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Hispania

Hispania

Julio MeinvielleQu saldr de la Espaa que sangraBuenos Aires, 1937Nihil obstat: Gulielmus Furlong, S.J., 7-XI-1937 Imprimi potest: Antonius Rocca, Ep. August. et Vic. Gen., 11-XI-1937 Edicin del Secretariado de Publicaciones de laAsociacin de los Jvenes de la Accin Catlica Este libro se acab de imprimir en Buenos Aires,en los Talleres Grficos San Pabloel da 15 de Noviembre de 1937

IndiceQue saldr de la Espaa que sangra, 5 De la justa y santa guerra de Espaa, 49

Qu saldr de la Espaa que sangraLa Iglesia fundada por Jesucristo en el centro de las edades ha realizado el milagro de la Cristiandad. En los restos humeantes de romanos y brbaros infundi un espritu nuevo, que de las cenizas de un mundo en corrupcin, hizo surgir una unidad de hombres y de pueblos, agrupados alrededor de un centro comn, con la preocupacin de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia. Es cosa nica en el correr de la historia, esta de pueblos que renunciando al orgullo de la dominacin y reconociendo la hermandad comn, se entregan al servicio de un Rey, que no puede morir.

Pero la cristiandad que ha llenado casi mil aos de historia ha sido destruida. Tres fuertes golpes de piqueta han derribado este slido edificio: el Protestantismo que asest sus golpes contra la Iglesia de Roma, depositaria del orden sobrenatural de la gracia; la revolucin francesa que asest los suyos contra el recto orden de la naturaleza humana; y la revolucin comunista que ha asestado el ltimo contra todo orden, an el inferior de la burguesa. [6] El mundo queda expuesto a un espantoso caos.

Con el comunismo la influencia cristiana queda totalmente exterminada del haz de la tierra. Y es reemplazada por un caos de atesmo que es lo ms espantoso que pueda imaginarse.

Hasta ahora el comunismo no ha apretado en sus garras totalmente sino a Rusia, pero amenaza estrangular uno tras otro, todos los pases del orbe. As poco a poco, por su medio, los judos, los enemigos seculares del orden cristiano van logrando la conquista definitiva de todos los pueblos hasta que puedan entronizar como amo universal a su Rey y Mesas, el Antecrsto. El Antecrsto es como el diablo encarnado y su reinado es como el reinado pblico y solemne de Satans sobre la tierra. As como hay endemoniados, es decir individuos humanos que caen bajo la posesin diablica y son manejados por el diablo a entera libertad, as tambin, pueblos enteros y aun toda la humanidad puede caer bajo su completa y absoluta posesin. Y ello as se ha de realizar con el Antecrsto. El comunismo no es sino su inmediato precursor. (Ver Julio Meinvielle, Los tres pueblos bblicos y la dominacin del mundo). De aqu que el Santo Padre con grave insistencia conjure al mundo a unirse contra este terrible flagelo de la humanidad, el ms terrible de todos los que puedan haber conocido los pueblos.

Nos vamos entonces, precipitando con mayor o menor rapidez, haca la barbarie comunista. Si un hecho inesperado no rompe la dialctica de la historia que en forma inexorable se viene cumpliendo [7] desde la Reforma protestante hasta la Revolucin comunista de 1917, no cabe otra suerte a los pueblos que la de sucumbir bajo el satanismo del caos comunista.

Ahora bien. Dos hechos inesperados y transcendentales se han obrado despus de la Revolucin rusa de 1917 y son la marcha fascista sobre Roma de 1922 y el triunfo hitlerista de Alemania en 1933. Tanto el Fascismo como el Hitlerismo se presentan con la voluntad decidida de quebrar la dialctica de la historia y de romper la cabeza del monstruo comunista.

Lo conseguirn? Por s solos, si no aparece una fuerza nueva, digamos un hecho nuevo, no pueden conseguirlo. Dos razones nos van a convencer de ello, una del orden emprico, la otra del orden teolgico.

He aqu la primera razn: No se puede negar que tanto el Fascismo como el Hitlerismo someten a alta tensin todas las energas del pueblo para lograr un orden de los hombres. Un orden se logra, ello es innegable y se logra por el esfuerzo de voluntad de un conductor y de un pueblo. Y este orden es sin duda, de calidad superior al demoliberalismo de que estuvieron viviendo los pueblos durante ms de un siglo, porque este es una pura actividad sensual, por ende carnal, mientras que aquel otro es una actividad de voluntad y por tanto verdaderamente espiritual. Pero no se trata ahora de ponderar su calidad sino su eficacia. Y bajo este aspecto, hay que confesar que ni el Fascismo ni el Hitlerismo pueden tener fuerza suficiente para mantener por largo tiempo esta alta tensin de las [8] energas de un pueblo. Todo esfuerzo y toda tensin tiende a relajarse. Para que as no acaezca es menester que ese orden que se logra por una tensin, por un esfuerzo, se connaturalice, es decir, se alcance sin esta tensin. Pero ello no es posible si un hecho nuevo no trae energas superiores que sean como connaturales al hombre.

Una segunda razn, y esta de orden teolgico, robustece seriamente esta explicacin. El orden que procura el Fascismo y el Hitlerismo, que podr ser todo lo grande que se quiera como realizacin econmica y poltica, se busca como un fin en s, como si fuese un dios. Se busca fuera de Cristo, y por encima de Cristo y en cierto modo contra Cristo. Ahora bien: un movimiento de esta condicin, no puede traer el bienestar de pueblos que han sido llamados a la vocacin de la fe cristiana. Es un orden mecnico que no es para ellos; que resulta violento: que por tanto no puede durar. Suponer que un orden social independiente de Cristo pueda traer el bienestar temporal de los pueblos sera suponer que la redencin de Cristo no es necesaria para curar las heridas que la naturaleza del hombre ha sufrido por el pecado. Luego esta violencia a la dialctica de la historia que realiza el Fascismo y el Hitlerismo, aunque pueda ser un esfuerzo gigantesco de hroes, digno de ser ponderado, es insuficiente para deshacer el nudo de la historia.

Es necesario un hecho nuevo, inslito, que no sea puramente el esfuerzo del hombre sino el esfuerzo de Dios. Que no sea un puro hecho natural sino sobrenatural. Que no sea el herosmo del hombre [9] sino el herosmo inmensamente ms alto del cristiano.

Y he aqu que este hecho, con una fuerza y con una belleza incontrastable, aparece el ao pasado en el mundo sobre el suelo espaol. Vemos a un pueblo, que a punto de caer presa de las garras marxistas, se concentra en s mismo, recobrando las energas de len y al grito de Cristo Rey se echa al combate y va conquistando palmo a palmo el suelo de la patria y el alma de cada espaol. Estamos ante un hecho verdaderamente nuevo, cuya consideracin me propongo aqu.

Yo no quiero detenerme a explicaros los hechos materiales que han precedido y acompaado esta tremenda lucha. No quiero considerar ni la cada del monarca en 1931 ni la lucha de moderados y extremistas durante los cinco infelices aos de la segunda repblica. Tampoco quiero exponer la mentira electoral de febrero de 1936 presidida por la venal imparcialidad del gobierno del masn Portela Valladares. Quiero pasar por alto el triunfo del Frente Popular, a pesar de que las derechas le haban aventajado en ms de medio milln de votos; no quiero mencionar el estado de anarqua que se abri el 16 de febrero de 1936 para terminar con el alevoso asesinato del gran patriota Calvo Sotelo, perpetrado por el gobierno. Tampoco quiero exponer aqu los sobrados motivos que justifican el glorioso levantamiento cvico-militar del 18 de julio de 1936, al frente del cual marcha un gloriossimo caudillo, smbolo y prez de la Espaa que surge. Ni quiero finalmente hacer mencin ni de las 20.000 iglesias destruidas por la chusma [10] roja, ni de los 16.700 sacerdotes cruelmente asesinados ni de los 300.000 laicos cobardemente sacrificados.

Ni siquiera quiero demostrar la obligacin que pesaba sobre todos los ciudadanos espaoles que no haban perdido la conciencia de su dignidad, de tomar las armas para defender no ya las haciendas en peligro sino la honradez de las propias hijas, novias, esposas y madres expuestas a profanacin y el derecho de la libertad de profesar la Santa Religin de Jesucristo, alma de toda la vida individual, familiar y social de Espaa.

Quiero s examinar el significado y alcance que reviste esta lucha pica de un pueblo. Significado para Espaa misma, significado sobre todo para el destino de los antiguos pueblos cristianos en esta hora incierta de la historia.

Y os puedo decir desde ya y espero demostrroslo en esta disertacin que esta empresa heroica del pueblo espaol es de una categora tan grande como el descubrimiento de Amrica porque es la rplica del pueblo catlico al mundo de mentiras que se inici con la Reforma protestante, que se encumbr con la Revolucin Francesa y que quera sumergirnos en la barbarie comunista. Esta empresa de hroes y de mrtires seala el comienzo de la Restauracin de la civilizacin Cristiana. El nudo de la historia ha sido desatado. [11]

Espaa, brazo derecho de la CristiandadEl sentido profundo de la lucha espaola no se puede alcanzar sino a la luz de la vocacin que le cabe a Espaa en el destino de la Cristiandad. Y esta su vocacin nos la ha de revelar, a su vez, el genio del apstol que la conquist para la fe y el genio de la misma Espaa, a travs de la historia, en sus conquistas de la fe.

Sabido es que Santiago el Mayor es el apstol de Iberia o sea de lo que es hoy Espaa y Portugal. Y Santiago es el segundo de los apstoles y forma con Pedro y Juan el grupo de los tres apstoles que fueron distinguidos por el Salvador. Slo a estos tres distingui con sobrenombres especiales, llamando a Simn con el nombre de Pedro a Santiago y Juan con el de Bonaerges, hijos del Trueno (Marc. III, 173), slo a ellos tres hizo partcipes de su gloria en el Tabor y de su agona en el huerto (Marc. IX, l). Slo entre ellos tres, reparti el destino de su reino en la evangelizacin del mundo, porque si a Pedro le concedi el centro de su reino cuando le dijo: Tu eres Pedro y sobre esta Piedra edificar mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecern contra ella, a Santiago parece haberle concedido la derecha y a Juan la izquierda, cuando la madre de ellos, Mara Salom, acercndose al Salvador le pidi que sus dos hijos se sentasen junto a El en su reino, el uno a la [12] derecha, el otro a la izquierda. No sabis lo que peds, contest el Salvador. Podis beber el cliz que yo he de beber? Respondieron: Podemos. Replicles: Mi cliz s que le beberis; pero el asiento a mi diestra o siniestra no me toca concederle a vosotros sino que ser para aquellos a quienes le ha destinado mi Padre (Mateo XX, 20-23). Santiago mereci tambin la distincin de hospedar en su casa a la Santsima Virgen que haba sido encomendada por el mismo Cristo a su hermano San Juan.

