el aderezo, novela de intriga rural
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Carolina-Dafne Alonso-Corts
EL ADEREZO (Novela de intriga rural)
Premio Miguel Adlert de Novela Corta
Finalista del premio Ciudad de Barbastro
Finalista del premio Castilla-La Mancha
Knossos
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Madrid. Konossos, 2012Copyright: Carolina-Dafne [email protected] 9788494004506
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EL PUEBLO donde ejerzo la medicina no es gran cosa, pero a m me
gusta. Es un pueblo serrano y, enmedio de un mundo lleno de gases
txicos de los tubos de escape, todava puede respirarse all. No locambiara por otro, y puede servirme de prueba el que llevo casi treinta
aos viviendo en l; dir que una generacin entera ha venido al mundo
auxiliada por mis pobres manos, lo cual puede ser un timbre de gloria, o
un error.
Era un radiante da de primavera, cuando mi paciente la seora
Ramos apareci muerta en su dormitorio, con la cabeza destrozada por
una gran piedra, que luego hallaron manchada de sangre en el corral. La
mujer tena sesenta y cinco aos cuando muri, diez exactamente msque yo, pero se conservaba bien. Con personas como ella un mdico rural
nunca hubiera podido subsistir.
La vspera por la noche yo haba asistido a una reunin en el
ayuntamiento, con el resto de las fuerzas vivas. La reunin termin ms
bien tarde, y no result demasiado afortunada: uno de los asuntos a tratar
era la renovacin del alcantarillado, y eso no era cosa fcil en el pueblo.
El ltimo convocado se march a las doce y media; el ltimo convocadoera yo.
Fue una suerte que no permaneciera ms tiempo hablando con el
alcalde, pues cuando llegu a casa vi que mi asistenta se haba quedado
dormida con la leche puesta a hervir en el fuego. Siempre le recomiendo
que hierva la leche tres veces; es la nica forma de terminar con las
bacterias y no me fo de los procedimientos modernos. Gracias a una
rpida maniobra pude salvar el hervidor.
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Las campanas de la iglesia anunciaban la misa de siete cuando la fiel
Rosario llam con los nudillos a la puerta de mi dormitorio. Rosario es mi
asistenta. El eco de las campanadas flot en el ambiente sofocado por los
cortinajes y persianas.
Se abri la puerta, y entr la sufrida serrana que tiene a su cargo mi
cuidado desde que mi esposa muri. La observ disimuladamente, sin
moverme, y vi que traa los ojos desorbitados. Aquello me preocup; lamujer no suele alterarse por nada.
-Despierte, seor -dijo en voz baja. -Ha ocurrido algo horrible.
Todava me pesaba la cabeza por la discusin de la noche anterior,
y senta en la espalda el pinchazo caracterstico con que el rema suele
saludarme de maana. No d seales de haberla odo y ella me agit
suavemente, tratando de llamar mi atencin.
-Vamos, despierte -insisti. Yo abr un ojo.
-Qu pasa? Algn aviso urgente? -Ella se sec las manos en el
delantal.
-Es la seora Ramos, la solterona -dijo. -Parece que la han asesinado.
Di un salto en la cama, y me lav y vest en menos de cinco minutos.
Baj rpidamente las escaleras de madera oscura que dan acceso a mi
dormitorio, y que tienen los peldaos desgastados por los aos y el uso.
Cuando sal de mi casa, acababan de dar las siete. Ordinariamente a esa
hora suelo estar durmiendo, pero no hay un asesinato todos los das, y hoyya haba consumido de pie el desayuno que Rosario me haba preparado
mientras yo me vesta.
Me sirvi el caf con tostadas, mantequilla y mermelada como
siempre haca, pero yo me tom el caf bebido y apenas prob el pan. La
voz de Rosario me persigui:
-No ha comido usted nada, doctor. Tiene que cuidarse ms. Su difunta
esposa se disgustara si pudiera verlo.
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Por desgracia, ella no poda. Inici la marcha hacia la casa de la
seora Ramos; la vivienda era grande y estaba en la calle principal,
exactamente en el centro del pueblo. Me encamin hacia la fachada
delantera, pasando ante la tienda de comestibles que estaba cerrada a
esta hora. De nuevo sent el pinchazo que me atravesaba la espalda.
Estaba amaneciendo todava. Vi en la calle a algunas vecinas a medio
vestir, y desde luego sin peinar, y entre ellas distingu a Juana, la sirvienta
de la seora Ramos, que era una muchacha desmedrada. Alc la manoy ella me devolvi el gesto. Pregunt desde lejos:
-Qu ha pasado aqu? -Varias vecinas gesticularon hablando todas
al mismo tiempo.
-Mi seora est cada en el suelo -dijo la chica adelantndose. -Creo
que la han matado.
Entr con toda rapidez en la casa, luego en el dormitorio de la mujer,
y cerr detrs de la chica y de m. No quera testigos. El cuadro que
encontr poda haber pertenecido a la ms negra de las crnicas. Deb ser
el primero que entr en la habitacin, despus que la sirvienta hubiera
despertado a voces a todos los vecinos. A primera vista advert que era
demasiado tarde para hacer nada por la pobre mujer. No la hall dentro de
la cama, sino que se haba levantado y estaba cada, toda ensangrentada,
sobre la alfombra.
La chica me seal el cuerpo sin mirarlo siquiera. Juana llevaba un
camisn de franela muy ancho, pues todava no se habla vestido. Todo sucuerpo pareci sufrir una sacudida mientras me miraba ansiosamente;
luego con ambas manos se tap la boca.
-Tranquila -le dije, y vi que sus ojos estaban llenos de lgrimas.
Me quit la chaqueta y la dej sobre una silla. Me agach, le cog una
mano a la anciana y not que la tena helada. Cerr los ojos, mareado,
sintiendo que el caf se agitaba en mi estmago, y la voz de la muchacha
se oy en la semi oscuridad.
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-Est muerta? -dijo. Yo alc la cabeza, buscando algn punto de luz.
-Y tanto que est muerta -contest. -Mejor que a m, podas haber
avisado al cura, o al sepulturero. Ya no hay nada que hacer.
Ella sali precipitadamente, y la o que hablaba con las vecinas, en la
calle. Luego volvi, gimoteando. Se dirigi lentamente hacia la muerta,
como si fuera a despedirse, sabiendo que desde aquel momento haba
perdido su empleo.
-Pobre seora -musit. -Pobre seora.Iba a tocarla, pero yo la detuve. Se haba echado por encima una bata
muy fea, que deba haber sido de la seora Ramos. La ventana
entreabierta proyectaba ahora un dbil rayo de luz sobre la alfombra,
teida de rojo. Los muebles aparecan baados de un suave resplandor
rojizo.
A pesar de todo nada apareca revuelto all; la ropa estaba en orden,
aunque la anciana pareca haber ofrecido una cierta resistencia. Decid
poner el hecho en conocimiento de la guardia civil.
-Avisa al puesto -dije a la chica, volvindome. -Que vengan cuanto
antes, yo aguardar aqu.
Me daba cuenta de que ella temblaba como una azogada. Me miraba,
esperando alguna clase de explicacin: no se la di.
-Vamos, mrchate. Qu haces ah, como un pasmarote? -Ella miraba
a todas partes: los muebles, el juego de tocador de carey, el papel de las
paredes, todo menos el cuerpo muerto.-Qu tengo que decirles? -pregunt, confusa. Yo me impacientaba,
mientras ella permaneca all de pie, sin moverse.
-D lo que quieras, pero vte de una vez.
Sent una opresin en las sienes. Me mord los labios mientras
observaba la cara de la mujer baada en sangre, y los cabellos blancos
pegados a la frente. La cabeza me daba vueltas, y con dificultad poda
coordinar las ideas. Una vez fuera la muchacha, not que me flaqueaban
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las rodillas.
-Me estoy haciendo viejo -dije para m.
No poda pensar. Sin embargo, tena que hacerlo, tena que iniciar un
reconocimiento ms a fondo. El cuarto se llen de improviso de pequeos
ruidos aterradores, que se perciban cercanos y claros. Me sent al borde
de la cama y trat de poner orden en mis ideas.
-Definitivamente, me hago viejo -confes en voz alta. Me pas el
pauelo por la frente, hasta conseguir librarme del sudor pegajoso quecorra por ella, sin que notara el ms mnimo calor.
***
En todo el tiempo que llevaba en el pueblo, y aunque mantena con
la seora Ramos una buena amistad, apenas tuve que tratarla como
paciente. En realidad, como tal slo la haba visitado una vez, ya que
disfrut siempre de una buena salud. Haca poco ms de un ao, en el
mes de abril, me haban avisado para que la atendiera: haba sufrido un
envenenamiento por amanita falloides", seta comn en estos lugares,
pero suficientemente conocida por nuestras gentes.
Cuando yo entr en el dormitorio en aquella ocasin, la figura
desmadejada de la seora Ramos se reflejaba en el alto espejo de la
coqueta de lneas anticuadas, mostrando los ojos hundidos y los labios sin
color, sobre una tez verdosa.
Tena el cabello blanco suelto sobre la almohada, sujeto tan slo por
una cinta de seda tambin blanca. Llevaba puesto un camisn de raso azulribeteado de encaje, el mismo que tena puesto ahora manchado de
sangre. En aquella ocasin tom mi mano y la sostuvo en la suya.
-No pienso morirme todava, doctor -me dijo, jadeante. -Tengo
demasiadas cosas que hacer. -Aspir hondo antes de hacerme la siguiente
pregunta y una oquedad apareci en su garganta. -Han sido las setas,
verdad? Quin iba a imaginarlo.
Pestae, respirando apenas por causa de la opresin que tena que
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sentir en el pecho. Yo saqu del maletn el fonendo y el aparato de medir
la tensin; la observ un momento, y pregunt:
-Prepar usted misma las setas? -Ella apenas movi la cabeza.
-Eso deba haber hecho, y no estara como estoy.
Mientras la auscultaba vi que trataba de mirarse en el alto espejo
inclinado en la pared, que deformaba su imagen hacindola parecer
demasiado estrecha, el tronco absurdamente largo y las piernas
desproporcionadas. Le hice algunas preguntas, a las que contest con vozdbil.
Al parecer, la criada haba recogido las setas un domingo por la tarde,
y las haba guisado, porque a la anciana le gustaban mucho. Gracias a
que me avisaron con urgencia y a la fuerte constitucin de la paciente,
logr que se salvara. Le apliqu suero glucosado, y ped que me
mostraran los restos de las setas. Contenan veneno. Fue entonces
cuando comprob lo fuerte de su carcter, y al mismo tiempo su gran
temple; tanto, que hubiera logrado sacar de quicio a cualquiera.
-No podrn conmigo unas miserables setas -asegur.
