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confabulario
RobeRto bañuelas*
a seis pies, sufriendo en cada vals, polka o danzón, la falta de
más piernas bailables.
Algunos, auxiliados por el Don Juan que llevan dentro,
pudieron bailar con dos damas a la vez, y ellas, las pioneras de
la inminente emancipación, bailaron abrazadas a dos hombres
cohibidos que no encontraban tema de conversación.
Conquista matriarcal
-Recuerden, señoras, que el clima de intolerancia se acentúa
siempre por una falta de equilibrio que la vida sufre entre los
anhelos y los satisfactores. Cuando las abuelas, como un símbolo
solidario de emancipación, conquistaron el derecho a montar y
conducir bicicleta, se aceptó su lucidez y dinámica como un bene-
ficio social y humano; si somos consecuentes con una aspiración
de felicidad que nos incluya como reflejo derivado, no podemos
negarles ahora el derecho a conducir veloces motocicletas con la
condición, quedando entendido y protocolizado, de que respeten
las rutas y los horarios, lejos de centros escolares y de trabajo y,
desde luego, que no ingieran bebidas alcohólicas.
Las voces del árbol
–Cuando se acercaron los hombres empuñando afiladas hachas,
el árbol centenario sintió que se le congelaba su largo corazón y
que su fin sería el de morir para ser transformado en toscos mue-
bles o de terminar quemado como un pobre iluminado acusado
de herejía contra el imperio de la verdad dogmatizada.
Fue cortado y pulido en láminas vibrantes hasta quedar
convertido en familias de instrumentos de cuerda que cada día
cantan en ensayos y conciertos, como transmigración organizada
de asociación de pájaros canoros que durante varias generacio-
nes se habían posado en las torres de sus ramas.
Identidad repetida
El imperativo categórico de una vejiga llena hasta los bordes
de ese límite en el que el ser se aisla de toda perspectiva exis-
tencial para encontrar el descanso supremo de descargar el
envío disciplinado de los riñones, me hicieron correr escaleras
arriba en busca del aparatado de caballeros angustiados.
Al acto del desahogo siguió, ante testigos desconocidos,
La mejor curación
Nuestro gobierno, en defensa de la economía y la
justicia, no gastará más dinero en casos de salud
sospechosa ni en construcción de manicomios; en
virtud de lo antes expuesto, será inútil que vagos y fracasados
se hagan pasar por locos subversivos con el fin de ser apre-
hendidos y alimentados con cargo a las reservas del Estado. A
partir de hoy, se decreta la total libertad de morir de hambre
a los agitadores que amenacen la estabilidad de las institu-
ciones que han procurado el bienestar y progreso de la clase
trabajadora
Si algún país, en su hipócrita defensa, expuesta a título
de “derechos humanos (para gente inhumana), acepta hacerse
cargo del presente superávit de parásitos sociales, este gobier-
no concederá documentos y garantías para una perfecta y
reglamentada emigración
El desencato de un vals
Era un hermoso y sencillo vals para ser escuchado junto a
la mujer que pudiera ser la primera esposa. La segunda vez
que escuché la pieza en compás de ¾, fue ejecutada a cuatro
manos por dos hermanos mellizos que se divertían a costa
del público que los confundía en cada concierto. La tercera
ocasión en que escuché el obsesivo opus, éste había logrado
hincharse en densas armonías y crecer en arpegios y escalas
cromáticas que asfixiaban la inicial esbeltez de la melodía
Debido a que no fue posible conseguir una orquesta con
los fondos reunidos, se optó por contratar a tres pianistas
para que nos abasteciesen de música en el baile de aniversario
de “Comandos defensores del medio ambiente”. Todos, en la
música multiplicada por tres, sentíamos la obligación de bailar
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El
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Juan Román del Prado
el ritual absurdo del lavatorio de las manos. Frente al espejo,
en una representación que no requería de rangos ni apellidos
–lejos de todo narcisismo estéril-, reconocí al portador de
una edad, ideales, ambiciones, amores, fracasos y penas que
conducían a ese momento y a esa conclusión del héroe invicto
de mí mismo.
Trono vacío
-Sé cuánto has soñado con un heredero varón que se haga
cargo de tu apellido compuesto y de tu fortuna acrecida en
la corrupción; pero ne me culpes de que, por quinta vez haya
nacido otra niña: eso es lo que tú sembraste… ¡¡¡Ya basta!!!
Curso de castidad
Abrumado por las prédicas moralizantes y la mística ecológica,
acepté inscribirme en un curso intensivo de castidad. Confiado
por el desgaste producido en la batalla existencial, por la suma
de sexenios sin beneficios y por la colección de frustraciones
eróticas, me creí con deterioro y voluntad suficientes para
absolver la prueba con diploma y honores.
