egoismo y amor rafael llano cifuentes

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  • Rafael Llano Cifuentes

    Egosmo y amor

    E d ito ria lM iN o s,S .A .deC .V .M xico, 1991

    mMorgan Software

    2006 Morgan Software para la edicin electrnica formato PDF

    Este libro pertenece a una biblioteca circulante. No puede venderse, arrendarse niimprimirse.

  • Primera edicin: 1991

    NIHIL OBSTATPbro. Dr. Bernardo Fernndez ArdavinCensor EclesisticoMxico, D.F., a 28 de febrero de 1991.

    IMPRIMATURMons. Rutilio S. Ramos RicoVicario GeneralMxico, D.F., a 23 de abril de 1991.

    1991 Rafael Llano CifuentesMxico, D.F.

    1991 Editorial MiNos, S.A. de C.V.Juan Tinoco 10-B03930 Mxico, D.F.Col. Merced GmezTelfonos: 680-4696/651-8446/593-1821

    660-5775/660-5715/Fax: 660-5436

    SUCURSAL GUADALAJARAAv. Unin No. 240, Sector JurezC.P. 444100 Guadalajara, Jal.Tels. 1585-20/1627-95 Fax: 1539-59

    SUCURSAL MONTERREYAv. Hidalgo No. 1643 Pte., Col. ObispadoC.P. 64010 Monterrey, N.L.Tels. 3302-43/3347-04 Fax: 3347-04

    ISBN 968-428-483-7

    Verson Electrnica Morgan Software. Enero de 2006

  • NDICE

    EL AUTOR .................................................................................. 7

    INTRODUCCIN ........................................................................ 9

    LAS MANIFESTACIONES DEL EGOSMO....................................11

    EL AMOR PROPIO EN RELACIN A S MISMO ........................ 13La imagen de la propia personalidad ......................... 13La falta de sinceridad....................................................... 15La hipersensibilidad .......................................................... 18

    EL AMOR PROPIO CON RESPECTO A LOS DEMS . . . 23La Vanidad ................................................................. 23La Envidia ........................................................................ 26La Irona ...................................................................... 27El Egocentrismo ....................................................... . 29El Amor Falso ............................................................... 32

    EL AMOR PROPIO EN RELACIN CON DIOS........................... 35Concluyendo......................................................................37

    EL AMOR .................................................................................... 41Saber mirar. Respetar .................................................... 43Comprender .................................................................. 50Como son ...................................................................... 51Con sus defectos ........................................................... 53Porque tienen defectos....................................................... 57

    PERDONAR, CORREGIR................................................................ 61Fruto sabroso de la comprensin es el perdn ..................61Corregir ...........................................................................65

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    ESPERAR, CARGAR, SERVIR, SONRER........................................ 71Cargar.................................................................................... 76Servir .................................................................................. 79Sonrer ................................................................................... 81

    DAR Y DARSE.................................................................................. 5

    SACRIFICARSE ............................................................................. 91

    EL AMOR REALIZA......................................................................... 97

  • EL AUTORRafael Llano Cifuentes es Licenciado en Derecho y

    Doctor en Derecho Cannico por la Universidad de SantoToms de Aquino, de Roma. Ha publicado diversas obrassobre derecho matrimonial y cannico; adems los cuader-nos "La constancia" y "Optimismo", publicados por la Edi-torial MiNos (Mxico). Fue capelln de la PastoralUniversitaria de Rio de Janeiro y actualmente es profesordel Instituto Superior de Derecho Cannico de esa ciudad.El 29 de junio de 1990 solemnidad de San Pedro y SanPablo recibi la ordenacin episcopal. Es ahora ObispoAuxiliar de Rio de Janeiro.

  • IN T R O D U C C I N"Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio,

    que llega hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el de Dioshasta el desprecio de s mismo, la celestial. La primeraciudad se glora en s misma; la segunda, en Dios" .

    No podemos dejar de amar. El amor es una tendenciaesencial de la naturaleza humana; un impulso vital indes-tructible. Negarse a amar es negarse a ser: es un suicidio.

    Sin embargo, nicamente existen dos amores posibles:o se ama el bien en s mismo, porque es digno de seramado, y entonces al menos implcitamente se ama aDios, Bien Supremo, sobre todas las cosas, y se ama todo lodems porque participa de Su bondad; o bien se ama lo queredunda en beneficio personal o se acomoda a los propiosintereses, y as nos amamos a nosotros mismos sobre todaslas cosas, y amamos a las cosas, y al propio Dios, egosta-mente, slo porque nos satisfacen y construyen nuestra rea-lizacin.

    Todos los posibles amores, por diferentes vas, tomanpor uno de estos dos caminos. Y, segn la voluntad seoriente hacia uno o hacia otro, la personalidad se vuelveautntica o egosta, abierta o cerrada para el verdaderoamor.

    El corazn humano se mueve entre esos dos extremos.Es una polarizacin ineludible: en la medida en que nos

    1 San Agustn, La ciudad de Dios, 14,28.

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    deslumbramos con nuestro ego, en esa misma medida nosvamos olvidando de los otros y de Dios; y al contrario,cuando nos ocupamos de Dios y de los otros en un amorprogresivo , vamos olvidando poco a poco el pequeomundo de nuestro egosmo y engrandecindonos a la ima-gen y semejanza del propio Dios. Porque Dios es amor 2.

    Es por eso por lo que la nica tentativa efectivamentevlida de alcanzar el Amor trmino de nuestra realiza-cin es luchar por vencer el egosmo. Liberarse de l esdejar el alma suelta, disponible, capaz de correr librementehacia el otro polo del imn. Y, al mismo tiempo, aunqueparezca una paradoja, el medio ms eficaz de desprendersedel egosmo es vivir un amor autntico. Esta es la direccinfundamental de estas reflexiones nuestras.

    2 1 Jn. 4,8.

  • LAS MANIFESTACIONESDEL EGOSMO

    Cuando hablamos de egosmo, englobamos dentro deeste concepto muchos otros que giran alrededor de un ejecomn: soberbia, orgullo, amor propio 3, vanidad, altivez,presuncin... Escogimos como trmino principal el egosmoporque es lo que se contrapone de una manera ms frontala la virtud suprema del amor. Y es principalmente en staque nos queremos detener.

    El egosmo es una enfermedad provocada por el peca-do original y transmitida despus a todo el gnero humano.Dios nos cre para que poseyramos eternamente su felici-dad y su amor infinitos. Pero el hombre no se resign aaceptar su condicin de criatura; ambicionaba un destinoautnomo y absoluto: quera ser "como Dios". Su rebelincomenz, por consiguiente, por un movimiento centrpeto,egocntrico. Las posteriores consecuencias seran apenas undesdoblamiento de este primer movimiento en el que el egodel hombre se colocaba en claro antagonismo con el Serinefable de Dios.

    Este estigma, diseminado en su naturaleza, nace concada ser humano, crece al ritmo de su infancia, se acentaen la adolescencia con los primeros brotes del sentimien-to de independencia e individualismo , y se desarrolla a

    Cuando hablamos aqu de amor propio, nos referimos de acuerdo con la expresinya consagrada al amor propio desordenado o egosta, no al mero amor propio, queno solamente es algo bueno, sino un mandamiento que tiene que ser vivido comoprototipo ejemplar del amor al prjimo, de acuerdo con el mandamiento formuladopor el Seflor: "Amaras a tu prjimo como a ti mismo".

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    medida que la personalidad va creando su propio mundo: elmundo de sus ideas, de sus afectos y proyectos.

    Hay, sin duda, en todo ser humano una tendencia hacialas alturas, una noble ambicin de desarrollar todas sus po-tencialidades, porque el hombre fue creado para Dios. Sucondicin natural suspira por una plenitud humana y espiri-tual ala altura d su dignidad de hijo de Dios. Pero con esedeseo de crecimiento se mezcla otra ambicin, enfermiza,que consiste precisamente en la supervaloracin del propioyo.

    Este va adquiriendo una importancia tal que acaba porsuplantar a la misma realidad. Poco a poco, sin que lo per-ciba, la persona va transfiriendo el centro gravitacional detodas las cosas, que es Dios, para colocarlo en el centromedular de su propia existencia. Llega as a considerarse en expresin de Protgoras "homo mensura", la medi-da, el criterio de todas las cosas: altas o bajas, buenas omalas, en el grado en que lo sean para l; las personas sonagradables o desagradables, idneas o inservibles, segntengan o no la capacidad de integrar la mquina de supropia felicidad. Sin darse cuenta, l se va convirtiendo paras mismo en dios y mundo.

  • EL AMOR PROPIO EN RELACINA S MISMO

    La imagen de la propia personalidad

    Cmo podramos reconocer al amor propio? Sin duda,por el alto concepto que formamos de nosotros mismos.

    Por un extrao mecanismo de autosugestin, tendemospaulatinamente a agigantar nuestra imagen. Quitamos deella los defectos y agregamos virtudes; supervaloramos losaspectos positivos y minimizamos los negativos. Recuerdohaber visto, en un libro dedicado al estudio de la personali-dad, el dibujo de un mismo rostro visto desde tres ngulosdiferentes: el de la esposa, el de los hijos y subordinados, yel del propio interesado. No es necesario decir que esteltimo era el ms agradable de los tres. El primero, parecatriste, abatido; el segundo, duro, impositivo; el tercero, sim-ptico, jovial, sonriente... Acaso ser que tambin nosotrossufrimos de esa miopa para nuestros defectos y de esahipermetropa para nuestras cualidades?

    "Habis odo decir observa Mons. Escriv que elmayor negocio del mundo sera comprar a los hombres porlo que realmente valen, y venderlos por lo que creen quevalen. Es sinceridad difcil. La soberbia violenta, la memoriala oscurece: el hecho se esfuma, o se embellece, y se en-cuentra una justificacin para cubrir de bondad el mal co-metido, que no se est dispuesto a rectificar; se acumulan

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    argumentos, razones, que van ahogando la voz de la con-ciencia, cada vez ms dbil, ms confusa" 4.

    Kierkegaard le escriba a un amigo estas palabras reve-ladoras: "Tu principal funcin es la de engaarte a ti mismoy parece que lo consigues porque tu mscara es de las msenigmticas" 5.

    Esta funcin se realiza a travs de diversos medios,entre ellos la justificacin de las propias fallas. En efecto,despus de que cometemos un error, tendemos a buscar conla imaginacin las causas atenuantes o eximentes de nuestraresponsabilidad. Y pensamos: "No, no fui yo, fueron lascircunstancias, el cansancio, el exceso de trabajo, la provo-cacin de los otros, su falta de comprensin..."

    No observamos con frecuencia este tipo de reaccin?El estudiante justifica delante de sus padres el haber repro-bado y dice: "El profesor es un incompetente". El profesio-nista, frente a un fracaso, alega: "En medio de estacorrupcin generalizada, ninguna persona honesta puede te-ner xito". Los padres que no se empearon en la educacinde sus hijos, argumentan frente a sus desvos: "Es que elambiente est psimo".