Cuando la o hablar, me di cuenta de que estaba decidida a vivir. Pero
observando su rostro vi la nariz aguzada y los pmulos hundidos, y llegu
a dudar que lo consiguiera. Aunque era una mujer entera y muy reposada,
el movimiento de sus manos era claramente convulsivo. Desde el primer
momento tuve la conviccin de hallarme ante algo que no entenda.
-Ahora tiene que hacer todo lo que yo le diga -indiqu. -Convena queviniera a cuidarla una enfermera. -Ella asinti, sin fuerzas.
-Est bien, si se empea -dijo. -Aunque no creo que sirva para nada.
El envenenamiento comenz tardamente, con una incubacin previa
de doce horas, como suele suceder en estos casos. Haba empezado con
trastornos gastrointestinales, que recordaban los sntomas del clera:
diarrea y una ardiente sed. Si no hubiera tenido con eso bastantes
referencias, la mujer sufra otros sntomas de envenenamiento por falina:
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padeca cefalea y somnolencia, y una profunda postracin, aunque
conservaba su lucidez. Not en ella los sntomas de una ictericia grave.
Durante unos das la segu tratando. Se produjeron crisis separadas,
con perodos de calma. Finalmente pudo sobrevivir, sin grandes lesiones
en el hgado y riones, y conservando en buen estado su sistema nervioso
y la mdula espinal. En realidad, el diagnstico haba sido fcil.
Vino de la ciudad una enfermera. Era alta y rubia, algo llena de
carnes, pero proporcionada. Aparentaba unos veinticinco aos y tena lacara alargada, y un curioso estilo anticuado que le daban un par de trenzas
rubias alrededor de la cabeza. Aquel da ella misma me franque la
entrada; como siempre me dirigi una amable sonrisa.
-Pase, doctor -dijo, hacindose a un lado. -Ahora mismo iba a servirle
un caldo a la seora.
Verti una olorosa sopa en el tazn, y la puso sobre una bandeja que
tena preparada. Cubri la taza con un plato de postre. Yo la segu hasta
el dormitorio de la anciana.
Entr de puntillas. Al acostumbrarse mis ojos a la penumbra vi
claramente las facciones de la enferma: su nariz aguzada, los labios
fruncidos y el cabello recogido en la nuca con la cinta. Dorma
apaciblemente, como un nio.
-Da pena despertarla -dijo la enfermera, descorriendo la cortina. -Pero
luego no duerme por la noche.
La mujer pestae. Estaba recostada en un almohadn, el cuarto eraclido y el olor de la colonia le daba una agradable atmsfera. Aquella
muchacha tena un talento natural como enfermera, y todo brillaba a su
alrededor.
-Vamos, arriba -le dijo, al tiempo que le tenda ambas manos, y sonri
de forma que aparecieron dos hoyuelos en sus mejillas. Ella mir a
derecha y a izquierda con ojos inquietos, sin verla.
-Qu pasa? -gru. Es que no voy a poder dormir lo que me d la
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gana?
Estaba cubierta con una colcha color rosa, y las sbanas eran de hilo,
blancas como la nieve. Reflexion un momento, y luego dijo con bastante
firmeza, pero muy plida:
-En realidad, a estas horas poda estar muerta.
-Pronto podr pasear por las calles del pueblo -le dije. Ella habl sin
mirarme.
-Nunca he paseado por las calles del pueblo -contest. No veo porqu tendra que hacerlo ahora.
Estudi la cara de la joven, y no vi en ella ms que amabilidad. La
mujer se quej.
-Hace aqu demasiado calor -dijo, porque no tena otro pretexto para
lamentarse. Era cierto, la habitacin estaba demasiado caldeada.
-Abra un poco la ventana -dije yo, y la enfermera sigui mi indicacin
ante la mirada de la seora Ramos, que aadi:
-Y limpie el polvo de la coqueta, lo puedo ver desde aqu. No ponga
la alfombra tan lejos de la cama, por si tengo que levantarme. -Luego dijo,
moviendo la cabeza: -No es fcil acabar con esta vieja, verdad, doctor?
Todava tengo que dar mucha guerra en esta vida.
La interrumpi enmedio de aquellos comentarios un ataque de tos, y
un violento temblor la sacudi. Se recost en las almohadas, exhausta.
Despus de una corta visita, salimos. La puerta se cerr suavemente,
y nos detuvimos en el pasillo.-Tiene recadas -dijo la enfermera con desaliento. Yo asent.
-Es natural -indiqu.- Es uno de los sntomas del envenenamiento por
setas.
Un olor a naftalina me record tiempos antiguos, ya casi olvidados. La
chica me mir, preocupada.
-El sobrino de la seora quiere irse -me dijo en voz baja. -Ella no lo
sabe todava. -Yo contest en el mismo tono:
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-Hablar con l. Veremos lo que se puede hacer.
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Al da siguiente, la enferma haba tenido una espectacular mejora.
Cuando entr en el dormitorio estaba de pie ante el espejo de pared, y la
vi reflejada en l. Se haba peinado cuidadosamente con un moo en la
nuca, y pareca complacida con su aspecto. En la cara se haba dado unos
fragantes polvos de arroz. Despus de observarme a travs del espejo,
indic:-Doctor, puede sentarse. Hgalo donde quiera.
Sobre la solapa del vestido llevaba prendido un broche antiguo que no
era ninguna fantasa.
-Est usted muy guapa -le dije. -Todava podra encontrar un buen
marido. -Ella torci el gesto.
-Para qu querra yo un marido? -Sonri un momento, mostrando
una dentadura demasiado uniforme para su edad. Luego aadi, con una
sombra de melancola: -Slo me traera complicaciones. Eso son cosas
para la gente joven.
Suspir. Era evidente que la buena seora no tena la menor intencin
de hallar un compaero a estas alturas. Yo aad, sin desalentarme:
-Est Mrquez, el notario -le dije. -Estoy seguro de que se sentira
muy contento si le dejara compartir su vida con l.
Ella no se inmut. Mir un anillo que llevaba en el dedo anular de la
mano derecha, y extendiendo el brazo observ el efecto de la sortija en sumano blanca y gordezuela, con dedos de alargadas uas.
-Aquellos tiempos pasaron -dijo con una cierta tristeza. -Ya no anidan
pjaros en estos viejos nidos.
Alz la cabeza y me mir escrutadoramente. Quiz dudaba si era yo
lo bastante discreto como para callar una confidencia. Luego aadi:
-La hija del notario hubiera podido ser la ma. Pero en fin... agua
pasada ya no mueve el molino.
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La enfermera sali del cuarto de bao. Acababa de lavarse las manos,
y se dispona a ir a la cocina cuando la seora le orden con voz
imperiosa:
-Ya est bien de caldos y esas porqueras. Quiero mi comida, como
siempre. -Ella se volvi.
-Est bien -dijo, sin resentimiento alguno. Yo arrugu el entrecejo.
-No debe cometer excesos todava -le dije. -Procure seguir el rgimen
que le he puesto. La seorita la cuida muy bien.Conoca lo suficiente a la seora para saber que le molestaban las
visitas, y, adems, tena yo demasiadas cosas que hacer. Di un vistazo a
la enfermera cuando sala, y vi que tena unas bonitas piernas. Nada en
ella resultaba vulgar, y con su peinado anticuado me pareca mucho ms
agradable y refinada que cualquiera de las chicas del pueblo. Hablaba
poco y sonrea mucho, y no se permita confianzas. Me dispona a irme,
y coment con la anciana:
-Una chica estupenda. Ya no se ven muchas as. -Ella repuso, con un
gesto de condescendencia:
-Tambin lo cobra bien, no lo olvide. -Luego, sus ojos se fijaron en un
pequeo reloj de pulsera. -He citado en casa a mi antiguo pretendiente -
dijo con sorna. -Comprender que no pienso iniciar ahora relaciones con
l. Se trata de otra cosa, cuestin testamentaria...
Tem que la enfermedad hubiera perturbado su mente. Cuando habl,
lo hice escogiendo con cuidado las palabras.-No pensar desheredar a su sobrino -dije. -Es hijo de su hermana. -
Ella me mir. Haba cogido una hoja de papel escrita, la arrug y la retuvo
en la mano, clavndose las uas en la palma.
-A veces, la misma sangre es la ms venenosa -dijo. -Y yo no tengo
ninguna prisa por morir.
La haba comprendido. Aquella mujer haba ido directamente al grano.
Mov la cabeza.
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-Usted sabr lo que hace -le dije.
Rectific cuidadosamente la posicin de la descalzadora, como si se
tratara de un quehacer muy importante. La enfermera volvi con la
bandeja, y la deposit sobre la mesa baja. Vi cmo mi paciente estudiaba
con cuidado los alimentos, y pareci complacida. Tena delante un plato
de verduras con carne. Al lado habla un gran tazn lleno de caf solo y
negro.
-Muchos van a llevarse chasco en este pueblo -dijo.Observ por encima del guiso humeante cmo la enfermera colocaba
adecuadamente las zapatillas en el ropero. Luego dio un profundo suspiro,
como si le molestara que la chica tardara tanto en abandonar la habitacin.
Le indic que saliera, con un movimiento de la mano.
-Diga a Juana que tenga preparada la tarta para el cura -indic. -Va
a mandar a buscarla por la tarde.
La enfermera asinti. Abandon el cuarto, y la seora Ramos
prosigui animadamente:
-Hay que pensar en todo en esta vida -dijo. -Ese pobre sacerdote est
dejado de la mano de Dios.
Ri su propio chiste. Para la edad que tena, resultaba hermosa;
llevaba un vestido de seda negra, y una gargantilla de aljfar adornaba su
garganta.
-Yo tena un proyecto desde hace muchos aos -dijo, y su forma de
hablar era rpida, positiva. -Pero ahora tengo que pensarlo mejor. Nopuedo confiar en que cada cual haga lo que debe en todo momento.
Continu su charla, respirando entrecortadamente en su excitacin.
Luego alarg la mano, alcanz la pera del timbre y apret el botn.
-Quiero quedarme sola -dijo simplemente. Yo asent, con toda
tranquilidad.
-Le conviene estar reposada -le dije. -Y no se preocupe por nada.
Todo se arreglar.
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Se puso en pie, y se qued frente al espejo con la sonrisa de antes
convertida en una expresin de solemnidad.
-Las cosas cambian en la vida -dijo. -Muchas que estn claras un da,
no lo estn al siguiente y menos un ao despus.
-Luego, extraamente, se ech a rer. Yo me dirig a la puerta.
-Bien, si me necesita puede llamarme a cualquier hora. -Ella me mir
con ojos agudos. Contest:
-Espero que no tenga que necesitarlo.Al salir del dormitorio, o conversar fuera. La enfermera volva a
recoger la bandeja con los restos del almuerzo, y estaba hablando con el
sobrino de mi paciente. l era un mocetn moreno, de cabello rizado.
Sacaba un papel del bolsillo y se lo entreg. Luego se volvi a saludarme.
