Download - Oceano de Sangre (2)
Darren Shan
Océano de sangre
La Saga de Larten Crepsley II
Traducido por Petu y Xiime~
Para:
Shan, Ciarán, Aine y Cian. ¡Monstruos de las profundidades!
OES (Orden de las Entrañas Sangrientas) para:
Jessica Bromberg, ¡¡la Kraken de la Costa Este!!
Editorial Skipper:
¡¡¡Sam Quint, alias Nick Lake!!!
Almirantes de las Aguas Oscuras:
¡¡¡¡Capitán Christopher Little y su despreciable tripulación!!!!
Parte uno:
“Una aullante y hambrienta criatura con
placeres oscuros”
Capítulo Uno
El vampiro conocido como Mercurio lanzó un cuchillo a través del aire lleno
de humo de tabaco de la taberna. Los que estaban alrededor suyo lo miraban
con los ojos saltones, con sedienta fascinación, mientras él sostenía la cabeza
hacia atrás, abría su boca y esperaba que el cuchillo bajara. Algunas personas
gritaban, pero Mercurio no se inmutó, siguiendo expertamente la daga con la
vista. En el momento preciso, apretó los dientes y tomó la hoja a dos pulgadas
de la punta. Mientras el mango temblaba, se volvió lentamente, de modo que
todos en la habitación pudieran observar. Sacó el cuchillo, lo arrojó contra la
madera de la mesa –donde se clavó hasta el fondo– e hizo una reverencia.
Mientras el público aplaudía enloquecido, Mercurio sonrió y se dejó caer en
una silla cerca de otro vampiro y un grupo de jóvenes admiradoras. “Ves,”dijo
sonriente. “Te dije que podía hacerlo.”
“Una noche de estas,” dijo el otro chupasangre, “vas a calcularlo mal y
terminarás con un cuchillo en el fondo de tu garganta.”
“No seas una anciana, Wester,” se rió Mercurio. “Vas a asustar a estas
criaturas encantadoras y no me gustaría enviarlas a la cama con pesadillas.”
“Tomará más que sus cuentos aburridos para asustarnos,” resopló una de
las damas, aunque ellas estaban sin duda impresionadas.
“¿Cuál es tu verdadero nombre?” preguntó otra mujer, abrazándose al
hombre del extraño cabello anaranjado, traje gris impecable y una sonrisa
deslumbrante.
“Yo sólo revelo eso a mis amigos más especiales,” murmuró Mercurio.
Luego, a medida que ella se sonrojaba, le susurró al oído, “Larten Crepsley.”
Después, pidió más vino y el resto de la noche lo pasó más tranquilamente.
Un Wester aturdido se levantó antes que Larten y tropezó con la ventana
de la posada donde habían dormido durante el día. Él miró a través de las
cortinas hacia la luz del sol, siseó y chasqueó la lengua. Pasarían otro par de
horas antes de que pudieran salir. El sol no mataba a los vampiros al instante,
pero empezaban a quemarse en cuestión de minutos y estaban agonizando
en menos de una hora. Si se exponían a sus rayos por dos o tres horas no
quedaría de ellos más que huesos calcinados.
Wester se lavó en una palangana con agua y estudió su barba en el espejo
encima de esta. Afeitarse es un asunto complicado para los vampiros. Las
maquinas normales de afeitar eran inútiles con su duro pelo. Él y Larten
habían conseguido especiales hojas endurecidas un par de años atrás, pero
Wester había perdido la suya a lo largo de los viajes. Le había pedido prestada
la suya a Larten, pero el vampiro ligeramente mayor le había dicho que era
hora de que aprendiera a cuidar sus posesiones. Larten había estado
simplemente burlándose de él, pero Wester no quería darle la satisfacción a
su amigo de verlo rogar, por lo que se había dejado crecer la barba desde
entonces.
“Mi cabeza,” se quejó Larten, sentándose, y luego dejándose caer. “¿Qué
hora es?”
“Es demasiado pronto para levantarse,” gruñó Wester. “¿Cuánto tomamos
anoche?”
“No quiero pensar en ello.”
Los vampiros pueden consumir mucho más alcohol que los humanos y era
difícil para ellos emborracharse. Pero Wester y Larten habían estaba tratando
de vencer sus ventajas físicas la mayoría de las noches.
“Eran chicas bonitas,” se río Larten entre dientes. “Les encantó mi truco
con el cuchillo.”
“Deberías probarlo en el Cirque Du Freak,” dijo Wester secamente. “Iría
bien allí.”
El par se había chocado con su antiguo aliado, el señor Tall, un tiempo
atrás. Habían pasado un par de noches divertidas con el equipo del circo y
Larten había realizado algunas de sus antiguas rutinas de magia en el
espectáculo. Había estado oxidado al principio, pero se ajustó rápidamente.
Tenía una mano increíblemente rápida, incluso para un vampiro. Así era como
se había ganado su apodo, uno de sus amigos había dicho que tenía dedos
que se movían como hechos de mercurio.
Larten y Wester habían estado viajando por el mundo desde hace casi
veinte años desde su primera vez en el Consejo. Ambos habían aprendido
mucho, no sólo sobre los vampiros, sino también sobre mujeres. Larten había
tenido un arranque lento pero fue recuperando el tiempo perdido,
deslumbrando doncellas con su sonrisa, confianza y agilidad dondequiera que
fuese.
La pareja ocasionalmente se encontraba con su maestro, Seba Nile, pero
pasaba la mayor parte del tiempo solos o con otros de su edad, vampiros en
sus treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta años. Eran jóvenes dentro de los
estándares de los vampiros y habían sido liberados por sus maestros para
explorar el mundo de los humanos una última vez antes de comprometerse
con las exigencias del clan.
La puerta de su habitación se abrió de golpe. Wester se volvió a la
defensiva, y entonces se relajó cuando un vampiro grande con pelo largo y
rubio entró. Era Yebba. Había estado viajando con ellos el mes pasado,
aunque habían pasado un par de noches desde la última vez que lo habían
visto.
“Tengo sed,” rugió Yebba, pateando la cama de Larten. “Arriba, y vengan a
acompañarme.”
“Wester dijo que el sol no se había puesto aún,” bostezó Larten.
“Me importa un bledo,” dijo el enorme vampiro, y a continuación se
derrumbó como un oso y se sentó en el suelo, parpadeando estúpidamente.
“¿Una pesada noche bebiendo?” Wester sonrió.
“Sí,” dijo Yebba malhumorado. “Una mujer me rompió el corazón. ¿Qué
otra cosa podía hacer sino ahogar mis penas en cerveza?”
“¿Otro corazón roto?” preguntó Wester. “Debe ser el cuarto de este año.”
“Sí.” Las lágrimas llenaron los ojos de Yebba. “Los vampiros no están hechos
para el amor.”
“¿Qué pasó esta vez?” cuestionó con astucia Wester. “¿La mordiste?”
“Eso sólo ocurrió una vez,” Yebba hizo una mueca. “Y fue un accidente.”
“Nos ocurrió a todos,” dijo Larten, apoyándose en un codo.
“No te recuerdo mordiendo a ninguna de tus amigas,” Wester frunció el
ceño.
“No, pero hubo un tiempo…” tosió y se ruborizó. “No importa.”
“Cuéntanos.” protestó Wester. “Vamos, Mercurio, no puedes dejar a Yebba
desnudar su alma solo.”
“Bueno, ¿recuerdas una noche un par de años atrás, cuando no volví a la
posada?”
“Eso ocurre al menos una vez al mes.” Dijo Wester.
“Esta fue diferente,” espetó Larten. “Había estado con una dama y había
bebido más de lo que es bueno para mí. Sentí hambre de camino a casa, así
que entré a un cuarto para alimentarme. Pero hice mucho ruido y desperté a
la mujer. Ella gritó ‘Sangriento asesino’ y hui de su habitación sin callarla.”
“¿Por qué no respiraste sobre ella y la dormiste?” preguntó Wester.
Larten se encogió de hombros. “Estaba borracho. Me olvidé de mi
respiración vampírica. Antes de que me diera cuenta, una multitud se había
formado y me persguia fuera de la ciudad. Casi me atrapan en la entrada y me
queman vivo.”
Cuando Wester y Yebba dejaron de reír, Yebba dijo: “¿Por qué no
cometeaste? No te hubieran atrapado una vez que alcanzaras la máxima
velocidad y desaparecieras de la vista.”
El rubor de Larten se hizo más profundo y Wester tuvo que responder por
él. “No puede cometear cuando está borracho, pierde su coordinación y no
puede correr tan rápido.”
La pareja se deshizo en carcajadas. Larten olfateó enojado, peor sus labios
temblaban en las esquinas. Eventualmente se echó a reír también. Cuando su
ataque pasó, Wester fue a pedir comida y cerveza y a continuación los tres
esperaron a que el sol se ocultara, de modo que ellos pudieran volver a buscar
emoción en las posadas, tabernas y salas de juego de los seres humanos que
alguna vez habían sido.
Capítulo dos
Luego de algunos tragos, los tres jóvenes vampiros fueron en busca de
cualquier satisfacción que pudieran encontrar. Eran expertos husmeando
todos los placeres escondidos de una ciudad.
El trío se había ganado la admisión a un partido de boxeo que estaban
disfrutando bastante, haciendo apuestas fuertes sobre cuál sería el resultado.
Los vampiros usualmente no se preocupaban por el dinero, pero los Cachorros
a veces robaban de los humanos dormidos cuando se alimentaban. La gente
supersticiosa pensaba que los vampiros eran bestias colmilludas que
desgarraban las gargantas de sus objetivos. En realidad, normalmente se
deslizaban dentro de una habitación, hacían un pequeño corte en el brazo o la
pierna de un humano dormido, bebían solo la suficiente sangre para aplacar
su hambre y luego escupían para cerrar la herida.
Larten estudió las cicatrices de sus dedos durante un descanso entre
rounds. Había sido convertido a la manera tradicional. Seba había cortado la
punta de los dedos de Larten con sus duras y afiladas uñas, luego cortó los
suyos propios y bombeó sangre hacia los de su asistente. Larten estaba
orgulloso de sus cicatrices, aunque algunas veces cuando las estudiaba sentía
una apuñalada de culpa. Le recordaban a Seba y se preguntaba qué pensaría
su maestro del reciente comportamiento de su estudiante.
Larten y Seba se habían separado en malos términos, pero habían hecho las
paces. Larten se preocupaba de que jugando, tomando y robando, él y Wester
estuvieran ensuciando el buen nombre de su maestro. Wester a veces tenía
que recordarle (especialmente cuando Larten había tomado mucho y estaba
en un modo sensible) que Seba les había dicho que debían trabajar en sacar
los intereses humanos de su sistema. Había muchos vampiros pasando por lo
mismo. Eran llamados Cachorros por los miembros más viejos del clan.
La pelea se reanudó y los hombres corpulentos se acercaron. Larten levantó
la mirada de sus dedos y se concentró en los boxeadores. Este era el
trigésimo–segundo round, y había pasado mucho tiempo desde que había
visto una pelea tan atractiva. Alentó a los valientes guerreros mientras se
enfrentaban, cansados e inestables sobre sus pies, pero determinados a
continuar.
La carne de sus puños había sido despedazada, y sangre salpicaba cada vez
que uno de ellos daba un golpe. Las gotas rojas le hacían agua a la boca –
Wester y Yebba se veían hambrientos también– y Larten tuvo que advertirse a
sí mismo de quedarse sentado y no saltar hacia las deliciosas heridas.
Alrededor los hombres apostaban y rugían alientos o insultos. Todos tenían
la misma ávida mirada en sus ojos.
“El mío está ganando,” aulló Yebba mientras uno de los hombretones daba
un puñetazo.
“No apostaste por él,” respondió Wester. “Tú apostaste por el otro”
“¡No lo hice!” gritó Yebba.
“Sí lo hiciste. Tiene esa marca en su brazo izquierdo, ¿recuerdas?”
Yebba miró a los boxeadores con los ojos entrecerrados y maldijo “Estos
humanos se ven todos iguales para mí,” gruñó. Larten y Wester rieron y le
pasaron al malhumorado vampiro otra jarra de cerveza. Estaba garantizado
que eso lo calmaría.
Luego de la pelea, Larten y Wester recolectaron sus ganancias y llevaron a
Yebba a una taberna, donde encontraron señoritas para bailar. Los pequeños
pueblos carecían de los salones de baile de las grandes ciudades, pero
siempre podías solucionarlo si arrojabas un poco de dinero a tu alrededor.
Más tarde disfrutaron de un juego de cartas. Los tres estaban ebrios y
perdieron fuertemente, incluso Larten, quien raramente mostraba defectos
en la mesa de juegos. Pero no les importó. El dinero era fácil de obtener si
eras una criatura de la noche.
Larten quería hacer su truco de agarrar–el–cuchillo otra vez, pero Wester
no le dejaría. Había alejado el cuchillo de su amigo y lo había puesto fuera de
su alcance mientras Larten trataba de recuperarlo. Si hubieran estado sobrios,
Wester no habría podido alejarlo del más rápido y más fuerte vampiro. Pero
Larten estaba mareado y débil. Wester tenía un truco para saber cuándo
Larten iba a tomar más de lo que podía manejar, y se quedaba relativamente
lúcido en esas noches para así poder mantener un ojo en su osado amigo.
“No esh jushto,” se quejaba Larten a un hombre con monóculo. “¡Soy
Mer…hic! ¡Soy Mer…hic!” Tragó cerveza hasta que se le fue el hipo “Soy
Mercurio” gruñó majestuosamente.
“¿Si?” dijo el hombre, pasándole a Larten un poco de tabaco. “Yo estoy en
el negocio de pieles”
“No me interesssa,” dijo Larten arrastrando las palabras. “Esh mi… esh
mi…” Hizo una mueca y se olvidó de lo que estaba tratando de decir, luego su
cabeza cayó sobre la mesa y no supo más hasta la mañana.
Larten se despertó por un feroz dolor. Estaba afuera bajo el sol, y su piel
tenía un desagradable tono rojo. Mientras pestañaba para alejar el sueño de
sus ojos y trataba de levantar una mano para proteger su rostro de los rayos,
se dio cuenta de que sus brazos estaban atados detrás de su espalda y de que
estaba colgando boca abajo. Su camisa había sido rasgada, exponiendo su
torso, el cual estaba quemado tan profundamente como su cara.
El miedo se adueñó de su corazón, pero lo empujó lejos de sus
pensamientos. No sabía qué estaba pasando –quizás había sido atrapado
alimentándose borracho– pero eso no importaba. Tenía que escapar rápido o
se quemaría como un cerdo en un asador.
Larten se puso a trabajar en los nudos alrededor de sus muñecas. Estaba
colgando de una soga, balanceándose y girando por una brisa ligera, pero
ignoró eso y se mantuvo lo más quieto posible, a excepción de sus dedos, que
danzaban sobre los nudos. Las largas y duras uñas de los vampiros eran
invaluables cuando se trataba de nudos y cerraduras, pero Larten tenía que
ser capaz de hacer un trabajo rápido. Había aprendido bien de Merletta hacía
todos esos años.
Una vez que sus manos estuvieron libres, se liberó de las cuerdas que
ataban sus brazos y su pecho. Flexionándose hacia arriba, tomó la cuerda de
donde colgaba con una mano, apartó las cuerdas alrededor de sus piernas con
la otra, se balanceó en el aire un momento, y luego se lanzó a sus pies y
aterrizó en cuclillas. Su primer instinto era correr hacia la seguridad de las
sombras, pero se forzó a estudiar las entradas de los cobertizos a su alrededor
–estaba en un patio– buscando a los enemigos que lo habían colgado.
Por unos largos y angustiosos segundos, Larten buscó a sus adversarios y se
preparó para la batalla. Luego sintió un olor y su nariz se arrugó con disgusto.
Se paró y sacudió la suciedad de sus pantalones. Sacó su reloj y miró la hora –
era para aparentar, Seba le había enseñado a saber la hora basándose en la
posición del sol y las estrellas– luego miró al cielo y olfateó.
“Mi reloj se ha parado, Tanish,” dijo. “Si está roto, tomaré de ti el dinero
para uno nuevo”
Las risas recibieron a su comentario y cuatro vampiros se tambalearon
fuera de un cobertizo. Uno era un Wester Flack de aspecto avergonzado. Los
otros eran Yebba, Zula Pone y Tanish Eul, el vampiro que originalmente le
había dado a Larten su sobrenombre.
“El mismo viejo Mercurio,” Tanish resopló admirativamente, luego se
apresuró para arrojar una manta sobre la cabeza y los hombros de su amigo y
lo llevó desordenadamente hacia las sombras del cobertizo, donde un barril
de cerveza estaba esperando.
Capítulo Tres
Tanish Eul era alto y delgado, con una sonrisa encandilante y el cabello y las
uñas cuidadosamente arreglados. Siempre iba vestido a la moda y hablaba
con el tono suave de un bribón lengua de plata. Si Larten era un Romeo,
Tanish era un verdadero Casanova; su éxito con las damas era legendario.
Zula Pone, por el contrario, era una de las personas más bajas que Larten
había conocido. Él era fuerte y feo. Muchos vampiros eran duros para los
estándares humanos, sus rostros llenos de cicatrices y marcas de viejas
heridas, las consideradas justas entre los suyos. El pobre Zula era considerado
feo bajo cualquier criterio. Afortunadamente no le importaba, e incluso usaba
ropas en mal estado y se cortaba el pelo torcido para probar que era inmune a
lo que los demás pensaban de su aspecto. A pesar de esto, Zula tenía un
sorprendente éxito con el sexo débil. Por lo general lo rechazaban al principio,
pero después de diez minutos en su compañía casi cualquier mujer era
seducida por su encanto.
Tanish se había topado con Zula unos años atrás y al instante reconoció su
espíritu afín. Se habían convertido en amigos rápidamente y no pasó mucho
hasta que le presentaran a Larten y Wester al miembro más reciente de su
escandaloso grupo.
“Tienes la piel más sensible que un bebé,” abucheó Tanish mientras Larten
descansaba en el cobertizo y trataba de no moverse; su carne quemada dolía
como pinchazos de aguja cada vez que se movía. “Estuviste allí solo media
hora. Sería de un suave rosado si fuera mi piel.”
“Vas a estar rojo como tu propia sangre si lo intentas de nuevo,” dijo Larten
enojado. “¿Qué hubiera pasado si yo no hubiese sido capaz de deshacer los
nudos?”
“Estábamos vigilándote de cerca,” dijo Wester. “Hubiéramos visto si
estabas en problemas.”
“¡Y te hubiéramos dejado quemarte!” explotó Zula.
Larten se encontró riendo con los demás. Había sido una buena broma, a
pesar de que él fuera el blanco. Wester era el único que no podía ver el lado
divertido. Sonrió con el resto, pero su sonrisa era tensa. Larten estaría
sensible la semana siguiente, su carne picaría y algunas de las llagas
supurarían. Wester no veía nada gracioso en ello.
Los vampiros bebieron y conversaron durante algunas horas, contando
cuentos vulgares. Tanish y Zula había participado en unos cuantos líos, como
era usual, y habían tenido que huir de las últimas tres ciudades que habían
visitado.
“El problema con los humanos es que se toman la vida muy en serio,” se
burló Tanish. “Es cierto, quemamos un almacén con una reserva de granos
para el invierno, así que unos cuantos niños estarán hambrientos este año. ¿Y
qué? Diferenciará los fuertes de los débiles. Los seres humanos están
demasiado atados a sus jóvenes. Los vampanezes tiene la idea correcta, los
seres humanos solo sirven para matar.”
Tanish guiñó el ojo a Larten cuando dijo eso, luciendo tan inocente como
podía cuando Wester estalló. “¡Eso es algo horrible para decir! Éramos lo
mismo que ellos antes de ser convertidos. Ellos tienen vidas más cortas que
las nuestras y son mucho más débiles. Si matamos seres humanos, nos
deshonramos. Los vampanezes son escoria sin alma que nunca encontrarán el
Paraíso, y eres un tonto si no lo ves.”
Wester despotricó durante otros quince minutos. Su odio hacia los
vampanezes era prácticamente una enfermedad ya, y aunque hablaba poco
del asunto la mayor parte del tiempo, las personas cercanas a él sabían lo que
sentía realmente. Seba había tratado de razonar con él –sólo porque un
vampanez había asesinado a su familia no significaba que debiera odiar a
todos– pero Wester se negó a escuchar.
El odio de Wester por el grupo disidente de caminadores de la noche
preocupaba a Larten más de lo que preocupaba a Seba. Su maestro había
visto esta inclinación oscura en Wester muchas décadas antes y estaba
convencido de que el joven vampiro encontraría un pronto final a manos de
un vampanez de piel púrpura u otro. Pero Larten siempre había esperado que
Wester llegara a un acuerdo con su derrota y dejara su odio atrás.
Larten había instado a su más querido amigo a localizar a Murlough –el que
había asesinado a su familia– y matarlo. Él pensó que eso finalmente ayudaría
a Wester a dejar atrás esa oscura noche. Pero Wester se mostró reacio a
hacerlo. Él había comenzado a odiar a todo el clan de los vampanezes. A veces
juraba que acabaría con Murlough sólo cuando se deshiciera del resto de la
escoria, la única forma en la que su enemigo sufriría la misma pérdida que
Wester había tenido que soportar.
Tanish se encogió de hombros cuando Wester finalmente cayó en un
silencio furioso. “Los vampanezes no significan nada para mí,” dijo. “Si estalla
una guerra entre nosotros, voy a luchar contra ellos, feliz del desafío. Pero
mientras la tregua esté en su lugar, ¿qué importa?”
“Desmond Tiny discrepa,” gruñó Wester. “Él dijo que los vampanezes se
unirán bajo el mando de un líder poderoso una noche, y que su Señor les
llevaría a una guerra contra nosotros para eliminarnos de la faz de la Tierra.”
“Nunca he visto al legendario Mr. Tiny y no creo que sea tan poderoso
como dicen algunos viejos tontos,” dijo Tanish con desdén.
“Seba lo vio,” dijo Larten en voz baja. “Estaba en la Montaña de los
Vampiros cuando Tiny los visitó luego de la división de los vampanezes. Seba
lo oyó decir su profecía. Él lo toma seriamente.”
Desmond Tiny era un ser de inmenso poder mágico, que había predicho la
caída del clan a manos de los vampanezes. Muchos vampiros jóvenes
pensaban que era una criatura mítica. Probablemente Larten también lo
creería si su maestro no le hubiera contado sobre la noche que Mr. Tiny visitó
a los vampiros. Él había visto el miedo en los ojos de Seba, aún tantos siglos
después.
“Cuando fui transformado,” continuó Larten, “Seba me hizo agarrar la
Piedra de Sangre más tiempo del necesario. Dijo que la Piedra era nuestra
única esperanza de frustrar al destino. Mr. Tiny nos dio la Piedra para darnos
esperanza. Tiny anhela caos. Él no quiere que los vampanezes nos eliminen
tan fácilmente. Él espera que nos veamos arrastrados en una guerra larga y
llena de sufrimiento y dolor.”
Larten miró nuevamente las marcas de sus dedos, recordando la noche
cuando había abrazado la Piedra de Sangre y se entregó por siempre a las
reglas del clan.
“No fue mi intención menospreciar a Seba Nile,” dijo Tanish, eligiendo sus
palabras con cuidado. Él no era cercano a su propio maestro, pero sabía que
Larten respetaba a Seba. “Si él vio a Desmond Tiny, le creo y me disculpo si te
ofendí.”
Larten aceptó la disculpa de Tanish, aunque en secreto le inquietaba. Podía
sentir que comenzaba a alejarse de Tanish y los Cachorros. Larten estaba
cansado de beber sin final, los juegos de azar y las mujeres. Él no estaba listo
aún para dar la espalda al mundo de los humanos y sus muchos encantos,
pero estaba seguro de que volvería con Seba en unos pocos años más para
continuar sus estudios.
Dudaba que Tanish abandonara la vida fácil de tan buena gana. Algunos
Cachorros terminaban rechazando las costumbres del clan. Ellos crecían
atados a las comodidades humanas y elegían permanecer en ese suave y
seguro mundo. Los Generales les permitían su libertad siempre y cuando
obedecieran ciertas leyes. Larten pensó que Tanish sería uno de los que nunca
regresaban a la Montaña de los Vampiros, vagando para siempre entre los
humanos.
“Basta ya con los malditos vampanezes,” Zula frunció el ceño. “A la mierda
con su piel de color púrpura. Tenemos asuntos más importantes que discutir.”
“¿Por ejemplo?” preguntó Larten, con un brillo en sus ojos, anticipando la
respuesta.
“Un grupo de guerra se ha formado.” Zula lamió sus labios y sonrió. “A no
más de una noche de aquí.”
“Pensamos que tal vez estuvieran interesados,” dijo Tanish.
“Pensaron bien,” se rió entre dientes Larten. “Vamos a desencadenar la
oscuridad.”
“¿Con la piel tan roja como una langosta?” preguntó Wester.
“Una irritación sin importancia,” dijo Larten, haciendo una mueca mientras
se reclinaba en su lecho de paja.
Sin más discusión, cerró los ojos. Los otros se acostaron y se prepararon
para dormir, aunque pasaría un largo tiempo hasta que alguno de ellos se
durmiera. Descansaron en la sombra durante gran parte de la mañana, los
ojos cerrados, pero despiertos, pensando en el grupo de batalla, los
estómagos rugiendo de la emoción… y del hambre.
Capítulo Cuatro
La guerra era la gran adicción de los humanos. Los vampiros amaban pelear
y se veían envueltos en sangrientos y brutales encuentros todo el tiempo.
Pero se habían involucrado en una guerra solo una vez, cuando setenta
miembros de su clan se alejaron para convertirse en los vampanezes. Aunque
varios vampiros se habían enfrentado a las fuerzas humanas en el pasado,
nunca se habían comprometido con todos sus conflictos. Como una vieja
broma decía, la guerra no estaba en su sangre.
Los humanos, por otro lado, parecía que no se interesaban en nada más.
Larten había visto mucho del planeta en los últimos veinte años. Había
explorado los continentes de Europa, África, América y Asia. Las guerras
hacían estragos en todos lados mientras los hombres hallaban nuevas e
ingeniosas maneras de matar aún más de su propia raza. Era como un
concurso, todas las tribus de la humanidad compitiendo para ver cuál cometía
las peores atrocidades.
Aunque los vampiros maduros no estaban atraídos a la guerra, a los
Cachorros les fascinaba. Para ellos era un deporte para ver, igual que el boxeo
o la lucha. Muchos se juntaban en el campo de batalla y alentaban a los
soldados, se reían de los inocentes tratando de escapar de la línea de fuego,
apostaban a quien iba a clamar victoria.
Y obviamente se alimentaban ¡Por los dioses, cómo se alimentaban!
La guerra a la que Larten y sus compañeros viajaban para observar esa
noche era una escaramuza menor. Los estudiantes la recordarían en las
décadas siguientes, pero no sería marcada como un de las batallas más
importantes de esa época. Ningún vasto pedazo de tierra estaba en juego. La
historia no pendía de la balanza. No había reales beneficios. Era solamente
otro enfrentamiento de hombres que se sentían conducidos a matarse entre
sí por razones que solo sus líderes conocían. Y algunas veces ni siquiera sus
reyes y generales podían explicar por qué estaba peleando. Usualmente iban
a la guerra simplemente porque no podían pensar en nada más que hacer.
Los vampiros llegaron algunas horas después del anochecer. Había signos
de pelea por todas partes. Campos teñidos de sangre, espadas y mosquetes
rotos, extremidades pudriéndose, incluso algunos cuerpos enteros. Se sentía
el hedor y los animales y los pájaros se estaban atiborrando, picoteando la
carne de los huesos y mordisqueando las tripas, haciéndose del festín más
inesperado.
Tanish estudió un campo de cultivos pisoteados. Sus ojos afilados
descubrieron el cadáver de un niño entre los tallos. La cabeza de un soldado
estaba media sumergida en el agujero de un conejo. Un pie descalzo
sobresalía en el aire, los cuatro dedos pequeños habían sido comidos, dejando
solamente el dedo gordo apuntando singularmente hacia el cielo. Tanish
corrió su mirada sobre la sangre y las entrañas, mirando todo.
Luego rió.
“Esto se ve como un lote especialmente perverso,” dijo Tanish
entusiastamente. “Deberíamos tener un día interesante.”
“¿No crees que nos hemos perdido toda la pelea?” preguntó Zula.
“No durante mucho tiempo,” dijo Yebba. “Huelo el miedo humano en el
aire. En esa dirección.” Apuntó hacia el oeste. “Y en esa.” Este. “Esperan
encontrarse de nuevo, y saben que cuando lo hagan morirán muchos más.”
Aunque Larten podía oler a los soldados, no era capaz de determinar con
precisión la esencia del miedo. Pero Yebba era quince años mayor y había sido
convertido cuando apenas tenía trece. Los sentidos de vampiro mejoraban en
la mayor parte los primeros cien años.
El Yebba de nariz perspicaz lideró el camino mientras se concentraban en el
camino de sus parientes. Los vampiros eran más difíciles de rastrear que los
humanos. Si Larten no hubiera sabido que había otros presentes,
probablemente no habría notado los rastros sutiles de su olor en el aire.
Encontraron al grupo de guerra descansando debajo de un enorme y
frondoso árbol. Eran ocho, una pareja más joven que Larten, el resto de su
misma edad o mayor. Tanish era el mayor, e inmediatamente actuó como si
fuera el vampiro superior.
“Levántense, ustedes Cachorros vagos, buenos para nada,” gruñó,
parándose más allá de las ramas del árbol, mirándolos enfurecidamente como
un General. “¿Es esa la manera de comportarse frente a sus superiores?”
“No eres superior a los granos de mi espalda, Tanish,” provocó un vampiro.
Larten lo reconoció. Jordan Egin, uno de los tres en el grupo que ya conocía de
antes.
Jordan se levantó, se encorvó hacia Tanish, se burló en su cara y luego se
rió y lo abrazó fuertemente. “Es bueno verte de nuevo, viejo amigo.”
“Y a ti,” dijo Tanish. “Recordarás a estos dos.”
“Larten y Wester,” Jordan asintió. “Festejamos con ganas el año pasado,
¿no?”
El par se rio entre dientes al recordar, aunque Wester se veía un tanto
avergonzado. Se había excedido en esa ocasión había estado violentamente
enfermo luego.
“Estos son Yebba y Zula Pone,” dijo Tanish. “Yebba tiene una nariz como un
sabueso y Zule es un villano de la más alta orden. Se llevarán bien.”
Los vampiros sacudieron las manos y luego se adelantaron para saludar al
resto del grupo. No pasó mucho tiempo hasta que se encontraron bebiendo
cerveza y contando las historias de sus aventuras.
Los grupos de guerra eran un fenómeno relativamente nuevo. Los vampiros
tendían a quedarse fuera del camino de los humanos en guerra en el pasado,
sin dirigir la atención hacia ellos mismos. Pero había tantas guerras siendo
peleadas ahora, a tan masiva escala, que los caminantes de la noche se
mezclaban libremente con las tropas humanas en la mayoría de los lugares.
Los Cachorros habían comenzado a frecuentar los campos de batalla muchas
décadas antes y ahora era una parte común de sus vidas. Un vampiro solitario
podía casi siempre estar seguro de encontrar compañía en una zona de
guerra.
Larten escuchaba felizmente a las historias de Jordan y los otros, y contó
algunas de las suyas en cambio. Hubo mucha risa cuando Tanish les contó el
truco que había hecho la noche previa, y Larten tuvo que sacarse su chaqueta
y su camisa para mostrar su espalda quemada por el sol. Ya se había
recuperado de las peores quemaduras, pero su piel seguía doliendo al tacto, y
algunos vampiros le dieron una bofetada y abuchearon cuando chilló. Tuvo
que noquear un par de cabezas antes de que le dejaran solo, pero era todo en
buenos términos.
El siguiente combate entre los ejércitos no empezaría sino hasta avanzada
la mañana. Ambos lados esperaban refuerzos. Así que el grupo se acostó
cuando el sol se alzó y durmieron un poco. Cuando fueron despertados por el
sonido de las armas de fuego, gimieron, se estiraron, tomaron algunas
sombrillas de un gran saco y fueron en busca de la batalla.
Larten se había sentido tonto la primera vez que se había parado entre un
grupo de soldados empeñados en matarse el uno al otro, protegido del sol por
una sombrilla que le habría quedado mucho mejor a una mujer. Pero se había
acostumbrado. Ahora se sentía de la misma manera que un cazador cuando se
pone ropas ridículas antes de montar a su caballo y cabalgar detrás de sus
perros de caza.
Los Cachorros encontraron a los soldados en un campo amplio. Estaban
peleando mano a mano. La mayoría estaba armado con espadas o cuchillos,
los cuales eran los preferidos de los vampiros. Les desagradaban las pistolas
por un número de razones, principalmente porque el clan veía mal su uso –las
pistolas eran la elección de los cobardes–. Estaba además el hecho de que las
pistolas podían volverse en contra de los Cachorros. Los vampiros eran más
duros que los humanos y mucho más difíciles de matar, pero una bala bien
puesta podía contar incluso para el mejor de ellos. Era una vergonzosa
manera de morir, tu cerebro volado desde la distancia.
Pero la mayoría de los Cachorros desaprobaban la guerra a larga distancia
porque era aburrida. No había mucha diversión en mirar humanos
disparándose entre ellos. El placer estaba en observarlos luchar para
sobrevivir. En peleas sucias como esta, docenas de duelos estaban siendo
peleados, dramas de vida o muerte que los vampiros podían seguir con
regocijo macabro, para luego marcharse al final y discutir como si fuera un
juego.
Algunos de los soldados notaron a los curiosos hombres con las sombrillas,
pero la mayoría estaba demasiado concentrado en la tarea de seguir vivo. Si
atrapaban en una mirada a las figuras de piel pálida llenas de cicatrices
caminando a su lado, se paraban a evaluar si los extraños eran o no una
amenaza. Cuando los soldados veían que los observadores no tenían
intenciones de hacer daño, su atención volvía a aquellos que sí las tenían.
