el aleph engordado

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Texto del escritor argentino Pablo Katchadjian publicado en 2009 por la Imprenta Argentina de Poesía (IAP). Ejercicio literario que consiste, como lo indica su título, en "engordar" el cuento de Jorge Borges "El Aleph", agregando palabras pero sin modificar ningún caracter del texto original.

TRANSCRIPT

  • I

    Pablo Katchadjian

    EL ALEPH ENGORDADO

  • Katchadjian, Pablo ' ;^ El Aleph engordado - la ed. - Bvienps Airei; Imprenta

    Argentina de Poesa, 2009. 56 p.; 17xlicm.

    ISBN 978-987-22636-8-3

    1. Literatura Argentina. l.Ttulo CDD A861

    Queda hecho el depsito que marca la ley. ISBN 978-987-22636-8-3

    Diseo: Guillermo Katchadjian

    Imprenta Argentina de Poesa (lAP) [email protected]

    Tel.: (-1-5411) 4963 6729

    Impreso en Argentina

    O God! I could be bounded in a nutshel!, and coimt myself a King of infinite space, were it not

    that I have bad dreams. Hamlet, II, 2

    But they wil! teach us that Eternity is the Stan-ding still of the Present Time, a Nunc-stans (as

    the Schools cali it); which neither they, or any else understand, no more than they would a Hic-

    stans OT an Infinite greatness of Place. Leviathan, IV, 46

    La candente y hmeda maana de febrero en que Beatriz Viterbo finalmente muri, despus de una im.periosa y extensa agona que no se rebaj un solo instante ni al sen-timentalismo ni al miedo ni tampoco al abandono y la indiferencia, not que las horribles carteleras de fierro y plstico de la Plaza Constitucin, junto a la boca del sub-terrneo, haban renovado no s qu aviso de cigarrillos rubios mentolados; o s, s o supe cules, pero recuerdo haberme esforzado por despreciar el sonido irritante de la marca; el hecho me doU, pues comprend que el incesan-

  • te y vasto universo ya se apartaba de ella^ Beatriz,,y que se cambio era el primero de nsi serie infinita de cambios que acabaran por destruirme tambin a m. Tena ya, un poco debido al calor y otro poco a mi nerviosismo, el cue-llo de la camisa completamente hmedo; me saqu la cor-bata y, como ofrecindole el gesto al fantasma de Beatriz, la tir a la basura; inmediatamente me arrepent y estuve a punto de meter la mano en el cesto para rescatarla. Cam-biar el universo infinito pero yo no, pens con melanc-lica vanidad=auto indulgente^ una vanidad autoindulgente que tambin me generaba una vergenza doble cuando la descubra responsable de actos como el que acababa de realizar. Alguna vez, lo s, mi vana devocin la haba exas-perado a Beatriz hasta el punto del vituperio; muerta, yo poda consagrarme a su memoria, sin esperanza pero tam-bin sin humillacin. Los insultos y burlas que tanto me haban dolido desaparecan con ella; justamente, la corba-ta preferida de Beatriz era ahora el smbolo del comienzoj de su segunda muerte. La interpretacin me anim,|aun-que slo se trataba de un paliativ
  • me qued a comef y luego, con. la excpa de que mi asa. estaba siendo pintada, me qued a dormir. As, en aniver-sarios melanclicos y vanamente erticos, recib las gra-duales confidencias de Carlos Argentino Daneri, que invariablemente apareca en mi habitacin a las cinco y cinco de la maana y me preguntaba varias veces, con vo-lumen creciente, si dorma; luego me tocaba escucharlo semiconsciente por una hora hasta que me levantaba, me vesta y desayunbamos juntos. A la cuarta vez descubr que haba quedado prisionero de un ritual anual que me disgustaba; el disgusto, de a poco, fue pasando del ritual a Carlos Argentino; slo pude volver a disfrutar del ritual cuando Carlos Argentino se convirti para m en alguien ya del todo insoportable y, por lo tanto, irremediable y especial.

    Beatriz era alta, frgil, muy ligeramente inclinada como una torre itahana; haba en su andar (si el oxmoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de x-tasis racional, una decisin involuntaria; Carlos Argenti-no es rosado, considerablemente rosado, canoso, de rasgos finos y afilados. Ejerce no s qu cargo subalterno en una bibhoteca ilegible, hmeda y desordenada de los arrabales del Sur; es autoritario y lcido, pero tambin es ineficaz y necio; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de dis-tancia, la ese italiana y la copiosa gesticulacin italiana so-breviven en l; cuando habla miieve las manos como si quisiese hacer circular el aire viciado;[cuando se enoja se pone colorado y sus rasgos, podra decirse, engordan) cu-

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    riosamente, esos rasgos engordados resultan mucho ms atractivos quefiosHhos'y filosos originales. Medit mucho sobre esto sin llegar a conclusiones firmes hasta que, me-dio en broma, o al menos sonriendo, hoje en mi bibliote-ca la primera y probablemente nica edicin (Pars, 1663) de la obra de Peruchio dedicada entre otras cosas a la fisiognoma y llegu, por azar, al dibujo correspondiente al tipo del extravagante, que si bien no se pareca en nada a Daneri en estado de reposo s resultaba sorprenden-temente similar al Daneri engordado.

    Qu ms se puede decir de l? Su actividad mental es con-

    tinua, apasionada, verstil y del todo insignificante; es ca-

    li

  • paz de resumir en pocas palabras lo=f libros ms complejos de un modo que uno llega a preguntarse si realmente fue-ron alguna vez cornplejos. A causa de este|?^verso ejerci-ciojsuyo me vi obligado a releer libros que haba olvidado para descubrir que, .paradjicamente, la complejidad se-gua ah a la vez que el resumen de Carlos Argentino ers^ preciso.Sobre esto no medit; lo atribu al misterio. Siem-pre, por lo dems, abunda en inservibles analogas y en ociosos escrpulos. Tiene (como Beatriz) grandes y afila-das manos hermosas de pianista vienes. Durante algunos meses padeci la obsesin de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable; o quiz por ambas cosas: por la gloria intachable de sus baladas. Es el Prncipe de los poetas prncipes de Francia, repeta con fatuidad. En vano te revolvers contra l; no lo alcan-zar, no, la ms inficionada de tus saetas: todas sus comas son perfectas.iCuando hablaba de esta forma afectada la ese itahana se transformaba en un ceceo que anulaba la afectacin, como si l mismo tratara de burlarse de su tono. Era, a pesar de todo, una estrategia inteligente, aunque te-na consecuencias. Un da, antes de despedirme hasta el ao siguiente, maliciosamente se lo hice notar; se retir sin saludarme. Al ao siguiente pareca haber olvidado el asunto; no me sent responsable por la agudizacin del ceceo.

