Download - Escenas cotidianas

Transcript
Page 1: Escenas cotidianas

ESCENAS COTIDIANAS

Marina Díaz Cabrejas

Monólogo 1

Escena 1

Monólogo 2

Escena 2

Monólogo 3

Escena 3

Consecuencias

1

Page 2: Escenas cotidianas

MONÓLOGO 1

Una mujer de unos 35 años vestida con ropa ajustada de colores llamativos. Con algún colgante o pulseras. Muy vulgar.

En cuanto le vi supe que tenía que ser mío. Cuando me miró con aquellos ojos profundos, tan enternecedores…Y aquel paquete…¡Qué paquete, madre mía! Lo conocí un domingo en el Rastro. Yo no tenía ganas de ir, pero me llamó mi amiga Paquita y me convenció. Decía que le habían presentado a unos mauritanos guapísimos que tenían un puesto de bolsos y cosas de cuero. Y que cuando recogían el tenderete se iban a tomar unas cañas. Y que como les iba bien el negocio, siempre se pagaban unas gambitas. Así que me puse mona y me fui para allá. Los otros dos no valían gran cosa. Sólo eran simpáticos. Pero éste… Me quedé prendada. Al domingo siguiente volvimos al Rastro. Pasamos el día juntos y al anochecer… En la casa de campo… Detrás de unos matorrales… Fue estupendo. Llegué a casa a las tantas, con la ropa llena de tierra y las piernas arañadas, pero me sentía feliz. Sólo quería meterme en mi cuarto, sola, y revivir todo lo que había pasado. Seguimos viéndonos hasta el verano. Cuando se dio cuenta de que la cosa iba en serio, Paquita me aconsejó que no me tomara el asunto tan a pecho, porque esta gente viene y se va y en cualquier momento dejas de saber de ellos. Pero a mí me pareció que lo nuestro seguiría para siempre. Nos casamos en diciembre. Mi familia se puso por las nubes y yo me enfadé con todos llamándoles racistas y xenófobos, como había leído en algún periódico por ahí. ¿Qué se habían creído? ¿Pensaban que ellos eran más que mi novio porque habían nacido en Torrelaguna? ¡Vamos hombre! Todos tuvieron que tragar y además ayudar un poco, porque, claro, tuvimos que buscarnos una buhardillita en Lavapiés, que era donde vivían sus amigos, y había que dar fianza. Al principio todo fue muy bien. No teníamos mucho dinero, pero siempre había para una lata de sardinas y una botella de vino. Yo ayudaba a veces en el puesto del Rastro y no nos faltaba lo principal. Pero el tiempo fue pasando… Empezó a llegar tarde a casa con frecuencia y no terminaban de convencerme sus explicaciones. Un día que se había entretenido charlando con Safir, otro que se había puesto mala la hermana de Ahmed… Pero lo peor fue cuando empezó a disgustarme profundamente su olor. Ya me lo había advertido mi madre: “hija, mira que esta gente huele fatal y además son muy mentirosos y muy traicioneros” Supe que tenía algo de razón cuando me di cuenta de que me molestaba el simple hecho de que me rozara cuando estábamos durmiendo. Le pedí que compráramos una cama más grande y siempre puso mil excusas para no hacerlo. Decía que últimamente ganaban menos dinero y que no podía permitírselo. Sugerí que pidiéramos dinero a mi familia y se negó. Varias veces fui al puesto del Rastro y él nunca estaba. Sus compañeros decían que había tenido que ir a hacer algún trabajo en la construcción, con lo que se ayudaba, pero yo empecé a desconfiar. Después me dijo que muchas veces le pedían ayuda como pintor en una casa que estaban construyendo, porque necesitaba ganar algo más de dinero. A mí me parecía sospechoso, pero no hice ninguna averiguación. Mi madre seguía insistiendo en que seguro que todo era mentira y yo no sabía qué hacer hasta que un día apareció la policía en mi casa diciendo que estaba detenido por terrorismo. Bien me la había jugado. Yo siempre había querido tener hijos y no conseguía quedarme embarazada. No sé por qué. Él decía que no había que tener prisa en eso, que era preferible esperar a que mejorara nuestra situación. Luego me he dado cuenta de que lo que pasaba es que no se lo permitía su organización. Dice Paquita

2

Page 3: Escenas cotidianas

que a ella le han contado unos de su barrio que esto es así. Que te dirigen cada paso de tu vida. Cuando me trajeron la noticia me fui a la comisaría y declaré todas las dudas que tenía desde hacía tanto tiempo. Estaba todo clarísimo. Dije que no quería saber nunca más nada de él. Tuve que pedir perdón a mi familia y darles la razón en todo para que me admitieran de nuevo en casa. Ahora he conseguido unas horas haciendo la limpieza en una cafetería del barrio. Trabaja de camarero un chico que me encanta. Ayer salimos a la misma hora y fuimos juntos a dar un paseo. Estoy de verdad ilusionada. Seguro que él me puede hacer olvidar todo lo que he pasado.

ESCENA 1

PERSONAJES

Viandante 1

Viandante 2. Ramón

Viandante 3. Mariano

Viandante 4. Anselmo.

Agente 1

Agente 2

La vía pública. El viandante 1 entra en escena y se detiene mirando confuso en todas direcciones. El viandante 2 pasa junto a él y se le queda mirando.

Viandante 1.- Me hace el favor, ¿la calle San Esteban?

Viandante 2.- Sí… Continúe usted todo recto y… ¿sabe dónde está el cuartel de bomberos? (el viandante 1 niega con la cabeza), ¿el ambulatorio de la seguridad social?

V 1.- No. No soy de esta zona.

V 2.- No importa. Siga hacia adelante y cuando llegue a la primera rotonda, gira a la derecha, después la segunda… o mejor la tercera, también a la derecha.

Aparece el viandante 3.

V 3.- ¿Por qué calle pregunta?

V 1.- Por la calle San Esteban.

V 3.- Tome la primera a la derecha y, después del segundo semáforo, pasando una farmacia…

V 2.- No. Es mejor que vaya hasta el cuartel de bomberos y luego, en la rotonda…

3

Page 4: Escenas cotidianas

V 3.- Oiga, que yo llevo viviendo en este barrio toda la vida y conozco perfectamente las calles y hasta el último de sus rincones.

V 2.- Pues yo nací precisamente aquí, a tres manzanas de este mismo lugar. ¿Sabe usted dónde está la calle del doctor Bermúdez? Pues allí mismo. En el número 15.

V 3.- ¡Cómo no voy a saber dónde está doctor Bermúdez! Allí está la taberna Los zarajos, que es de mi amigo Manolo.

V 2.- ¡Manolo! Pero si es íntimo amigo mío. Fuimos juntos al colegio y jugábamos en el equipo de fútbol de los marianistas. Era un delantero estupendo. Metía unos golazos…Yo era el portero. ¡Qué bien lo pasábamos! Siempre que paso por el bar me paro a tomar una cañita y a recordar viejas historias. Había un cura, el hermano Eugenio, que nos tenía manía y siempre nos castigaba a quedarnos al estudio después de clase. Menos mal que le gustaba mucho el fútbol y de eso nos valíamos para hacerle la pelota y librarnos.

V 1.- Oigan, perdonen, pero quisiera saber si me pueden indicar cómo ir a la calle San Esteban. Resulta que tengo algo de prisa.

V2.- Bueno, hombre, tranquilo. No se vaya a estresar por tan poca cosa. Ya se lo he dicho. Hasta el cuartel de bomberos y luego, al llegar a la rotonda…

V 3.- Que no. Que es mejor que gire por la primera a la derecha… Por cierto, ¿cómo te llamas?

V 2.- Ramón. (Le tiende la mano).

V 3.- Yo me llamo Mariano (le tiende la suya y se la estrecha) Mucho gusto.

Ramón.- Igualmente. Da mucha alegría coincidir con alguien con quien se tienen cosas en común. Y yo estoy encantado de encontrarme con un amigo de Manolo. Y conociéndole supongo que seremos muchos. Es un tipo estupendo. Cuando éramos chavales, si yo no tenía dinero siempre me invitaba. Lo compartíamos todo. ¡Ah! ¡Qué tiempos!

V 1.- Bueno, pues me voy. En vista de que no consigo saber cómo ir a San Esteban y no conozco a Manolo ni su taberna, intentaré llegar por otros medios.

Ramón.- Espere, hombre de Dios, que no la va a encontrar. Y no sabe usted lo que se pierde por no conocer a Manolo. Ya sabe, todo recto…

Aparece el viandante 4.

V 4.- ¿a dónde quiere ir?

V 1.- A la calle San Esteban.

