ÍSTMICAS
Poesía centroamericana contemporánea:
Antología breve de Juan Carlos Olivas
Ediciones Álastor
ÍSTMICAS
Poesía centroamericana contemporánea:
Antología breve de Juan Carlos Olivas
Ediciones Álastor
2017
Ístmicas. Poesía centroamericana contemporánea: Antología breve
de Juan Carlos Olivas se publicó como libro gratuito en formato .pdf
en la edición número 4 de la revista Álastor (septiembre, 2017).
AUTORÍA
De los poemas: Juan Carlos Olivas.
Selección del autor.
Ediciones Álastor, 2017
Ístmicas
Iniciamos, con el costarricense Juan Carlos Olivas, esta serie de
publicaciones de poesía centroamericana contemporánea que
busca estrechar lazos en el istmo por la vía de la palabra. Junto con
cada número de nuestra revista (www.alastorliterario.com),
incluiremos un nuevo volumen en el que un autor de la región se
encargará de seleccionar una muestra de su propia obra para
nuestros lectores.
Continuamos así el impulso iniciado a principios de este año,
cuando liberamos en la web la compilación de «poesía (muy)
contemporánea de El Salvador» hecha por Vladimir Amaya (Con 300
muertos de fuerza, 2017), solo que ahora dedicando un título a
cada poeta.
Bienvenidas y bienvenidos sean, pues, a Centroamérica.
Los Editores
ÍSTMICAS
Poesía contemporánea centroamericana: Antología breve de
Juan Carlos Olivas
SELECCIÓN DEL AUTOR
Los solos
All the lonely people,
Where do they all come from?
All the lonely people,
Where do they all belong?
THE BEATLES
Los solos venimos de otros mundos
con flores de cristal entre las manos,
leemos nuestros nombres
en las listas de desaparecidos,
nos emborrachamos con el vodka
que escondemos en chaquetas de cuero,
llevamos una cruz en los labios,
siempre tenemos frío,
organizamos festivales de solos
pero nadie llega y pensamos que es perfecto
escuchar cómo gruñe el silencio,
cómo se aferran a nuestra piel
los tentáculos del aire
y la sombra marina que pasa en nuestros ojos.
Los solos diseccionamos las manos de Dios
para encontrar la raíz de su tristeza,
tenemos trabajos menores,
de día traducimos el último trino de los pájaros
y de noche curamos las llagas de la luna.
Los solos llevamos el alma bajo el brazo
envuelta en papel periódico
como si fuera una biblia escrita en una lengua muerta,
visitamos ciudades concurridas
donde fumamos a pesar de no tener el vicio;
pocas veces nos reímos
pero cuando lo hacemos
se electrocuta en la avenida
el ángel de la muerte.
Entonces quedamos más solos
bajo el musgo de todas las estatuas,
escribimos infinitas cartas de despedidas,
blandimos el corazón como un pañuelo rancio
frente a estaciones de trenes clausuradas,
y pasamos días, meses y años enteros
estudiando los libros de astronomía,
husmeando en viejos telescopios
el camino de regreso a casa,
porque los solos
venimos sin saberlo de otros mundos
y siempre queremos volver.
El sombrero de Pessoa
Pessoa nunca se quitaba el sombrero.
Si lo hacía
sus heterónimos se escapaban por largas horas
y cuando regresaban
volvían borrachos,
con sudor en las ojeras,
vertían basura en su trago,
lo amenazaban con jeringas,
epístolas de viejos burdeles,
llantos de espadachines inútiles
y demás aconteceres
de las vidas insensatas que eligieron.
A Pessoa le tocaba reunir
de nuevo a aquellos seres,
darse bofetadas,
flagelarse a la vista
de la brisa nocturna,
beber su propio vómito,
hasta pasar lista
y llamar los a cada uno por sus nombres.
