eestn 5 historia profe: barcala fernando
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EESTN 5
3ero-6xta t.t.
Historia
Profe: Barcala Fernando
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Actividad compensatoria
Aclaración: estas actividades son solo para los que, o nunca entregaron nada o
entregaron pocas actividades.
1. ¿Qué fueron las reformas borbónicas? Nombrar y explicar al menos tres
reformas.
2. ¿Cuáles son las dos medidas que se toman durante las Invasiones Inglesas
(1806-1807) que nos permiten acercarnos a un germen de conciencia nacional?
3. Realizar un breve resumen de los acontecimientos ocurridos durante la
“Semana de Mayo” de 1810.
4. ¿Qué estaba pasando en Europa previo a la Revolución de Mayo?
5. ¿Qué fue y cómo fue la campaña libertadora a Chile de San Martín?
6. ¿Qué fue la “anarquía del año XX”? Definir a los Unitarios y a los Federales
¿Cómo eran las economías regionales de nuestro territorio? ¿Cómo afectó el
liberalismo económico a esta región?
7. ¿Qué fue el empréstito a la Baring Brothers? ¿Cómo quedamos posicionados
frente a Gran Bretaña?
8. ¿Cuáles son los acontecimientos que le permiten a Juan Manuel de Rosas
llegar a la gobernación de Bs As con facultades extraordinarias? ¿Por qué la
junta de representantes lo nombro “El Restaurador de las leyes”
9. Explicar el bloqueo anglo-francés de 1945. Investigar.
10. ¿Cuándo, cómo y contra quién cae Juan Manuel de Rosas?
11. ¿Cuáles son las medidas más importantes que toman los presidentes
Mitre, Sarmiento y Avellaneda para organizar a la Nación Argentina?
12. ¿Qué significa que la Argentina tenga un modelo “agroexportador”? ¿Qué
dependencia tenemos hacia el Imperialismo?
Reformas Borbónicas
El siglo XVIII se inició con un conflicto sucesorio de la Corona espanola donde,
entre 1701 y 1713, se enfrentaron la Casa de Borbón y la Casa de Austria por la
herencia de Carlos II. Esta pugna de poderes cesó en 1713 con la subida al trono
espanol de Felipe V, debido al reconocimiento internacional de su acceso al trono
español por la paz de Utrecht. A partir de entonces, se inició una etapa de cambios
y transformaciones a través de la implantación gradual de una serie de planes y
proyectos en las distintas esferas del imperio hispánico a lo largo del siglo XVIII.
Este proyecto de reorganización política y económica no pretendía transformar
completamente el orden estamental vigente sino mejorarlo para un mejor gobierno
y una mejor administración de sus dilatados dominios.
Los actores de este reformismo borbónico buscaban renovar el aparato estatal a
través de una burocracia centralizada, que emanara de Madrid, para restaurar el
prestigio y la influencia de la monarquía. Y, para ello, ambicionaban establecer un
mayor control político, comercial y administrativo dentro del imperio. La mayoría de
los autores coinciden en señalar dos etapas: una inicial de cambios moderados,
originados a comienzos del siglo XVIII, coincidiendo con los reinados de Felipe V y
Fernando VI, que sentaron las bases para la fase posterior, bajo el reinado de
Carlos III, mucho mas intensa y ambiciosa.
El impulso a las reformas se produjo a partir de 1763. Esto es debido a que los
desastrosos resultados de la Guerra de los Siete Años, sobre todo a partir de 1762
con la toma de Manila y La Habana por los ingleses y en 1763 con la Paz de París,
impulsaron la necesidad de reformas. Esto se debe a que la monarquía adquirió
conciencia de la importancia estratégica de las colonias americanas,
principalmente del Caribe, amenazadas por las potencias extranjeras que las
acechaban continuamente y mermaban el intento de control que pretendía la
Corona sobre ellas, causando obstáculos y peligros a través del contrabando y de
los conflictos bélicos. Por estas razones se planteó instaurar un sólido plan de
cambios que estabilizara y fortaleciera su dominio en las Indias.
Las reformas buscaban mejorar las estructuras económica, administrativa,
educativa, judicial y militar de sus estados para aumentar el poder de la monarquía.
No obstante, estos proyectos reformistas tuvieron versiones propias y diferentes en
cada espacio geográfico de la Monarquía Hispánica ya que suponía un ámbito
compuesto de múltiples y diversas sociedades con rasgos propios y dinámicas
peculiares.
Las medidas económicas se centraron en aumentar los impuestos y controlar las
tasas aduaneras, implantar un proteccionismo en el sector manufacturero que
favoreciera la creación de manufacturas reales (como las Reales Fábricas de
Tapices, Cristales, etc.), aplicar estímulos que favorecieran el desenvolvimiento de
la agricultura y la minería, y liberar a la actividad productiva de ciertas trabas que
entorpecían su desarrollo como la liberación del comercio de granos en la
Península 1765 o la promulgación sistema del libre comercio entre distintos puertos
americanos y españoles iniciado con la publicación del Decreto de Libre Comercio
en 1765 y culminado con el Reglamento y aranceles reales para el comercio libre
de 1778. Esto supuso un crecimiento del comercio colonial donde ciudades
andaluzas gozaban de gran relevancia, como era el caso de Cádiz, donde se había
trasladado la Casa de la Contratación y el Consulado desde Sevilla a esta ciudad
en 1717, que siguió manteniendo bajo su control la mayor parte del tráfico
ultramarino.
Uno de los proyectos económicos, en este caso inacabado, fue la reforma de la
Hacienda, intentando mejorar los sistemas de recaudación de impuestos que
racionalizaran el sistema fiscal y acabaran con la desigualdad contributiva: el
Catastro de la Ensenada.
Otro de los planes con objetivos económicos fue la creación de las Nuevas
Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía en 1767 que fue un proyecto ilustrado
del intendente Pablo de Olavide que pretendía una repoblación del territorio a
través de una colonización agraria. En total, hasta julio de 1769, llegaron a Sierra
Morena y Andalucía 7764 colonos. Los objetivos de este proyecto, aunque con
muchas dificultades, se cumplieron en gran medida debido a que los desiertos
demográficos de estas zonas se cubrieron con pobladores; se pusieron en cultivo
gran cantidad de tierras, trigo y olivo fundamentalmente; y se creó una sociedad de
medianos propietarios que vivían de trabajar sus propias tierras.
En el ámbito administrativo, hubo una remodelación del aparato institucional
mediante la creación de organismos eficaces y operativos que desde la
Administración central o territorial fueran capaces de gobernar en aras de la
uniformización y centralización del poder en manos del monarca y poner al mando
de estos organismos a burócratas o funcionarios. Para ello, se llevaron a cabo
proyectos como los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), la creación de las
Secretarías de Estado y del Despacho (1714) y de las Intendencias de Provincias
(1718). Además, con el fin de ajustar las piezas de la maquinaria administrativa se
institucionalizó en 1787 la Junta Suprema de Estado, un órgano deliberador que
reunía semanalmente a los Secretarios del Despacho bajo la presidencia del
Secretario de Estado.
En el plano religioso, el regalismo fue el elemento esencial de la política reformista,
sobre todo con Carlos III. Se trataba de una política destinada a hacer prevalecer
las regalías o derechos inherentes a la soberanía del monarca, sobre los derechos
propios de la Santa Sede. La acción regalista de Carlos III se centró en el control
de la Iglesia española, y para lograrlo desarrolló una amplia acción reformista en la
cual destacó la expulsión de los miembros de la Compañía de Jesús de todos los
dominios de la Corona española en 1767. Lo que tuvo profundas consecuencias en
Andalucía ya que la Compañía de Jesús se encontraba ahí en plena fase
expansiva, y aunque era muy estimada también había acumulado numerosos
opositores debido a la defensa de la ortodoxia doctrinal católica; obispos que no
estaban de acuerdo con la defensa de sus privilegios y exenciones como la de no
pagar diezmo; y otros adversarios que miraban con recelo su predominio en la
enseñanza y su cercanía al poder político. Tras la promulgación de la Pragmática
Sanción que ordenaba su destierro y expulsión, todos los jesuitas de las casas de
la provincia de Andalucía, un total de 559, se reunieron en El Puerto de Santa
María para de allí partir a los Estados Pontificios.
