Al principio, “quedaron los desarmados indios atónitos y
sobresaltados”, afirman los cronistas. Luego cundió loco desorden. Nada
pudieron hacer unos cuantos soldados, con hondas y boleadores, en un
lugar cerrado como aquél, confundidos entre una multitud que con
ensordecedor griterío presa de pánico, los arrastraba, y los envolvía.
Atahualpa debió comprender en esos trágicos momentos cuán grave
había sido un error de no llevar a la plaza a sus temibles lanceros, a los
flecheros selváticos o a los recios guerreros de las enormes porras. Pero era
demasiado tarde. De nada pudieron servir semejantes refle xiones, envuelto
en esa muchedumbre enloquecida.
Los primeros que trataron de alcanzar las dos estrechas puertas fueron
batidos por el fuego de cañones y luego allí se arremolinaron todos,
pugnando desesperadamente por abrirse paso “se ahogaban unos a otro s”.
Fue entonces cuando por la presión de la masa humana cedió una de las
cercas de la plaza, que era de adobe.
El ataque español resultó una espantosa carnicería. Los mandobles
españoles partían por la mitad a los nativos. Volaban manos, cabezas y
brazos. Los indios jamás habían visto semejante cosa. Era, para ellos, furia
del demonio. La sangre, regó el suelo. Allí los cascos de los corceles
pisoteaban a los caídos. Algunos orejones, hendidos en el vientre, corrían
hasta caer enredados en sus intestinos. Después del paso de la caballería,
venían cientos de indios nicaraguas, cañaris, chimúes y tallanes ultimando
a los moribundos, ayudados por unos cuantos esclavos negros, mientras los
jinetes cargaban y volvían a carga. Así, tasajeados sin piedad, se rev olvían
unos contra otros, mientras las armas de fuego seguían abriendo brecha en
la empavorecida multitud. Los arcabuces repetían incesantemente sus tiros
allí donde la caballería abría caminos de muerte, a punta de lanza y golpe
de espada. Los pechos de los caballos dirigidos por Hernando de Soto,
arremetían, empujaban a los más y solo se volvía grupas para volver a
cargar, tajando y cortando aquí y allá. “Como los indios estaban sin
armas…. reconocería Hernando Pizarro fueron desbaratados sin peligro de
ningún cristiano”.
En las arremetidas uno de los caballos llegó a poner las patas delanteras en las andas
imperiales, pero la gente arremolinándose logró zafar al Inca del aprieto,
mientras él daba, inútilmente, órdenes que nadie escuchaba en la batahola.
Pizarro, “como persona que por más de veinte años había militado en las Indias,
sabía que la victoria consistía en apoderarse de las personas de los señores”. Así,
“como un sayo de armas, una espada, una adarga, una celada y con los 24
que estábamos con él salimos a la plaza y fuimos derecho a las andas de
Atahualpa, haciendo calle por la gente”. Sobre las otras andas y hamacas
cargaron los demás jefes españoles allí presentes —Hernando Pizarro,
Hernando de Soto y Sebastián de Benalcázar.
Los yanas desarmados, que tenían el honor de conducir en litera
imperial a Atahualpa, no lo abandonaron. Todos los testimonios coinciden
en rendir homenaje a su ciega bravura. “El gobernador llegó a sus andas —
recordaba Cristóbal de Mena—, aunque no le dejaban llegar: que muchos
indios tenían cortadas las manos y con los hombros tenían las andas de su
señor”. Extraño combate en el cual los orejones apenas si pusieron sus
cuerpos como toda arma contra los tajantes aceros castellanos. Con tan
poco temor de la muerte que aunque se estuvieron matando dos días se
juzgó que no faltara quien entrara a tomar las andas .No podían derribar
las andas, “que aunque mataban a los indios que les tenían, se metían
luego otros de refuerzo a sustentarlas”. Apenas era muerto uno cuando e n
lugar de él se ponían otros muchos a mucha porfía”. Pugnaban, pues, por
morir en defensa de su monarca.
Atahualpa, también se defendía sobre su litera, el topayauri de oro fino
debió volar en pedazos al chocar con el acero de los soldados españoles.
Siguió defendiéndose solamente con sus puños, pues la consigna de tomarlo
vivo impidió que fuese asesinado. Las lujosas vestiduras fueron arrancadas
totalmente. Pizarro llamó a unos ocho hombres de a caballo para que
abriesen una brecha entre los cargadores de las andas, mientras los de a
pie se cogieron de uno solo de los lados para voltearla.
El Alférez Alonso Romero, quien portaba el estandarte real de la conquista,
“hombre de regulares fuerzas”, que siempre estaba a lado de Pizarro, alentando a sus
compañeros con la enseña de Carlos V, el Rey de España, soltó el estandarte y dando
un salto por encima de sus compañeros, logró coger al Inca de su larga cabellera y al
fin el hijo del Sol caía al suelo.
Varios otros españoles se abalanzaron a cogerlo y el Gobernador tomándolo del
brazo lo condujo a un aposento de piedra, donde fue recluido bajo estricta vigilancia.
El Gobernador en su alojamiento de piedra, preguntó al Inca porqué estaba triste y
pensativo; que no se acongojase, porque los cristianos no eran malos y hacían guerra
solo a los que la buscaban. Que habían pasado por muchos territorios sometiendo a
más grandes señores al dominio del Rey Carlos V; el señor del Universo, quien los había
enviado para hacerles conocer su santa Fe católica y que debía declararse vasallo de su
Majestad.
Horacio Urteaga, anota que la respuesta de Atahualpa fue: “No me consueles
capitán; yo bien sé que usos son de guerra vencer o ser vencidos” (H. Urteaga: El Perú.
Monografías Históricas, Pág. 175).
Atahualpa, respondió, “medio riendo, que no estaba pensativo por aquello, sino
porque él tuvo pensamiento de prender al Gobernador: y que le había salido al
contrario; que sus espías le habían engañado que los españoles no eran hombres de
guerra; que los caballos se desensillaban y que con doscientos hombres los atarían a
todos.
Simultáneamente habían muerto acuchillados en la plaza de Cajamarca el gran
señor étnico de Chinchaysuyo, también Sikinchara (uno de los grandes culpables de
este debacle) y otros jefes más, aparte de muchos curacas.
El número de muertos no es posible fijarlo a causa de la disparidad de las
informaciones, y de la persecución que realizó, luego, Soto en campo abierto. Los
cálculos varían entre dos mil y siete mil. Parece que a hierro murieron tres mil”, y los
demás fueron viejos inútiles, mujeres muchachas y niños, porque de todas partes,
grandes y pequeños habían venido. Confundidos en la multitud estuvieron en la plaza
de Cajamarca, algunos partidarios de Huáscar Inca quienes fueron a espectar “el
encuentro de los Dioses con el usurpador”. Estos Huascaristas hubieron de recibir con
alborozo la captura de Atahualpa.
No duró más de “media hora” la matanza en la plaza; afuera, en la campiña
cajamarquina, los jinetes alancearon por casi dos horas más a los que huían; en esto
los secundaban varios negros esclavos y muchos indios aliados, de los que habían
traído de las costa de Nicaragua. Estando a punto de oscurecerse, un toque de
trompeta los congregó en la ciudad, donde se festejó el triunfo español. Miles de
cadáveres –nunca se supo cuantos—quedaron tendidos en Cajamarca y en los
alrededores; entre ellos los de los grandes señores que habían acompañado al hasta
entonces invicto Atahualpa.
Todo esto sucedió el 16 de noviembre de 1532, aproximadamente entre las cinco
de la tarde y el anochecer.
LA DESERCIÓN DE RUMI ÑAHUI
“Atónito con los lazos, de ver tan impensado acontecimiento” quedó el General
Rumi Ñahui, a quien Atahualpa había encargado que se colocara en las afueras para
capturar a los españoles que pudiesen fugar de la plaza de Cajamarca.
