Un ejemplo de madre poco común
Las experiencias de esta madre de seis hijos, Cecilia, son
una muestra de que no es necesario gastar fortunas para
entretener a tus hijos y además “dejarlos ser lo que
quieran ser.”
Cecilia Costa Vilar se define a sí misma como una
mujer “inquieta y curiosa”, que no le gustan mucho las
estructuras y que siempre está en busca de desafíos. Quizás
a eso se debe a que reunió el coraje para criar a seis
hijos (dos mujeres y cuatro hombres) de edades muy cercanas
entre sí, hoy ya adultos.
Proveniente de una familia porteña conservadora, tras
terminar los estudios secundarios, comenzó a estudiar la
carrera de Biología en la Universidad de Buenos Aires. Más
adelante abandonó sus estudios para dedicarse de lleno a su
verdadera inclinación vocacional: la escritura.
Dos años más tarde, tras años de convivencia en un
espacioso departamento en el barrio de Recoleta con su ya
marido, Eduardo, nació su primer hija: Delfina. Desde ahí
en adelante, se disparó la excitante aventura de tener
hijos.
En los años sucesivos, nacieron los otros cinco:
Eduardo, Mateo, los mellizos Jaime y Felipe y la hija
menor, Teresita.
A diferencia de muchas madres actuales, Cecilia nunca
dejó de lado su vocación a la hora de formar una familia.
Logró encontrar los momentos para desarrollarse
profesionalmente creando el concepto de “Baby-sitting
pool”. Juntó cuatro madres vecinas de su edificio, se
dividieron los días y cada día una cuidaba a los hijos de
todas. Así, podía salir a trabajar. Realizaba mayormente
guiones de obras de teatro y cine.
Su talento y facilidad innata en la escritura se debe
a sus antecedentes familiares. Entre sus ascendentes se
encuentra un padre pianista, una abuela bailarina y poeta y
un tío nombrado ciudadano ilustre por sus destacados
libros.
Naturalmente, en su casa de la infancia, rebalsaba la
inspiración artística. Desde un padre que brindaba humildes
conciertos de piano hasta atriles y bastidores con manchas
de pintura por todos lados que su madre coloreaba.
De todas formas, su padre nunca le promovió perseguir
una carrera artística. Al contrario, toda su infancia se
negó a enseñarle a tocar el piano puesto que consideraba
que no era posible ganarse la vida como artista.
Según ella expresa, fue una época de su vida muy feliz
pero se “quedó con las ganas” de haber tenido un poco más
de motivación en el campo de lo artístico. Es por eso que,
con respecto a sus propios hijos, siempre les intentó dejar
en claro que es muy importante que se escuchen a ellos
mismos y se respeten. Según sus propias palabras: “Un hijo
mío quería ser actor desde los 10 y yo lo dejaba. Si el
chico tenía esa vocación, tenía esa vocación.”
Cecilia fue una visionaria en su época. Desde que sus
hijos nacieron se ocupo de retirar todas las televisiones y
computadoras de la casa. A ella no le interesaba, y por lo
visto a sus hijos tampoco.
Este tema se trata de un gran dilema en la sociedad
contemporánea. Niños y niñas viven dependientes de la
tecnología y no conocen otros juegos que no se desarrollen
con aparatos conectados a un enchufe. Es por esto que ella
siempre les promovía lo contrario, y sus hijos se la
pasaban inventando cosas. Desde objetos creados con papel y
plasticola hasta disfraces hechos con cualquier tela y ropa
que podían utilizar.
Apasionada y movida por estos ideales creó lo que
ella llama “Cooltura”. Era una tradición que había formado
la familia de juntar amigos en su camioneta y conocer y
descubrir todo lo que no se veía del mundo del arte.
“Yo me volvía loca buscando la productora de cada
artista y llamando por teléfono a todo el mundo para poder
coordinar un encuentro con la excusa de mi invento de
Cooltura. Apenas les contaba, los artistas quedaban
sorprendidos de que un grupo de niños tan pequeños
recibieran con tal emoción los programas que yo les
proponía.”