V 4.- Mejor que retroceda y entre por la bocacalle anterior hasta la plaza donde está la iglesia. Allí pregunte. No tiene pérdida.

Ramón.- No. Es mejor que siga recto hasta la rotonda…

4

Page 5: Escenas cotidianas

Mariano.- Que no, Ramón. Que llega mejor girando por la primera a la derecha.

V 4.- (Gritando) No saben ustedes nada de este barrio. Lo único que están haciendo es confundir a este pobre hombre.

Ramón.- El que no tiene ni idea es usted. Y viene aquí a interrumpir cuando nadie le ha preguntado.

V 4.- Oiga, a mí no me levante la voz, que eso nunca se lo he consentido a nadie y usted no va a ser una excepción.

Mariano.- El único que está levantando la voz es usted. ¡Entrometido! (Lo agarra por el cuello).

Ramón.- Déjale, Mariano. Que es un maleducado y un grosero, además de ignorante.

V 4.- ¡Que no me insulte!

Se enzarzan.

V 1.- Hagan ustedes el favor de comportarse. Yo sólo quería saber cómo llegar a la calle San Esteban y hay que ver la que han liado.

V 4.- Usted es el único causante de este desaguisado. Ya no puede uno ni ir tranquilamente por la calle. Pretendemos ayudarle y mira cómo nos lo agradece.

V 1.- Pues ya no necesito su ayuda y menos con esos modales.

Ramón.- ¡Impertinente!

Mariano.- ¡Desagradecido!

V 4.- Se le van a quitar a usted las ganas de despreciarnos de esa manera.

Se echan los tres sobre el V 1.

V 1.- ¡Socorro!

Se oye una sirena de la policía. Irrumpen en escena dos agentes corriendo.

Agente 1.- ¡Alto! ¡Quietos! ¿Qué está pasando aquí?

Agente 2.- (Intentando separarlos) ¡Tranquilícense! ¡Quietos todos!

Ramón.- Menos mal que han llegado ustedes oportunamente, como siempre. Este individuo, que la emprende contra nosotros porque no sabe dar con la calle que busca. Se ha puesto como loco. Y mira que nosotros hemos intentado facilitarle el camino.

Mariano.- Fíjense ustedes que entre los tres le hemos dado toda suerte de explicaciones. Encima le hemos indicado diferentes formas de llegar a donde quiere ir, para que pudiera elegir. No sabemos qué es lo que le ha pasado.

V 4.- Desde luego hay algo raro, porque este comportamiento no es normal. Es una reacción extrañísima. Yo creo que este hombre ha bebido. O está drogado. No sé.

5

Page 6: Escenas cotidianas

Agente 1.- (A viandante 1) ¡Levante las manos y colóquelas con cuidado con las palmas en la nuca!

V 1.- Pero, oiga…

Agente 2.- No se resista a la autoridad o sufrirá las consecuencias.

Le cachea. Saca algo del bolsillo de su pantalón.

A ver, a ver… ¿pero qué es esto? (Muestra una navaja).

V 1.- Es un regalo de mi cuñado, que es de Albacete, y ha venido esta mañana a visitarme.

Agente 2.- Con que un regalo de su cuñado ¿eh? Eso tendrá que aclararlo en comisaría.

Agente 1.- ¡Venga! ¡Documentación!

V 1.- Bueno, es que ayer perdí la cartera. O me la robaron. No sé… No tengo DNI. Sólo tengo pasaporte y está en mi casa.

Agente 1.- ¿Dónde iba usted?

V 1.- A la calle San Esteban. Busco a una persona que proporciona Kefir. Un tal Germán Castillejo. Lo he visto anunciado en Internet.

Agente 2.- Oye, Jacinto, ¿no era en la calle San Esteban donde se sospechaba que se ocultaba una célula yihadista?

Agente 1.- Creo que sí. Esa zona está siendo vigilada desde la semana pasada. Contacta inmediatamente con la comisaría.

Agente 2.- (Saca un busca del bolsillo y marca un código) No contestan. Algo está ocurriendo.

Agente 1.- ¡Queda usted detenido! Va a tener que explicarnos muchas cosas.

El V 1 se revuelve y mientras los dos agentes le sujetan.

V 1.- ¡Suéltenme! Yo no he hecho nada.

Agente 2.- ¿Qué no? ¡Qué cinismo! Escándalo público. Sin documentación. Agresión a unos viandantes que circulaban por la calle pacíficamente. Sospechoso de terrorismo. Posesión de arma blanca. Resistencia a la autoridad. Y ahora mismo vamos a hacerle la prueba de la alcoholemia, porque a mí me parece que hay más cosas que tenemos que comprobar.

Se lo llevan.

Ramón.- De buena nos hemos librado. Si no aparece la policía no lo contamos.

Mariano.- ¿Quién iba a haberlo sospechado? Ya ves tú, vas por el barrio pacíficamente y cuando menos te lo esperas te encuentras con estas cosas.

6

Page 7: Escenas cotidianas

V 4.- Si es que, lo que yo digo, que está el mundo patas arriba. Estas cosas antes no pasaban. Está desapareciendo la seguridad ciudadana. Sales a la calle y nunca sabes lo que te puede pasar.

Ramón.- (A Viandante 4) Y, por cierto, tú cómo te llamas?

V 4.- Anselmo. (Les tiende la mano) (Se la estrechan).

Mariano.- ¿No conocerás por casualidad la taberna Los zarajos, ahí en doctor Bermúdez?

Anselmo.- ¿La de mi compadre Manolo? ¡Pues naturalmente que la conozco! Si somos muy amigos desde hace años.

Ramón.- ¡Caramba! Pues sí que es casualidad.

Mariano.- Pues si os parece, podemos pasarnos a visitarle y de paso a tomarnos un vinito y unos pinchitos de esos tan estupendos que prepara Concha, su mujer, con pimiento y chistorra, que te chupas los dedos.

Anselmo.- ¡Qué buena idea! Y así nos quitamos el susto que tenemos encima. ¡Hay que ver! Quién me lo habría dicho a mí, cuando he salido de casa. Sólo iba a por el pan y ya ves tú todas las cosas que nos han pasado en un momento. Esperad un segundo.

Saca un teléfono móvil del bolsillo.

Encarni. Sí, soy yo. Mira, que me he encontrado con unos amigos y nos vamos a pasar por el bar de Manolo a tomar algo y a charlar un rato. Seguramente tardaré, porque ya sabes cómo es él y todo lo que nos saca Concha cuando pasamos por allí. Es más, es posible que no vaya a comer. Si ves que tardo, comed sin mí… ¿Qué?... ¿El pan?... Ya lo llevaré luego. Además, creo que había en el congelador. Ya sabes que a los chicos no les importa. Lo metes en el microondas y ya está… Sí, para cenar espero ya estar en casa. Hasta luego.

Ramón.- Pues venga, vámonos. (A Mariano) ¿Tú no tienes que avisar?

Mariano.- No. No hace falta. A mí hoy no me esperan.

Ramón.- A mí tampoco. ¡Vaya mañanita! Todavía me tiemblan las piernas.

Mariano.- Sí. Yo también estoy algo nervioso. Me parece que de ésta vuelvo a fumar.

Anselmo.- ¿Quieres un pito?

Saca un paquete de tabaco y se lo ofrece a los dos. Cogen uno, les da fuego y se van.

MONÓLOGO 2

Una mujer anciana vestida con ropa oscura. Está sentada en una mecedora. De vez en cuando se balancea y llora silenciosamente.