    El 30 de abril de 1941 me permit agregar al alfajor y al vino patero una botella de coac del pas de Paul Fort. Carlos Argentino lo prob, lo juzg interesante y empren-

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    dio, al .cabo de unas copas, una desbordada vindicacin

    del hombre moderno. Lo evoco dijo con una animacin algo inexplica-

    ble aunque predecible en su gabinete de estudio, como si dijramos en la torre albarrana de una ciudad, como la de Montaigne, quiz, pero cuadrada, provisto de telfo-nos, de telgrafos, de fongrafos, de banderines, de apara-tos de radiotelefona, de bolgrafos, de cinematgrafos, de linternas mgicas, de luces amarillas, de glosarios, de ho-rarios, de prontuarios, de posters coloridos, de boletines...

    Observ que para un hombre as facultado el acto de viajar era intil; nuestro siglo XX haba transformado la fbula de Mahoma y de la montaa; las montaas, ahora, convergan sobre el moderno Mahoma(hasta aplastarlo/Lo gratuito e inadvertido de su hereja me hizo sonrer. Pero tan ineptas me parecieron, de todos modos, esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposicin, que las relacion in-mediatamente con la peor literatura de la poca; con de-masiada pedantera, le dije que por qu no las escriba y pubhcaba un librito. Previsiblemente molesto, respondi ceceando y con los rasgos un poco engordados que ya lo haba hecho, que esos conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augura!, Canto Prologal o simplemente Canto-Prlogo de un poema en el que tra-bajaba desde haca veinte aos, sin rdame, sin bullanga ensordecedora y barata, siempre apoyado en esos dos b-culos que se llaman el trabajo y la soledad, y que su exten-sin le impeda pensar en un librito: ya tena ms de mil

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  • pginas. Luego, satisfecho con l confesin aunque ner-vioso, me revesu mtodo como si de uri Secreto se trata-ra: primero abra las compuertas a la imaginacin; luego haca uso de la lima; finalmente, soplaba. El gran poema se titulaba La Tierra; tratbase de una descripcin del pla-neta en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digre-sin, el lujo lingstico y el gallardo apostrofe. Entusiasmado, ceceando y ya notablemente engordado, agreg que tampoco faltaba la literatura. La palabra qued resonando alrededor nuestro; yo qued confundido. Qu quera darme a entender? Se trataba de un ataque perso-nal? Su nariz haba tomado la forma de dos bombones pegados y semiderretidos; los prpados se haban hincha-do, como los de esos peces del jardn japons, hasta cubrir por completo los globos oculares. No poda verme, y eso lo alent para estirar las manos, tambin gordas y blandas, y tocarme la cara. Me corr, asqueado. O sonidos que sa-lan de sus labios inflamados. Qu, Carlos? No te entien-do, le dije, liviano y todava sobrador. Pero inmediatamente sent vergenza y culpa por su estado. Por qu haba dicho eso del librito^.

    En un intento por deshincharlo, le rogu que me leye-ra un pasaje, aunque fuera breve, brevsimo, de la gran obra. Le expliqu que su descripcin me haba entusiasmado y que no me ira sin or ms no fuera dos versos cortos. Lue-go de mentir as sent que enrojeca de vergenza; parale-lamente, Carlos Argentino empezaba a deshincharse. Con manos todava gomosas abri un cajn del escritorio y sac

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    un alto legajo de hojas gruesas de block estampadas con el membrete de la Bibhoteca Juan Crisstomo Lafmur que se le cayeron y desparramaron por el suelo; me agach para levantarlas y, ya en el piso, descubr mi torpeza: l las ha-ba dejado caer a propsito. Cuando me par y se las al-canc, vi que el placer de la venganza lo haba deshinchado del todo; ya era el mismo de siempre, fino y filoso. Me mir con arrogancia y ley con sonora satisfaccin:

    He visto, como el griego, las urbes de los hombres divertidos, los trabajos, los das de varia luz, el hambre y el lamido; no corrijo los hechos, no falseo los nombres, escribo, pero el voyage que narro, es... autour de ma chambre, amigo.

    Estrofa a todas luces interesante dictamin el pe-dante. El primer verso "granjea el aplauso del catedrti-co, del acadmico, del helenista, del tratadista, cuando no de los eruditos a la violeta, sector considerable de la opi-nin pblica que por esta vez recibe mis caricias con la adjetivacin del final; el segundo pasa de Homero a Hesodo (todo un implcito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poesa didctica), no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo est en la Escri-tura, la enumeracin, congerie, lista o conglobacin; el tercero barroquismo, decadentismo, vanguardismo; culto depurado y fantico de la forma o del contenido? consta de dos hemistiquios ms o menos gemelos altera-dos por la autorreferencia final, pura metahteratura; el

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  • cuarto, francamente bilinge, n:^diante.la frase engarzada me asegura el apoyo incondicional de todo espritu amigo sensible a los desenfadados y bajos envites de la facecia|se entiende?, del chiste.^ Nada dir de la rima rara y delicada ni de la ilustracin que me permite, sin pedantismo ni grosera!, acumular en cuatro versos tres... no, cuatro alu-siones eruditas que abarcan treinta siglos de apretada lite-ratura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y das, la tercera a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del saboyano y la cuarta a un gran poeta del pas amaznico... Comprendo una vez ms que ciarte moderno exige el blsamo de la risa, el scherzo libe-

    , rador, por ms que no nos guste. Mirandolina! I Forlipopoli! Decididamente, tiene la palabra Goldoni!

    Mientras en mi cabeza resonaba desagradablemente el nos de su no nos guste, Carlos Argentino me ley y reley otras muchas estrofas que tambin obtuvieron su aprobacin y su comentario profuso'y desbordado. Nada realmente memorable haba en ellas; ni siquiera las juzgu mucho peores que la anterior^ue todava las recuerde no

    j me hace dudar de lo olvidable de los versos; ms bien me i obliga a reflexionar sobre la capacidad de seleccin de mi' I memori^En su escritura haban colaborado la apHcacin,

    la resignacin y el azar; luego, el azar, la resignacin y la aplicacin; siempre doble y espejado, en ese orden. Las vir-tu3es que Daneri les atribua eran posteriores, sin duda, aunque esto permita elaborar y sospechar toda una teora de la inspiracin.)0 era que la crtica slo tena lugar cuan

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    4,

    do la hteratura se retiraba? Misterio... Comprend, de todos modos, que el trabajo de poeta no estaba en la poesa; estaba en la invencin de razones para que la poesa fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para l, pero no para los otros.fAunque no ocurra

    ' a veces eso tambin'i No era posible pensar en poetas que se tomaban ese trabajo y tenan xito en modificar la obra para los dems? Porque si no, crea yo en la inspiracin, as, sencillamente, y en la objetividad del trabajo del crti-co? Estaba, adems, la forma del recitado. La diccin oral de Daneri era extravagante y por momentos ceceante; su torpeza mtrica le ved, salvo contadas veces, trasmitir esa extravagancia al poema.'