Todo casto militante se gratifica ante las negativas que
responden a sus requerimientos para dejar de serlo. Resultó,
en oposición a mi anhelo legítimo de combatir los apetitos
carnales, que una compañera de curso me invitó a desafiar
la tentación de no caer. Juntos, como furibundos apóstatas y
fervientes iconoclastas, con nuestro ejemplo escandaloso estu-
vimos a punto de hacer fracasar el curso con cupo completo de
rencorosos e impotentes.
Para librarse de nosotros, el director del seminario ofre-
ció restituirnos los costes de la inscripción y de las lecciones,
incluyendo las que faltaban para completar el método del
absurdo y del engaño. Ante nuestra negativa ardorosa y febril,
fuimos expulsados entre la furia de los ingenuos perversos que
hubiesen obtenido mayor satisfacción en regalar ese dinero
para actos de beneficencia sin tener que engañarse, confun-
diendo el presente inútil con un pretérito consumido.
Seis meses después, en este retiro de lujuria inventada
oigo, con suavidad lisonjera, la voz amiga de una castidad
espontánea.
Deshinibidos, S.A.
Agotado el abrevadero alcohólico, todo el personal de la com-
pañía se despojó de sus trajes con un desenfado que inutilizaba
en todos sus ángulos el concepto del pudor. Todos, prematura-
mente envejecidos, se sentaban perniabiertos y mostraban, sin
proponérselo o sin importarles, los hombres su falo marchito
y las mujeres su pubis calvo o encanecido.
La sensación de náusea me despertó antes de que diera
principio la frustrada orgía.
* Del libro inédito Los inquilinos de la Torre de Babel.
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RobeRto lópez MoRenoGritamos su nombre con el puño en alto,
entre la lágrima y la rabia.
Sé lo que ayer viste, sentiste.
Yo también ya supe lo que es despedir a un camarada
con el fuego recorriendo el cuerpo.
Recibe un abrazo.
A Roberto López Moreno
Roberto,
ayer murió tu amigo Fausto Trejo.
Lará larálaralaraaaala lará laralaralaráaaaa
una página más -frágil calendario-
te acerca +,+… +x+…
Pero antes el retintado 68
la calle zigzag del fósforo
laringe ensangrentada
multitudes cercadas
siquiatra frente al hondo vacío orangutano
“un minuto de silencio en honor de los masacrados”…
Mc Gregor, el juez, odia terriblemente.
“desaparecieron cientos de cadáveres”
???????????????????????????????
Prisión tortura destierro
Tu amigo Fausto -huérfano Roberto- tu compañero
de calle y codo, de calle y hombro.
Tu amigo, ya no más.
Sombras. Un latido en el centro de la ergástula.
Ahora en la libertad abierta.
Persianas… postes que fuman vahos… H2O a sal dúa.
Y otra vez el latido.
Bandera roja filos dentados mango y contundencia
“Hasta la victoria siempre, camarada Fausto Trejo”.
El río Tula crece… y la Plaza que fue… la que es…
A Iván Leroy
Iván, muchas gracias por la atención de avisarme.
Se nos fue un compañero irremplazable.
Una figura inolvidable en la vida de los todos nosotros.
Te mando un abrazo afectuoso,
recíbelo como si con ello
de alguna manera nos reencontráramos con él.
A Alejandro Zenteno
A Alejandro Zenteno
Alejandro, ¡Qué gran poema el tuyo!,
digno de Fausto, el que luchó
y seguirá luchando en los que vienen.
Es cierto, nos deja bastante huérfanos,
huérfanos de su combate,
de su fuego compañero,
huérfanos de su hermandad.
Gracias por tu poema
porque en él nos haces hablar a todos
en este adiós sin adiós al camarada
A Alejandro Zenteno (segundo mensaje)
Lástima Alejandro de que no pude estar ahí.
Conoces mi situación.
No pude estar pero con el alma en vilo lo imagino,
porque así de emotivo fue el adiós que le dimos
al pintor José Hernández Delgadillo,
un adiós en el que también estuvo Fausto.
Dijimos palabras alusivas a su partida.
Dijimos poemas.
Entonamos cantos de la tradición revolucionaria.
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Rafael luvianoCerrar la puerta
Allá, más allá del miedo de tus ojos,
del cuerpo desnudo,
del cielo triste de nubes
del sueño intenso,
de los barcos que lloran cuando se van,
viven las flores amarillas de los muertos,
sí, los muertos con sus flores en las manos.
Más allá de la estatura de una cordillera
más allá de los sueños y el olvido,
en el fuego subterráneo,
en un estado de gracia
vive la serenidad de lo sagrado.
De la bruma surge una nota sostenida,
lejos, más allá de las despedidas,
algo arrastra al enigma de Dios
con su lenguaje celeste:
Música hecha un ruiseñor
antes de cerrar la puerta.
