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EDUARDO PUNSET

El alma estáen el cerebro

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EEdduuaarrddoo PPuunnsseett (Barcelona, 1936), escritor,abogado, economista y divulgador científico,ha sido ministro de Relaciones para las Comu-nidades Europeas, Conseller de Finances de laGeneralitat, presidente de la Delegación delParlamento Europeo en Polonia, representantedel FMI, profesor y periodista, y es autor, entreotros libros, de La salida de la crisis (1980),España sociedad cerrada, sociedad abierta(1982), La España impertinente (1986), Manualpara sobrevivir en el siglo XXI (2000), Adap-tarse a la marea (2004), Cara a cara con la vida,la mente y el universo (2004), El viaje a lafelicidad (2005) y El alma está en el cerebro(2006). Desde 1996 dirige y presenta el pro-grama Redes en Televisión Española.

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EDUARDO PUNSET

El alma estáen el cerebro

Radiografía de la máquina de pensar

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Título: El alma está en el cerebro© 2006, Eduardo Punset© 2006, RTVE del programa Redes© Santillana Ediciones Generales, S. L.© De esta edición: noviembre 2007, Punto de Lectura, S. L.Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) www.puntodelectura.com

ISBN: 978-84-663-1031-4Depósito legal: B-44.380-2007Impreso en España – Printed in Spain

Diseño de cubierta: Ilustración de cubierta:Diseño de colección: Punto de Lectura

Impreso por Litografía Rosés, S.A.

Todos los derechos reservados. Esta publicaciónno puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperación de información, en ninguna formani por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,o cualquier otro, sin el permiso previo por escritode la editorial.

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Índice

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

PRIMERA PARTE: PERDIDOS EN EL LABERINTO . . . . . . . . 13Capítulo I. El alma está en el cerebro . . . . . . . . . . . . . . . . . 15Capítulo II. Pensamiento consciente y decisiones

inconscientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35Capítulo III. Oliver Sacks o la complejidad de la mente . . . . 61Capítulo IV. Construyendo la realidad . . . . . . . . . . . . . . . . 85Capítulo V. Cosas que nunca deberíamos aprender . . . . . 111Capítulo VI. Lavado de cerebro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139Capítulo VII. Nueva percepción del cerebro . . . . . . . . . . . 165

SEGUNDA PARTE: SECRETOS DEL LABERINTO . . . . . . . 189Capítulo VIII. Educación emocional . . . . . . . . . . . . . . . . . 191Capítulo IX. La mente del psicópata . . . . . . . . . . . . . . . . . 215Capítulo X. Claves violentas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241Capítulo XI. Placeres y desgracias de la imaginación . . . . 281Capítulo XII. Inteligencia creativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301Capítulo XIII. Calculamos fatal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323Capítulo XIV. Cerebro y lenguaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 351Capítulo XV. La gran amenaza: la depresión . . . . . . . . . 377Capítulo XVI. ¿Qué nos hace felices? . . . . . . . . . . . . . . . . 397

Bibliografía básica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 421

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Introducción

Los domingos por la tarde en la década de 1940—cuando yo tenía 10 años—, mi padre solía llevarme a laclínica psiquiátrica enclavada en el municipio de Vilaseca deSolcina, gestionada por la Diputación de la provinciade Tarragona. En el manicomio —como se los llamaba en-tonces—, mi padre cuidaba de las enfermedades ordinariasde los pacientes. De los trastornos mentales, se cuidabanotros.

Inyecciones de trementina y camisas de fuerza parainmovilizar a los pacientes excitados en exceso, mientrasque el resto hacía largas colas para someterse a los elec-troshocks. Eran las últimas terapias que se aplicaban aaquellos cerebros desquiciados. Cada vez que, sesenta añosmás tarde, conversaba con los neurólogos, los fisiólogos,los psicólogos, los médicos y los estudiosos del cerebropara reconstruir este libro, revivía aquellos recuerdos dela infancia. La mayoría de aquellos enfermos no sabíande dónde venían, dónde estaban ni a dónde iban.

Desde entonces el camino recorrido por la neuro-ciencia no tiene parangón en ninguna otra disciplina.Mi intención al escribir El alma está en el cerebro era, jus-tamente, que mis lectores compartieran conmigo los

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descubrimientos fascinantes sobre el funcionamiento deeste artilugio que llevamos dentro. Como dice el fisió-logo y neurólogo Rodolfo Llinás, los moluscos llevanel esqueleto por fuera y la carne por dentro, mientrasque nosotros llevamos la carne fuera y el esqueleto den-tro —con el cerebro bien a oscuras recibiendo señalescodificadas del mundo exterior—. E instrucciones im-probables para sobrevivir.

