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¿Crees que el amor puede supera
a distancia… y el tiempo?La esperada continuación de Etiempo entre nosotros.
Anna y Bennett mantienen unrelación a larga distancia. A simplevista puede sonar normal. Pero no
o es. Anna vive en Chicago e1995, mientras que Bennett vive eSan Francisco… en 2012.
Lo lógico es que nunca se hubieraconocido, pero él tiene la capacidadde viajar en el tiempo, y aconocerse se enamoraron aunque
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sabían que no debían hacerlo. Lotenían todo en contra, y aun ashallaron la manera de seguir juntos
Sin embargo, el arreglo dista de seperfecto. Bennett no puedepermanecer en el pasado sino pobreves lapsos. Cuando está coAnna, se pierde momentomportantes de su propio presente
Pero ambos confían en que podráhacerlo funcionar… Hasta queBennett ve una cosa que nunca
debería haber visto y quedefinitivamente no esperaba ver. Apartir de ese instante toma unaserie de decisiones que afectará
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su presente. El futuro podríaconvertirse en algo que ni Bennetni Anna quieren. ¿O sí?
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Tamara Ireland StoneUna y otra vez
El tiempo entre nosotros - 2
ePub r1.0
Titivillus 25.09.15
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Título original: Time After Time
Tamara Ireland Stone, 2013Traducción: Jordi Vidal
Editor digital: TitivillusePub base r1.2
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El tiempo lo explicará.JANE AUSTEN
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Agosto de 2012
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1
an Francisco, California
Nada ha cambiado. Me ausent
durante tres meses, he estado en casdurante tres más, y, sin embargo, aquodo sigue siendo tal como era antes d
marcharme.
—¿Iréis a la fiesta de Megan lsemana que viene? —pregunta Sam.
Recorro el círculo con la mirad
mientras todos asienten. Por supuest
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que irán. Ya casi ha terminado el veranoos padres de Megan están forrados
nunca paran en casa, una combinació
que garantiza numerosas ocasiones dbeber y relacionarse.
—¿Y tú? —Sam me señala con l
barbilla—. ¿Estarás aquí, Coop? —No puedo —respondo, rehuyend
su mirada—. Estaré fuera de la ciudad.
Echo la cabeza hacia atrás y engullmi Gatorade. Los ocho hemos estadpatinando por Lafayette Park durante lúltima hora y estoy muerto de sed.
—¿Otra vez? —Sam coge un puñadde doritos antes de pasar la bolsa a lodemás—. Te perdiste la última fiesta,
fue épica.
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Todos asienten de nuevo. Ryan repitcomo un loro:
—Épica de verdad.
Desvío la mirada al tiempo que mencojo de hombros.
—Me sabe muy mal perdérmela
pero prometí a mi madre que antes dque empiece la escuela iría a ver a mabuela.
Me siento algo culpable por deciantas mentiras: seguramente no iría a lfiesta de Megan aunque estuviera aquí, mi madre no tiene ni idea de que iré
ver a mi abuela.Sam carraspea y mira a lo
presentes.
—¿Quién tiene los chips? —Drew
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coge un buen puñado y van pasándose lbolsa hasta que por fin llega a las manode Sam—. ¿Seguro que no hay otr
motivo para que te vayas de la ciudad—pregunta.
Todos dejan de masticar y s
vuelven hacia nosotros, aguardando mrespuesta.
Me apoyo en mi monopatín.
—¿Como cuál?Siento que se me acelera el corazónpero me obligo a permanecer inmóvil. Amostrarme sereno e indiferente. Aparto
Anna de mi cabeza, confiando en queso me haga parecer más convincente.
Sam esboza una sonrisa. Adviert
que los demás se mueven incómodos. D
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repente, Sam introduce la mano en lbolsa, coge un dorito y lo lanza hacimí. Lo esquivo y pasa rozándome l
cabeza. —Es broma —dice.Todos ríen y vuelven a masticar.
Ryan saca el móvil del bolsillo mira la pantalla.
—Se acabó el descanso.
Se levanta, hace saltar el monopatía su mano y se encamina hacia la zonplana de cemento rodeada de carteleque indican que está prohibido patinar
Tiene razón. Seguramente nos quedadiez minutos más antes de que algúvecino llame a la poli.
Todos los demás se marchan, per
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Sam y yo nos quedamos atrás. Le tienda bolsa de doritos y cuando está a punt
de cogerla echo la cabeza hacia atrás
dejo caer las migas que quedan en enterior de mi boca y le tiendo la bols
vacía.
—Toma. —Mira que eres tonto —dice co
una sonrisa mientras la coge y la mete e
su mochila. Me observa de reojosacude la cabeza y, con vontencionadamente más suave, añade—
Bueno. La otra noche, Lindsey y yo no
encontramos con ella en el cine. —¿Con ella? —Me limpio las miga
de la boca con la manga de la camiset
—. ¿Cuál ella?
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Me mira como si no pudiera creersque lo haya preguntado.
—Megan. —Y agrega—: Megan, l
maciza. —¿La que da todas las fiestas? —Sí, esa Megan. ¿Cuántas Mega
macizas conoces?Me encojo de hombros. —No lo sé. Por lo menos… —
Cuento con los dedos—. Cuatro.Sam pone los ojos en blanco. —Bueno, no sé nada de las otra
res, pero esta preguntó por ti. Otra vez
Me pidió que en esta ocasión procurarlevarte a su fiesta.
Me mira con expectación, como s
esperase que diera un salto y echara
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correr a casa para cambiar la fecha dmi vuelo. En lugar de eso, me levantdespacio y cojo mi monopatín.
—Lo siento. Iría, pero… —Ya lo sé —me interrumpe—. T
abuela. En Illinois. Está enferma.
—Exacto.Sam se levanta a su vez y pisa co
fuerza el extremo de su monopatín par
que salte a su mano. —Mira, has estado evitándola todel verano, pero cuando la semana quviene empiece la escuela, no tendrá
ninguna posibilidad. En mi opinión, solhay una razón para que no le pidas Megan que salga contigo.
—Porque es demasiado… ¿boba?
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Megan es un año más joven quodos nosotros, y no he hablado l
suficiente con ella para saber si eso e
cierto o no. Pero me veo obligado arrancar a Sam de su «único motivo».
Se vuelve a mirarme.
—Si de verdad no te gusta, lentiendo. Pero es amiga de Lindsey¿sabes? Podríamos salir los cuatr
alguna vez. Sería divertido.De pronto me imagino a Anna, Emma, a Justin y a mí entrando en ecine; yo paso un brazo por los hombro
de Anna, y Emma y Justin van tomadode la mano. Ya tengo un «nosotrocuatro». O, por lo menos, lo tenía.
—Me lo pensaré, ¿vale? —digo.
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No pienso hacerlo, pero con algo dsuerte consigo imprimir la suficientsinceridad a mi voz para hacerle cree
que sí. —No te lo pienses. Pídele que salg
contigo. Porque, ahora en serio, e
simpática y, en mi humilde opinión, parnada boba. Y a Lindsey le cae bien —añade, a sabiendas de que eso podrí
ser un punto fuerte.Los demás chicos vuelven a recogesus cosas y me siento aliviado. Sdespiden con murmullos y enfilan e
camino que conduce al pie de la colinaSam los sigue, pero de pronto se detien se vuelve hacia mí.
—¿Vienes?
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advertido que, en cuanto lo hiciese, yno sabría cómo estar aquí sin ella.
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2
Cuando llego a nuestra casa en lo altde la colina, abro la puerta principal iro mi monopatín y mi mochila al suel
del vestíbulo, junto a la planta dnterior gigante. Subo las escalera
hacia mi habitación cuando oigo uruido extraño procedente de la cocina
Como si alguien estuviera picando coun cuchillo. Y… cantando.
Papá no debe de haber regresad
aún del trabajo y mamá tenía esta noch
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una reunión de planificación parrecaudar fondos. Doy media vuelta y mdirijo hacia la cocina, y es allí dond
encuentro a mi hermana, Brooke. Llevel pelo recogido en una coleta y está dpie delante de la encimera, rodeada d
verduras.Tararea en voz baja mientras con u
movimiento rápido de la mano con qu
sostiene el cuchillo corta un manojo despárragos. —¿Qué diablos estás haciendo? —
pregunto.
Levanta la cabeza con una sonrisa eos labios y me saluda con un gesto
Sigue picando mientras recorro l
cocina observando el montón d
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hortalizas, valorando la situación. —He pensado hacer un sofrito par
cenar —anuncia con orgullo.
Me planto a su lado y me reclincontra la encimera.
—¿Desde cuándo sabes hace
sofrito?Se encoge de hombros, sin dejar d
picar.
—Ni idea. Estoy ensayando para mnueva vida sin comidas comunitariasCaroline me ha mandado un mensaje dexto y ahora mismo, mientras hablamos
está llevando cajas desde su Prius nuestro nuevo piso. —Me mira—. Unde nosotras tendrá que saber cocinar.
Brooke deja el cuchillo sobre l
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abla para cortar, recoge los espárrago los deja caer en un cuenco. A
continuación se frota las manos.
—Dentro de unos días estaré dvuelta en Boulder, habré terminado coas residencias para siempre y m
nstalaré en mi nueva habitación. —Mmira a los ojos—. Y volveré a vivir cogente que me cae bien. Compañeras d
piso guais. Como en Chicago.Brooke y yo estuvimos durante lmayor parte del verano hablando de lores meses que pasé en Evanston 199
mientras ella permanecía atrapada eChicago 1994. Me habló de las docompañeras de piso que encontró
ravés del Sun-Times y del desván qu
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compartieron en Wrigleyville. Cómpasaba los días sirviendo mesas en urestaurante y las noches escuchand
música en vivo en las discotecas deugar. A sus compañeras les gustabodo, del jazz al punk, y no se perdiero
un solo concierto. Incluso la noche defolk de los martes, cuando una mujerobusta se sentaba en un taburete d
madera con su guitarra acústica, tocandviejas canciones como American Pie eaving on a Jet Plane en un loca
atestado de gente que la acompañab
cantando. Como ya sospechaba quharía, Brooke se adaptó bien. Y, como, le habría gustado quedarse much
más tiempo donde estaba.
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Pero un domingo por la tarde, ella sus compañeras de piso estaban pasandel rato en la azotea, tomando el sol
hojeando el periódico, cuando una dellas topó con un artículo sobre loplanes del ayuntamiento para demoler e
Chicago Stadium. Brooke aguzó el oídoo había vuelto en más de dos meses…
desde la noche en que nos perdimos e
uno al otro.Aquella tarde tomó un tren elevado dos autobuses hasta el estadio. Estabcerrado, pero lo rodeó mirando dentr
cada vez que un hueco se lo permitíarecordando cómo desaparecí en un vist no visto mientras Pearl Jam actuaba e
el escenario.
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Continuó hasta la entrada trasera en un momento dado sintió una punzadde dolor en el estómago. Menos de u
minuto después se dobló sobre sí mismagritando y cerrando los ojos con fuerzaCuando volvió a abrirlos, seguí
encorvada en la misma posición, pero eChicago Stadium había desaparecidosus compañeras del piso de Chicago n
estaban y se hallaba sola en mhabitación de San Francisco, en emismo sitio del que habíamos salido aprincipio.
—Así pues… —Brooke coge ebrécol y vuelve a picar—. ¿Vas a volvea ver a Anna?
No hay nadie más en casa, pero au
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así lanzo una mirada paranoicalrededor antes de contestar.
—Sí. Vuelve de su intercambio e
sábado. He pensado ir el miércoles. Ldaré unos días para que vea a suamigos y se adapte después de México.
—¿Y qué le dirás a mamá?Me encojo de hombros. —Ya se lo he dicho: iré a hace
escalada con Sam.Ahora es Brooke quien escudriña lestancia para cerciorarse de que aúestamos solos.
—¿Sabes? —dice en voz baja—, thabrías facilitado mucho las cosas shubieras ido a Evanston y vuelto com
si nunca te hubieras marchado.
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Me quedo mirándola, pero ella nevanta la vista.
—¿Y volver a hacer tres día
enteros? Si yo hago esos días, estoseguro de que tú también. ¿De verdaquieres volver a hacer tres días entero
de tu vida? —Eso depende —contesta Brook
—. Si me pusieran otra multa por exces
de velocidad, sería un punto a favorPero si conociera a un chico increíble ú lo borraras, no te lo perdonaríamás. —Me mira y sonríe—. Pero n
es que recordara nada de eso. —Bueno, no tengo ni idea de qu
borraría la segunda vez. Así pues, si n
e importa, seguiré utilizando lo de l
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escalada.Brooke carraspea. —Desde luego, también t
facilitarías mucho las cosas diciendo mamá y a papá adónde irás.
—Sabes que no puedo hacer eso.
Brooke lo sabe todo, pero hcontado muy poco a mis padres sobre mestancia en Evanston. Curiosamente
apenas me interrogaron, ni siquieracerca de mi abuela, Maggie. Mndicaron que me sentase en la salita
me dijeron que los viajes debía
acabarse enseguida. Que es demasiadpeligroso, y que no puedo controlarlo. Yque ha llegado la hora de que empiece
«vivir en el presente», en palabras d
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mamá. «Como una persona normal». Ncreo que papá estuviera de acuerdo deodo, pero aun así permaneció sentado
su lado en silencio y asintió.
Eso fue hace tres meses. Ni matrevo a pensar en cómo se enfurecerímamá si se enterara de todos lo
conciertos a los que Brooke y yo hemoasistido este verano. O de que la semanpasada fui a La Paz 1995. O de que, poejemplo, Anna Greene existe.
—Tengo una idea. —Brooke me dun codazo y añade—: Llévame contigo.
Como si tal cosa.
Me echo a reír.
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—Ni hablar, Brooke.Me mira con expresión de súplica
como si eso pudiera afectar mi decisión
—No —repito, esta vez con algmás de determinación en la voz—Además, me delatarías. Las salidas d
escalada requieren acampar. —Enarcas cejas y agrego—: Mamá y papamás se creerían que vas de acampada.
—¡Puedo hacerlo! —Se cruza dbrazos—. Puedo hacerlo —repite.La miro de soslayo.Se lleva las manos a las caderas
me mira fijamente. —Oye, yo soy tu hermana —dice e
ono serio— y ella es tu novia, y n
parece que puedas traerla aquí… nunca
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ojos de Brooke perforándome lespalda. Finalmente se da por vencida se vuelve hacia la cocina. De inmediat
se oye el aceite crepitar. —¿Brooke? —digo, y me lanza un
rápida mirada por encima del hombro
o abre la boca, pero sé que estescuchando—. Si surge algo ¿mencubrirás?
—¿Otra vez? —pregunta. —Sí —respondo—. Otra vez.Asiente. —Por supuesto. —Tras uno
nstantes de silencio, añade—: ¿Qué vaa hacer con el Jeep?
—¿A qué te refieres?
—No puedes dejarlo en el garaje s
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creen que vas de acampada. Saben quSam no tiene coche.
—Hum. Buena observación.
Si estaciono el Jeep en cualquiecalle o en un aparcamiento, se lo llevara grúa. No puedo dejarlo en casa d
Sam sin inventarme alguna excuscomplicada. No me puedo creer que nhaya pensado en el Jeep.
—¿Conoces a mi amiga Kathryn? —pregunta Brooke. —Sí. —No necesitaba su coche en l
facultad, y sus padres no querían quocupara sitio en el camino de entradade modo que alquilaron un garaje. —
Guarda silencio antes de agregar—: L
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encontraron en Craigslist . —Gracias —digo, al tiempo qu
pienso que entraré en ese sitio we
después de cenar. —¿Ves cómo me necesitas?Brooke no se vuelve, pero m
parece oír una satisfacción engreída esu voz. Hasta que mira por encima dehombro con una media sonris
desalentada, y no hay ni un atisbo dengreimiento en su expresión. Tan solparece triste.
—Oye, ¿qué canturreabas antes?
Se lo piensa durante un instante responde:
—Coldplay.
Saco el móvil del bolsillo y hag
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una búsqueda rápida. —¿Múnich? ¿En 2002? Parece un
discoteca pequeña.
Gira la cabeza y suelta un chillido. —¿De veras? —pregunta.Tiene los puños cerrados a los lado
del cuerpo, y cuando asiento con lcabeza se balancea hacia delante y haciatrás sin moverse de sitio. Hace girar e
selector de la cocina y la llama azudesaparece debajo del quemador. Luegpasea la mirada por la estancia.
—Mamá y papá se cabrearán de l
indo cuando lleguen a casa y sencuentren con este desorden —dice.
—Sí, pero nunca se acordarán.
Esto lo repetiremos. Jugar co
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varios días parece peligroso; perretroceder unas horas en el tiempo y asno tener que decir a mamá y papá qu
estábamos en Múnich para un conciertde Coldplay, parece un beneficiadicional del que debería saca
provecho. —Cuando regresemos, podrá
volver allí donde estabas. Cenaremos
fingiremos que somos una familia feliz. —Somos una familia feliz. —Créeme —digo mientras naveg
por la página web de la discoteca—
Eso solo se debe a que les alegra tantel que hayas vuelto a casa que por emomento han olvidado que está
furiosos conmigo por haberte perdido
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Tan pronto como regreses a la escuelaos tres tendremos de nuevo las misma
peleas de siempre.
Voy clicando hasta dar con una vistnterior, y luego amplío y acerco l
mejor foto que puedo encontrar. No ha
modo de saber si en 2002 tenía el mismaspecto, pero lo más probable es queaunque hayan hecho un par de reformas
os aseos sigan en el mismo sitio. —Muy bien, estamos listos.Echo un vistazo al reloj de
microondas y, cuando me vuelvo otr
vez, Brooke está plantada delante de mcon los brazos extendidos.
Baja la vista para mirarse la ropa.
—¿Voy bien? —pregunta
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refiriéndose a sus vaqueros, una blussencilla y un par de chancletas.
No estoy muy seguro de si e
conveniente llevar chancletas en marzopero no quiero malgastar tiempesperando a que elija otra cosa.
—Sí. Vas bien.Acto seguido le cojo las manos, ell
aferra las mías con fuerza y sacud
nerviosamente los brazos como hacsiempre. A continuación cierra los ojos.Yo cierro los míos y desaparecemos
El miércoles por la tarde cargo eJeep con todo mi material de acampad
escalada, y hago una últim
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comprobación de las cosas realmentmportantes. El recipiente de plástic
blanco está en el asiento delantero,
dentro de él lo he guardado todoCuando regrese necesitaré una docende botellas de agua de plástico, u
Starbucks Doubleshot y un pack de seiatas de Red Bull.
La música suena fuerte y estoy ta
absorto en mis pensamientos que msobresalto al notar un contacto en ehombro. Cierro la tapa de golpe ycuando me vuelvo, veo a mamá que
aparentemente divertida, se lleva unmano a la boca.
—¡Lo siento! —grita para hacers
oír sobre la música—. No pretendí
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asustarte. —No pasa nada. Espera.Me inclino a través de la ventanill
abierta para bajar el volumen. —¿Cómo van los preparativos? —
pregunta. Echa una mirada desde el cap
del coche hasta la zona trasera de cargaahora repleta hasta los topes de materiade acampada y cuerdas de colores. L
capota ya ha sido retirada y fijada. —Bien —respondo—. Creo que lengo todo.
—Eso es bueno.
Se queda allí, asintiendo sonriendo, como si reuniera el valopara decir algo más. Reparte su pes
entre ambos pies y se planta firmement
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en el suelo. —¿Qué ocurre?El tono de mi voz deja muy clar
que en realidad no quiero saberlo. —¿Hay alguna posibilidad de que t
haga cambiar de opinión sobre est
excursión de acampada? —Cruza lobrazos sobre el pecho—. Es solo que…Brooke vuelve a Boulder este fin d
semana y luego tú empezarás el últimaño, y estos son los últimos días que noquedan juntos como una familia.
Quiero decirle que hemos tenid
odo un verano y no hemos hecho nad«juntos como una familia» ni un solsegundo. No sé qué le hace pensar qu
esta es la semana indicada par
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ayer encontré en Craigslist . —¿Bennett? —¿Sí?
—No viajarás, ¿verdad? —preguntacon la frente arrugada.
Me quedo inmóvil y obligo a m
expresión a parecer relajada. —Me dijiste que no viajara. —Sí. Te lo dije.
Me encojo de hombros y la mirfijamente a los ojos. —Y por eso estoy cargando m
coche para ir de acampada.
¿Es esto una mentira? Técnicamentno lo es, pero estoy seguro de que mamno lo vería del mismo modo. Se qued
mirándome y espero. No sé si acabo d
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decir lo correcto o lo equivocado, algo entre ambas cosas, con lo que nacaba de decidir qué hacer.
Parece preocupada y, Dios, ojalá no estuviera. Si se relajara y confiar
que tengo todo esto bajo control, podrí
contárselo todo: sobre Maggie, Anna os Greene. Y entonces sabrí
exactamente adónde voy, cuándo volver
qué hay dentro de la caja del asientque sigue mirando pero por la que no hpreguntado.
—Ten cuidado, ¿vale?
—Siempre lo tengo. —La beso en lmejilla—. Te preocupas demasiadomamá.
Quiero decir más, pero no lo hago.
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Sé por la expresión de su cara quambién ella tiene mucho más que decir
pero en lugar de eso me dedica un
sonrisa pesimista y dice: —Tú lo pones muy difícil n
hacerlo, cariño.
Y lo deja así.
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Agosto de 1995
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3
vanston, Illinois
Cuando abro la puerta, la
campanillas golpean contra el cristal un tipo de pie junto a la mesa dnovedades en rústica se vuelve y manza una fugaz mirada. Entro y mir
alrededor. Nunca he visto la librería talena de gente.
Enfilo el pasillo principal, buscand
a Anna entre las estanterías. Estoy e
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mitad de la tienda cuando la veo detrádel mostrador. Está atendiendo a ucliente, así que guardo la distancia
espero, tratando de hacer caso omiso dos latidos de mi corazón contra la cajorácica.
Tiene el pelo más largo de como lrecuerdo, y se me ocurre que cada veque la vi en La Paz durante el verano l
levaba sujeto con una horquilla recogido en una coleta. Ahora está aúmás rizado, y siento el conocido impulsde tirar de uno de esos mechones par
contemplar cómo vuelve a su posiciócomo un muelle. ¿Qué hay de distinto eella? Parece bronceada, contenta y… d
algún modo incluso más guapa qu
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antes.Está charlando con el cliente, co
os dedos volando mientras teclea en l
caja registradora. Luego coge su tarjetde crédito, la pasa por un artilugilamativo y se la devuelve. Y entonce
me ve.Me limito a sonreír. Observo cóm
su expresión cambia, transformándos
en esa combinación perfecta de sorpres alivio.Anna vuelve a mirar al cliente
empuja la repleta bolsa hacia él.
—Aquí tiene —dice con uatolondramiento que el momento nexige.
No deja de mirar en mi dirección.
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—Gracias —dice el hombre. —De nada. Que tenga un bue
rimestre.
En lugar de coger la bolsa, él apoya cadera en el mostrador y la mira
como si esperara que dijera algo más
Me pregunto si cree que esa sonrisa epara él. A fin de cuentas está de pidelante de ella. Pero sé desde m
perspectiva que no mira al hombre, sindetrás de él. Anna tiene muchas sonrisadistintas, pero la que exhibe ahormismo la reserva para mí.
—Adiós —dice.Empuja la bolsa de nuevo, esta ve
con más fuerza, y él debe de captar e
mensaje porque la coge con amba
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manos y se encamina hacia la puertprincipal.
Anna empieza a acercárseme.
—¡Mecachis! —exclama el tipo—Casi se me olvida.
Se gira y vuelve hacia la caja,
Anna regresa a su sitio, adoptando dnuevo un aire oficioso.
La observo, reproduciendo es
expresión de sorpresa que tenía en lcara hace solo un momento. Pienso en lbonito que sería volver a vérsela.
No hay nunca nadie en la sección d
viajes, así que me arriesgo. Ocultando lcabeza detrás de las estanteríasdesaparezco de su vista y cierro lo
ojos. Me imagino la fila en el lad
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contrario de la librería, y cuando loabro estoy allí. Me quito la mochila y ldejo a mis pies.
Aún oigo su voz en la caja, perahora estoy demasiado lejos pardistinguir lo que dice. Me qued
mirando el estante marcado con lpalabra MÉXICO, recordando la vez qulegué aquí el pasado abril.
Debería haber estado estudiandopero no podía dejar de pensar en ellaMe había pasado todo el día buscanduna ocasión de sorprenderla a solas par
poder revelarle la segunda parte de msecreto, pero no la había encontradoAsí pues, antes de cambiar de opinión
me enfundé los brazos en las mangas d
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mi chaqueta y me dirigí hacia la libreríaSu cara se iluminó por complet
cuando me vio entrar, y lo único que y
quería era besarla. En lugar de eso, ldije que estaba allí para buscar un librsobre México. Me llevó hasta aquí, l
sección de viajes.Al principio hablamos de nuestr
rabajo, pero entonces me interrumpió e
mitad de la frase y dijo: «Quiero oír eresto de la segunda cosa». Cuando lmiré a los ojos, supe que hablaba eserio. De modo que se lo conté todo
Que nací en 1995. Que tengo diecisietaños en 2012. Que no debía estar allíQue podía ir de visita, pero n
quedarme.
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Y entonces, a mi pesar, finalmenthice lo que había querido hacer desde edía que la conocí. Me puse de rodillas
a besé, sin importarme mis normas ndónde y cuándo debía estar. Cuando mdisponía a retirarme como sabía qu
enía que hacer, noté sus manos sobre mespalda atrayéndome hasta questuvimos apretados contra la estanterí
no había otro espacio al que ir sinmás cerca uno del otro. La besé con máfuerza.
Las campanillas de la puert
intinean y me devuelven a la realidad. —¿Bennett? —Oigo llamar a Ann
desde el otro lado del local.
Me agacho detrás de la esquina
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aprieto el pecho contra el extremo de lestantería, manteniendo los ojos fijos eel pasillo y esperando a que se acerque
o la veo ni la oigo, así que guardsilencio mientras escucho unrespiración, y aguardo a que se hag
visible.Me dispongo a dar un paso adelant
cuando noto que sus manos me agarra
por los costados. Pego un bote. —Ya te tengo —me susurra al oído.Su frente cae sobre mi nuca y su
brazos me rodean. Puedo notar s
respiración. —Eso es quedarse corto —digo
levándole las manos a mi cara
besándole los dedos.
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—No he visto adónde has ido —dice.
—Sí. —Suelto una risita—. ¿T
acuerdas? Hago eso. —Solo para jugar conmigo.Sé que pone los ojos en blanco po
el tono de su voz. —Solo para jugar contigo. —Quizá deberías pensar en hace
algo más con ese talento tuyo qusorprender a tu novia. —Repite esto último.Se ríe. Me estrecha más fuerte.
—Sorprender a tu novia.Sonrío. —Me gusta cómo suena.
Aflojo la presión de sus mano
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sobre mi cintura y me vuelvo. Tiene toda cara tan iluminada, que juro qu
podríamos apagar todas las luces de l
ibrería y todavía nos veríamos uno aotro perfectamente.
—Hola.
Enrosco un mechón de sus rizoalrededor de mi dedo.
—Hola. —Estira un brazo y m
alborota el pelo—. Estás aquí —dicepero algo en su voz la hace parecensegura.
—Estoy aquí. —Le pongo las mano
en las mejillas—. Te he echado dmenos con locura.
Frunce los labios y asient
evemente, y antes de que pueda deci
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nada más le echo la cabeza hacia atrás a beso, con dulzura, despacio
saboreando la sensación de estar en est
ocal con ella otra vez. La beso con mántensidad. Y, como aquella primer
noche, me devuelve el beso
atrayéndome hacia sí, como si aún mquisiera aquí y todavía confiara en mí dcorazón, aunque seguramente ya sab
que no debería.
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4
Cuando el reloj marca las 21.02, Annrecorre el perímetro de la tiendaapagando luces y ordenando libros a spaso. Giro el cartel de la puerta dABIERTO a CERRADO y salimos. Ellpulsa algunos botones del teclado junta la puerta para activar la alarma y ech
el cerrojo de seguridad a nuestrespalda.
Busco su mano y caminamos e
silencio hacia el final de la manzana
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Los conocidos sonidos de la cafetería sntensifican a cada paso y tomo una gra
bocanada de aire, inhalando el olor
Estamos a punto de franquear la entradcuando Anna se detiene.
—¿Quieres entrar a tomar algo
Podríamos entretenernos un poco.Miro a través del escaparate. N
está tan lleno como cuando tocan grupo
os domingos por la noche, pero aun ashay bastante gente. Todos los sofás estáocupados y la única opción que veo euna mesa alta en el centro del local
Apenas he estado a solas con ella eodo el verano, y esta noche no m
apetece mucho compartirla con nadie.
—Esperaba algo un poco má
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ranquilo.Se vuelve de cara a mí y me toma l
otra mano.
—En ese caso, tienes dos opcionesmi habitación o la tuya. ¿A quién quiereenfrentarte primero, a mis padres o
Maggie?Imito el sonido del timbre de u
programa concurso.
—No me gusta ninguna de esas¿Cuál es mi tercera opción?Se ríe y sacude ligeramente l
cabeza.
—No hay ninguna tercera opción. —Seguro que sí.Anna levanta las cejas y se qued
mirándome.
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—Evitaremos a tus padres y nocolaremos en tu dormitorio. Nadie tienque saber aún que estoy en la ciudad.
—Demasiado tarde. Ya les he dichque vendrías esta noche.
Chasqueo los dedos y me río entr
dientes. —Maldita sea. —Anna vuelve
mover la cabeza mientras considero mi
opciones—. Aún no estoy preparadpara Maggie —digo.Anna asiente comprensivamente
me suelta la otra mano. Seguimo
andando hacia su casa. —Bueno, ¿cómo se lo han tomado
—pregunto.
—¿Mis padres? —Se encoge d
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hombros—. Bastante bien, supongoMamá lleva con más calma tu vuelta qupapá, lo cual me ha sorprendido. D
hecho, no estaba demasiado alteradhasta que he mencionado que fuiste verme a La Paz. Eso no le ha hech
ninguna gracia. —Gira la cabeza hacia mía—. Ah, y le he dicho que ha
venido a verme dos veces, no cuatro, as
que cíñete a eso si pregunta, ¿vale?Espero en silencio que no lo hagaTambién estoy silenciosamentdecepcionado de que haya empezado
mentir a sus padres. No lo había hechantes de que apareciera yo.
—No sé qué piensan en realidad —
dice—. La otra noche, mi mamá entró e
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mi habitación para decirme que le caebien, y que se alegra de que pasemountos nuestro último año en la escuela
De hecho parecía atolondrada cuando spuso a hablar de la vuelta a casa, ebaile de gala y cosas así. —Noto u
nudo subiéndome por la garganta y me lrago—. Pero entonces, ella y pap
debieron de volver a hablar de ello
porque anoche, a la hora de cenarcargaron las tintas. Me echaron un buesermón acerca de que procurarconcentrarme en mis estudios y n
descuidara mis notas por tu culpa. —¿Por mi culpa? —Lo sé, ¿vale? —Me guiña el oj
—. Por si acaso.
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Levanto una ceja. —¿Por si acaso?Se encoge de hombros de nuevo.
—Vamos, no eres tan importante. —No. Claro que no lo soy —digo
reprimiendo una sonrisa.
Me aprieta la mano. —Lo eres, ¿sabes?Aprieto la suya.
—Tú también.Pasamos junto al seto que delimita eardín de sus vecinos y la casa de Ann
se hace visible. Parece exactament
gual que cuando la dejé en el mes dmayo, con el porche que da toda lvuelta y sus arbustos descuidados. En l
ventana de la cocina se ve una luz tenue
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como todas las noches.Una vez dentro, Anna me conduc
hacia el sonido procedente de la salita
Doblamos la esquina y veo a sus padresLa señora Greene tiene los pierecogidos bajo el cuerpo y la cabez
recostada sobre el hombro del señoGreene. Están viendo un viejo programde televisión. El cual, me recuerdo a
nstante, seguramente no es nada viejo.Anna se para a mi lado y me coge ebrazo con ambas manos. El movimientdebe de llamar la atención de su padre
porque de repente levanta la mirada nos ve. Abre los ojos como platos y da a señora Greene un leve codazo que l
obliga a enderezarse.
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—Yo también me alegro de verle—respondo.
Entonces me quedo allí de pie
asintiendo y esperando a que uno dellos diga algo más al tiempo que se mencoge el estómago. Segurament
debería dar gracias de que no smuestren furiosos conmigo. A fin dcuentas, no solo dejé plantada a su hij
en mitad de una cita, sino que ademádesaparecí de todas sus vidas en mitade… bueno, todo. Sé que sería excesivesperar un abrazo maternal o uno
golpecitos paternales en la espalda, y npuede decirse que confiara en verlederramar lágrimas de alegría ante l
presencia de mi persona en su salita
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Pero esperaba más o menos que npartiéramos de cero. O, por lo quparece, de menos de cero.
Anna me aprieta el brazo y la miroA diferencia de la mirada hueca de smadre, su expresión lo dice todo. M
sonríe, con los ojos llenos de alegría admiración, como si no pudiera creersque esté realmente ahí. Sin siquier
pensarlo, suelto un suspiro de alivio y lbeso en la frente; ella vuelve apretarme el brazo y se pone dpuntillas. Pega unos brincos sin movers
de sitio.Cuando miro a sus padres de nuevo
ienen los ojos clavados en Anna. Per
uego la mirada de la señora Greene s
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desplaza lentamente hacia mí y lacomisuras de su boca se contraen en unmedia sonrisa, casi como si no pudier
contenerse. Asiento con la cabezaagradecido.
—¿Cómo le va a tu hermana?
La voz del señor Greene me cogpor sorpresa y giro bruscamente lcabeza hacia él.
—Pues… Está bien. —Se me ocurrenseguida un modo de formular el restde mi respuesta para darle la mínimnformación posible—. No estaba clar
durante algún tiempo, pero ha vuelto casa.
Lo dejo así y espero que no m
nsista pidiendo más información
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porque en ese caso tendré que mentirle me agradaría mucho dejar de hacerlo.
—Celebro oír eso. —Aguarda u
momento, y luego parece a punto dañadir algo—. Ah, no importaseguramente no quieres hablar de ello.
—No mucho —admito.Seguramente mi cautela no me har
ganar puntos, pero ahora que lo pienso
eso podría ser buena cosa. Si comienzdesde abajo, no caeré desde muy altcuando descubran la verdad.
—Vamos arriba —anuncia Anna
acudiendo al rescate.Antes de que sus padres pueda
decir nada más, me saca de la estancia
Solo hemos subido los dos primero
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peldaños cuando oímos gritar a smadre:
—Deja la puerta abierta.
Anna se detiene, se sujeta a lbarandilla con una mano y se tapa lcara con la otra.
Se la quita de encima. —Sígueme. Me muero de ganas d
enseñarte una cosa.
No ha cambiado mucho desde lúltima vez que estuve en esta habitación
La imponente colección de CD de Annocupa todos los estantes, solnterrumpida por las docenas de trofeo
de carreras que sujetan los estuche
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ordenados alfabéticamente en su sitioLas paredes están recubiertas ddorsales de papel que estuviero
prendidos con imperdibles a su suéter fotos suyas atravesando la cinta de meta
El tablón de anuncios colgado sobr
su escritorio todavía contiene la mismentrada solitaria del concierto de PearJam de marzo de 1994, pero a su lad
distingo algo nuevo: una foto enmarcadde Anna, Emma y Justin. Emma tiene lboca abierta de par en par, como sgritara. Está de pie detrás de Justin, co
os brazos rodeándole ligeramente ecuello, y Anna se encuentra a la derechde Justin, con la cabeza recostada sobr
su hombro. Debieron de tomar la foto e
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pasado junio, después de que yo dejara ciudad pero antes de que Anna salier
hacia La Paz. Parecen contentos.
—¿Cómo está Emma? —Esto… no muy bien. Fui a su cas
al poco de regresar y me contó que ell
Justin rompieron durante el verano. —¿De veras? ¿Por qué?Anna se vuelve de espaldas a m
pasa los dedos por los estuches y eliguno. —No sé exactamente por qué, ya qu
aún no he oído la versión de la histori
de Justin. El otro día pasé por la tiendde discos y estaba demasiado ocupadpara hablar. Pero, según Emma, él n
cree que tengan suficientes cosas e
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común…, que están mejor como amigosIntroduce el disco en el reproducto
de CD y, cuando la música arranca, m
suena, pero no puedo situar la canciónPero entonces empieza la letra dentifico enseguida la voz de Alani
Morissette. Estoy tratando de recordaqué álbum es este cuando Anna dice:
—¿Has oído esto antes? —Agita e
el aire el estuche de Jagged Little Pill asiento con la cabeza—. Me encanta. Hestado poniendo este CD todo el verano
Ojalá pudiera decirle a Anna qu
iene mucho más que esperar de Alanispero me lo guardo. En lugar de eso ldigo que consultaré el calendario de l
gira y la llevaré a un concierto.
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Veo el mapa que ocupa la pared mágrande de su habitación. Me acerco y mquedo allí plantado, contando el númer
de chinchetas rojas que Anna usa parseñalar sus viajes. Nueve, incluida lnueva situada en la parte inferior de l
península de Baja. Cinco más que lprimera vez que estuve aquí, admirandel intenso deseo de Anna de ver e
mundo y disfrutando de la idea de quo podía proporcionarle un pedacito.Me vuelvo y la encuentro de pi
unto a mí.
—Toma.Me entrega una bolsita y mir
dentro. Mi carnet de estudiante d
Westlake. Una postal en blanco de K
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Tao. La postal que Anna me escribió eVernazza Square. Un lápiz amarillgastado. Un gancho. Una de su
chinchetas. —Te lo dejaste en tu escritorio e
casa de Maggie. Pensó que era mejo
que te lo guardara yo. —Gracias.Saco la postal de Vernazza y le ech
una mirada mientras paso un dedo por eborde. Anna me observa mientras la leo noto que contengo la respiració
cuando llego a la última línea
«dondequiera que estés en este mundoes donde quiero estar», y me invade unola de culpabilidad. Siento una opresió
en el pecho cuando dejo caer la posta
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en el interior de la bolsa, que tiro asuelo al lado de la puerta junto a mmochila.
—¿Es esto lo que queríaenseñarme?
Los ojos de Anna se encienden.
—No.Se da la vuelta y cruza la habitación
Se agacha y lucha con algo que ha
debajo de su cama. —Cierra los ojos —dice por encimdel hombro.
En menos de un minuto la noto detrá
de mí, sus manos sobre mi cinturaempujándome hacia delante.
—Mantenlos cerrados. Unos paso
más. Vale, para. —La siento a mi lad
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—. Ya puedes abrirlos.Mis ojos tardan un momento e
adaptarse, y no sé exactamente adónd
debo mirar. Pero entonces veo algextendido sobre su edredón, y me acercunos pasos más.
Es una foto, impresa en una enormámina de papel grueso. Reconozco en e
acto las rocas altas y los abrupto
acantilados. —¿Es nuestra playa? —preguntopero ya sé que sí.
Ese es el lugar donde la encontré e
La Paz. El mismo sitio al que he ido un otra vez en el transcurso de todo e
verano para sorprenderla durante su
carreras matutinas. Me inclino par
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verla mejor. —Esto es increíble. ¿Cómo ha
conseguido una reproducción del siti
exacto? —No es una reproducción —dic
mientras se lleva las manos a la
caderas—. La hice yo. No sé nada de fotografía, pero m
parece de lo más impresionante. Pued
ver todas las diminutas grietas en la carrocosa, y el alto acantilado que srefleja perfectamente abajo en el agua.
—¿Tú hiciste esto?
—La señora Moreno me ayudó. —Recuerdo que me dijo que su mamanfitriona en La Paz era tambié
fotógrafa—. Pensé que podrías colgarl
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en la pared de tu dormitorio. No precisa en qué dormitorio y opt
por no preguntar.
—Pero espera… mira esto —añadeevantando un dedo. Anna abre el velcr
de una bolsa de lona negra y saca un
cámara de 35 milímetros. Pasa el pulgapor la parte de atrás y por encima de lobotones—. Mira qué me regaló
Supongo que es bastante vieja, pero nme importa.Parece antigua. La veo girar el larg
objetivo, separarlo del cuerpo
sustituirlo por otro más grueso y mácorto. Se lleva la cámara a la cara y npuedo ver más que su boca. Oigo e
chasquido del obturador y un extrañ
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sonido motorizado.Después de colocarse la corre
sobre el hombro, Anna vuelve a estira
el brazo debajo de la cama, que regressujetando un sobre grande. Se deja caeen el suelo y me indica que haga l
mismo. Nos sentamos juntos, nuestracaderas tocándose, y deja un montón dmágenes sobre la alfombrilla y m
cuenta la historia de cada una de ellasHay muchísimas playas, rocas miradores, pero mi vista se centra en uprimer plano de un hombre de pie
oscura y arrugada que sostiene unguitarra y exhibe una sonrisa muy afable
—Estas son muy buenas —le dig
—. Buenísimas.
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Observo cómo el rubor se extiendpor sus mejillas.
—Tienen un cuarto oscuro en e
sótano. Me pasé horas allí con la señorMoreno y su hija, aprendiendo a revelapelículas. Fue increíble. —Se encoge d
hombros—. Cuando se lo conté a papádijo que podría construirme uno en eviejo cobertizo del jardín de atrás. —
Coge su cámara y la dirige hacia mrostro—. Hasta entonces, es fotografíen una hora. Sonríe. No tengo ni una solfoto tuya.
Le rodeo la cintura y la bajo sobre lalfombrilla a mi lado.
—No hay ningún motivo par
sacarme una foto si no sales tú.
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Se ríe mientras extiende los brazoen el aire lo más alto que puede y apuntel objetivo hacia nosotros. Clic. M
besa en la mejilla. Clic. Ella saca lengua y yo me parto el pecho. Clic. Y
entonces, en una fluida serie d
movimientos, le quito la cámara de lamanos, la dejo en el suelo y me tiendsobre ella para besarla como he querid
hacer toda la noche.Pero cuanto más nos besamos, máculpable me siento. Prometí que ya no locultaría secretos.
—Anna —digo—. Tengo que decirtuna cosa.
La llamada es tenue, pero no
sobresalta lo suficiente para qu
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salgamos disparados en direccioneopuestas. La puerta estaba entornadacomo habían pedido, y no hemos tenid
mucho tiempo, pero nos movemos tarápido que para cuando la señorGreene asoma la cabeza, Anna y yo y
estamos de pie, con una generosporción de alfombrilla entre ambos.
—Tu padre y yo vamos a acostarno
—anuncia. —Vale. Buenas noches —dice Annalegremente.
Su madre carraspea.
—Eso significa que Bennett debmarcharse ahora.
—Mamá… —bufa Anna.
—No pasa nada. —Me apresuro
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cruzar la habitación hacia mi mochila—Te veré mañana —le digo.
Paso junto a la señora Greene, salg
al pasillo y me encamino hacia la puertprincipal.
Estoy a punto de girar el pom
cuando oigo la voz de Anna a mespalda.
—¡Espera un segundo! —Me vuelv
la encuentro en mitad de la escalera—¿Adónde vas? —susurra.Me encojo de hombros. —No lo sé. Seguramente iré a casa
volveré por la mañana.Mira a su alrededor para cerciorars
de que su padre no puede oírla.
—¿Qué casa? ¿Tu casa-casa? ¿L
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casa de San Francisco? No añade «la casa de 2012», pero s
que es eso a lo que se refiere.
—Sí, es demasiado tarde para ir casa de Maggie ahora. No te preocupesVolveré mañana. Iré a su casa y entonce
podremos ir a hacer algo juntos. Niega enérgicamente con la cabeza. —No. Quiero decir… estás aquí. N
puedes… irte. No quiero irme, pero veo lexpresión en la cara de la señora Greenhace un minuto y creo que segurament
será mejor no tentar a la suerte estnoche. Podría regresar a San Franciscoal pequeño garaje, y dormir en el Jeep
O podría volver a mi habitación
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confiar en que mis padres no entraran me descubrieran. Bien pensado, quizáAnna tenga razón. Tal vez me vendrí
mejor quedarme. Siempre podría dormien el sofá de la trastienda de la librería.
Anna levanta un dedo.
—No te muevas. Vuelvo enseguida.Antes de que pueda decir nada
desaparece escaleras arriba.
Me quedo de pie en el vestíbulo miro alrededor. A mi izquierda veo ebanco empotrado, y en la pared dencima, una hilera de perchas vacías
Me recuerda la primera vez que llegué esta casa. Anna no había ido a lescuela, y cuando aparecí, cogió m
chaqueta y la colgó allí. Entonces l
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conté mi secreto, le mostré qué podíhacer. La llevé a un sitio cálido y lejanoMe planteo volver a hacerlo esta noche.
Oigo sus pies descalzos bajando laescaleras. Lleva un montón de ropa dcama.
—Dormirás en el sofá.Lanzo una mirada a la puerta de
dormitorio de sus padres en lo alto de l
escalera. —Ni hablar. —Me froto la frentcon las puntas de los dedos y pienso ea idea—. ¿Han dicho tus padres qu
puedo dormir en vuestro sofá?Anna asiente. —Solo por esta noche. Han estad
de acuerdo en que es demasiado tard
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para que vuelvas a casa a oscuras. Lehe dicho que llamarías a Maggie y ldirías que no te esperara hasta mañana.
—No puedo llamar a Maggie —lsusurro al oído.
—Ya lo sé. Finge hacerlo.
Me indica la cocina y veo eeléfono colgado en la pared al lado de
microondas. Me cubro la cara con un
mano. Ojalá hubiera dicho buenanoches, hubiera salido y, ¡pufreaparecido en su dormitorio dieminutos más tarde, como pretendía hace
en un principio. —Puedes cambiarte en el cuarto d
baño de abajo. —Señala una puerta e
a que no he reparado nunca—. Iré
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acomodarte.
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5
Mullo la almohada y me revuelventre las mantas. Por la que debe de sea décima vez en la última hora, mncorporo, apoyo las manos sobre la
rodillas y miro a través de la puertcorredera de vidrio hacia el jardín datrás de los Greene. Según el relo
colocado sobre la repisa de lchimenea, pasa un cuarto de lmedianoche.
La última vez que estuve en est
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sofá, Anna y yo estábamos abrazados eeste mismo rincón mientras Justin Emma se acurrucaban en el lad
contrario. Veíamos una película y nobamos pasando un enorme cuenco d
palomitas untadas con mantequilla qu
nos había hecho su madre.Planto los pies en el suelo y m
evanto. Cruzo la cocina, salgo a
vestíbulo y me detengo al pie de lescalera. La puerta de sus padres estentreabierta. La de Anna está cerraddel todo. Estoy a punto de cerrar lo
ojos y transportarme a su dormitoricuando pienso en la expresión en la carde sus padres esta noche. Si me pillara
en la habitación de su hija, podrí
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retroceder cinco, diez minutos, y volvea empezar. Pero subir allí arriba parecuna violación de su confianza y ya esto
pisando terreno resbaladizo en esto. No hay ningún motivo par
precipitar las cosas. Dispongo de much
iempo para verla mañana, y pasadoDoy media vuelta, regreso al sofá y mdejo caer con la cabeza entre las manos
Al cabo de un rato vuelvo a recostarmen la almohada y cierro los ojosratando de vaciar mi mente. Por fin cre
que voy a sumirme en el sueño cuand
oigo algo parecido a una respiración.Abro los ojos, levanto la cabeza
veo una silueta en el umbral.
—Oh, Dios mío. Lo siento —susurr
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Anna—. No pretendía despertarte. —No pasa nada… No dormía. —M
ncorporo un poco y le hago seña de qu
se acerque. Se sienta delante de msobre la mesita de café. Su imagen, esonido de su voz en esta sala, me llena
de alivio—. ¿Qué estás haciendo aquabajo? ¿Y tus padres?
—He mirado. Están durmiendo
Créeme, una vez que se han dormidoduermen como troncos.Se aparta el pelo de la cara, l
enrosca alrededor de un dedo y se l
sujeta contra la nuca. —Yo tampoco podía dormir. H
estado acostada en la cama, mirando e
mapa y pensando que, durante lo
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últimos meses, ha habido toda esdistancia entre nosotros dos, ¿sabes? —Deja caer el pelo y se lo acomoda detrá
de las orejas—. Y de repente se me hocurrido que esta noche, por fin, nhabía nada entre nosotros más que un
puerta y una escalera, y parecía —parpadea deprisa— ridículo.
Asiento con la cabeza.
—Desde luego que es ridículo. —Aunque la sala está a oscuras, iluminadsolo por la luz del porche en el patio datrás, puedo ver que se sonroja—. M
alegro de que lo hayas remediado —digo.
—Sí, yo también.
—Pero aún hay más, ¿sabes?
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Sus cejas bajan y se juntan. —¿A qué te refieres con «más»? —
pregunta.
Extiendo un brazo hacia ella y ldoblo de modo que las puntas de midedos queden a menos de un centímetr
de su rodilla. —Hay esta distancia, la longitud d
un brazo entero, que si lo piensas e
mucha. Viene a ser como la distancia dun baile de séptimo curso.Se ríe en voz baja. —Eso ni siquiera es ridículo. E
simplemente… inaceptable. —¿Verdad? Y luego está esto —
digo, pellizcando una esquina de l
manta de lana con la que me ha tapad
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hace un rato—. ¿Qué me dices de esto?Extiende una mano y frota la tel
entre el pulgar y el índice.
—Sí, decididamente esto es uproblema.
—Justo lo que yo pensaba.
Empiezo a retirar la manta, perantes de que pueda hacerlo, Anna pasde la mesita de café al sofá y cierra l
abertura con su peso. —¿Qué querías decirme antes?Sus ojos oscuros se clavan en lo
míos y experimento un repentin
escalofrío por dentro. No me esperabeste giro en la conversación, y estoratando de decidir cómo empezar, per
ella no me da tiempo.
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—No te quedarás este año, ¿verdad Niego con la cabeza.Echa los hombros hacia atrás y mir
al techo. —Lo sabía. Cada vez que h
mencionado algo sobre la escuela, ha
apartado la mirada y has cambiado dema. —Recorre la estancia con lo
ojos. Ahora no quiere mirarme—. ¿Po
qué no? —No puedo. —¿No puedes o no quieres? —No puedo. —Me incorporo par
situarme de cara a ella—. Verás, llevodo el verano experimentando con estoncluso le dije a todo el mundo que m
ba a una salida de escalada de do
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semanas y me marché solo. Planté unienda donde nadie pudiera encontrarla
fui a Londres. Estuve paseando
admirando los monumentos (y echándotde menos todo el tiempo, por cierto)pero al cabo de tres días salí rebotad
hasta la tienda. La jaqueca ernsoportable, pero como hice la primer
vez que llegué a Evanston, cerré los ojo
me traje de vuelta. Funcionó. Mquedé un día más, casi dos. Perentonces salí rebotado hasta la tienda dnuevo. Seguí haciéndome regresar, per
en cada ocasión… —Dejo la frase esuspenso y sacudo la cabezarecordando unas jaquecas ta
debilitantes que apenas podía abrir lo
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ojos durante casi una hora—. Loefectos secundarios empeoraban eugar de mejorar. Al cabo de un
semana, cerré los ojos y no pasó nada. —¿Por qué pudiste quedarte l
última vez?
Niego con la cabeza. —No lo sé. Creo que es porqu
Brooke no estaba donde debería
¿sabes? Como si… las cosas estuvierafuera de lugar, y una vez rectificadas…—Anna se me queda mirando y yo lmiro a ella, tratando de averiguar en qu
piensa—. Los dos debemos de estaconectados, porque en cuanto ellvolvió, ya no pude regresar aquí. Y
ahora parece que mi capacidad par
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quedarme aquí también ha cambiado.Anna no quiere mirarme y e
evidente que no sabe qué decir. Se llev
as manos a la frente y se la frotenérgicamente, como si eso la ayudara asimilar la información.
—Entonces, ¿qué? ¿Es así comserá? —pregunta.
—No lo sé. Ahora mismo es así.
Me siento horrible. Al principio, lpreparé para el hecho de que no podíquedarme aquí con ella. Jamás deberíhaberle hecho creer que podía hacerlo
Jamás debería haberme permitido creeque podía.
—Pero quiero volver. Mucho
Supongo que no puedo venir a vert
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demasiado a menudo o tus padresospecharán, ¿sabes?, pero podemoelaborar una especie de calendario
algo así. No dice nada. —Si lo piensas, es así como siempr
creímos que sería, hasta Vernazza. ¿Tacuerdas?
Me detengo a un paso de decir l
que en realidad estoy pensando: «Yaccediste a tomar parte en la relación distancia más jodida del planeta».
Anna se retuerce las manos mientra
sopesa los pros y los contras de todo lque acabo de exponer. Estaremos juntospero no todos los días como antes, y n
según ninguna de nuestras condiciones
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o iremos a la misma escuela ni norelacionaremos con la misma gente ypor lo menos mientras ambos vivamo
en casa con nuestros padres, pasaremoa mayor parte de nuestro tiempo
diecisiete años uno del otro. Much
gente da la proximidad por sentadaosotros nos conformamos con estar e
el mismo lugar al mismo tiempo.
