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TIRSO DE MOLINA

 Los tres maridos

burlados(Perteneciente a Los cigarrales de Toledo)

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CIGARRAL QUINTO

Dos horas antes que el alba abriese las ventanas de cristal para despertar al sol habían todaslas damas comprehendidas en la fiesta de nuestros cigarrales, con permisión del nuevo rey,

trocado las camas por los juguetones cristales del Tajo, deseosas de ahogar el calor, queatrevido las descomponía, en los brazos de sus diáfanos raudales, yendo a visitarlos en coches alconocido sitio que llaman de Las Azudas, donde, más comunicables y menos peligrosas lascorrientes del caudaloso río, les previno linfas serviciales que a puros besos refrescaronalabastros y recrearon hermosuras. Bañáronse todas hasta que el sol, deseoso de ver lo que lanoche se alababa de retozar, salía presuroso por cogerlas de repente; y saliera con su diligenciasi no las avisara la parlera Aurora por medio de las aves, previniéndose con tanto tiempo, que,cuando él se despeñaba de los montes, ya ellas, guardando enfundar pedazos de cielos, habíandesamparado relicarios de cristal, y en la huerta de la Encomienda motejaban de dormilones asus amantes, pues por descuidados habían perdido tan buena coyuntura.

Recibiolas don Fernando, y recreó con conservas y confitura los alientos, que siempre sacan

de los baños afilado el apetito. Llevolos a todos, después desto, a un soto ameno y privilegiadodel sol, hecho a mano de toda la diversidad de agradables árboles, con asientos de olorosashierbas, alrededor de una fuente artificial centro de aquella circunferencia hermosa; y, coronadade unos y otros, impuso a don Melchor refiriese la novela que le había ofrecido el pasado día,

 pues del ingenio y sazón con que recreaba en todas materias a sus aficionados se prometía unapacible entretenimiento que divirtiese las horas que faltaban hasta las de la comida; el cual,obedeciendo comedido y disponiéndose risueño, comenzó ansí:

NOVELA

En Madrid —hija heredera emancipada de nuestra Imperial Toledo, que habiéndola puestoen estado y casado sucesivamente con cuatro Monarcas del mundo (uno Carlos V y tresFilipos), agora que se ve Corte menos cortesana y obediente que debiera, quebrantando elcuarto mandamiento, le usurpa, con los vecinos que cada día le soborna, la autoridad de padretan digno de ser venerado— vivían poco tiempos ha tres mujeres hermosas, discretas y casadas:la primera, con el cajero de un caudaloso ginovés, en cuyo servicio ocupado siempre tenía lugar de asistir en su casa los medios días a comer y las noches a dormir; la segunda tenía por maridoa un pintor de nombre, que en fe del crédito de sus pinceles, trabajaba, más había de un mes, enel retablo de un monasterio de los más insignes de aquella Corte, sin permitirle sus tareas mástiempo para su casa que al primero, pues las fiestas que daban treguas a sus estudios erannecesarias para divertir melancolías que la asistencia contemplativa de este ejercicio comunica a

sus profesores, y la tercera padecía los celos y años de un marido que pasaba de los cincuenta,sin otra ocupación que de martirizar a la pobre inocente, sustentándose los dos de los alquileresde dos casas razonables, que por ocupar buenos sitios les rentaban lo suficiente para pasar, conla labor de la afligida mujer, con mediana comodidad, la vida.

Eran todas tres muy amigas, por haber antes vivido en una misma casa, aunque agorahabitaban barrios no poco distantes, y por el consiguiente, los maridos profesaban la mismaamistad comunicándose ellas algunas veces que iban a visitar a la mujer del celoso; porque la

 pobre, si su marido no la llevaba consigo, era imposible poderles pagar la visita, y ellos los díasde fiesta, o en la comedia o en la esgrima y juego de argolla, andaban de ordinario juntos.

Un día, pues, que estaban las tres amigas en casa del celoso contándoles ellas sus trabajos,habiendo venido los suyos, y estando merendando todos seis, concertaron para el día de San

Blas, que se acercaba, salir al sol y a ver al Rey, que se decía iba a Nuestra Señora de Atochaaquella tarde, y por ser un día de jueves de compadres1, llevar con qué celebrar en una huerta

1 Se cebaba a suertes para ser compadres el antepenúltimo jueves antes de Carnaval.

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allí cercana la solemnidad de esta fiesta que, aunque no está en el calendario, se solemnizamejor que las de Pascua, habiendo hecho no poco en alcanzar licencia para que la del celosonecio se hallase en ella.

Cumplióse el plazo y la merienda, después de la cual, asentadas ellas al sol, que le hacíaapacible, oyendo muchas quejas de la malmaridada, y ellos jugando a los bolos en otra parte dela misma huerta, sucedió que, reparando en una cosa que relucía en un montoncillo de basura a

un rincón de ella, dijese la mujer del celoso: —¡Válgame Dios! ¿Qué será aquello que brilla tanto?Miráronla las dos y dijo la del cajero:

 —Ya podría ser joya que se le hubiese perdido aquí a alguna de las muchas damas que seentretienen en esta huerta semejantes días.

Acudió solícita a examinar lo que era la pintora y sacó en la mano una sortija de undiamante hermoso, y tan fino que a los reflejos del sol parece que se transformaba en él.Acodiciáronse las tres amigas al interés que prometía tan rico hallazgo, y alegando cada cual ensu derecho, afirmaban que le pertenecía de justicia el anillo. La primera decía que habiéndolosido en verle, tenía más acción que las demás a poseerle; la segunda afirmaba que adivinandoella lo que fue, no había razón de usurpársele, y la tercera replicaba a todas que siendo ella

quien lo sacó de tan indecente lugar, hallando por experiencia lo que ellas se sospecharon enduda, merecía ser solamente señora de lo que le costó más trabajo que a las demás.

Pasara tan adelante esta porfía, que viniendo a noticia de sus maridos pudiera ser ocasionaraen ellos alguna pendencia sobre la acción que pretendía cada una de ellas, si la del pintor, queera más cuerda, no las dijera:

 —Señoras, la piedra por ser tan pequeña y consistir su valor en conservarse entera, noconsentirá partirse. El venderla es lo más seguro, y dividir el precio entre todas, antes que vengaa noticia de nuestros dueños y nos priven de su interés sobre su entera posesión riñan y sea estasortija la manzana de la discordia. Pero ¿quién de nosotras será su fiel depositaria sin que lasdemás se agravien? Allí está paseándose con otros caballeros, el conde mi vecino.Comprometamos en él, llamándole aparte, nuestras diferencias, y pasemos todas por lo quesentenciare.

 —Soy contenta —dijo la cajera—; que ya le conozco, y fío de su buen juicio y m: derechoque saldré con el pleito.

 —Yo y todo —respondió la mal casada—. Pero ¿cómo me atreveré a informarle de mi justicia, estando a la vista de mi escrupuloso viejo, siendo el conde mozo, y ciertos los celos,con el juego de manos tras ellos?

En esta confusa competencia estaban las tres amigas, cuando, diciendo que pasaba el Rey por la puerta, salieron corriendo sus maridos entre la demás gente a verle. Y aprovechándoseellas de la ocasión, llamaron al conde y le propusieron el caso, pidiéndole la resolución de élantes que sus maridos volviesen y el más celoso llevase qué reñir a casa, poniéndole la sortija

en las manos para que la diese a quien juzgase merecerla.Era el conde de sutil entendimiento, y con la cortedad del término que le daban respondió: —Yo, señoras, no hallo tan declarada la justicia por ninguna de las litigantes, que me atreva

a quitársela a las demás. Pero, pues habéis comprometido en mí, digo que sentencio y fallo quecada cual de vosotras dentro del término de mes y medio haga una burla a su marido y a la queen ella se mostrase más ingeniosa, se le entregará el diamante y más cincuenta escudos queofrezco de mi parte, haciéndome entre tanto depositario de él. Y porque vuelven vuestrosdueños, manos a la labor, y adiós.