Así se pasaba las semanas llevándolos a ver ensayos de
obras de teatro en la calle Corrientes, a escuchar poetas
hablar sobre que era la poesía y que los movía a escribir,
a filósofos hablar de filosofía, al circo y hasta a plazas
de la ciudad con hojas y marcadores a pintar lo que veían o
deseaban. Invitaban amigos, sacaban los muebles del living,
apagaban las luces y ponían velas, música, hojas y todos se
tiraban en el piso con marcadores y lápices a dibujar lo
que sentían y escuchaban. También los llevaba al Teatro de
la Cova, en Martínez, y hacían coreografías unidos con
chicos de bajos recursos que estudiaban teatro ahí. Sus
hijos y los amigos de sus hijos conocían al mundo: no todo
era fácil como ellos lo tenían, aprendían a valorar lo que
se les daba, les transmitía la idea de que no importaba que
los bailarines se cayeran, porque era un ensayo y que para
aprender algo, a veces hay que caerse.
Durante los veranos, generalmente permanecían en
Buenos Aires. Los llevaba a un lugar en Barracas donde cada
uno hacia sus títeres, diseñaba el teatrito y luego votaban
en familia cual era el mejor. Ese diseño lo llevaban a una
carpintería y lo mandaban a hacer, se pintaba y después se
pasaban todo el verano
invitando a familia y
amigos a la casa a ver
las obras que inventaban
los chicos.
Ellos tenían la
suerte de tener un
departamento con un
amplio jardín donde
tiraban hojas gigantes y
dibujaban sobre el pasto. Les pintaba un arco de futbol en
una pared y se pasaban todo el día pateando y jugando.
Cecilia nos revela que se trata de aprovechar al máximo lo
que tengas.
Todo esto siempre lo más autosustentable posible:
pocos gastos económicos y poco consumo. Cuenta a la
revista: “Trataba de ver que podíamos inventar entre
nosotros con creatividad e ideas. Todo era a pulmón”
Aunque lidiar con seis niños en un hogar requiere de
trabajo arduo y mucha predisposición, la pareja siempre se
armaba de paciencia y nos confiesa que el secreto es
divertirse uno mismo. Pasaban horas charlando en sobremesas
y respondiéndoles a sus hijos todas esas preguntas
insólitas e inoportunas que surgen a tan temprana edad. Se
generaba un ambiente de risas, alegría y mucha curiosidad y
predisposición por parte de todos. Cecilia atribuye estos
hechos como otra positiva consecuencia de no tener
televisión, computadora y videojuegos en la casa.
En definitiva, el consejo de esta madre entusiasta es
siempre darles libertad de pensamiento, que se pregunten
todo lo que quieran, que sean críticos con la realidad, que
vean otras cosas, que no tengan miedo y se animen porque
equivocarse esta bien. Al mismo tiempo, explica que una
madre tiene que disfrutar un montón de su rol como tal sin
estar protestando todo el día, sino querer disfrutar a la
par de ellos. Cierra con la frase: “Yo la pasé bomba, y es
hasta el día de hoy que sigo orgullosa y cosechando los
frutos que sembramos en su infancia.”
Un ejemplo de madre poco común
Las experiencias de esta madre de seis hijos, Cecilia, son
una muestra de que no es necesario gastar fortunas para
entretener a tus hijos y además “dejarlos ser lo que
quieran ser.”
Cecilia Costa Vilar se define a sí misma como una
mujer “inquieta y curiosa”, que no le gustan mucho las
estructuras y que siempre está en busca de desafíos. Quizás
a eso se debe a que reunió el coraje para criar a seis
hijos (dos mujeres y cuatro hombres) de edades muy cercanas
entre sí, hoy ya adultos.
Proveniente de una familia porteña conservadora, tras
terminar los estudios secundarios, comenzó a estudiar la
carrera de Biología en la Universidad de Buenos Aires. Más
adelante abandonó sus estudios para dedicarse de lleno a su
verdadera inclinación vocacional: la escritura.
Dos años más tarde, tras años de convivencia en un
espacioso departamento en el barrio de Recoleta con su ya
marido, Eduardo, nació su primer hija: Delfina. Desde ahí
en adelante, se disparó la excitante aventura de tener
hijos.
En los años sucesivos, nacieron los otros cinco:
Eduardo, Mateo, los mellizos Jaime y Felipe y la hija
menor, Teresita.
A diferencia de muchas madres actuales, Cecilia nunca
dejó de lado su vocación a la hora de formar una familia.
Logró encontrar los momentos para desarrollarse
profesionalmente creando el concepto de “Baby-sitting
pool”. Juntó cuatro madres vecinas de su edificio, se
dividieron los días y cada día una cuidaba a los hijos de
todas. Así, podía salir a trabajar. Realizaba mayormente
guiones de obras de teatro y cine.
Su talento y facilidad innata en la escritura se debe
a sus antecedentes familiares. Entre sus ascendentes se
encuentra un padre pianista, una abuela bailarina y poeta y
un tío nombrado ciudadano ilustre por sus destacados
libros.