En materia militar, las decisiones se focalizaron en ampliar y modernizar la
infraestructura, tanto terrestre como marítima, con el aumento y mejora de las
fortificaciones peninsulares y americanas, así como los efectivos humanos (los
ejércitos dejan de ser mercenarios y se fijan diferentes sistemas de reclutamiento
nacional); la organización de los cuerpos militares en unidades más operativas a
las que se les dotó del equipamiento adecuado; la introducción de conceptos como
la disciplina, el honor y el valor como elementos básicos de la milicia; sin olvidar la
importancia de la carrera militar como un nuevo medio de promoción social y
servicio al Estado. En Andalucía está medida tuvo especial repercusión,
especialmente en Cádiz donde se creó el Arsenal de la Carraca (1752) y el Real
Instituto y Observatorio de la Armada a finales del siglo XVIII.
El aspecto cultural en el siglo XVIII se basó fundamentalmente en el impacto de la
Ilustración y las ideas ilustradas que situaban a la razón en el centro de todos los
ámbitos del saber y la cultura, además de otros valores como progreso, civilización,
tolerancia y utilidad. El desarrollo de la Ilustración que tuvo su particular versión en
Andalucía donde dicho movimiento consiguió logros importantes. Una de las
instituciones más representativas del reformismo ilustrado fueron las Sociedades
Económicas de Amigos del País. La primera de ellas se creó en la localidad de
Vera en 1776 y de ahí se difundió por toda la geografía andaluza donde
prosperaron en algunos lugares, como Écija, Constantina, Alcalá de los Gazules,
Medina Sidonia, El Puerto de Santa María, Montilla, etc. En otros lugares fue más
tardío su establecimiento como en Córdoba (1779), Málaga y Jaén (1790), y en
otros casos no tuvieron el éxito esperado.
Las ideas ilustradas fomentaron las iniciativas a favor de la reforma universitaria
donde destacó Pablo de Olavide que realizó un Plan de Estudios para la
Universidad de Sevilla (1769) que marcó las pautas de esta reforma no sólo en
Andalucía sino en toda la Península. Este plan se centró sobre todo en una
secularización de los estudios, la impartición de cursos regulares y el control de la
asistencia de los estudiantes a las clases. Sin embargo, no supuso una auténtica
modernización debido a las trabas de los sectores más conservadores.
La difusión cultural se llevó a cabo a través de las tertulias, lugares de discusión de
las ideas más progresistas. La más famosa fue la que realizaba Pablo de Olavide
diariamente en el Alcázar y donde asistieron personajes tan relevantes como
Antonio de Ulloa o Gaspar Melchor de Jovellanos. Sobresale igualmente la
instauración de un movimiento académico reflejado en Academias como la Real
Academia de Buenas Letras (1773), la Real Academia de Medicina o la Real
Academia de Bellas Artes (1759) y la difusión de bibliotecas, librerías e imprentas
que aunque en número no muy numerosas se ponen de manifiesto en las
esplendidas bibliotecas del abogado Vicente Pulciani en Cádiz o la del comerciante
Sebastián Martínez tanto en Cádiz como en Madrid. Uno de los instrumentos más
característicos de la divulgación de la cultura ilustrada fue la prensa. Aparecieron
publicaciones periódicas en todas las capitales andaluzas como la Gacetilla
Curiosa de Granada (1764), el Semanario Malacitano (1765), la Pensadora
Gaditana (1763) y el Correo de Sevilla (1781).
Sin embargo, estas renovaciones se toparon con fuertes resistencias. Una de las
oposiciones más fuertes al reformismo borbónico, específicamente al de Carlos III
tuvo su máxima expresión con el denominado Motín de Esquilache (1766). Los
disturbios se originaron en Madrid a finales del mes de marzo de 1766 y se
extendieron por toda la geografía peninsular, con un fuerte eco en numerosas
ciudades andaluzas como Sanlúcar de Barrameda, Sevilla, Jaén o Granada. El
motín canalizó las protestas de aquellos sectores de la elite política que eran
contrarios a la centralización del estado y que apostaban por un férreo
mantenimiento de la tradición. Contó también con el sostén del pueblo llano que se
quejaban de la alta presión fiscal, la subida de precios y la prohibición de la
vestimenta tradicional. Ambos grupos exigían la deposición del ministro Esquilache
del gobierno y el abandono de las reformas radicales, lo que consiguieron en gran
parte. Este tipo de movimientos de oposición y resistencia a las reformas
complicaron aún más su ejecución y determinaron la modificación y adaptación de
las medidas reformistas ideadas desde el centro a las circunstancias e intereses
locales. Situación que ponía de manifiesto las fuerte limitaciones con las que se
toparon los esfuerzos de centralización por parte de la Monarquía que, en vez de
aumentar el poder en el centro, terminaron por incrementar la soberanía local.
Además, constituían asimismo una prueba elocuente de la gran diferencia que
había entre la reforma proyectada sobre el papel y su aplicación en la realidad, es
decir, entre la norma y la práctica de los planes reformistas del siglo XVIII.
Autora: Rocío Moreno Cabanillas
Bibliografía
Dossier “La Andalucía posible. El reformismo de Carlos III”, Andalucía en la
historia, vol. XIV, 54, 2016, pp. 6-46.
GUIMERÁ, Agustín (ed.), El reformismo borbónico: una visión interdisciplinar,
Alianza Editorial, Madrid, 1996.
KUETHE, Allan J., ANDRIEN, Kenneth J., The Spanish Atlantic world in the
eighteenth century: war and the Bourbon reforms, 1713-1796, Cambridge
University Press, Cambridge, 2014.
LUCENA GIRALDO, Manuel, A los cuatro vientos: las ciudades de la América
hispánica, Marcial Pons Historia, Madrid, 2006.
LYNCH, John, La España del siglo XVIII, Crítica, Barcelona, 2004.
PAQUETTE, Gabriel, Enlightenment, Governance, and Reform in Spain and its
Empire 1759-1808, Palgrave Macmillan, Reino Unido, 2008.
RUIZ TORRES, Pedro, Reformismo e Ilustración, Marcial Pons, Madrid, 2008.
Invasiones Inglesas
Autor: Felipe Pigna.
En la segunda mitad del siglo XVIII el dominio inglés de los mares era indiscutible.
Los tiempos de la «Armada Invencible» habían quedado tan atrás como la época
en que el almirante holandés Michiel de Ruyter ostentaba una escoba a manera de
insignia como símbolo de que Holanda podía barrer del mar a todos sus enemigos.
Para los barcos franceses, holandeses y españoles, cruzar los mares podía ser
una aventura peligrosa. Entre 1702 y 1808 España e Inglaterra sostuvieron seis
conflictos armados. Una consecuencia directa de esta belicosidad fue que España
fue espaciando sus comunicaciones y la provisión de sus colonias americanas. La
protección militar de sus dominios se vio seriamente debilitada. El último regimiento
de infantería llegado a Buenos Aires desde Burgos lo hizo en 1784.
En el viejo mundo el principal obstáculo para la expansión napoleónica era
Inglaterra. Napoleón comenzó a soñar con dominar las dos riberas del Canal de la
Mancha. El encuentro entre la flota aliada de España y Francia, por un lado, y los
ingleses, por otro, se produjo finalmente el 21 de octubre de 1805 en Trafalgar,
cerca de Cádiz.
La pericia del almirante Nelson determinó el triunfo total de los británicos. La flota
aliada quedó prácticamente aniquilada y perdió unos 4000 hombres. Por el lado
inglés murieron alrededor de 500 marinos, entre ellos Nelson. Cuarenta y dos días
después, Napoleón derrotó al ejército austro-prusiano en Austerlitz, al norte de
Viena. Después de Trafalgar y Austerlitz, el poder quedó repartido: los mares para
Inglaterra y el Continente para Napoleón. Cuentan que el primer ministro inglés, Sir
William Pitt, al conocer el triunfo del emperador francés, enrolló un mapa de Europa
exclamando: «Durante los próximos diez años, no lo necesitaremos.»
En este contexto de búsqueda de nuevos mercados, tuvieron eco en Londres las
ideas del revolucionario venezolano Francisco de Miranda, personaje novelesco
que fue amante de Catalina II de Rusia, soldado de Washington y general en la
Revolución Francesa. En marzo de 1790 le había presentado al Primer Ministro
inglés W. Pitt un plan de conquista de las colonias americanas para transformarlas
en una monarquía constitucional con la coronación de un descendiente de la casa
de los Incas como emperador de América. Decía Miranda en su
informe:«Sudamérica puede ofrecer con preferencia a Inglaterra un comercio muy
vasto, y tiene tesoros para pagar puntualmente los servicios que se le hagan…
Concibiendo este importante asunto de interés mutuo para ambas partes, la
América del Sud espera que asociándose Inglaterra por un Pacto Solemne,
estableciendo un gobierno libre y similar, y combinando un plan de comercio
recíprocamente ventajoso, ambas Naciones podrán constituir la Unión Política más
respetable y preponderante del mundo».