    Lee lacocca, presidente de la Chrysler, recuerda en suautobiografa uno de los consejos que le dio Beacham, sujefe, cuando trabajaba en la Ford: "Ten siempre en menteque todos cometen errores. El problema es que la mayoranunca admite que la culpa fue suya, por lo menos pararemediarla: acusan a la esposa, al conserje del edificio, a los

    4 Josemara Escriv, cit. por S. Canals, Asctica meditada, Ediciones Rialp, S.A., Madrid,1978, pg. 84.

    5 S. Kierkegaard, cit. por J. Collins, El pensamiento de Kierkegaard, Mxico, 1958, pg.163.

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    hijos, al perro, al tiempo, pero nunca a s mismos. Por eso,si llegas a hacer una tontera, no me vengas con disculpas,ve primero a mirarte en el espejo y despus, ven a hablarconmigo" 6.

    El hombre dispone para cada uno de sus actos de unarsenal de motivos que justifican su comportamiento. Laciencia de la psicologa propagandstica demostr que todoslos impulsos de compra, hasta los ms absurdos, pueden serjustificados ms tarde. Cuando los hombres adoptan unaposicin, generalmente la defienden a "capa y espada" poramor propio.

    De ah se deriva un tipo de terquedad bien caracters-tica: la de las personas que no saben rectificar sus posicio-nes, aunque los argumentos contrarios parezcanobjetivamente ciertos. No dan, como se dice, "su brazo atorcer". Quin sale ganando con esas falsas justificaciones?Solamente nuestra falsa imagen. Slo el orgullo. La verda-dera personalidad queda all en el fondo, sofocada, atrofia-da, condenada al raquitismo por la falta de sinceridad.

    La falta de sinceridadSi tendemos a engaarnos a nosotros mismos, como

    escriba Kierkegaard, ms aun tendemos a engaar a losdems.

    No hay nada que no se haya inventado ya para engaara nuestros semejantes: los cosmticos, las pelucas, las ciru-gas plsticas, as como tambin las sonrisas, las omisiones,las exageraciones, los fingimientos, las medias verdades y lasmentiras. Delante de un grupo de personas, parece que aveces viene a la mente un pensamiento como ste: diez

    6 L. lacocca, acocea, una biografa, Livraria Cultural Editora, 1985, pg. 58.

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    caras, diez mscaras, diez misterios. Vemos apenas las som-bras chinescas de los hombres proyectadas por el foco de lateatralidad.

    La veneracin por la propia imagen muchas veces ori-ginaja moda; y la moda, con frecuencia, no es otra cosa sinouna tentativa de disimular los defectos fsicos. La moda deltacn alto se debe a Luis XV, quien la adopt para disfrazarsu baja estatura; la moda del cabello corto para las mujeres la garconne naci cuando Mara Antonieta comenza perder el cabello; el cuello alto fue introducido en elRenacimiento slo porque Ana Bolena tena un horribledefecto en el cuello .

    Pero esas tentativas de escamotear los defectos fsicostienen un paralelo en el terreno moral. Las personas, engeneral, callan la verdad sobre sus errores y limitaciones. Nilos genios se libran de este presuntuoso intento. Miguelngel, antes de morir, quem un gran nmero de dibujos:no quera que se conociera el laborioso proceso creativoque precedi a algunas de sus grandes obras. Lo mismosucede en el campo religioso. Cuando el orgulloso no con-sigue hacerse admirar por el brillo de sus virtudes, procuraser admirado por la discrecin y modestia de su humildad.Weber observ: "No conozco nada ms odioso que un hom-bre notoriamente modesto. Es, sin duda, un vanidoso disfra-zado" 8.

    Este fenmeno se vuelve particularmente agudo cuan-do se refiere a la esfera ms delicada de la conciencia: laspersonas poco humildes, o muy egostas, sienten vergenzade confesar sus pecados, los cuales disimulan, arreglan ocallan. Encontramos aqu la explicacin del motivo por el

    cfr. L. Batistelli, La vanidad, Sao Paulo, 1954, pg. 84.cfr. Batistelli, op. cit.

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    cual, en un mundo en el que crece de manera galopante elorgullo, disminuye, en la misma medida, el sentido de culpay la frecuencia de la confesin sacramental.

    Esta actitud contradice principios elementales del desa-rrollo de la personalidad. Hay una ley que prevalece porencima de toda la psicologa humana: no se supera aquelloque no se reconoce o se acepta. En realidad, toda la basedel tratamiento analtico consiste en hacerle descubrir alpaciente lo que est escondido en el fondo de su alma. Peroel amor propio, origen de todas las neurosis, se aferra a susrazonamientos, se empea e insiste en sus disculpas. Por esoreincide en los mismos errores. Y es por eso tambin que,al justificar sus descalabros, se incapacita para el crecimien-to y el progreso.

    No nos debera sorprender esta ntima conexin entrefalta de sinceridad y soberbia, porque aquel que encarna,por antonomasia, el orgullo el propio demonio es se aquien Jess denomina mentiroso, y padre de la mentira 9.

    Todas las formas de falta, de sinceridad acaban porcrear una doble personalidad: por un lado, la personalidadque se desarrolla en la esfera imaginaria inventada por elorgullo, llena de triunfos, cualidades y xitos impresionan-tes; por el otro, la personalidad que pertenece al mundoreal, poblado de acontecimientos prosaicos, de defectos yfallas, de hechos poco interesantes y apagados, pero tantoms tangibles cuanto menos deseados. Como todo hombresiente un impulso esencial hacia la unidad, intenta probarque la personalidad fingida la brillante, la genial coin-cide con la personalidad real; o mejor, que la personalidad9 Jn. 8,44.

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    real_es_la fingida. Es lo que dice el poeta en estos versos tanconocidos:

    "El poeta es un fingidor,finge tan completamenteque llega a fingir que es dolorel dolor que de veras siente",que llega a fingir que es dolorel dolor que de veras siente" 10.

    Por tanto, utiliza muchos medios, especialmente la re-presentacin teatral. La familia, la escuela, la oficina, la reu-nin y la fiesta, el campo deportivo y la playa son muchasveces el escenario donde el actor representa el papel deaquello que deseara ser pero que, de hecho, no es. En estarepresentacin, utiliza frecuentemente el recurso de los dis-fraces y de las mscaras; las mscaras del genio, del conquis-tador, del virtuoso, del atleta, del artista, del triunfador y delpoderoso pasan a formar parte del vestuario principal deese comediante pertinaz, muchas veces sucedindose unas aotras conforme a las circunstancias.

    Es triste la personalidad del hombre orgulloso e insin-cero. Su complejidad y su inseguridad le deparan muchaspenas y decepciones. No habr en su vida una transparenciapacfica, una actitud suelta, natural, espontnea, mientras nose determine firmemente a ser l mismo, y a serlo profun-damente.

    La hipersenslbilidad

    Un fenmeno paralelo a la falta de sinceridad es lahipersensibilidad. La falta de sinceridad esconde a los otros

    10 Fernando Pessoa, Autopsicografa, en El yo profundo v otros vos. Nova Fronteira, 1982.

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    las propias limitaciones; la hipersensibilidad se resientecuando los otros las corrigen o descubren.

    En determinadas personas, se advierte un fenmenosingular: son extraordinariamente sensibles hacia las cosasque les ataen, y manifiestan una notable insensibilidad ha-cia las cosas que conciernen a los dems; tienen una epider-mis delicadsima como la de un nio para los asuntosque las afectan, y una piel de paquidermo para los asuntosque afectan a los dems; poseen antenas potentsimas quedetectan la mnima sospecha e insinuacin peyorativa decarcter personal, y pupilas ciegas para aquello que afecta olastima al prjimo. Este fenmeno es otra derivacin delegosmo.

    Una persona normal es decir, una persona conscientede su propia realidad no se irrita cuando alguien de bue-na voluntad le corrige o le ofrece una crtica constructiva. Sies madura, lo agradece. El orgulloso, por el contrario, sientela crtica como un ataque personal. Sobreestima la correcincon una reaccin emocional. Cmo explicar la intensidadde su ira? Su explosin irracional slo puede ser plenamen-te comprendida si se tiene presente que su mundo comienzay termina en l. Su personalidad y su seguridad se basan enla falsa imagen inventada por su orgullo. Y cuando alguienlo critica, tiene la sensacin de que ese soporte comienza afragmentarse, y experimenta el vrtigo de quien siente quela tierra desaparece bajo sus pies. Su ira intensa es como elinstinto de defensa o de conservacin de un animal acorra-lado. Su agresividad es por eso, paradjicamente, una claraseal de inseguridad.

    El orgullo herido puede tener an otra manifestacinalternativa: la depresin. Hay personas que no reaccionanviolentamente, pero se encierran en s mismas, abatidas,

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    tristes. Es como si estuvieran "de luto" ante ese formidable"yo" que soaban ser y que acaba de morir vctima de unacrtica o de una correccin que les parece injusta.

    No son pocas las vctimas que encontramos a nuestrolado ni los que se dejan dominar por el complejo de Ceni-cienta: nadie se acuerda de m, ni me tratan como merezco;cundo llegar alguien que reconozca mis cualidades?; enqu momento ser liberada por el prncipe encantado?... Dapena ver tantas personas reconcentradas sobre sus pequeasheridas, llorando el hipottico abandono, y que se sientenrelegadas, rumiando las penas provocadas por supuestas in-justicias... Un miligramo de aparente desconsideracin o in-diferencia representa para ellas un autntico veneno. Apartir de ah viene la auto compasin, que es un sentimientoms comn de lo que se piensa: con frecuencia se juzga quese precisa de un afecto especial, mayor que aquel que nece-sitan los dems. Este sentimiento lleva a justificar comolegtimo ese chantaje afectivo que aumenta los propios sufri-mientos para llamar la atencin hacia uno mismo.

    En todas estas manifestaciones, se revela un subjetivis-mo propio de la persona inmadura. Cuanto ms inmaduro oms primitivo sea el ser humano, ms intensos sern loslazos de referencia personal que mantenga con el medioambiente. Para el hombre de las cavernas, un relmpagosignificaba una seal del cielo dirigida personalmente a l;paralelamente, la impresin de que gran parte de las cosasse refieren a nosotros tanto las elogiosas como las peyo-rativas es un claro sntoma de ese subjetivismo primitivo,caracterstico de las personas inmaduras.

    Hay otras variantes de esa hipersensibilidad, mas todasellas se sintetizan en un tipo genrico de persona, consagra-do por una expresin comn: la persona difcil. Es difcil

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    hablar con ella sin que quede resentida; a pesar de estarrodeada de solcitos cuidados, es difcil agradarla; es difcilque se sienta a gusto en un ambiente en que no sea ella elcentro de las atenciones... Alguien deca de este tipo depersonas que, para relacionarse con ellas, es necesario estu-diar trigonometra. Nunca se les puede abordar en formasimple y directa; es necesario tener mucho cuidado, utilizarlneas quebradas, hacer triangulaciones...

    Estas personas difciles parecen estar sofocadas por supropia importancia, por la importancia que le atribuyen a sunombre, a su dignidad y a su honra. Estn como corrodaspor una enfermedad epidrmica, por una susceptibilidadalrgica a todo lo que remotamente pueda significar falta derespeto o de consideracin. Esto las vuelve suspicaces, des-confiadas y melindrosas. Sufren extraordinariamente.

    Nunca llegaremos a la objetividad y al realismo de laverdadera madurez mientras no comprendamos que noso-tros somos, en conclusin, lo que somos delante de Dios. Ynada ms. Lo dems no importa.