El tronar del cañón y las trompetas le avisaron el infausto suceso. Estupefacto, vio
cómo abatían desde lo alto de la torre de la plaza al soldado que habría de hacerle una
señal para el ataque. Y luego oyó a la poblada despavorida. Todo fue tan rápido que
posiblemente no atinó a tomar una decisión inmediata. Por lo demás, estaba algo lejos,
en los cerros. Y por si fuera poco, desertaron de sus filas muchos batallones de naciones
septentrionales sujeta por fuerza de las armas. Rumi Ñahui quedó allá solo con cinco o
seis mil soldados, equipados con sogas y boleadoras. Los cañones españoles se
dirigieron luego sobre ellos para atemorizar con el ruido y el humo. Mientras tanto
“muchos que llevaban los brazos cortados”, y otras huellas del acero o pólvora,
llegaron al campamento de Rumi Ñahui con el terrible testimonio de la ferocidad de
sus enemigos. Ya caía la noche, pues el sol se había puesto a un antes de la
entrada del Inca a la plaza. Un fortísimo aguacero cubrió en tonces el valle,
dificultando una reacción instantánea.
Resulta factible deducir las razones por las cuales aquel general
cuzqueño, el temible Rumi Ñahui, no atacó Cajamarca para rescatar al Inca.
Quizá lo creyó muerto, en vista del encarnizado combate alr ededor de las
andas ceremoniales, o supuso que estaba preso el Inca, sería asesinado por
los españoles si es que él avanzara sobre la ciudad. Por otra parte, casi ni
armas tenían pues—como se lo ordenaron—solamente había llevado sogas
y boleadoras para hacer chaco o cacería con los españoles para diversión
del Inca y de la Corte. Tal vez el propio Inca temió darle armas en esa
ocasión decisiva, desconfiando de un plebeyo encumbrado a la jefatura de
la guarnición de Cajamarca.
Por otro lado, se sabe que ese fogoso guerrero nunca había sido de
parecer que recibiesen de paz a los españoles y se fiasen de ellos y que sintiendo lo
que dentro de Cajamarca pasaba, desdeñado de que no le hubiesen creído, se fue
huyendo con toda su gente al Señorío Étnico de Quito, para apercibir lo necesario
contra los españoles”. Así lo cuenta los viejos Cronistas, y datos hay en que habían
llorado de rabia el día anterior en los Baños de Cúnoc, al permitir Atahualpa que
se retiraran vivos Hernando Pizarro y Hernando de Soto, a qu ienes él pidió
matar en el acto.
Rumi Ñahui, de modesto origen, “indio tributario” al decir de Guaman
Poma, pertenecía al poderoso estamento de los yanas – guerreros, que
tanto se desarrolló en las postrimerías del Tahuantinsuyo. Es posible que
indignado ante el culpable orgullo de Atahualpa –causante de la catástrofe
–decidiera abandonar la causa de los Incas. De hecho se convirtió algo
después en virtual rey de Tumebamba. Y más tarde, libró varias batallas
contra los castellanos y sus aliados los indios c añaris. Para ello aplastó a
todos los orejones que se le opusieron, ya fuesen del Cusco o de Quito.
Todo parece indicar que formó entonces un gobierno de base más
amplia, menos aristocrática.
LOS YANAS – GENERALES
La captura del Inca no significó la de sus hombres de guerra más importantes:
Quízquiz, Challco Chima, Yucra Guallpa y Chaicari. Todos ellos, empeñados en la
culminación de la guerra contra Huáscar, se hallaban en el Cusco o en sus alrededores.
En cuanto a Rumi Ñahui, hay que decir que Atahualpa, en cierto modo, lo había
salvado, enviándolo en misión a los cerros de Cajamarca, “para atrapar a los cristianos
cuando huyesen”.
Ahora bien, todos aquellos yanas – generales debían fidelidad absoluta al Inca,
pues por ser yanas le pertenecían. Eran de él. Pero estaban disconformes por la forma
en que Atahualpa había conducido los sucesos de Cajamarca. Sin duda, estimaban que
lo sucedido se debía a la increíble presunción, a la soberbia inaudita del Inca y sus
cortesanos.
LA OFERTA DEL RESCATE
El cuantioso rescate no fue ofrecido tímida e incondicionalmente por Atahualpa,
como generalmente se cree, sino que éste fue exigido por Pizarro y sus hermanos con el
compromiso de liberarlo después de su cumplimiento. Los testigos presénciales de la
época sostienen unánimemente, que el autor de la idea del “rescate” no fue el Inca sino
el ambicioso extremeño.
Confirma este hecho que fue una vieja costumbre europea y no americana, exigir
rescate con el fin de pagar a los soldados que llevaban. Así Hernán Cortés lo utilizó en
México y más tarde el mismo Pizarro lo ejecutará en la Isla Puna, Piura, Cajamarca y
posteriormente con Villaoma y Manco Inca en el Cusco (según Edmundo Guillén G. y
Diego Inga Mocha).
Cristóbal de Mena dice refiriéndose a la oferta del res cate: ya que el
cacique mostraba estar contento, dijo al Gobernador, que bien sabía lo que
ellos buscaban. El Gobernador, le dijo que la gente de guerra no buscaba
otra cosa sino oro para ellos y su señor emperador. El cacique dijo que él
les daría tanto oro como cabría en un apartado que allí estaba, hasta una
raya blanca que allí estaba, que un hombre alto no llegaba a ella con un
palmo; y sería de veinticinco pies de largo y quince de ancho. Pregúntale el
gobernador que cuánta plata le daría, el cacique dijo que traería diez mil
indios: y que harían un cercado en medio de la plaza, y que lo henchiría
como antes estaba. El gobernador se lo prometió con tal que no pusiese
traición y preguntándole que ¿en cuántos días traería aquel oro que decía?
Él respondió que en los cuarenta días siguientes lo traería.
Jerez, el cronista oficial de la invasión, calcula que la sala tendría 22 pies de largo y
l7 de ancho, la cual daría “llena hasta una raya blanca y que está a la mitad del alto de
la sala, será lo que dijo de altura de estado y medio… y que esto cumpliría dentro de
dos meses”.
Pedro Sancho redactó ese documento, porque los españoles le pidieron al Inca que
dentro de los 50 que sabían leer y escribir escogiese a uno, como su apoderado para
que firme ese documento en su nombre y cuando el Inca dio una mirada a todos los
españoles letrados, dijo que no había entre los españoles letrados un digno de su
representación, pero como tenía que escoger de todas maneras escogió al
capitán Hernando Pizarro, él firmó ese documento en nombre de Atahualpa,
entonces el Inca quedó comprometido a cumplir con ese rescate, bajo
documento con carácter legal, jurídico. En lugar donde correspondía al
Gobernador y Capitán General Francisco Pizarro, por ser analfabeto, su
nombre fue escrito por el secretario y aquel solamente ponía “su señal”,
que era un garabato que solía trazar a manera de rúbrica, con varios lazos
entrecruzados a ambos lados de las letras.
Terminado el documento, el escribano Pedro Sancho, leyó su contenido,
en voz alta; el traductor hacía entender al Inca todo lo que se leía. Se le
preguntó si estaba conforme con la escritura y dijo que sí.
Y Así, Atahualpa, propuso llenar aquellas casas con vasijas, tinajas,
vasos, y otras cosas enteras y que los cristianos no deberían ni aplastar, ni
romper aquellos objetos. Dos cuartos de plata y uno de oro.
EL CUARTO DEL RESCATE
El Cuarto del Rescate es la tradición palpitante de Cajamarca, animado
por el espíritu de su pueblo encierra junto con la visión de sus hazañas y
fracasos de sus empresas más decisivas, la sugestión inagotable es un
recinto de mampostería que data de la época Inca, de 11,80 m. de largo por
7,95 m. de ancho en su base y 3,10 m de alto en la parte externa. Se ubica
en el Jr. Amalia Puga Nº 750. Sus paredes o muros construidos
íntegramente de toba volcánica. (cantería ). Se asientan directamente
sobre la superficie de cantería sin cimientos, mostrando interiormente
cierta inclinación que lo define de forma trapezoidal.
La estructura de sus paredes están constituidas por piedra poligonales
de tamaño diverso, trabajadas en todas sus caras, dispuestas en hiladas
aparentemente rectas, que forman todo el ancho de las paredes. Su
trabazón debido a la naturaleza deleznable de la toba no es tan perfecta y
lineal como la arquitectura del Cusco. Actualmente las paredes presentan
de 5 a 6 hiladas; de aproximadamente 8 a l3 elementos en los paños
mayores y 7 a 11 elementos en los menores.