Los vampiros casi nunca eran desafiados. Los humanos que los veían no
siempre sabían quiénes eran sus espectadores –muchos nunca habían
escuchado los mitos sobre vampiros– pero podían decir que los visitantes no
eran de su clase. Mirarían a las criaturas de piel pálida deslizándose entre sus
filas, moviéndose pulcramente fuera del peligro cuando se acercaban
demasiado a la acción. Algunas veces los soldados se persignarían y
murmurarían oraciones. Pero la mayoría elegía no enfrentar a las visitas
espectrales y hacían su mejor esfuerzo en olvidarse de ellos si sobrevivían.
Había cosas en el mundo en las que la mayoría de la gente no quería hacer
hincapié de ninguna manera.
Larten se divirtió ese día. Como Tanish había predicho, los ejércitos
peleaban en venganza. Por lo que sea que ellos estaban peleando, las tropas
claramente odiaban a sus oponentes y estaban determinados en derramar
tanta sangre como fuera posible antes de que se declarara la tregua. No era
solamente acuchillar a otro y luego alejarse. Cuando un soldado derribaba a
un oponente, hacía una pausa para atacar otra vez, destripándolo,
destrozando su cara en pedazos, hasta mutilándolo incluso cuando ya estaba
muerto. Era una salvaje, sangrienta exhibición, muy del gusto de Larten.
Ocasionalmente, mientras saltaba sobre los cadáveres y vadeaba los
charcos de sangre, Larten recordaría que él había sido una vez humano. Si su
vida no hubiera tomado el giro que tomó, habría sido herido en un campo
como éste, peleando hasta morir, matando porque tendría que hacerlo. Se
preguntó cómo se habría sentido en esa posición, si hubiera levantado la
mirada y visto un vampiro mirándolo como a un insecto.
Larten siempre sacaba rápidamente esa clase de pensamiento de su
cabeza. Una de las cosas más duras de ser un vampiro era separarte a ti
mismo de tus orígenes. Debías dejar atrás tus viejos hábitos para realmente
encajar en el clan. No había ninguna habitación para la pena si querías
convertirte en un buen vampiro. Debías forzarte a ver a los humanos como
una especie diferente, inferior.
Un hombre joven había sido disparado en el hombro y daba vueltas por la
fuerza del impacto. Cayó contra Larten, quien lo estabilizó con una mano,
manteniendo su sombrilla derecha con la otra. Los ojos del hombre se
ampliaron con miedo y dudas. Luego el dolor lo golpeó y se dobló. Larten casi
fue a ayudarle, pero si mostraba favoritismo los soldados del otro ejército lo
atacarían. Ambos ignoraban a los vampiros porque eran neutrales. Si
interferían, corrían riesgos de ser atacados. Entonces, Larten dejó al joven
hombre retorcerse en la suciedad, solo y desatendido, y siguió paseando.
La batalla duró la mayor parte de la siesta. El grupo de guerra se retiró a la
tarde para descansar. Debatían los momentos destacados, cada uno contando
lo que había presenciado. Algunos habían sido cortados o atacados, y Jordan
había sido disparado en su brazo izquierdo. Pero las heridas no eran serias y
se reían de ellas mientras se relajaban bajo un árbol, comparando los
arañazos.
Los vampiros dormitaron, dejando el sol caer. Cuando la oscuridad de
estableció en el mundo, volvieron a la zona de la matanza. No había sonrisas
esta vez, o si había eran tensas, crueles, burlas inhumanas. No había bromas
tampoco. Procedieron suave y silenciosamente. Las sombrillas fueron dejadas
atrás, y cuando llegaron al borde del campo de batalla se quitaron sus sacos,
capas y botas. Una pareja incluso se despojó de todo, quedándose desnudos
debajo de la luna.
Por un minuto se quedaron a un costado, bebiendo en la visa de los
cadáveres y charcos de sangre que hacían agua a la boca. Ningún humano se
movió. Incluso esos que nunca habían escuchado sobre los vampiros sentían
la amenaza en el aire de la noche y se retiraban a la seguridad del campo. En
la mañana regresarían a sepultar los cuerpos de sus aliados caídos y a juntar
las armas, zapatos y otros instrumentos. Pero la noche le pertenecía a los
Cachorros.
Cuando los vampiros estuvieron satisfechos de que el campo era de ellos,
se acercaron. Andaban suavemente, apenas pisoteando el césped mientras
avanzaban sobre los cadáveres. Sus fosas nasales y sus ojos estaban bien
abiertos. Baba caía de los labios de muchos. Algunos temblaban con
expectación. Otros gruñían suavemente.
Se mantuvieron como un grupo hasta que estuvieron en el medio de la
matanza. Todos los ojos se posaban en Tanish. Aunque antes habían
desdeñado sus reclamos como líder, en esta situación agradecían su derecho
a dirigir. Si él dudaba, ellos lo ignorarían y seguirían adelante, pero le dieron la
oportunidad de liberarlos, como era la manera de los vampiros.
Tanish se expresó a la manera de los lobos, chasqueó sus dientes y se arrojó
a cuatro patas. A su alrededor todos hicieron lo mismo. Separándolos el uno
del otro, escarbaron los cuerpos de los muertos, separando la carne de los
huesos, engullendo sangre como si se derramara del cielo, revolcándose en el
espeso líquido rojo.
Luego de un rato comenzaron a aullar y golpearon repetidamente el suelo
con los huesos que habían arrancado. Algunos pelearon entre sí, luchando
torpemente, pero las peleas no duraron mucho. Podían desafiarse de verdad
en cualquier momento. Estas noches perfectas estaban reservadas para
placeres más salvajes que la batalla.
Como el resto del grupo, Larten se perdió rápidamente en el frenesí de
alimentarse. Por una hora o más, no fue ni humano ni vampiro, solo una
aullante, hambrienta criatura de deseos oscuros. Algunas veces se deslizaba
entre los fríos y pegajosos cuerpos como un voraz gusano, cortando,
masticando, bebiendo. Y todo lo que sabía… lo que todos sabían… todo en lo
que su mundo consistía durante ese intenso, cruel y oscuro momento… era
sangre.
Capítulo Cinco
Los vampiros durmieron hasta tarde el día siguiente. Un par se levantaron
para ver la lucha por la tarde, pero la mayoría ya había visto suficiente y
prefirió descansar, digiriendo el banquete y soñando con futuros festines
frenéticos.
“Despierta,” gruñó Tanish por la noche, apretando a Larten en las costillas.
“Déjame en paz,” refunfuñó Larten.
“Has dormido lo suficiente,” dijo Tanish. “Estoy aburrido. ¡Quiero que me
enseñes nuevos trucos!
“¿Has dominado los que te enseñé la última vez?”
“Algunos.” Tanish rió. “Soy bastante bueno en los que puedo usar para
jugar poker.”
“¿Haces trampa cuando juegas?” Larten frunció el ceño, incorporándose.
“Si necesito dinero.” Tanish se encogió de hombros. “No me gusta robar.
Prefiero trabajar para mis ganancias ilícitas.”
“¿Piensas que el engaño es trabajo?”
“Sólo estamos hablando de seres humanos,” dijo Tanish. “Nunca tramaría
nada contra los nuestros. Vamos, Mercurio, te encanta lucirte. Tienes las
manos más rápidas que he visto nunca. Enséñame, oh sabio de ágiles dedos.”
Larten sonrió y tomó un mazo de cartas de una bolsa de cuero. Las deslizó
un par de minutos en ejercicios de calentamiento, y luego enseñó a Tanish
unas pocas formas de hacer que las cartas hicieran lo que fuera que deseara.
Tuvo que frenar sus movimientos para que su amigo pudiera seguirlo.
“Eres antinatural,” dijo Tanish con admiración. “¿Eres así de rápido en una
pelea?”
“Me has visto pelear muchas veces,” dijo Larten.
“Escaramuzas de borrachos, sí, pero nunca en una batalla real. ¿Alguna vez
has luchado hasta la muerte?”
Larten negó con la cabeza. “No desde que fui convertido.”
“¿Quieres decir que has matado antes?”
“No quiero hablar de ello”
“¡Oh–oh! Mercurio esconde un secreto. Dime. No te voy a dejar en paz
hasta que lo hagas.”
“Ese no es un tema de discusión,” dijo Larten en voz baja, y aunque no
había amenaza en su tono de voz, Tanish supo de inmediato que el vampiro
de pelo naranja iba en serio. Él resopló como si no le importara, y entonces se
enfocó en las cartas.
Mientras jugaban y los demás se agitaban a su alrededor, un hombre se
acercó a ellos a través del campo de matanza. Se movía más rápido que un
humano y se refugiaba debajo de una pesada capa. Larten asumió que era
otro Cachorro que venía a unirse al grupo. El recién llegado se sentiría
decepcionado por la disminución de los sonidos de la batalla, parecía que los
soldados habían superado lo peor de su ira. La batalla llegaba a su fin.
El hombre desaceleró cuando vio a los vampiros bajo el árbol. Los estudió,
con su cara oculta por las sombras de su capa. Luego se acercó. Cuando
estaba al borde del alcance del árbol, dejó caer la capa.
“¡Por la negra sangre de Harnon Oan!” rugió Wester, poniéndose de pie,
boquiabierto por la incredulidad.
El recién llegado no era humano, pero tampoco era un vampiro. Tenía el
pelo y las uñas rojas y un par de ojos ardientes rojos, y su piel era de un tono
violáceo.
“Soy Randel Chayne de los vampanezes,” dijo al resto de los Cachorros que
estaban tan conmocionados como Wester. “Vengo a buscar un desafío.”
Nadie hablaba. Todos estaban atónitos. Retos entre las dos tribus de la
noche no eran nada nuevo, pero los Cachorros normalmente eran ignorados,
al contrario de los Generales. Esta era la primera vez que la mayoría de ellos
veía a uno de sus lejanos primos de sangre.
Randel estudió a los estupefactos vampiros, sus cejas arqueadas. “Si es así
como reaccionan los vampiros con cada desafío, tal vez no vale la pena
pelear.”
“¡Te enseñaremos sobre pena, escoria!” gritó Wester, lanzándose contra el
vampanez, con sus manos torcidas como garras, y el odio oscureciendo sus
rasgos.
Larten agarró a su amigo y lo detuvo. “No,” le espetó. “No estás listo para
esto. Él te mataría.”
“Déjame ir,” gruñó Wester mientras Randel se echaba a reír cruelmente.
“Tú no tienes derecho a ponerte en mi camino. Voy a romper su cuello, y si
intentas detenerme…”
“Él romperá tu cuello antes de que puedas poner una mano sobre él,” dijo
Larten con frialdad. “Él no es un asistente, puedes verlo por el color oscuro de
su piel. Él es un vampanez. Debe detestar a los vampiros, o nunca habría
molestado a Cachorros como nosotros. Él no está buscando un desafío, el solo
busca un asesinato fácil. Eso es todo, ¿no?” gritó Larten al vampanez. “No te
atreves a enfrentarte a uno de nuestros Generales, así que buscas entre los
Cachorros sin experiencia. Eres un cobarde.”
Randel se burló. “He peleado y matado a Generales, y una noche voy a
luchar y matar a un Príncipe, si los dioses son buenos conmigo. No tengo nada
que probar y no reaccionaré a los insultos de bribones como tú. Pero hoy,
para pasar el tiempo, quiero hacer frente a un Cachorro. Me han dicho que
son lentos y suaves. ¿Alguno puede probarme que me equivoco?”
Los ojos de Wester brillaron y otra vez trató de atacar. Larten lo bloqueó y
le dijo sin emoción, “Si peleas, él te va a matar y nunca podrás tomar
venganza con aquel que asesinó a tu familia.” Luego se hizo a un lado,
dejando a Wester tomar la decisión final, como era su derecho.
Mientras Wester agonizaba –él quería más que nada matar al extraño, pero
sabía que Larten decía la verdad– Randel miró con disgusto el grupo de
batalla. “Seguro tienen un líder,” bromeó. “A los vampiros les encanta ser
liderados. ¿Ni siquiera el fuerte jefe del grupo aceptará mi reto?”
Todos los ojos miraron a Tanish. Había exigido el derecho a mandar y ellos
se lo habían concedido. Si no respondía a este desafío, sería deshonrado.
Cualquier vampiro de buena reputación daría un paso adelante. Incluso los
Cachorros rebeldes tenían normas que cumplir. Los miembros del grupo
esperaban que Tanish hiciera frente a ese villano de piel púrpura, diera una
buena batalla y muriera con honor.
Pero Tanish no se movió. Sus mejillas estaban ardiendo y se quedó mirando
al suelo como si nunca pudiera levantar la vista nuevamente. Cuando se
dieron cuenta de que no iba a reaccionar, sus rostros se endurecieron. Varios
se pararon para la batalla –incluso el herido Jordan se puso de pie– pero Zula
Pone fue el primero en dar un paso adelante.
“Yo te enfrentaré, Randel de los vampanezes,” dijo Zula, quitándose el
abrigo con el que había estado durmiendo. “Y cuando te mate, voy a honrar tu
cuerpo y diré una plegaria a los dioses de los vampiros para que acepten tu
alma rebelde.”
Randel rio, pero el tono burlón había desaparecido de su voz cuando dijo,
“Acepto tu reto. Pero yo no voy a preguntar tu nombre ni a decir plegarias por
ti a los dioses cuando esto termine. Este es nuestro camino. Simplemente
matamos o morimos. La gloria está en la batalla, no en lo que se haga o diga
después.”
Randel se apartó de la sombra de los árboles, hacia la luz mortal del sol.
Como los vampiros, él no podía soportar cómodamente la exposición al sol.
Pero las peleas entre los hijos de la noche rara vez duraban más que un
minuto o dos. De una forma u otra, él no tendría que tolerar la irritación por
mucho.
El rechoncho, feo Zula siguió a Randel hacia el claro. Fue con calma, la
mirada clara y estable, dispuesto a aceptar lo que sea que se pusiera en su
camino. En ese momento él era un verdadero vampiro, más noble que
cualquiera de los Cachorros mirándolo, y todos ellos se sintieron humillados.
“¿Qué arma eliges?” preguntó Zula cuando estuvieron cara a cara.
“Las manos están bien para mí,” dijo Randel, flexionando los dedos.
“Como desees.”
Zula arremetió, con las cinco uñas afiladas con la garantía de cortar a través
de casi todo sobre la Tierra, incluyendo la carne de la garganta de un
vampanez. Sin embargo, Randel bloqueó el brazo de Zula y lo golpeó en el
estómago. Zula gruñó y cayó hacia atrás. Randel pudo haberlo presionado,
pero en lugar de eso se mantuvo firme y esperó a que el vampiro atacara de
nuevo.
Envalentonado, Zula se lanzó contra su enemigo, luego se detuvo y tomó un
profundo respiro, recuperando la compostura. Cuando recuperó el control de
sí mismo, avanzó lento, estudiando los ojos de Randel por signos de
advertencia de sus intenciones. Larten había pensado que Zula estaba
condenado al fracaso cuando aceptó el desafío, pero mirándolo, ahora creía
que tal vez el Cachorro tuviera una oportunidad.
Cuando Zula estuvo a su alcance, Randel balanceó su puño contra él. Zula lo
bloqueó y le dio una patada en la espinilla a Randel. Lo golpeó y Randel cayó.
Los vampiros gritaron con entusiasmo, pero sus gritos duraron poco. Cuando
Randel cayó, agarró a Zula y lo torció a su alrededor y hacia abajo. Zula se dio
cuenta demasiado tarde que su oponente había anticipado su ataque. Antes
de que pudiera ajustarse, cayó pesadamente sobre su espalda, y sobre los
dedos extendidos de una de las manos de Randel, que el vampanez había
deslizado astutamente debajo de él.
Zula gritó cuando las uñas del vampanez se clavaron en sus pulmones. A
continuación, se puso rígido, con su respiración capturada en su garganta. Sus
piernas sufrieron un espasmo, pero sus brazos seguían extrañamente a los
lados. Tragó saliva un par de veces, la sangre escapando por su boca, los ojos
muy abiertos, mirando fijamente al sol. Siempre había pensado que iba a
morir a la luz de la Luna. Se veía injusto que un hijo de la noche se perdiera de
esa manera, antes de que el sol se ocultara. Deseó que Randel hubiese venido
unas horas después, así podría haber contado las estrellas una vez más.
Y entonces no deseó más.
Randel empujó al vampiro muerto lejos y se limpió la mano sobre la hierba.
Nunca miró a Zula, pero sí echó un vistazo a los vampiros de cara pálida
refugiados bajo el árbol.
“Son una desgracia para sus maestros,” gruñó Randel, a continuación tomó
su abrigo, lo puso sobre su cabeza y siguió moviéndose.
Los Cachorros se quedaron mirando al vampanez mientras éste se iba
cometeando y estuvieron en silencio hasta que se perdió de vista. Entonces
Larten y Jordan fueron a buscar el cuerpo de Zula Pone. Lo quemarían más
tarde o lo lanzarían a un río, dependiendo de lo que la mayoría pensara que el
vampiro feo hubiera querido.
Tanish estaba sentado solo cuando Larten regresó. Estaba de espaldas al
resto de los Cachorros y nadie se acercaba él. Ignoraban a su líder caído,
tratándolo con el desprecio que merecía. Larten lo sentía por su amigo, pero
no podía ayudarlo. Una de las primeras cosas que Seba le había enseñado era
que cada hombre tomaba sus propias decisiones en la vida, y debía atenerse a
las consecuencias de sus decisiones.
Al caer el sol, Tanish se levantó y se puso en marcha. No dijo adiós y nadie
le preguntó a dónde iba. No tomó nada, incluso dejó caer su costoso abrigo y
descartó su camisa de seda. Larten sabía, mientras veía al desgraciado Tanish
irse, que esa sería probablemente la última vez que lo vería. Tanish Eul ya no
era parte del clan. Él no era un traidor, pero los Cachorros nunca
mencionarían su nombre de nuevo, y si alguien preguntaba por él, ellos
responderían con un simple e irrefutable, “Ahora camina con los humanos.”
Parte Dos
“Si el clan entero se le opusiera, caeríamos.”
Capítulo Seis
La Guerra Civil Americana fue el desperdicio de vida más sangriento que
Larten había tenido que presenciar. Los vampiros habían sabido sobre
América mucho antes de que los europeos la descubrieran. Uno del clan había
navegado con Leif Ericson y treina y cuatro otros, a comienzos del segundo
siglo, y antes de que Paris Skyle se convirtiera en Príncipe había estado a la
mano de Columbus cuando el humano había perdido esperanza y estaba a
punto de volver. El anciano vampiro estaría triste de ver lo que le había
sucedido al país, pero no sorprendido. ¿Por qué estas tribus deberían ser
diferentes a las que dejaron atrás? La gente hablaría de un Nuevo Mundo,
pero eran los mismos viejos humanos.
Larten observaba desde la distancia los miles de hombres jóvenes
enfrentándose y yendo hacia una muerte prematura. Él, Wester y Seba habían
acampado en una colina fuera del camino de la pelea algunas noches antes.
Desde entonces se habían mantenido en vela, dejando el campamento solo
para cazar y estirar las piernas.
El par de Cachorros habían abandonado los grupos de guerra y regresado
con su maestro algunos años después de la caída de Tanish. Nunca habían
sido capaces de perderse en una guerra y otras actividades menores de la
misma manera que lo hacían antes del día oscuro. Se sentían avergonzados, y
los Cachorros con los que estaban eran un constante recordatorio de lo que
había sucedido.
Seba nunca les preguntó a sus asistentes por qué habían vuelto. Estaba
sorprendido de verlos regresar a él tan pronto –no los había esperado sino
hasta otra década– pero un maestro no necesitaba saber todo sobre sus
estudiantes. Les dejó mantener sus secretos y se concentró en su
entrenamiento.
Seba no los humilló como había hecho antes, ni les dio tareas que no
pudieran completar. El par había cambiado, Larten en particular, y ahora Seba
los consideraba dignos de respeto. Creía que ya estaban listos para
emprender las pruebas que decidirían si eran o no capaces de jugar un rol
activo en las cuestiones del clan.
Mientras Larten analizaba los bandos americanos peleando, se preguntó de
nuevo por qué Seba los había llevado a ese lugar. Su maestro nunca había
mostrado ningún interés en los asuntos humanos y ni siquiera había mirado a
los soldados desde que habían llegado. ¿Qué podría haberlo atraído hacia
este torbellino de masacre?
Wester se paró junto al hombre en el que pensaba como un hermano y
observó durante un momento con él. Ambos estaban pensando en Tanish Eul.
“¿Cuánto tiempo más crees que estaremos aquí?” preguntó Wester, pero
Larten solo gruñó en respuesta. “¿Oliste el grupo de guerra anoche?”
“Sí.”
Los sentidos de Larten habían mejorado mucho en los años recientes. Había
estado consiente de los otros vampiros por las últimas dos noches pero los
había ignorado, quedándose del lado de Seba, listo para obedecer las órdenes
de su maestro.
“Extraño ser parte de un grupo,” Wester suspiró. “Alimentase en el campo
de batalla era barbárico pero exquisito.”
“Estoy seguro que los adictos recapacitados del opio extrañan sus pipas,”
dijo Larten secamente. “Eso no significa que deberían volver a sus viejos
hábitos”
“No fue tan malo,” dijo Wester.
“¿No?” Larten se encogió de hombros. “Me he dicho a mí mismo que no
había nada malo en lo que hacíamos, porque había muchos otros vampiros
disfrutando en el baño de sangre. Pero esa no es excusa. Quizás los humanos
no merezcan nuestro respeto, pero no ameritan nuestro desprecio tampoco.”
Wester sonrió. “Suenas exactamente como Seba.”
Larten se estremeció y se rasco su nariz, y luego sus orejas. En el pasado
había intentado copiar la manera de hablar de Seba, y éste simplemente lo
corregía cuando cometía un error. Pero desde que había regresado de su
tiempo con los Cachorros, Seba se lo tomó más seriamente. Le preguntó a
Larten si realmente quería mejorar su vocabulario. Cuando el desprevenido
asistente lo confirmó, fue el comienzo de una nueva fase, una que había
terminado por despreciar. Incluso le había suplicado a Seba que se detuviera,
pero el anciano vampiro no cedería.
Bajo el nuevo régimen, cuando Larten decía “no” o “no,”* Seba arrancaba
pelos de las fosas nasales de su estudiante, que era lejos mucho más doloroso
de lo que Larten podía haber imaginado. Después de un año de eso, trató de
ser más listo que su maestro quemándose los pelos de su nariz, pero Seba fijó
su mirada en los pelos de sus orejas en cambio, ¡y eso era aún peor! El
asistente de cabello naranja aprendió rápidamente de tales castigos. Sufría
* “don’t” (no hacer) y “can’t” (no poder) en inglés. “Don’t” es la abreviación de “Do not”, y “Can’t” de “Can not”. Al parecer, a Seba no le gustan las abreviaciones.
alguna equivocación ocasionalmente, pero rara vez. Habían pasado semanas
desde que Seba se había sentido obligado de arrancar algún pelo.
Mientras Larten y Wester miraban, Seba se les unió, disfrutando el débil sol
de la tarde. Había pasado casi medio siglo desde que había conocido al chico
asustado en la tenebrosa cripta y lo había tomado como asistente. Seba había
envejecido mucho esos años. Su largo cabello era casi gris ahora. Se había
afeitado su barba y la piel alrededor de su garganta estaba seca y arrugada,
cubierta con viejas cicatrices y manchas. Lucía maltratado y cansado, y gruñía
si se movía demasiado rápido.
Aún podía marcar un ritmo que sus asistentes luchaban por mantener, y era
tan ligero de pies y rápido de manos como siempre. A veces hablaba de estar
cerca de su final, pero Larten sospechaba que su viejo maestro podría
terminar este siglo y quizás dos más. No que alguna vez lo dijera, no quería
buscar mala suerte.
“Wester dice que sueno como tú,” dijo Larten
“Debe estar quedándose sordo,” Seba resopló. Protegiendo sus ojos del sol,
estudió a los soldados. Habían concluido su matanza por el día, y cojeaban de
vuelta a su campamento, arrastrando a los heridos, dejando a los muertos
para las criaturas de la noche que podían sentir dando vueltas. “Estúpidos
nobles,” Seba suspiró. “Una guerra debería ser suficiente para cualquier raza.
¿Por qué siguen y siguen?”
Ni Larten ni Wester intentaron responder. No habían sido vampiros ni de
cerca tanto tiempo como su maestro, pero tan jóvenes como eran, ambos
encontraban difícil el recordar el tiempo en el que caminaron como humanos,
o cómo sus pensamientos funcionaban en esos días menos plagados de
sangre.
“Nos moveremos esta noche,” dijo Seba. “Solo unas pocas millas. Estaría
agradecido si acarrearan mi ataúd.”
Larten y Wester fueron a buscar el ataúd de Seba al rústico refugio que
habían construido, luego lo siguieron colina abajo y alrededor de un prado de
cadáveres. Los jóvenes vampiros aún no habían desarrollado una afición hacia
los ataúdes. Habían dormido en muchos mientras viajaban con Seba,
escondidos en criptas o tumbas, pero cuando les daban a elegir preferían las
camas. Su maestro, sin embargo, sólo se sentía cómodo con paredes de pino a
sus costados y una tapa arriba. Había probado muchos ataúdes desde su
llegada a América. Cuando finalmente encontró uno de su gusto, lo reclamó
de su propiedad y suplicó perdón al esqueleto que había desalojado. Sus
asistentes habían estado acarreándolo tras él desde entonces.
Mientras el trío seguía el curso de un pequeño arroyo, alguien gritó
abruptamente desde un árbol al otro lado. “El mismo viejo Seba Nile, siempre
tiene que tener las comodidades modernas. No se las puede arreglar con un
piso de piedra y un cielo como techo.”
Larten y Wester bajaron el ataúd y entrecerraron los ojos. Larten conocía la
voz, pero no podía ubicarla. Mientras trataba de ponerle una cara, un
andrajoso vampiro se dejó caer de las ramas. Estaba vestido con pieles de
animales y un par de cinturones atados alrededor de su pecho, estrellas
arrojadizas colgando flojamente de ellos. Tenía largo cabello verde. Escupió en
el arroyo mientras lo cruzaba, y Larten estaba completamente seguro de
escuchar al General tirarse un pedo, aunque debería haber sido el crujir de los
árboles.
“Vancha March,” Seba sonrió. “Me preguntaba de dónde venía ese hedor
nauseabundo.”
“No sé de qué estás hablando,” Vancha hizo una mueca. “Me bañé la
primavera pasada, incluso aunque no lo necesitaba.” Frunció el ceño. “¿O fue
la primavera anterior?” Con una risa, lanzó un saludo hacia Larten y Wester.
“¿Siguen merodeando con ese viejo buitre?”
“Alguien tiene que cuidar de él,” dijo Larten.
“Está demasiado débil como para cargar con su propio ataúd,” añadió
Wester.
Larten y Wester no habían visto al inmundo General desde su primera visita
a la Montaña de los Vampiros, por lo que había que ponerse al día. Pero antes
de que pudieran hacer preguntas, Seba señaló el ataúd y carraspeó
deliberadamente. Gruñendo, tomaron el ataúd y lo siguieron a una respetable
distancia mientras su maestro paseaba con Vancha y el par discutía asuntos
que no eran para los oídos de los jóvenes.
En un momento doblaron una curva y Larten capturó la visión de una
tienda. Debería haberlo descartado como una tienda de un oficial humano,
pero Seba y Vancha se dirigían hacia allí, por lo que acomodó el ataúd en su
hombre y robó una mirada más de cerca.
La tienda no era como ninguna otra que hubiera visto antes. Era circular,
alta y ancha, adornada con hermosos patrones cosidos de flores de agua y
ranas. Se parecía un poco a la tienda donde el Cirque du Freak realizaba sus
actuaciones, pero no estaba nada cerca del mismo tamaño. Había tres tiendas
más pequeñas alrededor y un tendedero se sostenía detrás de ellas, de donde
colgaban gran variedad de vestidos y ropa interior de mujer.
Un Wester confuso le dio un codazo a Larten, quien frunció el ceño ante las
ropas femeninas y dijo, “¿Qué clase de mujer coloca su tendedero al borde de
un campo de batalla?”
La respuesta les llegó a ambos al mismo tiempo, pero Wester fue quien
exclamó, “¡Una mujer de lo salvaje!”
Compartiendo una mirada emocionada, se apresuraron detrás de su
maestro y su maloliente aliado, dirigiéndose hacia la tienda de la mujer que
–si habían adivinado bien– era tan poderosa y crucial para el destino del clan
de los vampiros como cualquier diosa de leyenda.
Capítulo Siete
Seba se detuvo en la entrada de la tienda y pidió a Larten y Wester que
dejaran a un lado su ataúd. Tiró de su camisa roja y su abrigo, enderezó
algunas arrugas y la examinó buscando suciedad.
“¿Cómo me veo?” preguntó Vancha, escupiendo en su mano y usándola
para peinar hacia atrás su cabello verde.
“Como un querubín,” murmuró Seba.
“¿Crees que…?”
La solapa de la entrada se abrió hacia atrás, poniendo fin a su pregunta, y
una mujer dio un paso adelante. Era bajita y fea –a Larten le recordó a Zula
Pone en algunos aspectos– e incluso más sucia que Vancha. No llevaba
zapatos ni ropa. En su lugar había sogas enrolladas alrededor de su cuerpo.
Tenía orejas puntiagudas, una nariz pequeña, un ojo marrón y uno verde. Era
tan musculosa como un hombre e incluso más peluda que uno, desde una fina
barba y bigote hasta diez dedos de los pies muy peludos. Sus manos eran
regordetas y sus uñas cortas excepto las de los dos dedos pequeños, que eran
largas y afiladas.
Larten pensaba que esta era una elección muy extraña de sirviente para
una bruja tan poderosa como Lady Evanna (si era verdad que era a ella a
quien venían a conocer). Había asumido que Evanna tendría bonitas y
finamente vestidas doncellas para servirla. Tal vez ella se había apiadado de
esa criatura desafortunada y le había dado un hogar porque nadie más lo
haría.
Entonces, para el asombro de Larten, la pequeña, fea mujer chilló, se lanzó
hacia adelante y gritó, “¡Mi pequeño Vancha!” A medida que el General
trataba de retroceder en pánico, ella lo alzó del suelo y lo sacudió en el aire
como si fuera una muñeca grande.
“¡Bájame!” gritó Vancha furiosamente.
“No hasta que me des un beso, niño travieso,” se rió ella.
“Te voy a dar una patada en el…”
“Lenguaje, Vancha,” lo detuvo, apretando sus costillas tan fuerte que sus
ojos parecían a punto de reventar.
“Mis disculpas… Señora,” jadeó él, y luego besó rápidamente su mejilla
antes de que lo sofocara.
La mujer sonrió y lo dejó caer, y luego hizo una reverencia con gracia hacia
Seba. “Eres bienvenido como siempre, Señor Nile,” dijo en una voz suave y
melódica.
“Agradezco ese privilegio, mi Señora,” dijo Seba, inclinándose como lo
habría hecho ante un Príncipe.
“Has traído un par de asistentes,” señaló ella, observando con su ojo
marrón a Larten y su ojo verde a Wester. Ambos boquiabiertos ante ella.
“Este es Lar…” comenzó Seba a presentarlos.
“Conozco sus nombre,” interrumpió la mujer. “Y creo que ellos el mío.
¿Verdad, señores?”
“¿Evanna?” jadeó Wester, sin poder creerlo.
“Esperaban a alguien más glamoroso,” le dijo a Vancha.
“Muchos lo hacen,” sonrió.
“Tal vez esto es más lo que tenían en mente,” Ella brilló y cambió de forma.
Ahora era alta y esbelta, con largo cabello rubio y rasgos de ángel, vestida con
un suelto vestido blanco. Larten la miró fijamente, enamorado. Alargó la
mano para acariciarla, pero la dejó caer. Él sentía que no tenía el derecho de
tocar a alguien tan hermoso.
“Muy fácil de impresionar,” chasqueó la lengua, y volvió a su anterior
apariencia. “No debes juzgar por lo que hay en el exterior. Solo un tonto se
enamora de una cara bonita. ¿Son tontos?”
Larten fue el primero el hablar esta vez. “Por ti, Señora, sería cualquier
cosa,” dijo suavemente, las palabras brotando de su boca.
Evanna levantó una ceja y lo miró. Pero cuando el parpadeó, confundido
por su mirada helada, ella se dio cuenta de que no estaba siendo descarado.
“Me agrada este, Seba,” susurró ella. “No es el vampiro más brillante que he
conocido, pero tiene un buen corazón.”
“Mis dos asistentes tienen buen corazón,” dijo Seba. “¿Pero es el corazón
de Larten el que esperas ganar?”
Evanna se rió ávidamente de la pregunta. “Estás aquí sólo unos minutos y
ya quieres emparejarme con el vampiro que tienes más a tu alcance.” Ella
rozó su mejilla con cariño y sacudió la cabeza. “No me pidas algún favor aún,
viejo amigo. Déjanos simplemente disfrutar nuestra compañía durante un
tiempo. Me gustaría saber lo que han estado haciendo, y cómo va la vida del
resto del clan.”
Tomando su brazo, ella guió al vampiro de cabello gris adentro. Después de
una pausa, Larten y Wester los siguieron. Vancha entró último, después de
pasar su palma con saliva otra vez por su cabello para dejarlo duro y brillante.
“Si esto no la impresiona,” dijo con aire de suficiencia para sí mismo, “¡no sé
qué haré!”
Evanna era la hija de Desmond Tiny. Él la había creado miles de años atrás,
mezclando la sangre de un vampiro con la de una loba embarazada. Ella era
una poderosa hechicera que podía realizar muchos hechizos mágicos. Sin
embargo, los habitantes de la noche estaban más interesados en una
habilidad particular de ella.
Los vampiros no podían tener hijos. Así habían sido siempre. Para mantener
la raza con vida, debían convertir humanos. El clan solía pensar que siempre
sería así, pero Evanna tenía el poder de engendrar el hijo de un vampiro. Si
ella quisiera, podría procrear con un vampiro, y su descendencia podría
reproducirse también.
Los vampiros habían estado cortejando a Evanna durante cientos de años.
Mr. Tiny había advertido que ella y su niño tendrían el poder para acabar con
el clan, pero no les importaban los riesgos. La posibilidad de poder tener un
hijo era embriagadora.