Espaa entonces conquistada a Jesucristo por Santiago, constituida heredera del mpetu y ardor del apstol cuyo cuerpo conserva en la Baslica de Compostela, es como l, el Hijo del Trueno de la Santa Iglesia, la segunda despus de Roma en el reino de la Cristiandad y el brazo derecho de la misma Cristiandad en las luchas por la defensa de la fe y en el ardor por llevar la fe hasta el extremo de la tierra. Y si Santiago fue el primero de los apstoles en pagar con su cabeza su amor a Jesucristo, Espaa tambin en el curso de la historia de la Iglesia da la primera el testimonio de su fe a Jesucristo no slo cuando la invasin de la morisma sino ahora frente al empuje arrollador del bolchevismo. Y Espaa, al igual que Santiago no puede separar su grandeza del amor a la Virgen, junto a cuyo lado vivi y que quiso visitarle y confortarle en su apostolado por Espaa cuando pos sus benditsimos pies en el pilar de Zaragoza.

Extraordinaria profundidad teolgica tiene entonces el Canto de Claudel:

Santa Espaa, cuadrada en el extremo de Europa, [13] concentracin de la Fe, maza dura y trinchera de la Virgen Madre.

Y la zancada ltima de Santiago que slo termina donde acaba la tierra.

Y esta vocacin de Espaa, expresada en la vocacin del Apstol que la conquist para la fe, explica la unidad y la grandeza de Espaa cuando se mantiene fiel a su vocacin y seala su decadencia cuando le es infiel.

Espaa es obra de la IglesiaEspaa es obra exclusiva de la fe cristiana de suerte que destruir la fe cristiana es destruir Espaa y destruir Espaa es como amputar la Cristiandad.

Qu era en efecto Espaa antes que la impregnase la virtud del Evangelio? Menndez y Pelayo nos lo dice en sus Heterodoxos Espaoles: Ni por la naturaleza del suelo que habitamos, ni por la raza ni por el carcter parecamos destinados a formar una gran nacin. Sin unidad de climas y producciones, sin unidad de costumbres, sin unidad de cultos, sin unidad de ritos, sin unidad de familia, sin conciencia de nuestra hermandad ni sentimientos de nacin, sucumbimos ante Roma tribu a tribu, ciudad a ciudad, hombre a hombre, lidiando cada cual heroicamente por su cuenta, pero mostrndose impasible ante la ruina de la ciudad limtrofe o ms bien regocijndose de ella.

Todo ello as haba de acaecer con una nacin [14] que es un mosaico de razas y de pueblos tan distintos como los iberos, celtas y celtberos que constituyen el ncleo bsico de su poblacin y que luego, para colmo, se ha visto invadida por etruscos, fenicios, cartagineses, griegos, romanos y ms tarde por alanos, vndalos, suevos, visigodos, moros y judos.

Cierto es que Roma logra dar una unidad legislativa a la Hispania. Y as ata los extremos de su suelo con una red de vas militares; siembra en las mallas de esa red colonias y municipios; reorganiza la propiedad y la familia sobre fundamentos tan robustos que en lo esencial aun persisten...; da la unidad de lengua, mezcla la sangre latina con la (aborigen), confunde (sus) dioses con los (del suelo hispano) y pone en los labios de los oradores y de los poetas de la Hispania el rotundo hablar de Marco Tulio y los hexmetros virgilianos.

Pero esta unidad de Roma no era sino preparacin a una unidad ms alta como lo era, a su vez, la misma Roma. Espaa pareca pero no se senta una. Faltaba la unidad de la fe y con ello faltaba la unidad. Slo por ella adquiere un pueblo vida propia y conciencia de su fuerza unnime; slo en ella se legitiman y arraigan sus instituciones: slo por ella corre la savia de la vida hasta las ltimas ramas del tronco social. Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios; sin juzgarse todos hijos de un mismo Padre y regenerados por un sacramento comn; sin ser visibles sobre sus cabezas la proteccin de lo alto; sin sentirla cada da en sus hijos, en su casa, en el circuito de su heredad, en la plaza del municipio nativo, [15] sin creer que ese mismo favor del cielo que vierte el tesoro de las lluvias sobre su campos, bendice tambin el lazo jurdico que l establece con sus hermanos y consagra con el leo de justicia la potestad que l delega para el bien de la comunidad y rodea con el cngulo de la fortaleza al guerrero que lidia contra el enemigo de la fe o el invasor extrao, qu pueblo habr grande y fuerte? Qu pueblo osar arrojarse con fe y aliento al torrente de los siglos? (Menndez y Pelayo, Historia de los Heterodoxos espaoles.)

Y el cristianismo forj esta unidad de Espaa. Llevado por la voz impetuosa de Santiago y de Pablo, propagado por el fuego de los siete varones apostlicos, Torcuato, Cecilio, Eufrasio, Indalecio, Tesifonte, Hesiquio y Segundo, fecundado por la abundante sangre de los mrtires, tan magnficamente cantados por Prudencio, penetr por todos los rincones de la Hispania y dej impregnado el suelo espaol. Ya Tertuliano en su tiempo poda exclamar que la fe de Cristo ganaba todos los confines de las Espaas.

Y el siglo IV nos presenta una Iglesia espaola, inmaculada en su fe, impugnadora del arrianismo, del cual se mantuvo inclume y del priscilianismo, contra el cual reaccion enrgicamente, fuertemente adherida a la ctedra de Pedro, centro de unidad y severa en sus costumbres cristianas. As se form el pueblo hispano-romano catlico, que despus de una lucha de ms de siglo y medio logr absorber y conquistar espiritualmente a los conquistadores brbaros, suevos y visigodos y fue el precursor del gran pueblo espaol, de la Reconquista [16] y de la edad de oro (Hilario Yaben, El Debate, nm. extraordinario, feb. 7 de 1934).

Pero aunque existiese un pueblo cristiano, no haba todava un estado cristiano y por lo mismo tampoco exista un estado uno. Conprendilo as el Rey arriano Leovigildo y por eso pretendi arrianizar a toda Espaa. Pero fracas en su intento porque no pudo descatolizar al pueblo de Santiago, como le convenci el martirio de su propio hijo Hermenegildo. Recaredo, su sucesor, comprendi entonces que la unidad de Espaa slo era posible por el leal sometimiento de la monarqua visigoda a la Iglesia.

Y as magnfico y nico en la historia de la humanidad es el espectculo que ofrece Recaredo y su pueblo el 8 de mayo del ao 589, en la ciudad de Toledo, en que abjurando la hereja arriana, entran en el seno de la Catolicidad un rey con todos sus sbditos, constituyendo la unidad religiosa de Espaa que deba ser la base de la unidad civil. Con qu sinceridad y con qu orgullo, dirigindose a todos los obispos de Espaa..., y ante una inmensa muchedumbre de clrigos, magnates y pueblo, deca Recaredo: Presente est aqu la nclita raza de los godos, la cual, puesta de acuerdo conmigo, entra en la comunin de la Iglesia Catlica, siendo recibida por ella con cario maternal y entraas de misericordia... Es mi deseo que as como estos pueblos han abrazado la fe por nuestros cuidados, as permanezcan firmes y constantes en la misma. Ante aquel espectculo tan consolador prorrumpen los asistentes en vtores y se levanta a hablar San Leandro, metropolitano de Sevilla, [17] y alma de aquella unificacin y pronuncia estas memorables palabras: slo falta que los que componemos en la tierra un solo y nico reino, roguemos al Seor por su estabilidad a fin de que el reino y el pueblo que unidos glorificaron a Dios en la tierra, sean glorificados por El en el reino celestial (Zacaras Garca Villada, El Destino de Espaa).

Desde este momento qued estabilizada la nacin espaola. Toledo es la cabeza jerrquica, civil y eclesistica de todo el territorio comprendido entre el Atlntico y el Mediterrneo, los Pirineos y el estrecho de Gibraltar. All acuden a rendir pleitesa y homenaje a su rey los sbditos de toda la pennsula y a su obispo reconocen como primado los metropolitanos de Narbona, Mrida, Sevilla, Braga, y Tarragona. La unidad fue tan firme que por indicacin de San Isidoro se lleg a condenar la diversidad de ritos para que los que estaban unidos en una misma fe y en un mismo reino no se mostraran desunidos, ni an en la parte externa ritual.

Resulta entonces clarsimo que la Iglesia Catlica que haba unido primero al pueblo hispano romano por la profesin de una misma fe, lo una ahora con lazo indisoluble en una unidad de rgimen temporal. Espaa es Espaa porque la hizo la Iglesia.

Desde entonces qued polticamente constituida la nacin espaola independiente y personal, reconociendo la soberana de los monarcas toledanos los mismo Catalua que Aragn; Navarra que Vasconia; Galicia que Portugal; Len que Castilla. [18] De modo que lo primitivo en la formacin de la patria hispana es la unidad desde el Pirineo a Gibraltar, desde el Cantbrico al Mediterrneo. Los Reyes Catlicos despus de dar trmino a la Reconquista no hacen, sino que reconstruyen la unidad perdida. Unidad que por otra parte no se pierde por voluntad del pueblo sino por una causa mayor como es la interrupcin que producen los moros, interceptando las vas de comunicacin de Navarra, el alto Aragn y Catalua lo que obliga a estas regiones desvinculadas de los Reyes de Asturias y Len, legtimos sucesores de los de Toledo a constituirse en unidades polticas independientes. Pero an entonces, cuando por causa mayor falta la unidad de rgimen, una unidad ms alta como es la defensa del propio suelo y de la propia fe, unifican a todas las regiones espaolas en una nica cruzada. (Zacaras Garca Villada, El destino de Espaa).

La tradicin antiabsolutista de EspaaLa Iglesia cre entonces la unidad de Espaa y la coron con la consagracin de los reyes visigodos. Recordando los Padres de los clebres concilios de Toledo que el Poder de los reyes y prncipes viene de Dios, consagraban a los monarcas ungindoles con el crisma por lo que vena a ser su persona sagrada e inviolable. Pero al mismo tiempo que rodeaban al monarca de tales prerrogativas, le imponan deberes. Para San Isidoro, [19] Rey viene de regir (Rex a regendo) de donde concluye: el que obra rectamente, conserva el nombre de Rey, y el que no, lo pierde. En el Concilio IV de Toledo, presidido por el mismo San Isidoro se determina que el monarca est obligado a la observancia de las leyes como los dems sbditos. Los derechos y deberes del monarca como asimismo los derechos y deberes de sus sbditos procedan de un mutuo juramento que se haca en la iglesia el da de la consagracin del Monarca. El Obispo de Toledo se lo tomaba al Rey. Este prometa solemnemente con la mano puesta sobre los Evangelios, gobernar al pueblo rectamente; y el pueblo a su vez juraba obedecerle si as lo haca. En los mismos Concilios se establece una distincin bien marcada entre el Rey y el Estado, entre los bienes particulares del Soberano, los de la Corona y los de la Nacin. Todas estas distinciones tienden a un mismo fin, es decir, indicar a los Prncipes que ellos no son dueos absolutos del Poder. Reinan para la grandeza de su pueblo, de suerte que su poder est siempre condicionado por el bien comn, suprema razn de ser de toda poltica. Cuando los reyes quebrantaban sus deberes, abusando del poder, veanse constreidos a abandonar el trono. Y as cuando Suintila renuncia a la corona. El Concilio IV de Toledo confirma su renuncia y, adems declara incapacitado a l y todos sus descendientes para volver a ocupar el trono.