    Una sola vez en mi vida he tenido ocasin de examinar los casi quince mil dodecaslabos del Polyolbion o quiz Poly-Olbion, esa epopeya topogrfica en la que Michael Drayton registrla fauna, la flora, la hidrografa, la orografa, la mi-nera, la historia militar y monstica de Inglaterra basndo-se, sobre todo, en la Britannia, de Wifliam Camdenr La

    ' Recuerdo, sin embargo, estas lineas de una stira n que fustig con rigor a los

    malos poetas:

    Aqueste da al poema belicosa armadura blanda

    De erudicin; estotro le da pompas y galas, guiriandas.

    Ambos baten en vano as ridiculas alas y mandan...

    Olvidaron, cuitados, el factor HERMOSURA EXTRAA!

    Slo !a duda sobre la cacofnica rima final y el temor de crearse un ejrcito de enemigos implacables y poderosos lo disuadieron (me dijo) de publicar sin

    miedo el poema.

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  • primera parte se public en 161| y la segunda jhto con la primera en la edicin completa de 1622; esa edicin; que es k que pude consultar esa nica vez en casa de H., un coleccio- -nista, incluye una ilustracin que cada tanto vuelvo a ver en sueos. Es la correspondiente a los ignotos condados de Glamorganshire y Monmouth-shire, que si bien resulta si- | mlar a otras del mismo libro y de otros libros de la poca, ; tiene algo que inexplicablemente me perturba y me produce ; una alegra oscura: ;

    En todo caso, estoy seguro de que el Poly-Olbion, ese producto considerable pero sabiamente limitado a lo que i se propona en palabras del propio Drayton: a i chorographicall description of this renowned Isle of Great Britaine, es muchsimo menos tedioso que la vasta em- ;

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    presa congnere de Carlos Argentino. ste, ms ambicioso e ingenuo, se propona versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya haba despachado unas hectreas del estado de Queensland, ms de un kilmetro del curso delOb, un espa-cio oculto e irregular dentro de un ladrillo hueco de una de las paredes de su casa, un gasmetro al norte de Veracruz, las columnas de un templo pagano de Armenia, las princi-pales casas de comercio de la parroquia de la Concepcin, algunos grabados pornogrficos hechos por presos de la Isla del Diablo, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Setiembre, en Belgrano, el interior y exte-rior de una casa de masajes de Amslerdam y un estableci-miento de baos turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton, Me ley ciertos laboriosos pasajes de la zona aus-trahana de su poema;;esos largos e informes octodecaslabos con apariencia de alejandrinos estirado^ carecan de la rela-tiva agitacin del alarmante prefacio. Copio una estroa|que recuerdo;

    Sepan. A manderecha del poste rutinario que me gusta (Viniendo, claro est, desde el Nornoroeste de cemento) Se aburre una osamenta Color? Blanquicekste muy incierto que da al corral de ovejas catadura de osario y vida injusta.

    Dos audaciasgrit con exultacin rescatadas, te oigo mascullar, por el xito! Ms de dos! Lo admito, lo admito, son muchas. Una, el epteto rutinario, que certeramente denuncia, en passant, el inevitable tedio in-

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  • herente a las faenas pastoriles y|igrcQlas, tedio que ni las Gergicas ni nuestro ya laureado Don Segundo se atrevie-ron jams a denunciar as, al rojo vivo;|Dtra, en l mismo verso, la confesin del poeta de que esa rutina le gusta, de tal forma que el rechazo en una primera instancia de lo buclico se convierte as en una aceptacin plena pero sub-jetiva y, por lo tanto, definitivamente moderna y hasta

    "masoquist.pna tercera, que me hincha de orgullo, la in-clusin sorpresiva, totalmente novedosa la mires por don-de la mires, del cemento en un paisaje campestre. Una cuarta: el enrgico prosasmo se aburre una osamenta, que el melin-droso amanerado querr excomulgar con horror pero que apreciar ms que su vida el crtico de gusto viril y argentino. Todo el verso, por lo dems, es de muy subidos quilates. El segundo hemistiquio, si puedo llamarlo as, entabla anima-dsima charla con el lector; se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y la satisface... al instante, jpara luego al final (incierto) dudar del dato dadoj/aqu el masoquista se vuelve sdico^Y qu me dices de ese hallazgo, blanquicelestel El pintoresco neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantsimo del paisaje australiano. Sin esa evocacin resultaran demasiado sombras las tintas del boceto y el lector se ve'ra compelido a cerrar el volumen, herida en lo ms ntimo el alma de incurable y negra melan-cola. Eso no me impide, de todos modos, incurrir en la denuncia existencialista de la opresin por medio del parale-lismo entre la faha de libertad en un corral y la insatisfaccin de ios hombres con sus vidas: injusticia y muerte, eso es el ltimo verso.

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    Hacia la medianoche, agotado, me desped hasta el 30 de abril siguiente,

    j Pero no fue as. Dos domingos despusfestaba jugan-I do con las variantes del famoso soneto combinatorio de

    Quirinus Kuhlmann cuandojoaneri me llam por telfo-no, entiendo que por primera vez en la vida.iMe desagra-d un poco al atender escuchar su voz filosa: en mi imaginacin, esos aparatos haban sido diseados para el coqueteo entre hombres y mujeres.!Para empeorar mi sen-sacin, Daneri me propuso que nos reuniramos a las cua-tro para tomar juntos la leche, y luego de un silencio que adjudiqu a su sadismo agr,eg: en el contiguo saln-bar que el progresismo de Zunino y de Zungrilos pro-pietarios de mi casa, recordars inaugura en la esquina; confitera que te importar conocer. No, no me importa-ba, pero sin saber por qu acept rpidam^^nte, con ms resignacin que entusiasmo pero tambin^supongp, como un modo de tomar alguna iniciativa en ese encuentro. Not enseguida, sin embargo, que mi velocidad de respuesta haba sido prevista por Daneri. V^v,

    p Llegu muy agitado al saln, con mpetu estudiado, ne-j cesitado de restablecer mi figura vagamente dominante en la ^ relacin. Nos fue difcil encontrar mesa; el saln-bar pro-

    jresista>>, inexorablemente moderno, era apenas un poco menos -^troz que mis previsiones; en las mesas vecinas, el excitad'- ''iblico mencionaba las sumas invertidas sin rega-! ;'r pot Vnnm.o v por Zungri. Ouinientos, seiscientos, sete-cientos, 'lfnblan e mi'es, me aclar Carlos Argentino

    '"^i.- ^ el o'o. Lueio nnj; asombrarse de no s qu

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  • primores d la instalacin de la luz
  • haca ms intefesahte, y not que incluso n4aba algo de envidiafyo era incapaz de perderla; los poetas la perdan. Entend que en eso consista su espontaneidad: era capaz de hacer cualquier cosa que quisiera!Yo, por el contrario, segua asociando la idea de espontaneidad a cierta remi-niscencia coloquial en la sintaxis o a una pureza emocio-nal no artificiosa en la eleccin lxica, pura retrica estandarizada de lo espontneoj^Era una estupidez: la ver-dadera espontaneidad consista n armar una retrica pro-pia de la espontaneidad sin pensar en los otrosviSu depravado principio de ostentacin verbal era espontneo; mis correc-ciones y observaciones, amaneradas y pretenciosas. De to-dos modos, yo no era un practicante de la espontaneidad, y no estaba seguro de querer serlo.