  • EL AMOR PROPIO CON RESPECTOA LOS DEMS

    El amor propio tiene mpetus imperialistas. No sola-mente se resguarda detrs del escudo de las disculpas yjustificaciones, ni se limita a defenderse con la espada de laagresividad. Tiende a expandirse, y lo hace de maneras muydiversas. Veamos algunas de ellas.

    La Vanidad

    El hombre vanidoso gusta de las personas y de las cosascuando reflejan su propia imagen. El ser humano siente unaatraccin indeclinable por los espejos. No solamente poresas superficies de vidrio especialmente pulidas para reflejarimgenes, sino tambin por otro tipo de "espejos": la opi-nin pblica en que se refleja su personalidad, las tres lneasdel peridico en que hablan de su persona, la mirada de losms prximos en que lee admiracin...

    S, tal vez los espejos que el hombre ms busca sean laspupilas de las personas que lo rodean, particularmente sistas son importantes. Parece que en vez de que ese hom-bre mire a los otros para descubrir sus necesidades que esla mirada de quien sabe amar , los mira apenas para des-cubrir lo que piensan de l: "Le gust la figura que hice?Le pareci interesante mi punto de vista, la agudeza de miinteligencia, la firmeza de mis decisiones?..." Interroga a losotros, no acerca de ellos, de sus cosas, sino nicamenteacerca de s mismo, como si las personas le interesaranexclusivamente en la medida en que l mismo se refleja enellas.

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    A la persona vanidosa, nada le provoca mayor placerque experimentar la agradable emocin de que todo se re-lacione con ella, de que a su derredor sucedan grandes cosasporque ella est presente, de que las circunstancias y losambientes adquieran vida y vibracin porque ella les confie-re la voz y el brillo sin los cuales permaneceran miserable-mente mudos y apagados.

    La vanidad encuentra tambin su espejo en las obrasque salen de nuestras manos. Nos examinamos atentamenteen ellas para ver reflejada nuestra propia perfeccin. Cuan-do nos satisfacen, nos demoramos contemplando en ellasnuestra belleza como la adolescente frente a su tocador;cuando nos desilusionan, nos entristecemos como la ancianaseora que compara la imagen reflejada en el espejo con lafotografa de su juventud. Es tan importante el reflejo emi-tido por nuestras obras, que genera esa ansiedad, ese desa-sosiego e inquietud que se llama perfeccionismo.

    El perfeccionista no se resigna a ver su imagen menosbrillante estampada en un trabajo incompleto, en una clase,en una publicacin, en una cena festiva, en un trabajo ma-nual o artstico, en una empresa cualquiera que no llegue aser una obra maestra. Trabaja hasta el agotamiento, precisa-mente en aquello que ms se cotiza en el mercado de laopinin pblica. En esos trabajos es escrupuloso, preocupa-do, minucioso, diligente, exhaustivo. Y en otros, que tal vezson ms importantes, y que nunca aparecern en su curricu-lum como las tareas bsicas del hogar, la educacin de loshijos, el estudio de materias poco brillantes y ms funda-mentales, la lucha en los cimientos del alma por conseguirautnticas virtudes , es indolente, lento, despreocupado ynegligente. As se explica la existencia de eso que podra-mos denominar la pereza selectiva, la pereza que se mani-fiesta solamente ante las ocupaciones menos atractivas. Se

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    trata de vanidad pura que, desmotivada por el anonimato yherida por la oscuridad, derrama por esa llaga abierta tedio,cansancio y modorra.

    El deslumbramiento del vanidoso esa especie de ele-fantasis personalista que lo coloca en el centro del univer-so podra encontrar una imagen plstica en la figuramitolgica de Narciso. Narciso era un joven extasiado por supropia belleza que, un da, al ver reflejado su rostro en lasaguas de un lago, atrado por s mismo, intent abrazarse ymuri ahogado. Es lo que sucede con este tipo humano:termina ahogado, asfixiado por el excesivo aprecio que sien-te por s mismo.

    Yo, mis cosas, mis problemas, mis proyectos, mis reali-zaciones... Hay personas que slo parecen ver su propiorostro, que slo saben hablar de s: sus pensamientos lesparecen importantsimos y sus palabras son para ellas lamsica ms meldica. Su verdad tiene que coincidir necesa-riamente con la verdad. Los otros debern concordar consus opiniones porque la razn indudablemente tiene queestar con ellas. La voz de los dems deber ser como unaresonancia de la suya. Si no fuera as, surgir la discusin ola desavenencia. Y, despus, un hombre as habr de quejar-se de soledad. Pensar que todos lo abandonaron, cuandoen realidad fue l quien se aisl en su pedestal. Nadiesoporta su presencia porque nadie se resigna a no tener voz,a ser simplemente eco. La soledad es el corrosivo que ahogala personalidad narcisista.

    Gustavo Corcho, en Lines do abismo, sintetiza el perfilde la personalidad del vanidoso cuando dice: todas las cosas,todas las opiniones "son como el espejo de su propia impor-tancia, de su propio rostro, que para l es la grande, la nica

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    realidad en torno de la cual el mundo entero es un inmensomarco" ".

    La EnvidiaLa envidia, sin duda, tiene mucho que ver con la vani-

    dad. Muchos le hacen al espejo de la vanidad la mismapregunta del cuento de hadas: "Espejito, espejito mo, hayalguna ms bella que yo?" Y cuando la respuesta es afirma-tiva, brota del corazn el sentimiento de envidia. Porque elamor propio y la vanidad desean que cada uno de nosotrossea el mayor y el mejor: el mejor de la escuela o del trabajoprofesional, el atleta ms fuerte, el ama de casa ms esme-rada... No hay nada que ponga ms feliz a una mujer que orcomentar: "Ya viste a Clarisa? fue la ms elegante y la msbonita de la fiesta". Y no hay cosa que entristezca ms a unamujer vanidosa que el hecho de no ser ella misma precisa-mente Clarisa.

    As, entendemos la definicin de envidia dada por San-to Toms: "Consiste en la tristeza ante el bien del prjimo,considerado como mal propio porque se juzga que l dismi-nuye la propia excelencia, honra y felicidad" 12.

    El hombre es alto o bajo de acuerdo con un punto dereferencia. En medidas astronmicas de aos luz elkilmetro es una bagatela; en parmetros biolgicos demcron , el centmetro es una monstruosidad. La altura dela personalidad muchas veces es medida por el contextohumano que la rodea y que le sirve de referencia. Por esohabitualmente son envidiadas las personas que "elevan elnivel": el primero de la clase, el artista genial, la personaexitosa, el millonario, el ejecutivo joven y brillante. Son los11 G. Coroso, Lecciones del Abismo, Agir, Ro de Janeiro, 1962, pg.12 Santo Toms, Sununo Theologica, II, q. 36, a. 1.

  • Egosmo y amor 27

    que, con su dimensin, "hacen sombra". Y surge el secretodeseo de que brillen menos, de que de alguna manera fa-llen: tristeza por el triunfo ajeno, alegra por los errores quelos otros cometen.

    De ah brota el espritu crtico y todas sus secuelas que,como una inmensa colonia de hongos, crecen en la vidasocial: la murmuracin, la difamacin, la maledicencia, ladetraccin, la calumnia, el menosprecio, la intriga. La crticatiende, en primer lugar, a disminuir a los otros, a reducir lareferencia para elevar a quien critica. Es por eso que soncriticadas las personas y las instituciones que destacan. "S-lo se arrojan piedras al rbol que da frutos". Es la actitudde la ta solterona que habla mal del noviazgo de la sobrina;o de los que critican a la madre de familia numerosa, quese dedica nicamente al hogar, o al funcionario honesto, alcristiano coherente, al marido fiel, llamndolos exagerados,"cuadrados" o "fanticos"... La frustracin, la impotencia, laincapacidad se manifiestan aqu en forma de crtica.

    Mas existe un segundo motivo: criticamos para conso-larnos. Es tan "consolador" reparar en los defectos de los"virtuosos", en los equvocos de los directores, en la igno-rancia de los catedrticos, en los deslices de los sacerdotes,en las limitaciones de los poderosos, en los desatinos de lossabios... Los mediocres se alegran con los defectos de losdems porque con ellos se consuelan de sus propios defec-tos, avalando con ello la verdad de aquel otro proverbio tanantiguo como expresivo: "Mal de muchos, consuelo de ton-tos".

    La Irona

    La vanidad provoca la envidia; la envidia, el espritucrtico y ste, la irona.

  • 28 Rafael Llano Cifuentes

    Entre la ira y la irona hay algo ms que una semejanzafontica; hay una analoga sustancial. Todo irnico es en elfondo un agresivo que no se atreve a manifestar abierta-mente su crtica y recurre a la mscara del falso humorismo.Denota un fondo perverso ms desagradable que la agresindirecta, el insulto o la crtica franca.

    La irona es el arma de los cobardes. La persona vani-dosa teme, por un lado, el ataque frontal porque teme sercontestada con una rplica que la humille. Mas, por el otro,no es capaz de reprimir su deseo de salir vencedor. Y en eseconflicto opta por la solucin disimulada, "camalenica",del espritu ferozmente ingenioso. Eso explica, por ejemplo,la frecuencia con que se maneja esa arma en ausencia de lapersona en cuestin, impidindole defenderse. La clandesti-nidad, la accin furtiva, las alusiones indirectas son, todasellas, un escudo protector de la cobarda del hombre irni-co.

    Existe un espritu chistoso, agradablemente juguetn,positivo; pero existe el espritu chacotero, guasn, que es enel fondo un espritu demoledor. Santo Toms 13 habla delespritu burln como defecto opuesto a las virtudes de lajusticia y de la caridad: es grave ridiculizar las cosas relativasa Dios, a los padres, a los superiores, a los que llevan unavida virtuosa. De los que se mofan y escarnecen las cosasdivinas y de la simplicidad de los justos 14, tambin Dios sereir: Qui habitat in coelis irridebit eos 15. La terrible ironade all arriba descender para ridiculizar la irona de aquabajo.13 ibid., II, q. 75, a. 2.14 Job. 12, 4.15 5a/. 2, 4.

  • Egosmo y amor 29

    Comenta Garrigou-Lagrange que "el socarrn que sequiere hacer el gracioso y drselas de ingenioso, pone enridculo al justo que aspira con seriedad a la perfeccin,subrayando sus defectos y disminuyendo sus cualidades.Por qu? Porque se da cuenta de sus propias fallas en lavirtud y se resiste a confesar su inferioridad. Y entonces,por despecho, trata de disminuir el real y fundamental valordel prjimo y an la necesidad de la virtud. Actuando as,atemoriza a los dbiles con sus ironas y, al mismo tiempoque se arruina a s mismo, consigue tambin arruinar a losotros" 16.

    No es preciso ser psiclogo para comprender que esetipo burln es en el fondo un agresivo fracasado que no seresigna a su pobre situacin humana o espiritual. Con susepigramas, con sus juegos de palabras en doble sentido, consus chistes mordaces, est diciendo en forma de mofa lo quelos otros y l mismo no se atreveran a afirmar ostensi-va y directamente. En realidad, termina por ser l mismo lavctima indirecta de sus ataques: el "chistoso profesional"acaba por ser el "bufn de la corte"; nadie lo toma en serio.

    El EgocentrismoTodas las manifestaciones que acabamos de analizar

    desembocan, como afluentes, en el egocentrismo.