Pero Evanna había rechazado todas sus propuestas. Ella nunca había
tomado a un vampiro como pareja o había dado alguna señal de que tenía
intención de hacerlo. A pesar de que la habían buscado y habían tratado de
ganar su corazón, luchando en su nombre, ofreciéndole regalos, haciendo
todo lo posible para hacerla suya. Todo en vano.
Larten secretamente esperaba cautivar a la legendaria Señora de lo Salvaje.
Él tenía su manera con las damas. Pocas habían sido capaces de resistirse,
cuando era un Cachorro, y estaba seguro de que ella se enamoraría de él
como muchas otras lo habían hecho. Si Evanna lo aceptaba, él se convertiría
en el padre fundador de una nueva generación de vampiros y su poder y fama
estarían asegurados.
“Me hubiera puesto ropa más fina si hubiese sabido que vendríamos aquí,”
le susurró a Wester cuando se sentaron en un sofá cargado de almohadas.
“No te preocupes,” sonrió Wester. “Si Vancha es tu única oposición, no
puedes fallar.”
A pesar de que Wester había soñado también con ganar la mano de la
afamada Señora, ahora que había visto la intención en los ojos de Larten, sacó
esos pensamientos de su mente. Siempre le dejaba el camino a su mejor
amigo. Nunca habían peleado por una mujer ni por nada sobre lo que Larten
hubiese puesto sus ojos. Wester pensaba en Larten como su hermano y él
amaba totalmente al vampiro de cabello naranja. Él nunca trataba de tomar
las cosas que Larten deseaba, ni siquiera si él también las anhelaba.
La tienda parecía más grande por dentro que por fuera. Había una cama de
felpa en el medio, pinturas colgaban de las vigas, estatuas situadas en todos
lados. Grandes velas se consumían lentamente, alrededor de cuencos y jarras
desbordados de frutas, verduras, agua y vino. No había carne ni pescado, lo
que sorprendió a Larten hasta que recordó el rumor de que Evanna no comía
nada que no fuera cultivado.
Tres mujeres jóvenes llevaron cuencos y jarras hacia los vampiros una vez
que estuvieron sentados. Todas estaban vestidas con simples camisas blancas
y pantalones beige. Larten rara vez había visto a una mujer en pantalones y su
mirada siguió a las sirvientas. Una de ellas –que tenía el pelo negro y largo y
astutos ojos grises– lo atrapó mirándola y lo observó desafiante. Él intento su
sonrisa célebre, la que hacía que a la mayoría de las mujeres les temblaran las
piernas– pero su mirada solamente se profundizó. Sorprendido y perturbado,
Larten tosió y volvió la cabeza a un lado. Wester lo vio y escondió su sonrisa.
“Lo primero es lo primero,” dijo Evanna, tumbada en un sillón y cogiendo
una uva de una bandeja. “¿Cómo ha estado mi pequeño Vancha? Cuéntale
todo a mami.”
“¿Mami?” jadeó Larten.
“Me gustaría que no dijeras cosas así,” Vancha hizo una mueca. “No te
llamo bruja, ¿cierto?”
“Y con razón,” espetó Evanna, con sus ojos brillando. “Voy a cortar la
lengua de cualquier persona que me llame así. Soy la hechicera más poderosa,
una sacerdotisa de las artes oscuras, madre del futuro, y Señora de lo Salvaje.
Tú, por el contrario, siempre serás mi dulce y tierno Vancha. Todavía recuerdo
cuando te alimentaba y la forma en que eructabas cuando terminabas.” Ella
se rió. “Todo eso no ha cambiado.”
“Evanna me encontró cuando era un bebé,” murmuró Vancha a Larten y
Wester. “Mis padres habían sido asesinados y yo había sido dejado para
morir. Ella me rescató y me llevó con ella durante unos años antes de
entregarme a… alguien más,” terminó, vagamente.
La sonrisa de Evanna se desvaneció. “Lo haces sonar como si yo te hubiese
llevado solo,” dijo en voz baja.
“Como yo lo recuerdo, Señora, así lo hiciste,” dijo Vancha, con cierto tono
cortante en su voz que sorprendió al par de vampiros más jóvenes.
Evanna sostuvo la mirada a Vancha por unos segundo, luego negó con la
cabeza y suspiró. “Un hombre nunca debe dar la espalda a su…”
“¡Por favor!” interrumpió Vancha. “Deja al pasado atrás.”
“El pasado nunca queda atrás por siempre,” murmuró Evanna. “No
podemos escondernos de aquellos a quienes estamos unidos por la
naturaleza. Pero si deseas mantener tu tonto secreto, que así sea. Tú sabes
que solo deseo lo mejor para ti.”
“Y estoy agradecido por eso,” dijo Vancha, con sus rasgos suavizándose.
Luego escupió y le guiñó un ojo. “Sólo desearía que no me trataras como a un
maldito niño.”
Evanna rió. “Cuando tengas unos siglos más en tu cuenta, te voy a
considerar un adulto. Hasta eso…” Ella le pellizcó la mejilla.
“¡Por las entrañas del Charna!” rugió Vancha. “¡Vas demasiado lejos!” Él se
arrojó contra ella y rodaron juntos por el suelo de la tienda.
Él daba puñetazos y patadas a la bruja, pero ella se limitó a reír y arrojarlo
limpiamente. Al aterrizar, él sacó una estrella de su cinturón y la lanzó contra
su cabeza.
Evanna atrapó la estrella mortal en el aire y se limpió tranquilamente los
dientes con una de sus púas. “¿Todavía jugando con shurikens?” murmuró.
“Pensé que habrías encontrado un juguete nuevo ahora.”
Parecía que Vancha iba a atacar de nuevo, pero al final echó hacia atrás la
cabeza y se rió. “¡Por todos los dioses de los vampiros, eres una pieza dura!
Ven, vamos a brindar por los amigos ausentes y cantar canciones sobre las
viejas noches.”
“Beberé contigo en cualquier momento, querido,” dijo Evanna. “Y con tus
compañeros, también.” Ella chasqueó los dedos a sus sirvientas. “Leche para
el Señor March.” Entonces miró a los demás. “¿Cerveza, supongo?”
“¡Sí!” exclamaron Larten y Wester.
“¿Por qué no?” agregó Seba con una sonrisa.
Barriles de la mejor cerveza que Larten hubiera probado fueron traídos, y el
resto de la noche fue un borrón desde ese momento.
Capítulo Ocho
Larten despertó a media tarde con la cabeza punzante. Estaba en una
hamaca, aunque no recordaba haberse subido a una. Mientras se
incorporaba, vio que alguien había pintado una serie de tatuajes en sus manos
con un carboncillo o algún marcador similar. Frunció el ceño, pensó en
investigar, y luego decidió que era mejor no saberlo. Gimiendo, hizo el camino
hacia un barril de agua de lluvia fuera de la tienda, y sumergió su cabeza.
Cuando la levantó para tomar aire, una de las asistentes de Evanna –la que
tenía pelo oscuro y ojos grises– estaba parada detrás de él, sosteniendo un
tazón de algo caliente y humeante.
“Toma esto,” dijo ella.
“No es cerveza, ¿no?” preguntó Larten, su cara palideciendo ante el
pensamiento.
La asistente sonrió brevemente –se veía linda cuando sonreía– y luego
sacudió la cabeza. “Un remedio de los de mi señora. Te sentirás mejor luego
de haberlo tomado.”
Larten había probado un gran número de curas para la resaca en el pasado,
ninguna de ellas había hecho mucho por él. Pero para ser amable, tomó el
tazón de la mujer –no más que una chica, al verla con la luz del día– y tomó la
mitad. Terminó el resto unos momentos después y casi inmediatamente su
dolor de cabeza comenzó a disiparse.
“Esto es asombroso,” exclamó. “¿Qué es?”
“Te pondrías enfermo de nuevo si te dijera,” la chica rio. Tenía un diente
torcido, notó Larten, pero un hombre podía ignorar fácilmente una falla como
esa.
“No creo que me hayas dicho tu nombre,” dijo Larten suavemente.
“Crees mal,” le respondió. “En realidad hiciste una canción sobre ello.
Adorable Arra Sails, néctar de todos los males, ¡cómo me gustaría arponearte
como un ballenero arponea una ballena!† Había más, pero, tristemente, esa
era la mejor línea.”
Larten hizo una mueca. “Tengo el hábito de hacer rimas insultantes cuando
estoy ebrio. Mis disculpas.”
“No hay necesidad. Tus canciones sobre mis dos hermanas eran peores.
Pero estaban casi tan ebrias como tú, así que dudo que lo recuerden.”
“¿Tres hermanas trabajando para la misma señora? Eso es inusual.”
† En ingles rima.
“No son mis verdaderas hermanas,” Arra suspiró, como si estuviera
explicando algo obvio a un idiota. “Es sólo cómo Evanna se refiere a
nosotras.” Se encogió de hombros. “Son suficientemente simpáticas, aunque
no pienso en ellas como amigas.” Arra entrecerró los ojos mirando a Larten y
frunció los labios. “Eres un vampiro ¿no?”
“Sí,” dijo Larten orgullosamente.
“¿Los vampiros no se deterioran bajo la luz directa del sol?”
“No inmediatamente. Comenzaría a quemarme si me quedo afuera, pero
no me matará hasta un par de horas. Muchos de los mitos son falsos o
distorsiones de la realidad.”
“Evanna no habla mucho sobre vampiros, excepto para quejarse sobre
como ustedes la persiguen a todos lados como perros.”
Larten frunció el ceño ante eso pero no dijo nada. Se dirigió adentro pero
Arra bloqueó su camino. “Esa de allá es mi tienda.” Señaló con la cabeza hacia
una de las tres pequeñas tiendas ubicadas al lado de la de Evanna. “Si no
tienes asuntos urgentes que atender, me gustaría hablar contigo y aprender
sobre vampiros.”
Larten arqueó una ceja, divertido.
“Cuando digo hablar, me refiero a hablar,” gruñó Arra, leyendo su mente.
“Trataste de besarme anoche.”
“¿Cómo respondiste?” preguntó Larten.
Arra sonrió. “Solo digamos que el siguiente verso de tu canción comenzaba
con, Peligrosa Arra Sails, tiene una lengua atroz”
Larten soltó una risita, luego siguió a Arra hacia su tienda. Como la de
Evanna, era más grande de lo que se veía desde afuera, aunque estaba
simplemente decorada y Arra no tenía muchas posesiones personales. El par
se sentó en la cama –Arra se aseguró de que había una prudente distancia
entre ellos– y Larten habló durante mucho rato sobre su vida, el clan y la
Montaña de los Vampiros. Arra escuchó en silencio interesada en todo. Fue
solo cuando habló sobre cometear cuando lo interrumpió.
“Mi señora puede cometear también. Y puede soplar un gas que hace que
la gente se desmaye, aunque raramente necesita hacerlo. ¿Crees que los
vampiros heredaron su magia de Evanna o su padre?”
“¿Conoces a Desmond Tiny?” preguntó Larten.
“No. Pero he escuchado sobre él a través de visitantes como tú.”
Larten siempre había dado por sentado los talentos mágicos del clan, tales
como la longevidad, la fuerza y la velocidad. Pero ahora que pensaba en ello,
se dio cuenta de que tales regalos eran misteriosos. ¿Sus talentos
sobrenaturales se desarrollaron naturalmente o eran la obra de un
entrometido con más poder? Larten hizo una nota mental de preguntar a
Seba luego, aunque tenía el sentimiento de que su maestro tampoco sería
capaz de responder esa pregunta.
“Cuéntame sobre ti,” dijo Larten, cambiando de tema. “¿Cómo terminaste
trabajando para Evanna? ¿Eres de la edad que aparentas o eres más vieja que
tu señora?”
“¿Vieja?” chilló Arra, arrojándole un almohadón. “Edúcate, vampiro, o te
estacaré afuera y te dejaré quemándote en el suelo.”
Mientras Larten sonreía, se relajó y le contó un poco sobre de donde venía,
cómo había huido de casa en busca de aventura y encontrado a Evanna. “O fui
encontrada por ella,” añadió Arra suspicazmente. “Tengo el de
presentimiento de que manda a buscar aprendices. Nosotras no vagamos en
su vida, ni siquiera aunque aparentemos hacerlo.”
Evanna le había enseñado a Arra unos pocos hechizos, pero la chica era
empleada mayormente como sirviente, para acatar a los invitados de su
señora y limpiar por ellos. No estaba contenta con eso. Ella quería aprender
los secretos del mundo de Evanna y convertirse en una potente hechicera.
“No es como si nos necesitara,” se quejó Arra. “La he visto chasquear los
dedos y conjurar una comida completa, o agitar la mano hacia una habitación
sucia y de repente está limpia. A ella solo le gusta tener sirvientes para andar
mandoneando.”
“¿Por qué no te vas?” preguntó Larten.
“Lo haré,” dijo Arra. “Pero no quiero moverme hasta tener otro lugar donde
ir. Escapé sin ninguna dirección una vez, cuando dejé mi hogar, pero mejor no
dejo todo al azar una segunda vez.”
Sus ojos se entrecerraron. Empezó a preguntarle algo a Larten, pero luego
alguien silbó en la distancia y ella hizo una mueca. “Mi señora me quiere.”
“¿Te silba como a un perro?” Larten sonrió.
“Si te ríes, envenenaré tu próxima bebida,” gruñó Arra, y luego se apresuró
para ver qué era lo que Evanna quería. Larten la siguió, todavía sonriendo.
Había sido agradable, charlar con Arra. Era una pequeña cosa cortante, y los
ceños fruncidos venían más fácilmente que las sonrisas, pero a Larten le
gustaba. Tenía esperanza de que pudieran ser amigos, al menos por un
tiempo, antes de irse con Seba y Wester. Luego de eso se dio cuenta de que
era poco probable que volviera a ver a la chica de aspecto rudo otra vez.
Capítulo Nueve
Pasaron dos noches más con la Señora de lo Salvaje. Otros vampiros
llegaron a verla mientras estuvieron allí. La mayoría era del grupo de guerra a
la sombra de los humanos guerreros, pero otros vinieron de mucho más lejos,
cruzando océanos al igual que Seba y sus asistentes.
Algunos Cachorros reconocieron a Larten y Wester, y saludaron a Larten
por su apodo. Hacía años que no lo llamaban Mercurio y lo encontró
extrañamente inquietante. Esa parte de su vida había quedado detrás y ahora
quería seguir adelante. A pesar de que fue amable con los Cachorros, no
quería renovar esas amistades.
Evanna acogió a la mayoría de los visitantes abiertamente, pero a veces
enviaba a Seba y sus ayudantes lejos para hablar con algún recién llegado en
privado. Ella parecía saber lo que cada uno de sus visitantes prefería, e hizo lo
posible para satisfacer sus necesidades, excepto sus ruegos de aceptarlos
como pareja.
“Vinimos a este país para conocer a Evanna, ¿cierto?” Wester preguntó a
Seba la tercera noche, cuando estaban descansando en una colina cercana
después de caer sobre el campamento de los soldados para alimentarse.
Seba asintió. “Tan agudo como siempre, Señor Flack. Evanna prefiere que el
clan la deje sola. Se cansa de las propuestas sin fin. Pero ella sabe lo mucho
que la buscamos, así que ella nos deja estar varias noches de vez en cuando
para cortejarla. Unos pocos privilegiados son bienvenidos en su casa, también,
pero la mayoría debe conformarse con este tipo de reuniones.”
“¿Dónde vive?” preguntó Wester.
Seba negó con la cabeza. “Si ella quiere que lo sepas, te lo dirá.”
“¿Así que nos trajiste aquí para que ella nos viera, en caso de que le
gustaran nuestras caras?” preguntó Larten.
“Sí.” Seba se frotó la nuca y suspiró. “Creemos que Evanna elegirá un
compañero alguna noche, ya sea un vampiro o un vampanez, pero…”
“¿Un vampanez?” ladró Wester. “¿Se relaciona con ellos también?”
“Ella conoce a todas las criaturas de la noche,” dijo Seba calmadamente.
“Evanna no hace distinción entre nosotros. Los vampanezes son tan queridos
para ella como nosotros. Trata de mantenernos separados –se moverá a un
nuevo sitio pronto, creo, donde se reunirá con nuestros primos de sangre–
pero si un vampanez viniera aquí deberíamos tratarlo con respeto.”
“No podría,” gruñó Wester. “Si veo a cualquiera de esa escoria, voy a…”
“…hacer nada, excepto desearle una buena noche,” dijo Seba sin rodeos y
había un tono cortante en su voz que sus asistentes rara vez escuchaban. “Si
enojas a Evanna, ella te aplastará. Nunca dejes que su encanto te haga olvidar
que ella es la hija de Desmond Tiny. Respeta sus deseos cuando estás en su
presencia, Wester, o ninguna palabra podrá salvarte.”
Wester fulminó con la mirada a su maestro. Para aliviar la tensión, Larten le
preguntó a Seba como supo que Evanna estaría allí.
“Ella me guió hasta aquí,” respondió Seba vagamente. “Aquellos que
buscan a Evanna simplemente siguen sus pies. No sabía que acabaríamos aquí
cuando salimos. Todo lo que sabía era que la encontraríamos donde ella
quisiera ser encontrada.”
“¿Y realmente esperabas que uno de nosotros la sedujera?” lo presionó
Larten.
Seba se rió entre dientes. “Dudo si alguna vez alguien seducirá a Evanna.
Pero hiciste un buen intento, Larten. No sabía que fueras tan suave con las
damas.”
“Normalmente soy más exitoso,” gruñó Larten con amargura. Todas sus
palabras halagadoras, sus miradas de reojo y sus trucos habían pasado de
largo a la bruja. Ella había sido amable con él y se reía de sus bromas, pero
nunca dio el menor indicio de que pudiera considerarlo como una pareja.
“No seas tan duro contigo mismo,” dijo Seba. “Muchos buenos vampiros
han sido rechazados antes de ti, y muchos lo serán en el futuro también, estoy
seguro. Lo que estaba por decir antes de la interrupción de Wester, es que
nosotros creemos que eventualmente escogerá una pareja, pero que no
sabemos qué cualidades está buscando, o siquiera si está buscando; tal vez
está esperando cierto tiempo, o evento.
”Dado que sabemos muy poco de su corazón, muchos de nosotros venimos
a verla de vez en cuando, y traemos a nuestros asistentes cuando están listos
para este tipo de reunión. Seguimos esperando que una noche ella reclame a
uno de nosotros como suyo. Pero hasta ahora, estamos sin suerte.
“¿Qué ocurrirá si toma un vampanez?” gruñó Wester.
“Tememos eso más que nada,” dijo Seba. “Evanna tiene el poder de
destruir el clan. Si ella elije un vampanez como pareja, su hijo sin duda
heredará algunos de sus poderes mágicos. Tal vez el temido Señor de los
Vampanezes será el hijo de Evanna.”
“Entonces, ¿por qué no atacamos?” siseó Wester. “¿Matarla o secuestrarla
y hacerla hacer lo que queramos?”
“Si esta tontería continua, te voy a azotar hasta que tu carne se desprenda
de tu columna vertebral, como la piel de una serpiente,” rugió Seba.
Wester parpadeó con sorpresa. El viejo vampiro nunca había amenazado a
ninguno de ellos de esa forma antes. Había habido muchos puños y patadas
durante esos años, pero nunca una salvaje, brutal promesa.
Seba vio el dolor en los ojos de sus ayudantes. “Entiéndanme,” dijo
suavemente. “ella es mucho más fuerte que cualquiera de nosotros, que
todos nosotros juntos. Si el clan entero se le opusiera, caeríamos.”
“Nadie puede ser tan poderoso,” dijo Larten dubitativo.
“No exagero,” insistió Seba. “Su poder no es de este mundo. Hay mitos
sobre dioses creando países, elevando montañas, agitando los mares. No sé si
esas historias son ciertas, pero creo que Evanna puede hacer todo eso y más.
Así que no me hagan escuchar más sobre ustedes conspirando contra ella. Ella
puede ser un enemigo peor que cualquier otro, con excepción de su
entrometido padre.”
Seba miró a sus asistentes a los ojos, tratando de asegurarse de que sus
palabras les habían llegado. Vio que había creado un impacto y esperó que
eso previniera futuras locuras.
“Ahora,” dijo, forzando una sonrisa. “Regresemos, y que no se diga más
sobre esto. Sólo que, si ella pone los ojos sobre ustedes, ¡no se preocupen por
un largo noviazgo!”
Larten y Wester se rieron débilmente, y luego siguieron a Seba de vuelta a
la tienda, los tres en silencio y sumergidos en sus pensamientos.
La tienda ya había sido desmantelada cuando regresaron. Las aprendices de
Evanna estaban paradas detrás de un carro, preparándose tristemente para
empujar. No había forma alguna de que la tienda pudiera caber dentro del
carro –la lona por sí misma habría requerido un vagón– pero Larten no estaba
sorprendido. La Señora de lo Salvaje podía realizar muchas maravillas.
“Tiempo de partir,” dijo Evanna alegremente. “He tenido menos visitantes
de lo normal. El clan debe estar perdiendo su interés en mí.”
“¿Debes viajar muy lejos, Señora?” preguntó Seba, besando sus mejillas.
“Sabes muy bien que voy a saludar a mis otros admiradores cercanos,” dijo
Evanna.
Seba sonrió. “Sí, pero no voy a admitirlo.”
“Tontos chicos,” espetó Evanna. “¿Por qué no dejan sus disputas atrás y se
reúnen? La vida sería mucho más fácil si lo hicieran.”
“No es tan simple,” suspiró Seba. “Estamos obligados por los hilos del
destino.”
“Todos estamos obligados por ellos,” dijo Evanna con voz hueca, una
mirada triste cruzó su cara. Luego meneó la cabeza y levantó a Vancha, que se
había quedado atrás mientras los otros cazaban. “Adiós, mi pequeño bebé.”
“¡Déjame ir!” rugió, aporreándole las orejas.
Ella rió y le besó la nariz. Mientras luchaba y amenazaba, ella lo besó en los
labios. Sus brazos y piernas se relajaron y él sonrió con timidez cuando ella lo
bajó.
Evanna se volvió a Wester y Larten. La bruja no estaba hermosa como la
primera vez que la había visto, pero Larten no se percató de su fealdad.
“Fue un placer conocerlos,” dijo ella.
“Fue un honor, mi Señora,” respondió Wester, haciendo una reverencia.
“Un honor,” hizo eco Larten, entonces se arrodilló sobre una rodilla y tomó
su sucia mano. “Me gustaría visitarla de nuevo en algún momento, si puede
encontrar en su corazón el darme permiso.”
“Es atrevido, este,” se rió entre dientes Evanna. Soltó la mano de Larten y
atrapó su barbilla. Inclinó su cabeza hacia atrás y miró hacia abajo directo a él.
Por un momento, él pensó que sus ojos habían cambiado de lugar –¿no había
estado el azul en el lado derecho antes?– pero entonces ella habló y él perdió
interés en esas trivialidades.
“Mi casa es mi refugio del mundo. Invito allí sólo a un selecto grupo de mis
amigos más cercanos. ¿Por qué recibiría a un pequeño vampiro como tú?”
Él tuvo el presentimiento de que si daba una respuesta incorrecta, nunca
volvería a ver a la Señora de lo Salvaje. Intentando no preocuparse por eso,
dijo con voz temblorosa. “Soy bueno limpiando. Si alguna vez quisiera tomar
un baño, podría fregar su espalda.”
Evanna parpadeó lentamente. Larten podía verla debatiéndose entre reírse
y sacarle la cabeza. Afortunadamente para el joven vampiro, ella optó ver el
lado divertido de la propuesta.
“Descarado como un mono,” rió Evanna, liberando la barbilla de Larten y
mostrando su desprecio. “Una extraña elección de asistente, Seba, pero me
gusta. Sí, Larten Crepsley, puedes visitarme cada vez que la fantasía te tome.”
Ella presionó un dedo en su frente y él sintió un zumbido profundo en su
cerebro. “Serás capaz de encontrarme cuando lo desees.”
Evanna asintió educadamente a Wester, y aunque no pudo reprimir una
punzada de celos, él esbozó una sonrisa genuina. Esto confirmó lo que
siempre había pensado; Larten era de alguna manera superior a él, destinado
a grandes cosas. A Wester le hubiera gustado ser un vampiro importante,
pero el mundo también necesitaba de los actores secundarios. No tenía
sentido desear ser más de lo que era. Era feliz de hacer lo mejor con lo que
sea que la vida tuviera para él.
Entonces la bruja se fue, encorvada en la distancia, viéndose como una
mujer loca que había escapado del manicomio. Arra Sails y las otras
aprendices fueron después de ella, gimiendo mientras empujaban el carro.
Arra miró a Larten y sonrió con simpatía.
“Muy bien, señores,” exclamó Seba en cuanto las mujeres salieron de la
vista. “Hemos perdido bastantes años. Es hora de volver a asuntos más
urgentes. Tomen sus pertenencias y prepárense para un viaje duro. Iremos a
la Montaña de los Vampiros inmediatamente.”
Parte Tres
“Significa respeto.”
Capítulo Diez
Era momento para otro Consejo en la Montaña de los Vampiros. Los
vampiros viajaban de todo el mundo para juntarse con viejos amigos,
desafiarse el uno al otro, debatir leyes, contar historias y pasar un buen rato.
Larten y Wester estaban ocupados por adelantado, ayudando en las Salas de
Juegos, preparando las habitaciones para caos del Festival de los No Muertos.
El par había estado instalado permanentemente en la montaña por los
últimos dos años. Ambos habían pasado sus Pruebas de Iniciación –cinco
pruebas arriesgadas que todos los vampiros debían pasar– no mucho tiempo
después de que volvieran con Seba. Larten hizo sus pruebas muchos meses
antes que Wester, y las pasó, pero Wester casi falla. En su segunda prueba se
enfrentó a dos jabalíes salvajes que habían sido inyectados con sangre de
vampiro. Se las arregló para matarlos, pero uno lo traspasó con sus colmillos
antes de morir y tuvo que esforzarse mucho para completar sus últimas tres
pruebas.
Seba había visitado a Wester antes de su tercera prueba y le preguntó si
había hecho la paz con los dioses de los vampiros. La muerte no era nada de lo
que asustarse si uno estaba listo para ella. Wester había asentido sobriamente
y dijo que podía morir sin remordimientos si ese era su destino.
Wester había convocado a Larten un poco después y le contó lo que su
maestro había dicho. Luego, en una voz apagada, dijo. “Mentí. Quiero que me
hagas una promesa. Es mucho pedir, y entenderé si te niegas, pero si muero,
quiero que le sigas la pista y mates a Murlough por mí.”
Larten casi hizo la promesa –incluso aunque el vampanez había tenido
piedad de ellos cuando estaba en su poder tomar sus vidas– pero algo en la
expresión de Wester lo detuvo. Las Pruebas de Iniciación eran tanto
obstáculos mentales como físicos. Si pierdes tu fe en ti, puede ser tan fatal
como perder un brazo o una pierna.
“Mourlough es tu enemigo, no el mío,” dijo Larten fríamente. “Si mueres,
no voy a darle caza en tu nombre. No te pediría que te cargues a mis
enemigos, y tú tampoco deberías pedírmelo.”
Wester había estado sorprendido y dolido, pero aceptó la decisión de
Larten y tristemente luchó el resto de sus Pruebas, impulsado por su deseo de
sobrevivir y cobrar venganza por la matanza de su familia.
El par había estado estudiando duro bajo la tutoría de Seba y los otros
desde entonces, tomando los primeros pasos en el largo camino para
convertirse en General Vampiro. Mucho de su tiempo era empleado
aprendiendo las complicaciones del combate. Incluso pasaban noches enteras
en la Sala de Juegos, usándose para prácticas entre sí, vigilados por un tutor.
Ahora, uno de sus tutores les bramaba para que vacíen un cajón lleno de
hachas. “¿A qué están esperando? El último vampiro llegó hace tres horas. El
Festival comienza al poner el sol. ¿Quizás quieran que cacen las hachas, hacer
un juego sobre ello?”
“¡Perdón, Vanez!” rugieron, apurándose incluso aunque ya estaban
trabajando rápido.
Vanez Blane miró enojado a sus asistentes, y luego se fue. Estaba en una
actitud insoportable. Era su primera vez trabajando en las Salas de Juegos del
Consejo. Normalmente los guardias se encargaban de esas cosas, pero
estaban escasos este año por lo que se había presentado voluntario para
ayudar. Ahora se arrepentía de su oferta. Tanto para pensar y por lo que
preocuparse. Estaba determinado a no caer de nuevo en esta trampa. Tan
pronto como el Consejo terminara se iría, y se aseguraría de nunca ser
atrapado para obligaciones como esta una segunda vez. Pertenecía a lo
salvaje, ¡No encerrado dentro de una montaña!
Tan ocupado y estresado como estaba, Larten estaba ansioso por el
Consejo. Los últimos años habían sido monótonos y agotadores. Aunque no se
arrepentía de su elección de volver con Seba y dedicarse a sus estudios,
extrañaba el mundo exterior, los viajes, las noches de tomar, jugar y adular a
las señoritas, la emoción de la guerra.
Larten estaba encantado sobre cómo se estaba desarrollando. Aprendía
velozmente y mejoraba rápido. No era el más grande de los vampiros, pero su
velocidad y sus habilidades le ayudaban a obtener lo mejor de la mayoría de
sus oponentes. Las noches de Larten siendo golpeado por los demás se habían
ido.
Aun así no estaba realmente feliz. No podía señalar la razón de su
descontento. Simplemente sentía como si hubiera vuelto aquí antes de haber
terminado con el mundo. No tenía ningún deseo de volver a ser un Cachorro
o correr con un grupo de guerra, pero sentía que le estaba faltando algo.
Algunas veces pensaba sobre Vur Horston y los planes que habían tenido de
niños de explorar cada centímetro del mundo. Aunque Larten había viajado
en el mundo ampliamente, quería ver más de él, para honrar la memoria de
su primo perdido. Obviamente sería capaz de hacerlo una vez que se
convirtiera en General –podía pasar el resto de su vida vagando si quería–
pero Larten era impaciente. Quería hacerlo todo y verlo todo ahora.
Aun así, no tendría que soportar la vida en la montaña mucho más. Cada
vampiro estaba forzado a someterse a un grado de entrenamiento si
deseaban convertirse en un General, pero la mayoría de sus lecciones podían
ser aprendidas en la carretera. Seba llevaría a Larten y Wester lejos de aquí
pronto, quizás al finalizar el Consejo, y podrían estudiar a un aire más relajado
mientras viajaban lejos y ampliamente como habían hecho en el pasado.
Cuando terminaron de preparar las hachas, Larten y Wester se reportaron a
Vanez para más instrucciones. Los mantuvo dando vueltas por las Salas y los
túneles por las siguientes horas, gritándoles incluso cuando trabajaban rápida
y eficientemente. Larten estaba en el punto de devolver el golpe cuando de
repente Vanez les sonrió.
“Lo hicieron bien,” dijo. “Vayan a prepararse para el Festival. Y por favor
perdónenme si descargué mis frustraciones en ustedes.”
“No hay nada que perdonar,” Larten sonrió, luego compartió una mirada
emocionada con Wester. Se apresuraron hacia el Salón de Perta Vin–Grahl
para un rápido baño, luego a la cueva que compartían con Seba y cinco otros,
para ponerse su ropa más fina y asegurarse de que lucían lo mejor posible
para la ceremonia de apertura.
Las primeras horas del Festival fueron tan locas como era usual, vampiros
peleando como si el clan estuviera en el punto de extinción y no quedara
nadie para pelear la próxima noche. Huesos eran destrozados, extremidades
eran cercenadas y cuatro vampiros hicieron un viaje prematuro al Paraíso, con
sus amigos aplaudiéndolos –morir en combate era una noble manera de
perecer–.
Larten se dejó llevar por la marea de vampiros peleando –no había ningún
punto en tratar de pelear contra ella– pero tan pronto como las cosas se
calmaron un poco fue en busca de un oponente en particular. No sabía el
nombre del vampiro, solo que era alto y fornido, con una nariz que había sido
rota muchas veces. El General había ridiculizado a Larten cuando lo venció
fácilmente en un desafío la primera vez que había ido al Consejo. Larten había
estado esperando para enfrentarlo otra vez desde entonces.
Larten fue desafiado algunas veces en su búsqueda del General, y tuvo que
responder a todos –no debías ignorar un desafío durante el Festival– pero
finalmente encontró a su hombre parado cerca de las barras en la Sala de
Oceen Pird, mirando a dos vampiros con cosas de punta redondeada tratando
de derribarse el uno al otro.
“¡Tú!” Gritó Larten, golpeando la espalda del vampiro.
El General miró a su alrededor y frunció el ceño. No recordaba a este joven
cachorro, pero algo sobre su cabello naranja descubrió un recuerdo.
“Lucha conmigo,” dijo Larten.
El vampiro sonrió amargamente y se giró. El corazón de Larten se hundió –
el brazo derecho del General faltaba desde un poco más abajo del hombro.
“¿Por qué la cara larga?” El General dijo, luego lanzó una corta mirada al
espacio donde su brazo debería estar. “Seguro esto no te detendrá. Solo es
una herida.”
“Yo…” Larten dudó.
“…no quieres pelear con un inválido?” preguntó suavemente el General,
con fuego ardiendo en sus ojos.
Larten se puso rígido. “No tengo ninguna intención de ofenderte con
lástima. Simplemente iba a decir que no quiero tener una injusta ventaja. Así
que…” Tiró su brazo derecho dentro de su camisa, metiéndolo
apretadamente.
El General miró a Larten boquiabierto, luego se rio. “¡Siempre hay una
primera vez!‡ Ven a mí, entonces, joven, y que la suerte de los vampiros este
contigo.”
Larten se movió hacia el General y trató de agarrarlo con su mano
izquierda. Pero no estaba habituado a la lucha con una mano. El General,
quien tuvo años para adaptarse, arrojó al vampiro más joven al piso y lo
aplastó con sus piernas.
“Uno para mí,” sonrió mientras Larten se alzaba y se sacudía el polvo, luego
avanzó para arrojar a su retador dos veces más en una rápida sucesión.
Larten no imaginó que la pelea fuera así, pero había planeado usar ambos
brazos. Mientras se levantaba por tercera vez, todo lo que podía hacer era reír
ante la inesperada dirección que el combate había tomado.