7

Page 8: Escenas cotidianas

¡Hijo mío de mis entrañas! ¡Qué mala suerte has tenido en la vida! Con lo bueno que tú fuiste siempre… Primero tuviste que soportar al sinvergüenza de tu padre que nunca pensó nada más que en sí mismo. Se iba siempre que le venía en gana y no te hacía el más mínimo caso. Igual que a mí. Pero al fin y al cabo yo me casé con él y tú en ningún momento le elegiste. Nunca se acordó de comprarte un juguete, ni siquiera el día de Reyes. Tenía yo que hacerlo a escondidas, porque él decía que eso no eran más que tonterías que se inventaba el Corte Inglés para que la gente gastara dinero. Ni sabía cuándo era el día de tu cumpleaños. Y tú jamás protestaste ni le pediste nada. Recuerdo cuando por las noches él no regresaba y yo lloraba por mi soledad, siempre veías a abrazarme y a consolarme. No hacía falta que nos dijéramos nada, pero para mí siempre fuiste mi mayor ayuda. Mi única compañía. Al final él terminó desapareciendo para siempre y… ¿qué quieres? Aunque en principio estábamos tristes, después supimos que había sido la mejor solución. Ya no había llantos. Por fin había sonrisas y un poco de alegría. No teníamos casi qué comer, pero ya no había voces en casa, ni broncas, ni malos tratos. Cuando conseguí el trabajo de portera estábamos tan contentos. Por fin teníamos cubiertas las necesidades más primarias. Te compré una cartera de cuero con dos bolsillos delanteros cerrados con dos correas. Tenía también otras que utilizabas para colgártela en la espalda, como una mochila. Ibas al colegio tan contento. Siempre tenías muchas ganas de aprender. Regresabas por la tarde, te preparaba la merienda y te ponías a hacer los deberes sin que yo tuviera que decirte que lo hicieras. Tus profesores te tenían en mucha estima y siempre sacabas muy buenas notas. Y eso que yo nunca pude ayudarte, porque apenas aprendí a leer y escribir de pequeña y lo poco que sabía casi se me había olvidado. Cuando venía el cartero con el correo, me pedías que te dejara subir las cartas a los vecinos, para conseguir alguna propina. Don Antonio, que era médico, y estaba en mejor posición, algunas veces te daba una peseta, y venías loco de alegría, porque con eso y lo que te daba doña Petra, el señor Jesús y Matilde ya tenías para las chucherías. Yo no podía costearte demasiadas. Entonces te pasabas por el puesto de la señora María y te comprabas sugus, regaliz y pastillas de leche de burra. Éramos felices, con algunas estrecheces, pero estábamos contentos. Estabas a punto de terminar el bachillerato cuando yo me puse enferma. Me ayudaste en todo. Me acompañabas al médico, me hacías tomar la medicación cuando correspondía y hacías mi trabajo… Cuántas veces recuerdo que pasabas la fregona por la escalera y el portal y sacabas la basura de todos los vecinos… Siempre sentado junto a mi cama, por si yo necesitaba algo, estudiando, escribiendo. Cogiste una mesa pequeña plegable de un contenedor, la arreglaste y la colocaste en mi cuarto al lado de la cama, para no separarte de mí. En cuanto salías del instituto venías corriendo, sin entretenerte con tus amigos, sin pensar en las chicas, sólo para estar a mi lado. Desde el primer momento sabías, igual que yo, que iba a morir, y no quisiste perder ni un momento de estar conmigo. Nunca hablábamos de ello, nos decíamos que me iba a poner bien, pero los dos éramos conscientes del engaño. Me di cuenta de lo que te gustaba la Sole, la hija del carnicero, y te decía que salieras con ella a dar un paseo por lo menos, pero tú solamente lo hiciste en un par de ocasiones en que insistí. Enseguida regresabas, porque no querías perderme de vista ni un momento.Tenías miedo. Los dos lo teníamos. Los últimos días fueron terribles. Me daba cuenta de cuando decías que te ibas al baño y lo que hacías era irte a llorar porque no querías que te viera. Yo aprovechaba también para desahogarme. La noche de mi muerte la pasamos los dos cogidos de la mano. No me soltaste en ningún momento. Los dos

8

Page 9: Escenas cotidianas

solos… Sé que te costó mucho rehacer tu vida, pero lo conseguiste, y ahora que estabas tranquilo y que empezabas a disfrutar te pasa esto. ¡Qué injusto es todo! Tú que sólo merecías que el mundo te tratara bien. Tú que tanto te merecías haber sido feliz…

Solloza.

ESCENA 2

PERSONAJES

Señora Pura

Gregorio

Señora Engracia

Clienta 3

Joven

Guardia de Seguridad

La carnicería de un mercado. Hay varias señoras esperando su turno

Clienta 1.- (Al carnicero) ¿Tiene espaldilla, Gregorio?

Gregorio.- Sí, señora Pura. Buenísima. Me la han traído precisamente esta mañana. Fresca y tierna como no la puede usted encontrar en otro lugar.

Señora Pura.- Muy bien. Pues deme medio kilo en filetes no muy gruesos, que a mi marido no le gusta que me queden poco hechos por dentro. (Dirigiéndose a otra clienta) Es un problema. Los quiere finos y bien hechos, y a mis hijos les gusta la carne casi cruda. Ya no sé qué hacer para que estén todos contentos. Al final siempre termina alguno protestando, cuando no son todos. Esto de ser ama de casa cada día me gusta menos. No paras de trabajar, no cobras y nadie te lo agradece. Si yo me hubiera dado cuenta de esto antes, otro gallo me habría cantado.

Clienta 2.- Como que es verdad. Tiene usted toda la razón. Fíjese que yo precisamente tengo un hijo que le ha dado por hacerse vegetariano. Y mi marido no soporta las verduras. Todos los días tengo que hacer dos clases de comidas. Que preparo paella, pues una de verduras y otra de conejo o pollo. Que hago cocido, pues tengo que hacer también puré de verduras con garbanzos. Un lío. Y lo peor es pensar a diario lo que tengo que preparar, sin repetir demasiado, porque se quejan. Necesito una agenda sólo para planificar las comidas de la semana.

Gregorio.- Señora Pura. Han salido 600 gramos. No le importa, ¿verdad?

Señora Pura.- No, no. Aunque eso supone unos euros más y, claro, un poco de aquí, otro poco de allí y luego no me alcanza el presupuesto, que esa es otra. Todo está cada vez más caro y a mí me dan el mismo dinero.

9

Page 10: Escenas cotidianas

Clienta 2.- Es cierto. A propósito, se han enterado ustedes de lo de la luz?

Clienta 3.- ¿No me diga que la vuelven a subir?

Clienta 2.- Sí, señora. A partir de enero.

Clienta 3.- Pues ¿no había dicho el presidente del gobierno que iban a estabilizar el precio de la energía. No sé yo qué entenderá esta gente por estabilizar.

Clienta 2.- Como sus sueldos, que tampoco los estabilizan. Si son unos sinvergüenzas. Venga a llevarse el dinero y a enriquecerse y mientras tanto nosotros a apretarnos el cinturón.

Gregorio.- ¿Quiere algo más, señora Pura?

Señora Pura.- Sí. Dame un arreglo para cocido. Morcillo, huesos frescos, tocino, chorizo y morcilla.

Gregorio.- Y una puntita de jamón.

Señora Pura.- Eso. Y algo que tenga por ahí para sustancia.

Aparece un joven que se detiene delante de la carnicería.

Joven.- ¿Quién es la última?

Clienta 3.- Servidora.

Clienta 2.- Acaban de decir en el programa ese que hace Susana Griso en Antena3…

Clienta 3.- Espejo Público.

Clienta 2.- Eso. Pues que la Pantoja va a la cárcel. Eso tengo que verlo yo, porque al final todos éstos se libran siempre.

Gregorio.- Ni que lo diga. Todos los días nos cuentan que hay no sé cuántos imputados y luego se marchan de rositas. Como el Urdangarín, que con eso de que está emparentado con el rey, puede llevarse el dinero de los contribuyentes y aquí no pasa nada.

El joven empieza a pasear de un lado a otro, inquieto

Clienta 3.- Gregorio, atienda usted al señor, que seguro que tiene prisa.

Joven.- No, señora. No se preocupe. Espero mi turno.

Clienta 3.- Es que tiene usted a esta señora y a mí delante y seguro que tiene muchas cosas que hacer. Y tal y como están los trabajos ahora, tampoco se pueden andar ustedes con tonterías.

Joven.- No, no. Muchas gracias de todas maneras, pero pediré cuando me toque.

Clienta 2.- ¿Qué, Gregorio? Hoy cerrarás un poco antes ¿no? Te darás prisa para ver el partido.

10

Page 11: Escenas cotidianas

Gregorio.- ¡Cómo lo sabe usted! Si puedo marcharme a las 8 menos cuarto, salgo por pies. No me pierdo ninguno del Atleti. Ya le he dicho a la parienta que me tenga preparadas unas gambitas y algo para picar. Con unas cervezas y a disfrutar. enga, señora Pura. ¿Quiere algo más?

Señora Pura.- No. Por hoy es bastante.

Gregorio.- Son 34 euros.

Señora Pura.- (A la clienta 2) ¿Te espero, Engracia? ¿O tienes que ir también a la frutería? Si no, nos vamos juntas y charlamos un rato por el camino a casa.

Señora Engracia.- Estupendo. No tengo que comprar nada más que aquí. No tardo nada. (El joven parece cada vez más inquieto) Pero Gregorio, ¿por qué no atiende usted al joven? Que parece que está algo nervioso.

Joven.- Que no, señora. Que espero. Me gusta respetar el turno.