Fuese el conde, cuya satisfacción abonó la seguridad de la joya, y su codicia les persuadió acumplir lo sentenciado. Vinieron sus maridos. Y porque ya la cortedad del día daba muestras derecogerse, lo hicieron todos a sus casas, revolviendo cada cual de las competidoras las librerías

de sus embelecos, para estudiar por ellos uno que la sacase victoriosa en la agudeza y posesióndel ocasionador diamante.

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El deseo del interés pudo tanto en la del codicioso cajero, que, habiendo sacado por elalquitara de su ingenio la quinta esencia de las burlas, hizo a su marido la que sigue:

[Primer marido burlado]

Vivía en su vecindad un astrólogo, grande hombre de sacar por figuras los sucesos de las

casas ajenas. La astuta cajera quiso en la necesidad presente valerse de la ocasión yaprovecharse de sus estudios, para lo cual le dijo que para cierto fin ridículo con que queríaregocijar aquellas Carnestolendas, le importaba hiciese creer a su marido que dentro deveinticuatro horas pasaría de esta vida a dar cuenta a Dios de la que hasta entonces había malempleado. Prometióselo, contento de tenerla gustosa, sin inquirir su pretensión. Y mientras ella,llamando al pintor amigo y celoso necio, concertó con ellos lo que habían de hacer paracolorear este disparate, persuadiéndolos que era para regocijarse con semejante burla en días tanocasionados para ellas, haciéndose el astrólogo encontradizo con el ignorante cajero, quecansado de pagar letras se venía a acostar, le dijo:

 —¡Mala color traéis, vecino! ¿Sentís acaso mala disposición en vos? —Gracias al cielo —le respondió—, si no es el enfado de haber contado hoy más de seis

mil reales en vellón2, no me he sentido más bueno en mi vida. —La color, a lo menos —replicó—, no conforma con vuestra satisfacción. Dadme acá ese

 pulso.Diósele turbado el ignorante vecino. Y arqueando las cejas con muestras de sentimiento

amigable, el cauteloso embelecador dijo: —Vecino mío, cuando yo no haya sacado otro fruto del conocimiento de los cursos celestes

sino el que se me sigue de avisaros de vuestro peligro, doy por bien empleados mis desvelos.Para estas ocasiones son los amigos. No lo fuera yo vuestro si no os avisara de lo que osconviene y menos cuidado os da. Disponed de vuestra hacienda y casa o lo que importa más devuestra alma. Porque yo os digo por cosa infalible que mañana a estas horas habréis

experimentado en la otra vida cuánto mejor os estuviera haber ajustado cuentas con vuestraconciencia que con los libros de caja de vuestro dueño.Entre turbado y burlón le respondió el pobre moscatel:

 —Si este juicio sale tan verdadero como el pronóstico que del año pasado hicisteis, todo alrevés de como sucedieron sus temporales, más larga vida me prometo de lo que imaginaba.

 —Ahora bien —replicó el astrólogo—, yo he cumplido en esto con las leyes de cristiano yamigo. Haced vos lo que mejor os estuviere, que yo sé que no llevaréis queja de mí al otromundo de que no os lo avisé pudiendo.

Y dejándole con la palabra en la boca, echó la calle arriba.Turbado y confuso guió a su casa el amenazado cajero, tentándose por el camino los pulsos

y demás partes de donde podía temer algún asalto repentino y mortal. Pero hallándolo todo en

su debida disposición y no siendo el crédito del adivinante muy abonado, medio burlándose deél y medio temeroso entró en su casa, y sin decir nada a su esposa, por no darla pena, pidió decenar, que le trujo ella diligente, habiendo conjeturado de sus acciones que ya se había dado

 principio a aquel estratagema. Comió poco y mal. Y diciendo le hiciesen la cama, se comenzó adesnudar, suspirando de cuando en cuando. Preguntó lo que tenía, fingiendo sentimientosamorosos, la codiciosa burladora, a que satisfizo fingiendo disgustos con el ginovés, que lehabían desazonado. Consolóle ella lo mejor que supo. Acostáronse y fue aún menos el sueñoque la cena, notando ella, aunque fingía dormir, cuán buenas disposiciones se ibanintroduciendo para el fin de sus deseos. Madrugó más de lo ordinario, algo descolorido. Yacudiendo a su ejercicio acostumbrado, fueron de suerte las ocupaciones de aquel día, que no

 pudo ir a comer a su casa, dándoselo en la del ginovés, su amo.

Al anochecer, cuando se tornaba a su posada, estaban a la esquina de una calle, por dondeforzosamente había de pasar, el teniente de su parroquia y otro clérigo, con dos o tres hombres

2 Moneda de cobre.

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 prevenidos por el pintor a instancias de la dicha cajera, diciendo cuando llegaba cerca de ellos,fingiendo no verle y de modo que no pudiese oírlos:

 —Lastimosa muerte por cierto ha sido la del malogrado Lucas Moreno —que así sellamaba el escuchante.

 —Lastimosa--respondió el otro clérigo—, pues le hallaron muerto en su cama esta mañana,estando su mujer, que le amaba tiernamente, de puro dolor cerca de hacerle compañía.

 —Lo peor —dijo otro del corrillo—, que el astrólogo, su vecino, afirma que se lo avisóayer, y haciendo burla de su pronóstico, sin desmarañar las trampas que los de su oficio traen ensus manos, se dejó morir como una bestia.

 —¡Dios tenga misericordia de su alma —replicó el cuarto—, que es de quien podemostener compasión; que la viuda con dote queda, de lo que quizá él ganó mal, con que asegundar el matrimonio! Vámonos a acostar, que hace mucho frío.

Iba el pobre Lucas Moreno a satisfacerse de ellos y saber si había otro de su nombre que sehubiese muerto aquel día. Pero ellos, de industria, dándose las buenas noches, sedesaparecieron, dejándole con la turbación que podéis imaginar. Caminó confuso adelante, y enuna calle antes de la suya halló al astrólogo hablando con el pintor, que en viéndole venir dijo,como que proseguían la plática de su muerte:

 —¡No me quiso creer a mí cuando ayer le dije que se había de morir dentro de veinticuatrohoras! ¡Hacen burla los ignorantes de la evidente ciencia de la Astrología! ¡Tómese lo que levino; que yo sé que es ésta la hora en que está bien arrepentido de no haberme dado crédito!

Respondió el pintor: —Era notablemente cabezudo el malo-, grado Lucas Moreno y no poco glotón. Debió de

comer alguna fiambre ginovesa y daríale alguna apoplejía. ¡Dios le tenga en su gloria yconsuele a su afligida mujer, que cierto que habemos perdido un buen amigo!

 No pudo sufrirlo el confuso cajero, y llegándose a ellos les dijo: —¡Señores! ¿Qué es esto? ¿Quién me hace las honras en vida o tomando mi forma se ha

muerto por mí? ¡Que yo bueno me siento, gracias a Dios!Echaron a huir entonces todos, fingiendo espantosos asombros, dejándole con esto a pique

de sacarlos verdaderos, según el sobresalto que le causó tan apoyada mentira.Prosiguió, medio desmayado y sin pulsos, hasta cerca de su casa, y junto a ella vió al amigo

celoso, que fingía salir de ella, y le estaba esperando para acabar de desatinarle. Hízoseleencontradizo, y al emparejar con él volvió los pasos atrás, y haciéndose mil cruces, fuesehuyendo, quedando nuestro Moreno tan pasmado, que faltó poco para no dar consigo en tierra.

 —¡Alto! ¡No hay más! ¡Yo debo de haberme muerto! —decía entre sí muchas veces—.¡Dios debe de enviarme a esta vida en espíritu para que disponga de mi hacienda y hagatestamento! Todos huyen de mí y me tienen por muerto, hasta los que son mis mayores amigos,y según esto, debe de ser verdad. Pero si dicen que el más amargo trago es el de la muerte,¿cómo no la he sentido ni me ha dolido nada? Las repentinas deben de entrarse, sin duda, por 

una puerta y salirse por otra, sin dar lugar al dolor para hacer su oficio. Pero... ¿si fuese alguna burla de mis amigos? Que el tiempo es acomodado para ellas, y hasta agora ninguno de los queme encuentran por la calle hace aspavientos de verme, sino ellos. ¡Válgate Dios; por muerte tana poca costa!