Pequeña historia
La libélula se mira en el espejo
para beber urgencia. No sabe que
terminará en un libro, plegada
como trofeo murmurante..
Peregrinos
En el ventanal de la memoria,
miro volar los pájaros.
La luna dibuja en la obscuridad.
Esta noche el asombro
se ha vuelto un arrecife.
Estalla un blues
que eriza la piel de nuestra muerte.
Sueños
Y el viento aullaba
entre arbustos sombríos de silencio;
la noche: adulta negrura sueña.
Del bosque emerge la bruma
culpígena, inquietante,
en llamaradas.
Un sendero de ceniza:
fantasmas,
sólo fantasmas.
El tiempo, un susurro:
todo cambia:
el silencio, la palabra.
El olvido, ese muro
de sollozo, ese tigre, esa luz
que devora.
Saliendo de la sombra
nada es isla: todo es labio
para salvar de hambre al mundo.
Todo cambia
Todo cambia
en las calles, hasta
el nombre.
La duda y su larga oscuridad,
la historia de la nostalgia,
la lengua y su palabra
hasta perder los dientes.
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Tardes que adornaba la lluvia
llenando las habitaciones vacías,
las horas cautelosas,
tardes para plantar señales, palabras,
sueños, verbos, ilusiones aladas.
Tardes que encendieron
este santuario de la vida..
Como si fuera ayer
Las tardes eran redondas.
El espacio, la memoria:
una lluvia que abate los tejados.
La casa de aquellos tiempos
era de breves estancias.
Breves también los secretos.
Pepe Maya
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RobeRto bRavo
lengua. Movía sus manos dando a sus relatos un énfasis de
encantador de serpientes. Su voz era cálida, la afinaba con
tragos de Guinness y vodka que nunca faltaron en su mesa.
Cuando le hablaban atendía, pero cuando empezaba él a
contar una historia callaba la cháchara de los parroquianos
y lo escuchaban. Se casó con Nelly, la guapa Nelly, una pai-
sana suya; hicieron una familia de seis hijos; todos, hombres
y mujeres, trabajadores y respetados. Ahora Big Barney está
muerto, alimentando a la tierra, las palabras que lo habitaron
han callado para siempre.
Deslicé hacia el cantinero mi copa vacía para que me sir-
viera preguntándole.
-¿Cómo se llamaba Big Barney?
-McBride, Bernard McBride.
El cantinero dándome el Glasgow Herald me dijo
-Es de hoy.
Cogí él diario, mi copa recién servida, y la hoja y fui a sen-
tarme en la silla donde lo hacía Big Barney. El cantinero me vio
serio haciendo un ademán negativo con los dedos:
-Acordamos que la silla donde se sentaba Big Barney va a
estar vacía este día por las tardes por tiempo indefinido.
A l entrar en Morrison´s miré la mesa a donde esa hora
y ese día siempre encontraba la figura imponente de
Big Barney. La silla estaba vacía y la mesa desocupa-
da. Después de pedir pregunté al cantinero por él:
-Sin Big Barney, esto parece un barco sin tripulación, se
siente frío.
-A Big Barney lo puedes visitar en el cementerio si lo
deseas, hace tres días fue sepultado.
Vi el whisky en la copa como si fuera vinagre, lo bebí de
un golpe y puse el vaso en la barra para que me sirviera otro.
Luego de dar un trago al agua volteé hacia la silla vacía. Si a
alguien admiraba fue precisamente a Big Barney, me hubiera
gustado decírselo. Sus manos enormes, su espalda de gigan-
te, su apostura y gentileza te aseguraban que era un hombre
correcto, sin doblez. Su imagen la percibía como la bondad
personificaba; verlo cuando llegaba y era saludado con respeto
y camaradería por los demás, hacía que sintiera fe todavía en
el género humano. No hablé con él jamás, lo que sabía de su
persona lo escuché de comentarios de otros. Había llegado
joven procedente de Irlanda, de Donegal, trabajó en la acería
durante muchos años, finalmente se retiró como empleado
de los ferrocarriles. Venía un día a la semana a pasar la tarde
con sus amigos irlandeses en el bar, a quienes escuchaba con
atención, decían chismes de su tierra y él los embelezaba
con historias que conoció y vivió o que le dijeron y contaban
cuando fue niño. Tenía en Donegal una casa frente al mar a la
que iba a pasar sus vacaciones, una o dos veces al año. Todos
sus amigos esperaban su regreso para escuchar las noticias
que les traía. Como los antiguos celtas semejaba un Druida,
en él moraba la palabra, era una casa impresionante para la Guillermo Ceniceros
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Rocio GaRcía Rey
II
Las fronteras cubrieron cada cuerpo
cada noche
cada luna
y en cada eclipse una ciudad sitiada por espejos.
Esta noche beberé mi sangre
sangre circular
henchida de recuerdos.
Ahora un viento frío despeina mi locura
las ramas de los árboles
murmuran mi silencio.