Señora Engracia.- Como quiera… Dame 1 kilo de chuletitas de lechal. Pero que sea lechal, que la última vez dijeron en casa que sabía mucho a lana. Yo creo que me las diste de recental.

Gregorio.- No, señora Engracia. Si usted me las pidió de lechal, seguro que se las di de lechal. No dude usted de la seriedad de esta casa.

Señora Engracia.- No, si yo, ya sabe usted que llevo toda la vida comprando aquí. Desde que me casé, que ya va para treinta y cinco años. Si no estuviera contenta no habría vuelto. Sólo le comento lo que dijeron mi marido y mis hijos.

Clienta 3.- (A las otras) ¿Han visto ustedes los últimos programas de Gran Hermano? Desde luego, es una vergüenza. ¿Quién nos iba a decir que íbamos a tener que ser testigos de estos desatinos? No hay más que gentuza. Menudo ejemplo para los más jóvenes.

Señora Pura.- Estoy completamente de acuerdo con usted. A mí ya es que me da asco. Yo lo veo por mis hijos, que dicen que eso es naturalidad, y que a mí lo que me pasa es que soy una reprimida. Como ahora los jóvenes son los que mandan en casa, pues los mayores a callar..

Señora Engracia.- Eso es lo que nos pasa a mi marido y a mí. Que tenemos que callarnos y tragar con el canal que decida poner mi hija, Y claro, por no discutir, hemos terminado por seguirlo. Pero bueno, a mí la Mercedes Milá siempre me gustó mucho.

Gregorio.- (Le entrega un paquete) Sus chuletas, señora Engracia. ¿Quiere alguna otra cosa? Tengo unas costillas adobadas estupendas.

Señora Engracia.- No. Nada más. ¿Cuánto es?

Gregorio.- 24 euros (le paga con 50 euros).

Gregorio.- ¿No tiene usted suelto? Ando fatal de cambio.

11

Page 12: Escenas cotidianas

Señora Engracia.- (Coge el billete y rebusca en el monedero) Uno… dos… tres… Ah Pues sí. Tome.

Clienta 3.- (Al joven) ¿Seguro que no quiere usted pedir primero? Yo cada vez le veo más nervioso.

Joven.- ¡Que no! Que no quiero pasar antes de que me toque. Que lo que quiero es que dejen ustedes de perder el tiempo hablando de tonterías y de hacérnoslo perder a los demás.

Clienta 3.- ¡Uy, qué maleducado! Lo que decíamos de la juventud de hoy en día. Que se creen que pueden criticarlo todo y disponerlo todo. Y encima desagradecido. Mira que le estamos diciendo que pase primero con toda la amabilidad del mundo y él, seguro que sólo por llevar la contraria, que no. Y ahora nos viene con ésas.

Joven.- Señora, ¡cállese y déjeme en paz! Que bastante tengo con llevar aquí media hora aguantando sus cotilleos, que no me interesan para nada. Termine cuanto antes para que pueda comprar lo que necesito.

Señora Engracia.- Oiga, no sea usted impertinente (le coge de un brazo)

Señora Pura.- (Se va hacia el joven y le agarra por la ropa) ¡Gamberro!... ¡Seguridad!... ¡Seguridad! (El joven, al intentar zafarse pone sus manos en el pecho de las dos señoras).

Aparece un guardia de seguridad.

Guardia.- ¿Qué ocurre aquí?

Señora Pura.- Ayúdenos, por favor. Este joven nos está acosando. Yo creo que es el violador que andan buscando por el barrio. Desde el principio me ha parecido reconocerlo. He visto su cara en los carteles que pusieron.

Señora Engracia.- Con el cuento de que venía a comprar nos ha metido mano en cuanto ha tenido la ocasión. Si ya me había advertido a mí mi Ambrosio de que tuviera cuidado y que sospechara de todo el que intentara acercarse.

Clienta 3.- Lo tenía todo planeado, pero se le han visto enseguida las intenciones, ¿verdad, Gregorio?

Gregorio.- A mí, desde luego, me había dado mala espina desde el principio, con esa aparente forma tan educada de comportarse. Tiene razón su marido, señora Engracia, no deben ustedes confiar en nadie.

Guardia.- (Al joven) ¡Levante los brazos!

Joven.- ¡Pero oiga! ¿Qué agresión es ésta? (Defendiéndose)

Guardia.- (Desenvaina la porra) ¡Le he dicho que levante los brazos! (le cachea y registra sus bolsillos) ¿Qué es esto? (Saca de uno de ellos un trozo de algo de color marrón oscuro) ¡Pero, bueno! ¡Acompáñeme! (El joven se resiste) (Lo inmoviliza con una llave y lo esposa) (Se lo lleva)

12

Page 13: Escenas cotidianas

Señora Pura.- ¡Qué ataque! ¡Cuando lo cuente en casa!

Señora Engracia.- (Abanicándola con un periódico) Tranquilízate, Pura. Ya nos han dado la tarde. Vamos a la cafetería a tomarnos una tila para tranquilizarnos. (Se van)

Clienta 3.- Gracias a Dios que el empleado de seguridad ha acudido rápidamente al oír los gritos. Y claro, usted desde detrás del mostrador, poco podía hacer para auxiliarnos. ¡Qué cosas! ¡Qué cosas! No se puede ni venir a comprar al mercado. ¡A plena luz del día! Deme dos o tres chorizos que no piquen, Gregorio. Que yo también voy a prepararle a mi Pepe unas cositas para que vea el partido a gusto. Él también es del Atleti. Bueno, ya sabe usted. Creo que han coincidido en algunas ocasiones en el bar de mi cuñado, con alguna transmisión. ¡Qué susto! ¡Cada vez que lo pienso! Antes por lo menos, las personas de bien estábamos seguras. Ahora tienes que ir sospechando de todo el mundo. Vamos de mal en peor.

Se van apagando lentamente las luces.

*Las menciones puntuales a ciertos personajes o programas de televisión serán sustituidas por otros de actualidad en el momento.

MONÓLOGO 3

Un hombre de aproximadamente 60 años. Va vestido de militar. Lleva una estrella de teniente. Cuando se mueve por el escenario pisa muy fuerte.

Era lo último que yo hubiera esperado que me pasara en la vida. Tener un hijo semejante. Un inútil. Un cobarde. Un maricón. ¿Pero que habría hecho yo para merecer algo semejante? Le di todo. Tuvo siempre una educación envidiable. En un colegio de frailes que me costaba un riñón. Le hice del equipo de fútbol del colegio, le compré un pantalón y una camiseta de lo mejor que encontré. ¿Y las botas? Como las de Ricardo Zamora. Y él no parecía apreciarlo. Se quejaba de que se cansaba demasiado y que no le gustaba jugar. Que le daban muchas patadas. Yo le decía que hiciera él lo mismo, pero no sabía defenderse. Incluso alguna vez volvió a casa llorando. Y le vieron los vecinos ¡Qué vergüenza! Tampoco quería ir a las excursiones que organizaban a la sierra en el colegio. Que si hacía mucho frío, que tenían que dormir en un albergue en unos catres que estaban muy duros… Un blando. Había salido a su madre. Lo único que quería hacer era escuchar música con su hermana. Decían que les gustaba Mozart. ¡Menudos cretinos! Bueno, las chicas bien está, pero un hombre perdiendo el tiempo en esas mariconadas, era más de lo que yo podía soportar. Así que un día se lo planteé seriamente. Lo suyo era que ingresara en una escuela militar. Que allí cambiaría, se endurecería y podría llegar a ser alguien. Con mis conocimientos, podrían ayudarle. Y se negó el muy imbécil. Dejé de dirigirle el saludo. No le daba ni los buenos días por la mañana. Su madre me decía que fuera comprensivo, que tuviera paciencia. Las madres, ya se sabe, todo para que el nene estuviera contento. Y si teníamos alguna bronca, encima se echaba a llorar. En más de una ocasión tuve que pararle los pies y decirle que no se metiera en estas cosas. El futuro de mi hijo era cosa mía. Cosa de hombres. Ya tenía 15 años y desde luego no estaba dispuesto a permitir que siguiera toda la vida en casa comiendo la sopa boba. Tenía que aprender de su padre que, desde muy pequeño, había trabajado en lo