-Ah, vaya, doctor -dijo, tendindome la mano. -Ha hecho usted
milagros con la enferma. -Yo mov la cabeza.
-Nada de eso -contest. -Cualquiera hubiera podido curarla. Es una
persona muy fuerte.
Luego, l se despidi con una cierta precipitacin y subi al desvn
con el pretexto de recoger su escopeta de caza, que segn dijo estaba
guardada en un arcn. Dijo que iba a repararla en condiciones. Su voz
sonaba como un eco en mis odos, y poda ver los ojos sombros y las
pobladas cejas de su padre, aquel hombre que lo haba abandonado
cuando era slo un nio, dejando tan destrozada a la madre que no tard
en morir. Fue cuando su ta, la seora Ramos, se haba hecho cargo delhijo de su hermana muerta. Por el camino hacia mi casa, fui recordando
aquella romntica y triste historia de amor.
***
Hasta entonces, nunca su sobrino Alberto se haba separado de ella.
Fue con motivo de la enfermedad, cuando la mujer cur por completo,
cuando el muchacho march a la capital. Me lo encontr cerca de la era;
llevaba unos zahones y una zamarra de cuero, y su tez estaba curtida por
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el sol.
-No aguanto ms en el pueblo -me dijo. -Voy a cambiar de aires
durante una temporada. -Me tendi un paquete de tabaco con aire
cansado, y yo lo rechac. Luego dijo: -M ta est ms inaguantable cada
da que pasa.
Despus no volv a verlo en casi un ao, hasta que acudi a los
funerales de la anciana. O que le iban bien las cosas en la ciudad; era un
tipo con don de gentes, y se haba introducido al parecer en las altasesferas, gracias a algunos antiguos conocidos de la familia.
Precisamente el da en que se celebraban los funerales de la seora
Ramos, el atrio de la iglesia del pueblo estaba lleno de vecinos que haban
acudido a los actos religiosos. Vi a Alberto hablando con el cura y el
alcalde, y cuando me vio inici una sonrisa, mostrando sus dientes de una
gran perfeccin.
-Ha sido una cosa horrible -le dije, y l no dej de sonrer.
-Bien, muerto el perro se acab la rabia -contest. Yo lo observ,
entre escandalizado y sorprendido.
-No es una forma correcta de hablar de una difunta, y menos si lo ha
criado a uno -le dije, sin poder ocultar mi indignacin. l pareci azararse,
como si lo hubiera cogido en falta.
-Era una broma -dijo, enrojeciendo. -En el fondo, era una buena mujer.
El sacerdote haba acudido, y oy las ltimas palabras. Dijo:
-Todos sabamos que era una buena mujer. Su asesino no conoce eltemor de Dios. No tiene perdn lo que han hecho con ella -agreg en tono
apagado. -Una buena cristiana, eso es lo que era. Y una feligresa modelo.
El que la ha matado no tiene perdn.
El funeral transcurri luego sin ningn incidente. Vi al fondo de la
iglesia a la enfermera, que haba acudido expresamente al acto desde la
ciudad. Haca un ao que haba cuidado a la anciana, y su presencia all
me record escenas pasadas. Algo me extra en su aspecto: se haba
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cortado las trenzas, y su aire era ms moderno y desenfadado.
-Cuando lo supe, no me lo crea -dijo en un susurro, mientas el sonido
de las voces y el arrastrar de los pasos sobre el entarimado llenaban la
iglesia.
-Eso nos ha sucedido a todos -contest, mirndola interesado.
Llevaba un vestido verde muy ceido. Nunca la haba visto as, y no
obstante se mostraba abatida.
-Habra que colgar al que lo hizo -aadi, mirndome a travs de susrubias pestaas. -Ha sido un crimen horrendo.
No tuve tiempo de asentir. Un grupo nos haba desplazado, y tuve que
or cmo dialogaban unos y otros acerca de lo sucedido. Como la ta haba
dejado todas sus posesiones al asilo de los Viejos del Monte, cosa que no
extra demasiado a los vecinos dado el carcter de la muerta, el sobrino
se march del pueblo sin aguardar siquiera a la noche.
Unos das despus tuve que entrar de nuevo en la casa; reinaba un
silencio mortal, y abr con aprensin la puerta del dormitorio, que chirri.
Los fantasmas parecan habitar all como si hubieran alquilado la vivienda.
No era tan tonto como para creer en los espritus, y ms teniendo en
cuenta que fuera brillaba un sol esplndido. Pero me sent muy aliviado
cuando, despus de recoger unos papeles, me vi fuera de la casa. Hasta
que no me hall en la calle no volvi la claridad a mi mente, ni mi alterado
sistema nervioso se aquiet.
***Haban sido unos das de gran alboroto en el pueblo. Nunca habamos
tenido un crimen aqu, y aunque nadie pareca sentir demasiado la falta de
la anciana, todos fueron afectados por las brutales condiciones del hecho.
La polica judicial, llegada desde la ciudad al efecto, empez con las
pesquisas desde los primeros instantes. Tres hombres, uno de ellos
vestido de paisano, bajaron del coche policial para subir a la casa. Unos
minutos ms tarde, yo estaba con ellos.
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Me dirig al ms alto de los tres, y me mir con ojos inquisitivos, como
preguntndose quin sera yo. Los otros eran anchos y huesudos, y
llevaban uniforme. Me present como facultativo, por lo que me toc
informar sobre los detalles mdicos de aquella muerte.
-Puede entregarnos su informe -dijo el ms alto, que llevaba una
chaqueta floja. Era un hombre esqueltico, de piernas de cigea y nariz
larga y ganchuda. A todo esto yo permaneca de pie enmedio de la
habitacin, en el mismo lugar donde haba yacido el cadver, sintindomeincmodo bajo su mirada.
-Hall manchas de color oscuro en torno al cuello de la vctima, lo que
me indic que haba habido un conato de estrangulamiento -indiqu. -
Seguramente, la mujer pudo librarse de su agresor, por lo que ste tuvo
que emplear un objeto contundente.
El polica flaco era un hombre prctico, y nada impresionable. Se
coloc las gruesas gafas sobre el puente de la nariz.
-Hubo premeditacin -afirm en forma tajante. -La persona que la
mat haba trado consigo la piedra. Nadie pudo volver al exterior y
cogerla, y luego volver y golpear con ella a la seora. La vctima hubiera
tenido ocasin de pedir socorro.
Tena razn. Quedamos en silencio, mirando las manchas de sangre
que haban quedado en la alfombra.
-Las lesiones eran claramente homicidas -aad. l pregunt con
brusquedad:-Cul fue, exactamente, la causa de la muerte? -Yo cavil un
instante antes de contestar. Luego dije:
-Una larga fisura oblicua, que atravesaba la regin parietal izquierda.
Haba otras varias fisuras, provocadas por golpes violentos en la frente,
capaces por s solos de producir la muerte.
Senta yo la cabeza pesada y la mente entumecida por la fatiga y la
tensin de las ltimas horas. La curiosidad brill a travs de las gafas de
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concha.
-Cunto tiempo haca que estaba muerta cuando la encontr?
Yo me qued pensativo de nuevo. Era peligroso emitir una opinin a
la ligera.
-El estmago estaba vaco, por lo que la comida ltima se remontaba
a varias horas antes -indiqu. -El estado de la vejiga demostraba tambin
que la muerte no se produjo en las primeras horas de la noche. -El hombre
asinti con la cabeza.-Siga -dijo. Yo mir alrededor. Estaba deseando salir de aquel
dormitorio. Haciendo un esfuerzo, continu:
-Tambin puedo asegurar otra cosa: cuando la hallaron, haca dos
horas que haba muerto. Sus miembros estaban fros, y la piel comenzaba
a apergaminarse. Haba comenzado la rigidez, que empieza a partir de la
tercera o cuarta hora.
-Qu deduce de todo ello? -pregunt el hombre alto. Los otros
estaban al extremo de la habitacin, en una zona sombra, enfrascados
en una discusin acerca de las manchas. Yo apret los labios, pensativo.
Luego dije:
-La mujer cen a las nueve de la noche. Supongamos que a las dos
haba terminado de hacer la digestin. Pudo morir a esa hora, y no mucho
antes, porque en ese caso la rigidez se hubiera extendido a toda la
musculatura esqueltica, cosa que sucede de seis a ocho horas despus.
Yo ms bien dira que haban pasado cuatro horas solamente. Digamosque muri sobre las tres de la madrugada. Aproximadamente, claro est.
El polica de paisano haba empezado a desplegar una hoja escrita
a mquina que sac del bolsillo. La extendi ante mis ojos.
-Este es el informe del forense -indic. Luego empez a leer: -
Heridas en cuero cabelludo y erosiones en brazos y manos. Abertura en
la caja craneal. Extensa implantacin sangunea bajo el cuero cabelludo
en la regin parietal izquierda. Trituracin sea, con hemorragia en las
-
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meninges -ley rpidamente. -Est de acuerdo con el informe de su
colega? -aadi, mirndome. Yo asent.
-S, desde luego. Es ms o menos lo que yo he dicho, aunque con
otras palabras.
-Una muerte chapucera -dijo l, con expresin adusta. Yo dije que s
con la cabeza.
-Un crimen verdaderamente brutal.
l asinti a su vez, mientras iba apareciendo en su rostro unaexpresin satisfecha.
-Se ha hecho el examen de ropas y vestidos, y se han buscado
manchas de barro -dijo, guardando el papel en el bolsillo. -Hemos tomado
fotografas de todas las huellas de pisadas. Tambin se ha sacado el
plano de la casa.
Yo no dije nada. l aadi, dirigindose a sus subordinados:
-No descuiden ningn indicio. Necesito impresiones digitales, un
fsforo, la ceniza de un cigarrillo, un trozo de papel... Cualquier cosa
puede ser importante.
De nuevo permanecimos en silencio unos instantes, observando el
trabajo meticuloso de los dos policas. Mir el espejo alargado, y no pude
evitar un estremecimiento. Record vivamente a la mujer; me pareca
estarla contemplando echada en la cama, muy quieta, como en el da del
envenenamiento. Poda ver su rostro en el espejo inclinado, sobre la
coqueta pasada de moda. Me volv al polica.-Puedo marcharme ya? -pregunt. -Tengo varias visitas que hacer,
y algunas son urgentes. -Sonre cansadamente, deseando de veras que
no advirtiera mi inquietud. l me devolvi una rgida sonrisa.
-Desde luego, puede marcharse -dijo. -Se le avisar si es necesario
para el esclarecimiento de los hechos. -Tendi ambas manos en un gesto
de impotencia. -Creo que ya no tengo ms que hacer en esta habitacin.
Cuando sus compaeros lo hubieron registrado todo, hasta debajo
-
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del papel que protega el fondo de los cajones, los tres hombres
abandonaron el cuarto. El ms alto se volvi hacia Juana, la criada, que
aguardaba fuera.