Tiene los ojos fijos en la moqueta. —Puedo manejar muchas cosas¿sabes? Puedo manejarlo todo corespecto a ti y lo que puedes hacer, per
o que pasó la última vez… No pueddejar que vuelva a ocurrirme. —Levanta cabeza y me mira directamente—. S
que no querías que pasara, y comprend
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que no lo hiciste aposta, pero estabaaquí y entonces desapareciste, y cuandno regresaste, yo…
Se coge un mechón de pelo y lenrosca alrededor del dedo. Mdispongo a hablar cuando ella abre l
boca y vuelve a mirarme fijamente. —Es eso. Cuando te fuiste, m
quedé… como deshecha. —Encorva lo
hombros hacia delante y empieza respirar más deprisa—. Quiero decicompletamente deshecha —repite—. Yno me desmorono, y no quiero se
alguien que se hunde y… —Inhala hond se abraza la cintura—. No pued
permitir que eso vuelva a pasar.
La miro, preparándome para lo qu
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se dispone a decir. Lo que debería decirQuiere que me vaya. No quiere quvuelva aquí otra vez.
—Tengo que pensarlo —dice.Esas palabras no son tan malas com
as que me esperaba, pero aun así m
cogen por sorpresa. —Sí. —Me cuesta trabajo mantene
a voz serena—. Claro que sí.
Frunce los labios con fuerza, comsi estuviera reprimiendo algo, y me docuenta de que trata de no llorar. Perojalá lo hiciera. Ojalá se quedara aquí
se desmoronara, como por lo visto hizcuando me marché, porque a diferencide la última vez, ahora podría esta
aquí, a su lado. Podría decirle todo l
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que habría dicho entonces: que no nopasaría nada. Que toda esta situación eextraña, complicada e injusta para lo
dos, pero sobre todo injusta para ellaporque siempre resulta más duro ser eque se queda atrás que el que se marcha
Y le diría que la quiero, y que harcualquier cosa por estar con ella, sea lque sea.
—¿Cuándo te irás?Trago saliva. —El viernes. Le prometí a mi madr
que estaría en casa para el fin d
semana. Brooke regresa a la universidael domingo. —Quiero hablarle dnuestra intención de llevar el barco a l
bahía, pero desisto—. Y yo empezaré l
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escuela el lunes.Me ofrece una sonrisa triste. —Yo también.
Los dos guardamos silencio largrato. Ella regresa a su sitio sobre lmesita de café y creo que está a punto d
decirme buenas noches y dirigirse apiso de arriba, pero no se mueve. Sé questá considerando qué hacer
continuación, y seguramente deberíquedarme callado y no decir nada qupueda influir en su decisión de quedarsepero no puedo contenerme.
—Ahora estoy aquí —digo en vobaja.
Me mira a través de sus pestañas
Entonces su expresión se ablanda y un
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sonrisa se extiende por su rostro. —Me alegro. —Estira un brazo
coge el borde de la manta de lana
vuelve a frotarlo entre el pulgar y endice—. Todavía queda esto, ¿sabes?
Se me acelera el corazón y me ech
a reír, encantado de seguir su ejemplo. —¿Todavía está aquí?Levanto el borde de la manta y Ann
se mete debajo para tenderse junto a mMe rodea la cintura con sus brazos ntroduce una pierna entre las mías.
—Mucho mejor —dice.
Desliza sus manos por mi espaldapor debajo de la camiseta, mientras mbesa. En cuestión de minutos, parece qu
ambos hemos olvidado la
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complicaciones de toda esta locura questamos haciendo. Durante el resto de lnoche, no parece nada complicada.
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Me despierta el tenue sonido de agucorriendo. Trato de levantar la cabezde la almohada para ver mejor, pero mmovimiento es limitado por el peso da cabeza de Anna, instalada en l
depresión de mi cuello.La beso en la mejilla.
—Anna —susurro—. Despierta.Me aprieta el brazo con más fuerz
, sin abrir los ojos, se instala en m
pecho y exhala un suspiro feliz.
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El sonido de agua cesa y esustituido casi de inmediato por un levruido metálico. Trato de identificarl
cuando oigo el inconfundible —extraordinariamente fuerte— giro de umolinillo de café.
Anna se sobresalta y abre los ojode golpe. Nada más verme, suelta urespingo. Levanta la cabeza y escruta l
salita. —No pasa nada. Solo nos hemoquedado dormidos.
—Mi padre está ahí dentro —
susurra, mientras sus ojos alternarápidamente entre la cocina y yo.
—Ya lo sé. No pasa nada —repito
creyendo que no me ha oído la primer
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vez.Sus ojos se abren aún más si cabe. —¿Cómo que no pasa nada? Pued
encontrarnos así. Él nunca… —Sacerca más, a dos centímetros de mcara—. Estoy muerta.
—Vamos…, dile que solo estábamohablando y nos hemos quedaddormidos.
Intento observar la escena desde epunto de vista de su padre. La camisetde Anna ha vuelto al lugar que lcorresponde, pero no tengo ni idea d
dónde está la mía. —Jamás lo creerá.Empiezo a hablar, pero me tapa l
boca con la mano.
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—Chisssst.El molinillo se detiene. Anna m
mira con los ojos como platos. «Ha
algo —articula con la boca—. Pofavor».
Tardo un par de segundos e
comprender, posiblemente porque aúestoy algo atontado y ella me susurra ea penumbra.
—¿Estás segura? —articulo a mvez.Ella responde a mi pregunt
asintiendo con la cabeza con un gest
apresurado y aterrorizado.Localizo el reloj enseguida —Dio
sabe que lo estuve mirando el tiemp
suficiente la pasada noche— y consult
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a hora. Pasan unos minutos de las seis media. Deslizo las manos debajo de lamantas, buscando las suyas, y cuando la
encuentro se las estrecho fuertemente.Ya tiene los ojos cerrados.Echo la manta al suelo de u
puntapié y cierro los ojos con fuerzmientras me imagino su habitaciónCuando los abro, estamos en su cama
abrazados exactamente en la mismposición en la que estábamos en el sofáAnna acurrucada contra mi pecho, conuestras manos juntas y nuestras pierna
entrelazadas. En realidad no quiermoverme, pero tengo que apartarme della para poder leer el despertado
sobre la mesilla de noche. Las seis e
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punto.Discurren los minutos mientra
estamos acostados uno junto al otro
mudos e inmóviles. Entonces, Annflexiona las rodillas contra el pecho empieza a troncharse de risa en silencio
—¿Ves por qué necesitas tenermcerca? —susurro, todavía mirando aecho.
Se despereza y se echa un brazsobre la frente. Ladea la cabeza y mmira.
—Hay muchos otros motivos par
enerte cerca.Me doy la vuelta sobre ella y m
pongo a horcajadas sobre sus caderas
con mi cara a escasos centímetros de l
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suya. —¿Y lo harás? —La beso—
¿Tenerme cerca?
Ella inhala abruptamente. —Aún lo estoy pensando. —Bien. —Vuelvo a besarla—
¿Cómo te sientes?Frunce la nariz. —Algo… extraña. Pero no esto
mareada ni nada. —Me aparta el pelo da cara, pero vuelve a caer—. ¿Y tú¿Cómo está tu cabeza?
—Está bien. Pero ¿sabes?, sol
experimento los efectos secundarios eel viaje de vuelta y solo si cambio dhusos horarios. Me vuelvo abajo. —
Miro el despertador y la beso de nuev
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—. A menos que me retengas aqudemasiado tiempo.
Anna consulta la hora.
—Seguramente deberías irte. Ypasan diez minutos.
Le planto un beso en la mejilla
salto de la cama. Le dirijo un leve gestcon la mano. Ella me lo devuelve.
—Te veré abajo —digo.
Cierro los ojos y me imagino ssalita.Mis párpados se abren de golpe
me encuentro de pie junto al sofá
mirando el embrollo de mantas quhemos dejado. Veo mi camiseta en esuelo y me la pongo por la cabeza
Luego vuelvo a meterme debajo de la
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sábanas, donde me corresponde.Veinte minutos después, el padre d
Anna asoma la cabeza detrás de l
esquina. Ve que ya estoy despierto y msaluda con la mano. Le correspondo me pregunto si ha mirado aquí dentro l
última vez y ha visto algo distinto.Oigo el agua corriendo. Los grano
de café caen en el molinillo. El chirrid
empieza y se para. Espero unos minutomás antes de encaminarme hacia lcocina, donde soy recibido por sonidode goteo y filtración y un inconfundibl
aroma que me hace la boca agua. Epadre de Anna enrosca el cablalrededor del molinillo, lo devuelve
su sitio en el armario y me ve por e
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rabillo del ojo. —Buenos días.Levanto la barbilla hacia él.
—Buenos días, señor Greene.Se recuesta contra la encimera. —¿Cómo has dormido?
Se cruza de brazos y se quedmirándome. Noto que la adrenalinempieza a correrme por las venas.
Apoyo la cadera contra la encimerfrente a él, confiando en mostrarmranquilo y nada culpable. Le mir
directamente.
—Muy bien —digo—. Gracias podejarme quedar esta noche.
Me mira fijamente durante lo qu
parece un minuto entero. Contengo l
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respiración y procuro no moverme.Por fin descruza los brazos y dice: —Ningún problema. Me alegro d
que hayamos podido ayudar.Su tono es amistoso, y cuando s
vuelve de espaldas a mí, exhalo e
silencio.Mete la mano en un armario alto
saca dos tazones.
—¿Tomas café, Bennett? —Sí, señor —contesto.Vuelve a meter la mano en e
armario y saca otro tazón.
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Dos tazas de café, tres vasos altos dagua, un cuenco de cereales y un par dhoras más tarde, salgo del domicilio dos Greene y recorro a pie las cuatr
manzanas de costumbre hasta la casa dMaggie. Mi corazón late con fuerzcuando llego al porche, y se acelera
una velocidad desconocida cuando cojel picaporte con cabeza de león.
El sudor me gotea por la nuca y l
camiseta se me adhiere a la piel. Pued
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que hoy el tiempo sea distinto, perestoy tan nervioso como lo estabcuando me hallaba en este mismo sitio e
pasado marzo, doblando las esquinas duna tarjeta adelante y atrás mientraesperaba a que abriera la puerta.
Acababa de llegar de la oficina dalojamiento de alumnos d
orthwestern. No tenía modo d
reconocer la caligrafía, pero cuando mencontraba frente al gigantesco cartel davisos sobresalía una tarjeta, con unaetras cuidadosamente trazadas
perfectamente inclinadas, como si lahubiera escrito alguien preocupado posu aspecto. Saqué la chincheta y giré l
arjeta para comprobar lo que ya sabía
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Entonces fui directamente a la direcciónCuando mi abuela abrió la puerta
me presenté como un alumno d
orthwestern y le pregunté si shabitación de alquiler aún estabdisponible. Puso una expresió
precavida, pero asintió, y cuando lentregué el dinero suficiente para eresto del trimestre —aunque no tení
ntención de quedarme tanto tiempo—me invitó a un té y me mostró mi nuevhabitación. Pero dos meses despuédesaparecí sin avisar, dejando atrás u
armario repleto de ropa, un utilitarinuevecito y un montón de preguntas quAnna tuvo que contestar por mí com
buenamente pudo.
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Oigo crujir las tablas del suelo aotro lado de la puerta. Maggie espía poentre las cortinas, me lanza una mirada
vuelve a desaparecer. Todo está esilencio. No crujen las tablas mientrase aleja, pero tampoco se oye ningú
cerrojo.La puerta se abre por fin. Lleva u
vestido holgado que casi llega al suel
, como de costumbre, un pañuelo dcolores vivos anudado al cuelloLevanto la vista hacia su cara, y cuandveo sus ojos me fijo en ellos. Son de u
azul grisáceo y llaman la atención, perno es esa la razón de que no pueda dejade contemplarlos. Es porque lo
conozco bien. Sus ojos son exactament
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del mismo color que los de mi madreExactamente del mismo color que lomíos. No puedo evitar preguntarme s
ella piensa lo mismo. —Hola, Maggie —digo.Por hacer algo, me paso la mochil
de un hombro al otro. —Hola.Se queda mirándome durante un rat
ncómodamente largo. Pero entonces se arruga la frente, se le encienden loojos y parece alegrarse de verme.
—Anna me dijo que vendría
durante esta semana, pero no sabíexactamente cuándo. —Se endereza upoco, apoyándose contra el marco de l
puerta—. ¿Quieres pasar?
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Accedo al vestíbulo y la sigo hacia salita. La luz del sol entra a raudale
a través de los ventanales que dan a l
calle. Dejo la mochila en el suelo y msiento en el sofá.
Es imposible no hacer caso de la
mágenes que me rodean. Sobre cadpared y cada superficie de la salita dMaggie veo fotos enmarcadas de m
familia. Yo de bebé en brazos de mmadre. Brooke de niña, con su largmelena oscura y el flequillo cortadbien recto sobre la frente. Mis padres e
día de su boda. Estamos por todapartes, decorando la casa de mi abuelaaunque ella no aparece en una sol
fotografía. Prácticamente puedo oír la
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palabras que decía mi madre cada veque Brooke o yo preguntábamos poella: «Solo os ha visto una vez»
Entonces nos mostraba una foto dnosotros tres en el zoo. Cuando lpedíamos más información, decía qu
ella y su madre tuvieron una pelea y quno quería hablar de ello.
Maggie me sorprende mirando la
fotos y cruza la estancia para coger umarco de plata. —Toma. Esta te gustará. Es nueva —
dice mientras me lo alcanza.
Maggie acuna un bebé en un brazo, Brooke está a su lado, cogiendo la otrmano de la abuela. Me fijo en ella
Parece feliz. Y entonces reparo en la
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irafas del fondo. —Fuimos al zoo —dice.Escudriño la imagen y caigo en l
cuenta de que es la misma foto quenemos en casa.
Golpetea el cristal con la uña.
—Aún no había conocido al bebéTe acuerdas de que los dos os llamáigual, ¿verdad?
Sacude la cabeza con incredulidadcomo hace siempre que piensa en ello.Maggie se instala en su silla habitua
se inclina hacia delante, como s
quisiera observarme más de cerca, noto que me aparto de ella, hundiendmás la espalda en los cojines del sofá
Algo de esto no es normal.
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—¿Fuiste a San Francisco?Se ajusta el pañuelo alrededor d
os hombros.
—De hecho fue Anna quien manimó a ir —responde, y se me encogel estómago—. Pero quizá no fue un
buena idea. Mi hija y yo tuvimos unpelea cuando estaba allí y… —Clavsus ojos en los míos y me mira con un
sonrisa triste—. Digamos que no scuándo volveré otra vez.Respiro hondo y trato de n
mostrarme horrorizado por lo que acab
de decir. ¿El único motivo de quBrooke y yo tengamos una foto de lodos con nuestra abuela en el zoo —e
único motivo de que hayamos conocid
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a Maggie— es que Anna le pidió qufuera a vernos?
—En fin. —Se reclina en su silla—
Me he enterado de que te fuiste de lciudad tan deprisa por una emergencifamiliar. ¿Todo va bien?
Asiento distraídamente. —Bien. ¿Así que has vuelto aqu
para ir a la escuela?
La elección de sus palabras entencionada, y no me pasa por alto lalusión genérica a la «escuela». Annme dijo durante el verano que Maggie s
enteró de que en realidad iba a Westlakodo el tiempo.
Eludo del todo el tema de la escuela
—Tengo que regresar a Sa
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Francisco —digo, evitandntencionadamente esta oportunida
única para confesarlo todo—. Per
engo intención de volver. De visita.Esto es, si Anna quiere.Maggie no dice nada más, per
ampoco aparta la mirada de mí. Estesperando que me abra, y sé que deberícontárselo todo porque Anna l
prometió que lo haría cuando volvieraRepaso las fotografías de nuevo y se mrevuelve el estómago. ¿Tiene idea dquién soy?
Respiro hondo y abro la boca parhablar. «Hay…», empiezo a decir, amismo tiempo que ella dice
«Bueno…». Ambos nos interrumpimo
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en mitad de la frase. —¿Ibas a decir algo? —pregunta. —No pasa nada. Tú primero.
Espero a que hable. Que me diga quencontró mi libreta roja en su escondrijen el piso de arriba y ató todos lo
cabos. Que me grite con unas preguntaan directas, que no tenga más remedi
que contárselo todo. Me saldrá de form
deslavazada y precipitada, posiblementcomo una sola frase continua con mupocas pausas en medio, pero lapalabras habrán salido y ya no podr
recuperarlas. Y mi abuela se convertiren la quinta persona en el mundo qusabe quién soy y qué puedo hacer.
—Solo iba a preguntarte si necesita
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un sitio donde alojarte cuando vengas dvisita. Tu habitación aún estdisponible. Si la quieres.
Aspiro aire, experimentando undecepción que no me esperaba.
—Sí. Claro —respondo—. Es
sería genial. —Bien. Aún no la he alquilado
Desde luego, preferiría que se l
quedara… —Se interrumpe. «Di lapalabras. Di “mi nieto”. Dime que sabequién soy». Sin embargo, concluye lfrase diciendo—: alguien que y
conozco.Se levanta y hago lo propio. M
aparto el pelo de la frente y bajo lo
ojos al suelo. «Díselo».
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—Maggie… —digo.Levanta la cabeza de golpe. —¿Sí?
—Yo… —No puedo hacerlo. Npuedo decirlo. Si ya supiera algo acercde mí, sería distinto. Pero no lo sabe
Por lo menos, no lo creo—. No deberíestar aquí.
Y ahí está, esa sonrisa cálida qu
recuerdo tan bien. —Y, sin embargo, has vuelto.Extiende una mano, me coge la part
superior del brazo junto al hombro y l
aprieta de un modo tranquilizador. Tavez sea su forma de autorizarme a ndecírselo. O quizá solo espero que m
deje escapar.
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—Iré a buscar sábanas para tu cam—anuncia—. Toda tu ropa está guardaden unas cajas que hay en el desván
Puedes devolverlo todo a su sitio.Se dispone a abandonar la sala,
por alguna razón empiezo a hablar d
ogística. —Te pagaré lo mismo, por supuesto
Aunque no estaré aquí tan a menudo.
Se marcha, pero puedo oírlclaramente. —Es tu habitación, Bennett. Ve
siempre que quieras y quédate todo e
iempo que desees. —Entonces se para se vuelve—. Deberías decorarla upoco. Colgar pósters o algo. Hazla tuya
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Tres horas más tarde, hreorganizado mi habitación en casa d
Maggie de modo que tiene exactamentel mismo aspecto que cuando la dejéuna tarea que me ha dejado empapado e
sudor después de bajar cajas desde udesván a 48 grados hasta un dormitoria 40. ¿Cómo es posible que no tengaire acondicionado?
Tal como sospechaba, mi vestuaride aquí se reduce a camisas de franelde manga larga, camisetas de concierto
una colección de sudaderas gruesasHurgo dentro de mi mochila en busca duna camiseta limpia y una muda,
después salgo al pasillo.
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Mientras vaciaba las cajas, Maggidebía de equipar el cuarto de bañpensando en mí. En las perchas cuelga
oallas nuevas, hay una pastilla nueva dabón en el lavabo y sobre el estant
contiguo a la bañera veo una botella d
champú y acondicionador todo en unoAbro el grifo y echo mi ropa empapadde sudor al suelo.
Después de ducharme y vestirmevuelvo a mi habitación y me agachdelante del gigantesco armario de caobque preside la estancia. Palpo la part
nferior buscando la cerradura, y dentrencuentro todo lo que dejé la última vezgrandes fajos de billetes de banco, todo
acuñados antes de 1995, y la libreta roj
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que he utilizado para calcular mis viajedurante el último año. La cojo, hagchasquear la goma que la sujeta y l
devuelvo al armario.Los billetes de veinte que hay en m
cartera provienen de casa, así que lo
saco y los meto en la esquina opuestdel compartimento, donde no smezclen. Luego cuento quiniento
dólares en billetes seguros, los dobldentro de mi cartera y la introduzco eel bolsillo trasero de mis vaquerosVuelvo a ponerlo todo tal como estaba.
Abajo encuentro a Maggie de pidelante del estrecho escritorio devestíbulo con su bolso abierto de par e
par. Saca las llaves del coche y
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continuación mete un fajo de sobresLevanta la mirada y me ve.
—¿Ya te has instalado arriba?
—Sí. Y gracias por el champú y ldemás.
Hace un gesto de desdén con l
mano como si no tuviera importancia. —Tengo visita con el médico, per
volveré en unas horas. —Sacude la
laves antes de pararse en seco—. Oh…¿Necesitabas tu coche hoy? —Me mirconfundida—. Lo he estado usando en tausencia.
Cuando entré en el concesionario epasado marzo, pagué el Jeep GranCherokee en efectivo y pensé e
dejárselo a Maggie cuando llegara e
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momento de irme a casa. Es por eso quo puse a su nombre. También es por es
que lo elegí de color azul.
—No pasa nada. Esperaba que lhicieras.
Me dirige una mirada extraña y esto
seguro de que se dispone a empezar hacer preguntas que no quiero contestar.
—Tengo que darme prisa. M
encontraré con Anna en la ciudad. Usa ecoche tanto como quieras. Ya te avisarsi lo necesito, ¿vale?
Salgo al porche y cierro la puerta
mi espalda.
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Anna y yo pasamos el resto de la tarden el centro de Evanston comprandropa. Su padre le ha dado dinero parcomprarse unas zapatillas nuevas drunning , así que empezamos por esoLuego nos ponemos a buscar ropa parmí. Las bermudas a cuadros parece
estar de moda, pero ni siquiera matrevo a probármelas. En lugar de esoelijo unos vaqueros nuevos.
Anna escoge una camisa y me l
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pone encima para comprobar la talla. —¿Qué te parece? Ni siquiera la miro. La cojo por lo
hombros y la atraigo hacia mí. Ella baja mirada y se echa a reír cuando ve l
camisa que ha elegido apretujada entr
nuestros pechos. —Es perfecta —digo, y la beso just
en medio del Gap.
Una hora y cuatro tiendas más tardeengo un par de zapatillas Chuck Taylonuevas y suficiente moda de mediadode los noventa para pasar los próximo
meses. Nos dirigimos a la charcutería
pedimos unos sándwiches enormes par
comer en el parque. Pasamos un bue
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rato, hablando de todo salvo depróximo curso escolar. Le pregunto poos conciertos que quiere ver y l
nterrogo sobre los sitios a los ququiere que la lleve después. Ella mhace preguntas acerca de San Francisco
le cuento que me he pasado la mayoparte del verano patinando por lciudad, escalando un rocódrom
cubierto y echándola de menos. Me docuenta de lo patético que parezco, perAnna no debe de entenderlo así, porquse me acerca más y me rodea la nuc
con los brazos.Me besa. Cuando se aparta, la mir
directamente a los ojos.
—¿A qué venía eso?
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Se encoge de hombros. —Te quiero. —Bien. Yo también te quiero.
Vuelve a besarme. Después sevanta, se sacude el polvo del pantaló
corto y me tiende una mano par
ayudarme a levantarme. —Es la hora de conseguirte algo d
música.
Justin está ocupado atendiendo a ucliente, pero saluda con la mano cuandnos ve entrar. Anna le devuelve esaludo y luego me conduce por uno d
os estrechos pasillos. Giro la cabezmientras pasamos junto a los expositorede madera, tratando de ver mejor lo
CD.
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Nos hallamos cerca del final de lienda, mirando el quiosco de Ho
Summer Sounds, cuando Justin se no
aproxima por detrás. —Has vuelto. ¿Cómo marcha e
mundo?
Anna se vuelve. —El mundo no sé, pero Méxic
estuvo muy bien —responde ella
rodeándole con los brazos.Cuando Justin la abraza, cierra loojos. Pero debe de percatarse de questoy allí observando, porque de repent
os abre y los fija en los míos. Le sonrímientras sus brazos caen a los costadosDa un gran paso atrás.
—Bueno, me alegro de que estés e
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casa —le dice a Anna. —Yo también.Justin levanta la barbilla hacia mí.
—¿Qué pasa? —Levanta una manen el aire y me dispongo a chocarle epuño, pero entonces me percato de qu
iene la palma abierta y se la choco—Así que has vuelto.
La inflexión de su voz hace que se
más una pregunta que una afirmación. —Sí. De momento.Anna me dirige una mirada d
soslayo y cambia de tema.
—¿Qué es esto? —preguntaseñalando al techo.
—Lo último de Blind Melon. —
Justin mueve la cabeza con un
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expresión decepcionada—. No es tabueno como el anterior. Creo que estáacabados.
Cuando se vuelve de espaldas, Annme mira interrogativamente y lrespondo encogiéndome de hombros. N
he oído hablar nunca de ellos, de modque solo puedo suponer que tiene razón.
—Poneos al día, yo voy a echar u
vistazo.Me alegro de dejarles solos. Estsitio es demasiado fascinante pardesperdiciar un segundo más habland
cuando podría estar mirando loexpositores.
Del techo cuelgan unos cartele
escritos a mano que identifican cad
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sección: R&B, Jazz, Rock. Deambulpor la tienda de discos, cogiendo CD girándolos para leer la relación d
emas, añadiéndolos a mi lista mental dconciertos que quiero ver. Me dirijhacia la sección de Ska cuando veo l
estantería de pósters en un rincón.Esto resulta ser aún más entretenido
Me quedo allí un buen rato, hojeando lo
pósters, preguntándome quiénes son lmitad de esos músicos y riéndome ealto de la imponente colección dgrupos de chicos de los noventa.
Hojeo unas cuantas imágenes más me detengo.
—Este —oigo decir a Anna a m
espalda. Ni siquiera sabía que estab
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aquí. Se coloca delante de mí y golpeteel pecho de Billy Corgan con un dedo—Por favor, dime que conoces a estos tíos
—Sí.Asiento con la cabeza mientras mir
a los Smashing Pumpkins y me maravill
de la ridícula cantidad de maquillajque llevan todos alrededor de los ojos.
—¿Los has visto? —pregunta ella.
Echo una mirada alrededor parcerciorarme de que Justin no anda cerca —Tres veces —contesto. Apoyo l
barbilla sobre el hombro de Anna y l
susurro al oído—: Miami en 1997Dublín en 2000 y Sídney en 2010.
Inclina la cabeza hacia mí. Sé por l
expresión de su cara que la sorprend
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oírme compartir el mínimo indicio dnformación futura.
—Bien —dice con una sonris
satisfecha—. Son de Chicago. —Lo sé.Entonces le cuento lo que Maggie h
dicho sobre decorar mi habitación hacerla mía.
—Podría colgar este junto a l
ventana. O quizás en la pared contigua aarmario. —Me encojo de hombros—Desde luego, no sirve de mucho ponepósters en las paredes si no voy a volve
aquí de visita.Anna se muerde el labio y se m
queda mirando. Entonces baja una man
hacia el expositor, coge un póste
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enrollado y me lo pasa. Cuando lo cojoda media vuelta y se aleja. Sonrímientras elijo otro.
* * *El viernes a media tarde, m
habitación en casa de Maggie estempezando a tomar forma. La foto qusacó Anna de nuestra playa en La Pa
iene un marco nuevo y está colgadsobre mi cama. El armario estatiborrado de suficiente ropa nueva parpasar lo que queda del verano hasta bie
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entrado el otoño, y ya disponía dbastantes cosas para mantenermcaliente este invierno. He clavado co
chinchetas las postales que estabaescondidas en el cajón de arriba en lpared sobre mi escritorio, dond
ambién he colgado un calendario d1995, para que no pueda olvidar en quaño estoy.
Hemos colgado el póster de Weezea la izquierda de la ventana y casi hemoerminado de colocar el de Smashin
Pumpkins a la derecha.
—Un poco más abajo —indica Ann—. Aquí. Para.
—¿Está bien? —Levanto una ceja
a miro por encima del hombro. Cuand
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asiente, sujeto la esquina con cintadhesiva y retrocedo unos pasos parver el resultado—. ¿Mejor? —pregunto
Se deja caer sobre el borde de mcama y dobla las piernas bajo su cuerpoSe recuesta sobre las manos y examin
despacio la habitación. —Empieza a parecerse a ti —dice.Echo una mirada alrededor. Tien
razón: se parece más a mí, pero ese nera mi único propósito. Quería qupareciera más permanente, en parte parmí, pero también para ella.
—¿Qué harás si te digo que nquiero que sigas viniendo? —pregunta.
Me dirijo hacia ella, moviendo l
cabeza.
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—No lo sé… Aparecer dentro dunas semanas, supongo. Despedirme di y de Maggie. Subir todo esto al desvá
o más despacio posible, confiando todel tiempo en que cambies de opinión.
—¿De verdad quieres segui
volviendo aquí?Planto las palmas de las mano
sobre la cama, justo al lado de su
caderas, y me inclino sobre ella. —Ya te lo he dicho. Seguirviniendo hasta que te hartes de mí. —Liembla el labio inferior, como si tratar
de no sonreír—. No lo sé. Algo me dicque aún no te has hartado de mí.
Se queda mirándome, per
permanece largo rato callada.
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—No —dice por fin—. Aún no mhe hartado de ti.
Rozo mis labios suavemente contr
os suyos. —Bien —susurro. —Así pues —empieza a decir si
apartar la mirada en ningún momento—¿cómo funcionará esto exactamente¿Vendrás de visita pero no… t
quedarás? —Estaré aquí para todo lo que semportante para ti: carreras, bailes
fiestas, lo que sea. Lo planificaremo
odo hasta el último detalle. No tsorprenderás nunca. —Finge un pucher—. Bueno, no negativamente, quier
decir.
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Esto le provoca un atisbo de sonrisantes de volver a adoptar una expresióseria.
—¿Sabré cuándo te irás? —Siempre. —¿Y cuándo volverás otra vez?
—Siempre —repito, esta vez comás énfasis—. Lo prometo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro d
que no saldrás rebotado?Pienso en lo que dijo la otra nocheQue se desmoronó después de mmarcha.
—Nunca me quedaré más de unodías. Dominaré la situación en todmomento. Si noto que empiezo a perde
el control, te lo diré enseguida.
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Se humedece los labios y mobserva un momento. Creo que sdispone a decir algo, pero en lugar d
eso me pasa una mano por el brazo y lnuca.
—Vale —dice.
—¿Vale?Asiente con la cabeza y noto un
sonrisa extendiéndose por mi cara.
—Sí —dice mientras me engancha ecinturón con un dedo y le da un pequeñirón. Me subo a la cama y me acomod
a su lado—. Pero tengo una condición.
La beso. —Oigámosla. —Tienes que decirle a Maggie quié
eres.
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Me aparto de ella. Mi primenstinto es negar con la cabeza, per
cuando veo la expresión de su car
desisto de hacerlo. Me muerdo la lengu le dejo completar su idea:
—Podrías ir y volver sin tener qu
ocultar nada. Además, ¿no crees que smerece saberlo? Por otra parte, y ya mdoy cuenta de que esto es egoísta de
odo, la última vez que te fuiste Maggifue la única persona con la que pudhablar de verdad. Y ahora volverás marcharte. Y otra vez. Y cuando l
hagas, estaría bien tener una persona emi vida con la que poder hablar de ti…alguien a quien no tenga que ocultar t
secreto.
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Me meso los cabellos mientraconsidero su petición. Estaba mudispuesto a contárselo a Maggie la otr
noche, pero solo porque creía que ysabía quién era yo. No creía que tuvierelección. Pero Maggie parece conform
con el modo en que están las cosasDesde luego, yo lo estoy.
Decido andarme por las ramas.
—¿Tengo que decírselo antes de qume vaya esta noche? —pregunto.Anna niega con la cabeza y suelto u
suspiro.
—Solo… cuando quieras…Cuando quiera. Se me agolpan en l
mente todas las formas en que podrí
revelar a Maggie quién soy, y cada ve
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se me hace un nudo en el estómago. Perentonces Anna me lo quita todo de lcabeza cuando se me acerca y me bes
ntensamente, con sus manos sobre mpiel y su pelo en todas partesrecordándome todos los motivos por lo
que estoy aquí y todas las razones poas que tengo que seguir volviendo y e
hecho de que haré cualquier cosa po
hacerla feliz. Cuando se aparta, sonríe dice: —El dieciocho cumpleaños d
Emma será dentro de tres semanas y su
padres le organizarán una fiesta. Será lmás de lo más.
—En ese caso, allí estaré.
—Tengo algunas carreras de cross
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as que podrías venir. Y la fiesta dantiguos alumnos será en octubreEspera, tenemos que apuntarlo.
Salta de la cama y regresa con ubolígrafo y el calendario de paredDurante los quince minutos siguientes
organizamos el resto de nuestra agendaFiesta de antiguos alumnos. Finaleestatales de cross. Día de Acción d
Gracias. Navidad. Planificamos vernocada dos o tres semanas, pero ya puedpercatarme de que no bastará. Aún no scómo lo haré, pero ya estoy tramand
maneras de sacar más tiempo para ellsin que sus padres sospechen nexponerme al riesgo de salir rebotado.
Anna cierra el calendario y lo tira a
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suelo. —¿Cuándo te marchas? —pregunta. —Pronto —contesto mientras jueg
con sus rizos—. Maggie estará en casdentro de unas horas. Debería irme antede que vuelva, de lo contrario tendr
que escenificar un complicado trayecten taxi hasta el aeropuerto o algo así.
Extiende un brazo y me aparta e
pelo de la frente. —Quiero estar aquí cuando te vayas No logro concebir cómo puede es
hacer que resulte más fácil, pero parec
muy resuelta. —¿Estás segura? —pregunto.Asiente con la cabeza y responde:
—Segurísima. De hecho, ¿te import
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que me quede aquí un ratito… después—Arruga la nariz—. ¿O resulta extraño
Sonrío mientras me imagino a Ann
a Maggie en la cocina, tomando té. —Quédate todo el tiempo qu
quieras. Apuesto que Maggie agradecer
u compañía. Hasta puedes venir durantmi ausencia.
Pone los ojos en blanco antes d
cubrirse el rostro con la mano. —Lo hice la última vez que te fuisteAnduve por aquí con la cara mustidurante horas. —Me mira y añade—
Hasta me puse tu chaqueta.Entonces vuelve a ocultar el rostro
Suelta un suspiro y sacude la cabeza
como si no pudiera creerse que me est
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confesando esto. Pero me agrada la idede que se pusiera mi chaqueta. Me gustpensar que esta habitación pued
ayudarnos a sentir algún tipo dconexión entre nosotros, aun cuandestemos distanciados. Le aparto la man
de la cara y entrelazo sus dedos con lomíos.
Antes de que pueda decir nada, Ann
cambia de tema. —Seguramente deberías dejarle Maggie una nota antes de irte.
—Buena idea —admito. Me pong
de rodillas y le inmovilizo las manosobre la cabeza. Le beso el cuello y ellse retuerce debajo de mí—. Vuelv
enseguida. No te muevas.
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Abajo, en el escritorio estrecho devestíbulo, encuentro los Post-it
enseguida. Escribo una nota diciendo
Maggie que estaré aquí dentro de tresemanas y la pego en el estante junto acesto donde siempre deja sus llaves.
Entonces me quedo mirándola. Mmagino a Anna, ocupando mi habitació
después de mi marcha, sola y deseand
no estarlo. Me imagino a mí mismhaciendo lo propio en una habitaciódistinta a tres mil kilómetros y diecisietaños de distancia. No quiero irme. Pero
por lo menos, ahora estoy aquí.Subo corriendo las escaleras y abr
a puerta.
Y ella está en el mismo sitio dond
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a he dejado.
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Agosto de 2012
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an Francisco, California
Cierro los ojos con fuerza y levanto l
frente del volante. Se me afloja el cuell vuelvo a caer sobre el asientosujetándome los costados de la cabeza ratando de reconocer dónde estoy. S
filtra algo de luz a través de las rendijade ambos lados de la puerta del garaje me esfuerzo por leer la hora en el relo
del salpicadero: las 18:03.
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Revuelvo la caja de útiles situada eel asiento del pasajero, buscando ientas una botella de agua. Vacío l
primera de un solo trago y cojo otraAún tengo los párpados medio cerradocuando destapo el Starbuck
Doubleshot, y dejo que se cierren deodo mientras echo la cabeza hacia atrá el café me baja por la garganta. M
iembla todo el cuerpo y el sudor mgotea por la cara aun cuando estohelado.
Transcurren veinte minutos hasta qu
as palpitaciones de mi corazón sconvierten en una vibración sorda, entonces introduzco la mano en l
guantera para coger las llaves del coch
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el móvil. La pantalla muestra dolamadas perdidas de mamá de
miércoles por la noche y cuatr
mensajes de texto de Brooke durante lodos últimos días. Abro primero lomensajes y los leo por orden.
Miro la pantalla con los ojoentrecerrados, pulso responder y tecle
mi mensaje.
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Todavía tengo la boca seca y msiento los miembros flojos, así que cojotra botella de agua y me reclino en easiento, observando el garaje. En sue-mail , el propietario había mencionad
que era «algo pequeño», pero se habíquedado corto. Cuando abrí la puertpor primera vez, me quedé un buen rat
plantado en la entrada tratando ddecidir si el Jeep cabría allí dentro.Resultó tan difícil como parecía
pero plegué los retrovisores laterales
hice marcha atrás muy despacio y pulsel botón del mando electrónico de lpuerta del garaje, confiando en tene
suerte. Quedé un tanto sorprendid
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cuando se cerró. Vuelvo a pulsar ebotón y la puerta del garaje cobra vidachirriando y traqueteando hasta qu
finalmente se inmoviliza sobre mcabeza.
En el callejón, dejo el Jeep e
marcha y me apeo. Aquí no hay gracosa, salvo cubos de basura y útiles dardinería oxidados. Cojo una botella d
agua, me cargo la mochila al hombro me dirijo hacia un montón de macetaviejas y abandonadas. Luego cojo upuñado de tierra, le echo un poco d
agua y meto el fango en las estrías de lorelucientes ganchos que cuelgan de lacorreas exteriores de mi mochila.
Pero resulta que mis esfuerzos d
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encubrimiento son innecesarios. Cuandlego a casa, hay una nota de mamá en l
encimera diciendo que Brooke ha salid
para una cita, papá está en una cena drabajo y ella se ha ido al cine con una
amigas. Eso es lo que entienden por un
noche en familia.Me preparo algo de comer y me dej
caer sobre el sofá. Me paso el resto d
a noche haciendo zapping , mirando esitio vacío a mi lado y preguntándomcómo llevaremos esto Anna y yo. Ahorella debería estar aquí. O yo tendría qu
estar allí. Pero no debería ser esto.Finalmente, debo de quedarm
dormido porque, cuando vuelvo a abri
os ojos, la sala está a oscuras, e
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elevisor está apagado y me encuentrapado con una manta. Subo a m
habitación y me dejo caer en la cama
aún vestido con la misma ropa qulevaba puesta cuando me marché d
Evanston.
Las voces procedentes del televiso
de la cocina suenan bajas pero audibles cuando doblo la esquina encuentro papá con la cadera apoyada contra lencimera, introduciéndose cucharada
de yogur en la boca y viendo lanoticias. Levanta la mirada cuandentro.
—Hola. Bienvenido a casa. ¿Cóm
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ha ido el viaje?Me alegro de que haya formulado l
pregunta tal como lo ha hecho para n
ener que mentir cuando respondo: —El viaje ha ido genial. Mu
divertido.
Papá se quita las gafas y se laimpia con el dobladillo de la camisa
Luego se las pone y me mira por encim
de la montura. —Las noches deben de haber sidfrías.
Tardo uno o dos segundos en pensa
cómo contestar a eso. Ninguna de lanoches en casa de Maggie ha sido nremotamente fría.
—No, en realidad las noches ha
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sido muy calurosas.Demasiado calurosas, de hecho.Papá se termina el yogur y se sirv
un vaso de zumo de naranja. En cuantempiezo a comerme los cereales hamuchos crujidos, pero las únicas voce
de la estancia provienen del televisorMe mira varias veces, como si tratara dpensar en algo para llenar el incómod
silencio. Pero entonces algo en lpantalla le llama la atención y le sacdel apuro.
Coge el mando a distancia, sube e
volumen y se gira de cara a la pantalla. —Últimas noticias de esta mañan
—anuncia la presentadora.
Un gráfico rojo y azul que rez
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TRAGEDIA EN TENDERLOIN pasa desdun lado de la pantalla y se detiene en ecentro —grande e inquietante, par
mpresionar— antes de encogerse situarse en la parte inferior, donde npueda interferir con las imágenes e
vídeo de un edificio en llamarecortándose sobre el cielo de primerhora de la mañana.
Un incendio en un piso en el barride Tenderloin se ha cobrado la vida ddos niños a primera hora de estmañana. Rebecca Walker, de cinco años
su hermano, Robert, de tres, estabadurmiendo cuando se ha declarado uncendio en el dormitorio qu
compartían en el tercer piso de u
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bloque de pisos de Ellis Street. Lopadres han sido evacuados al hospitapor inhalación de humo. Los bombero
no han podido hacer nada por rescatar os dos pequeños.
Tomo un buen bocado de cereales
me dirijo a la encimera para servirmuna taza de café, escuchando mientras lpresentadora pasa la conexión a
reportero en el lugar de los hechos. Solpresto atención a medias, pero capto lesencial. Los padres no han podidlegar hasta sus hijos, no había detecto
de humo y se ha puesto en marcha unnvestigación para esclarecer la causa
Miro la pantalla cuando el vecino d
abajo describe que ha oído gritos
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ravés del techo y ha llamado al 911Después de otra toma dramática denmueble en llamas, regresan al estudio
a presentadora concluye la crónica pasa a otra sobre un accidente leve questá siendo despejado del Bay Bridge.
—Es horrible —dice papá. Estoseguro de que se refiere a la noticianterior acerca del incendio y no a
accidente automovilístico de pocmportancia—. Pobres padres. Deben dsentirse muy culpables.
Echa la cabeza hacia atrás, s
ermina el zumo y lleva el vaso afregadero. No quiere mirarme, pero niene que hacerlo. Puedo notarlo. E
espacio que nos rodea ya se est
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lenando de todas las cosas que estdesesperado por decir ahora mismo.
Hasta hace poco, salía huyendo d
cualquier estancia que contuviera a pap noticias al mismo tiempo. Si acontecí
alguna tragedia horrible y me quedab
en silencio, me lanzaba una mirada dreproche y decía algo así como«¿Acaso no te importa nada?». Por e
contrario, si hacía un comentario quexpresara el más mínimo atisbo dremordimiento por la situación, ésacaba papel y bolígrafo y empezaba
razar todos los medios por los que ypodía retroceder y evitar el accidentaéreo/choque d
renes/tiroteo/acuchillamiento/explosión
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errorista, etc. Fuera como fuese, mrespuesta era siempre la misma. No emi misión cambiar las cosas, sol
porque pueda hacerlo. Y sí, claro qume importa. Continuamente. No socruel.
Perder a mi hermana en una décadanterior acarreó sus complicacionespero también resultó haber algún qu
otro resquicio de esperanza. Conocer Anna fue uno. Dejar de mantener esansoportables conversaciones con m
padre fue otro.
Brooke está a punto de hacermderramar el café cuando me echa lobrazos al cuello.
—¡Estás en casa!
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Después de un rápido abrazo, sacerca a papá brincando y le planta ubesito en la mejilla. Se detiene d
pronto y alterna la mirada entre nosotrodos.
—Oh, oh —dice, agitando los dedo
en el aire—. Hay tensión… —Brookadopta enseguida su rol habituaempleando el humor para devolver l
paz a nuestra relativamente disfuncionafamilia. Golpea el brazo de papá con edorso de la mano—. Bueno, ¿qudebería hacer esta vez?
Me mira y me guiña el ojo. —Nada —contesta papá—. Nada d
nada.
No se me escapa el doble sentido.
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Vuelve a limpiarse las gafas, estvez con un trapo de cocina, sin dejar dmirar por la ventana.
—Será un día espléndido. —Su voes más alta de lo habitual y ese tonentusiasta parece forzado—. Llevemo
el barco a la bahía, ¿de acuerdo? —Consulta su reloj—. Quiero salir emedia hora. ¿Estaréis listos los dos?
Brooke y yo asentimos. —Bien. Más vale que vaya a ver svuestra madre necesita ayuda.
Tan pronto como ya no puede oírnos
me vuelvo hacia Brooke. —Día familiar —digo con vo
apagada—. Súper.
Me mira con una ceja levantada.
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—Vamos. No son tan malos, ¿sabes? —Para ti es fácil decirlo. Tú no ere
una fuente inagotable de decepción par
uno ni una preocupación constante parel otro.
—Tú tampoco, pero de todo
modos… —Se sube a la encimera de lcocina y señala la taza de café qusujeto—. Date prisa, solo disponemo
de unos minutos. Tómate el cafésírveme una taza y cuéntamelo todo.Y lo hago. Cuchicheando, desgran
velozmente los pormenores
explicándoselo todo sobre Maggie y lrazón por la que tiene una foto dnosotros tres en el zoo. Brooke abre lo
ojos como platos, y pide más detalle
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acerca de los temas por los que trato dpasar de puntillas, como la ruptura entrEmma y Justin y cómo los Greene m
dejaron dormir en su sofá la primernoche. Se toma el café, pendiente dodas mis palabras, y después d
relatarle punto por punto la prácticotalidad del viaje, sacudo la cabeza y l
digo que Anna decidió —una vez más,
por motivos que sinceramente no llego entender— que prefiere aguantar lararezas de esta extraña relación qupedirme que me quede en el lugar qu
me corresponde. Explico a Brooke ldifícil que me ha resultado irme, y cada palabra me siento más aliviado d
contar con una persona que me entiende
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pero aun así lo hago. —Yo también —respondo.
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La gente sigue pasando, pero hastahora nadie parece haberse percatado dque estoy solo sentado dentro del Jeepmirando la puerta que conduce a maquilla. El timbre de aviso ha sonad
hace treinta segundos, pero no me sientcon el valor suficiente para abandona
este sitio.Sería muy fácil cerrar los ojos ahor
mismo, desaparecer de este coche
abrirlos en un rincón apartado de l
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de golpe la puerta del Jeep. Mientracruzo el aparcamiento para estudiantesme miro los vaqueros y la camiseta
Jamás pensé que echaría de menos euniforme de Westlake.
No me cruzo con nadie mientra
subo las escaleras que llevan hasta maquilla en la tercera planta, y cuand
abro el cerrojo, el chasquido resuena e
a sala desierta. Dentro no hay más qubotellas de agua vacías, unos cuantoenvoltorios de barritas de granola y umontón de papeles que alguien h
ntroducido por las rendijas durante mausencia. En su conjunto, representaodo lo que eché de menos la pasad
primavera. Hay una papeleta d
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Tardo otros cinco minutos en llegar a puerta del aula, y cuando lo hago, u
aula llena de caras en las que no h
pensado durante meses se vuelve mirarme. Doy unos pasos vacilantes, a siguiente vez que miro alrededor ve
a Cameron en la última fila. Levanta lmano y me saluda con un gesto con lcabeza.
—Usted debe de ser el alumno qume falta. —La señora McGibney nevanta los ojos ni deja de escribir en l
pizarra mientras se dirige a mí—. ¿E
usted el señor Cooper? —pregunta, persigue hablando sin aguardar mrespuesta—. Estaba empezando
exponer las normas de esta clase. L
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primera es que espero que mis alumnoestén sentados en sus sillas cuandsuene el timbre.
—Lo siento —murmuro en voz baja —Concedo una oportunidad, y uste
a la ha utilizado.
Aún no ha apartado la mirada de lpizarra. No tengo ni idea de cómo puedhablarme y escribir al mismo tiempo
pero estoy un tanto impresionado. Ya hescrito las palabras «Primeracivilizaciones» y debajo ha comenzaduna lista: «agricultura», «ciudade
mportantes», «sistemas de escritura». —¿Va a sentarse y a acompañarnos
señor Cooper, o prefiere quedarse junt
a la puerta durante el resto de mi clase?
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Añade un ítem y las palabra«Estados oficiales» mientras habla.
El único asiento libre se encuentr
en la primera fila, justo delante de smesa, y puedo notar todos los ojoobservándome mientras cruzo el aul
arrastrando los pies y me sientoTratando de no moverme ni demasiaddeprisa, ni demasiado despacio ni co
demasiado ruido, abro la cremallera dmi mochila y saco la libreta y un lápiz.Un lápiz. Lo paso adelante y atrá
entre mis dedos mientras me imagino
Anna recogiendo sus rizos en lo alto dsu cabeza y empleando mi lápiz parsujetarlos.
—Hola.
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La voz me rescata bruscamente dmis pensamientos y miro a la izquierdaMegan Jenks está inclinada sobre s
mesa, escribiendo en su libreta mirándome a través de un velo dcabellos rubios.
—Hola —respondo en voz baja.Sonríe antes de volver a sus notas
Yo regreso a las mías, copiand
furiosamente las palabras de la pizarren mi libreta, como si el propiejercicio les confiriera algúsignificado. McGibney hace un
pregunta, pero solo la oigo a medias. Nmporta mucho, ya que no tengo ni ide
de cómo contestarla.
Megan levanta la mano a mi lado.
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—Señorita Jenks —dice McGibneyseñalándola.
—La revolución neolítica.
—Sí. Bien.McGibney vuelve a la pizarra
escribe algo debajo de la palabr
«agricultura», mientras Megan me mira me dirige otra fugaz sonrisa. Le hago ugesto con la cabeza, me centro en m
ibreta y escribo «revolución neolítica»Es el primer día de clase y ya me estopreguntando si me he perdido algunectura necesaria o algo así, porque n
engo ni la menor idea de qué estáhablando.
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El día transcurre a un ritm
penosamente lento, y voy tirando entrEstadística, Español y Física hasta qupor fin es la hora de comer. Charlo co
a gente que hace cola. Cuando mpreguntan cómo estoy, les digo que bienCuando me preguntan dónde he estado
es doy una de varias respuestasViajando por ahí. Viendo mundo. Y quprefiero no hablar de ello.
Todo sucedió muy deprisa la pasad
primavera. Cuando perdí a Brooke e1994, mamá insistió en que me pegara ella todo lo posible, y fue idea mí
alojarme con mi abuela en Evansto
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1995. No era Chicago 1994, pero se lparecía bastante. Muy a mi pesar, dejé mamá la responsabilidad de dar con un
excusa para justificar por qué no iba a lescuela de allí.
Se dejó llevar por el pánico. A
principio les dijo que estaba «fueraresolviendo algunas cosillas». Percuando una semana se transformó e
dos, no tuvo más remedio que ampliar shistoria, y de repente yo estab«resolviendo cosillas» en un centro dratamiento para adolescente
conflictivos en la Costa Este. No teníani idea de cuándo volvería a casa. Esdependía de los médicos.
Por lo menos no se enteraron mi
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amigos, que parecían creerse mi versióde los hechos: aproveché una vetatente de rebeldía y me fui a recorre
Europa con mochila.Cojo un bocadillo y una botell
grande de agua, me dirijo hacia e
comedor y enseguida veo a los chicos aotro lado de la doble puerta de vidrioEstán sentados en la terraza, a la mes
arga que domina el patio.Cuando llego, Adam se hace a uado y dejo mi bandeja junto a la suya
Tiene la boca llena de comida, per
cuando termina de masticar y de hacerlbajar con un trago de agua, me mircomo si fuera el chico nuevo o algo po
el estilo.
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Se lleva una mano al pecho responde «Sophie» antes de extenderlen mi dirección. Cameron levanta l
mirada e intenta sonreír, aunque tiene lboca llena de fideos y salsa. Hace ugesto señalándonos a los dos y lueg
evanta el pulgar.Otra bandeja aterriza sobre la mesa
Sam me da una palmada en el hombr
cuando se sienta. —Hola. ¿Cómo va el primer día?Parece distinto. Solo han pasad
unos días desde que le vi por última vez
pero lleva el pelo más corto que nunca da la impresión de no haberse afeitaden los dos últimos días. Parece má
viejo o algo así.
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Me encojo de hombros y contesto: —Bien, supongo. —Miro el campu
a mi alrededor—. Solo… distinto.
Siempre me han parecidnteresantes las paredes de cristal y la
barandillas metálicas, pero hoy m
sirven de recordatorio de que todo lque hay en este lugar y su arquitecturmoderna contrastan brutalmente con e
aspecto refinado de la WestlakAcademy. No puedo imaginarme qudiría Anna de estos edificios. Estoseguro de que no sabría qué pensar d
as placas solares contiguas al techviviente que hay sobre el estudio darte.
—¿Qué tienes después de comer? —
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pregunta Sam mientras muerde shamburguesa.
Me inclino hacia atrás y hurgo en e
bolsillo de delante de mis vaqueros ebusca del horario. Lo desdoblo y busca casilla de la quinta hora.
—Inglés. Con Wilson.Sam se limpia la boca con el dors
de la mano y dice:
—Eh, yo también. Qué bueno. —Cuando pronuncia la última palabraalguien da un respingo a nuestra espald ambos volvemos la cabeza—. Hola
Linds —dice Sam, antes de moverse eel banco para hacerle sitio entrnosotros.
—¿Qué te has hecho en el pelo?