En Vilaseca ya se sabía entonces que los malos espí-ritus no eran los responsables —lo siguen siendo en unabuena parte del planeta— de los desmanes mentales. Yano se los exorcizaba. Sabíamos que el mal estaba en elpropio cerebro. Que la ansiedad, el estrés, la depresión,la esquizofrenia y hasta la epilepsia eran indicios clarosde que el cerebro no funcionaba bien. Durante muchotiempo de poco sirvió este descubrimiento revoluciona-rio cuyos detalles el lector tendrá oportunidad de ir des-hilvanando en las páginas de este libro. ¡Conocíamos tanpoco sobre los mecanismos del cerebro encerrado den-tro del cuerpo!

Cuando se supo que el alma estaba en el cerebro, sedescubrieron las bases de la neurobiología moderna: quefuncionamos con un cerebro integrado, que guarda loesencial de nuestros antepasados los reptiles y los prime-ros mamíferos, junto a la membrana avasalladora delcerebro de los homínidos, y que están integrados pero norevueltos; es decir, que las comunicaciones entre ellosno son necesariamente fluidas y seguras. Gracias a las nue-vas tecnologías de resonancia magnética y otras hemosaprendido a identificar dónde fallan esas señales cerebra-les y ahora podemos descubrir cómo funciona un cerebro

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locamente enamorado o las partes que permanecen inhi-bidas en la persona incapaz de ponerse en el lugar del otro,como les ocurre a los psicópatas.

Si muchos de los enfermos del manicomio de Vilase-ca no hubieran muerto, ahora vivirían sin tanto sufrimientoy, tal vez, hasta disfrutarían de horas de sosiego leyendo laspáginas de El alma está en el cerebro.

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PRIMERA PARTE

Perdidos en el laberinto

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Capítulo I

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A primera vista, parece bastante fácil distinguir quées y dónde está el alma. Para empezar, algunos animalesni siquiera se reconocen a sí mismos frente a un espejo.Otros, como los chimpancés, igual que nosotros, sereconocen y tienen conciencia de sí mismos. Los sereshumanos tenemos imaginación, emociones y memoria:éstas eran las tres facultades del alma, según el pensa-miento antiguo.

Pero... ¿dónde está el alma? ¿Dónde se cobija? Al-gunos filósofos y teólogos pensaban que el alma estaba enel corazón, y otros, entre ellos los primeros grandes cien-tíficos, opinaban que el alma residía en el cerebro. Asíque, al parecer, el alma se hizo carne.

Pero ¿hemos resuelto de verdad el misterio del almacon esta sencilla identificación?

El extraño doctor Thomas Willis

Nuestra mente es lo que somos. Recuerdos, emo-ciones y experiencias se acumulan en el cerebro fijándo-se en las uniones electroquímicas entre los millones de

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neuronas que contiene. Alma o psique cabe en el pocomás de kilo y medio de tejido cerebral, el mismo que elfilósofo Henry More describía como «esa desestructura-da, gelatinosa e inútil sustancia». Casi todos sus colegaspensaban como él. Y no era raro.

En la Inglaterra de mediados del siglo XVII, el almaes un principio inmortal e inmaterial que piensa, siente yrige el cuerpo; el cerebro, por el contrario, parecía unaglándula de aspecto desagradable y de irritante inutilidad.En ese momento histórico, alguien acuña la palabra«neurología». Thomas Willis (1621-1675), junto a ungrupo de sabios, inauguró una nueva era: la «era neuro-céntrica» en la que nos encontramos hoy, donde cerebroy mente son dos conceptos inseparables.

Willis estudió con detalle la estructura cerebraly propuso una nueva concepción de la mente: para él,pensamientos y emociones eran tormentas de átomos enel cerebro. De alguna manera, abrió el camino teórico quehabría de llevar al descubrimiento de los neurotransmi-sores varios siglos después. Si Descartes estaba equivo-cado, si no había espíritu y todo era materia, los malesdel alma serían necesariamente físicos. Willis propusoentonces que los trastornos mentales, como la depresión,se podían curar con sustancias químicas y preparadosfarmacéuticos capaces de restablecer el equilibrio delfluido nervioso. Hoy forman parte de nuestra cultura losfármacos contra la ansiedad o la depresión, la timidez ola hiperactividad.

Puede que formalmente las teorías de Willis se pa-recieran más a la alquimia que a la ciencia moderna,pero es innegable que dio los primeros pasos hacia las

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concepciones de «mente» y «cerebro» que tenemos hoy.Willis inauguró hace más de tres siglos nuestra era: la eradel cerebro.

Carl Zimmer es un divulgador científico bien cono-cido; escribe regularmente en las páginas científicas delNew York Times y está comenzando a destacar como unode los mejores ensayistas en el campo de la historia de laneuroanatomía. Es autor de Soul Made Flesh: The Disco-very of the Brain and How It Changed the World (Free Press,2004). En Redes quisimos saber cuál era su opinión en elintrincado asunto del alma y el cerebro.