-Pueden limpiar la sangre -dijo. -Ya no hace falta para nada.
Yo me excus de nuevo y fui hacia la salida. El hombre flaco me
acompa, pero volvi a entrar en la casa, cerrando de golpe la puerta.
Me sent aliviado al hallarme de nuevo en la calle, y me d cuenta de
que en presencia de aquel hombre no poda pensar con claridad. Bajapresuradamente por la acera, dicindome a m mismo que era una
suerte que este tipo de cosas no ocurrieran ms que muy de tarde en
tarde por aqu.
***
Se desech la idea de un asesinato por lucro. Tambin el robo con
homicidio, ya que nada pareca faltar en la casa. En cuanto a la herencia
de la seora Ramos, tampoco pareca motivo para el crimen.
Quedaba el asesinato por cobertura: documentos probatorios de una
deuda, plazos que vencen, pueden dar lugar a un crimen sin mviles
aparentes. Poda tratarse quiz de ocultar un hecho punible, o existir el
temor a la denuncia por algn delito cometido. Pero ninguna de estas
teoras pareca sustentarse sobre una base firme.
-ste va a ser un caso difcil -me dijo el juez, cuando estaba en el
coche para volver a la ciudad. Yo no pude por menos que asentir.
-Est todo demasiado oscuro -dije.Al fin, nuevos datos se aadieron a los ya conocidos. Haban hallado
unos cabellos en la mano de la vctima, y hechas las correspondientes
pruebas periciales resultaron pertenecer a Juana, la criada de la seora
Ramos, a quien no le faltaban motivos para el crimen, segn estim la
polica. El mvil, al parecer, era la venganza.
Yo no poda explicarme que ella hubiera cometido el asesinato, pero
no obstante fue detenida. Al principio neg todos los cargos. El comisario
-
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la mir fijamente; haba reunido en el lugar del hecho a los escasos
testigos.
-Hemos sabido que tu novio estuvo en la casa aquella noche -le dijo.
-Alguien lo vio salir. -Por primera vez, la respuesta de la chica fue
vacilante.
-l no hizo nada, se lo juro -dijo. Luego se ech a rer nerviosamente.
-No pudo hacer nada, porque no se separ de m.
Quiz haban sacado de mentira verdad. Ella, ruborizada, no podaocultar su vergenza. Yo la escuchaba desde la puerta; haba entrado sin
hacer ruido, y me situ al lado de uno de los policas de uniforme. El
comisario insisti.
-Vamos, cuenta cmo lo hicisteis.
La chica apret los labios, como si pensara que con callar iba a verse
libre de la acusacin. A m la situacin me dejaba perplejo. El comisario
sigui con sus preguntas, tratando de sorprenderla en una contradiccin,
de abrir una brecha en su mutismo. Las manos de la chica hacan y
deshacan la lazada de su delantal.
-Yo no s nada -repeta.
Luego, cuando iban a llevrsela, abri sus cajones, eligi unas
prendas de ropa interior y unos zapatos nuevos y brillantes. Los guard
en la bolsa con todo lo dems.
Sali al vestbulo y mir el cuarto de la anciana, ya vaco. No deca
nada. No era el silencio de alguien que es culpable, sino el triste silenciodel recelo.
Yo haba odo algo dentro de la habitacin, o tal vez haba
simplemente imaginado or toser al comisario. Por eso, cuando di la vuelta
al pasillo y me encontr con la puerta del dormitorio cerrada, no pude
evitar un suspiro de alivio. La chica sali rgidamente de la casa,
arrastrando sus zapatillas en chancletas.
-Ests preparada? -pregunt el comisario. -Ella asinti tristemente,
-
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y luego escondi la cara entre las manos.
-Yo no he hecho nada, se lo juro -repiti. -Yo quera a la seora.
Por un instante se qued como petrificada, de pie a la entrada de la
vivienda, con su mano crispada sobre el asa de la bolsa. Luego vacil, y
apoy la espalda en el muro de la fachada.
-Qu va a pasar con mi novio? -pregunt. -Lo dejarn en paz?
Vi que las lgrimas empezaban a correr por sus mejillas, y los dedos
seguan aferrando la bolsa de plstico. Respiraba con dificultad, con loslabios ahora entreabiertos y el rostro sin expresin. Yo me acerqu y la
tom de la barbilla, obligndola a alzar la cabeza.
-Yo te creo -le dije. -Har lo que pueda por librarte de esto.
Me mir como en trance, como quien acepta lo inevitable. Se haba
dominado de manera admirable durante el interrogatorio, pero de pronto
empez a gritar:
-Yo no lo he hecho! Busquen al asesino, por favor!
Un polica aguardaba sentado al volante de la furgoneta,
oprimindolo con sus manos enguantadas. Mir a la chica: estaba plida
y sus ojos observaban cautelosamente alrededor. Todos la estbamos
mirando, y ella pareca defenderse del examen. Su voz, al hablar, estaba
agudizada por el temor.
-Me matarn? -pregunt, volvindose hacia m. Yo negu con un
gesto.
-De ninguna manera -dije. -Hoy no matan a nadie. Y saldrs pronto,ya lo vers.
El chillido tenebroso de un ave atraves la maana. El viento sopl
desde la era, y me pareci que la chica tiritaba bajo la ropa. Le tend la
mano y ella me dio la suya, y no pude sostenerla mucho tiempo porque
la ma tambin temblaba demasiado.
-Ten confianza -repet.
Pareca no tener ms lgrimas. Entr en el coche como atontada,
-
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apretando entre los dedos el pauelo que yo le haba dado, y con la
mirada fija en la cabeza del conductor. El comisario se acomod a su
lado, en el asiento trasero.
-Lo tendr al corriente de todo -me dijo por la ventanilla abierta. Yo
solt el picaporte y el coche arranc. Comenc a caminar, de tal forma
que mi andar deba parecer el de un hombre borracho. Me pareca tan
inocente, tan simple y aniada que no estaba dispuesto a creer en su
culpabilidad. Todo eran contradicciones en la historia.Me sent cobarde por no haberla defendido con ms energa, pero
tampoco hubiera adelantado gran cosa. No obstante, cuando vi partir el
coche me alegr de poder volver a la diaria rutina. Se trataba de un
asesinato a sangre fra. Ello daba un aspecto morboso a todo aquel
asunto, pero hasta en el asesinato podan existir causas eximentes. La
locura, por ejemplo.
Dos mujeres aguardaban al final de la calle. Una tendi la mano en
un gesto de despedida. La otra amenaz con los puos en alto.
-Ojal la cuelguen! -grit. -Parece una mosquita muerta, pero es una
criminal.
***
No lo he contado todo. No soy muy hbil con la pluma, y siempre
tropiezo con la dificultad de saber en qu momento debo comenzar la
narracin, si dando prioridad a los hechos principales, o bien a los
antecedentes.-Eres muy malo para redactar -me deca mi difunta esposa, moviendo
la cabeza. -En fin, los mdicos por lo general sois as -aada, resignada.
-Debe ser algo que va con la profesin.
Acababa de recibir una carta de la muchacha, en que me amenazaba
con matarse. No quise romperla, y la guard en un estuche en el
bargueo del vestbulo. Intentaba tranquilizarme a m mismo. Tal vez no
fuera demasiado tarde, la gente escriba notas de suicidio y luego segua
-
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viviendo por un tiempo antes de llevarlo a la prctica, o quiz no lo llevaba
nunca. Poda ser una forma de llamar la atencin. De todas formas, haba
decidido comunicrselo a la polica, aunque seguramente lo sabran ya.
Slo ellos podan poner los medios para impedirlo.
Iba a cerrar la tapa del bargueo, cuando vi el joyero de mi esposa,
medio oculto entro otros objetos. Lo desempaquet con cuidado, quitando
el nudo del cordn rojo que lo ataba y le daba el aspecto de un paquete
corriente. Una vez abierto saqu unos pendientes de perlas y una sortijahaciendo juego. Estaba guardndolo de nuevo cuando me sobresalt la
voz de la asistenta a mi espalda.
-Esa chica no ha hecho nada, seor. Tengo la completa seguridad de
que es inocente. Ya pueden tener cuidado con ella, no vaya a matarse.
Me volv a mirarla, con la boca abierta.
-Por qu dice eso? -Ella hizo un gesto vago.
-Aqu hay mucho misterio -repuso. -Las cosas no son lo que parecen.
Y si no al tiempo, seor. El tiempo acaba por descubrirlo todo.
Se acerc al bargueo ya cerrado, y le pas el polvo con una bayeta.
Luego aadi:
-Deba meter en el banco las alhajas de la seora, que Dios tenga en
su gloria. Hay demasiados maleantes sueltos por ah.
-Quiz tenga razn -dije yo.
***
Todo el mundo en el pueblo estaba trastornado. El crimen conllevauna serie de factores arcaicos, y referencias irracionales con la vida
anmica del hombre. Existe por un lado la viva repulsin hacia el hecho
criminal, y por otro una atraccin innegable que no puede explicarse
calificndola de insana o morbosa.
En fin, no quiero andarme por las ramas, y sigo con lo que trataba de
relatar:
Tengo que empezar por decir que la anciana tena en la planta baja
-
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un oratorio, como es corriente en las casas de cierta importancia de por
ac, y donde nadie ms que ella entraba.
-Hay sitios que son demasiado personales -deca. -Sitios de
recogimiento, donde cualquier extrao sobra.
Hasta tal punto era de esta opinin que ella misma se ocupaba de
limpiar all, renovar los manteles de altar, tener a punto las velas y rellenar
el aceite de la lamparilla.
-Son cosas delicadas -deca. -No son para una mano cualquiera.Ahora, las jvenes no sirven para esos detalles.
Le haba prohibido a la criada que entrase, y la seora por el
contrario se pasaba all las horas muertas, frente a una imagen de la
Virgen de la Sierra que haba mandado colocar sobre una elevada peana,
encima del altar.
-Es la imagen ms antigua de la comarca -se complaca en decir a
las escasas visitas que venan de la ciudad. Recuerdo que el antiguo
prroco, un hombre anciano de cabello blanco, sonrea complacido.
-En manos de nadie estar ms segura -afirmaba, y ella enrojeca
de contento, bajando la mirada, apurada por lo directo de la alabanza. -
Hoy en da, la ermita no tiene vigilancia suficiente- aada l, sin poder
ocultar un cierto resentimiento hacia el alcalde. -Cualquier ratero, en un
momento de descuido la podra robar.
Mientras, la visita de turno escuchaba atentamente, asintiendo de vez
en cuando y mostrando inters aunque no lo sintiera.Haca aos, con motivo de la entronizacin, la prodigalidad de la
seora Ramos haba causado general asombro. Hasta los ms ricos del
pueblo no estaban habituados a semejantes dispendios. Hubo comida
extraordinaria para todos los ancianos y monjas del asilo, y se trajeron
flores desde la ciudad. Fui invitado en la ocasin. El viejo prroco haba
asistido al acto, y cuando se dispona a marcharse ella sac un grueso
billetero y fue contando hasta varios miles de pesetas de entonces.