Debajo de aquel sombrero
Pessoa inoculaba el jugo de su sangre,
trataba en vano de domar sus heterónimos,
pero ellos no le dieron tregua
hasta vencerlo.
Cuentan que en su lecho de muerte
la última voluntad de Pessoa
fue que incineraran el sombrero.
Dicen que así fue hecho
y que en la propia
noche de su muerte,
sus heterónimos
cabizbajos,
despeinados
e invisibles,
esparcieron sus cenizas
por las húmedas calles de Lisboa.
Autorretrato
Esto que soy es lo que pasa
cuando arrastras los años, miras atrás,
escrutas un poco en las entrañas
y remueves del polvo viejas fotografías,
el enconado beso que olvidaste,
la semblanza de un padre y una madre,
tus sombras atrapadas en alcohol,
humo de cigarro, discotecas,
música que acaso entendiste,
por primera vez expulsado de la escuela,
mordido por los perros y las perras,
alabado y exaltado por la abuela
que preparó día a día el inmerecido desayuno.
Esto que ves son las carreras en bicicleta,
los raspones, las caídas,
las piedras que guardaste en los bolsillos
para herir los cristales del vecino,
son las tardes de calor y lluvia,
vencido por el pecado de la fornicación
por vez primera,
revolcado con arcángeles insomnes,
son las respuestas a esas preguntas
que jamás te hicieron,
es tu padre yéndose muy lejos,
tu madre combatiendo los fantasmas de tus noches,
el hambre por leer la ausencia de este mundo
cavilando en parques de ceniza,
desempleado en los soportales del olvido,
asalariado y hablando en lenguas,
porta sin aviso y agonía.
Esto que ves es lo que pasa
cuando la aguja atraviesa tu piel varias veces
y recientes el día que se acaba,
el otro que comienza
y no sabes si habrá mañana,
si todo va a ser consumado por un fuego divino
o saldrás a la calle a esperar
un carnaval que no es el tuyo.
Esto es lo que pasa
cuando negaste la mano de un amigo
y rodaste por las escaleras del colegio,
cuando al fin fuiste alguien casi respetable
y procreaste hijos
que siguieron tus pasos sin quererlo,
fueron niños y besaron,
bebieron y sufrieron
las mismas raudas orfandades,
darle cuerda a la vida por inercia,
sentir absolutamente nada
salvo el vacío inefable,
pensar en Dios quizás
y darte fuerza.
Esto es lo que pasa
cuando eso que llamas vida
te repta por los ojos
y cansado,
ya solo tienes esa ciega certidumbre
de mirar y mirar.
Sylvia Plath
Cuando pasés por las calles de Boston
recordá a aquella mujer
cuyas manos sufrían de piromanía,
a la bruja que escuchaba Beethoven
mientras fumaba su último cigarrillo
a la sombra de la buhardilla.
Llevale flores, muchísimo silencio
y tus nuevos poemas hechos pedazos
en un cesto de mimbre.
Decile que todo está bien,
que los niños se levantaron
aquella tarde después de la siesta
y mojaron las galletas con la leche;
que el esposo no llegó tarde
y aún la recuerda
en el fondo de un vaso de Gin-tonic;
mentile acerca de los analistas,
de los falsos profetas de la desilusión,
los soldados romanos
que se repartieron sus poemas
en un juego de azar
a las puertas de sus editoriales.
Llevale por favor
ya sea todo o nada
de lo que pueda resultarle necesario,
y asentí de vez en cuando
con tu cabeza,
las manos en los bolsillos
sin mirar a otra parte.
No le dejés salir
aunque así te lo pida,
lavá con ron sus epitafios
y jurale que mañana volverás
a dejarle dos monedas de plata
sobre el mármol.
Los seres desterrados
A Javier Alvarado
Podés alcanzar la gota última,
penetrar la cueva
donde hiberna la ferocidad
de una bestia congelada
y vencerla con el veneno
de tus propios pasos exigidos.