La Iglesia entonces que haba forjado la unidad de Espaa tambin cuidaba de que toda la vida de la nacin, desde el monarca hasta el ltimo de los sbditos, se desarrollase de acuerdo a las Santas [20] prescripciones de la ley evanglica, de la que la Iglesia es fiel depositaria. Por esto as como vemos a los obispos de la poca visigoda creando la grandeza espaola, vemos ms tarde a los obispos, clrigos y frailes espaoles luchando junto a los monarcas en la reconquista o creando la grandeza de Espaa junto a ellos, en los tiempos en que no se pona el sol en las tierras de Espaa. Y as, en las gloriosas Navas de Tolosa junto a Alfonso VIII est el arzobispo Don Rodrigo como junto a Alfonso XI en la toma de Algeciras, est el Cardenal Don Gil de Albornoz, igualando en empuje al temerario monarca y el gran Cardenal Don Pedro de Mendoza, nombrado general en jefe del Ejrcito cristiano de los Reyes Catlicos, cabalga junto a ellos y no para hasta que su cruz de plata, brillando en la torre de Vela, la torre ms alta de Granada y adorada de rodillas por los Reyes Catlicos y todo su ejrcito victorioso, anuncia al mundo que la Cristiandad ha sido totalmente reconquistada de la Media Luna.

La Iglesia Catlica que haba forjado la unidad de Espaa y haba creado su grandeza cristiana de la poca visigoda tambin recupera ella, palmo a palmo, el suelo espaol de la barbarie de los moros.

La grandeza espaolaY ser ella lo que en tiempos de los Reyes Catlicos forje la mayor empinacin, triunfo e honra e prosperidad que nunca Espaa tuvo, como [21] deca el buen Cura de los Palacios. (Menndez y Pelayo, Historia de la Poesa Castellana en la edad media). Y puede aadirse que nunca pueblo tuvo. No es fcil poder cantar en breves lneas la grandeza de este pueblo que despus de poner trmino victoriosamente a una lucha ocho veces secular contra los moros, alcanza el destino ms alto entre los destinos de la historia humana: el de completar el planeta, el de borrar los antiguos linderos del mundo. Un ramal de nuestra raza escribe Menndez y Pelayo forz el cabo de las tormentas, interrumpiendo el sueo secular de Adamastor y revel los misterios del Sagrado Ganges trayendo por despojos los aromas del Ceyln y las perlas que adornaban la cuna del sol y el tlamo de la aurora, y el otro ramal fue a prender en tierra intacta an de caricias humanas, donde los ros eran como mares y los montes veneros de plata y en cuyo hemisferio brillaban estrellas nunca imaginadas ni por Tolomeo ni por Hiparco.

Len XIII ha podido decir que el hecho del Descubrimiento de Amrica, considerado en s mismo es el ms grande y hermoso que edad alguna vio jams llevado a cabo por los hombres (Epstola ad archiep... ex Hispania... 16 julii 1892. Civilt Cattolica, ao 1892, t. III). Y sabido es que esta colosal empresa tanto en el nimo de Isabel la Catlica como en el del Coln, fue por encima de todo otro motivo secundario, el llevar el nombre y doctrina de Jesucristo a tan apartadas regiones (Palabras de Coln citadas por Len XIII).

Y toda la obra colosal de la reconquista estuvo [22] impulsada por el mismo espritu heroico de la fe de Cristo que suscit misioneros, guerreros, exploradores y colonizadores para que Espaa pudiese engendrar y nutrir para Dios y para la civilizacin a veinte naciones mellizas que no la han dejado ni las han dejado hasta que ellas han logrado vida opulenta y ella ha quedado exange. Porque la obra de Espaa ha sido ms que de plasmacin como el artista lo hace con su obra, de verdadera fusin para que ni Espaa pudiese ya vivir en lo futuro sin sus Amricas ni las naciones americanas pudiesen aun queriendo arrancar la huella profunda que la madre las dej al besarlas porque fue un beso de tres siglos, con el que las transfundi su propia alma (Cardenal Gom y Toms en el discurso de la Fiesta de la Raza en Buenos Aires).

Y mientras Espaa de la sobreabundancia de su propia vida alimentaba a innumerables pueblos constitua en Europa el baluarte inexpugnable contra el Protestantismo y era el faro de la verdadera cultura frente a la decadencia que seala el mismo Renacimiento con las creaciones imperecederas de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, de Cervantes, de Fray Luis de Granada y el de Len, de Caldern y Lope de Vega, del Greco y de Velzquez.

Y el carcter que salta a la vista, pudo escribir Menndez y Pelayo, en aquella sociedad espaola del siglo XVI y continuada en el XVII, en eso que se llama Edad de Oro la nota fundamental y caracterstica es el fervor religioso que se sobrepone al sentimiento del honor, al sentimiento monrquico y a todos los que impropiamente se han [23] tenido por fundamentales y primeros; ante toda la Espaa del siglo XVI es un pueblo catlico: ms diremos es un pueblo de telogos... por toda aquella centuria Espaa se convirti en campen de la unidad y de la ortodoxia, en una especie de pueblo elegido de Dios, llamado por l para ser brazo y espada suya, como lo fue el pueblo judo en tiempo de Matatas y de Judas Macabeo... La Espaa de entonces era un pueblo extrao, uno en la creencia religiosa, dividido en todo lo dems, por raza, por lenguas, por costumbres, por fueros, por todo lo que puede dividir a un pueblo... Solo quedaba y omnipotente lo rega todo el espritu catlico sostenido por los reyes y en virtud del cual los reyes eran grandes. (Menndez y Pelayo).

La decadencia espaola coincide punto por puntocon su apartamiento de la IglesiaDe esta suerte cuando los pases cristianos de Europa enarbolaban la bandera de rebelin contra la Iglesia, Espaa constituida en su integrrima defensora, alcanzaba el empuje y grandiosidad de un trueno que estalla.

Espaa entonces, nos muestra esplndidamente en su opulenta historia que todo lo debe a la Iglesia. Espaa ha sido grande cuando se olvid de s misma para servir a la Iglesia. Entonces cuando descubra y colonizaba nuevos mundos, con [24] sus telogos, santos, reformadores y artistas iluminaba a Europa y por el genio de Juan de Austria rompa definitivamente en Lepanto la pujanza de los turcos.

Este ha sido el imperio de Espaa. Un magnfico imperio universal, no de dominacin terrena, no de aprovechamiento de las energas de los dems como si el mundo fuese una inmensa factora, sino de expansin de cultura al servicio de la cristiandad, en la defensa de la iglesia y en la conquista de las almas. Y este imperio grandioso forjado en el preciso momento en que los pueblos cristianos, agitados frenticamente por el espritu de rebelin, se apartaban de la Iglesia, es la respuesta de Dios a los hombres que les dice que solo en la fidelidad a sus preceptos se puede lograr la verdadera grandeza.

El protestantismo, entonces. el primero de los tres grandes enemigos que surgi contra la cristiandad se estrell contra el baluarte de Espaa. Sin embargo, cuando dos siglos ms tarde, Espaa se olvida que su grandeza es una grandeza teolgica, puesta al servicio de la cruz, la monarqua espaola se enorgullece de s misma, y por lo mismo decae. Y comienza la triste decadencia espaola que ha de coincidir punto por punto con su apartamiento de la Iglesia.

Toda la monarqua de los Borbones que se inaugura con Felipe V se caracteriza por su absolutismo. El Regalismo triunfa; la Iglesia sufre despojos, violencias y agresiones por parte del gobierno regio. Felipe V disgustado con Clemente XI expulsa al Nuncio, y las divergencias continan hasta el clebre [25] Concordato entre Benedicto XIV y Fernando VI de 1753 por el cual la Corona qued en posesin del Patronato Universal. Tormentoso y aciago fue asimismo el reinado de Carlos III en que la expulsin de los jesuitas, la Causa del Obispo de Cuenca, la tentativa de desamortizacin eclesistica, la prohibicin de publicar bulas Pontificias sin el Regium exequatur fueron otros tantos atentados contra la autoridad espiritual. Mientras tanto Espaa va perdiendo las colonias y, lo que es ms doloroso, su influencia moral y espiritual sobre las mismas.

Detrs del absolutismo produce estragos en Espaa, el segundo gran enemigo de la cristiandad, el demoliberalismo. Las clebres Cortes de Cdiz introdujeron oficialmente el espritu enciclopedista con la voluntad de derrocar hasta sus cimientos la Espaa Catlica, la Espaa tradicional, de borrar, como deca uno de sus orculos el Conde Cabarrs en sus cartas, los errores de veinte siglos. Y Espaa descuajada en su vida pblica de la Iglesia que le daba unidad y grandeza, de tumbo en tumbo fue decayendo durante ms de un siglo, conociendo las alevosas y traiciones de los propios gobernantes que vendan la grandeza del pas al extranjero mientras activaban las matanzas de frailes y las quemas de iglesias, tan clebres algunas de ellas como las de los aos 1834 y las de 1870. La Nacin-fuerza se convirti en la cenicienta desgraciada del mundo, ludibrio de los pueblos y juguete de las intrigas de concilibulos secretos. Es cierto que la vitalidad catlica no desaparece sino que se concentra en la Comunin Tradicionalista del Carlismo [26] que durante ms de un siglo de bastarda poltica sabe mantener intacto el depsito sagrado de verdades que pueden salvar a los pueblos. Y lo mantiene con el ardor blico del requet que va a luchar por Espaa, porque lucha por su Dios. Pero el liberalismo deba triunfar y el Carlismo haba de quedar como fuerza de reserva para el momento fijado en los designios providenciales que rige el curso de la historia.

Y en un pueblo tan realista como el espaol, es decir que sabe llevar a las ltimas realizaciones concretas el ideal ms alto, que por lo mismo no sabe de hipocresas ni farsas ni trminos medios ni desdoblamientos, el liberalismo no pudo prender en sus races profundas y as ni siquiera pudo dar los frutos de grandeza que aunque efmera, artificial y falsa ha podido producir en los pases capitalistas.

Y Espaa ni catlica porque en su vida pblica se proclamaba liberal, ni liberal porque el liberalismo no penetraba en las races del pueblo no daba ni grandeza catlica ni grandeza liberal... era un pas desgraciado y despreciable, debilitado aun en su interior por todos los elementos dispares de que estaba constituido. Y menos mal que la mala monarqua democrtica mantena en cierto orden todos estos restos separados y anrquicos de un pueblo que fue grande; menos mal que serva de tapn para impedir el estallido porque el da que ella faltase todos estos elementos diversos, y anrquicos deban explotar con furia enloquecida. No son para referir aqu los desmanes vergonzosos de cinco aos de repblica... Ellos [27] no eran sino el anticipo del gran crimen que se estaba a punto de cometer o sea entregar Espaa, brazo derecho de la Cristiandad, a los judos, sus eternos enemigos y que desde Mosc quieren dirigir los destinos de los pueblos. Despus sera cosa fcil entregar la misma Cristiandad.