-
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-Tenga, para los pobres de la parroquia -le dijo.
***
Era, segn pude comprobar con todo detenimiento el da del crimen,
una imagen muy antigua, seguramente gtica. Me extra en aquella
ocasin que la virgen no llevara ms que uno de los dos pendientes de un
aderezo de plata y marquesitas, que brillaban como partculas aceradas.
Yo saba que el aderezo estaba completo el da de la entronizacin.
-Es extrao -observ. -Cul ser el motivo de que falte elpendiente?
El nuevo prroco del pueblo me dijo lo que yo ya saba: que su
antecesor le mand la virgen a la seora Ramos en agradecimiento por
unas obras que pag en la iglesia. El prroco actual no tena ms de
treinta aos, y era fofo y demasiado calvo para su edad. Pensaba yo que
sus virtudes seran ms recias que sus carnes.
-A pesar del carcter de la seora, nunca dej de ser caritativa -me
dijo en aquella luctuosa ocasin, cuando todava el cuerpo de la anciana
no haba recibido sepultura. Alz los brazos al cielo, como si la despidiera.
-Dios la tenga consigo -aadi con pesadumbre. Pareca abrumado por
no haber tenido ocasin de ofrecerle los auxilios espirituales en vida. En
realidad, tampoco yo haba podido ofrecerle los mos. La tos del prroco
interrumpi mis cavilaciones.
-No mereca la pobrecilla una muerte as, violenta y sin sacramentos
-agreg.Los curiosos comenzaban a cansarse de hacer conjeturas, y
abandonaban el lugar. Yo asent sin decir nada, y l continu:
-Nunca olvidar lo que mi predecesor me contaba acerca del acto de
la entronizacin -dijo, secundando mis anteriores pensamientos. No me
molest en decirle que yo mismo lo haba presenciado, y l continu: -Al
parecer, cuando la anciana recibi en su casa la imagen, le hizo una
acogida solemne. Para ello acondicion este oratorio, en el lugar que
-
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ocupaba el antiguo gabinete de la casa...
Pareca muy alterado por la reciente emocin del crimen. Yo intent
hablar, y me interrumpi varias veces. Finalmente, consegu decir:
-Yo asist al acto de la inauguracin.
l no pareci orme. Se apoy contra el muro, con la boca apretada
en una lnea fina y los ojos cerrados; luego aadi, en tono dolorido:
-Encarg el altar, la peana y todo lo necesario en una tienda de
objetos religiosos, la mejor de la capital.El aire estaba cargado de olores asfixiantes a productos qumicos y
cera quemada, y vibraba con los gritos de los chiquillos en la calle. l
aguard un momento, y luego dijo:
-Ella le puso el aderezo de plata y marquesitas. No es una joya de
valor material -se apresur a aclarar-, pero s lo tena sentimental para
ella. Se lo puso a la virgen, que lo luci desde entonces.
Eso ya lo saba, y estaba deseando salir de all. Me senta ahogar.
Mir la imagen sobre su pedestal, y al lado la temblona luz roja de la
lamparilla.
-Un detalle simptico -coment, por decir algo. -Y ahora ella ha
muerto, a manos de un criminal.
-Pero un da el aderezo desapareci -dijo el prroco, con un ligero
carraspeo. -La seora entr en el oratorio, como todos los das, y se
qued consternada al observarlo.
-Quin lo cogi? -pregunt el empleado de la funeraria que se habaunido a nosotros y escuchaba con la boca abierta. l se volvi, moviendo
la cabeza.
-Nadie haba podido entrar en el oratorio sin antes pasar por la
habitacin de la seora -dijo. -Solamente la chica, Juana, hubiera podido
hacerlo.
Juana ya no estaba all, pens, se la acababan de llevar detenida,
acusada de la muerte de la seora Ramos. Yo lo mir.
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-Esos detalles no los conoca. -l asinti solemnemente. Tena gotas
de sudor en la frente, y bajo la nariz.
-Fue el verano pasado, durante las fiestas del pueblo -concret.
Ahora me daba cuenta; debi suceder durante unos meses que pas
fuera por motivos de la profesin. l sigui hablando despacio. Un tic
nervioso haba aparecido en sus labios.
-Nadie puede entrar por ah -seal.
Mir el ventanuco pequeo y alto, y vi que era redondo y tenacristales de colores. Nadie hubiera podido entrar, verdaderamente, a no
ser un gato; por desgracia no pareca ste el caso. El sacerdote se quit
el sudor de la nariz con la punta del dedo.
-La propia anciana sali a denunciar el hecho -dijo. -Recuerdo
aquella escena. Los vecinos la vieron atnitos atravesando a grandes
pasos la plaza del pueblo, envuelta en su chal de lana negra, sujetndolo
contra el pecho. Yo mismo la vi -aadi el sacerdote, pensativo. -Pero no
me detuve a hablar con ella, porque me haban avisado para asistir a un
moribundo.
-Yo no estaba por entonces -dije. -No me enter de lo ocurrido. -l
prosigui:
-Era cosa extraa, ya que no sola salir a la calle, y menos sola. La
vi cuando tomaba el sendero que lleva al cuartelillo de la guardia civil.
Yo asent, y l inici un oscuro carraspeo.
-Fue durante las fiestas -repiti. -La seora no haba dicho nada anadie, ni siquiera a la criada, por lo que la autoridad pudo efectuar un
registro minucioso en la habitacin de la chica.
-Encontraron lo que buscaban? -pregunt, interesado. Ahora
recordaba haber odo algo al respecto, pero tengo fama de no ser una
persona curiosa, y de respetar la vida de los dems. l neg con un
gesto.
-No, pero s lo encontraron en casa del novio de la chica.
-
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Yo conoca al muchacho, y saba que haba estado en prisin con
una condena de seis meses de arresto mayor. No era alto, pero s
musculoso y robusto; su piel era cetrina, y su abundante cabello rizado
tena reflejos rojizos. En sus ojos haba un destello de viveza que nunca
lo abandonaba.
Record tambin las ferias del pueblo. Mientras duraban, la calle
principal se transformaba en una fiesta continua, que duraba las
veinticuatro horas del da. Por la noche, la carretera asfaltada se convertaen una improvisada pista de baile. Los coches eran desviados hacia la
estacin de ferrocarril y giraban a la izquierda en lugar de entrar en el
poblado, subiendo por una carretera terrosa paralela a la va. Me
sobresalt la voz del prroco, que hablaba ahora con gravedad.
-El chico, como usted sabe, era pen y echaba jornadas en los
pueblos vecinos. Aquello fue un verdadero escndalo -aadi el hombre,
consternado. -A la chica no le hicieron nada, porque era menor.
-Es cierto -asent. -Ahora lo recuerdo. Yo estaba fuera todava. -l
sigui hablando, como si no me hubiera odo.
- ...y porque la anciana, dando muestras de slida piedad, pidi que
la dejaran conservarla con ella.
Hablaba en tono solemne; yo no saba qu decir, y l continu: -
Aquello le servira de escarmiento para no fiarse de un sinvergenza,
como me dijo la seora. Pero ya ve, la chica no parece haber
escarmentado.-Cmo probaron la complicidad de la muchacha? -dije yo. l se mir
los dedos con aire pensativo.
-Estaban sus pisadas en la sabanilla del altar.
Record que a mi vuelta la haba encontrado extraa. Pareca
haberse quedado muda, y lleg a preocuparme su estado. Hasta llegu
a pensar que se haba quedado embarazada, pero me equivoqu. No
haba nada de eso, enseguida pude comprobarlo. Con el paso del tiempo
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la chica segua con su cuerpo desgalichado, como siempre.
-No habl con nadie, hasta que al novio lo dejaron suelto -record en
voz alta. l asinti.
-Como la joya no era de gran valor, l estuvo solamente unos meses
en presidio -dijo el prroco en voz baja. -El aderezo volvi a su lugar,
excepto uno de los pendientes, que no pudo encontrarse.
Como digo, no suelo meterme en la vida de los dems sino lo
estrictamente necesario, a lo que obliga mi profesin; bastante trabajotengo con atender a mis pacientes, que son los vecinos de cinco pueblos
de la comarca, donde tengo que llegar en caballera. Pero no dej de
estar al tanto de lo que despus sucedi.
Esto fue, que el nico que sali perjudicado all fue el novio de la
chica, lo que dio pie a la polica para pensar en un asesinato por
venganza. Un da se me present en la consulta. Iba con el rostro
descompuesto y me habl impulsivamente.
-Qu pasa en este maldito pueblo? Es que piensan que estoy
apestado? Nadie tiene un trabajo, ni siquiera un recado que dar?
Me dio la sensacin de que haba cambiado mucho en pocos meses,
desde que yo me ausent. No saba an que haba estado en la crcel,
por eso no poda explicarme lo extrao de su conducta. Llevaba con l a
la muchacha.
-Qu le pasa a Simn? -le pregunt. Ella intent explicarse, mir a
su novio, y volvi la vista hacia otro lado. Pareca que no pudiera emitir unsonido. Los ojos de l haban perdido su viveza, y mostraban una
expresin desagradable.
-Cuntame qu te pasa -le dije. -Vamos, sentaos los dos. -l me mir
con rencor. Tena el rostro ceniciento y los labios agrietados.
-Usted est del lado de todos los dems?
Quise tranquilizarlo, y en buena parte lo consegu. El desdichado
joven volvi a lamentarse.
-
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-Hace meses que no tengo trabajo -dijo, abrumado. -Y no slo en el
pueblo, sino tampoco en la comarca. Nadie me da trabajo. Habamos
pensado casarnos, pero no puedo ni pensar en eso.
Lo mir. l trag saliva con dificultad.
-Veremos lo que se puede hacer -le dije. Entonces la muchacha
sonri.
-Que Dios se lo pague, doctor. Es usted muy bueno.
Lo tuve de mandadero varios das. Estaba haciendo el traslado de lacasa que tena en la ciudad, y hubo que hacer varios viajes con una
furgoneta. l llevaba los cestos de libros y los cargaba, y una vez
trasladados volva a descargarlos y me los suba a la planta superior. Pero
la mudanza se acababa, y la ansiedad haba vuelto a su rostro cuando
vino a decirme:
-Ya est todo, doctor. Tiene que pagar al transportista.
Mova las manos nerviosamente, y puse en ellas un puado de
billetes para el dueo del coche, y otro para l.
-Est bien -le dije. -Estamos en paz.