Una noche creí que el otoño
borraría fronteras.
III
Tu cuerpo cayó a la noche
tu voz tejió el palimpsesto del mar.
Los vagones quedaron solos
única luz la de tu barco anclado a la nostalgia.
IV
Llegaron los sonidos
la noche en que mi cuerpo abrió
la última ventana.
Noticias de la mujer exilio
Silenciada
Un poco remota en el tiempo de cruces sin camino
la mujer exilio alterna su nostalgia con las sobras del fuego.
Una voz
secreta huida
un pueblo en ruinas
y la mujer exilio no es del mar ni de la tierra
la arena del desierto cubre la danza del amor.
El baúl del mar almacena los expedientes del destierro
las pirámides tienen un color de gelatina oscura
la mujer exilio avanza
come salamandras/ bebe lágrimas
ahora ni un abrazo para cubrir el derrumbe
la lluvia inunda los colores de la ausencia.
Hay puertas para nunca más salir
hay cementerios con imágenes de lunas olvidadas.
Ella toca sus labios mientras pronuncia la muerte.
La mujer exilio sube al barco que le aguarda
su cuerpo se convierte en alga
a excepción de una fotografía en tonos luna
toda ella danza en forma de marea.
La última Ventana
I
Esta confrontación con la noche
no es para nombrar la luz
quizá un poco de los nombres rotos.
Se abren cicatrices.
Alguien creyó que el amor podía beberse en la taza del olvido
alguien creyó que el otoño borraría distancias.
Daniel Zamitiz
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El
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leonaRdo coMpañ Jasso
Tenía una sonrisa extraña, peculiar, aún recuerdo:
mostraba la calma de la mar, en noches de luna
clara. Sin embargo, su calidez era lejana, distante,
como si el fulgor de sus ojos dijera: <<ahí quédate, no te
acerques>>. Cruzaba una mano sobre otra, reposadamen-
te, mientras el paisaje ambarino liberaba sus llanuras y sus
campos, su verdor y sus árboles, atrás de ella, habitando el
horizonte. Jamás me dijo su nombre, pero algunos la llaman
“Mona Lisa”.
Tenue aroma despedía el clavel en sus cabellos, negros como
la noche oscura, dispuesta al amor y los secretos, dichos al
oído, bajo sábanas olorosas a jazmín y azucena. Cuando la
miró el pintor, la recostó y pintó vestida… pero también des-
nuda. Entonces, entre el escándalo de los siglos, la nieve de
su piel llegó a mis ojos.
Apuró el vino del dolor hasta descubrir la poesía del tulipán y
el perfume del hueledenoche. Sepultó sus triunfos y fracasos
y una mañana, muy de mañana, cuando aún el rocío olía a
luna y estrellas, emprendió el camino por la vida para desha-
cer entuertos con lanza, locura y nobleza.
Allá, en tierras lejanas, donde las ramas de los árboles crecen
hacia los cuatro puntos y se entrelazan en frescas sombras
para conceder reposo y alivio, quedó su corazón en el vuelo
de las mariposas y el agua de los arroyos.
Las aves cantan a la mañana y el crepúsculo, pues duermen
durante la noche y vuelan en el día. Y es que no hay vuelo en
el canto ni canto en el vuelo.
Teje, con gozo, el andar y extravíate; no busques, ya la tierra
dará sus frutos y ortigas. En lo superior, no hay riqueza ni
pobreza, sino destino.
Bajo un ciprés, descansaba el caballero de tanto andar.
Los ojos, cerrados; la espada, recargada al árbol; la lanza, a
sus pies y el caballo, atada la cuerda a un tronco. Reposaba su
fatiga y hacía mal, pues la muerte lo sorprendió descuidado.
Y el mendigo soñaba viandas, acompañadas de vino tinto,
pero despertó.
Nadó en camello el desierto hasta morir de sed. Buscaba un
oasis y sólo halló espejismos.
De tanto mirar al cielo se convirtió en árbol y quedó a merced
del talador.
Posó sus labios en la piel del durazno y probó que el beso
también es mordisco.
Un día de días descubrió que la invención es la capacidad
humana para ser insecto. Su castigo fue ignorar que la crea-
ción es la aptitud divina para serse dios.
Nutría con tiempo sus pensamientos hasta que el tiempo lo
desnutrió. Se ajaron sus mejillas, le creció la barba y dedicó
el resto de sus días a pedir limosna.
Leía al fondo de su bacín de plata, alrededor del ojo labrado
“te estoy viendo”, antes de dejar correr el oro de su soledad.
Después, volvía al lecho y se soñaba princesa.
Bajo la lupa, las hormigas marchan como soldados.
El brillo de su rosa de rubíes perfumaba la luna con el fuego
intenso del amor hecho piedra. Para honrarlo la doncella
tomó su daga de fina hoja labrada en plata y le ofrendó la
sangre de su corazón.