Los tres vanos de acceso frontales que presentaba el recinto antes de su
restauración, han sido adulteraciones tardías, no así el vano lateral
izquierdo que sí corresponde a la puerta original. Además, en el interior se
destacan 10 hornacinas trapezoidales; dos en la pared Sur, tres en el Oeste,
cuatro en el Norte y una en el Este. E l muro tiene una altura promedio de
3,023 m. siendo en sus esquinas externas lado Sur de 3,20 m a la altura del
vano central. Especialmente ninguna de las esquinas externas del cuarto
presenta evidencias de amarre a otros muros, lo que daría la apariencia de
una estructura aislada.
Al observar los muros del famoso recinto, en su parte interior hay
huellas de una pared, también de mampostería, que fue levantada con
seguridad después de 1615 para dividirlo en dos, fue así que lo encontró
Montesinos. El Cuarto del Rescate debió permanecer dividido por algún
tiempo, pero en 1778 cuando lo visitó Cosme Bueno lo halló ya despejado,
sospechamos que antes de Cosme Bueno todos quienes dan las dimensiones
de la habitación debieron calcular muy a groso modo y que el p rimero en
ofrecer una medida exacta, fue el célebre Cosmógrafo Mayor de Indias. Con
él van a coincidir después Antonio de Alcedo (l786); Ignacio de Lecuanda
(1770); Tadeo Acnés (1830); Juan Alvarado (l833), Martínez Compañón
(1784), le señala 14,5 varas de largo y 3,5 de alto, no se refiere al ancho;
Mariano Felipe Paz Soldán ( 1862) consigna 22 pies de largo por 17 de
ancho y Middenfort (1887) calcula 17 pasos de largo por 13 de ancho y
entre 11 y l2 pies de altura.
Sin mayor dudas y pese a las diferenc ias que sobre sus dimensiones
consignan los distintos autores, se trata del mismo recinto que señala la
tradición estuvo el Inca Atahualpa y ofreció llenar de oro como precio de su
rescate. Hay en las referencias una continuidad evidente, las diferencias e n
las medidas se deben a la variedad de las estimaciones hechas en un
principio a ojo de buen cubero, pero coincidentes cuando fueron efectuadas
con mayor precisión. Hay que tener en cuenta también que unos debieron
hacerlo por dentro.
En cuanto a las características que presenta actualmente, se trata de una
construcción de evidente manufactura incaica, hecho con piedras bien labradas y
unidas con fina argamasa de arcilla. Tiene de largo, de acuerdo con el levantamiento
efectuado por el Ing. Ricardo Alfageme, 10,10 m por 6,20m. en su parte interior y
11,80 por 7,50 en sus lados exteriores. Pese a que el recinto no presenta evidencias de
amarre con otras estructuras y puesto que los muros que lo circundan se elevan
inclinándose hacia el interior y le dan toda la apariencia de una construcción aislada,
pudo formar parte de un conjunto más amplio, cuyas características se han perdido al
menos superficialmente.
ATAHUALPA HABLA DE SU MUERTE
Atahualpa, desde la prisión, mandó consultar de los más famosos oráculos, que le
dijesen cuál sería su fin; pero no respondieron ni los del Cusco, ni el Dios hablador del
Rímac, ni el de Pachacámac, por lo que el Inca sospechaba que el Sol y los demás dioses
lo habían abandonado y en consecuencia moriría.
Desde la llegada de Almagro el l2 de Abril de 1533, “en las vísperas de la Pascua de
Resurrección”, en compañía de más de 150 españoles la mayor parte de a caballo, el
Inca comprendió que sus captores estaban dispuestos a quedarse y que políticamente
su muerte era inevitable, entonces, el oro debía ser traído con suma lentitud, porque
ésta era la única forma de prolongar sus días. Se fue Hernando Pizarro quien le había
prometido hacer respetar su vida. Aunque quedaba Soto, pero sus ambiciones
personales demostraban que sus promesas no eran totalmente confiables. Los
cristianos tenían que solidarizase para defender las grandes fortunas que habían
ganado en Cajamarca.
EL JUICIO SUMARIO Y LA MUERTE DEL INCA
El gobernador Francisco Pizarro reunió a los oficiales reales, al sacerdote Valverde,
a los principales Capitanes de su compañía y al Bachiller Juan de Balboa. Discutieron
sobre la conveniencia o no de matar al Inca, y al final “se resolvió que se haga justicia
del”.
El responsable de preparar el pliego de preguntas y acompañado de los frailes, se
encargó de reunir las pruebas y los testimonios. Finalmente redactaron la sentencia.
Según Garcilaso, se nombró como juez al Gobernador Francisco Pizarro, le
acompañaba Diego de Almagro, uno de los más feroces enemigos del Inca, como
secretario a Sancho de Cuellar, el Fiscal acusador fue el Bachiller Juan de Balboa. El
defensor del Inca fue Juan de Herrada, quien siempre estuvo en contra de su ejecución.
Se nombró otros que buscasen los testigos. Otros dos fueron nombrados por
letrados y debieron ser sacerdotes; el padre Francisco Morales sería uno de ellos; éstos
estaban encargados de dar su parecer jurídico o legal o ilustrar el criterio de los jueces.
Se buscaron diez indios como testigos, siete de los cuales eran yanaconas o
sirvientes personales de los españoles, y los otros tres escogidos entre los enemigos de
Atahualpa.
Las preguntas preparadas fueron:
Primera.- “Si conocieron a Huaina Capac a sus mujeres y cuántas eran”.
Segunda.- Si Huascar inca era hijo legítimo y heredero del Reino y Atahualpa
bastardo, no hijo del Rey, sino de algún indio de Quito.
Tercera.- Si tuvo el Inca otros hijos sin los dichos.
Cuarta.- Si Atahualpa heredó el Imperio por testamento de su padre o por
tiranía.
Quinta.- Si Huascar Inca fue privado del Reino por el testamento de su padre
o si fue declarado por heredero.
Sexta.- Si Huascar Inca, era vivo o muerto, y si murió de enfermedad o lo
mataron por orden de Atahualpa, y cuándo, si antes o después de la venida de los
españoles.
Sétima.- Si Atahualpa era idólatra y si mandaba y forzaba a sus vasallos a que
sacrificasen hombres y niños.
Octava.- Si Atahualpa había hecho guerras injustas y muerto en ellas mucha
gente.
Novena.- Si tenía Atahualpa muchas concubinas.
Décima.- Si Atahualpa había cobrado, gastado y despreciado los tributos del
imperio, después que los españoles tomaran la posesión de él.
Undécima.- Si sabía que Atahualpa, después de la venida de los españoles,
había dado a sus parientes y a los capitanes y a otra mucha gente de todas suertes,
muchas dádivas de la herencia real y que tenía gastados y disipados los
depósitos públicos y comunes.
Duodécima- Si sabía que el Rey Atahualpa, después de preso había tratado con
sus capitanes de rebelarse y matar a los españoles, para lo cual había mandado
juntar gran número de gente de guerra y mucho aparato de armas y otros
pertrechos.”
Este interrogatorio estaba destinado a probar que Atahualpa había cometido una
serie de crímenes penados entre los españoles con los más infamantes castigos, como
la hoguera. Estos crímenes eran: Adulterio, poligamia, incesto, usurpación, fratricidio,
idolatría, tiranía, herejía, sacrificios humanos, despilfarro y conspiración.
Por todas estas acusaciones comprobadas con la declaración de sus enemigos,
Atahualpa fue condenado a muerte, con la pena de la hoguera, solicitada por
los sacerdotes. Alonso Riquelme, el obeso tesorero de Su Majestad,
reclamaba que a su enemigo debían matarlo con una agonía y muy prolongada.
La sentencia fue redactada por el escribano Sancho de Cuellar, asesorado por el
bachiller Juan de Balboa y contenía todos los argumentos suficientes, para la aplicación de
la pena capital. Pizarro, temeroso de las leyes, consultó una vez más a Valverde, Balboa y los otros
sacerdotes, quienes lo convencieron que los fundamentos legales sobraban para matar al
prisionero.