Para empezar, los paleontólogos aseguran que la ideadel alma parece un concepto tardío respecto a otras ideas,como la necesidad de fabricar herramientas, por ejemplo.Sin embargo, es increíble la persistencia de la idea delalma, que no se ha abandonado desde su «descubrimien-to». ¿De dónde nació esta idea? Zimmer asegura que laidea del alma, o de algo parecido al alma, probablemen-te surgió hace mucho tiempo, tal vez hace un millón deaños, o unos cuantos cientos de miles de años. La idea delalma ha evolucionado con el hombre y se ha sometido alas leyes que conforman nuestros conceptos, y aplicamossobre esa idea nuestras previsiones e imaginaciones. «Po-demos obtener pruebas de esta evolución realizando es-tudios psicológicos: tendemos a ver un agente en las cosas.Nuestros cerebros están programados para entender lasintenciones de los otros, pero también podemos llegara ver una intencionalidad en un círculo que se mueve poruna pantalla; si se desplaza de un modo concreto, quizádigamos: Mira, el círculo está persiguiendo al cuadrado.Así que atribuimos alma incluso a las formas abstractas.

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Se trata de un instinto muy nuestro. Me parece que esbastante probable que ese instinto, ese deseo de entendera la gente, diera lugar al concepto de alma. Y no solamentese trata de un deseo de comprender a las personas que nosrodean: en la Edad Media se creía que incluso los árboleso las rocas tenían alma».

Según Carl Zimmer, en la Naturaleza había almaspor doquier, porque siempre que percibimos algo pare-cido a una acción o cambio, creemos ver un alma.

Para las culturas antiguas, sin embargo, la cuestiónprincipal en este punto era averiguar dónde se situabael alma. Respecto a los seres humanos, por ejemplo, lossacerdotes extraían el cerebro de los cadáveres cuandopreparaban el viaje al más allá y, sin embargo, dejabanintacto el corazón porque creían que era el motor de lavida y que, probablemente, allí residía el espíritu.

«Sí, en el Antiguo Egipto creían que el corazón era elcentro de la vida y, por tanto, el alma residía en el cora-zón», nos explicaba Zimmer. «Aristóteles también pensabaque el corazón constituía el centro de la vida. Muy pocagente pensaba en el cerebro como lo hacemos ahora, comoel lugar en el que se ubica nuestro sentido del yo, nuestrapersonalidad, nuestros recuerdos. El corazón, como resi-dencia del espíritu, fue un concepto muy poderoso durantesiglos. En la Edad Media se creía que cada persona teníatres almas: una en el hígado y otra en el corazón; la terceraera el alma racional, el alma del cristianismo, que no seubicaba en ningún lugar concreto porque se trataba de unalma inmaterial. Así que el corazón siguió considerándosecomo un órgano central en lo relativo al alma, y por esotenemos imágenes de Jesús abriendo su corazón».

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Las imágenes de Jesús abriendo su corazón guar-dan relación con esa idea del hombre mostrándonos suverdadero yo. Lo más recóndito de cada ser estaba en elcorazón. Zimmer utiliza el humor para explicar este con-cepto: «Jesús no abre su cráneo y nos muestra su cere-bro. Nunca he visto una imagen de este tipo». Las ideasculturales son muy persistentes en este aspecto y hoy man-tenemos frases formularias como «abrir el corazón aalguien», «partir el corazón», «con el corazón en la mano»;todas ellas son herencia de esa idea antigua según la cuallo más profundo de un ser humano se halla, precisamente,en el corazón.

Pero finalmente, como se ha señalado, aparecióThomas Willis con su revolucionaria teoría. Él fue el pri-mero que advirtió que todo estaba en el cerebro. Y, encierto modo, se refería al hecho de que el alma se trans-forma en carne en el cerebro. «Desde luego, se trataba deun modo totalmente nuevo de reflexionar sobre la natu-raleza humana», dice Carl Zimmer. «Willis afirmaba quela memoria, la capacidad de aprendizaje y las emocioneseran en realidad producto de los “átomos” del cerebro, dela química. Nadie había pensado eso antes. Claro, hoyen día todos pensamos así, lo damos por sentado; pero enel siglo XVII fueron Thomas Willis y sus colegas los quellegaron a esta idea por primera vez. Se trataba de unaidea revolucionaria».