Carcter de la Repblica en EspaaY no poda ser sino el Comunismo, el tercer y ltimo gran enemigo de la Cristiandad el resultado lgico de una repblica espaola. Los hechos histricos deben ser estudiados con un sentido autnticamente realista. Ahora bien, los intentos de los republicanos espaoles, de todas las gamas posibles, desde los republicanos catlicos, tipo Miguel Maura, pasando por los radicales anticlericales de Azaa hasta los comunistas intransigentes de Largo Caballero, no podan finalmente concretarse sino en una repblica anarco-comunista uncida al carro de Mosc. No porque no sea posible en abstracto un rgimen republicano que contemple las justas prescripciones de la moral catlica, sino que por diversas causas, cuyo estudio sera largo, la repblica en Espaa se present siempre como una bandera de rebelin contra el destino de Espaa. De hecho, como surge claro de la presente exposicin, la grandeza de Espaa se concret en la profesin pblica de la Fe Catlica, bajo el gobierno tambin pblico de los obispos espaoles y del monarca, [28] que era la encarnacin del pueblo en su destino de servir como brazo derecho a la Causa de la Cristiandad. Los espaoles y ello es un timbre altsimo de gloria no han podido comprender una grandeza que marchase por otros caminos que no fuesen los de la Causa de la Iglesia y sin la direccin del monarca. La repblica entonces se presentaba como anticatlica, anticlerical y antimonrquica. Por una dialctica de la historia ms fuerte que todas las concepciones formales de los filsofos se presentaba como una anti-Espaa. Hablar de una repblica moderada era hablar de algo puramente irreal en el suelo hispano. La repblica en forma definitiva deba ser en Espaa la implantacin de un anarco-comunismo, ltima etapa de todo el proceso de corrupcin que es el mundo moderno. Para gloria del genio espaol, que es un genio fuerte y varonil, los trminos medios y las adaptaciones no son posibles. Y se comprende que as en el suelo del apstol llamado Hijo del Trueno, apstol que maneja espada y embraza adarga, apstol ardiente e impetuoso que no tolerando que los samaritanos rechazasen al Salvador se acerca a Jesucristo con su hermano Juan para decirle: Seor, quieres que digamos que baje fuego del cielo y los devore? (San Juan IX, 54).

La repblica en Espaa era entonces la AntiEspaa. Y lo era an en el sentido material de la palabra. Porque desde el da de su advenimiento emprendi la tarea de demoler todo cuanto poda evocar la grandeza de la Espaa eterna. Los obispos han podido denunciar en documento pblico cmo la revolucin comunista que pregona la [29] repblica con el mismo ardor con que devasta a Espaa es esencialmente anti-espaola. La obra destructora se realiz a los gritos de viva Rusia, a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones murales, la apologa de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nacin en favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espritu nacional y al sentido de la patria. Y por la compenetracin que de hecho y en concreto existe entre Espaa y la Iglesia, la revolucin, adems de cruel, inhumana y brbara deba ser, eminentemente anti-cristiana, como la denuncia el episcopado espaol: No creemos que en la historia del Cristianismo y en el espacio de unas semanas se haya dado explosin semejante, en todas las formas del pensamiento, de voluntad y de pasin, del odio contra Jesucristo y su religin sagrada. Tal ha sido el sacrlego estrago que ha sufrido la Iglesia en Espaa que el delegado de los rojos espaoles, enviado al Congreso de los sin-Dios en Mosc, pudo decir: Espaa ha superado en mucho la obra de los soviets, por cuanto la Iglesia en Espaa ha sido completamente aniquilada... El odio a Jesucristo y a la Virgen ha llegado al paroxismo y en los centenares de Crucifijos acuchillados, en las imgenes de la Virgen bestialmente profanadas, en los pasquines de Bilbao en que se blasfemaba sacrlegamente de la Madre de Dios, en la infame literatura de las trincheras rojas, en que se ridiculizan los divinos misterios, en la reiterada profanacin de las Sagradas Formas, podemos adivinar el odio del infierno encarnado [30] en nuestros infelices comunistas. Tena jurado vengarme de t, le deca uno de ellos al Seor encerrado en el Sagrario y encaonando la pistola dispar contra l, diciendo: Rndete a los rojos, rndete al marxismo.

La Espaa eterna se reencuentraPero era necesario que Espaa conociese el abismo abominable de degradacin que seala la barbarie comunista para que despertase, en un puado de valientes, el sentido de su grandeza. Por esto, yo creo que hemos de proclamar como cosa bendita esta desgraciada repblica del 31 porque ha servido, por su misma absurda y radical barbarie, para devolver en un instante a Espaa el sentido de su propia vida. Espaa es catlica a machamartillo o Espaa sucumbe en la barbarie comunista. Espaa es grande como la forjaron los Reyes Catlicos o Espaa desaparece de la tierra. No hay trmino medio. Que lo entiendan los infelices europeizantes literatos de la generacin del 98; que lo entiendan tambin los polticos centristas que han ido a copiar del centrismo alemn o de la democracia de Don Sturzo como si Espaa no tuviese una tradicin poltica propia inmensamente superior que todos estos originales blanduzcos que se han querido calcar. Espaa es de Cristo o del Antecristo. Espaa o Anti-Espaa.

Y caso nico en la historia, en Espaa exista una fuerza, anidada en las tradicionales provincias [31] de Navarra y de Castilla que con terquedad no haban querido contaminarse ni con el demoliberalismo ni con el socialismo. Fuerzas que vivan ntegramente de su fe cristiana y que no queran conocer otra grandeza. Fuerzas que adquieren conciencia de su misin histrica hace un siglo, precisamente cuando un Rey dbil quiso adaptar Espaa a la corriente liberal y progresista de los tiempos modernos. Porque si un da estos valientes se alzaron contra la descendencia de Fernando VII y sostuvieron la causa de Don Carlos fue nicamente porque este era porta estandarte de los derechos de Dios y de Espaa, e Isabel en cambio encarnaba el progresismo laico de los tiempos nuevos.

Las milicias intrpidas de requets iban a ofrecer los primeros contingentes de bizarros muchachos que se iban a lanzar al combate por su Dios y por su Patria. Por aqu deba comenzar la reconquista porque all se concentr siempre la fiereza del len hispano. Despus deba aportar fuerzas la Falange de las J. O. N. S. trayendo mpetu, renovacin, aventura, anhelo imperial. Fuerzas quizs no tan puras, fuerzas no tanto movidas por el anhelo de servir a Dios, fuerzas en cierto modo redimidas del campo contrario, pero, de todos modos fuerzas con un fervor incontenible de servir a Espaa y de expulsar para siempre de su suelo a la hidra marxista.

Y a la cabeza de estas fuerzas deba suscitar Dios a un caudillo, predestinado para esta hora, quien deba asimismo acaudillar a los contingentes moros, que ambicionaban formar parte de esta heroica cruzada contra el comunismo ateo que queran [32] implantar los judos. Yo s, que muchos sufren escndalo porque el Generalsimo Franco ha usado de los moros para reconquistar a Espaa. Pero deban escandalizarse que sea tan grande el cinismo de los rojos anti-espaoles que haya hecho necesario traer a los moros para ensearle los deberes de amor a la Patria. Adems que con ello no hace Franco sino cumplir las directivas del Santo Padre en Roma quien est incitando a todos los hombres que mantienen la creencia en Dios, aunque no sean catlicos, a unirse contra el comunismo ateo que es el supremo enemigo de la humanidad en la hora presente. La misma consideracin hay que formular con respecto a la ayuda militar que prestan Alemania e Italia y Portugal. Vergenza deba dar a ciertas naciones de estirpe catlica que los deberes que ellos no cumplen como hermanos de la fe del pueblo espaol, deba ser suplido por pueblos infieles o paganos.

Detrs de todos estos contingentes de milicias combativas acaudilladas por el Generalsimo deba venir con la fuerza arrolladora de avalancha todo el movimiento que se ha llamado muy exactamente nacional, como dicen los obispos. Primero por su espritu; porque la nacin espaola estaba disociada, en su inmensa mayora de una situacin estatal que no supo encarnar sus profundas necesidades y aspiraciones; y el movimiento fue aceptado como una esperanza por toda la nacin; en las regiones no liberadas slo espera romper la coraza de las fuerzas comunistas que la oprimen. Es tambin nacional por su objetivo por cuanto tiende a salvar y sostener para lo futuro las [33] esencias de un pueblo organizado en un Estado que sepa continuar dignamente su historia ... y el movimiento nacional ha determinado una corriente de amor que se ha concentrado alrededor del nombre y de la substancia histrica de Espaa, con aversin de los elementos forasteros que nos acarrearon la ruina. Y como el amor patrio cuando se ha sobrenaturalizado por el amor de Jesucristo, nuestro Dios y Seor, toca las cumbres de la caridad cristiana, hemos visto una explosin de verdadera caridad que ha tenido su expresin mxima en la sangre de millares de espaoles que la han dado al grito de viva Espaa, viva Cristo Rey.

En una lucha de gigantes, la ms heroicaY as la lucha se ha entablado entre un puado de valientes que ha sido como la levadura que ha inficionado a la Espaa nacional y toda la resaca y podredumbre que ha producido un siglo de demoliberalismo y comunismo. La lucha no es entre el ejrcito y el pueblo, como una propaganda malfica quiere divulgar, sino entre el pueblo autntico, y el pueblo falseado; entre el pueblo y la chusma. Y en el pueblo estn todos, clero, intelectuales, militares, industriales, comerciantes, campesinos y obreros que mantienen la conciencia de su dignidad y grandeza y en la chusma a su vez tambin puede haber y desgraciadamente hay clrigos, intelectuales, militares, industriales, comerciantes, [34] campesinos y obreros que han perdido la conciencia de su dignidad de hombres y de espaoles.

Y el pueblo espaol se ha arrojado con herosmo a una lucha que no es sino la reconquista palmo a palmo del propio suelo de las garras de la chusma roja.

Y esta lucha de herosmo se ha hecho posible por un espritu verdaderamente cristiano. Nada ms elocuente en este sentido que la epopeya del Alczar, cumplida por una proteccin especial de la Madre de Dios, como ha dado testimonio el mismo General Moscard, nuevo Guzmn el Bueno, nada ms elocuente que toda la guerra en tierra, mar y aire que es un triunfo magnfico de la Madre de Dios que es ensalzada pblicamente y a todas horas en los campamentos de la Espaa nacional con el mismo fervor con que es blasfemada en los campamentos rojos; nada ms elocuente que el herosmo de los 16.700 sacerdotes inmolados por la fe y el de los 300.000 laicos sacrificados por su lealtad a Dios y a Espaa.

La Guerra espaola es una Guerra SantaLa Guerra de Espaa, que es una guerra heroica es tambin una guerra santa. Y es una guerra santa porque la lucha se entabla en el campo teolgico. No se lucha simplemente por algo poltico u econmico, ni siquiera por algo simplemente cultural o filosfico. Se lucha por algo inmensamente [35] superior como es el imperio de Cristo o del Antecristo. Las palabras del Cardenal Gom y Toms (El caso de Espaa, pg. 7) expresan admirablemente esto que est en la conciencia de toda Espaa. La guerra que sigue asolando gran parte de Espaa y destruyendo magnficas ciudades no es en lo que tiene de popular y nacional, una contienda de carcter poltico en el sentido estricto de la palabra. No se lucha por la Repblica... Ni ha sido mvil de la guerra la solucin de una cuestin dinstica... ni se ventilan con las armas problemas inter-regionales... Esta cruentsima guerra es, en el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, de un concepto de la vida y del hecho social contra otro, de una civilizacin contra otra... Cristo y el Anticristo se dan la batalla en nuestro suelo...