Haciendo estos discursos desvariados llegó a su casa, y hallándola cerrada, llamó congrandes golpes. La noche estaba fría y oscura, y la cavilosa mujer estaba prevenida de lo quehabía de hacer y avisad de lo que había pasado. Tenía sola una criada en casa, habiendo deindustria enviado dos leguas de allí con un recado fingido a dos criados que vivían en ella Lamoza era tan bellaca como su señora y en oyendo llamar, respondió con uní voz lastimada:

 —¿Quién está ahí? —¡Ábreme, Casilda! —dijo el difunto vivo.

 —¿Quién llama —replicó— a esta hora en casa donde sólo vive el desconsuelo y viudez? —¡Acaba ya, necia —volvió a decir que soy tu señor! ¿No me conoces? ¡Abre, quellovizna y hace más frío del que permite este lugar!

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 —¿Mi señor? —respondió ella—. ¡Pluguiera a Dios! ¡Ya está en parte donde por lo quesabía de cuentas, le habrán hecho cajero mayor del infierno (que allí todas se pagan a letravista), si Dios no ha tenido misericordia de su ánima!

 No pudo entonces, impaciente, sufrir tantas verificaciones de su muerte. Y así, dando un puntapié al postigo, que no estaba para aguardar otro, quebrando la aldaba, le abrió, huyendo lacriada y dando las voces que los demás que había encontrado en la calle. Salió a ellas su mujer 

en hábito de viuda recoleta, fingiéndose alborotada. Y en viéndole se cayó desmayada,diciendo: —¡Jesús, qué veo!Faltó poco para no hacer lo mismo el asombrado marido, y tuvo por infalible que estaba

muerto. Con todo esto, en pago de las muestras de sentimiento que en su mujer había visto, lallevó en brazos a la cama, echándola en ella; que aunque lo sentía todo, se daba por mediodifunta. La moza se encerró en otro aposento, disimulando la risa y vendiendo miedos que notenía. En fin, el pobre ánima en pena, sin averiguar si comían o no los del otro mundo, abrió elescritorio y dio tras una gaveta de bocados de mermelada acompañándola con bizcochos yciruelas de Génova que ayudó a pasar con los empellones de una bota cuya alma le habíainfundido la Membrilla, pareciéndole que no era tan trabajosa la otra vida pues hallaban tal

ayuda de costa los que caminaban por ella. Dióse tan buena maña nuestro Lucas Moreno enfortalecer el corazón desfallecido con el cordial remedio, que cogiéndole algo flaco ydesvanecido con las ilusiones burlescas, y subiéndose el licor de Noé, si no a las barbas, a lacabeza, se halló en la gloria de Baco, desnudándose a zancadillas y en fin se acostó entredesmayado y lo otro, embistiendo el sueño con aceros vinosos; que no hay tal jarabe deadormideras como el que saca un lagar. El durmió hasta la mañana soñando infiernos,

 purgatorios y glorias. Y entre tanto vinieron los burlones amigos a informarse de lo que pasabade la criada, y celebrando la buena elección que el difunto había hecho amortajándose por dedentro, de pies a cabeza, con las telas que teje Baco.

Amaneció (viendo que todavía estaba durmiendo su marido) la cautelosa cajera y se levantóy vistió de gala, enviando a fuera de casa el monjil viudo y las hipócritas tocas. Compuso lacara de fiesta, y volviendo a la cama, despertó al aparente finado, diciéndole:

 —¿Hasta cuándo habéis de dormir, marido mío? ¿Aún no se han digerido los humos conque anoche os acostasteis?

Estremecióle los brazos, tirándole de las a narices, con que dando bostezos volvió en sí; yviendo a su mujer tan compuesta, la casa de regocijo y sin los lutos y llantos de la noche pasada,admirado de nuevo, dijo:

 —Polonia, ¿a dónde estoy? ¿Haste tú también muerto como yo y en fe del amor que metenías en el siglo, y te ha sacado de él, vienes a celebrar en este mundo nuevo segundas bodas?¿De qué enfermedad o cómo salí de la otra vida? Que ¡vive Dios (si en ésta se puede jurar) queno sé cómo me he muerto ni a qué partes me ha echado el cielo! ¿Hay camas y aposentos por 

acá? ¿Véndese vino y bizcochos? ¿Qué arriero me trujo a mi escritorio, que yo anoche saqué deél provisión bastante a consolar la soledad que sin ti sentía por estos países no conocidos? —¡Buen humor —respondió la astuta fisgona— crían en vos marido mío, las

Carnestolendas! ¿Qué chilindrinas son ésas? ¡Acabad, levantaos, que ha enviado a llamaros elginovés dos veces!

 —Luego, ¿no estoy muerto ni me enterraron ayer? —replicó él. —En vos, a lo menos —respondió entonces ella—, debió enterrarse anoche el alma de

nuestra bota, según está de macilenta, pues decís esos disparates. —Si las almas se entierran, Polonia de mi vida —volvió a decir—, es verdad que anoche la

hice las honras; pero ya yo lo estaba en la parroquia, lastimado el tiniente, tristes nuestrosamigos, llorando Casilda y enlutada vos.

 —¡Acabad ahora de ensartar chanzas —replicó ella—, que os llama nuestro ginovés! —Luego ¿también los hay acá? —preguntó él—. No debo yo de estar en carrera desalvación, pues puedo ir donde habitan cambios y se hospedan trampistas.

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 —Dejémonos de pullas —dijo Polonia—, y levantaos de ahí; que parece que habláis deveras, y estáis echando bernardinas.

 —¡Mujer, por Nuestro Señor —respondió Lucas Moreno— que ha veinticuatro horas queestoy muerto y no sé cuántas enterrado! Preguntádselo a Casilda, al tiniente cura de nuestra

 parroquia, al pintor nuestro amigo, a Santillana el celoso, al astrólogo nuestro vecino, a vosmisma, viuda anoche y enlutada, y agora a lo que imagino, muerta como yo; que si no me

acuerdo mal, anoche os llevé sin pulsos ni aliento a la cama, y os debió de costar el espanto deverme la vida; y sin saber cómo, de la suerte que yo estáis en ésta y no lo acabáis de creer. —¿Qué tropelías son éstas, marido mío? —dijo la fingida turbada—. ¿Anoche no nos

acostamos buenos y sanos? ¿Qué entierros, difuntos, u otros mundos son estos?... Casilda:llámame al astrólogo nuestro vecino, que también es médico, y nos dirá lo que le ha dado a mi

 buen Lucas Moreno. No sabía que se decir el atronado marido, ni si estaba loco, muerto o vivo, ni la mujer podía

sacarle de que era espíritu que volvía a poner orden en su hacienda.En esto entraron los dos ayudantes de la burla; y refiriendo ella lo que pasaba, le afirmaron

 —no sin reírse—, de que estaba no sólo en este mundo, pero en Madrid y su casa, y que si dabatodavía en su tema, pararía en la del Nuncio3. Vino luego el astrólogo, llamado de la criada, y

afirmó que el desvanecimiento de sus libros de caja y cuentas le tenían barrenado el cerebro;conque él, consolado de que vivía, y airado de que le tuviesen por loco, les dijo:

 —Pues si es verdad que no estoy muerto, ¿de qué sirvieron los espantos y conjuros con queayer huiste de mí, haciendo más cruces que tiene una procesión de penitentes?

 —¿Vos me visteis a mí? —replicó el astrólogo—. ¿Cómo puede eso ser, si estuveencerrado todo el día en mi estudio levantando figuras sobre descubrir los ladrones de una joyade diamantes?

 —Yo a lo menos —dijo el pintor—, no salí del monasterio donde trabajo hasta las once dela noche.

 —Pues yo —respondió el viejo— tampoco vi ayer la calle, ocupado en despachar un propioa la montaña, mi tierra.

 —Peor está que estaba —dijo el casi loco de veras—. Vos, señor vecino, ¿no me dijisteanteayer por la noche que según el mal color, los índices del pulso y pronósticos de vuestrasfiguras había de morirme dentro de veinticuatro horas?