Podés de un zarpazo
detener la furia de la lluvia
para lamer el rayo
y llevar a la aldea
tu ciego testimonio.
Podés usar la piel
de aquellos animales que mataste
y esperar que de la tierra agreste
broten los frutos que deseás.
Podés decirle al hambre que es de día,
y seguir aullando al cielo
oculto en los arbustos
de otro paraíso perdido.
Podés seguir masticando
la vestidura exacta de los ángeles,
pero recordá que el mundo
está lleno de quijadas de burro
y a Dios le seguirá agradando más
la ofrenda de tu hermano.
No importa ya cuántas veces
niño absurdo,
tratés en vano llamar la atención de tu padre,
que se distrae al ver en silencio
el turbio abismo de sí mismo.
El tiempo no tiene redención
sino nostalgia,
y sin embargo los seres desterrados
llevan en los bolsillos
miles de cadáveres, amantes furtivos,
la semilla del fuego
y la máscara común de la alegría.
Recordá que los desterrados somos más
y no estás solo,
tenemos esta muerte colectiva
que nos une,
y la hermosa necedad
de ser eternos.
Los cisnes de Cadaqués
Cuando murieron los cisnes
de Cadaqués,
Dalí bajó deprisa al lago
y levantó los blancos cadáveres,
los desplumó, sopló sobre sus picos
y construyó de nuevo a los cisnes.
Pero estos nuevos especímenes,
a diferencia de los otros,
tenían sobre sus lomos
pequeñas bombillas eléctricas
que Dalí encendía
para verlos nadar
en las noches de luna muerta.
Cuando Dalí recibía visitas
no había mejor manera
de cerrar una velada
que ir a ver a los cisnes
que picoteaban
sus propias estrellas
bajo el agua.
Pero un buen día
Dalí empinó sus bigotes
y decidió largarse.
Los cisnes lo esperaron
miles de noches
hasta que el lago fue cubierto
por las aguas de la resignación.
Los cisnes finalmente
se ahogaron en lo oscuro,
se confinaron al lecho
donde ahora se pudren
entre la maleza, humo líquido
y otras especies olvidadas.
¿Qué quieren que les diga?
Con el tiempo Dalí también murió
y ahora sí, niños y niñas,
es muy difícil ver
bajo estas frías noches de luna muerta
a los cisnes que encendían
por completo
el lago de Cadaqués.
V
Esta noche llegará Eliot
con la flor de fuego de los ángeles,
apartando de sí los carruseles
como a un cáliz de lumbre
en la noche de Londres,
donde las alondras yacen
mermadas por la bruma de otro tiempo.
Hoy vendrá Eliot con el vino de los posesos
y me pedirá un epitafio para el mundo cubierto de frío,
y entonces le daré quimeras primitivas,
fechas quebradas por la postergación
de tantos siglos retraídos,
lienzos manchados le daré,
para que baje al río con las mujeres del dolor
y entre las piedras lave mis pecados.
Hoy viene Eliot vestido de saco y corbatín,
inocente como los curas de Burnt Norton
que piensan que el tiempo presente y el pasado
son quizás lo mismo en el futuro.
Viene Eliot con los ecos de cítaras
para despertarme cuando finja dormir,
y los pasillos se llenen de especulaciones cálidas,
conspiraciones de hojas secas
en las entrañas perfectas del otoño,
y justo ahí un hombre cantará
−quizás en griego antiguo−
esa canción indecible que es la vida.
Esta noche, lo he dicho, vendrá Eliot
con un mes cruel bajo el brazo
de las constelaciones.
IX
En el sanatorio se lo habían dejado muy claro:
Si el cielo existe, es un nido de cuervos.
Do you want another blanket, Mr. Pound?
It’s getting pretty cold in here…
El Señor Pound se ciñe al cuerpo la sábana blanca
a manera de toga,
y con el brazo extendido concluye que:
Nietzsche aprendió la dialéctica de los caballos.
Hitler era un músico frustrado.