13

Page 14: Escenas cotidianas

que había podido. Que luego se había ido a la mili voluntario, a defender a la patria, y había soportado todo tipo de privaciones. Así se hace un hombre. Por eso después seguí en el ejército, porque no hay mejor destino que ése. No hubo manera de que entrara en razón. Dejé de darle dinero semanalmente, pero supongo que su madre le echaría una mano sin que yo me enterara. Con su hermana también hacía muy buenas migas. Siempre entre mujeres. Ahí estaba en su salsa. Nunca le conocí amigos, ni novias. Sólo salía con su hermana y con alguna amiga de ella. Iban al parque, decían que a charlar. No sé yo qué tendrían que contarse. Se pasaba horas leyendo libros insoportables. Platero y yo, El principito, libros de poesía…Vamos, como las mujeres. Un día le sugerí que sacara de la biblioteca Mujercitas, que seguro que le encantaría. Su madre me dijo que eso era una crueldad y no tuve más remedio que darle una bofetada. Ya le tenía dicho que no se metiera en nuestras cosas. Hubo un tiempo en que le dio por ir al cine. Iba a ver películas rarísimas y encima llegaba tarde a propósito para no ver el NO-DO que era lo único interesante. Un día me pareció que tenía algún asunto, que yo creí que era algo de faldas, porque salía todas las tardes, además de los fines de semana, no iba con su hermana y no daba explicaciones. Empecé a sentirme algo más orgulloso. Creí que el cambio se estaba produciendo. Y entonces llegó la decepción. Le seguí sin que él se percatara y me llevó hasta un taller de carpintería. Entró, se puso una bata y le vi por una rendija lijando un caballo de madera pequeño. No pude soportarlo. Entré a pedir explicaciones y el muy idiota me dijo que esa era su vocación, que le gustaba modelar la madera y hacer muebles. No podía creer que pretendiera vivir trabajando en algo así, tuvimos unas palabras, me encendí y llegamos a las manos. Intentó pegarme, conque le eché de casa. Cogió sus cuatro trapos y se marchó. No quise saber nada más de él. Su madre y su hermana me suplicaron que le perdonara, pero me negué. Nunca aceptaré a un hijo que se vuelve contra su padre. Hace unos días he visto una noticia en el periódico. Era él. Le han condenado por falsificación reiterada de firmas. Esto se veía venir. Que se pudra en la cárcel. Yo ya sabía que algo así sucedería. No tengo hijo. Por si hubiera alguna duda, para mí está muerto.

ESCENA 3

PERSONAJES

Señora 1

Carmen

Enfermera

Señora Mayor I

Hija. Manolita

Señor Mayor

Señora Mayor II

Señora Mayor III

14

Page 15: Escenas cotidianas

Señora Mayor IV

Joven

Guardia I

Guardia II

La sala de espera de un centro de salud. Hay una serie de filas de sillas alineadas y frente a ellas una pantalla que va marcando los números del turno. Varios pacientes, gente de bastante edad en general, sentados, esperando. Algún acompañante. Un joven en la primera fila. Entran dos señoras y se acercan a la enfermera que está sentada ante una mesa.

Señora 1.- Carmen, dale el volante a esta señorita.

Carmen.- (Sacando un papel del bolso) Tenga usted.

Enfermera.- No. Tienen ustedes que ir a la planta baja e introducir la tarjeta sanitaria en la ranura de la máquina electrónica que está allí instalada. Entonces saldrá un papel con el número de orden. Luego vuelven a subir y esperan a que aparezca su número en esa pantalla.

Carmen.- ¿Otra vez lo han cambiado? Cada vez que venimos tenemos que seguir nuevas normas. Me gustaría saber quién se beneficia con todos los aparatos nuevos que van poniendo. Luego dicen que no hay dinero y que hay que recortar gastos. ¿Por qué no ponen un rollo de papel con un número como el de la carnicería? Sería más barato y nos resultaría más cómodo y fácil a todos los pacientes. ¿O es que se trata de dar imagen? Cuando lo que importa es lo que pasa por dentro. Al final vamos a tener que hacer un cursillo para aprender a manejar tanto chisme.

Enfermera.- Lo siento, señora. Yo no puedo decirle otra cosa. Si tiene alguna pregunta, eso en Información.

Carmen.- ¿En Información? Pues, para que usted lo sepa, está cerrado. No atiende nadie. Siguen reduciendo personal y esto funciona cada vez peor.

Señora 1.- Calla, Carmen. Vámonos abajo que este asunto no tiene arreglo.

Se van.

Señora mayor 1.- Mira, Manolita, tú te has empeñado en venir a que me vuelvan a revisar la gastroscopia, con lo a gusto que estaba yo en casa, y ya sabes que no me fío ni pizca de esta gente.

Hija.- Mamá, no seas pesada. Si sigues teniendo ardores y náuseas, habrá que insistir. Tiene que ser por alguna razón. A veces no dan con las causas a la primera, pero hay que tener paciencia.

Señora mayor 1.- Paciencia es justamente lo que no me falta, digas tú lo que quieras. De otra manera, hace ya mucho tiempo que habría desistido.

La enfermera se levanta y sale. Al cabo de unos momentos vuelve a entrar.

Enfermera.- Señores, el monitor se ha estropeado. Tenemos que utilizar éste de la derecha, así que, por favor, coloquen las sillas en esa dirección, para poder ver los números cuando salgan.

15

Page 16: Escenas cotidianas

Los pacientes se levantan y empiezan a mover las sillas. Gran ruido. Las colocan en el sentido que se les ha indicado. Se sientan.

Señor mayor.- Cuando no es una cosa es otra. El día que funcione aquí algo habrá que entonar el aleluya. Yo no sé si es que soy un cenizo y siempre van mal las cosas cuando yo llego o es que esto es lo habitual.

Señora mayor 2.- ¡Qué va! A mí me pasa lo mismo. Por si fuera poco el encontrarme mal, encima, complicaciones. Dicen que como están privatizando toda la sanidad y cada vez hay menos personal, están molestos y hacen las cosas de cualquier manera.

Señor mayor.- Fíjese usted. Es la tercera vez que vengo a repetir la misma prueba. La primera vez no supieron interpretarla, la segunda la perdieron y venga a pasar el tiempo. Yo cada vez estoy peor. Me sienta mal la comida, tengo vómitos y diarreas y encima me dicen en casa que es que no pienso nada más que en lo mismo y que por eso no mejoro. Si les pasara a ellos, se darían cuenta de lo que padecemos los mayores.

Señora mayor 2.- Pues yo soy viuda y mi difunto marido no llegó nunca a ver el resultado de las pruebas que se hizo. Al final falleció y no supimos cuál fue la causa. Dijeron que había sido un paro cardiaco. Como si no fuera esa la razón por la que se muere todo el mundo. A ver, cuando a uno se le para el corazón pues la palma. Está clarísimo. Mis hijos querían poner una denuncia pero, lo que yo les dije, ¿es que así vamos a resucitar al papá? Pues no. Así que, claro, no hicieron nada, ¿para qué?

Vuelve a aparecer la enfermera.

Enfermera.- Señores. Lo sentimos mucho. Perdonen las molestias, pero tampoco va este monitor. Al parecer se trata de un problema que ha surgido con el circuito. Coloquen ustedes las sillas como estaban al principio y esperen a que les vayamos llamando por los números que tienen.

Señora mayor 3.- El circuito. ¡Pero bueno! ¡Esto es una vergüenza! ¡No hay derecho a que se juegue así con nosotros! Primero para un lado, luego para otro, con el trabajo que me cuesta a mí moverme.

Señora mayor 4.- Desde luego. Y yo con la artrosis que tengo. En la espalda, las caderas, las piernas… Mire usted, tomo Ibuprofeno a diario, nada más levantarme, con el desayuno. Si no, no puedo ni asearme. Y aun así, tengo que ir con bastón y agarrándome a las paredes para no caerme.

Señora mayor 3.- Pues yo soy diabética y asmática. Los tratamientos para el asma me fastidiaron el páncreas y ahora con la insulina a todas partes. Y vivo sola. He pedido a la comunidad asistencia domiciliaria y llevo dos años en lista de espera. Con esto de la crisis han recortado gastos por todas partes y me las tengo que arreglar como puedo. Menos mal que una sobrina me echa una mano y gracias a que mi vecina me acompaña a dar un paseo casi todos los días, si hace buen tiempo.

Entra de nuevo la enfermera.

Enfermera.- ¿Quiénes de ustedes están esperando para el Doctor Ponce de la Riva?

Todos.- (Levantando la mano) ¡Yo!

Enfermera.- Pues siento comunicarles que ha llamado diciendo que no podrá venir a la consulta. Como ha nevado y él vive fuera de Madrid, se ha quedado aislado y no tiene forma de llegar.

16

Page 17: Escenas cotidianas

Señora mayor 1.- ¿Lo ves, Manolita? El tiempo perdido. ¡Con el madrugón que nos hemos dado! Ya te dije que no quería venir. Y tú, dale que dale, que tienes que ir, que no hay otro remedio. ¿Por qué te haré yo caso?