Entonces Pizarro trazó un garabato, a manera de rúbrica, sobre su nombre escrito
por el secretario.
Cuando le comunicaron al Inca que había sido sentenciado a muerte en la hoguera,
increpó a Pizarro el incumplimiento de su compromiso asumido mediante una
escritura, aduciendo que manchaba sus manos y su fama en la sangre de quien le hizo
tanta cortesía, sin que le hubiese ofendido jamás y le hizo rico. La sentencia tenía que
cumplirse de inmediato.
El Sábado, 26 de julio de 1533, aproximadamente a las seis de la tarde, en la plaza
de Cajamarca, el carpintero Juan de Escalante preparaba el grueso madero donde
tendría que ser atado el reo, los indios aliados de los españoles amontonaron la leña
para conformar la pira y los cristianos esperaban impacientes el inicio del espectáculo
macabro.
Se ubicaron destacamentos bien armados en los caminos de entrada a la ciudad;
otro grupos de arcabuceros y hombres a caballo vigilaban alrededor de la prisión. Fray
Vicente de Valverde y Vallejeda y los demás sacerdotes, se desesperaban por convencer
al Inca al cristianismo, pero él, sereno e indiferente, se negaba a recibir el Bautizo.
Las luces de los hachones y fogatas, al fin dejaron ver el cortejo, que venía
precedido por las trompetas de Juan de Segovia y Pedro de Alconchel, que rasgando la
serenidad del anochecer, entonaban la música triste que precedía el acontecimiento.
Detrás venía Atahualpa con una gran cadena de hierro atado alrededor de su
cuello, sostenido por Ruy Hernández Briceño, responsable de la seguridad del
prisionero, y una soga atada a su cintura, sostenida por el Alguacil Martín Pizarro. A un
costado del Inca, avanzaba Juan de Porras, el Alcalde o Justicia Mayor, quien, por
oficio, tendría que disponer la muerte de Atahualpa; al otro lado, venía el sacerdote
Valverde insistiendo la cristianización y el arrepentimiento del hereje prisionero.
Cuando el Inca apareció en la plaza, los miles de indios presentes, levantaron sus
manos, prorrumpiendo un enorme vocerío, como una postrera aclamación a
su Señor y seguida “se postraron dejándose caer como borrachos”.
Llegados al centro de la plaza, donde el fatídico madero donde tendría
que ser atado el reo, hubo un instante de silencio y se pudo ver el enorme
ruedo que los infantes y los hombres de a caballo habían formado, para
impedir que los indios pudiesen acercarse a su monarca destronado.
Valverde, en su último intento por convertir al Inca al cristianismo, le
pidió que se bautizase, como el único requisito para cambiarle la forma de
matarlo.
Atahualpa preguntó, a dónde van los cristianos cuando mueren, y le
respondieron que al cielo y los infieles, al infierno. L uego preguntó dónde
guardan los cristianos su cuerpo cuando mueren, a lo cual contestó
Valverde, que se sepultaban en la iglesia y los infieles fuera de ella.
Preguntó Atahualpa, dónde guardarían su cuerpo si se bautizase y el
religioso le explicó, que como era el hombre más importante de ese mundo,
de ser bautizado, le celebrarían una misa de cuerpo presente, pidiendo que
su espíritu vaya al cielo y su cuerpo sería sepultado dentro de la iglesia y
nadie podría profanarlo. Esto le convenía al condenado y al fin aceptó el
bautizo. Valverde derramando el agua bendita sobre la negra cabellera de
Atahualpa y el Gobernador, quien, como padrino, colocó una de sus mano s
sobre el hombro del Inca y le donó su nombre. De este modo quedaba
cristianizado con el nombre de Francisco.
El encargado del estrangulamiento podría haber sido el negro Alonso Prieto, su
cabeza quedó volteada, sin fuerza, con las vértebras cervicales descoyuntadas; el
esclavo se retiró dejando el cadáver atado al madero.
Al día siguiente, domingo 27 de julio de 1533, el Gobernador ordenó que
todos los españoles asistiesen al sepelio de Atahualpa. Esa mañana todos
se reunieron alrededor del patíbulo, para celebrar los funerales de un Rey.
Pizarro y sus principales capitanes asistieron vestidos de lu to. Desataron el
cadáver del Inca cristianizado y con gran solemnidad fue conducido a la iglesia que en
esta ciudad tenían los cristianos.
El sacerdote Valverde celebró la misa de cuerpo presente y al encontrase cantando
las preces del difunto, una multitud de mujeres muy jóvenes y hermosas irrumpió en el
templo, llorando desconsoladamente, para pedir a gritos que cavasen una tumba muy
grande, porque muchas de sus esposas, parientes cercanos y criados de su casa,
querían enterrarse vivos, para ir junto con su señor a vivir en el seno del Sol. Se les
explicó que no era posible hacer lo que pedían porque el Inca murió como cristiano y al
ser desalojados, volvieron hacia la prisión vacía de su soberano, donde muchas mujeres
se estrangularon con sus trenzas.
Tan pronto como los españoles partieron en demanda del Cusco, algunos curacas y
una multitud de quiteños al mando de Quilliscachi, uno de los hermanos leales de
Atahualpa, llegaron a Cajamarca, quemaron vivos a sus habitantes, porque estaban
aliados con los españoles; incendiaron y arrasaron la ciudad, exhumaron el cadáver de
Atahualpa, para llevarlo con dirección a Quito. Donde el capitán Rumiñahui le hizo una
grandiosa recepción, convocando a los pueblos amigos, para que lo llorasen durante
quince días. Los restos del Inca fueron embalsamados y para no ser descubiertos y
ultrajados por sus enemigos debieron sepultarlo en un lugar desconocido, junto con los
grandes tesoros que los Incas habían reunido en las ciudades de Quito y Tumebamba.
IGLESIA SANTA CATALINA
Es sin duda el monumento religioso de mayor proporción y el más representativo
oficialmente. Pertenece al mismo grupo y al mismo estilo arquitectónico que los
templos de Belén y San Francisco.
Santa Catalina (hoy Catedral) fue edificada en el solar de la antigua Casa de
Justicia que, a mediados del siglo XVII, ocuparon los corregidores Eugenio de Segura y
Martín de la Riva Herrera. Se desconoce cuando se inició su construcción, pero la Real
Cédula del 26 de diciembre de 1665, que ordenó el establecimiento de una Parroquia
de Españoles en la ciudad de Cajamarca, elevada en 1682 al rango de matriz, sugiere
que debió ser después de la segunda mitad del siglo XVII, bajo la advocación de Santa
Catalina. Su trazo fue obra de Juan de Céspedes y Ledesma quien, al parecer, dirigió
también su construcción, cuyos gastos cruciales los sufragó el Rey Carlos II, durante el
gobierno del virrey Melchor de Navarro y Rocafull, Duque de la Plata.
A la década de 1750 corresponde la sillería del coro enrejado y puertas,
obra de los maestros carpinteros Pedro Pardo de Figueroa, Domingo Pérez y
Santos Fernández. Las campanas fundidas por el maestro herrero Fabián
Salcedo y Gutiérrez, son de fecha ligeramente anterior. La consagración del
templo tuvo lugar el 27 de octubre de 1762 por el Obispo de Trujillo,
Francisco Javier de Luna Victoria.
El monumento es una de las más sobrias expresiones de la arquitectura
cajamarquina, construido íntegramente de cantería, tiene “81 v aras de
largo; 23 varas de ancho y 16 y media varas de alto”. Consta de 3 puertas
principales correspondientes a las tres naves: Santa Catalina, la mayor y
central; San Juan Bautista, a la izquierda y la del Perdón, a la derecha.
Las columnas que adornan las portadas son salomónicas, decoradas con
el clásico motivo de la vid. Los paños entre columnas donde se encuentran
los nichos para las imágenes, los frisos y paneles encima de las portadas
laterales, están totalmente cubiertos con abundante decoración ta llada, y
las retropilastras y espadañas, con un menudo almohadillado cóncavo de
mucho relieve.