 —¿Yo? —replicó él—, pues ha más de cuatro días que no nos vemos, y ¿ahora salís coneso? Volved en vos, señor Lucas Moreno, que lo debéis de haber soñado esta noche.

 —¡Como ello sea sueño y no pura verdad —replicó— yo haré la costa del Martes deCarnestolendas en albricias de la vida que no sé si tengo!

 —¡Aceptamos la fiesta!-respondieron todos—. Y para que os acabéis de desengañar,vestíos y vamos a oír misa a la parroquia. Veréis lo que puede en vos la imaginaciónvehemente.

Hízolo así el incrédulo finado. Y para no cansaros, le sucedió lo mismo con los clérigos quevió el día pasado tratar de su entierro que con los demás amigos. Riéronse y diéronle picones,que por no hallarse con caudal para sufrirlos le obligaron, después de haber cumplido con elconvite, a que se ausentase de Madrid a negocios del ginovés por quince días, dando en elloslugar al olvido, que en la corte sepulta brevemente todos los sucesos por peregrinos que sean,dejando concertado su mujer con todos los participantes en la burla no dijesen el misterio deella a su marido, sino que le persuadiesen a que fue sueño, temerosa de que no hiciesen susespaldas la costa de ella.

[Segundo marido burlado]

Entre tanto que nuestro cajero experimentaba ausente que estaba vivo, y se moría la famade su entierro en sueños, no se descuidó la mujer del pintor de ejecutar la burla que tenía

3 Se llamaba Casa de Nuncio a la casa de locos de Toledo.

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imaginada, envidiosa de la buena salida que había tenido la de su competidora. Para lo cual,concertándose con un hermano suyo, amigo de entretenerse a costa ajena, le envió el juevessiguiente a la plazuela de la Cebada a que comprase una puerta de las muchas que tales díastraen a vender allí, que fuese a medida de la que en su casa salía a la calle y por vieja pedía la

 jubilasen. Trújola con todo secreto, de noche. Y escondida donde el pintor no pudiera verla,avisó al burlón hermano de lo que había de hacer, y le encerró con otros dos amigos en el

sótano. Vino dos horas después su marido, quedándose en el monasterio donde pintaba losaprendices que tenía moliendo colores, porque se había de acabar el retablo para la Pascua y eranecesario darse prisa. Recibióle Mari-Pérez (que así se llamaba la codiciosa pintora) con todocariño y amor. Acostáronse temprano porque le importaba madrugar, y durmieron hasta lamedianoche —digo el descuidado marido, que ella mal pudiera, preñado el entendimiento contantas arquitecturas burlescas—; y llegada aquella hora, comenzó a dar voces y quejarse a gritosla engañosa casada, diciendo:

 —¡Jesús, que me muero! ¡Marido mío, mi hora es llegada! ¡Tráiganme confesión presto, presto, que me muero!

Y otros extremos semejantes que saben hacer las mujeres cuando se les antoja.Preguntábala compasivo su compañero lo que tenía, respondiendo sólo:

 —¡Jesús! ¡Madre de Dios! ¡Queme muero! ¡Confesión! ¡Sacramentos! ¡Que perezco!Levantóse a las voces una sobrina que tenía en su casa a suplir los ministerios de una

criada, y era partícipe en el engaño; la cual, llorando de verla ansí, aplicándola paños calientes,dándole tostadas en vino y canela, y haciendo otros remedios semejantes, sin que el dolor cesase, porque la enferma no quería, hubo de obligar al desvelado Morales (que éste era elnombre del pintor) a que se levantase harto contra su voluntad, coligiendo de la complexión queen su mujer conocía y afirmándolo ella y la sobrina que aquel accidente era mal ocasionado deuna ensalada que había cenado, cuyo vinagre recio y una rebanada de queso otras veces lahabían puesto en el último peligro de la vida. Riñóla de que no escarmentase de tales excesos; yella le dijo medio ahogada:

 —No es hora, Morales, agora de reprender lo que no se puede remediar. Vayan a llamar ala comadre Castejona, que sabe mi complexión, y ella sólo puede aplicarme con que se mealivie este mal rabioso, o si no, ábranme la sepultura.

 —¡Mujer mía! —respondió el afligido esposo—. La Castejona se ha ido a vivir junto a la puerta de Fuencarral. Nosotros estamos en Lavapiés; la noche es de invierno, y si no mientenlas goteras, o llueve o nieva. Aunque yo vaya con todas estas descomodidades, ¿cómo sabemosque se querrá levantar? La otra vez que os apretó ese achaque, me acuerdo yo que fue con dosonzas de triaca de esmeralda caliente en la cáscara de media naranja y puesta en la boca delestómago. Yo iré a la botica por ella. ¡Por amor de Dios que os soseguéis y no me consintáishacer tan larga diligencia pues ha de ser inútil y yo tengo de volver con otro mal peor que elvuestro!

Comenzóse a quejar entonces más recio que nunca y a decir: —¡Bendito sea Dios, que tan buena compañía me ha dado! ¡Miren qué imposibles le pido,qué enterrarse conmigo si me muero, qué sangre de sus brazos, qué desperdicios de su hacienda,sino que me llame a una comadre a costa de mojarse un par de zapatos! Ya yo sé que deseáisvos renovar matrimonio, y que a cada grito que yo doy, dais vos una cabriola en el corazón, y

 por eso excusáis cualquier diligencia que os estorbe vuestros deseos y mis dolores. Volved aacostaros, sosegad y dormid; que si yo me muriere, declarado dejaré que me diste solimán en laensalada de anoche.

 —¡Mujer, mujer! —respondió el marido—, menos libertades; que no tienen esos malesexenciones de atrevimientos, y podrá ser que con un palo os trasiegue el dolor desde las tripas alas espaldas.

 —¿Palos a mi señora tía? —dijo la doncella taimada—. ¡Malos años para vuesa merced y para quien no le sacara los ojos primero con estas uñas!

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Iba el pintor a que pusiese la postura a no sé cuantos pretinazos la sacudida moza, queexcusó huyendo; y dando mayores gritos, con alharacas mortales, volvió a pedir la doliente,confesión, comadre, sacramentos...

 —¡Que me muero! ¡Ay, que me han dado rejalgar! ¡Jesús!Temió alguna burla más pesada de le que sin saberlo le comenzaban a hacer el enojado

Morales, y que si moría dejando] fama que él la había hecho la costa, era echar la soga tras el

caldero; y hubo de apaciguarla con caricias y amores, y encender una linterna, bien necesaria para la oscuridad y lodos, poniéndose unas botas capa aguadera, la capilla4 sobre el sombrero, ysalir en busca de la comadre Castejona, registrándole las goteras que despachaban los tejados acántaros. Sabía e buen Morales que se había pasado la dicha comadre a Fuencarral, pero no aqué parte y lloviendo, como os he dicho, sin persona en la larga distancia que hay desdeLavapiés a aquel barrio, la noche como boca de lobo, y él renegando de su matrimonio, juzgadvosotros si se tardaría buen espacio de tiempo en hallar lo que buscaba y n había menester; queentre tanto que se va echando en remojo, volveré yo a la enferma de bellaquería y no de malesestómago; la cual, en viendo fuera de cal a su buscón marido, llamó a su hermano, que estabaescondido en la cueva con otros dos amigos, y en un instante quitaron puerta antigua de la calley pusieron nueva, que ya tenía su cerradura y aldaba y se había ajustado a los quicios y medido

de suerte que, sin ruido, se asentó como de molde. Encima de ella en el frontispicio, clavaronuna tabla mediana, y escrito en campo blanco: Casa de Posadas. Hecho esto, trujo una catervade amigos que vivían cerca de allí, con sus mujeres; dos mastines gruñidores, guitarras ycastañetas, y de en casa de un figón, cena celebrando con bailes y vino el naufragio del pobre

 buscacomadres, que sin hallar la Castejona, no hizo más de importunar aldabas y despertar vecinos.