Manolita.- (A la enfermera) Entonces, ¿qué tenemos que hacer para que se nos atienda?

Enfermera.- Deberán pedir cita nuevamente. Cuenten lo que ha ocurrido, por si pueden conseguir que no tarden demasiado en dársela.

Manolita.- ¡Ah! ¡No! Esta cita nos la han dado hace casi cuatro meses y nos la anticiparon porque la prueba anterior se perdió. No podemos ahora volver a esperar otro tanto.

Señora mayor 2.- Me va a pasar lo mismo que a mi marido, que en paz descanse. (Mirando hacia arriba) Si ya lo decías tú, Mariano, que en cuanto uno está enfermo, ya todo perdido. Confiar en la Seguridad Social es no tener conciencia de la realidad que nos rodea.

Todos protestan vociferando al mismo tiempo.

Enfermera.- Bueno. No se pongan ustedes así. A veces surgen imponderables…

Todos.- ¿Qué?

Enfermera.- Cosas que no se pueden resolver. ¿Qué va a hacer el Doctor Ponce si no puede desplazarse hasta aquí?

Manolita.- Si en lugar de vivir en un chalé en la sierra tuviera que vivir como nosotros en el barrio, no le pasarían estas cosas. Además ¿es que tampoco hay trenes?

Enfermera.- Mire, señora, yo no le puedo decir otra cosa.

Se levanta el joven que estaba sentado en la primera fila.

Joven.- (A la enfermera) ¿Dónde está el Departamento de Atención al Paciente?

Enfermera.- En la primera planta. Pero no sé si habrá podido llegar alguien. Con la nieve… Ya se sabe.

Joven.- Esperen todos aquí, por favor. Voy a bajar a ver si hay alguna forma de poner una reclamación.

Se va. La enfermera se marcha tras él.

Señora mayor 4.- Ese joven tiene razón. Quizá se pueda hacer algo. La gente joven ahora está más preparada. Nosotros no sabemos qué hacer en estos casos. No tenemos ni idea de cuáles son nuestros derechos. En cambio, los jóvenes… es otra cosa. Yo tengo un sobrino que es abogado y de esto entiende una barbaridad. Fíjese, con veintitrés años ya ejercía la abogacía. En la facultad todos los profesores se reunieron para felicitarle cuando terminó la carrera. Con matrícula de honor, por cierto.

Señora mayor 2.- Es verdad. Nosotros no pudimos estudiar. Con la guerra por medio y las penurias que pasamos. Pero ahora es distinto. Mire usted, mi hija es secretaria de dirección. Domina tres idiomas y tiene una colocación buenísima, con un sueldo estupendo. En la empresa están muy contentos con ella y la quieren un montón. Mi hijo es delineante y también tiene un buen trabajo en la empresa de su suegro. Ahora, eso sí, siempre ocupadísimo. No para. Tengo cuatro nietos, dos de cada hijo. A veces

17

Page 18: Escenas cotidianas

me los tienen que dejar porque no tienen tiempo para nada. A mí me sirve de entretenimiento, aunque ya les digo que yo estoy muy mayor o me cuesta ocuparme de ellos.

Señora mayor 4.- Yo no tuve hijos. Mira que lo intentamos, pero no hubo manera. Mi marido murió en un accidente cuando llevábamos sólo cinco años casados. Lo atropelló un loco cuando cruzaba la calle por un paso de cebra. Un montón de años de juicios, venga a esperar, y al final me indemnizaron con un millón de pesetas. Ya ve usted lo que valía la vida de mi Paco. Apenas tuve para pagar mis gastos durante el tiempo que pasó hasta que salió la sentencia. Después, con mi pensión de viudedad, voy sobreviviendo. Y como hace ya tanto tiempo que no suben prácticamente nada…Este año, por ejemplo, me han subido 2 euros.

Entra el joven con unos cuantos impresos en la mano.

Joven.- A ver, tienen ustedes que rellenar estos impresos (se los muestra). Aquí el nombre, los dos apellidos y el número de afiliación a la Seguridad Social. Debajo hay que poner las razones de la reclamación. Sugiero que se escriba:

No se ha obtenido atención en la consulta prevista, según cita adjunta, por no presentarse el doctor responsable de la misma. Y debajo la firma.

Señora mayor 2.- ¡Uy! ¡Hijo mío! Yo no sé si voy a ser capaz de hacerlo. Se me da fatal escribir y encima no me he traído las gafas.

Señora mayor 1.- ¡Anda! Yo tampoco las he traído. No sabía que las fuera a necesitar. (A la hija) Manolita, rellénalo tú que entiendes más de estas cosas.

Manolita.- Bueno, mamá, lo intentaré, pero me he venido también sin las gafas de cerca. No esperaba esto y me he traído las de sol, que son para lejos.

Hablan todos al mismo tiempo.

Joven.- Bueno, no se preocupen. Yo me voy a sentar ahí (señala una pequeña mesa que hay al fondo de la sala). Ustedes me van pasando la tarjeta sanitaria y copio los datos.

Se sienta. Los pacientes hacen una cola.

(Escribiendo) Magdalena Gil Pastor… Número de afiliación… No se ha obtenido atención en la consulta… Deme su hoja de cita para adjuntarla y firme aquí.

Señora mayor 1.- No veo nada ¿Te importaría firmar tú por mí? Así me haces el favor completo.

Joven.- De acuerdo. Dejen todos aquí sus tarjetas sanitarias y la hoja de citación y siéntense. Así estarán más cómodos. Cuando les vaya llamando vienen a firmar.

Señor mayor.- Si no es demasiado pedir, firme también por nosotros, como ha hecho con esa señora. Yo se lo agradecería mucho.

Todos.- Sí, sí, por favor.

El joven va rellenando los impresos, luego hace un garabato y se los va entregando.

Joven.- ¿Piedad Serrano? Tenga usted.

Señora mayor 2.- Gracias, hijo, que Dios te lo pague.

18

Page 19: Escenas cotidianas

Joven.- ¿Faustina Ortega? Aquí tiene.

Señora mayor 3.- Muchísimas gracias.

Joven.- ¿Severina González?

Señora mayor 4.- Servidora. Muchas gracias.

Van saliendo todas.

Señor mayor.- Veo que además eres cortés, no como la mayoría de los jóvenes de ahora. Has rellenado los de las señoras primero.

Joven.- Pues sí. (Mirando la última tarjeta) ¿Usted es Damián Ortega? Tenga usted.

Señor mayor.- El mismo. Y muy agradecido.

El joven se queda solo y comienza a rellenar su propio impreso. Luego recoge todos y los guarda en una carpeta. Inicia el camino a la puerta de entrada cuando aparecen dos guardias de seguridad.

Guardia 1.- ¿Su nombre, por favor?

Joven.- Evaristo Menéndez.

Guardia 2.- ¿Qué hace usted aquí?

Joven.- Esperaba para ser atendido por el Doctor Ponce de la Riva (muestra un documento), pero no se ha presentado.

Guardia 1.- ¿Y por qué ha permanecido usted en la sala sabiendo que el doctor no ha venido?

Joven.- He estado rellenando unas reclamaciones para el servicio de Atención al Paciente (saca los papeles de la carpeta y se los muestra)

Guardia 2.- (hojeando los papeles). Veo que corresponden a unas personas que no están aquí. ¿Quiere hacer el favor de acompañarnos?

Joven.- ¿Puedo saber por qué razón?

Guardia 2.- No haga preguntas y obedezca. Ha sido usted denunciado por falsificación reiterada de firmas (le coge por un brazo con fuerza)

Joven.- ¡Pero oiga! ¡Suélteme! Yo sólo he hecho un favor a un grupo de ancianos a los que se ha maltratado en este lugar, como es habitual.

Guardia 1.- ¡Cállese y venga con nosotros! Ya dará en su momento todas las explicaciones que sean necesarias.

Se lo llevan entre los dos mientras va protestando y se apagan poco a poco las luces.

CONSECUENCIAS

PERSONAJES

Viandante 1 (Escena 1)

19

Page 20: Escenas cotidianas

Joven 1 (Escena 2)

Joven 2 (Escena 3)

El patio de una prisión. Tres hombres sentados en un cajón de madera cada uno juegan a las cartas sobre otro cajón de madera

Viandante.- Y veinte en espadas.

Joven 1.- ¡Qué potra tienes!

Viandante.- Pues debe de ser en lo único en lo que tengo suerte.

Joven 2.- (Tirando las cartas sobre el cajón) Con estas cartas no se puede jugar. ¡Menudo aburrimiento! ¡No ligo nada!

Se quedan los tres pensando.

Viandante. - ¿Qué condena tenéis?