El interior del templo es sencillo, ostenta la nobleza de la piedra y en
sus naves se encuentran varios altares de interés, como el blanco y dorado
de la Virgen del Carmen y el rutilante y ostentoso de la Virgen de Rosario,
ambos ubicados en el crucero. El Altar Mayor, dorado a fuego, es
imponente. Descuella así mismo el púlpito de madera dorada, con figuras
de talla policromada, presididas por la imagen de Santa Catalina
presentada con vestido pomposo.
En diversos lugares de la iglesia hay pinturas coloniales, como el de la
Virgen del Quinto Sello, Coronación de la Virgen, la Virgen del Rosario; un
retrato de don Francisco Javier de Luna Victoria, que consagró la nueva
fábrica de la iglesia, y otro de Pedro de Arizala, que salió de Cajamarca
para ser Obispo de Manila. En el presbiterio, mirando a la nave del
Evangelio, se encuentra el sepulcro del Maestre de Campo, Corregidor y
Justicia Mayor de las provincias de Cajamarca, Francisco Espinoza Cueva y
Lugo, que gracias a su esfuerzo fueron construidos los templos de San
Pedro, San José y Santa Catalina. Y, en el altar de la Virgen del Rosario,
está sepultado don Tomás del Campo Vega y Otañez, Marqués de
Villarrubia de Langre, acaudalado vecino de Cajamarca, quien contribuyó
económicamente para la construcción de Santa Catalina.
Adosada a esta iglesia se encuentra una capilla de menor tamaño
construida en la misma época y que ha sido llamada “Capilla de Nuestra
Señora de las Mercedes”, “Capilla de la Virgen de la Aurora” y “Sagrario”,
respectivamente.
Sobre su único vano de entrada, lleva grabado el escudo de la tradición
reconocía como armas de la ciudad, y que actualmente, se sabe perteneció
al Conde de Espinoza, una de las primeras familias de Cajamarca.
Al crearse la Diócesis de Cajamarca por Bula de S.S. Pío X, dada el 11 de abril de
1908, Santa Catalina pasó a ocupar el rango de Catedral, siendo su primer Obispo
Francisco de Paula Grosso, la iglesia ha sido declarada monumento histórico por R.S.
2900-73-ED, del 28 de diciembre de 1972.
IGLESIA SAN FRANCISCO
Es la más antigua de Cajamarca como parroquia de indios, sobre los
cimientos de lo que fue el templo del Sol. Dice Tarsicio Mori, que el primer
templo de San Francisco fue construido sobre las ruinas del templo del Sol,
basándose en versiones del Cronista Jerez, que habla de mezquitas sag rada.
No se conoce con exactitud la fecha en que se inició su construcción; pero sí se sabe que
fue terminada en 1579, era de “piedra menuda de cantería y ladrillo, muy larga y
angosta con techo de madera y ladrillo”. Refiriéndose a ella un documento del siglo
XVI, dice: “Hay en este pueblo de Cajamarca una de las mejores Iglesias y en pueblo de
indios ninguna como ella”. Añadiendo, y con ser bien grande y capaz la iglesia, no cabe
la gente en ella por ser infinita la que hay”. Según el citado documento, la iglesia fue
costeada por Sebastián Ninalingón y existió desde 1562, siendo útil hasta 1687, año en
que Fray Francisco del Risco la hizo demoler porque “amenazaba ruina”.
El actual templo se empezó a construir en 1699, bajo la advocación de
San Antonio de Padua, aproximadamente duró 80 años la edificación de
este templo, con las piedras labradas que había en el Palacio de Don
Antonio Astopilco, empleándose para ello las piedras labradas que exis tían
en el llamado Solar del Inca o Casa de la Sierpe. Las demás fueron extraídas
del cerro Santa Apolonia.
El autor e iniciador de la obra fue el alarife español, Matías Pérez
Palomino, decidió hacer una Iglesia que imitase a la de San Francisco de
Lima y dando las siguientes dimensiones: Capilla Mayor. 18 varas por 12 de
ancho; Nave Principal desde las gradas del presbiterio, hasta la entrada: 63
varas; ancho del crucero: 36 varas; ancho de la nave principal: 12 varas, de
las naves laterales: 5 varas. El material fue proporcionado, durante varios
años, por el vecino de Cajamarca Don Antonio Astopilco, quién donó la
cantería necesaria para la edificación de esta Iglesia, de esta manera dicho
vecino adquirió para él y sus descendientes, el derecho de su fal lecimiento,
ser sepultado en las Criptas de este templo, habiéndola continuado los
trabajos los arquitectos José Manuel Cristóbal de Vera y Francisco Tapia. En
cuanto a las torres, quedaron inconclusas y recién en 1939 se comenzaron a
construir, siendo terminadas en Abril de 1958, por el Sr. Miguel Barboza.
Su fachada, no deja de ser imponente. Presenta profusos adornos como los
consabidos racimos de uvas, entre los que asoman angelitos o niños desnudos y muros
completamente almohadillados, con nueve imágenes de piedra en las intercolumnas y
dos ángeles con trompetas que sostienen la Tiara Papal. Su estilo es barroco con ciertas
reminiscencias platerescas.
Para apreciarlo mejor dividimos en tres cuerpos, la base de las torres a los costados
y el frontispicio en la parte central, que consta de tres cuerpos. En el primero dos pares
de columnas salomónicas, a uno y otro lado de la puerta, hacen marco a cuatro
hornacinas que con esculturas de santos fundadores de importantes órdenes religiosas:
de arriba a bajo, a la izquierda San Pascual Bailón y San Juan Capristano; la derecha en
el mismo sentido San Bernardino y San Luís Obispo y en la parte central, dos ángeles
sosteniendo la Tiara Papal.
En el segundo cuerpo, hay la misma disposición de las columnas salomónicas pero
tan solo dos hornacinas con las estatuas de San Pedro Nolasco a la izquierda y Santa
Clara de Asís, al otro lado y al centro un vitral de la época de la República
representando a San Antonio.
En el tercer cuerpo, hay la misma disposición de las columnas salomónicas, pero
tan solo una hornacina con las estatuas de San Antonio a la izquierda y San Francisco
de Asís a la derecha, al centro la imagen de la Virgen Inmaculada, muy venerada por la
congregación de los franciscanos y en la parte superior de esta estatua , un escudo de
los brazos cruzados, que es el símbolo de dicha congregación, en la parte central y
superior está Cristo Todo Poderoso y los cuatro evangelistas, dos a cada costado.
El interior es de estilo renacimiento español, por afectar la forma de cruz latina.
Tiene características catedralicias, ya que consta de tres portadas fronterizas, que sirven de acceso a
cada una de las naves. La nave central, colocada a mayor altura que las laterales, es de cañón con
lunetos, encontrándose a lo largo de la misma, modillones donde se halla las ventanas que dan luz al
interior del templo. Las naves laterales exhiben imágenes importantes como las de San Quirino, San
Antonio de Padua y la Virgen del Rosario. Entre los altares descuellan los del lado del crucero que son
originales, dorados con pan de oro y estilo barroco. El que mira a la nave de la Epístola
(derecha), muy cerca de la puerta de la Capilla de la Virgen de los Dolores, ostenta
pinturas del siglo XVII. Pueden admirarse, así mismo, cuadros de estilo cuzqueño que
representan pasajes de la vida de la Virgen y que penden de las columnas del templo.
En 1975 uno de los claustros del convento franciscano fue acondicionado como
museo de arte religioso, pinacoteca y pudiéndose visitar con sus Criptas, de Lunes, a
Sábado, por las tardes.
SANTUARIO DE LA PATRONA DE CAJAMARCA
“VIRGEN DE LOS DOLORES”
Adosada a una parte de la nave de la Epístola de la iglesia de San Francisco, se
halla la Capilla de la Virgen de los Dolores o de Nuestra Señora de la Soledad como
primitivamente se la denominó. Su construcción data de 1722, año en que Fray Juan de
la Caba y Zelada dio inicio a su fábrica la que, presumiblemente, fue dirigida por Matías
Pérez Palomino.