Con el agua a media pierna y la paciencia al gollete, llegó nuestro pintor a su casa. Yoyendo desde la puerta las voces, bailes y grita que pasaba dentro, pensando que la habíaerrado, levantó la linterna, y reconociéndola, vio las puertas nuevas y la tablilla de posadassobre ella que le desatinó sobremanera. Volvió a examinar la calle, y halló que era la deLavapiés. Recorrió las casas colaterales, y conoció que eran las de sus vecinos. Reparó en las deenfrente y halló las propias de siempre. Volvió a la suya, y desconoció la novedad de su puertay reciente oficio de su título.

 —¡Válgame Dios! —dijo haciéndose cruces—. Hora y media ha que salía de mi casa,donde mi mujer estaba más para llantos que para bailes. En ella sólo vivimos los dos y susobrina. Las puertas, aunque menesterosas de reformación, eran las mismas cuando salí que losotros días. Casas de posadas en esta calle no las vi en mi vida; y cuando las hubiera, ¿quién

 puede de noche y en tan breve tiempo haberle dado a la mía este ventero privilegio? Pues, decir que lo sueño no es posible, que tengo los ojos abiertos y los oídos examinadores de esteencantamento. Echar la culpa al vino en tiempo de tanta agua, es obligarme a la restitución desu honra. Pues, ¿qué puede ser esto?

Tornó a tentar y ver y oír puertas, tablilla y bailes, sin saber a qué atribuir tan repentinatransformación. Y asiendo de la aldaba, dio golpes con ella, bastantes a despertar el barrio, queno oyeron o no quisieron oír los bailadores huéspedes. Asegundó aldabadas mayores. Y despuésde haberle tenido a curar como lienzo de Galicia un buen rato a las goteras, abrió un mozo laventana de arriba con un candil encendido en la mano y un tocador en la cabeza entre sucio yroto, diciendo:

 —¡No hay posada, hermano! ¡Vaya con Dios, y menos golpes, que le coronará por necio unorinal!

 —Yo no busco posada que no sea mía —dijo el pintor—, sino que me dejen entrar en micasa, y me diga el que se hace mandón en ella quién en hora y media le ha dado el nuevo oficiode hostería, habiéndole costado su dinero a Diego de Morales.

 —¡De Parras debía de ser —respondió el mozo— el que os desgobierna la lengua!¡Hermano mío, para quien tan aforrado viene, poco daño le hará el agua de las goteras! ¡Váyase

4 Capucha que tenían las capas aguaderas.

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noramala, y no me toque otra vez la puerta, que le echaré un mastín que le abra media docenade botanas!

Cerró con esto de golpe la ventana. Prosiguió adentro la jira y bureo, y el pobre pintor,dándose a los diablos, imaginaba que alguna hechicera le hacía estos trampatojos. Menudeabael cielo cántaros de agua y nieve a vueltas de un cierzo que le desembarazaba el cerebro. Lavela de la linterna se había acabado, y con ella la paciencia de su portador. Y ansí volviendo a

dar mayores golpes a la aldaba, oyó que respondía de dentro uno: —¡Mozo, daca un palo! ¡Suelta esos mastines! ¡Sal allá fuera, y hazle a ese borracho unafricación de espaldas con que se le desembarace la cabeza!

Abrióse la puerta entonces y salieron dos perros, que a no detenerlos el mozo y cerrar trassí, hicieran que llorara el confuso pintor la burla de veras.

 —¡Hombre del diablo! —dijo el ministro—. ¿Qué nos queréis aquí con tantos golpes? ¿Noos he dicho que no hay posada?

 —¡Hermano, ésta es la mía! —respondió él—. ¿Quién diablos la ha convertido en mesón,siendo ella, desde mis padres acá, de Diego de Morales?

 —¿Qué decís, hermano? —replicó—. ¿Qué Morales o azufaifos son esos? —¡Yo lo soy —dijo—, por la gracia de Dios; pintor conocido en esta Corte, estimado en

este barrio y habitador de esta casa más ha de veinte años! ¡Llamadme a mi mujer Mari-Pérez,si no es que también se ha transformado en mesonera, y sacaráme de este laberinto!

 —¿Cómo puede eso ser —prosiguió el mozo—, si ha más de seis años que esta casa eshospedería de las más conocidas de cuantos forasteros vienen a Madrid, su dueño PedroCarrasco, su mujer Mari-Molina, y yo su criado? ¡Andad con Dios; que a no teneros lástima, yaos curara por el ensalmo de este garrote la enfermedad vinosa que os deslumbra!

Volvió a cerrar la puerta entrándose dentro; y el expelido amo de su casa, atarantado, sinsaber qué se decir ni hacer, a escurras y arrancando lodos, se fue a la del celoso Santillana.Llamó a ella y haciéndole levantar casi a las cuatro de la mañana, encendió luz creyendo que lehabía sucedido algún desastre o pendencia. Preguntóselo; y informado de lo que pasaba, hizolevantar a su mujer; y aunque ella sabía el fin a que tiraba la burla, la hizo (en compañía de sumarido) del aguado pintor, atribuyéndolo a los hechizos y tropelías que Yapes y San Martín — de quien no era poco devoto —suele hacer en tales noches y tiempos. Encendieron lumbre, enque se calentó. Dejaron a enjugar su ropa, limpiáronle las botas, y dándole matraca sobre elfieltro, que resistió mejor el agua que sus fisgas, le acostaron en una cama que le hicieron,

 porfiando él en acreditar lo que había visto, y ellos en afirmar que venía, como quien dicen,calamocano.

Luego, pues, que la buena Mari-Pérez supo por sus espías que se había ausentado suenlodado esposo, asentó la primera puerta con ayuda de sus convidados como estaba de antes,quitó la tablilla, y haciendo que se llevasen lo uno y lo otro consigo, los despidió a todos,conjurándoles guardasen secreto; y quedándose con su sobrina sola, se acostaron, cansados los

 pies de bailes, las manos de castañetas, los estómagos de comer y las bocas de reír, durmiendo asatisfacción de la cena y entretenimiento hasta la mañana, que volvió su pintor a medio enjugar en compañía del viejo Santillana, que casi persuadido con la porfía de nuestro Morales,oyéndole afirmar lo mismo a la mañana que por la noche, deseaba ver esta nueva maravilla.Llegaron, en fin, a vista de la casa encantada. Y hallándola con su puerta antigua, sin tablillasobre ella, quieta y cerrada, comenzó el viejo a dar cordelejo de nuevo al pobre Morales, y él denuevo también a desbautizarse, jurando y perjurando que era verdad cuanto le había referido, yalguna arte del demonio aquella con que pretendía se desesperase. Llamaron, y salió a mediovestir la sobrina, abriendo la embustera puerta; y en viendo a su casi padrastro, le dijo:

 —¿Con qué cara viene vuesa merced, señor tío, a ver a su mujer? ¿Ni qué cuenta dará de síquien, dejándola a la muerte a las doce, y enviándole por una comadre, vuelve a las ocho de la

mañana sin ella y con esa flema?

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 —¡Si tú supieras, Brígida —respondió—, en lo que por tu tía me he visto esta noche, máslástima tuvieras de mí que quejas! ¡Mañana nos hemos de mudar de esta casa, que andan en ellaenjambres de demonios!

Oyóle en esto la prevenida enferma, y levantándose como una onza de la cama en sólomanteo, salió dando gritos y diciendo:

 —¡Oh, qué solícito marido de la salud de su mujer! ¡Para frío de cuartana valéis lo que

 pesáis, Morales mío, que no volveréis en toda la vida! ¿Hízoos mal el sereno de anoche? ¿Venísacatarrado? ¡Qué enjuto que os dejó la tempestad pasada! Bien creísteis vos hallarme muertacuando volvieseis con la Castejona, y entraros por mi dote y hacienda como por viñavendimiada. Pero ¡malos años para vos y para quien tan mal me desea! ¿A qué viene vuesamerced con ese perdido, señor Santillana? Si es a disculparle conmigo, no tiene para qué, que¡por el siglo de mi madre que he de irme luego al vicario y pedir divorcio!

 —¡Sosiéguese vuesa merced, señora Mari-Pérez —dijo el amigo—, que el señor Moralesno tiene la culpa, sino alguna hechicera que por malos medios quiere hacerlos mal casados!