<<De grande seré militar>> escribió cuando era niño. <<Y
conquistaré un imperio…>> siguió escribiendo y describien-
do hasta que acabó siendo escritor. Pero usó la pluma como
espada.
-Caballero… ¿dónde está tu caballo?
-Bajo mi corazón.
-¿Y tu corazón?
-Montado en mi caballo.
Desde el ojo de la catedral, miraba el Reino de Dios. Y, mara-
villada, dos lágrimas de orín rodaron por sus mejillas de
gárgola.
Liberó al viento lo único que le quedaba: el nombre.
Se alimentaba con luz y trabajaba durante muchas horas,
con tal eficiencia que produjo un corto circuito. Como era de
esperarse, acabó en la basura.
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JoRGe villaRRuel Topsy
Solamente las paredes blancas me conocen y me platican
Todas las noches de todos los que han visto llegar hasta aquí
—Cuervo de Poe, Paredes Blancas
La encontré vagando temblorosa por los inmensos corredores.
Le gusta escaparse de todo aquello que la atemoriza, pues
entre paredes blancas no sólo escucha las voces, sino que
también las puede ver.
Cena de Navidad
Papá, Mamá, Hermano Mayor, Hermana Intermedia, Hermana
Menor. La cena se sale de control al acusarse todos sus culpas,
hasta que Mamá arroja al suelo la caja de esferas que sobró,
luego, Hermano Mayor toma unas esferas del árbol y las
rompe contra la mesa, seguida de Hermana Intermedia, que
aplasta los regalos a sillazos; Papá y Hermana Menor arro-
jan figurillas del nacimientos contra la pared; Mamá levanta
sobre su cabeza la figurilla del niño Jesús, y la arroja contra el
suelo. Al final, todos juntos la emprenden a patadas contra los
fragmentos del niño y ríen. Ha sido una buena cena familiar.
Repitámosla el año que viene; y la próxima vez, traigan a los
niños.
El gato en la bolsa
Un hombre vagabundea con una bolsa de plástico. En la bolsa,
un gato. El hombre golpea la bolsa con un palo. El gato chilla.
El hombre tiene razón: su mujer amaba más al gato.
Plumas
Caminaba sobre Reforma. Eran cerca de las tres de la madru-
gada y ningún taxi se atrevió a detenerse. Hacía frío, pero me
Let them sleep who do not know
The final day is here
The very last
And we leave at dawn
Laibach; B Mashina
Perdida
Sigo frente a la ventana, sucia de moscas, cerrada, sin
aire en la habitación, mirando el camino que va lejos
de aquí, por donde Jordán se fue hace varios meses,
con un rifle de caza, a luchar por las tierras.
Llevo dos horas de este día sentada frente a la ventana
sucia de moscas. Ayer estuve veinticuatro horas continuas sin
moverme, un día antes también. Siete días enteros así, espe-
rando a que venga Jordán o la muerte.
Llevo todo este tiempo sin parpadear, sin comer, sin ori-
nar, sin beber y sin moverme, mirando por la ventana sucia
de moscas, esperando que alguien venga de regreso por ese
camino que sólo va y no viene nunca, y que se pierde lejos
de acá.
Así llevo desde hace no sé cuántos días, mirando por la
ventana sucia, llena de moscas, con los ojos bien agarrados
al camino, esperando que algo pase, que sobrevenga Jordán o
la Muerte y yo pueda proseguir mi existencia. Y ya empiezo a
cansarme. Y me he sentido cansada desde hace no sé cuántos
días, no sé cuántas tardes, no sé cuántas noches, desde que
recibí el telegrama ése: “Señora Clotilde Arriaga de Caire.
Nuestro más sentido pésame al notificarle la muerte de Jordán
Caire”.
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Manuel González Serrano
pareció agradable cruzar hasta el camellón central y caminar
bajo los árboles que parecían más despiertos a esas horas.
A unos metros de mí, bajo la pálida iluminación pública,
algo se movió. Me acerqué a inspeccionar. ¿Qué será? Tenía la
forma de un hombre, pero cubierto de plumas negras y grises.
¿Un hombre alado, emplumado?
Di una palmada para llamar la atención de la criatura,
si criatura era (se movía; debía estar vivo), y miles de pájaros
emprendieron el vuelo; ante mí sólo quedaba el cadáver putre-
facto de una persona.
Pop Fantasy Gore
Pedazos de Him y Rasmus flotaban en un charco de sangre
enlodada.
La cosplay-niña se arrancaba el cabello, desesperada, las
lágrimas con sombra de ojos chartreuse, el maquillaje emba-
rrado de rostro.
La cosplay-niña se arrojó al suelo, sobre los fragmentos de
sus idorus. Un dedo, un cacho de pie, un codo, varios dientes,
una nariz y una lengua, pero ningún ojo.