Al decir de los entendidos, es uno de los monumentos de mayor belleza
e interés que existe en la ciudad. Aprovechando la docilidad de la piedra, se
han esculpido en los lados del Altar Mayor “La Cena” y el “Lavado de los
Pies”. En lo alto de las ventanas y con la misma técnica, hay escenas del
Nacimiento, la Adoración de los Reyes, la Huida a Egipto, Jesús entre los
Doctores, la Flagelación, el Ecce-Homo y la Oración del Huerto; en los
costados del arco que sostiene el coro, la Anunciación, con la Virgen a un
lado, arrodillada y al otro, el Arcángel San Gabriel.
Descuella dentro de todo este conjunto, la imagen de la Virgen de los
Dolores, Patrona de la ciudad de Cajamarca, proclamada en 1942, con
motivo del Congreso Eucarístico. Su altar original fue construido en el siglo
XVIII y costeado por el Corregidor de Cajamarca, General Álvaro Gaspar
Enríquez. El actual es de estilo gótico y facturado, posiblemente, a
mediados de 1800.
Al lado izquierdo, y en la parte superior de la pared, existen tres
cuadros del siglo XVII, de autores anónimos, que representan los milagros
de la Virgen Dolorosa.
La iglesia y convento de San Francisco fueron declarados monumentos
históricos por RS. 2900-72-ED, de 28 de diciembre de 1972, con la
denominación: “Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores”. Y ahora
Santuario de la Patrona de Cajamarca.
CONJUNTO MONUMENTAL BELÉN
Se encuentra ubicada hacia el Sur Oeste de la ciudad de Cajamarca, en el jirón
Belén, en la 6ta. Cuadra, sobre terrenos que pertenecían a los Caciques de Cajamarca;
está conformado por la Iglesia y los Hospitales de hombres y mujeres, conocidos
antiguamente con el nombre de Hospital de nuestra Señora de la Piedad, ocupa un
área de 6560 m cuadrados y está construida de piedra volcánica.
Todo el conjunto está labrado en cantería que es el nombre que se le da a la roca
volcánica, que también conforman el suelo sobre el que se ha edificado Belén.
El conjunto fue edificado y administrado hasta mediados de 1850 paso a poder la
Compañea Bethlemitica. En 1850 pasó a poder de la Sociedad de Beneficencia Pública
de Cajamarca una parte fue ocupada por la gendarmería de la ciudad. En 1876 la
Congregación de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul tomó a su cargo
los hospitales, fusionándolos en 1878 en el edificio del Hospital de hombres y destinado el de
mujeres a la Escuela de Belén, uso que mantendría vigente hasta 1973, en que el conjunto fue
transferido al Instituto Nacional de Cultura por Decreto Ley 20018. Este hospital se halla separado por
el Jr. Junín, y el Jr. Belén; una escalinata muy sobria nos conduce a la portada de acceso. Exuberante
ornamentación a base de flores, pámpanos, racimos, pájaros y ángeles cubren literalmente las
estructuras de esta portada en las que destacan las dos columnas salomónicas que flanquean el vano
de la puerta. Sobre éste, en el friso, vemos dos cariátides de cuatro senos que limitan el frontón donde
nuevamente aparece el escudo de la Orden.
IGLESIA BELÉN
En Cajamarca, la palabra Belén tiene un significado especial en el que se mezclan:
Devoción porque en su templo se ha estremecido el misticismo de innumerables
generaciones; Gratitud de quienes salieron de sus recintos con la salud recobrada y de
aquellos que gozaron del amparo de sus muros o aprendieron a leer y escribir allí;
Admiración por el hábito creador de sus artífices; Orgullo porque es la cincelada joya
que corona su vieja ciudad.
Fue construida en 1699 bajo la dirección de Joseph Morales, que hoy admiramos
inconclusa, pues así quedó el año de 1744. Al principio, la cantería fue extraída de las proximidades del
mismo hospital, pero agotada la piedra, en tales aledaños, Fray Juan de José pidió lugar en la cantería
del cerro de Santa Apolonia, en escrito presentado el 26 de mayo de 1727 ante Don José de
Apaéstegui, alguacil mayor del corregimiento. El 27 de mayo de 1727, Apaéstegui otorga posesión de
una parte de la cantera a los hermanos de Belén; la obra continua con mucho entusiasmo hasta
que se ve interrumpida en l739, por el celebre pleito surgido entre Bethlemitas y
Franciscanos. Terminando el incidente, los trabajos siguieron hasta varios años,
habiéndose concluido
El frontis de la iglesia está compuesto de tres partes: la base de las torres a los
costados y la portada al centro; las primeras están definidas por muros lisos que
rematan en frisos adornados con rombos en relieve, y sobre el muro izquierdo vemos al
primer cuerpo de una torre inconclusa cubierto de los mismos rombos .La gran portada
labrada como un gran retablo consta de tres cuerpos : En el primer cuerpo, dos pares
de columnas salomónicas, a uno y a otro lado de la puerta, hacen marco cuatro
hornacinas con esculturas de santos fundadores de importantes órdenes religiosas: de
arriba a bajo, lado izquierdo, San Agustín y Santo Domingo de Guzmán , a la derecha :
en el mismo sentido, San Pedro Nolasco y San Francisco de Asís. Sobrepuestos a las
hojas de la puerta, sendos medallones calados representan el escudo de la Orden
Bethlemita que construyó este monumento, en las cuales vemos las tres coronas de los Reyes Magos y
la estrella de Belén. Este motivo se repite de inmediato sobre el arco donde está sostenido por dos
ángeles. En el segundo cuerpo, hay la misma disposición de las columnas salomónicas, pero tan solo
dos hornacinas con las estatuas de San Ignacio de Loyola a la izquierda y San Juan de Dios, al otro lado.
Al centro sobre la cornisa, una gran venera y encima de ella un ventanal cuadrilobulado; ambos son
elementos de notable efecto decorativo y de significado religioso. En el tercer cuerpo, carece de
columnas, en cambio las 3 hornacinas, cuyas concavidades presenta el tema de la venera, están
envueltas por floridas archivoltas, La hornacina central simboliza la Sagrada Familia, y en los nichos
adyacentes están representados San Joaquín y Santa Ana.
Una gran cornisa ondulada y sobre ella las esculturas de las 3 virtudes teologales
que resume todo un planteamiento místico y funcional de este extraordinario conjunto
arquitectónico: la fe, al centro, vendada (“Fe Ciega”) y con un cáliz en la mano; la
Esperanza - hacia nuestra izquierda – con su simbólica ancla; y en el extremo derecho,
la Caridad con un niño en los brazos; esto significa que había que llegar aquí con Fe y
Esperanza para recibir Caridad. Según se ve en las inscripciones grabadas en los
pedestales de las imágenes de la Fe y la Caridad que corona el frontis monumental y
que a la letra dice” Acabóse esta Iglesia l8 de Mayo de 1744, la edificación de ésta
iglesia aproximadamente duró 45 años.
Al ingresar al templo nos encontramos en un ambiente muy distinto al de las otras
dos grandes Iglesias cajamarquinas, la Catedral, San Francisco, que tienen tres naves y
poco o ningún adorno escultórico o pictórico. Aquí la arquitectura nos impresiona de
inmediato la proliferación de relieves predominante geométricos y otros de inspiración
vegetal. En el primer caso son rombos tallados como diamantes que, en hileras, suben
por las pilastras, voltean sobre los arcos fajones y luego corren a lo largo de los frisos
combinándose con flores estilizadas y hojas de acanto. Estos motivos vegetales
adquieren mayor énfasis en las dos grandes ventanas laterales, bajo la cúpula. De
trecho en trecho, pequeños rostros alados de querubines ponen una nota de gracia
ingenua, sobre todo en la franja que corre en lo alto y a lo largo de toda la bóveda
donde se alternan con los ya clásicos rombos.
Pero detengámonos por un momento bajo la bóveda del coro con su estupendo
arco rebajado y su franja de querubines y flores: sobre la izquierda el ingreso a la
pequeña capilla de Santa Bárbara cuyo vano está enmarcado por una portada cubierta
de rombos y coronada por una venera, ya que en este ambiente fue proyectado como
bautisterio. Su puerta es de cedro de Nicaragua. En la actualidad esta capilla luce la
cantería “cara vista”, pues ha sido removido el estuco que, siguiendo el modelo de la
iglesia, tenían sobre los muros y la ornamentación escultórica.