Miranda en realidad tenía una visión parcial sobre la realidad americana. Suponía
que hechos como la rebelión de Túpac Amaru y de los Comuneros de Paraguay y
Nueva Granada implicaban un signo claro de odio a la metrópoli y al monarca. Pero
en realidad eran expresiones aisladas que no encontraban un punto común de
confluencia.
En 1806 Miranda intentó una invasión a Venezuela desde los EEUU, pero fracasó
por falta de apoyo local. Ese mismo año convenció a su amigo, Sir Home Popham
de que ningún español americano se opondría a una invasión inglesa al Río de la
Plata.
Mientras tanto, en Buenos Aires el Cabildo se ocupaba de establecer multas para
los vecinos que no destruyeran a las hormigas y ratas de sus casas y recordaba
que el 14 de mayo sería feriado para dedicar cultos solemnes a los santos Sabino y
Bonifacio, que según se creía, eran los encargados de proteger a la ciudad de esas
plagas.
Aseguraba un personaje de la Iglesia que «este patronato lo poseían desde la
fundación de la ciudad, pero su culto se había resfriado y apagado tanto en
nuestros tiempos, que los daños que se experimentan, así en las sementeras
y plantas que devoran como en las casas y edificios que taladran, son pieza y
olvido de nuestros protectores, pues no se ruega a Dios por su intermedio».
La noche del 24 de junio de 1806, el virrey Sobremonte asistía a la función teatral
de la obra de Moratín El Sí de las niñas cuando recibió una comunicación del
Comandante de Ensenada de Barragán, capitán de navío francés Santiago de
Liniers, en la que le informaba que una flota de guerra inglesa se acercaba y que
había disparado varios cañonazos sobre su posición.
A las 11 de la mañana del 25 los ingleses desembarcaron en Quilmes y en pocas
horas ocuparon Buenos Aires.
Cuenta el inglés Gillespie que en la fonda de «Los Tres Reyes» ingleses y
españoles cenaban en lugares separados y «una hermosa joven que servía a los
dos grupos, miró fijamente a los españoles diciéndoles en un tono claro para
que todos la oyeran: desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más
pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría
mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado
unánimemente y rechazado a los ingleses a pedradas.»
El virrey Sobremonte huyó y trató de salvar los caudales públicos, pero estos
serían finalmente capturados por los británicos. Dentro del mítico baúl podían
contarse 1.291.323 pesos plata. Parte del botín se repartió entre la tropa. A los
jefes de la expedición William Carr Beresford y Home Riggs Popham le
correspondieron respectivamente 24.000 y 7.000 libras, el resto, más de un millón
fue embarcado hacia Londres.
La impopularidad de Sobremonte está reflejada en estos versos que ridiculizan su
huida:
«Al primer disparo de los valientes
disparó Sobremonte con sus parientes
Un hombre, el más falsario,
Que debe a Buenos Aires cuanto tiene,
Es un marqués precario
Y un monte que y viene
Y sobre el monte ruina nos previene»
Beresford, en su primera proclama dice que la población de Buenos Aires está
«cobijada bajo el honor, la generosidad y la humanidad del carácter británico«. Se
apresuró a decretar la libertad de comercio y redujo los derechos de Aduana para
los productos británicos. Comenzaron a visitarlo los obsecuentes de turno que, al
enterarse de que el comandante inglés era muy goloso, llegaban al fuerte portando
grandes fuentes de dulce de leche y de zapallo. Según se cuenta, Beresford,
probablemente ignorando las costumbres del país, creía que el obsequio incluía el
recipiente y se quedaba con las fuentes de plata y, encajonadas, las enviaba a
Inglaterra. Muchos funcionarios acomodaticios pasaron por el fuerte a jurar
fidelidad a su «Gloriosa Majestad».
Manuel Belgrano prefirió retirarse a su estancia de la Banda Oriental. Antes de irse
pronunciará su famosa frase: «Queremos al viejo amo o a ninguno».
Buenos Aires sería por 46 días una colonia inglesa. El Times de Londres, decía:
«En este momento Buenos Aires forma parte del Imperio Británico, y cuando
consideramos las consecuencias resultantes de tal situación y sus
posibilidades comerciales, así como también de su influencia política, no
sabemos cómo expresarnos en términos adecuados a nuestra idea de las
ventajas que se derivarán para la nación a partir de esta conquista.»
Beresford tuvo que desalentar un incipiente movimiento de emancipación de los
esclavos porteños. Les recordó, vía Bando, que debían mantenerse sujetos a sus
dueños y estableció duras penas para los que intentaran escaparse.
Los oficiales ingleses alternaban con las principales familias porteñas y se alojaban
en sus casas, donde se sucedían las fiestas en homenaje a los invasores. Era
frecuente ver a las Sarratea, las Marcó del Pont, las Escalada, paseando por la
alameda (actual Leandro .N. Alem), del brazo de los «herejes».
Pero la mayoría de la población, que era hostil a los invasores y estaba indignada
por la ineptitud de las autoridades españolas, decidió prepararse para la
resistencia. Aparecieron varios proyectos para acabar con los ingleses. Dos
catalanes, Felipe Sentenach y Gerardo Esteve y Llach, propusieron volar el fuerte y
todas las posiciones inglesas. Martín de Álzaga, fuerte comerciante monopolista al
que perjudicaba como a nadie el libre cambio decretado por los ingleses, estaba
dispuesto a financiar cualquier acción contra los invasores. Alquiló una quinta en
Perdriel, cerca de Olivos que fue utilizada como campo de entrenamiento militar de
las fuerzas de la resistencia.
El jefe del fuerte de la ensenada de Barragán, el marino francés Santiago de
Liniers, se trasladó a Montevideo y organizó las tropas para reconquistar Buenos
Aires. Santiago de Liniers y Bremond había nacido en La Vendée en 1753. Estudió
en Malta donde fue honrado como caballero de la Orden Soberana. En 1775 se
incorporó a la flota española durante la guerra con los argelinos y tras esta
campaña llegó con Pedro de Cevallos al Río de la Plata. Años más tarde volvió
temporariamente a Europa y se reincorporó a la marina española, ahora en lucha
con los ingleses. En 1788 fue destinado nuevamente al Río de la Plata donde se
casó con la hija del rico comerciante Martín de Sarratea.
Pocas semanas después del desembarco, Liniers y su gente obligaron a Beresford,
tras haber perdido 300 de sus hombres, a rendirse el 12 de agosto de 1806.
El Times no salía de su asombro:
«El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un
solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Los detalles de este
desastre, quizás el más grande que ha sufrido este país desde el comienzo de la
guerra revolucionaria, fueron publicados en el número anterior.»
Ante la ausencia del Virrey Sobremonte, un Cabildo abierto otorgó a Liniers el
mando militar de la ciudad, como corolario de una «pueblada» a cuyo frente iban
Juan José Paso, Juan Martín Pueyrredón, Joaquín Campana y el poeta Manuel
José de Lavardén.
Esta medida era claramente revolucionaria: el cabildo ejerciendo su soberanía,
pasaba por encima de la voluntad del virrey.
Una copla se hacía popular en Buenos Aires:
«Ingredientes de que se compone la quinta generación del marqués de
Sobremonte»:
Un quintal de hipocresía,
Tres libras de fanfarrón,
Y cincuenta de ladrón,
Con quince de fantasía,
Tres mil de collonería;
Mezclarás muy bien después,
En un caldero inglés,
Con gallinas y capones,
Extractarás los blasones
Del más indigno marqués.
Un informe del enviado español, Brigadier Curado hablaba del estado de ebullición
popular:
«Aquellos que en apariencia se encuentran revestidos del poder público son
fantasmas de grandeza, muchas veces insultados, y siempre sujetos al pueblo,
cuya anarquía es tan excesiva y absoluta, que se atreve a objetar todas las
disposiciones y órdenes de los que gobiernan cuando no son dirigidas a sus fines.»
Frente a la posibilidad de una nueva invasión, los vecinos se movilizaron para la
defensa formando las milicias ante el fracaso de la tropa regular española.
Todos los habitantes de la capital se transformaron en milicianos. Liniers permitió
que cada hombre llevara las armas a su casa y puso a cargo de cada jefe las
municiones de cada unidad de combate.