    Denost despus con amargura a los crticos literarios y a los periodistas culturales; luego, ms benigno, los equipa-r a esas personas, que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y cidos sulfricos para la acuacin de tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro.[luego agreg: EK problema es que por lo general indican mal|Nos remosJ Acto continuo censur aprologomana, de la que ya hizo mofa, en la donosa prefacin del Quijote,[Miguel de Cervantes Saavedraj el Prncipe de los Ingenios. Admiti,

    , sin embargo, que en la portada de la nueva obra convena el prlogo vistoso y derrochador, el espaldarazo firmado por el plumfero de garra, de fuste y dejjanjcj- Reconoci que eso lo avergonzaba pero que deba pensar en su trascendencia y

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    olvidar su orgullo: Si hago ahora una o dos cosas inofensi-vas que me disgustan, quiz en el futuro prximo pueda disfrutar d cierta felicidad y reconocimiento, e incluso de un poco de gloria. Acordars conmigo en que vale la pena. Sin meditarlo, dije que s. Agreg que pensaba publicar los can-tos iniciales de su poema, Comprend, entonces, la singular invitacin telefnica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco frragofMe incomod el orgullo que sent y rpidamente exhib una negativa corts y expliqu que no me consideraba merecedor ni capa^Pero mi temor result infundado: Carlos Argentino observ, con admiracin ren-corosa y disfrutando de la humillacin a la que me someta, que no crea errar el epteto al calificar de slido el prestigio logrado en todos los crculos por Alvaro Melin Lafinur, hombre de letras, que, si yo me empeaba como correspon-da, prologara con embeleso y brillo el poema. Vi que haba cado en una trampa: l haba esperado a que yo me excusa-ra como prologuista para luego pedirme un favor que, en falta, sin fuerzas y avergonzado, no podra sino aceptar. Dije que s, que lo hara. Para evitar el ms imperdonable de los fracasos, continu, yo tena que hacerme portavoz de dos mritos inconcusos: la perfeccin formal y el rigor cientfico, porque ese dilatado jardn de tropos, de figuras, de galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la seve-ra verdad. Agreg que Beatriz siempre se haba distrado con Alvaro. Distrado!, pregunt, ya^onvertido en trapo viejo.iVamos, me respondi con una sonrisa, mientras se

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  • jjaraba. Y estaba sacando dinero de4ni bolsillo cuando agre-g: Yo invit. ' . : (+;, S3WM^*,,,H:.it ,

    Asent, profusamente asent,corno un locoj Despus aclar, para mayor verosirnilitud e intentando recuperar un poco de dignidad, que no hablara el lunes con Alvaro, sino el jueves: en la pequea cena que suele coronar toda reunin del digno Club de Escritores. (No hay tales cenas ni podra haberlas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar los jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri poda comprobar en los diarios y que dotaba de cierta rea-lidad a la frasej^4enlirlej.iadems, me devolva valor y hu-manidad.) Dije, entre adivinatorio y sagaz y liviano, que antes de abordar el tema del prlogo, describira el curio-so plan de la gran obra, y remarqu la palabra gran para que l notara que me estaba burlando. l lo not y yo vi cmo se le hinchaban un poco la nariz y el cuello. No pude ver ms porque nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen, encar con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: a) hablar con Alvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz (ese eufemismo expHca-tivo me permitira nombrarla, hacerla aparecer ante l, en-tre nosotros, con familiaridad) haba elaborado un poema que pareca dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofona y del caosambos ya de por s infinitos; b) no hablar nada con Alvaro y hacerme el tonto con Carlos Ar-gentino; c) escribir un prlogo ambiguo y sutilmente cr-tico yo mismo y entregrselo a Daneri con la firma falsa de Alvaro, que yo saba hacer; d) pedirle al hermano de Alvaro,

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    Andrs.MeHn Lafinur, un oscuro contador no muy lcido, que hiciera un prlogo y lo firmara A. Mehn Lafinur; e) escribir a do con Alvaro un texto que destruyera las preten-siones de Carlos Argentino con la esperanza de disuadirlo de [a publicacin; f) decirle a Daneri que Alvaro espera el ma-nuscrito, retenerlo una semana y luego devolvrselo dicin-dole que Alvaro lo consider de un realismo de mal gusto y, en tanto ensayo de duphcacin del universo, frivolo y naif, ya que lo real no nos es dado ni resulta nunca del todo nombrable. Previ, lcidamente, que mi desidia optara por bf Lo acept y opt entonces yo tambin por b con la alegra de quien esquiva una decisin incmodal \

  • no? Y debaresignarme a qu est^eloriq ficado con la filosa voz de Garlos Argentino? Decid lo si-guiente: si l volva a llamarme, destruira este telfono con decisin, tal vez con un martillo. Felizmente, nada ocurri salvo mi decepcin de que nada ocurrier^; luego la sigui el rencor inevitable que me inspir aquel hombre que me haba impuesto una delicada gestin y luego me olvidaba.

    El telfono perdi sus terrores, y logr incluso que una amiga de mi hermana con una voz similar a la de Beatriz me llamara regularmente para hablar de cualquier cosa. Las charlas duraban pocos minutos, pero el efecto era be-nfico. Y todo marchaba adecuadamente cuando, a fines de octubre, Carlos Argentino me habl. Estaba agitadsimi); no identifiqu su voz, al principios todo se oa engomado. Pens inicialmente que se deba a un desperfecto tcnico y golpe suavemente el telfono; luego entend la frase in-dignante cosmogona adocenada. Le dije que se calmara y volviera a llamarme en diez minutos. Cuando !o hizo su voz haba mejorado considerablemente, no as su agita-cin. Con tristeza y con ira balbuce que esos ya ilimita-dos Zunino y Zungri, progresistas baratos y usureros, so pretexto de ampUar su desaforada confitera y su cuenta bancaria, iban a demoler su casa.