Muchos años antes el General había humillado a Larten y se había
marchado con desprecio luego de derrotarlo. Pero ahora ayudo al vampiro de
cabello naranja a pararse y lo abrazó cálidamente.
“Debería haberte vencido con facilidad, pero te has ganado mi respeto,
joven. No tenías que desafiarme en mis propios términos. Al hacerlo probaste
que tienes valentía y dignidad, así como algo todavía más difícil… ¡estilo!
Pelearemos otra vez algún día, cuando tengas más practica con un solo brazo,
¿sí?”
‡ Se refiere a que es la primera vez que ve algo parecido
“Sí,” Larten se rio entre dientes.
Tomaron mucho y hablaron de muchas cosas esa noche. El General le contó
a Larten sobre algunas de las veces en las que su nariz se había roto y los
grandes vampiros a los que se había enfrentado en desafíos a lo largo de los
años. Pero nunca mencionó su nombre, y si lo hizo, Larten falló en notarlo.
Durante los siguientes años Larten practicó algunas veces con un brazo
atado detrás de su espalda. Pero nunca fue a probarse contra el General de la
nariz rota otra vez, porque murió pronto luego del Consejo en una lucha
contra una pantera. Estaba solo y su travesía no fue marcada, pero si alguien
hubiera estado presente, habría visto su sonrisa antes de que su garganta
fuera sido arrancada. No habrían sabido por qué sonreía, pero estaba
recordando afectuosamente la noche en la que un asistente de cabeza
naranja lo había desafiado a una lucha libre con un solo brazo en la Sala de
Oceen Pird.
Capítulo Once
La noche dio paso al día y la mayoría de los vampiros fueron a descansar
unas horas, o a cuidar de sus heridas. Al caer la tarde se reunieron en la
enorme Sala de Stahrvos Glen para el tradicional concurso de aullidos. A la
señal, cala vampiros aullaba con fuerza y trataba de sostenerlo. El que lograra
el más largo aullido sería recompensado con el título “el Aullador” por los
próximos doce años.
Larten no logró un aullido particularmente impresionante y salió del
concurso pronto. Pero dos vampiros que él conocía estaban entre los últimos
tres. Uno era el antiguo Cachorro, Yebba, que parecía haber crecido aún más
desde la última vez que Larten lo había visto. El otro era un conocido menos
familiar, Mika Ver Leth.
Larten estaba sorprendido de ver a Mika –vestido de negro, como siempre–
entre el trío final. Normalmente los aulladores exitosos eran voluminosos y
altos, al igual que Yebba, pero Mika era de una altura promedio y delgado. Sin
embargo, se estaba sosteniendo contra los otros. Larten alentaba a Yebba por
su amistad, pero secretamente esperaba que Mika se llevara los honores; él
siempre había sentido debilidad por los desamparados.
Yebba se detuvo repentinamente, asfixiándose y frunció el ceño, disgustado
consigo mismo. Mika y el otro General continuaron por otro minuto, con las
cuerdas vocales tensas, y lágrimas corriendo por los ojos. Mika estaba en
problemas, su voz vacilaba, pero entonces el otro vampiros se desmayó sin
advertencia alguna y todo había terminado.
Hubo una gran ovación y Mika se vio rodeado por Generales dispuestos a
brindar en su nombre y ser el primero en retarlo a una batalla. Larten se lo
cruzó más tarde esa noche y lo llamó Mika el Aullador.
“Suena extraño,” dijo Mika, con una rara y delgada sonrisa.
“¿Te sorprendió ganar?” preguntó Larten.
“No,” dijo Mika. “Practiqué toda la década anterior. Tomé lecciones de
canto de un tenor humano y él me enseñó como extender una nota.”
Larten frunció el ceño. “¿Por qué? Seguramente no significa tanto para ti.”
“Significa respeto,” dijo Mika seriamente. “Espero ser un Príncipe una
noche y quiero ser investido más temprano que tarde. Tan trivial como sea
este concurso, me hizo notar, y eso es importante.”
El ambicioso General divirtió a Larten. La mayoría de los vampiros no eran
políticos, no se preocupaban por los juegos de poder. Mika era más como un
humano en ese aspecto. Pero el clan estaba cambiando. El mundo se estaba
volviendo más hostil a medida que los humanos eran cada vez más y
reclamaban más territorio. Los vampiros debían tener un perfil aún menos
notable que antes si querían sobrevivir. Eso significaba llevar al clan en una
nueva dirección. Necesitaban líderes más jóvenes e imaginativos. Años antes
Mika no habría llegado muy lejos con su deseo de ser Príncipe, pero Larten
creía que podría prosperar con el clima actual. Le deseó suerte a Mika en su
búsqueda real, a pesar de que no era una meta a la que él personalmente
aspirara.
Pero Mika no era el único ganando el respeto del Consejo. Aunque no era
consciente de eso, Larten había llamado la atención de muchos de sus
compañeros y estaba empezando a ganarse un nombre por sí mismo. El clan
aprobaba el modo en que había enfrentado al General de un solo brazo, y
aunque había perdido el enfrentamiento, había ganado la mayoría de los
siguientes retos, derrotando a una serie de vampiros mayores y más
experimentados.
Paris Skyle oyó del éxito del joven y buscó a su amigo Seba para felicitarlo.
“El crédito no es mío,” dijo Seba con una sonrisa, mirando a un lado como
Wester luchaba con un vampiro que solo había sido convertido un par de años
atrás. “Larten es impulsado por una pasión interna. Lo he ayudado, espero,
pero él no puede ser moldeado, solo guiado.”
“Él podría llegar muy lejos, según los rumores,” murmuró Paris.
Seba suspiró. “¿Es eso tan importante? Si vive una vida buena y es fiel a sí
mismo, ¿no debería ser suficiente?”
“Mis palabras te hirieron,” dijo Paris sorprendido. “Perdóname.”
“No necesitas disculparte, Señor,” dijo Seba. “He escuchado a otros hablar
muy bien de Larten, pero han notado méritos que yo en realidad no vi años
atrás, incluso cuando lo conocí cuando era un niño. Siempre supe que él
escalará alto, si elige escalar.”
Paris frunció el ceño. “Esperas que no lo haga.”
Seba hizo una mueca. “Larten podría ser un gran General, tal vez incluso un
Príncipe. Estaría encantado si ese fuera su objetivo y lo lograra. Pero estaría
igual de contento si él decide llevar una vida limpia y honesta. No tengo deseo
de ser un mentor de Príncipes. Simplemente espero que aquellos que me
importan sean felices.”
“¿Te preocupa lo que el poder haría con él?” preguntó Paris, recordando el
momento en que lo ofreció a Seba la oportunidad de convertirse en un
Príncipe. “¿Crees que él no se adaptaría a una posición de autoridad?”
Seba se encogió de hombros. “¿Creerlo? No. ¿Temerlo? Sí. Si mis temores
tienen fundamentos o no, no puedo decirlo. Es muy parecido a como era yo a
esa edad. Tal vez veo defectos que no están ahí, reflexiones de mis propias
debilidades. El tiempo dirá. De cualquier forma, no tiene sentido preocuparse
por el futuro. Podría romperse la espalda esta noche y sería el fin del asunto.”
“Los dioses dan y los dioses quitan,” acordó Paris.
Frente a ellos, Wester finalmente pudo con su rival y la pareja fue a beber
por la salud del otro. Wester estaba radiante; él no había disfrutado de
demasiadas victorias. Seba estaba contento por él. Se preocupaba por Wester
también, pero sentía que su asistente más débil encontraría su camino antes
que Larten, y lo tomaría con más facilidad. Sospechaba que Larten todavía no
entendía sus verdaderos deseos, y no había nada más difícil que perseguir un
sueño cuando no sabías cuál era.
Como si hubiera leído los pensamientos de su amigo, Paris dijo, “¿Les dijiste
tus buenas noticias?”
“No. Quería esperar hasta después de la Ceremonia de Conclusión.”
“¿Crees que querrán quedarse contigo?”
“Wester, sí. Larten… no lo sé.” Despacio, añadió, “Espero que no.”
“¡Vamos!” tronó Paris, tomando el brazo de su amigo. “He oscurecido tu
ánimo. Permíteme aclararlo de nuevo con una copa de vino.”
“¿Vino?” Seba sonrió. “Pensé que sólo bebían cerveza durante los
Consejos.”
Paris le guiñó un ojo. “La cerveza es para los jóvenes y menos sofisticados
paladares, pero el jugo de uva es para los veteranos como nosotros, ¿cierto?”
“Cierto,” rió Seba, y fue a tratar de ahogar sus preocupaciones con el
Príncipe.
Los jóvenes del clan comenzaron a partir de la Montaña de los Vampiros
unas pocas noches después de la Ceremonia de Conclusión, una vez que sus
cabezas se aclararon y pudieron pararse sin tambalearse. Fue un éxodo para
nada dramático. La mayoría ni siquiera se molestaba en despedirse de sus
amigos, en especial los vampiros mayores, ya que no era su costumbre. Ellos
simplemente se iban, algunos en direcciones específicas, otros vagaban donde
sus pies los llevaran.
Larten y Wester ayudaron a limpiar el interior de los pasillos y túneles. Fue
una tarea gigantesca, incluso más complicada que las preparaciones
anteriores. Pero fue en un modo más relajado y hacían sus trabajos de forma
alegre. Incluso Vanez Blane estaba relajado ahora, deteniéndose a menudo a
bromear con el par y decirles que no trabajaran tan duro. Había olvidado el
estrés previo al Consejo y estaba considerando ofrecer sus servicios
nuevamente en el futuro.
Seba dejó que el polvo se asentara antes de convocar a sus asistentes a una
reunión en la Sala de Khledon Lurt. Durante un tazón de caldo de murciélago
les contó sobre su excitante oferta.
“Los Príncipes me han pedido que me convierta en el Intendente de la
Montaña de los Vampiros. He aceptado.”
Wester había esperado el anuncio, había oído rumores durante el festival,
pero Larten fue tomado por sorpresa.
“¿Intendente?” Frunció el ceño, empujando su plato a un lado. “Pensé que
no anhelabas poder.”
“No anhelaba ser un Príncipe,” lo corrigió Seba. “Intendente es una
propuesta muy diferente. No quiero ejercer ninguna autoridad real. En teoría
solo sería responsable de cuidar los suministros y mantener las Salas limpias.
Pero como saben, en realidad el Intendente tiene bastante que decir en todo
lo que ocurre en la Montaña de los Vampiros, no sólo en los Consejos sino el
resto del tiempo también. Los Príncipes y Generales van y vienen según las
necesidades, pero el Intendente está presente todo el tiempo. Voy a tener la
tarea de aprobar a todos los tutores y guardias, determinar cómo y qué se les
enseña a los estudiantes. Tendré dispuestos los oídos de todos los Príncipes –
el oído, en el caso de Paris Skyle– y ellos escucharán con atención mis
opiniones.”
“Lo hacen de todas formas,” dijo Larten.
“Tal vez,” sonrió Seba. “Pero es una situación diferente ahora. No podría
ordenar como podré cuando sea Intendente, si me convirtiera en Príncipe.
Pero si vivo mucho tiempo –y los dioses no parecen dispuestos a llevarme, a
pesar de que estoy viejo y cansado– voy a ser capaz de ejercer una fuerte
influencia por muchas décadas. Puedo ser un vínculo entre las formas viejas y
las nuevas. Creo que el clan necesita alguien así ahora.”
Seba estudió a sus asistentes, en espera de sus reacciones. Como había
sospechado, Wester respondió con entusiasmo.
“Felicitaciones, Maestro. Mereces esto y creo que será un gran mérito para
el clan.”
Larten no estaba seguro de qué decir. Ya tenía una idea de lo que eso
significaba para él y estaba cuestionándose qué camino tomar ahora que
había llegado a una encrucijada inesperada en su camino.
“Sí,” murmuró Larten. “Felicitaciones. Que la suerte de los vampiros esté
contigo.”
Seba asintió, y luego dijo tan ligeramente como puedo, “¿Qué van a hacer
ustedes dos ahora? No espero que se queden. Imagino que querrán salir y…”
“¡No!” exclamó Wester. “Me quedaré. Todavía tengo mucho que aprender
y nadie puede enseñarme mejor que usted.”
“¿Estás seguro?” preguntó Seba, haciendo caso omiso del halago. “Van a
pasar veinte o treinta años antes de que puedas convertirte en General. Es
mucho tiempo para un joven vampiro para estar encerrado dentro de una
montaña.”
“No me importa,” dijo Wester con obstinación. “Me voy a quedar. Tú
también lo harás, ¿cierto Larten?” Hubo una leve y desesperada amenaza en
la voz de Wester. Estaba tratando de sonar casual, pero sabía que Larten
estaba ansioso por irse. Él no quería verse forzado a elegir entre su mejor
amigo y su mentor.
Larten no respondió inmediatamente. Frunció el ceño mientras consideraba
sus acciones. Seba quería aconsejar a Larten para que se fuera, pero
consideró que sería un error intentar influenciar a su asistente indeciso, por lo
que se mordió la lengua.
“Quédate,” siseó Wester. “Este lugar no es tan malo. Tendrías que buscar
un nuevo Maestro si te fueras.”
“Muchos podrían aceptarte,” murmuró Seba, intercediendo sólo para
contrarrestar la presión que Wester estaba ejerciendo. “Has causado una
buena impresión en el Consejo y podrías elegir a algún tutor, tal vez incluso a
Paris Skyle o algún otro Príncipe.”
Los ojos de Larten se estrecharon. Los Príncipes entrenaban sólo a aquellos
con un gran potencial, los vampiros que podían convertirse en poderosos
Generales y reemplazarlos con el tiempo. Era el primer indicio que tenía de
que la Sala de los Príncipes podía abrirse para él en el futuro. Mika Ver Leth
habría saltado por la oportunidad, pero Larten no era Mika Ver Leth y él no
estaba hambriento de poder. Sin embargo, era tentador…
Larten miró a Wester y vio la esperanza y el miedo en los ojos de su
hermano de sangre. Era ridículo. El par estaba en sus sesenta. Ellos serían
bisabuelos con al menos un pie en la tumba si no hubiesen sido convertidos.
Los hombres de su edad deberían haber superado tiempo atrás la necesidad
de un mejor amigo.
Pero eran jóvenes según las medidas de los vampiros, y no se habían
separado desde que enfrentaron a Murlough en las ruinas de la antigua casa.
El par había pasado mucho juntos, convertirse, entrenarse, correr con los
grupos de guerra. Larten estaría solo si se separaran, pero sería más difícil
para Wester. A la larga sería mejor para él; Wester se consideraba a sí mismo
como un hermano menor y probablemente necesitara algún tiempo lejos de
Larten para crecer. Pero, a la brevedad, le dolería.
Larten trató de distanciarse de los sentimientos de Wester, para decidir lo
que él quería. Pero era difícil. Él creía –erróneamente– que Seba estaría
decepcionado si se iba. El viejo vampiro podría pensar que Larten esperaba
aprender más de un nuevo Maestro. Él debería haberse dado cuenta –Seba
había dejado claro en varias ocasiones que con el tiempo sus asistentes
necesitarían establecer sus propias vidas– pero sus pensamientos estaban
mezclados.
Finalmente Larten suspiró y fue por la opción más fácil. “Me quedaré,” dijo
con tristeza.
Wester aplaudió y lo abrazó. Seba sonrió, pero en su interior estaba
turbado. Cuando se retiró a su ataúd la mañana siguiente estuvo despierto un
largo tiempo, plagado de un sentimiento de inquietud, preguntándose si
debería haber hablado antes de dejar a Larten hacer lo que él creía que sería
una llamada potencialmente dañina.
Capitulo Doce
Los próximos años fueron difíciles para Larten. Entrenar para ser un
General era difícil para cualquier vampiro. Para empezar, tenía que manejar
gran variedad de armas, incluso aunque no fuera a usar la mayoría de ellas.
Larten esperaba ansioso sus lecciones con cuchillos y hachas, pero había otras
–como las estrellas arrojadizas con las que Vancha estaba favorecido y otras
puntiagudas del grupo de-las-cuatro-puntas– que detestaba. No había tal cosa
como una clase fácil.
Era derribado todo el tiempo y estaba forzado a defenderse a la cara de un
ataque muy real de su tutor. Larten pasó muchas semanas cuidando sus
huesos rotos, y sufría conmociones tan seguido que regularmente no podía
dormir por el zumbido en sus oídos.
Lo que le resultaban particularmente deprimente era que Wester estaba
progresando fácilmente. Su joven amigo sufría una amplia gama de heridas, lo
mismo que cualquier otro aprendiz, pero no eran ni de cerca como las de
Larten. Y no parecía importar qué tan duro trabajara el asistente de pelo
naranja… siempre obtenía heridas más dolorosas que Wester o los otros en su
grupo.
Lo que Larten no sabía era que sus tutores estaban trabajando con él más
duro que con el resto. No era una conspiración, sino simplemente la manera
en que procedían. Cuando los maestros de la Montaña de los Vampiros
entrenaban a alguien con habilidades superiores a la medida, le daban tareas
especialmente rigurosas.
Los vampiros eran implacables. No tenían tiempo para la debilidad y
eliminaban a aquellos que no serían beneficiosos para el clan. Esto era
ampliamente sabido. Pero muchos de los aprendices no estaban al corriente
de que sus maestros eran más duros con los que tuvieran el potencial para
convertirse en líderes. Si un tutor creía que su estudiante tenía talento,
empujaba al joven hasta su límite, para aprovechar o extenuar su potencial. Si
Larten seguía su curso y se probaba a sí mismo digno de los desafíos que le
daban, podría encontrar por sí mismo su camino hacia el éxito. Pero si sus
tutores rompían su espíritu y fallaba, considerarían que el clan debía
deshacerse de él. Siempre se pedía más de aquellos con más para ofrecer.
Seba no tenía tiempo para confortar o tranquilizar a su asistente. El trabajo
como Intendente era más demandante de lo que hubiera imaginado y sus
primeros años fueron un frenético periodo de ajustes. Había tantos detalles
en los que tenía que pensar, desde cultivar lichen luminoso en los túneles
donde el brillo casi había muerto, mantener el stock de animales vivos,
asegurarse de que los ataúdes estuvieran limpios para los visitantes, hasta
tratar con los extraños Guardianes de la Sangre.
Cuando Larten estaba herido y no podía entrenar, algunas veces asistía a
Seba. Era mientras ayudaba a su maestro que aprendía sobre los Guardianes.
Siempre había asumido que la sangre en la Montaña de los Vampiros era
enviada y almacenada en depósitos, pero ahora se había enterado que la
mayoría venía de tribus humanas viviendo en las entrañas de la montaña.
Los Guardianes eran pálidas y extrañas criaturas. En cambio por su sangre,
cuidaban ciertos detalles del entierro cuando un vampiro moría, extrayendo
los órganos y el cerebro de cada uno de los cadáveres, dejando el cuerpo
seco. Muchos vampiros elegían ser arrojados a una corriente de la montaña
cuando morían. Si sus cuerpos no eran limpiados completamente, los
animales se comerían con sus órganos y se volverían locos.
A Larten no le gustaban los Guardianes –tenían un aire huraño y raramente
respondían si les hablaban– pero quería aprender todo lo que podía sobre el
clan y su funcionamiento, por lo que los estudió tan desapasionadamente
como pudo.
Memorizar hechos sobre el clan era también parte de su entrenamiento. Se
esperaba que los vampiros estuvieran familiarizados con sus historias,
aprendido los nombres de sus líderes pasados, ser capaces de recitar las
leyendas de sus dioses. La mayoría de los vampiros eran analfabetos. Los
libros eran para los humanos, no para los hijos de la noche. Su historia era
recordada en fábulas y leyendas, pasadas de boca en boca, y todos tenían
que ayudar a mantenerla. Si una enfermedad o una guerra borraban a la
mayor parte del clan, los pocos que quedaban podían por lo menos mantener
sus orígenes, logros y mitos vivos.
Larten aprendió mucho sobre su raza. Esas eran las noches que más
esperaba con ansia, cuando él y los otros aprendices se sentaban y
escuchaban a sus ancianos contar cosas sobre el pasado o cantar viejas
canciones. Tenía una mente entusiasta y era capaz de recordar la mayor parte
de lo que oía. Wester era aún más astuto y almacenaba detalles que Larten no
podía retener, pero su amigo siempre había sido mentalmente más agudo, así
que a Larten no le preocupaba quedarse atrás en esa especialidad.
Wester estaba más interesado en las historias sobre los vampanezes.
Muchos Generales habrían felizmente ignorado al otro grupo, pero la guerra
que habría de estallar luego era una parte crucial de su herencia, por lo que, a
regañadientes, discutían las razones detrás de la separación y qué es lo que
las otras criaturas de la noche habían estado haciendo desde entonces.
Wester quería saber todo lo que pudiera sobre los vampanezes, y nunca
parecía satisfecho con lo que los Generales le contaban. Comenzó a
interceptar vampiros en las Salas y los túneles, haciendo preguntas y
aprendiendo más sobre sus enemigos. Cayó en un grupo de “odiadores”§ de
los vampanezes. Cada uno de ellos pensaba que los traidores de piel púrpura
debían ser cazados hasta su extinción. Respetaban las reglas de los Príncipes
–eso estaba fuera de discusión– pero hicieron planes a hurtadillas,
manteniéndose al corriente de los movimientos de los vampanezes y sus
actividades, en caso de que sus líderes decidieran iniciar otra guerra.
Wester trató de involucrar a Larten en su nueva red de amistades. Invitó a
Larten a reuniones y lo instó a escuchar las historias sobre las atrocidades de
los vampanezes. Ya que Larten pensaba en Wester como un hermano, se
reunió con los malhumorados vampiros y escuchó silenciosamente mientras
contaban historias salvajes de vampanezes bebiendo la sangre de bebés y
dirigían a los miembros de la realeza y a los políticos en la sociedad humana.
De acuerdo con los rumores, estaban estableciendo contactos alrededor del
mundo, reuniendo un ejército de humanos para apoyarlos en un ataque a la
Montaña de los Vampiros.
“¡Nos matarán a todos si no los alcanzamos primero!” era el grito común en
las reuniones.
Larten rechazaba esa especulación e instaba a Wester a hacer lo mismo.
“Están locos, todos ellos,” argumentó. Luego, antes de que Wester pudiera
refutarlo, dijo, “No, no todos. Algunos hablan fielmente, esos que
simplemente reportan lo que los vampanezes hacen y adonde viajan. Pero
esas historias sobre ejércitos y planes maestros…” resopló. “Los vampanezes
no sienten más que desprecio por los humanos. Ven a la humanidad como
ganado para drenarlos y desecharlos. Una de las razones por las cuales se
separaron de nosotros era por nuestra indulgencia. Se burlan de nosotros por
no matar cuando nos alimentamos. Sugerir que están trabajando en
asociación con humanos es una mentira, y una que puede ser fácilmente
expuesta. Preguntales a los conspiradores. Los vampanezes siempre dicen la
verdad. Pregúntenles si confabulan contra nosotros. Responderán
honestamente… y dirán que no.”
§ Haters, en el original.
“No me digas que te crees esa vieja historia,” se burló Wester. “Por
supuesto que mienten. Solo quieren que pensemos que no lo hacen.”
Larten notó que Wester nunca coincidiría con él en este asunto. Para evitar
argumentos y quizás una pelea –ya que Wester se sentía muy enérgico sobre
ese asunto– dejó de mezclarse con los disidentes. Cada vez que Wester lo
invitaba a una reunión, Larten creaba una excusa para no ir. Pronto Wester
reconoció los deseos de su amigo y cortó a Larten de esa parte de su vida.
Cortó a su maestro también, sabiendo en su corazón que aunque Seba sentía
disgusto hacia aquellos que se había separado del clan, nunca instaría a una
guerra en su contra. El viejo vampiro debería de darle la bienvenida a una
guerra si llegaba a pasar, pero nunca intentaría provocar una, ni aprobaría a
aquellos que lo hicieran.
Seba se preocuparía si viera los vampiros con los que Wester se había
envuelto. Quizás habría instado a su impulsivo pupilo a quedarse fuera de
tales complejas y peligrosas cuestiones. Pero el intendente todavía se estaba
ajustando a su nueva posición y tenía poco tiempo para concentrarse en sus
asistentes. Mantenía reportes sobre sus evoluciones, pero además de eso los
confiaba a las profesionales manos de sus tutores. Para cuando Seba se
estabilizó en su trabajo y fue capaz de prestar más atención a sus cargos,
Wester había aprendido a no hablar sobre sus sentimientos excepto con ellos
que sentían de la misma manera que él.
Larten le podría haber contado a Seba lo que estaba sucediendo, pero no
creyó que fuera importante. Wester y sus aliados respetaban las reglas de los
Príncipes, no había duda sobre eso, por lo que no vio una real amenaza en sus
enojados murmullos. Mientras que los líderes de los vampiros mantuvieran la
tregua, los disidentes como Wester no podían hacer nada para causar
problemas. Estaban ligados a su sentido de obligación, al igual que todos los
vampiros. Lo peor sería que marcharan a morir en el desierto, como Perta
Vin–Grahl y sus seguidores habían hecho una vez.
Pero Larten estaba seguro de que no llegarían a eso. Simplemente se
estaban desahogando, toda charla y fanfarroneadas. Nada podía salir de su
alarmismo. Necesitaban el respaldo de un Príncipe para seguir con sus planes
de guerra, pero ¿qué vampiro de alto rango apoyaría una loca y sanguinaria
causa como la suya?
Capítulo Trece
El ánimo de Larten fue oscureciendo. Su desilusión crecía cada noche y
había comenzado a odiar su entrenamiento, la Montaña de los Vampiros y la
jerarquía de los Generales y los Príncipes. Todo eso se veía sin sentido. ¿Qué
podían lograr, alejados del mundo, sin interferir con los seres humanos,
sentados en las sombras y controlando la noche?
Había estado esperando el Consejo –había pasado muchas horas
practicando combate con un brazo durante los meses previos a éste,
anticipando su revancha con el General de la nariz rota– pero incluso eso fue
decepcionante. Disfrutaba las peleas y los juegos, pero todos los vampiros
contaban historias inquietantes. La humanidad estaba haciendo grandes
avances industriales. Las ciudades estaban creciendo a un ritmo vertiginoso.
Los hombres estaban dominando el planeta incluso más que antes. Los
vampiros debían retirarse a lo profundo de las selvas para circular libremente.
Había un aire de crisis en ese Consejo. Dos nuevos Príncipes habían sido
elegidos, pero el clan se sentía como una encrucijada y nadie sabía que
camino elegir. No había sentido de orientación entre los líderes; los Príncipes
se mostraron divididos al momento de responder sobre los cambios en el
mundo. Seba había visto esta clase de indecisión antes, por lo cual no se
alarmó, seguro de que el tiempo allanaría las arrugas, y que los vampiros se
adaptarían como siempre lo habían hecho. Pero para Larten esto se veía como
un desmoronamiento del clan, y como que estaba perdiendo su tiempo
entrenándose para ser un miembro de un orden antiguo.
Mientras Larten se agitaba, Wester había encontrado una nueva vocación y
se había centrado totalmente en ella. Después de una charla con Seba, se
había dado cuenta de que la vida de un General no era para él. Lo que él
disfrutaba era la vida en la Montaña de los Vampiros. Abandonó su formación,
y en lugar de eso comenzó a estudiar para convertirse en guardia. Si bien no
eran tan respetados como los Generales –ningún guardia había llegado a
convertirse en Príncipe– era una posición importante y Larten estaba feliz por
su amigo. Sospechaba que Wester podría ser un gran guardia y alguna noche
podría reemplazar a Seba como Intendente. Estaba feliz de que Wester
hubiera elegido el camino adecuado y siguiera adelante.
Pero eso también lo puso más inseguro sobre su propio camino. No podía
decir con completa honestidad que aún deseaba ser un General. Había tenido
dudas antes del Consejo, las cuales aumentaron después. ¿Estaba haciendo
esto simplemente porque haría feliz a Seba? No tenía idea de qué haría si lo
dejaba, ¿era la incertidumbre sobre su futuro la única razón por la que
continuaba estudiando?
En los meses y años después del Consejo su infelicidad se acentuó. La
alegría se filtró fuera de su vida y escapó de su formación a medias, sin tener
alegría de sus éxitos ni aprender nada de sus fracasos. Seba vio la tristeza a la
que el joven vampiro había sucumbido. Seba tenía más tiempo para sus
asistentes ahora, pero Larten estaba distante alrededor suyo. Seba trató de
hablar con él sobre su depresión, pero Larten había rechazado todos los
avances.
Seba quería desesperadamente ayudar a su asistente con sus problemas.
Tendría que hacer algo para traer una sonrisa al rostro de Larten. Pero no
podía. Larten debía dar el primer paso. El cambio era esencial, pero solo el
General en entrenamiento tenía el poder de tomar su vida por el cuello y
sacudirla.
Entonces, una noche, gracias a un grupo de vampiros muertos, lo hizo.
Los Guardianes de la Sangre informaron a Seba del problema, enviando a
un par de sus pálidos miembros para seguirle la pista. Seba había notado el
hedor –la mayoría de los vampiros había captado una bocanada de él– pero
habían habido casos similares en el pasado y cada vez el problema se había
resuelto por sí mismo. Sin embargo, los Guardianes habían dicho que esta vez
era diferente. Tenían que solucionarlo.
Seba convocó a un equipo y los encontró en el Salón del Último Viaje, una
pequeña cueva con una corriente fluyendo a través de él. Allí es donde
muchos vampiros durante siglos habían escogido ser desechados cuando
murieron. La corriente arrastraba sus cuerpos a través de los túneles ocultos
en la montaña, luego los llevaba afuera, al mundo y muy lejos. La costumbre
había ido desapareciendo –la cremación era la tendencia más popular
actualmente– pero algunos de los vampiros más viejos todavía preferían el
método tradicional.
“Confío en que puedan olerlo,” dijo Seba alegremente cuando su equipo
estuvo en el lugar. Respiró hondamente el pútrido aire y sonrió como si fuera
perfume de bebé.
“Pensé que era Goulder,” rio alguien.
“Cierra tu boca o la cerraré por ti,” espetó un vampiro llamado Patrick
Goulder. Larten y los otros escondieron sus sonrisas. Patrick tenía un
problema con su olor, pero no era ni de lejos tan malo como este.
“Hay cuerpos atrapados en el túnel,” dijo Seba. “No es la primera vez que
ocurre. Por lo general, cuando el agua sube en invierno, se los lleva. Sin
embargo los Guardianes me han dicho que no va a ocurrir esta vez. Tenemos
que ir y liberarlos.”
Los vampiros fruncieron el ceño y unos cuantos miraron a Larten con las
cejas levantadas. Al ser el asistente de Seba, era su deber hacer la pregunta
que rondaba todas sus mentes.
“Seguramente es un trabajo para los Guardianes,” murmuró Larten. “Ellos
están a cargo de los entierros.”
“No,” dijo Seba. “Nosotros estamos a cargo. Los dejamos llevar el control
de ciertos detalles, ya que se adapta a nuestras necesidades. Pero esto es
nuestro problema, no el suyo. Vamos,” rio, tratando de elevar sus espíritus.
“No es tan malo. Traeré clavijas para sus narices y los ataré con sogas para
asegurarme de que ninguno de ustedes se caiga. El agua no es más fría que en
la Sala de Perta Vin–Grahl. Nuestros chefs han preparado un buen caldo para
cuando regresemos. ¡Será una aventura!”
“¿Bajarás por ese túnel, Seba?” preguntó uno de ellos.
“Me encantaría,” suspiró Seba. “Pero mi espalda…” Él hizo una mueca y se
agarró de los costados como una anciana.
Los vampiros rieron y comenzaron a atarse a sí mismos. Algunos se
quedaron con Seba para tener las cuerdas y levantar a los otros si la corriente
era demasiado fuerte. Pero Larten era uno de los encargados de liberar el
túnel.
Larten se estremeció mientras se lanzaba dentro de las aguas de corriente
rápida. En parte era el frío, pero mayormente era la extraña sensación de
mirar dentro del túnel fúnebre. Larten nunca había esperado pasar por esta
abertura vivo. Era un viaje que solo los muertos estaban destinados a tomar.
Se sentía mal, como si él y los demás estuvieran invadiendo, yendo a un lugar
donde no eran bienvenidos.
“Sé que es difícil,” dijo Seba seriamente. “pero no tienen nada que temer.
No hay fantasmas. Todos los vampiros que han pasado por aquí tenían buena
reputación. Sus almas fueron directamente al Paraíso cuando murieron.”
El equipo en el agua dudó a pesar de las garantías de Seba, observando el
terrible agujero en la oscuridad. Luego Larten, ya que sabía que Seba sabía
que lo esperaría de él, aplaudió con fuerza. “¡Muévanse, de una vez!” Gritó a
los vampiros delante de él. “Mientras antes terminemos con esto, antes
estaremos en la Sala de Khledon Lurt, calentándonos con una tazón de caldo y
una jarra de cerveza.”
Los vampiros vitorearon y los que estaban adelante –se habían dividido en
dos equipos, uno a cada lado– soltaron su agarre y dejaron que la corriente
los llevara dentro de la cueva, en la oscuridad.
Cada equipo tenía un portador de antorcha, pero este iba en la parte de
atrás. Así que, cuando Larten entró al túnel, tuvo que soportar un minuto de
casi total oscuridad. Se imaginó espíritus solitarios alrededor de él y casi tuvo
miedo de lo que las antorchas revelarían. Pero, como había dicho Seba, no
había fantasmas en ese lugar. Cuando los portadores de las antorchas
finalmente iluminaron la zona, Larten no vio nada excepto rocas y agua.
Ofreciendo una rápida oración a los dioses, se trasladó en busca de la
obstrucción.
El olor empeoró a medida que avanzaban y las clavijas de sus narices no
ayudaban demasiado. El aire parecía espesarse a su alrededor y colarse por
sus poros. Un par de vampiros se atragantaron y enfermaron. Los equipos se
detuvieron para dejar que el vomito flotara delante de ellos. Larten podía
sentir el ruido en su estómago, pero se las arregló para mantener la comida
adentro.