 —¡Mujer —acudió el afligido pintor—, puesto que os parezca tenéis razón en quejaros demí, escuchad las mías y hablad menos libre, que me falta paciencia para sufriros, gastada la quetenía en los embelecos de esta noche!

Contólo en esto todo lo que ella mejor se sabía; con que, fingiendo alborotos nuevos, volvióa decir:

 —¿A mí con papeles? ¿No ven vuesas mercedes que soy cabos negros y boquiancha? ¿Haymás lindas papandujas que las que me venden? ¿Casa de posadas la mía? ¿Mastines, bureo,

 bailes y fiestas aquí, anoche? ¡Aún si dijeran quejas, maldiciones, suspiros y males, acertaran! —¡Juro a todo lo que puedo jurar —respondió él— que cuanto os he contado me sucedió!

En esta casa debe de haber duendes. Con venderla o alquilarla, pasándonos a otra, se remediarátodo.

 —Y ¡cómo que hay duendes, señor tío! —acudió la taimada Brígida—. Las más noches me pellizcan y dan de azotes, aunque blandos, y se ríen a carcajadas.

 —Pues ¿cómo nunca me lo has dicho? —dijo la disimulada tía. —Porque no imaginasen vuesas mercedes —respondió— que era otra persona, en

descrédito de mi opinión y su casa de mis señores tíos. —¡Alto! ¡Eso debe ser, sin duda! —dijo Santillana—. ¡No hay sino perdonarse unos a otros

y entrar con buen pie en la Cuaresma que es mañana!Hízose así, quedando en ojeriza con los duendes el encantado pintor, y su mujer con

esperanza de que premiase su burla el diamante pretendido.

[Tercer marido burlado]

 No desmayó la bella malmaridada por ver la prosperidad y sutileza de las burlas de sus dos

opositoras. Antes, de un camino satisfizo dos necesidades: el premio de la burla el uno, y el otrola cura de su celoso compañero, que dispuso así:Acababa de llegar a Madrid un religioso hermano suyo, por prelado de uno  de los

monasterios que fuera de la Corte, con la recolección de su vida, apuntalan lo que los viciostienen a pique de arruinar. No sabía su venida el celoso Santillana; y su mujer, cuando ausente,

 por cartas, y agora, presente, por papeles y una visita que él la hizo, se le había quejado de lamala vida que sus impertinentes sospechas le daban. Estaba informado el prudente religioso delos vecinos y amigos del mal acondicionado viejo de la razón que su hermana tenía deaborrecerle y vivir desconsolada, deseando hallar un medio con que alumbrarle elentendimiento, y, sin romper con el yugo conyugal, persuadirle cuanta satisfacción era justotuviese de su esposa. Pero por más que estudió sobre ello, nunca atinó traza suficiente que

venciese la pertinaz malicia, que ya vuelta en costumbre, era casi imposible de desarraigar.Habíala escrito que mirase ella qué modo le parecía más a propósito para que, sin llegar a

dar cuenta de sus trabajos a tribunales causídicos, ella viviese descansada y su marido con

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sosiego; que por difícil que fuese, él pondría toda la diligencia imaginable en su ejecución.Ahora, pues, que halló ocasión para ejecutarle en estas promesas, curar al viejo Santillana y decamino llevarse el diamante, una mañana que él se fue a oír misa y sermón, por ser principio deCuaresma, envió a llamar al bien intencionado fraile; y después de haberse consolado con élllorándole sus martirios y pesadumbres, le dijo que no hallaba otra traza más a propósito parasacarle de la cabeza aquel tema venenoso de sus celos, si no era uno que le propuso y después

sabréis. Refirióselo con toda la elocuencia que dio el artificio persuasivo a las mujeres conlágrimas, suspiros y encarecimientos. El remedio que la malcasada le ofreció tenía muchosinconvenientes. Pero, en fin, atropelló con todos el amor de hermano, la piedad de religioso y eldeseo de impedir alguna desesperación, creíble de la angustia y sentimiento que nuestraHipólita (que éste era su nombre) mostraba. Prometióla llevar a cabo lo que le pedía; señalaronel día, despidióse, llegó a su convento, y propuso el caso a sus súbditos. Queríanle mucho, yconociendo el provecho que se esperaba de él para la quietud de dos casados, le ofrecieronhacer cuanto les mandase y le animaron a concluirle.

Alentado con esto, envió para el plazo concertado, dos onzas de unos polvos eficacísimos para dormir, quien los bebiese, cuatro o cinco horas, con tanta enajenación de los sentidos, quesólo se diferenciaban de la muerte en la breve distancia con que aquéllos restituían el alma a sus

vitales ejercicios. Recibiólos contenta la astuta Hipólita, asentándose a cenar con su marido ymezclándolos con el vino, apetitoso a sus años. Entre bocado y bocado le daba una reprensión,y entre trago y trago bebía su sueño. Al último, en fin, sin aguardar a que se levantasen losmanteles, cayó como piedra en pozo, siendo tan eficaz la polvareda boticaria, que a no estar sobre el caso la aplicante y la moza, creyeran —y no las pesara— que había nuestro Santillanadesembarazado el matrimonio. Desnudáronle. Y echándole en la cama aguardaron que viniese

 por él el religioso hermano, que no tardó mucho, pues a las nueve —suficiente hora y quieta para aquel tiempo frío y de invierno— con dos legos y un coche se apearon a su puerta, yentrando dentro, mandó a uno de sus compañeros que venía prevenido de tijeras y navaja, que lequitase toda la barba y abriese una corona de fraile. No se mostró perezoso el obediente

 barbero, pues sin bañarle, porque la frialdad del agua no ahogase la virtud de los polvos, leconvirtió en reverendo cenobita. Era cerrado de cabellos como de mollera, y así salió la coronacon toda perfección venerable, autorizándola las canas, que se entretejían todo lo posible. Ydespachada la barba, no pudo dejar de causarle risa a su mujer, viendo vuelto a su marido deviejo en vieja. Vistiéronle un hábito como el de su hermano, sin sentirlo él más que si estoacaeciera con el conde Partinuples; y metiéndole en el coche, encargó el prelado a Hipólitaencomendase a Dios el próspero fin de aquel buen principio. Llegó con él a su monasterio, ydesembarazando una celda, le desnudaron, acostándole en una cama penitente, dejándole loshábitos sobre una silla y un candil encendido; juntaron lo puerta y se fueron a dormir.

Dos horas había que duraba el éxtasis del ignorante novicio, y dos prosiguió en sudormilona embriaguez, que era el término puesto a la virtud de los polvos con jurisdicción de

solas cuatro horas; y habiéndola comenzado a las ocho, síguese que a las doce fenecería suoperación.Tocaron a maitines, como se acostumbra en todos los monasterios a medianoche, y tras la

campana, las matracas con que despiertan a los que se han de levantar —que es un instrumentocuadrado de tablas huecas llenas de eslabones de hierro, que cayendo sobre clavos gruesos ymeneándolos a priesa, hace un son desapacible para los que despiertan y le conocen, yespantoso para los que coge desapercibidos y bisoños en tan gruñidora música. Así le sucedió al

 padre Santillana, pues despertando despavorido y creyendo que estaba en su casa y cama, dioun grito, diciendo:

 —¡Jesús! ¿Qué es esto? ¿Cáese la casa? ¿Hay truenos, o vienen por mí los diablos?Esto y buscar los vestidos, hallando en vez de ellos los hábitos de fraile, fue todo uno. La

novedad de la celda, sin saber cómo o quién le había traído a ella, lo tuvo, como cada cual podrá juzgar por sí; ni sabía si diese voces, ni si era arte aquella de encantamiento; si dormía o velaba.Tomó el candil para ver a qué calle o campo caía aquel aposento encantado o en qué parte

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estaba, y vio un tan largo dormitorio, que le cansó la vista, lleno de celdas, con una lámpara enmedio.