Mahoma perdió su anillo de oro en una apuesta con ladrones persas.
Jesucristo consideraba que la niñez era la única alabanza posible.
Cuando un borracho baila destruye la torre de Babel.
Los pacientes todos aplaudían
como seres mitológicos
y después retornaban a sus cavernas interiores.
El termómetro marcaba 3 grados bajo cero
en el cielo de Washington,
Do you want another blanket, Mr. Pound?
Y por él contestaba un cuervo en la nieve.
X
Totalmente desnudo
lo obligan a bañarse
en el agua pestilente de Venecia.
Las góndolas pasan a su alrededor
como gaviotas negras en el pensamiento.
Los amantes que pidieron vacaciones
o hicieron préstamos para la luna de miel
arrugan su cara al verlo,
creen que han encontrado al loco
que ha envenenado el agua con su tinta.
Pound no los vuelve a ver
y los perdona.
Como si fuese un diario
escribe lo siguiente sobre el agua:
Yo, poeta,
sobreviviente de Pompeya y de Bizancio,
desde la podredumbre del agua de Venecia,
aullando con los ojos y las manos,
declaro en este sitio
que la lírica ha muerto.
XXXVI
Doce años divagué en los nosocomios.
Doce círculos bajé hasta mi letargo.
Estaban vacías las doce fosas
que aguardaban mi tormento.
Había olvidado casi
el fulgor de las estrellas,
el mismo silencio que Confucio presentía
en todos los caminos,
el sabor del cerezo
de las regiones frías.
Pero hasta aquí he dado con mi rostro
y la paz ha envejecido tan humana
que siento piedad por ambos;
tarde llega la paz
para quien ha fracasado.
La naturaleza me inclina
en su serenidad de párvulo;
contemplo la moneda que giró pretensiosa
a la mitad del camino de nuestra vida
y la cara equivocada en el suelo.
El viejo amor que siento roto
es aquel rayo que ya ardió
en alguna parte.
Tarde llegué también a la duda,
al lecho de quien bebe la cicuta
frente a sus seres amados
y ante la ley sucumbe.
Mi mayor pecado fue tener la certeza
de que algo sabía.
Si poseí una virtud fue desangrarme
y darle mi savia a los lenguajes
que nadie hubo conocido.
Pero ya ves, soy igual a todos,
me sumerjo en la necesidad
de un cuerpo en las mañanas,
me influye la belleza de la arquitectura antigua
y todo esto es vano ahora.
El piafar de la luna me ensordece.
Todos los versos que escribí
son igual a esas gotas de rocío
que al amanecer cubren las hojas del árbol
y cuando pasa el sol se difuminan.
Suite para gaita e insomnio
Despierto ante el sonido
de las gaitas en medio de la noche.
Descorro las cortinas
y echo un vistazo a la calle
en busca de los músicos.
Nadie.
La niebla cubre los techos
y los barrotes de las casas
con su aparente fuego blanco.
Mi vecino pasea
a su perro de tres cabezas
y regresa a las puertas del Hades
con algo de nostalgia.
Cuando los miro,
los objetos de mi casa
se convierten en depredadores incesantes,
en ángeles menores y carnívoros.
El silencio es una ola agreste
que golpea contra el muro
y da significado a las cosas que perdí.
Sobre el ventanal empañado
mi terco fantasma
se levanta y escribe:
Soy el superviviente
de un lugar llamado Nada,
donde alguien que no puedo ver
se multiplica
y me despierta con el sonido de gaitas
en medio de la noche.
Oficios
No me importa:
He aquí que soy poeta
y mi oficio es arder.
EFRAÍN BARTOLOMÉ
Amo muy pocas cosas.
Las mañanas soleadas me deprimen.
Considero que la luz de la tarde
es una rata que ensucia
los libros de mi biblioteca.
La noche
es una cruz que sangra
en mi vaso de vino.