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vi ayer mismo. ¿No podías habermavisado?
Lindsey sacude la cabeza mientra
se sienta.Sam se encoge de hombros. —Fue espontáneo.
Ella me mira fijamente. Resisto empulso de reírme. Y de tocarme e
pelo.
—¿Lo ves, Coop?, esa es la clase dcosas que ocurrían el año pasadcuando no estabas tú para mantenerle raya. ¿Dónde te encontrabas durante l
calamitosa rapadura de ayer?Levanto las manos delante de m
con las palmas hacia fuera.
—No era la noche en que debí
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nos pareciera extraño. Se sentó y basta.Creo que tuvo un altercado con su
amigas. Una vez le pregunté al respecto
admitió que, aparte de sus compañerade habitación, no tenía muchas amigantimas. «Me gusta saber a qué atenerm
con las personas —recuerdo haberloído decir—. Nada de hoy somoamigas y mañana… ¡puf! —Juntó lo
dedos y los hizo chasquear—. Lochicos sois mucho más simples. —Unarga pausa—. Por cierto, eso es u
cumplido».
«Quizá somos más complicados do que crees —repliqué yo con car
seria—. ¿Y si no nos caes nada bie
pero no sabemos cómo decírtelo?».
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Me miró a los ojos.«¿Os caigo bien, Coop?». No pude evitar sonreírme.
«Sí. Nos caes bien».Se encogió de hombros.«¿Lo ves?».
Meses después, unos cuantos fuimoa la playa. Sam estaba junto al fuegcontándonos una de sus historia
nostálgicas, amenizada con animadaexpresiones faciales y gestoexagerados, cuando Lindsey me pusuna mano sobre el brazo y apoyó l
barbilla sobre mi hombro. «Creo que mgusta», confesó, y me quedé mirándolcon incredulidad. «¿Sam?», pregunté,
ella se encogió de hombros y repuso
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«Mírale. Es adorable».Le miré. No lo encontré adorable
Pero entonces devolví la mirada
Lindsey y me di cuenta de que hablaben serio. Sam la sorprendiobservándole y le dedicó una sonris
que la hizo sonrojarse y esconder la caren mi hombro, y para que él no lnterpretara mal, le hice un gesto suti
entre ellos dos. Al cabo de dos semanaseran Sam y Lindsey. Yo le di la vara siparar por haberse sonrojado tantaquella noche.
Enrosca la pasta alrededor de senedor y me mira de soslayo.
—Cuéntamelo todo. Apenas te h
visto este verano. ¿Cómo ha ido? ¿Qu
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has hecho? —Ha ido bien. No se me ocurre nada interesant
que contarle aparte de los conciertos os que asistí con Brooke o mis viaje
para ver a Anna en La Paz, de modo qu
o dejo así y le pregunto qué ha hechella. Me dice que se ha pasado la mayoparte del verano yendo y viniendo de lo
orneos de vóley-playa en el sur dCalifornia.Eso me recuerda que ha transcurrid
mucho tiempo desde que la vi jugar po
última vez. —¿Cuándo será tu primer partido
—pregunto.
—Dentro de dos sábados —contest
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—No lo sé. Supongo que pensaba ial rocódromo. —Miro a Sam—¿Quieres venir?
—Claro. Pero será tarde. Esta nochengo clases particulares.
¿Desde cuándo da Sam clase
particulares? —¿Das clases particulares?Se encoge de hombros.
—Debí habértelo dicho. Empecé finales del año pasado, pero este añdoy el programa de mates de sextcurso, así que son mucho más intensas
—Toma un largo trago de su refresco—Es divertido. Deberías hacerlo. Quedarbien en tus solicitudes de ingreso en l
universidad.
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Ni siquiera he pensado en lasolicitudes de ingreso en la universidad
—¿Son guais los chicos?
Sam niega con la cabeza. —Pues no. Son un hatajo d
mocosos mimados que se creen sere
superiores.Me echo a reír. —No acaba de convencerme.
—Bromeo. Son dos chicos muguais. Pero, en serio, se te daría bien —me dice—. Tú tienes buena mano coos niños.
—Sí —replico con sarcasmo—. Sosuperpaciente. Sobre todo con lomocosos mimados que se creen sere
superiores.
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Le dedico una amplia sonrisa evanto el pulgar dos veces co
excesivo entusiasmo.
Cojo mi agua y me percato drepente de qué quería decir Lindsey cosu pregunta de «¿Eso es todo?». La tard
de todo el mundo está repleta ddeportes, asociaciones y trabajos dservicios comunitarios que causan buen
mpresión al personal que revisa lasolicitudes de ingreso en la universidadi siquiera he pensado aún en lo qu
haré este próximo año, y todavía meno
en engrosar mi solicitud.Suena el timbre y todo el mund
vierte los desperdicios en los cubos d
basura antes de partir en direccione
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clase, o corriendo en la pista datletismo? ¿Sería el día en que le tocabrabajar en la librería? ¿Han hablad
ella, Emma y Danielle de mí durante ealmuerzo? ¿Les ha dicho Anna quvolveré? ¿Ha perdido los papeles Emm
cuando se ha enterado?Sam se detiene. —¿Qué pasa?
Señala una hilera de taquillas. —¿No necesitas tus cosas? —¿Qué? Ah, sí…De repente caigo en la cuenta de qu
estamos delante de mi taquilla.Sam sacude la cabeza y me mir
compasivamente.
—Tío, te juro que parece que haya
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vuelto pero no estés aquí.Evito su mirada mientras hago gira
a esfera de la combinación.
Ni yo mismo habría podiddescribirlo mejor.
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11
Después de una hora en el rocódromcon Sam y una precipitada cena con mipadres, subo a enfrentarme con mideberes. Navego a la página web de lescuela y consulto las tareas de estsemana. Tengo un par de horas dectura para Química, un trabajo qu
entregar dentro de dos semanas sobre eauge de la civilización del Tigris y eÉufrates, y una redacción que deberí
empezar a escribir para Inglés.
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Me reclino con los brazos dobladodetrás de mi cabeza y fijo la mirada eel techo. Hasta hace poco, nunca habí
dado demasiada importancia a mdormitorio. Mamá lo había hechdecorar profesionalmente cuando no
mudamos aquí hace cuatro años, y nrecuerdo haber elegido ni una sola cosa
A diferencia de la habitación d
Anna, no hay pósters en las paredes, nmapas del mundo, ni estanterías llenade trofeos y estuches de CD. En realidaodo es blanco. Paredes blancas. Tech
blanco. Alfombra blanca. Edredóblanco. El escritorio es de vidrio metal, pero no ayuda mucho a romper l
monotonía. El único colorido de l
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estancia proviene del enorme cuadrsobre lienzo que mi mamá compró euna subasta de arte un par de años atrá
del cuenco de cristal rojo —lleno rebosar de trozos de entradas de todoos conciertos en directo que he visto—
que descansa sobre la mesilla de nochunto a mi cama. Dejando de lado es
cuenco, esta habitación podrí
pertenecer a cualquiera.Anna solo estuvo unos minutos en mdormitorio, pero en ese corto espacio diempo debió de haberlo visto como l
que es: una habitación que parecpreparada para venderla en breve.
Debería empezar los deberes, per
en lugar de eso cojo mi móvil. Aquí so
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algo más de las nueve y una hora máarde en Boulder. Tecleo un mensaj
para Brooke:
Aguardo su respuesta, y finalmentel teléfono emite un pitido.
Contesto con una sola palabra:
La respuesta de Brooke no se hacesperar:
Me quedo mirando la pantallapensando en qué decir. Por últimescribo:
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Vuelvo a mi ordenador, donde msorprendo pensando en matrículauniversitarias y en actividadeextracurriculares con todos los demás
Busco opciones de voluntariado encuentro centenares de ellas solo eSan Francisco, desde trabajos a tiemp
parcial de asistencia a ancianos hastactividades de cooperación con niños eos barrios más pobres de la ciudad.
Este sitio concreto me llama l
atención, y no acierto a entender poqué. Hago clic en él, consulto loprogramas y veo el vídeo. Luego regres
al plano. El edificio se halla en el centr
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de Tenderloin, a solo una manzana ddonde se declaró el incendio del pasadsábado.
No es que me haya olvidado de elloMe ha estado rondando la cabezdurante los tres últimos días. Pero ahor
que este plano ocupa toda la pantalla, yno puedo quitármelo de la mente. Sisiquiera pensar en lo que esto
haciendo, desplazo el cursor al campde búsqueda y tecleo las palabra«incendio de Tenderloin».
Hay una larga lista de enlaces y hag
clic en el más reciente. Básicamentdice lo mismo que la crónica deelediario del pasado sábado por l
mañana: un incendio declarado en u
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apartamento del tercer piso se cobró lvida de dos niños: una niña de cincaños y su hermanito de tres. Los vecino
lamaron al 911. Se desconoce la causdel fuego y se ha puesto en marcha unnvestigación.
Voy a la parte inferior de la pantall encuentro una actualización del casoos investigadores aún tratan d
determinar la causa. Los padres nhacen declaraciones a los medios dcomunicación.
Cuando hago clic en la esquina de l
ventana, el navegador se cierra y lnoticia desaparece. Aparto la silla de mescritorio y cojo el enorme libro d
nglés que me han dado hoy en clase. M
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o fue, decidí que no volvería a hacerlamás.
Pero mirar las fechas y los cálculo
me recuerda cómo me sentí cuando toderminó y vi la expresión de puro alivi
en el rostro de Anna. Bajó prácticament
brincando por el camino de entraddespués de ver a Emma aquella mañande sábado —con todos sus órgano
nternos intactos y la piel de su carmpecable y sin arañazos—, y cuando lobservé a través del parabrisas, me sentdominado por una intensa sensación d
orgullo. Yo había hecho aquello. Yhabía hecho que ocurriera. Era lprimera vez que creía que me habí
equivocado con respecto a ese talent
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mío. Era la primera vez que mpreguntaba si acaso papá tenía razón.
Ahora paso el dedo por las páginas
pensando en la expresión de su carcuando estábamos en la cocina esábado anterior, viendo las noticias e
a pantalla. Quiso decir algo, pero sabíque yo ya no debía viajar. Además, se lhabía dicho tantas veces qu
seguramente sabía que no tenía sentidnsistir de nuevo: yo no cambio cosas.Me pregunto qué diría si supiera qu
una vez lo hice.
Por Emma, había retrocedidcincuenta y dos horas. ¿Podríretroceder todavía más tiempo?
Abro una página en blanco
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empiezo a garabatear cálculos nuevosSé que nunca podré contestar lograndes interrogantes éticos con ningun
certeza, pero al cabo de unos minutos hresuelto la matemática. Tendré quretroceder unas sesenta y cuatro horas
Dos días y medio… casi tres. Tendríque quedarme allí, como hice coEmma, y repetir esos tres días par
asegurarme de que el rehacimientpersiste, que no se ha alterado nadnvoluntario en el proceso. Cierro libreta de golpe, vuelvo a sepultarla e
el cajón y regreso a mis deberes.
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* * *
Esto es francamente una locura.Estoy en mi habitación, cerrando l
cremallera de mi mochila. Es pesadarepleta hasta los topes de botellas dagua, Doubleshots, Red Bulls; un fajo dbilletes; una linterna; un detector d
humo y un extintor. Miro alrededor sacudo la cabeza. ¿Qué estoy haciendo?
Antes de pensarlo dos veces, cierr
os ojos y visualizo mi destino. Cuandos abro, estoy en el callejón que hencontrado en Google Maps, solo unmanzana al sur del bloque d
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Consulto la lista de la pared, leyendos apellidos que figuran al lado de lo
botoncitos negros hasta que doy co
Walker. Miro para cerciorarme de qunadie me observa.
Cierro los ojos y, cuando vuelvo
abrirlos, estoy al otro lado de la entradprincipal. No hay luces en la planta baj la escalera apenas es visible. Meto l
mano en mi mochila en busca de linterna, la enfoco hacia las escaleras subo los tres tramos que conducen al 3.C. Cierro los ojos y visualizo el otr
ado de la puerta.Dentro del piso, me escabullo por e
pasillo con mi linterna. Las parede
están recubiertas de fotos escolares,
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por primera vez esta noche no pongo eduda si esto dará resultado o no; solespero que lo haga.
Doblo la esquina, paso por la salit me dirijo hacia los dormitorios
Después de rebasar el baño me qued
paralizado, frente a dos puertacerradas. No tengo ni idea de cuácorresponde a los niños, así que vuelv
a pensar en las imágenes de vídeo deedificio en llamas y hago una suposicióbien fundamentada de que es la puertde la derecha, la más próxima a la calle
Giro el pomo y la puerta se abre con uchirrido.
Al otro lado de la habitación, do
camas infantiles flanquean una gra
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ventana que da a la calle. Un fino haz duz se filtra por entre las cortinas
proyecta un tenue resplandor sobre l
sucia moqueta.Los niños respiran suavemente,
ninguno de ellos se mueve cuando m
quito la mochila y cruzo la estancia. Mpongo en cuclillas, saco el flamantdetector de humo que encontré en e
fondo de una caja en nuestro garajrotulada con la leyenda MEJORA DE L
CASA y lo coloco lo más alto de la pareque puedo alcanzar. Salgo al pasillo
cojo el pequeño extintor que birlé ddebajo del fregadero de nuestra cocina o apoyo contra el corto tabique entr
ambos dormitorios.
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no lo sabré hasta que den las noticiadentro de unas horas, pero de algúmodo tengo la sensación de que h
funcionado. No era eso a lo que srefería Brooke cuando ha dicho qudebería hacer «algo bueno», pero esto
seguro de que yo sí.
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considerado cuando estaba en mdormitorio la noche del lunes que acabde borrar. Había estado tres días má
cerca de volver con Anna. Ahora tengque repetir esos días, como si hubierirado los dados y caído en la casill
que dice: «Retrocede tres casillas». Nsé si este rehacimiento dará resultadopero una cosa es segura: puede que se
realmente lo más desinteresado que hhecho en mi vida.La televisión es lo primero que oigo
cuando doblo la esquina encuentro
papá justo en el mismo sitio quocupaba la primera vez, apoyado contra encimera mientras se come un yogur
mira las noticias.
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—Las noches deben de haber sidfrías.
Me cuesta un segundo recordar l
que dije la otra vez. —No, en realidad las noches ha
sido muy calurosas.
Papá se termina el yogur y se sirvel zumo mientras yo engullo a la fuerzuna cucharada de cereales. Se produc
el mismo silencio incómodo. Las únicavoces en la estancia provienen deelevisor. Tres. Dos. Uno.
—Últimas noticias —anuncia l
presentadora.Dejo mi tazón sobre la encimera
giro la cabeza de golpe. Hoy no sal
ningún gráfico llamativo rezand
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TRAGEDIA EN TENDERLOIN. En lugar deso, lo primero que veo son unamágenes de vídeo parecidas del bloqu
de apartamentos ardiendo contra efondo de un cielo nocturno.
A primera hora de la mañana se h
declarado un incendio en un piso en ebarrio de Tenderloin. Los vecinos diceque les ha despertado un detector d
humo y que han ayudado a los cuatrnquilinos del apartamento a huir antede que las llamas devoraran el edificioDos niños, sus padres y un vecino está
siendo atendidos en el Hospital Generade San Francisco por inhalación dhumo. Se espera que los cinco sea
dados de alta hoy mismo.
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Miro a papá. Ha levantado la miradhacia el televisor de cuando en cuandopero esta vez no deja el recipiente de
ogur ni coge el mando a distancia parsubir el volumen. En la pantalla, lpresentadora no da paso en ningú
momento a un reportero desplazado augar de los hechos, porque no lo hay
En su lugar, la cámara hace una tom
general del estudio y la mujer se vuelvhacia su compañera, que exhibe sexpresión más preocupada.
—Un buen recordatorio para revisa
as pilas de los detectores de humo.El telediario pasa al accidente lev
que está siendo despejado del Ba
Bridge. Papá no repara en que le mir
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fijamente, incapaz de hablar, dmoverme ni de respirar hondo.
«Yo he hecho eso».
—¿Te acuerdas del apartamento eel que vivíamos cuando naciste? —pregunta papá—. Estaba situado en la
afueras de la ciudad. Nos mudamos otro edificio cuando tenías cuatro añospero cuando eras muy pequeño tu mam
yo vivíamos en el tercer piso de ubloque de apartamentos.«Yo he hecho eso de verdad».Ahora que sé que el rehacimiento h
dado resultado, ya no siento el impulsde mantener todos los elementos dnuestra conversación exactamente igua
que la primera vez. Cosa que es buena
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pues estoy paralizado, mirándolmientras trato de devolver mi mandíbulal sitio que le corresponde.
—Tu madre detestaba vivir en upiso tan alto. Disponíamos de una viejescalera de incendios y yo me sentí
bastante tranquilo, pero ella siempruvo miedo de que se declarara uncendio y tuviéramos que usarla. Lo
ncendios siguen provocándole upánico atroz. ¿Has visto todos lodetectores de humo que hay en estcasa? —Se echa a reír—. Hasta me hac
ener algunos de recambio en el garaje¿Te encuentras bien, Bennett?
«Tengo que hablar. Ahora».
—Yo he hecho eso.
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Me tiembla la voz. —¿Qué has hecho? —Eso —digo, señalando torpement
hacia el televisor.Se vuelve a mirar. —Ah, ¿sí? ¿De veras? No lo sabía
Siempre me ha parecido un pocpeligroso.
El telediario ha pasado a u
reportaje sobre el paseo en bicicleta da Masa Crítica por el centro de lciudad de este viernes.
—No, eso no —digo, y papá m
mira interrogativamente.Más vale que me apresure a hablar
Si todo discurre aproximadamente com
o hizo la última vez, dispongo de uno
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res minutos más antes de que Brookaparezca. Quiero que papá sea eprimero en saber lo que ha ocurrido
Quiero decírselo mientras aún estamosolos.
Mantengo la voz baja y firme.
—Escúchame, papá. Yo he hecheso. Lo del incendio en Tenderloin. —Vuelvo a hacer un gesto hacia e
elevisor, pero esta vez no me quita loojos de encima. Me mira fijamentependiente de mis palabras—. Ya hemoestado aquí antes, y entonces esa notici
fue distinta. Esos niños no sobrevivieroal incendio. Murieron.
Mi corazón ya latía deprisa, per
ahora que he pronunciado la palabr
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«murieron» pone la quinta velocidadMe flaquean las piernas, así que apoyuna mano sobre la encimera par
mantener el equilibrio. Papá mira aelevisor, después a mí y de nuevo a l
pantalla.
—¿Qué? —exclama. —Esos niños murieron. Pero y
retrocedí y cambié lo ocurrido.
Papá se queda mirándome como si lhubiera contado un chiste al que nacaba de verle la gracia.
Echo una mirada paranoica a l
cocina para cerciorarme de que aúestamos solos antes de soltarlo todo.
—Bajé, como lo he hecho hace die
minutos, y cuando entré en la cocin
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—Sí, estoy bien.Papá le dedica una sonrisita, per
evita mirarme.
Brooke se dirige brincando hacia efrigorífico y abre la puerta. Se quedplantada delante del frío mientras trat
de decidir qué va a comer.Papá se muestra un tanto inestable. —Deberíamos irnos pronto. Yo…
—Se le extingue la voz mientras mira su alrededor—. Iré a ver si vuestrmadre necesita ayuda.
Brooke se sirve un tazón de cereale
se impulsa para sentarse en lencimera de la cocina.
—Muy bien, solo disponemos d
unos minutos. Cuéntamelo todo.
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Exactamente como la última vezhablo en voz baja y se lo explico todacerca de Maggie y el motivo de qu
enga una foto de nosotros tres en el zooa ruptura de Emma y Justin y cómo lo
Greene me dejaron acostarme en su sof
a primera noche. Se toma su cafépendiente de todas mis palabras, después de relatarle punto por punto l
práctica totalidad del viaje bajo lcabeza y digo: —Hay más.Le hablo de dos niños que perdiero
a vida en un incendio en Tenderloin.Y después le cuento cómo n
murieron.
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13
Mi segundo día de escuela empiezde un modo muy distinto. No me quedsentado en el coche, escuchando cómsuena el timbre a lo lejos mientras desepoder cerrar los ojos y abrirlos eWestlake. En lugar de eso, mi coche euno de los primeros en llegar a
aparcamiento de estudiantes, y soy unde las primeras personas en entrar en eedificio.
Voy directamente a mi taquilla
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arrastro el cubo de reciclaje, lo sitúdebajo de la puerta y tiro en él todos lopapeles y envoltorios de granola
Vuelvo a pasar la mano por mi taquilla echo una ojeada dentro. A excepción deadhesivo de VANS que puse en e
nterior de la puerta el primer año, estan vacía como lo estaba mi taquilla e
Westlake.
Cuando suena el primer timbre, yhe recorrido más de la mitad derayecto a través del patio. Abro l
puerta del aula de Civilizaciones de
mundo y descubro que aún está desiertade modo que tomo asiento en la fila mápróxima a la ventana hacia la mitad de
pasillo, lejos de la mesa de McGibney.
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Saco mi libreta y un lápiz de lmochila y, mientras hago garabatos, lprofesora entra por la puerta. Cruza e
aula y deja su maletín junto a su silla. —Puntual —dice McGibney,
evanto los ojos hacia ella.
—¿Cómo dice? —Llega puntual —responde si
rodeos—. ¿Cómo se llama?
—Bennett Cooper.Sostengo la mano en alto y ellasiente con la cabeza.
—Ah —dice, y prácticamente pued
ver los engranajes girando y la ridículhistoria de mi madre encajando dentrde su cabeza con un clic—. Bienvenid
de vuelta, señor Cooper. Teng
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—Hola, Bennett —dice. —Hola —respondo. Me siento bien
Hablador. Lleno de adrenalina, como s
pudiera correr un maratón y aún mquedara energía por quemar—. ¿Cóme ha ido el verano?
—Ha ido bien. Gracias. ¿Y a ti? —Bien —contesto.Megan asiente, como si me incitara
continuar. Y lo haría, pero entoncesuena el timbre y McGibney procedenseguida a detallar el programa decurso.
Repasa las normas de claseponiendo especial énfasis en lmportancia de llegar a la hora y ocupa
os asientos por lo menos un minut
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antes de que suene el timbre. Después dmirar al aula y declarar que todo emundo está presente, señala la pizarr
con un gesto amplio y teatral. —Bien. Vayamos al grano
Hablaremos de civilizaciones antigua
durante las próximas dos semanas.Escribe las palabras «primera
civilizaciones» y traza una línea debajo
Luego empieza a añadir ítems. Macuerdo de esta parte, y empiezo predecir qué escribirá a continuación«Ciudades importantes», adivino co
precisión. Después, «sistemas descritura»… Termina con las palabra«Estados oficiales».
Se vuelve para dirigirse a la clase.
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siguientes «vivo en el presente», comreza la frase de las pegatinas dparachoques. Procuro no pensar en m
pasado con Anna, ni siquiera especulacon qué me aportará la próxima visitque le haga. Voy a la escuela durante e
día, charlo con mis padres por la noch hago todo lo posible por ocupar miempo los fines de semana. Permanezc
nmovilizado en la cronología, evitandconciertos y noticias y suprimiendo todpensamiento que surja acerca drehacimientos.
Trato de vivir como si fuera normaMe obligo a no pensar en Anna cada veque me encuentro con mis amigos par
omar café, patino en el parque que da
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a bahía o paso por una tienda dregalos donde venden recuerdos postales de San Francisco. Por difíci
que resulte, intento no pensar en ehecho de que ella no puede venir aqupara conocer a mi familia y mis amigos
Hago caso omiso de la realidad de qupuedo llevarla a cualquier parte demundo, pero no puedo enseñarle l
ciudad que quiero más que cualquieugar en el que haya estado. Y, por lgeneral, lo consigo. Pero de tarde earde me sorprendo dirigiéndome com
un autómata hacia el garaje, donde metel Jeep entre sus paredes malolientes escucho música durante un rato.
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Septiembre de 1995
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en la salita en busca de algún rastro della, pero no hay nada. Podría estar esu habitación, pero no estoy dispuesto
mirar allí, de modo que me encamindirectamente hacia la mía.
Mis pósters nuevos ocupan un
pared, y la fotografía que hizo Anna dnuestra playa en La Paz está colgadsobre la cama. Dejo mi mochila sobre l
silla contigua a la puerta y me dirijhacia el armario.Mis camisetas nuevas está
dobladas y apiladas sobre un estante y l
camisa que Anna me ayudó a elegicuelga delante. En el fondo del armariestá apretujada toda la ropa de inviern
que compré durante mi primera visit
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aquí. Me cuesta trabajo imaginarme quel próximo mes volveré a necesitaodos esos jerséis de lana y camisetas d
manga larga.Mi mochila está llena de cosas qu
necesito pero no puedo comprar aquí
más dinero en metálico, aun cuando ecompartimento oculto todavía estsuficientemente provisto. El carnet d
conducir falso del estado de Illinois qume hizo un tipo a cambio de dineromitando perfectamente la fotocopia de
de Maggie que le di, pero con mi foto
mi fecha de nacimiento fijada en el 6 dmarzo de 1978 en vez del 6 de marzo d1995. Abro el primer cajón para meterl
odo dentro y encuentro una nota:
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Mira dentro del armario.
Te quiero,
Anna
Me tapo la boca con la manoocultando la sonrisa que se extiende po
mi cara al ver el reproductor de CDportátil. Apoyada contra el asa hay unpostal con una imagen del centro d
Evanston. La cojo y le doy la vuelta:
Bienvenido de vuelta. He
pensado que quizá querrías poner los CD que compraste la
última vez que estuviste aquí.
Tengo que ayudar a Emma a
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proveerse. Te veré en su casa a
las 19.00 h.
El reproductor de CD pesa más do que esperaba. Lo dejo sobre e
escritorio y me siento para pode
examinar los arcaicos botones y mandosprobar la doble platina y el dial de lradio y pulsar el botón marcado con la
palabras «Mega Bass». Cuando aprietuno de los botones superiores, unpuertecita se abre despacio. En enterior encuentro uno de los CD qu
compré la última vez que estuve aquí.Apenas pude contener una carcajad
cuando Justin me puso este CD en la
manos. Yo ya consideraba The Bends u
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* * *
Aún disto seis o siete casas de la dos Atkins cuando oigo la música qu
flota por el vecindario, pero no es hastque me encuentro delante de la casa quempiezo a comprender qué quiso deciAnna cuando describió la fiesta d
cumpleaños de Emma como «lo más do más».
Una larga hilera de globos alterno
de color fucsia y blanco flanquea lentrada, creando un camino lleno dcolorido que va desde la acera hasta eacceso lateral de la enorme mansión d
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adrillo de estilo Tudor. Miro alrededo entiendo que debo entrar por allí.
Al final veo a una mujer de pel
rubio corto que lleva un vestido rosvivo. Está de pie junto a una mesitsituada bajo un arco inflabl
cómicamente grande. —¡Bienvenido! —dice, sonriendo
o sé quién es hasta que pregunta—
¿Puedo ofrecerte algo de beber? —coun acento británico tan fuerte que debde ser la madre de Emma.
Me ofrece un vaso de limonad
rosada, lo cojo y le doy las graciaeducadamente.
—Todos están en el patio de atrás —
anuncia.
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No le digo que no bebo. Lo probuna vez, en una fiesta de mi segundaño, y fue un desastre. Después de do
cervezas, no hice más que pensar en qunecesitaba echar una meada y acabé ecasa dentro de mi cuarto de baño.
Anna me da otro achuchón. —¿Has visto mi regalo?Asiento con la cabeza.
—Gracias. Es perfecto. Justo lo qunecesitaba la habitación. —Retrocedun paso y la miro con más detenimient—. Estás espléndida.
Anna baja la mirada hacia satuendo y sacude la cabeza.
—Es obra de Emma, por supuesto.
La blusa tiene un escote má
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generoso que nada que le haya vistponerse, pero no quiero avergonzarlaasí que no digo nada.
—¿Cómo te ha ido el viaje? —pregunta, levantando las cejas en son dburla.
—Muy corto. —¿No había bolsitas de cacahuete
a bordo?
Le paso el pulgar por la mejilla. —No. Nada de cacahuetes.Finge hacer pucheros. —Qué fastidio. Me gustan lo
cacahuetes. —¿Quieres dejar de hablar u
momento para que pueda besarte?
Empiezo a acercarme a ella pero m
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aparta, mientras mira por encima de mhombro hacia la fiesta, en plenefervescencia detrás de mí, y me coge l
mano. —Aquí no. —Me planta un fuga
beso en la mejilla—. Tengo una idea
Sígueme.Me conduce al otro lado del césped
más allá del DJ y hacia el límite de
ardín. No es precisamente que nohayamos perdido de vista, pero estqueda algo más retirado.
Creo que por fin voy a besarla, per
entonces agacha la cabeza y me estira ravés de un bosquecillo de árbole
frutales. Apartamos las ramas y la
hojas que nos salen al paso y, cuand
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podemos volver a enderezarnosestamos al pie de una colina. Una altverja de hierro forjado franquea l
adera, y Anna busca a tientas labertura en la oscuridad. Encuentra epestillo y la puerta gira hacia nosotros
chirriando.Aquí está oscuro, pero el camin
está iluminado por una hilera de luce
ocultas en los helechos y las hierbas quo bordean. Las piedrecitas crujen bajnuestros pies mientras seguimos ecamino hacia un puente de madera, y un
vez que lo cruzamos veo un banco dcemento junto a una gigantesca estatude Buda. Todavía oigo la música, per
suena amortiguada.
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Anna se detiene frente al banco, sme acerca y me pone las manos en lcintura.
—Bueno… estabas hablando dcacahuetes —dice, sonriendo.
—No, decía algo acerca de besarte.
Y antes de que pueda decir nada, lplanto las manos en la parte inferior da espalda y cierro la distancia qu
queda entre los dos. Noto sus manos emi nuca, sus dedos deslizándose entrmi pelo mientras me atrae hacia sí y mbesa.
Cuando paramos, ella no abre loojos ni se aparta. Puedo sentir su alientcuando habla.
—Te he echado de menos. —M
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pasa el pulgar por la mandíbula y se macelera el pulso—. Háblame de laúltimas semanas. Quiero saberlo todo.
Todo. Respiro hondo, preparándompara soltarlo. He estado esperando tresemanas para contárselo todo a Anna
¿Cuántas veces he mirado mi móvideseando poder llamarla y hablarle dencendio, y de dos niños que ahora está
vivos pero no deberían estarlo, y lexpresión en la cara de mi padre cuande dije lo que había hecho? Por fin est
aquí, observándome con esa mirad
dulce y expectante en los ojos, y tengo lmente completamente en blanco.
Aún no estoy listo para llegar a eso
así que decido prepararme con alguno
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principios. Me siento a horcajadas sobrel banco, y Anna hace lo propio delantde mí. Cuando hablo, se inclina má
cerca, como si mi horario de clasefuera de lo más interesante, y cuando lhablo de mis amigos y de lo extraño qu
resulta haber vuelto con todos ellos, smueve hacia delante y me coge la manoTraza con delicadeza las líneas de m
palma con la punta de un dedo mientraescucha.Cuando he terminado, le pregunt
por la vida en Westlake. Me habla de l
clase de Argotta y de que tiene unnueva pareja de conversación, y de qucada vez que se vuelve a mirar m
antiguo escritorio, la hace feliz pensa
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que antes me senté en él, pero también lentristece que ya no lo haga. El pasadfin de semana registró el mejor tiemp
en su carrera de cross.Ambos permanecemos callados uno
momentos y veo mi oportunidad
Respiro hondo, disponiéndome contarle lo del incendio, pero antes dque pueda hacerlo, ella me aprieta l
mano y anuncia: —Tengo algo que decirte.Le sonrío. —Yo también tengo algo que decirte
—Tú primero —concede. —¿Sí? ¿Seguro? —pregunto, per
me alegro en secreto de no tener qu
esperar más tiempo.
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Al principio estaba nervioso, perahora que hemos entrado en calor mmuero de ganas de ver la expresión e
su cara cuando le cuente lo que hice.Anna asiente.Muevo la cabeza, buscando la
palabras justas para empezar mi extrañhistoria. Todavía cuesta de creer, y ndigamos referirla en voz alta.
—Hice una verdadera locura. O unestupidez. O algo alucinante… No lo séCuesta trabajo calificarlo.
Me mira interrogativamente.
—Una mañana, mi padre y yestábamos viendo las noticias y dieroun reportaje sobre dos niños qu
murieron en el incendio de s
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apartamento. Durante los siguientes díaso…, yo… —Empiezo a balbucear y m
meso los cabellos mientras busco la
palabras apropiadas—. No podíquitarme de la cabeza aquella imagen.
Llevo cuidado con lo que digo
continuación, omitiendntencionadamente las especificidade
del futuro de las que no puedo hablarle
como el artículo on-line y Google Maps —Empezó como simple curiosidadMe senté a hacer ecuaciones conversiones de tiempo en mi libreta
ratando de averiguar si sería posiblepero antes de que me diera cuenta yestaba peinando la casa en busca de u
extintor y un detector de humo.
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—No me digas… —Se le enciendeos ojos y una sonrisa se extiende por s
rostro—. ¿Lo detuviste?
Niego con la cabeza. —No lo detuve. Solo… reajust
algunas cosas.
—¿Que tú… reajustaste algunacosas?
Le explico cómo me colé en e
apartamento a oscuras. Describo lpared con fotos escolares y detallcómo actué con celeridad para colocael detector de humo sin despertar a lo
niños. —Retrocedí y repetí casi tres días
Hasta lo de Emma, nunca habí
retrocedido más de cinco o die
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minutos, ¿sabes? Ni siquiera sabía qufuera posible. Pero funcionó. Cuandentré en la cocina aquella mañana, l
noticia que dieron por televisión iba dun incendio que obligó a evacuar ubloque de apartamentos, no un incendi
que mató a dos niños. Y cuando le dije mi padre lo que había hecho…
Dejo mis palabras suspendidas en e
aire. Bajo la mirada hacia un macizo dplantas, y Anna apoya sus manos en micaderas.
—Tú lo cambiaste.
Asiento despacio. Y entonces npuedo evitarlo. Sonrío de oreja a oreja.
—No sé si fue correcto o no. Ahor
no importa, fue cosa de una sola vez. O
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supongo que, contando a Emma, cosa ddos veces. Solo quería comprobar spodía volver a hacerlo.
—Y lo hiciste. —Sí.Anna me pone las manos en la cara
me besa. Se aparta y se quedmirándome durante lo que parece largrato, y entiendo que está pensando e
algo que decir. Finalmente recuerdo quella también tenía algo que decirme. —Oye, ¿has dicho que tambié
enías noticias? ¿Qué querías contarme?
Consulta su reloj. —Nada. Puede esperar. —S
evanta y me tiende la mano—. No
hemos ausentado mucho rato
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Seguramente Emma habrá empezado buscarme.
Me percato de que esta noch
debería centrarse en Emma, pero aún nestoy dispuesto a volver allí y compartia Anna con el resto de sus amigos. Ojal
supiera cuándo estaremos solos dnuevo.
Antes de que pueda decir nada, ell
se encoge de hombros y dice: —De veras. No es importante. Ya to contaré luego.
Deshacemos el camino y volvemos
salir de entre los árboles. Distingo Emma enseguida, pero eso no es decimucho. No pasa precisament
desapercibida mientras baila con u
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numeroso grupo de chicas con su faldcorta, media camiseta ceñida y uenorme sombrero de tela con forma d
arta de cumpleaños.Cuando Emma nos ve, se acerc
brincando y me da un gran abrazo. L
deseo un feliz cumpleaños, nos coge ambos por el brazo y nos lleva a lextensión de hierba, que se h
convertido en una pista de baileProcuro no pensar que soy el únicchico que está allí.
Llevamos bailando unos cinc
minutos y creo que es más qusuficiente. Me dispongo a marcharmcuando Emma me echa un brazo a
hombro y me atrae hacia sí.
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—Te he echado de menos, greñudo.Me despeina y no puedo evita
sonreír. Nadie me ha llamado así e
muchos meses. —Yo también te he echado d
menos, Em.
Entonces se pone de puntillas y splanta justo delante de mi cara.
—Tengo entendido que ha
convertido a mi dulce Anna en una graembustera —dice, sacudiendo la cabezaEso es lo último que querría hacer
La miro, verdaderamente confundido.
—¿Por qué?Se queda mirándome como s
debiera saber a qué se refiere.
—¿Esta noche? —dice con las ceja
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evantadas, esperando que lo asimile.Empiezo a sentirme algo espeso
porque sigo sin saber adónde quier
legar con esas palabras. —No tengo ni idea de qué está
hablando.
Se aparta y examina mi expresión, supongo que llega a la conclusión de qudigo la verdad.
—¿No te lo ha contado? —pregunta niego con la cabeza. Me apoya unmano sobre el hombro y me susurra aoído—: Sus padres no saben que está
en la ciudad.Cuando se retira, me qued
mirándola. Sigo sin entenderlo.
—Les ha dicho que pasará la noch
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aquí, en mi casa. Se ha traído una bols todo.
Me guiña el ojo.
Me vuelvo a mirar a Anna poencima del hombro. Está bailando coun grupo numeroso, pero no deja d
mirarnos a Emma y a mí. —¿De veras? —digo sin apartar lo
ojos de Anna.
—Sí, de veras. —Emma vuelve despeinarme—. Creo que alguien mdebe una —añade en sonsonete.
Disponemos de una noche enter
untos. Nunca hemos planeado una nochentera juntos, y sé exactamente qué voy hacer con ella. Pero, ahora mismo, teng
que abandonar esta pista de baile. Veo
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Justin junto al árbol, hablando con upar de chicos a los que no conozco.
—¿Y si voy a charlar con tu ex y ve
qué puedo hacer para juntaros de nuevoEmma suelta un bufido. —¿Qué te hace pensar que quier
volver con él? —El modo en que miras hacia all
odo el tiempo que llevo habland
contigo.Las comisuras de su boca scontraen, como si tratara de reprimir unsonrisa.
Me clava un dedo en el pecho treveces mientras escupe cada palabra:
—Solo… somos… amigos.
«Pero no deberíais serlo —quier
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decir—. Deberíais estar juntos. Aún lestaríais si yo no hubiera borrado laprimeras cuatro horas de vuestr
primera cita». Me remonto al sábado aque Anna y yo retrocedimos y qucambiamos. Cómo creamos básicament
dos versiones del mismo día, una querminó con un horrible accidente qu
dejó a Emma en la UCI y otra qu
concluyó con Anna, Emma, Justin y yuntos en el cine. La primera acabó coJustin contándole a Anna cómo él Emma pasaron una mañana increíbl
matando el rato en casa de ellamanteniendo una conversación que ldejó sorprendido e indiscutiblement
nteresado en ella. La segund
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desembocó en su ruptura unos mesedespués.
Estaría bien no sentirse ta
responsable de la segunda versión, pero soy.
—¿Así que no quieres que hable co
él? —pregunto.Emma mira a Justin y después a m
Aguardo su respuesta.
—Está bien —dice por fin con uprofundo suspiro—. Si quieres.Saludo a Anna con un leve ademán
encantado de poder abandona
dignamente la pista de baile, y me abrpaso entre la multitud hacia Justin. Poel camino, cojo una Coca-Cola de un
cubitera y la destapo.
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Me presenta a sus amigos, dochicos con los que trabaja en la emisorde radio, y pasamos los diez minuto
siguientes hablando de músicaFinalmente se marchan en busca de lcerveza escondida y me quedo a sola
con Justin. —Bueno —digo. Tomo un sorbo d
mi refresco—. ¿Puedo hacerte un
pregunta?Justin asiente. —¿Qué ha ocurrido contigo y co
Emma durante el verano?
Mira hacia ella. Emma y Anna estámezcladas en el barullo de gente qusalta de un lado a otro porque la canció
es dice que lo hagan.
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—No lo sé —contesta sin apartar lvista de la pista de baile. Se quedmirando su vaso de plástico rojo, com
si pudiera encontrar la respuesta quanda buscando en el fondo—. Aprincipio creí que hacíamos buen
pareja, ¿sabes? Pero al cabo de uiempo parecía que los dos no
esforzábamos demasiado o algo as
O… quizá lo hacía yo.Ambos volvemos a mirar hacia lpista de baile. La canción termina vemos salir a Emma, rodeando
Danielle con un brazo y con el otrsobre los hombros de Anna. Se las llevde la pista de baile hacia el gran cub
de bebidas que hay en un rincón. Cog
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res refrescos, los reparte y destapa esuyo.
—No me interpretes mal —adviert
Justin—. Es divertida y guapísima, y sque todo el mundo me toma por loco pohaber roto con ella. Pero, sinceramente
no creo que me haya acostumbradnunca a la idea de estar los dos juntos.
—Tal vez no le diste la oportunidad
Se echa a reír. —Ahora te pareces a Anna.Aparta los ojos cuando pronuncia s
nombre, y hay algo en su expresión qu
no acierto a identificar.Pienso en las muchas veces que h
estado en San Francisco recordando lo
meses que pasé en esta ciudad,
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echando de menos no solo a Anna, sinambién a Justin y a Emma.
—Ya sé que habéis roto, pero ¿serí
pedir demasiado que saliéramos locuatro este fin de semana durante mestancia aquí?
—Claro. Todavía nos vemos. Somobuenos amigos.
—¿Y nada más? —pregunto.
Cuando miro a Anna, veo que lares se dirigen hacia nosotros.Justin también las ve, y cuando l
hace, baja la vista hacia la hierba
repentinamente vergonzoso. —Sí, nada más. Pero me cae bien
Muy bien —precisa—. Siempre me h
gustado.
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al banco de cemento situado al pie y mdirijo hacia el pequeño cobertizo que hvisto antes. Está orientado hacia e
rincón y, si bien es más estrecho de lque esperaba, me sirve de sobra. Cierros ojos. Cuando los abro, estoy d
vuelta en mi habitación en casa dMaggie.
Actúo con rapidez. Mi mochila roj
está apoyada contra el escritorio, y lleno con un par de camisetas, un jerse un grueso fajo de billetes que h
sacado del armario. Me cercioro de qu
mi carnet de identidad de Illinois estdentro de mi cartera, y le añado algunobilletes más por si acaso. Encuentro l
caja de cartón que metí en el fondo de
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armario y saco las demás cosas quAnna y yo necesitamos: cuatro botellade agua de plástico, dos botellines d
Starbucks Frappuccino y un paquete dgalletas saladas sin abrir.
En el cuarto de baño, comprueb
que Maggie ha llenado los cajonepensando en mí. Hay un tubo ddentífrico nuevo, aún dentro de su caja
Tres cepillos de dientes en bolsas dplástico cerradas. Un paquete de seimaquinillas de afeitar desechables.
Bajo y llamo a Maggie varias veces
pero no hay respuesta, así que me dirijhacia el escritorio, garabaterápidamente notas nuevas y sustituyo la
que he dejado anteriormente. M
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encuentro en el recibidor, a punto dregresar a la fiesta, cuando se me ocurruna idea. Es muy arriesgada, per
supongo que a estas horas todo el mundestará ocupado cantando Cumpleaño
eliz , de modo que cierro los ojos y lo
abro en un rincón tranquilo dedormitorio de Emma. Enseguida veo lbolsa de Anna en el suelo junto a l
cama. Queda mucho espacio en mmochila, así que introduzco en ella lbolsa.
Cierro los ojos de nuevo y m
magino el rinconcito situado detrás decobertizo del jardín de atrás de EmmaCuando los abro, estoy allí. Dejo caer l
mochila, me asomo por detrás de l
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esquina y vuelvo a colarme en la fiesta. —¿Tarta? —pregunta Anna cuand
regreso a su lado.
Todavía me noto la cara encendida as manos me tiemblan con nervios
energía cuando cojo el plato que m
ofrece, pero ella no parece darse cuentaVe un grupo de sus amigas de cross y mleva hacia ellas, diciendo que quier
que las conozca mejor.Cuando comienza a bajar lemperatura y el arco hinchable h
empezado a combarse, el DJ anuncia s
última canción. Veo a Emma abandonael césped, localizo a Justin y le arrastra la improvisada pista de baile con ella
Él dice algo y ella echa la cabeza haci
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atrás para reírse. Se yergue de puntillase besa en la mejilla y le pone s
sombrero de tarta de cumpleaños en l
cabeza. Justin trata de devolvérselopero Emma sigue calándoselo sobre loojos.
Doy un codazo a Anna y señaldiscretamente a los dos.
—Eso es interesante.
Anna sigue la dirección de mis ojo luego me mira con una amplia sonrisa —Sí que lo es.Ahora Justin baila. Pero baila d
verdad. Salta de un lado a otragarrando a Emma por la cintura, y ellsonríe como si este fuera el mejo
cumpleaños que ha tenido nunca.
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Cuando miro a Anna, todavía estobservando a sus dos mejores amigos, me pregunto si estará pensando en lo qu
hicimos aquel día. Me pregunto si lomira igual que yo, sabiendo qudeberían estar juntos y sintiéndos
responsable del hecho de que no lestén. Pero, de repente, Emma y Justidesaparecen de mis pensamientos,
ahora la miro a ella y lo único en lo qupuedo pensar es en la mochila escondiddetrás del cobertizo al pie de la colinaSin querer, dejo escapar una carcajad
entre dientes.Eso le llama la atención. —¿Qué pasa? —pregunta.
Hay un tono cantarín en su voz, com
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si quisiera saberlo pero al mismiempo le diera cierto miedo.
—Tenías que decirme algo —l
recuerdo, reprimiendo una sonrisa.Anna frunce los labios e inhal
bruscamente.
—Sí, es cierto. Yo…Se dispone a concluir su frase, per
a interrumpo.
Le aparto el pelo de la cara y lplanto un beso en la frente. —Ve a despedirte de Emma
reúnete conmigo en el jardín dentro d
diez minutos… donde hemos estadantes. Procura que no te vea nadie.
Anna parece desconcertada a
principio, pero mientras me observa, s
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—¿Por qué estamos aquí? —pregunta.
Y, sin mediar palabra, doy un pas
adelante, enrosco los dedos alrededode su nuca y la beso. Puedo sentirlsonreír mientras se desprende de toda
sus preguntas, separa los labios y mdevuelve el beso. Sabe a tarta.
Sus manos se posan sobre mi
caderas y, mientras me besa con mántensidad, sus dedos se cuelan podebajo de mi camiseta y me trepan poa espalda. Empiezo a preguntarme s
ograremos salir de aquí cuando ellsusurra:
—¿Por qué llevas tu mochila?
La beso otra vez.
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—Dame tus manos.Respira entrecortadamente. —¿Por qué? —pregunta.
Pero no vacila ni un segundo. Ypuedo notar sus dedos bajando hacia mcintura, buscando mis brazos, siguiend
a curva del codo hasta que encuentrasu destino en mis manos.
Las suyas tiemblan de impaciencia
de nerviosismo o una combinación dambas cosas, y se las tomo, sin dejaque nuestros labios se separen en ningúmomento. Lo único en lo que pued
pensar ahora es que estoy muagradecido a ese disparatado don quposeo; que puedo llevármela conmigo
solo un ratito, desapareciendo del tod
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en un lugar lejano en el que no haygente ni voces de fondo y nadie noresulte ni remotamente familiar
ninguno de los dos.Sus ojos ya están cerrados. Le pong
as manos detrás de mi espalda, co
nuestros dedos aún entrelazados, aúconectándonos, y mantengo su cuerppegado al mío mientras imagino nuestr
destino.Cierro los ojos.Y desaparecemos.
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A bro los ojos en una zona apartadque descubrí hace unos años cuandBrooke y yo vinimos aquí para asistir un concierto de U2 en el 97. Annodavía tiene las manos entrelazada
detrás de mi espalda y sonríe, con lopárpados bien cerrados, esperando
que hable. —Ya estamos —digo—. Abre lo
ojos.
Tan pronto como pronuncio esta
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palabras, mi corazón empieza a latir cofuerza.
Echo una mirada alrededor, per
odavía no hay mucho que ver. Hasta qusalgamos de detrás de este matorrapodríamos estar en cualquier sitio. Sig
a dirección de los ojos de Annmientras se fija en las vallas de telmetálica y las ventanas traseras de un
hilera de casas parecidas. Pasa la puntde su zapato por la grava bajo nuestropies, como si tratara de atar todos locabos. Apenas hay luz, pero pued
distinguir la expresión desconcertada esu rostro mientras se vuelve despacio. Yentonces levanta la vista, más allá de lo
matorrales, y ve la torre, con sus viga
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de hierro iluminadas por tantas luceque parece hecha de oro. Se tapa la boccon la mano y se ríe.
—No es posible… —Ya te lo dije. Ahora tenías que ve
París.
Retrocede unos pasos, se detiene achocar contra mi pecho y, sin volversebusca mis manos a tientas y las pon
alrededor de su cintura. Tuerce el cuellpara poder verme y, aunque ya nestamos en el jardín de Emmareanudamos lo que estábamos haciend
dos minutos antes.
Saltamos la cerca baja que conduc
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que conduce debajo de la estructura, es allí donde encontramos a todo emundo. Hay mucha gente y las colas so
argas. —Vamos —digo mientras m
encamino hacia el final de la cola má
corta.Pero Anna me sujeta por el brazo
Echa la cabeza hacia atrás y mira haci
arriba. Luego me mira a mí. —¿Hacemos cola? —Sí. —Ah. —Vuelve a mirar la cima d
a torre y a mí—. ¿Por qué?Le pongo las manos sobre lo
hombros y le doy un fugaz beso.
—Sin trampas.
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En el espacio de tiempo que hdurado esta discusión, por lo menos diepersonas se han puesto en la cola. M
sitúo al final. —¿Por qué es… ya sabes, eso —
hace un gesto extraño con la mano—
hacer trampa? —Porque lo es. Es como escala
rocas. No puedes encontrarte por arte d
magia en la cima de una montañacontemplando una vista alucinanteTienes que ganártelo. Sin trampas. —Anna frunce los labios, como si s
esforzara por no sonreír—. Además, aharriba no hay muchos sitios discretos. —Me lanza una mirada confusa y me l
acerco más para que no me oigan—. N
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hay ningún sitio al que llegar sin sevisto por un grupo de gente.
—Ah.
—Cosa que algunos podríaconsiderar espeluznante, ¿sabes?
—Sí, supongo que sí. —Asiente
rata de poner una expresión seria, perpuedo ver esa sonrisa tratando dasomarse—. ¿Así que cogeremos e
ascensor?Es una pregunta, pero parece mábien una aseveración.
—No. Eso también es hacer trampa
—Empieza a decir algo, pero levanto udedo y añado—: Espera un segundo.
Todavía no he cambiado mis dólare
americanos por francos franceses, as
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que he estado observando discretamenta la gente que hace cola en busca deblanco perfecto y acabo de dar con él
un tipo mayor, con vaqueros y zapatillade tenis, riñonera y una banderamericana prendida con un alfiler a
cinturón.Cuando la cola serpentea, le muestr
res billetes de veinte dólares y l
pregunto si puede comprarnos doickets para el segundo piso por laescaleras a cambio de ellos. El hombrconsulta los precios en el cartel, calcul
el beneficio y me coge el dineralegremente.
—¿Por las escaleras? —pregunt
Anna.
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Me limito a sonreír. —¿Cuántas hay? —No lo sé. Muchas. Podemo
contarlas si quieres. —Me abofetea coel dorso de la mano—. Confía en mí, tgustará. Podemos parar y contemplar l
vista mientras subimos.El tipo de la riñonera me da los do
ickets y nos dirigimos hacia la entrada.
Resulta que hay seiscientos setentescalones, y ni siquiera tenemos qucontarlos porque cada décimo estoportunamente pintado con un número
Cuanto más subimos, más a menudo sdetiene Anna, diciendo que debe tomaaire. Pero me fijo en que se niega
mirar alrededor, y cada vez que señal
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os monumentos, se limita a asentir sigue subiendo. Parece aliviada cuandlegamos por fin a la segund
plataforma.Abajo, en el suelo, ya hacía much
más frío aquí en París que en Evanston
pero en lo alto de la torre parece qusea pleno invierno. Anna trata daparentar que no tiene frío, pero la ve
iritar mientras estamos aquí de pieapoyados sobre la barandillcontemplando la ciudad. Me acuerdo dpronto de que he traído mi jersey, as
que lo saco de la mochila y se lo pasoSe lo pone por la cabeza. Le llega cashasta el borde de la falda, las mangas l
cubren los dedos y está absolutament
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adorable.Alguien me toca en el hombro y, a
volverme, me encuentro con una muje
que sonríe de oreja a oreja y tiende uncámara en mi dirección. Dice algo en udioma que no es inglés ni francé
mientras se señala a sí misma y ahombre de pie a su derecha. Le cojo lcámara y se la paso a Anna.
—Tú eres la fotógrafa —digo.Anna parece agradecida mientras scoloca la cámara delante del rostroToma varias fotos antes de devolvérsela
—Espero que salga alguna de esafotos —dice Anna cuando ya no puedeoírnos—. Seguramente no volverán
pasar otra noche en la Torre Eiffel.