 —¡Válgame Dios! ¿Qué es esto? —dijo volviéndose a entrar temblando—. ¿No me dormíyo en acabando de cenar anoche? ¿Quién me ha traído aquí ahora, trocando mis vestidos enhábitos? ¿Si estoy en el hospital? Que ésta más parece enfermería que habitación política. ¿Simis celos me han vuelto loco, y para curarme me han traído al Nuncio de Toledo? Que la

estrechez de este aposento más parece jaula que hospedería. ¡No sé lo que imagino! Aunqueesto último bien puede ser, pues si no me acuerdo mal, ya andaba mi seso dando zancadillas de puro imaginativo; y no será mucho que haya algunos dos o tres años que me estén curando eneste hospital, y ahora, vuelto en mi juicio, me parezca que fue anoche cuando estuve quieto yseguro en mi casa y con mi mujer. Si es esto como imagino, a navaja quitan los cabellos y

 barbas a los locos y a los galeotes; la mía me sacará de este temor.Echó mano a ella, y hallóla tiple, habiéndola él criado con trabajo. Tentóse la cabeza, y

hallóse coronado. Lloró su juicio rematado, teniéndose por conventual del Nuncio, creyendoque por burlarse de él, como suele hacer con los de su profesión, le habían puesto la cabeza deaquel modo. Con todo eso, se consolaba, pareciéndole que, pues echaba de ver entonces elestado en que estaba, había ya vuelto en su juicio, y según esto saldría presto de aquel colegio

desacreditado. Sólo le desatinaban los hábitos, que le disuadían estas imaginaciones porque loslocos que él había visto en Toledo andaban vestidos de ropas burieladas, pero no de religiosos.

Entre estas confusiones ridículas estaba en su celda desnudo, sin haberle acordado que sevistiese el frío, ni saber él por dónde ni cómo acomodar la diversidad de pliegues y confusióndel hábito, que en su vida .se había puesto, cuando entrando el compañero que daba luz a losdemás frailes, le dijo:

 —¿Cómo no se viste, padre Rebolledo, si ha de ir a maitines? —¿Quién es aquí Rebolledo, hermano mío? O ¿qué maitines o vísperas son estas que me

desatinan? —respondió el casado fraile—. Si sois loco, como yo lo he sido, y ése es el tema devuestra enfermedad, ya yo estoy sano por la misericordia de Dios y no para oír disparates.¡Decidme dónde hallaré al rector, y dejad de rebollearme!

 —¡Con buen humor se levanta, padre Rebolledo! —dijo el religioso—. ¡Vístase, que hacefrío, y mire que voy a tocar segundo, y que es mal acondicionado el superior!

Fuese con esto, dejándole muy confuso. —¿Yo Rebolledo? —decía—. ¿Yo fraile y maitines, no habiendo seis horas, a mi parecer,

que al lado de mi Hipólita trataba más en pedirla celos que entonar salmos? ¿Qué es esto,ánimas benditas del Purgatorio? Si duermo, ¡quitadme esta molesta pesadilla! Y si estoydespierto, ¡reveladme este misterio o restituidme el juicio que sin duda he perdido!

Pasmado se estaba sin acertar a vestirse, obligándole el frío a traer las frazadas a cuestas,cuando vino otro fraile y le dijo:

 —Padre Rebolledo: el vicario de coro dice que por qué no va a maitines; que son cantados,

y vuestra reverencia es semanero. —¡Válgame la corte celestial! —replicó el nuevo fraile—, que, en fin, ¡soy padreRebolledo yo, siendo ayer Santillana! Dígame, religioso, si es que lo es, o hermano loco, sicomo imagino, estamos en algún hospital de ellos: ¿Quién me ha puesto de este estado? ¿Cómoo por qué me han quitado mi casa, mi hacienda, mi mujer, mis vestidos y mis barbas? O ¿quéUrganda la Desconocida o Artus el Encantador anda por aquí y ha rematado con mi seso?

 —¡Buena está la flema y disparate —respondió el corista—, para la priesa con que vengo allamarle! Delantero debió de cargar anoche en el refitorio, padre Rebolledo, pues aun no se handespedido los arrobos de Baco. Vístase, y si no acierta, yo le vestiré.

Echóle entonces el hábito. encima, y al ponerle la capilla, como era estrecha, creyendo queera algún espíritu malo que quería ahogarle, comenzó a dar gritos:

 —¡Arredro vayas, Satanás! ¡Déjame aquí, ángel maldito! ¡Ánimas del Purgatorio! ¡SantaMargarita, San Bartolomé, San Miguel, todos abogados contra los demonios, ayuda y favor, queme ahoga este diablo capilludo!

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Y escabulléndosele de las manos, rota la capilla y arañado el fraile, echó a correr por eldormitorio adelante.

Atentos y escondidos habían estado oyendo la escarapela ridícula el prelado y súbditos,reventando la risa por romper los límites de la disimulación y silencio que este caso requería;

 pero saliendo juntos con las velas encendidas que habían prevenido para el coro, le dijo severoel disimulado superior:

 —Padre Rebolledo, ¿qué escándalo y descompostura es ésta? ¿Al fraile que yo envío paraque le llame al coro trata de esta suerte? ¿Las manos pone en un ordenado de grados y corona, ya la culpa de no venir a hacer su oficio añade el descomulgarse? Aparéjese luego; que con un

 Miserere mei se le aplacarán esos bríos. —¿Qué es aparejar? —respondió el colérico montañés—. ¿Soy yo bestia? Ya lo estoy para

defenderme de vuestras ilusiones. ¡Espíritus condenados! ¡Catad la cruz! ¡No tenéis parte en míque soy cristiano viejo de la Montaña bautizado y con crisma! ¡Fúgite, partes adversae!

Estos y otros desatinos comenzó a ensartar, con no poco tormento de la risa de loscircunstantes, que se malograba puertas adentro de la boca; pero haciéndole agarrar a losdonados, y diciéndoles el Prelado: «Este fraile está loco, mas la pena le hará cuerdo» leasentaron en las espaldas de par en par, una colación de canelones, que pagó con más

cardenales que tiene Roma. Daba gritos que los ponía en el cielo, diciendo: —¡Señores, o frailes, o diablos, o lo que sois! ¿Qué os ha hecho el pobre Santillana para

tratarle con tanta riguridad? Si sois hombres, ¡doleos de otro de vuestra especie, que jamás hizomal a una mosca, ni tiene de qué acusarse, sino de la mala vida que sus celos han dado a sumujer! Si sois religiosos, ¡baste la penitencia, pues no cae sobre culpa que yo sepa! Si soisdemonios, decidme: ¿por qué pecados os permite Dios que me desolléis de esa suerte?

Menudeaba el padre disciplinante azotazos en esto, diciendo: —¿Todavía da en su tema? Pues veamos quién de los dos se cansa. —¡Ya lo estoy, padre de mi alma —respondió el penitente por fuerza—. ¡Por la sangre de

Jesucristo que tenga lástima de mí! —Pues ¿enmendará de aquí en adelante? —¡Sí, padre mío, yo me enmendaré, aunque no sé de qué! —respondió. —¿Seré desde aquí adelante humilde y cuidadoso en su oficio, padre Rebolledo? —Seré Rebolledo —respondía—, y todo lo que quisieren. —Pues bese los pies a ese religioso —dijo— maltratado por él, y pídale venia. —¡Bésole los pies, padre mío —dijo—y pídole brevas, o lo que es esto que me mandan le

 pida!Soltaron la risa todos entonces, que no pudieron sufrirla. Reprendiólos el prelado, y

diciéndoles: —¿De qué se ríen, padres, habiendo de llorar la pérdida del juicio de un fraile, el mejor que

teníamos, y que ha servido quince años este monasterio con la mayor puntualidad que la

religión ha visto? —¿Quince años yo? —decía entre sí el pobre Santillana—. ¿Hay encantamiento semejanteen cuantos libros de caballerías desvanecen mocedades? ¡Alto! Pues santos lo dicen, verdaddebe de ser, aunque no sé el cómo; porque a no ser así, ¿qué les importaba a estos benditos elmaltratarme y afirmallo?