Trat luego de proporcionarle otra cosa, pero tampoco mis medios
eran muchos. Tuve que inventarme incluso algunas necesidades, con tal
de poder ayudarlo sin que pareciera una limosna.
l no hablaba nunca del motivo de su detencin, ni yo tampoco se lo
pregunt, porque ya saba todo acerca del robo. Estaba seguro de que no
era un mal muchacho, y desde luego no era ningn criminal. Quiz, encaso de necesidad, hubiera podido realizar pequeos hurtos.
Trat de restituirle su prestigio, diciendo a unos y a otros que no
desconfiaba de l. Pero malas lenguas decan que lo haban visto rondar
las casas del pueblo por la noche, y que no prometa nada bueno.
Los hombres de la funeraria estaban retirando las tablas y adornos
fnebres de casa de la seora Ramos. Alguien dej caer un tabln cerca
del oratorio, y el ruido me sac de mis cavilaciones. Me haba quedado
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solo y sal, resbalando por culpa de la cera que se haba derramado en
el suelo. Pronto me hall en el corredor, y casi ech a correr hacia la
calle, despertando ecos en la casa vaca. Di la vuelta a la esquina, y
entonces s que ech a correr.
***
Todo el mundo hablaba del asesinato, y cada cual pretenda aportar
algn conocimiento propio al tema. En las tiendas, en el saln del
ayuntamiento, en la partida del caf, todos tenan algo que decir. Me veaincapaz de zafarme del acoso de mis convecinos, y no digamos nada de
mis pacientes en visitas profesionales.
-Yo estaba a dos pasos cuando la mataron -deca una de las mellizas
cuarentonas, que an se crea en estado de merecer. -Qu calamidad -
suspiraba. -Dorma pared con pared de la seora Ramos cuando ocurri.
Su hermana asenta. Eran como dos gotas de agua, con cuarenta
aos cada una.
-Es cierto -afirmaba con calor. -Hay que ver, una maana tan
hermosa como se prometa, y lo que sucedi. Yo fui quien oy a la chica
cuando sali a la calle dando gritos. Deca: Por favor, por favor, vengan
a la casa, por favor.
Las dos mellizas eran hermanas del marqus. l vena de cuando en
cuando al pueblo, por visitarlas y dar una vuelta a sus fincas. Pero ellas,
extraamente, haban fijado su residencia all. Daba la sensacin de que
tenan miedo a salir de aquel lugar, que las haba cobijado cuando nias.Vivan en la calle principal, en una vieja casa con escudo.
La melliza que estaba enferma dio fe de que su hermana deca la
verdad. Luego aadi de su cosecha:
-Yo no me levant, la verdad. Haba pasado mala noche con el
rema, y apenas poda moverme -me lanz una mirada, como si yo
hubiera inventado los padecimientos reumticos en lugar de ser una
vctima de ellos. -Los vecinos que vieron a la chica decan que tena cara
-
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de loca, o que lo estaba, pero luego vieron manchas de sangre en el
camisn, el mismo que la seora Ramos le haba dado.
Su hermana asinti parsimoniosamente.
-Yo la vi primero -dijo con orgullo. -Me fij en las manchas. Vi al ama
del cura que se diriga hacia la iglesia. Iba a misa de siete, y le pregunt:
Ha visto eso? Va en camisn por la calle, y adems con manchas de
sangre. Vaya una desvergonzada.
La del rema suspir entrecortadamente.-Luego, no tardaron en presentarse los dems -agreg, como si se
lo hubiera odo muchas veces a su hermana. -Lleg usted, doctor, y
detrs varios hombres del pueblo. Despus llegaron guardias. Ay, qu
calamidad.
Yo no deca nada. A mi lado estaba el marqus, que haba llegado
un par de das antes conduciendo un antiguo modelo de automvil de
importacin, lleno de bocinas y cromados. l era el mecenas que
contribua cada ao a dar brillantez a las fiestas. l ofreca en navidad
regalos para los ancianos del asilo, y provea de carbn y lea a las
monjas. Tambin les enviaba cestos de uvas y garrafas de mosto. Se
dirigi a m con el ceo fruncido, mientras salamos de la habitacin.
-Quin llev a cabo el reconocimiento de la muerta? -pregunt. Yo
mir a la ventana con un poco de inquietud.
-Yo reconoc el cadver -le dije. -Tuve que hacerlo, a falta del mdico
forense. Luego, en la ciudad se hizo un informe ms exhaustivo.Era cierto. Me haba visto obligado a realizar la autopsia, cosa que
me desagradaba en extremo y no haba realizado desde varios aos
atrs, en ocasin de que un hombre cayera despeado por el desfiladero.
Vi que la melliza sana nos haba seguido, como si no quisiera perderse
un pice de la conversacin. Fue ella quien diagnostic por m.
-La cena de la seora Ramos estaba casi digerida en su estmago
-dijo, con aire de eficiencia aprendida. -Por eso, el doctor estableci la
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hora del crimen despus de las dos de la maana.
Nos persegua como una sombra; pero habamos salido a la calle, y
el marqus cerr la puerta en sus narices. Pregunt, interesado:
-Qu hay del novio de la chica? He odo que pas la noche en la
casa. -Yo asent.
-Un examen rutinario de las sbanas en la cama de la sirvienta, dio
a conocer a la polica que el novio haba pasado recientemente algn
tiempo all. Eso les sirvi para sonsacarla, y ella misma declar supresencia en la noche del crimen. -l afirm despacio. Aventur:
-Fue l quien la mat, no es as?
-Eso es lo que dice la polica -admit sin mucho convencimiento. -Al
parecer, la anciana tuvo tiempo de saltar de la cama, y segn ellos de
agarrar a la cmplice por los pelos... -El marqus termin la frase.
-Entonces, l descarg el terrible golpe -dijo gravemente. Era un
hombre apergaminado, algo ms viejo que yo, y daba la sensacin de no
tener en su cuerpo una partcula de grasa. Tena el pelo demasiado
canoso para su edad, en algunas zonas casi blanco. Su nariz estaba
provista de un agudo caballete, de corte papal.
Yo no le di la razn. Me limit a decir:
-Eso afirma la polica. Segn ellos, haba motivo y oportunidad. Poda
tratarse de una venganza, para lo que la chica habra abierto la puerta a
su novio durante la noche.
-Todo concuerda -dijo con vehemencia el marqus, tendindome unamano delgada de uas muy pulidas.
***
Me convocaron a la lectura del testamento, porque la anciana me
haba nombrado su albacea. Una mujer de oscuro me abri la puerta en
casa de Mrquez, el abogado-notario, a las afueras del pueblo. Era una
de las mejores viviendas de toda la comarca, con aire de chalet burgus.
Estaba hecha de piedra, y el gran portn oscuro se abri silenciosamente.
-
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Un cartel improvisado, deca: Despacho, los martes.
Me introdujo en un saloncito y, cuando el notario lleg, yo estaba
examinando un grabado en la pared. O su voz firme tras de m.
-Buenos das -me dijo. -Ha sido muy puntual.
Me volv, sobresaltado, y me encontr ante el hombre alto y plido
que conoca de siempre. An as, nunca nos habamos tuteado. Saba yo
que haba tenido que cumplir sesenta y siete aos, porque era un par de
aos mayor que la fallecida. Haba entrado sin hacer el ms mnimo ruido,y su aspecto resultaba impecable.
-Suelo serlo -dije con irona. -Eso, cuando me dejan mis pacientes.
-l me invit a pasar a su despacho.
-Un caso lamentable ste -dijo con dignidad. Era una pieza oscura,
que en cierto modo recordaba el oratorio de la seora Ramos. Los
muebles eran severos, adornados con cabezas de guerreros y tallas
diversas. Los cortinajes eran color granate, muy pesados, y la mesa que
serva de escritorio estaba abarrotada de papeles. Se sent tras la mesa,
y aadi: -La pobre Mara, quin iba a decirlo.
De momento, me qued confuso. Debo reconocer que no recordaba
el nombre de la muerta; en realidad, nadie la llamaba por su nombre de
pila. Era la seora Ramos para todos, aunque nunca hubiera estado
casada. Ramos era el apellido de su padre. Quizs, el haberse hecho
cargo del sobrino le haba dado un aura de maternidad.
-Es verdad -afirm, convencido. -Por cierto, no he visto al muchacho.No ha venido a la lectura del testamento?
l contest tranquilamente.
-Debe conocer el contenido del documento, porque no se ha
molestado en hacer acto de presencia. -Ante mi mirada de extraeza,
aadi: -Es un mala cabeza. Hubiera dilapidado en poco tiempo el capital.
Vi, reflejado en la vitrina de cristales, cmo se abra la puerta tras de
m. Apareci la hija del notario con un vestido de lunares. Era una chica
-
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bonita, con una melena castaa y un cierto aspecto enfermizo.
-Buenos das, doctor -me dijo. -As que es usted el albacea.
Yo asent, sonriendo. La conoca desde nia.
-As es -contest, mientras ella se aproximaba y me besaba en la
mejilla.
El abogado se inclin sobre la mesa, con los dedos suavemente
apoyados en el borde. Haba ocupado un gran silln frailero, mientras que
yo me haba sentado en una silla de alto respaldo.-Cuando quiera, podemos empezar -me dijo. Luego se volvi hacia
su hija. -Acrcame aqulla carpeta -indic. -Aqulla gris, con las esquinas
negras.
-La chica se acerc a la mesa con la carpeta gris en la mano. La dej
sobre el montn de papeles.
-Si no me necesitas, me voy -le dijo a su padre. -Quiero llegar a la
ciudad antes de que cierren las tiendas. -l la mir un momento, y haba
en sus ojos un brillo de ternura.
-Ten cuidado en la autopista -aconsej. -Ha habido varios accidentes
estos das.
La muchacha se despidi alzando la mano. Recostndose en el
silln, el notario tom el abrecartas y rasg un sobre grande y amarillo.
Empez a leer el testamento, donde Mara Ramos declaraba dejar todos
sus bienes muebles e inmuebles, as como sus tierras en el pueblo, al
asilo de ancianos. Apenas haba ledo la mitad del documento, cuando lointerrump.
-No hereda nada su sobrino? -pregunt. l hizo una mueca
desdeosa, y deliberadamente inici la operacin de limpiar sus lentes,
no hablando hasta haberlos devuelto sobre su nariz.
-Nada, de nada -afirm, tajante.
Me pareci que haba enrojecido, y luego sus mejillas se tornaron
cenicientas conforme avanzaba en la lectura. Al final cerr la carpeta de
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golpe, con el sobre dentro.
-Es todo? -pregunt, y l afirm en silencio.
Sin una palabra ms, retir la carpeta dejando sobre la mesa la copia
destinada a m como albacea. Con un profundo suspiro se volvi desde
la estantera de oscura madera, tallada con cabezas de guerreros. Yo
carraspe.
-Debi ser hermosa cuando joven -dije, pensativo. l me mir de
arriba a abajo.-A quin se refiere? -pregunt. Yo me sobresalt de nuevo.