Avanzaron a lo largo del túnel, el equipo en la cueva manteniendo un
estricto control sobre ellos. Nadie sabía lo que les esperaba. Si el piso de
repente se abría en una cascada subterránea, los de las cuerdas no querían
que los demás fueran barridos. Mientras que los vampiros del túnel estaban
impacientes, Seba se aseguró de que el equipo en la cueva mantuviera un
firme agarre en las cuerdas y las dejara ir poco a poco. Larten no tenía idea de
si había estado en la cueva diez minutos o una hora. Todo lo que sabía era que
parecía una eternidad.
Eventualmente llegaron a donde los cuerpos estaban amontonados, y era
mucho peor de lo que imaginaban. Larten trató de contar los cuerpos pero era
imposible. Estaba completamente aplastados, una pared de huesos y carne
podrida. Algunos eran esqueletos –esto había estado construyéndose durante
unos cuantos años– pero la mayoría eran un montón de piel y pelo. Larten
probablemente podría haber reconocido a alguno si los hubiera mirado de
cerca.
No lo hizo.
Nauseabundos y con el rostro pálido, se acercaron a la pared de muertos.
Uno de los vampiros de adelante gritó y tuvo que ser relevado. Aferrándose a
la cuerda, él se escabulló a la seguridad de la cueva. Larten debería haber
sentido desprecio, pero todo lo que sintió fue envidia. Quería seguir al
cobarde, y requirió toda su fuerza de voluntad no hacerlo.
Larten observó enfermizo como dos de los vampiros de adelante extendían
la mano y empujaban la obstrucción. Si la suerte estaba con el grupo, el par de
adelante liberaría los cuerpos y el resto nunca necesitaría tocarlos.
Pero la suerte de los vampiros se encontraba escasa esa noche. El muro de
huesos tembló, pero no cedió. Con un suspiro, Larten y los otros avanzaron
hasta que estuvieron a poca distancia de los apestosos cuerpos.
Patrick Goulder levantó su puño y golpeó los huesos de delante, tratando
de abrir un hueco.
“¡Detente!” rugió Larten. Cuando Patrick lo miró, Larten gruñó, “Ellos
estarán muertos, pero siguen siendo hijos del clan, Generales que lucharon
con valentía y merecen nuestro respeto. No romperemos sus huesos a menos
que todo lo demás falle. Vamos a tratar de hacer una palanca para apartarlos
con cuidado, manteniendo los cuerpos intactos.”
Patrick bufó. “¿Crees que hace una diferencia? Serán despedazados fuera
por animales, de todos modos.”
“Lo que ocurra afuera no es cosa nuestra,” dijo Larten. “Lo que sucede en la
montaña lo es.”
Patrick puso los ojos en blanco pero no discutió. Ya que Larten había
hablado y tomado el mando, le tocaba a él hacer el primer intento con el
montículo de cuerpos. Tragando, llegó adelante, pasó los dedos por encima
de los esqueletos, localizó los hombros de uno y tiró con suavidad. Cuando
nada pasó, tiró más fuerte. Finalmente, la mitad superior quedó libre, pero
también lo hicieron un lío de cuerpos de murciélago que habían quedado
atrapados entre los huesos. Salieron disparados por un agujero que Larten no
había visto, impulsados por un hueso roto, y salpicaron su cara.
Larten gritó, cayó de espaldas y bajó, tirando del esqueleto con él. Por un
momento de puro pánico él quedó debajo del agua, los huesos de los muertos
lo empujaron hacia abajo. En su temor pensó que el vampiro había vuelto a la
vida y estaba tratando de matarlo. Arremetió contra el esqueleto, saboreando
las entrañas de los murciélagos muertos. Trató de escupirlos, pero el agua
condujo muchos de esos repugnantes órganos a su garganta. Mientras Larten
tenía arcadas, unas manos se apoderaron de sus brazos y lo levantaron.
Él gritó cuando llegó a la superficie, con los ojos desorbitados. La clavija
había caído de la nariz y el olor lo golpeó más fuerte que nunca. Vomitó otra
vez, vomitó todo el contenido de su estómago.
“¿Quieres regresar?” preguntó Patrick Goulder.
Larten quería retroceder más que nada. Pero eso sería un signo de
debilidad y no quería perder la cara en frente de los otros.
“Sólo dame un minuto,” jadeó, limpiándose los labios y dejando a su
corazón calmarse. Cuando el temblor de sus manos desapareció, se unió al
resto del equipo y fue a trabajar con los cuerpos de nuevo.
Pasaron la mayor parte de la siguiente hora en los confines fríos y húmedos
del túnel, liberando huesos y extremidades, recogiendo huesos entrelazados,
aflojando el nudo de cuerpos. Era un trabajo duro y horrible, y lo hicieron en
silencio. Cada uno de ellos sabía que nunca discutirían esto luego. Este no era
un trabajo sucio del que luego se reirían. Esta era una tarea horrible y les
perseguiría durante muchas semanas y meses por venir. No había cantidad de
cerveza que pudiera debilitar este recuerdo desagradable. Larten tenía la
horrible sospecha de que podría incluso llevárselo a la tumba.
Capítulo Catorce
Cuando el grupo en el túnel regresó solemne y gravemente, nadie trató de
aligerar el ambiente. Seba y los vampiros con las cuerdas podían ver el horror
en los ojos de aquellos a los que arrastraban. Sin decir nada cubrieron al
empapado grupo con mantas y los llevaron a donde caldo, pan y cerveza
estaban esperando en abundancia.
Larten comió mecánicamente, llenando el vacío de su estómago con los
ojos desenfocados. Estaba pensando en los cadáveres, imaginándose como
uno de ellos. Los vampiros vivían por cientos de años. La mayoría rara vez
pensaban en el tiempo como lo hacían los humanos, ya que tenían mucho de
él para ocupar. La muerte era una cosa remota y distante para los mediocres
hijos de la noche.
Pero los cuerpos en el túnel le recordaron a Larten su mortalidad. No había
ninguna garantía de que llegara a vivir para ser tan viejo como Seba. Quizás el
destino lo mataría joven. Si lo hacía, quería ser capaz de decir que realmente
había vivido, que no había solo caminado penosamente como una tortuga en
el caparazón de la Montaña de los Vampiros.
Larten ni siquiera tocó su jarra de cerveza. En un rincón de su cabeza ya
había hecho su decisión, y aunque conscientemente todavía no se había dado
cuenta, parte de él se aseguró de que mantenía la cabeza despejada. Cuando
actuara, esa parte lo quería sobrio, para que no hubiera duda alguna de que
pretendía hacer lo que haría.
Estaba a la mitad de un segundo tazón de caldo cuando lo empujó a un lado
y se paró. Los otros lo miraron de reojo, pero no dijeron nada. No era el
primero en abandonar la mesa abruptamente. Asumieron que se iba porque
se había descompuesto. Pero se equivocaban.
Larten fue en línea recta hacia la cueva de Seba. El intendente tenía su
propia habitación en la montaña. Se había ofrecido a compartirla con sus
asistentes, pero se habían negado. Seba era ahora un vampiro de gran
importancia y tenía derecho a la privacidad.
Wester estaba con su maestro, discutiendo algún asunto que tenía que ver
con su entrenamiento. Larten estaba agradecido –significaba que solo tendría
que pasar por ello una vez–. Fue solamente años después cuando se preguntó
si Seba había leído la intención en sus ojos cuando fue arrastrado fuera del
túnel, incluso antes de que él mismo lo supiera, y había convocado a Wester
con un pretexto, para hacer las cosas más fáciles para Larten.
Si Seba sabía lo que Larten iba a decir, escondió bien el conocimiento. No
había nada en su expresión más que una ligera curiosidad cuando Larten
entró. “¿Puedo ayudarte?” preguntó amablemente.
“Me voy,” dijo Larten.
Wester se le quedó mirando extrañamente. No sabía nada sobre el bloqueo
del túnel o por lo que Larten había pasado. Pero Seba sabía a lo que su
asistente se refería y asintió con la cabeza suavemente. “Muy bien.”
Larten frunció el ceño. “No lo entiendes. Estoy abandonando mis estudios.
No quiero ser un General. Estoy enfermo de este lugar. Me voy.”
“¡No!” jadeó Wester. “No quieres decir eso. ¿Qué paso? ¿Por qué tú…?”
“Entiendo perfectamente,” interrumpió Seba. “Nunca te pedí que te
quedaras y no te sostuve en contra de tu voluntad. Ya no eres un Cachorro.
Eres un hombre con sabiduría y experiencia. Estoy honrado de que Wester y
tú sigan llamándome maestro, pero en realidad nadie es su maestro ahora, ni
lo volverá a hacer. Si deseas irte, puedes hacerlo con mis bendiciones.”
Larten no se había esperado esto. De una extraña manera se sentía
engañado. Quería que Seba estuviera dolido, que tratara de convencerlo de
que se quedara. Era infantil –humano– pero en su corazón anhelaba atención.
Esta era una decisión de suma importancia y necesitaba un argumento para
desfigurarla.
Involuntariamente, Wester le dio a Larten lo que éste requería.
“No puedes irte,” resopló. “Esto es una locura. Seba me contó que casi
completaste tu entrenamiento.”
“También te pedí que mantuvieras esa información para ti mismo,” espetó
Seba, con los ojos refulgiendo en una extraña chispa de ira.
“¿Es eso cierto?” preguntó Larten, momentáneamente aturdido. Pensó que
estaba a cinco o diez años de convertirse en General, asumiendo que pasara
todas sus pruebas.
“Impresionaste a algunos de tus compañeros,” Seba inhaló, todavía
mirando enfurecido a Wester. “Hubo una charla sobre graduarte en un futuro
cercano. Pero luego de esta exhibición, lo dudo. Un General debe conocer su
mente completamente. Evidentemente, tú no lo haces.”
“Lo hago malditamente bien,” gruñó Larten, encontrando su furia de
nuevo. “Quiero salir. No quiero ser un General. Son todos unos pasados de
moda.”
“¡Larten!” gritó Wester, alarmado por este atroz e inusual ataque.
Larten se rio amargamente. “Todos los vampiros deberían perseguir sus
sueños, vivir la vida al máximo, buscar una gloriosa y violenta muerte. No
deberíamos estar encerrados aquí, entrenando. ¿Somos estudiantes u
hombres? ¿Humanos o vampiros?”
Antes de que Wester pudiera responder, Larten continuó. “Que se vallan al
diablo los Generales, los Príncipes y el resto. La vida es demasiado corta.
Quiero vivir, pelear, amar, morir. No gastar mi tiempo estudiando.”
“¿Qué te está deteniendo?” tronó Seba. Había estado sentado, pero ahora
se alzó y enfrentó a Larten. Sus mejillas estaban coloradas. “Si te disgustamos,
vete inmediatamente. Ni siquiera te detengas a empacar tus pertenencias,
puedes continuar sin ellas. Nunca intenté ponerme entre tú y tus sueños.”
Invirtió con tanto sarcasmo en la palabra como le fue posible.
“Muy bien,” Larten rugió. “Lo haré.”
Y con eso salió como trombo de la habitación. Wester dio un grito y fue
detrás de Larten, pero Seba lo agarró mientras el joven intentaba pasar.
“No,” dijo Seba tranquilamente. “Déjalo.”
“¡Pero no podemos dejar que se valla así!” Exclamó Wester. “No puede
pensar claramente. Se arrepentirá cuando se calme. Querrá disculparse.
Tenemos que hacerle saber…”
“Estaba siendo más él mismo en esa explosión de lo que ha sido en muchos
años,” dijo Seba, luego se rio entre dientes. Wester estaba atónito de ver a su
maestro sonriendo.
“Larten necesita irse,” dijo Seba, sentándose de nuevo y entrecerrando sus
ojos. Estaba imaginando el camino que el joven vampiro tomaría, los túneles
por los que se apresuraría, los pensamientos que debían de estar chocándose
dentro de su cabeza. Tenía la esperanza de que Larten se quedara firme en
sus convicciones. Sería desastroso si volviera ahora.
“Maestro… No entiendo… ¿ya no te agrada Larten?”
“¿Agradar?” los rasgos de Seba se suavizaron. “Lo amo, tú, idiota, tanto
como te amo a ti. Son como hijos para mí, como ya te he dicho. Pero todos los
hijos deben poner las consideraciones de su padre a un lado, eventualmente.
Tú hiciste eso cuando elegiste entrenar para ser un guardia, hiciste una
elección y te convertiste en tu propio hombre. Larten está haciendo lo
mismo.”
“Pero se fue en una forma tan horrible. Quizás debería llamarlo y…”
“¡Por los dioses no!” gritó Seba. “Eres más inteligente que eso, Wester
Flack, así que no actúes como tonto. Sé que extrañarás a Larten –yo también
lo haré– pero es tiempo de que él busque su propio camino. Si interfieres
ahora, probablemente lo destruirás. Esta ha sido una difícil decisión para él. Si
volviera y tuviera que hacer esa elección de nuevo, no estoy seguro de que
pueda.”
“Pero…” Wester se quedó mirando a su maestro. “¿Qué si me voy con él?”
“Tienes el mismo derecho de irte como lo tiene él,” dijo Seba sabiamente.
Luego sonrió. “Pero no lo harás. Tu lugar está aquí y lo sabes. Debemos
dejarlo ir. Si la suerte de los vampiros está con él, volverá cuando esté listo.
Pero por ahora debe caminar su propio camino, o al menos tratar de
encontrarlo.”
Wester asintió con la cabeza lentamente, luego miró la puerta. “Temo por
él. No sabe lo que quiere. Se meterá en problemas.”
“Probablemente,” dijo Seba con tristeza. “Pero él es fuerte y creo que
encontrará su camino, al final. Si estoy equivocado…” Seba suspiró y presionó
el dedo del medio de su mano izquierda en su frente. Manteniendo los ojos
abiertos, los cubrió con su dedo índice y anular, dejando su pulgar y el
meñique a los lados. “Incluso en la muerte saldrá triunfante.”
Luego Seba alejó los pensamientos sobre su asistente de su cabeza y se
concentró en sus deberes, dejando a Larten Crepsley a los desconocidos
trabajos que el destino le deparaba.
Capítulo Quince
Los siguientes años de la vida de Larten Crepsley fueron salvajes y sin
preocupaciones. Larten cometeó para alejarse rápidamente de todo lo que
había llegado a aborrecer, incluso aunque se suponía que los vampiros no
podían cometear en el camino hacia o desde la montaña. El acto de rebeldía
fue su manera de mostrar lo poco que le preocupaban las reglas de clan. Sabía
que era un gesto insignificante, pero eso no lo detuvo.
Viajó a través del mundo a un ritmo frenético, viajando libremente,
pasando gran parte del tiempo en barcos, carruajes, incluso trenes. Fue su
primera vez en uno de los caballos de hierro. El movimiento balanceante lo
hizo sentir enfermo al principio, pero se adaptó después de un tiempo,
aunque nunca dejó su opinión de que iban mucho más rápido de lo que
necesitaba cualquier vehículo terrestre.
Durante años evitó el contacto con otros vampiros, moviéndose de un
pueblo o ciudad a otro, mezclándose con hombres de principios laxos y damas
de virtud fácil, ya que ellos eran los que salían en las noches. Robó grandes
cantidades de dinero, y lo gastó abundantemente. Apostó fuerte, respaldando
muchas tonterías, empresas de alto riesgo para el deporte, e incluso tuvo su
propio estadio de boxeo y peleas de gallos.
Larten había intentado cosas que ni siquiera cuando era un Cachorro
intentó, cosas que ninguna persona sensata haría. Trataba a su cuerpo
irrespetuosamente, interesado sólo en cuán lejos podía llegar. Hubo varias
noches en las que no pudo levantarse, yaciendo en una habitación oscura,
temblando como una rata rabiosa, esperando que la muerte lo sacara de su
miseria.
Si hubiera sido un vampiro menor, seguramente habría muerto. Pero sus
años de duras lecciones lo habían curtido. Podía soportar más castigo que la
mayoría, ir más lejos, durante más tiempo. No importaba a cuántas noches
alocadas se sometía, siempre terminaba por volver.
Con el tiempo se calmó y dejó lo peor de la locura atrás. Había probado casi
todos los placeres de la vida nocturna humana y estaba aburrido de ellos. No
hizo amigos en aquellos años de mala vida, pero muchos acudían a su lado
como compinches, hombres y mujeres muy dispuestos a gastar el dinero que
a él parecía no acabársele, para ir de juergas salvajes con él y trata de igualar
sus salvajes apetitos. Elogiaron a Larten y hablaron sobre su amor y respeto
por él, pero sabía que estaban perdidos, eran criaturas bajas, retorciéndose
por los beneficios que podía ofrecerles alguien en un estado aún peor que el
de ellos.
Una noche simplemente dejó a los parásitos, de la misma forma que se
había alejado del clan. Eran mucho más fáciles de dejar en el pasado que Seba
o Wester. Estas personas realmente no se preocupaban por él, sólo por los
placeres perversos que llevó a sus vidas. Eran alimañas y buitres. No creía ser
mejor que ellos, pero esperaba poder serlo. Por piedad, les arrojó el dinero en
efectivo que tenía y los dejó mientras se peleaban por él.
Trató de correr con los Cachorros de nuevo. Había un enorme agujero en su
vida que necesitaba ser llenado. Ansiaba la compañía y la emoción. No quería
despertar todas las noches por sí mismo, aburrido y solo, desesperado por
matar el tiempo. Necesitaba un propósito y pensaba que los Cachorros
podrían traerle eso, por lo menos un tiempo.
Pero volver con los grupos de guerra fue un error. Todos los vampiros que
había conocido se habían trasladado o habían muerto. Sus reemplazos dieron
la bienvenida a Larten a la manada, pero él se sentía incómodo a su alrededor.
No podía ser igual de entusiasta con la bebida, las mujeres y los juegos de
azar. Encontró a los jóvenes Cachorros fuertes, ignorantes y opacos. No le
agradaba creer que había sido tan superficial, pero estaba seguro de que lo
había sido.
Se alimentó con los grupos de guerra un par de veces, y luego no más. Dio a
los Cachorros una no muy cariñosa despedida, y se movió otra vez,
cuidándose a sí mismo, evitando las grandes ciudades y las multitudes. Pasó
muchas noches solitarias en cementerios o tumbas, meditando, sintiendo
como si nunca fuera a encontrar su lugar en el mundo.
Cuando volvió al Cirque du Freak, pidió a Mr. Tall que lo dejara ayudar
como antes. Hibernius Tall no daría la espalda a un viejo amigo, pero pronto
Larten se dio cuenta de que esa no era la vida para él, ciertamente no en su
estado actual. Le encantaba la vida del circo y hubiera estado feliz en otro
momento de establecerse allí. Pero estaba inquieto, por lo que se trasladó sin
idea alguna de lo que esperaba así como cuando dejó la Montaña de los
Vampiros.
Unos años después de eso, Larten estaba cazando ciervos. Había estado
siguiendo a una manada por horas. Podría haber matado alguno antes, pero
no tenía prisa. Sus ropas estaban hechas harapos. Se había dejado crecer la
barba, –de un color marrón claro, como debía haber sido originalmente su
pelo– y sus uñas estaban largas y desiguales. Había rastros de sangre
alrededor de la boca de festines anteriores, y manchas secas en sus mejillas.
“¡Por las entrañas del Charna! Te ves incluso más terrible que yo,” rió
alguien detrás de él, sorprendiendo al vampiro. Se giró tan rápido que perdió
el equilibrio y cayó. A medida que se apoyaba sobre su espalda, su mirada se
posó en un sonriente Vancha March.
“¿Qué estás haciendo aquí?” ladró Larten.
“Sólo pasaba por aquí,” Vancha olfateó. “Capté tu olor –no podía evitarlo,
realmente– y pensé en pasar a ver que estabas haciendo.”
Vancha pasó las siguientes noches vagando con Larten, haciendo que le
contara su triste historia. El General no hizo comentario alguno, simplemente
escuchó en silencio. Cuando Larten finalmente se quedó sin palabras sobre su
miserable estado, Vancha dijo que el joven vampiro podía viajar con él si lo
deseaba.
“Estoy en un período sin rumbo por ahora,” dijo. “Fui en la búsqueda del
palacio de Perta Vin–Grahl hace unos años.” Vin–Grahl había conducido a un
grupo de vampiros dentro de un desierto helado a morir poco después de la
guerra con los vampanezes. Según las leyendas, había construido un castillo
de hielo y convertido en un sepulcro masivo. Muchos vampiros habían
buscado el lugar del último descanso de los condenados a través de los siglos.
“¿Ha habido suerte?” preguntó Larten.
“No,” suspiró Vancha. “Realmente pensé que lo encontraría, pero todo lo
que conseguí fue congelarme. Casa perdí algunos dedos. He estado
demasiado avergonzado para informar al clan. No puedo evitarlo
indefinidamente, pero me gustaría esperar un poco más antes de someterme
a su risa. Paris estará especialmente feliz; él apostó mi shuriken favorito a que
no encontraría el palacio.”
La pareja vagabundeo sin propósito pero con agrado durante el siguiente
año. Cazaban y se contaban historias. Regularmente discutían para pasar el
tiempo y Larten sin darse cuenta se encontró completando muchas de las
tareas que debería haber tenido que pasar para convertirse en General.
Vancha podría haber jurado durante décadas que no tenía la intención de
convertirse en un mentor, pero Larten tenía sus dudas. Al igual que Seba,
Vancha podía ser un operador astuto, cuando la astucia lo llamaba.
La mayoría de las noches dormían debajo de un árbol o un arbusto. Vancha
no creía en las comodidades como los ataúdes. Nunca estaba tan feliz como
cuando estaba durmiendo en un piso frío y rocoso, cubierto sólo por sus
pieles de animal púrpura. Larten no disfrutaba esa vida difícil, pero se
acostumbró a ella. En cualquier caso, era mejor dormir en la calle con un
amigo que en el lujo él solo.
Una noche, mientras descansaban, Vancha decidió mostrar su destreza
para escupir. Escupió en el aire, mantuvo la boca abierta y cogió el escupitajo
cuando cayó. Tragando, se rió y dijo, “Apuesto a que no puedes hacer eso.”
“¿Por qué, en el nombre de los dioses, haría eso?” murmuró Larten.
“Es un talento,” dijo Vancha.
“Como tocar tu nariz con tu lengua.”
“¿Se puede?” preguntó ansiosamente Vancha.
“Nunca he intentado y no pretendo hacerlo,” dijo Larten.
Vancha sacó la lengua y exploró, pero a pesar de que podía tocar la punta
de su nariz si la empujaba hacia abajo con un dedo, la lengua no llegaba hasta
su nariz por propia voluntad. Al final, lanzó un gruñido y volvió a escupir y
cogerlo de nuevo.
“Vamos,” insistió a Larten. “Inténtalo. Es divertido.”
“No tengo intención de escupirme a mí mismo,” dijo Larten con rigidez,
sofocando una sonrisa. “Ahora déjame en paz o tragarás uno de tus shurikens
en lugar de saliva.”
“Deja a mis shurikens tranquilos,” gruñó Vancha, acariciando sus estrellas
de ninja atadas a un cinturón alrededor de su cuerpo. Vancha prefería luchar
con las manos –creía que las armas eran un signo de debilidad– pero los
shurikens eran una excepción. “Algunos de ellos tienen cientos de años de
antigüedad. Son históricos.”
Larten frunció el ceño. “Pensé que los hacías tú mismo.”
“La mayoría de ellos, sí. Pero tengo unos pocos de la época Edo, incluso uno
que creo se remonta a los Kamakuras.”
“¿De qué estás hablando?” preguntó Larten.
“Las grandes dinastías japonesas. ¿No sabes nada de historia?”
“No mucho,” dijo Larten. “He pasado los últimos treinta años tratando de
memorizar los hitos vampíricos. No tenía tiempo para investigar la historia
humana, también.”
“Deberías haber hecho tiempo,” Vancha chasqueó la lengua. “Solo un tonto
olvida de dónde viene. No tengo mucho que ver con el mundo humano, pero
todos empezamos allí y podemos aprender mucho sobre nosotros mismos
estudiando los altos y bajos de la humanidad a través de los siglos.”
“Entonces cuéntame, buen maestro,” dijo Larten con una sonrisa tonta.
Aunque él había sido sarcástico, Vancha se tomó en serio su petición. Las
próximas noches fueron para Larten un resumen de las dinastías japonesas,
desde la Asuka hasta la Edo, con especial énfasis en las armas de cada una,
particularmente las pequeñas, puntiagudas, y arrojadizas. Al final de sus
lecciones casi deseaba haber cumplido su amenaza y clavado una shuriken en
la garganta de Vancha. ¡El General maloliente era un buen amigo, pero un
verdaderamente aburrido historiador!
Capítulo Dieciséis
Eventualmente, Vancha tuvo que volver a sus tareas. Como un General,
tenía que presentarse en varias reuniones, mantener vigilados a los
Cachorros, monitorear los movimientos de los vampanezes, investigar a los
vampiros canallas. Invitó a Larten a acompañarlo en algunos trabajos. Como
no tenía nada que hacer, aceptó.
Habiendo controlado a unos pocos de los Cachorros alborotadores y
amonestándolos –incluso los más jóvenes debían obedecer ciertas reglas–
Vancha y Larten partieron en busca de un vampiro llamado Arrow, quien
había cortado contacto con el clan. Los Príncipes querían saber por qué se
había separado.
Vancha había encontrado su objetivo por un proceso conocido como
triangulación. Como casi cualquier vampiro, Arrow había colocado sus manos
sobre la Piedra de Sangre en la Montaña de los Vampiros cuando se había
unido al clan, permitiéndole extraer sangre de él. Uno de los Príncipes en la
montaña se fijó en la Piedra mágica y localizó la posición de Arrow. Luego, el
Príncipe se comunicó telepáticamente con Vancha y lo dirigió hacia él.
Vancha siguió sus instrucciones hasta que llegaron a una casa en un
bosque. Llegaron tarde, a la noche, y acamparon sin acercarse a la casa. Luego
de un sueño corto, se ocultaron detrás de un par de árboles, y se mantuvieron
observando todo el día. Vieron a una mujer de cabello rojo trabajando dentro
y alrededor de la casa durante el curso del día, pero no había signo de Arrow.
Apareció cuando el sol se ponía. Salió de la casa, miró hacia el cielo, besó a
la mujer, y luego fue a buscar agua mientras ella se deslizaba dentro de la
casa. Arrow era enorme calvo y corpulento. Había tatuajes de flechas** en
ambos lados de su cabeza y en sus antebrazos. No se veía como alguien que
se alejara maltrecho de la mayoría de las peleas. Su aspecto amenazador
mientras llevaba un cubo de agua hacia un pozo en un costado de la casa no
hacía nada por suavizar su ardua impresión.
Arrow dejó el cubo lleno en el piso a un lado del pozo, luego gruñó sin mirar
hacia arriba. “Adelántense si van a venir. No me gustan los espías.”
“Disculpa,” dijo Vancha alegremente, dando un paso al frente. “No estaba
seguro de que en qué posición nos encontrábamos. No quería entrometerme
ni causar ninguna dificultad.”
** Arrow significa flecha
Arrow asintió con la cabeza bruscamente hacia Vancha, hizo correr una
mirada fría sobre Larten, luego inhaló. “Sarah tendrá la cena pronto. Son
bienvenidos a compartirla con nosotros.”
Larten y Vancha compartieron una corta mirada, luego se movieron hacia
adelante. Vancha lucía relajado, pero Larten notó la manera en que sus dedos
se quedaban cerca de sus shurikens. Comprobó que sus cuchillos estaban a un
fácil alcance y se mantuvo cerca de Vancha, listo para respaldarlo si eran
atacados.
La mujer dentro de la casa –Sarah– levantó la mirada cuando Arrow entró
pisando fuerte y dijo “Tenemos visita.” Ella comenzó a sonreír con curiosidad
cuando el extraño par entró. Luego Arrow dijo, “Son vampiros.” Su sonrisa se
desvaneció al instante y se sentó a la mesa en silencio.
Arrow colocó el cubo cerca del fuego, beso a Sarah otra vez, y luego se
sentó y asintió con la cabeza para que Vancha y Larten se unieran a él. “¿A
qué viene el interés del clan estas noches?”
“¿Te casaste con una humana?” Vancha frunció el ceño.
“Me casé con una hermosa y adorable mujer,” le corrigió Arrow. Larten vio
una rápida sonrisa cruzar por los labios de Sarah, mientras ella daba media
vuelta para mirar a su marido. “Ahora responde mi pregunta.”
Vancha se rascó una axila. “No eras tan malhumorado antes. La vida
tranquila no va contigo.”
“Iba conmigo agradablemente hasta que tú y tu asistente aparecieron,” dijo
Arrow.
“Larten no es mi asistente, solo un amigo.”
“No importa. Ya pregunté dos veces, Vancha. No me hagas…”
“Los Generales no están interesados,” dijo Vancha. “No aprobamos los
vampiros juntándose con humanos, pero ha pasado mucho tiempo desde que
prohibíamos esas uniones, así que ¿por qué estás preocupado?”
“Los tiempos cambian,” notó Arrow. “No estaba seguro de cuál era el modo
actual. Cuando apareciste, luego de haber pedido que me dejaran solo,
pensé…”
“Cálmate,” interrumpió Vancha. “¿A quién le pediste? Desapareciste de la
vista sin ninguna palabra. Es por eso por lo que vine.”
Arrow frunció el ceño. “Le dije a Azis Bendetta de mi decisión cuando decidí
abandonar mis estudios y no convertirme en General.”
Vancha suspiró. “Azis ha muerto.”
“¿Desde cuándo?”
“Cuatro años o más.”
“Incluso en la muerte saldrá triunfante,” murmuró Arrow, haciendo el signo
del toque de la muerte. Se veía triste mientras retiraba la mano, pero aliviado
también. “Debe haber muerto antes de haber entregado mi mensaje.”
“Si.” Vancha estaba sonriendo ahora.
“Entonces ¿No estoy en ningún problema?”
“No.”
Arrow sacudió su cabeza y se rio, luego tronó, “¡Sarah! Cerveza y leche tibia
para nuestros invitados.”
“Tomare la mía fría, gracias,” Vancha rio, luego se adelantó y palmeó el
hombro de Arrow. Cuando Larten vio eso, se relajó y sonrió a Sarah cuando
está le tendió una taza de cerveza. Cuando nadie estaba mirando, deslizó los
cuchillos hacia los costados. Esta no era una noche de pelea, después de todo.
La historia de Arrow era corta y simple. Había conocido a Sarah y se había
enamorado. Le contó la verdad sobre él mismo pronto durante su relación,
que era una criatura de la noche estéril y chupasangre que viviría por cientos
de años.
“Su esterilidad fue la cosa más dura de aceptar,” dijo Sarah. Tenía una voz
suave y una tímida sonrisa. “No estaba preocupada por la parte de vampiro
–podía jurar que no era malvado– y estoy feliz de que viva tanto. Pero no ser
capaz de tener hijos…”
“Probablemente adoptemos en algún orfanato algún día,” dijo Arrow,
frotando un dedo sobre el brazo de Sarah. “Pero por el momento seguimos
disfrutando ser una pareja. La novedad aún no se ha apagado. Empezaremos
una familia en algunos años, ¿sí?”
“Si,” Sarah soltó una risita.
No era novedad para un vampiro juntarse con un humano, pero
usualmente solo los Cachorros cruzaban esa línea.
“Hace cinco años hubiera dicho que estabas loco si me hubieras contado
que esto pasaría,” insistió Arrow. “No aprobaba a aquellos que se juntaban
fuera del…”
“Arrow…” dijo Sarah en tono de advertencia.
“Perdón. Aquellos que se casaban fuera del clan.”
“¿Qué hay de malo con juntar?” preguntó Vancha.
“Los animales se juntan,” dijo Sarah con frialdad. “Los humanos se casan.”
“Pero no somos ninguno de los dos,” notó Vancha.
“Son más humanos que animales,” dijo Sarah. “Al menos lo son Arrow y
Larten.” Alzó una ceja hacia el General de pelo verde y aspecto extraño, y él
silbó con placer. Para Vancha, un insultó de una mujer hermosa contaba como
un cumplido.
“De todos modos,” Arrow prosiguió, “Estaba contento como un vampiro.
Nunca pensé en buscar una humana como pareja††…esposa,” se corrigió
rápidamente mientras Sarah entrecerraba los ojos. “Pero nos conocimos
cuando me estaba recuperando de una herida y…” se encogió de hombros.
“…vivieron felices por siempre,” terminó Vancha con una sonrisa. Luego su
sonrisa calló. “Excepto que no lo harán, ¿verdad? Perdóname por hablar tan
abiertamente, Sarah, pero la vida de los humanos son cortas comparadas con
las nuestras. ¿Planeas dejar que Arrow te convierta?”
“No,” dijo Sarah con convicción. “Amo el sol demasiado para esconderme
de él. Mejor tengo una vida corta de días, que siglos de noches.”
“Entonces ¿Qué pasará cuando tu corazón no pueda más y Arrow tenga
que arrojarte a un agujero para que te pudras?” Preguntó Vancha.
“Tan diplomático como siempre,” dijo Arrow secamente, compartiendo una
mirada triste con su esposa.
“Eso me preocupa,” susurró Sarah, estrechando la mano de Arrow. “Casi no
me caso con él porque no quiero dejarlo de esa manera pero…”
“El futuro traerá lo que traiga,” gruñó Arrow. “No hay garantías en la vida.
Podría morir antes que ella, de una enfermedad o un accidente. Si no lo hago,
me afligiré como cualquier marido se aflige cuando su esposa muere. Luego…
no estoy seguro. Si tenemos hijos, terminaré de criarlos. Si tenemos nietos,
me quedaré y los miraré crecer. Si no, luego… ¿Quién sabe?”
“El clan te recibirá de vuelta si decides volver,” dijo Vancha. “No te
alejaremos solamente porque te enamoraste. Puedes terminar tu
entrenamiento –solo estabas a unos meses de tu prueba final– y sabes que
todos pensamos bien de ti.”
“Eso es amable de tu parte, pero no puedo verme convirtiéndome en
General ahora. Quizás eso cambie, pero lo dudo. Quizás, si vivo más tiempo
que ella, simplemente me siente ante la tumba de Sarah, no beba más sangre
y espere a unirme a ella.”
“¡No vas a hacer tal cosa!” ladró Sarah. “Si lo haces, y hay un Paraíso, te
haré la vida una miseria por el resto de la eternidad.”