    Qu casa, Carlos? pregunt, tratando quiz de mostrarle que esa casa era para m de Beatriz,

    La casa de mis padres, ay, mi casa, la vieja casa inve-terada de la calle Garay! repiti, quiz olvidando su pesar en la meloda. Esto pasa por ser inquilino. Es inexplicable que nunca nadie haya pensado en comprar. La familia tuvo

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    buenos momentos, pudo haberse hecho... Fuimos la deca-dencia, mis padres siempre vivieron en la jactancia.

    No slo pude evitar rerme sino que, de hecho, no me result muy difcil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta aos, todo cambio es un smbolo detestable del pasaje del tiempo y de su incmoda finitudj adems, se trataba de una casa que, para m, aluda infinitamente a

    ^ Beatriz[como el telfono de baquehta negrai Quise aclarar ese delicadsimo rasgo; mi interlocutor no me oy. Insist.

    ]Me respondi que no poda en ese momento pensar en la baqueHta7Dijo luego que si Zunino y Zungri persistan en ese propsito absurdo y capitaHsta, el doctor Alvaro Zunni, su abogado, los demandara ipsofacto por daos y perjui-cios y los obligara a abonar cien mil nacionales o ms, quiz incluso tanto como para comprarles la casa de una vez. Agreg que poda resultar, incluso, que acabara que-dndose tambin con el saln-bar.

    El nombre de Zunni me impresion; su bufete, en Case-ros y Tacuar, es de una seriedad proverbial, aunque tam-bin se saba de casos dudosos y de criminales que gracias a l seguan en el oficio. A la vez me asust: por imposible que pareciera, ya la idea de que Carlos Argentino comprara la casa me produca una envidia negra, y si haba alguien capaz de concretar el milagro, se era Zunni. Interrogu, con tono calmo, si ste se haba encargado ya del asunto. Daneri dijo que le hablara esa misma tarde por telfono.[La palabra telfono me hizo temblar Luego^aneri agreg, con maHcia,

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  • que Zunni siempre se Haba entendido con Bcitrizj Estuve a punto de cortar, pero en lugar de eso habl: .

    Qu significa entodVZo? Zunni debe andar por los noventa aos...

    Significar? Bueno, pienso posibles estrategias. Ne-cesito a Zunni comprometido en esto como sea. No reco-nozco hmtes en esta batalla!

    'Pero qu se sabe de Zunni con Beatriz? Nunca o nada sobre eso...

    Hubo un silencio. Luego vacil y, con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy ntimo, cambi de tema: dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ngulo del oscuro stano haba un Aleph. Aclar que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos pe es-pacio)

    Est en el stano del comedor explic, aligerada su diccin por la angustia. Es mo, es mo, moj yo lo descubr en la^niez, antes de la edad escolar,Iy eso me cambi la vida yPara mejor? No lo s, pero ahora estoy fundido con el Aleph: slo veo a travs de l.; La escalera del stano es empinada, muy empinada; mis tos, siempre sobreprotectores, me tenan prohibido el descenso, pero alguien, quiz un mayordomo, dijo una vez que haba un mundo^e fantasa]en el stano. Se refera, lo supe despus, a un bal lleno dflibros infantile^ pero yo en ese momento entend que haba un mundo de fantasa verdadero, por fuera del papel. Ay,literatura! Baj secretamente, con miedo

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    y torpeza, rod por la escalera vedada, ca. Al abrir los ojos, en la oscuridad, vi el Aleph y entend por primera vez la secuencia Fibonacci.

    El Aleph? La secuencia Fibonacci? repet. S, la secuencia Fibonacci, de Leonardo Fibonacci,

    siglo doce.} Me sent avergonzado: No, no la ubico... Aunque me suena... S, seguro est en algn lugar de tu cabeza. Es 1,1,2,

    3,5,8,13,21,34,55,89,144... Ah, s, s, claro, la de los ptalos! Se me haba mez-

    clado con otra. Visualic el grfico inmediatamente:

    Est bien, s, la recuerdo dije, molesto. Y el Aleph?

    Bueno, eso es ms interesante. Es unlmihrab...

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  • Es el lugar donde estn, sin eonfundirse: todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ngulos.

    Como en fu poema! -exclam^ y lo espontneo de mi entusiasmo me avergonz. /

    Exacto! A nadie revel mi descubrimiento, pero volv. El nio no poda comprender que le fuera depara-do ese privilegio para que el hombre burilara el poemai[Y el adulto no puede soportar que el mercantiUsmo univer-sal inunde de piedra molida el pantano luminoso de la poesa! jNo me despojarn esas ratas de Zunino y Zungri, no, no y mil veces no, No! Cdigo en mano, el gran doc-tor Zunni probar que es inajenable mi Aleph. Estoy dis-puesto, incluso, a quedarme con un stano debajo de la confitera. La casa no me importa! Y aunque te ofendas, tampoco me importa la memoria de Beatriz!

    Me pareci loco y lo o engordado, nuevamente go-moso. Trat de razonar.

    Pero, no es muy oscuro el stano ese, Daneri? La verdad no penetra en un entendimiento solem-

    ne, pero tampoco en uno rebelde. Si todos los lugares de la tierra estn en el Aleph, ah estarn todas las luminarias, las lmparas, todos los,veneros de luz. Y ah est: tu lm-para y tu luz, juntas, pueden convivir ms all de tus jui-cios e interpretaciones. Yo no reemplazo: propongo,

    amontono, apilo. Lo mo es moderno; tu interpretacin anacrnica se esfuerza en verme anterior as misma.

    Me pareci, ahora s, loco, pero su locura lcida me irritaba: o poda discutirle cuando hablaba desde ese lu-gar. Quise decir algo, pero l lo hizo primero:

    Vendrs a verlo o no? Qu cosa? El Aleph, por supuesto... En qu pensabas? En nada. Ir a verlo inmediatamente, si eso te place. No es por m: creo que es tu deseo. No, no es mi deseo. Bueno, est bien, no vengas. Cortamos. Los quince minutos siguientes los pas la-

    mentndome. Por qu haba dicho eso? No haba nada que deseara ms que ver el Aleph. Me esforzaba en pensar que era una mentira, que Daneri estaba loco, etc. Pero otra voz me deca que no poda dejar pasar esta oportunidad solamente por orgullo. Lo llamara a Daneri y le dira, con tono distante, que pasara a tomar algo; una vez ah sacara nuevamente el tema del Aleph y comentara, con una sonri-sa, que verlo no me vendra mal. Estaba por llamar cuando me sorprendi el timbre del telfono. Atend inmediatamen-te. Daneri me dijo que no fne preocupara, que l saba que yo quera verlo y que se permita llamarme para agihzar mis trmites con el orgullo. Le dije que estaba equivocado, pero que no me molestara pasar a tomar algo, y que iba o?!,, all. Me desped y cort rpido, antes de que l pudiera euiitir unn prohibicin y antes, sobre todo, de que mi orgu-'!' '""'..U: . ira.