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Estoy a punto de decirle quseguramente mirarán las fotos ahormismo cuando recuerdo que las cámara
odavía no funcionan así. Entonces mdoy cuenta de que Anna está observanda vista sin hablar. Ojalá se me hubier
ocurrido pasar por su casa a recogerla cámara.
—Quédate aquí —digo.
Y sin darle tiempo a responder, mencamino hacia el ascensor, paso junto a gente que hace cola y entro en l
atestada tienda de regalos. Encuentro l
que busco justo detrás del mostradorConvenzo a la cajera de que acepte ubillete de veinte dólares a cambio de u
artículo de diez francos, y en menos d
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diez minutos regreso con Anna con unbolsa de plástico oscilando a mi lado.
Pero cuando llego al sitio donde l
he dejado, ha desaparecido. Recorrodo el perímetro, pero no la encuentr
en ninguna parte. Me dirijo hacia e
centro de la plataforma y la veo allpaseándose de un lado a otro delante dos ascensores.
—Eh. —Me acerco a ella por detrá la cojo por la cintura. Pega un brinc—. ¿Estás bien?
Ella se vuelve, con los brazo
cruzados y los ojos entrecerrados. —¿Me has dejado en la Torr
Eiffel?
—Solo un momento —respondo.
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Abre los ojos como platos. Eevidente que no debería parecermdivertido, pero no puedo evitarlo. Ah
está, menuda, cabreada y adorable comi jersey puesto.
—¿Te ríes de mí? —Abre todaví
más los ojos y pienso que va a empezaa gritarme o algo así, pero en lugar deso da un paso adelante y me toma l
cara entre sus manos—. ¿Y si te hubierocurrido algo? ¿Y si hubieras salidrebotado? —Sacude la cabeza—. Nsiquiera sabes en qué fecha estamos —
prácticamente susurra.Sigue pareciéndome divertido
aunque está claro que no debería ser así
—Lo siento. No pretendía asustarte
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hablabas de la foto de esa pareja. —Lconduzco hacia la barandilla—. Sonrí—digo, sujetando la cámara delante d
os dos.Aprieto el botón y el obturado
emite un chasquido, pero cuando vuelv
a pulsar no ocurre nada. La giro en mimanos, examinándola desde todos loángulos y tratando de averiguar qu
debo hacer a continuación, cuando Annme la coge y suelta una risita mientrapasa el pulgar por una ruedecita qudebe de arrastrar la película. Extiende e
brazo y aprieta el botón.Después de tomar cuatro o cinc
nstantáneas, se detiene a mirar l
cámara. Sé por el modo en que l
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observa, pasando un dedo por subordes, que esta cajita de cartócontiene mucho más que unas cuanta
mágenes de nosotros dos en unpelícula sin revelar. No es un recuerdni una postal, es más de lo que ha tenid
nunca: una prueba tangible de quexistimos juntos, fuera tanto de su mundcomo del mío.
—¿Bennett? —dice, sin apartar loojos de la cámara. —¿Sí? —¿Volveremos a casa esta noche?
Cuando sus ojos encuentran lomíos, niego con la cabeza.
Levanta la mirada hacia las vigas d
hierro intensamente iluminadas sobr
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nosotros y una sonrisa se extiende por scara.
—Nunca creí que estaría en la Torr
Eiffel y diría esto, pero… ¿podemosalir de aquí?
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Las nubes filtran el sol de la mañanapero aún es lo bastante intenso pardespertarme. Me froto los ojos observo la desconocida habitaciónrecordando poco a poco dónde mencuentro en este momento. En ParísCon Anna.
Está sentada en el alféizar, con lapiernas desnudas dobladas y visiblebajo el dobladillo de una de mi
camisetas. Tiene la barbilla apoyad
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sobre las rodillas y está contemplanda ciudad que se extiende debajo de l
ventana.
Retiro las sábanas con los pies cruzo la estancia.
—¿Qué haces aquí?
Le aparto el pelo hacia un lado y lbeso en la nuca.
—No podía dormir. —Guard
silencio unos segundos y luego añade—Tengo que recordarme a mí misma questá ocurriendo todo esto. Que estoaquí de verdad.
—Entonces deberíamos irnosDisponemos de un día entero en París aun así no podremos verlo todo.
Anna gira la cabeza y me dedica s
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sonrisa más radiante. Luego se enderez se vuelve, me rodea la cintura con su
piernas y el cuello con sus brazos.
—No me refería a París. Me refería aquí, contigo.
Nos servimos sendos cafés en e
comedor de abajo y concebimos unestrategia. Decidimos saltarnos lougares obvios, los museos, catedrales
monumentos, pero estamos de acuerden que no podemos perdernos el Senaasí que pedimos pain au chocolat parlevar y nos dirigimos hacia el río
Encontramos un sitio en la orilla dondsentarnos y Anna se mete un trozo de paen la boca. Cierra los ojos y deja que l
masa y el chocolate se fundan sobre s
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engua. —Dios, esto es increíble. ¿Por qu
no podemos hacer un pan que sepa así?
—¿Tú y yo? —bromeo, y se mqueda mirando.
—Los americanos.
—Ah. Porque no somos franceses —digo, pragmático.
Arranca otro pedazo de pan y me l
ntroduce en la boca, presumiblementpara hacerme callar.Pasamos el resto de la mañan
deambulando sin rumbo, paseando po
os callejones más pequeños qupodemos encontrar, entrando epanaderías que huelen demasiado bie
para limitarse a pasar de largo. Anna s
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detiene en la tienda de una esquina en lque parecen vender de todo, desdbebidas hasta chucherías parisinas si
ningún valor, y se acerca a la neveraCoge dos botellas de agua y me lanzuna.
La cajera nos está cobrando cuandAnna ve un expositor en el rincón.
—Ah, toma. —Me entrega un plan
plastificado—. Esto es lo que nos hacfalta —dice, golpeando la superficie coel dedo.
Se lo quito de la mano y lo devuelv
al estante que ocupaba. —No necesitamos ningún plano. —¿Por qué no? —Al principi
parece confundida, pero luego pone car
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arga—. ¿Cuántas veces has estado eParís?
—Dos. Ambas para conciertos,
apenas paseé por la ciudad. —Annaguarda pacientemente una explicaciómejor—. Prefiero perderme.
Levanta las cejas y me mira. —¿Quieres perderte? ¿En París? —Será divertido.
No parece convencida. Puede quparezca incluso algo aterrorizada. Dmodo que cojo el plano del estante y ldejo sobre el mostrador.
—Está bien. Tendremos un planoPero solo por si acaso.
La cajera nos dice el total, per
evanto la mano en el aire y le pido qu
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espere. —Quédate aquí. Vuelvo enseguida.Anna ladea la cabeza y adopta un
expresión como diciendo «¿No lo hemodiscutido ya?», pero me río entre diente me alejo de todos modos.
Tengo que serpentear por variopasillos, pero finalmente doy con unpequeña sección de accesorios d
bicicleta y es allí donde encuentro locandados. Vuelvo al mostradorrecurriendo a un ligero juego de manopara esconderle el candado que h
cogido. —Toma —digo mientras me quito l
mochila y se la paso a Anna junto con e
plano—. Busca un bolsillo muy poc
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práctico para meter esto, ¿quieres?Mientras está ocupada con l
cremallera, saco el candado y su llav
del envoltorio y me los guardo en ebolsillo delantero de los vaqueros.
La miro y digo:
—Ahora tenemos un destino. —Ah, ¿sí? —Sí. Quiero enseñarte algo.
—¿Necesitas el plano?Sonríe.La miro y niego con la cabeza. —No, no necesito el plano.
Tal vez sí necesite el plano
Llevamos andando por las orillas del rí
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más de cuarenta minutos y seguimopasando puentes, pero aún no hencontrado el cartel que señala el qu
ando buscando. Me concedo un puentmás antes de rendirme. Entonces lo veoun rótulo de color verde oscuro co
etras blancas que reza: «Pont des Arts»La pasarela de peatones está má
abarrotada de lo que esperaba. Ha
parejas sentadas en los bancos decentro y gente agrupada a lo largo de labarandas. Todo el mundo parece hablafrancés.
Encuentro un sitio junto a la barand me siento. Me reclino contra un post Anna se instala entre mis piernas
Justo cuando se recuesta contra m
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pecho, pasa una sirena de policíatronando hasta que se pierde a lo lejos
—Me encanta cómo hasta lo
sonidos más corrientes te recuerdan questás en otro lugar —comenta.
Permanecemos en silencio un bue
rato, contemplando el agua, hasta quAnna tuerce el cuello y levanta lmirada hacia mí.
—He estado muriéndome de ganade preguntarte algo —dice. Debo dponer una expresión afirmativa, porqude repente se vuelve de cara a mí y m
mira fijamente—. Cuando paraste encendio, ¿sentiste lo mismo qu
después de que cambiamos la situació
de Emma?
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Su pregunta me pilla desprevenido reacciono eludiéndola.
—Yo no paré el incendio. Alter
varias cosas que conducían al incendioEs muy distinto.
Pero Anna sigue observándome, si
dejarme escapar.Le devuelvo la mirada mientra
recuerdo cómo permanecí en m
habitación aquella noche imaginándoma expresión en la cara de Anna cuandvio por primera vez a Emma, ilesa.
—¿Antes, durante o después? —
pregunto. —Todo eso.Coge el dobladillo de mi camiseta
uguetea con él, pasando un dedo po
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odo el borde.Empiezo a recurrir a las cosas qu
digo cuando no quiero dejar entrar a l
gente: palabras sencillas como «bien» «bueno» que con tanta facilidad sescapan de mi lengua. Pero, en lugar d
eso, siento que me inclino algo mácerca, como si estuviera dispuesto contárselo todo.
—¿Antes? Asustado —digo con voapagada—. Cuando me pediste quretrocediera y ayudara a Emmasinceramente no creí que pudiera repeti
antos días, y aunque pudiera, no tenídea de si daría resultado. Habrí
podido ocurrir cualquier cosa
Habríamos podido salir rebotados en e
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acto. O habríamos podido cambiar lserie de acontecimientos, pero eaccidente de tráfico habría podid
suceder horas después. El número dcosas que habrían podido salir maera…
Dejo la frase en puntos suspensivosmoviendo la cabeza.
—Creía que con Emma sería l
primera y última vez que haría algo asíPero cuando oí lo que les ocurrió a esoniños, supongo que quise volver probarlo. Quiero decir, si pud
retroceder dos días, ¿por qué no tres? Ysi aquello funcionó, si consegucambiarlo… Aun así, mentiría si dijer
que no estuve aterrorizado todo e
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iempo.Anna no dice nada; se limita a traza
círculos diminutos en mis palmas otr
vez, como hizo en el jardín de atrás dEmma ayer por la noche. Creo que essignifica que debo seguir hablando.
—Durante, no pensé en nada másSolo esperé que diera resultado.
Me viene a la cabeza una imagen d
as fotos escolares que flanqueaban epasillo del apartamento 3.º C. —Y después…Me interrumpo. No sé qué deci
sobre el después. Después de instalar edetector de humo y volver a casa, espera ver las noticias y averigüé que e
rehacimiento había funcionado. M
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padre parecía orgulloso y estupefacto amismo tiempo, como si yo hubierprotagonizado un jonrón inexplicable a
final de un partido de béisbol igualado. —Después —repito—. Fue com
estar dentro de uno de esos libros d
«elige tu propia aventura» y escogierun final distinto. Aquellos dos niñoestaban sanos y salvos, y sabía que n
deberían haberlo estado. Y eso era…extraño…, saber que murieron.Anna se lleva mi mano a los labios
a besa.
—¿Y qué me dices de los efectosecundarios?
—Nada —susurro—. Ni jaqueca, n
deshidratación. Ningún efect
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secundario. Me sentí como si hubierdado la vuelta a la manzana corriendo.
Pasa otro barco turístico y no
paramos a escuchar cómo el guía recitas peculiaridades de este puente, que y
hemos oído dos veces.
—¿Crees que…? —Empieza a deciAnna. Se detiene y espera a que ugrupo de niños con uniformes de fútbo
guales pase de largo—. ¿Crees que eposible que los rehacimientos no estéan mal?
Sacudo la cabeza.
—¿Qué quieres decir? ¿Que deberícambiar las cosas? Ni hablar. Lo hicuna vez por ti. Supongo que lo hice es
segunda vez por mi padre. Pero fuero
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ncidentes aislados que opté por hacero es que tenga la misión de impedir la
ragedias del mundo. Además, todaví
no sé si hay consecuencias o no. Ni siquiera sé expresarlo en vo
alta, pero una parte de mí aún s
pregunta si las personas cuya vida halterado están acusando su pasadransformado. ¿Sabe Emma de un mod
nconsciente que sufrió un gravaccidente de tráfico? ¿Y aquellos doniños…? No puedo pensar en ello.
—Mira, nada ha cambiado. Solo so
un observador. No debo alterar el futuro —Yo no digo que debas hacerlo
sino que te has sentido bien cuando l
has hecho. Quiero decir, Emma y Justi
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están bien, ¿no? No les ha ocurrido nadhorrible, solo… han tenido una segundoportunidad. Y gracias a ti, com
aquellos niños.Miro detrás de ella, con los ojo
fijos en el agua. Una segund
oportunidad. Me agrada la idea. No eque importe mucho, puesto que ya nvolveré a hacerlo.
—Eh —digo, reclinándome rebuscando en el bolsillo delantero—Casi me olvidaba de por qué te he traídaquí.
Me mira con una sonrisa curiosaAbro la mano y deposito el candado datón en su palma. Aparta los ojos de m
para mirarlo.
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baranda y a tirar la llave al río comsímbolo… —Anna tiene una expresióque no sé interpretar, y me percato d
pronto de lo bobo que parezco— debueno, su… Oh, no importa.
Extiendo el brazo hacia el candado
pero ella cierra el puño. —Para. No vas a coger nuestr
candado.
—Que sí.Trato de cogerlo otra vez, pero ellse ríe y esconde la mano detrás de lespalda.
Me mira a los ojos. —Continúa. —No. Oí esa historia y me pareci
muy romántica, pero ahora que la dig
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en voz alta resulta demasiado cursi. —No, no lo es. —Vuelvo
reclinarme contra el poste. Cuando se d
cuenta de que no intentaré quitárselo dnuevo, Anna se lleva la mano al regazo abre la palma—. Me encanta.
—¿Sí? —Sí. —Vuelve a girar el candado e
su mano, esta vez como si lo estuvier
admirando—. No tenemos nada parescribir.Me inclino hacia atrás y saco u
rotulador negro del bolsillo de mi
vaqueros. Cuando se lo ofrezco, se echa reír.
—Típico. Toma —dice, pasándom
el candado—. Deberías escribir tú. H
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sido idea tuya. Niego con la cabeza. Estamos e
1995, en su mundo, y parece que deberí
hacerlo ella. Cuando se lo digo, destapel rotulador y acerca la punta de fieltral metal.
—¿Qué pongo? —Lo que quieras.Se lo piensa un momento y escrib
ANNA BENNETT sobre la superficie —No es muy inspirado, ¿verdad?Se detiene y mira hacia el agua com
si tratara de decidir el modo de termina
o que ha empezado. Vuelve a acercar erotulador al candado y escrib«12/1995». Se lo queda mirando.
—Me gusta —digo—. Ahora e
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cursi y misterioso a la vez. —Ay. Como nosotros. —No, no es como nosotros —
replico—. No somos nada misteriosos.Le entrego la llave y la introduce e
a cerradura. El pestillo se abre con u
pequeño chasquido, y Anna pasa ecandado por la valla de tela metálica o cierra de golpe. Desliza la yema de
dedo sobre la superficie y suelta unrisita. —¿No sería divertido que fuéramo
nosotros los que iniciamos esa tradició
de los candados? —Quizá lo somos. —Eso me gusta —admite.
No tengo valor para decirle que e
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2010 quitarán todos los candados. Nque, en 2011, aparecerán de nuevo, nque en 2012 volverán a quedar mu
pocos espacios libres en la barandaPueden cortar nuestro candadoRegresaremos aquí juntos —en 1998, e
2008 y en 2018— y lo reemplazaremocada vez que lo retiren. Contemplo llave en la mano de Anna
preguntándome si es realista pensar quaún estaremos juntos dentro de unoaños, viviendo de este modo.
Ni siquiera he soñado nunca co
ella, pero ahora mismo lo único ququiero es que esta persona que me hatrapado tan completamente forme part
de mi presente y mi futuro. Mientras n
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piense en la logística, parece posible.Anna me besa. Entonces los do
besamos la llave y ella la arroja al río.
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Anna y yo pasamos el resto de la tarddeambulando. No tenemos ningúdestino en mente, así que giramocuando creemos que debemos girar, noparamos cuando nos apetece parar asomamos la cabeza en comercios quparecen interesantes. Entramos e
iendas de discos para poder compraCD de importación que costarían unfortuna en Estados Unidos. Elegimo
postales.
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Nos detenemos en una panadería comprar una baguette y luego, sisiquiera hablarlo, franqueamos una seri
de puertas de hierro forjado accedemos a un parque. Está lleno dactividad y, mientras seguimos e
camino, pasa gente por nuestro ladcorriendo o con patines en línea. Annme sorprende cuando me aparta de
sendero y me lleva detrás de una espesarboleda para besarme.Vemos un partido de fútbol y no
sentamos en la hierba a mirar. Tod
aquello es acción continua, pero a lodos nos cuesta trabajo apartar los ojode un chico que viste una camiseta verd
brillante. Es el más bajito de todos
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muy rápido, pero es más que eso: resultdivertidísimo de ver. Pone una cara museria hasta que lanza un tiro, per
entonces alza los brazos al aire en señade victoria y suelta un grito, aun cuandfalla.
Media hora después seguimoenganchados al partido, que ahora estempatado dos a dos. El chico de l
camiseta verde chuta la pelota y echa correr hacia la portería. Entonces sabre, agita los brazos en el aire, y ebalón regresa volando hacia él. Per
usto cuando está a punto de golpearlootro jugador llega corriendo desde ldirección contraria. Los dos choca
brutalmente y el chico de la camiset
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verde cae al suelo, sujetándose lpierna. Todo el mundo se reúne a salrededor, de modo que es imposibl
ver qué ocurre.Al cabo de unos minutos sale de l
aglomeración apoyando los brazos sobr
dos compañeros de su equipo. Tiene erostro marcado por el dolor mientras sdirige saltando sobre una sola piern
hacia el banco más próximo. Se sienta hunde la cara en sus manos mientras lquitan la bota.
—Me pregunto si se la ha roto —
dice Anna.Todo lo que se me ocurre decir es: —Pegan duro.
—Bennett —dice en voz baja.
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La miro. —¿Sí?Aún tiene los ojos clavados en e
chico de la camiseta verde y unexpresión muy extraña en la cara.
—¿Y si le dieras una segund
oportunidad? Niego con la cabeza. EnérgicamenteMe mira.
—Podrías probarte. Ver si loefectos secundarios te afectan o no. Y so hacen, yo puedo ayudarte.
Es una idea ridícula. Ni siquiera s
qué hora es ni cuánto tiempo llevamoaquí, pero sí sé que hemos estadcompletamente a cielo abierto, a la vist
de todo el mundo. Necesitaríamos u
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punto seguro al que poder regresar siser vistos, y no disponemos de ningunoPero entonces me acuerdo de que Ann
me ha arrastrado detrás de los arbustopara besarme.
—En la panadería había un reloj —
dice—. Eran las 14.10. Hemos llegadal parque, hemos paseado por él debían de ser… ¿qué te parece, la
14.30 cuando nos hemos sentado aquí?Habla deprisa, piensa demasiado se está entusiasmando en exceso coesto. Pero antes de que yo pueda deci
nada, se levanta, se dirige hacia ecamino y regresa en menos de un minuto
—Ahora mismo son las 15.05.
Vuelvo a mirar al chico de l
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camiseta verde. Tiene la cara contraíd la pierna estirada delante de él, odavía no sé si está rota o no, pero e
evidente que le duele mucho. Pienso eodas las horas que Anna acaba d
recitarme de un tirón y, antes de darm
cuenta, le doy la mano y la conduzco dvuelta a ese lugar detrás de los arbustos
—Esto es una locura —digo.
Cuando llegamos, se vuelve de cara mí. ¿Cuándo hemos estado aquí poúltima vez? ¿A las 14.20? ¿A las 14.25
o puedo saberlo, y tengo que esta
seguro, o la Anna y el Bennett quregresen a esa parte de la cronologídesaparecerán como por arte de magi
en medio de la calle, o en la entrada de
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parque, o de delante de la cola de lpanadería.
Pienso en cada paso que hemo
dado, y entonces le tomo las manos cierro los ojos. Cuando los abroestamos a pocos metros de donde hemo
partido, en el camino y bien a la vistaLos dos echamos a correr hacia loarbustos y nos escondemos detrás d
ellos durante un par de minutos, hastque tengo la certeza de que no nos hvisto nadie.
Nos acercamos corriendo al partid
de fútbol y nos sentamos en el mismsitio, observando el mismo juego. Echico de la camiseta verde brillante est
perfectamente, esprintando hacia l
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pelota, chutando con potencia evantando los brazos con deleite a cad
ocasión. Esta vez, Anna está sentad
más cerca de mí, con las piernadobladas delante de ella y una pierndescansando sobre la mía. Me aprieta l
mano y se nos ocurre un plan.El marcador refleja dos a dos
están todos alineados, a punto d
ejecutar esa última jugada. Antes de qumpulsen el balón, Anna me mira, sevanta y echa a correr por el límite de
campo cerca de la portería. La jugad
discurre igual que antes. El chico chuta se lanza a la carrera, pero esta vezcuando está a punto de levantar lo
brazos, Anna grita «¡Alto!» a plen
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pulmón.La mayoría de los chicos no le hace
caso, pero el de la camiseta verde s
vuelve, solo un segundo, y la mira. Parcuando devuelve su atención al juego, edemasiado tarde. El otro chico se h
hecho con el balón y se dirige con éhacia la portería contraria. Chuta cofuerza, marca y termina el partido. E
chico de la camiseta verde agita lamanos hacia Anna y le grita en francés.Ella regresa conmigo, corriendo
riendo, y cuando pasa por mi lado me d
a mano. Divisamos un banco escondid nos dejamos caer sobre él. Miemblan las manos y el corazón me lat
an fuerte que tengo la sensación de qu
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se me saldrá del pecho. —No sé por qué os dej
convencerme de estas cosas —digo
adeando—. Tú y Brooke. —Sacudo lcabeza—. Tenéis demasiado en común—La miro ahí sentada, recobrando e
aliento, sonriendo y visiblementorgullosa de sí misma—. Por ciertoienes un aspecto adorable cuando evita
ragedias.Me pone las manos en el rostro y mbesa, aunque hay gente por todas partes.
He pasado todos estos año
procurando no alterar el más mínimacontecimiento y ahora, en los sietmeses desde que conocí a Anna, h
cambiado cosas intencionadament
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cuatro veces. Y no parece que ningunde ellas haya desbaratado el universo nnada parecido.
—¿Cómo te sientes? —preguntcuando se aparta.
—Bien. —La miro y sonrío—. Mu
bien.
* * *
Cuando empieza a ponerse el sonos sentimos las piernas como si fuerade goma después de subir tantaescaleras y colinas, y ahora estamos d
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pie en un rincón escondido de ucallejón sin salida, cogidos de la manosonriéndonos y andándonos con rodeos.
—¿Estás lista? —pregunto. —No —contesta—. Ni de lejos.Pero no podemos ausentarnos má
iempo. Le pido que cierre los ojos obedece, pero antes de hacer lo mismecho una última mirada a esta call
parisina. Luego dejo que mis ojos scierren.Cuando los abro, estamo
exactamente en la misma posición, en m
cuarto en casa de Maggie, y es el sábadpor la mañana. Miro el reloj. Las dieen punto.
Casi al instante, Anna suelta u
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gemido y se lleva las manos aestómago. Se deja caer al suelo y srecoge las rodillas contra el pecho. M
siento a su lado, y aunque me duele lcabeza y veo borroso, me quito lmochila y palpo su interior, buscando e
paquete de galletas saladas. Cuando lencuentro, rompo el envoltorio y se liendo. Anna me da las gracias con u
murmullo y muerde una esquina de lgalleta mientras busco las botellas dagua.
Nos quedamos así durante más d
veinte minutos, yo vaciando botellas dagua y de Frappuccino, y Annmordisqueando galletas saladas
procurando no vomitar.
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—Esto sí que es romántico —dicerecostando la cabeza sobre mi hombro.
Suelto una risa débil y dejo caer m
cabeza contra la suya.Finalmente, Anna afirma que tien
fuerzas suficientes para ponerse en pie
Pero cuando intento decir «Tacompañaré a casa», se me traba lengua, y cuando me levanto, m
flaquean las piernas. Me inclino sobre lcama, apoyando una mano sobre lsuperficie para mantener el equilibrioEstoy agotado. Soy incapaz de recorda
a última vez que me sentí tan cansado. —Tiéndete —sugiere Anna mientra
me empuja suavemente hacia la cama
me levanta los pies del suelo. La oig
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decirme que me incorpore un poco. Notque acomoda la almohada debajo de mcabeza. Creo que me quita los zapato
—. Cierra los ojos —la oigo decir evoz baja y tranquilizadora mientras ssienta en el borde de la cama y me pas
os pulgares por la frente.Después de eso, no me acuerdo d
nada.
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El tenue sonido de una llamada a lpuerta me despierta de un sueñprofundo. Me incorporo en la cama y mfroto la cabeza con ambas manos. Lsiguiente llamada es más fuerte.
—Adelante.Me noto los ojos como si los tuvier
pegados, pero los obligo a abrirscuando la puerta rechina y Maggiasoma la cabeza dentro. Parec
sorprendida al verme retorcido
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despeinado sobre el edredón. —Lo siento —dice—. No sabía qu
dormías. Solo quería saber si estaría
aquí para la cena.Me aprieto las sienes con las yema
de los dedos y echo una ojeada a l
radio despertador que hay en la mesitde noche. ¿De verdad son las 18.12¿Me he pasado toda la tarde durmiendo
Lo último que recuerdo es cuando Annme ayudó a acostarme. ¿Haranscurrido realmente casi ocho hora
desde entonces?
—Estoy haciendo carne asada a lcazuela.
Maggie sonríe al decirlo, como s
uviera que convencerme. Pero no es así
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Me llega un olor delicioso. Me disponga decirle que bajaré en un momentcuando cruza los brazos y adopta un
expresión seria. —¿Te encuentras bien, Bennett?Me obligo a levantarme y a planta
os pies en el suelo. —Estoy bien. Solo muy cansado. — Jet lag —se limita a decir,
cierra la puerta a su espalda.Si supiera que no me he subidnunca a un avión…
Me pongo unos vaqueros limpios
busco una camisa en la cómoda. Aún msiento tembloroso y tengo un poco dfrío, así que me pongo una de franela.
Abajo, encuentro a Maggie poniend
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a mesa para dos. Levanta la vista hacimí y sigue doblando las servilletas eforma de triángulo. Adopto mi antigu
papel aquí: saco dos vasos del armari los lleno de leche.
Maggie y yo nos sentamo
cortésmente como si fuera un invitado esu casa. Trato de encontrar temas sobros que conversar, pero lo único en qu
puedo pensar es en Anna y el día quhemos pasado en París. Lo aparto de lmente mientras hinco el diente a la carnasada y le hablo de la fiesta de Emm
con todo lujo de detalles, hasta el archinchable y el DJ en el jardín de atrásMaggie se ríe de un modo alentador
hace muchas preguntas sobre la gent
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que conozco aquí. Luego se produce unpausa y me mira fijamente.
—Parece que has hecho mucho
amigos en Westlake —comenta simirarme.
Empiezo a responder, pero me qued
helado. Es la primera vez que da entender que sabe que le mentí acerca dque el año pasado estudié e
orthwestern, pero lo deja ahí y sigucomiendo como si no pasara nada. —A mi hija también le gustab
mucho.
Esta sería una ocasión óptima pardisculparme por haberle mentidoTambién sería una gran oportunidad par
decirle que su hija y mi madre son l
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misma persona. Si bien ambas cosas sociertas, me siento algo mareado cuandengo estos dos pensamientos, así que n
hago caso y trato de concentrarme en lcena como si la aseveración de Maggino exigiera respuesta. Pero entonce
oigo las palabras de Anna dentro de mcabeza: «Estaría bien tener una personen mi vida con la que poder hablar d
i… alguien a quien no tenga que ocultau secreto». No puedo dejar esto a uado.
Se me revuelve el estómago, y l
que en realidad quiero hacer ahora esalir por la puerta de atrás, atravesar ehuerto de tomates y dar con un luga
desierto en el que desaparecer. Podrí
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estar de vuelta en San Francisco emenos de un minuto.
Antes de dejar que mis pies dicte
mis siguientes pasos, consigo articulaas palabras:
—Maggie, tengo que decirte algo.
Y ya está. Ahora no tengo eleccióno hay nada más que deba decirle.
—Claro.
Creo que ahora procura no mirarmeY, desde luego, yo procuro no hacerlo.Estoy removiendo el puré de patata
con el tenedor como si las palabras qu
necesito encontrar estuvieran enterradaahí debajo.
—No sé muy bien cómo explica
esto. Tengo una cualidad… poco común
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Me crispo cuando oigo estapalabras saliendo de mi boca. Ella mestá mirando, esperando a que continúe
de repente me pregunto si no serímejor mostrárselo. A fin de cuentasfuncionó con Anna. Retiro mi silla de l
mesa y me acerco a la encimera.Suelto el aire. Allá vamos.Maggie deja el tenedor y se limpi
a cara con la servilleta. —Mira —digo. Y cierro los ojospero antes de hacerme desapareceragrego las palabras—: Por favor, no t
asustes.Segundos después me imagino l
habitación de arriba, y estoy de pie e
medio de ella. Abajo, oigo gritar
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Maggie. Cuento hasta diez, vuelvo cerrar los ojos y regreso al mismo lugade la cocina. Ella está de pie delante d
mí y, cuando se dispone a alejarse, mpega con fuerza en el hombro. Murmuralgo que podría ser una disculpa y s
sujeta a la encimera para mantener eequilibrio. Quizá no haya sido esa lmejor forma de darle la noticia.
Extiendo las manos y le cojo lobrazos. —No pasa nada. No debes asustarteSe queda mirándome, con la boc
abierta y los ojos como platos. Lconduzco hacia la silla y se sienta, coos antebrazos apretados contra l
formica, con la mirada clavada en s
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plato sin terminar.Me siento a su lado. —Quiero que sepas quién soy
Maggie. No levanta la vista hacia mí, pero l
veo asentir con la cabeza.
—Hay muchas cosas que ya sabes dmí. Me llamo Bennett. Vivo en SaFrancisco. Creo que sabes que teng
diecisiete años y que nunca he ido orthwestern, y siento haberte mentido haberte dicho que fui allí.
Todo esto sonaba mucho mejo
dentro de mi cabeza. No sale ni muchmenos como pretendía. Maggie asientevemente, pero no sé si me sigue o sol
quiere que continúe con la esperanza d
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que vaya al grano. —También hay muchas cosas que n
conoces. Como… que… mi madre es t
hija. Tienes la casa repleta de fotosuyas. —Me noto las manos húmedasasí que me las froto en los vaqueros
sigo hablando. Ahora no puedo parar—o hay muchas de tu nieto porque ahor
mismo solo tiene siete meses. Y… —
Me detengo a tomar aire, pero parecnútil. Debería escupirlo de una vez—Esto te resultará muy extraño, pero…ese es el motivo de que tu nieto y yo no
lamemos igual.Esta vez su cabeza no se mueve. —Soy… —Me paro. Respiro. L
ntento de nuevo—. Soy tu nieto y teng
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diecisiete años —balbuceo— en 2012o en 1995.
Sigue sin haber respuesta. No teng
ni idea de qué hacer, de modo quprosigo aun tropezándome en cadpalabra.
—Cuando tenía diez añodescubrí… sin querer… que podía…viajar. Puedo retroceder en el tiempo
cinco segundos, diez minutos, cuatrmeses, varios años… hasta el día en qunací. El 6 de marzo de 1995. Es todo lejos que puedo ir.
Los hombros de Maggie suben bajan.
—Nunca intenté quedarme en e
pasado, no hasta la última vez qu
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estuve aquí. ¿Te acuerdas cuando lleguel pasado mes de marzo… cuandestaba tan mareado?
Un leve asentimiento. —En realidad no estaba mareado
Estuve… desapareciendo. Intentab
quedarme aquí, pero salía rebotadhasta mi dormitorio en 2012. Es ascomo funciona, ¿sabes? Cuando trato d
forzar los límites de lo que puedo hacersoy enviado al lugar que mcorresponde. Es como si el tiempdijera que no estoy donde debería. Es l
única vez que no tengo control. Yentonces duele. A veces, muchoFinalmente… supongo que me entren
para quedarme aquí.
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Maggie se lleva la mano a la bocapero sigue dándome la espalda.
—Estaba aquí solo porque perdí
mi hermana, Brooke. Ella quería ir a esconcierto en Chicago en 1994. Ningunde los dos creía que podríamo
conseguirlo, pero funcionó. Lo hicimosPero un par de minutos después, yo salrebotado a mi presente y Brooke, no. S
quedó atrapada en 1994. Así que vinaquí, a tu casa, en 1995, tratando dacercarme a ella todo lo posible.
Se hace el silencio durante cosa d
un minuto. —¿La encontraste?Me alivia oír el sonido de la voz d
Maggie, baja y serena. Está asimiland
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a información y pienso que es unbuena señal.
—Sí. Rebotó hasta casa al cabo d
unos meses. Y creo que es por eso quno pude volver aquí. En cuanto estuven casa, no pude ir a ninguna part
durante algún tiempo.Me imagino regresando al mism
día, una y otra vez, para ver a Anna en l
pista. Empiezo a decírselo a Maggiepero decido que quizá sería mánformación de la que necesita saber.
Me sirvo un vaso de agua, no porqu
esté deshidratado, sino porque estoansioso por hacer algo con las manosLleno otro vaso y lo empujo sobre l
mesa hacia Maggie. Lo coge enseguida.
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—¿Lo saben tus padres? —pregunta —Tenía doce años cuando l
descubrieron sin querer.
Ahora a Maggie le tiemblan lamanos. Me mira.
—¿Saben que ahora estás aquí?
Niego con la cabeza. —Sabían que estaba aquí la pasad
primavera, pero ignoran que he vuelto
Brooke lo sabe, pero mis padres… —Dejo la frase inacabada, pero Maggime mira como si esperara que siguiera
iego con la cabeza de nuevo—. No l
entenderían.Maggie se inclina hacia delante. Su
mejillas parecen haber recobrado e
color.
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—¿Dónde creen que estás ahora? —Escalando rocas y de acampad
con mi amigo Sam.
—¿Sam? —Sí, Sam. —¿Así que no estás… en… Sa
Francisco 2012 ahora mismo? —No, cuando me marcho, ya n
estoy. Desaparezco de allí y vengo aqu
Esta vez llevo ausente desde el viernepor la noche. —Apoyo los brazos sobra mesa y le explico cómo funciona. M
escucha con atención, pero no hace má
preguntas—. Si quisiera, podría regresaa San Francisco ahora mismo y llegar eviernes, solo cinco minutos después d
rme. Y aunque me hubiera marchad
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por dos días, mis padres nunca lsabrían. Pero entonces repetirían esodos días y me parece horrible hacerle
eso. Así que… les digo que me voy dacampada, ¿sabes?
Maggie parece confundida.
—Sí, supongo que seguramente eses lo mejor. —Toma otro sorbo de svaso de agua—. ¿O podrías… decirle
que vienes aquí?Me echo a reír. —No creo que fuera muy bien. —
Empujo mi plato hacia el centro de l
mesa—. Mamá quiere un chico ddiecisiete años normal, que vaya emonopatín, haga exámenes y solicit
entrar en la universidad, y que no escal
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rocas en Tailandia ni viaje para ver a sabuela en 1995 siempre que le apetece.
Finalmente le arranco una sonrisa.
—¿Y tu padre? —Papá quiere que haga algo má
con mi «talento», como él lo llama. Cre
que soy especial y que debería deshaceentuertos, arreglar cosas y haceheroicidades o algo así. —Cojo mi vas
remuevo el agua de dentro, mientrapienso en el incendio de San Franciscoen lo que Anna y yo hicimos en París en que, durante los últimos días, h
empezado a creer que puede tener razó—. No lo sé. Hasta hace poco, he usado que puedo hacer en beneficio propio.
No le digo que también ha sido e
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beneficio suyo. No necesita saber lo quBrooke y yo haremos por ella dentro dunos años, cuando el Alzheimer la afect
empiece a apoderarse de su cabeza su vida.
Ahora Maggie parece más relajada
Se remueve en la silla y coge el vaso dagua.
—Eso parece propio de tu padre.
—¿De veras?Asiente con la cabeza. —Siempre ha sido algo vehemente
Mucho más que tu madre. —Maggi
mira por encima de mi hombro, y cuandvuelvo la cabeza para seguir su miradveo que está contemplando la image
del vidrio de colores que hay colgado e
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feria que se desarrolla a sus espaldas e miente, todo para seguir haciendo l
que ella intenta desesperadament
evitar.Maggie suelta un suspiro y mueve l
cabeza.
—Apuesto que cree que eresingular.
No tengo ni idea de qué responder
eso, y se instala el silencio durante largrato. Finalmente me mira con una amplisonrisa mientras extiende un brazo sobra mesa. Me cubre una mano con la suya
—Pese a todo, regresaré. Veré qupuedo hacer. Ahora que sé quién eresquizá pueda aprovechar mis viajes a Sa
Francisco para ayudar a tu madre
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entenderte un poco más.Se me encoge el estómago al pensa
en la foto de nosotros tres en el zoo, y e
que Maggie no habría venido aquel fide semana si Anna no se lo hubierdicho. No sé qué ocurrió antes de es
visita, pero sé qué sucedió despuésMaggie no volvió nunca.
—Me temo que no puedes hacer es
—digo. No parece que entienda lmplicación de Anna en todo este asunt no quiero estropear el único recuerd
que conserva, diciéndole que no deberí
haber ocurrido nunca—. Viniste vernos una vez, y basta.
—¿Una vez?
Retira su mano de la mía y veo cóm
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se le entristece el rostro al asimilar esnformación. No dice nada, pero n
necesita hacerlo. Su expresión lo dic
odo. «Eso no es posible».Me veo obligado a contárselo todo
pero no puedo. Y ahora tengo que elegi
mis palabras con cautela y usarlas comoderación, porque cuanto más sepsobre el futuro, mayor será el peligro d
que lo cambie sin darse cuenta. Quiésabe qué podría ocurrir si lo hiciera. —Las dos no os hablasteis en much
iempo. No sé por qué, mi madre nunc
habla de ello, pero Brooke y yo nunca tconocimos.
Me tropiezo en las dos última
palabras y deseo enseguida pode
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retirarlas, pero ya es demasiado tardeMaggie me ha oído. «Conocimos». Epasado.
Se queda mirándome como squisiera hacer la pregunta pero nsupiera cómo expresarla ni si debería
La contesto en silencio. «Te moriste siconocernos».
Recuerdo aquellas semanas co
demasiada intensidad. Nunca había vistlorar a mamá, pero el día que se enterde que su madre había fallecido —solen esta casa enorme— se puso histérica
Brooke y yo no sabíamos qué hacer, asque nos escondimos en su habitaciónabrazados y llorando juntos sin entende
muy bien por qué. Al día siguiente
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mamá y papá cogieron un avión, pero npudieron permitirse llevarnos a Brook a mí. Además, dijeron, éramo
demasiado pequeños para asistir a uentierro. En aquel entonces ydesconocía lo que podía hacer; d
haberlo sabido, las cosas quizáhubieran ido de un modo distinto.
Maggie aparta la vista de mí y pase
a mirada por la estancia antes de fijarlen la mesa. —¿Tan tercas somos las dos? —s
pregunta, y detecto la incredulidad en s
voz. Levanta la cabeza despacio y mmira—. Pero ahora que lo sé, puedcambiarlo. Puedo ser yo quien haga e
esfuerzo para mejorarlo. ¿No?
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Frunzo los labios con fuerza y niegcon la cabeza.
—No puedes cambiarlo, Maggie. T
no formaste parte de nuestras vidas aprincipio, así que no puedes formaparte de ellas ahora. ¿Quién sabe qu
podría pasar si lo hicieras?Me dirige una mirada obstinada
como si se planteara hacerlo de todo
modos. —Tienes que prometerme que nvolverás más allí.
Respira hondo y clava sus ojos e
os míos. —No sé si puedo prometerte eso
Bennett.
No tengo más remedio que darle u
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ultimátum. —Entonces retrocederé en e
iempo, justo después de que entres e
mi habitación esta noche. Ese Bennett, eque es treinta minutos más joven que yodesaparecerá tan pronto como y
vuelva, y ocuparé su sitio. Bajaré, y tú o tendremos una charla agradable
comeremos esta deliciosa cena. Y lueg
me levantaré de la mesa, te ayudaré coos platos y toda la conversación quahora mismo mantenemos —hago ugesto entre ambos— no sucederá nunca.
Maggie apoya los codos sobre lmesa y oculta el rostro en sus manosLos dos permanecemos así durante u
buen rato: ella pensando en el futuro
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o sintiéndome fatal e impotente porquno podemos hacer nada.
—Está bien —dice con vo
quebrada—. No volveré. —Se reclinrepentinamente en la silla y cruza lobrazos—. Antes has dicho que dolí
cuando viajabas. ¿A qué te referías coeso?
Estoy sorprendido por la pregunta
pero agradecido por el cambio de tema. —No duele cuando viajo a otrdestino, como cuando vengo aquí desdcasa, pero cuando regreso, sufro una
aquecas terribles y estocompletamente deshidratado. Bebo cafporque la cafeína alivia el dolor d
cabeza y trago litros de agua para l
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deshidratación, y al cabo de una medihora desaparece.
—¿Así que tenías dolor de cabez
cuando antes has vuelto… de dóndvenías?
Niego con la cabeza.
—En realidad, solo tengo los efectosecundarios más graves cuando… salgde la cronología, si quieres. Antes h
subido las escaleras, he contado hastdiez y he vuelto. Hace algún tiempambién solía tener un ligero dolor d
cabeza después de dar esos pequeño
saltos, pero ahora ya no sucede tan menudo.
Maggie asiente y da la impresión d
que me sigue. Pero entonces se inclin
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más cerca y se le arruga la frente eseñal de confusión y preocupación.
—No lo entiendo. Si duele, ¿por qu
o haces?Al principio pienso en todos lo
ugares en los que he estado, todas la
cosas que no habría visto jamás y laexperiencias que nunca habría tenido shubiera dejado que veinte o treint
minutos de dolor me impidieran viajarPero entonces la miro, y no creo que seeso a lo que se refiere. Creo que quiersaber por qué vuelvo aquí.
Mis ojos escudriñan la cocina dMaggie hasta que se detienen en emismo adorno de vidrio de colores qu
hizo mi madre. Pienso en las fotos de m
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familia que recubren las paredes de lsalita y los pasillos y en lo felices quparecemos todos. Recuerdo cuando abr
a puerta principal el pasado viernesentré y sentí que un peso invisible sevantaba de mis hombros.
—Aquí me siento como en casa —contesto.
Me fijo en que los ojos de Maggie s
anegan de lágrimas.Suena el teléfono, se levanta y mdeja solo a la mesa. Siento alivio adisponer de unos segundos par
recobrar el aliento. Después dresponder, me lanza una mirada.
—Sí, está aquí.
Regresa a la mesa y me tiende e
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eléfono inalámbrico. —¿Diga? —pregunto. —Soy yo.
Tan pronto como oigo la voz dAnna, todo mi cuerpo parece relajarse.
—Hola, tú.
Puedo oírla sonreír al otro lado da línea.
—Es agradable hablar contigo po
eléfono —susurra—. No creo que lhaya hecho nunca. —¿Qué tal sueno?Guarda silencio uno o dos segundo
antes de contestar: —Cerca.Sonrío, pero no digo nada.
—Bueno —dice—. Emma y y
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vamos al cine. Hemos pensado que tú Justin quizá querríais venir.
Miro a Maggie y la veo trajinar
recogiendo cacharros y llenando efregadero con agua caliente.
—Espera —digo antes de tapar e
auricular con la mano—. ¿Te importque vaya al cine?
—Claro que no.
Aunque estábamos en medio de unconversación muy seria, da la impresióde que lo dice de veras.
Vuelvo con Anna.
—Sí. ¿Qué película echan? —pregunto.
No es que me importe.
—Emma quiere ir al preestreno d
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mpire Records —dice—. Ni siquierhe oído hablar de ella. ¿Y tú?
Las palabras «clásico de culto
empiezan a salir de mi boca, pero lareprimo.
—Sí —respondo en su lugar—
Tengo entendido que es buena. —Estupendo. Te recogeremos e
veinte minutos.
Pulso el botón de fin de llamada devuelvo el teléfono a su sitio en lpared. Cuando extiendo el brazo hacimi plato para retirarlo de la mesa
Maggie me aparta la mano. —Déjalo. Yo me ocuparé de lo
platos. Sal a divertirte.
—¿Estás segura? —pregunto.
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Aún parecen temblarle un poco lamanos.
—Segurísima.
Me vuelve la espalda y siguacumulando los demás platos en efregadero. Abre el grifo, y me dispong
a abandonar la estancia cuando oigo quel agua se detiene.
—¿Bennett?
Me vuelvo a mirarla mientras sseca la mano con un trapo de cocina.Entonces cruza la cocina y m
sorprende cuando me estrecha entre su
brazos. —Gracias. Me alegro de que me l
hayas contado —dice.
Cierro los ojos al mismo tiempo qu
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a envuelvo con los brazos. Parecmenuda entre ellos, y cuando me frota lespalda, la estrecho aún más fuerte. H
pasado todos estos años moviéndomfurtivamente, ayudándola en secreto siempre desde lejos, y me llena d
alivio no tener que seguir haciéndoloElla sabe quién soy. Y de repente caigen la cuenta de que estoy abrazando a m
abuela por primera vez. La estrecho comás fuerza todavía y ella hace lo mismo —Me alegro de conocerte ahora —
dice.
—Yo también —respondo con voentrecortada.
Respira hondo y me da un golpecit
en la espalda.
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—Bueno, lárgate. Tienes una cita. —Entonces se aparta dos pasos de mí y sdetiene—. ¿Bennett? —El tono de s
voz es cuidadoso e interrogativo, y se lmarcan las arrugas en la frente cuandpregunta—: ¿Desde cuándo lo sab
Anna?Cierro los ojos y pienso en el día e
que estaba en la cocina de Anna y l
mostré lo que podía hacer. Entoncedejo que mis recuerdos me lleven aúmás lejos, hasta el día en que me entregaquella carta en el parque.
Abro los ojos, experimentando unabrumadora sensación de alivimientras una sonrisa se extiende poco
poco por mi cara.
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—Anna lo sabe desde el principio.
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19
Anna y yo pasamos la mayor parte dedomingo en mi habitación, escuchandmúsica y hablando de la próxima veque volveré: dentro de tres semanasPara el baile de antiguos alumnos. Annme dice que por fin podré verla con evestido que se compró para la fiesta d
a subasta del pasado mayo y mrecuerda que llegue aquí a tiempo parelegir un esmoquin.
La estancia se va oscureciendo,
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cuando echo una ojeada al reloj y ldigo que debo regresar, me noto uvacío en la boca del estómago. V
seguido de un torrente de culpabilidapor sentir eso con respecto a mi propicasa.
—Tengo algo para ti —anuncia Annmientras cruza la habitación y encienda luz. Saca algo de su bolso y l
esconde detrás de su espalda—. Eliguna mano.Señalo su lado derecho, abre l
mano, me muestra que está vacía
vuelve a ponérsela detrás de la espaldaDebe de cambiar de manos, porqucuando señalo su lado izquierdo y abr
a otra mano, también está vacía. M
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mira con una sonrisa maliciosa, así quempulsivamente, le sujeto las muñecas a beso mientras se retuerce en mi
brazos, riendo y tratando de mantener lque sea que oculta detrás de su espaldfuera de mi alcance.
—¡Está bien! —exclama, muerta drisa mientras se escabulle y me apartcon el brazo extendido—. Toma.
Me entrega un álbum de ocho porece centímetros con dibujogeométricos y la palabra FOTOS escriten mayúsculas en la cubierta.
Lo giro en mis manos y Anna mdirige una sonrisa orgullosa mientraabre la cubierta. La primera foto es d
nosotros, de pie en lo alto de la Torr
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Eiffel. Me estrecha fuertemente lcintura con los brazos, con el negrcielo parisino al fondo, y sonreímos a l
cámara como si no existiera ningún otrugar en el mundo en el que quisiéramo
estar.
Paso una página tras otra, mirandas fotos que tomamos mientra
anduvimos por París el viernes por l
noche y ayer. Yo de pie delante de lFontaine du Cirque. Anna delante de lapuertas de hierro forjado que dabaacceso al parque, sujetando unbaguette como si fuera un bate dbéisbol. Yo al pie del Pensador
mitando la pose. Ella en el puente, d
pie junto a nuestro candado. Dios, ¿tod
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eso fue solo ayer? Hojeo las imágenessintiéndome agradecido por un talentque me permite llevarla a París co
cualquier pretexto. Me siento igual dagradecido de que me permita pasaodo un día más con ella.
—Esto es increíble —digo mientrahojeo las páginas de plástico.
Y entonces llego a la última. No e
de nuestro viaje a París de ayer, perrecuerdo la noche en que la tomamocon todo detalle. Anna acababa dregresar de La Paz. Estábamo
espatarrados sobre la alfombra de sdormitorio y ella tenía el brazevantado en el aire sosteniendo s
nueva cámara en una mano. Me habí
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plantado un beso en la mejilla cuando eobturador chasqueó. Examino lexpresión de mi cara. Parezco feliz.
—Me encanta.Me quedo mirando la foto, y lueg
vuelvo a mirarla a ella. Creo qu
debería decirle lo bonito que será tenealgo que mirar cuando esté en casechándola de menos, porque esto
seguro de que eso es lo que quiere oíahora mismo, pero la verdad es quecuando esté a diecisiete años de elldeseando no estarlo, hacer frente a esta
fotos será lo último que querré hacerAun así, seguramente lo haré de todomodos.
—¿Lo ves? —Golpetea la cubiert
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del libro—. Y ahora tienes algo quenseñar a tu familia. —Su sonrisparece dulce y esperanzada, pero so
sus palabras lo que me devuelve a lrealidad—. Pensé que como nuncpodré ir a tu casa contigo a conocerles
por lo menos podrías mostrarles estafotos. —Suelta una risita—. Ya sabespara que no crean que soy un product
de tu imaginación o algo así.Se me hace un nudo en el estómago.Aguarda mi respuesta, y al ver qu
no digo nada sigue hablando.
—También he hecho un álbum dfotos para mí, pero por supuesto tengque ocultárselo a mis padres. Les h
convencido de que las chinchetas en m
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mapa solo señalan sitios a los que mgustaría ir, pero no sé cómo podríexplicar unas fotos de tú y yo en lo alt
de la Torre Eiffel.Bajo los ojos hacia las imágenes qu
engo en las manos y vuelvo a pensar e
nuestro fin de semana. Hablando coella bajo una bóveda de árboles duranta fiesta de cumpleaños de Emma. L
expresión de impaciencia en su rostrcuando le cogí las manos y le dije qucerrara los ojos, y el absoluto asombrque vi cuando los abrió. Quedarm
dormido con ella en París. Despertacon ella en París.
Meto el álbum de fotos en m
mochila, evitando sus ojos.
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—Buena idea. —Me pregunto scapta la culpabilidad en mi voz. Ojalno hubiera traído esto ahora, cuand
solo faltan unos minutos para irme y nvolveré a verla durante tres semanas—Hablando de mis padres, más vale qu
me vaya.Cierro la cremallera de mi mochila
paso los brazos a través de las correas
Anna tiene la mirada fija en la moqueta.Me le acerco y le acaricio lobrazos.
—¿Estarás bien?
Asiente sin mirarme. Le tomo lbarbilla y le levanto la cabeza.
—Baja y habla con Maggie.
Anna cierra los ojos, frunce lo
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abios con fuerza y asiente.Fuerzo una sonrisa valerosa, pero e
mi fuero interno estoy pensando en cóm
o daría todo por quedarme aquí otrdía, otra semana… otros tres mesesEsto de ser fuerte por alguien má
resulta mucho más difícil de lo qucreía. Sé que ella también trata ddominarse por mí.
—Volveré antes de que te des cuent—digo, y aprieto los dientes tan prontcomo estas palabras salen de mi boca.
—Lo sé. —Toma una bocanada d
aire y la suelta en un suspiro—. Ha sidun fin de semana increíble.
Oculta la cara en mi pecho y m
rodea con los brazos. Nos quedamos as
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argo rato, escuchando la música dfondo, tratando de hacer caso omiso do inevitable.
Se me ocurre de pronto: así es comserá durante el siguiente año. Cadpocas semanas, así es como ser
despedirme de ella. Y lo que es peorcada pocas semanas mientras estemountos, así es como nos sentiremos
¿Llegaremos a acostumbrarnos a esto?Alejo estos pensamientos mientras lplanto besos en el pelo y en las mejillasque ahora están húmedas y saladas. L
beso la frente y luego los labiosecesito hacer acopio de todas mi
fuerzas para soltarla y apartarme, per
o hago.