Joven 1.- Yo nueve años. Me acusaron de acoso sexual y posesión y tráfico de drogas. Había ido a comprar costo para pasárselo por la tarde a varios colegas. Cada vez íbamos uno del grupo y luego lo repartíamos. Como somos cinco, llevaba algo más de 50 gramos y eso ya se considera tráfico. El problema fue principalmente que me asistió un abogado de oficio, que no se tomó ningún interés. Y aquí estamos.

Joven 2.- Lo mismo me ocurrió a mí. Creía que el asunto no tendría mayor importancia y no me molesté en buscarme un buen abogado. Siempre pensé que los abogados tienen la intención de sacar dinero y confié en el de oficio. Después supe que me había equivocado. Y el resultado, como tú; nueve años (se dirige al viandante).Y a ti ¿qué te pasó?

Viandante.- Lo mío fue aún peor. Doce años. Y todo por preguntar por una calle en donde me iban a proporcionar kéfir, según un anuncio que vi en Internet. Nadie me creyó. Y me encontré solo. Me condenaron por pertenencia a una célula terrorista. Todo se puso en contra mía; llevaba una navaja, iba indocumentado… Luego se descubrió que era originario de Mauritania. No pude demostrar que no tenía nada que ver con aquello. Y con este aspecto mío (señala su cara morena y el pelo oscuro rizado)… Cuando se enteró mi mujer, después de insultarme todo lo que quiso en la comisaría, se fue de casa. Además, me echaron del trabajo y los compañeros me negaron el saludo. Nadie ha venido a visitarme desde que estoy aquí. Y me parece que los demás presos me miran con recelo cuando nos cruzamos en el patio o en el comedor.

Joven 1.- A mí también me dejó mi novia. Dijo que siempre le había parecido un sátiro, pero que nunca había pensado que pudiera llegar a estos extremos. Y encima en un mercado con señoras mayores. Los pocos amigos que tenía tampoco me ayudaron. Parece que todo el mundo se olvidó de mí. Total, que me he quedado solo.

Joven 2.- Como la mayoría de los que estamos aquí. Yo tampoco tengo familia ni amigos. Fijaos que hay compañeros por los que incluso siento envidia. ¿Conocéis a Roque?

20

Page 21: Escenas cotidianas

Los dos le miran con gesto de duda.

Sí, el muchacho que está en el servicio de préstamo de libros.

Viandante.- ¡Ah, sí! Ése al que le visita su novia que está embarazada.

Joven 2.- Es su esposa. Están casados. Con 16 años se enganchó a la droga. Hizo de todo; atracos, robos en casa y a los vecinos… Lo pasó fatal. Hasta que en un robo a una farmacia, golpeó e hirió al dependiente y le detuvieron. Mientras esperaba a que saliera el juicio la conoció a ella y le ayudó mucho. Consiguió desengancharse. Su familia también estuvo muy pendiente de él. Cuando ya estaba limpio, consiguió trabajo y se casó. Después le juzgaron y le cayeron ocho años. Ha conseguido prórrogas, pero al final ha tenido que ingresar en prisión. No es justo. Una persona que estaba ya centrada en su vida con la familia, en su trabajo, en su mujer y en el hijo que esperan y ahora se lo destrozan todo.

Joven 1.- Ya recuerdo el caso de Roque. Hicieron en su barrio unas cuantas manifestaciones pidiendo su libertad. Su mujer y su madre a la cabeza. Decían que si la cárcel sirve para rehabilitar y la persona demuestra que ya está rehabilitada y hasta tiene trabajo estable, ¿para qué quieren encarcelarlo? No tiene ningún sentido (al joven 2). Comprendo que sientas envidia por él. Yo también se la tengo. Estará aquí, pero sabe que fuera hay gente que le quiere y le espera. Cuando consiga la condicional se irá tan contento. A mí ya me da un poco igual todo.

Viandante.- Y mientras tanto esos personajes del mundo de la política y las finanzas, que han robado, falsificado y estafado lo que han querido, yo no sé cómo se las arreglan que siempre consiguen esquivar la cárcel. Claro, habiendo dinero de por medio…

Joven 2.- Ya veis. Y sin embargo a mí me condenaron por falsificación de firma. Había firmado las reclamaciones de varias personas para el Servicio de Atención al Paciente de la Seguridad Social. Y cuando investigaron, descubrieron que en algunas ocasiones había imitado la firma de un vecino para recoger algunas cartas certificadas. Como él trabaja todo el día y yo estaba en el paro y no tenía nada que hacer, me pedía con frecuencia que fuera a la oficina de correos, porque él no podía. Luego en el juicio ni apareció a echarme una mano. O sea que me consideraron reincidente.

Viandante.- Con la de casos de falsificaciones que hay en las altas esferas del poder. Y a nadie le pasa nada. Todo el mundo imputado. Salen en los periódicos, les interrogan, están algún tiempo de actualidad y luego parece que todo se olvida. Además, como son tantos, que todos los días sale alguien nuevo, yo creo que se olvida. Venga registros, venga supuestas detenciones, y luego nunca pasa nada. Nuevas elecciones y la gente vuelve a votar a los mismos. Como si todo el mundo sufriera amnesia. Esto es un auténtico circo. Y aquí sólo estamos unos cuantos desgraciados que no hemos tenido dinero ni nadie que se ocupara de nosotros.

Joven 2.- Yo, a veces, para animarme, pienso en casos antiguos de algunos que salieron adelante partiendo de la miseria. ¿Os acordáis del Lute? Lo enchironaron, se escapó, lo volvieron a coger. Hubo hasta una muerte por medio. Él era prácticamente analfabeto. Había tenido una infancia muy dura, en la miseria. Y durante el tiempo que

21

Page 22: Escenas cotidianas

estuvo en la cárcel llegó a hacer incluso la carrera de Derecho. Y todo ello en la época franquista, que la cosa era mucho más dura.

Joven 1.- Lo peor de este lugar es que tienes que cruzarte todos los días con individuos que producen auténtica repulsión. ¿Conocéis al tipejo ése que se cargó a su mujer con un hacha?

Joven 2.- El gordo de la boina que se parece a Shrek? ¿Ése que no tiene cuello?

Joven 1.- El mismo. Dijo que la había matado porque le había faltado al respeto. Y, claro, ¿qué otra cosa podía hacer? Lo que hubiera hecho cualquier marido digno. No se arrepentía de nada. Lo oí en una entrevista que le hizo el Loco de la colina. A él parece que le hacía gracia. A mí, desde luego, no me hizo ninguna.

Joven 2.- Pues a su mujer le debió de hacer menos.

Viandante.- ¿Y qué me decís del pederasta de Vicálvaro? Creo que secuestró y violó a varias niñas de la zona. ¡Y anda que no tardaron en detenerlo! Estuvieron detrás de él tres o cuatro meses. Parece que tenía una vida completamente ordenada, según la gente de su trabajo y los propios vecinos, así que nunca nadie sospechó de él. ¡Cuántas veces habremos oído cosas parecidas! Siempre los mismos tópicos.

Joven 1.- Sí. Como en tantos casos de muerte por violencia machista. Sale la gente por la televisión diciendo que nunca habían visto ni oído nada extraño o sospechoso. Y lo que yo digo, estas cosas no surgen de la noche a la mañana.

Joven 2.- Pues anda que el rubio guaperas que se siente enfrente de nosotros en el comedor. Con su pelo siempre recolocado y la barba bien recortadita.

Viandante.- Sí. Alto y cachas. Ya sé de quién hablas. Mató a su vecina. Una anciana de casi ochenta años. La mujer parece que tenía dinero. Estaba muy sola y se creyó que realmente la apreciaba. Hicieron amistad y él la visitaba casi a diario. La vecindad murmuraba sobre ellos. Un día le invitó a cenar y él, aprovechándose de la confianza, en un descuido, la estranguló y le robó las joyas que tenía. Luego pretendía que se culpara a un hijo adoptado que ella tenía, un marroquí que apenas le hacía caso. No se ocupaba en absoluto de ella y tenía una vida algo difícil. Hacía tiempo que no se relacionaban.

Joven 2.- Pues le salió el tiro por la culata, porque creo que aunque él hizo lo imposible, no se pudo probar nada contra el muchacho. Y sin embargo, encontraron muchos indicios de que fue él quien la había asesinado.

Joven 1.- Pero también hay gente que ha acabado aquí porque ha tenido mala suerte. Es verdad que han cometido delitos, pero ha sido por culpa de una sucesión de errores y todo se ha complicado. Esto pasa con muchos toxicómanos, gente sin familia, sin afecto, enfermos sociales que no tienen más amigos que los compañeros de consumo de drogas. Estas personas sólo dependen de sus propias necesidades y no hay entre ellos ni confianza ni compañerismo, ni nada. A veces las cosas se complican y al final terminan en la cárcel. Luego aquí siguen consumiendo, porque no existe ningún problema para encontrar droga. Y cada vez peor.