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  • Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospecha-dos; me asombr no haber comprendido hasta ese mo-, ment que Carlos Argentino era un loco brillantej Todos esos Viterbo, por lo dems... Beatriz (yo mismo suelo re-petirlo) era una mujer hermosa, una nia de una clarivi-dencia casi implacable, pero haba en ella.^negligencias, distracciones^coqueta?, desdenes isensuale^, verdaderas !f crueldades de la exhibicin, que tal vez reclamaban una exphcacin patolgica... Cierta vez, el doctor Sigui me haba sugerido que Beatriz padeca un desorden sexualj Luego se neg a explicarme a qu se refera, pero no dud en aconsejarme que me alejara de ella. Y ahora segua Daneri... Pero por algn motivo la locura de Carlos Ar-gentino me colm de mahgna fehcidad; aunque ntima-mente siempre, siempre nos habamos detestado, a la vez me alegraba tener a alguien como l en mi vida{No era Beatriz lo que me acercaba a Daneri sino mi fascinacin por la locura lo que me atraa hacia ambos.J

    En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El nio estaba, como siempre, en el stano, revelando fotogafas, ordenando papeles, limpian-do cosas con un cepillo. Junto al jarrn sin una flor, en el piano intil, mezclado entre otros, sonrea (ms intemporal que anacrnico) el gran retrato de Beatriz, en torpes colo-res. Tanto tiempo revelando fotografas para estos logros, pens, despreciativo. Pero a pesar del revelado y de los co-lores, la imagen era cautivante. Sera el revelado as a pro-

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    psito? Tendra que aceptar la hiptesis de la genialidad de Daneri? No poda vernos nadie; en una desesperacin de ternura me aproxim al retrato y, empaando el vidrio, le dije:

    Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Bea-triz Elena querida, Beatriz Viterbo perdida, malograda para siempre, soy yo, soy Borges, tu Borges, tu propio Borges.

    Tom otro retrato e hice lo mismo. Luego tom otro, y otro.

    Carlos Argentino entr poco despus. Vio el desorden de retratos sobre el piano pero no pareci importarle. Ha-bl con sequedad; comprend que no era capaz de otro pensamiento que de la perdicin del Aleph, su Aleph.

    Una copita del seudo coac que trajiste la otra vez orden y te zampuzars en el tenebroso stano.

    Pero no es seudo, o al menos no del todo: Paul Fort era de Champagne y este cognac, como te dije, es de su tierra.

    jAh sonri: eso ya es bastante! Pero slo era una broma...

    Bueno, vamos a lo nuestro: ya sabes, el decbito dorsal es indispensable. Tambin lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodacin ocular. Te acuestas en el piso de baldosas flojas y fijas los ojos en el decimonono escaln de la pertinente escalera chueca y sucia. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algn roedor te mete mie-do fcil empresa! No podra asegurarte que no haya otros

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  • nimalesv Ja! Soportas esoy iistO,^ bs pcosminiitosyes el Aleph. El microtOsmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el mw/u/T m parvo!

    Me tom de la mano y dimos unos pasos. Ya en el comedor, me solt, fij sus ojos en los mos y agreg:

    Claro est que si no lo ves,tu incapacidad no invalida mi testimonio...iQuiero decir que si no lo ves el problema ser tu incapacidad, no mi testimonio. Se entiende?] Baja, Jorge Luis; muy en breve podrs entablar un dilogo con todas las imgenes de Beatriz.

    Qu significa todas! Solt una carcajada: Significar? Bueno, es un Aleph... Claro, elmultum in parvo dije con un temblor en

    la voz que anul la irona. Vamos, sin temor! Baj con rapidez, harto de sus palabras insustanciales

    y de su valenta de verdugo. El stano, apenas ms ancho que la escalera, tena mucho de mazmorra, mucho de pozo. Con la mirada, busqu en vano el bal de que Carlos Ar-gentino me habl. Sent que estaba siendo engaado. Unos cajones con botellas y ynas bolsas de lona y de arpillera entorpecan un ngulo. Pate sin querer, aunque con mu-cha fuerza, su aparato de revelado. Carlos, sin mirarme ni inmutarse por eso, tom una bolsa, la dobl y la acomod en un sitio preciso, luego en otro, luego en otro. Mientras lo haca, gema, saltaba y repeta ac, ac, ac. Luego, de repente, se calm.

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    .La almohada es humildosa expHc, pero si la levanto un solo centmetro, incluso un slo milmetro, no vers ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado^nte mJNo es eso lo que quiero, as que repandga en el suelo ese corpachn tuyo y cuenta diecinueve escalones. No sal-tees los rotos! Tampoco los doblados!

    Cumpl con sus ridculos requisitos; al fin se fue, no sin antes gritar un empieza la funcin que me hizo apre-tar los dientes. Cerr cautelosamente;la trampa; la oscuri-dad, pese a una hendija que despus distingu, pudo parecerme total. Ese hecho me perturb, y quiz por eso sbitamente comprend mi pehgro: me haba dejado sote-rrar por un loco, luego de tomar un veneno que l hbil-m.ente haba colocado en mi coac. Las bravatas de Carlos transparentaban el ntimo terror de que yo no viera el pro-digio; Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco, tenia que matarme. Es decir: estara loco por m.atarme, pero no por haber visto un Aleph inexistente. Sent un confuso malestar, que trat de atribuir a la rigi-dez, y no a la operacin de un narctico. Luego pens que quiz no haba sido envenenado sino drogado.JEsa opcin me reconfort un poco: Carlos, para no saber que estaba loco, tena que drogarme\ haber ledo sobre cier-tos compuestos naturales con los que ignotas tribus selv-ticas aprendan a imaginar el universo. El medioevo no haba e'cat'nado tampoco en el uso de races. Record un pasaje -^'^ 1' '-tigacin sobre las plantas de Teofrasto, el di

  • me haba intrigado: Se administr,^ una dracma si l pacien-te debe tan solo animarse y pensar bien d s rhismo; el doble si debe delirar y sufrir alucinaciones; el triple si ha de quedar permanentemente loco; se administrar una dosis cudru-ple si debe morir (IX, 11, 6). Record que Aristteles le haba dejado a Teofrasto no slo su bibhoteca entera sino tambin su finca de Atenas: el famoso Liceo, Qu dejara yo, ahora? Y cuntas dracmas me habra administrado Daneri? Record la definicin que Teofrasto da del desconfiado en sus Caracteres: sospecha de maldad en todos los seres hu-manos (XVIIl, 2). Era Carlos Argentino Daneri una mala persona? Tuve que responderme que no, y que de hecho estaba muy lejos de serlo, y que en ese caso s era yo un desconfiado. Acept, tambin, que tampoco estaba loco; a lo