Los nacidos en Buenos Aires formaron el cuerpo de Patricios, en su mayoría eran
jornaleros y artesanos pobres; los del interior, el de Arribeños, porque pertenecían
a las provincias «de arriba», compuesto por peones y jornaleros; los esclavos e
indios, el de pardos y morenos. Por su parte los españoles se integraron en los
cuerpos de gallegos, catalanes, cántabros, montañeses y andaluces. En cada
milicia los jefes y oficiales fueron elegidos por sus integrantes democráticamente.
Entre los jefes electos se destacaban algunos jóvenes criollos que accedían por
primera vez a una posición de poder y popularidad.
Allí estaban Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Martín Rodríguez, Hipólito
Vieytes, Domingo French, Juan Martín de Pueyrredón y Antonio Luis Beruti.
Liniers lo contará años después:
«¡Qué no trabajaría yo en los once meses después de echar a los ingleses de
Buenos Aires para hacer guerrero a un pueblo de negociantes y ricos
propietarios!… donde la suavidad del clima, la abundancia y la riqueza debilitan el
alma y le quitan energía… El dependiente era más apto que el patrón… Me fue
preciso vencer todos esos obstáculos y una infinidad de otros… Aproveché de la
confianza que me adquirieron mis servicios a los habitantes para hacerlos capaces
de defenderse contra todos los esfuerzos que la Gran Bretaña hacía para
vencerlos».
La ciudad se militarizó pero también se politizó. Las milicias eran ámbitos naturales
para la discusión política y el espíritu conspirativo iba tomando forma lenta pero
firmemente Dentro de ese clima, Saturnino Rodríguez Peña se puso al habla con el
general Beresford, prisionero en Luján, para interesarse en la emancipación
americana, convencerle de que por las armas Gran Bretaña sólo ganaría enemigos
en estos países, y ofrecerle la libertad si secundaba sus ideas. El general británico
se mostró favorable a estas gestiones y se ofreció a hacerlas conocer al
conquistador de Montevideo, general Auchmuty, y al gobierno inglés. En
consecuencia, con la complicidad de varios amigos y el conocimiento del alcalde
Álzaga y de Liniers, Rodríguez Peña hizo fugar a Beresford el 17 de febrero.
Tal como se preveía, en junio de 1807, una nueva expedición inglesa, esta vez de
doce mil hombres y cien barcos mercantes cargados de productos británicos, trató
de apoderarse de Buenos Aires.
Tras vencer las primeras resistencias, los invasores avanzaron sobre la ciudad.
La capital ya no estaba indefensa. Liniers, y Álzaga, alcalde de la ciudad, habían
alistado 8.600 hombres y organizado a los vecinos. Los improvisados oficiales
habían sido civiles hasta pocos meses antes, como el hacendado Cornelio
Saavedra.
Cuando los ingleses pensaban que volverían a desfilar por las estrechas calles,
desde los balcones y terrazas fueron recibidos a tiros, pedradas, torrentes de agua
y aceite hirviendo. «Cuando las 110 velas de la granarmada británica se divisaron
en el horizonte –dirá Manuel José García en sus Memorias-, este espectáculo
capaz de intimidar a los más aguerridos no causó el menor recelo a los colonos».
Entre sorprendidos y chamuscados los ingleses optaron por rendirse. En el acta de
lacapitulación pretenden, infructuosamente, incluir una cláusula que los
autorizaría a vender libremente la abundante mercadería traída en los barcos.
El 28 de enero de 1808 comenzó en Londres el juicio contra Whitelocke. Por
momentos intentó una defensa diciendo cosas como «esperaba encontrar una
gran porción de habitantes preparados a secundar nuestras miras. Pero
resultó ser un país completamente hostil.»
Pero el fallo fue durísimo. Disponía que «dicho teniente general Whitelocke sea
dado de baja y declarado totalmente inepto e indigno de servir a S.M. en
ninguna clase militar«. Y agregaba «para que sirva de eterno recuerdo de las
fatales consecuencias a que se exponen los oficiales revestidos de alto
mando que, en el desempeño de los importantes deberes que se les confían,
carecen del celo, tino y esfuerzo personal que su soberano y su patria tienen
derecho a esperar de ellos.»
Whitelocke concluyó su alegato con palabras contundentes:
«No hay un solo ejemplo en la historia, me atrevo a decir, que pueda
igualarse a lo ocurrido en Buenos Aires, donde, sin exageración, todos los
habitantes, libres o esclavos, combatieron con una resolución y una
pertenencia que no podía esperarse ni del entusiasmo religioso o patriótico,
ni del odio más inveterado.»
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
La Semana de Mayo de 1810
Autor: Felipe Pigna.
Viernes 18
El 14 de mayo de 1810 había llegado a Buenos Aires la fragata inglesa Mistletoe
trayendo periódicos que confirmaban los rumores que circulaban intensamente por
Buenos Aires: cayó en manos de los franceses de Napoleón, la Junta Central de
Sevilla, último bastión del poder español.
El viernes 18 el virrey Cisneros hizo leer por los pregoneros (porque la mayoría de
la población no sabía leer ni escribir) una proclama que comenzaba diciendo: «A
los leales y generosos pueblos del virreinato de Buenos Aires.» El virrey advertía
que «en el desgraciado caso de una total pérdida de la península, y falta del
Supremo Gobierno» él asumiría el poder acompañado por otras autoridades de la
Capital y todo el virreinato y se pondría de acuerdo con los otros virreyes de
América para crear una Regencia Americana en representación de Fernando.
Cisneros aclaraba que no quería el mando sino la gloria de luchar en defensa del
monarca contra toda dominación extraña y, finalmente prevenía al pueblo sobre
«los genios inquietantes y malignos que procuran crear divisiones». A medida que
los porteños se fueron enterando de la gravedad de la situación, fueron subiendo
de tono las charlas políticas en los cafés y en los cuarteles. Todo el mundo
hablaba de política y hacía conjeturas sobre el futuro del virreinato.
La situación de Cisneros era muy complicada. La Junta que lo había nombrado
virrey había desaparecido y la legitimidad de su mandato quedaba claramente
cuestionada. Esto aceleró las condiciones favorables para la acción de los
patriotas que se venían reuniendo desde hacía tiempo en forma secreta en la
jabonería de Vieytes. La misma noche del 18, los jóvenes revolucionarios se
reunieron en la casa de Rodríguez Peña y decidieron exigirle al virrey la
convocatoria a un Cabildo Abierto para tratar la situación en que quedaba
el virreinato después de los hechos de España. El grupo encarga a Juan José
Castelli y a Martín Rodríguez que se entrevisten con Cisneros.
Sábado 19
Las reuniones continuaron hasta la madrugada del sábado 19 y sin dormir, por la
mañana, Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano le pidieron al Alcalde Lezica la
convocatoria a un Cabildo Abierto. Por su parte, Juan José Castelli hizo lo propio
ante el síndico Leiva.
Domingo 20
El domingo 20 el virrey Cisneros reunió a los jefes militares y les pidió su apoyo
ante una posible rebelión, pero todos se rehusaron a brindárselo. Por la noche,
Castelli y Martín Rodríguez insistieron ante el virrey con el pedido de cabildo
abierto. El virrey dijo que era una insolencia y un atrevimiento y quiso improvisar
un discurso pero Rodríguez le advirtió que tenía cinco minutos para decidir.
Cisneros le contestó «Ya que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona,
hagan ustedes lo que quieran» y convocó al Cabildo para el día 22 de Mayo. En el
«Café de los Catalanes y en «La Fonda de las Naciones», los criollos
discutían sobre las mejores estrategias para pasar a la acción
Lunes 21
A las nueve de la mañana se reunió el Cabildo como todos los días para tratar los
temas de la ciudad. Pero a los pocos minutos los cabildantes tuvieron que
interrumpir sus labores. La Plaza de la Victoria estaba ocupada por unos 600
hombres armados de pistolas y puñales que llevaban en sus sombreros el retrato
de Fernando VII y en sus solapas una cinta blanca, símbolo de la unidad criollo-
española desde la defensa de Buenos Aires. Este grupo de revolucionarios,
encabezados por Domingo French y Antonio Luis Beruti, se agrupaban bajo el
nombre de la «Legión Infernal» y pedía a los gritos que se concrete la convocatoria
al Cabildo Abierto. Los cabildantes acceden al pedido de la multitud. El síndico
Leiva sale al balcón y anuncia formalmente el ansiado Cabildo Abierto para el día
siguiente. Pero los «infernales» no se calman, piden a gritos que el virrey sea
suspendido. Debe intervenir el Jefe del regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra
quien logra calmarlos garantizándoles el apoyo militar a sus reclamos.