    El egocentrismo es una actitud absorbente que observatodo a travs de un nico prisma: el provecho personal.Podra ser comparado con un cncer que devora todo lo quelo rodea o con un inmenso pulpo que arteramente envuelvey atrae a s las vctimas que caen dentro de su radio deaccin.

    16 R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, t. 1. Palabra, Madrid, 1982,pg. 535.

  • 30 Rafael Llano Cifuentes

    El egocntrico vive de una extraa lgica: todo lo queentra en el campo de sus intereses, debe entrar en el campode los intereses de los dems. Lo que es de su agrado debeser del agrado de todos. Su dolor es el dolor del mundoentero. El reloj de su vida es lo que cronometra el ritmo delos otros. El criterio del para m preside todas sus tomas deposicin: este acontecimiento, esta circunstancia, esta perso-na, qu utilidad pueden tener para m? Esta es su eternapregunta.

    Hay personas que tienen como atrofiada la grande ygenerosa dimensin del amor; parecen incapacitadas parapensar en los otros; el egocntrico se pregunta a s mismo:quines son los otros Los "otros" son aquellos a quienesconvierto en interlocutores de mis monlogos, en comparsasde mis devaneos; los "otros" son los que me servirn deescaln para elevarme, si estn a mi nivel; y si estn a nivelsuperior, sern los que, con mi adulacin, me han de impul-sar para arriba; los "otros", con sus fallas y limitaciones, sonlos que me darn oportunidad para que mis cualidades bri-llen; los "otros" han de ser siempre el instrumento til demi propia realizacin.

    Sin percibirlo, en mayor o menor grado, el egocntricose sirve de los otros o explota a los otros. En cierta forma,es un parsito. No es difcil verlo en la vida de familia o enel trabajo profesional, aprovechndose del espritu de servi-cio de los que lo rodean; pidiendo con facilidad ayuda yfavores; procurando para s mismo lo mejor, en las ocupa-ciones, en el esparcimiento, en el descanso, en la mesa;domitando en su egosmo; haciendo prevalecer sus dudososderechos o corriendo detrs de ellos en forma revanchistacuando de alguna manera se siente postergado; apegndosea las cosas materiales, a la comodidad, al dinero, a la segu-ridad personal hasta llegar a las fronteras de la tacaera: el

  • Egosmo y amor 31

    miedo que tiene de una hipottica carencia en el futuro esparalelo al desprecio que manifiesta por las reales y paten-tes necesidades del prjimo en el presente.

    Con frecuencia, el egocntrico no se revela en formadirecta, unvoca, sino a travs de un comportamiento doble,de una actitud oblicua. Es como si tuviera dos balanzas: unapara juzgarse a s mismo y otra para juzgar al prjimo. SanFrancisco de Sales lo describe as: "Acostumbramos acusaral prjimo por las menores faltas cometidas por l, y anosotros mismos nos excusamos de otras bien grandes. Que-remos vender muy caro y comprar lo ms barato posible...Queremos que interpreten nuestras palabras benvolamentey, en cuanto a lo que dicen de nosotros, somos susceptiblesen exceso... Defendemos con extrema exactitud nuestros de-rechos y queremos que los otros, en cuanto a los suyos, seanmucho ms condescendientes. Mantenemos nuestros lugarescaprichosamente y queremos que los dems cedan los suyoshumildemente. Nos quejamos fcilmente de todos y no que-remos que nadie se queje de nosotros. Los beneficios queobramos en favor del prjimo siempre nos parecen muchos,mas estimamos en nada los que los otros nos hacen. En unapalabra, tenemos dos corazones... uno dulce, caritativo ycomplaciente , para todo lo que nos concierne; y otro duro, severo y riguroso , para con el prjimo. Tenemos dosmedidas: una para medir nuestras oportunidades en nuestroprovecho, y otra para medir las del prjimo, igualmente ennuestro provecho. Ahora bien, como dicen las Escrituras, losque tienen labios engaosos hablan con doblez de corazn...Y tener dos medidas una grande, para recibir, y otrapequea, para pagar lo que se debe es una cosa abomina-ble delante de Dios" 1?.

    17 San Francisco de Sales, Introduccin a la vida devota, 6a. ed., Vozes, Pctrpolis, 1948,pgs. 292-294.

  • 32 Rafael Llano Cifuentes

    El Amor FalsoEl amor que encontramos en la vida cotidiana con fre-

    cuencia est mezclado con otras muchas motivaciones y se-gundas intenciones. Como escribe Von Gebsattel, "bajo labandera del amor, navegan muchas fragatas de egosmo" 18.

    Si observamos atentamente, veremos que, cuando sehabla de amor, a menudo este amor es simple vanidad, ouna forma de autoafirmacin, o una manera de satisfaceruna necesidad afectiva o sexual, o una especie de compen-sacin de otras carencias.

    Por eso se puede decir que, muchas veces, el amor noes un antdoto del egosmo, sino simplemente su superes-tructura. El hombre puede ampliar el mbito del "yo" contodo aquello que llama "mo": mi marido, mi departamento,mis hijos, mi novia, mi profesin..., de tal forma que lo"mo" queda englobado dentro del "yo" como un crculoms en la espiral del egocentrismo 19. Y as, cuando alguiendice, por ejemplo, "quiero mucho a mi marido", est dicien-do en realidad: "Quiero mucho a mi yo, por detrs de mimarido".

    El amor es en esos casos una forma transferida deegosmo. Amamos fundamentalmente porque el objetoamado nos completa, nos satisface, se integra en nuestrapersonalidad como un elemento ms de realizacin perso-nal. El ser querido, ms que un destino peculiar que espreciso respetar y hacer crecer, es un simple complementodel "yo". Y el amor, una buena coartada para que nuestroegosmo se agigante.

    18 F. von Gebsattel, La comprensin del hombre desdi' una perspectiva cristiana, Rialp,Madrid, 1966, pg. 148.

    19 El autor hace un juego de palabras, que no es posible traducir al castellano, entre lostrminos portugueses "eu" (yo) y "meu" (mo) (N. del T.)-

  • Egosmo y amor 33

    Un hombre puede transferir su narcicismo hacia unamujer, cuando la considera y trata como parte de s mismo:un objeto de su propiedad. Cuntos matrimonios fracasanporque, realmente, los cnyuges no estn unidos por unamor mutuo, sino por un doble egosmo. Una tercera perso-na que represente para uno de ellos un mayor coeficientede felicidad, puede desequilibrar en cualquier momento esainestable relacin egocentrista.

    Habremos observado muchas veces este fenmeno: elmuchacho que trae a la novia "colgada" del brazo, como sifuera un adorno ms de su personalidad: posee un autom-vil imponente, ropa a la ltima moda y... una magnficanovia; podr ser cambiada por otra que le proporcione ma-yor placer o le permita brillar ms en su grupo de amigos.Aqu no se concede a las personas el valor que tienen en s,sino el valor que tienen para s; con el amor no se pretendela felicidad del otro, sino fundamentalmente la propia feli-cidad y el propio esplendor narcisista.

    En todas estas situaciones, sin advertirlo, se est instru-mentalizando el amor y hasta la propia abnegacin. De ahsurgen dos actitudes concomitantes: el amor posesivo y loscelos.

    El amor posesivo de la madre esmerada, o de la inse-parable esposa, en ocasiones no ahorra sacrificios para be-neficiar al hijo o al marido, pero en el fondo el hijo y elmarido son meros aditamentos complementarios, verdade-ros apndices que aumentan de valor a los ojos de la madrey esposa en la medida en que satisfacen sus necesidadesmaternales o afectivas. No existe aqu la unin solidaria que exige independencia y entrega propia del amorautntico, sino la unin simbitica o parasitaria.

  • 34 Rafael Llano Cifuentes

    Paralelamente, aparecen los celos. Al menor indicio deque la persona de quien se espera un afecto desproporcio-nado venga a dispensar a otros la misma atencin, provocaun fuerte sentimiento de contrariedad. El celoso vive some-tido a una tensin que oscila entre la esperanza de seramado y la sospecha de ser menos querido o de ser engaa-do. Esa tensin puede representar un verdadero tormento.

    En todas estas manifestaciones, no encontramos la ver-dadera expresin del amor maduro, sino apenas su formaincipiente o larvaria. El amor inmaduro dice as: "Te amoporque me haces feliz". El amor maduro, por el contrario,se expresa de diferente manera: "Soy feliz porque te amo".En el primer caso, el amor es apenas un medio que utilizala persona que ama para llegar a ser personalmente feliz; enel segundo, una verdadera entrega para hacer feliz a lapersona amada. El amor egosta es una hipertrofia del pro-pio yo; el amor autntico, un vehculo de donacin genero-sa.

    Aquel que ama verdaderamente lo hace por puro amor,sin segundas intenciones, sin motivos secundarios: ama conun amor coherente, simple, entero, de una sola pieza. Conuna entrega total, en el espacio sin reservas y en eltiempo, hasta la muerte. Ese amor irrevocable se llama fide-lid a d .

  • EL AMOR PROPIO EN RELACINCON DIOS

    El egosmo es un movimiento tan fuerte y profundoque quisiera absorber, si fuera posible, hasta al propio Dios.No nos olvidemos de que la tentacin de los primeros pa-dres se concretaba en esta promesa: El da que comis deeste fruto, seris como Dios .

    Hay en muchos una violenta tendencia a considerarseel centro del universo. Les gusta ser astros y que los otrosgiren alrededor de ellos, como satlites. Incluso Dios.

    La egolatra esa tendencia a adorarnos a nosotrosmismos no se manifiesta, con todo, de una forma directa.Nos parecera excesivamente pretencioso. Habitualmente,se presenta en forma disfrazada. Uno de estos disfraces esla a u to su fic ie n c ia re lig io sa .

    Aprovechando el derecho inalienable del ser humanode escoger la religin que est ms de acuerdo con losdictados de su conciencia honestamente ilustrada, el orgu-lloso en vez de honrar como debe a la verdad objetiva trata muchas veces de adaptar esa verdad a los deseos opasiones de carcter subjetivo.

    Si reparamos atentamente, veremos que ciertos proble-mas de fe que se denominan "intelectuales" son en realidad,muchas veces, problemas "emocionales" o "pasionales". Lasdificultades para aceptar la fe objetiva estn frecuentemente20 Gen. 3, 5.

  • 36 Rafael Llano Cifuentes

    subordinadas a cuestiones de carcter "carnal", "visceral":no se cree porque la fe imposibilita la realizacin de otrosobjetivos fuertemente deseados. De ah nace la pretensinde conseguir una religin propia, que se adapte perfectamen-te a los deseos subjetivos.

    Y de ah parte tambin la tendencia, tan generalizada,de "interpretar" la doctrina evanglica conforme con lospropios intereses. Hay personas que filtran las enseanzasde Jesucristo para aprovechar solamente aquello que lesagrada; que con su actitud parecen arrancar las pginascomprometedoras del Evangelio aquellas que hablan desacrificio, de pobreza, de humildad, de pureza de vida... yagregarles otras hechas a la imagen y semejanza de susintereses.

    He pensado algunas veces que esas personas se aseme-jan a uno de esos ventrlocuos del teatro de marionetas.Construyen con cuatro trapos con cuatro ideas andrajo-sas un mueco en forma de Dios. Y dialogan con l. Y lles responde. Y quedan satisfechos. "Ahora s, te puedoadorar, mi Dios, sin sentirme humillado. Ahora dices laspalabras que quiero oir". Ms no ser que esas personas noadvierten que el que les est hablando no es Dios, sino como el mueco del ventrlocuo su estmago, su sexo,su orgullo?... Esta egolatra disfrazada es la manifestacinms profunda por no decir ms diablica del orgullo ydel egosmo.