Naturalmente, en su casa de la infancia, rebalsaba la
inspiración artística. Desde un padre que brindaba humildes
conciertos de piano hasta atriles y bastidores con manchas
de pintura por todos lados que su madre coloreaba.
De todas formas, su padre nunca le promovió perseguir
una carrera artística. Al contrario, toda su infancia se
negó a enseñarle a tocar el piano puesto que consideraba
que no era posible ganarse la vida como artista.
Según ella expresa, fue una época de su vida muy feliz
pero se “quedó con las ganas” de haber tenido un poco más
de motivación en el campo de lo artístico. Es por eso que,
con respecto a sus propios hijos, siempre les intentó dejar
en claro que es muy importante que se escuchen a ellos
mismos y se respeten. Según sus propias palabras: “Un hijo
mío quería ser actor desde los 10 y yo lo dejaba. Si el
chico tenía esa vocación, tenía esa vocación.”
Cecilia fue una visionaria en su época. Desde que sus
hijos nacieron se ocupo de retirar todas las televisiones y
computadoras de la casa. A ella no le interesaba, y por lo
visto a sus hijos tampoco.
Este tema se trata de un gran dilema en la sociedad
contemporánea. Niños y niñas viven dependientes de la
tecnología y no conocen otros juegos que no se desarrollen
con aparatos conectados a un enchufe. Es por esto que ella
siempre les promovía lo contrario, y sus hijos se la
pasaban inventando cosas. Desde objetos creados con papel y
plasticola hasta disfraces hechos con cualquier tela y ropa
que podían utilizar.
Apasionada y movida por estos ideales creó lo que
ella llama “Cooltura”. Era una tradición que había formado
la familia de juntar amigos en su camioneta y conocer y
descubrir todo lo que no se veía del mundo del arte.
“Yo me volvía loca buscando la productora de cada
artista y llamando por teléfono a todo el mundo para poder
coordinar un encuentro con la excusa de mi invento de
Cooltura. Apenas les contaba, los artistas quedaban
sorprendidos de que un grupo de niños tan pequeños
recibieran con tal emoción los programas que yo les
proponía.”
Así se pasaba las semanas llevándolos a ver ensayos de
obras de teatro en la calle Corrientes, a escuchar poetas
hablar sobre que era la poesía y que los movía a escribir,
a filósofos hablar de filosofía, al circo y hasta a plazas
de la ciudad con hojas y marcadores a pintar lo que veían o
deseaban. Invitaban amigos, sacaban los muebles del living,
apagaban las luces y ponían velas, música, hojas y todos se
tiraban en el piso con marcadores y lápices a dibujar lo
que sentían y escuchaban. También los llevaba al Teatro de
la Cova, en Martínez, y hacían coreografías unidos con
chicos de bajos recursos que estudiaban teatro ahí. Sus
hijos y los amigos de sus hijos conocían al mundo: no todo
era fácil como ellos lo tenían, aprendían a valorar lo que
se les daba, les transmitía la idea de que no importaba que
los bailarines se cayeran, porque era un ensayo y que para
aprender algo, a veces hay que caerse.
Durante los veranos, generalmente permanecían en
Buenos Aires. Los llevaba a un lugar en Barracas donde cada
uno hacia sus títeres, diseñaba el teatrito y luego votaban
en familia cual era el mejor. Ese diseño lo llevaban a una
carpintería y lo mandaban a hacer, se pintaba y después se
pasaban todo el verano
invitando a familia y
amigos a la casa a ver
las obras que inventaban
los chicos.
Ellos tenían la
suerte de tener un
departamento con un
amplio jardín donde
tiraban hojas gigantes y
dibujaban sobre el pasto. Les pintaba un arco de futbol en
una pared y se pasaban todo el día pateando y jugando.
Cecilia nos revela que se trata de aprovechar al máximo lo
que tengas.
Todo esto siempre lo más autosustentable posible:
pocos gastos económicos y poco consumo. Cuenta a la
revista: “Trataba de ver que podíamos inventar entre
nosotros con creatividad e ideas. Todo era a pulmón”
Aunque lidiar con seis niños en un hogar requiere de
trabajo arduo y mucha predisposición, la pareja siempre se
armaba de paciencia y nos confiesa que el secreto es
divertirse uno mismo. Pasaban horas charlando en sobremesas
y respondiéndoles a sus hijos todas esas preguntas
insólitas e inoportunas que surgen a tan temprana edad. Se
generaba un ambiente de risas, alegría y mucha curiosidad y
predisposición por parte de todos. Cecilia atribuye estos
hechos como otra positiva consecuencia de no tener
televisión, computadora y videojuegos en la casa.