Y de ello da tambin magnfico testimonio el Cardenal Verdier, arzobispo de Pars, segn una informacin cablegrfica de La Nacin (octubre, 8) cuando despus de reconocer que la lucha espaola es en realidad una lucha entre la civilizacin cristiana y la suprema civilizacin del atesmo sovitico, aade: Si esta lucha se desarrolla en Espaa es porque los enemigos de Dios la eligieron para ser la primera etapa de su obra destructora. Pero surge una gran esperanza para su patria y sobre todo el herosmo tan cristiano de sus hijos provoca la admiracin del mundo entero, aadiendo un nuevo esplendor a la gloria caballeresca de Espaa.

La lucha es entonces en un plano teolgico, porque Cristo y el Anticristo son conceptos de la teologa. [36] Lo cual no quiere decir que todos, tanto los de uno u otro bando, tengan conciencia de ello o no se muevan parcialmente por mviles inferiores. El movimiento de la lucha es ese en la masa colectiva, y ese, sobre todo ese, por una exigencia metafsica que impregna la substancia misma de la lucha, por sobre la voluntad de los combatientes.

Nada sorprendente que as sea, para el que haya penetrado en la degradacin histrica que se viene operando con lgica inflexible desde el Renacimiento a aqu. Con Lutero se destruy el orden sobrenatural de la gracia, con Kant el orden de la inteligencia, con Rousseau el orden poltico o moral, con el Capitalismo el orden inferior de lo econmico y ahora con el comunismo no queda sino una lucha a muerte por Ser o no ser. Todo o nada. Cristo o el Anticristo.

Si la lucha se desarrolla en el plano teolgico qu carcter deba revestir en uno y otro bando? Pues de un lado deba de ser de Cristo, cristiana, y del otro del Anticristo, anticristiana; de un lado santa y del otro satnica. Y he aqu que frente al aspecto desolador de un pueblo empeado en triturar iglesias, en martirizar ministros de Dios, en profanar religiosas; por el otro, se ve a un pueblo desbordado de fe que no puede lanzarse a la lucha sino despus de reconfortarse con el sagrado cuerpo de Cristo y al grito de viva Cristo Rey. [37]

Los escndalos de un filsofoYo s seores que no faltan quienes puedan escandalizarse de que se llame santa a la guerra espaola. Y no son personas de poco mrito los que sufren estos escndalos. Conocis vosotros la polmica que ha suscitado a este respecto la opinin de un filsofo catlico de tan grandes mritos como Jacques Maritain. Que se invoque pues si se la cree justa dice l, la justicia de la guerra que se hace, que no se invoque su santidad. Que se mate, si se debe matar, en nombre del orden social, o de la nacin, esto es bastante horrible: que no se mate en nombre de Cristo Rey, que no es un jefe de guerra, sino un Rey de gracia y de caridad, muerto por todos los hombres y cuyo reino no es de este mundo.

Pero esta consideracin de Maritain que podr ser muy eficaz para convencer a almas sentimentales, y en el fondo destituidas de herosmo, carece de valor porque se funda en la falsa hiptesis de que los espaoles han acudido a las armas para implantar el reinado de Cristo Rey que no podan implantar por medios pacficos. Los nacionales espaoles fueron a la guerra para reclamar con el ltimo recurso que les quedaba a mano, el recurso de la espada, el derecho de vivir en el suelo espaol con la dignidad de hombres. No slo podan hacerlo sin violar los deberes cristianos sino que deban hacerlo. Porque, aunque la guerra sea una calamidad espantosa, hay momentos, cuando todos [38] los otros recursos pacficos fallan, que hay que preferirla al envilecimiento de verse deshonrado, vilipendiado no slo en sus bienes sino tambin en la honra y dignidad de s propio y de los propios familiares. Sera un mal catlico aquel espaol que no saliese a defender con las armas la dignidad de su esposa e hijas y de la propia religin expuesta al vilipendio cuando no hay otro medio que asegure su respeto. Porque si el catlico debe amar a su prjimo, le debe amar con eficacia. Y cuando no hay medio para asegurar los derechos del prjimo y del pas y de la religin que se profesa que el recurso a las armas, a ellas debe acudir con nimo varonil. No slo puede sino que debe hacerlo. Por esto las Sagradas Escrituras hacen el elogio (Libro Primero de los Macabeos, cap. IV) de Judas Macabeo, quien revistise cual gigante la coraza, cise sus armas para combatir y protega con su espada todo el campamento. Y en los esplendores de la Edad Cristiana, los varones de la Cristiandad exhortados por los Sumos Pontfices y dirigidos por denodados jefes peleaban resueltamente contra los enemigos del cristianismo. La poca de las Cruzadas llena las pginas ms gloriosas de la Iglesia. Y la figura de Santa Juana de Arco, no es una decoracin en las iglesias catlicas, sino que es un smbolo y ejemplo que invita a todo cristiano a pelear con desmedro para que la inquietud no esclavice a los hijos de la luz.

Como espaoles y como catlicos fueron los nacionales espaoles a la lucha para reclamar el derecho elemental de vivir en Espaa. Pero al comprender que Espaa no poda existir como nacin una [39] e independiente sin la Iglesia, fueron a la lucha por el mantenimiento de la vida catlica en Espaa.

Buscaron lo mnimo pero entendieron que este mnimum no era posible sin lo todo, es a saber sin el cristianismo totalmente vivido, el Cristianismo hecho carne en el alma espaola como lo fue en los das gloriosos de Fernando el Catlico.

Despus de un siglo y medio de transacciones vergonzosas con los errores anticristianos. Espaa se ha percatado que, o volva al orden temporal cristiano, al orden sagrado o sucumba como reino temporal independiente y al luchar contra el comunismo, lucha como es lgico, contra el reino de Cristo, en su vida pblica.

El orden sagrado medioeval de Espaa no haba por tanto desaparecido sino que yaca latente... El comunismo que ha originado la lucha ha servido para despertar a la Santa Espaa en su lucha por la reconquista.

El pueblo espaol se ha sentido llevado a la guerra santa sin saberlo y sin quererlo... los ltimos aos de repblica marxista han servido para sacudir lo ms hondo del alma espaola, para que Espaa se encontrase a s misma. Las palabras del telogo dominico Menndez Reigada que Maritain crtica, la guerra nacional espaola es guerra santa y la ms santa que registra la historia, cobran una exactitud admirable.

Espaa lucha por la entronizacin de Cristo Rey en la vida social y pblica despus de cuatro siglos de vergonzosa apostasa de la Europa cristiana. Con la guerra espaola comienza la reconquista cristiana del mundo apstata. [40]

Qu saldr de la Espaa que sangraPor todo lo expuesto en esta disertacin, aparece claro que Espaa ha logrado su unidad y su grandeza heroica e imperial por obra de la Iglesia de la cual ha sido hecha, por una gracia divina, brazo derecho. La Iglesia es lo grande que hay sobre la tierra, lo nico que tiene grandeza propia, precisamente porque no es de la tierra. Las naciones que pueden ser grandes despus de Cristo, con grandeza verdaderamente humana, no con grandeza brutal de Babilonia o de Egipto que alcanzaban podero a costa de la esclavitud de los hombres, slo pueden serlo en la medida en que sean fieles a la vocacin a que Dios las ha predestinado. Y esta ley se cumple fielmente en Espaa. Espaa fue grande cuando fue verdaderamente catlica, en decir cuando no se busc a s misma sino que busc servir humildemente a la Santa Iglesia, cuya cabeza es Roma. Y cuando dej de servir Espaa comenz a decaer, al punto de quedar uncida a lo ms vil y despreciable que puede tener la humanidad como son las hordas sovietizadas de Israel.

Es voluntad de Espaa ahora de volver a su antigua grandeza renovada. Volver a ella? Yo creo que s. Nada importa que ahora se vaya en sangre. Nunca fue Espaa tan grande sino cuando termin la lucha de ocho siglos de la Reconquista. [41] Este martirio cruentsimo por el que est pasando la Iglesia Espaola hace presagiar das magnficos del sol del esplendor cristiano. Porque este martirio y esta lucha tiene la virtud de levantar al plano de lo heroico todo cuando se haga en la pennsula. Y as religin, poltica, letras, exploracin, misiones va a revestir un valor de cosa heroica. La burguesa y con ello la mediocridad van a ser definitivamente superadas. Espaa sobre todo va a conocer el soplo de Dios que har brotar santos y grandes santos sobre el suelo espaol, de la talla de San Vicente de Ferrer y de Santo Domingo de Guzmn: y los habr de granel. Y ser esta santidad heroica de varones santos los que verdaderamente salven a Espaa y la restituyan a su grandeza cristiana e imperial.

Espaa recobrar el sentido espiritual de imperio cristiano: o sea adquirir voluntad de proyectar en las naciones la influencia saludable de Cristo. Ser una conquista espiritual de almas. Tres grandes misiones, creo yo que le estn reservadas a Espaa en un futuro prximo: Espaa conquistar al mundo musulmn, pueblo bblico, magnfico por su seoro belicoso, para la fe cristiana y espaola; Espaa har sentir su influencia nuevamente, en sus antiguas colonias de Amrica y de Filipinas... el espritu bastardo de laicismo y de americanismo norteamericano tendr que dejar paso a la gallarda caballeresca y catlica de Espaa. Espaa finalmente trabajar primero junto a las potencias fascistas o semifascistas de Europa para dar trmino a la tarea de quebrar la cabeza del monstruo comunista... y ms tarde, brazo derecho [42] de la Cristiandad, pondr trmino a la Prepotencia babilnica de los modernos imperios paganos, concentrada sobre todo en Alemania. Quizs pueda sorprender a muchos esta hiptesis, que ha de aparecer extremadamente aventurada, sobre todo cuando ha existido siempre una afinidad entre Alemania y Espaa, en gran parte por oposicin a Francia, y ms ahora cuando Alemania presta tan grandes servicios a la causa de la Reconquista Espaola. Pero no olvidemos que histricamente la grandeza de Espaa se ha realizado con la casa de los Austria. La profunda afinidad de Espaa con Alemania es entonces por Austria y no por Prusia. Prusia es la barbarie de Alemania... la grandeza nacional-socialista enormemente grande y brutal con grandeza de Babilonia, es cosa anti-alemana. Prusia son los pies de Alemania que se han convertido en cabeza para darnos una Alemania prusinificada que es una Alemania invertida. Y aunque Alemania pueda ahora como brazo ejecutor de los designios de Dios, que tambin se sirvi en otros tiempos de Nabucodonosor y de Atila, ser el gran instrumento para la represin del comunismo, a su vez ella tambin representa un enorme peligro para la civilizacin cristiana como lo ha proclamado al mundo, la voz augusta del Vicario de Cristo, y no es gran mrito prever que despus que el problema comunista quede liquidado, se plantear una lucha tremenda entre la Alemania racista y Roma, la Roma de los Papas, primero pero tambin, la otra Roma. Y Austria con todos los largos y profundos problemas espirituales que condensa ser el foco de la lucha. Y entonces Espaa, [43] brazo derecho de la Cristiandad tendr sin duda que ejecutar ahora la misin que no cumpli Carlos V, es a saber de aplastar el podero arrogante de este nuevo Nabucodonosor. (Ver Julio Meinvielle, Entre la Iglesia y el Reich.Espaa y los dos escollos de la humanidad presentePorque es necesario decirlo bien claramente, son dos y no uno, como muchos creen, los dos grandes escollos de la humanidad presente. El primero y peor es el comunismo y contra l, deben unirse, como exhorta el Santo Padre, todos los hombres del mundo que todava admiten la creencia en Dios. Por esto, como deca antes, de acuerdo a las Prescripciones de la Santa Sede, se cumple la lucha de cristianos, paganos y musulmanes que se realiza contra el comunismo ateo de los judos en Espaa. Pero el peligro de la exaltacin pagana que adquiere su expresin tpica en el nacional-socialismo de Alemania es un peligro enorme y brutal para la Civilizacin Cristiana y por tanto para el mundo, que no puede encontrar su salud sino en Cristo. El nacional-socialismo puede forjar una grandeza enorme pero ser una grandeza de esclavos como la que se llev a cabo en el antiguo Egipto y Babilonia. Espaa, que representar en Europa el tipo de un pueblo y de un Estado cristiano y que ser lo que siempre ha debido ser, el brazo derecho de la Cristiandad, tendr una misin excepcional [44] en esta tarea de vencer al Paganismo. Y despus de ella, restaurada la NUEVA CRISTIANDAD, Espaa volver a su antigua grandeza de evangelizadora porque as como el Apstol que la conquist para la fe, corri hasta el cabo Finisterre, el ltimo confn de la tierra, para llevar a Cristo, as Espaa, heredera del mpetu del Apstol, llevar hasta el ltimo confn del globo terrqueo la voz de Jesucristo.