 —Véngase al coro con nosotros —le dijo el cuñado que no conocía.Obedecióle el celoso por su daño. Comenzaron a cantar los maitines, y mandóle que

entonase la primera antífona. Sabía él de música lo que de vainicas. Pero no osando replicar,temeroso de otra tunda, la cantó regañando, de suerte que prosiguiendo la risa de todo el coro, yno pudiéndola disimular, el superior le mandó llevar al cepo donde le tuvo tres días tan fuera desí, que faltó poco para no renunciar con el siglo el seso. Al cabo de ellos le sacaron, y mandó el

 prelado fuese con un compañero a pedir el pan de limosna que se acostumbra los sábados.Diéronle su talega, y sin replicar palabra, como una oveja cumplió la obediencia. Llevóle de

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industria el que le acompañaba a la calle donde vivía su mujer; y reconociendo la casa, alentadoy con nuevo espíritu, dijo entre sí:

 —¡Aquí de Dios! ¿Esta no es mi casa? ¿Yo no estoy casado con Hipólita? ¿Quién diablosme ha metido en frailías que yo no apetecí en mi vida? ¡Matrimonio me llamo!

Entróse con esto en el portal, y hallando a su mujer allí, abrazándose con ella, comenzó adecir:

 —¡Esposa de mis ojos! ¡Castigo del cielo fue el mío por la mala vida que te he dado!¡Fraile me han hecho sin saber cómo o por qué; pero desde hoy más, buscarán talegueros; porque yo matrimonio me llamo!

 —¿Qué descompostura es ésta? —dijo a voces la mal casada—. ¡Aquí de la vecindad, queeste loco atrevido ofende mi honra!

Acudió el compañero y parte de los vecinos, que le desconocieron por faltarle .la longitudde la barba y estar en tan desusado traje, y tan macilento con las penitencias pasadas, que

 pudiera vender flaqueza a los padres del Yermo y le apartaron a empellones diciéndole oprobiossatíricos.

 —¡Déjenle vuesas mercedes! —acudió el compañero—; y no se espanten de lo que hace,que ha estado el pobre seis meses loco y su tema principal es decir a cualquier mujer que ve,

que es su esposa. Hémosle tenido en una cadena; y habiendo, más ha de dos meses, quemostraba tener salud, a falta de frailes, que han ido a predicar por las aldeas esta cuaresma, memandaron le trajese conmigo a pedir hoy la limosna, bien contra mi voluntad.

Diéronle todos crédito, lastimados de su desgracia; que cuanto más gritaba afirmando era elmarido de Hipólita, más la acreditaba. Lleváronle medio loco de veras, y en son de atado, a suconvento. Volviéronle a meter en el cepo, donde después que purgó más de otro mes los malosdías que había dado a su mujer, al cabo de ellos y a la medianoche le despertó una voz desde eltejado que estaba sobre la prisión, y decía en tono triste y sonoroso:

 Hipólita está inocente

de tus maliciosos celos,

 y así te han hecho los cielosde ese cepo penitente.

 Por necio y impertinente,

en ti su venganza funda

el que te ha dado esa tunda;

 por eso, si sales fuera,

escarmienta en la primera,

 y no aguardes la segunda.

Repitió esto tres veces la fúnebre voz, y él, llorando con la mayor devoción que pudo,respondió:

 —¡Oráculo divino o humano, quienquiera que seas, sácame de aquí; que yo prometoverdadera enmienda!

Diéronle después de esto de cenar, y la bebida fue de vino, que no había probado desde eldía primero de su transformación —penitencia más áspera para él que todas las demás—.Bebiólo, y con él dos veces más cantidad de los mismos polvos que primero. Durmióse comoantes. Habíale crecido el cabello y barba, suficientemente; afeitáronle, dejándole lo uno y lootro en la disposición antigua; y llevándole en otro coche a su casa, se despidió el religioso,médico de celos, de su hermana, con esperanza de que cuando despertase hallaría sano a sumarido y enmendado. Púsole los vestidos seglares sobre un arca, cerca de su cabecera, acabó elsueño junto con la operación de los polvos, al amanecer, por haberlos él tomado a las diez de lanoche; despertó, y en fin, creyendo hallarse en el cepo, vio que estaba en la cama y a oscuras.

 No lo acababa de creer, tentó si eran colchones aquellos o madera. Estaba velando Hipólita, yaguardando el fin de aquel suceso; fingió que despertaba, y dijo: —¿Qué es esto, marido mío? ¿Qué tenéis? ¿Haos dado como suele el mal de ijada?

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8/2/2019 MOLINA, TIRSO DE - Los tres maridos burlados

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 —¿Quién eres tú que me lo preguntas? —dijo despavorido el ya sano celoso—; que yo notengo mal de ijada sino mal de frailía.

 —¿Quién ha de ser —respondió— sino vuestra mujer Hipólita? —¡Jesús sea conmigo! —replicó él—. ¿Cómo entraste en el convento mujer de mi vida?

¿No ves que estás descomulgada, y que si lo sabe nuestro mayoral o superior te encanelonarálas espaldas, dejándotelas como ruedas de salmón?

 —¿Qué convento o qué chanzas son esas, Santillana? —respondió ella—. ¿Dormís todavíao qué locura es ésta? —Luego ¿no soy fraile de quince años ha —preguntó él— y entonador de antífonas? —Yo no sé lo que os decís con esos latines —replicó ella—. Levantaos, que es mediodía, si

habéis de traer que comamos.Más asombrado que nunca, se tentó la barba, y hallóla cumplida y la cabeza descoronada.

Mandó abrir la ventana, y se vio en su cama y aposento, los vestidos a su lado, sin rastro decepo ni de hábitos. Pidió un espejo, y vió otra cara diferente de la que los días pasados le enseñóel de sacristía. Hacíase cruces, acabando de creer el oráculo coplista. Preguntábale disimuladasu mujer que de dónde procedían aquellos espantos. Contóselo todo, concluyendo en que debíade haber soñado aquella noche, Dios le debía de mandar se enmendase y tuviese la satisfacción

que era justo de su mujer. Pidióla perdón, jurando no creer aún lo que viese por sus mismos ojosde allí en adelante; con que dándola libertad para salir de casa, hubo de ir con las otras dosamigas a la del conde, alegando cada una su burla, y quedando tan satisfecho él de todas que

 por no agraviar a ninguna, les dijo: —El diamante, ocasión de sutilizar, señoras vuestros ingenios, se me ha perdido a mí el día

de su hallazgo; él vale doscientos escudos; cincuenta prometí de añadidura a la vencedora; perotodas merecéis la corona de sutiles en el mundo; y así, ya que no puedo premiaros comomerecéis, doy a cada una trescientos escudos que tengo por los más bien empleados de cuantosme han granjeado amigos, y quedaré yo muy satisfecho si os servís de esta casa como lavuestra.

Encarecieron todas su liberalidad, y volviéndose más amigas que antes, hallaron al cajerovuelto ya de su viaje y olvidada su burla; al pintor, que había vendido su casa y comprado otra

 por evitar bellaquerías de duendes, y a Santillana tan satisfecho y enmendado de sus celos, quedesde allí en adelante veneró a su mujer como a merecedora de oráculos protectores de su buenavida.

Pagaron en risa damas y caballeros a don Melchor el donaire que añadió a la sal de lanovela, celebrando la sutileza de las tres casadas y disputando entre todos cuál merecía el

 premio, si no se hubiera sentenciado con tanta igualdad, dividiéndose en opiniones el auditorioque duraran en defender la suya cada cual a no llamarlos a comer poniendo leguas a laentretenida disputa. La comida, que en el mismo sitio fue igual a la largueza y cuidado delgeneroso don Fernando, feneció con músicas, bailes y juegos, recogiéndose la siesta a dormir 

los que quisieron, y a jugar los aficionados.Pasó la furia del mayor planeta y apaciguados sus rayos después de haber recebido muchoscaballeros y damas que bajaron de la ciudad, convidados a una comedia con que el rey de aquelcigarral quiso dar entretenido fin a su gobierno, cercado de asientos en teatro de flores, árbolesy olorosas hierbas, se asentaron todos, el rey en medio, y, dando principio diestros músicos,echó la loa don Miguel con despejo toledano, siguiéndosele un honesto y ingenioso baile, yluego la comedia que fue la que se sigue. [...]


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