Puedo vivir muchos años
sin aquello que creo imprescindible:
una estufa y un gato,
el moho de las cartas que no leo,
un equipaje a medio hacer
que empieza en mi boca
y se extiende por la madrugada.
Tan pronto como mueren
así nacen los días,
pero nosotros claudicamos:
aquí, las palabras pesan porque existen
y su oficio
es hacernos arder.
Aproximaciones
Cruzo todas las mañanas
por la calle contigua al Cementerio General,
en medio de prisas, citas médicas,
papeles que debo llenar y que postergo
para ralentizar mi juventud.
Cuando el semáforo se posa en rojo
a la derecha del cementerio es posible observar
a un hombre entrado en años,
que llega a visitar todos los días
la tumba de su madre.
Durante los veinte segundos
que tarda el semáforo en pasarse a verde
la vida es congelada y atrapada
en ese cuadro que observo con rareza.
Una vez me atreví a hablar con aquel hombre,
le dije cosas vanas, le mostré mi sudario de tristezas,
le hablé de Dios y la esperanza,
del reencuentro que a los vivos y a los muertos
nos espera en un lugar del cosmos.
El viejo asintió con su cabeza,
y respondió frases cortas.
Supongo que como yo,
también supo que mentía.
Al día siguiente lo vi en el mismo lugar.
Al principio esa imagen me agobió en su locura
durante semanas,
hasta que perdí interés
en aquél hombre,
el cementerio,
su madre
y el semáforo,
como si al final de todo
el dolor del mundo
ya fuera parte del paisaje
y nosotros en él.
Contra los poemas de amor
Matamos lo que amamos,
lo demás no ha estado vivo nunca.
ROSARIO CASTELLANOS
Será mejor así, amor, que no te ame,
junto a esta jaula adherida al pensamiento.
Que te deje sola en el último minuto
donde los náufragos se inmortalizan
aferrados a su trozo de madera.
Será mejor negarte, ser insumiso,
quebrar los vasos frágiles del llanto
bajo el silencio de lo perdido,
tomar entre las manos la hermosura
y apretarla hasta que sangre.
Sólo lo que no está nos pertenece.
El vacío es a la vida
lo que al amor la combustión.
Es necesario que todo esté en llamas.
La eternidad es una perra enferma
que se duerme entre los gritos del mercado.
Será mejor así, amor, que no te ame,
para dejarte intacta una vez más,
en la pureza de las cosas
que no han estado vivas nunca.
Licht, Mehr Licht
Claridad sedienta de una forma
CLAUDIO RODRÍGUEZ
Paso la página de los años roídos
y pienso en las últimas palabras de Goethe:
Luz, más luz.
Quizás porque es lo primero
que en su sitio permanece,
o es un don en la palestra del silencio,
o una presea que se llena de polvo
hasta que unas manos la cubren
con la humedad que viene de la noche.
Morir también es una cualidad de la luz,
plantarnos su heredad en el vacío
para crecer en falanges
y ritos donde la sombra existe.
Los días y las horas se reinventan,
caen hacia el cenit y todo es riesgo:
nos cubre la edad de la ceguera
y cuando no existe, la luz hay que nacerla.
Así baja el siervo de la montaña a beber la luz,
así tienen los muertos su fábula de luz,
así se quiebra el mundo en dos mitades
y su centro es una orgía de luz,
así se llena el pájaro de luz, como una jaula.
Goethe lo sabía al momento de morir,
yo lo sé ahora
que la luz juega a vencerme, más y más,
desde la claridad sedienta de sus formas.
Fray Juan de Dios
A Berman Bans
Entre sus hermanos era conocido
como Fray Juan de Dios.
Vino de una tierra lejana
con la búsqueda en los labios.
Después de una crisis existencial
entró a la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos
y ayudó a oficiar la misa de los desesperados.
De vez en cuando tocaba una guitarra
y tallaba en madera hermosos pájaros de hielo.