-Me refiero a Mara Ramos -le dije, un poco avergonzado. -Pienso
que tuvo que ser francamente hermosa.
Pareci haberse esfumado el aire de eficiencia profesional de aquel
hombre, dando paso a una expresin dolorida. Vino, y acerc una silla a
mi lado, en forma amigable.
-Lo era -dijo, y su voz estaba velada por la emocin.
Hablamos de las cosas del pueblo, y de los jvenes que preferan
marchar a la ciudad. La edad media de los vecinos se elevaba cada vez
ms, en forma alarmante.
-Pronto no quedarn ms que los viejos -indiqu. l procur ocultar
su desaliento con un ademn.
-Quiz sea un fenmeno reversible -dijo. -Quiz nuestros nietos, si
es que los tenemos, sientan la necesidad de volver a sus races.
Pareca cansado. Saba yo que haba disfrutado poco tiempo de lavida matrimonial. Su esposa, una belleza sudamericana hija de
emigrantes espaoles, lo haba abandonado dejndolo con la nia muy
pequea.
-Cuando no tengan ms remedio -dije yo. -Cuando la ciudad los
expulse a ellos.
La idea debi parecerle poco generosa, y la desech.
-No exactamente -dijo. -Algo tiene que quedar en ellos de amor por
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el lugar donde vivieron sus mayores.
-Es usted optimista -le dije, sonriendo.
l se haba levantado. Tom una carpeta del estante superior, y
repas su contenido. Luego se volvi, diciendo:
-Algo me hace pensar que no llegar a conocer a mis nietos.
***
Supe luego que el sobrino de la seora Ramos estaba negociando
con las monjas la compra de la casa, por muy poco dinero.-Han venido albailes de fuera -me dijo Rosario, mientras recoga la
mesa. Me mir agudamente, como si quisiera sondearme, y aadi: -
ltimamente lo veo ms delgado, doctor. Es claro, no prueba usted el pan
en las comidas.
Por ella supe que estaban haciendo importantes modificaciones en
la vivienda. El oratorio desapareci, y qued incorporado a un gran saln
en la planta baja.
-Estn poniendo calefaccin de agua caliente -me dijo la mujer
asombrada, mientras me estaba sirviendo una maana el suculento
desayuno. -Todo el papel de las paredes lo han cambiado a gusto de l.
Tambin han cambiado las cortinas, y las tapiceras.
Inmediatamente una gran variedad de sonidos se posesionaron de
la casa; cada cierto tiempo, y hasta altas horas de la noche, podan orse
msicas y risas. La virgen de la Sierra volvi a su capilla, y con ella el
aderezo de plata y marquesitas, a falta de un pendiente.-Es una imagen linda -decan las mujeres, santigundose. -Y es
bueno que haya vuelto al lugar que le corresponda. Creen los ricos que
todo puede comprarse con dinero, pero lo sagrado no puede tocarse,
nunca jams.
***
No soy hombre que crea en los milagros, pero no tengo ms remedio
que admitir ciertas curiosas coincidencias que explico por el juego de las
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estadsticas. No ha sido la primera vez en mi vida que he tropezado con
la casualidad.
-A usted lo persiguen los duendes -me dice Rosario, mirndome
como a un bicho raro. -Deba usted haber nacido en viernes santo. Sabe
que los nacidos ese da son un poco brujos?
Eso no son ms que puras casualidades -trato yo de explicarle. -Es
que me fijo un poco en las cosas.
Ella guarda silencio, pero menea la cabeza como si otra le quedarapor dentro.
En una de las humildes casas que hay en el arrabal del pueblo, hacia
la sierra, vive un leador con su familia. Adems de sus cuatro hijos tena
con l un sobrino, un nio de ocho aos que tuvo una hermana soltera.
Se llama Elas. Su madre se fue un da a la ciudad a colocarse de criada,
y nunca ms volvi por el pueblo.
-Buena criada est esa -decan las mujeres. -Siempre fue
desahogada, desde que le salieron los dientes se mora por unos
pantalones.
-Pobre chiquillo -me deca Rosario, suspirando. -Gracias a que tiene
a su to.
El nio es deficiente, y suele sentarse a la puerta de la escuela a ver
cmo entran y salen los otros chicos del pueblo.
-Elas, cmo es la O? -le preguntan. l forma la letra con el ndice
y el pulgar unidos, y los mira a travs de ella. Entonces, en el mejor de loscasos, le tiran caramelos; otras veces no son ms que papeles o trozos
de tiza, que l recoge y guarda cuidadosamente.
Es un chiquillo con un fuerte raquitismo, que representa menos edad.
Yo he solicitado para l varias veces una plaza en instituciones benficas,
pero siempre me la han denegado.
-Tenemos casos sangrantes en extremo -me dicen. -El nio, segn
el informe, tiene familia y cario. La vida del pueblo es ms sana para l
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que la de la ciudad.
Quiz tengan razn, o al menos eso hace que me consuele de mi
fracaso. En el fondo, creo que el muchachito es feliz, enmedio de sus
animales y con sus paisanos. Es simptico y carioso, y las monjas del
asilo me haban prometido llevrselo con ellas en cuanto cumpliera los
diez aos.
-Comprenda, doctor -dijo en cierta ocasin la superiora. Es muy nio,
y nosotras tenemos demasiado trabajo con nuestros ancianos. Nopodemos cargarnos con esa responsabilidad.
La superiora es una mujer de edad, que hace virgueras con las
pocas ayudas que recibe; as que la herencia de la seora Ramos supuso
para ella y sus viejos la solucin de muchos problemas. Es pequea, de
piel blanca y transparente, y sus ojillos azules y agudos estn casi ocultos
entre finas arrugas.
-Y yo lo comprendo -le dije, resignado. -Esperemos a que crezca,
hasta que pueda serles til en la cocina o en la casa. l encontrar un
lugar adecuado, y a ustedes puede hacerles algn pequeo servicio.
Lo que no dije, es que yo tambin me sentira ms tranquilo,
habiendo salvado mi responsabilidad.
***
Bien, fue una noche cuando me llamaron. Vino a buscame el leador,
y me llev a su casa, donde el nio tonto se quejaba de fuertes dolores.
Se agarraba el vientre y tena inflamado el abdomen, por lo queenseguida pens en un ataque agudo de apendicitis.
-Hace mucho tiempo que est as? -pregunt. l me dirigi una
mirada dolorida. La esposa del leador lo haba cogido en brazos y lo
apretaba contra s, envuelto en una manta. El nio respiraba fuertemente.
Le acarici las mejillas, que ardan.
-Ayer noche ya le dola -dijo la mujer con desaliento. -Le he puesto
calor, pero no se le pasa.
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-Vaya -dije, y me pas la mano por la frente. Si algo tema eran los
remedios caseros de aquellas gentes; no me cansaba de insistir en que
se limitaran a avisarme cuanto antes. Ella me mir, ansiosa.
-He hecho mal? -me pregunt en voz baja. Yo no le contest.
-Hay que hospitalizarlo cuanto antes -indiqu.
Echamos al nio en el catre y lo estuve auscultando. Tena el vientre
timpanizado. Sal del cuartucho preocupado por el cariz que haba tomado
aquello, y la mujer sali tras de m.-Esta maana empez a vomitar -dijo, accionando. -Estaba doblado
cuando lo encontr, apoyado en la banqueta.
-No dejen que se mueva de la cama -le dije. -Y, desde luego, no le
pongan calor ni le den nada de comer ni de beber. Voy a avisar a una
ambulancia para que venga a buscarlo.
Entr un momento a ver al chico, y me encontr con sus ojos
brillantes de fiebre.
-Pronto te pondrs bien -le dije con una sonrisa, aunque dudaba que
me comprendiera. El leador pareci percatarse de que algo no marchaba
bien en absoluto.
-Es muy grave, doctor? -pregunt en voz baja. Yo vacil.
-Parece apendicitis -dije. -Hay que llevarlo cuanto antes a la ciudad.
-Ha pasado el da muy inquieto, y delirando -dijo l. Yo no quise
reprocharle nada; lo consider intil.
-Es natural -asent. - Tiene mucha fiebre.Antes de irme le inyect un antibitico. La mano de la mujer temblaba
mientras me tenda una toalla. Me mir un momento, frunciendo las
comisuras de la boca.
-Va a morirse? -pregunt.
-Espero que no -dije, desconcertado. -Todo depende de la rapidez
con que pueda hacerse la intervencin. Habr que hacer anlisis y
radiografas.
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***
Desde aqu se precipitaron los acontecimientos. Puse una
conferencia al lugar ms cercano que contaba con instalaciones
adecuadas, y aquella misma noche una ambulancia vino a buscarlo.
El especialista me mostr las placas. Yo las mir, extraado. Un
pequeo objeto pareca haberse alojado en el estmago, y por el tamao
y la forma pareca ser una insignia o un pequeo broche. l se adelant
a mi pregunta.-Se ha tragado este pequeo objeto metlico, con una pa curvada
que se ha incrustado en el epigastrio -seal. -Es lo que le ha provocado
la inflamacin y los fuertes dolores. -Yo asent.
-El nio est falto de defensas -dije. -Quiz una criatura bien
alimentada no hubiera sufrido los mismos daos. -l afirm, volvindose.
-Exactamente -dijo. -Los anlisis demuestran que hay una fuerte
anemia en el chiquillo.
Tuve que volver al pueblo, dejando a Elas en buenas manos. Luego,
cuando el pequeo enfermo estuvo repuesto, el cirujano me mand con
l una carta, y acompandola un envoltorio de algodn.
Mientras yo lo desenvolva, l me miraba ansiosamente. Luego,
cuando lo tuve en la mano, se abalanz a cogerlo.
-Espera, pequeo -dije, esquivndolo. -Quieres tragrtelo otra vez?
-Me dirig a Rosario, que se haba apresurado a quitarle sus ropas viejas,
y a ponerle una camiseta ma que le serva de camisn.-He decidido que el muchacho pase la convalecencia en mi casa -le
dije. -En la de sus tos no pueden darle los cuidados que ahora necesita.
-La mujer junt sus manos como si le hubiera venido un castigo del cielo.
-Vlgame Dios -se lament. -Era lo que nos faltaba, un incordio como
ste.
Rezongando fue hacia la cocina. Yo saba que su apariencia de
mrtir no era ms que una farsa; en el fondo estara orgullosa de sentirse
-
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ante todos protectora del pequeo.
-Te gusta esta casa? -le dije al nio, agachndome a su lado. -
Quieres quedarte aqu?
Por su sonrisa vaca vi que haba comprendido y que le gustaba la
idea. Yo tena la cara cerca de la suya; de forma imprevista me bes, y
sent la mejilla llena de humedad.
-Eso est muy bien, muchachito -le dije, enderezndome. -Seremos
buenos amigos.Mir el pequeo objeto sobre el algodn donde me lo haban enviado.