El pequeño altar, labrado en la misma piedra, presenta un nicho central el que da a
una urna con reliquias de San Sebastián Tercero, según consta en un acta que se
guarda en el Obispado. La imagen del mártir San Sebastián. Que no corresponde a las
reliquias, están en el nicho de la izquierda; y al otro lado se encuentra la de Santa
Bárbara portando su simbólica torre. En las pechinas vemos cuatro ángeles labrados
similares a los de la fachada.
Luego del arco rebajado, ya en el primer tramo de la nave, encontramos dos
portadas, una frente a la otra. La de la izquierda, mucho más alta que su compañera,
de acceso al vestíbulo de la capilla del Campo Santo, más conocido como el velador y su
puerta esta tan delicadamente tallada que más parece haber sido trabajada por un
platero. La portada de la derecha tiene la misma traza y decoración, sin embargo la
puerta de cedro, quizá mejor conservada que la anterior, luce su ornamentación mucho
más nítida.
Y sobre el primer arco toral a la derecha se halla el púlpito adornado con pequeñas
columnas salomónicas que hacen marco a esculturas de más ilustres oradores
sagrados de la antigüedad, se puede reconocer a San Agustín, Santo Tomás de Aquino,
San Juan de la Cruz, Santo Domingo de Guzmán , Santa Catalina de Siena, entre ellos.
A la espalda vemos relieves de la virgen entre sus padres, San Joaquín y Santa Ana;
el Espíritu Santo pende bajo el tornavoz y la figura del Redentor corona el conjunto. El
acceso al púlpito originalmente era una pequeña puerta que comunica a una escalera situada en la
arquería del claustro, la escalera en espiral, que vemos ahora probablemente data de
principios del siglo XX.
Entre los arcos torales y la gran cornisa que sirve de base a la cúpula, talladas en la
piedra de las pechinas, destacan las esculturas de los cuatro evangelistas con sus
respectivos símbolos: San Juan con el águila, San Mateo con el ángel; San
Marcos con el león y San Lucas con el toro.
Alzando la mirada nos encontramos con lo más impresionante de todo el conjunto:
la cúpula. Partamos desde el gran anillo que sostiene la media naranja, donde se
representan, entre las ventanas, símbolos alusivos a la Virgen María, cada uno con una
leyenda en latín: “Espejo de justicia”, “Torre de Marfil”,” Huerto Cerrado”, etc. Luego,
desde una cenefa tallada, arranca la concavidad de la cúpula con ocho formidables
ángeles de Atlantes, sosteniendo una alegoría de la esfera celeste poblada de estrellas
y querubines.
En los espacios que dejan los arcos del crucero, bajo la gran cornisa donde empieza
la cúpula, tenemos las esculturas de los cuatro apóstoles, pilares del Evangelio. Ya en la
esfera celeste vemos en primer lugar, alusiones a la virgen María así como los ángeles
y constelaciones de floridas estrellas, y culminando esta alegoría, la linterna como una
luminosa proyección hacia el infinito, morada de Dios Omnipresente y Omnipotente.
Ahora bajemos la mirada al presbiterio, sobre el muro de la derecha la portada de
acceso a la sacristía donde se repite el tema de la venera en la concavidad del arco y luego
de la coronación dos ángeles de perfil sostienen el escudo de la Orden Bethlemita. Sobre el muro de la
izquierda, encontramos un gran cuadro de influencia flamenca, que representa a Jesús ante
los Jueces.
Al fondo, tenemos el retablo mayor. Acerca del cual podemos decir que no es el
original, el primer retablo fue labrado en Quito y luego trasladado y ensamblado en
Cajamarca, se incendió hacia fines del Siglo XIX.
Al centro, en el primer cuerpo de este retablo, vemos que en el nicho para el
ostensorio, de puertas convexas decoradas con motivos vegetales enlazados y
columnas Salomónicas a los costados, es de estilo barroco, en contraste con las líneas
severas y un tanto frías del neoclásico, tratándose evidentemente de una parte del
retablo original que fue destruido.
Los confesionarios barrocos, delicadamente tallados en cedro, entre cuyos motivos
ornamentales pueden verse peces de la región que han desaparecido de nuestros ríos.
Los altares laterales tienen poco valor artístico, dudándose que fueran del Siglo
XVIII, pues podemos comprobar que en algunos, como el de la izquierda, bajo la cúpula,
es notorio que se han utilizado partes de otros, desaparecidos, de mayor calidad.
En cuanto a las imágenes, apuntemos el hecho de que de aquéllas que
originalmente ocuparon los nichos del retablo mayor, solo existe las del Arcángel
Gabriel y Santa Gertrudis. Algunas esculturas antiguas, con las de San Francisco, San
Juan, San Antonio y otros no identificados, han sido encontradas en un desván del coro
donde permanecían arrumadas.
Hacia 1960, las paredes del presbiterio fueron denudadas del estuco original
pensándose que, como lo sucedido en Santa Catalina y San Francisco, la piedra “cara vista” es mejor;
pero el criterio actual es otro y se deduce que los muros, bóveda y la cúpula han sido hechos para recibir
enlucido y pintura.
El piso original seguramente fue de ladrillo pastelero, pero a principios
del Siglo XX, fue remplazado por uno de madera que al deteriorase ha sido
cambiado por la piedra que hoy tiene.
SACRISTÍA: Formando ángulo recto con la nave de la Iglesia cubierta por bóveda de
cañón, la Sacristía, es un ambiente de arquitectura muy sobria cuyos espesos muros de
piedra desnuda exaltan la decoración tallada de la puerta que da al patio principal. Al
centro, se destaca un nicho entre dos columnas coronadas por un frontón curvo,
partido, que alberga una escultura de la Dolorosa. A la derecha, pendiente del muro,
vemos una galería de retratos de los Prefectos Bethlemitas, que se inicia con una
alegoría del escudo de la Orden y sobre el que da a la iglesia, se ha colocado un Cristo
tallado en madera, la gran cúpula con su linterna.
Una pileta labrado en piedra que data de la segunda mitad del Siglo
XVIII ocupa el centro del patio.
La Iglesia fue declarada Monumento Nacional por Ley Nro. 9441, y los
hospitales por R.S. N° 2900-72-ED del 28 de diciembre de 1972.
CAPILLA DEL CAMPO SANTO : Podemos entrar en ella por la puerta que
ya hemos descrito, o por la portada monumental que se abre por la calle
Junín. Las espirales lisas de las columnas salomónicas de esta portada son
verdaderamente impresionantes.
Entrando en un vestíbulo cubierto de bóveda nos encontramos ante dos
notables portadas, casi desconocidas hasta hace poco. Una de acceso a la
Iglesia y la otra a la propia Capilla; no obstante su planteamiento similar,
difieren en la forma de los diamantes.
La Capilla que actualmente se usa como auditorio y galería de arte, es
un amplio ambiente cubierto por bóveda de cañón. Sobre el muro del fondo
una original disposición de rombos decorativos producen un hermoso efecto
de claroscuro.
Al costado derecho de este muro se abre una pequeña puerta que conduce al
Cementerio, que hoy es un jardín.
HOSPITAL DE HOMBRES: Construido en el Siglo XVIII. Esta sala tiene una hermosa
portada formada por bloques cuadrados, recortados en diamante; al centro de una
ventana oblonga, luego una cornisa curva y en lo alto una cruz en espiral.
Al ingresar, encontramos un amplio recinto cubierto por bóveda de cañón,
sostenida por arcos fajones que descansan sobre pilastras adosadas a los muros. Su
plano forma una cruz latina cuyo crucero corona una bóveda con linterna. La luz
penetra por altas ventanas laterales que se abren bajo lunetas.
De inmediato llama la atención las dos hileras de “covachas” que son pequeñas
habitáculos practicados en los espesos muros laterales para albergar a los enfermos
cuyas tarimas iban sobre los muretes vemos allí adentro. Un pequeño nicho nos indica
la posición de la cabecera, dispuesta de tal manera que el enfermo pudiese ver al
sacerdote celebrando misa en el altar del fondo. Este labrado y pintado en la superficie
del muro de cabecera de la cruz latina, tiene dos nichos, el mayor de los cuales se
encuentra una imagen de nuestra señora de la Piedad.