Un día sus ojos se estrellaron
contra la secretaria del convento
y su alma se prendió
a ella sin remedio.
En un sueño, San Francisco de Asís
le ordenó dejar los hábitos
y ser feliz en la plenitud
de la carne transitoria.
Ambos así se despidieron de todos
y los frailes lloraron
entre campanarios de ternura.
Tragedia en seis actos
I
En el jeans
unas gotas de barro y semen
jamás podrán contarle al mundo
que ya no es un boy scout,
ni defensor de ideales,
ni hacedor de parábolas de humo,
ni mucho menos un pequeño burgués
que vuelve su cara agónica hacia el cielo
y la baja tan solo
para escribir un verso.
II
(Versión libre de La entrevista con el Vampiro)
—Y contame ¿Te gusta la poesía trascendentalista?
—Claro, cómo no.
—(Con cara de indignación) ¿En serio?
— (Enseñando sus dientes) Emerson y Whitman me parecen
[fabulosos.
—(Terror, pánico, gritos indecibles)
— Lo de siempre, lo de siempre. (Susurra para sí mismo el
[Vampiro)
III
Me invitaron
a ver una obra llamada “El Beso”
donde dos artistas
se ahogan en un propio vómito
antes de concluir su obra maestra.
Yo sólo sé reír o llorar,
y aunque no es mucho,
tal es la variante de mi beso.
IV
Minerva no sabía muchas cosas
pero un buen día,
en su camastro de pobre,
me enseñó lo que era la inmortalidad.
Ella ya no está,
pero recuerdo de manera tenue
la luz de las velas,
aquellos labios secos
penetrados por mi falo,
aquel calor mediocre de los cuerpos
donde la muerte guareció
su fina lluvia.
V
En la hora de receso,
el Príncipe de Aquitania,
Hamlet y Calíguala
beben cerveza cruda
y comen sandwiches
a la sombra de un abedul
donde cantan los pájaros.
VI
El cadáver de un lector
pasa a la deriva
por el río amarillento
de una página.
De En honor del delirio
(Ecuador: El Ángel Editor, 2017)
PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA
PARALELO CERO
2017
Dedicatoria
Madre,
perdóname por este libro oscuro;
tú que siempre me incitaste a la luz
y llenabas mi sangre
con el sucio talismán del porvenir.
Aquí en estas páginas
yace tu hijo acribillado por las palabras
y los pájaros que enciende la derrota.
No pudo acercarse a aquello que quisiste para él.
Su juventud la dedicó a perderse,
a sembrar cardos en la sal del sueño,
a desmembrar su carne para dársela a las bestias;
pero antes de partir, hizo asamblea,
y escribió en las paredes de su claustro
un mapa para viejos fumadores de opio,
una elegía para las dalias
que crecen en la tumba de un Rey,
el soto, el tomillo y la argamasa,
los ladrillos que construyó con tus huesos, madre,
el muro y la más alta torre
de todas las mitologías.
Ahora ha creado el mundo
y el mundo ya no le pertenece.
Acércate a él y respira;
toca con claridad su bosque umbroso
donde habita la serpiente
y afina el paladar,
sé precisa al llamado del sauce
y la hiedra que te mece en su veneno.
Perdónalo,
por este libro
escrito bajo un siglo que perece.
Perdónalo, perdóname, madre,
por decirte que la memoria
es ese pez que salta de la luna al sol
y cae entre tu rostro
como un ángel, al fin, hecho ceniza.
El Bosco
Nos perdimos en las imágenes de El Bosco.
Tú eras una deidad femenina con cabeza de pájaro,
yo el partisano que arrastraba
el carromato de la muerte.
Nos cruzamos en una parte del cuadro.
Tú libabas la espuma de un lago sideral
que estaba cerca del árbol de la vida;
yo coronaba a un Príncipe
que se ahogaba en el lodo
y miraba mi manzana de Adán
como si viera en ella
la fruta del suicidio.