—¡Perdónenme! —gritó la cosplay-niña anegada en llan-
to— ¡No quise hacerlo!
Recolectó los pedazos y los guardó en la bolsa biodegra-
dable de plástico negro, con el resto de pedazos de otros idorus
que había logrado reunir, y se marchó al refugio (Hotel Tokio).
La loly-niña de cabello verde trató de consolar a la cos-
play-niña con un beso en la mejilla llena de rouge. Juanito-
chan se unió al abrazo, y pronto lo siguieron los otros chicos
del club —Fue mi culpa —sollozó la cosplay-niña, secándose
las lágrimas verdes con el borde del vestido bermellón. Su
liguero se había aflojado, y sus camaradas le ayudaron a llegar
al estrado, donde colgaba una cruz podrida sin rastro de dios.
Pero pronto iba a dejar de estar vacía.
Crónica de una Luna de Miel
—¿Lo hacemos?
—Sí, hagámoslo.
Y cometieron suicidio.
Oleaje
Una noche, cuando ya no quedaba ningún ser humano en el
mundo, los mares golpeaban con fuerza las playas. Las aves
y reptiles que vivían en ese desolado planeta no conservaban
recuerdo alguno del paso del hombre por la Tierra.
Y los mares mantenían su característico movimiento, tan
continuo que parecía vivo. Y esa noche, las olas arrastraban
entre la espuma una botella de coca-cola.
jorgevillarruel.blogspot.com.
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HéctoR Ávila ceRvantes
I. INCHIOSTRO.
A mi padre.
Un copia tras otra quedaba manchada en su esencia magnífica,
Primero la prueba se hacía con extremo cuidado, sin manchas,
Registros perfectos y tonos adecuados, se miraba con los ojos
Del sol y una vez alcanzado el cielo, se humedecía el plúmbico.
Un folio tras otro cual torre de marfil, ciudad amurallada
Con hambre de guerra, sedienta de las marcas sobre
[su superficie
De hueso; carmín, cerúleo, púrpura, olivo, tostado y noche,
El plano repleto de cicatrices y heridas aún húmedas, olor
[a tinta.
El tiraje en creciente y las armas en escasez también, ambas
A ritmo de tiro con la esperanza de dejar una huella indeleble,
Una marca en la faz terrena por la conquista lograda en minutos,
Victoria celebrada por el impresor en su afán de trascender.
Todos tendidos sobre una mesa esperan que alivien sus lesiones,
En el espacio sólo aquellos penetrados profundamente por
[el hierro
Podían sobrevivir, los que sanaban o eran invulnerables eran
[aplastados
Por una mano divina, omnisciente, ojo afilado, decisión del
[creador.
II. EXCHIOSTRO.
Una vez consumado el rito de iniciación, los elegidos fueron
[trasladados,
Algunos a lugares de extensiones infinitas, otros a rincones
[oscuros,
Todos ellos plenos de riqueza, donde la lluvia de oro cubría
las tardes Más aciagas y deliciosos perfumes recubrían la ventisca
[nocturna.
Bodegas de volúmenes diversos resguardaban aquellos grandes tesoros,
De esta forma en esos espacios oscuros, donde la calma parecía
[ gobernar,
En los instantes de soledad los pliegos marcados por la placa se
[desnudaban,
El inchiostro surgía de la profundidad más lejana y quedaba libre de
[fibras.
Metamorfosis espontánea, la mancha aquélla, ahora exchiostro, vagaba,
Andaba por los pasillos de las galeras olor a tiempo y olvido, vacío,
Mientras la hojas volaban en la ventisca soberanas de su pureza, ligadas
Tan sólo al gofrado sobre su piel cuya pertenencia se veía a trasluz.
Tinta de seres fabulosos, de historias fantásticas tejidas de invisibles
[filamentos,
Cuentos increíbles y escenas pintadas con una espesura liviana,
Con la minucia indecible con que se hila un capullo de seda, así volvían
A ser uno tan sólo, el blanco y el negro, llave y cerrojo, amantes eternos.
México D.F. a 13 de diciembre de 2010.
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MaRtHa fiGueRoa de dueñasextraños, que lo someten a preguntas y él no sabe la respuesta
de su vida? “Hay quienes dicen que mira con todo su cuerpo y
que al tacto recuerda la piel de durazno”.
Pasado un rato Octavio me dijo: -pero Martha, tu eres la
anfitriona. Me senté. Ahora yo guiaba su mano, la del vaso
hacia la boca. Le daba de comer; qué importaba que la abriera
y siguiera escupiendo partículas que se instalaban sobre su
traje. Qué importaba, ya no estaba abajo, ahora lo veía de
frente, directo, sus grandes ojos blancos que una vez fueron
azules veían más de lo que yo nunca había visto. La amplia
cara sostenía unas orejas considerables, como si a fuerza de
no usar los ojos ellas crecieran. Qué importaba que él no me
pudiera ver, si ahora lo escuchaba, lo veía, lo tocaba. ¡Lo oía
reír! Ya era mío. Mío como lo había soñado, con la ilusión
infantil de un deseo imposible, o una quimera.