†† En ingles el verbo “mate” es el que yo traduje como “juntar”, pero resulta que también es un sustantivo que se refiere a la persona con la que se junta. El compañero, conyugue, pareja, etc.
Arrow se le acercó y le besó la frente. “Lo que tú digas, querida,” murmuró.
Se quedaron hasta tarde comiendo, bebiendo, charlando. Sarah se fue a la
cama unas horas antes del amanecer y luego fueron solo los vampiros.
Cuando estuvieron solos, hablaron sobre el clan. Vancha le contó a Arrow
sobre la muerte de Azis Bendetta y luego lo trajo de vuelta a la fecha con las
últimas intrigas y acontecimientos.
“La brigada de anti–vampanezes se está poniendo fuerte,” dijo en un
momento. “Los tontos están buscando guerra. Como si una sola no fuera
suficiente.”
“¿En serio crees que llegará a eso?” Arrow preguntó, alarmado.
“No,” dijo Vancha. “Los Príncipes saben que una guerra sería catastrófica.
Habrían probablemente una o dos si la situación fuera diferente, pero tanto
tiempo como estén los gustos de Paris y Chok Yamada para mantener el
sentido común sobre los otros, la tregua se mantendrá.”
Durmieron en la casa de Arrow ese día –a regañadientes Vancha hizo su
cama en el mullido (para sus estándares) piso de madera, no queriendo
ofender a su anfitrión durmiendo afuera– y comieron con él y Sarah la noche
siguiente. Luego de la comida, Vancha le deseó al par la suerte de los
vampiros, y luego él y Larten se marcharon.
Larten estaba pensativo mientras se deslizaban a través del bosque. Nunca
había considerado volver a la vida humana como Arrow había hecho. A parte
le agradaba la idea de encontrar una pareja, casarse, adoptar hijos. Había
pensado que había dejado ese mundo atrás para siempre, pero ahora veía
que podría ser suyo de nuevo si verdaderamente lo quería.
“Eso es un desperdicio de un buen vampiro,” Vancha suspiró,
interrumpiendo el hilo de pensamientos de Larten. “Arrow era un gran
guerrero. Podría haber llegado lejos.”
“Pero es feliz donde está,” hizo notar Larten.
Vancha se encogió de hombros. “¿Desde cuándo a los vampiros les importa
la felicidad? Una criatura de la noche se siente satisfecha cuando todo está
bien en su mundo. Ese es el camino de la naturaleza. La felicidad es una locura
humana. Los vampiros que la buscan, usualmente no llegan a nada bueno.”
“Esa es una manera cínica de ver la vida,” dijo Larten.
“Lo digo como lo veo,” resopló Vancha. “Si Arrow hubiera tomado a una
vampiresa como pareja, sería diferente. Pero casarse con un humano…”
Sacudió la cabeza, luego se rio entre dientes. “Fíjate, le eché una mirada a las
vampiresas el último Consejo, no puedo culparlo. Son muy horribles, ¿verdad?
Buenas guerreras, pero ¡no quisieras besar ninguna de ellas!”
“No creo que alguien en tu posición pueda ser muy exigente,” dijo Larten.
“¿De qué estás hablando?” Vancha frunció el ceño. “Yo sería un capturador
de primera clase. Ninguna mujer iría mal con un espécimen como yo.” Para
probar su punto, escupió en su palma y esparció la saliva por su cuero
cabelludo. “Digo, seriamente, ¿Qué señorita de buen gusto se resistiría a una
cabeza con cabello verde brillante como el mío?
Capítulo Diecisiete
Poco después de su encuentro con Arrow, Vancha fue convocado a la
Montaña de los Vampiros por negocios. Larten optó por no viajar con él.
Hicieron planes vagos para reunirse de nuevo, pero sus caminos los llevaron a
otro lugar y pasaron varios años sin contacto alguno.
Larten pasó esos años volviendo a caer en el oscuro pozo del que Vancha lo
había rescatado brevemente. Su tiempo con el General había regresado su
amor por el clan, recordándole por qué había aceptado convertirse en
asistente de Seba en primer lugar. Pero seguía sin querer regresar a la
Montaña de los Vampiros y completar su formación. No todavía. Sentía que
no había terminado con el mundo humano aún, que hasta que no sacara lo
que fuera que lo preocupaba fuera de sí mismo, no conocería la paz.
Una noche, mientras consideraba con tristeza sus opciones –tratando de
elegir un país o ciudad que no hubiese visitado antes– se encontró pensando
en Lady Evanna. No había pensado en la bruja en mucho tiempo. Había tenido
la intención de tomar ventaja de su oferta de visitarla en su casa, pero lo
había olvidado.
Supo al instante que eso era lo que quería. Algo diferente, un lugar ni de los
humanos ni de los vampiros. No tenía idea de donde vivía Evanna, pero estaba
seguro de que podría encontrarla. Ella le había dado esa habilidad. Todo lo
que tenía que hacer era ponerse en marcha y sus pies lo guiarían.
Fue un largo viaje. Tenía la intención de utilizar trenes y carruajes, pero
cada vez que subía a uno perdía de vista a dónde iba. Cometear lo
desorientaba también. La dirección de Evanna solo se revelaba cuando estaba
a pie, por lo que tuvo que abandonar las alternativas fáciles y caminar. Pero el
camino no era difícil y era una buena época del año. Disfrutó ese viaje más
que ninguno que hubiese realizado recientemente.
Finalmente, meses después de ponerse en camino, llegó a una pequeña
colina en un claro. Había una cueva cerca de la base de la colina y un estanque
más abajo. Larten no vio la entrada de la cueva a primera vista. Sin embargo,
cuando se obligó a mirar mejor, vio claramente la cueva y fue hacia ella.
Había un montón de ranas en el borde del estanque, croando
ruidosamente. Algunas tenían colores extraños y otras tenían como marcas de
tinta en la cabeza y la espalda. Larten decidió investigar más a fondo y se
dispuso a coger una de las ranas.
“Yo no haría eso,” dijo alguien mientras él avanzaba hacia el estanque.
Larten levantó la vista y vio a una niña de no más de doce o trece años. Estaba
llevando un balde y lo miraba con seriedad. “Son venenosas.”
“¿Ranas venenosas?” preguntó Larten dubitativo.
“Pústulas a los largo de sus lenguas,” dijo la muchacha. “Si tocan tu piel, se
romperán y el veneno se filtrará. Morirías en cuestión de minutos, incluso si
eres un vampiro.”
“¿Sabes lo que soy?”
La niña asintió. “Mi Señora lo ha estado esperando.” Ella hizo una mueca y
sacudió la cubeta. “Es por eso que estoy arrastrando esto. Evanna dijo que te
gustaría un baño caliente cuando llegaras, por lo que he estado yendo a
buscar agua durante el último par de horas.”
“Mis disculpas,” dijo Larten. “Puedo llevarlo si gustas.”
La chica sonrió con timidez. “Está bien. Puedo manejarlo.”
Charlaron mientras caminaban hacia la cueva. La chica se llamaba Malora.
Ella no podía recordar su apellido; Evanna la había tomado como aprendiz
cuando tenía cinco o seis años y gran parte de su vida anterior era un
misterio.
“¿Tus padres dejaron que Evanna te tomara, o te vendieron a ella?”
preguntó Larten.
“No me vendieron,” resopló Malora. “No soy una esclava, incluso si mi
Señora me trata como a una la mayor parte del tiempo.”
Larten sonrió. “He escuchado historias así antes. ¿Arra Sails aún sirve
aquí?”
“Nunca he oído hablar sobre ella,” dijo Malora. “¿Fue una aprendiz de
Evanna?”
“Sí. No le gustaba su ama más que a ti.”
“A nadie lo hace,” resopló Malora. “Tenía otras cuatro chicas cuando llegué.
Soy la única que queda, y no me quedaré por mucho más. Tan pronto como
encuentre a alguien que me acompañe con seguridad de vuelta al mundo
normal, ¡me voy!”
Larten se rió entre dientes. La muchacha era joven pero combativa, como
Arra lo había sido. Era una lástima que no fuera mayor, tal vez habría tenido
más éxito cortejándola del que había tenido con la fiera señorita Sails.
Al acercarse a la cueva, Evanna apareció. Se veía exactamente como lo
había hecho la última vez que la había visto. No había cambiado ni crecido. Su
cabello estaba largo y sucio, todavía llevaba cuerdas y sus uñas estaban
cortadas de la misma forma inusual.
“Bienvenido, viajero.” Hizo una reverencia a Larten, y luego lo abrazó con
fuerza. No lo levantó del piso, pero le pellizco una mejilla. “Pensé que nunca
ibas a visitarme,” lo reprendió. “Ven, el baño está listo.”
Larten frunció el ceño. “¿Qué te hace pensar que estoy desesperado por
tomar un baño?”
“No es para ti, idiota,” resopló ella. “¿Recuerdas lo que dijiste la última vez
que nos despedimos?” La miró con una mirada vacía.
“Te comprometiste a frotar mi espalda,” le recordó ella, y al recordar cómo
se jactaba impetuosamente, el rostro de Larten cayó y sus mejillas se
volvieron más rojas que cuando ella las había pellizcado.
Larten paso las siguientes noches con la Señora de lo Salvaje, con Malora
siempre cerca, a pesar de que la aprendiza no decía mucho, así que a menudo
olvidaba que ella estaba allí. El vampiro y la bruja discutieron –a ella de
gustaba probarse a sí misma contra de él, mientras que él estaba seguro de
que ella podría haberlo aplastado con un simple movimiento de muñeca si
hubiese querido– y ella lo trató con una variedad de platos vegetarianos.
Había sido escéptico con los alimentos en un primer momento, pero Evanna
lo había sorprendido con una extraordinaria variedad de menjunjes. No era
suficiente para alejar a Larten de la carne, a pesar de que ella seguía
insistiéndole en que dejara su lado carnívoro, pero él no pondría su nariz en
vegetales y frutas de nuevo.
Evanna tenía algunas noticias de Seba y Wester, las cuales compartió. Todo
era menor –informes de los cambios que había hecho Seba en su papel de
Intendente, noticias de Wester muy cerca de convertirse en guardia– pero
Larten adoró los chismes.
A cambio, Larten le contó a Evanna sobre su indecisión. Era bueno sacar sus
dudas y remordimientos de su pecho, admitir lo mucho que sentía la forma en
la que había hablado a Seba, como lamentaba los años que había perdido y
preguntarse qué le deparaba el futuro. Él le pidió consejo, pero ella se negó.
“Cuando se trata de futuro, debo tener cuidado,” dijo. “Tengo un don de
previsión –veo cosas que no han sucedido– por lo que no puedo interferir.”
“¿Has visto mi futuro?” preguntó Larten con ansias.
“Partes de él,” dijo cautelosamente. “Trató de no enterarme demasiado
sobre los destinos de quienes me agradan. No es lindo saber en cuánto
tiempo un amigo te dejará, las dificultades que enfrentaran, el dolor que
sufrirán.”
“¿Viste dificultades y sufrimiento en mi futuro?” preguntó en voz baja
Larten.
“Estaba hablando en términos generales,” ella lo corrigió. “Todos
sufriremos de un modo u otro. En tu caso…” Ella parecía dispuesta a revelar
algo y él se inclinó con entusiasmo. Entonces ella se detuvo y ladeó la cabeza.
Larten creyó oír un ruido como de tic tac –un reloj, tal vez– pero no pudo
ubicarlo.
“El destino nos observa a todos,” dijo ella en voz baja. “Sin embargo,
algunos atrapan sus ojos más que otros.” Ella miró a Malora y su expresión se
conmovió. Entonces giró la cabeza hacia la boca de la cueva. Por su rostro
arrugado, Larten pensó que alguien andaba al acecho por allí. Pero no pudo
ver a nadie, y momentos después la bruja alejó sus preocupaciones.
“Este no es momento para preocuparse por lo que el futuro podría traer,”
dijo. “Vamos a beber y ser felices. Tu suerte se revelará a su debido tiempo,
como siempre lo hace. Pero piensa en esto la próxima vez que dudes sobre tu
camino: siempre viajamos por donde debemos. Podrías pensar que te has
desviado, pero no más que unos pocos pasos del camino del destino. Tus
dudas siempre te estarán esperando. Acéptalas, trata con ellas, y encontrarás
lo que el destino requiere de ti.
”Para bien o para mal,” concluyó ella con tristeza, y no dijo nada más al
respecto, dejando a Larten darle vueltas a sus extraños murmullos durante el
tiempo por venir.
Esa noche, Larten siguió el concejo de Evanna beber y divertirse un poco. La
cerveza era su elección de bebida, pero había probado bebidas más
alcohólicas en su tiempo. Puesto que Evanna prefería el vino, él bebió con
ella, a pesar de que era más fuerte que los que le eran familiares.
“Puedo beber más que cualquier hombre,” rio Larten. “Y que cualquier
vampiro también.”
“¿Y qué hay acerca de una hechicera?” preguntó Evanna.
“Voy a darle una oportunidad,” le guiñó un ojo, brindando a su salud y
pidiendo a Malora que llenara su vaso nuevamente.
En el ambiente ligero, Evanna bebió más de lo habitual, y aunque ella no
podía emborracharse –era físicamente imposible para alguien como ella– se
relajó hasta el punto de no pensar con claridad. Rio de las bromas de Larten y
sonreía cuando él la halagaba. Los halagos no eran algo nuevo, pero su
respuesta fue diferente. Larten empezó a pensar que estaba haciendo algún
avance. Cuanto más bebía, más se aseguraba de que la Señora de lo Salvaje
estaba cediendo a sus encantos. Ella sería su pareja y tendrían muchos hijos
poderosos. No tendría que preguntarse por el futuro, entonces, porque todos
los vampiros lo idolatrarían, independientemente de si había completado su
formación o no.
“Evanna,” murmuró esa noche, tarde. Su voz sonaba solo un poco confusa,
pero su cabeza daba vueltas. “¿Recuerdas la forma que tomaste antes? ¿La
hermosa dama en la que te convertiste?”
“¿Estás diciendo que no soy bella ahora?” resopló.
“¡Por supuesto que lo eres!” gritó. “Siempre eres una delicia a la vista. Pero
aquella otra forma… ya sabes a cuál me refiero… estaba bien. ¿Podrías
cambiar nuevamente?”
“No seas imprudente,” gruñó Evanna, pero ella sonreía al mismo tiempo.
“Por favor, Señora, te lo ruego, dame una visión para enviarme a la cama
hipnotizado y soñador.”
Evanna generalmente rechazaba esas peticiones –ella sólo cambiaba para
satisfacerse a sí misma– pero Malora vio a su ama sonreír de un modo extraño
y sintió que se avecinaban problemas. La chica llenó las copas de Evanna y
Larten, y luego se escabulló. Pensaron que ella se iba a la cama, pero en
realidad tenía otros planes. Si las cosas salían como ella sospechaba, esta sería
una noche memorable no sólo para la bruja y el vampiro, sino para ella
también.
Evanna no notó que su aprendiz tomaba una bolsa de al lado de su cama y
la dejaba afuera. Ella estaba considerando la solicitud de Larten. Observando
esto, él presionó más.
“Era una forma más justa, Señora. Por favor, permítame adorarla
nuevamente.”
“Guarda tu culto para los dioses,” olfateó Evanna, pero ella se decidió a
complacerlo. Su cuerpo brilló y momentos después era alta y delgada, con el
cabello largo y rubio, sus ojos suaves y profundos. Larten nunca había oído
hablar de una princesa de cuentos de hada más bella que esta. Su corazón dio
un salto como lo había hecho la vez anterior, y la risa drenó de él.
“¿Te agrada, joven mono?” ronroneó Evanna, dando vueltas para él,
dejando que el borde de su vestido se deslizara a su alrededor como niebla.
“Me agrada mucho,” dijo Larten débilmente. Había tenido la intención de
salir con un halago de lujo, pero eso fue lo mejor que pudo manejar.
“Los vampiros son criaturas simples,” rio Evanna. “Muy fáciles de
impresionar. Me gustaría ser como tú. La vida sería mucho más sencilla si yo
pudiera ser contentada con brillo como el de un ángel, ganando el corazón de
cada hombre que me viera. Creo que si…”
Evanna siguió hablando, pero Larten ya no se centraba en sus palabras. Su
corazón latía con fuerza y él sólo tenía un pensamiento en su cabeza. Ni
siquiera una parte de él exclamó precaución, anhelaba a Evanna totalmente,
como nunca había deseado a una mujer antes.
Se levantó tembloroso mientras Evanna parloteaba, se apoyó, se limpió sus
labios secos y luego se apoderó de la doncella celestial del largo vestido
blanco. Evanna pensó que quería bailar y se rio. Pero luego él se inclinó hacia
adelante y la besó, y todo de repente cambió drásticamente.
“¡Canalla!” gritó Evanna, más sorprendida que indignada. Ella se apartó de
él, que trató de seguirla. Gruñendo, ella arremetió con su mano derecha. La
larga uña de su dedo meñique atrapó la carne de su mejilla izquierda, se
metió profundamente y arrancó un canal en el lado de su labio, donde se
liberó.
Larten lanzó un grito y cayó hacia atrás, sangre manando de la herida, sus
ojos desorbitados por el miedo y el dolor. Por un momento pensó que Evanna
iba a acabar con él y se encogió cuando ella le clavó una mirada y elevó sus
manos como garras.
Entonces la Señora de lo Salvaje se contuvo y dio un paso atrás. “¡Fuera!”
ladró.
Larten no esperó a que lo dijera una segunda vez. Tropezando con sus pies,
corrió por su vida, tratando de detener el flujo de sangre de la herida con una
tira de la tela de su camisa.
Evanna sólo se refería a que se alejara de su vista y volviera una vez que ella
se calmara. Pero mientras corría, se dio cuenta de que había comprendido
mal su orden. Pensó que ella lo estaba desterrando. Comenzó a llamarlo, para
decirle que podía quedarse y que repararía la piel de su cara para que no le
quedara una cicatriz. Pero a medida que las palabras se formaban en su boca,
ella escuchó un suave tic. Sintió una opresión en el pecho y casi lo llamó de
todas formas. Pero ella sabía que no debía. Ese era su destino, y no era su
deber interferir en esas labores.
“Definitivamente no lo es,” dijo alguien con una voz agradable aunque fría.
“Has hecho bien en contener tu lengua. Habría tenido que cortarla si no lo
hubieras hecho.”
Evanna vio un par de botas verdes llegando a través del suelo hacia ella. El
hombre dentro de ellas había estado de pie casi en el camino de Larten
cuando él huyó, pero ella no se sorprendió de que el vampiro no hubiera visto
al no invitado huésped. El pequeño entrometido sólo se revelaba cuando
quería hacerse notar, y sólo cuando estos avistamientos garantizaban un
conflicto y caos.
“No sabía que estabas observándolo,” dijo Evanna en voz baja.
“Oh, sí,” sonrió su visitante. “He estado manteniendo un ojo en el Señor
Crepsley durante un largo tiempo. Se dirige a un camino deliciosamente
peligroso y planeo estar allí cuando llegue a la caída extrema. En su hora más
oscura voy a estar cerca para llegar a él y ofrecerle esperanza. Qué hombre
tan suertudo es por tener a un amigo como yo para mantener un ojo en él.
¿No estás de acuerdo, hija?”
Cerrando los ojos, Evanna suspiró y ofreció una corta plegaria por Larten y
Malora, incluso aunque sabía, como una agente del destino con el poder de
previsión, que su oración no ayudaría al pobre y condenado par en lo más
mínimo.
Capítulo Dieciocho
Larten se tambaleó colina abajo desde la cueva, su mejilla punzando,
sangre derramándose del trapo mojado que cubría la herida. El dolor y el aire
de la noche lo serenaron rápidamente. ¿Cómo podía haber sido tan tonto?
Evanna había matado a vampiros por menos que eso. No la culpaba por
haberle cortado la mejilla. Solo estaba sorprendido de haber salido de la
cueva con vida. De alguna manera se sentía afligido por eso. Al menos no
habría tenido que vivir con la vergüenza si lo hubiera matado.
Sobre piernas inestables hizo su camino hacia el borde del estanque.
Asegurándose de que no estaba al alcance de ninguna rana venenosa, se
arrodilló y se quitó el trapo de su mejilla. Sangre fresca brotó hasta su barbilla.
Gimiendo suavemente –más por culpa que por dolor– ahuecando la mano,
tomó un poco de agua y la salpicó sobre su cara. Ardió, pero no tanto como
pensó que lo haría.
Bajando su cabeza, la condujo profundo bajo el agua y la dejó ahí hasta que
se quedó sin aire. Cuando se levantó jadeando, oyó pasos. Creyó que la bruja
había venido detrás de él. En vez de huir, mantuvo su postura, mirando el
agua mientras las ondas se calmaban, deseando morir honorablemente
cuando ataque.
Pero cuando vio su reflejo mientras la persona se acercaba, se dio cuenta
de que no era Evanna. Era su aprendiz, Malora.
“¿Duele terriblemente?” preguntó, arrodillándose a su lado.
“He conocido peores,” suspiró Larten. Había sufrido heridas mucho más
serias mientras entrenaba en la Montaña de los Vampiros. Pero su orgullo
solamente había sufrido un golpe como éste en aquella primera noche de
pelea en su primer Consejo.
Malora le tendió un pañuelo limpio. Le agradeció con una corta sonrisa,
luego guiñó un ojo mientras lo presionaba contra su herida. “Tengo una aguja
y un hilo,” dijo, acariciando un bolsito. “Puedo coserte, si lo deseas. Si coso
limpiamente, la cicatriz no se notara mucho.”
Larten consideró su oferta, luego la declinó. “Dejaré la herida abierta,” dijo.
“Me recordará lo tonto que sido y espero que me ayude a nunca repetir el
error que he cometido esta noche.”
Malora sonrió. “Trataste de besarla, ¿No?”
Larten asintió con la cabeza. “Me golpeó, luego me echó. Estoy sorprendido
de que no me haya matado.”
“Fue el vino. Si hubieras estado sobrio, estaría envolviendo tu cabeza
cortada en un trapo, ahora. No eres el primero en intentar tomar ventaja de
ella,” Malora dijo en respuesta a su ceja levantada. “He tenido que levantar
los trozos de un par de pretendientes demasiado amorosos en el pasado. Pero
Evanna conoce el efecto que el vino tiene en los mortales. La enojaste,
obviamente, pero se dio cuenta de que fuiste más torpe e inocente que cínico
e insultante.”
“¿Le darías mis disculpas en la mañana?” preguntó Larten.
“No,” Malora lo sorprendió. “Me iré contigo.”
“¿De qué estás hablando?” Larten frunció el ceño y el gesto hizo que un
torrente de sangre brotara de la herida.
“Te dije que no estaba feliz,” dijo Malora. “He estado esperando a que un
escolta me dirigiera fuera de aquí. Tú lo harás.”
“Espera un minuto,” dijo Larten, alarmado. “No soy un escolta. No sabes a
donde voy. Probablemente no veré a ningún otro humano por meses.”
Se encogió de hombros. “Eso no me molesta. Probablemente nunca vuelva
a mi vida humana. Estoy interesada en vampiros. Quiero aprender sobre sus
costumbres, quizás convertirme en uno de ustedes.”
“¡No!” ladró Larten. “No quiero un asistente. No soy un General. Me oíste
hablando con Evanna. Estoy confuso, perdido. No sé lo que quiero para mí
mismo, así que difícilmente podría tomar decisiones por ti.”
“No te estoy pidiendo que tomas decisiones por mí,” dijo Malora fríamente.
“Ya las hice. Voy contigo. Adonde me dirijas, no me importa. No me interesa si
no eres parte del clan, ni que probablemente nunca lo seas. Solo quiero viajar
contigo un tiempo. Cuando tenga suficiente de tu compañía, me iré.”
Larten se quedó mirando a la chica, sin estar seguro de qué decir. “Eres
demasiado joven,” intentó. “La vida de un vampiro es dura. No puedo ser
tolerante por que seas un niño.”
“Si soy suficientemente mayor para ser la aprendiz de una bruja, soy
suficientemente mayor para servir a un vampiro,” bufó Malora. “Si es por ser
tolerante, no hay problema. Necesito tu ayuda para salir de aquí, pero una vez
que lleguemos a la civilización cuidaré de mi misma. Si no puedo mantenerme
contigo, tienes mi permiso para liberarme.”
Larten intentó una última táctica. “Quizás no estés segura viajando
conmigo,” dijo oscuramente. “¿Qué si intento besarte como besé a Evanna?”
“Disparates,” resopló Malora. “No eres ese tipo de hombre como para
sacar ventaja de una chica como yo. Incluso si lo fueras… bueno, yo también
tengo uñas afiladas, solo que las deslizaría por tu garganta, no tu mejilla.”
Larten rio, luego hizo una mueca ante el dolor de su herida. “Muy bien,”
murmuró. “En tanto que entiendas que no eres mi asistente, solo una
compañía, ¿sí?”
“Seguro,” dijo Malora sumisamente, luego añadió perversamente,
“maestro.”
Larten se puso de pie. Le ofreció una mano a Malora, pero ella la rechazó y
se paró. Sonriendo radiantemente, preguntó. “¿Qué camino?”
Larten pestañeó, luego miro a su alrededor y apuntó hacia su derecha.
Malora sacudió la cabeza.
“¿Izquierda?” intentó débilmente.
“Una excelente elección,” sonrió alegremente y comenzó a caminar delante
de él. Larten pensó en huir por el lado opuesto –ella no podría atraparlo si
cometeaba– pero no quería dejar a la chica sola en la oscuridad. Escurriendo
la sangre del pañuelo, lo volvió a poner en su mejilla, rodó los ojos hacia los
cielos, y luego siguió a Malora como un cordero.
Parte Cinco
“Y al igual que una porción de mortal mercurio,
atacó.”
Capítulo Diecinueve
Larten se sonó la nariz, se dobló sobre sí, y tosió. Tenía la cara roja cuando
tomó aire y tuvo que escupir espesa flema, horrible, en un pañuelo ya sucio.
“Dame eso,” dijo Malora, sacándole el trapo con mocos y dándole uno
limpio. Arrugó la nariz mientras dejaba caer el pañuelo en una tina con agua
caliente. Este era el quinto que usaba desde la puesta de Sol.
“No creía que los vampiros pudiera contraer la gripe,” murmuró Malora.
“Es raro,” se quejó Larten. “Somos inmunes a la mayoría de las
enfermedades. Sin embargo, cuando una cepa de la gripe ataca a los
vampiros, golpea con fuerza.”
Tembló y acomodó su manta alrededor suyo, pero no sirvió de nada. Había
notado los síntomas unas semanas antes. Había empeorado durante diez
noches, y luego había comenzado a mejorar. Estaba sorprendido de su rápida
recuperación; la gripe de los vampiros a menudo mataba a quienes atacaba, o
se quedaba en su sistema durante meses.
Malora presionó el dorso de la mano sobre la frente del vampiro para
comprobar su temperatura. No había aprendido mucho en sus años con
Evanna, pero había conseguido algunos concejos sobre curación.
“Bebe más caldo,” gruñó ella.
“¿Qué hay de la cerveza?” preguntó Larten esperanzado.
“Si te encuentro cerca de una jarra de cerveza, duermes en la calle,” le
espetó. Era un trato familiar y él lo conocía suficiente como para tomarlo a la
ligera. Ella lo había echado de su habitación más de una vez en el pasado
cuando había bebido demasiado y la había irritado.
Larten se sonó la nariz otra vez y estudió a Malora por encima de su
pañuelo. Se había convertido en una joven y bella mujer. Mantenía su cabello
corto y vestía pantalones más a menudo que faldas, ya que era más fácil para
viajar, pero nadie la habría confundido con un chico. Cautivaba a los
caballeros en cada lugar al que iba. Pero aunque había celebrado su décimo
sexto cumpleaños a principios del años –una edad a la que, en la juventud de
Larten, muchas muchachas ya se habían casado y dado a luz– ella nunca había
mostrado interés en los hombres que deseaban atraerla.
“¿No hay hechizos que podamos usar para limpiar esto?” preguntó Larten.
“Evanna probablemente conoce algunos,” dijo Malora con falsa sinceridad.
“Podemos visitarla si quieres.”
Larten palideció y sus dedos fueron automáticamente a su cicatriz,
tocándola de arriba abajo. La prominente cicatriz podría haber sido
considerada una deformidad para lo humanos, pero él la llevaba con orgullo.
Le recordaba su necedad, pero también su buena fortuna; eran muy pocos los
vampiros que podían decir que habían invocado la ira de la Señora de lo
Salvaje y vivido para contarlo.
Se arrastró hacia la ventana y miró la calle. No había muchas lámparas,
pero podía ver con claridad, a través de sus ojos llorosos. No estaba seguro de
dónde se estaban quedando. Malora lo había guiado durante los últimos
quince días. Por lo general dormían en criptas o cuevas, pero ella había
insistido en hoteles mientras él estuviera enfermo. Se había resistido al
principio –pensó que el aire limpio sería mejor para él– pero estaba tan
enfermo que a la tercer noche podría haber dormido sobre una aguja gigante
si ella se lo ordenaba.
Cuando estaba mirando por la ventana, vio a un anciano acercándose. El
hombre tenía el pelo largo, blanco, y una larga y plateada barba. Su oreja
derecha había sido cortada hace tiempo y su cara estaba llena de arrugas. A
pesar de que parecía anciano, y era incluso mayor de lo que parecía,
caminaba con un ánimo en sus pasos que muchos hombres jóvenes no
poseían.
“No lo creo,” exclamó Larten. “¡Paris Skyle!”
“¿El príncipe?” preguntó Malora.
“Sí. ¿Lo conoces?”
“Sólo su reputación.” Ella lanzó su brazo sobre un emocionado Larten que
intentaba pasar rápidamente sobre ella. “¿A dónde crees que vas?”
“A buscarlo,” dijo Larten con impaciencia. “No he visto a Paris en edades.
Tengo que llamarlo antes de…”
“Sería una coincidencia que de todos los hoteles en el mundo decida pasar
por este,” dijo Malora con mordacidad. “¿Pero cuáles son las probabilidades
de que ocurra?”
“¿Crees que ha venido a verme?” preguntó Larten, la alegría dando paso al
nerviosismo.
“Míralo de otra forma, ¿él se está yendo o está entrando?”
Larten regreso a la ventana y observó a Paris detenido, estudiando el cartel
fuera de la posada, luego entrando.
“Eres tan astuta como Evanna,” murmuró.
“Ni de cerca,” olfateó Malora. “Pero incluso la mujer más tonta tiene más
sentido que el hombre promedio. ¡Espera!” ella gritó cuando Larten trató de
empujarla detrás suyo.
“¿Y ahora qué?” Larten hizo una mueca.
“No vas a ver al Príncipe vestido así,” dijo ella firmemente. No se había
cambiado las ropas recientemente. Estaban muy sucias y malolientes,
salpicados de secas –y también frescas– manchas de saliva y mocos.
“Paris es un Príncipe vampiro,” dijo Larten. “No les importa la apariencia.”
“Sea como fuere, no te voy a dejar salir en ese estado. Voy a llamar para
que tomes un baño caliente. Una vez que te hayas bañado, vestido con ropa
limpia y sonado la nariz unas cuantas veces más, puedes presentarte ante él.”
“Pero si él me está esperando…” explotó Larten.
“…tendrá que ser paciente,” finalizó Malora con calma. “Voy a darle una
copa de vino para mantenerlo tranquilo –no tienen una gran variedad aquí,
pero hay algunas botellas buenas escondidas atrás– y decirle que luego
estarás con él.”
“¿Cómo sabes qué vino tienen?” preguntó Larten cuando ella lo soltó.
“Soy tu asistente,” dijo Malora. “Es mi trabajo saber ese tipo de cosas.
Ahora estate seguro de haberte desvestido cuando vuelva, y no seas tímido,
que no tienes nada que no haya visto antes.”
“¡Malora!” jadeó Larten, pero ella ya se había ido.
Paris estaba divertido e impresionado por Malora, y cuando Larten
finalmente pudo presentarse ante su viejo amigo, pasaron la primera parte de
la noche hablando sobre ella. Le contó al Príncipe cómo la había conocido y
sonrió tímidamente mientras Paris aullaba de risa al enterarse cómo había
conseguido Larten su cicatriz.
“No le digas a nadie más esa historia,” rio Paris. “¡Déjalos creer que la
conseguiste peleando con un león o un vampanez!
“Evanna es mucho más peligrosa,” dijo Larten.
“Sí, pero sigue siendo una mujer. Confía en mí, si deseas mantener tu
reputación, sé misterioso sobre esto.”
“No creo tener una reputación,” dijo con tristeza Larten.
“En algunos sectores la tienes,” replicó amablemente Paris. “No eres el
primer vampiro que pierde su camino. Somos conscientes de lo difícil que
puede ser elegir el camino de los Generales. Si regresas al redil, te verás más
bienvenido de lo que imaginas. Incluso aceptaríamos tu extraña elección de
asistente.”
“Malora no es una asistente real,” dijo Larten. “Ella no muestra interés en
ser convertida. Creo que sólo le gusta ser mandada.”
“Muéstrame una mujer que no lo haga,” rio Paris, y pidió otro vaso del
interesante vino que Malora había encontrado para ellos.
El par conversó toda la noche, retirándose a una agradable habitación
trasera cuando todos los clientes se habían ido a la cama, donde bebieron a la
luz de una única grasosa vela. Paris tomó un sorbo de vino y Larten bebió
cerveza. (Se metería en problemas por desafiar a Malora, pero no le
importaba. Era una ocasión para cerveza.) Paris transmitió las últimas noticias
de la Montaña de los Vampiros. Seba y Wester estaban bien. Wester se había
convertido en un guardia y estaba orgulloso como un pavo real.
“Seba está solamente orgulloso,” dijo Paris.
Larten lo estaba también, aunque le recordó sus propias fallas y tuvo que
esforzarse para mantener su sonrisa en su lugar.
Paris dio a Larten algunos concejos sobre la mejor manera de combatir la
gripe. El Príncipe había sufrido algunas muy malas durante los siglos y
recomendaba hierbas que no estaban muy de moda pero que disminuyeron la
mayor parte de su sufrimiento en el pasado.