    - sumo poda adjudicrsele una leve excentricidad, Admit una vez ms mi envidia. Pens en mi admiracin por ciertos in-gleses. Record luego una torta austraca que una empleada de mi familia saba preparar. La empleada era chilena, de antepasados mapuches. Un da, a mis quince aos, ella me haba confesado su conocimiento de la brujera indgena. Cierta vez nos entregamos juntos a los misterios de un hum.o curioso que no logr dar/ne mucho ms que un fuerte dolor de cabeza. Imagin los fumaderos de opio de los puertos. Pens en el ajenjo, en Joseph Roth y en el santo bebedor. Imagin a la embriaguez como una virgen curadora y la sent lejana. Pens en todos los escritores que admiraba y los imagin juntos fumando opio en un bodegn. Se rean, fes-

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    tejaban, se revoleaban mujeres e improvisaban poemas per-fectos, Cerr los ojos, los abr. Entonces vi el Aleph.

    Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aqu, mi desesperacin de escritor,rmi temor de no poder estar a la altura de las circunstancias!Todo lenguaje es un alfabeto de smbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten ^on otros interlocutores que a su vez comparten un pasado con otros, etc j cmo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Memoria e infinito, los dos polos de a historia, se refutan el uno al otro. Los msticos, en anlogo trance, prodigan los emblemas sagrados: para sig-nificar la divinidad, que es el rostro de todos los dioses, un persa haba de un pjaro que de algn modo es todos los pjaros, de su pico, sus alas, sus incontables plumas; Alanus de insulis, de una esfera cuyo centro est en todas partes y la circunferencia en ninguna^mi madre, de las brasas encendi-das ocultas por otras brasas encendidas, de las cenizas dis-persas y de la fuerza centrfuga del agua hirviendo] Ezequiel, de un ngel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sun es el ngel de la expansin, del estiramiento, incluso del engordamiento. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogas; alguna re-lacin tienen con el Aleph^unque no discutira mucho si alguien afirmara que no.) Quiz los dioses no me negaran el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe que-dara contaminado de literatura, de falsedad. Qu son las metforas? Metforas. Por lo dems, el problema central es

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  • irresoluble: la enumeracin, squica parcial, de un conjunto infinito. Y a la vez, no es irresoluble: esa enumeracin sera precisamente la enumeracin parcial de n conjunto infini-to. El problema es querer que esa enumeracin sea otra cosa. Por otra parte, qu decir de la posibilidad del narctico? Debera acaso, para esta descripcin, caer en el onirismo? Porque en ese instante gigantesco, tumbado en el stano, he visto millones de actos deleitables yf o atroces; ninguno me asombr como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto de la escalera, sin superposicin y sin transparen-cia. Lo que vieron mis ojos fue simultneo: lo que transcribir, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recoger: no quiero ser acusado de egosta. Y ) aunque lo ms sincero e inteligente sera optar por el si- lencio, accedo porque, aun as, sigue siendo mejor escri-j bir.

    En la parte inferior del escaln, hacia la derecha, vi una pequea esfera, y entonces pens: Esto es sim.plemen-te una esfera tornasolada, aunque de casi intolerable ful-gor, como una bola de espejos fundida en plomo. Luego me distraje, un poco decepcionado, hasta que un fulgor mayor, violceo, como un estallido detenido en el tiempo, me hizo volver a la esfera. Atrapado por la luz como un insecto, comenc a mirarla con fijeza hasta que sta empe-z a moverse sin salir de su lugar. AI principio la cre gira-toria; luego pens que el que giraba era yo; finalmente comprend que ese movimiento era una ilusin produci-da por los verfiginosos espectculos que encerraba. El di-

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    metro del Aleph sera de dos o tres centmetros, quiz cuatro o hasta cinco, no ms, pero el infinito espacio csmico esta-ba ah. sin disminucin de tamao. As, cada cosa (la luna del espejo, digamos, por ejemplo) era infinitas cosas, por-que yo claramente la vea desde todos los puntos del univer-so, y como los puntos de vista son infinitos, cada objeto de los infinitos objetos del universo era en s mismo infinito. A la vez, cada objeto est conformado por infinitos puntos... Y cada uno de los puntos es infinito en s mismo... Eso, insisto, no se puede describir.[Pero como toda descripcin recorta sobre lo infinito un capricho, la lista siguiente es lo que la literatura me permite en este momento, por lo dems histrico^ Asi que vi el populoso marin sus barcos hundi-dos, vi el alba y la tarde en Budapest, vi un serrucho, vi las muchedumbres indgenas de Amrica sometidas a la explo-tacin y el hambre, vi una plateada telaraa en el centro de una negra pirmide que no pude identificar, vi un laberinto roto a martillazos (supe que era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutndose en m como en un espejo deformante y multipHcador, vi en un pozo los restos de la corbata favorita de Beatriz rodeados de miles de bolsas de

    basura negras, vi todos los espejos del planeta y ninguno me r . 1

    refleje^ porque yo no estaba delante sino en un stano sucio/ vi en un traspatio de la calle Soler casi esquina Coronel Daz las mismas baldosas que hace treinta aos vi en el zagun de una casa en Fray Bentos, vi mosquitos portadores de enfer-medades cruzando el ocano en el fondo de un barco, vi racimos de uva todava verdes, nieve manchada con petr-

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  • leo, tabaco, ron, vetas de metal yjiIuniiniQ, vapor de agua concentrndose en la tapa de una olla cerrada, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi la siguiente pgina del tratado De Humana Physiognomia de Giovanni Battista della Porta,

    mraTtlJHimmik. tefe

    vi el gasmetro al norte de Veracruz que Daneri describa en sus poemas y comprob que la descripcin era inexac-ta, vi en Inverness a una mujer que no olvidar porque era increblemente hermosa y exactamente coincidente con mi