En definitiva, el consejo de esta madre entusiasta es
siempre darles libertad de pensamiento, que se pregunten
todo lo que quieran, que sean críticos con la realidad, que
vean otras cosas, que no tengan miedo y se animen porque
equivocarse esta bien. Al mismo tiempo, explica que una
madre tiene que disfrutar un montón de su rol como tal sin
estar protestando todo el día, sino querer disfrutar a la
par de ellos. Cierra con la frase: “Yo la pasé bomba, y es
hasta el día de hoy que sigo orgullosa y cosechando los
frutos que sembramos en su infancia.”
Un ejemplo de madre poco común
Las experiencias de esta madre de seis hijos, Cecilia, son
una muestra de que no es necesario gastar fortunas para
entretener a tus hijos y además “dejarlos ser lo que
quieran ser.”
Cecilia Costa Vilar se define a sí misma como una
mujer “inquieta y curiosa”, que no le gustan mucho las
estructuras y que siempre está en busca de desafíos. Quizás
a eso se debe a que reunió el coraje para criar a seis
hijos (dos mujeres y cuatro hombres) de edades muy cercanas
entre sí, hoy ya adultos.
Proveniente de una familia porteña conservadora, tras
terminar los estudios secundarios, comenzó a estudiar la
carrera de Biología en la Universidad de Buenos Aires. Más
adelante abandonó sus estudios para dedicarse de lleno a su
verdadera inclinación vocacional: la escritura.
Dos años más tarde, tras años de convivencia en un
espacioso departamento en el barrio de Recoleta con su ya
marido, Eduardo, nació su primer hija: Delfina. Desde ahí
en adelante, se disparó la excitante aventura de tener
hijos.
En los años sucesivos, nacieron los otros cinco:
Eduardo, Mateo, los mellizos Jaime y Felipe y la hija
menor, Teresita.
A diferencia de muchas madres actuales, Cecilia nunca
dejó de lado su vocación a la hora de formar una familia.
Logró encontrar los momentos para desarrollarse
profesionalmente creando el concepto de “Baby-sitting
pool”. Juntó cuatro madres vecinas de su edificio, se
dividieron los días y cada día una cuidaba a los hijos de
todas. Así, podía salir a trabajar. Realizaba mayormente
guiones de obras de teatro y cine.
Su talento y facilidad innata en la escritura se debe
a sus antecedentes familiares. Entre sus ascendentes se
encuentra un padre pianista, una abuela bailarina y poeta y
un tío nombrado ciudadano ilustre por sus destacados
libros.
Naturalmente, en su casa de la infancia, rebalsaba la
inspiración artística. Desde un padre que brindaba humildes
conciertos de piano hasta atriles y bastidores con manchas
de pintura por todos lados que su madre coloreaba.
De todas formas, su padre nunca le promovió perseguir
una carrera artística. Al contrario, toda su infancia se
negó a enseñarle a tocar el piano puesto que consideraba
que no era posible ganarse la vida como artista.
Según ella expresa, fue una época de su vida muy feliz
pero se “quedó con las ganas” de haber tenido un poco más
de motivación en el campo de lo artístico. Es por eso que,
con respecto a sus propios hijos, siempre les intentó dejar
en claro que es muy importante que se escuchen a ellos
mismos y se respeten. Según sus propias palabras: “Un hijo
mío quería ser actor desde los 10 y yo lo dejaba. Si el
chico tenía esa vocación, tenía esa vocación.”
Cecilia fue una visionaria en su época. Desde que sus
hijos nacieron se ocupo de retirar todas las televisiones y
computadoras de la casa. A ella no le interesaba, y por lo
visto a sus hijos tampoco.
Este tema se trata de un gran dilema en la sociedad
contemporánea. Niños y niñas viven dependientes de la
tecnología y no conocen otros juegos que no se desarrollen
con aparatos conectados a un enchufe. Es por esto que ella
siempre les promovía lo contrario, y sus hijos se la
pasaban inventando cosas. Desde objetos creados con papel y
plasticola hasta disfraces hechos con cualquier tela y ropa
que podían utilizar.
Apasionada y movida por estos ideales creó lo que
ella llama “Cooltura”. Era una tradición que había formado
la familia de juntar amigos en su camioneta y conocer y
descubrir todo lo que no se veía del mundo del arte.