    Hay, sin duda, formas ms benignas de egolatra queconviven con una vida religiosa en ocasiones bastante inten-sa. Hay personas que no perciben que, en su trato con Dios,lo que hacen es buscarse ms a s mismas que a Dios:luchan por conseguir virtudes, ms por el placer de sentirseperfectas que para amar y ser un buen instrumento de Dios;

  • Egosmo y amor 37

    oran pidindole a Dios consuelos y favores, con el mismoespritu interesado con el que se pide un prstamo a unbanco. El mstico alemn Eckart resuma esta mentalidadcon su proverbial rudeza: "Hay cristianos que tratan a Dioscomo si fuera su vaca lechera" 21.

    Una profunda toma de conciencia de este amor propioespiritual que se infiltra sutilmente en el fondo del al-ma debera llevarnos a un deseo sincero de rectificar se-riamente nuestras intenciones para evitar, de cualquierforma, acomodar a Dios dentro de los planes prefabricadospor nuestro egosmo y luchar en sentido contrario porentrar con absoluta disponibilidad en los planes determina-dos por Dios desde toda la eternidad.

    Concluyendo

    El panorama que presenta el egosmo es en cierta for-ma aterrador, pero no nos olvidemos de que todo progresointerior reside prcticamente en la superacin del amor pro-pio. Por eso vale la pena tomar conciencia de toda su viru-lencia sin falsas benignidades para con nuestrasensibilidad para conseguir erradicar el mal por la raz.As nos lo dice Benedikt Baur: "Toda perfeccin, toda san-tidad, todo progreso espiritual se fundan en la destruccindel amor propio. Solamente sobre sus ruinas se puede erigirde nuevo un edificio en el que Cristo viva y reine" 22. Y diceSan Ambrosio: "Vencer al amor propio es vencerlo todo" 23.

    Por eso se torna importante el consejo dado por Fne-lon, cuando invitaba a una seora que haba buscado suorientacin, a no cerrar los ojos a su propia realidad: "Cede21 cit. por J. B. Torell, Psicologa abierta, Cuadrante, Sao Paulo, 1987, pgs. 95.22 B. Baur, La vida espiritual, ster, Lisboa, 1960, pg. 78.23 cit. por B. Baur, op. cit., pg. 84.

  • 38 Rafael Llano Cifuentes

    delante de Dios y acostmbrate a considerarte vana, ambi-ciosa de la amistad de los dems, tendiendo incesantementea convertirte en el dolo de alguien para ser dolo de timisma, celosa y desconfiada sin medida. Slo en el fondodel abismo encontrars donde afirmar los pies. Es precisoque te familiarices con todos esos monstruos. Slo de esemodo acabars con la ilusin de la delicadeza de tu propiocorazn. Lo que importa es ver salir de l toda esa infec-cin, sentirle toda la podredumbre. De todo aquello que nose haga patente a tus ojos, nada saldr; y todo lo que nosalga ser veneno absorbido y mortal. Quieres apresurar laoperacin? No la interrumpas. Deja actuar con libertad a lamano crucificante; no huyas de las incisiones saludables" 24.

    El egosmo es el amor al revs. Para pasar del egosmoal amor, es necesario darle una vuelta de arriba hacia abajo,un giro de ciento ochenta grados. El egosmo est tan arrai-gado en nosotros que no hay lugar para soluciones a medias.La lucha contra esta hidra de siete cabezas, con la cual locomparan, no tiene tregua ni cuartel. Cuando le cortamosuna cabeza nace otra. Lo expresa bien un pensamiento yaincorporado al acervo de la doctrina cristiana: el amor pro-pio muere media hora despus de haber muerto nosotros.

    Por eso es preciso perder el miedo de mirarlo de fren-te, de "familiarizarse con l", como decia Fnelon: "Slo enel fondo del abismo encontraremos donde afirmar los pies".

    Ms an, debemos tener siempre en mente que la for-ma ms positiva de superar el egosmo es amar. Amar comoam Cristo. Para evitar que el fro entre en una casa, sepuede proceder tapando todas las grietas, mas tambin en-cendiendo un buen fuego en la chimenea. Lo mismo se

    24 Fnelon, Letlres Spiritoelles, carta 392, Lefevre, Pars, 1938, pa'gs. 393-394.

  • Egosmo y amor 39

    puede decir con respecto al egosmo: podemos luchar con-tra l procurando impedir que entre a nuestro corazn, vi-gilando sus manifestaciones, pero podemos tambinencender en nuestro corazn el gran fuego del Amor deCristo. Quien ama cauteriza todas las heridas del egosmo.

    As nos ense a proceder el apstol Pablo. En vez dedescribirnos directamente la manera en que debemos com-batir el egosmo, nos lo muestra exactamente al contrario, atravs del prisma del amor: La caridad es longnime, esb e n ig n a ; n o e s e n v id io s a , n o e s ja c ta n c io sa , n o se h in c h a ; n oe s d e sc o r t s , n o b u s c a lo su y o , n o s e ir r ita , n o p ie n s a m a l; n ose a le g ra d e la in ju s tic ia , s e c o m p la c e e n la v e rd a d ; to d o loe x c u sa , to d o lo c re e , to d o lo e s p e ra , to d o lo to le r a 2 5 .

    25 1 Cor. 13, 4-7.

  • EL AMORDios es amor 26. Dios nos cre por amor y nos sac de

    la nada para que pudiramos amar. El amor es la ley supre-ma del cristianismo: Amars al Seor, tu Dios, con todo tucorazn, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el msgrande y primer mandamiento. El segundo, semejante a ste,es: Amars al prjimo como a t mismo. De estos dos precep-tos penden toda la Ley y los Profetas 21.

    Son palabras del Seor que se prolongan en aquellasotras que pronunci en la ltima Cena, con el sabor de untestamento: Un precepto nuevo os doy: que os amis los unosa los otros; como yo os he amado, as tambin amaos mutua-mente. En esto conocern todos que sois mis discpulos 28.

    Son grandiosas las expresiones de la palabra del Seorcuando nos habla de la humildad, de la pureza, del despren-dimiento, de la obediencia, de la pobreza, mas a ninguna deesas virtudes le dio l la caracterstica de peculiaridad dis-tintiva de sus discpulos. Solamente al amor.

    Es de ese amor de lo que hablaremos ahora, como unaresonancia de las profundas enseanzas de Cristo. Una re-sonancia que nunca se podr apagar en el seno de la granfamilia de la Iglesia, porque, si ese amor muere, tambinmorir con l el propio cristianismo. Para que eso no suce-da, podramos hacerle una pregunta al Maestro, como tantasveces lo hicieron los apstoles: "Qu significa, Seor, la26 1 Jn. 4, 16.27 Mi. 22, 37-40.28 Jn. 13, 34-35.

  • 42 Rafael Llano Cifuentes

    expresin amaos los unos a los otros"? Quines son los otrosy qu queras decir cuando hablabas de amarlos?"

    Los otros, podra respondernos el Seor, son los queestn a tu lado tus padres, tus hermanos, tus parientes, tusamigos , a quienes debes tratar de un modo especial. Maslos otros son tambin los que estn un poco ms alejados:los vecinos, los compaeros, los superiores, los subordina-dos, aquellos que encuentras habitualmente en tu vida dia-ria el portero, el elevadorista, el cobrador del autobs, ladependienta de la tienda o de la panadera... E incluso losdesconocidos: el mendigo que te pide limosna, el vendedorde "palomitas", el empleado de la ventanilla... Esos son losotros, Seor? S. Mas, si quieres llegar a su completo signi-ficado, debers entender que los otros son tambin esos quetal vez denomines "enemigos": las personas que te tratancon indiferencia o en forma injusta, que te critican, que temiran y se dirigen a ti agresivamente, los inoportunos, losantipticos... esos tambin son los otros.

    Y amar? Qu significa amar? Amar no es un simpleimpulso, un mero sentimiento. Es un verbo de mltiples ydiversas acepciones, algunas equvocas, otras difciles deconjugar; tiene muchos tiempos y formas; mas, si realmentequieres amar como Yo am, tendrs que llegar al fin de susignificado. Y ese fin est resumido en estas palabras: Nadietiene amor mayor que ste de dar uno la vida por sus ami-gos29. Cuando puedas decir como Yo dije en la cruz: todo estconsumado, x, todo lo que yo podra haber dado, lo di hastala ltima gota de Mi sangre; entonces habrs agotado elsignificado del verbo amar.

    29 Jn 15, 13.30 Jn. 19, 30.

  • Egosmo y amor 43

    Saber mirar. Respetar

    "Nada puede amarse si antes no se conoce" 31, dice unprincipio filosfico clsico; y otro lo completa aadiendo:"Nada puede ser conocido por la inteligencia si antes no escaptado por los sentidos" 32, por la percepcin sensible.Aprender a percibir y a observar es la primera exigencia delamor.

    Existen dos formas de mirar. Es lo que nos revela laparbola del samaritano: el sacerdote, al encontrarse con unhombre herido que yaca a la orilla del camino, "vindole,pas de largo"; pero un samaritano "vindole, se movi acompasin" .

    La mirada indiferente y fra egosta! del sacerdote del hombre "bueno", "piadoso", del hombre ocupado conel cumplimiento de sus deberes "religiosos" y la miradasensible, acogedora del samaritano del hombre considera-do religiosamente marginado indican no slo dos formasde percepcin, sino dos formas substanciales de ser.

    Es por eso que mirar como Cristo nos ense a miraren la parbola del buen samaritano es comenzar a recorrerel itinerario de su amor: es saber observar a los otros en elfondo de sus almas; mirarlos, no nicamente como indivi-duos aislados, nmeros que integran cuantitativamente unamasa, sino distinguirlos cualitativamente por sus caracters-ticas peculiares, por su destino nico, irrepetible; ir a encon-trarlos sumergidos en sus proyectos vitales, tal vez en sudrama ntimo, para rescatarlos del anonimato, de la sole-dad...

    31 n ih il v o li tu m n is i p ra e c o g n itu m .32 n ih il e s t in in e le c tu q u o d p r iu s n o n fu e ril in se n su .33 L e . 1 0 , 3 1 -3 5 .

  • 44 Rafael Llano Cifuentes

    Existen soledades inmensas y pequeas soledades. To-dos hemos sentido alguna vez sus mordidas, porque todosnecesitamos del afecto y de la compaa que a veces nosfaltan.

    Seguramente t has estado alguna vez en una numerosareunin, tal vez en una fiesta, en la que todas las personasse conocan, hablaban entre s, y t, en un rincn, como undesconocido, parecas pertenecer al mundo de lo inexistenteo de lo inanimado; y de repente algn amigo se acerc y tedijo: "T por aqu, qu bien!... pero ests solo! ven, que tevoy a presentar a todos mis amigos". Y en aquel momentot sentiste que regresabas al mundo de los vivos.