Martes 22
Ya desde temprano fueron llegando los «cabildantes». De los 450 invitados sólo
concurrieron 251. También estaba presente una «barra» entusiasta. En la plaza,
French, Beruti y los infernales esperan las novedades. La cosa se fue calentando
hasta que empezaron los discursos, que durarán unas cuatro horas, sobre si el
virrey debía seguir en su cargo o no.
Comenzó hablando el Obispo Lué diciendo que mientras hubiera un español en
América, los americanos le deberían obediencia. Le salió al cruce Juan José
Castelli contestándole que habiendo caducado el poder Real, la soberanía debía
volver al pueblo que podía formar juntas de gobierno tanto en España como en
América. El Fiscal de la Audiencia, Manuel Villota señaló que para poder tomar
cualquier determinación había que consultar al resto del virreinato. Villota trataba
de ganar tiempo, confiando en que el interior sería favorable a la permanencia del
virrey. Juan José Paso le dijo que no había tiempo que perder y que había que
formar inmediatamente una junta de gobierno.
Casi todos aprobaban la destitución del virrey pero no se ponían de acuerdo en
quien debía asumir el poder y por qué medios. Castelli propuso que fuera el
pueblo a través del voto quien eligiese una junta de gobierno; mientras que el jefe
de los Patricios, Cornelio Saavedra, era partidario de que el nuevo gobierno fuera
organizado directamente por el Cabildo. El problema radicaba en que los
miembros del Cabildo, muchos de ellos españoles, seguían apoyando al virrey.
«Modales»
El debate del 22 fue muy acalorado y despertó las pasiones de ambos bandos. El
coronel Francisco Orduña, partidario del virrey, contará horrorizado que mientras
hablaba fue tratado de loco por no participar de las ideas revolucionarias «…
mientras que a los que no votaban contra el jefe (Cisneros), se les escupía, se les
mofaba, se les insultaba y se les chiflaba.»
Miércoles 23
Por la mañana se reunió el Cabildo para contar los votos emitidos el día anterior y
elaboró un documento: «hecha la regulación con el más prolijo examen resulta de
ella que el Excmo. Señor Virrey debe cesar en el mando y recae éste
provisoriamente en el Excmo. Cabildo (…) hasta la erección de una Junta que ha
de formar el mismo Excmo. Cabildo, en la manera que estime conveniente”.
Jueves 24
Se confirmaron las versiones: el Cabildo designó efectivamente una junta de
gobierno presidida por el virrey e integrada por cuatro vocales: los españoles Juan
Nepomuceno Solá
y José de los Santos Inchaurregui y los criollos Juan José Castelli y Cornelio
Saavedra, burlando absolutamente la voluntad popular. Esto provocó la reacción
de las milicias y el pueblo. Castelli y Saavedra renunciaron a integrar esta junta
Muchos como el coronel Manuel Belgrano fueron perdiendo la paciencia. Cuenta
Tomás Guido en sus memorias «En estas circunstancias el señor Don Manuel
Belgrano, mayor del regimiento de Patricios, que vestido de uniforme escuchaba la
discusión en la sala contigua, reclinado en un sofá, casi postrado por largas vigilias
observando la indecisión de sus amigos, púsose de pie súbitamente y a paso
acelerado y con el rostro encendido por el fuego de sangre generosa entró al
comedor de la casa del señor Rodríguez Peña y lanzando una mirada en derredor
de sí, y poniendo la mano derecha sobre la cruz de su espada dijo: «Juro a la
patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey
no hubiese renunciado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas.»
Por la noche una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la
casa de Cisneros con cara de pocos amigos y logró su renuncia. La Junta quedó
disuelta y se convocó nuevamente al Cabildo para la mañana siguiente.
Así recuerda Cisneros sus últimas horas en el poder:
«En aquella misma noche, al celebrarse la primera sesión o acta del Gobierno, se
me informó por alguno de los vocales que alguna parte del pueblo no estaba
satisfecho con que yo obtuviese el mando de las armas, que pedía mi absoluta
separación y que todavía permanecía en el peligro de conmoción, como que en el
cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos, y esto
era lo que llamaban pueblo, (..). Yo no consentí que el gobierno de las armas se
entregase como se solicitaba al teniente coronel de Milicias Urbanas Don Cornelio
de Saavedra, arrebatándose de las manos de un general que en todo tiempo las
habría conservado y defendido con honor y quien V.M las había confiado como a
su virrey y capitán general de estas provincias, y antes de condescender
con semejante pretensión, convine con todos los vocales en renunciar los empleos
y que el cabildo proveyese de gobierno.»
El 25 de mayo de 1810
Todo parece indicar que el 25 de mayo de 1810 amaneció lluvioso y frío. Pero la
«sensación térmica» de la gente era otra . Grupos de vecinos y milicianos
encabezados por Domingo French y Antonio Beruti se fueron juntando frente al
cabildo a la espera de definiciones.
Algunos llevaban en sus pechos cintitas azules y blancas, que eran los colores que
los patricios habían usado durante las invasiones inglesas.
Pasaban las horas, hacía frío, llovía y continuaban las discusiones. El cabildo
había convocado a los jefes militares y estos le hicieron saber al cuerpo a través
de Saavedra que no podían mantener en el poder a la Junta del 24 porque corrían
riesgos personales porque sus tropas no les responderían. La mayoría de la gente
se fue yendo a sus casas y el síndico del Cabildo salió al balcón y preguntó
«¿Dónde está el pueblo?». En esos momentos Antonio Luis Beruti irrumpió en la
sala capitular seguido de algunos infernales y dijo «Señores del Cabildo: esto ya
pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen
de nosotros con sandeces, Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha
sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre
hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en
otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toque la campana y
si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala y verán ustedes la cara de
ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no! Pronto, señores decirlo
ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si
volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada.» Poco después
se anunció finalmente que se había formado una nueva junta de gobierno
.El presidente era Cornelio Saavedra; los doctores Mariano Moreno y Juan José
Paso, eran sus secretarios; fueron designados seis vocales: Manuel Belgrano,
Juan José Castelli, el militar
Miguel de Azcuénaga, el sacerdote Manuel Alberti y los comerciantes Juan Larrea
y Domingo Matheu. Comenzaba una nueva etapa de nuestra historia.
La Junta declaró que gobernaba en nombre de Fernando VII. Así lo recuerda
Saavedra en sus memorias «Con las más repetidas instancias, solicité al tiempo
del recibimiento se me excuse de aquel nuevo empleo, no sólo por falta de
experiencia y de luces para desempeñarlo, sino también porque habiendo dado
tan públicamente la cara en la revolución de aquellos días no quería se creyese
había tenido particular interés en adquirir empleos y honores por aquel medio. Por
política fue preciso cubrir a la junta con el manto del señor Fernando VII a cuyo
nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y mandatos.»
Para algunos era sólo una estrategia a la que llamaron la «máscara de Fernando»,
es decir, decían que gobernaban en nombre de Fernando pero en realidad querían
declarar la independencia. Pensaban que todavía no había llegado el momento y
no se sentían con la
fuerza suficiente para dar ese paso tan importante. La máscara de Fernando se
mantendrá hasta el 9 de julio de 1816.
Pero los españoles no se creyeron lo de la máscara o el manto de Fernando y se
resistieron a aceptar la nueva situación.
En Buenos Aires, el ex virrey Cisneros y los miembros de la Audiencia trataron de
huir a Montevideo y unirse a Elío (que no acataba la autoridad de Buenos Aires y
logrará ser nombrado virrey), pero fueron arrestados y enviados a España en un
buque inglés.
Mariano Moreno, un hombre ilustrado
La Ilustración fue un movimiento filosófico que se desarrolló en el siglo XVIII en
varios países de Europa, aunque sus exponentes más reconocidos vivieron y
produjeron sus obras en Francia. Los pensadores de esta corriente consideraban
que la razón era el motor del conocimiento y actuaba como guía para alcanzar la
sabiduría.
La mayoría de estas ideas fueron aprovechadas por los movimientos
revolucionarios del siglo XVIII en Europa y América, y permanecen como
fundamento de algunos sistemas políticos en la actualidad.
Varios de los hombres que participaron en la Revolución de Mayo, entre ellos,
Mariano Moreno (1778-1811), tuvieron contacto con estas ideas.