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Septiembre de 2012
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20
an Francisco, California
Me golpeo la frente contra algo dur
me esfuerzo por abrir los ojos. Cuando hago, distingo el logo del Jeep en evolante. Todo está borroso, el interiodel coche da vueltas y me siento lo
brazos pesados, como si llevara pesaatadas a las muñecas. Requiero toda menergía para poner las manos en e
volante, pero cuando toco el cuero, l
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sujeto con fuerza, empujo y me recuestsobre el reposacabezas.
Suelto un gemido.
Se me cierran los ojos y me quedsentado en el oscuro y maloliente garajenhalando, espirando y procurando n
pensar en que esto duele más de lhabitual. Es entonces cuando noto ucosquilleo, algo caliente que me baj
hacia el labio superior. Lo lamo y mboca se llena del inconfundible sabor sangre, metálico y pegajoso. Me limpia nariz con el dorso de la mano
cuando la bajo está manchada de rojo.Inclino el retrovisor hacia mi cara
¿Qué diablos?
La caja de accesorios resulta inúti
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para esta situación, pero la verdad eque no me esperaba tener necesidad dutilizar Kleenex. No me ha sangrado l
nariz en mi vida. Uso la parte inferior dmi camiseta para pellizcarme la nariz, minutos después la hemorragia h
cesado.Hay un pequeño retazo de so
vespertino filtrándose a través de lo
aterales de la puerta del garaje. Engullun Doubleshot de un solo trago y actseguido vacío un Red Bull caliente y dobotellas de agua. Permanezco allí u
buen rato, con los ojos cerradosdeseando que cese el dolor. Me miro eel espejo. Tengo la cara roja y contraída
los ojos inyectados en sangre
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Entonces echo un vistazo al reloj desalpicadero. Hace casi una hora que hvuelto.
Por fin, cuando ya no me palpita lcabeza, pulso el botón del mando distancia, la puerta se eleva despacio
se detiene ruidosamente sobre mí. Gira llave en el contacto y salgo de
garaje.
Antes de cerrar la puerta, me vuelven el asiento. Cuando miro dentro, npuedo evitar reírme. Si alguna vez mpermitiera creer que mi talento m
convertía en una especie de superhéroesin lugar a dudas esto pondría las cosaen su sitio. Mi escondrijo secreto no e
una guarida subterránea ni un edificio d
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hielo en el Ártico. Es un garaje. Ugaraje oscuro y maloliente que un cochde tamaño mediano y un yo de tamañ
mediano apenas pueden ocupar al mismiempo. Y, exactamente como esperab
que fuera, es perfecto.
* * *
Por suerte, la casa está en silencio
me cuelo dentro, cruzo la cocina y mdirijo hacia mi habitación, confiando elegar allí antes de que mamá repare eas manchas de sangre en la part
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nferior de mi camiseta. Me desvistoescondo la ropa sucia en el fondo decesto que hay en mi armario y me pong
un pantalón de chándal limpio. En ecuarto de baño, me restriego la cara couna manopla.
De vuelta en mi habitación, abro lcremallera de mi mochila y saco eálbum de fotos que Anna hizo para m
Lo sostengo en las manos, examinandos dibujos de colores vivos de lcubierta. Me dispongo a abrirlo, pero nengo valor para hacerlo. Todavía no.
Abro el cajón de mi escritorio, y eel fondo veo mi libreta roja. Meto eálbum de fotos dentro con todo lo demá
cierro el cajón.
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Estoy bajando la escalera cuando masomo sobre la barandilla y veo a mam a papá junto a la puerta principal. É
se pone la chaqueta del traje sobre lohombros, se mira en el espejo devestíbulo y se ajusta las gafas. Coge e
bolso de mamá de la mesa y se lalcanza. Ella le da las gracias mientrase lo coloca sobre el hombro.
—Hola —digo.Los dos levantan la mirada al mismiempo. El rostro de mamá dibuja un
amplia sonrisa.
—Oh, bien. Has vuelto. Ni siquiere he oído entrar. —Se reúne conmigo a
pie de la escalera—. ¿Cómo ha ido t
excursión de escalada? —pregunt
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mientras me besa en la mejilla—. ¿Thas divertido con tus amigos?
Hago caso omiso de su pregunta
cambio de tema afirmando lo que eevidente.
—Supongo que salís los dos.
—Nos hemos dado cuenta de quhace semanas que no vamos a cenauntos —responde papá.
Está de pie detrás de mamáacariciándole los brazos. —¿Quieres acompañarnos? —
pregunta mamá—. Con tantos deberes
apenas te hemos visto desde que empeza escuela.
Su expresión es sincera, pero pap
a mira como si no pudiera llegar
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entender por qué me invita acompañarles a una «cena juntos»Desde detrás de su hombro, se me qued
mirándome con los ojos como platos sacude levemente la cabeza, por si nsupiera cómo responder.
Observo a ambos, quizá por primervez, con otros ojos. Pienso en locomentarios de Maggie de la pasad
noche, en el sentido de que papsiempre fue más vehemente que mampero ella le quería. Que sus mundogiraban alrededor de Brooke y de m
Más que nada, quisiera poder charlacon mamá acerca de Maggie. Cada veque he intentado hablarle de los tre
meses que pasé viviendo allí, mamá m
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ha cortado en seco y ha dicho que nquería oírlo. Supongo que no es porquno quiera saberlo, sino porque no pued
dominar su culpabilidad. —¿Quieres venir? —repite mamá. —No, gracias —contesto, y papá m
hace un gesto de gratitud con la cabez—. Que os divirtáis.
Cuando papá da la mano a mamá y l
conduce al porche de delante, dice algen voz baja. Ella se ríe y la puerta scierra tras ellos.
Después de que se han ido, m
quedo al pie de la escalera un buen ratomirando al enorme ventanal que da a lbahía y preguntándome qué voy a hacer
Golpeteo la barandilla con los dedos
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pienso en la semana que se me presentaMañana hay un examen de física y emartes tengo una entrevista con l
organización de clases particulares para que trabaja Sam. Debería empezar
estudiar.
Regreso a mi habitación, percuando estoy a punto de poner música sacar los libros, se me ocurre otra idea
Abro el cajón más grande de mescritorio y rebusco en el fondo. Cuandencuentro el álbum de fotos, vuelvo meterlo en la mochila y bajo a buscar m
monopatín.El sol empieza a ponerse cuand
lego al parque, y me alivia encontrarl
relativamente desierto. Aún hace calor
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contemplo la bahía de San Franciscode un azul intenso y poblada de velerosMe siento en el banco, saco el álbum d
fotos de la mochila y hojeo las páginasEsta vez, Anna está aquí conmigo.
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Octubre de 2012
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Solo faltan tres casillas. Tres días más.Debería estar escribiendo un trabaj
sobre la dinastía Zhou par
Civilizaciones del mundo, pero en lugade eso estoy mirando las etiquetas en lparte superior del navegador: DINASTÍ
ZHOU – WIKIPEDIA, CIVILIZACIONES DEMUNDO/RECURSOS ONLINE PAR
ESTUDIANTES, PANDORA.
Hago clic en Pandora y cambio demisora varias veces antes de quedarmcon «Alternativa de los 90». Sipensarlo siquiera, abro una nuev
ventana del navegador y se desplieguna página nueva. Repaso los artículosobre las próximas elecciones a l
presidencia y miro el vídeo de YouTub
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más visto hoy.Hago clic en el botón de Prens
ocal y me desplazo leyendo lo
itulares: IDENTIFICADAS LAS VÍCTIMA
DE UN ACCIDENTE DE AVIONETA
HOMBRE DETENIDO POR INCENDIO
PREMEDITADO. MUJER ASESINADDELANTE DE UN MERCADO
DESAPARECIDO DE DIECISÉIS AÑO
HALLADO MUERTO EN UNA PLAYLOCAL. La lista de tragedias y casragedias que han ocurrido en el áre
metropolitana de la bahía durante la
últimas veinticuatro horas enterminable.
Estoy a punto de cerrar la ventana
volver a mi trabajo cuando una notici
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situada más abajo me llama la atenciónPADRE E HIJA MUEREN ARROLLADO
POR CONDUCTOR ADOLESCENTE.
Hago clic en el enlace y se abre lfoto de una bicicleta azul claroretorcida y tirada en la cuneta. Leo l
crónica:
19.34 h. Un conductor varón
de diecisiete años haatropellado hoy a una familia
que iba en bicicleta poco
después de las 15.30 h. La
camioneta del adolescente ha
perdido el control y ha
colisionado con una boca de
incendios antes de arrollar a un
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hombre y a sus dos hijas. El
hombre y una de las niñas han
fallecido, mientras que la otra
ha resultado herida. El
conductor ha sido dado de alta
en el hospital con lesiones leves
y detenido de inmediato bajo sospecha de homicidio
involuntario.
Me ordeno cerrar la ventana, pero eugar de eso bajo por la página y sigeyendo.
Aún no se ha revelado la
identidad de las víctimas, pero
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según la policía los ciclistas
eran un hombre, su hija de
nueve años y la hermana de
esta, de doce. Tanto el hombre
como la niña de nueve años han
fallecido en el acto. La de doce
ha sido evacuada al hospital con lesiones leves. El padre iba
a buscar a sus hijas a la escuela
todos los días en bici, paraasegurarse de que volvían a
casa sanas y salvas.
Las palabras me ponen enfermopero son las fotos lo que me hace polvoAdemás de la de la bici azul claro, ha
una imagen del edificio que finalment
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ha detenido el coche. Su estuco estesparcido en montones sobre el suelo iene el armazón a la vista.
Me quedo mirando la pantallmientras pienso en el conductor y ecómo un error tan pequeño —algo qu
ha sucedido en una fracción de segund— acaba de cambiarle la vida pocompleto. Solo tiene diecisiete años
pero hoy todo su futuro se ha parado eseco en medio de un chirriar de frenosAunque su estancia en prisión semínima, ¿cómo podrá seguir siendo e
mismo sabiendo que una niña y su madrse han quedado sin hermana e hija y sipadre y marido? Me lo imagino sentad
con un mono naranja en un juzgado d
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primera instancia, deseando podehacerlo todo de nuevo, deseando unsegunda oportunidad. Y, dos pulsacione
de tecla después, la impresora cobrvida. Cojo el papel aún caliente y mdirijo hacia el piso de abajo.
La puerta del despacho de papá estentreabierta, pero de todos modos llamantes de abrirla. Está detrás de su mes
rabajando con su ordenador. Levantos ojos y me mira con una expresiócuriosa mientras cruzo la estancia. Ndigo ni media palabra cuando dejo l
noticia sobre su mesa delante de él. —¿Qué es esto? —Léelo.
Le echa un rápido vistazo y me mira
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—Dime que es muy mala idea —espeto.
Permanece en silencio un buen rat
mientras lee el artículo, y luego sonríe. —Es muy mala idea. —Ya lo sé, ¿vale?
Se me queda mirando. —¿Quieres que te acompañe?
Encuentro la vieja mochila de papen el estante del garaje reservado nuestro olvidado material de acampad
familiar y le sacudo la fina capa dpolvo que se ha acumulado con los añosCuando era pequeño veía esa mochil
cada fin de semana. Recuerdo lo grand
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que me parecía mientras seguía a papen las excursiones de lobatos por lmontaña.
Ahora trabajo con diligencia parprepararla para un tipo de aventurcompletamente distinto, llenándola co
dos botellas de agua a temperaturambiente de una caja que hay en el suelunto al frigorífico. Me dispongo
volver dentro cuando veo mi monopatíapoyado contra la pared del fondo, esto me da una idea. Lo meto en mmochila, con un extremo saliendo por l
abertura de la cremallera.De vuelta en mi habitación, añad
as demás cosas esenciales: fajo
gruesos de billetes remetidos en lo
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bolsillos de delante de las dos mochila una camiseta limpia hecha una bola e
el bolsillo principal de la mía, por s
acaso. Cuando paso por el cuarto dbaño, cojo un buen puñado de Kleenede la caja que hay sobre el estante.
Papá se pasea por el despacho y simpia las gafas con el dobladillo de l
camisa. Le alcanzo su mochila y cierr
a puerta a mi espalda. —¿Qué es eso? —preguntaseñalando mi mochila.
Me vuelvo a mirarla.
—Eso es un monopatín, papá. —Gracias, Bennett. —Mueve l
cabeza—. ¿Por qué te llevas u
monopatín?
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Asiente con la cabeza una vezCuando me las coge, lo hace con fuerza noto sus manos ásperas y grandes e
as mías, no como las de Anna o las dBrooke. Por un momento me siento comsi volviera a tener diez años: pequeño
frágil, en absoluto como la persona quiene el poder.
—¿Estás listo? —pregunto.
Papá no dice nada mientras cierros ojos.Yo cierro los míos y me concentr
en la hora. Visualizo el insulso callejó
que he encontrado en Internet, a medimanzana del cruce donde todo hcambiado para cuatro personas. Rezo e
silencio para que pueda arreglar est
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para todas ellas.
—Abre los ojos.Papá los abre y mira alrededor. S
que trata de no ceder al pánico.
—¿Dónde estamos?Hago un gesto hacia la otra punta de
callejón. Los coches pasan a tod
velocidad, me encamino en esdirección y le digo a papá que me sigaCuando llegamos, asomo la cabeza podetrás de la esquina y capto lo
alrededores. A mitad de camino entre ecallejón y el transitado cruce, veo unescalera de cemento que conduce a u
bloque de oficinas. No la he observad
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en el plano, pero hace que este sitiresulte aún más idóneo.
Señalo a lo lejos, al otro lado de
cruce, y papá se sitúa a mi ladosiguiendo mi mirada.
—¿Ves esa boca de incendios roj
en la otra manzana?Fuerza la vista. —Sí.
Le cuento todo lo que sé de lcrónica de Internet de la noticia. —El coche perdió el control y choc
contra esa boca de incendios, y uno
segundos después alcanzó a lociclistas. Pero todos ellos pasaron poese cruce, a horas distintas, antes de qu
ocurriera todo. Disponemos de uno
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diez minutos hasta que las bicis llegueaquí, de modo que debemos hacer lsiguiente.
Papá se me queda mirando con loojos como platos mientras describo lque tengo pensado, y cuando llego a l
parte en la que le explico su misión eodo el plan, suelta una serie de «vales «entendidos». Puede que padezca un
especie de neurosis de guerra, pero poo que puedo ver lo asimila todo. —¿Este es el plan? —pregunta. —Sí.
Me preparo para recibir críticas ocomo mínimo, sugerencias. Papá sonrí dice:
—Es muy bueno.
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Le devuelvo la sonrisa. —Gracias. Yo también lo creo.Tiene una expresión extraña en l
cara, como si se dispusiera a decir algmportante, pero en lugar de eso mir
por encima del hombro hacia la calle
Un mensajero en bicicleta pasa comuna exhalación por nuestro lado.
—Más vale que te vayas —dice
señalando hacia el cruce.Él se aleja en la dirección contrariaEn una rápida sucesión d
movimientos, saco mi monopatín de l
mochila, salgo disparado en cuanto tocel suelo y me cuelgo la mochila ahombro mientras patino. Me impulso co
el pie de atrás y me deslizo
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zigzagueando adelante y atrás parmantener el equilibrio. Al cabo de uminuto estoy al pie de la escalera. Hag
saltar la tabla a mi mano y subo a lcarrera hasta arriba. Es perfecto: esuelo es liso y no hay nadie.
Estoy circulando por el patidesierto, sintiendo la tabla bajo los pie reuniendo valor, cuando veo un cort
separador de cemento en la otra puntaCojo velocidad y me lanzo directamenthacia él. Tengo confianza en mí mismcuando hago un ollie al pie. Lo super
fácilmente y aterrizo sin problemas aotro lado.
Doy media vuelta y patino de vuelt
hacia las escaleras. Dejo la tabla arrib
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bajo corriendo hasta la mitad parpoder observar la escena. Hay otrociclistas en la calle, pero me parec
distinguir a los tres en la siguientmanzana. Avanzan despacio en filndia, y cuando el semáforo se pone e
rojo, se paran. Hasta ahora, bien.En lo alto de las escaleras cojo m
abla, salto sobre el borde, ejecuto u
rind 50-50 hasta abajo y aterrizperfectamente. Ahora veo claramente papá mientras dobla la esquina justdelante de los ciclistas, todos ello
moviéndose deprisa. Vuelvo a subicorriendo las escaleras y me adentro eel patio para tomar un impulso generoso
Y allá voy, patinando veloz hacia la
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escaleras, con el viento apartándome locabellos del rostro. Corro como un rayhacia ellos, concentrado solo en l
cornisa de cemento que separa lopeldaños de una arboleda. Me subhaciendo un ollie, equilibro las rueda
sobre el borde y bajo, deprisa, pero siperder el control. Y aterrizoflexionando las rodillas para amortigua
el golpe y obligando a la tabla a ejecutaun giro brusco antes de salir a la calleY es entonces cuando finjo mi accidente
Dejo que la tabla se me escape d
bajo los pies y me desplomo de golpe asuelo. Caigo sobre el hombro y lextiendo como he hecho centenares d
veces, pero me imagino que todo parec
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mucho más aparatoso para alguien quno sabe patinar. Añado un pequeñaspaviento para dar algo más de realce
mi actuación.Me sujeto la pierna contra el pech
endido en el suelo, gritando
retorciéndome de dolor. Y es entoncecuando papá llega a mi lado, vestido cosu traje y con el aspecto de un transeúnt
preocupado. —¿Estás bien? —no deja dpreguntar, a lo que yo respondo con mágritos y retorcimientos.
Coge su móvil y tengo que volvermpara ocultar la sonrisa en mi cara
unca creí que convertiría u
rehacimiento en un acto heroico, y desd
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uego jamás pensé que haría de papá msecuaz.
Ahora el hombre se ha parado, baj
de la bicicleta y apoya su peso sobre ebordillo. Sus dos hijas también se hadetenido, esperando con curiosida
detrás de él y mirándome. Suelto ugemido agudo y vuelvo a revolcarme eel suelo.
Papá tiene que gritar para hacersoír sobre el ruido del tráfico. —Se me ha agotado la batería de
móvil y este chico necesita ayuda
¿Puede llamar al 911? No puedo oír la respuesta de
hombre, pero parece rebuscar en e
bolsillo de sus vaqueros.
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Seguramente esta brillante actuaciócallejera debería ser mi único objetivopero no soporto ignorar qué est
pasando. Miro hacia la calle detrás das niñas y veo la camioneta. Papá l
está observando a su vez, y estoy segur
de que ninguno de los dos respircuando cambia al carril más próximo nosotros.
Me incorporo para ver mejor, ya simportarme que me haydesenmascarado. A fin de cuentas, euna fracción de segundo nadie m
mirará.La camioneta acelera para pasar e
semáforo y atraviesa el cruce,
segundos después se sale de la calle
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sube al bordillo. Golpea lateralmente lboca de incendios, lo que provoca usurtidor de agua disparado al aire. E
vehículo no deja de moverse hasta qumpacta contra el lateral del edificio
Sale volando estuco en toda
direcciones y del capó abierto empieza salir humo.
Sé cómo aparecerá esta escen
dentro de unas horas —recuerdo coclaridad la foto de «después» deedificio: ventanas rotas, armazón a lvista, estuco esparcido sobre la acera—
pero cuando miro a la niña que tengdelante me acuerdo de la otra fotografíque acompañaba la noticia. Sigu
montada sobre su bicicleta azul claro
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ntacta, estirando el cuello para ver quha ocurrido en la siguiente manzana. Drepente, me sorprende mirándola
Desmonta, extiende el soporte de la bicde un puntapié y se me acerca.
Se agacha junto a mí.
—¿Está bien tu pierna? —pregunta. —Sí, creo que está bien.Sé que tengo un aspecto ridículo
sentado en medio de la acera sonriendo como un bobo.Entonces mi padre se sitúa a m
ado.
—Quédate aquí —me dice en voalta y directa—. Iremos a ver cómo estel conductor.
La niña y yo nos quedamos mirand
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a nuestros padres mientras echan correr hacia el escenario del accidente.
—Espero que no le haya pasad
nada —dice ella. —No te preocupes —respondo en u
ono de voz que seguramente result
demasiado entusiasta para esta situació—. Me da la impresión de que está bien
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Papá abre los ojos y mira alrededor dsu despacho, como si viera laestanterías y los cuadros por primervez.
—¿Lo hemos hecho? —Me sueltas manos y empieza a pasearse de uado a otro delante de mí—. ¿Cóm
sabremos si lo hemos cambiado o no?Miro el reloj que hay sobre l
puerta. Solo son las cuatro meno
cuarto.
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Cruza la estancia en tres grandezancadas y se queda de pie detrás de smesa, revolviendo papeles.
—¿Dónde está? ¿Dónde está lnoticia que has traído aquí?
Mantengo la voz serena par
contrarrestar la inquietud que percibo ea suya.
—No pasa nada, papá. Eso es qu
aún no ha ocurrido. —Señalo el reloanalógico que descansa sobre su mes—. He bajado aquí y te he enseñado esnoticia hacia las siete y media. Todaví
faltan cuatro horas.Sus ojos siguen mi dedo, pero sol
echa un rápido vistazo antes de volver
rebuscar entre los papeles de su mesa.
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—Papá. Basta. —Pongo mi mansobre una de las suyas—. Miraremos lanoticias esta noche, pero ahor
seguramente no será un suceso. Osupongo, sí habrá un suceso, pero sercompletamente distinto. ¿Te encuentra
bien? Estás pálido.Busca a tientas su silla, se sient
pesadamente y la hace rodar hacia l
mesa para poder apoyar la cabeza en sumanos. Puedo ver cómo le suben y lbajan los hombros con cada respiraciópausada, pero, aparte del ataque d
pánico, no parece dar muestras dninguna reacción posterior al viaje.
Lo cual me hace caer en la cuenta d
que también yo estoy bastante bien. E
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corazón me late deprisa, me noto eestómago ligero y solo tengo ganas de…moverme. Quiero salir afuera, volver
saltar sobre mi monopatín y bajar lcolina a toda velocidad, sintiendo cómel viento me eriza la piel y me aparta lo
cabellos de la frente. Me sientncreíblemente bien —sin hemorragi
nasal ni jaqueca—, animado, como s
me vibrara todo el cuerpo lleno rebosar de adrenalina.Papá levanta la cabeza de golpe
empieza a teclear en su ordenador
Rodeo la mesa para situarme a su lado veo cómo escribe todas lacombinaciones posibles de palabras qu
puedan conducir a los hechos de hoy
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«bicicleta», «accidente», «cruce» «homicidio».
No lo entiende.
—Papá, aún no vas a encontrar nadao aparecerá durante un rato. Papá… —
Le aparto las manos del teclado—. Mu
bien, lo comprobaremos esta nochepero créeme, no estará. Ha funcionadoTodos están bien, excepto el chico qu
conducía la camioneta, que ahora mismestá algo conmocionado perseguramente le detendrán poconducción temeraria y no po
homicidio vehicular.Antes de que pueda comprender qu
ocurre, papá se levanta, me atrae haci
sí y me abraza tan fuerte que no pued
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respirar. Finalmente me suelta, persigue sujetándome el brazo. Se quedmirándome como si tratara de pensa
qué decir, y por fin se decide. —Era una gente muy maja, ¿verdad?Suelto una risa nerviosa.
—Sí, papá, eran muy majos.Pienso en aquella niña, preocupad
por el estado del conductor que —e
una versión de la cronología que ya nexiste— dejó a su familia sin padre y lquitó la vida de golpe y porrazo a lonueve años.
—Más vale que vuelva con mideberes —digo, haciendo un gesto edirección a mi dormitorio—. Tengo u
rabajo que volver a empezar.
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Papá me da una fuerte palmadita eel brazo y se ríe entre dientes.
—Lo siento. Vaya mierda —dice.
—No pasa nada. También lo era erabajo.
* * *
Mi mochila es mucho más ligera siel monopatín. Cuando me la cargo a l
espalda y reajusto las correas, echo unúltima ojeada al despertador de mmesita de noche. No debería estar eEvanston hasta el baile de antiguo
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alumnos de este fin de semana, pero npuedo evitarlo. Tengo que ver a Annahora mismo. Tengo que contarle lo qu
acabo de hacer.Cojo las llaves del coche de m
escritorio y salgo corriendo hacia e
Jeep. Media hora después, lo metmarcha atrás en el garaje del otro ladde la ciudad. Apago el motor, bajo l
puerta y cierro los ojos.Los abro en el circuito de cros
anexo a la pista de atletismo dWestlake. He llegado exactamente
donde pretendía un sitio tranquilo fuerdel circuito detrás de una arboleda y dun arbusto grande que me oculta a la
miradas. Dejo la mochila en el suelo
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palpo su interior hasta que encuentro lque ando buscando. Entonces me dirijo hurtadillas hacia la pista, aguzando lo
oídos para percibir sus pisadas. No oignada.
No tardo mucho en dar con el luga
dóneo. Justo en medio del circuitdiviso un tronco, grueso y situadntencionadamente para que lo salten
Coloco la postal en una grieta del troncde tal modo que se mantenga derechaLuego voy a esconderme.
La adrenalina todavía me corre po
odo el cuerpo, y aunque sé que deberíestar callado y quieto, no puedo dejar dpasearme arriba y abajo sobre la tierra
Espero, escucho y estoy que reviento d
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mpaciencia. Por fin, al cabo de unominutos, oigo el sonido rítmico de unopies golpeteando el suelo, seguido d
una respiración agitada y algún que otrgruñido. Me obligo a relajarmerecostando firmemente la espalda contr
a corteza del árbol.Entonces las pisadas cesan. —Esto sobresalía del tronco —dic
alguien. —¿Qué es? —pregunta otro. —Una postal. De París.Aún no identifico a la persona qu
habla, pero me río por lo bajo cuandoigo la fascinación en su voz apronunciar la palabra «París».
—Qué extraño.
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Más pisadas. —¿Qué pasa?Ah, esa es la voz de Anna
Permanezco inmóvil, escuchando. —No es nada. Vamos, estamo
perdiendo tiempo —dice otra voz,
vuelvo a oír pisadas en el circuito. —Toma, échale una ojeada. Habí
esto colocado en el tronco.
—Eh… —Me imagino a Anncogiéndoselo a su compañera de equip girando la postal en sus manos—. Qu
extraño. Vamos, Stacy tiene razón
deberíamos irnos.Salen corriendo y todo queda e
silencio hasta que vuelvo a oír pasos e
el circuito, esta vez procedentes de l
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dirección opuesta. Las hojas crujen y laramitas chasquean, y la cara de Anna shace visible cuando salva la cort
pendiente y asoma por detrás de uarbusto.
—¿Qué haces aquí? —pregunta
claramente sorprendida de verme—Estoy en pleno entrenamiento.
Da zancadas largas, sonriend
mientras se me acerca. Le envuelvo lcintura con los brazos y la levanto desuelo.
—Eh, ¿qué estás haciendo? ¡Bájame
—Se ríe y me abofetea con la mano—Estoy muy sudada.
—No me importa.
La estrecho con más fuerza y l
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planto un beso en el pelo. Había sidmuy consciente de la oleada dadrenalina, pero ahora no la noto tanto
Siento un principio de jaqueca, perhago caso omiso.
—¿Todo va bien? Estás temblando.
—Sí. Todo va bien. Tengo qucontarte algo. —Me meso los cabello—. No te vas a creer lo que acabo d
hacer…De repente, no sé por dóndempezar. Anna se me queda mirandomostrándose confusa y curiosa
esperando a que continúe. Cada detallde todo lo que ha ocurrido durante loúltimos cuarenta y cinco minutos gir
dentro de mi cabeza, volando demasiad
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deprisa para que pueda agarrar uno solo¿Realmente ha sucedido todo eso? Labicicletas. El choque. La niña.
—No debías estar aquí hasta eviernes.
—Ya lo sé, pero…
Un leve zumbido en mi oído me hacparar a media frase y, antes de qupueda decir otra palabra, cambi
completamente de tono: ahora es agudopunzante y seguido. Me sujeto los ladode la cabeza y me agacho en el sueldelante de Anna.
La oigo decir mi nombre, pero svoz suena lejana. Trato de quitarme lamanos de la cabeza para pode
equilibrarme sobre el suelo, pero so
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ncapaz de moverme. Noto que todo mcuerpo se debilita, como si se matrofiaran los músculos. Siento que s
me doblan las rodillas y mi mejillgolpea contra el suelo.
Tengo los ojos tan abiertos que m
escuecen y lloran, y noto piedrecitas barro acumulándose debajo de mis uñamientras trato de sentarme. M
desplomo al suelo y mi cabeza golpecontra algo parecido a una roca. Incapade controlarlos, mis ojos se cierran cofuerza. Y, de pronto, el sonido punzant
desaparece y todo queda en silencio.
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El dolor me asalta de repente, tantensa e inesperadamente que nsiquiera tengo tiempo de agarrarme algo que me sirva de apoyo. Mi cabezcae hacia delante y mi rostro golpecontra el suelo, y cuando abro los ojoveo la sangre, encharcándose debajo d
mi cabeza. Me quedo mirando el dibujque sin duda alguna me sitúa en edespacho de papá.
No hay arbustos, ni árboles, ni Anna
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i garaje, ni Jeep.Me arrastro hacia la mesa auxilia
que hay junto a la silla de cuero de papá
Usándola de apoyo, intento ponerme epie, pero mis rodillas no me sostienen caigo de costado, sobre el lateral de l
otomana. Noto que esta resbala bajo mcuerpo y trato de agarrarme, pero enútil. En unos segundos vuelvo a esta
en el suelo hecho un ovillo.Tengo el pecho de la camisetempapado de sangre, y esto no hace máque empeorar. La siento gotear por m
abio superior, caliente y espesacolándose en mi boca para que tambiéa pruebe, metálica, asquerosa. Usand
una esquina limpia de la camiseta, m
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levo la mano a la nariz y aprieto cofuerza. Me incorporo otra vez y dejcaer la cabeza hacia atrás, hasta qu
noto el borde de la mesa clavándosncómodamente en mi nuca.
Cada vez que parpadeo, me sient
os ojos ardiendo, y puedo notar esudor perlándome la frente. La cabezme palpita y tengo la sensación de qu
mi boca está llena de bolas de algodón.Todo se vuelve oscuro.
* * *
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energía hacia el cuello en un intentdesesperado de inmovilizarla.
—¿Dónde estoy? —Pruebo otra vez
En esta ocasión mi voz suena máclara, pero sigo sin obtener respuesta.
La mano me aprieta el hombro co
fuerza. —Bébete esto, hijo. Noto algo frío y fluido en mis labios
antes de que pueda procesar siquiero que ocurre siento el líquido, gélidsobre mi lengua pero abrasándome lgarganta cuando baja. Me encojo
aparto el vaso. —Continúa —dice, y el vaso vuelv
a mis labios.
Al principio tomo sorbitos, pero e
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agua me sienta tan bien, es tan húmedaque me inclino hacia ella, necesitandrepentinamente más. Levanto el vaso
engullo grandes tragos hasta vaciarlo. —Bien. Eso está mejor. —Abro lo
ojos. La cara de papá está llena d
preocupación mientras su mano vuelve posarse sobre mi hombro. Le oigo dejael vaso sobre la mesa a mi lado—
¿Crees que puedes levantarte?Asiento débilmente y empleo todmi energía en levantarme del suelo.
Esta hemorragia nasal no tiene nad
que ver con la última. Esta vez tengo lcamiseta empapada de sangre. Recuerda sensación, el sabor, y eso hace que m
derrumbe de nuevo, aquejado d
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náuseas. Papá me sujeta por los dohombros y me levanta otra vez.
—Voy a buscar más agua. Vuelv
enseguida.Quiero pedirle que la traiga
emperatura ambiente, pero la puerta s
cierra con un chasquido tras él antes dque pueda emitir las palabras. Me quedmirando al techo y fijo la vista en un
pequeña grieta en el yeso. No quiercerrar los ojos, aunque me lloran, marden y me suplican que los cierre.
Al cabo de unos minutos pap
regresa a mi lado, me pone un vaso dagua en la mano y un trapo frío sobre lfrente. Abre mi otra mano, con la palm
hacia arriba, y coloca en ella tre
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pastillas. Niego débilmente con lcabeza.
—Solo son Advil —dice—
Tómalas. Te sentarán bien.Me dispongo a decirle que l
aqueca es normal. Que siempre se pas
sola y lo único que necesito es aguacafé y veinte minutos de descanso. Perse me antoja que esta jaqueca es distint
a las demás, y que lo que sé que ocurr«siempre» muy probablemente no eaplicable a esta situación. Me meto lapastillas en la boca y me las trago co
agua mientras papá me observa. Mermino el agua en un par de tragos.
Aún me tiemblan las manos, así qu
cierro los puños a los costados.
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—Iré a buscarte una camiseta limpi—dice él, encaminándose hacia lpuerta.
—Papá.Vuelvo a mirar la grieta del techo
pero en mi visión periférica le ve
detenerse. —¿Puedes quedarte aquí, por favor
—pregunto, y antes de darme cuenta h
regresado a mi lado, sentado en lotomana, observándome. Nos quedamos así un buen rato, si
que ninguno de los dos hable.
—¿Estás dispuesto a decirme dóndhas estado? —pregunta.
Me froto las sienes con los nudillo
miro hacia el otro lado de l
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habitación, al reloj colgado en la paredetrás de su mesa. Entrecierro los ojomientras trato de leerlo, pero la
manecillas no dejan de enfocarse desenfocarse.
—¿Dónde he estado? —pregunto
obligándome a repasar todo lo quacaba de suceder.
Estábamos esperando a ver l
crónica del accidente, para comprobasi era distinta de la primera que imprimpara él. Entonces fui a ver a Anna, todse volvió oscuro y cuando abrí los ojo
estaba ensangrentado en el suelo y papse encontraba a mi lado con un vaso dagua.
—¿Qué hora es?
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Mi voz aún suena débil y áspera. Mrasco la garganta.
Aunque el reloj de pared está bien
a vista, papá consulta su reloj dpulsera.
—Son poco más de las dos. Bennet
necesito saber dónde has estado. —¿Más de las dos? —repito
haciendo caso omiso de su pregunta.
Me froto las sienes con más fuerzaEso no cuadra en absoluto. Debían dser las cuatro cuando me fui a ver Anna.
De repente todo encaja y empiezo comprender qué ocurre. He salidrebotado. Con fuerza.
Se me acelera el corazón cuando l
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reconstruyo dentro de mi cabeza. Lnoticia que he imprimido y he bajadpara enseñársela a papá decía que e
accidente ocurrió hacia las tres y mediaTodavía no lo hemos repetido.
Ahora estoy totalmente consciente
con los ojos como platos mientras mcabeza gira en la dirección de papá. Mmovimiento brusco le sobresalta
retrocede, pero ni siquiera intentocultar el miedo en mi voz. —Por favor, dime que lo hemo
mpedido. Lo hemos impedido, ¿verdad
Parece desconcertado. —¿Impedir qué? —pregunta papá,
empiezan a temblarme las manos en e
acto—. Bennett, quiero saber dónde ha
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estado. —¿Las bicis?Me sale en forma de pregunta
Vuelvo a apretar los puños a locostados.
—¿Las bicis?
Puedo percibir la confusión en svoz. No sabe de qué estoy hablando. No hemos impedido. He salido rebotad
después de todo no lo hemos hechoMe cubro el rostro con las manos. —Papá —digo sin levantar la vist
—. Ha habido un accidente con esa
bicis y hemos vuelto… He llevado mmonopatín, he provocado undistracción y tú me has ayudado. Es
niña…
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Me atraganto con la última palabra. —Ya lo sé —responde, como s
ahora estuviera inquieto por mi estad
mental además del físico—. Está bienTodos están bien. Como tú has dicho questarían.
Me aparto las manos de la cara y lmiro fijamente.
—¿Qué? ¿Estás seguro?
—Del todo. Esperaba que volvieraa casa para poder enseñarte el artículo—Parece muy convencido, pero sigmirándole de todos modos, como s
esperara que cambiara de opinión—. Lcrónica decía exactamente lo que tcreías. Un chico chocó con su camionet
contra un edificio. No se mencionab
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para nada una familia de ciclistas.Se acuerda. Si se acuerda, h
sucedido. No lo he borrado. Nada d
esto tiene sentido, pero aun así unamplia sonrisa se extiende por mi rostro cuando lo hace me noto la cara tensa
como si se agrietara. Me rasco la piel aparto el dedo. La uña está recubierta dsangre seca, pero no me importa. Suelt
una carcajada. —Bennett, eso fue ayer.Me detengo a media carcajada y l
sonrisa desaparece.
—¿Qué?Papá asiente con la cabeza. Ahor
me mira como si hubiera perdido e
uicio.
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¿Jueves? —Hijo. —Papá alarga la palabr
con voz lenta y amable, como s
necesitara más tiempo que de costumbrpara procesar lo que se dispone a deci—. El accidente ocurrió ayer
¿Recuerdas qué sucedió cuandlegamos a casa?
Lo intento. Recuerdo habe
regresado del rehacimiento y dejar sdespacho. Subí a mi habitación, cogí unpostal del cajón de mi escritorio y lmetí en la mochila. Cerré los ojos y fu
al circuito de cross de Westlake. Mescondí cerca de la pista, escuchando Anna y a sus compañeras de equip
mientras hacían especulaciones sobre l
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misteriosa postal. Me encontró pocdespués y hablamos. Me sentíestupendamente hasta que un sonid
punzante me hizo caer de bruces asuelo. Y entonces estaba de vuelta aquen el despacho de papá. Todo h
ocurrido hace quince minutos, veintcomo mucho.
Pero no era veinte minutos atrás. Er
ayer. —Necesito saber dónde has estadoBennett. Tienes que decirme la verdad¿Por qué no has vuelto a casa en toda l
noche?Le miro a los ojos. —Papá, sinceramente no lo sé.
Me mira como si no lo creyera
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suelta un suspiro para dejarlo todavímás claro.
—No me mientas, Bennett. ¿Cómo e
posible que no sepas dónde has estaddurante las últimas veintidós horas?
¿Veintidós horas? Me qued
boquiabierto y le miro con los ojocomo platos, negando con la cabeza. No sé. Realmente, verdaderamente y co
oda sinceridad no tengo ni idea ddónde he estado.Esta vez papá debe de saber por l
expresión de mi cara que estoy diciend
a verdad. —Realmente no lo sabes, ¿eh?Muevo la cabeza más enérgicamente
me llevo las piernas al pecho y oculto l
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cara en las rodillas. Esto no puede estasucediendo.
—¿Qué ha pasado durante m
ausencia? —pregunto sin levantar lmirada.
Vacila antes de hablar, como s
sopesara cuidadosamente sus palabras. —Se lo conté todo a tu madre —
dice en voz baja, y levanto la cabeza d
golpe—. Cuando no habías vuelto medianoche…Deja la frase inacabada. Vuelvo
bajar la cabeza sobre las rodillas.
—¿Qué es lo último que recuerdas?Miento. —Estaba sentado en mi habitación
haciendo el trabajo.
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—¿Y luego?Lo pienso por un momento y decid
seguir mintiendo.
—Y luego trataba de levantarme da moqueta de tu despacho.
Tengo que regresar con Anna
decirle que todo va bien. La dejé de pien el bosque, viendo cómo me iba. Lprometí que no volvería a marcharm
así. Y entonces se me ocurre. ¿Y si nme he marchado? ¿Y si he estado alldurante las últimas veintidós horas y nme acuerdo?
—Mira, el otro día hiciste algestupendo. Deberías sentirte orgulloso.
—¿Pero? —inquiero.
—Pero esto es peligroso. —Señal
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as manchas de sangre que impregnan lalfombra—. Bennett, eres un chico list ya lo sabes, pero creo que tengo qu
decirlo de todos modos. Ya está. —Acerca todavía más la otomana hacia m—. Lo que te está pasando ahora mism
es debido al viaje. Lo sabes, ¿verdad?Me quedo mirándole si
comprender.
—Tu madre siempre ha tenido razónEsto es demasiado peligroso.Inhalo despacio, procesando su
palabras. Mamá no es la única que tien
razón… Yo también. Siempre he sabidque no debería cambiar las cosas. Lasegundas oportunidades no existen
aunque se merezcan.
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mota de polvo imaginaria de lopantalones—. Está muy enfadadconmigo. Cree que yo te obligué
hacerlo. —¿Por qué cree eso?Se encoge de hombros.
—Porque yo se lo dije. Además, eculpa mía. Puede que fuera idea tuyapero fui yo quien te indujo a hacerlo.
—No, no lo hiciste —replico, perno sirve de nada.Papá se queda mirando al otro lad
de la estancia con una expresió
desanimada del todo. —¿Papá? —Vuelve a mirarme
Pienso en mi grind 50-50 escalera
abajo y en cómo fingí caerme al fina
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Me imagino la expresión en la cara daquella niña. Recuerdo cómo me abrazpapá cuando todo terminó—. Fue mu
divertido. —Fue increíble, ¿verdad? —Y ah
está la expresión que vi en su car
cuando regresamos. Parece triunfal orgulloso, y noto un vacío en mi interiocuando me pregunto si es la última ve
que veré esa expresión—. De hechoestaba entusiasmado por volver hacerlo, pero… oh, bueno. —Sacude lcabeza y posa su mano sobre mi rodill
—. Gracias por llevarme. —Me da ugolpecito de consuelo en la pierna uego, para hacer algo, extiende un braz
delante de mí y recoge el vaso de l
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mesa—. Voy a buscar más agua. Vuelvenseguida.
Tan pronto como sale de l
habitación, me levanto. Aún me noto lapiernas flojas y débiles, y me agarro aateral de la silla para equilibrarme
Justo cuando me dirijo hacia la puertael resplandor del monitor me llama latención, y siento el impulso de ver es
noticia por mí mismo.Me acerco cojeando a la mesa, msiento en la silla de cuero y cojo eratón. Me dispongo a abrir una nuev
ventana de navegador, pero no tengnecesidad porque ya hay una en lpantalla. Es una crónica de esta mañana
sobre un chico de la ciudad que ha sid
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visto por última vez en la parada deautobús, pero no ha llegado nunca a lescuela.
Papá no exageraba cuando ha dichque esperaba con impaciencia nuestrpróximo rehacimiento.
Ya lo ha encontrado.
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vaqueros antes de volver a subir. —Solo ha sido una hemorragi
nasal.
Me quedo mirando mi camiseta. —¿Eso es una hemorragia nasal? —
Frunce los labios y le tiembla la barbill
—. ¿Dónde has estado toda la nochePor favor, cuéntame qué te ha ocurrido.
Me mira con ojos vidriosos, y pued
entender lo dolida que está. Hay muchacosas que me gustaría decirle, perahora estoy tan preocupado que nsiquiera sé por dónde empezar. Cuand
mis ojos encuentran los suyos, me sientcomo un niño de cinco años que acabde caerse de la estructura de juegos
necesita consuelo y mimos. Si se l
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contara todo, apuesto que me lo daría. —¿Dónde has estado? —pregunta e
voz baja.
—No lo sé, mamá.Se me quiebra la voz cuando lo digo
respiro hondo. Sé por la expresión d
su cara que me cree. Pero también mpercato de que no basta. Si quiero llegahasta el final de esa escalera, tendrá qu
ocurrírseme algo mejor.Mamá pone su mano sobre la míaanimándome a decir más.
—Me he despertado así en e
despacho de papá.Me aparto la camiseta del cuerpo
sacudo la cabeza. Entonces bajo la vist
hacia la barandilla, sin decidirme
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rme, eligiendo mis siguientes palabracon cuidado. En realidad no he habladnunca con mi madre de lo que pued
hacer. Siempre lo hemos esquivadoPero ahora no existe ningún modo dabordarlo que no sea directamente.
—Papá te ha contado lo quhicimos, ¿verdad? —Mamá asiente—Debo de haber perdido el conocimient
después.Cruza los brazos. Del cuello haciabajo parece enfadada, pero su rostro ldelata.
—¿Todo ese tiempo? —dice, mueve la cabeza como si no puedcreerse que haga una pregunta ta
ridícula.
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Me encojo de hombros, tratando daparentar calma, como si no pasarnada. Pero noto que se me contrae e
rostro, desenmascarándome. La mirdirectamente a los ojos.
—Sinceramente, no sé dónde h
estado.La expresión de mamá adopta es
extraña mezcla de compasión y alarma.
El instinto de lucha o de huida sapodera de mí y me hace aferrar epasamanos con más fuerza y despegarma camiseta del cuerpo otra vez.
—Por favor, ¿podemos hablar desto más tarde? Me gustaría lavarme.
Sin aguardar su respuesta, le plant
un beso en la mejilla y pas
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apresuradamente por su lado. —¿Necesitas algo? —me grita a m
espalda.
Sí. Necesito poder estar en dositios a la vez. Necesito no echar dmenos a nadie y necesito que nadie m
eche de menos. —No, gracias —contesto al dobla
a esquina.
En el cuarto de baño procedrápidamente a lavarme la sangre de lcara con jabón y agua caliente. Me pasun peine por el pelo, pero cuando h
erminado sigue teniendo un aspectgrasiento y fibroso. Me quito la camisetpor la cabeza y la tiro a la papelera. E
una de mis favoritas, pero ahora confí
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en no volver a verla nunca más.Cierro la puerta de mi dormitorio
echo la llave. Me pesan los párpados,
aunque experimento la fuerzgravitatoria que proviene de mi camano le hago caso. Después de todo l
ocurrido, me doy cuenta de que es lmás estúpido que podría hacer y que enúmero de cosas que podrían ir mal e
prácticamente infinito. Pero tengo quvolver a ver a Anna. Solo unos minutosSolo el tiempo suficiente para decirlque estoy bien y para averiguar si m
versión de lo que sucedió en el circuitde cross coincide con la suya. Entoncepodré dormir.
Me noto los vaqueros como si lo
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uviera adheridos a la piel. Me los quitoos tiro al cesto y rebusco en mi
cajones hasta dar con mi pantalón d
chándal favorito y una sudadera cocapucha Cal Bears. Me cambio dcalcetines y me pongo los zapatos. M
escuecen los ojos y empiezan a llorarpero me los seco con el dorso de lmano.
Mi mochila está llena y casi estoisto para irme. Me dirijo a lmininevera del armario, cojo un ReBull y busco debajo de la cama un pa
de botellas de agua a temperaturambiente. Luego lo dejo todo en lmesilla de noche para tenerlo a man
cuando regrese.
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Estoy de pie en el centro de mhabitación, a punto de cerrar los ojoscuando llaman a la puerta. Maldigo entr
dientes y arrojo mi mochila al rincón. —Adelante —digo, una ve
acostado en la cama como si m
dispusiera a echar una cabezadita.El pomo gira y chasquea una
cuantas veces.
—Está cerrada —grita mamá desdel otro lado, y me siento las piernacomo de plomo cuando cruzo la estancipara abrir la puerta—. ¿Puedo entrar?
No. Estoy a punto de irme. Tengque marcharme. Pero retrocedo unopasos y le abro la puerta. Entra y s
dirige hacia la ventana en la esquina qu
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da a la bahía. Pasa los dedos por lmoldura y luego cruza los brazos, despaldas a mí.
—Recuerdo el día que nos mudamoa esta casa.
—Mamá —digo—. Estoy mu
cansado.Me cubro los ojos con la mano
¿Tenemos que hacer esto ahora?
Mamá prosigue como si no mhubiera oído. —Tú y tu padre veníais en el camió
de las mudanzas mientras y
deambulaba de habitación en habitaciónratando de adivinar cuáles elegiríais t Brooke. Estaba aquí, admirando est
vista, cuando Brooke entró y dijo qu
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era esta la que quería. Pero la convencde que se quedara con la otra.
—¿Por qué? —pregunto.
—Esta era la más bonita de las dosTenía esta vista y creía que debía seuya. A fin de cuentas, fuiste tú quien no
rajo a esta casa. —Se vuelve a mirarm—. Di mucho la vara a tu padre sobre lque hicisteis los dos…
—Solo compramos unas cuantaacciones.Fue más que eso, pero no me apetec
hablar de ello con mamá ahora. Ya h
pasado por esto antes, discutiendo sobros matices de manipular el mercado
comprar acciones basándose en un
nformación que ninguno de nosotro
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debería haber tenido o podido utilizarPero la última vez que lo consulté, laeyes sobre información privilegiada n
decían nada acerca de viajes en eiempo.
—No voy a pedirte que justifique
o que hiciste, Bennett. Aunque mpareció que estaba mal, entiendo emotivo.
No digo nada. —Lo hiciste para hacernos felicesPara dar a tu familia una vida mejor.
—Sí.
—Y seguramente para que tu padre dejara en paz.
Sonríe. Le devuelvo la sonrisa.
—Sí, eso quizá también.
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Me dirige una mirada elocuente cobra ánimo, como si se dispusiera decir algo importante.
—Siempre agradeceré lo que hicistpor nuestra familia, Bennett, pero quierque sepas una cosa. —Se me acerc
unos pasos, pero fuera de mi alcance—o tenías que hacer esto.
Baja los brazos a los costados
pasea los ojos por la habitación.Le lanzo una mirada escéptica niega con la cabeza.
—No me interpretes mal, agradezc
odo esto… Lo admito, no puedresistirme a las cosas buenas de la vida la vida ha resultado mucho más fáci
con… bueno, todo lo que tenemos. Per
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no lo necesito.Parece resuelta, pero no pued
evitar levantar una ceja.
—Hablo en serio. A tu padre no lgustaba su trabajo, y a mí no me gustabvivir en ese apartamento minúsculo e
un barrio inseguro. Y sí, íbamos mal ddinero y luchamos mucho por eso. Per¿sabes una cosa?
Niego con la cabeza. —Tu padre y yo nos queremos, y oqueremos a ti y a Brooke más de lo quos podéis llegar a imaginar. Esta famili
habría estado bien sin todo esto.Debe de ver un atisbo d
ncredulidad en mis ojos, porque añad
a coletilla «de veras» y me mira mu
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seria para demostrar su convicción.Aún debo de parecer dubitativo. H
visto cómo cuida de su coche y de s
ropa de diseño. —¿Renunciarías a todo esto? —
pregunto, señalando sus perlas.
—Desde luego. De hecho, estaríbien librarse del remordimiento.
La miro a los ojos y compruebo qu
o dice en serio. —Papá me contó lo que hicisteis lodos por esa familia ayer. Y me habló dencendio… —Deja la frase inacabada
Entonces avanza tres pasos y menvuelve en sus brazos—. Espero quno te convenciera de…
La interrumpo a media frase.
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—No me convenció de nada, mamáLo juro. Fue exclusivamente idea mía—Noto cómo se me enciende el rostr
—. Ojalá dejaras de preocuparte entendieras que tengo esto bajo control.
—¿Es así?
Mamá me lanza una mirada dsoslayo. Tiene razón y lo sabe. Hace dodías habría podido decir estas palabra
creérmelas, pero hoy… bueno, nanto. —Mira… me encanta lo que hicist
por esos niños, Bennett, de veras. Per
ú eres mi hijo, y sé que es egoísta, perno quiero que arriesgues tu seguridapor la de nadie.
Sacudo la cabeza.
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—Vamos… Esto no tiene nada quver con mi seguridad.
—Claro que sí. He pasad
demasiadas noches preguntándomdónde están mis hijos, Bennett. Se tratde que estés aquí, en este lugar, viviend
como una persona normal.Sabía que tarde o temprano l
palabra «normal» saldría de su boca
Sin siquiera pensarlo, me oigo decir: —Mamá. Voy a volver a ver Maggie.
Se queda boquiabierta. Me dirijo a
escritorio y cojo la foto de mi abuela o.
—Te dije que esta foto fue tomad
cuando estaba viviendo con ella hac
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unos meses, en 1995, pero no era ciertoo tenía este aspecto en 1995. Fu
omada en 2003, justo antes de que s
muriera.Le tiemblan las manos cuando m
coge el marco.
—Llevo años yendo allí. Cuido della.
Mamá busca algo a lo que agarrarse
pero no hay nada a la vista, así quretrocede dos pasos y se sienta en eborde de la cama.
—¿Vuelves?
Le tiembla el labio al preguntarlo, cuando asiento con la cabeza, se tapa lboca con la mano.
—Continuamente —digo.
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Mamá se queda en mi cama miranda foto, y mientras la observo me do
cuenta de que ahora sería el moment
dóneo para hablarle también de AnnaLo único que debo hacer es coger eálbum del fondo del cajón, decir alg
sencillo como «También voy a verla ella. Esta es Anna», y empezar a pasapáginas. Entonces lo entendería. N
endría más remedio.Pero antes de que pueda movermemamá me mira, con los ojos anegados dágrimas, y acaricia el colchón que tien
al lado. —Háblame de ella —pide
refiriéndose a mi abuela, no a mi novia.
Y en vez de dirigirme a m
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escritorio, me siento junto a mi madre se lo cuento todo, desde las flores quBrooke plantó en el jardín de Maggie
as facturas que pagamos hasta lodetalles de la habitación en la que malojo cuando voy a verla. Las lágrima
e resbalan por las mejillas, pero aún no ha oído todo.