“Yo me volvía loca buscando la productora de cada
artista y llamando por teléfono a todo el mundo para poder
coordinar un encuentro con la excusa de mi invento de
Cooltura. Apenas les contaba, los artistas quedaban
sorprendidos de que un grupo de niños tan pequeños
recibieran con tal emoción los programas que yo les
proponía.”
Así se pasaba las semanas llevándolos a ver ensayos de
obras de teatro en la calle Corrientes, a escuchar poetas
hablar sobre que era la poesía y que los movía a escribir,
a filósofos hablar de filosofía, al circo y hasta a plazas
de la ciudad con hojas y marcadores a pintar lo que veían o
deseaban. Invitaban amigos, sacaban los muebles del living,
apagaban las luces y ponían velas, música, hojas y todos se
tiraban en el piso con marcadores y lápices a dibujar lo
que sentían y escuchaban. También los llevaba al Teatro de
la Cova, en Martínez, y hacían coreografías unidos con
chicos de bajos recursos que estudiaban teatro ahí. Sus
hijos y los amigos de sus hijos conocían al mundo: no todo
era fácil como ellos lo tenían, aprendían a valorar lo que
se les daba, les transmitía la idea de que no importaba que
los bailarines se cayeran, porque era un ensayo y que para
aprender algo, a veces hay que caerse.
Durante los veranos, generalmente permanecían en
Buenos Aires. Los llevaba a un lugar en Barracas donde cada
uno hacia sus títeres, diseñaba el teatrito y luego votaban
en familia cual era el mejor. Ese diseño lo llevaban a una
carpintería y lo mandaban a hacer, se pintaba y después se
pasaban todo el verano
invitando a familia y
amigos a la casa a ver
las obras que inventaban
los chicos.
Ellos tenían la
suerte de tener un
departamento con un
amplio jardín donde
tiraban hojas gigantes y
dibujaban sobre el pasto. Les pintaba un arco de futbol en
una pared y se pasaban todo el día pateando y jugando.
Cecilia nos revela que se trata de aprovechar al máximo lo
que tengas.
Todo esto siempre lo más autosustentable posible:
pocos gastos económicos y poco consumo. Cuenta a la
revista: “Trataba de ver que podíamos inventar entre
nosotros con creatividad e ideas. Todo era a pulmón”
Aunque lidiar con seis niños en un hogar requiere de
trabajo arduo y mucha predisposición, la pareja siempre se
armaba de paciencia y nos confiesa que el secreto es
divertirse uno mismo. Pasaban horas charlando en sobremesas
y respondiéndoles a sus hijos todas esas preguntas
insólitas e inoportunas que surgen a tan temprana edad. Se
generaba un ambiente de risas, alegría y mucha curiosidad y
predisposición por parte de todos. Cecilia atribuye estos
hechos como otra positiva consecuencia de no tener
televisión, computadora y videojuegos en la casa.
En definitiva, el consejo de esta madre entusiasta es
siempre darles libertad de pensamiento, que se pregunten
todo lo que quieran, que sean críticos con la realidad, que
vean otras cosas, que no tengan miedo y se animen porque
equivocarse esta bien. Al mismo tiempo, explica que una
madre tiene que disfrutar un montón de su rol como tal sin
estar protestando todo el día, sino querer disfrutar a la
par de ellos. Cierra con la frase: “Yo la pasé bomba, y es
hasta el día de hoy que sigo orgullosa y cosechando los
frutos que sembramos en su infancia.”
Un ejemplo de madre poco común
Las experiencias de esta madre de seis hijos, Cecilia, son
una muestra de que no es necesario gastar fortunas para
entretener a tus hijos y además “dejarlos ser lo que
quieran ser.”
Cecilia Costa Vilar se define a sí misma como una
mujer “inquieta y curiosa”, que no le gustan mucho las
estructuras y que siempre está en busca de desafíos. Quizás
a eso se debe a que reunió el coraje para criar a seis
hijos (dos mujeres y cuatro hombres) de edades muy cercanas
entre sí, hoy ya adultos.
Proveniente de una familia porteña conservadora, tras
terminar los estudios secundarios, comenzó a estudiar la
carrera de Biología en la Universidad de Buenos Aires. Más
adelante abandonó sus estudios para dedicarse de lleno a su
verdadera inclinación vocacional: la escritura.