Moreno y las ideas ilustradas
Las ideas ilustradas, que circulaban rápidamente a través de diarios y libros que se
escribían en toda América, ejercieron una gran influencia en amplios sectores de la
sociedad colonial americana, fundamentalmente en los grupos criollos. En la
Universidad de Chuquisaca (en el Alto Perú), donde Moreno estudió, la discusión
de las nuevas ideas europeas generó la renovación del pensamiento americano,
que comenzó a criticar el vínculo colonial y la relación con la metrópoli.
Moreno estudió derecho, francés e inglés, y se familiarizó con los autores ilustrados
como Voltaire y Montesquieu.
Las ideas de Rousseau fueron las que más le impactaron, por eso, tradujo al
español la obra El contrato social para que se difundiera en el Río de la Plata. Una
vez recibido, a comienzos del siglo XIX, Moreno realizó sus prácticas profesionales
en el Alto Perú y regresó a Buenos Aires en 1805, donde comenzó a trabajar como
asesor del Cabildo. En 1809, el virrey Cisneros, haciendo eco de un requerimiento
de los hacendados de Buenos Aires, había accedido a permitir el intercambio
comercial con otras naciones. Sin embargo, esta apertura no duró mucho tiempo:
por presión de grupos que se beneficiaban con el contrabando, decidió dar marcha
atrás con la medida. En disconformidad con esta decisión, los hacendados pidieron
a Moreno que defendiera la apertura económica, y Moreno escribió Representación
de los hacendados. En el texto, solicitaba a la metrópoli, a través del virrey, que se
autorizara el libre comercio con Gran Bretaña. Argumentaba que, de esta manera,
se evitaría la bancarrota de sus representados (los hacendados) y se podría ayudar
económicamente a la Corona. Moreno anhelaba un cambio económico y político,
pero no exigía la ruptura del vínculo colonial.
Representación de los hacendados (1809) comienza de la siguiente manera:
bastante armónica en sus propuestas. A partir de 1810, Moreno fue director de
Gazeta de Buenos Ayres, un periódico fundado por la Primera Junta para difundir
los actos de gobierno. Luego de la Revolución y planteada la dicotomía entre
morenistas y saavedristas, Moreno solicitó a la Junta Grande partir en una misión
diplomática a Gran Bretaña, pero el 4 de marzo de 1811, falleció en alta mar.
“El Apoderado de los Labradores y Hacendados de estas Campanas de la Banda
oriental y occidental del Río de la Plata, evacuando la vista que se ha servido V. E.
[Vuestra Excelencia] conferirle del expediente obrado sobre el arbitrio de otorgar la
introducción de mercaderías inglesas, para que con los derechos de su importación
y exportaciones respectivas se adquieran fondos que sufraguen a las gravísimas
urgencias del Erario*, dice: que aunque la materia se presenta bajo el aspecto de
un punto de puro Gobierno, en que no toca a los particulares otra intervención que
la de ejecutar puntualmente las resoluciones adoptadas por la Superioridad, el
inmediato interés que tienen mis instituyentes, en que no se frustre la realización
de un plan de sacarlos de la antigua miseria a que viven reducidos, les confiere
representación legítima para instruir a V. E. sobre los medios de conciliar la
prosperidad del país con la del Erario, removiendo los obstáculos que pudieran
maliciosamente oponerse a las benéficas ideas, con que el gobierno de V. E. ha
comenzado a distinguirse. [...]”
La Ilustración
La Ilustración surgió vinculada con las monarquías absolutas europeas, que fueron
analizadas por filósofos que comenzaron a preguntarse quién, cómo y con qué fin
debía gobernar la sociedad, y rechazaron la idea de que el poder de los monarcas
era otorgado por Dios. De este modo, las decisiones de los reyes ya no fueran
incuestionables. Estos pensadores proponían la construcción de una sociedad en
la que el Estado resguardara los derechos naturales de todas las personas y la
igualdad entre los ciudadanos. Entre los intelectuales más ilustres se destacaron
François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, el barón de Montesquieu y
Jean-Jacques Rousseau.
Voltaire (1694-1778), crítico agudo de la política y la religión, defendía la libertad de
expresión y la tolerancia de todas las opiniones. Creía que era posible convencer a
los soberanos para que gobernaran siguiendo los principios de la razón.
Montesquieu (1688-1755) elaboró el principio de la división de poderes, que es una
de las bases de la organización de los Estados modernos, cuyo objetivo era
proteger al individuo de los excesos del poder público.
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) afirmaba en su obra El contrato social que el
poder político solamente podía basarse en un acuerdo entre las personas, un
contrato social por el que cada individuo se somete voluntariamente a la dirección
de una voluntad general. Postuló un modelo de democracia directa, similar al que
existió en Atenas en la Antigüedad.
Para los pensadores ilustrados, el ejercicio de la crítica fue una tarea fundamental.
Su finalidad era demostrar la irracionalidad que caracterizaba a las instituciones
existentes, para proponer un orden nuevo, donde la razón se afirmara como
principio rector de las sociedades y como base de la política.
16/01/2017 CRUCE DE LOS ANDES-200 AÑOS
La osadía del General San Martín y su enorme hazaña libertadora
El 17 de enero de 1817 es la fecha aceptada como el inicio de la campaña
libertadora del Ejército de los Andes que consolidó la independencia definitiva de la
Argentina, de Chile y del Perú, cuya proeza comenzó con el cruce de la segunda
cordillera más alta del planeta, un esfuerzo político y militar comparable a las cuatro
batallas contra los realistas que dieron gloria a los soldados y a su jefe, el general
José de San Martín.
Por Eduardo Barcelona
El 17 de enero de hace 200 años, el comandante del Ejército de Los Andes firmó la
orden de batalla a su jefe de estado mayor, el brigadier Miguel Estanislao Soler, a
quien le indicaba que debía ir a la vanguardia de la columna principal de la fuerza
por el Paso de los Patos, en San Juan, que detrás de él iría el escalón del brigadier
Bernardo O'Higgins y, por último, seguiría la división al mando del propio jefe de la
fuerza.
Soler empezó la marcha hacia la montaña dos días más tarde, pero la orden es el
registro oficial de la partida del Ejército Libertador que no detendría el paso
emancipador hasta el 9 de diciembre de 1824, cuando los realistas cayeron
derrotados en Ayacucho, Perú, la última batalla por la independencia de América
del Sur.
La hazaña del cruce de Los Andes no tiene comparación en la historia militar del
mundo, ninguno de los antecedentes alcanzó tan altas cumbres (Aníbal, Julio
César y Napoleón Bonaparte en Los Alpes y Bolivar en 1819 en Los Andes de la
Gran Colombia) y tampoco tuvieron que afrontar escaramuzas bélicas en el
trayecto montañoso, como fueron las que protagonizó la fuerza comandada por el
Libertador.
San Martín fue el último soldado en partir desde El Plumerillo, el 25 de enero, pero
estuvo entre los primeros en llegar al punto de reunión de la fuerza principal, entre
el 7 y el 8 de febrero de 1817, en el valle de Aconcagua, previo a la batalla en la
cuesta de Chacabuco.
En una carta a Tomás Godoy Cruz, poco antes de partir desde Mendoza, San
Martín le decía "ya estamos en capilla... Y sin un solo real estamos en la inmortal
Provincia de Cuyo".
El comandante transitó detrás de todo el ejército, de acuerdo con un estilo que
había impuesto Napoleón en la campaña a Rusia en 1812.
La seis columnas del Ejército de Los Andes cruzaron la cordillera por el punto más
alto de la cadena montañosa: Mendoza, San Juan y La Rioja, en la primera de las
cuales está el Cordón del Plata (nieve eterna), donde se levantan el Aconcagua
(6.962 msndm), el Mercedario y otros picos, entre los más altos de América.
La cadena de Los Andes estaba abierta al tránsito a pie y a mula entre diciembre y
mediados de marzo, verano que no garantizaba que no hubiera temporales de
nieve y viento, como fue el que sufrieron las huestes de la columna del coronel Las
Heras y la del batallón de Fray Luis Beltrán, que llevaba la artillería pesada por el
paso de Uspallata, en Mendoza.
A la altura de Mendoza y de San Juan, la cordillera de Los Andes tiene la
particularidad de presentar cuatro cadenas de cerros: el primer cordón es la
precordillera, el segundo la cordillera del Tigre, el tercero lleva el nombre de El
Espinacito, donde los picos alcanzan la mayor altura y en el cuarto está la divisoria
de aguas entre la Argentina y Chile.