Los arcos del crucero forman pechinas en los cuales vemos cuatro ángeles, cada
uno con cuatro alas, dos de ellas plegadas hacia delante en actitud de espera para
recoger el espíritu escapado con el último aliento de los moribundos quienes, a medida
que se agravaban, iban siendo ubicados en las covachas de los brazos de la cruz.
En una de ellas, de mayores dimensiones que las demás, se pueden ver
ranuras para los tableros sobre los que se deposit aban remedios e
instrumentos para la atención inmediata. En la enfermería hacia la
derecha, están los ambientes dedicados a la cocina, panadería y despensa.
HOSPITAL DE MUJERES: El Hospital de mujeres, destinado inicialmente a
enfermos desahuciados y conoc ido como “el consumidero” se inició su
construcción el l7 de Octubre de 1764 y concluyó en 1767, siendo prefecto
de la orden Betlehemita el padre Juan de Belén. La construcción de la
fachada de este edificio duro cuatro años, de 1763ª 1767, sin embargo, la
espadaña que se levanta sobre ella es un agregado de mediados de 1800.
Las cariátides posiblemente simbolizan la fecundidad femenina ya que
en el nicho de la espadaña que corona el conjunto podemos ver una
escultura de la maternidad.
En el interior, un pequeño patio empedrado con lajas de piedra azul y
cantos rodados, ala antigua manera cajamarquina, permite la entrada al
hospital de mujeres que es una vasta sala cubierta con bóveda de cañón,
con arcos fajones y la cornisa principal incólume, habiendo s ido cortado la
segunda. Igualmente han sido destruidos los relieves que pintados además
ornamentaban las jambas de las covachas, sobre algunas de las que aún
quedan vestigios de pinturas al templo, entre las que podemos reconocer a
las santas: Bárbara, Gertrudis y Apolonia.
Indudablemente que de haberse conservado la ornamentación
arquitectónica y pictórica en esta Enfermería así como en la de varones,
tendríamos ahora una muestra verdaderamente extraordinaria de
arquitectura barroca hospitalaria.
Paralela a esa sala, al costado izquierdo, se alinean otros ambientes
que merecen nuestra atención: la cocina bastante modificada y un pequeño
claustro muy bello, con arcos rebajados, desde donde podemos entrar a la
“Capilla Vieja”; ésta es una nave semi subterr ánea que se incrusta en las
faldas de la colina de Santa Apolonia, cuya roca viva podemos ver al fondo
formando un “nacimiento” o “Belén” natural, en lugar de Altar Mayor.
Los tres espacios libres que se distribuyen el fondo de estas edificaciones,
constituyeron los antiguos cementerios de este hospital.
COLINA SANTA APOLONIA
La colina de Santa Apolonia, permite desde su cima contemplar la ciudad y el valle
en su conjunto, es un mirador natural, afloramiento de roca tobácea traquítica de la
Era Terciaria, de color blanquecino y dureza relativamente baja. Se eleva a 2985
m.s.n.m. y se ubica al lado sur de la planicie, para llegar a su cima hay que ascender
aproximadamente 500 m siguiendo las calles Dos de Mayo, San Martín y la Calle De la
Cruz de Piedra.
Sus nombres aborígenes: Inga Conga, Rumitiana, Rumí pascana. En el siglo XVIII, los naturales lo
llamaron Monte Alverna, debido a una capilla que allí se encontraba, pero ya desde el siglo XVI se la
conoce como Santa Apolonia.
La ocupación más temprana de la colina corresponde a la fase Torrecitas, del
Período VI, hacia los 1200 años a.C. Por entonces modificó su cima, construyéndose
una plataforma y algunas estructuras, que al parecer servían como tumbas.
A partir del siglo VII a.C. y durante todo el desarrollo de la civilización Cajamarca, la
colina estuvo dedicada al culto de los muertos, se construyeron algunas tumbas de
personajes importantes, a la vez que se mantuvo el carácter sagrado del sitio. A fines
del siglo XVI y antes de la conquista Inca de Cajamarca, Santa Apolonia aparecía ya
como un cerro fortificado. Había sido amurallado y recortado en varios sectores de su
ascenso, a la vez que en su cima se levantaban algunas estructuras poco elevadas.
Originalmente debió tratarse de una plataforma sobre la que se le levantó un
mochadero y en cuyo interior se levantaban varias cámaras subterráneas. Así la
conocieron los españoles, se dice que allí se levantaba el santuario a la sierpe, que los
Incas respetaron.
Su carácter sagrado, vinculado a ritos agrarios, se mantenía todavía en el siglo
XVIII.
Según Róger Ravines, probablemente durante el período Intermedio Tardío
debieron tallarse las denominadas “Sillas del Inca”, altares propiciatorios de carácter
agrícola, que aparece ya en la fase Cajamarca II, Intermedio Temprano (Ravines -
Sachún, octubre 1979).
Las Sillas del Inca son dos bloques de roca traquítica, que aflora y corresponden a
la constitución misma de la colina, y que han sido acondicionados mediante talla. El
primero se compone de tres entalladuras en forma de “U” hacia fuera y en cada uno de
sus vértices. Estas entalladuras se encuentran sobre una base o pedestal de forma
trapezoidal que, a su vez, se asienta sobre una plataforma en la que existe una serie de
pequeños canales y hoyos interconectados.
El segundo bloque, más pequeño, lo constituyen dos tallas de forma rectangular,
asentadas también sobre un pedestal.
En 1966, el arqueólogo peruano Toribio Mejía X llevó a cabo algunas excavaciones
en la cima de la colina, dando mayor énfasis a los aspectos arquitectónicos, por lo que
en el informe final de su trabajo anotó: “Cámara rectangular, de dos metros de largo,
noventa cm. de ancho y noventa cm. de alto, paredes de diez hornacinas, cuatro en
cada lado longitudinal y una en cada lado de los extremos. Construcción de piedra y
barro. Techo lajas largas en número de siete, con una porción central rellena con varias
piedras, como si fuera el lugar de entrada.
A inicios del siglo XX, relacionada con la Cruz que en aquella época fue colocada en
la colina. A la que Vicente Pita se refiere diciendo: “El 01-01-1901, hubo promesa la
celebración del nuevo siglo en cuyo día se colocó en la colina de Santa Apolonia una
gran cruz conmemorando el primer día del siglo XX, siendo padrinos la señora Amalia
Puga de Losada y el alcalde Provincial de esta ciudad, Don Víctor Castro Iglesias. Por
los años l946 - 1947, cuando se sucedía el primer gobierno municipal de Don Carlos
Malpica Rivarola, se construyeron las escalinatas que se proyectan desde el Jr. Dos de
Mayo.
La construcción actual del Santuario se encuentra en la ladera de la colina, se inicia
en abril de l, 952, terminándose en octubre del 1954, cuya bendición se realizó el 13 de
octubre del mismo año, cuya procesión de la Virgen de Fátima salió de la Catedral con
dirección del santuario que hoy la alberga, sin que la colina haya cambiado de nombre.
Referente a la cruz que actualmente se observa en la colina, se dice que fue erigida
en la década del 60. Sin embargo se puede anotar que anterior a ella y en el año de
1958. Se construyó una cruz de cemento armado, de 14 m de altura. En recuerdo de la
misión que se realizó en dicho año, y fue dirigida por el Padre Ampuero de la orden
Franciscana. La que posteriormente resultara derribada al amanecer de un Domingo de
Ramos, ocasionando un gran descontento en el pueblo Católico, en actos de
desagravio por esta herejía los cajamarquinos ascendieron a la colina y se iniciaron las
acciones tendientes a erigir nuevamente este símbolo cristiano (MUNDACA, Conrado.
“Versión personal 22-05-95”).
REFERENCIA BILIOGRÁFICA. –
Pilcón Caro, J. C. (2013). Cajamarca Cuna de alta cultura. Cajamarca: Servicios Gráficos
- San marcos.