Por esto esta lucha espaola encierra proyecciones ahora insospechadas. El nudo de la historia ha sido desatado. La Espaa de santos y de hroes que en un perodo muy breve pero denso de historia ha de emular las gestas pasadas as como ahora en la lucha ha emulado el fragor de los antiguos tiempos en la proeza del Alczar y en el ardor de los requets y falangistas.

Yo s que ciertas actitudes de imitacin de lo extranjero que se percibe en ciertos ncleos de la Espaa nacional tienen preocupados a pensadores catlicos y lo que es ms grave a los propios Obispos, quienes dicen: Esta situacin permite esperar un rgimen de justicia y paz para el futuro. No querernos aventurar ningn presagio. Nuestros males son gravsimos. La relajacin de los vnculos sociales; las costumbres de una poltica corrompida, el desconocimiento de los deberes ciudadanos, la escasa formacin de una conciencia ntegramente catlica, la divisin espiritual en orden a la solucin de nuestros grandes problemas nacionales: la eliminacin por asesinato cruel, de millares de hombres selectos, llamados por su estado y formacin a la obra de la reconstruccin nacional, los odios [45] y la escasez que son secuela de toda guerra civil: la ideologa extranjera sobre el Estado, que tiende a descuajarle de la idea y de las influencias cristianas; sern dificultad enorme para hacer una Espaa nueva injertada en el tronco de nuestra vieja historia y vivificada por su savia.

Pero yo tambin creo fundadsimas las palabras de los mismos Obispos, cuando a rengln seguido, aaden: Pero tenemos la esperanza de que, imponindose con toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos otra vez nuestro verdadero espritu nacional.

Y as ser si Espaa no olvida el destino sublime de su excelsa vocacin. Porque los pueblos no encuentran su grandeza sino en el sendero en que Dios los ha colocado. Espaa es demasiado grande para que necesite vivir de imitaciones. Tiene una tradicin social, poltica y cultural que puede servir de admiracin a todos los pueblos de la tierra.

S por un antojo, que Dios no permita, Espaa torciera el designio de Dios y olvidando el destino autntico que le cabe en la Cristiandad, quisiera remedar fascismos germnicos o italianos, quin sabe entonces si no se ha de ver otra vez condenada, por largos aos, a dar tumbos de uno a otro lado, sin pena ni gloria. Porque Espaa es un pas de tal condicin histrica que ni siquiera puede crear una grandeza brutal como la de la Alemania hitlerista ni alcanzar una opulencia burguesa como la del imperio ingls... Espaa o es catlica o no es nada. Su grandeza de hroe slo puede alcanzarla en Cristo.

Se ha hecho tan visible la proteccin divina [46] sobre el movimiento nacional, es tan esplndido el homenaje ofrecido a Dios por los 16.700 sacerdotes inmolados y por la infinidad de religiosas masacradas y por los 300.000 laicos sacrificados, de toda condicin, edad y sexo que Dios en su gran misericordia, no puede menos que revelarnos una vez ms a la Espaa, que canta Claudel.

Santa Espaa, cuadrada en el extremo de Europa, concentracin de la Fe, maza dura y trinchera de la Virgen Madre.

Y la zancada ltima de Santiago, que solo termina donde acaba la tierra.

Patria de Domingo y de Juan, y de Francisco el Conquistador y de Teresa.

Arsenal de Salamanca y Pilar de Zaragoza, y raz ardiente de Manresa,

Inconmovible Espaa, que rehusas los trminos medios, jams aceptados,

Golpe de hombro contra el hereje, paso a paso contenido y rechazado,

Exploradora de un firmamento doble, razonadora de la plegaria y de la sonda,

Profetisa de aquella otra tierra bajo el sol, all lejos, y colonizadora del otro mundo.

De la justa y santa Guerra de EspaaConocida es la polmica que suscit en Buenos Aires la actitud imprudente del filsofo catlico Maritain, quien invocando un fenelonismo de la accin, rest mritos al heroico pueblo espaol que con denuedo se lanz a la lucha armada contra el comunismo, que amenazaba apretar en sus garras a la noble nacin hispana.

Me cupo a m el honor de salir con decisin a la defensa de los nacionales espaoles, quienes, como nuevos macabeos salieron a combatir por sus vidas y por su religin y por su patria, contra una turba de gente insolente y orgullosa que vena contra ellos a fin de aniquilarlos a ellos, a sus mujeres y sus hijos y de despojarlos de todo. (Libro I de los Macabeos, cap. 3, vers. 20 y 21.)

En los nmeros 488, 493 y 494 de Criterio, expuse como se planteaba el caso de Espaa a los catlicos espaoles, de acuerdo sobre todo a las Directivas terminantes de los Obispos espaoles, nicos autorizados a regir las almas a ellos encomendadas. Voy a reproducir aqu lo que pueda [52] conservar inters de esta polmica, con el propsito de destruir los prejuicios sentimentales de muchos, que no sirven sino para ayudar a la causa comunista, que es el supremo peligro de la humanidad en la hora presente, contra el cual de acuerdo a la exhortacin del Romano Pontfice, debieran unirse como un solo hombre todos cuantos creen en Dios.

Antes de entrar a demostrar el carcter sacro de la guerra espaola voy a sostener que la posicin de Maritain, quien emite un juicio sobre los nacionales espaoles que no coincide con el de los Obispos, es ilcita y culpable en el foro externo, que no se justifica de ningn modo. De sus intenciones, lo mismo que de las nuestras, que nos juzgue solo Dios, a quien estn nicamente abiertas las conciencias de los hombres.

Los catlicos de Espaa deban estar con el movimiento encabezado por FrancoEsta cuestin ha sido plena y abundantemente resuelta por el episcopado espaol y ha sido confirmada por las palabras augustas del Romano Pontfice.

No olvide Maritain que el Espritu Santo puso a los obispos para regir la Iglesia de Dios (Hechos de los Apstoles, XX, 28) y si bien no estn ellos dotados del carisma de la infalibilidad, estn ciertamente fortalecidos con gracias especiales [53] para el gobierno de sus dicesis. El Espritu Santo rige por medio de ellos la Iglesia. De suerte que los fieles deben dejarse gobernar por su prudencia.

Ahora bien, en el actual conflicto espaol, los obispos espaoles, con una absoluta unanimidad, han exhortado a los fieles a enrolarse en las filas nacionalistas. Han manifestado que de ninguna manera y por ningn motivo se podr colaborar con la Espaa roja. Han expresado que la guerra actual es una verdadera cruzada por Dios, lo que equivale a decir que es una guerra santa.

El Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Enrique Pla y Deniel, Obispo de Salamanca, en una magnfica Carta Pastoral del 30 de setiembre de 1936, despus de exponer la licitud de un levantamiento contra el gobierno tirnico del Frente Popular, aade: La explicacin plensima nos la da el carcter de la actual lucha que convierte a Espaa en espectculo para el mundo entero. Reviste, s, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevacin, pero no para perturbar sino para restablecer el orden.

Cmo ante el peligro comunista en Espaa, cuando no se trata de una guerra por cuestiones dinsticas, ni formas de gobiernos, sino de una cruzada contra el comunismo para salvar la religin, la patria y la familia, no hemos de entregar los obispos nuestros pectorales y bendecir a los nuevos cruzados del siglo XX y sus gloriosas enseas, que son por otra parte la gloriosa bandera tradicional de Espaa? Hay por lo tanto perfecta concordia entre la denuncia hecha por S. Santidad [54] del gravsimo peligro del comunismo y su reciente alocucin del 14 de setiembre a los refugiados espaoles en Italia. En ella no mencion ya, no para protestar, al Gobierno de Madrid, ya que haban sido del todo intiles sus protestas. Habl slo de las fuerzas subversivas contra toda institucin humana y divina y de aquellos que han asumido la espinosa y difcil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religin, es decir los derechos de la conciencia... a estos ltimos por encima de toda consideracin poltica dirigi de modo especial su bendicin. Bendicin augusta, que es augurio de la bendicin divina, pero que tambin es una confirmacin pontifica de la doctrina que ensea que hay ocasiones en que la sociedad puede lcitamente alzarse contra un gobierno que lleva a la anarqua y de que el alzamiento espaol no es una mera guerra civil sino que substancialmente es una cruzada por la religin, por la patria y por la civilizacin contra el comunismo.

Ms categrica an, si cabe, y por cierto de mayor autoridad es la instruccin a sus diocesanos del Emmo. Sr. Dr. D. Isidro Gom y Toms, Cardenal Arzobispo de Toledo y Primado de Espaa, que se titula, El Caso de Espaa (Pamplona 1936).

La guerra dice, pg. 7 que sigue asolando gran parte de Espaa y destruyendo magnficas ciudades, no es, en lo que tiene de popular y nacional, una contienda de carcter poltico en el sentido estricto de la palabra. No se lucha por la Repblica, aunque as lo quieran los partidarios [55] de cierta clase de Repblica. No ha sido mvil de la guerra la solucin de una cuestin dinstica, porque hoy ha quedado relegada a ltimo plano hasta la cuestin misma de la forma de gobierno...

Esta cruentsima guerra es, en el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, de un concepto de la vida y del hecho social contra otro, de una civilizacin contra otra. Es la guerra que sostiene el espritu cristiano y espaol contra ese otro espritu...