    Esta experiencia tan simple no ser lo suficientementereveladora para movernos a prestar ms atencin a losotros, para comprender que ellos tanto como nosotros necesitan ser reconocidos, no apenas como seres humanosindividuales, sino como personas, con una identidad insusti-tuible? Qu alegra cuando, al cabo de un largo tiempo sinencontrarnos, un viejo compaero de escuela, un profesor,un pariente alejado nos llama por nuestro nombre y recuer-da un detalle significativo acerca de nuestra vida o nos pre-gunta amablemente: "Y qu pas con aquel problema quetanto te preocupaba?"

    Nos quejamos de que vivimos en un mundo de sem-blantes fros, retrados, y no comprendemos que el mundoes como un espejo que refleja nuestro propio semblante:nuestro mal humor, nuestra actitud dura, reservada... Abr-monos a los otros con una palabra atenta, con una sonrisa,y ellos se abrirn con nosotros: el espejo del mundo que nosrodea cambiar de aspecto. Pensemos en eso todos, perosingularmente aquellos que como el padre, la madre, elhermano o pariente responsable, el sacerdote, la religiosa, el

  • Egosmo y amor 45

    profesor, el mdico, la enfermera, el superior, el jefe tie-nen por sus responsabilidades una innegable influencia so-bre los otros.

    Sin embargo existen tambin soledades inmensas. Re-cuerdo un episodio que sucedi hace algn tiempo.

    Un ciego en la acera esperaba que alguien le ayudara aatravesar la calle. Le ofrec mi auxilio y lo agradeci. Era unhombre de unos 60 aos. Bien vestido. No era un mendigo.Tena, sin embargo, un aire de tristeza en el rostro. A lamitad de la travesa, me asi con ms fuerza el brazo, recos-t levemente su cabeza en mi hombro y comenz a llorar.Era un gemido silencioso. Cuando llegamos al otro lado dela calle, le pregunt si se senta mal. Me respondi de unaforma suave, muy consciente, se notaba que era un hom-bre inteligente , que no se senta mal en la acepcin co-mn de la palabra, sino que estaba sintiendo una gran penaen el alma. Y aadi textualmente: "Me siento solo, muyabandonado. Y la soledad es peor que la ceguera. Cuandose es ciego y alguien nos acompaa con cario, siempre hayluz por dentro. Lo peor es cuando todo est apagado". Meimpresion extraordinariamente. "Puedo ayudarle en al-go?" "No. Ore por m, agreg, intuyendo que yo entendaesa dimensin religiosa. Ser una buena compaa".

    Entonces pens en tantos que tal vez habran pasado ami lado, que no eran ciegos, pero que sentan que pordentro estaba todo apagado... y yo no lo not. Cuntaspersonas viven juntas y, al mismo tiempo, en soledad! Lacrisis actual, sin duda, es una crisis de corazones disponibles.

    Las personas callan con frecuencia sus debilidades ynecesidades. Algunas veces, por pudor o vergenza, en cier-tas ocasiones para no dar trabajo o causar disgustos; otras

  • 46 Rafael Llano Cifuentes

    por orgullo, para no revelar sus limitaciones o reconocer lasuperioridad de los dems. Mas, a pesar de todo, sufren. Espreciso ayudarlas, an cuando den la impresin de no que-rer ser ayudadas. Y para eso es necesario tener en los ojoslas pupilas de Mara, cuando en las bodas de Cana fue lanica que repar en que ya faltaba vino en aquella fiesta ypidi la intervencin del Hijo.

    Es comn or decir que "es necesario saber ver entrebambalinas". Una cosa es el drama representado en el esce-nario y otra el drama de la vida. Muchas veces, una sonrisaamable en los labios esconde la amargura de una vida infelizall en el fondo del alma del actor... Hay detalles significa-tivos un remiendo en el traje, un inslito descuido en laforma de vestir, una anormal indolencia en el trabajo, unaactitud spera, un semblante triste... que, vistos con unamirada superficial, pueden llevar simplemente a la crticaligera. Y, mientras tanto, alguna cosa debe estar sucediendoentre bambalinas. Tal vez en los pliegues del traje tosca-mente remendado se puedan ver los apuros de una esposahaciendo milagros con un empobrecido presupuesto doms-tico; en el fondo del descuido en el arreglo femenino, o enla indolencia habitual, una espantosa falta de motivacinfrente a la vida y al amor; en lo ntimo de una miradasombra, un problema afectivo o espiritual; por detrs deuna actitud spera, un destino frustrado, que pide compren-sin y no crtica.

    En ocasiones, nuestros juicios son excesivamente pri-marios y superficiales. Sentenciamos: no sirve para nada, notrabaja, solamente piensa en l, es muy antiptico, retrado,altivo... Pero por qu? Qu es lo que hay detrs de todoeso? Tal vez el mal de esa persona sea ms ntimo. Tal vezsufra de una enfermedad moral: est desmotivado, o sufriuna fuerte decepcin, o se encuentra carente de amor, o

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    bloqueado por el miedo, o le faltan la luz y el calor de lafe... Es hasta ah, hasta ese nivel ms profundo a dondedebemos llegar. El amor tiene que perforar la placa transl-cida de la mirada superficial que nos hace detenernos en laapariencia de las cosas.

    Los prejuicios son otro de los bloqueos que nos impi-den ver al ser humano en su verdadera dimensin. Cadauno de nosotros naci en el seno de una familia, creci enun determinado medio social y cultural, se recibi en deter-minada rama profesional, se dedic a algn tipo de trabajoconcreto... Todo eso fue creando en nosotros una mentali-dad peculiar, en ocasiones limitada, o por lo menos especia-lizada, y con frecuencia, sin que lo notemos, nos servimosde ella como parmetro absoluto para juzgar a los dems:no entendemos bien a aquellos que no caben dentro denuestro arquetipo mental y los juzgamos sumariamente,conforme a criterios estrechos y tajantes, quiz provincianos.

    Nuestra cabeza parece estar llena de compartimentosrotulados, dentro de los que vamos distribuyendo a las per-sonas con las que nos relacionamos: ingeniero, abogado,artista, obrero, extranjero, mexicano, blanco, negro, rstico,culto, ordinario, santo, pecador... Y vamos colgando en laespalda de esas personas un letrero de identificacin queparece agotar el cuadro completo de su personalidad.

    Con qu vivacidad reaccionaba el Seor frente a lamentalidad reductora de que padecan sus contemporneos!Una mujer a quien l pidiera un poco de agua le pregunt:Cmo t, siendo judo, me pides a m de beber, mujer sama-ritana? 34. Y Jess le abre amplios horizontes, que rompenfronteras y prejuicios, al responderle que Dios es espritu y34 Jn. 4, 9.

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    est por encima de los lugares, de las ideologas, de las razasy de los tiempos. Claramente lo entendi San Pablo cuandoescribi: "en quien no hay griego ni judo..siervo o libre,porque Cristo lo es todo en todos" 3S.

    No identifiquemos a las personas por la nacionalidad,por la raza, por el grupo social, por el partido poltico, porla religin. Superemos esa visin simplista que acaba por serdeformadora y caricaturesca. "No juzguemos al hombre se-gn la categora a la que pertenece" escribe Gheorgiu,quien sufri en su propia carne el enjuiciamiento tendencio-so del comunismo. "La categora es la ms brbara, la msdiablica de las aberraciones producidas por el cerebro hu-mano" 36. El hombre no se reduce a una categora. Es ununiverso.

    Saber mirar es, en ltima instancia, saber superar lasmurallas de una visin egocntrica para ver al hombre comolo ve Dios, no de este, lado del lado del subjetivismounilateral , sino del lado de all del lado de la aperturay del ms amplio realismo , que se encuentra por encimadel espacio y del tiempo, que se abre a la infinita sabiduray a la eterna misericordia.

    Esta forma de mirar profundamente se llama simple-mente respeto; una palabra que deriva precisamente del ver-bo respicere, que significa mirar.

    Respetar es reconocer la dignidad de un ser humano,que es hijo de Dios, que fue redimido por la sangre deCristo, que vale ms que todos los universos creados; esdescubrir al otro en el misterio nico de su personalidadconcreta.

    35 Col. 3, 11.36 cit. por J. Vieujean, Tu otro yo, Ro de Janeiro, 1960, pg. 100.

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    Respetar es aceptar la manera de ser del otro, es noherir su privacidad, sus sentimientos y la forma peculiar enque esos sentimientos se expresan en determinadas ocasio-nes. Hay circunstancias tan delicadas como la muerte deun ser querido, el diagnstico de una enfermedad fatal, unaseparacin dolorosa en que quiz una ayuda explcita noconsiga entrar en sintona con un estado anmico determina-do. Cualquier iniciativa en ese sentido podra perturbar enlugar de calmar, especialmente si se trata de esos consuelosde costumbre, de esas frmulas convencionales de condo-lencia, o de esos consejos de optimismo superficial tengaun "actitud positiva", dicen simplemente dados con lasuperficial intencin de estimular a la persona deprimida. Elrespeto en ese caso consistir en permanecer a su lado, ensilencio, tal vez simplemente escuchando con atencin. Ynada ms. Cunto habrn consolado a Marta y a Mara laslgrimas de Jess junto al sepulcro de su amigo Lzaro!Qu fuerzas no le habr dado al Seor la presencia silen-ciosa, la oracin callada de su madre al pie de la cruz!Quiz de este modo llegue un da en el que sea posible, conmansedumbre, desviar la atencin de quien sufre hacia unmundo superior, en donde el sufrimiento se vuelve reden-cin.

    Sintonizar, esa es la palabra. Practicar ese arte maravi-lloso del que nos habla San Pablo: alegrarse con los que sealegran, llorar con los que lloran, hacerse todo para todospara salvarlos a todos 7. Cmo es grande el alivio queexperimentamos en ciertas ocasiones, cuando alguien semuestra dispuesto a escucharnos con atencin y amabilidad!Y tambin, en muchas otras oportunidades, cunto le agra-decemos a quien sabe aceptarnos benignamente tal comosomos: sin pedir nada, sin reclamar nada! Posiblemente a lo

    37 cfr. Rom. 12, 15; 1 Cor. 9, 22.

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    largo del camino de la vida ya hayamos encontrado algunosde esos seres humanos tan poco comunes que en todonos aceptan, que en nada nos juzgan o critican, y sin embar-go nos impulsan hacia arriba... Es como si en su presenciasintiramos la comunicacin de una serenidad superior, se-mejante a la que nos transmite un cielo estrellado abierto alos misterios de Dios, un mar sereno, un nio acurrucado enel regazo materno...

    Esa experiencia ntima nos invita a pensar que nosotrosmismos podemos convertirnos en uno de esos seres tandifciles de encontrar que recuerdan la figura de Cristopasando a la vera de cualquier necesitado.

    Comprender

    Esa mirada a la que nos referimos lleva no slo areconocer y respetar al ser humano, sino a comprenderlo.

    Porque conocer no basta. Es preciso ir ms all. Unmdico puede conocer con profundidad el cuadro clnico deun paciente, tener sobre l datos exhaustivos a nivel cient-fico anlisis, electrocardiogramas, encefalogramas, tomo-grafas computarizadas... y, sin embargo, estar muy pordebajo del conocimiento humano que tiene sobre el pacien-te su propia madre, quiz ignorante o inculta. La madresabe ms porque su conocimiento se basa en una cariosacomprensin.

    Quien comprende de alguna manera se interna en lapersonalidad del otro, vive sus penas y alegras y se enorgu-llece con sus ideales y empresas. De esta forma, compren-der viene a ser ms que un mero conocimiento racional una tarea de la mente hecha con el corazn: un conocimien-to cordial.