“Pero siendo sincero, sólo tienes que sobrellevarlo lo mejor que puedas,”
agregó. “Estarás enfermo por lo menos un mes más. Viene y va en oleadas, así
que no creo que ya la hayas vencido. Abrígate bien, sigue el concejo de
Malora, y reza a los dioses que te dejen vivir si esa es su voluntad.”
Cerca del amanecer, cuando los dos tenían un brillo rosado por el vino y la
cerveza, Paris habló de su verdadera razón para localizar el vampiro.
“Seba está pobre de espíritu,” dijo.
“¿Enfermo?” gimió Larten alarmado.
“No, molesto. Te echa de menos, pero hay más que eso. A Seba no le
importa si quieres o no convertirte en General, vivir entre los humanos o
tomar algún otro camino. Él sólo quiere que seas feliz. Pero según los
informes que le han llegado los últimos años, no lo eres. Siente que luchas y
vagas a ciegas. Eso lo preocupa.”
“Nunca quise decepcionar a Seba,” dijo Larten miserablemente. “Yo quería
que esté orgulloso de mí, como lo está con Wester.”
“Entonces dale algo para estar orgulloso,” dijo Paris en voz baja, pero
deliberada. “En el nombre de los dioses, Larten, elige. No eres un recién
convertido. Has disfrutado de tus años salvajes y tuviste tiempo para
reflexionar desde que te distanciaste del clan. Seguramente ya debes tener
alguna idea de lo que quieres hacer con tu vida.”
Larten suspiró. “Es complicado. Anhelo ser un General, pero siento que hay
más que hacer antes de regresar y completar mi entrenamiento. No sé por
qué, pero por el momento la idea de volver…” Él sacudió su cabeza.
“¿Qué ocurre si pudieras entrenar fuera de la Montaña de los Vampiros?”
preguntó Paris. “Yo podría ser tu tutor y enseñarte mientras viajamos.
Larten estaba sorprendido por la oferta. Seba había dicho que los Príncipes
estaban interesados en él, pero no lo había creído; había pensado que su viejo
maestro sólo estaba halagándolo. Esta era una oportunidad increíble. Sólo un
tonto la declinaría. La oportunidad de ser entrenado por un Príncipe
probablemente no se repetiría. Y sin embargo…
Por alguna razón, Larten recordó el sonido de tic–tac que había oído en la
cueva de Evanna. Ese ruido perturbaba sus sueños de vez en cuando, sin saber
por qué, al igual que no sabía por qué tenía que pensar en ello ahora.
“Consúltalo con la almohada,” dijo Paris, al ver el destello de la tentación
en los ojos inyectados de sangre de Larten. Se levantó y se estiró. “No hay
prisa. No tengo que irme hasta dentro de algunas noches. Piénsalo. Discútelo
con Malora. No quiero presionarte por una respuesta.”
“Eres demasiado bondadoso conmigo, Señor,” murmuró Larten, haciendo
una reverencia con la cabeza respetuosamente.
“Lo sé,” rio Paris, y luego subió a la habitación que Malora había preparado
para él, donde se sorprendió de encontrar un ataúd entre un par de mesas.
“Ahora bien, esto es lo que llamo un servicio de Primera Clase,” murmuró
mientras se metía y ponía la tapa sobre sí mismo.
Capítulo Veinte
Tan pronto como Larten se levantó a la media tarde, Malora lo regañó por
haber tomado la noche anterior. Intentó defender sus acciones y dijo que
pensaba que la cerveza le había hecho un poco bien, pero ella le hizo tomar
un baño frío para purgarlo de las maldades del alcohol. Luego, le contó sobre
la oferta de Paris y preguntó su opinión. Pensó sobre ello un largo rato antes
de responder.
“No es una pregunta si te vas a convertir en General, sino cuando.”
Larten estaba sorprendido por su seguridad. “¿Lo crees?”
“Naciste para ser un General. Solo importa cuándo crees que es el
momento correcto para completar tu entrenamiento o si prefieres rondar el
mundo por algunos años más, lamentándote de la difícil decisión a la que
debes enfrentar.”
“Esa es una manera cruel de decirlo,” murmuró Larten.
“Pero real,” sonrió burlonamente. “No sé por qué te has quedado durante
tanto tiempo. Dudo que incluso lo sepas tú. Si sientes que este es un mal
momento, dile que no a Paris. Pero deberías considerar la posibilidad de que
el momento justo puede que nunca llegue. Quizás te sientas indeciso toda tu
vida y lo único que tienes que hacer es elegir un momento y decir, Me voy a
convertir en General, al diablo con las consecuencias.” Hizo una certera
imitación de él, y éste se encontró sonriendo.
“¿Y qué hay de ti?” Preguntó Larten. “Si vuelvo al clan, tendrás que estudiar
duro para ser convertida.”
“No seas ridículo,” resopló Malora. “No tengo intención de permitir que me
conviertas. El vampirismo no me interesa en lo más mínimo.”
Larten la miró con la boca abierta. “¿Entonces por qué, por la sangre negra
de Harnon Oan, me has estado siguiendo alrededor del mundo?” tronó.
“¿En serio creíste que quería convertirme en vampiro?” preguntó. Cuando
él asintió, suspiró. “Sabía que eras ingenuo, pero no creí que tanto.” Cuando
se hincho para gritarle, ella se acercó y acarició gentilmente su cicatriz. Su
contacto lo calmó.
“Nunca quise unirme al clan,” dijo Malora suavemente. “Dije que quería
porque eso era lo que necesitabas oír. No me interesa volver al mundo
humano tampoco. Solo quiero estar contigo todas las noches y los días que
me quedan. Sabía que eras el hombre para mí desde el momento en que te
vi.”
“¡Espera un minuto!” Larten tragó saliva. No se había esperado una
declaración de amor. “Eres una niña.”
“Una señorita joven,” lo corrigió. “Y me estoy volviendo adulta. Soy
paciente. Puedo esperar hasta que decidas que soy suficientemente mayor.”
“Pero…”
“Si vas a decir que siempre seré una niña a tus ojos,” interrumpió cortante,
“no lo hagas. Puedes rechazarme, pero no me insultes. No voy a soportar eso,
de ningún hombre, ni siquiera del amor de mi vida.”
“El amor de…” Larten hizo eco débilmente.
“No necesitas hacer nada ahora,” dijo Malora dulcemente. “Eres lento,
como la mayoría de los hombres, pero te recuperarás pronto y te darás
cuenta de que me amas tanto como yo te amo. Solo quiero que sepas que, en
el intermedio, te seguiré sin importar a donde vayas. Tu camino es el mío
porque mi corazón es tuyo.
”Ahora disfruta con Paris. Te esperaré hasta que vuelvas. Siempre te
esperaré, mi amor”
Con eso lo ahuyentó fuera de la habitación y lo dejó mirado a la puerta
cerrada con desconcierto. Luego de rascar su cabeza por sexta vez, se dio
vuelta y se dirigió escalera abajo para tomar algo y reflexionar.
Paris no estaba en ningún lugar donde pueda ser hallado –Larten asumió
que el anciano Príncipe todavía estaba dormido– pero un hombre de mediana
edad con barba estaba sentado ante una de las mesas, escribiendo en un
cuaderno. Saludó a Larten y lo invitó a sentarse. Mientras éste se sentaba
cautelosamente, el hombre dijo “Eres amigo del Señor Skyle, ¿No?”
Larten se relajó. “¿Conoces a Paris?”
“Oh, sí,” el hombre sonrió. “Mi nombre es Abraham, pero por favor dime
Bram.”
Larten dio su propio nombre, sacudieron manos y aceptó la taza de cerveza
que le ofrecía.
“¿Qué estás escribiendo?” Preguntó Larten.
“Solo algunas ideas para una historia que estoy planeando”
“¿Escribes historias?” Larten estaba interesado. Había conocido muchos
autores durante las décadas y los encontraba interesantes.
“Novelas, mayor parte. ¿Quizás has oído de El Pasado de la Serpiente?”
Larten sacudió la cabeza. “No soy un lector. Nunca aprendí.” Esperó que el
hombre luciera sorprendido, quizás incluso lo despreciara, pero Bram solo se
encogió de hombros.
“Quizás estés mejor así. Escribir es mi vida –junto con dirigir un teatro–
pero a veces pienso que habría sido más exitoso y mucho más feliz si nunca
hubiera tomado una lapicera. La reflexión es una cruel maestra.”
Larten presionó a Bram para que le diera más detalles de sus libros y el
teatro. Aprendió que el escritor era de Irlanda pero ahora vivía en Londres,
“¡cuando no estoy trotando alrededor de Europa intentando terminar esta
maldita novela!”
Cuando Larten le preguntó sobre su nuevo libro, Bram rechazó la pregunta
con un gesto. “Nunca hablo sobre un trabajo en progreso. No quiero darme
mala suerte. Dime sobre tu vida, en cambio. Eres un vampiro como Paris,
¿No?”
“Un vampiro, sí, pero difícilmente como Paris,” Larten rio.
“Él es algo como una leyenda, ¿No?” Bram sonrió.
“Entre los vampiros, ciertamente,” estuvo de acuerdo Larten. Durante las
horas que siguieron, le contó a Bram algunas de sus historias favoritas de Paris
Skyle, volviéndose más elocuente mientras más tomaba. Luego de un rato,
Bram preguntó si podía tomar notas, “solo por diversión”, y Larten dijo que
por supuesto que podía.
Bram estaba interesado en el resto del clan, tanto como en los
vampanezes. Quería saber cuándo los vampiros habían dejado de matar
cuando se alimentaban, y si alguien habría traspasado esa regla ahora.
“Nunca,” dijo Larten. “El castigo es severo si rompes la ley.”
“¿Una estaca a través del corazón?” adivinó Bram.
“O algo así de fatal,” Larten asintió con la cabeza.
“La tradición de la estaca comenzó con Vlad, supongo,” murmuró Bram,
tratando de ocultar su interés en la respuesta.
“¿Vlad?” Larten pestañó.
“¿También conocido como Vlad Tepes o Vlad Drácula? Era uno del clan,
¿No?”
“No, tú molesto entrometido,” alguien gruñó detrás de ellos. “No lo era.”
Larten se quedó mirando a un gruñón Paris Skyle, quien había aparecido
detrás de la silla de Bram. Bram tomó un trago y se dio la vuelta, sonriendo
temblorosamente. “Buenas noches, Paris, estoy contento de ver…”
“¿Qué les has estado contando a esta escoria?” gruñó Paris.
“No mucho,” dijo Larten dudando, comenzando a darse cuenta de que
había estado hablando libremente con alguien a quien no conocía. “Preguntó
por ti y por el clan...”
“¿Y le dijiste lo que quería escuchar?” interrumpió Paris.
Larten se ruborizó. “Sí. Fui abierto con él. Dijo que te conocía y no pensé
que necesitaba ser cauto en su compañía.”
“Piensa un poco más la próxima vez,” dijo Paris fríamente, luego puso una
mano en el hombro de Bram y apretó. Bram pestañó, pero no intentó
escapar. “Eres persistente, Señor Stoker. Asumo que tú me enviaste el
mensaje solicitando mi presencia al otro lado de la ciudad. Querías a mi amigo
para ti un rato, ¿Verdad?”
“Necesitaba más hechos para mi historia,” dijo Bram por lo bajo.
“¿Hechos? Creí que iba a ser una obra de ficción.”
“Lo es. Te di mi palabra de que no haría nada para exponer o perjudicar al
clan. Pero mientras más sé de ustedes, entonces más me puedo asegurar de
no escribir algo que accidentalmente lleve a la gente a investigar sus
movimientos.”
“Si no escribieras sobre nosotros, podrías estar incluso más seguro,” dijo
Paris glacialmente.
“Alguien va a escribir sobre los vampiros tarde o temprano,” dijo Bram.
“¿Preferirías una obra de ficción, donde empaño la verdad y le doy al mundo
algo fantástico, o una toma que mencione la Montaña de los Vampiros,
Generales y el resto?”
Paris pensó sobre ello, luego quitó su mano. “Quizás estés en lo cierto. Si
tus historias engañan a la gente para que piense que los vampiros son bestias
míticas, probablemente sea algo bueno. No que crea que muchos lo van a
leer. La gente quiere cuentos inspiradores, no historias mórbidas de
chupasangres criaturas de la noche.”
“Te sorprenderías,” dijo Bram, tomando su lapicera otra vez.
“¿Responderás mis preguntas?”
“Sí,” Paris asintió con la cabeza, “pero no esta noche. Estoy entreteniendo a
un amigo. Espera unas noches y te dejaré tener tu… como dijiste la última
vez… tu entrevista con un vampiro.”
“¿Podemos estrechar manos sobre eso?” preguntó Bram, extendiendo una
mano.
“No,” dijo Paris terminantemente. “Un vampiro no necesita estrechar
manos una vez que dio su palabra. Vete de aquí, Abraham Stoker, y dame el
espacio que pedí. Hablaré contigo en breve.”
Bram asintió con la cabeza y juntó sus pertenencias. “Perdón si te metí en
problemas,” le dijo a Larten.
“Muévete,” ladró Paris. “No hemos cenado todavía y tu cuello se ve
perfecto para una mordida.”
Bram le dio a Paris una oscura mirada, luego se alejó de la mesa, arrojó
algunas monedas al tabernero y se fue. Paris lo miró irse, luego se sentó y
pidió una copa de vino.
“Señor, perdón si…” comenzó Larten.
“No importa,” dijo Paris cortantemente. “El hombre ha estado siguiendo
mis pasos durante tres años. Habría forzado una confrontación
eventualmente. No estoy preocupado. Estoy seguro de que su libro no
venderá mucho incluso si lo publicara, cosa que dudo. Hablemos de temas
más importantes. ¿Has considerado eso sobre lo que hablamos?”
Larten asintió con la cabeza.
“¿Y?”
Si Paris le hubiera hecho esa pregunta unas horas antes, Larten habría
aceptado la oferta del Príncipe de entrenarlo. Pero su descuidada
conversación con Bram Stoker lo había disturbado. Paris lo pasó por alto, pero
Larten sabía que debía haber sido más prudente. Incluso los recién
convertidos no discutían sobre el clan con nadie en el que no confiaran
completamente. Su confianza en sí mismo había sido sacudida. Podía tomarse
más tiempo para responder –Paris no lo estaba apurando– pero su cabeza
estaba dolorida por la gripe, la cual parecía estar regresando con una
venganza, y la cerveza se estaba asentando pesadamente en su estómago.
Todo lo que quería era irse a su habitación a rumiar.
“Te agradezco por ofrecerte a tomarme bajo tus brazos, pero no creo que
esté listo para asumir mis lecciones,” dijo.
Paris suspiró. “Esperé una respuesta diferente.”
“Perdón por decepcionarlo, Señor. No quiero ser irrespetuoso.”
“Debes hacer lo que tu corazón diga, por supuesto, pero…” Paris dudó,
luego presionó. “Vaga si debes, Larten, pero mientras más tiempo estés en el
exilio, más riesgos correrás.”
“¿Riesgos, Señor?” Larten frunció el ceño.
“Te arriesgas a perderte para siempre,” dijo Paris. “Quizás nunca halles tu
camino, y termines convirtiéndote en algo amargo y a la deriva. El mundo
puede corromper a un vampiro solitario. Somos criaturas de la noche, pero la
oscuridad es un lugar peligroso para alguien sin amigos.”
“Tengo a Malora,” dijo Larten suavemente.
“Ella probablemente pueda enfrentar peligros aún peores,” Paris replicó,
luego hizo una mueca. “Pero estoy haciendo lo que dije que no haría, tratar
de persuadirte. Ignora mis últimos comentarios. Estoy viejo y podrido. Como
un hombre viejo, veo peligros donde no los hay. Estás impaciente para volver
a tu habitación, lo sé, pero ten otro trago conmigo. Prometo no hablar de este
tema otra vez.”
Larten tuvo una última copa con Paris, pero no lo disfrutó. Se mantuvo
pensando en lo que el Príncipe había dicho. La charla de los peligros en la
oscuridad lo había desorientado. Había sobrevivido todo este tiempo solo y
nunca se sintió bajo peligro. Y ningún mal podía caer sobre Malora cuando ella
tenía a Larten para protegerla. Aun así, sintió una verdad –casi una
predicción– en el aviso de Paris.
Tosiendo fuertemente, limpiando flema de sus labios con uno de los
pañuelos que Malora había lavado para él esa mañana, Larten luchó para
indicar el origen de su intranquilidad, pero no lo logró. Decidió al final que la
gripe había simplemente agotado sus fuerzas. Ese era el por qué se sentía tan
sombrío. Se le pasaría cuando se mejore. Todo estaría bien entonces, estaba
seguro. Después de todo, en este mundo de humanos, él era un poco más que
un monstruo, ¿Y de qué tenía que temer un monstruo en la oscuridad?
Capítulo Veintiuno
“¡Vamos al mar!” rugió Larten, arrastrándose hacia los muelles.
“Esa es una mala idea,” jadeó Malora, tratando de tirarlo hacia atrás, pero
teniendo tanta suerte como habría tenido un perro con un elefante.
“Quiero navegar… los siete mares.” Larten se echó a reír. “Estoy harto de
estos pueblos y… ciudades. Quiero seguir… moviéndome. No confío en la
tierra.”
Se detuvo en medio de la calle y observó a las personas que lo miraban de
forma extraña. Estaba vestido con unos pantalones elegantes y un suéter
blanco sucio que había comprado a un marinero la noche anterior, un zapato
en su pie derecho y una vieja bota en el izquierdo. Estaba sosteniendo un
paraguas de dama sobre su cabeza para protegerse del sol.
Malora pensaba que el suéter había puesto la idea en su cabeza. La gripe
estaba en su punto culmine –se había ido y vuelto durante las últimas seis
semanas, y ahora estaba peor que nunca– pero él había estado dispuesto a
permanecer en el interior y hacer lo que ella dijera hasta que se compró el
estúpido suéter. Tan pronto como se lo puso, empezó a insistir sobre ir al mar;
había olido el aire salado un par de noches antes, cuando llegaron a la ciudad.
Había logrado calmarlo y ponerlo a dormir, pero se había despertado con la
idea fresca en la cabeza. Sin detenerse a comer, se había vestido y cojeado
hasta los muelles, con Malora corriendo para no quedarse atrás, intentando
hacerlo cambiar de opinión.
“¡Larten!” espetó ella mientras observaba alrededor. “No es una buena
idea. Iremos en un largo crucero cuando te sientas mejor. Estás enfermo.
Debemos ir a un lugar cálido y seco de modo que puedas…”
“¡No!” gritó él, agarrándola de nuevo. “Cazadores de vampiros… en la
tierra. Meterán una estaca en… mi corazón. Tenemos que llegar al mar. Vivir
entre las olas. ¡Sí!”
Malora discutió con él todo el camino, pero él la ignoró. En los muelles él
anduvo por todos lados como loco, comprobando todos los barcos. Detuvo a
muchos marineros y les preguntó si sabían qué barco estaba haciendo el viaje
más largo. Algunos se encogieron de hombros y no respondieron. Aquellos
que sí lo hicieron, dieron información contradictoria. Sin embargo, cuando un
hombre mencionó al Tornado Nacarado, Larten se consideró decidido.
Malora estaba casi gritando. Cuando Larten encontró la escalerilla, se lanzó
delante de él interponiéndose en su camino.
“No más,” dijo con voz ronca. “Es una locura. Si vas, irás sin mí. Te dejaré
aquí, Larten, lo juro.”
“Entonces déjame,” dijo con frialdad y saltó sobre ella. A medida que subía,
Malora maldecía, mirando con nostalgia la tierra firme de los muelles, y luego
lo siguió. Trató de poner una cara valiente –“Muy bien. Siempre quise ver más
del mundo.”– pero estaba terriblemente preocupada. La gripe estaba
haciendo estragos con Larten. Si se agravaba en el mar, era hombre muerto.
Un niño estaba limpiando la cubierta cuando Larten abordó. El chico miró al
desconocido extrañamente vestido, se encogió de hombros, escupió en la
borda y luego volvió a limpiar.
“¡Tú!” gritó Larten. “¿Dónde está tu capitán?”
“En su camarote,” dijo el chico.
“Ve a buscarlo de mi parte.”
El chico estaba por decirle a Larten que fuera por sus propios pies, pero
entonces vio a Malora y se enderezó. “Buenas tardes, señora,” saludó
sonriendo de una forma que él esperaba libertina. “¿Puedo ayudarla en algo?”
“Larten,” intentó Malora por última vez, pero él negó con la cabeza
agresivamente. Se dio por vencido y lanzó un suspiro. “Soy Malora. Este es mi
maestro, Larten Crepsley. Está deseando ir en este barco.”
“No es un barco de pasajeros, señora,” dijo el chico. “A veces tomamos
algunos pocos clientes pagos cuando tenemos espacio, pero en general es la
tripulación y la carga. No creo que haya muchos camarotes libres en este
viaje.”
“¿Oíste eso?” dijo Malora con un brillo en la voz.
“Tonterías,” olfateó Larten, lanzando una moneda al chico. Él la atrapó en
pleno vuelo y la guardó inmediatamente. “¿Cuál es tu nombre?”
“Daniel Abrams,” dijo el chico rápidamente.
“Tendrás otra moneda cuando me traigas al capitán.”
“¡Sí, señor, Señor Crespley, señor!” ladró Daniel, y luego corrió.
El capitán era un hombre rudo, corpulento. Miró a Larten dubitativo, pero
al igual que Daniel, su rostro se iluminó cuando vio a la bella Malora. “Señor.
Señora. ¿Puedo serles de ayuda?”
“Buscamos un camarote,” dijo Larten.
“Por desgracia, este no es un barco de pasajeros. Tenemos un puñado de
pasajeros, pero ya hemos exprimido al máximo la capacidad del barco para
este viaje. Si desean ir a América, puedo recomendarles…”
“No me importa a dónde vayan,” espetó Larten, y luego hizo una pausa.
“¿Estados Unidos?”
“En última instancia,” asintió el capitán. “Hay unas pocas paradas antes,
pasaremos por Groenlandia de camino, pero…”
“¡Groenlandia!” gritó Larten con emoción. “Allí es a dónde quiero ir.”
“Un lugar extraño para querer visitar, señor,” dijo el capitán. “Pero puedo
recomendarle un par de barcos para llegar allí también.”
“No quiero otro barco,” gruñó Larten. “Este es el barco para mí. El Tornado
Nacarado… es un buen nombre, un buen barco, y un capitán de primera.”
“Es muy bonito que diga eso, señor, pero realmente no puedo…”
Larten excavó en sus bolsillos, sacó todo su dinero y se lo entregó al
asombrado capitán. “¿Es esto suficiente? Malora, dale más si lo desea.”
“No creo que necesite más,” dijo Malora en voz baja. Ella compartió una
mirada con el capitán y tomó un par de notas. Él no objeto; de hecho, parecía
aliviado. “¿Esto cubriría el costo de nuestro viaje y convencería a los demás
pasajeros de dejarnos un lugar?”
“Lo hará,” dijo el capitán débilmente. “Pero ustedes tendrán que compartir
el camarote.”
“No,” dijo Malora firmemente. “Necesitamos un camarote propio.”
“Pero…” el capitán comenzó a protestar. Malora le dio una de las notas que
había escrito y el capitán abatido se guardó el dinero. “Denme quince
minutos. Lo tendré resuelto para entonces.”
“Y, capitán,” Malora lo llamó. “Ropa de cama si puedes.”
Él sonrió levemente y se quitó el sombrero para ella. “Sí, señora.”
El Tornado Nacarado zarpó con la próxima marea. Larten se perdió la
partida. Estaba durmiendo en su camarote, dando vueltas y vueltas con
fiebre. Malora ya lo había limpiado una vez, luego de que hubiera vomitado
sobre sí mismo y las sábanas. Los próximos días o semanas iban a ser difíciles,
hasta que la gripe pasara. (O hasta que él muriera, susurró una parte de ella,
pero prefirió no tener en cuenta esa sombría posibilidad.)
Cuando sintió que el barco se ponía en marcha, Malora dejó a Larten y salió
a cubierta. Era su primera vez navegando y estaba fascinada por toda la
actividad a su alrededor. Nunca había pensado que el funcionamiento de un
barco fuera algo tan complejo.
Los otros pasajeros estaban en cubierta también, mirando la costa con
nostalgia mientras se alejaban. Había cuatro hombres, dos mujeres y un bebé
que se aferraba a su madre y lloraba estruendosamente. Malora supuso que
ellos iban a empezar una nueva vida en Estados Unidos, y eran tan pobres que
no habían sido capaces de conseguir un pasaje en alguno de los barcos
regulares.
Daniel Abrams –el chico que los había recibido– observó a Malora, escupió
sobre la barandilla y asintió amablemente. “¿Su amo está durmiendo?” él
supuso.
“Descansando,” dijo Malora.
“Se veía enfermo cuando llegó a bordo,” señaló Daniel.
“Influenza,” dijo Malora. “Ya pasó la peor parte, pero probablemente esté
recostado el resto del viaje. Sus ojos están débiles por la enfermedad. No
puede soportar estar bajo el sol por mucho tiempo, por eso tenía la
sombrilla.”
“Ah,” Daniel asintió, como un doctor. “Si necesitan algo, licor, medicina, o
comida caliente, hágamelo saber. No tenemos demasiado, pero puedo
conseguirte lo mejor de lo que tengamos… por un precio.” Tosió, incómodo,
poco acostumbrado a ese tipo de negociación.
Malora sonrió al chico. “Mi maestro es un hombre generoso. Serás bien
recompensado por los servicios prestados. Y ya tienes mi gratitud por tan
amable oferta.”
Daniel se sonrojó. “Lo que sea que desees, señora, solo pregunta por el
Señor Abrams. Soy un cuervo poco derecho, yo.”
Malora se quedó en la cubierta por un par de horas, para adaptarse al
movimiento de las olas, respirando profundamente el aire salado. Antes de
regresar a su camarote, le pidió a Daniel que consiguiera suministros para
ellos, bebida, comida, y un horno: ella dijo que ella quería cocinar en su
camarote mientras su maestro estuviera enfermo. Mientras él hacía eso, ella
fue a ver a Larten.
El vampiro estaba despierto, pero mal. No reconoció a Malora cuando ella
entró, él pensó que era Evanna, viniendo para hacer una cicatriz en el otro
lado de su cara. Trató de esconderse debajo de sus mantas, pero ella susurró
su nombre una y otra vez y sus ojos se despejaron y se sentó.
“¿Malora?” se quejó él.
“¿Quién más?”
“¿Dónde estamos?”
“En un barco.” Cuando la miró, ella dijo: “Querías visitar Groenlandia.”
Trató de averiguar por qué podría haber dicho tal cosa, pero le dolía la
cabeza cuando pensaba demasiado. “Tengo hambre,” se lamentó.
“La comida está llegando.”
“No,” dijo él. “El otro hambre.”
Malora frunció el ceño. Ya había considerado eso –fue una de las razones
por las que había sido reacia a viajar en primer lugar– pero no había pensado
que necesitaría alimentarse tan pronto.
“¿Puedes esperar?” ella preguntó. “Atracaremos en el primer puerto en
una semana. Podemos bajar a tierra y…”
Él ya estaba sacudiendo su cabeza. “No puedo,” jadeó. “El hambre… Tengo
que alimentarme en cuanto llega. Es peligroso no hacerlo. Podría beber
demasiado si no lo hago con regularidad.”
“Muy bien,” suspiró y se sentó a su lado. Ella levantó su camisa, tomó un
cuchillo de su cinturón e hizo un pequeño corte debajo de su codo. Ella no
hizo una mueca de dolor cuando la hoja cortó su carne, se necesitaría más
que eso para hacerla llorar. “No demasiado,” murmuró cuando Larten se
inclinó con entusiasmo. “Tenemos que hacer que dure.”
Él asintió con la cabeza, y luego puso sus labios alrededor del corte. Malora
sonrió y le acarició el pelo mientras se alimentaba, con una expresión y gestos
muy parecidos a los de la madre de la cubierta que trataba de calmar el llanto
de su bebé.
Capítulo Veintidós
Malora esperaba que Larten desembarcara cuando llegaran al muelle. Su
condición estaba empeorando y necesitaba reposo y calidez. Pero no iba a oír
sobre eso. Cuando la fiebre lo hacía alucinar, insistía en ir a Groenlandia para
buscar el palacio de Perta Vin–Grahl. (Malora no tenía ni idea de quién era.)
En sus momentos más desanimados gemía que quería morir a bordo y ser
sepultado en el mar. Pero de ninguna manera tenía intención de bajarse en
ninguna de sus paradas anteriores.
Malora nunca perdió su temperamento, incluso cuando él estaba más
demandante. Este era el hombre que había elegido y lo amaba tan
completamente como cualquiera con dieciséis años podía amar. Nada que
hiciera sacaba su paciencia, ya sea gritándole, pidiéndole que lo mate,
arrojándosele encima o escupiendo en su cara. Era la gripe lo que hacía hacer
esas cosas, y ella se negaba a culparlo por sus acciones de cabeza enferma.
El capitán, Daniel y el resto de la gente estaban enamorados de Malora.
Pasó mucho tiempo haciendo amigos, bromeando con los marineros,
cosiendo ropas para ellos, ayudando en la cocina. Daniel estaba
especialmente perdido por ella, incluso aunque sabía que no podía ganarse su
corazón, siendo más joven que ella y recién comenzando su vida. La perseguía
como un perro fiel siempre que podía. Incluso le pidió que le enseñara a
cocinar, para poder pasar más tiempo con ella en la cocina. Era un chef
terrible, pero siguió con eso para estar cerca de Malora.
Porque la chica les agradaba mucho, no dijeron nada malo de su maestro
postrado en la cama. Cuando rugía abusivamente hacían oído sordo de sus
insultos. En las raras ocasiones cuando salía de su cabina y causaba un
disturbio en la borda, o ignoraban y esperaban a que Malora lo guiaba de
vuelta al interior. Habrían desembarcado a cualquier otro pasajero igual de
destructivo, sin importar cuanto haya pagado, pero por Malora toleraron al
fastidioso de pelo naranja.
Cuidar de Larten era exhaustivo, pero Malora estaba lista para el desafío.
Trabajó duro, lo cuido fieramente y lo dejó alimentarse de ella cuando
necesitaba sangre. Tomaba más de lo usual por la fiebre, y ella no sería capaz
que alimentarlo indefinidamente de sus propias venas.
Cuando hicieron su última parada antes de embarcar en el largo e
ininterrumpido trecho a Groenlandia, Malora intentó convencerlo de que
bajara con ella, se alimentara de la sangre de otra persona y restableciera los
viales que traía en caso de emergencia. Pero Larten creyó que estaba
intentando engañarlo, que el barco partiría sin ellos, así que se negó.
Desesperada, Malora tomó los viales y bajó ella misma. Recorriendo
oscuros y desagradables callejones, encontró un buen número de marineros
durmiendo por la resaca. Tomando cuidado de no lastimarlos, hizo pequeños
cortes en sus brazos y piernas e intentó llenar los viales. Era un trabajo
complicado, pero regresó con algo para demostrar sus esfuerzos, complacida
con lo que había traído.
Malora habría estado mucho menos feliz si hubiera visto a Daniel Abrams
siguiéndola a través de los callejones desde una víctima a otra.
El chico no había ido para espiar. Primero la siguió como hacía en el barco,
simplemente queriendo estar cerca de la chica. Cuando ella comenzó a
explorar los callejones, se figuró que debía mirarla en caso de que se metiera
en problemas –tenía vagas ideas sobre salvar su vida y ganar su corazón–.
Pero cuando la vio tomando sangre de los marineros roncantes…
Daniel estaba profundamente turbado cuando regresó. Su primer instinto
era reportarlo, pero estaba seguro de que el capitán los echaría si supiera lo
que la chica de aspecto dulce estaba haciendo. A Daniel no podía importarle
menos Larten Crepsley, pero extrañaría a Malora. Al final mantuvo su propio
consejo, pero decidió monitorear a la chica y a su misterioso maestro. No
estaba seguro de para qué quería Malora la sangre. Debía ser para algún
extraño tratamiento médico. Pero pensó que había diabólico en todo esto. No
estaba seguro de qué era, pero estaba seguro de que lo adivinaría. Daniel era
agudo. Descubriría su oscuro secreto carmesí, sin importar cuál fuera.
El barco zarpó, un día confundiéndose con otro. Las aguas estaban calmas
en esa época del año, pero todavía debían soportar algunas ásperas noches
más, cuando Malora estaba segura de que el barco se iba a zozobrar‡‡. Los
otros pasajeros estaban tan asustados como ella, pero la tripulación nunca se
vio preocupada. Malora no sabía si era porque se sentían seguros o porque
como marineros sabían que eventualmente iban a morir en el mar. Nunca
preguntó. Era mejor no saber, en caso de que la respuesta fuera la última.
Los ánimos de Larten mejoraban temporalmente, luego se oscurecían otra
vez. Nunca había conocido una fiebre como esta. Estaba segura de que no
podía ser natural, incluso en un vampiro. Por otra parte, Paris Skyle podría
haberle dicho, y había hierbas y tratamientos que podía haberle
‡‡ Hundir
recomendado. Pero como el Príncipe había intentado decirle a Larten en la
posada, no había mucho que un humano pudiera comprender sobre las
criaturas de la noche. Larten se había separado del clan y Malora tenía que
lidiar con la crisis lo mejor que podía.
Le cambiaba sus ropas regularmente, lo bañaba, secaba el sudor de su cara
cuando los temblores tomaban el mando. Se aseguraba de que comiera y
bebiera lo suficiente, dejaba la ventana abierta para dejar entrar el aire
fresco. Él había dejado de pedir sangre, y aunque lo forzaba a tomar algunas
gotas –de otros de sus cortes, al haber pasado mucho tiempo de haber
llenado los viales– él escupía la mayor parte. No estaba segura de si estaba
intentando morir o simplemente no podía digerir sangre en su débil
condición.
Larten se veía como un hombre en su lecho de muerte. Había envejecido
muchos años. Su piel estaba caída y gris, sus uñas se rompían fácilmente, sus
ojos estaban rojos y sin vida. Solo su cabello naranja se veía igual que siempre.
Traz estaría orgulloso de ver que su tintura podía resistir incluso los estragos
de la gripe de los vampiros.