Dos años más tarde, tras años de convivencia en un
espacioso departamento en el barrio de Recoleta con su ya
marido, Eduardo, nació su primer hija: Delfina. Desde ahí
en adelante, se disparó la excitante aventura de tener
hijos.
En los años sucesivos, nacieron los otros cinco:
Eduardo, Mateo, los mellizos Jaime y Felipe y la hija
menor, Teresita.
A diferencia de muchas madres actuales, Cecilia nunca
dejó de lado su vocación a la hora de formar una familia.
Logró encontrar los momentos para desarrollarse
profesionalmente creando el concepto de “Baby-sitting
pool”. Juntó cuatro madres vecinas de su edificio, se
dividieron los días y cada día una cuidaba a los hijos de
todas. Así, podía salir a trabajar. Realizaba mayormente
guiones de obras de teatro y cine.
Su talento y facilidad innata en la escritura se debe
a sus antecedentes familiares. Entre sus ascendentes se
encuentra un padre pianista, una abuela bailarina y poeta y
un tío nombrado ciudadano ilustre por sus destacados
libros.
Naturalmente, en su casa de la infancia, rebalsaba la
inspiración artística. Desde un padre que brindaba humildes
conciertos de piano hasta atriles y bastidores con manchas
de pintura por todos lados que su madre coloreaba.
De todas formas, su padre nunca le promovió perseguir
una carrera artística. Al contrario, toda su infancia se
negó a enseñarle a tocar el piano puesto que consideraba
que no era posible ganarse la vida como artista.
Según ella expresa, fue una época de su vida muy feliz
pero se “quedó con las ganas” de haber tenido un poco más
de motivación en el campo de lo artístico. Es por eso que,
con respecto a sus propios hijos, siempre les intentó dejar
en claro que es muy importante que se escuchen a ellos
mismos y se respeten. Según sus propias palabras: “Un hijo
mío quería ser actor desde los 10 y yo lo dejaba. Si el
chico tenía esa vocación, tenía esa vocación.”
Cecilia fue una visionaria en su época. Desde que sus
hijos nacieron se ocupo de retirar todas las televisiones y
computadoras de la casa. A ella no le interesaba, y por lo
visto a sus hijos tampoco.
Este tema se trata de un gran dilema en la sociedad
contemporánea. Niños y niñas viven dependientes de la
tecnología y no conocen otros juegos que no se desarrollen
con aparatos conectados a un enchufe. Es por esto que ella
siempre les promovía lo contrario, y sus hijos se la
pasaban inventando cosas. Desde objetos creados con papel y
plasticola hasta disfraces hechos con cualquier tela y ropa
que podían utilizar.
Apasionada y movida por estos ideales creó lo que
ella llama “Cooltura”. Era una tradición que había formado
la familia de juntar amigos en su camioneta y conocer y
descubrir todo lo que no se veía del mundo del arte.
“Yo me volvía loca buscando la productora de cada
artista y llamando por teléfono a todo el mundo para poder
coordinar un encuentro con la excusa de mi invento de
Cooltura. Apenas les contaba, los artistas quedaban
sorprendidos de que un grupo de niños tan pequeños
recibieran con tal emoción los programas que yo les
proponía.”
Así se pasaba las semanas llevándolos a ver ensayos de
obras de teatro en la calle Corrientes, a escuchar poetas
hablar sobre que era la poesía y que los movía a escribir,
a filósofos hablar de filosofía, al circo y hasta a plazas
de la ciudad con hojas y marcadores a pintar lo que veían o
deseaban. Invitaban amigos, sacaban los muebles del living,
apagaban las luces y ponían velas, música, hojas y todos se
tiraban en el piso con marcadores y lápices a dibujar lo
que sentían y escuchaban. También los llevaba al Teatro de
la Cova, en Martínez, y hacían coreografías unidos con
chicos de bajos recursos que estudiaban teatro ahí. Sus
hijos y los amigos de sus hijos conocían al mundo: no todo
era fácil como ellos lo tenían, aprendían a valorar lo que
se les daba, les transmitía la idea de que no importaba que
los bailarines se cayeran, porque era un ensayo y que para
aprender algo, a veces hay que caerse.
Durante los veranos, generalmente permanecían en
Buenos Aires. Los llevaba a un lugar en Barracas donde cada
uno hacia sus títeres, diseñaba el teatrito y luego votaban
en familia cual era el mejor. Ese diseño lo llevaban a una
carpintería y lo mandaban a hacer, se pintaba y después se
pasaban todo el verano
invitando a familia y
amigos a la casa a ver
las obras que inventaban
los chicos.