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    Sabemos muchas cosas, mas comprendemos pocas, por-que no nos interiorizamos cordialmente en la vida de losotros, no nos colocamos en el lugar de ellos. Sabemos quehay personas tan tristes y frustradas que llegan a pensar enquitarse la propia vida, mas no nos angustiamos porque nosabemos lo que es vivir dominado por la depresin inde-fenso cuando falta el sentido cristiano de la existencia ydel dolor. Sabemos que mucha gente gana apenas un salaramnimo, pero no nos afligimos porque tal vez nunca hemostenido que alimentar a una familia numerosa con recursostan reducidos. Sabemos que los hospitales pblicos estnrepletos de pacientes mal atendidos, mas no nos acongoja-mos con eso porque quiz nunca hemos experimentado loque es sufrir y agonizar en medio de la soledad... Nuestrainteligencia sabe muchas cosas, s, pero nuestro corazncontinua ignorndolas.

    La comprensin abarca tres planos ascendentes: quererbien a los otros como son; quererlos bien con sus defectos;quererlos bien precisamente porque tienen defectos.

    Como sonQuerer bien a los otros como son. Y podramos pregun-

    tar: cmo son? Son simplemente diferentes. Es precisoamar no slo lo que nos une, sino tambin lo que nosdiferencia.

    Hay personas monovalentes, a quienes les agrada exclu-sivamente un determinado tipo humano: los que son un ecode su propia voz. Parecen aquella "samba de una sola nota".Se vuelven incapaces de tener ese corazn universal que essinnimo de catlico.

    Recuerdo lo que sucedi con un amigo del colegio. Enun "test", nos preguntaron qu color nos gustaba ms. El,

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    en una forma un tanto precoz para sus nueve aos, respon-di: me gusta el azul del mar y el rojo de la sangre, pero nome gusta el 'mar rojo' ni la 'sangre azul'. En realidad, estabadiciendo que le gustaban todos los colores, cuando ocupansu debido lugar. O, si lo aplicamos a nuestro caso, que cadapersona tiene un "color", una forma de ser, una funcin quedesempear, una misin que cumplir. Y as como ella esdebemos quererla bien. A veces, la falta de comprensinderiva de la incapacidad que algunos tienen de captar esaverdad tan simple y tan necesaria; a cada personalidad dife-rente le corresponde tambin una funcin diferente.

    Cierta vez, un muchacho muy joven le dio una excelen-te leccin de comprensin a su madre, quien se quejabaconstantemente de la empleada domstica: "No sabe haceresto, no sabe hacer aquello, es una tonta, estoy tentada adespedirla..." Un da, despus de oir toda aquella letana, elmuchacho dijo a su madre: "Le pagas el salario mnimo; siella fuera tan delicada e inteligente como quieres, no traba-jara aqu como sirvienta, sera profesora o secretaria ejecu-tiva, ganando diez veces ms... As que, una de dos: odejamos de hablar mal de la sirvienta o contratamos a unasecretaria ejecutiva".

    En todos los terrenos de la vida social pueden presen-tarse situaciones semejantes, que expresaramos simplemen-te con aquel dicho muy brasileo: "Si no hubiera verde,qu sera del amarillo?" 38. Hay personas que dan la im-presin de tener ictericia psicolgica: todo lo ven amarillo,todo tiene que ser a su manera. No comprenden que son loscontrastes cromticos los que dan profundidad al cuadro dela vida; que cualidades y funciones diferentes representanorden y eficacia; que el pluralismo que no compromete la

    38 La bandera brasilea es verde y amarilla, y en el Brasil siempre se consideran doscolores complementarios (N. del T.).

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    verdad la legtima diferencia de opiniones es una claraseal de libertad. Y sin libertad no existir nunca ni huma-nismo ni cristianismo.

    Con sus defectosComprender significa tambin aceptar a los otros con

    sus defectos.

    A pesar de que lo enunciado parezca razonable, nosinclinamos a seguir la direccin contraria precisamente por-que tendemos a ver los defectos de los otros antes que susvirtudes. Miles de personas han pasado por experienciassemejantes: aquel hombre normal en todos los sentidos que, sin embargo, tena una nariz prominente, tendra quellevar durante toda su vida, colgado a sus espaldas, el apododespreciativo inventado por sus compaeros de la escuelaprimaria: "Dumbo", el elefantito.

    Hay personas que mantienen a lo largo de su vida esamentalidad burlona, inmadura. Pero, sobrepasando la inma-durez, esa actitud tambin tiene una raz psicolgica: consi-deramos las fallas de los otros como un vehculo deautoafirmacin. Reparando en los defectos ajenos, resalta-mos por contraste o as lo pensamos nuestras virtudes,por lo dems tan mezquinas... Y, sin embargo, de ese modo,acabamos demostrando exactamente lo contrario: nuestraptica enfermiza, defecto posiblemente peor que aquel queexageradamente criticamos. Bien clara es en este sentido lasentencia del Evangelio: "Cmo ves la paja en el ojo de tuhermano y no ves la viga en el tuyoT' 39. Por la forma comoobservamos los defectos ajenos, revelamos los nuestros. Atodos los aspectos de la personalidad humana se puede apli-

    39 M. 7, 3.

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    car el agudo pensamiento de La Rochefoucauld: "Si la vani-dad de los otros nos irrita, es porque hiere la nuestra" 40.

    Mas nuestro egosmo se sirve an de otro recurso. Ale-gamos no poder comprender a los otros porque no encajanen un determinado "ideal de perfeccin" que nosotros mis-mos creamos. Imaginamos modelos abstractos, fabricados deacuerdo a nuestros gustos: los padres, los hermanos, losamigos, los compaeros, los superiores tienen que.corres-ponder a ese tipo ideal para que quepan dentro de nuestrareducida capacidad de comprensin. A veces se piensa: "C-mo me agradara mi padre o mi esposa si no tuviera esedefecto... As como son, no es fcil tratarlos con cario".

    Pensar as no es nicamente un egosmo revestido deaparente nobleza de sentimientos, sino una absoluta falta deperspectiva. Porque los seres ideales no existen; lo que enrealidad existe son seres concretos, con sus limitaciones,defectos, imperfecciones y debilidades. Si tan slo pudira-mos amar a los que son perfectos, entonces no amaramos anadie. Los orientales tienen un proverbio divertido: "Sloexisten dos hombres perfectos: uno no ha nacido, el otro yamuri".

    Paralelamente, si deseramos para los dems lo quedeseamos para nosotros, procederamos de manera ms jus-ta. En todos nosotros hay un deseo ntimo de ser compren-didos y aceptados. En ocasiones, tememos ser malinterpretados o que nuestras fallas sean aumentadas y dis-torsionadas. Agradecemos cuando los otros saben encontrardelicadamente una disculpa, una salida honrosa para nues-tros pequeos o grandes defectos... S, no hay quien nosienta el ansia profunda de ser comprendido exactamente

    40 La Rochefoucauld, Mximas.

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    como es, con sus luces y sus sombras, con sus cualidades ysus defectos, con sus virtudes y sus pecados... Esta experien-cia ntima debera llevarnos a proceder para con los demstal y como nos gustara que ellos se comportaran con noso-tros.

    Debemos ir inclinando suave y decididamente nuestrastendencias para interpretar la personalidad de los otros nopor el prisma de los defectos, como hacen los caricaturistas,sino por el ngulo de las virtudes, como hacen las madres,quienes saben ver virtudes donde los otros slo ven defec-tos.

    Existe un prejuicio comn: "Piensa mal y acertars".Deberamos empearnos en implantar en nuestro cerebrootra mentalidad: el sano "prejuicio psicolgico" de pensarhabitualmente en los dems, olvidndote de ti mismo, paraacercarles a Dios 41, buscando el lado bueno que ningunapersonalidad deja de tener, comprendiendo que la sombrade los defectos no debera suprimir el brillo de las cualida-des sino, al contrario como en los esplndidos cuadros deRembrandt , las sombras deberan hacer ms vivas las lu-ces; alegrndonos y admirndonos sinceramente por los xi-tos de los otros, a pesar de que estn salpicados de fracasos;teniendo por principio una mirada benevolente, ms an,admirativa, para con todas las personas. As nos lo reco-mienda Chevrot: "No es verdad que la actitud de admira-cin nos transmite paz y fuerza precisamente por ser unaforma de oracin?" Es la admiracin que le debemos a Diosy a todos los hijos de Dios.

    Entendemos los errores de los otros cuando sentimosel peso de los nuestros. En contrapartida, no conseguimos

    41 Josemara Escriv, Forja, Ediciones Rialp, S.A., Madrid, 1987, n. 861.

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    comprender a los otros cuando estamos excesivamente con-vencidos de nuestras cualidades. Como veamos atrs, nues-tro amor propio nos deslumhra. Qu acertadas son laspalabras de Surco: "Que el otro est lleno de defectos!Bien... Pero, adems de que slo en el Cielo estn los per-fectos, t tambin arrastras los tuyos y, sin embargo, tesoportan y, ms an, te estiman: porque te quieren con elamor que Jesucristo daba a los suyos, qu bien cargadosandaban! de miserias Aprende!" 42.

    Viv de cerca, no hace mucho tiempo, un incidentefamiliar caracterstico. El padre continuamente recriminabaa sus hijos por el poco cuidado que tenan con el automvil:falta de limpieza, pequeos accidentes, golpes en la carroce-ra. "No hay presupuesto que aguante!" Era frecuente orleen casa esa exclamacin. Hasta que un da fue l mismoquien choc, y choc violentamente. El coche daba lstima.Atras su llegada a casa. Tema enfrentar a sus hijos. Hastaque por fin se decidi. Qued sorprendido. Todos lo reci-bieron con la mayor comprensin: "No fue nada, pap; notiene importancia". Uno de ellos aadi: "Conozco a unmecnico amigo; va a ser pan comido". Experiment unalivio extraordinario. Me dijo: "Puede parecerle tonto, peroen aquel momento me sent tan conmovido que tuve deseosde llorar y de abrazarlos uno por uno..." A partir de aquelda no volvi a reclamar ms.

    Un insignificante episodio casero, que recuerda tantosy tantos otros, y que nos coloca, con todo, delante de unaverdad esencial: el conocimiento de la propia debilidad, elsentimiento de desagrado que nos provocan nuestras limita-ciones y errores, nos llevan a comprender mejor los defectosde los otros. Por eso, tambin en este punto, es indispensa-

    42 Josemara Escriv, Surco, Editora de Revistas, S.A. de C.V., Mxico, 1987, n. 758.

  • Egosmo y amor 57

    ble un profundo y humilde examen de conciencia diario. Sidiariamente tomramos conciencia de nuestros propios des-lices y pecados, si no los disculpramos con falsas justifica-ciones, si dejramos que el dolor de haber ofendido a Diosy a nuestro prjimo penetrara ms profundamente en nues-tra alma, entonces tambin diariamente sabramos compren-der mejor a los otros y nos dispondramos, no tanto acriticar y a recriminar, sino a estimular y a alentar.

    Porque tienen defectosComprender es, finalmente, amar a los otros precisa-

    mente porque tienen defectos.