Habló de él, de otros, de su madre, de su soledad, de la
ausencia y las ausencias, gimoteó un poco. Analizó los perso-
najes de algunas de sus obras, le pregunté por Sábato y sus
Diálogos; acerca del programa que vino a participar. Habló
con Daniel, con Capistrán. Preguntó por Arreola, por Wimer,
por Rulfo, por Fuentes. Por sus amigos de ahora, de antes,
de siempre. Habló, habló y una luminosidad lo cubría. Ya no
veía la lluvia de su boca. Sólo lo veía a él. No había otro como
él, no habrá otro como él. Bebió, comió, rió, creo que hasta
fue feliz. Reconoció a sus amigos y encontró otros, noche sin
agresiones. Sólo de magia.
Llegó el momento de ausentarse, de dejarnos sin su pre-
sencia que ya sería imborrable. Le tomé de la mano, le pedí
que esa noche fuera yo su lazarillo. Daniel nos acompañó.
Los amigos le abrían paso y aplaudían, volvían a darnos las
gracias.
1 Alejandro Bicorne de Macedonia2 Caravana
No fue fácil llegar hasta él; me abrí paso a empujo-
nes. Los saludos, el beso amistoso y el gracias por
invitarme me detenían. Yo deseaba estar a su lado. Y
sus manos estaban tan lejanas. Por fin cuando llegué, mi sitio
estaba ocupado. Recordé en El Aleph el cuento de “La busca
de Averroes” cuando: Farach preguntó si la ciudad quedaba a
muchas leguas de la muralla que Iskandar Zul Qarnain1 levan-
tó para detener a Gog y Magog. -Desiertos la separan dijo
Abulcásim, con involuntaria soberbia. Cuarenta días tardaría
una cáfila2 en divisar sus torres y dicen que otros tantos en
alcanzarla.
Así sentí la distancia que me separaba de Borges al ver
a su lado derecho a Octavio, del izquierdo, a María. Pero
qué podía hacer, obviamente no iba a levantarlos. Pero ese
momento era mío. Me aproximé lo más discretamente que
pude y me senté en el piso, recargándome en las piernas de
Octavio a manera de respaldo. Atravesé mis manos sobre sus
piernas, para tomar la de él, tibia, regordeta, pulcra. Mano
frágil, ligera, con la magia de ese oficio sólo suyo. Mano
temblorosa siempre en busca de algo, sin recepción, sin entu-
siasmo. Mano frígida. No me era agradable su tacto. Disimulé.
En ésa y por esa ocasión era mía. Yo lo había llevado. Todos
aplaudían lo que él decía; yo no. Yo no escuchaba, sólo oía y
trataba de limpiarme la saliva que salpicaba al hablar. Desde
abajo, lo veía lejano, como a un personaje de sus propios
cuentos fantásticos.
¿Por qué admiraba a ese hombre si me era tan desagrada-
ble? ¿Cuál será su fascinación? ¿Qué me encandilaba de su pre-
sencia? ¿La música de su voz? ¿O su cuerpo tan inerte como sus
manos, despidiendo calor y robándome la energía, la de Paz,
la de María para poder soportar la atmósfera, sin mirarlos, sin
percatarse con todos sus sentidos que estaba rodeado de seres
conf
abul
ario
35
leonaRdo sevilla
A veces me da miedo el recuerdo
volver cien y mil y una veces a recorrer
cada calle, idea, detalle, extravío
tanto miedo como volver a perder la memoria
tras una imprevista borrachera, sin saber
sí me enamoré o disgusté con alguien
ni cómo ni a qué hora regresé a casa
o si me casé, cansé o dormí por el camino...
A veces el prodigioso olvido alivia
y hasta cicatriza por un tiempo las heridas más hondas
y entonces así reanudo el viaje sin remordimientos
ni recriminaciones –recriminar, ¡qué palabra
tan abyecta, tan pecaminosa y criminal!-
y despacio ando, sin ese peso que no deja
sentir ni pensar, parecido al incesante torbellino
de este insomnio fluido y revelador
en el que unas hermosas yeguas negras cabalgan a lo loco
por la piel y las entrañas de las palabras envolventes
que descargan y vuelven a cargar sus emociones e ideas
en imágenes que cuentan y cantan en poemas
que riman o no, pero que sí rozan y acarician
con su pasión de niñas, flores, lunas, mujeres...