Ignoramos cmo y con qu fines se produjo la insurreccin militar de Julio: los suponemos levantadsimos. El curso posterior de los hechos ha demostrado que lo determin, y lo ha informado posteriormente un profundo sentido de amor a la patria. Estaba Espaa ya casi en el fondo del abismo, y se la quiso salvar por la fuerza de la espada. Quizs no haba ya otro remedio.

Lo que s podemos afirmar, porque somos testigos de ello, es que, al pronunciarse una parte del ejrcito contra el viejo estado de cosas, el alma nacional se sinti profundamente percutida y se incorpor en corriente profunda y vasta, al movimiento militar; primero, con la simpata y el anhelo con que se ve surgir de una esperanza de salvacin y, luego, con la aportacin de entusiastas milicias nacionales, de toda tendencia poltica que ofrecieron sin tasa ni pactos, su concurso al ejrcito dando generosamente vidas y haciendas para que el movimiento inicial no fracasara. Y no fracas lo hemos odo de militares prestigiosos [56] precisamente por el concurso armado de las milicias nacionales.

Es preciso haber vivido aquellos das de la primera quincena de agosto en esta Navarra, que, con una poblacin de 320.000 habitantes, puso en pie de guerra ms de 40.000 voluntarios, casi la totalidad de los hombres tiles para las armas, que dejando las parvas en sus eras y que mujeres y nios levantaran las cosechas, partieron para los frentes de batalla sin ms ideas que la defensa de su religin y de la patria. Fueron, primero, a guerrear por Dios...

Al comps de Navarra se ha levantado potente el espritu espaol en las dems regiones no sometidas de primer golpe a los ejrcitos gubernamentales.

Y en todos los frentes se ha visto alzarse la Hostia Divina en el santo sacrificio, y se han purificado las conciencias por la confesin de millares de jvenes soldados, y mientras callaban las armas, resonaba en los campamentos la plegaria colectiva del Santo Rosario. En las ciudades y aldeas se ha podido observar una profunda reaccin religiosa de la que no hemos visto ejemplo igual. Es que la Religin y la Patria arae et foci estaban en gravsimo peligro, llevadas al borde del abismo por una poltica totalmente en pugna con el sentir nacional y con nuestra historia. Por esto la reaccin fue ms viva donde mejor se conservaba el espritu de religin y patria. Y por esto logr este movimiento el matiz religioso que se ha manifestado en los campamentos de nuestras milicias, en las insignias sagradas que ostentan los [57] combatientes y en la explosin del entusiasmo religioso de las multitudes de retaguardia. Qutese, si no, la fuerza del sentido religioso y la guerra actual queda enervada.

Quede, pues, por esta parte como cosa inconcusa que si la contiende actual aparece como guerra puramente civil, porque es en el suelo espaol donde se sostiene la lucha, en el fondo debe reconocerse en ella un espritu de verdadera cruzada en pro de la religin catlica, cuya savia ha vivificado durante siglos la historia de Espaa y ha constituido como la mdula de su organizacin y de su vida.

He aqu, Sr. Maritain, cmo los obispos espaoles, en el ejercicio de su sagrado ministerio pastoral juzgan la guerra espaola. No deploran, antes se felicitan de que sea una guerra santa, es decir una verdadera cruzada en pro de la religin catlica. Y los obispos son doctores sobrenaturales con misin y con gracia para regir las almas a ellos encomendadas. Y estn mejor informados que el Sr. Maritain y que yo sobre los complejos acontecimientos de Espaa.

Y lo que es mucho ms importante es que este modo de apreciar el caso de Espaa es tambin el del Santo Padre, por lo menos, en lo que el Santo Padre ha manifestado, cuando en su carcter de Padre de la Cristiandad acogi a los refugiados espaoles. Las palabras del Padre Santo son terminantes: da una bendicin especial por encima de toda consideracin poltica a aquellos que han asumido la espinosa y difcil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religin; [58] es decir, los derechos de las conciencias.

Estas palabras citaba yo para expresar la opinin de la Santa Sede. Y las palabras me parecen terminantes y definitivas. No palabra infalible pero es palabra del Vicario de Cristo que tiene un carisma especial de prudencia en el gobierno ordinario de la Santa Iglesia.

Maritain me reprocha usar de un modo partidista la autoridad de la Santa Sede pero no debi contentarse con formular reproches sino que debi demostrar el fundamento del mismo.

Y entienda a su vez que yo no le reprocho el que por una accin mediadora busque poner fin lo ms pronto posible a una guerra de exterminio. No hay en ello nada malo aunque puede discutirse su conveniencia. Lo que le reprocho es que preste iguales mritos a ambos bandos como si pudiese ser igual la causa de los que han asumido la espinosa y difcil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religin (Po XI) y la causa de aquellos que no han destruido una que otra iglesia, uno que otro claustro, sino que cuando ha sido posible arras todas las iglesias, todos los claustros, y todo vestigio de religin catlica aun cuando estuviesen vinculados con los ms insignes monumentos del arte y de la ciencia. (Po XI, Divini Redemptoris.)

Lase ntegra la CARTA COLECTIVA DE LOS OBISPOS ESPAOLES A LOS DE TODO EL MUNDO y se ver como ella, responde punto por punto a los sofismas y calumnias y deformaciones que acumula Maritain en las 56 lamentables pginas del Prefacio que ha escrito al [59] libro de Alfred Mendizbal, Aux origines d'une Tragdie. En l, se hace eco Maritain, el filsofo de lo trascendente, de las infinitas imbecilidades que los impos de todo el mundo a propsito de la guerra espaola han acumulado en sus pasquines disolventes para pervertir a las masas con el mito satnico del comunismo.

Cuesta explicarse cmo un catlico como Maritain, que ha dado tan excelentes muestras de acatamiento y respeto a la autoridad de la Santa Iglesia, sobre todo en su Primaut du Spirituel, haya podido escribir refirindose a esta Carta Colectiva: Por otra parte pensamos no faltar en nada al respeto debido a esta carta ni a las reglas generales de la conducta catlica, al no seguir el documento episcopal en la opcin sin reservas que expresa en favor del campo nacional. La intencin de los Obispos que han firmado este documento y que han debido sealar que se han mantenido voluntariamente sobre un plano emprico, no es ciertamente y no podra ser imponer en conciencia a los catlicos del mundo entero una tal opcin, en una materia en la cual, cualquiera sea la importancia de las incidencias espirituales, se manifiesta en el ms alto grado el aspecto poltico e internacional.

As cree justificarse Maritain. No hay duda que los documentos episcopales slo tienen autoridad y obligan en conciencia an gravemente, dentro de los lmites jurisdiccionales de la autoridad de la cual dimanan. Pero de que no obliguen a los fieles de otra jurisdiccin, justifica el que estos emitan opiniones sobre la materia concreta de que [60] tratan estos documentos que no coincidan o que contraran en las normas dadas por los Obispos? Si los Obispos han sido puestos por el Espritu Santo para regir la Iglesia, de que han tomado posesin cannica, es posible admitir que fieles de otras jurisdicciones eclesisticas, emitan juicios pblicos contrarios a las normas concretas y determinadas de los Propios Obispos? Y Maritain es tan inocente e ingenuo que no ve en ello ni siquiera una falta de respeto?

Le parece posible a Maritain que no implica mengua a la autoridad episcopal de los Obispos espaoles, el que un laico que se dice pblicamente catlico, opine diversamente de la conducta de los catlicos espaoles de lo que juzgan los Obispos, puestos por Dios para regirlos?

La nica actitud cristiana posible, frente a la Carta Colectiva del Episcopado espaol y a las normas anteriores que cada Obispo haba prescrito a sus respectivos fieles, es la contestacin que el Eminentsimo Cardenal Arzobispo de Pars ha hecho llegar al Cardenal Gom y Toms, Primado de Espaa, la cual aunque todava no es conocida en su texto completo, tiene prrafos como stos:

Ustedes dice rinden un gran servicio al mundo al exhibir a travs de la evidencia los hechos a que conduce el atesmo, el debilitamiento de la moral y la connivencia de los gobiernos con las doctrinas de destruccin y muerte. Esta es una leccin muy oportuna que da Su Eminencia. Bajo esta sangre que aparece a la luz vemos mejor los peligros que nos amenazan. Todo esto no prueba [61] que la titnica lucha que cubre el suelo de la catlica Espaa es en realidad una lucha entre la civilizacin cristiana y el atesmo de la llamada civilizacin del Soviet? Si esta lucha se desarrolla en Espaa es porque los enemigos de Dios la eligieron para ser la primera etapa de su obra destructora. El herosmo de vuestros hijos provoca la admiracin de todo el mundo y aumenta con nuevo esplendor la gloria de la Espaa caballeresca. Mas, a travs de los siglos, la gran familia catlica recordar los sacrificios que la noble Espaa debi hacer para salvar su fe, y su memoria ser bendecida por siempre.

Si Maritain quiere decir que los catlicos franceses a consecuencia de las Directivas de los Obispos espaoles no estn obligados a optar en los asuntos de Francia por el nacionalismo en contra del comunismo, de acuerdo. Los catlicos franceses deben regirse en Francia por las directivas de sus propios obispos. Pero as como no se concibe que los catlicos espaoles juzguen sobre las directivas que los Obispos franceses dan a sus fieles, as tampoco es admisible que catlicos franceses se arroguen derechos para juzgar las directivas que los obispos espaoles imponen a sus fieles. Maritain, si no quiere torcer su conducta de cristiano obediente a la jerarqua, debe respetar y no juzgar, las prescripciones episcopales. Solo el Pontfice, Pastor Supremo y universal de la iglesia, tiene facultad para ello. [62]

De la Guerra SantaEntremos ya en la cuestin de la guerra santa, que constituye el punto central del lamentable Prefacio de Maritain a un libro igualmente lamentable. Lamentable digo, porque cuando se debate la existencia misma de Espaa en una guerra sin cuartel, no deba haber ningn espaol estudiando las interminables causas y responsabilidades de la lucha, sino que deba tomar las armas, con coraje de varn, e ir a defender su patria y su fe amenazadas. Lo dems, bajo la apariencia de moderacin, es una canallesca cobarda. Este seor Mendizbal, de quien formula Maritain ditirmbicos elogios, sabemos nosotros lo suficiente para juzgarle: es espaol y no est luchando del lado de los que han asumido la espinosa y difcil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religin, es decir los derechos de las conciencias (Po XI).

Quizs no sea innecesario advertir aqu que la posicin de Maritain es equivocada aun cuando pudiese concedrsele que la guerra espaola no es una guerra santa. Las lneas anteriores, lo demuestran. Pero soy de opinin que no hay que concedrsele ni esto mientras no traiga razones ms perentorias que las de su Prefacio.[63]

Nocin de guerra santa en MaritainMaritain expone su nocin de guerra santa. Con respecto dice a formas de civilizacin sagradas, como la civilizacin de los antiguos hebreos, o la civilizacin islmica, o la civilizacin cristiana de la Edad Media, la nocin de guerra santa, por difcil de explicar que sea, poda tener un sentido.