    Es natural que no entendamos bien esta manera untanto inslita de enunciar el tercer plano de la comprensin.Qu quiere decir aqu la palabra precisamente? Quiere de-cir una cosa muy simple: los que verdaderamente aman como los padres tratan con especialsimo cario al hijoque tiene mayores problemas; se consagran en cuerpo yalma al hijo excepcional; trabajan esforzadamente para sa-car adelante en sus estudios a aqul que es "de cabezadura"; oran y se sacrifican por aqul que se desvi, para queregrese al camino recto. Esto no tiene nada de extrao; es,por el contrario, una sublime delicadeza de amor.

    Hemos analizado alguna vez, a fondo, la actitud deJess para con Zaqueo?

    Zaqueo era considerado pblicamente un pecador 43.Cuando el Seor lo vio subido al sicmoro, le habl comosi lo conociera desde siempre. Le dijo con una familiaridad

    43 Le. 19, 7.

  • 58 Rafael Llano Cifuentes

    encantadora: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospeda-r en tu casa 44.

    Zaqueo era el nombre con el que lo llamaba su madre.Tal vez no lo haba odo haca mucho tiempo, pronunciadoen aquel tono de voz conmovedor. Al pasar por las callescomo era publicano, cobrador de impuestos, hombre demala fama , probablemente oira insultos y reclamaciones.Y por eso se haba ido encerrando cada vez ms en smismo y procuraba vengarse de todas las formas posibles:sera duro en sus exigencias, defraudara a los dems hacien-do uso de la autoridad de su cargo... Y con eso, ciertamenteprovocara aun ms irritacin entre el pueblo y las crticasse volveran ms mordaces... Y de repente despus dehaberse esforzado por encontrar a Jess es llamado afec-tuosamente por su nombre: Zaqueo. Y alguna cosa en suinterior dura, amarga termin por romperse; el crculovicioso del egocentrismo comenzaba a disolverse en un sen-timiento de ternura; una sensacin luminosa lo invadi. "lbaj a toda prisa, con la diligencia del jbilo inconteni-do y le recibi con alegra. Vindolo, todos murmuraban deque hubiera entrado a alojarse en casa de un hombre peca-dor" 4S.

    Zaqueo, sin embargo, ya en la presencia del Seor, ledijo: Seor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si aalguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuadruplo. D-jole Jess: Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto stees tambin hijo de Abraham; pues el Hijo del Hombre havenido a buscar y salvar lo que estaba perdido" 46. La com-prensin del Seor hizo el milagro de la conversin de unhombre que pareca irrecuperable.

    44 Le. 19, 5.45 Le. 19, 6-7.46 Le. 19, 8-10.

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    Frecuentemente, se crean alrededor de nosotros circui-tos de agresividad semejantes. Una parte acusa a la otra.Ambas juzgan tener razn. Y, sin embargo, ambas estnequivocadas: "Es intratable dice uno , tiene un modo deser altivo, distante, fro"; y se aleja. Y quien es as rechaza-do, piensa: "Ese no merece mi consideracin, se aleja de mcomo si fuese un apestado. Y empieza a tratarlo con mayoragresividad an. La reaccin en cadena el crculo vicio-so ya comenz a desenvolverse y, si no hay quien lointerrumpa, el proceso se desencadenar ilimitadamentehasta una ruptura total y un rencor sin posible retorno.

    Vayamos al fondo de la cuestin. Volvamos a pregun-tarnos, como hicimos anteriormente: por qu una personase vuelve distinta, fra, spera? Ese no es el comportamientonatural de una criatura humana. Debe existir alguna anoma-la. Es necesario encontrarla y solucionarla.

    Supe del descubrimiento de un nuevo proceso para laextraccin de petrleo en los pozos ya agotados, que consis-te en inyectar en ellos una gran cantidad de agua a altapresin, a fin de traer a la superficie el petrleo escondidoen los pliegues de las bolsas. El mismo proceso se puedeaplicar a los hombres. No existen hombres radicalmentemalos. La bondad probablemente est sepultada en el fondode su ser, asfixiada por descortesas, represiones, injusticiasy frustraciones. Pero cuando llega hasta ellos un torrente decario a alta presin como las palabras de Jess: \Zaqueo,baja del rbol de prisal , la bondad enterrada sale a lasuperficie a borbotones, como la alegra y el arrepentimien-to de aquel publicano.

    Cuando alguien a nuestro lado haya cometido erroresgraves o haya perdido el espritu cristiano, antes de criticar-lo deberamos interrogarnos a nosotros mismos: No ten-

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    dremos una parte de responsabilidad en el caso? No noshabr faltado comprensin y amor? No representaremosnosotros una parte de ese bloque detrs del cual su bondadest sepultada? Habra llegado al estado en que se encuen-tra si le hubiramos dedicado un poco ms de atencin y deafecto?

    Que los defectos ms acentuados no nos separen de laspersonas que los padecen; que nos acerquen ms a ellas. Asellas y nosotros mejoraremos porque, tanto ellas como no-sotros, profundizaremos en la entraa del corazn en loms ntimo del alma donde se encuentran las races delamor.

  • P E R D O N A R , C O R R E G IRFruto sabroso de la comprensin es el perdn.

    Perdonar es difcil, como es difcil comprender. Y porqu es difcil perdonar? A causa del amor propio.

    Las ofensas recibidas parecen tanto ms afrentosascuanto mayor nos parezca la dignidad herida. Y como elamor propio exagera nuestra dignidad, por la misma raznsobrestima la ofensa: "Es imperdonable, cmo se atrevi adecir semejante insensatez a una persona como yoT' De ahbrota un mpetu de reivindicacin. Ese motivo aparente-mente objetivo la restitucin de la justicia viene acom-paado por otro ms sutil, de carcter subjetivo. Pensamos:"Perdonar es seal de debilidad".

    Esos dos motivos son falsos. El primero, porque es muydifcil ser buen juez y hacer justicia en causa propia; y elsegundo, porque el hombre es tanto ms magnnimo cuantomayor sea su perdn. El perdn lo engrandece. Un hombreque no perdona se vuelve mezquino.

    Una personalidad fuerte una personalidad autntica-mente cristiana est habitualmente inclinada a la benigni-dad porque en lo ntimo se siente a salvo de cualquierofensa: el concepto de su persona no depende de la opininajena, sino del dictamen de su propia conciencia. Una per-sonalidad dbil, por el contrario, se siente vulnerada por laofensa ajena porque no est asentada sobre el fuerte ci-miento de la humildad, es decir, del conocimiento propio;no posee una verdadera escala de valores, es un apndicedel comportamiento de los dems o de la imagen que hacen

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    de l. Una injusticia, una afrenta, lo estremece. Y procurarestablecer el equilibrio agrediendo o vengndose en formaindirecta: negndose a perdonar.

    En ltima instancia, nadie sera capaz de herir nuestrahonra si comprendiramos que quien nicamente nos puedevalorar es Dios. Vale la pena repetir: nosotros somos lo quesomos delante de Dios, y nada ms. Por eso, ninguna cosanos podr afectar si nos mantenemos pendientes exclusiva-mente del concepto que Dios tiene de nosotros, reflejado ennuestra conciencia. Nuestra imagen no ser menguada, sinduda, ante la ofensa injustamente sufrida; ms an, quedardignificada delante de Dios, cuando benignamente perdone-mos.

    En este sentido, un hombre de Dios podr hacer suya a pesar de los ataques, calumnias, afrentas y descorte-sas, sin falsas humildades, con autntica modestia, aqueltpico brasileo, en ocasiones pronunciado con tanta petu-lancia: "Lo que viene de abajo no me afecta" 47.

    Es por eso que los santos perdonan fcilmente. Cmoles podrn afectar las opiniones, las crticas y hasta los ma-los tratos de los dems? Sus valores estn fuera del alcancehumano. Participan de una serenidad superior, gozan deaquella libertad interior que Cristo viva en el ms altogrado.

    Jess se presenta, en efecto, como el modelo ejemplarde un hombre de gran corazn que sabe perdonar. Se dejabesar por Judas, un hombre que lo est traicionando; res-47 En el Brasil se usa mucho el dicho "o que vem de embauco nao me atinge", a veces

    mostrando petulancia o autosuficiencia, otras veces para rebajar a quien provoca unagravio; pero tambin puede tener un significado noble: "no me rebajo al nivel de lomediocre o mezquino" (N. de T.).

  • Egosmo y amor 63

    ponde con calma seorial a un lacayo de Caifas que logolpea en el rostro; se calla ante la acusacin injusta; miracon benignidad salvadora a Pedro, despus de la triple ne-gacin; y en medio de su agona, todava encuentra fuerzaspara abogar por el perdn de aquellos que lo estn crucifi-cando, sirvindose del nico alegato aceptable: Padre, per-dnalos, porque no saben lo que hacen . Es el colmo de lamisericordia.

    La amabilsima e ilimitada capacidad de perdonar delSeor es claro no se presenta como seal de debilidad,sino de una fortaleza inexpugnable y de un amor heroico. Yese ejemplo trasplantado a nuestra dbil naturaleza de-bera guiarnos no solamente en los momentos cruciales, sinotambin en los ms comunes y triviales. La convivencia fra-ternal del Seor con todos, su paciencia para con los queintempestivamente le salen al encuentro enfermos, nios,necesitados, curiosos... debera ayudarnos tambin a ad-quirir ese aspecto de diligente benevolencia para con todosen nuestra vida cotidiana. Debera traducirse en una actitudde benignidad ante todos los errores y afrentas ajenas, enuna gran capacidad de encarar con elegancia, con "espritudeportivo", los mil incidentes de la vida diaria en que natu-ralmente nos sentimos afectados por las faltas y descortesasde las personas que nos rodean.

    Hugo de Azevedo nos cuenta un episodio de la vida deMons. Escriv, el fundador del Opus Dei, que revela unaspecto de esa fineza humana de ese espritu de perdna que nos estamos refiriendo: "All por el ao de 1929, enun tranva elctrico, un obrero sucio de cal se acerc aaquel joven sacerdote de impecable sotana, y aprovechandouna sacudida del vehculo manch de blanco la vestidura

    48 Le. 23, 34.

  • 64 Rafael Llano Cifuentes

    eclesistica, entre la sonrisa de algunos pasajeros y el silen-cio constreido de otros. Cuando estaba llegando a su para-da, el fundador del Opus Dei se volvi con una sonrisadivertida y llena de afecto para decir al obrero: "Hijo mo,vamos a terminar este trabajo empezado..." y le dio un fuer-te abrazo, ensucindose por completo de cal" 49.

    El fundador del Opus Dei escribira: "Hemos de com-prender a todos, hemos de convivir con todos, hemos dedisculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremosque lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa aDios, que lo malo es bueno. Pero ante el mal, no contes-taremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con laaccin buena: ahogando el mal en abundancia de bien" 50.

    Cuntos problemas se podran solucionar con una son-risa! Cuntas tempestades familiares nacidas de una ofensa tal vez no premeditada, impulsiva podran haberse su-perado si, desde el principio, la persona afectada las hubierapasado por alto con un gesto que dijera en una forma bienhumorada: "Djalo, no tiene importancia"!

    Esta forma de actuar tiene un fundamento an msprofundo: la enseanza que Jess nos transmite en la ora-cin del Padre Nuestro: "Perdona nuestras ofensas, comonosotros perdonamos a los que nos ofenden". Existe una leyde proporcionalidad entre el perdonar las ofensas de losotros y el ser perdonados por Dios de nuestr