Ellos tenían la
suerte de tener un
departamento con un
amplio jardín donde
tiraban hojas gigantes y
dibujaban sobre el pasto. Les pintaba un arco de futbol en
una pared y se pasaban todo el día pateando y jugando.
Cecilia nos revela que se trata de aprovechar al máximo lo
que tengas.
Todo esto siempre lo más autosustentable posible:
pocos gastos económicos y poco consumo. Cuenta a la
revista: “Trataba de ver que podíamos inventar entre
nosotros con creatividad e ideas. Todo era a pulmón”
Aunque lidiar con seis niños en un hogar requiere de
trabajo arduo y mucha predisposición, la pareja siempre se
armaba de paciencia y nos confiesa que el secreto es
divertirse uno mismo. Pasaban horas charlando en sobremesas
y respondiéndoles a sus hijos todas esas preguntas
insólitas e inoportunas que surgen a tan temprana edad. Se
generaba un ambiente de risas, alegría y mucha curiosidad y
predisposición por parte de todos. Cecilia atribuye estos
hechos como otra positiva consecuencia de no tener
televisión, computadora y videojuegos en la casa.
En definitiva, el consejo de esta madre entusiasta es
siempre darles libertad de pensamiento, que se pregunten
todo lo que quieran, que sean críticos con la realidad, que
vean otras cosas, que no tengan miedo y se animen porque
equivocarse esta bien. Al mismo tiempo, explica que una
madre tiene que disfrutar un montón de su rol como tal sin
estar protestando todo el día, sino querer disfrutar a la
par de ellos. Cierra con la frase: “Yo la pasé bomba, y es
hasta el día de hoy que sigo orgullosa y cosechando los
frutos que sembramos en su infancia.”
S egún cuenta Cecilia a la revista, lo que más valoraba era cuando pasaban momentos juntos en contacto con la naturaleza.
Un ejemplo de madre poco común
Las experiencias de esta madre de seis hijos, Cecilia, son
una muestra de que no es necesario gastar fortunas para
entretener a tus hijos y además “dejarlos ser lo que
quieran ser.”
Cecilia Costa Vilar se define a sí misma como una
mujer “inquieta y curiosa”, que no le gustan mucho las
estructuras y que siempre está en busca de desafíos. Quizás
a eso se debe a que reunió el coraje para criar a seis
hijos (dos mujeres y cuatro hombres) de edades muy cercanas
entre sí, hoy ya adultos.
Proveniente de una familia porteña conservadora, tras
terminar los estudios secundarios, comenzó a estudiar la
carrera de Biología en la Universidad de Buenos Aires. Más
adelante abandonó sus estudios para dedicarse de lleno a su
verdadera inclinación vocacional: la escritura.
Dos años más tarde, tras años de convivencia en un
espacioso departamento en el barrio de Recoleta con su ya
marido, Eduardo, nació su primer hija: Delfina. Desde ahí
en adelante, se disparó la excitante aventura de tener
hijos.
En los años sucesivos, nacieron los otros cinco:
Eduardo, Mateo, los mellizos Jaime y Felipe y la hija
menor, Teresita.
A diferencia de muchas madres actuales, Cecilia nunca
dejó de lado su vocación a la hora de formar una familia.
Logró encontrar los momentos para desarrollarse
profesionalmente creando el concepto de “Baby-sitting
pool”. Juntó cuatro madres vecinas de su edificio, se
dividieron los días y cada día una cuidaba a los hijos de
todas. Así, podía salir a trabajar. Realizaba mayormente
guiones de obras de teatro y cine.
Su talento y facilidad innata en la escritura se debe
a sus antecedentes familiares. Entre sus ascendentes se
encuentra un padre pianista, una abuela bailarina y poeta y
un tío nombrado ciudadano ilustre por sus destacados
libros.
Naturalmente, en su casa de la infancia, rebalsaba la
inspiración artística. Desde un padre que brindaba humildes
conciertos de piano hasta atriles y bastidores con manchas
de pintura por todos lados que su madre coloreaba.
De todas formas, su padre nunca le promovió perseguir
una carrera artística. Al contrario, toda su infancia se
negó a enseñarle a tocar el piano puesto que consideraba
que no era posible ganarse la vida como artista.
Según ella expresa, fue una época de su vida muy feliz
pero se “quedó con las ganas” de haber tenido un poco más
de motivación en el campo de lo artístico. Es por eso que,
con respecto a sus propios hijos, siempre les intentó dejar
en claro que es muy importante que se escuchen a ellos
mismos y se respeten. Según sus propias palabras: “Un hijo
mío quería ser actor desde los 10 y yo lo dejaba. Si el
chico tenía esa vocación, tenía esa vocación.”