Maritain intenta demostrar su aserto sosteniendo que la guerra es por excelencia una cosa temporal; importa intereses polticos y econmicos, concupiscencias de la carne y de la sangre. Con todo, dice, en una civilizacin de tipo sagrado esta carga terrestre puede desempear una misin instrumental para con los fines espirituales que especifican la guerra. Pero con respecto a formas de civilizacin como la nuestra, en que lo temporal no es instrumento en favor de lo sagrado, la nocin de guerra santa pierde toda su significacin.

Justa o injusta, una guerra contra una potencia extranjera o una guerra contra ciudadanos queda desde entonces necesariamente lo que ella es de suyo y por esencia, algo profano y secular, no sagrado; no slo algo profano sino algo abierto al mundo de las tinieblas y del pecado. Y si, defendidos por los unos, combatidos por los otros, se encuentran interesados valores sagrados, ellos no hacen santo ni sagrado este complejo profano; [64] son ellos, que, con respecto al movimiento objetivo de la historia, son secularizados por l, arrastrados en sus finalidades temporales. La guerra no se convierte en santa sino que pone en riesgo de hacer blasfemar lo que es santo.

Tal la nocin de guerra santa en Maritain. Es ella exacta? No lo creo.

La guerra no es como imagina Maritain, de suyo y por esencia algo profano. Toda guerra no comporta por esencia intereses econmicos y polticos, concupiscencias de la carne y de la sangre. Los comporta generalmente y si se quiere siempre. Pero no en virtud de su esencia sino per accidens, a causa de los hombres que la realizan. Tampoco viene al caso formular un concepto pesimista de la guerra diciendo que no slo es algo profano sino algo abierto al mundo de las tinieblas y del pecado.

La guerra en su concepto puro, importa el uso de las armas entre dos pueblos para dirimir una contienda. No es de suyo ni justa ni injusta, ni santa ni profana. Santo Toms en la Suma Teolgica (II. q. 40 a. 1) defiende expresamente la naturaleza indiferente de la guerra cuando contesta negativamente a la pregunta de si la guerra es pecado.

Tan cierto que la guerra no es de suyo mala sino cosa indiferente y en muchos casos buena lo demuestra el hecho de que la Sagrada Escritura alaba a Abraham, Moiss, Josu, Sansn, Geden, Barac, David y los Macabeos, &c. (Gen. XIV, 19, 20; Jos. X, 11- 13; I Reg. XII, 11; Isaas IX, 4; Ps. LXXXII, 12; II Mac. X, 29-31) por hacer [65] la guerra. No slo esto sino que a veces Dios ordena emprender la guerra en contra de los enemigos de su pueblo. Num. XXV, 16; Judit IV, 6-7, 73, &c.; II Reg. X-XI. No slo esto, sino que Dios toma como suya la causa de sus servidores, obra milagros y combate con ellos para asegurarles la victoria. Gen. XIV, 19-20; Jos. X, 11-14; Jud. IV, 15; II Mac. 29-31; y toma el ttulo de Dios de los Ejrcitos. Is. III, 1; Os. XII, 5. (Ver Dictionnaire de Thologie Catholique, art. Guerre).

Nada extrao entonces que el gran San Bernardo, hacindose eco de toda la tradicin cristiana, no slo la reconozca como legtima sino como meritoria.

Porque dar o recibir la muerte por Cristo no slo no implica ofensa de Dios ni suerte alguna de culpa, sino que por el contrario, merece mucha gloria... Cuando quita la vida a un malhechor no se le ha de llamar homicida, sino malicida, ejecuta a la letra las venganzas de Cristo sobre aquellos que obran la iniquidad, y con razn adquiere el ttulo de defensor de los cristianos. (Libro de las alabanzas y exhortaciones a los caballeros del Temple.)

Queda entonces bien asentado que la guerra es un acto humano indiferente. No es de suyo ni justo ni injusto, ni santo ni profano. Revestir uno u otro carcter segn sea el mvil que lo especifique, como acaece en todos los actos humanos indiferentes.

Santo Toms que ha expuesto esta doctrina en forma admirable (Suma Teolgica, I, II, p. 18 a 8-10) [66] hace ver cmo estos actos que por su naturaleza no son malos ni buenos, como por ejemplo cultivar la tierra, se convierten en tales por las circunstancias concretas en que se realizan, al menos por el fin que mueve al que pone tales actos. As, por ejemplo, cultivar la tierra no es ni pecado ni acto virtuoso, pero cultivar la tierra por el puro deseo de lucro, es pecado; cultivarla para conseguir la necesaria sustentacin es acto virtuoso y cultivarla como ejercicio de mortificacin cristiana es un acto santo. Evidentemente que este acto en su entidad fsica es un acto profano pero en su entidad moral es un acto sagrado porque se ordena a dar gloria a Dios.

Por esto cuando el motivo que da razn de ser a la guerra o sea aquel motivo que l puesto se produce la guerra, y que faltando l, la guerra cesa es un motivo santo o sagrado, la guerra entonces alcanza este mismo carcter. No porque la guerra, en su entidad fsica, sea una cosa santa (la guerra se har con caones y no con rosarios ni escapularios, as como la tierra se cultiva con el arado) sino en su entidad moral, como acto de la categora moral, porque es sagrado o santo el mvil que le da razn de ser.

As acaeci con la guerra de los Macabeos, con las Cruzadas, con las clebres guerras contra el Islamismo y aun con la lucha contra los Albigenses y dems herejes. Que en esas luchas se entremezclaban intereses inferiores, nadie lo duda, pero no eran esos los que daban razn de la existencia de la guerra misma.

Y en el caso de Espaa el motivo determinante [67] de la guerra es un motivo sagrado: Nadie mejor que el Excmo. Sr. Cardenal Gom y Toms ha hecho observar esto en la Instruccin que como Arzobispo da a sus diocesanos. (El Caso de Espaa. Pamplona 1936).

Qutese, pues, por otra parte como cosa inconcusa que si la contienda actual aparece como guerra puramente civil, porque es en el suelo espaol y por los mismos espaoles donde se sostiene la lucha, en el fondo debe reconocerse en ella un espritu de verdadera cruzada en pro de la religin catlica...

Es evidente que no todos los que han emprendido la guerra lo han hecho por este motivo con la misma pureza de intencin, pero ste ha sido el motivo nico de los valientes jvenes de Navarra que han prestado su concurso en el primero y ms decisivo momento (ver el libro Fal Conde y los Requets, donde se recopila las declaraciones e informaciones de los corresponsales extranjeros sobre esta fuerza autntica de Espaa) y ha sido, en el resto de Espaa, el motivo que ha mantenido la unificacin de las fuerzas. En otras palabras si Espaa, en su totalidad, sin hacer distinciones de partido o de poltica, se ha lanzado a la lucha, ha sido para defender la Santa Religin. Si no hubiese sido ste el mvil, la guerra se hubiera reducido a otra cosa, a algo distinto, a una lucha puramente de clase.

La lucha no ha podido hacerse sino al grito de Viva Cristo Rey! y viva Espaa! Porque se defendan los derechos de Cristo Rey en Espaa ya que Espaa no tiene sentido sin Cristo Rey... [68] ya que el pueblo espaol no quiere saber nada de la existencia sin Cristo Rey. Es una guerra santa.

Pongamos un ejemplo para aclarar todo esto. Cmo sera una guerra que Espaa hiciese a Francia para arrebatarle, pongamos caso, sus colonias de Africa? Sera una guerra injusta. Cmo sera la guerra que emprendiese Espaa contra Francia, que quisiera arrebatarle sus posesiones de Marruecos? Sera justa. Cmo sera si Espaa va a la guerra para no dejarse arrebatar su fe cristiana, su religin, su amor a Cristo Rey? Sera una guerra santa. Porque el mvil es un mvil sagrado.

Una peticin de principio en MaritainEs completamente arbitrario e importa una peticin de principio el elaborar la nocin de guerra santa en funcin de la civilizacin sagrada. Es decir, el plantear como principio que si no existe hic et nunc una civilizacin sagrada, no puede haber guerra santa.

Porque esto equivale a preparar una definicin que me justifique aquello que debo demostrar. Lo lgico es partir de la nocin comn de guerra santa, es a saber una guerra emprendida por un motivo sagrado como objeto de especificacin, examinar si se realiza en el hecho real y en este caso estudiar su significacin histrica.

Proceder de otro modo como lo hace Maritain es incurrir en una cadena de errores irremediables. [69] Porque Maritain despus de asentar que no es posible una guerra santa, cuando no existe hic et nunc una civilizacin de tipo sacral, concluye definitivamente que la guerra espaola no puede ser santa. Pero como por otra parte no puede negar que reviste los caracteres o apariencias de una guerra santa, entonces vese obligado a deplorarlo y buscar de explicarlo por la teora del mito de la guerra santa: es decir la guerra espaola es puramente una contienda de dos bandos por una conquista temporal, en la que uno de los bandos, los antimarxistas o fascistas han creado el mito de la guerra santa para exterminar ms fcil y eficazmente a los marxistas. A esto llama Maritain islamizacin de la conciencia religiosa. Puede ser que en Espaa dice toda guerra tienda a convertirse en una guerra santa: en este sentido la palabra de guerra santa no designa ms una cierta cosa de una naturaleza objetiva determinada, se refiere a una disposicin del temperamento histrico de un pueblo. Y lo mismo que el mito de la Revolucin, tal como se ha desarrollado en las escuelas socialistas y anarquistas del siglo XIX, puede ser mirada como una trasposicin laica de la idea antigua, idea de Cruzada, lo mismo entonces ser menester decir que los milicianos hacen tambin su guerra santa.

De modo que Maritain, que no ha penetrado en la significacin profunda, cultural que comporta el drama espaol, despus de imaginar el mito de la guerra forjado por los antimarxistas vese obligado a reconocer que tambin los antifascistas se [70] mueven por el mismo mito. Todo para ser amargamente deplorado.

Es lamentable que un filsofo arremeta el estudio del fenmeno espaol con ideas preconcebidas sobre el ritmo que llevan los acontecimientos histricos. Porque entonces un hecho desconcertante como el drama espaol y de una profunda significacin histrica porque es como romperse el nudo de la historia moderna que creamos sin salida tendr que ser desnaturalizado y minimizado para hacerle entrar en las vistas histricas estrechas preparadas con anticipacin. Para que esto no acaezca, es necesario profundizar el drama espaol con libertad de espritu, dispuesto a renunciar a ideas que nos son caras si los hechos lo exigiesen.

La guerra espaola es una guerra santaEn primer lugar dejemos asentado que en Espaa se entabla una lucha teolgica. No se lucha simplemente por algo poltico, econmico, ni siquiera por algo cultural o filosfico, se lucha por Cristo o por el Anticristo.

Las palabras del Cardenal Gom y Toms (El Caso de Espaa, pg. 7), expresan admirablemente esto que est en la conciencia de toda la Espaa.

La guerra que sigue asolando gran parte de Espaa y destruyendo magnficas ciudades no es [71] en lo que tiene de popular y nacional, una contienda de carcter poltico en el sentido estricto de la palabra. No se lucha por la Repblica... Ni ha sido mvil de la guerra la solucin de una cuestin dinstica... Ni se ventilan con las armas problemas interregionales.

Esta cruentsima guerra es, en el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, de un concepto de la vida y del hecho social contra otro, de una civilizacin


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