Estábamos no exactamente
en el jardín de las delicias,
pero nuestro tiempo era alcanzado por la luz
de la miseria y el mármol
de los monumentos públicos,
el cielo era una mano con espinas.
Los días eran manuscritos
en las patas de todos los insectos
y las noches tenían el olor de la pintura fresca
cuando un niño dormía
y lo escuchábamos arder
como un réquiem de Bach.
Existimos tan sólo
porque así lo quiso El Bosco;
pero tú subiste al carromato
y yo te llevé detrás del cuadro
a imaginar otros mundos posibles
en las estelas de la compasión,
a caminar por las nubes
como un faquir de aire
que ama el rito de la anestesia,
a reinventar con un beso
la catedral de lo que no se olvida.
Desde entonces no hemos vuelto
a aquel jardín,
las copas se llenan de una sustancia sórdida
mientras se resquebrajan las imágenes,
todo pierde su color,
el cielo galopa en los ojos
de un caballo inamovible
y El Bosco nos persigue
como a una galaxia
perdida en un pajar.
Clarividencias
Dios le hablaba en sueños a mi madre.
Le dijo la hora en que habría de nacer,
le mostró el designio que me marcaría
hacia una vida austera,
casi trágica,
poética,
sin embargo, no tan fatal
como la de mis contemporáneos.
Le susurraba en sueños cosas por venir
y le creíamos cuando nos decía:
lleva hoy el paraguas, vístete de blanco,
saca a esa muchacha a bailar,
pasa al puesto de lotería y compra el 23.
Casi siempre acertaba
y la divinidad era algo útil
que tomábamos con la seriedad del caso;
todo iba bien
pero el viejo Dios falló en algo:
el día de la muerte de mi madre
no era el día en que tenía que morir.
Entonces ella empezó a aferrarse a todo,
en las cortinas aparecía su rostro,
el viento se quejaba con su voz,
pateaba los jarrones para llamar la atención,
la lluvia se guarecía como un cuenco en su mano
y se escuchaba en el patio
sus pisadas sobre el verde.
Una noche
se me apareció en sueños
y en lugar de una palabra frágil,
mi madre, hija bastarda de la vida,
ahora muerta,
me dijo que el azar era una espina
clavada en la lengua de Dios
cuando enmudece.
Arte poética
El poema dice adiós desde la borda.
En el viento y la lluvia
—ahora inminente— es su propio capitán.
En altamar no cambia de rumbo la tormenta,
aunque se hagan señales de humo,
gestos de piedad sobre el ruido aparente,
o se disparen al aire
los libros de quien calla
cuando ve saltar entre las aguas
al gran pez de la derrota.
Nos miramos por última vez.
La tormenta se dirige hacia nosotros.
Todo poema es un naufragio.
Antología breve de Juan Carlos Olivas
De Los seres desterrados
Los solos
El sombrero de Pessoa
Autorretrato
Sylvia Plath
Los seres desterrados
Los cisnes de Cadaqués
De El señor Pound
V
IX
X
XXXVI
De El Manuscrito
Suite para gaita e insomnio
Oficios
Aproximaciones
Contra los poemas de amor
Licht, Mehr Licht
Fray Juan de Dios
Tragedia en seis actos
Ediciones Álastor
Juan Carlos Olivas (Turrialba, Costa
Rica, 1986) ha publicado una
decena de poemarios, premiados
todos ellos en su país y la región.
Destacamos: Bitácora de los
hechos consumados (2011),
Premio Nacional Aquileo J.
Echeverría de poesía 2011 y
Premio de la Academia
Costarricense de la Lengua
2012; El señor Pound (2015),
Premio Internacional de Poesía
Rubén Darío 2013; El
Manuscrito (2016), Premio
Nacional de Poesía Eunice Odio
2016; y En honor del
delirio (2017), Premio
Internacional de Poesía Paralelo
Cero 2017, en Ecuador.