Cecilia fue una visionaria en su época. Desde que sus
hijos nacieron se ocupo de retirar todas las televisiones y
computadoras de la casa. A ella no le interesaba, y por lo
visto a sus hijos tampoco.
Este tema se trata de un gran dilema en la sociedad
contemporánea. Niños y niñas viven dependientes de la
tecnología y no conocen otros juegos que no se desarrollen
con aparatos conectados a un enchufe. Es por esto que ella
siempre les promovía lo contrario, y sus hijos se la
pasaban inventando cosas. Desde objetos creados con papel y
plasticola hasta disfraces hechos con cualquier tela y ropa
que podían utilizar.
Apasionada y movida por estos ideales creó lo que
ella llama “Cooltura”. Era una tradición que había formado
la familia de juntar amigos en su camioneta y conocer y
descubrir todo lo que no se veía del mundo del arte.
“Yo me volvía loca buscando la productora de cada
artista y llamando por teléfono a todo el mundo para poder
coordinar un encuentro con la excusa de mi invento de
Cooltura. Apenas les contaba, los artistas quedaban
sorprendidos de que un grupo de niños tan pequeños
recibieran con tal emoción los programas que yo les
proponía.”
Así se pasaba las semanas llevándolos a ver ensayos de
obras de teatro en la calle Corrientes, a escuchar poetas
hablar sobre que era la poesía y que los movía a escribir,
a filósofos hablar de filosofía, al circo y hasta a plazas
de la ciudad con hojas y marcadores a pintar lo que veían o
deseaban. Invitaban amigos, sacaban los muebles del living,
apagaban las luces y ponían velas, música, hojas y todos se
tiraban en el piso con marcadores y lápices a dibujar lo
que sentían y escuchaban. También los llevaba al Teatro de
la Cova, en Martínez, y hacían coreografías unidos con
chicos de bajos recursos que estudiaban teatro ahí. Sus
hijos y los amigos de sus hijos conocían al mundo: no todo
era fácil como ellos lo tenían, aprendían a valorar lo que
se les daba, les transmitía la idea de que no importaba que
los bailarines se cayeran, porque era un ensayo y que para
aprender algo, a veces hay que caerse.
Durante los veranos, generalmente permanecían en
Buenos Aires. Los llevaba a un lugar en Barracas donde cada
uno hacia sus títeres, diseñaba el teatrito y luego votaban
en familia cual era el mejor. Ese diseño lo llevaban a una
carpintería y lo mandaban a hacer, se pintaba y después se
pasaban todo el verano
invitando a familia y
amigos a la casa a ver
las obras que inventaban
los chicos.
Ellos tenían la
suerte de tener un
departamento con un
amplio jardín donde
tiraban hojas gigantes y
dibujaban sobre el pasto. Les pintaba un arco de futbol en
una pared y se pasaban todo el día pateando y jugando.
Cecilia nos revela que se trata de aprovechar al máximo lo
que tengas.
Todo esto siempre lo más autosustentable posible:
pocos gastos económicos y poco consumo. Cuenta a la
revista: “Trataba de ver que podíamos inventar entre
nosotros con creatividad e ideas. Todo era a pulmón”
Aunque lidiar con seis niños en un hogar requiere de
trabajo arduo y mucha predisposición, la pareja siempre se
armaba de paciencia y nos confiesa que el secreto es
divertirse uno mismo. Pasaban horas charlando en sobremesas
y respondiéndoles a sus hijos todas esas preguntas
insólitas e inoportunas que surgen a tan temprana edad. Se
generaba un ambiente de risas, alegría y mucha curiosidad y
predisposición por parte de todos. Cecilia atribuye estos
hechos como otra positiva consecuencia de no tener
televisión, computadora y videojuegos en la casa.
En definitiva, el consejo de esta madre entusiasta es
siempre darles libertad de pensamiento, que se pregunten
todo lo que quieran, que sean críticos con la realidad, que
vean otras cosas, que no tengan miedo y se animen porque
equivocarse esta bien. Al mismo tiempo, explica que una
madre tiene que disfrutar un montón de su rol como tal sin
estar protestando todo el día, sino querer disfrutar a la
par de ellos. Cierra con la frase: “Yo la pasé bomba, y es
hasta el día de hoy que sigo orgullosa y cosechando los
frutos que sembramos en su infancia.”