22

Page 23: Escenas cotidianas

Viandante.- Y entre tanto, ¿cuántos traficantes verdaderos están en prisión? A ver, ¿a cuántos tenemos por aquí?

Joven 1.- A ninguno. Los poderosos siempre tienen medios para eludir estas situaciones.

Joven 2.- Es como los políticos. Tampoco nos los encontramos en este lugar. Los pocos que hay encarcelados están aparte. En el fondo me alegro. Sería vomitivo coincidir con ellos en las actividades que tenemos.

El viandante coge las cartas y empieza a mezclarlas

Viandante.- Esta tarde hay cine. ¿Vais a ir?

Joven 2.- Yo ya he dicho que no me paso por allí hasta que no pongan Fuga de Alcatraz.

Se echan a reír los tres

Viandante.- Eso sí que es humor negro. Creo que iban a poner Titanic. Yo la vi hace algún tiempo. No está mal, pero tanto como para verla otra vez… No sé.

¿Jugamos otra mano?

Joven 1.- No tengo ganas. Sólo me apetece tumbarme y no hacer nada. Ni siquiera pensar.

Viandante.- Si piensas es peor. Cada vez que repaso mi vida me pongo más triste. Yo nací en Mauritania. Era el mayor de seis hermanos. Mis padres se dedicaban a cultivar la tierra. Apenas podíamos subsistir y yo tenía que ayudarles desde muy pequeño. Caso no fui a la escuela. El trabajo era muy duro y terminaba todos los días agotado. Y todo para sacar algo con qué comer. Un día, cuando cumplí catorce años, mi padre me dijo que tenía que irme a buscarme la vida, porque allí no había comida para todos. Me escondí en un camión de hortalizas y así viajé durante varios días, sin que nadie se enterara, alimentándome de lo que encontraba a mano. No puede siquiera recordar los lugares por los que pasé después, trabajando en lo que podía, explotado por tantos desaprensivos que quieren aprovecharse del hambre y la miseria de los demás, durmiendo en cualquier sitio y comiendo lo poco que había a mano. A veces incluso robando comida. Un día conocí a otros que estaban en una situación parecida y me hablaron de venir a España. Los riesgos eran grandes, pero me aseguraron que aquí había trabajo para todos. Con mucho esfuerzo, conseguí algo de dinero y pagué lo que me pidieron para traerme hasta aquí.

Joven 1.- O sea, que tú eres de los que han llegado en patera o algo así.

Viandante.- Más bien algo así, porque aquello eran cuatro tablas que no ofrecían ninguna seguridad. Cuando faltaba un kilómetro para llegar a la costa, nos empujaron a todos y nos tiraron al agua. La mayoría de los compañeros nunca habían aprendido a nadar y se ahogaron. Yo conseguí llegar a la costa nadando,

Joven 1.- ¿Y cómo te las arreglaste para salir adelante?

23

Page 24: Escenas cotidianas

Viandante.- Hice algunos trabajos en el campo. Yo tenía algo de idea de eso y conseguí participar en fresas, tomates y otras cosas. Pero siempre en muy malas condiciones y de forma ilegal. Sin contratos. Con sueldos de miseria. Ya se sabe cómo funcionan estas cosas. Después sacaba algo ayudando a unos amigos con la venta de artículos de piel en el Rastro. Más tarde trabajé en la construcción y aprendí a pintar. Durante algún tiempo me he dedicado a ello. Conocí a una chica. Nos enamoramos y nos casamos. Por fin tenía la documentación en regla, para poder vivir con tranquilidad y sin estar siempre escondiéndome y con miedo. Al principio todo fue muy bien. Me sentía otro hombre. Era feliz. Pero poco a poco la relación fue deteriorándose. Yo creo que fue porque no teníamos hijos y ella me culpaba a mí. Entonces vinieron las discusiones, las peleas, los desprecios… Cuando me detuvo la policía, me abandonó. No quiso saber nada más de mí.

Joven 1.- Pues sí que lo has pasado mal. Lo tuyo es casi peor que lo mío. Yo nunca tuve hermanos. Mi padre venía a casa cuando le parecía. A veces estábamos varios días sin verle. El dinero que ganaba se lo gastaba todo en beber con los amigos. Creo que también se lo jugaba. Mi madre se veía obligada a trabajar haciendo la limpieza en casas de gente del barrio que estaba en mejor situación y así conseguíamos comprar comida. A También le daban ropa y otras cosas. Cuando él aparecía por casa, frecuentemente bebido, exigía encima que se le pusiera un plato de comida inmediatamente. Ella siempre callaba y hacía lo que él quería. Un día se marchó y nunca volvió a aparecer. Un caso más de los que se iban “a por tabaco”. Por algunos conocimientos que mi madre había hecho con su trabajo, consiguió que le dieran una portería. Por fin podíamos vivir, aunque sin lujos, pero con tranquilidad. Yo empecé a estudiar. Ella siempre me animaba. Me gustaban las humanidades, sobre todo la literatura, el teatro, la poesía… Pero un día ella enfermó. Era grave. La cuidé lo mejor que pude para que se fuera de este mundo al menos sintiéndose querida, y al cabo de un año murió. Mientras ella estaba enferma, yo me ocupé de la portería y tuve que dejar mis estudios. Después seguí con ello. Empecé a salir con una chica y las cosas funcionaban hasta el incidente del mercado. Ella me retiró su confianza, si es que alguna vez la había tenido, y no quiso saber nada más de mí. Nunca pensé que pudiera ocurrirme algo así.

Joven 2.-. ¿Y qué pasó con la portería?

Joven 1.- Supe que habían contratado a otra persona, así que, ya veis, no tengo nada ni a nadie.

Joven 2.- Es verdad que impresionan vuestras historias. La mía tampoco es nada feliz. Mi padre era militar. Era teniente, pero él debía de creerse general de división por lo menos, porque se pasaba el día dando órdenes a todos los que le rodeábamos. Mi madre y mi hermana hacían siempre su santa voluntad, pero yo no podía soportarle. Quería que yo también ingresara en el ejército. Decía que tenía puestas en mí sus expectativas. Era de ese tipo de padres que pretenden ver en sus hijos el reflejo de lo que ellos nunca pudieron ser. Y yo siempre he rechazado la milicia. Pero temía contradecirle. Lo que a mí siempre me gustó fue la ebanistería. Iba a aprender a diferentes talleres, mientras mi familia pensaba que estaba jugando al fútbol con mis amigos. Un día descubrió lo que hacía y tuvimos una gran discusión. Quiso pegarme y no lo permití. Le di un puñetazo. Me echó de casa. Salí sin saber dónde ir y estuve

24

Page 25: Escenas cotidianas

toda la noche caminando sin noción de lo que ocurría a mi alrededor ni del tiempo que transcurría. Cuando amaneció fui a un taller de carpinteros a los que yo conocía. Me dieron cobijo. Allí aprendí el oficio y en un cuartucho que había me quedaba a dormir por la noche. Después monté mi propio taller y siempre me he dedicado a hacer muebles por encargo. No me iba mal, pero el serrín que producía una alergia en la piel y tenía que tener tratamiento médico. Pensé que algún día lo dejaría, pero nunca imaginé que lo sustituiría por la cárcel.

Joven 1.- Está claro que nuestros casos son de una flagrante injusticia.

Viandante.- Y de mala suerte.

Joven 2.- Pero yo siempre he oído que la suerte puede cambiar.

Viandante.- Pues no se me ocurre qué hacer. Durante toda mi vida no he hecho más que trabajar y luchar. Y todo para esto.

Joven 2.- Esto pasará pronto. Cuando consigamos salir de aquí podemos hacer algo juntos.

Viandante.- Yo sólo sé pintar y algo de construcción.

Joven 2.- Yo entiendo de maderas y muebles.

Joven 1.- ¿Y yo? ¿Qué puedo hacer yo?

Joven 2.- ¿Nunca hiciste ningún trabajo aparte de atender una portería?

Joven 1.- Bueno, allí hacía todo lo relativo al mantenimiento. Sé algo de electricidad, un poco de fontanería y aprendí bastante sobre calefacciones y aire acondicionado.

Joven 2.- Pues suficiente.

Viandante.- Venga, vamos a jugar otra partida.

Baraja las cartas y empieza a repartirlas. Todos van cogiendo las suyas y las miran mientras sonríen.

25


Top Related