Le pido que me explique qué pas
entre ellas dos. —Nuestras riñas eran sobre cosasin importancia, y sinceramente no spor qué dejé que durara tanto tiempo —
dice. Le tiembla todo el cuerpo mientraas lágrimas caen aún más deprisa—
Permití que unas desavenencia
estúpidas me alejaran de mi madre y l
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mpidieran conocer a mis hijos… —Respira hondo—. Y estaba solcuando…
No puede terminar la frase, pero niene necesidad de hacerlo.
Me acerco y cierro el hueco que no
separa. —No estaba sola —digo en vo
baja.
Mamá levanta los ojos hacia mí. Lcuento que Brooke y yo regresamos adía en que Maggie murió, que le dimoa mano mientras la veíamos irse
Brooke llamó al 911 y desaparecimoan pronto como llegaron las asistencias
Me abraza con fuerza y me relajo e
sus brazos, aliviado por haberlo soltad
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odo por fin. Trato de pensar en un modde hablarle también de Anna, porquestaría bien confesarme del todo, per
este no parece el momento oportuno. —Gracias —dice mientras me frot
a espalda.
Entonces mamá se reclina y sevanta. Se limpia las manos en lo
pantalones y se arregla la blusa, mirand
a su alrededor como si las paredes sfueran acercando y necesitara huir. Mda un rápido beso en la mejilla, me dicque me quiere y me mira a los ojos.
—Hazme un favor, ¿quieres? —dicecon una voz algo más firme—. No viajedurante algún tiempo. Tengo que pensa
en todo esto, ¿vale? Por ahora, necesit
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saber que estás aquí sano y salvo. ¿Lharás, por favor?
Sin esperar respuesta, añade:
—Debería dejarte descansar. —Esta punto de irse cuando se detiene y svuelve—. Ah, y llama a Brooke, po
favor. —Mira hacia mi escritorio, comsi esperara encontrar mi móvil dondsuele estar—. Está preocupada.
El pestillo emite un chasquidcuando cierra la puerta a su espalda.Miro la puerta, pensando en l
petición de mi madre y deseando pode
respetarla. Miro mi cama, deseandpoder acostarme y dormir durante ladiez horas siguientes. Miro por l
ventana, confiando en que el Jeep est
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aún en el garaje y que mi teléfono sigen la guantera, y deseando poder llamaa Brooke y contárselo todo. Los riesgo
son enormes. Pero el impulso de ver Anna —para decirle que estoy bien dejarla ayudarme a atar todos los cabo
de lo que sucedió ayer— es más fuertque todo lo demás.
Una vez he sacado la mochila d
debajo de la cama y me la he colocadde nuevo, me planto en el centro de lhabitación y dejo que mis ojos scierren. Estoy tentado a imaginarme l
pista de cross y volver a llegar allí, solun minuto o dos después de cuandcalculo que salí rebotado, pero aún m
preocupa borrar el accidente de la
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bicis. Así pues, concentro la mente eayer, un poco antes de medianoche. Mmagino la habitación de Anna
Visualizo el despertador de su mesillde noche. Me dejo ir. Segundos despuésabro los ojos.
Espero ver sus estantes repletos drofeos y CD, pero en lugar de eso mi
ojos se abren delante de mi aburrid
habitación blanca. Los cierro y vuelvo ntentarlo. Cuando los abro, sigo alldonde estaba.
Esto no puede estar sucediendo.
Es como la última vez, cuando Annsalió rebotada de mi dormitorio y yo mquedé atrapado, incapaz de abandona
esta habitación. Quizá mi cerebro est
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simplemente demasiado agotado. Quiznecesite algo de ayuda. Me quedo dondestoy, girando 360 grados en busca d
cualquier cosa que me ayude visualizar el lugar al que quiero ir.
El álbum de fotos aún está enterrad
en el fondo del cajón, pero lo saco y labro por la última foto, la de Anna y yendidos sobre la alfombra de s
dormitorio. Tiene el brazo extendido eel aire y ambos sonreímos. Pongo lpunta del dedo sobre el plástico y cierros ojos. Es ahí donde tengo que estar.
Cierro los ojos. Los abro. Una y otrvez.
Al cabo de seis intentos más, m
dejo caer al suelo junto a mi cama
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sintiéndome mareado y agotado. Cuandme quiero dar cuenta, me despierto y esol de la mañana entra a raudales sobr
mí.
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No tengo ni idea de qué estocurriendo allí donde se encuentrAnna. Lo único que sé es lo que estocurriendo aquí. Los días sigueempezando y terminando y he pasadcuatro de ellos tratanddesesperadamente de regresar al día e
que dejé a Anna en el bosque. Cierro loojos, los abro, repito las mismaacciones una y otra vez y espero u
resultado distinto. Creo que fue Einstei
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quien definió así la locura.Han transcurrido tres semanas
cuatro días desde la fiesta d
cumpleaños de Emma, lo que significque el fin de semana del baile dantiguos alumnos ya ha pasado. Aú
peor, he dejado a Anna exactamentcomo la dejé la última vez: sola, siprevio aviso. Justo como juré que n
volvería a hacer.Mamá me deja saltarme la escuela eviernes y también el lunes, pero emartes insiste en que parezco estar bie
ser perfectamente capaz de aguantar udía de aprendizaje. Así que me obligo dejar el aparcamiento y me encamin
directamente a Civilizaciones de
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mundo. No soy el primero en llegar aaula, pero por lo menos no soy eúltimo.
Saco mi libreta y un bolígrafo de lmochila y me pongo a hacer garabatomientras espero que suene el timbre.
—Hola, forastero. —Miro a mzquierda y veo a Megan ocupando s
asiento—. Bienvenido.
—Gracias.Le sonrío y sigo dibujando.Cosa de un minuto después, s
nclina a través del pasillo.
—Ayer te perdiste el examen dmitad del trimestre. Entraba todo ematerial que hemos dado hasta ahora. —
Dejo de dibujar y la miro—. Fu
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bastante difícil, pero… —Se encoge dhombros—. Creo que me fue bien. Dodos modos, si quieres que te prest
mis apuntes…La señora McGibney entra
balanceando su maletín al costado, y m
mira fijamente. —Señor Cooper —dice con vo
apagada.
Deja caer el maletín junto a su mesaque aterriza con un ruido sordoEmpieza a escribir el programa del díen la pizarra, pero sé que todavía m
está hablando cuando dice: —Ayer se perdió un examen. Pued
venir a hacerlo a la hora de comer.
Echo una mirada furtiva a Mega
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cuando hace una mueca. —¿Hoy? —pregunto. —Sí, señor. Hoy sería perfecto. —
Aparta los ojos de la pizarra parmirarme por encima del hombro—. Nse preocupe, puede traer su almuerzo.
Y vuelve a escribir. —Esperaba disponer de un par d
días para repasar.
—Anuncié este examen el pasadmiércoles, señor Cooper. Según mipapeles, usted estaba aquí el pasadmiércoles. A juzgar por las notas, todo
os alumnos de esta clase se han pasados últimos días «repasando». Si uste
no lo ha hecho, no es mi problema.
—Pero estaba enfermo.
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Sigue escribiendo. —Le ofrezco hacer el examen hoy
a hora de comer. De otro modo, n
sería justo para el resto de la clase. —Termina el programa, acerca emarcador a la pizarra y subraya l
última línea—. ¿Le parece bien?Se vuelve a mirarme. No importa. Hoy o la semana qu
viene, probablemente la nota quobtenga en ese examen será la mismaAsiento con la cabeza.
—Estupendo. Le veré entonces.
Me paso los cuarenta y cincminutos siguientes empollando. Cadvez que McGibney vuelve la espalda
repaso mi libreta tratand
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sonriendo y esperándome visiblemente. —Tío, ha sido muy dura —dice e
cuanto puedo oírla.
—Recuérdame que no vuelva ponerme enfermo.
Sonríe.
—Toma.Introduce la mano en su bolsa y m
iende una libreta blanca y negra. L
apa está combada y las hojas estáraídas, y cuando la giro en mis manocompruebo que parece mucho máestropeada que la mía, como si, d
hecho, hubiera estado utilizándola paromar apuntes en clase con el fin d
estudiarlos después.
—¿De veras?
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—Claro. —Cierra la bolsa y vuelva colgarse la correa al hombro—. Quizpuedas saltarte las tres próximas clase
e ir a estudiar a la biblioteca.En circunstancias normales, eso e
exactamente lo que haría. Y después d
acabar de empollar, regresaría aprincipio del día para repetirlo. Lsegunda vez estaría preparado tanto par
el examen como para la pregunta dMcGibney. Cuando Megan no miraravolvería a meterle la libreta en la bolsantes de que se percatara de su ausencia
Esta conversación no habría tenidugar, y Megan jamás sabría que habí
una versión de los hechos que h
borrado, en la que estaba de pie en e
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pasillo ofreciéndose a prestarme suapuntes.
Pero estas no son circunstancia
normales. No sé si podría retrocedecuatro horas aunque quisiera. Si tuviera capacidad de viajar de nuevo, desd
uego no estaría aquí en la escuelapreocupándome por un examen. Estarícon Anna.
—Gracias —digo. Me guardo libreta en la mochila y empiezo a pensaen pretextos para saltarme las tres clasesiguientes—. Eres muy amable.
—Ningún problema. —Se queda allde pie, mirándome como si tuviera algmás que decir—. Bueno, más vale qu
vaya a clase. Buena suerte.
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Antes de que pueda responder, girsobre sus talones y se aleja. Yo girsobre los míos y me encamino hacia l
biblioteca.
Llevo sentado a la misma mesa, coos ojos puestos en la misma página
procurando no mirar por la mism
ventana, más de una hora. Los apuntede Megan son claros y detallados, peras palabras parecen abandonar m
cerebro más deprisa de como pued
hacerlas entrar.Hago girar el lápiz entre mis dedos
pensando en Anna y en las última
palabras que le oí decir: «No debería
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estar aquí hasta el viernes».Pero no puedo volver al viernes. Y
no puedo volver al miércoles n
ampoco al jueves. Cada vez que lntento, abro los ojos en el sitio exact
en que los he cerrado. Y de repent
caigo en la cuenta. He estado tratando dvolver antes del baile de antiguoalumnos para no dejar colgada a Anna
Pero ¿y si me he esforzado demasiadpor regresar a un momento concretcuando debería limitarme a intentaregresar?
Cojo mi móvil pero dejo el resto dmi material sobre la mesa y me dirijo una cabina con ordenador. Consulto u
calendario de 1995 y localizo el mes d
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octubre. Abro el calendario de meléfono por la fecha de hoy y sosteng
el móvil al lado de la pantalla. Lo
calendarios son casi idénticos, con solun día de diferencia. En 2012 es martesEn 1995 es lunes.
Voy directamente al lavabo dcaballeros y me encierro en un retreteDejo mi móvil sobre la cisterna y cierr
os ojos. Vuelvo a pensar en el trazadde la Westlake Academy, tratando drecordar los sitios tranquilos quencontraba para esconderme cada ve
que tenía la sensación de que estaba punto de salir rebotado hacia SaFrancisco.
Justo al lado de nuestro edificio d
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Español había un camino muy pocransitado, obstruido por hierbajos
matorrales. Llevé a Anna allí en un
ocasión, el día que nos saltamos la clas le conté la última parte de mi secreto.
No tengo ni idea de si est
funcionará, pero cierro los ojosmurmuro las palabras «por favor» y mmagino el lugar.
Me escuece la piel por la fuertbajada de la temperatura e inhalo el airfresco que no podría existir en unsimple habitación. Tan pronto como abr
os ojos, recorren el campo desierto suelto una interjección de asombroRealmente estoy aquí.
Me llevo las manos a los costado
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de la cara y miro a través de las puertade vidrio. Está tranquilo, y si bien haterrizado allí donde pretendía, aún n
sé si he aterrizado cuando pretendíaGiro el pomo de la puerta y se abre. Poo menos es un día de escuela.
El pasillo está vacío. Miralrededor en busca de un reloj encuentro uno justo encima del siguient
banco de taquillas. Lo he calculado a lperfección. Me encuentro a pocometros de donde tengo que estar y llegallí con un minuto de antelación. Esto
apoyado contra las taquillas, tratando daparentar que este es el sitio que mcorresponde, cuando suena el timbre. E
entonces cuando me percato de que so
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el único que no lleva uniforme.A un lado y otro del pasillo, la
puertas de las aulas empiezan a abrirse
sale gente en tropel vistiendo eradicional uniforme a cuadros negros
blancos de Westlake. Las chicas lleva
falda y blusa blanca. Los chicospantalones y camisa de etiqueta. Atisbalguna que otra corbata y algún jersey d
cuello de pico.Las normas son claras en estpasillo circular apodado El Donut, como todo el mundo tiene que andar e
el sentido de las agujas del reloj entrclases, todos se dirigen hacia mí amismo tiempo. Algunos me ven aquí d
pie, pareciendo fuera de lugar con m
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ropa de calle, y me lanzan una miradnterrogativa al pasar.
Estoy peinando la multitud en busc
de Anna, pero no la veo por ningunparte, y cuando el nivel de actividamengua comienzo a dudar. ¿Acaso me h
equivocado con su horario de clasesPero entonces la veo doblar la esquinacharlando con Alex, y mi corazó
empieza a latir con fuerza.Cuando se encuentra a unos metrode la puerta del aula, por fin me ve. Spara en seco y se tapa la boca con l
mano. Su expresión es imposible deer, y mientras se me acerca a grande
zancadas, no sé si está aliviada al verm
o furiosa porque no aparecí cuand
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debía. Me preparo para lo peor, pero ecuanto está lo bastante cerca me echa lobrazos a los hombros y me estrecha co
fuerza. Nunca me he alegrado tanto dverla.
—Lo siento mucho —le susurro a
oído.Alex pasa por nuestro lado hacia e
nterior del aula y masculla la palabr
«gilipollas» en voz baja. —No le hagas caso —dice ellmientras hunde el rostro en mi cuello.
Trato de soltarla para poder verle l
cara, pero me estrecha aún más fuerte. —Lamento mucho haberme perdid
el baile de antiguos alumnos.
—No importa. Ahora estás aquí.
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El Donut se vacía y sé que está punto de sonar el timbre. Retrocedo upaso y apoyo mis manos sobre su
hombros. —Tengo que hablar contigo. —
Señalo con la barbilla la doble puert
que conduce al exterior, y adivino por lexpresión de su cara que sabexactamente a qué me refiero—. Per
esta vez no puedo traerte de vueltaTendrás que perderte la clase dEspañol de verdad. ¿Está bien?
—Sí.
Lo dice con una risita, como si fuera única respuesta posible.
Seguimos el camino cuesta arrib
hasta que termina en el gran árbol qu
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corona el risco. Nos sentamos uno juntal otro, exactamente como lo hicimos eaño pasado cuando le conté la tercera
última parte de mi secreto y se convirtien la cuarta persona en el mundo qusabía todo lo que había que saber sobr
mí. Pero ahora no hay más que angusti preocupación en su rostro, y no pued
evitar preguntarme si tomé la decisió
correcta ese día. —No sabía qué hacer. —Le tiembla voz y también las manos. Se las coj me acerco aún más a ella—. Estaba
allí de pie en el bosque aquel día, muemocionado por algo, y entonces tdesplomaste sin más. ¿Qué pasó? ¿Po
qué no pudiste volver?
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Niego con la cabeza. —No lo sé. Hay algo que… falla
¿Fue esa la última vez que me viste?
Asiente, pero está visiblementdesconcertada por el hecho de que se lpregunte cuando es una información qu
a debería conocer.Ahora respira más deprisa y pued
percibir el pánico en su voz.
—Sí. Saliste rebotado hacia casa. No hacia casa. Por lo menos, nenseguida. Si no estaba aquí ni estaballí, ¿dónde estaba, desvanecido en e
garaje durante veintidós horas?Durante los quince minuto
siguientes hablo sin parar, contándole
Anna todo lo que ocurrió la seman
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pasada: la noticia y yo con mmonopatín, las dos niñas y mi padrsirviéndome de secuaz, y que no tengo n
dea de dónde estuve durante casi un díentero, y cómo he pasado los últimocinco días intentando volver con ella
Tuerce el gesto cuando le explico ldolorosos que se han vuelto loregresos, cómo han ido empeorando
ornándose mucho más sangrantes. —Ahora irá bien. —Exhibo mmejor sonrisa y confío en tranquilizarl—. Volveré a hacer lo que he hech
siempre. Por lo visto, mientras utilicesta cosa ridícula que sé hacer para mifines egoístas, puedo ir y venir como m
plazca —añado.
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Anna me toma la cara entre sumanos y me obliga a mirarla a los ojos.
—Tienes que prometérmelo. S
acabaron los rehacimientos, ¿valeunca más.
Asiento con la cabeza.
—Sí, estoy seguro de que esa es lección que debería aprender de esto.
Suelto una carcajada, pero Anna n
se une a mí. —Promételo —insiste. —Sí. Lo prometo.Cuando pronuncio estas palabras
me pregunto por qué resulta tan fácihacerle esta promesa cuando no puedhacérsela a mis propios padres.
Suspiro.
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—Bueno, por lo menos ahora mmadre y mi padre pueden estar dacuerdo en algo. Los dos me han dejad
bien claro que no debo viajar nuncmás.
—¿Ni siquiera para verme? —
pregunta, y dejo de reír. —No… bueno. Sí. No exactamente.Anna deja caer las manos y se apart
de mí. —¿Qué significa «no exactamente»¿Te han dicho que ya no puedes volveaquí?
Bajo la vista al suelo. —En realidad sí. Pero de eso hac
cinco meses.
Espera que me explique, pero n
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engo ni idea de qué decir continuación. Esta conversación ernevitable, y le he dado muchas vuelta
en mi cabeza, pero nada más lejos de mntención que mantenerla hoy.
—Mis padres no… sabe
exactamente… de ti.Inspiro hondo y aguardo mientras s
queda mirándome durante un rat
angustiosamente largo. —¿Que no saben de mí? —No sé siene ganas de llorar o de pegarmeiego con la cabeza y Anna entrecierr
os ojos con incredulidad—. ¿Y thermana?
—Brooke lo sabe —murmuro.
—¿Brooke?
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La voz de Anna se quiebra cuanddice su nombre, y hay un tonnterrogativo al final, como si n
pudiera creerse que solo hay unpersona en mi mundo que sabe que ellexiste.
—Escúchame, por favor. Mis padreno lo entenderían. Y no puedo contársela mis amigos… Quiero decir ¿qu
debería decirles? —Diles que vivo en Illinois. Tacomo mis amigos creen que eres uchico normal de San Francisco. —S
aleja de mí, mostrándose confusa ndignada al mismo tiempo—. No tiene
que decirles que vivo en 1995. —Dic
esto último en voz tan baja que teng
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que esforzarme para oírla. Pero entoncerecobra la voz—. Mira, ya sé que tpirran los secretos, pero creía qu
habíamos acabado con esto. —Así es. No tengo ningún secret
para ti.
—No, solo que yo soy uno.Suelta un bufido sarcástico.Baja la mirada hacia las ventana
del comedor, y esta vez sé que se estpreguntando por qué albergó la idea ddejar que me implicara en su vida sicomplicaciones.
—Mira —digo—, el pasado juniocuando estaba atrapado en SaFrancisco y no podía volver aquí, pens
que no te vería nunca más. No sabía qu
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decir a mis padres ni a mis amigos.Anna me mira muy seria y niega co
a cabeza.
—Todas las personas de mi vidsaben de ti, aunque no conozcan tu grasecreto. —Dice esto último co
sarcasmo, agitando los dedos delante dsu cara para poner énfasis—. Nadie daquí lo entiende. Nadie comprende po
qué tengo una relación con un chico quvive a más de tres mil kilómetros… y nsiquiera saben de la misa la mitad. —Otro bufido—. Pero saben de ti. Nunc
he podido mantenerte en secreto.Dice esta última frase en voz baja
pero lo suficientemente alta para que l
oiga.
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Me froto la frente con las yemas dos dedos mientras trato de dar con la
palabras adecuadas.
—No quería hacerte daño. Y jurque iba a decírselo algún día, perera… más fácil no hacerlo.
Levanta la cabeza de golpe y vuelva tener esa expresión.
—¿Más fácil? —pregunta.
Ahora tengo la certeza de que va pegarme. —No más cómodo. Más fácil. —M
levo la mano al pecho—. Para m
Mira, parece que a ti te gusta torturartcon álbumes de fotos y cosas que trecuerdan a nosotros dos, pero a mí no
Eso solo lo empeora. Me resulta má
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fácil fingir que no eres real cuando nestamos juntos.
Una lágrima resbala por su mejilla
se apresura a enjugársela.Busco sus manos, y me quedo alg
sorprendido cuando me permit
cogérselas. —¿Tienes idea de cuánto detest
estar allí sin ti? Cuando debería esta
haciendo los deberes, salgo a conducirBajo la capota del Jeep, subo la músic circulo por la ciudad que siempre h
querido, y lo único que deseo hacer e
mostrártela. Quiero llevarte a mi caffavorito en North Beach, donde sirvecafés con leche en cuencos en vez d
azones. Quiero enseñarte ese órgano d
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olas construido en un conjunto de rocaque tiene una vista alucinante dAlcatraz. Quiero llevarte a mi escuela
presentarte a Sam y al resto de miamigos, para que los conozcas como yconozco a Emma, Danielle y Justin. Per
no puedo hacerlo nunca. —Me aprieta lmano—. Ya lo hemos intentado y ha sidun desastre. Supongo que pensé qu
cuantas menos cosas tuviera que mrecordaran que no podías estar allí, máfácil sería.
Anna me suelta las manos par
poder secarse las lágrimas de lamejillas.
—Mira —digo—. Lo único qu
quiero es una relación normal contigo,
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cuando estoy aquí, tengo la sensación denerla. Pero cuando estoy allí… te ech
de menos. Continuamente.
Toma una de mis manos entre lasuyas y la aprieta con fuerza.
—Les hablaré de ti, ¿vale? Enseñar
a mis padres tu álbum de fotos, y se lcontaré todo. Y explicaré que herminado con los rehacimientos, qu
son el único motivo de que haya perdidel control, pero que necesito seguiviniendo aquí para verte. ¿De acuerdoLo prometo.
Suena el timbre, pero ninguno de lodos se mueve. Finalmente el comedoempieza a llenarse de gente, y veo qu
odo el mundo ocupa su sitio habitual e
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su mesa habitual y aborda suconversaciones habituales.
—Genial —murmura Anna
observando la escena que se desarrollabajo.
—¿Qué?
—Diez pavos a que Alex ya le hdicho a todo el mundo que te ha vistaquí. —Se levanta y se sacude el polv
de los vaqueros—. Esto debería servipara un almuerzo delicioso. —¿Quieres que me quede? —
pregunto.
Anna me tiende una mano parayudarme a levantarme y se la agarroEntonces me mira y suelta un profund
suspiro.
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—Está bien. Lo entiendo. —Empezamos a bajar de la colina entrelaza su brazo con el mío—. Pero t
advierto que la próxima vez que vengamás vale que traigas un ramo de floregigantesco o algo así. Si te presentas co
as manos vacías, a mis padres se lepodría ocurrir algo más doloroso qusalir rebotado hasta San Francisco.
—¿Tanto? —Sí. —No pude verte con el vestido.Levanta dos dedos en el aire.
—Van dos.Hago una mueca. —¿Lo llevabas puesto esta vez?
Levanta las cejas y asiente despacio
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—Dios, soy un gilipollas. —Sí. —Me ofrece una sonrisa trist
me golpea la cadera con la suya—
Pero no intencionadamente.
* * *
Exactamente cincuenta y cincminutos después de irme, abro los ojoen el retrete del servicio de caballeros
Franqueo la puerta justo cuando empieza jaqueca. Me escuecen los ojos y mdirijo tambaleándome hacia el lavaboanteando las paredes.
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Encuentro el grifo, lo abro y ponga boca bajo el chorro. Bebo tanto y ta
deprisa como puedo antes de ahuecar la
manos y echarme agua fría a la cara. Lauces fluorescentes me imposibilita
abrir los ojos y tengo la cabeza a punt
de estallar, pero por lo menos sosensaciones conocidas.
Apoyo las manos en la encimera
mantengo la cabeza agachadarespirando y concentrándome, deseandque el dolor desaparezca. Veinte minutodespués, las palpitaciones se ha
reducido a un dolorcillo sordo en lasienes.
Y todo parece haber vuelto a l
normalidad. Bueno, por lo menos, a m
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normalidad.
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Noviembre de 2012
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26
an Francisco, California
El pitido de mi teléfono me despiert
de un sueño profundo y me doy la vueltaMe cubro la cabeza con el edredón parapar la luz del sol. Empiezo a sumirm
en el sueño de nuevo cuando suena otr
pitido. Busco a tientas el móvil sobre lmesilla de noche y cuando abro los ojodescubro dos textos seguidos de Brooke
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Mis ojos aún se están adaptandcuando aparece otro mensaje.
Me quedo mirando la pantallmientras me lo pienso. Aparte de un pla
algo vago de encontrarme con los chico perder el tiempo en Lafayette Park, e
realidad no tengo nada más que hace
este fin de semana. Pero locompromisos sociales no son lverdadera razón de que crea que ndebo acudir. Solo me queda una seman
antes de que pueda ir a ver a Anna otrvez y no estoy dispuesto a hacer nadque lo ponga en peligro. Otro mensaje:
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Se me escapa un gemido de la boc
mientras me dejo caer sobre lalmohada. Levanto el teléfono sobre mcabeza y le respondo.
Tiro el móvil sobre el edredón cierro los ojos. No han pasado ni cincminutos cuando vuelvo a oír un pitido
Espero ver otro mensaje demasiadentusiasta de Brooke, pero este es dSam.
Contesto:
Luego aclaro:
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Podría resultar imposible dormir eeste momento, pero dejo caer mi manal costado y el móvil vuelve a aterrizasobre la cama. Estoy sumido en uaturdimiento tranquilo cuando llega otr
exto, seguido de otro. Suspiro y cojo eeléfono.
El sol asoma por entre las cortinas
o he escalado fuera desde el veranpasado. Muy pronto llegarán las lluvia Sam y yo no tendremos más remedi
que ir al rocódromo. Y parece tan…
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normal. Podría concederme un día dnormalidad.
Retiro las sábanas y me obligo
entrar en la ducha. Diez minutos despuéme siento como si esta fuera lverdadera vocación. Echo café en u
ermo, cargo mi equipo en el Jeep lego al camino de entrada de la casa d
Sam a la hora exacta.
No tengo ni idea de adónde vamospero él ya ha planificado nuestrdestino, y antes incluso de que haysalido del camino marcha atrás lo est
programando en el GPS. El itinerariempieza con un corto trayecto hasta eGolden Gate Bridge y termina al pie d
una montaña tres horas más tarde.
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—¿Escalaremos Donner? —pregunto cuando me detengo ante unseñal de stop y observo el mapa.
Sam se encoge de hombros de formexagerada y señala a través de lventanilla de delante.
—¿Has visto este día?Me mira fijamente como si no pued
creerse que sugiera cualquier otra cosa.
Estiro el cuello para ver mejor. Euno de esos días casi de invierno: cielazul intenso, sol radiante, viento frescoPiso el acelerador y bajo la ventanilla,
mientras bajamos por la colina hacia lbahía el coche se llena de aire frío.
En el siguiente stop giro a l
zquierda por una calle residencial y m
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detengo a un lado. Sam me mira dsoslayo mientras me apeo, pero no tardmucho en averiguar qué estoy haciendo
cuando lo descubre, baja y procede ayudarme a desabrochar la capota dela del Jeep. La retiramos y l
sujetamos. Luego reemprendemos lmarcha.
—Ahora sí que es un viaje po
carretera.Sam cruza los brazos detrás de lcabeza y reclina el asiento del pasajeroMientras busca música en mi iPhone
charlamos de las clases particulares quempezaré a dar el lunes. Me habla de loniños, de cómo identificar a lo
revoltosos, así como los que parece
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omarse las clases en serio.Estuve genial en la entrevista. L
efa de la organización me ofreció e
rabajo en el acto. Ahora he aplazado lfecha de inicio dos veces, como si levitara, y cuanto más dice Sam, má
empiezo a percatarme de que no quieroír hablar de ello. Hay algdesagradable en todo este asunto.
El Jeep avanza hasta que por filegamos a la entrada del Golden GatBridge. De improviso, me acuerdo de lorganización con la que me topé cuand
empezaba a buscar proyectos dservicios comunitarios. La dTenderloin, calle abajo del apartament
que se quemó pero no se cobró la vid
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de dos niños. No me lo pienso dos veces y oig
cómo se me escapan las palabras:
—Voy a pasar de ese trabajo, Sam. —¿Qué? No puedes hacerlo. Ya l
has aceptado.
Mantengo los ojos fijos en el tráficde enfrente.
—Ya lo sé. Dejaré de aceptarlo.
Noto que me mira. —Tienes que hacer algo para tuexpedientes —insiste, y le aseguro quengo esa intención.
Mientras cruzamos el puente lcuento todo lo que aprendí del vídeoon-line aquel día, y con cada palabra m
siento más entusiasmado por volver
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casa esta noche y rellenar la solicitud dngreso.
—Como quieras. —Sam se recuest
sobre el reposacabezas y se quedmirando a través del techo abierto—Míralo —dice cuando pasamos bajo l
puerta de color naranja oscuro que sextiende sobre el puente—. Ah, lmejor…
Sin mirar, lanza mi móvil asalpicadero. —No es demasiado pronto para Jac
White, ¿verdad?
—Nunca es demasiado pronto parJack White.
Oigo la primera canción de la list
discográfica que hice meses atrás. E
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una mezcla contundente de WhitStripes, Raconteurs, Dead Weather solos de White. Las notas de las cuatr
guitarras eléctricas inician «SixteeSaltines».
«Galletas saladas». Sonrío mientra
me imagino a Anna mordisqueando una subo la música al máximo volumen.
Durante las tres horas siguientes no
dirigimos hacia Donner, oyendo muchmúsica, hablando muy poco y haciendsolo un alto en el camino para comer en-N-Out. Engullimos los batidos y la
patatas fritas, pero dejamos lahamburguesas envueltas para podecomérnoslas en la cima.
Después de llegar a la zona d
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aparcamiento junto a la carreteracogemos nuestro equipo y caminamoreinta minutos hasta el pie de la primer
ruta. Ninguno de los dos ha estado nuncaquí y Sam está atolondrado, recitandde un tirón todo lo que ha averiguad
durante su búsqueda en Internet danoche. Granito puro. Muchas víasVistas increíbles desde las cimas.
Al pie de la primera roca, mpreparo. Me ato las botas, sujeto mbolsa de magnesio a la presilla de mipantalones y meto la sudadera en l
mochila. Abro una de las barritas dgranola que he cogido de la despensesta mañana antes de salir y me la com
en tres bocados. En el fondo de m
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mochila, busco a tientas el pack de seiGatorades tibios, abro uno y me lo bebde un solo trago.
Miro alrededor. Sam y yo somos laúnicas personas que hay aquí. Hago ugesto con la cabeza hacia el cielo
suelto un fuerte grito. Sam pega ubrinco y me regaña por haberlasustado. Vuelve a ajustar el velcro d
su calzado. El aire es limpio, este sities asombroso y me muero de ganas dcontemplar la vista desde arriba. Nengo ni idea de cuánto lo necesito.
—¿Quieres que guíe? —preguntmientras sujeto las levas a mi arnés.
Sam levanta los ojos hacia la roca.
—De hecho, esta es una vía propici
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de energía.Sam consulta su reloj. —Hemos llegado pronto. Solo so
as doce y media.La escalada es fácil al principio,
no me cuesta trabajo encontrar presa
para manos y pies. Me impulso haciarriba, me deslizo hacia la izquierda vuelvo a impulsarme. El granito está frí
seco bajo las puntas de mis dedosAvanzo ágilmente por la vía.Hacia la cuarta parte de la ascensió
diviso un buen sitio donde descansar
Encajo mi mano en una grieta grande encuentro un espacio igualmente anchpara el pie. Dejo que los brazos s
relajen un poco.
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Busco a Sam. Está delante de mí, parece manejarse bien con las rocasVeo sus dedos agarrándose a la arista
observo cómo se iza a una cornisa pardescansar. Está solo unos tres metromás alto, y puedo ver el sudo
perlándole la frente y goteando por sumejillas. Adopta una posición que lpermite soltar una mano, se levanta e
borde de la camiseta y se seca la cara.Es hora de moverse, así que vuelva espolvorearme las manos comagnesio y me agarro a una presa
Apenas es suficiente para sujetarse, y acabo de unos segundos mis nudillos sponen blancos y los antebrazos m
arden. Veo una presa mejor a uno
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centímetros y giro el cuerpo para podeasirme a ella, subiendo a una cornisque es lo bastante ancha para sosteners
de pie. Me detengo a recobrar el alientoLa cima está más lejos de lo qu
esperaba, y desde aquí será un
ascensión lenta. No sé en qué estabpensando. Han pasado meses desde lúltima vez que escalé en el exterior,
aunque esta tenía que ser una vía fáciempiezo a pensar que lo de la escaladsuperlibre ha sido una mala ideaCuando me espolvoreo las manos, m
iemblan los brazos por la fatiga.Vuelvo a atacar la roca, y un poc
después veo a Sam alcanzar la cima. M
paro a meditar mis últimos movimiento
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mientras me espera allí, doblado por lcintura y sonriéndome.
—Tío, mi madre escala más depris
que tú.Aprieto los dedos alrededor de l
presa con una mano y libero la otra par
dedicarle un gesto obsceno. Sam sueltuna risotada y vuelve a sudar y jadearEspero sentir la euforia que suel
experimentar en este punto de lescalada, pero cada movimiento mcuesta más esfuerzo del que deberíaMañana tendré unas agujetas d
campeonato.Ya casi estoy. En un par d
movimientos estratégicos y bie
planeados ganaré la cima. Respir
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hondo y fijo los ojos en mi siguientpresa. Ejecuto el movimiento, luego otr de repente me sujeto al saliente.
Respiro. Las puntas de mis dedos shunden en el granito.
—Santo Dios, ya era hora. —Sa
oma un trago de Gatorade y mira la horen su móvil—. Ya es la una. Sube de unvez, ¿quieres? Me muero de hambre.
Cuando me impulso hacia arribanoto que la arista se rompe en mimanos. Me caen tierra y fragmentos droca en los ojos y palpo a ciegas
buscando cualquier cosa a la quagarrarme. Mi mano derecha se escapa me sujeto más fuerte a la roca con l
zquierda, pero resbala.
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Sam reacciona en el acto, dejandcaer su Gatorade y lanzándose eplancha. Su mano asoma sobre e
reborde, pero para entonces ya no estocerca.
Mi mejilla se raspa contra l
superficie y mi cadera golpea algo duroMi hombro choca contra una piedra eso frena mi impulso, pero sol
emporalmente. Mis dedos, ya en carnviva, me arden y escuecen cuandescarban el granito.
Oigo a Sam gritar desde la cima.
Espero que mi cuerpo se encoja parno tener que soportar el dolor dempacto. De repente, noto que mi cader
oma contacto con algo duro y me par
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en seco. Estoy tendido hecho un ovillen la cornisa en la que me hallaba antes es lo bastante ancha para mantenerm
seguro, pero aun así gateo en busca dalgo a lo que agarrarme.
—Quédate ahí —dice Sam, y m
echo a reír.Desaparece del reborde y sig
riendo, aunque no sé por qué. Quiz
porque me impide pensar en lo deprisque me late el corazón y que mis piernaparecen de goma.
Al cabo de un par de minuto
regresa al saliente, se tiende boca abajsobre la roca y deja un rollo de cuerdazul a su lado. La desenrolla sobre e
borde y la veo caer, bailoteando
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retorciéndose hacia mí. Cuando levanta mirada, veo a Sam. Tiene el rostr
crispado, los ojos llenos de pánico y la
manos temblando furiosamente mientrahace bajar la cuerda.
Ato la cuerda a mi arnés. Sam grita
«Espera», y desaparece durante uminuto entero. Le imagino atando lcuerda a los anclajes de la cima y not
cómo se tensa. Regresa y se asomsobre el borde. —Ya estás amarrado. ¡Te tengo!Levanta el pulgar y vuelve a echars
al suelo. Trata de mostrarse estoicopero puedo captar la preocupación en svoz.
Empiezo a subir de nuevo
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ejecutando mis movimientos mucho mádespacio, meditando cada uno de ellomás de lo que suelo hacer. Procuro n
pensar que volveré a caerme. No mirhacia arriba, pero me doy cuenta de quSam se esfuerza por mantener la cuerd
ensa.Solo disto unos metros de la cim
cuando Sam se deja caer al suelo otr
vez, y cuando estoy lo bastante cercbaja la mano. En esta ocasión la agarr le dejo subirme a la superficie.
Ninguno de los dos dice nad
mientras nos tumbamos en la roccalentada por el sol y nos quedamomirando al cielo. Ni siquiera me quito l
cuerda de la cintura. Me quedo all
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endido. Al cabo de un rato, me llevuna mano a la cara. Me palpita lmejilla y tengo los brazos cubiertos d
arañazos profundos. Me duele la caderderecha cuando intento incorporarmehay un pequeño tajo en mi hombro
engo los dedos ensangrentados. —¿Estás bien? —pregunta Sam,
asiento con la cabeza. No le miro, per
su voz aún parece algo temblorosa—Dame tu mochila.Tiende la mano y me la quito, per
a correa me roza el corte en el brazo
Me encojo. Sam rebusca entre micosas, y cuando levanto la mirada uminuto después está vertiendo Gatorad
en una servilleta del In-N-Out.
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—Toda el agua está abajo —dicmientras me la alcanza—. Tendremoque servirnos de esto.
Me quito la suciedad de la cara y mimpio el brazo. Sin decir palabraiendo la mano a Sam y me echa el rest
de Gatorade. Vierto un poco más en unesquina limpia de la servilleta, tomo ubuen trago, lo remuevo dentro de la boc
escupo una bocanada de tierra. —Bueno, por lo menos te hariturado la cara y no las hamburguesa
—comenta Sam, riendo.
Introduce la mano en la mochilasaca su Doble-Doble y luego me lanza lbolsa.
Vacío otro Gatorade; Sam da un bue
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mordisco a su hamburguesa y ninguno dos dos habla mientras contemplamos l
vista. Tomo unos cuantos bocados, per
cuando pienso en lo que podría habepasado siento que se me encoge eestómago y pierdo el apetito.
¿Y si me hubiera precipitado hastabajo? No he pensado en repetirlo —odo ha sucedido demasiado rápido—
pero habría podido. ¿Y si me hubierconcentrado en un momento antes dempezar a escalar esa roca, hubiercerrado los ojos y me hubiera hech
retroceder? ¿Qué habría ocurrido shubiera salvado mi propia vida? ¿Podríhacer eso? En tal caso, Sam lo habrí
visto todo.
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De improviso, pienso en algo que ldije a Anna en cierta ocasión. Comenvidiaba sus profundas raíces e
Evanston y una vida normal que ellardía en deseos de abandonar, le dijque, aparte de mis padres y mi hermana
odo cuanto conocía en casa era de algúmodo temporal. Ahora me sientculpable de haber dicho eso. Observo
Sam mientras mastica su hamburguesa se limpia la salsa de la cara y no pueddejar de recordar cómo se ha echado asuelo y ha extendido el brazo sobre e
borde para cogerme.Sam no es temporal. Nunca lo h
sido. Y se me ocurre que, si bien n
puedo contarle mi mayor secreto, quiz
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no debería ocultarle tantos a mi mejoamigo.
Nos terminamos las hamburguesas
arrojo mi mochila —ahora mucho máigera, pues solo está llena de basura—
por el borde del precipicio. Utilizo l
cuerda de la cima para bajar haciendrappel hasta el pie de la roca, y Sam msigue.
Recogemos y enfilamos el caminhacia la siguiente roca. Resulta semucho más técnica, y cuando Sam sofrece para guiar, acepto enseguida
Escalamos dos vías distintas. Aatardecer, emprendemos el trayecto dmedia hora a pie hasta el Jeep.
Caminamos en fila y estamos casi a
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final del sendero. —Sam —digo a su espalda.Suelta un «qué» apenas audible.
—Hay algo que he querido decirte.Sigue andando sin volverse.Respiro hondo.
—La primavera pasada no estuvviajando por Europa.
Vuelve la cabeza y asient
brevemente. Luego reemprende lmarcha. —Estuve en Illinois. —Ah…
—Viviendo con mi abuela.El hecho de que no pueda verle l
cara hace que me resulte más fácil.
—Y mientras estaba allí… bueno
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conocí a una chica.Se para en seco y estoy a punto d
chocar contra su mochila. Se vuelve
sorprendido, con los ojos como platos. —¿Por qué te alojabas en casa de t
abuela?
Me quedo mirándole. No mesperaba que me saliera con eso y nengo una buena respuesta.
—Bueno… me estaba ocupando dunos asuntos familiares. Ercomplicado. Tenía que escapar.
No es la historia completa, per
hasta ahora no miento.Sam junta las cejas. —Coop —dice—. Todos sabemo
que estuviste en rehabilitación. —S
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para en seco y me mira fijamente—Espera, ¿conociste a una chica erehabilitación?
—¿En rehabilitación? ¿Por qudebería estar en rehabilitación?
Mi madre juró que no contaría es
historia ridícula a nadie excepto a ladministración de la escuela. Y Sanunca me ha visto beber, fumar ni toma
pastillas. Aunque hubiera oído eso¿cómo podía creerlo? ¿Cómo pueddecirme eso ahora?
—Vamos, ¿por qué si no t
marchaste de repente a mitad del cursescolar, no volviste en tres meses cuando lo hiciste dijiste a todo el mund
que habías estado viajando por Europa
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—Pone los ojos en blanco. Tiene razó—. Además, tu madre dijo a la madre dCameron que estabas fuer
«solucionando unos problemillas». ¿Quotra cosa debíamos pensar?
Genial.
Le adelanto y echo a andar por esendero que conduce hacia el coche. Nquería iniciar una especie d
confrontación importante sobre dóndestuve la primavera pasada; solpretendía hablarle de Anna. Estocansado. Hoy habría podido morir e
aquella roca. Y ahora el cerebro no mfunciona lo bastante deprisa parproporcionarme nuevas mentiras
ayudarme a proteger mi coartada. Tant
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mentir resulta agotador, así que decidrendirme, jugar limpio.
—Verás —digo sin volverme—. N
ienes que creerme, pero no estuve erehabilitación. Estuve viviendo con mabuela en Illinois durante tres meses
uego regresé. Ahora voy a verla. Y Anna.
Sienta bien pronunciar su nombre e
voz alta.Oigo las pisadas de Sam detrás dmí, pero no dice nada, y yo tampoco. Ecuanto llegamos al coche, cargamos e
silencio nuestras mochilas y subimosGiro la llave en el contacto y pongo lcalefacción más fuerte. Luego cojo m
Phone para buscar música.
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Sam se abrocha el cinturón. —¿Es por eso que te quedaste all
durante el resto del semestre? —
pregunta. No levanto la mirada pero asient
con la cabeza.
—Por Anna.Inhalo bruscamente cuando oigo
Sam mencionar su nombre, y me vuelv
a mirarle. —Sí, por Anna. —Que vive en Illinois. —Desgraciadamente, sí.
Hace con la mano su gestcaracterístico para decir «oigámoslo», mientras salgo del aparcamiento y tom
a carretera de dos carriles que baja a
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pie de la montaña, las palabracomienzan a brotar a raudales.
Omitiendo detalles sobre la décad
que visito, le cuento todo lo que hay qusaber sobre Evanston, Illinois, y lo quhago cuando estoy allí. Incluso l
explico la historia, remontándome hastel pasado marzo, cuando llegué poprimera vez a casa de mi abuela y m
matriculé en Westlake. Media hora máarde, no solo lo sabe todo de Anna, sinambién sobre Emma, Justin, Maggie os Greene. Anna tenía razón. Ahora m
siento las espaldas más ligeras que emuchos meses.
Cuando llegamos al pie de l
montaña, Sam señala una cafetería d
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Brooke, y a pesar de que me encantarícontarle lo que ha sucedido hoy, malegro de no estar en Boulder ahor
mismo. No puedo acordarme de lúltima vez que quise estar exactamentdonde estaba.
Tecleo las palabras:
Al cabo de un minuto llega srespuesta:
Estoy a punto de guardarme eeléfono en el bolsillo e ir a reunirm
con Sam cuando tengo una idea. Annme dijo que más valía que le llevar
flores la próxima vez, pero puedo hace
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algo mucho mejor. Me pongo a teclear.
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Noviembre de 1995
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vanston, Illinois
—¡Dios, qué frío hace ahí fuera!
Brooke entra la pierna y vuelve cerrar la puerta del coche de golpe. Sciñe la chaqueta en torno al cuerpo irita.
—De hecho, iba a pedirte quesperaras dentro del coche. ¿Tmporta?
—¿Bromeas? Llevamos tres hora
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en la carretera, la última parte en medide una tormenta eléctrica, y ahora debde haber cinco grados bajo cero ah
fuera. —En realidad se acerca más doce bajo cero, pero opto por ndecírselo—. Estoy más que contenta d
esperar dentro del coche. —Brookiende la mano con la palma extendid
—. Llaves.
—¿Qué? —Llaves. Calefacción. Música. —Señala el contacto—. Las llaves.
Le entrego las llaves del coche
extiendo el brazo detrás de mí parcoger el enorme ramo de flores que hcomprado por el camino.
—Estaré por allí. —Señalo l
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congregación de gente en el camprodeado de tiendas blancas—. ¿Ves aipo del chaquetón azul? Ese es s
padre. En cuanto veas que Anna se reúncon nosotros, dame diez minutos y luegven. ¿Entendido?
—Entendido.Gira la llave hacia atrás en e
contacto, sube la calefacción hast
reinta grados y empieza a manipular edial de la radio, buscando una emisoraSe para y me indica que me vaya.
—Vete. Estoy bien.
Cuando cierro la puerta, oigo epistoletazo a lo lejos y sigo las señalehacia la línea de salida. El padre d
Anna sigue apiñado con los demá
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padres, todos ellos sujetando un vaso dplástico con café en una mano sosteniendo un cronómetro en la otra.
Me sitúo en el espacio libre que haa su lado.
—Hola, señor Greene —digo en vo
baja.Se vuelve hacia mí. Mantengo la
flores bajas a un costado, pero visibles.
Me examina el rostro y dice: —Estás aquí.Entonces vuelve a mirar hacia e
circuito y toma un largo sorbo de s
café.Me remuevo incómodo. —Sí, señor. Estoy aquí.
—Anna me dijo que vendrías, per
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no la creí.Baja la mirada hacia las flores, s
leva el vaso nuevamente a la boca, ech
a cabeza hacia atrás y lo vacía de urago.
—Quería decirle personalment
cuánto lamenté lo del baile de antiguoalumnos. Habría estado allí si hubierpodido, pero… yo…
Dejo la frase inacabada porque npuedo encontrar palabras que no seamentiras.
Me mira fijamente.
—¿Por qué no llamaste?Me remuevo nervioso. Busco u
modo de justificar eso y decir la verdad
pero estoy en blanco.
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—¿Sabías que estuvo allí plantaduna hora, con ese vestido, esperándoteY tú ni siquiera llamaste. ¿Cómo pudist
hacerle eso? No grita, pero casi deseo que l
haga. Sería más fácil de asimilar que s
porte sereno y la indignación y ldecepción que destila su voz. Es casnsoportable. Casi basta para que se l
cuente todo, todos mis secretos, ahormismo, para que pueda entender por qusigo desapareciendo de la vida de shija cuando es lo último del mundo qu
quiero hacer. —No puedo expresar cuánto l
siento. Sé que… la dejé plantada.
Debe de captar el sincer
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arrepentimiento en mi voz, porque se lablandan los ojos, pero solo uno o dosegundos. Se aleja sin decir nada más,
creo que se ha terminado. Pero entonceira su vaso de café en una papelera
regresa a mi lado.
La mirada severa ha vuelto. —Mi problema, Bennett —dice po
fin—, es que sigues dejándola plantada
Y por algún motivo que su madre y yno llegamos a comprender, ella sigupermitiéndolo.
Noto que se me crispa el rostro. N
creía que pudiera sentirme más horriblde como me sentí después de decirle Anna que ella era un secreto.
La multitud empieza a moverse e
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formación, situándose a ambos lados da cinta de color amarillo vivo
formando un pasillo entre el lindero de
bosque y la línea de meta. El señoGreene consulta su reloj y anuncia:
—Debería estar aquí en poco
minutos.Creo que seguirá a los demá
padres, pero en lugar de eso respir
hondo y se vuelve a mirarme. —Verás, no fingiré entender lo quhay entre vosotros. A ella no parecmportarle que viváis a tres mi
kilómetros uno del otro, ni que solo tvea cada ciertas semanas, pero a mí sí
o pasaba nada cuando vivías en l
misma ciudad, pero esto es ridículo. ¿D
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verdad crees que podéis mantenerlo?Sujeto las flores un poco más fuerteHace un gesto hacia la meta.
—Ahí vienen —dice.Se aparta de mí y se apiña con lo
demás padres. Aplaude y grita con vo
grave y resonante, aunque aún no se vninguna corredora. Cuando aparecAnna, adopta una actitud completament
distinta. Me acerco para ver mejor, perme mantengo a una distancia prudenciade él.
Tres corredoras se presentan a
mismo tiempo, Anna en tercer lugarpero pegada a los talones de la segundchica. La supera con facilidad y lueg
acelera un punto. Sus pies giran ta
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deprisa que se tornan borrosos, subrazos se mueven con fuerza a los lado tiene una expresión resuelta en la car
que no le he visto nunca. —¡Corre, Annie! —grita el seño
Greene—. ¡Vamos! ¡Dale! ¡Vamos!
Ahora puedo verle los ojos, fijos eesa cinta amarilla. Está alcanzando a lprimera, pero se le agota el tiempo par
cerrar la brecha. Le pisa los talones, su rival acelera de nuevo. Anna lsupera por poco en el último suspiroAtraviesa la cinta en primer lugar
evanta los brazos al aire.El señor Greene sigue bramando
pero de repente para y pulsa alguno
botones de su reloj. «¡Sí!», grita. Ann
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está al otro lado del campo, doblada poa cintura, con las manos sobre la
rodillas, hasta que se endereza
empieza a andar en círculosesforzándose por recobrar el aliento. Sdetiene junto a la chica que ha estado
punto de vencerla y extiende un brazpara darle la mano.
Sus compañeras de equipo se apiña
a su alrededor, brincando y ocultándola la vista. Pero momentos después saldel corro y la veo mirar alrededorsupongo que buscando a su padre. L
encuentra enseguida y le manda usaludo entusiasmado con la mano.
Anna echa a correr hacia nosotros
observo a su padre, paseándose de u
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ado a otro, como si tratara de evitaabalanzarse sobre su hija y auparla ebrazos como si tuviera seis años e
ugar de dieciséis. —¿Lo has visto? —pregunta Anna
Su padre levanta la mano y ella se l
choca—. ¡He tenido que apretar de lindo al final!
Tiene las zapatillas completament
cubiertas de barro, y cuando se acercpuedo ver que también lleva las piernasalpicadas de fango desde lapantorrillas hasta arriba.
—¡Esa es mi chica! —Oigexclamar a su padre mientras le da ufuerte abrazo.
Ella le planta un beso en la mejilla
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—Caray, tu padre se ha cabreadconmigo —digo mientras le sigo con lmirada. Tengo el pulso acelerado
odavía me tiemblan las manos cuande entrego las flores—. Me temo qu
esto no ha servido de mucho.
—Gracias de todos modos. Mencantan. —Coge el ramo con una man me pone la otra sobre la mejill
derecha—. ¿Qué te ha pasado en lcara? —Me la he arañado escalando e
roca. —Cubro su mano con la mía y l
beso la palma—. También te he traídotra cosa.
—Ah, ¿sí? —Mira por encima de m
hombro, como si tratara de vislumbra
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o que hay detrás de mi espalda—¿Dónde está?
—En el coche. Confiaba en pode
levarte a casa. —Anna parecdesconcertada, así que sigo hablando—He estado pensando en lo que dijiste l
última vez que estuve aquí, y teníarazón. Deberías conocer a mi familia. Yquiero que ellos te conozcan. —Se l
arruga la frente y se queda mirándom—. Empezaré por Brooke. —¿Brooke? —Sí. Está en el coche.
Indico con la mano a mi espaldahacia el aparcamiento. Mi rostro sparte en una amplia sonrisa, y esper
que el suyo haga lo mismo, pero en ve
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de eso parece horrorizada. —¿En el coche? No puedo conocer
Brooke ahora. No estoy… Quier
decir…Tiene la camiseta empapada e
sudor y las mejillas salpicadas de barro
Se deshace la coleta, se aparta el pelde la cara y vuelve a colocárselo comestaba, pero entonces abre los ojo
como platos mientras mira por encimde mi hombro. —¿Qué pasa? —¡Hola!