El 8 de febrero, al terminar el cruce, cuatro días antes de la batalla de Chacabuco,
San Martín le escribió al Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Martín
de Pueyrredón -su gran aliado político en esta empresa-: "El tránsito sólo de esta
sierra ha sido un triunfo. Dígnese vuestra excelencia figurarse la mole de un
Ejército moviéndose con embarazoso bagaje de subsistencia para casi un mes...
Por un camino de cien leguas, cruzado por eminencias escarpadas, desfiladeros,
travesías, profundas angosturas, cortado por cuatro cordilleras".
Lo que quiso destacar San Martín a Pueyrredón fue el éxito del cruce del Ejército,
en una misión que de haber fracasado habría postergado no se sabe por cuánto
tiempo la lucha por la independencia americana... Y todavía faltaban librar las
batallas, las que definirían la campaña, las que lo convirtieron en el Padre de la
Patria.
La aventura del cruce demandó, además, una formidable operación de inteligencia
por parte de San Martín, quien en todo momento tuvo presente que si no dividía las
fuerzas realistas podía caer en la primera batalla contra los realistas todo el
proyecto independentista. Esta acción de combate se la conoce hoy como la
Guerra de Zapa (trabajo solapado para conseguir un fin).
Los otros pasos usados por las tropas fueron por el sur de Mendoza: el de San
Carlos llevó como jefe al capitán José León Lemos, que transitó por territorio
Pehuenche y el del Planchón al mando del capitán de Granaderos a Caballo,
Ramón Freire, que traspasó la cordillera con una altura media de 3.800 msndm.
Freire partió desde el Plumerillo el 14 de enero. Freire llegó años más tarde a
Director Supremo de Chile.
La división San Juan, cuyo jefe fue el teniente coronel Juan Manuel Cabot, inició la
marcha el 12 de enero, debiendo afrontar una gran dificultad en el vadeo del río
San Juan por el abundante caudal del deshielo veraniego. El invierno de 1816
había sido muy frío y con muchas nevadas en alta montaña, según consignan las
crónicas de la época.
La columna de La Rioja emprendió la travesía por el paso de Come Caballos al
mando del coronel Francisco Zelada, que había formado parte del Ejército del
Norte del general Manuel Belgrano hasta emprender la marcha a Chile. Mientras
estuvo en territorio argentino, Belgrano controló y asistió a la división.
Por Uspallata cruzó el coronel Juan Gregorio de Las Heras con una fuerza
estimada en mil hombres y detrás trepó la columna de la artillería, que no llegó a
tiempo para cañonear en Chacabuco.
De acuerdo con el general (RE) Diego Soria, miembro del Instituto Sanmartiniano,
el ejército del Libertador atravesó la espina vertebral de la América del Sur con
4.500 hombres, entre soldados, 3.900, y otros 1.600 hombres de la maestranza,
baqueanos y chasques que cumplieron con la esforzada y anónima tarea de
comunicar lo que ocurría durante los 24 días de marcha a cada uno de los jefes y,
en especial, al comandante.
Todos los hombres, incluida la infantería, cruzaron a lomo de mula, el único
cuadrúpedo confiable en los caminos de montaña. "Si se planta la mula, es porque
no se puede pasar", dice una máxima vigente entre los baqueanos. Se usaron 10
mil mulas para servir al cruce, entre cabalgaduras de los efectivos y las de
transporte de munición, enceres y vituallas.
Los 1.200 caballos que habían salido en los primeros días de enero desde el
Plumerillo llegaron a la batalla de Chacabuco el 12 de febrero sin ser montados, los
llevaron de las riendas cada uno de los Granaderos para no forzarlos y tampoco
exponerlos en un terreno donde no eran aptos.
Los caballos salieron del Plumerillo con anticipación a la columna principal para ser
herrados en la estancia Los Manantiales, en plena sierra.
Junto con mulas y caballos, fueron arreadas 600 reses para ser carneadas durante
el camino. Entre las previsiones de comida, San Martín ordenó el armado de seis
mil arrobas (unidad de peso de la época de 35 kg. cada una), porque en la
cordillera no había aprovisionamiento posible y tampoco pasto para los animales.
También cargaron forraje para los animales.
Las previsiones de abastecimiento resultaron satisfactorias e incluyeron vino y
aguardiente para los soldados para el caso de sufrir frío y mal tiempo en la
montaña, que aun en verano puede se mortal si no se toman los recaudos. La ropa
de abrigo y los uniformes fueron los adecuados para soportar la invernada de
altura.
Al cabo del cruce, el Ejército de Los Andes sólo había perdido 300 hombres de los
4.500 que habían iniciado la travesía de montaña, sólo superada en altura media
por la cordillera del Himalaya, en Asia. Todas las bajas fueron productos de
enfermedades y accidentes de la sierra.
Cada una de las columnas tuvieron una misión general: llegar a Chile en
condiciones de combate y una particular: tomar el poder en la zona en la que
desembocaban.
La columna principal que cruzó por Los Patos y la de Las Heras, que lo hizo por
Uspallata, debían prepararse para enfrentar la división más importante realista, que
según lo previsto por San Martín, los esperaría en la cuesta de Chacabuco.
La carta a Pueyrredón consigna el éxito del cruce, pero también coincide con el
momento en que el Ejército de Los Andes se reagrupa para el enfrentamiento
decisivo. La fuerza Libertadora -le señala San Martín al jefe político del país- está
entera y presta a librar batalla.
El 12 de febrero se produjo la batalla de Chacabuco, que luego de cuatro horas "de
fuego vivísimo", según la descripción de San Martín en una carta a Belgrano, el
Ejército de Los Andes acabó con la resistencia realista. Los leales a la corona
española tuvieron 600 muertos, 500 prisioneros y más de mil fusiles pasaron a
manos americanas.
San Martín ordenó no perseguir al enemigo en la huida, dado el cansancio de los
hombres y de la caballada que había cruzado Los Andes en 24 días y librado con
éxito el primer combate que permitió proclamar al Libertador: "Todo Chile ya es
nuestro. Nos batimos con una división enemiga de dos mil hombres. Los que
murieron de los nuestros no alcanzan a cincuenta", añadió a Belgrano.
Para el general Soria, "la campaña del cruce de Los Andes es el punto de inflexión
de la epopeya libertadora, a partir de aquí los realistas perdieron la iniciativa
histórica y militar. Esto influyó en el resto del continente. Este es el valor del cruce y
del triunfo en Chacabuco".
Los restos del general José de San Martín descansan hoy en una capilla dentro de
la catedral de la ciudad de Buenos Aires, donde también hay dos urnas con los de
sus amigos los generales Tomas Guido y Juan Gregorio de Las Heras.
En las paredes hay placas de mármol con los nombres de las batallas de San
Lorenzo, Chacabuco, Maipú y Lima, adonde ingresó sin disparar un sólo tiro. Pero
no está la de la hazaña del cruce de Los Andes.
El empréstito Baring
Bernardino Rivadavia fue el inventor local de “la deuda eterna”. En 1824, siendo
Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, autorizó pedir un préstamo a
la Baring Brothers (Inglaterra) por un millón de libras esterlinas. Este préstamo fue
impuesto como parte de la estrategia geopolítica de dominación de Gran Bretaña,
para condicionarnos económicamente e impedir nuestro crecimiento como Nación
independiente. Respondió más a las necesidades inglesas de asegurarse la
subordinación colonial que a necesidades locales.
El argumento para pedir el préstamo fue el supuesto propósito de construir un
puerto, fundar ciudades y dar aguas corrientes a Bs.As. (nada de eso se hizo
finalmente).
Al momento de aprobar el pedido del empréstito, alguien preguntó:
- ¿Pero cómo vamos a devolver un millón de libras esterlinas?
- Muy fácil -le contestaron- con las rentas de aduana, que son trescientas mil libras
esterlinas por año; en tres años devolvemos el millón de libras esterlinas.
- Pues entonces -replicó- esperemos tres años y construimos las obras sin pedir
ningún empréstito...
Ante tal argumento, la sesión quedó en silencio, a punto de rechazar la propuesta,
pero apareció el fatal argumento:
- Si entra un millón de libras esterlinas, se reactiva toda la economía -y se aprobó el
pedido.
(Es el mismo argumento que seguimos escuchando para endeudarnos
indefinidamente)
Con algunas honrosas excepciones y resistencias, se aprobó pedido y se autorizó
a un ”consorcio” (Guillermo y Juan Parish Roberston, Braulio costa, Miguel Siglos y
J. Pablo Sáenz Valiente) para negociarlo en Londres al 70 % de su valor. La estafa
era tan evidente que el principal banquero inglés (Nathan Rostschild) se abstuvo de
participar, y finalmente se negoció con la casa Baring. El país se comprometió por
una deuda de 1.000.000 de Libras al 6 % de interés anual garantizadas con rentas
y hasta con tierra pública. Del millón de Libras se descontó la comisión del
“consorcio” (120.000), intereses y “servicios” adelantados, quedando en definitiva
un saldo de 560.000 Libras, que debía recibir Bs.As. por el 1.000.000 que se
endeudaba.