A veces tomo la pluma y el papel
y levo anclas y velas con la imaginación
por al ardiente azul del mar y el cielo
y me dejo caer en la cama, con la mente en blanco
voy, deslizándome más allá de la muerte y sonrío
mientras el corazón lleva el compás
con el cuerpo y el alma volando
a veces a contrarritmo con el tiempo
trascendiendo las rutinas y reglas del mundo
y de nuevo soy el soñador desencadenado
que hasta despierto sueña que vive, ama, escribe...
A veces la vida pasa o se detiene de improviso
e incluso retrocede con la ayuda del ingenio
dentro del genio que en el oleaje se columpia
dentro de una botella mientras vacía su elíxir
sorbo a sorbo, de instante a instante
el universo y la semilla afloran
y con su titileo las estrellas nos recuerdan
el sutil abrazo intenso del infinito fugaz...
Pepe Maya
36
El
Bú
h
edwin luGonos negamos a aceptar, soberbia humana
que el hombre es limo, y sin conciencia, ni alma,
son estériles su saber y sus poderes,
y sin el soplo de Dios ¡Su lucha vana!
Cuántos hay que vamos ciegos por la vida,
con el espíritu inmerso entre la sombra,
y añadimos a la obsesiva sordera, la miopía
y no escuchamos al Cristo que nos nombra
¡Quién con una sola palabra quitaría
a nuestros ojos la venda que le estorba!
Cuando ya no te espere
Cuando ya no te espere y recuerdes
aquellas tardes que llegaste hasta mi puerta,
porque ya no esté allí, no más te apenes,
muerte es la única democracia cierta.
No te afanes por vetusto cementerio,
donde mis huesos calcinados queden,
mas piensa adorada en el misterio
que afirma sabio que las almas vuelven.
Búscame en un pájaro obstinado,
con un canto de pasión que siempre elige,
el que aprendieron los que sí han llorado
y que trovador, heraldo apasionado,
sea cual eco mensajero del pasado
¡Con la estrofa de amor que no te dije!
El lamento del ciego
Era dulce. Era bello. Era inmenso y sencillo,
con Sus ojos profundos y Sus pies polvorientos,
con Su túnica blanca y Sus largos cabellos.
Eran miel sus palabras. Sus miradas consuelos,
Sus amigos los pobres, cortesanas y el pueblo.
Su virtud la esperanza y la fe Su Evangelio.
Iba el bien predicando, el amor y el cielo.
Los enfermos curando; y la paz extendiendo,
con su Sola presencia reviviendo los muertos.
Y había un ciego andrajoso de miserias cubierto,
con los ojos cerrados, los oídos abiertos
que oyó de los milagros del Rabí del desierto.
Se acercó presuroso, se abrió paso a lamentos
e imploro: ¡Haz que vea! Y Ella dijo: Ve luego,
y sus ojos se abrieron, y lloraron y vieron.
¡Cuántos hay que cargados de egoísmo,
ciegos de ambición, de ira, de envidia,
nadamos entre un mar de escepticismo
entre una oscuridad que nos suicida!
Cuántos hay que engolfados en la ciencia,
conf
abul
ario
37
Unidos
Estamos separados, pero unidos,
estamos distantes, pero cerca,
y somos para el mundo dos amigos,
más eres mi pasión sincera y cierta.
Traspasa la distancia el pensamiento,
mas en ti se posa como pasa el ave,
y con fuerza virtual el sentimiento
dulce te llama entre los ecos suave.
Mañana que la muerte nos separe,
mi espíritu y el tuyo irán unidos,
como una antorcha que infinita arde
más allá de la muerte y los sentidos.
Día lluvioso
El día amaneció triste. La lluvia escucho…
Imposible salir. Cumplir deberes,
Excepto uno; ¡Qué te quiero mucho!
¿Qué cosa harás tú? ¡El tiempo es largo!
¿Y que cosa haré yo?... pues adorarte.
Tatuarme en la memoria tu retrato.
Y en silencio, mientras llueve recordarte.
Llueve. Todo es gris esta mañana desabrida.
Mas al pensarte, una suave languidez
Se apodera de mi alma estremecida.
Y por la vehemencia que lleva mi querer.
Siento que llega hasta mi tierna amiga
¡y quisiera que no dejara de llover!
La aparición
Cual una aparición hecha de nubes,
tu dulce rostro se asomó sonriente
y se disiparon en tropel mis penas
cuando mis labios acerqué a tu frente.
Llegaste rubia y tu cabello de oro,
caía en tu cuello, inmaculado armiño,
y tu cuerpo grácil, celestial tesoro,
era más blanco que inviolado lirio.
Pasaste cauta tu ligera planta,
me pareció que flotabas luminosa,
eras un ángel con figura humana
o del Olimpo prestigiada diosa
que en un cielo de tul se recortara,
yo quise detenerte mientras pasas,
y corrí jadeante a entregarte el alma
cuando empezaste a desplegar las alas..
Rocco Almanza