Oigo la voz de Brooke detrás de míHabía olvidado que le he dicho quesperara diez minutos antes de bajar de
coche. Debería haberle dicho qu
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aguardara allí hasta que fuera buscarla. Debería haber concedido Anna más tiempo para hacerse a la idea
De repente, sorprenderla con esto se mantoja egoísta.
—Hola. —Anna se mira la ropa
sacude la cabeza—. Vaya… Esperabconocerte cuando estuviera… máimpia.
Brooke agita la muñeca en el airecomo para espantar el comentario dAnna.
—No te preocupes —dice. Per
entonces se queda allí plantada coembarazo, cruzando y descruzando lobrazos, mientras intenta pensar en alg
más que decir—. Estoy mu
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entusiasmada con este viaje pocarretera. Viví unos meses en Chicagopero nunca vi el resto de Illinois.
—Hay una buena razón para eso —responde Anna.
Suelta una risita nerviosa y vuelve
quedarse mirando a Brooke como si aúratara de hacerse a la idea d
encontrarse frente a ella.
Entonces llega el padre de Anna os presento.Brooke da saltitos mientras le tiend
a mano.
—Es un placer conocerle por finseñor Greene. Bennett me ha habladmucho de su familia.
Todavía le estrecha la mano, y e
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padre de Anna baja la mirada como si spreguntara si tiene intención dsoltársela pronto.
—Encantado de conocerte —diceanzándome una fugaz mirada de soslay
—. Nosotros también hemos oído habla
mucho de ti. Me alegro de verte tan biede salud.
A Brooke se le contrae el rostro y s
dispone a decir algo, pero entonces mmira y yo le devuelvo la mirada con unexpresión que viene a decir: «Síguele lcorriente».
Asiente y responde: —Gracias.Le suelta la mano. Cuando el hombr
aparta los ojos, Brooke me fulmina co
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a mirada. —Hay un periodista entrevistando a
equipo —dice el padre de Anna a s
hija.Señala a lo lejos hacia una tienda d
ona blanca con un rótulo que exhibe e
ogo de la Asociación de Institutos dllinois. Identifico a su entrenadora y
algunas de sus compañeras de equipo.
—Deberías ir con ellas.Me lanza una mirada antes de volvea poner los ojos en Anna. Todo, desde lexpresión de su cara hasta su posició
con los brazos cruzados, deja bien clarque no quiere verme aquí.
—Vuelvo enseguida —nos dic
Anna, y luego se dirige a su padre—
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Volveré con ellos, ¿vale? Pero anteregresaré al hotel contigo para darmuna ducha.
—¿Qué hay de la tienda? —El señoGreene está hablando con Anna, pero mmira a mí, con la cara roja
nexpresiva. Casi puedo oír cómo lhierve la sangre. Finalmente aparta lvista y respiro hondo—. Solo te necesit
durante una hora —dice a su hija—. Npuedo cerrar en mitad del día.Entonces, Anna y su padr
ntercambian una mirada elocuente,
engo la sensación de que he sido eema de una serie de discusiones tensa
en casa de los Greene durante la
últimas semanas. Al cabo de uno
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ncómodos segundos más, el hombrvuelve a mirarme, aún cruzado dbrazos y con el ceño fruncido.
—Tiene que estar en la librería a lares.
—Allí estará —aseguro.
Devuelve su atención a Anna señala las flores que tiene en la mano.
—¿Quieres que me las lleve y la
ponga en agua?Su rostro se relaja, ella le dirige unsonrisa agradecida y le pasa el ramo.
Cuando se encaminan hacia la tiend
para atender al entrevistador, Brooke mpropina un puñetazo en el brazo.
—¡Ay! —Hago una mueca—. ¿A qu
viene eso?
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—Nada. Solo quiero demostrar questoy bien de salud.
Me echo a reír y me froto el braz
allí donde me ha pegado. —Sí, seguramente debería habert
puesto al corriente de eso.
Brooke y yo esperamos en el coch
frente al hotel, y por fin vemos salir Anna por la doble puerta. Se instala eel asiento del pasajero. Todavía tiene epelo húmedo y huele a jabón.
—De todos los sitios del mundo os que podríamos ir, y quieres conducires horas desde Peoria hasta Evanston.
—Será divertido.
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—¿Divertido? —Sí, divertido. De hecho, Brooke
o hemos diseñado un trayecto que no
levará a los tres por un territoricompletamente nuevo durante las trepróximas horas. Tomaremos la rut
pintoresca. —No hay nada pintoresco desd
aquí hasta el lago Michigan. Créeme.
—Vamos, eso no es cierto. Duranta siguiente hora pasaremos podieciocho lagos.
—¿De veras?
Asiento con arrogancia. —Apuesto que nunca has estado e
Oglesby. —Anna me mira con las ceja
evantadas—. No, ¿verdad? ¿Y qué m
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dices del Starved Rock State Park? —Trata de no sonreír—. ¿Sabías que larocas pueden morirse de hambre?
Niego con la cabeza como si fueruna idea imposible.
—¿Cómo sabes de esos sitios?
No puedo decirle que me he pasada última semana estudiando est
recorrido en Internet, así que opto po
bromear. — Lonely Planet: Illinois. ¿Quéampoco has oído hablar de eso?
Se queda mirándome.
—Quizá deberías ponerte a conduci—dice, y salgo en dirección a lcarretera 29.
Anna dobla una pierna bajo s
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cuerpo y se vuelve hacia Brooke, que vsentada en el asiento trasero.
—Bueno… cuéntamelo todo sobre t
—dice.Durante la hora siguiente hablan si
parar, y ni siquiera me atrevo a mete
baza.
Diviso una cafetería de carretera quda al lago Fox, y los tres bajamos estiramos las piernas. Dentro, lcamarera nos acomoda en un reservad
con vistas al agua, y Anna y yo nosentamos a un lado mientras que Brookse instala delante de nosotros.
—¿Café? —pregunta la camarer
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quiere. —Yo tomaré la tortilla vegetariana
pero que me la hagan solo con claras d
huevo, por favor. Y sin bacón nsalchicha de guarnición. Solo unostada de trigo integral. Si
mantequilla, por favor.La camarera se queda mirándola. —¿Solo claras de huevo? —
pregunta con vacilación, y Brookasiente—. ¿Sin yemas?Entrecierra los ojos e inclina l
cabeza hacia un lado.
—Eso es.La muchacha mueve la cabeza
anota.
—Veré qué puede hacer la cocinera
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Mientras se aleja, Brooke me mira agita las manos en el aire.
—Como si no hubiera oído nunc
hablar de una tortilla de clara de huevo. —Estás en 1995 —le recuerdo. —Estás en medio de Illinois —
agrega Anna.Rodeo los hombros de Anna con u
brazo y ella me besa en la mejilla
uestros ojos se encuentran umomento, y trato de leer su expresión. —¿Estás bien? —pregunto.Se lo piensa un segundo antes d
asentir. —Seguro. —Bien.
Le doy un besito.
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—Supongo que vais a parar cuandlegue la comida, ¿no? —dice Brooke.
Estiro un brazo sobre la mesa, coj
un sobrecito de azúcar y se lo tiro.Brooke lo pesca en el aire y l
devuelve al recipiente.
—Qué infantil —dice. Pero entoncesuelta una carcajada y aprieta las manocontra la superficie de la mesa—
Bueno, ya no puedo aguantarme. Tengnoticias.Anna y yo nos miramos antes d
fijarnos en mi hermana.
—He conocido a alguien. Se llamLogan y es de Australia. Tiene un acentadorable.
Parece especialmente orgullosa d
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esto último.Anna me mira de soslayo y s
nclina hacia delante.
—¿Dónde le conociste? —pregunta.Todo el rostro de Brooke se ilumin
de nuevo. Brinca sobre su asiento y s
nclina hacia delante, imitando lpostura de Anna.
—Nos conocimos en el concierto d
Train.Carraspeo. —Ten cuidado… —le advierto.Brooke agita las manos en el aire
replica: —¿Qué pasa? ¡Han existid
siempre!
Levanto las cejas.
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—No tanto como podrías creer.Suspira. —Entiendo. —Vuelve a empezar
eligiendo sus palabras con más cuidad—. Nos conocimos en un concierto eRed Rocks. —Brooke me mira pidiend
confirmación y le hago un gestafirmativo con la cabeza—. Está allí coun grupo de chicos y yo estoy con mi
compañeras de piso, Shona y CarolineShona reconoce a uno de sus amigos duna clase, así que los dos se ponen hablar, y muy pronto estamos todo
untos, esperando que empiece eespectáculo. Entonces, uno de ellopregunta si queremos sentarnos co
ellos.
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Se detiene a recobrar el aliento omar un sorbo de café.
—Logan se sienta a mi lado y no
ponemos a charlar. —Sonríe—. Tambiée chifla la música. —Se inclina haci
mí—. Me moría de ganas de decirle qu
había estado en Sídney para ver uconcierto de Maroon 5 en 2008.
—Otra vez —le recuerdo.
—Ah, vale. —Se inclina más haciAnna y le guiña el ojo—. El cantantestá como un tren.
Le doy un puntapié por debajo de l
mesa y se ríe. —Así que hablamos de cuando e
cuando durante el concierto, y en mita
de la segunda parte se inclina hacia mí
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ntercambiamos los números de teléfon nos despedimos, y todo el mund
emprende su camino por e
aparcamiento, pero entonces le oigdecir mi nombre a mi espalda. —Sonrí—. Así que me vuelvo y le veo all
plantado, y me pregunta si puede darmun beso de buenas noches. ¿A que eencantador?
Se inclina sobre la mesa y Annhace lo mismo. —Besa como los ángeles.Miro de reojo a Anna. Tiene un
sonrisa tímida y ya empiezan a subirlos colores desde el pecho otra vez
Coge una lonja de bacón y toma u
bocado.
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—Salimos la noche siguiente y no to pierdas: vive a una manzana de m
casa. ¿Puedes creerlo? Desde entonce
somos inseparables. Vamos juntos a luniversidad en bici, nos vemos parcomer y estamos ridículamente chochos
—Brooke hace una pausa y muerde sostada. Entonces suelta un suspiro—
Ya le echo de menos.
Miro a Brooke y me siento invadidpor la envidia. Anna y yo nuncsabremos lo que es vivir a una manzanuno del otro. Nunca planificaremo
nuestros horarios de clases para poder iuntos en bici a la escuela, y nunca no
encontraremos en la universidad ni no
sentiremos atolondrados cuando veamo
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nesperadamente que el otro se noacerca. Ni siquiera ha transcurrido udía entero desde que Brooke vio a es
chico por última vez; no tiene ni idea do que es echar de menos a alguien.
Pero si Anna está pensando l
mismo, no lo demuestra. —Suena estupendo. —Entonce
coge su tenedor y añade—: Esto
hambrienta.Y ataca su desayuno.
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Los tres pasamos las siguientes horaen la carretera. Paramos en el StarveRock State Park y paseamos por losenderos, contemplando las formacionerocosas y las cascadas. Anna no dicnada, pero parece rendida, y se mocurre que seguramente este no es e
mejor momento para ir de excursión. Acabo de cuarenta y cinco minutos durismo, sugiero que regresemos
Evanston y se muestra aliviada.
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Cuando llegamos a la librería solson las dos y media, y el centro de lciudad está lleno de gente. No encuentr
aparcamiento hasta que llego a lsiguiente manzana.
—Aquí es perfecto —declara Ann
cuando meto el utilitario deportivo euna plaza estrecha delante del parque—Podemos pasar por la cafetería y toma
un café con leche. Nos apeamos del coche e introduzcunas monedas en el parquímetro. Unvez dentro, nos dirigimos a nuestro sof
en el rincón y Anna y Brooke se dejacaer una frente a la otra. Anna empieza hablarle de los grupos que tocan aqu
os domingos por la noche mientras y
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abuela. —Pongo los ojos en blanco—.que va al instituto en el que se gradunuestra madre. Y que ella y Maggie s
han hecho amigas íntimas. Pero sí, tapronto como superaran todo estoapuesto que les caería estupendamente
—Dejo mi café sobre la mesa, mreclino contra el sofá y fijo los ojos eel techo—. Tengo que decírselo cuand
mañana llegue a casa. —Ladeo lcabeza y miro a Brooke—. Me matarán. —No, no lo harán. Puede que no l
entiendan del todo, pero ¿qué van
hacer? Además, piensa en lo bueno qusería no tener que ir a hurtadillas.
Lo intento, pero llevo tanto tiemp
haciéndolo que ni siquiera pued
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maginármelo.Brooke echa la cabeza hacia atrás
oma otro trago y luego deja su taz
sobre la mesa, junto a la mía. Ningunde los dos dice nada, pero ambosabemos que ya es hora de que se vaya.
Me sigue hasta el final de la barra enfilamos el largo pasillo que conduce os servicios. Miro dentro del lavabo d
caballeros mientras ella se queda fueresperando. Una vez que he comprobadque está desierto, entreabro la puerta e hago seña de que entre.
Cierro la puerta y, sin mediapalabra, me coge las manos. Sacude lobrazos con fuerza, como hace siempre,
uego me da un beso en la mejilla.
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—Muchas gracias. —De nada —le digo, lo cual no e
del todo cierto pero parece la respuest
más apropiada.Cierra los ojos y yo hago lo mismo
Cuando los abro, estamos en e
dormitorio de Brooke, exactamente alldonde la he recogido esta mañana.
—Sigo queriendo presentarte
alguien —me recuerda, y le contesto quo intentaré.Entonces cierro los ojos. Cuand
vuelvo a abrirlos, estoy de pie en e
avabo, solo. No sé qué hacer durante la siguient
hora mientras Anna está trabajando
Salgo y me encamino hacia la tienda d
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discos cuando una ambulancia dobla lesquina y pasa por mi lado a todvelocidad, con la sirena aullando y la
uces girando. Me dispongo a cruzar lcalle cuando la veo detenerse justdelante de la librería.
Echo a correr.Cuando llego a la entrada, lo
servicios de urgencias están empujand
una camilla a través de la puertaapartando el gentío que ya ha empezada congregarse fuera. Les sigo.
—¡Anna! —grito una vez dentro
pero no la veo en ninguna parte.Continúo siguiendo la camill
mientras enfila el pasillo de los libro
de cocina.
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Y es allí donde la encuentro. Estsentada en el suelo, rodeando con lobrazos a su padre, que está echad
contra los estantes, con las piernadobladas en mala posición. Uno de loécnicos de los servicios de urgenci
extiende los brazos para apartar a Annapero ella le mira aterrorizada y se niega moverse.
—¿Qué le pasa? —grita. —No lo sé —oigo decir al hombr—. Necesito que te retires para qupodamos averiguarlo, ¿vale? Por favor.
No puedo llegar a su lado lbastante rápido.
Cuando me ve, sujeta el brazo de s
padre aún más fuerte, pero me arrodill
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unto a ella y la atraigo hacia mí. —Ven aquí —digo. Me tiemblan la
manos cuando busco las suyas—. Dej
que ellos ayuden a tu padre.Miro al señor Greene. Tiene los ojo
muy abiertos, fijos delante de él. Per
entonces le cae la cabeza despacio a uado, me mira y parpadea a cámarenta.
Anna vuelve la cabeza hacia muego hacia su padre y de nuevo hacimí. Por último, le suelta el brazo y mdeja llevarla a unos metros de distancia
Los paramédicos tienden al señoGreene en el suelo y empiezan a actuapara hacerle volver de dondequiera qu
esté ahora mismo.
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—¿Qué ha pasado? —le pregunto. —No lo sé. Cuando he llegado a l
ienda, no creía que estuviera aquí. —L
iembla la voz y respira con tantdificultad que las palabras le saleentrecortadas—. He estado buscándol
unos minutos hasta que le he encontrado—Hace un gesto hacia su padre—. Nsé cuánto tiempo lleva así, Bennett. N
sé qué pasa.Justin debe de haber oído las sirenadesde la tienda de discos porqurrumpe por la puerta y escudriña e
ocal con una mirada inquieta. Smuestra visiblemente aliviado al ver Anna, pero su expresión cambia d
nuevo cuando descubre el equipo d
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paramédicos que se ha congregadalrededor del señor Greene.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta
pero ninguno de los dos sabe qué decir. —Le he encontrado así —contest
Anna.
Ahora está llorando, y no dejo ddecirle que no será nada, aunque nengo ni idea de si es verdad.
Uno de los técnicos se levanta y snos acerca. Mira directamente a Anna. —Le llevaremos al Northwester
Memorial.
—Mi madre trabaja allí —respondAnna en voz baja—. Es enfermera. —Entonces me mira—. Tenemos qu
ocalizarla —susurra.
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Y antes de que yo pueda contestarnterviene Justin:
—Yo me encargo.
Y se encamina hacia el teléfono da trastienda.
El técnico del servicio de urgencia
saca una carpeta sujetapapeles y ubolígrafo del soporte de plástico.
—¿Has estado con él en algún otr
momento del día?Tras él, los otros dos paramédicoestán conectando máquinas al pecho deseñor Greene y trasladándole a l
camilla. —Esta mañana —contesta Anna, e
voz baja y débil—. Estaba bien.
El hombre lo anota.
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—¿A qué hora le has visto poúltima vez?
Esta vez Anna habla más fuerte.
—A eso de las diez.Aparta la mirada, y no sé si est
pensando lo mismo, pero tengo qu
preguntarlo. —¿Qué habría pasado si l
hubiéramos encontrado más pronto?
El técnico del servicio de urgenciasacude la cabeza. —Aún no sabemos nada. No pued
decirlo.
—¿Qué habría pasado? —repito. —No lo sé. Puede que vierai
señales de que algo iba mal. —Me mir
directamente—. Mira, déjanos que l
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levemos primero al hospital averigüemos qué ha ocurrido, ¿vale?
Los otros dos paramédicos le hace
una seña, y él cierra la libreta de golpe se dirige hacia la puerta.
—Puedes venir al hospital co
nosotros —le dice a Anna. Y a mí—: Lsiento, solo familiares.
Vuelve a mirar a Anna y añade:
—Sígueme.Anna empieza a moverse, pero lagarro con más fuerza.
—Ven conmigo. Iremos detrás d
ellos.El técnico del servicio de urgencia
entrecierra los ojos al dirigirse a Anna.
—¿Dejarás solo a tu padre?
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—Iremos detrás de ustedes —replico.
Los otros paramédicos pasan junto
nosotros empujando la litera hacia lambulancia, y el hombre mueve lcabeza indignado antes de seguirlos.
Aparto de la puerta a algunocuriosos y las campanillas tintinearuidosamente cuando la cierro de golpe
Echo el cerrojo de seguridad.Cuando la sirena se aleja y las lucerojas giratorias se pierden de vista, coja Anna de la mano y la llevo hacia e
otro lado de la librería. Pasamos junto a caja de delante y veo las flores que l
he traído esta mañana. Están en u
arrón. Con agua. Tal como le h
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prometido. Respiro hondo. —Regresaremos a esta mañana. —
Justin está en la trastienda, pero aun as
hablo en voz baja—. Escúchame, ¿valeTenemos que retroceder hasta estmañana…, hasta el hotel. Era el únic
momento en que no nos movíamos nestábamos a la vista. No puedsincronizarlo de otra forma.
Anna no se mueve ni dice una solpalabra. —Volveremos a las diez y cuarto
usto antes de que dejaras a tu padre e
el hotel. Irás a casa con él y eso te darres horas para observarle y detectar…o que sea…, algún indicio de que alg
va mal.
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Parpadea varias veces. —¿Y si retrocedemos hasta entonce
no pasa nada?
—No lo sé, en ese caso dile que tocurre algo. Dile que te cuesta respiraro invéntate una excusa para pasar por e
hospital a ver a tu madre. Haz lo qudebas para cerciorarte de que vaydirectamente a un hospital.
Anna asiente con la cabeza. —¿Recuerdas dónde ha aparcado ecoche?
Lo piensa un momento.
—Sí —susurra.Está pálida como un muerto
emblorosa.
—Ahora tienes que dominarte
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¿entendido? No te preocupes. Larreglaremos.
Me viene a la cabeza una imagen d
mí mismo magullado y tendido sobre ucharco de sangre, atrapado quién sabdónde o cuándo. La aparto. Los efecto
secundarios no tienen importancia. Lúnico que importa es devolver a Anna esta mañana.
Apoyo mi frente contra la suya. Nsiquiera tengo que pedirle que cierre loojos. Antes de cerrar los míos, pienso eesta mañana y trato de concentrarme e
una imagen mental del hotel y umomento preciso. Puedo dejar que eotro «yo» desaparezca sin ningun
alteración. Me imagino el camin
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circular que sube hasta el hotel dondBrooke y yo hemos recogido a Anna estmañana y…
—Brooke. —No pretendía decirlen voz alta, pero debo de haberlo hechporque al abrir los ojos veo a Ann
mirándome fijamente. Le suelto lamanos y me froto las sienes con laemas de los dedos—. ¿Qué le pasará
Brooke? —Me oigo decir.Ha estado conmigo durante todo esiempo. Si Anna y yo regresamos si
ella, ¿qué ocurrirá? ¿Desaparecer
ambién Brooke? Si está en el cochcuando vuelva, ¿qué haré con ella? Y sno está en el coche, ¿adónde habrá ido?
Tengo que volver aún más atrás
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Tengo que remontarme a esta mañanaantes de recoger a Brooke. Vuelvo coger las manos de Anna, pero esta ve
no es porque tengamos un destino. Sipensarlo, empiezo a pronunciar en voalta todo lo que me pasa por la cabeza.
—No sé cómo hacer esto. No edirecto, como las otras veces. Interfiercon… muchas cosas.
Apenas tengo tiempo de soltar estapalabras cuando Justin asoma por lesquina y enfila precipitadamente epasillo hacia nosotros.
—Estás aquí. He localizado a tmadre —le dice a Anna—. Todavía esten el hospital. Tengo que llevarte.
Anna desenreda sus dedos de lo
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míos y sigue a Justin a través de lpuerta. Cuando él le pone un brazo sobros hombros, ella se detiene y se vuelve
Estoy exactamente en el mismo sitidonde me ha dejado.
—¿Vienes con nosotros? —pregunta
—Sí.Hundo las manos en los bolsillos
es sigo, sin dejar de pensar en l
acaecido esta mañana, buscanddesesperadamente una escapatoria.El coche de Justin está aparcado a
otro lado de la calle, al doblar l
esquina de la tienda de discos. Le abra puerta a Anna y esta sube mientras y
me dejo caer en el asiento de atrás
Jamás me he sentido más impotente.
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Cuando nos paramos en un semáforoAnna señala a través de la ventanillmientras mira a Justin.
—¿Puedes parar allí, por favor?Justin atraviesa el cruce y se detien
en la siguiente manzana. Anna baja de
coche, echa el asiento hacia delante y ssienta detrás a mi lado. Apoya la cabezsobre mi hombro y me susurra al oído:
—No puedo dejar que vuelvas atrásMiro al retrovisor y mis ojoencuentran los de Justin. Me mirfijamente un momento antes de pisar e
acelerador.
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La señora Greene nos ve tan prontcomo doblamos la esquina y entramos ea sala de espera de la UCI, y los tre
nos quedamos inmóviles cuando sevanta de un salto de la silla y cruz
precipitadamente la habitación hacinosotros. Todavía lleva puesto e
uniforme.Abraza a Anna con fuerza, la apart
de nosotros y se la lleva a las sillas de
rincón, donde la acribilla a preguntas
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Anna parece tranquila mientras informa su madre de todo lo acaecido, desdque ella y su padre salieron de casa l
noche anterior hasta la serie de sucesoque han desembocado en el momento eque le ha encontrado en el suelo de l
ibrería.Justin me lanza una mirada y yo se l
devuelvo, confirmando en silencio qu
ninguno de los dos sabe qué hacer. Érecorre incómodo la sala con la vista o señalo un par de sillas situadas a un
distancia prudencial. Pasamos los veint
minutos siguientes en silencio.Entonces los padres de Justi
rrumpen por la puerta, y eso hace que e
nivel de energía vuelva a subir.
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—¿Dónde está? —pregunta lseñora Reilly al acercársenos.
Justin la abraza y luego señala haci
el rincón. Ojalá no tuviera que oír a lmadre de Anna repetir los mismohorrendos detalles, pero estoy l
bastante cerca para captar cada palabrque dice y cada interjección que suelta boca de la señora Reilly.
Me inclino hacia delante, apoyandos codos sobre las rodillas para podeaparme los oídos y por lo meno
amortiguar el sonido. Me dispongo
salir a tomar un poco el aire cuandoigo la voz de Anna.
—¿Tenéis un cuarto de dólar? —
pregunta mientras se deja caer sobre l
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silla contigua.Estira las piernas y recuesta l
cabeza contra la pared mientras Justin
o rebuscamos en los bolsillos. —Toma —dice Justin.Anna extiende un brazo delante d
mí para coger la moneda y se levanta. —Voy a buscar un teléfono públic
para llamar a Emma. Vuelvo enseguida.
Anna se ausenta durante diez minutoargos, y Justin y yo retomamos nuestractitud silenciosa. Pero entonces lmédico entra en la sala de espera
lama a la señora Greene. Esta se ponen pie y cruza la habitación. Las dohablan en voz baja durante un momento.
La madre de Anna vuelve la cabez
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hacia mí. —Bennett, ¿puedes ir a buscar
Anna?
Me muevo con celeridad, salgo de lsala de espera y accedo a los pasilloesterilizados, pero no tengo ni la meno
dea de dónde está. Sigo los corredore doy media vuelta cuando parece qu
no tienen salida, pero por último la ve
al final de un pasillo, apoyada en lpared y jugueteando con el cordón dacero del teléfono mientras pone a samiga al corriente de lo ocurrido.
Me ve acercarme.«Médico», articulo con la boca,
Anna dice algo que no puedo oír ante
de colgar el teléfono de golpe. Los do
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regresamos corriendo a la sala despera.
Nada más verla, su madre la cog
por los hombros y luego nos indica a lodemás que nos acerquemos.
—Venid.
Los seis formamos un semicírculmientras la doctora explica de un modexcesivamente prosaico que el seño
Greene ha sufrido un derrame cerebraEntra en detalles sobre la serie dpruebas que están haciendo pardeterminar exactamente a qué hor
ocurrió y el alcance de la lesión.Mira directamente a la madre d
Anna, a quien se dirige más como un
colega de profesión que como la espos
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de un paciente. —Como seguramente sabes, la
apoplejías son complicadas al principio
Todo depende de cuánto tiempo hestado sin conocimiento hasta que tu hije ha encontrado. Cuando el equip
médico ha llegado al lugar, le hadministrado una medicación pardisolver la embolia, pero… —L
médica deja la frase en puntosuspensivos y Anna empieza enroscarse el pelo alrededor de un ded—. Hasta que podamos precisar el siti
exacto del cerebro donde se hproducido el derrame y cuánto tiempo hranscurrido, no sabremos qu
posibilidades tiene de recuperarse.
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Anna retrocede unos pasos, como sno pudiera seguir soportándolo, pregunto a su madre si puedo llevármel
fuera a tomar el aire.Bajamos en el ascensor a la primer
planta y la conduzco hacia la entrada
Fuera, el viento nos azota el pelo, pernos acurrucamos juntos en un banco dcemento junto a un cenicero alto. Huel
a lluvia reciente y a cigarrillos rancios. —Quiero regresar. —No espero quconteste; me limito a exponerle el plaque he estado urdiendo desde que hemo
dejado la librería—. Regresaré a estmañana, iré a buscar a Brooke y lraeré para que te conozca, y entonces t
diré qué le va a pasar a tu padre, ¿d
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acuerdo? Todo irá bien.Anna niega con la cabeza. —¿Y los efectos secundarios? L
última vez te costó veintidós horas qununca has podido explicarte. ¿Y si lntentas y salimos todos rebotados haci
alguna parte? ¿Y si perdemos esas hora no encuentro a mi padre cuando lo h
hecho? No puedes interferir con eso
Bennett.La oigo, pero eso no me impidrepasar las situaciones más sencillas. Sregresáramos a la librería, no sé qué l
pasaría a Anna. Si volviéramos a lcarrera de esta mañana, no sé qué locurriría a Brooke.
—Basta —dice, como si s
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percatara de que aún estoy buscando umodo de hacer que funcione—. EscuchaMe prometiste que me avisarías s
alguna vez perdías el control. Pero poo visto tengo que ser yo quien te avise i. —Anna me mira a los ojos—. N
controlas la situación. No puedearreglar esto.
Se me encoge el estómago. Dios
ojalá supiera cuánto deseo hacerlo. Quharía cualquier cosa por arreglarlo. Periene razón. No puedo. Esta vez ha
demasiado en juego. Ya no controlo l
situación. No a menos que me atenga as normas.
Anna frunce los labios y me pasa e
pulgar por la mejilla.
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—No debes cambiar las cosas¿recuerdas?
Entonces apoya la cabeza sobre m
hombro. Los dos nos quedamos así ubuen rato, escuchando el sonido de lapuertas automáticas al abrirse y cerrars
de golpe cuando la gente entra y sale deedificio.
Le digo que lo siento varias vece
más, y ella me responde que no lsienta. Pero no le digo lo que estopensando en realidad. Si yo no hubiervenido aquí hoy, ella habría vuelto
casa con su padre en vez de con Brook conmigo. Habría dispuesto de tre
horas en el coche con él. Tres horas par
darse cuenta de que algo iba mal.
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Esas tres horas habrían sido deseñor Greene, y yo se las he robado.
Hoy, después de encontrar a s
padre en la librería, ambos nos hemoplanteado una sola pregunta: «¿Y spudiéramos rehacerlo?». No hemo
pensado ni una sola vez: «¿Y si nhubiéramos cambiado nada desde ecomienzo?».
* * *
Cuando Justin y yo dejamos ehospital, el viento nos azota el rostro
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os ajustamos el abrigo mientraandamos, con la cabeza agachada, hacisu coche. Él sube primero y abre m
puerta. —¿Estás bien para conducir en esta
condiciones?
Me lanza una mirada y gira la llaven el contacto.
—Sí.
Y eso es lo último que dice en loreinta kilómetros siguientes. Cada veque le miro, tiene una expresión extrañen la cara y los nudillos blancos de asi
el volante con tanta fuerza. Estamosiguiendo Lake Shore Drive, a lvelocidad máxima permitida o alg
menos, pero el viento sopla de lo lindo
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Cada vez que golpea el lateral del cochda la impresión de que está a punto dcerrar los dedos alrededor de este liger
Honda Civic y arrojarlo directamente aago Michigan.
Trato de entablar conversación:
—No sabía que tenías coche. —Lo conseguí después del verano
—Gira por una calle lateral—. E
bonito, pero es ligero. Cuando llegue lnieve, tendré que cargar el maletero dsacos de arena para que no patine.
Ahora que hemos dejado Lake Shor
circulamos contra el viento, el cochparece algo menos escurridizo. Veo quJustin relaja ligeramente los hombros
desenrosca los dedos. Quita una man
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del volante y se aprieta la nuca. —Le conozco desde que er
pequeño —dice Justin, con una voz má
grave que de costumbre—. Nuestropadres han jugado juntos al bridge caddos sábados por la noche desde qu
puedo recordar. —Respira hondo—. Emuy sano, ¿sabes? Más sano que mipadres. Dios, lleva años tratando d
convencer a mi padre de que salga correr con él. —Lo sé —digo. Naturalmente, no lo sé. No he oíd
nunca nada de esto. Pero no tengo ndea de qué decirle ahora mismo.
—Todo esto es muy extraño…
Justin deja la frase inacabad
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cuando dobla otra esquina, y resisto empulso de decirle que estoy seguro d
que el señor Greene se pondrá bien
porque no tengo modo de saberlo podría ser que no. El aire dentro decoche está impregnado de tensión,
Justin sigue mirándome como si mocara hablar.
No hace mucho que conozco al seño
Greene. No poseo años de anécdotarecogidas que confirmen su incidencien mi vida ni nada parecido. Solo sé qume cae bien, que es una buena persona
un buen padre, y que no se merece estaconectado a unas máquinas en estmomento.
Justin exhala una bocanada de air
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sobre el parabrisas del coche. —Dicen que podría esta
perfectamente bien y recuperarse de
odo, pero no puedo menos qusorprenderme. —Cuando se detiene antun semáforo, se vuelve hacia mí—
Quiero decir que no sé nada sobrderrames cerebrales, pero parece mupoco probable que no haya ningún dañ
en su cerebro. Ha tenido que estar sisentido durante por lo menos…, ¿qucreía la médica? ¿Veinte…, veinticincminutos?
Esa es la parte en la que no puedpensar, y mucho menos de la que hablarAnna y yo bajábamos por la call
durante esos veinte minutos. ¿Y s
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hubiera habido una plaza daparcamiento delante de la librería? ¿Ysi no nos hubiéramos entretenido a toma
café? ¿Y si no hubiera venido aquí hoy? —Supongo que sabremos más cosa
mañana, cuando salgan los resultados d
as pruebas. —Supongo. Pero, tío, ¿no te hac
desear tener clarividencia o algo así
Quiero decir… si pudiéramos saberlo¿no?Cuando el semáforo cambia a verde
aparta la mirada de mí, negando con l
cabeza como si fuera una idea ridícula.
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* * *
El cerrojo de seguridad se abre coun fuerte chasquido. Entro de puntillas cierro la puerta a mi espaldaagradecido al descubrir que la casa estsilenciosa y a oscuras, a excepción deresplandor de la luz que Maggie siempr
deja encendida sobre el escritorio.Arrastro los pies sobre el suelo d
madera noble y me cuesta mucho má
esfuerzo subir las escaleras. Mi cerebrestá demasiado activo, pero mi cuerpse muere de ganas de tumbarse en lcama.
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Voy directamente al cuarto de bañodonde me echo agua fría en la cara observo mi reflejo. Tengo la piel pálid
los ojos inyectados en sangre, con lopárpados medio cerrados pese al choqufrío que acabo de administrarles. Apag
a luz y regreso a mi habitación.Debería haber insistido en quedarm
con Anna en el hospital, aunque l
mirada de su madre ha dejado muy clarque no me quería allí. Por enésima veesta noche, me imagino la expresión dAnna cuando me ha dicho que no podí
regresar, y me pregunto si estohaciendo lo correcto al no intentarlsiquiera. Sobre todo cuando me acuerd
de cómo ha parpadeado el señor Green
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al mirarme.Pero de todas las cosas que ha
ocurrido esta noche, de todas las cosa
que se han dicho, las palabras de Justison las que me obsesionan y mmantienen en vela.
Ha dicho que deseaba poder ver efuturo, sin tener la menor idea de que ysí puedo.
Ya no puedo resistirme más, así qua mi pesar saco mis botas pesadas defondo del armario y me las pongo, luegme enfundo el chaquetón negro y m
calo la gorra de lana hasta las cejasLleno mi mochila con agua embotellad un fajo de billetes.
No cambio nada. No manipulo e
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reloj ni rehago nada. Tan solo observocomo he hecho siempre. Esta vez nnfringiré las normas, y cuando hay
erminado nadie podrá saber qué hhecho.
La doctora ha dicho que requerirí
iempo y paciencia; que aunque srestableciera del todo, seguramentlevaría uno o dos años. Teniend
presentes sus palabras, me sitúo de pien el centro de mi habitación y cierros ojos.
Visualizo la pintura amarilla que s
está agrietando y desconchando en eateral de la casa de los Greene y vací
mi cabeza de todo lo que no sea la fech
de hoy: 15 de noviembre.
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Escojo una hora a la que sé questaré en casa: las seis y media de lmañana.
Y elijo un año de mi pasado, perdel futuro de Anna: 1997.
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Llego al lateral de la casa de Annaexactamente allí donde había previsto, espío despacio desde detrás de lesquina. La última noche ha debido dnevar, pero no mucho. Aún puedo vebriznas de hierba asomando a través da fina capa de hielo que recubre e
césped. Me siento demasiado abrigadcon mi gruesa indumentaria de invierno.
Al mirar a través de la ventana
compruebo que la cocina parec
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exactamente igual: los mismoelectrodomésticos, los mismoaburetes. Puedo ver la cafeter
perfectamente, en el mismo sitio que hocupado siempre. Miro alrededoresperando que aparezca alguien
preparado para agachar la cabeza anstante cuando lo haga.
A estas horas, Anna debe de estar e
a universidad, pero es un buen momentpara sorprender al señor Greenpreparando el café matutino.
Oigo abrirse la puerta principal
echo un vistazo desde detrás de lesquina cuando unas pisadas aterrizasobre el porche. Los pies parecen de u
hombre, pero la puerta me tapa la vista
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no puedo saberlo. El periódicdesaparece y la puerta vuelve cerrarse. Corro a mi puesto d
observación en la ventana.El señor Greene entra en la cocina
se dirige hacia la encimera. Despliega e
periódico, le saca unas páginas y echa eresto del diario sobre la mesa de lcocina.
Cuando se aleja de la encimerareparo en la ligera cojera en su ladderecho. Delante de la cafetera, manejsu mano derecha con torpeza, y cuand
ntenta usarla para abrir la bolsa decafé no tarda en rendirse y en emplear lmano izquierda y los dientes en su lugar
Mientras hierve el café, estira u
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brazo hacia el armario alto y saca doazones. Se dirige hacia el frigorífico
regresa con un envase de leche.
Se dispone a devolverlo a su siticuando Anna aparece por la esquina. Lpone una mano sobre el hombro, le cog
el envase y se lo lleva. Luego le plantun fugaz beso en la mejilla y se dirighacia la encimera en busca de su tazón.
Lleva el pelo más corto, colgandsuelto hasta la altura de los hombrosViste vaqueros y una sudadera. Tardo umomento en darme cuenta de que pon
«Northwestern cross country» y en ataos cabos. Anna aún vive aquí.
El señor Greene vuelve
encaminarse hacia el periódico, y Ann
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se le adelanta y lo coge primero. Lpasa una parte, que él dobla por la mita la usa para pegarle en el brazo. Ella s
ríe, pero puedo oír a su padre a travédel cristal mientras le dice que deje dayudarle.
Al cabo de unos minutos suena eimbre, y cuando miro por detrás de l
esquina descubro a Justin de pie en e
porche. Lleva una gorra de béisbol y lmochila colgada sobre un hombro. Lpuerta se abre y Anna grita: «Adióspapá», antes de salir y cerrarla a s
espalda. Ambos enfilan la acera dcamino hacia la universidad.
He visto todo lo que tenía que ver
Cierro los ojos y me traslado a m
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habitación en casa de Maggie.Me palpitan las sienes. Me siento e
el suelo junto a mi cama y busco el agu
dentro de mi mochila. Vacío las dobotellas sin parar y cojo un Frappuccina temperatura ambiente. Cuando l
botella está vacía, recuesto la cabezcontra la cama y espero a recuperarme.
Siento dolor, pero los síntomas s
parecen más a los habituales —unfuerte jaqueca y la boca seca—, aunqusin hemorragias nasales, sin sonidopenetrantes y, lo más importante, si
perder el control de mi sitio en lcronología. He logrado permanecer e1995, he ido con éxito a 1997 y h
vuelto a 1995 ileso.
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Me quedo allí, imaginándome aseñor Greene deambulando por lcocina, a Anna ayudándole y cómo él l
ha regañado por hacerlo. Está bien. Nha recobrado la normalidad pero estvivo, capacitado y visiblemente e
buenas manos. Y aunque sé que se sientaliviado en parte de que Anna sigviviendo en casa, estoy seguro de qu
por otro lado se siente culpable, sabiendas de que Northwestern no fununca su primera opción.
Me pesan los párpados y me muer
de ganas de cerrarlos y sumirme en esueño. Pero justo cuando empiezo adormilarme, algo que ha dicho l
médico esta tarde me despierta de golpe
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Ha dicho que la recuperación seríenta. Que podría llevar años. S
comentario me hace preguntarme qu
habría podido ver si hubiera avanzadaún más lejos. Quizá mañana tendré unnformación más fiable para Anna.
Me levanto y vuelvo al centro de lhabitación. Golpeo las botas contra esuelo hasta que se ha desprendido tod
a nieve. Cierro los ojos y me imaginuna fecha del futuro en la que sé quAnna ya no vivirá en casa, pero sin dudestará de visita: la Nochebuena de 2005
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Me he equivocado de casa.El camino de entrada está en el sitiusto. La ventana de la cocina está all
donde debería. Rodeo el edificio hasta fachada y levanto la mirada hacia l
ventana de Anna. Me encuentro en eugar adecuado, pero la casa ya no est
recubierta de pintura amarilla desconchada. Ahora está pintada de grioscuro con ribetes blancos. Parec
hermosa.
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Debe de haber nevado hace pocahoras, porque mis pies se hundeprofundamente en un polvo blanco
igero que no tiene el aspecto ni lextura de la nieve que recuerdo. M
cubre los vaqueros hasta las espinillas
noto que se me enfrían los dedos dos pies dentro de las botas de invierno.
Miro a través de la ventana. Tambié
a cocina parece distinta, recién pintad con armarios nuevos, encimeras dgranito nuevas y un montón delectrodomésticos nuevos. Podría se
obra de otros propietarios. Perentonces me fijo en que los taburetes soexactamente los mismos, y sonrí
cuando evoco la primera vez que vine
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casa de Anna y me instalé allexaminándola detenidamente en buscde señales de miedo mientra
desaparecía delante de sus propios ojosLa madre de Anna entra, escondo l
cabeza debajo del alféizar y cuento hast
cinco. Entonces vuelvo a echar unmirada dentro, observándola mientramete las manos en el horno y saca un
fuente de asado. Deambula por lcocina, removiendo cacerolas sobre lofogones e introduciendo rollitos en ehorno.
Empiezo a preocuparme por el padrde Anna cuando este entra en la estanci mete un dedo en una cacerola. L
señora Greene le golpea la mano con l
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cuchara de madera que acaba de sacade la salsa y prácticamente puedo oírlcuando le dice que se vaya. No pued
oír la respuesta de su marido, pero lhace echar la cabeza hacia atrás entrrisas.
Le observo cruzar la cocina edirección al comedor y reparo en uneve cojera. Cuando vuelve lleva un
bandeja de plata, y la deja sobre lencimera. Cuesta trabajo apreciarldesde mi posición, pero da la impresióde que sus manos funcionan com
deberían.Entonces oigo unos neumático
crujiendo despacio sobre la nieve. Una
uces se reflejan en la nieve del jardí
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de delante, y me quedo inmóvil mientraveo un coche accediendo al camino dentrada. Salgo de la parte posterior de l
casa y me escondo detrás del enormroble para ver mejor. Llego justo iempo de presenciar cómo Anna baj
del coche.La puerta del conductor se abre
alguien más aparece alrededor de l
parte delantera del vehículo. Las lucede la casa iluminan perfectamente erostro de Anna, y estoy lo bastante cercpara distinguir cada detalle, pero él est
en la sombra, y lo único que puedo verles el cogote. Le da la mandespreocupadamente, como si lo hubier
hecho un millón de veces. Después l
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besa. Dice algo que la hace sonreír. Sme oprime el pecho y tomo aire.
Es una sonrisa que conozco bien
Creía que era a mí a quien la reservabapero aquí, en 2005, parece que lpertenece a él.
Ambos se dirigen hacia el porchecogidos de la mano. Antes de alcanzar eprimer peldaño, el señor Greene abre l
puerta de par en par y levanta a Annentre sus brazos. Ella ríe y dice: «Holapapá», antes de volver a tocar el suelo.
El señor Greene se vuelve hacia e
chico y dice algo que no puedo oídesde esa distancia. Le atrae para darlun abrazo paternal y le da uno
golpecitos en la espalda. Le suelta per
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deja un brazo sobre su hombro, y continuación conduce a ambos anterior de la casa. La puerta se cierr
ras ellos.Cruzo el césped hacia el camino d
entrada y busco dentro del coche alg
que me diga quién es y de dónde havenido, pero el interior estcompletamente vacío. Rodeo la part
rasera del vehículo, miro la matrícula veo una pegatina de la empresa dalquiler de coches en la esquina. Havenido en avión desde algún sitio. O po
o menos él.Vuelvo sobre mis pasos hast
regresar a mi posición debajo de l
ventana de la cocina. Debo de se
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masoquista, porque una vez que mevanto en la esquina y miro dentro, m
siento atrapado. Quiero dejar d
observarlos, pero soy incapaz. No se ve al chico por ninguna parte
pero tengo una vista perfecta de Anna d
pie en el centro de la estancia, con supadres felizmente atareados a salrededor. Dios, tiene un aspect
ncreíble. Vuelve a llevar el pelo largo esta noche se lo ha recogido con unhorquilla en la nuca. No puedo dejar dmirarla.
Revolotea por la cocina como hacíantes, partiendo chuscos de panhundiendo el dedo en las salsas
cerrando los ojos cuando el sabor l
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mpregna la boca. Se vuelve y dice alga su padre, que se troncha de risa.
Ahora, Anna está sentada en u
aburete de espaldas a mí. La señorGreene deja una bebida sobre lencimera frente a ella y veo que Anna s
leva el vaso a los labios.Él ha vuelto. El chico que ha traído
casa con ella regresa a la cocina y v
derecho hacia el frigorífico. Anna me lapa y cambio de posición para intentaver mejor, pero golpeo sin querer ecristal de la ventana. Anna se vuelve e
su asiento y yo arrimo la espalda contrel lateral de la casa.
—Lo he visto otra vez, papá. —Est
ejos y suena amortiguada, pero pued
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distinguir sus palabras, y su voz se hacmás fuerte y más nítida cuando ahuecuna mano contra la ventana y habla—
Hay alguien ahí fuera, lo juro.El corazón me late con fuerza contr
a caja torácica y necesito hasta e
último gramo de autodominio parpermanecer inmóvil y en silencio. Estallí mismo. Quiero decir algo. Quier
evantarme, mirarla a la cara y ver cómreacciona. Tiene que haber algo qupueda decir para hacerla salir, cogerlas manos y llevarla a un sitio má
cálido en el que podamos pisar arena hablar. Tengo que saber quién es esipo, qué está haciendo en su casa y po
qué le mira de ese modo. Tengo qu
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saber qué nos ha pasado y cómmpedirlo.
Oigo la voz de su padre, baja
clara. —¿Qué es? —No lo sé, pero lo juro, veo alg
moviéndose ahí fuera. —Estoy seguro de que no es nada —
responde él—. Quédate aquí. Saldré
comprobarlo.Me vuelvo en busca de algún sitidonde ocultarme, pero no hay ningunoOigo la puerta principal al abrirse
cerrarse de golpe, seguida de unos pasoenues sobre el porche de madera.
Me invade el pánico y cierro lo
ojos.
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Cuando los abro, estoy de vuelta emi habitación en casa de Maggie. Estosentado en mi cama con la cabeza
punto de estallar y el estómagencogido, sabiendo que el señor Greenha descubierto todas mis huellas
preguntándome qué ha sucedido cuando ha hecho.
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Hoy el hospital está más concurridoSalgo del ascensor y entro en la sala despera, y me lleva un minuto enterocalizar a Anna. Por fin la veo, sentad
en una silla contra la pared del fondocon su madre a un lado y Justin al otrodándole la mano. Emma está sentad
unto a él, con los brazos cruzados sobrel pecho y los ojos fijos en el techo.
No hay ningún sitio en el qu
sentarme, pero de todos modos me dirij
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hacia ellos. Tan pronto como llegoJustin se levanta.
—Eh. —Me indica el asiento—
Coge el mío. Al fin y al cabo ya me iba.Anna se levanta a su lado y le ech
os brazos a los hombros, y Justin l
estrecha con fuerza, con los ojocerrados mientras le acaricia la espalda
—Llámame luego, ¿vale? O mejo
aún, pasa por la tienda. Estaré allí hastarde.Anna le besa en la mejilla. —¿Señora Greene? —Oigo la voz
mi espalda, y cuando me vuelvencuentro a la médico de ayer allí de pi—. Usted y su hija pueden verle, per
que sea una visita corta.
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Anna me da la mano cuando paspor mi lado y me la aprieta. Ella y smadre siguen a la doctora fuera de l
sala y yo me siento junto a Emma. Dejque mi cabeza se recline contra la pared
—¿Cómo está hoy?
—Mejor, parece. Ha recobrado econocimiento durante la noche. Loresultados de las pruebas so
esperanzadores, pero ha perdido todaas funciones del lado derecho. —Mmagino al señor Greene utilizando lo
dientes para abrir una bolsa de grano
de café. Emma se frota la frente con laemas de los dedos—. Pero creen que, a larga, se recuperará del todo.
Esto es una buena noticia, pero
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Emma le tiembla el labio inferior y mdoy cuenta de que está conteniendo laágrimas.
—¿Te encuentras bien? —lpregunto.
—¿Yo? —Respira hondo y se pas
as puntas de los dedos por las mejilla—. Debería hacerte yo esa preguntaShaggy. Tienes un aspecto horrendo.
Creía que tenía un aspecto aceptabla tenor de todo lo que he vivido durantas últimas quince horas, pero entonce
me llevo las manos a la cara, me palp
a espesa barba y caigo en la cuenta dque aún visto la misma ropa de ayer.
—Estoy bien —miento.
Emma respira hondo y se enderez
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en su silla, mirando la repleta sala despera como si captara el feo mobiliari las revistas apiladas sobre la
mesillas por primera vez. —Esto es muy extraño. No habí
estado nunca en un hospital. ¿Y tú?
Me imagino a Anna y a mí sentadoen una sala de espera distinta en uhospital distinto —uno más próximo
Chicago y al escenario del accidente dcoche de Emma y Justin—, persimilarmente fea e igualmentdesprovista de nada que parezca alegre.
—Sí, he estado en algunos. —Es tan extraño… Tengo est
sensación, ¿sabes?, como si hubier
estado dentro de un hospital por l
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menos una vez, aparte de haber naciden uno, pero no creo que haya estadnunca. Nadie de mi familia ha estad
nunca enfermo, ni me he roto un hueso nnada… Toco madera —dice, golpeandel brazo de la silla con los nudillos
Entonces se estremece—. Este lugar mproduce escalofríos.
Nunca vi a Emma después de
accidente, pero Anna me lo contó todoEs imposible mirarla ahora simaginársela en aquella habitació
esterilizada de hospital, arañada
suturada por fuera, destrozada y aúsangrando por dentro. Emma jamásabrá lo que hice por ella y yo jamá
querré que lo sepa.
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Vuelve a pasear los ojos por la sal se inclina hacia mí.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro.Se acerca todavía más, apoyando lo
antebrazos en mi silla.
—¿Crees que Justin está colado poAnna?
—¿Por Anna? —No pretendía qu
me saliera en un tono de voz comdiciendo «mi Anna», pero creo que ases—. No. Quiero decir, son amigos. Sconocen de toda la vida. Para Anna e
como un hermano. —Ah, sí… desde luego. No esto
hablando de lo que siente Anna por é
en ese terreno solo estás tú), sino qu
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me refiero a lo que él siente por ella. —Pasea la mirada por la sala de espera—
o importa. No debería haber dich
nada. Solo tenía curiosidad por saber topinión y estamos aquí, los dos solosatrapados en este maldito hospital. —
Golpetea las uñas, pintadas de un rosntenso, sobre sus vaqueros—. Solo qu
el modo en que la ha abrazado hace uno
minutos parecía un poco «más quamigos». —Dice esto último marcandas comillas en el aire—. Es
combinado con todo ese asunto del cas
beso…Ladeo la cabeza y la miro. —¿Qué es el «asunto del cas
beso»?
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Frunce el ceño mientras elige supalabras con mayor cuidado.
—Ya sabes. Después de que t
fueras de la ciudad la pasada primavera—Debe de percatarse por la expresióde mi cara que oigo esto por primer
vez, porque se tapa la boca con la man se apresura a apartarse de mí—. Ann
me dijo que lo sabías. Dio a entende
que no tenía importancia.Jamás me lo dijo. Y puede que nuviera importancia. Si est
conversación hubiera tenido lugar ayer
me habría reído, pero viniendo a renglóseguido de lo que vi anoche, quizá msiento un poco demasiado susceptible a
respecto.
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—Justin se emborrachó un poco emi fiesta de cumpleaños, y es posiblque me aprovechara de la situación
porque finalmente decidí preguntarlqué sentía por ella, ¿sabes? Para ver qudecía. —No estoy seguro de querer oí
esto, pero sigue hablando y no ldetengo—. Al principio juró que soleran amigos, pero luego me dijo que
después de que tú te marcharas lpasada primavera, un día estaban juntoen la tienda de discos y casi se besaron.
Se encoge de hombros, como dand
a entender que no está molesta por esncidente, pero puedo ver por l
expresión en su cara que sí lo está.
—Pero no te enfades. No fue culp
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de Anna. Justin intentó besarla…, eso ldejó muy claro. Quiero decir, si tú nuvieras nada que ver con esto, quié
sabe, pero…Rebobino a lo que vi anoche cuand
fui a 1997. Cómo Justin recogió a Ann
en su casa, y los dos se marcharon a lfacultad juntos. Y entonces pienso en echico con el que la vi ocho años má
arde. El tipo al que besó en el caminde entrada de su casa. Ni siquiera habícontemplado la posibilidad de qupodía ser Justin, pero ahora no pued
quitarme esa idea de la cabeza. No creque ese chico fuera pelirrojo, perampoco llegué a verle bien en ningú
momento. Recuerdo cómo el seño
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Greene le dio un abrazo paternal y lcondujo al interior de la casa.