Cuando el gobierno reclama el envío del dinero, Baring remite 2.000 en monedas
de oro, 62.000 en letras de cambio (papelitos) y propone por “prudencia de mandar
dinero a tanta distancia”, dejar depositado en su banco los 500.000 restantes,
pagando 3 % de interés anual. (Un negocio redondo. Pedir dinero, al 6 % y
prestarlo al 3 % “al mismo prestamista”)
Ni se construyó el puerto ni se puso un solo caño en Bs.As. Se pago catorce veces
la deuda, hasta cancelarla en 1.904.
Los Hermanos Baring no eran solamente banqueros, sino funcionarios de los
organismos de la política imperial: la Tesorería Británica, el Ministerio de Hacienda,
y de la Compañía de Indias.
Rivadavia garantizó el pago de esa deuda con las tierras públicas de Buenos Aires
(Ley de enfiteusis). Posteriormente extendió la garantía hipotecaria a todas las
tierras públicas de la Nación. (“quedan especialmente afectadas al pago de la
deuda nacional, la tierra y demás bienes inmuebles de propiedad pública cuya
enajenación se prohíbe”).Ya no pudieron venderse tierras públicas con fines de
colonización.
Con el mismo propósito el Imperio Británico concedió préstamos a varios países
latinoamericanos (México, Colombia, Chile, Perú, Centroamérica) que se estaban
independizando de Espana. Firmaron, también, “acuerdos de comercio y amistad
recíprocos”, que otorgaron beneficios a los comerciantes ingleses que dominaban
en esas regiones.
Como era lógico suponer, faltó dinero para pagar esa deuda. En consecuencia, en
1828 se liquidó la escuadra naval y se dieron en pago dos fragatas que se estaban
construyendo en Inglaterra. De este modo, cuando se produjo la usurpación de las
Malvinas por los ingleses, cinco años más tarde, no hubo fuerza naval para
contrarrestarla. Obviamente, esto estuvo planificado por los acreedores, y su
cómplice, Rivadavia.
Los mismos ingleses, admitieron el carácter fraudulento de esta negociación.
Ferdinand White, espía inglés, enviado por la Baring al Río de la Plata, condenó los
aspectos delictuosos de este acuerdo. Fue una operación usurera, un acto de
saqueo y sumisión y el primer acto de corrupción ligado a la deuda externa. Según
Scalabrini Ortiz, de la suma recibida, sólo llegaron al Río de la Plata en oro, como
estaba convenido, el 4% de lo pactado, o sean 20.678 libras.
El primer negociador del empréstito Baring fue Manuel José García, ministro de
Hacienda de Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires de 1821 a 1824.
Rivadavia, también fue ministro de este gobierno. García utilizó toda su influencia,
para que se perdiera el Alto Perú. Fue agente de Rivadavia, cuando se pactó la
entrega de la Banda Oriental al Emperador de Brasil. Llevó adelante una política
antinacional que favoreció los intereses británicos. Fue por esa época que el
ministro inglés dijera “América espanola es libre y si sabemos actuar con habilidad
sera nuestra” (George Canning, después de reconocer la independencia de las
colonias latinoamericanas en la época en que el grupo rivadaviano concertaba el
primer empréstito con la Baring) (Historia universal. Editorial Daimon) Rivadavia
hacía “oídos sordos”.
En el conflicto de la Confederación con el Imperio, Argentina había vencido a Brasil
en Ituzaingó, y faltaba el empujón final. Alvear quería llegar hasta Río de Janeiro,
pero los ingleses tenían otros planes. la “Federación del Uruguay”. Era un proyecto
británico para formar un Estado reuniendo a la Banda Oriental, Río Grande, Entre
Ríos, Corrientes y Paraguay, que compensara el poderío de la Confederación y del
Imperio. Rivadavia, más interesado en el negocio con los ingleses y en someter al
interior, hizo regresar el ejército y firmar un tratado vergonzoso a través de García.
Las provincias del interior querían terminar una guerra ya ganada, pero Rivadavia
estaba más interesado en sus negocios mineros con los ingleses, que en su patria,
y prefiere que regrese el ejército para imponer “la organización a palos” en el
interior, aun a costa de ceder la Banda Oriental. Prevalecen las palabras del
ministro Agüero de “la paz a cualquier precio”.
Los federales piden al gobierno y que les dejen a ellos el peso de la guerra pero
Rivadavia prefería perder la guerra y la banda oriental, antes que dejarle el
gobierno a los federales. Se instruye a García para que vaya a Río de Janeiro a
terminar la guerra “a cualquier precio”. Fue un arreglo tan vergonzoso que ante la
indignación popular Rivadavia intentó usar a García de chivo expiatorio: “no solo ha
traspasado sus instrucciones sino contravenido a la letra y espíritu de ellas” que
”destruye el honor nacional y ataca la intendencia y todos los intereses de la
República” e intenta desconocer el arreglo.
“El tribuno”, de Dorrego, publica el “Reports” del capitan Head y la correspondencia
entre éste y Rivadavia sobre el escandaloso negociado de las minas del Famatina.
Se da cuenta de los sueldos según “libros” de la Mining a Rivadavia, las
comisiones, trafico de influencias, etc. (Para mas detalles ver JM Rosa Hist.Arg. t
IV)
Rivadavia no puede tapar tanta mugre con un pañuelo, y renuncia
verborrágicamente:
“Me es penoso no poder exponer a la faz del mundo los motivos que justifican mi
irrevocable decisión (también, como para exponer al mundo “los motivos”!!!)...He
dado a la patria días de gloria (¿?)…he sostenido hasta el último punto la honra y
dignidad de la Nación (menos la honra propia)…Dificultades de nuevo orden que
no me fue dado prever (¿?) han venido a convencerme de que mis servicios no
pueden en lo sucesivo serle de utilidad alguna (le habrán sido alguna
vez?)...sensible es no poder satisfacer al mundo de los motivos irresistibles que
justifican esta decidida resolución...(bla bla bla)Quizás hoy no se hará justicia a la
nobleza y sinceridad de mis sentimientos, mas yo cuento con que al menos me
hará algún día la posteridad, me hará la historia” (¿Sabría anticipadamente que
Mitre y Sarmiento se ocuparían de la historia ?)
Dorrego quiere seguir la guerra a toda costa pero hasta el banco de la provincia
(manejado por intereses y accionistas ingleses) le niega todo crédito. Regresado el
ejército, Lavalle derroca ilegalmente a Dorrego y lo fusila (incentivado por unitarios,
del Carril entre ellos)
En semejantes circunstancias llega San Martín de Europa (embarcado por
precaución con el apellido materno) a Montevideo y se entera del fusilamiento de
Dorrego. San Martín es mal recibido, y Paz (gobernador interino) le escribe a
Lavalle (que está en campaña) :”Calcule Ud las consecuencias de una aparición
tan repentina”.
Desacreditados los revolucionarios “Decembristas”, le ofrecen a San Martín el
Gobierno, para “salvar la revolución con su prestigio”, pero San Martín se rehúsa a
aceptar.
A pesar de todo esto, Rivadavia figurara como un “ciudadano ilustre” y su nombre
figurará en calles, pueblos, ciudades y sillones.
¿Qué pensaba San martín sobre Rivadavia? O’Higgins, en una carta que escribió
en 1828 a San Martín define a Rivadavia, como “el hombre más criminal que ha
producido el pueblo argentino”.
San Martín, con motivo del fusilamiento de Dorrego, se expresó de la siguiente
manera:
“Los autores del movimiento del 1º de Diciembre,- se refiere al fusilamiento de
Dorrego - son Rivadavia y sus satélites y a usted le consta los inmensos males que
estos hombres han hecho, no sólo al país, sino al resto de América, con “su
infernal conducta.”... ...“En nombre de vuestros propios intereses os ruego que
aprendáis a distinguir los que trabajan por vuestra salud, de los que meditan
vuestra ruina…”
Rivadavia no fue ”El hombre de Estado mas grande del mundo”, (según Mitre) sino
”El de “Infernal conducta”, (según San Martín)
El problema no es "el capital" en si mismo; el problena es "el capital usurero", sea
éste privado o estatal.