Tom el pendiente de marquesitas que brill entre mis dedos, y lo
mantuve en alto para que pudiera verlo; pero esta vez el muchacho no se
inmut. Por el contrario cogi mi mano y la junt con la suya, como si
estuviera comparando el tamao de las dos. Por fin, cuando estuvo
complacido por el resultado de su pesquisa, me mir fijamente y se
seal la boca. Yo saqu un caramelo del bolsillo y se lo d
-Esto s se come -le dije. -Pero ten cuidado, no te lo vayas a tragar
entero.
Despus de observarlo un momento, lo meti en la boca y sus
mejillas enrojecieron de placer.
***
Empez a comer enseguida con apetito, y mejor a ojos vistas. En
la tienda del pueblo le compr alguna ropa, y pronto era difcil
reconocerlo. Haba dado un estirn; los chiquillos lo miraban con ciertaenvidia, y l se plantaba a diario ante la escuela con su ropa nueva,
sonriente, como si estuviera muy orgulloso de su aspecto y de lo
sucedido.
En un primer momento, no quiso o no pudo contestar a mis preguntas
acerca del pendiente. O bien no alcanzaba su significado, o se estaba
haciendo el distrado. Me miraba, y no haca ningn gesto.
Decid no fatigarlo con mi insistencia, guard el pendiente en el
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bargueo para cuando se presentara una ocasin propicia, y no volv a
hacer ninguna alusin a la forma en que lo haba encontrado, y tragado
luego. Procuraba ponerme a su altura, y trataba de que los dems lo
hicieran tambin.
Poco a poco logr ensearle algunas cosas sencillas, y al mismo
tiempo se acabaron las burlas. Rosario se port como yo haba esperado,
y no me defraud. Mientras el nio se desayunaba un espumoso vaso de
leche con cacao, ella me mir con expresin de crtica.-Cree que va a hacerse luego a estar en casa del leador?
Ya haba pensado yo en eso, y me preocupaba. Tambin me haba
inquietado el que lo reclamara su familia antes de que estuviera repuesto,
pero esto no sucedi. Ni siquiera acudieron a verlo una sola vez.
Estaba ya en mi casa tan confiadamente como si siempre hubiera
estado all y, sin embargo, yo tena que tomar alguna decisin al respecto.
Algunos das se mostraba alegre y confiado, pero a veces pareca
enteramente otra persona, cariosa, pero triste.
-Te pasa algo, Elas? -le preguntaba yo, pero l pareca ausente,
como si ni siquiera me hubiera odo. Rosario me diriga una mirada
magntica.
-Es la falta de madre -me deca.
Todas las noches, al acostarlo, tomaba mi mano y se la llevaba a la
cara, o la meda con la suya. La repeticin no pareca cansarlo, sino al
contrario; cada insignificante juego mo pareca ofrecerle el encanto de unnuevo y magnfico descubrimiento.
-Est mucho mejor -deca Rosario, orgullosa. -A este paso, va a
terminar por poder ir a la escuela.
Yo saba que eso nunca podra suceder, al menos en el pueblo;
solamente, gracias a una mejor alimentacin y cuidado, las cortas luces
del chiquillo estaban aflorando ahora. Pero no me haca demasiadas
ilusiones.
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-El nio es como es, y as debemos aceptarlo -contestaba yo
moviendo la cabeza.
***
El sobrino de la seora Ramos, dueo actual de la llamada casa
grande, estaba ausente durante toda la semana. Pero desde que haba
modernizado la vivienda pasaba aqu con frecuencia sbados y domingos,
acompaado casi siempre de algunos amigos, y siempre con chicas de
la capital.-Cada vez viene con una distinta -deca Rosario, gruendo. -Las tiene
de todos los colores: rubias, pelirrojas y hasta negras. Vaya un
desahogado -aada, frotando los dorados con tanto mpetu como si
quisiera borrar los pecados en el alma de Alberto.
-Es natural -deca yo, tratando de contemporizar. -Es la edad propia
para eso. Para cundo quiere que lo deje?
-Me parece que se est pasando -sentenciaba Rosario, mirndose
en una bandeja de plata. Luego suspiraba: -Por cierto, doctor, tiene usted
demasiadas cosas buenas en esta casa. Un da nos darn un disgusto.
Era su cantinela. Luego se iba a la cocina, rezongando, y yo me
senta momentneamente liberado. Pero en el fondo agradeca su
continua dedicacin, pues sin ella nunca hubiera podido desenvolverme
solo. Era cierto lo que deca acerca del dueo de la casa grande; varias
veces, al pasar por la carretera de vuelta de mi paseo dominguero, ya
cada la tarde, mir hacia la casa y vi las luces encendidas en eldormitorio principal. El farol que haba en la fachada proyectaba su luz
sobre la acera silenciosa hasta altas horas de la madrugada, y a veces
segua encendido cuando amaneca.
Un domingo por la tarde volvamos el chiquillo y yo de una finca,
donde la mujer del colono haba dado a luz. Yo en el pueblo he tenido que
ejercer siempre de partero, as como de cirujano y forense, si era
necesario. La mujer haba tenido una hermosa nia.
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-Se llamar Mara del Monte -dijo el padre, satisfecho. -Para eso ha
nacido aqu.
De vuelta al pueblo, en el lugar en que el camino secundario
enlazaba con la carretera, nos detuvimos un momento a coger unas flores
silvestres. Desde all vimos un coche que se acercaba.
-Ven ac, Elas -dije, tirando del chico. -No vayan ahora a
atropellarte.
A pesar de haberse repuesto, an pareca una pluma por lo ligero. Secobij contra m, mientras el vehculo se acercaba entre la polvareda.
Era un coche gris, y era la primera vez que yo lo vea en el pueblo.
El automvil se haba acercado a la derecha, disminuy la marcha y se
detuvo a nuestra altura. Alguien sac un brazo por la ventanilla, del lado
del conductor.
-Buenas tardes, doctor -dijo la voz de Alberto, el sobrino de la seora
Ramos. Levant la mano a mi vez.
Buenas tardes, Alberto -le dije. -A pasar el fin de semana?
-A dar una vuelta por el pueblo -dijo l. -Traigo a alguien conocido.
Recuerda a la seorita?
Mir a la mujer que iba a su lado, y creo que no pude ocultar un gesto
de asombro. Era una chica rubia, y tard en darme cuenta de que se
trataba de la enfermera, tanto haba cambiado. Desde el funeral de la
seora no la haba vuelto a ver, pero no haba pasado tanto tiempo.
-Claro que la recuerdo -dije. -Cmo no.Me inclin, y di unos golpecitos en el cristal delantero, sonriendo. Ella
me devolvi la sonrisa, un tanto azarada. Luego volvi a mirar a la
carretera. Llevaba un vestido tan llamativo que pareca una modelo.
-Quiere que lo llevemos al pueblo? -dijo l.
Yo segua sorprendido por el aspecto de aquella mujer. Ella trataba
de mostrarse indiferente, pero me pareci que estaba muy nerviosa. Le
dirigi al compaero una rpida mirada.
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-No ibas a llevarme al molino? -pregunt. Su tono era suavemente
autoritario. l se encogi de hombros.
-Podemos entrar antes en el pueblo -dijo. -Hay tiempo de sobra.
La observ de nuevo. Era completamente diferente a la muchacha
que yo haba conocido. En lugar de una enfermera diplomada pareca una
actriz de revista.
-Es igual -dije, molesto. -Prefiero ir andando.
Cuando pude darme cuenta, el nio que se haba quedadoesperando en la cuneta, corri hacia el automvil. Empez a aporrear con
sus pequeos puos la portezuela, gesticulando.
-Aprtate -le dije, hacindolo a un lado. La muchacha hizo una mueca
desagradable.
-Quin es ese nio? -pregunt.
-Es un pequeo paciente del pueblo -contest. -Durante una
temporada lo tengo conmigo.
La encontraba ms delgada, y se haba cambiado el peinado.
Llevaba el pelo muy corto, lo que haca parecer su cara ms estrecha. Me
gustaba ms con sus trenzas doradas, aunque hubiera parecido entonces
un tanto pasada de moda.
-No van a subir? -dijo, como dndome un ultimtum. Yo me sent
francamente irritado.
-No hace falta -repet. -Prefiero pasear un rato. Hace una tarde
estupenda y no he caminado apenas hoy. -Luego aad, tratando demostrarme amable: -A mi edad, no hay ms remedio que procurarse algn
ejercicio fsico.
El nio haba dado vuelta al automvil, y sin que yo pudiera impedirlo
se encaram en la ventanilla abierta, del lado del conductor.
-Vamos, Elas, qu haces? -dije tirando de l, pero se haba
aferrado de tal forma al cristal que no pude desprenderlo sin peligro de
hacerle dao.
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Pero no fue aquello lo que ms me extra, sino la reaccin del
hombre. Lo mir con ojos furibundos a travs de la ventanilla. Y cosa
curiosa: el muchacho se agarr a la manga de su chaqueta, sealndose
la boca repetidamente con expresin de splica.
-Vamos, Elas -le orden. -No molestes.
l no me hizo ningn caso. Estaba muy alterado, y tampoco el
hombre disimul su nerviosismo. Empuj violentamente al chaval, de
forma que lo hizo caer.-Quita de ah -dijo speramente. Desde el suelo donde haba cado,
el nio lloraba y se sealaba la boca.
En el rostro del hombre le una fra clera; pens que lo hubiera
golpeado de buena gana, y si no hubiera tenido las piernas trabadas por
la portezuela, seguramente le hubiera propinado un puntapi a fin de
castigar su atrevimiento. Me pareca una reaccin desmesurada. Tragu
saliva.
-Perdona -le dije. -Pero el muchacho no puede hacerte nada.
Trat de levantarlo del suelo. Haba dejado de llorar y estaba sin
aliento.
-Malo -dijo, mirndolo. Se agarr la garganta con una mano, y movi
la cabeza poniendo los ojos en blanco. La mujer volvi la cabeza a otro
lado.
-Pero, qu hace este nio? -dijo con expresin de repugnancia. -
Parece que se ha vuelto loco. -Luego se volvi a mirarme. Sus ojos eranhermosos aunque un tanto inspidos, de un azul muy claro. Hacan
contraste con los ojos de un verde intenso de su compaero.
-No s lo que le pasa -contest yo, perplejo.
El conductor arranc de nuevo, y las ruedas chirriaron en la arenilla.
Tom la direccin del pueblo, casi sin despedirse. Abrac al pequeo, que
lloriqueaba, y not que estaba temblando. Apoyado en m se enjug las
lgrimas con la manecitas, y exhibi en una estpida sonrisa sus
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dientecillos renegridos.
-Mo -dijo, llevndose la mano a la boca.
-Eso est mejor -le dije yo. -Pero no tengo caramelos ahora. Cuando
lleguemos a casa te dar una bolsa para ti slo.