—Todo esto es completament
parcial… —Emma se interrumpe suelta una carcajada cínica—. Lo cuadebería haber sido mi primera pista
¿no? —Imita mi postura, con la cabezcontra la pared y las piernas extendidadelante de ella—. No sé por qué sig
esperando, como si me conformara coser su premio de consolación.Se dispone a decir más. Ojalá no l
hiciera. Ahora mismo adolezco de
vigor suficiente para pensar en nada desto y tengo cosas mucho mámportantes en la cabeza. Antes de qu
Emma pueda hablar de nuevo, Anna y s
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madre regresan a la sala de espera y ssientan en las sillas que hay delante dnosotros.
—Nada nuevo, me temo —dice lmadre de Anna mientras se enrosca epelo alrededor de un dedo y suelta u
profundo suspiro.Entonces, motu proprio, larga un
historia sobre un paciente de apoplejí
con el que trabajó hace años. Finjescuchar antes de lanzarle una mirada Anna, que, afortunadamente, ellentiende.
—Volvemos enseguida, mamá —dice.
Me da la mano y me conduce por e
pasillo hacia las máquina
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expendedoras. Hurga en el bolsillo dsus vaqueros en busca de monedas.
—¿Quieres que compartamos un
bolsa de doritos?Se dispone a introducir un cuarto d
dólar en la ranura, pero la detengo.
—Espera. Hay una cafetería al otrado de la calle.
—¿Sí? —Se tapa la boca mientra
bosteza—. Mira, parece buena idea.Me pide que espere junto aascensor mientras notifica a su madradónde va, y vuelve sujetando su abrigo
La ayudo a ponérselo.La cafetería no se parece en nada
a que frecuentamos, mucho má
nstitucional que acogedora, con mesa
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metálicas y sillas a juego. Annencuentra sitio junto a la ventana derincón mientras yo voy a pedir en l
barra. Al cabo de unos minutos regrescon un cuenco de sopa, un chusco de pa un café con leche.
Anna coge el pan y le da vueltaentre las manos.
—Esto me recuerda París —dice
Me dirige una mirada triste antes domar un bocado—. Desgraciadamenteesto no sabe a aquella baguette. —Squeda mirando el pan, con un air
decepcionado—. Estoy convencida dque no volveré a probar nada tadelicioso.
No respondo. De hecho, apenas dig
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una palabra mientras se termina la sopaPero cuando hace una bola con sservilleta y la mete en el recipient
vacío, no puedo contenerme por máiempo.
—Tengo que decirte algo —suelt
prácticamente de buenas a primeras, ella levanta la mirada hacia mí.
Seguramente debería haber planead
o que me dispongo a decir, pero no lhe hecho. Ahora me limito a improvisasobre la marcha confiando en que tengsentido.
—¿Te acuerdas de anoche, cuandestábamos sentados fuera y me dijistque no podía arreglar esto?
—Sí.
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—Bueno, pues pensé en otra cosque podía hacer.
Toma un sorbo de su café y espera
que continúe. —Fui hacia delante.Bosteza de nuevo antes de decir:
—No sé a qué te refieres. —Fui hacia delante…, hacia t
futuro. Para ver qué le ocurre.
Levanta la cabeza bruscamente rata de dejar su taza de café sobre lmesa, pero se le escapa de los dedos golpea la superficie. Parte del café s
derrama por el costado, y Anna coge sservilleta para limpiar el desorden. Drepente se para y se queda mirándome.
—No quiero saberlo, ¿vale?
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Asiento con la cabeza. —Sí quieres. Son buenas noticias
Se pondrá bien.
Deja caer la servilleta mientrahinca los codos sobre la mesa y ocultel rostro entre sus manos. No sé si est
lorando o riendo, o si se siente taabrumada que hace ambas cosas a lvez.
—Llevará algún tiempo. En un pade años, aún cojeará y no podrá utilizadel todo la mano derecha, pero con eiempo estará bien.
—¿Cuánto tiempo?La miro. —Lo siento, Anna. Ojalá pudier
decírtelo, pero no puedo.
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—No, claro que no puedes. Estbien. —Mueve la cabeza con firmezacomo si se reprochara haberl
preguntado. Se acerca todavía más—Aún no me puedo creer que hicieras est—dice con excitación—. ¿Qué má
quieres decirme?Toma un buen trago de café, se lam
a espuma de los labios y yo respir
hondo. —Vi lo suficiente para saber que hcometido un error viniendo aquí. —Yestá. Lo he dicho—. No debería esta
aquí, Anna. Está cambiando toda tu vidaAprieta las palmas contra la mes
para tranquilizarse.
—Para mejorar.
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—Ya no estoy tan seguro.Mira por la ventana y no dice nada. —¿Qué es lo que no me dices
Bennett? ¿Qué viste?Me mira con fijeza. —Os vi a ti y a tu familia con u
futuro feliz. Y si te hablo más acerca deso, es posible que no ocurra de esmodo.
Ya basta. Eso es todo cuanto puedsaber. Una cosa más y podría cambiar lque vi, y no puedo hacer eso.
—Bueno, es mi futuro. Quiero qu
formes parte de él. —Junta las cejas—¿Tú no quieres estar en él?
Asiento.
—Pero piénsalo —digo, sacudiend
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a cabeza—. Si hubieras estado en ecoche con tu padre ayer, habrías sabidque algo iba mal. Habrías visto lo
síntomas y le habrías llevado a uhospital más pronto. Puede que nsiquiera estuviera aquí ahora.
—Oh, vamos…, tuvo un derramcerebral. Eso habría ocurrido de todomodos. Tú no hiciste nada malo.
—Estaba aquí, Anna. Contigo. Y ndebería haber estado. Si yo no hubierestado aquí, tú habrías estado con tpadre.
No esperaba sentirme así, percuanto más hablo con ella, más ira notacumulándose en mi interior. Ahor
mismo me parece estar furioso con tod
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el mundo. Con Emma, por contarme ldel casi beso de Justin y Anna, pues nquería saberlo, especialmente hoy. Co
Anna, por hacerme creer que lorehacimientos estaban bien, simplementporque la vida de su mejor amiga estab
en juego. Con mi padre, por dejarmcreer que era más poderoso de lo qusoy en realidad. Y conmigo mismo, po
r hacia delante y abrir una ventana a ufuturo que jamás debería haber visto que sin lugar a dudas no quiero quexista.
Y es egoísta, pero estoy enfadadporque empieza a dar la impresión dque cada vez que hago algo bueno po
alguien, soy yo quien paga la
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consecuencias.Respiro hondo y me preparo par
mis siguientes palabras, las que ha
estado girando dentro de mi cabezdesde que volví de su casa l
ochebuena de 2005. Eso es. Si quier
asegurar la vida que vi para Anna, en lque es feliz sin mí, tengo que decirlo.
—Ya no volveré.
—¿Qué?Trato de cogerle las manos, perantes de que pueda hacerlo las aparta se pone en pie. La silla metálica s
vuelca detrás de ella y cae al sueloAnna mira por encima del hombro comsi pensara en levantarla, pero no l
hace. Gira sobre sus talones, s
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encamina hacia la puerta y sale al fríde la calle.
Para cuando la alcanzo, está en e
bordillo, esperando una interrupción eel tráfico.
—Anna. Por favor.
Se para y se vuelve, con los brazocruzados y las lágrimas resbalando posus mejillas.
—¡No puedes hacer esto! —gritmientras los coches pasan a todvelocidad junto a nosotros—. No puedehacerme esto. Prometiste que no t
rías…Ahora tiene toda la cara encarnada
as lágrimas brotan deprisa. Trata d
enjugárselas, pero no le da tiempo.
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La sujeto por un brazo, pero me lsuelta de un tirón.
—¡Vete! —grita—. Si eso es lo qu
quieres, ¡vete!Siento que algo en mi interior s
rompe.
—¿Lo que yo quiero? —le responda gritos—. ¿A qué te refieres con lo quo quiero? ¿Cuándo ha consistido est
en lo que yo quiero? No tengo nada, nuna sola cosa, que yo quiera. ¿No lentiendes?
En mi imaginación veo a Anna, d
pie en el camino de entrada de su casasonriendo a ese tipo que no soy yo, siento cómo la sangre me hierve en la
venas.
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—Verás, llego a probar un pedacitde todas esas cosas increíbles, pero npuedo retener ninguna. Llego
conocerte y a formar parte de tu vida, lego a conocer a tu familia y tus amigos
pero no puedo quedarme con nada d
eso. No puedo vivir aquí. Esta no es mcasa. Y cada vez que tengo que regresarme mata. Cada… sola… vez. Y siempr
o hará. —Bennett…Anna vuelve a la acera y me empuj
para apartarme del borde.
—No, espera. Es aún mejor. —Suelto una carcajada sarcástica y mlevo la mano al pecho—. Por fi
encuentro algo que me hace sentirme
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gusto con eso que sé hacer. Averigucómo salvar vidas. Llego a dar a unacuantas personas que lo merecen un
segunda oportunidad. Y eso sientrealmente increíble durante unos veintminutos… hasta el instante en qu
empieza a darme hostias.Suelto otra risotada. —Ah, espera, ahora viene lo mejor
Cuantas más buenas acciones hago, mápierdo la única cosa que te prometí nperder: el control. Es como una espiranfinita y retorcida —digo, haciend
girar un dedo en el aire.Anna respira hondo y frunce lo
abios con fuerza. Ahora llora todaví
más, lo cual debería hacerme sentir fata
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pero por alguna razón no lo hace. —Mira —digo, llevándome la man
al pecho—. No llego a tener lo qu
quiero. Jamás. Porque lo único ququiero es una vida normal. No quierser especial y distinto, solo quier
despertar, ir a la escuela, hacer lodeberes y correr en monopatín por eparque con mis amigos. Quiero que m
padre esté orgulloso de mí porque hsacado un sobresaliente en un estúpidrabajo, no porque he salvado la vida
unos niños. Quiero mirar por un
ventana y pensar en lo cojonudo qusería poder retroceder en el tiempopero no quiero ser capaz de hacerlo d
verdad. Y quiero estar enamorado d
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una chica a la que pueda ver todos lodías, no cada tres semanas.
He estado gesticulando como loc
con las manos, pero ahora que herminado de vociferar, no sé qué hace
con ellas. Me paso los dedos por e
pelo. —Tengo que irme. Lo siento.Regreso hacia la cafetería, per
antes de alcanzar la puerta noto quAnna me sujeta con fuerza por el brazo. —Bennett, lo siento… N
pretendía…
—¿Qué? ¿No pretendíaconvencerme de todo esto? —Lapalabras se escapan sin más, aunque s
que no son ciertas, y me vuelvo a tiemp
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de ver cómo pone cara larga. Esdebería bastar para impedirme seguihablando, pero no basta—. Si no m
hubieras hecho ayudar a Emma, nunchabría sabido lo que podía hacerHabría podido pasar el resto de mi vid
asistiendo a conciertos y escalandrocas en lugares exóticos, sipreocuparme nunca de ser egoísta co
mi aptitud, porque ¿sabes qué?, es míao tuya. Ni de mi padre. Mía.Me golpeo el pecho con la palma d
a mano.
—Eso ya lo sé… Nunca hpretendido…
—Estructuré mi vida en torno a un
serie de normas, y luego las infringí po
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i. ¿Y para qué? ¿Para poder ser mejopersona? —Resoplo exasperado—¿Cómo es mejor mi vida porque u
desconocido no llegó a romperse lpierna y cinco personas están vivacuando seguramente no lo estarían?
—Lo que hiciste estuvo muy bien. Ysi fueras una persona normal, no nohabríamos conocido nunca.
—Sí…, bueno, creo que es así comdebería ser.Anna se aparta y me mira. —No lo dices en serio, ¿verdad?
Por difícil que me resulte hacerloasiento con la cabeza.
Las lágrimas le resbalan por e
rostro y no puedo mirarla. Tengo qu
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rme de aquí. —Necesito pensar, Anna. T
necesitas pensar.
—Yo no necesito pensar. —Pues deberías, porque esto es un
ocura. —Me acuerdo de las palabra
que el señor Greene me dijo en lcarrera de ayer: «Esto es ridículo. ¿Dverdad crees que podéi
mantenerlo?»—. Vamos, ¿en questábamos pensando? No podemos haceesto constantemente.
Se seca la cara y se qued
mirándome. —Volveré a mi vida normal durant
algún tiempo, ¿vale? Regresaré po
avidad —digo, como si esto mejorar
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a situación—. Tu padre se pondrá bie—añado, como si esto justificara mmarcha.
Anna recobra la voz, pero es baja débil y tengo que esforzarme para oírla.
—Por favor, quédate.
Antes de que pueda añadir otrpalabra, retrocedo dos pasos hasta qunoto la esquina del edificio contra m
espalda, y sin importarme quién puedestar mirando, cierro los ojos desaparezco.
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Diciembre de 2012
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33
an Francisco, California
Me he pasado todo el trayecto hast
aquí mentalizándome para mi actuaciónpero una vez que he franqueado la puertprincipal de Megan se ha activado por ssola. Puede que fuera la música alta o e
rumor subyacente de conversaciones qulevaba de una estancia abarrotada a l
siguiente, pero en cualquier caso lo h
agradecido. Me he quedado en l
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entrada, he mirado alrededor y haspirado el embriagador aroma dalegría festiva y padres ausentes. Me h
recordado que no tenía que disfrutarealmente de participar en esta fiestasolo debía representar mi papel.
Ahora soy todo sonrisas palmaditas en la espalda, chistes breve respuestas ingeniosas, actuando de u
modo tan poco característico en múltimamente que cuando Sam me ve, manza una mirada como diciendo
«¿Quién diablos eres ahora?». Pued
que sea una mierda de superhéroe, perresulta que soy un actor bastantdecente.
—No hay duda de que estás má
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contento esta noche.De toda la gente, esperaba qu
Brooke me calara, pero no debe d
hacerlo porque detecto la amargura esu voz.
—Lo estoy —miento—. Y piens
estar de buen humor porque son lavacaciones de Navidad, tú has vuelto casa de la facultad y yo estoy rodead
de buenos amigos y estoy harto dsentirme hecho una mierda. —Sonrío omo un trago de mi bebida—. Se acabó
A partir de ahora voy a vivir el presente
Levanto mi vaso en el airebrindando por nadie en concreto.
—Anoche estabas muy alterado.
Miro a los chicos que nos rodea
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para comprobar que nadie puede oírlapero me percato de que es imposibleApenas si puedo oírla por encima de l
música.Me inclino más cerca. —Bueno, pues anoche marcó el fina
de mis excesos.Brooke me mira y mueve la cabez
despacio. Después de que mis padres
o la recogiéramos en el aeropuertanoche, los dos estuvimos sentados emi habitación hablando un buen ratoEntonces cometí el error de enseñarle e
álbum de fotos de Anna. Íbamos por lmitad cuando tuve que dejar la estancia mientras ella hojeaba las páginas y
estaba en el cuarto de baño tratando d
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no vomitar. Regresé con los ojoardiendo y las mejillas encendidas, lquité el álbum de las manos y lo metí e
el cajón. No llegó a ver la última foto. —No te ofendas —dice Brook
mientras da unos golpecitos a su móvi
—, pero no sé cuánto tiempo más podrsoportar esta fiesta de instituto. Kathryacaba de mandarme un mensaje par
saber si quería hacer algo, pero… —¿Pero? —Nada —contesta, sacudiendo l
cabeza—. Supongo que he pensado qu
al vez me necesitabas aquí esta nochepero parece que te encuentras bien, asque… —Deja la frase inacabada y mir
a su alrededor—. Saldré a llamarla. A
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ver qué pasa.Brooke se aleja y veo a Sam
Lindsey juntos delante del fuego. M
dispongo a dirigirme hacia allí cuanda habitación se queda a oscuras.
—Feliz Navidad —me susurra un
voz al oído.Aparto un par de manos de mi cara
me vuelvo. Megan está allí plantada
uciendo un vestido rojo y una sonrisradiante. —Ya era hora de que vinieras a un
de mis fiestas. —Abre los brazos, co
as palmas hacia arriba, y pasea lmirada por la estancia—. ¿Qué, no tarrepientes de no haber venido antes?
Sonrío y asiento exageradamente co
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a cabeza. —Estoy verdaderamente desolado
o tenía ni idea de lo que me estab
perdiendo. —¿Verdad? —Sigue acercándose
gritando para hacerse oír sobre l
música—. Y ahora tu vida es perfecta.Me pone una mano sobre el brazo
a deja allí un rato demasiado largo
Cuando instintivamente retrocedo upaso, capta la insinuación y la retira. —Bueno, ¿qué vas a hacer esta
vacaciones?
Me encojo de hombros. —No dejan de preguntármelo, per
me temo que no tengo una respuesta mu
buena.
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Ladea la cabeza. —¿Cuál es tu respuesta? —Pasar el rato —contesto d
manera definitiva, cruzándome de brazocomo si me sintiera orgulloso de nener ningún objetivo. Megan niega co
a cabeza como si la hubierdecepcionado y me encojo de hombro—. ¿Ves a qué me refiero? No apunt
demasiado alto. —No, no mucho.Pienso en el único plan que tengo
Ese del que no puedo hablarle a ella,
Sam, a Brooke ni a nadie. El plan en eque ahora mismo no quiero pensar.
—¿Bennett? —dice Megan e
sonsonete, moviendo una mano delant
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de mi cara—. ¿Sigues aquí? —preguntaParpadeo velozmente. —Sí. Lo siento. ¿Qué decías?
—Decía que yo también pasaré erato. —Baja la vista al suelo umomento antes de mirarme a los ojos—
Decía que tal vez podríamos pasar erato juntos.
Al principio no digo nada y Mega
se queda mirándome, con las cejaevantadas y una expresión esperanzadamientras considero su sugerencia. No eque la conozca mucho mejor que al fina
del pasado verano, pero recuerdo lapalabras que le dije a Sam en el parquese día y lamento mi respuesta. Mega
es simpática. Es guapa. Y por lo que h
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averiguado sobre ella durante loúltimos meses, no es nada bobaAdemás, Lindsey es increíblemente gua
le cae bien. No sé, quizá sea emomento de encontrar un «grupo dcuatro» que exista en 2012 y no en 1995
—Tal vez —le digo.Entonces oímos un estruendo a l
ejos, procedente de la cocina.
—Huy, ese ruido no me ha gustadoMás vale que vaya a ver qué se ha roto—Vuelve a rozarme el brazo y añade—Hasta luego.
Se abre camino a empellones entra gente y sale de la habitación.
Tan pronto como desaparece, se m
encoge el estómago. No quiero a Mega
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ni quiero otro «grupo de cuatro». Quiera Anna. Aquí. Ahora. Para no tener qudespertarme mañana con el pech
oprimido y la mente confusa, nacostarme hoy mareado porque no pueddejar de visualizar aquella horribl
expresión en su rostro la última vez qua vi.
—Kathryn viene de camino. —
Levanto la mirada y veo a Brookdelante de mí, todavía golpeteando ecristal de su móvil con los pulgares—Creo que iremos a… —Se para en sec
cuando me ve, con una mano crispadsobre mi frente y la cara cada vez másonrojada—. ¿Qué ha pasado?
Tengo que salir de aquí. Necesit
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aire. —¿Quieres irte? —pregunta
mirándome fijamente a los ojos,
asiento enseguida.Aunque es invierno, aún no h
quitado la capota de tela del Jeep
Durante el último mes he estadconduciendo así la mayor parte deiempo: capota bajada, viento frío
música alta, calefacción a tope. Salgo da plaza de aparcamiento que hencontrado a pocas manzanas de la casde Megan y me alejo.
—¿Te apetece hablar…? —Empieza decir Brooke, pero la corto con ubrusco «No».
Con el rabillo del ojo, veo los dedo
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de Brooke deslizándose sobre lpantalla, y solo puedo suponer que estescribiendo a Kathryn para informarl
de su cambio de planes. Me pregunto siene una tapadera o le dice la verdad
«Mi hermano está hecho polvo. Teng
que quedarme».Su atención debe de pasar de
eléfono a la música, porque cuand
corono la siguiente colina pregunta: —¿Qué te parece Coldplay reproducción aleatoria?
Le sale en forma de pregunta, per
de todos modos cuando Brooke está eel coche rara vez tengo voz y voto en lque respecta a la música. No es que m
mporte. Me trae sin cuidado lo qu
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escuchemos, siempre y cuando le impidpensar que el silencio es incómodo y loca llenar el vacío.
—Oh, buena canción —dicesubiendo el volumen.
Reclina el asiento hacia atrás y s
queda mirando al cielo. No sé qué esMe limito a conducir, escuchando letra.
¿Sabe alguien pilotar esta
nave?
Antes de que la cabeza me
zumbe o estalle.
Noto que Brooke gira la cabeza par
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mirarme de vez en cuando, pero no hagcaso y mantengo los ojos fijos en lcalle que tengo delante, sujetando e
volante con fuerza. Ahora nuestra casdista solo a una manzana. Es temprano
o me apetece nada ir a casa. Y est
canción tiene razón. Anna y yo hemoestado viviendo la vida dentro de unburbuja.
—¿Te importa que siga conduciendun rato? —pregunto a mi hermana.Coloca los pies sobre el salpicader
se reclina aún más atrás.
—Esperaba que lo hicieras. Mgusta esta vista —dice contemplando ecielo a través del techo abierto.
En vez de girar a la izquierda haci
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nuestra casa, tuerzo a la derecha edirección a la Great Highway.
El aparcamiento de Ocean Beac
está oscuro y desierto, y me detengo eun sitio frente al Pacífico. Giro la llavhacia atrás en el contacto, apagando e
motor sin silenciar la músicaPermanecemos callados un buen rato.
Finalmente, Brooke habla:
—¿Por qué haces esto, Bennett?Me recuesto sobre el reposacabeza suelto un profundo suspiro.
—No, por favor… Esta noche no.
Brooke se vuelve en su asiento parmirarme.
—En una cronología completament
distinta que ya no existe, Anna vino
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buscarte, ¿recuerdas? Porque creífirmemente que debías formar parte dsu vida. ¿No significa nada eso?
Me encojo de hombros. —Creía que sí, pero no…, por l
visto no significa nada.
Llevo meses sin mirar esa página dmi libreta, pero no tengo necesidad. Heído aquellas palabras de su cart
antas veces que me las sé de memoria«Algún día, pronto, nos encontraremosY entonces te irás para siempre. Percreo que puedo arreglarlo…».
—Estás haciendo que esto sea mácomplicado de lo que es, Bennett.
—Es muy complicado, Brooke.
—No. La viste con otro tío y t
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acojonaste. —Creo que hay algo más que eso.Brooke se queda mirándome.
Fijo los ojos en el cielo y me mesos cabellos.
—Mira, ya sabes qué vi. Tendrá un
vida mejor sin mí. Cada vez que vuelvallá, no hago más que apartarla defuturo que debe tener.
—Pero ese no es el futuro ququiere. —Brooke se aparta el peldetrás de las orejas y se inclina sobre esalpicadero—. Además, ¿quién dice qu
no volverá a hacerlo de todos modosLa viste feliz en 2005, pero cuandlegue a 2011 podría tomar la mism
decisión de la última vez: volver
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buscarte de nuevo. —¿Por qué? ¿Porque estamo
destinados a estar juntos o algo así?
—No lo sé. Quizá sí. —Eres una romántica. —Puede. Pero también soy bastant
ógica. —Dejo caer mi cabeza a lderecha y la miro fijamente—. Lo quviste no importa porque ese futuro no e
namovible y lo sabes. Todas y cada unde las decisiones que hayas tomaddesde aquel momento están cambiando que viste.
—Bah, no cambian nada. —Si no formas parte de su vida
nunca lo sabrás. —Brooke no me quit
os ojos de encima—. Ve a hablar co
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ella.Sé que tiene razón. En el pasado y
estuve más de un mes sin hablar co
Anna, y fue insoportable. No me puedcreer que esta vez lo haga por decisiópropia. Apoyo los codos sobre e
volante y sostengo la cabeza en mimanos.
—Lo haré.
—Eh —dice, y tuerzo el cuello parmirarla—. Ahora. —No iré ahora mismo.Brooke sube la calefacción y se frot
as manos delante de la rejilla dventilación.
—Estaré bien aquí. Vuelve dentro d
unos veinte minutos. Esperaré.
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—No iré ahora mismo —repito, estvez despacio y con más énfasis sobrcada palabra, porque por lo visto no m
ha oído antes. —Bennett… —dice, casi en u
susurro—. Anna está allí atrapada
esperándote. —Me mira con tristezacomo si estuviera disgustada por lo quocurrió entre nosotros dos. Per
entonces dice—: ¿Cómo pudiste…? —Yse interrumpe sin acabar su pensamientoPero no tiene que añadir nada más
o tengo más que mirarla, y aunqu
nunca antes he visto esa expresión en scara, sé exactamente qué piensa. Estavergonzada de mí. Y debe estarlo
Tiene razón. ¿Cómo pude hacerle eso
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Anna?Tengo que ir. Ahora. Además, est
noche la he estado echando muchísim
de menos.Sin darme más tiempo para pensa
en ello, cojo mi chaqueta de lana de
asiento trasero y me la pongo. Cierro loojos y me imagino el único sitio en eque sé que encontraré a Ann
completamente sola.
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El sol apenas asoma sobre el horizontcuando llego a la pista de atletismo de lorthwestern University. A diferenci
de todas las demás veces que he estadaquí, hay solo una fina capa de nievsobre los bancos metálicos, y cuandutilizo la mano para retirarla, una ráfag
de viento hace salir copos volando eodas direcciones.
Veo a Anna enseguida. Está en l
pista, tomando las curvas a tod
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velocidad, estirando las piernas eargas zancadas e impulsando los brazo
con fuerza a los lados. No sé qué est
escuchando en su Discman, pero veo qumueve los labios y eso me hace sonreír.
Sale de la curva a la larga recta d
a pista, delante de mí, pero tiene loojos clavados en el suelo comabstraída en sus pensamientos. No m
muevo, pero algo debe de llamarle latención, porque cuando está a punto domar la siguiente curva echa una mirad
de soslayo hacia las gradas.
Me ve, pero tarda unos segundos edemostrarlo. Afloja el paso hastdetenerse al pie de las escaleras
mientras me mira con los ojo
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entrecerrados como si fuerperfectamente posible que tuvieralucinaciones. Levanto la mano y l
saludo.Anna sube las escaleras a la carrera
de dos en dos, pero cuando llega a l
cuarta fila se detiene y no se acerca másSé por la expresión de su cara que debquedarme donde estoy.
—¿Qué haces aquí? —Se quita loauriculares y se los echa detrás de lnuca, sin apartar los ojos de mí eningún momento—. Creía que vendría
en Navidad. Aún faltan cuatro días.Habla con voz temblorosa; no s
parece en nada a la suya.
—Así es. Pero… esto no podí
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esperar.Anna mira a la pista y luego a m
Frunce los labios.
—¿Qué no podía esperar? —Te debo una enorme disculpa. —
Sacudo la nieve del banco situado a m
ado—. ¿Quieres sentarte?Se dirige hacia mí pero se para e
seco. Abrazándose el pecho, baja lo
ojos al helado banco y niega con lcabeza. —Solo quería decirte cuánt
amento lo de aquel día… en e
hospital… Estaba tan… No sé por qume enfadé tanto.
Suspira.
—Ojalá me hubieras dejad
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explicarme —dice en voz baja.Es evidente por la expresión resuelt
de su cara que tiene algo importante qu
decirme, así que, aunque no creo que mdeba ninguna explicación, guardsilencio y la dejo hablar.
—No pretendía presionarte tantpara que rehicieras las cosas. Nntentaba en ningún momento obligarte
cambiar tus normas ni cambiar nada dcómo eres. Esa era mi última intención—Juguetea con sus uñas mientradesplaza su peso de una pierna a otra—
Supongo que estoy… fascinada. No solpor lo que puedes hacer, sino por… —Mira hacia la pista y se cubre el rostr
con la mano—. Uf. Creía que dispondrí
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de unos días más para preparar estdiscurso. La verdad es que no me estsaliendo como pensaba.
Resulta extraño estar tan cerca y nocarla. Me inclino hacia delante sobr
mis muslos y le sonrío.
—Creo que te está saliendo bien.Anna baja la mano pero sigu
apándose el rostro. Aun así, sus ojos m
dicen que también sonríe. —Continúa… Estabas diciendo algsobre estar fascinada.
Me acerco un poco más, pero ell
mantiene los pies plantados en la nieve se pone a juguetear con los cables de suauriculares, enrollándolos
desenrollándolos alrededor de su dedo.
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Y, de pronto, deja de moverse y mmira fijamente.
—Estoy enamorada de todo lo qu
eres.Sus palabras me hacen dar u
respingo, y cuando miro sus ojos ve
algo que no he advertido durante algúiempo: esa mirada de pura comprensió
que me recuerda por qué le revelé m
secreto al principio. Esa sensación dasombro, cómo me miraba como si npudiera llegar a conocerme lo suficiente
Ya no puedo soportar la distancia
Me muevo en el banco y la nieve sacumula sobre mis vaqueros.
—Ven aquí.
La atraigo hacia mí, abriendo la
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piernas para que pueda estar de pientre ellas. Anna apoya los antebrazosobre mis hombros y baja la mirad
hacia mí. —No debería haberte presionad
anto para que rehicieras las cosas
Quiero decir, me alegro de que Emmesté bien y siempre te estaré agradecidpor haberlo hecho posible, pero… m
equivoqué obligándote a hacerlo. —No te equivocaste, y desde luegno me obligaste a hacer nada. —Midedos se posan sobre sus caderas—
Sentía tanta curiosidad como tú, y sabío que hacía. Jamás debí haberte echada culpa. Solo estaba enfadado.
—¿Conmigo? —pregunta.
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—No. Conmigo mismo.Le aprieto las caderas un poco má
fuerte y dejo caer la cabeza haci
delante hasta recostarla contra sestómago.
—¿Sabes en qué he estado pensand
últimamente? —¿En qué?Sus dedos encuentran mi pelo
cierro los ojos. He echado de menos sforma de tocarme. —Ojalá pudiera volar.Su estómago sube cuando se echa
reír. —¿Ahora también quieres volar? —No —aclaro—. No además de
sino en lugar de.
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—¿Por qué querrías volar?Mantengo los ojos fijos en el suel
mientras mis pulgares trazan círculo
pausados en su cintura. —Nadie ha dicho nunca: «N
deberías volar» ni «Piensa en todos lo
problemas que podrías causar ssupieras volar», ¿no? Vuelascontemplas la vista y vuelves a bajar. U
gran poder y ninguna responsabilidad. —Tengo la sensación de que taburrirías volando continuamente.
Sigo mirándome los pies, per
puedo oír la sonrisa en su voz. —Es posible. Pero no tendría qu
preocuparme por cambiar el pasado si
querer. O toparme por casualidad co
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otro yo y mandar al más joven al lugaque le corresponde.
Vuelve a pasarme los dedos por e
pelo. —Te gustaba, ¿verdad? —pregunt
—. Los rehacimientos.
Echo la cabeza hacia atrás parpoder verle la cara, y sus manos vuelvea posarse sobre mis hombros. Tambié
sientan bien ahí. Se acerca otro pasitmás. —Sí… me gustaba. Me gustó lo qu
dijiste de las segundas oportunidades
Durante algún tiempo, casi me daba lsensación de que debía hacerlo, ¿sabesParecía… casi… correcto. —Sacudo l
cabeza—. Lo volvería a hacer
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Regresaría por Emma y por aquelloniños. Si hubiera podido ayudar a tpadre, lo habría hecho.
Anna me levanta la barbilla y mobliga a mirarla.
—Ya ayudaste.
No digo nada. —¿Es él la verdadera razón de qu
creas que ya no debes volver aquí?
Asiento, aunque su padre solo es unparte. —No me parece que sea justo. —¿Para ti o para mí?
—Para todo el mundo. —Trato dapartar de la mente la visión en la quella está en el camino de entrada de s
casa dentro de diez años, mirando a u
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ipo que no es yo pero que la hacsonreír igual que yo—. Pero, supongosobre todo para ti.
Suspira profundamente. —Pareces creer que de algún mod
eres responsable de mi futuro. —
Empiezo a responder, pero me pone udedo sobre los labios—. EscúchamePor favor, no digas nada. Tú no ere
responsable de mi futuro, Bennett.Claro que lo soy. Serícompletamente distinto si nunca hubiervenido aquí.
—Es mío.Sí, y te mereces uno más sencillo. —Y te quiero en él.
Ni siquiera deberías conocerme.
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Mira por encima de mi hombro, a lejos.
—No sé qué viste cuando fuist
hacia delante, y tengo la sensación dque no vas a decírmelo nunca. Y esestá bien. —Ahora me mir
directamente a los ojos—. Deja de veniaquí si crees que no está bien para ti, para… no lo sé, el continuum espacio
iempo o lo que sea, pero no dejes dhacerlo por mí. Desde el principio nhas parado de decir cómo afectabas mfuturo. Pero yo también afecto el tuyo
Este tiempo es el que has elegido. ¿Ququieres tú?
Contesto lo primero que me viene
a cabeza.
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—A ti.Se le encienden los ojos. —Me alegra oír eso.
—Pero no es tan sencillo. —¿Por qué no? —Porque no lo es.
Me aparta el pelo de la frente y mplanta un beso.
—Quiero que formes parte de m
vida. Cuando no estabas en ella, mesforcé mucho por hacerte volver. Yaquí estamos. —Extiende los brazos ambos lados y mira hacia la pista—
Pero ¿quién sabe qué pasará luegoQuizá dentro de un año los dos iremos a universidad y ya no querremos esto
O, al cabo de cinco años, nos habremo
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cansado de toda esa distancia o lncertidumbre…, te habrás hartado d
viajar adelante y atrás, o yo me cansar
de esperarte, o quizá toda esta situacióse nos escapará de las manos. Perahora mismo los dos queremos esta
untos. ¿No crees que deberíamoestarlo?
Me quedo mirándola.
—Ya te lo he dicho, no es tasencillo. —Claro que lo es. —Me pasa e
pulgar por la mejilla—. De hecho
hagámoslo aún más sencillo. Nnecesito ningún calendario. Me trae sicuidado si estás aquí para las grande
ocasiones ni cuánto tiempo te quedará
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cada vez. Solo necesito saber quvolverás.
Cojo uno de sus rizos y lo enroll
alrededor de mi dedo, pensando en lfácil que todo esto parecía al principidel curso escolar. Me acuerdo del día e
que nos sentamos en mi cama, rodeadode mis pósters nuevos en una habitacióque empezaba a parecerse mucho a m
hogar, y organizamos una agenda. Diosqué engreído fui, convencido de que lenía todo planeado y que nada snterpondría en el camino de estar junto
mientras fuera eso lo que amboquisiéramos.
—¿Pensarás en ello? —pregunta.
Aparto la mirada de ella y asient
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con la cabeza. —No hagas eso —dice Anna. —¿Qué?
—Siempre puedo saber cuándmientes. No me miras.
Fijo los ojos en los suyos.
—Pensaré en ello —declaro.Y lo haré.Pero sé que no cambiaré de opinión
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Físicamente estoy aquí, en SaFrancisco. Pero me he pasado toda lmañana mentalmente ausente, sin dejade pensar en la Navidad de 1995. Desdque vi a Anna en la pista de atletismohe tratado de reunir el valor suficientpara volver allí, pero no he podido
Ahora que aquí es Navidad, todo ellparece inevitable.
Papá estira la mano debajo del árbo
monta un verdadero show para leer l
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arjeta del último regalo. —«De Bennett para Brooke» —
dice, y lo lanza al aire.
Brooke lo pesca con ambas manos o sacude enérgicamente para tratar d
adivinar su contenido. Ya está sonriend
cuando rasga el papel, pero una sonrisde oreja a oreja aparece en su rostrcuando mira dentro. «No me digas»
Levanta los ojos hacia mí y procede sacar las diez camisetas de concierto«vintage», una tras otra. Por si mipadres sospechan mientras la observan
explico que las he encontrado enternet, pero cuando Brooke me mira l
guiño el ojo.
Abraza contra su pecho la camiset
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de «Incubus 2007 World Tour». —Me encantan —dice—. Gracias.Mamá intenta pasarme por tercer
vez la bandeja de pastas de aspectempalagoso, y una vez más levanto lmano para impedirlo. Agacha la cabez
me dirige una mirada de madrpreocupada. Estos últimos días no hcomido mucho y mamá empieza
percatarse, así que cojo el pastelito mápequeño de la bandeja. —Bueno, creo que eso es todo —
dice papá, echando una última mirada a
pie del árbol. Se levanta, endereza lespalda y se pasa la bola peluda de sgorro de Papá Noel de un hombro a
otro como si fuera la borla de un birret
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—. El intercambio de regalos de lavidad 2012 ha concluido oficialment
—anuncia con los brazos en jarras.
Brooke le lanza una pelota de papede envolver y le rebota en la frente.
—Voy a comprar música —digo
exhibiendo mi nueva tarjeta regalo dTunes como prueba, y Brooke me lanz
una mirada cómplice.
Ya ha accedido a encubrirme en casde necesidad, pero eso no significa quse alegre de ello.
Empiezo a recoger mis regalo
mientras mamá se dirige hacia la cocincon un puñado de platos y papá la sigulevando una bolsa de basura repleta d
envoltorios de regalos. Por el rabill
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del ojo veo a Brooke mirándome desdel otro lado del sofá. En cuanto lo tengodo, me encamino hacia la escalera
Estoy en el primer peldaño cuando loigo decir mi nombre, pero niego con lcabeza y sigo subiendo sin volverme
¿Para qué? Solo tratará de hacermdesistir otra vez.
Cuando me he duchado y vestido
rebusco en el fondo de mi armario hastque encuentro mi mochila y hago uúltimo inventario. Hay botellas de aguaCoffee Shots y Red Bulls; Kleenex y un
camiseta limpia, por si acaso, y en efondo, el álbum de fotos de Anna. Lsaco y lo hojeo, y me vienen náuseas a
pensar en devolvérselo. Pero no pued
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enerlo aquí.Vuelvo a meter el álbum y me carg
a mochila sobre los hombros. No ha
ningún motivo para entretenerme másasí que me imagino el lateral de la casde Anna, donde la pintura amarilla s
está agrietando y desconchando, y cierros ojos. Pero antes de que pueda irme
se abren de golpe.
Y ahí está esa idea ridículamentestúpida. No solo es estúpida, sinambién peligrosa y algo más qu
patética. Pero es mi último viaje durant
quién sabe cuánto tiempo, y no hpodido quitarme de la cabeza al tipo coel que estaba aquella noche. Y sabe
quién es podría proporcionarme algo d
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paz. Me vendría bien un poco de paz.Aprieto los párpados con fuerza y
antes de que pueda disuadirme de ello
os abro delante de una casa pintada dgris con un ribete blanco.
Después de un rápido vistaz
alrededor para cerciorarme de que estosolo, espío a través de la ventana de lcocina. Dentro, la señora Greene está e
el mismo sitio, vestida exactamentgual y preparando la misma comida qua última vez que me presenté aquí e
2005 y no debería haberlo hecho.
Me quedaré cinco minutos. Diecomo máximo. Solo el tiempo suficientpara verle.
Miro el camino de entrada y l
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encuentro cubierto por una capa dnieve pero desierto. Cuando regreso a lventana, la madre de Anna sigue de pi
delante del horno, y observo cómo eseñor Greene se le acerca furtivamentpor detrás y le rodea la cintura con lo
brazos. Le da un fugaz beso en lmejilla, y ella sonríe y se escabullepegándole en la mano con la cuchara d
madera. Él se ríe y vuelve a besarlaEntonces se dirige hacia el fregadero mira a través de la ventana que da a lcalle, como si esperase que llegar
alguien.Debería estar aquí de un momento
otro. Escucho los sonidos de
vecindario, pero no se oye nada. Est
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completamente en silencio. —Necesitas hacer algo. —A
diferencia de la última vez, la ventan
está un poquito abierta y puedo oír todo que ambos dicen. La señora Green
se dirige hacia el cajón contiguo a
frigorífico y saca unos cubiertos—Toma —dice, pasándoselos a su marid—. Pon la mesa. Dios mío, eres como u
niño pequeño. —Déjame en paz, estoentusiasmado.
El hombre accede al comedor
durante un par de minutos desaparece dmi vista. Regresa con las manos vacías.
—¿Ya has puesto las copas? —
pregunta ella.
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—Todavía no, pero lo haré. —Saccuatro vasos de agua de uno de loarmarios y vuelve a por cuatro copas d
vino—. ¿No te parece intrínsecamentnjusto tener que coger un avión para ir
ver a tu familia?
La madre de Anna se echa a reíruidosamente.
—Sí, deberías haberlo pensad
cuando colgaste un mapa del mundo esu pared y le diste una caja dchinchetas para marcar todos los sitios os que iría.
Él se encoge de hombros y lleva lacopas a la mesa, y observo a la señorGreene mientras remueve el contenid
de la cazuela.
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—Deberías haber sabido que jamáse quedaría —dice, más para sí mismque para él.
Me imagino el mapa colgado en lpared de Anna, preguntándombrevemente si aún sigue allí, y antes d
darme cuenta estoy cerrando los ojos abriéndolos en su habitación. Está oscuras y tengo que parpadear varia
veces para adaptarme, pero luego mgiro despacio captando todo lo que haa mi alrededor.
Las dimensiones son las mismas
pero nada más es igual. Las estanteríade Anna han desaparecido y, con ellasos trofeos y los CD que sostenían e
1995. Ya no hay fotos ni dorsales d
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carreras, ni guías de viaje salpicandas superficies del mobiliario. El map
no está, y tampoco la caja de chinchetas
Todas las cosas que importaban en lvida de Anna a los dieciséis años no somportantes en su vida a los veintiséis
al menos en esta casa.Han movido la cama a otra pared
está cubierta por un edredón distinto
Me acerco despacio y me siento. Pasuna mano por la superficie y mpregunto si comparten esta habitaciócuando vienen de visita. Seguramente é
no tiene que dormir en el sofá como hico. Apuesto que le permiten holgazanea
con ella por las mañanas, sin tener qu
salir a hurtadillas antes de qu
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amanezca. ¿Deshacen las maletas cuelgan sus respectivas ropas juntas eel armario? ¿Le sirve café el seño
Greene por la mañana?Venir a esta habitación ha sido un
mala idea.
Me levanto y cierro los ojos parregresar a mi lugar bajo la ventana de lcocina. Me pregunto por qué tardan tant
en llegar.Tan pronto como abro los ojos, oigunos neumáticos crujiendo despacisobre la nieve, así que espío desd
detrás de la esquina y luego me esconddetrás del árbol, como hice la últimvez.
La luz de los faros aún dista una
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cuantas casas, pero el señor Greenambién debe de haber oído el coche
porque la puerta principal se abre d
golpe y sale al porche. Baja laescaleras de delante y espera al borddel camino de entrada, jugueteando co
os botones de su chaqueta sport.Se me acelera el corazón cuando l
parte delantera del coche dobla el seto
dos haces de luz iluminan el céspecubierto de nieve.Creo que voy a gritar.Siento un nudo en el estómago y l
cabeza a punto de estallar. Me arden loojos y, sin pensarlo siquiera, los cierrcon fuerza. Cuando por fin los abro, m
encuentro allí donde estaba cuando m
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marché: de pie en el centro de mhabitación en San Francisco.
Me dirijo dando traspiés hacia l
cama y me siento. Estoy temblando sudando, pero cuando miro alrededor comprendo lo que acaba de ocurrir, m
echo a reír con fuerza sin podecontenerme. Eso hace que mi jaquecempeore mucho más, pero por lo vist
no puedo parar.He vuelto.Estoy temblando, sudando y riend
… de vuelta.
Me levanto y me toco la cara, lapiernas. Me sacudo de los pies la nievde Evanston y observo cómo se acumul
sobre mi moqueta de San Francisco
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Giro trescientos sesenta grados.He vuelto.He salido rebotado.
Y solo hay una razón de que haysucedido eso.
Anna forma parte de mi futuro y y
formo parte del suyo. Y eso es lo qunecesitaba saber, aunque existan umillón de cosas grandes y pequeñas qu
podrían ir mal entre ahora y entonces.Mi mochila aterriza rebotando en lcama y abro la cremallera, vacío unbotella de agua lo más rápido que pued
acto seguido rebusco en el fondoCuando encuentro el álbum de fotos dAnna, lo lanzo encima de mi edredón
donde mamá o papá puedan dar con é
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fácilmente si entran cuando me haya idoo hay ningún motivo para esconderl
porque Anna ya no será ningún secret
aquí. Cumpliré la mayor parte de lapromesas que hice a mis padres —bastde ir a hurtadillas, basta de mentiras—
pero eso de «basta de viajes» quedarsin efecto.
El Doubleshot me provoca un
mueca cuando lo engullo, y luego mbebo otra botella de agua. Regreso acentro de la habitación y sacudo lobrazos. Todavía me noto las pierna
emblorosas cuando cierro los ojos.
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La casa de Anna es del color que lcorrespondería en 1995.Sin darme tiempo a procesar ningun
nformación más que esa, doblo lesquina corriendo, subo las escaleras ddelante a la carrera y aporreo la puertprincipal. Aún tengo la boca seca y l
cabeza algo turbia. Puedo notar el sudoen mi frente aun cuando mis zapatoestán cubiertos de nieve reciente. Per
cuando la puerta se abre de golpe y ve
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a Anna allí de pie, me olvido de todo ldemás.
El corazón me late con fuerza en e
pecho. —Hola —digo, mesándome lo
cabellos.
—Hola.Sale al porche, cierra la puerta a s
espalda y yo retrocedo unos pasos par
dejarle sitio. Se planta frente a maparentemente confusa, como si tratarde entender la expresión de mi cara perno pudiera. Se envuelve el cuerpo co
un brazo y se sujeta el codo. No sé por dónde empezar. No teng
a menor idea de qué decir ahora mismo
Lo único en que puedo pensar es en qu
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dentro de diez años los dos estaremos eel mismo coche, llegando aquí, subiendestas escaleras y accediendo a est
porche, juntos. Me miro los pies porquno puedo mirarla a ella y juntar lapalabras apropiadas al mismo tiempo.
—Di algo, por favor —pide Annasoltando una risa nerviosa—. Me tieneen ascuas.
Se le atranca la voz.Fijo mis ojos en los suyos. —Estaba equivocado —digo, y la
ágrimas empiezan a resbalar por su
mejillas, una tras otra—. Estabconvencido de que no debía formaparte de tu futuro, pero ahora creo que…
estoy en él.
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Frunce los labios con fuerza asiente rápidamente mientras se apartel pelo de la cara.
—Claro que estás en él —respondeY entonces me mira, aún con la
mejillas surcadas de lágrimas, y sonríe
Esa sonrisa. Mi sonrisa. Me pertenecotra vez.
Avanzo dos pasos y le echo lo
brazos al cuello, entrelazando los dedoa través de sus rizos y oliendo su pelooto que hunde el rostro en mi camiset me rodea la cintura con sus brazos. M
estrecha con fuerza, tan pegada a mcomo le es posible. Nos quedamos asun buen rato.
No sé si estaba equivocado. Podrí
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estarlo ahora. Pero me siento bien podentro por primera vez en más de un me por lo visto estoy conforme con eso
haciendo caso omiso de los riesgos, lonterrogantes y las consecuencias. D
nuevo. ¿Cómo puedo no estarlo?
El viento es cortante y cuandfinalmente me separo de Anna, descubrque tiene las mejillas tan rojas como e
ersey que lleva puesto. Se las beso. Yuego le tomo el rostro entre mis manos.Este beso resulta completament
distinto a todos los demás. No es com
el de la pista de atletismo el otro díacuando trataba de no infundirle falsaesperanzas. Ni se parece en nada al qu
e di cuando llegué por primera vez a l
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arriba, con su aspecto habitual, y mmuero de ganas de estar a solas con ellallí.
Cuando Anna se separa, apenas dejespacio entre nosotros.
—Me estoy helando aquí fuera —
dice, rozando sus labios contra los mío—. Entra. —Otro besito—. Ademásienes regalos por abrir.
Regalos. En plural. Yo solo le hraído una cosa. —¿Regalos? —pregunto.Me besa en la mejilla.
—Yo te he comprado algo. Mipadres te han comprado también un pade cosillas. —Retrocedo un poco. ¿Su
padres? Ni se me había pasado por l
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cabeza que me hicieran regalos—. No tpreocupes —añade, leyéndome lopensamientos—. No esperan que le
raigas nada.Anna se dirige hacia la puert
principal y la sigo, pero cuando la abr
entra, me paro en seco.Se vuelve a mirarme. Dios, parec
contenta, aliviada, hermosa y perfect
allí de pie, esperando que la siga. Debde tener una expresión embobada en lcara, porque de repente me sonríe.
—¿Qué pasa? —pregunta.
Muevo la cabeza. —Nada. Solo estaba pensando en l
primera vez que vine aquí.
Los dos habíamos hecho novillos
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Yo me había quedado plantado en eporche en el mismo sitio, y Anna estabdentro también en el mismo lugar
Cuando abrió la puerta esperaba que muviera miedo después de haberl
demostrado sin querer lo que podí
hacer, pero en lugar de eso se mostratolondrada y curiosa, impaciente posaber cómo había hecho la magia qu
podía haberle salvado la vida la nochanterior.Pero aquel día había algo más en s
expresión. Quería conocerme
conocerme de verdad, y me quednmóvil, percatándome de que querí
que fuera ella la persona a la que l
contara todos mis secretos.
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Sabía que no sería sencillo. Que sfranqueaba aquella puerta y entraba esu mundo, la vida de ambos cambiaría
para siempre. Aun así, parecía que valía pena correr ese riesgo por ella. Ahor
sé que sí.
Así pues, como hice aquel díarespiro hondo y entro. Anna cierra lpuerta a mi espalda.
No debería estar aquí.Pero estoy aquí.
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Agradecimientos
Este libro no habría sido posible sin e
amor y el apoyo incondicionales de mmarido, Mike. Se aseguró de que no molvidara de comer, hizo las veces dsuperpapá y todavía encontró tiemppara leer esta historia y darme consejosÉl es el amor de mi vida y ha estadsiempre a mi lado; incluso tenemos u
candado en el Pont des Arts que ldemuestra.
Adoro escribir, pero de vez e
cuando me aparta de mi verdader
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amor: mis hijos. Estoy agradecida Aidan y a Lauren por permitirme seanto escritora como madre, y po
entender que resulta difícil destacar eambas cosas al mismo tiempo. Mmundo gira en torno a estos do
ncreíbles seres humanos y no quisierque fuera de otro modo.
¡Vaya, mi familia se ha convertido e
un grupo de admiradores ruidosos! Nsiquiera sé cómo empezar a darles lagracias por todas sus palabras de apoy ánimo. A los muchos, muchísimo
miembros de las familias IrelandCline/Reinwald y Stone: gracias de todcorazón. Habéis hecho que este últim
año fuera muy divertido.
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Mis amigos sencillamente me halevado en volandas con sus palabra
amables y su constante apoyo a est
nueva empresa mía. Un agradecimientespecial para Jennifer Fall, quien mnspiró con su historia sobre lo
candados del amor.Cuando escribí El tiempo entr
nosotros, tuve que reflexionar sobre l
emporada que viví en Evanstonllinois. Escribir Una y otra vez me hlevado aún más atrás, a la époc
posuniversitaria en San Francisco
cuando seis mujeres increíbleaparecieron por arte de magia en mvida. Están esparcidas por esta
páginas, Sonia Painter, Renée Austin
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Shanna Draheim, Marie Bahl, KristiWahl y Lynette Figueras SpievakEstábamos destinadas a ser amigas. Sa
Francisco es nuestra ciudad. Y, eefecto, somos las personas mádivertidas que conocemos.
Hace un año no tenía ni idea de lexistencia de la comunidad de bloguerode libros, pero ahora la conozco. Esto
apasionados lectores hacen girar nuestrmundo, y les estoy sumamentagradecida por todo lo que hacen podifundir los libros, no solo los míos
sino todos los libros. Aun así, a todoaquellos que proclamáis mis historias os cuatro vientos, me siento abrumada
Gracias. Estoy igualmente agradecida
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os maravillosos libreros de locomercios independientes de mi ciudadBooks, Inc.; A Great Good Place fo
Books; Book Passage; Barnes & NobleWalnut Creek, y Orinda Books por todsu apoyo.
Mucha gente de mi vida reúne loconocimientos que necesito para mihistorias y en realidad no poseo. Mi
gracias a Mark Holmstrom por continuaas lecciones de escalada en roca, y adoctor Martin Moran y al doctor MikTemkin por ayudarme a entender otr
afección médica de la que nada sabía.Mi agente, Caryn Wiseman, no sol
representa mi obra con pasión, sino qu
además comparte pacientemente lluvia
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de ideas conmigo, lee un borrador traotro y me proporciona aliento cuandmás lo necesito. Gracias, Caryn.
Siempre estoy agradecida a mfenomenal editora, Lisa Yoskowitz. Nsé si otros autores llegan a reírse co
sus correcciones, pero yo sí. Graciapor querer a estos personajes po