El último par de días y noches fueron particularmente difíciles. Larten se
había pegado una paliza y gemía sin parar, interrumpiendo el sueño de
Malora. Había estado despierta por seis horas. Esto era lo más cerca que
había estado de dejarlo, pero incluso en su debilidad, exhausta e irritable, se
mantuvo firme y vio las necesidades de Larten antes de las suyas propias.
“Será mejor que aprecie esto cuando se recupere,” refunfuñó, negándose a
aceptar la probabilidad de que quizás no se recuperara. “Espero regalos,
buenas comidas y grandes hoteles. No me conformaré con Groenlandia.
Puede olvidarse de su palacio de hielo. Insistiré en que me trate a lo mejor
que Nueva York tiene para ofrecer.”
Malora había oído mucho sobre las maravillas de Nueva York, la mayoría de
Daniel. Él nunca había estado allí, pero había tomado historias de los otros
marineros. Mientras Larten roncaba y yacía pacíficamente esperando un
cambio –parecía estar recobrándose de su última recaída– pensó sobre la
famosa ciudad, los placeres que podía ofrecer, tiendas llenas de baratijas y
vestidos, calles bulliciosas, luces brillantes que iluminaban el cielo a la noche.
Sonriendo ante la idea de ser capaz de relajarse en tal mundo maravilloso,
cabeceó y ya estaba dormida cuando Larten se movió, se levantó de la cama y
salió de la habitación, moviéndose como un hombre en trance.
Gritos despertaron a Malora. Por un momento pensó que era una pesadilla
–tenía muchas de esas últimamente– pero luego su cabeza se aclaró y se dio
cuenta de que los gritos eran reales.
Malora tironeó las mantas sobre la cama y las corrió. No había signos de
Larten. Estaban en problemas. Lo supo instantáneamente. Ahora la cosa era
solo de si podía arreglar la situación antes de que se pusiera peor.
Se apresuró a salir de la cabina y siguió los gritos. Venían de una cabina más
abajo que la suya, donde los otros pasajeros se estaban quedando. La mujer
estaba chillando y los hombres gritaban. Cuando Malora llegó, algunos de la
tripulación ya estaban allí, reunidos alrededor de la puerta abierta, mirando
hacia algo en el interior.
Malora hizo su camino a través de ellos, sabiendo lo que iba a encontrar,
tratando de pensar en alguna manera de hacer la situación más liviana, de
descartarla como un momento de locura traído por la fiebre. Mientras se
acercaba a la puerta, vio que sus miedos estaban bien fundados. Larten
estaba dentro, enganchado al brazo izquierdo de Yasmin. Yasmin era la madre
del bebé, y Larten se estaba alimentando de ella como su hijo hacía todos los
días. Pero no estaba interesado en leche. Había hecho un corte, con sus uñas
o sus dientes, y estaba tragando sangre de una herida mucho más grande de
la que cualquier vampiro sano habría hecho alguna vez.
“¡Larten!” chilló Malora, intentando superar el shock. “¿Qué estás
haciendo?”
No respondió. Sus ojos estaban cerrados y estaba bebiendo felizmente,
ignorante de los gritos, de la manera en que Yasmin y la otra mujer le estaban
pegando, los hombres intentando arrastrarlo fuera. El solo conocía la sangre.
Mientras los marineros miraban con la boca abierta, Malora miró a su
alrededor, vio un cubo de agua, lo tomó y roció a Larten. El shock del agua fría
lo hizo caerse. Intento levantarse y agarrar el cubo, pero resbaló y cayó hecho
un bulto sobre el suelo.
Yasmin corrió hacia su marido y su bebé e irrumpieron entre los soldados,
queriendo alejarse del hombre loco tanto como fuera posible.
Malora sabía que debía actuar rápido. “Ayúdenme,” le espetó a dos de la
tripulación. “Tiene algún tipo de ataque. Debemos llevarlo de vuelta a su
cabina.”
Los marineros estaban dudosos –un ataque no podía explicar la sangre
manchando sus labios y su barbilla– pero les agradaba Malora, así que
levantaron al casi inconsciente Larten y lo transportaron hacia su cama.
Malora los siguió, hablando rápido, contándoles a los otros detrás sobre la
medicina que necesitaría, pidiéndoles que le ofrezcan sus disculpas a Yasmin,
pensando que no pararían a hacer preguntas si los mantenía ocupados.
Mientras los marineros llevaban a Larten a través de la puerta de su cabina
hacia su cama, Malora se quedó un momento afuera y les ofreció una oración
silenciosa a los dioses. Parecía como si hubieran desaparecido. El capitán
estaba llegando y se veía como un tornado, pero estaba segura de que podía
salir de esta. Culparía a la gripe, dejaría que ataran a Larten si lo deseaban
para detenerlo de atacar otra vez. No había hecho ningún daño real.
Considerándolo, podía haber sido mucho peor.
Y luego, mientras el capitán rugía a su tripulación y demandaba saber qué
estaba pasando, sí se puso peor.
“¡Bebe sangre!” alguien gritó.
El capitán y los otros quedaron en silencio. Los marineros que habían
dejado a Larten se unieron al resto de la tripulación y miraron con ellos a la
persona que había hablado. Era, por supuesto, el joven Daniel Abrams.
“Es un chupasangre,” dijo Daniel, disfrutando de la atención. No había
pensado en hablar, pero el drama en la cabina lo había emocionado y quería
ver más fuegos artificiales. “Es alguna clase de demonio.”
“No seas ridículo,” espetó Malora. “Es la gripe. No sabía lo que hacía.
Capitán, debes creerme.”
Y quizás lo habría hecho, excepto que fue en ese momento cuando un
Daniel ansioso de caos hizo su aparición.
“Si no es un chupasangre, ¿Por qué estabas cortando a los marineros y
embotellando su sangre en la última parada que hicimos? ¡Era para alimentar
a la sanguinaria bestia de tu maestro! Hay viales en la cabina,” dijo
triunfantemente al atónito capitán. “Busquen. Los encontraran, lo juro, a
menos que los haya chupados hasta dejarlos limpios.”
“¡Daniel!” gritó Malora. “¿Por qué estás haciendo esto? Pensé que eras mi
amigo.”
Pero Daniel se había olvidado de su encaprichamiento por Malora.
Anhelaba derramamiento de sangre. La escena con Yasmin había abierto su
apetito y no podía para ahora, no más de lo que Larten podía cuando el
hambre lo sobrepasaba.
El capitán estudió a Daniel, luego volvió su mirada hacia Malora. “Vaya
fuera del camino, señorita.” Asintió con la cabeza a algunos de los marineros.
Malora sacudió la cabeza. “Capitán, no, no lo escuches a él, era solo…”
“¡Señorita!” ladró el capitán. “Tú no estás escuchándome a mí. Tienes que
moverte ahora. Esto es malo para tu maestro y si no te mueves de ahí
inmediatamente será malo para ti y para todos. Si nos lo entregas, te dejaré
libre. Pero si te paras frente a él… a lo que hizo…” sus rasgos se endurecieron.
“Es hora de decidir.”
La joven mujer miró de un marinero de rostro severo a otro. Había un brillo
feroz en sus ojos. Habían cogido la misma oscura codicia que Daniel. Sus
amigos habían desaparecido y sabía que de nada servía rogar misericordia. No
existía aquí, ahora.
Malora asintió lentamente, aceptando lo que el destino había desatado
sobre ella. A diferencia de Larten, no tenía problema eligiendo su camino.
Ningún problema.
“Que así sea,” dijo, suavemente, cerrando la puerta para no molestar al
vampiro inconsciente. Mientras los marineros se agrupaban a su alrededor,
silenciosos como una manada de tiburones, puso la palma de una mano en la
puerta y le ofreció una despedida silenciosa al amante que nunca tendría una
oportunidad de realmente amar. Luego, dándose la vuelta con calma,
enfrentó a la muchedumbre cerrándose a su alrededor, se burló de su salvaje
y bestial hambre, atrajo un cuchillo y permaneció de pie.
Capítulo Veintitrés
Si la tripulación hubiera asaltado la cabina inmediatamente, Larten no
habría podido resistir. Se había desmayado sobre su cama. Hubiera sido algo
sencillo darlo vuelta, desnudar su pecho izquierdo y clavar una afilada estaca
en su corazón.
Pero la superstición y el miedo se extendieron entre los marineros después
de haber tratado con Malora. En lugar de apresurarse para terminar el cruel
trabajo, hicieron una pausa para debatir su situación. Y en esa pausa, las
dudas explotaron.
“Es un vampiro,” susurró uno, y explicó a los que no sabían qué eran los
vampiros. Fue una vorágine de mitos, teorías e histeria después de eso.
“Puede convertirse en murciélago.”
“Puede convertirse en humo y escapar.”
“Es poderoso durante la noche, pero débil de día. Debemos esperar por el
sol.”
“Una estaca a través de su corazón lo destruiría.”
“Lo mismo ocurriría con la luz del sol.”
“Y el agua bendita, pero no tenemos.”
“Si atacamos ahora y despierta, será más fuerte que nosotros.”
“Esperemos.”
“La luz del día lo convertirá en ceniza.”
“Sí, esperemos.”
“No puede ocultarse del sol.”
“Esperemos.”
“Sí.”
“Esperemos.”
Larten estaba aturdido cuando despertó. Podría haber dormido felizmente
mucho más, pero algo lo había molestado. Crujidos, mucho más nítidos y
audibles que los normale, viniendo de arriba. Mientras escuchaba, el sonido
se repitió. Era como si la habitación estuviera intentando separarse.
Mientras Larten se sentaba, confundido, un par de tablones se
desprendieron del techo y la luz del sol atravesó el camarote. Se estremeció y
se apartó de la luz. Se escucharon risas fuera.
“¡Allí! Está asustado de la luz. De prisa, muchachos. Una vez que saquemos
el resto, estará acabado. Será cenizas para el desayuno.”
Larten miró con asombro cómo un grupo de marineros quitaba el techo del
camarote. Trabajaban como un equipo de hormigas. Habían roto todas las
tablas en cuestión de minutos y Larten no tenía dónde refugiarse.
No podía recordar demasiado de la noche anterior, pero rápidamente
descubrió lo que había sucedido. Habían descubierto su verdadera identidad y
ahora iban a matarlo. Esto era algo serio. La luz solar no lo destruiría al
instante, pero no podía mantenerse expuesto por mucho tiempo. Tendría que
irse y buscar refugio en las entrañas del barco. Podría atrincherarse en algún
lugar, aunque sería casi imposible mantenerlos fuera. Aun así, tenía que
intentar.
“¿Malora?” dijo con voz ronca, a pesar de que ya sabía que ella no estaba
allí. La buscó, para estar seguro, y luego suspiró con alivio. O bien ya la habían
capturado o ella se había aliado con ellos para salvar su propio cuello. No le
importaba, con tal de que no se hundiera con él. Si este iba a ser su fin, que
así fuera, pero no había razón alguna para que una niña inocente debiera
sufrir también.
El vampiro sonrió con tristeza mientras los marineros arrancaban el techo a
pedazos. Se sentía mejor de lo que se había sentido en un largo tiempo, el
estómago todavía caliente por la sangre de Yasmin, la cabeza más clara que
los días anteriores. Irónicamente, parecía que estaba mejorando de la gripe
de una vez por todas, por lo que al menos podría morir en un buen estado de
salud.
Larten lavó sus manos en un tazón para manos, hizo gárgaras con un vaso
de agua y se bebió el resto. Sacudió el polvo de su ropa, cepillándose el pelo
hacia atrás, y sonó su nariz varias veces por si acaso. Lo vampiros no temían a
la muerte. Larten ya había vivido más tiempo que la mayoría de los seres
humanos. Esta sería una buena forma de morir, cazado y estacado por una
turba. Seba se reiría con orgullo si alguna vez llegaba a la Montaña de los
Vampiros. “Cuando tienes que irte,” había dicho a menudo a Larten y Wester,
“¡trata de irte con estilo!”
Cuando la última parte del techo fue quitada con barras de hierro, Larten se
agazapó, y a continuación saltó por el agujero que habían hecho en el techo,
aterrizando en la cubierta como un gato. Los marineros gritaron alarmados y
se tambalearon alejándose del liberado vampiro. A medida que pasaban unos
sobre otros, aterrados, Larten se irguió completamente y miró a sus
torturadores, viéndose majestuoso a pesar de sus ropas sucias, ojos rojos, y
barba desordenada.
“¡Vengan, entonces, humanos!” espetó. “Soy Larten Crepsley del clan de los
vampiros y no le temo a ningún hombre.”
Los marineros se detuvieron, boquiabiertos. No esperaban una respuesta
como esta. Ellos pensaban que aullaría y gritaría y lucharía como una rata
acorralada hasta el amargo, sangriento final. Pero allí estaba, alto y erguido,
sin miedo de sus enemigos, desafiándolos a hacer lo peor.
El capitán se recuperó y señaló a Larten con un gancho que había
mantenido sobre su cama durante años en caso de enfrentarse a un motín.
“¡Cruces!” ladró, y seis marineros se adelantaron portando crucifijos.
Larten rio. Tal vez el clan no necesitara a Bram Stoker para difundir mitos
tontos sobre las criaturas de la noche. Estos humanos habían aceptados las
antiguas leyendas locas, sin necesidad de una novela.
El capitán frunció el ceño. No le gustaba la forma en la que el monstruo se
reía. La bestia debería estar encogiéndose, pidiéndoles que le perdonaran su
miserable vida. El capitán estaba ansioso por terminar con el vampiro, pero
primero quería ver esa sonrisa borrada de su cara de villano.
“¿Crees que esto es divertido?” gruñó el capitán.
“Creo que es patético,” respondió Larten.
“Eres un monstruo. Un vampiro. Un sirviente del diablo mismo.”
“Sabes mucho más sobre el diablo que yo, señor,” replicó Larten. Él
normalmente no habría jugado con el tiempo –habría tenido más sentido
alejarse y buscar refugio del Sol– pero estaba escaneando a la multitud
buscando a Malora. Quería estaba seguro de que ella estaba a salvo antes de
huir. Tal vez maldecirla como traidora o actuar como si la hubiera engañado
como al resto, para hacerles creer que no habían estado trabajando juntos.
El capitán observó a Larten mirando alrededor y se dio cuenta de lo que
estaba buscando. Un oscuro destello de sonrisa se asomó en sus labios.
“¿Estás preocupado por tu chica?” preguntó inocentemente.
Larten sintió un escalofrío en su estómago. “Ella no sabía nada acerca de
mí,” dijo él, tratando de distanciarse de Malora para ayudarla, si eso era
posible aún. “Es sólo una chica que recogí y usé. No me interesa lo que hagan
con ella.”
“Eso es bueno,” susurró el capitán. “Por lo que no estarás molesto cuando
mires hacia arriba y la veas.” Señaló el aparejo§§ con su gancho.
§§ El aparejo de una embarcación es el conjunto de palos, vergas, jarcias y velas que le permiten ponerse en movimiento aprovechando el movimiento del aire que las impulsa. (Wikipedia)
La última cosa que Larten quería hacer era levantar la cabeza. Sabía lo que
lo esperaba si lo hacía. Pero un buen vampiro nunca trata de ocultarse de la
verdad, y Larten estaba entrenado para enfrentar sus miedos y pérdidas.
Era un día brillante y sus ojos eran estrechas rendijas contra los dolorosos
rayos del sol. Pero podía ver las velas con suficiente claridad, y la madera a la
que estaban atadas. Y también podía ver a la pobre Malora colgando de uno
de los postes, con un pedazo de cuerda atado alrededor del cuello,
balanceándose sin vida por la brisa y el constante levantamiento y caída del
barco.
Una calma fría se apoderó de Larten Crepsley. Muchos años antes, cuando
era un niño, había experimentado una calma similar justo antes de asesinar
bestialmente al hombre que había asesinado a su mejor amigo. Era como si se
alejara emocionalmente del mundo. Olvidó cada regla por la que había vivido
y cualquier restricción moral que se había puesto.
En ese momento no era ni hombre ni vampiro, era una fuerza, una que no
se detendría hasta haberse gastado. En la fábrica sólo había tenido a un
hombre al que dirigir su furia. Ahora tenía docenas. Y se alegraba por ello.
“Solían llamarme Mercurio,” murmuró, sonriendo vacíamente. “Las manos
más rápidas del mundo.”
Luego la sonrisa se desvaneció. Sus ojos brillaron. Y al igual que una porción
de mortal mercurio, atacó.
Capítulo Veinticuatro
Larten se sentó cerca de la proa del barco. Estaba sosteniendo el bebé y lo
mecía distraídamente. El bebé estaba arrullando felizmente. Las manos de
Larten estaban mojadas con sangre y el rojo y pegadizo líquido se había
filtrado a través de la manta del bebé, pero éste o no lo había notado, o no le
importaba.
Nunca recordaría la masacre con detalles. Fragmentos lo perseguirían,
despierto y dormido, por el resto de su vida. Las caras destellarían al frente de
él o brillarían en el teatro de sus sueños. Vería sus uñas, ásperas y mortales,
abriendo gargantas como si de una barra de mantequilla se tratara. Sus dedos
agarrando el cráneo de un hombre, apretando fuerte, rompiendo el hueso,
hundiéndose en el cerebro.
Algunas veces sentiría un extraño sabor en su boca. Siempre lo dejaría
perplejo por unos segundos. Luego recordaría arrancando de un mordisco los
salados dedos de los pies de un hombre mientras éste vivía, dejándolo un
rato, luego volviendo a finalizar el trabajo como un carnicero que ha sido
momentáneamente despistado.
Mantuvo al capitán para el final, dejándolo atestiguar la destrucción. El
experto marinero lloró e imploró por la vida de sus hombres, luego por la
suya. Larten solo sonrió y apuntó a la chica colgando sobre sus cabezas.
En sus sueños, a veces perseguía marineros en el aparejo. En la realidad
solamente tres habían intentado escalar para salvarse, pero en las pesadillas
de Larten había cientos y los mástiles se extendían hacia el cielo y más. Pero
no importaba cuantos huían por delante de él, siempre terminaba matándolos
a todos antes de agitarse y despertar.
El bebé gorjeó, luego empezó a llorar por el hambre. Larten lo meció unas
veces más, esperando callarlo, pero el pequeño niño no estaba para ser
distraído. Con un suspiro, Larten se dio la vuelta sobre la proa de mala gana y
miró la cubierta llena de cadáveres.
Sabía que sería malo, pero esto era incluso peor de lo que había imaginado.
Tanta gente cortada (a mordidas, masticadas, desgarradas) en piezas. Sangre
por todas partes. Entrañas colgando de las cuerdas del aparejo. Cabezas
clavadas en lanzas y ganchos. Los ojos de uno no estaban, había dos cruces
enterradas profundamente en las sangrientas órbitas.
Larten había visto mucho en su tiempo en los campos de batalla del mundo,
pero nada tan perverso como esto. Quería llorar, pero no podía encontrar
lágrimas en su interior. Sería hipócrita llorar. No se merecía esa libertad.
Armándose de valor, Larten miró larga y arduamente a los cuerpos. Este era
su trabajo. Podría culpar a la gripe, pero estaría mintiendo. Malora había sido
asesinada y él se había permitido volverse salvaje y cobrar una terrible
venganza. Se sentía avergonzado y disgustado, más de lo que podía expresar.
No había ninguna justificación y ninguna forma de ocultarse. Él había hecho
esto. Se había convertido en el monstruo al que esas personas temían. Paris le
había advertido sobre los peligros de la indecisión y aislamiento, pero había
ignorado su consejo. Éste era el resultado. Esto era lo que pasaba cuando los
vampiros se ponían malos.
Larten hizo su camino a través del lío, llevando al bebé bien arriba, feliz de
que fuera demasiado joven para entender algo de esto. Entrando a la cabina
del niño, encontró una botella media llena de leche. Sentándose en la cama,
lo posó en su regazo y lo dejó alimentarse.
Fue solo mientras el bebé bebía con avidez la leche que Larten se preguntó
qué habría pasado con la madre del niño.
Cuando el niño se hubo llenado, Larten recorrió el barco de arriba abajo,
rezando para encontrar a la hermosa Yasmin viva, encogida en un rincón. Si
pudiera devolverle su bebé, habría hecho por lo menos algo bien en su
terrible y escandaloso día.
Pero Yasmin no estaba en ningún lugar a bordo. Encontró el cuerpo de la
otra mujer, junto con los cadáveres de los pasajeros del género masculino,
mezclados con los restos de los marineros, pero Yasmin debió haber dejado la
borda, prefiriendo el mar a la muerte a las manos del desdichado vampiro.
O alguien más la había arrojado.
Mientras la noche moría, Larten rezaría algunas veces a la semana, rogando
a los dioses que le revelen el final de Yasmin. Parecía importante, una crucial
pieza faltante de un rompecabezas. Hasta que pusiera esa pieza en su lugar
nunca podía dibujar una línea sobre tal calamidad. Pero sin importar cuánto
rezara, ese recuerdo siempre sería un misterio para él.
Lo que sí encontró durante su búsqueda fue una puerta sellada. Había sido
bloqueada desde afuera. Faltaba la llave, pero para Larten –Mercurio, les
había dicho, como si usando un nombre distinto pudiera distanciarse de la
culpa– era una cosa muy simple de hacer. Momentos después empujó la
puerta abierta, y cuatro pares de ojos aterrorizados lo estaban mirando.
Uno de los cuatro era un tipo de alto rango. Larten inmediatamente
entendió por qué había perdonado este hombre: incluso en su furia asesina,
había sabido que necesitaría alguien para conducir el barco. Justo ahora, a
Larten no le importaba si vivía o moría, pero parte de él había estado
pensando en la vida, incluso cuando estaba haciendo frente a la muerte a
todo su alrededor.
¿Pero qué hay de los otros? Había dos hombres, y el chico, Daniel Abrams.
¿Por qué había dejado a estos vivos? No podía haber sido por misericordia o
porque los necesitara para el barco –podría haber salvado otro hombre, no un
chico inútil, si ese fuera el caso–. ¿Entonces por qué…?
La respuesta le llegó y rio secamente.
Tenía que mantener a algunos vivos. La cubierta estaba inundada de
sangre, pero pronto se echaría perder y no le serviría. Tenía que asumir que
estaban a un largo trayecto de la tierra. Probablemente estaría en este barco
mucho tiempo todavía.
Necesitaría alimentarse.
Todavía riendo –agudamente ahora, la risa amenazando en convertirse en
un grito– cerró la puerta ante los gimientes y llorosos humanos, la bloqueó y
luego se retiró a la cubierta con el bebé, para remojar sus entrañas antes de
que los charcos de sangre se espesen y se agrien al sol.
Habiendo bebido hasta saciarse, Larten se retiró de la luz del sol antes de
terminar quemado. No le importaba lo que le pasara ahora, pero si se
arrojaba a la locura sanguinaria o se dejaba morir, el bebé perecería también.
Larten acunó al niño al amparo de la cabina del capitán, sosteniéndolo
gentilmente como si fuera algo precioso. Nunca nada compensaría su
espantoso error, pero si podía proteger a este inocente niño, eso sería una
marca oscura menos en su nombre para cuando pasara de este mundo de
dolor y vergüenza. Se sentía tan lejos de las puertas del Paraíso como fuera
posible estar, por lo que no era redención lo que buscaba. Simplemente no
quería agregar nada más a sus crímenes, incluso cuando en el gran conjunto
de cosas una más no hacía ninguna real diferencia.
Cambió la ropa interior del bebé cuando se dio cuenta de por qué el niño
había comenzado a llorar otra vez. Luego fue por debajo de la cubierta a
buscar más leche y comida.
Durmieron en la cabina esa noche, el bebé arropado entre Larten y la
pared. Pero aunque el niño dormitaba dulcemente, Larten estuvo la mayor
parte de la noche mirando al techo. No era porque se había acostumbrado a
dormir de día o por los sorprendentemente profundos ronquidos del bebé,
sino porque después de lo que había hecho, no podía enfrentar las pesadillas
que seguramente estaban esperándole.
Poco después del amanecer, después de alimentar al bebé otra vez, Larten
regresó a la habitación con los cuatro cautivos y abrió la puerta. Pensaron que
venía a matarlos, y se encogieron contra la pared. Pero simplemente señaló
con un dedo al superior y dijo, “Tú.”
El marinero se persignó, murmuró una oración corta, luego salió con
dificultad de la cabina. Estaba sudando y temblando, pero por lo demás se
sostuvo con dignidad.
Larten bloqueó la puerta y lideró el camino hacia la cubierta. La cara del
hombre palideció cuando echó una ojeada alrededor, pero no intentó huir.
“¿Puedes navegar este barco?” Preguntó Larten con cansancio. Si hubiera
sido por el bebé, se habría tirado sobre la borda e ido a nadar con los
tiburones. Pero si el niño tenía que vivir, esto debía ser hecho.
“No soy un capitán,” dijo el hombre tranquilamente.
“Si vamos a vivir, tendrás que serlo,” replicó Larten.
“Si tuviera una tripulación…”
“No la tienes. ¿Puedes dirigirlo igual?”
El hombre comprobó el aparejo y se encogió de hombros. “No estamos tan
lejos de tierra… una semana navegando, calculo. Puedo llevarnos si el clima
nos ayuda. Nos costará llegar al muelle, pero podemos ponernos
suficientemente cerca para bajar una de las embarcaciones pequeñas y remar
a tierra. Si el clima nos ayuda. Si nos topamos con una tormenta, estamos
acabados.”
Larten asintió con la cabeza. “Haz lo mejor que puedas. Estaré cuidando del
niño. Si me necesitas, grita. No intentes liberar a los otros, y no intentes
matarme. Te escucharé llegar incluso dormido. Si puedes llevarnos a tierra, te
dejaré libre.”
“¿Y qué hay de ellos?” el hombre dijo mientras Larten se iba. Apuntó con
un dedo tembloroso a los cadáveres. “Se pudrirán si los dejamos. El hedor…”
“Los dispondré luego,” prometió Larten. “Cuando el sol baje. Ahí es cuando
soy más poderoso, ¿no?” sonriendo, fue adentro para jugar con el bebé,
dejando al hombre para dirigir el barco de cadáveres entre las olas del
siempre hambriento océano que pronto recibiría sus ensangrentados restos
sin vida.
Capítulo Veinticinco
Alimentar al bebé y a los prisioneros se transformó en el pasatiempo de
Larten. Daniel y los marineros eran fáciles de cuidar, sólo les lanzaba comida y
agua un par de veces por día, peor el bebé era un tema diferente. Larten no
tenía experiencia alguna con bebés y estaba sorprendido por la frecuencia con
la que quería comer. Mantener al niño contento era un trabajo de tiempo
completo.
El oficial a cargo del barco informaba a Larten regularmente. Larten no
tenía ningún interés en su curso –no le habría importado si hubiesen
navegado en círculos por siempre– pero era más fácil dejar que el hombre
entregara sus informes y asentir con la cabeza, pensativo, mientras fingía
escuchar.
Larten estaba muerto de hambre –necesitaba sangre– pero esperó hasta
que el oficial dijo que estaban a un día de la costa. Dejando al bebé, fue a la
habitación cerrada con llave y abrió la puerta.
Daniel y los marineros pensaban que venía a darles de comer y arrastraron
los pies hacia él con entusiasmo. Seguían asustados del vampiro, pero habían
llegado a creer que no les representaba ningún daño.
Sin querer alarmarlos, Larten se movió con rapidez, como lo había hecho
durante la matanza. Saltando de un lado al otro, lanzó un fuerte aliento de gas
en sus caras, el gas de los vampiros que ponía a los humanos a dormir. Una
vez que estuvieron inconscientes bebió de cada uno de ellos, y luego volvió a
llenar los viales que, aunque él no lo supiera, habían costado a Malora su vida.
Daniel se agitó mientras Larten se iba. El vampiro había respirado sobre el
chico a lo último, así que Daniel no había sido atacado tan fuertemente por el
gas como los otros. Larten no se dio cuenta de que los ojos del muchacho
parpadearon, sólo cerró la puerta y echó la llave, y luego fue a alimentar al
bebé.
Larten pasó la mayor parte de la noche en cubierta, mirando la luz de las
estrellas a medida que se acercaban a tierra, pensando en lo que debería
hacer a continuación. No sabía mucho sobre Groenlandia, pero sabía que era
un país cubierto de hielo, escasamente poblado. Muchos lugares silenciosos,
solitarios e implacables en los que un vampiro podía pasar al otro mundo.
Podría encontrar un lugar desolado y dejar que la nieve y el hielo acabaran
con él. Un final apropiadamente tranquilo para un vampiro que había perdido
el derecho a una muerte noble.
El oficial se acercó al final de la siguiente tarde, mientras Larten le daba de
comer al bebé. “Ya casi llegamos,” contó.
“Sí,” murmuró Larten.
“Deberíamos llegar al puerto no mucho después del atardecer, si el viento
es propicio.”
“Voy a desembarcar antes que eso,” dijo Larten.
El oficial frunció el ceño. “¿Desembarcar?”
“Tomaré una barcaza y llegaré a tierra solo.”
“¿Está seguro?” preguntó el oficial. “No hay mucho por esta zona y el clima
es inhóspito.”
“Bueno,” dijo Larten brevemente.
Una oleada de alegría recorrió al marino. Había tratado de no pensar en lo
que pasaría cuando atracaran, pero cada vez que lo hacía, no veía forma de
que el vampiro les permitiera vivir. Ellos fueron testigos de la masacre.
Seguramente no podía dejarlos vivir si deseaba escapar.
Pero ahora el oficial notó que a Larten no le importaba. Iría a tierra para
morir. Por primera vez en una semana, el marinero pudo enfrentar al futuro
con verdadera esperanza. Estaba a punto de llorar del alivio.
“¿Te harás cargo del niño cuando me vaya?” preguntó Larten.
“Por supuesto. Me lo llevaré a casa conmigo. Tengo seis ya, así que uno
más no hará la diferencia.”
“Gracias,” dijo Larten suavemente. “Y,” añadió mientras el oficial volvía al
timón, “¿lo mantendrás alejado de los vampiros?”
El marinero asintió sombríamente. “Sí, señor. Definitivamente lo haré.”
El oficial ayudó a Larten a preparar y bajar la barcaza. Antes de partir,
Larten bajó a la habitación cerrada con llave por última vez, para liberar a los
prisioneros. Podría haber dejado ese trabajo al oficial, pero quería hacerlo él
mismo, para que pudieran subir y verlo partir para saber a ciencia cierta que
no tenían nada que temer a partir de esa noche.
“Vamos, señores,” dijo Larten mientras abría la puerta. “Su tiempo de
cautiverio ha terminado. Son libres de…”
Se detuvo sorprendido, horrorizado.
Daniel Abrams estaba sentado en el suelo, con las manos y los labios tan
rojos con sangre como los de Larten habían estado una semana atrás. El chico
había desgarrado las gargantas de los hombres cuando estaban inconscientes
y bebido tanta sangre como su estómago había soportado. Incluso había
mordido pedazos de carne y los había comido.
Estaba masticando un trozo de mejilla, deteniéndose para escupir sangre,
cuando Larten entró.
El rostro de Daniel se iluminó con locura cuando vio al vampiro, y se puso
de pie. “Soy uno de ustedes ahora,” rio él, agitando la tira de carne ante
Larten como si fuera una bandera. “Tú no tienes que matarme ahora. Puedes
llevarme contigo. Soy un chupasangre también, ¿ves? Somos lo mismo.”
Larten miró fijamente al chico, primero con sorpresa y luego con
repugnancia. “¿Crees que eres igual a mí?” gruñó.
“Sí,” el chico ululó. “Ambos matamos y bebemos sangre. ¿Cuál es la
diferencia?”
Y lo más terrible, era que estaba en lo cierto. Cuando los ponías uno al lado
del otro, no había ninguna diferencia real. Un par de iguales monstruos.
Larten se retiró de la habitación, lejos del parpadeante, escupidor y
sangriento joven. Echó un vistazo a los marineros asesinados, y luego corrió a
cubierta, donde vomitó por sobre la barandilla. Antes de que Daniel Abrams
pudiera subir y pedirle de nuevo viajar con él, Larten se metió en el camarote
del capitán y tomó al bebé.
Su intención había sido despedirse del niño, pero mientras miraba su
regordeta cara decidió que no podía dejarlo atrás. No con una bestia como
Daniel Abrams al acecho. Tal vez estuvieran cortados de la misma manera,
pero al menos Larten no se alimentaría del inocente bebé. Si Larten lo sacaba
del barco, el niño estaba condenado, pero morir en la naturaleza es preferible
a lo que pasaría si el bebé se quedaba.
Larten nunca consideró la posibilidad de simplemente matar a Daniel. En
medio de su pánico sin sentido, sólo creía en dos opciones: llevarse al bebé o
dejarlo para ser desangrado y devorado.
Larten envolvió al niño cálidamente y se tambaleó por la cubierta hacia la
barcaza. El oficial se confundió cuando vio al vampiro con ojos desorbitados
con el bebé. “¿Qué estás haciendo?” gritó. “Pensé que lo dejarías.”
Pero Larten no quiso escuchar ni responder. Andes de que el oficial pudiera
detenerlo, desató las amarras y remó hacia la helada orilla. El entendimiento
vendría al marinero más tarde, cuando descubriera al joven caníbal más
adelante, pero por el momento, él solo podía permanecer en cubierta y mirar
tontamente al barco que retrocedía.
*
Larten continuó sin pausa, sus músculos doliendo, su cuello rígidamente
doblado, sin mirar hacia arriba. Si hubiera ido en la dirección equivocada y
perdido de vista la tierra, tal vez habría remado hasta debilitarse y morir. Pero
el oficial había ubicado la barcaza bien y en poco tiempo se golpearon con la
costa y la tierra los detuvo.
Larten quedó deslumbrado y observó la gigantesca lámina de hielo que
parecía extenderse desde un extremo del horizonte al otro. Por un momento
se sintió abrumado y pensó en regresar al barco. Luego sonrió
misteriosamente, viendo el obstáculo por el que ningún vampiro lo juzgaría,
un reto por cumplir.
Recogiéndolo, Larten ató al silencioso y tembloroso bebé en su espalda y se
aseguró de que estuviera seguro. Arrastrándose a través de la nieve alta hasta
su muslo, se echó a reír locamente de la Luna y las estrellas mientras se
precipitaba en una delirante búsqueda de su lugar en esa eterna y siempre
fría noche.
Continuará…