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    imagen interna de la felicidad, vi la violenta cabellera de una mujer duchndose, el altivo cuerpo de un hombre cazando patos, vi un cncer en el pecho de un joven de no ms de veinticinco aos, vi un crculo de tierra seca en una vereda donde antes hubo un rbol, vi una quinta venida abajo de Adrogu, un ejemplar de la primera versin inglesa de PHnio, la de Philemon Holland, comida por los insectos temible anobium! y el tiempo, vi a una pareja gritndose horrible-mente, vi un manuscrito desconocido de Petrarca oculto en una caja enterrada debajo de un edificio de departamentos, vi a un tiempo cada letra de cada pgina (de chico, yo sola maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche; luego me asombr de que a veces lo hicieran), vi extraterrestres, vi normalmente la noche y el da contemporneo, vi muchas mujeres y muchos hombres desnudos, vi un poniente en Quertaro que pareca reflejar el color de una rosa en Benga-la pero que result ser tambin una sombrilla, vi mi dormi-torio afortunadamente sin nadie, vi el nacimiento de cinco perros salchicha, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terrqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi en un bosque a una [/cune/i7/e sauvagely junto a ella cuatro ardillas, vi caballos de crin arremolinada por la suciedad en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano y no me gust, vi a un hombre comprando un alfajor, vi a los sobrevivientes de una batalla gimiendo, enviando tarjetas postales, mendigando, tomando vino, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja espaola mojada, vi los infinitos microbios de que estamos compuestos y vi

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  • microbios saltando de un cuerpp a otro, vi n crimen, vi supuestos tatuajes de prostitutas en una lmina de un libro de Lombroso editado en Pars en 1896, La femme criminalle et la prostitue,

    vi las sombras oblicuas de unos helchos amarronados en el suelo de un invernculo, vi en una lnea de montaje a un obrero dejando pasar una cuchara deforme, vi tigres blancos, mbolos, bisontes, marejadas, lpices y ejrcitos de langostas, vi un sapo^aplastado por un jeep, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi inmediatamente despus miles de ejemplares distintos de escarabajos y record a J.B.S. Haldane, vi en un museo un astrolabio persa robado en una guerra, vi en un cajn del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increbles, precisas, que Beatriz haba dirigido a Carlos Argentino, vi luego cartas de Beatriz,

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    i aun ms obscenas, dirigidas al doctor Zunni, vi bananas, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente haba sido Beatriz Viterbo y me sorprend al notar que llevaba puesta una pulsera de plata que yo le haba regalado, vi un levantamiento popular en Oriente, vi la circulacin de mi oscura sangre y eso me gust, vi a Carlos Argentino alegre, hablando por telfono, vi el engranaje del amor y la modificacin de la muerte, vij

  • La indiferencia de mi vqz me entra.. Ansioso, Carlos Argentino insista:

    ^Lo viste todo bien, en colores? Viste mujeres, pa-lacios, caminos|^cuchara^ ' ' ,

    En ese instante, oyendo las preguntas, recobr la luci-dez y conceb mi venganza, una venganza tal vez mediocre y mezquina. Benvolo, manifiestamente apiadado, nervio-so, evasivo, agradec a Carlos Argentino Daneri la hospita-lidad de su stano, critiqu con una irona amable la suciedad y lo inst a aprovechar la demolicin de la casa para alejarse de la perniciosa metrpoli, que a nadie crame, que a nadie! perdona. Me negu, con suave energa, a discutir el Aleph; me negu, tambin, a discutir su reciente charla telefnica con Zunni; lo abrac, al despedirme, y le repet que el cam.po y la serenidad son dos grandes mdicos. Eso lo hizo reaccio-nar; repentinamente muy hinchado, Daneri grit:

    Pero yo no estoy enfermo! Volv a sonrer con benevolencia. Le dije que no, que

    por supuesto que no, pero que de todos modos convena curarse, ya que no poda saberse qu enfermedades esta-ban en nuestros cuerpos escondidas, al acecho, esperando un momento de debilidad.

    No estoy enfermo volvi a decir con una pro-nunciacin no del todo comprensible y los ojos ya un poco cubiertos por los prpados; yo le sonre y le hice un gesto a la sirvienta para que me escoltara hasta la puerta. Desde el marco agit la mano para despedirme; por algn motivo, la sirvienta me sonri con gesto cmphce.

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    I

    En la calle, en las escaleras de Constitucin, en el subte-rrneo, me parecieron famiUares todas las caras; a la vez, me parecieron todas iguales, o al menos clasificables en tres o cuatro tipos generales. Varias veces cre ver a la mujer de Inverness y me apen por su imposibilidad. Tem que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme o interesar-me, tem que no me abandonara jamsjj Impresin \ nauseosa de volver, girar y repetir. FeHzmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabaj otra vez el olvido,

    ^aunque no del todoj,

  • entorpecida y por el Alephlse hy.consagrio a versificar los eptomes del doctor Acevdo Daz;.

    Dos observaciones quiero agregar: una, sobre la natu-raleza del Aleph; otra, sobre su nombre. ste, como es sa-bido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su apHcacin al disco de mi historia no parece casual. Para la Cabala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; tambin se dijo que tiene la forma de un hombre que seala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el smbolo de los nmeros transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes. Yo querra saber: Eligi Carlos Argentino ese nombre, o lo ley, aplicado a otro punto donde convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le revel? Por increble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph.

    Doy mis razones. Hacia 1867 el capitn Burton ejer-ci en el Brasil el cargo de cnsul britnico; en juUo de 1942 Pedro Henrquez Urea descubri en una biblioteca de Santos un manuscrito ;suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zu al-Karnayn, o Ale-jandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton menciona otros artificios congne-res la sptuple copa de Kai Josr, el espejo que Trik Benzeyad encontr en una torre {Las mily una noches, 272), el espejo que Luciano de Sarnosa ta pudo examJnar en la

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    luna {Historia Verdadera, I, 26), la lanza especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Jpiter, el espejo universal de Merln, redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio {The Faerie Queene, III, 2,19) y aade estas curiosas palabras: Pero los anteriores (ade-ms del defecto de no existir) son meros instrumentos de ptica. Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo est en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio cen-tral... Nadie, claro est, puede verlo, pero quienes acercan el odo a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor... La mezquita data del siglo VII; las co-lumnas proceden de otros templos de religiones anteislmicas, pues como ha escrito Abenjaldn: En las re-pblicas fundadas por nmadas, es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albailera.

    Existe ese Aleph en lo ntimo de una piedra? Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trgica erosin de los aos, los rasgos de Beatriz.

    A Estela Canto.

    Posdata del lde noviembre de2008. La posdata del 1 de marzo de 1943 no figura en el manus-crito original de El Aleph; posterior a la escritura del cuento, es el primer agregado y la primera lectura de

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  • Borges. Esa posdata s la linica parte que qued intacta en este engordamiento. El resto, de aproximadamente 4000 palabras lleg a tener ms de 9600. El trabajo de engordamiento tuvo una sola regla: no quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges est intacto pero totalmente cruzado por el mo, de modo que, si al-guien quisiera, podra volver al texto de Borges desde ste.

    Con respecto a mi escritura, si bien no intent ocul-tarme en el estilo de Borges tampoco escrib con la idea de hacerme demasiado visible: los mejores momentos, me parece, son esos en los que no se puede saber con certeza qu es de quin.

    A Jacqui Behrend.

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