Willis tal vez fue el primero que afirmó que el alma escarne y que está en el cerebro. Sin embargo, él no fue per-seguido por sus ideas como ocurrió con otros. Hubo gran-des persecuciones contra filósofos, teólogos y científicosque profesaban ideas parecidas a las de Willis. Descartes,

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por ejemplo, sufrió el acoso de la Iglesia, y Thomas Hob-bes fue perseguido por los obispos de Inglaterra cuandodeclaró que la mente no era más que materia en movi-miento. El caso de Thomas Willis es distinto, porque éltuvo la precaución de dejar espacio a la noción cristianadel alma. Él mismo era un cristiano tremendamente de-voto y no cuestionaba los conceptos básicos del cristianis-mo, según Zimmer. «Simplemente quería analizar elcuerpo humano y aprender cosas sobre él y, por el cami-no, aprender cosas sobre el alma». De modo que a él nole parecía que pudiera darse ningún conflicto entre ana-tomía y teología, y tampoco los líderes religiosos de In-glaterra consideraron que sus ideas y opiniones pudierangenerar un choque de intereses. Además, Willis era uncientífico con muy buenos contactos. Uno de sus amigosera el arzobispo de Canterbury, el principal mandatarioreligioso de la Iglesia en Inglaterra, así que gozaba decierta protección.

Thomas Willis fue también un pionero en otros as-pectos. Por ejemplo, sospechó que los seres humanostenemos un cerebro «integrado», es decir, que hemos he-redado el cerebro de los reptiles y que, al evolucionarcomo mamíferos, no descartamos el cerebro de los repti-les, sino que lo mantenemos perfectamente integrado enun cerebro mayor. Willis observaba el cerebro de los pe-ces, de los monos o de las vacas; analizaba estos cerebrosy establecía semejanzas y diferencias. El cerebro humano separecía mucho al cerebro de otros animales, y ThomasWillis creía que si el cerebro de un animal tenía lasmismas partes que un cerebro humano, podría estable-cerse una correlación entre ambos. Por ejemplo, estaba

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persuadido de que un caballo recordaría dónde habíabuena comida en el prado utilizando las mismas partescerebrales que nosotros utilizamos para recordar dóndeestá la despensa. La diferencia residía básicamente en quelos humanos tenemos un cerebro mayor, capaz de «máspensamientos». Estas ideas prefiguran realmente un tipode pensamiento evolucionista, aunque Thomas Willisjamás lo hubiera expresado así. Para él era una prueba másdel ingenio de Dios como creador, como diseñador delmundo. Carl Zimmer no duda en afirmar que Willis fueevolucionista doscientos años antes que Darwin: «Efec-tivamente, él brindó las pruebas que Darwin utilizaríacon tanta elegancia para forjar la teoría de la evolucióndoscientos años después».

Hay otra peculiaridad fascinante de Thomas Willis...Él decía que había algún tipo especial de espíritu que ibadel cerebro a los testículos. ¿Cómo llegó a establecer esarelación? Desde luego, Willis no podía hablar de genética,pero sugirió que había una especie de información que setransmitía de una generación a otra. Zimmer cree quelo fascinante de Thomas Willis y de su época es que sen-cillamente desconocían conceptos que ahora damos porsentados. «Por ejemplo, no sabían nada del ADN.De nuevo, él sólo hacía observaciones y buscaba explica-ciones para las observaciones. Veía que los niños naceny se parecen a sus padres, y crecen para convertirse enadultos que se parecen a otros humanos adultos. Así quetenía que haber algo ahí... tenía que existir lo que llama-ríamos “información”, algo que se transmite para crear aotra persona. Y se le ocurrió que el único lugar en el quehabía ideas era el cerebro».

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Desde luego, si sólo existe información en el cere-bro y hay una parte de la información que pasa de padresa hijos sin motivo aparente, debería existir una conexiónentre el cerebro y los testículos. «Evidentemente: teníaque haber una conexión». Willis buscaba algo físico,algún tipo de vaso conductor o algo que fuera directa-mente del cerebro a los testículos. Nunca lo encontró. Demanera que ese fracaso debería haberle dado una pista deque tal vez se trataba de otro tipo de información... Eslo que actualmente llamamos información genética.Pero fueron necesarios siglos de investigación para llegara esbozar ese planteamiento.

Otra idea pionera y fantástica de Willis atañe a la po-sibilidad de curar mediante procesos químicos. Él estabaplenamente convencido de que los fármacos y las mani-pulaciones físicas podían curar todas las enfermedades.No tenía ninguna duda al respecto. Así que, en ciertomodo, de nuevo, estaba avanzando lo que sería la futuraneurofarmacología. «Sí. Creo que en este sentido ThomasWillis jugó un papel realmente decisivo», afirma Zimmer.«Se trata de algo que suele pasar desapercibido: su ideaera que se podían curar todas las enfermedades mentalesmediante la alteración química de la actividad cerebral.Por ejemplo, él explicaba que un ataque epiléptico podíaestar causado por un descontrol químico, como la pólvo-ra que explota si no se mantienen ciertas condiciones enel entorno. Se trataba de una manera de razonar muy dis-tinta a la que imperaba entonces, cuando la gente decíaque los epilépticos estaban poseídos por el demonio».Y en el caso de la melancolía, Thomas Willis recetaba unaespecie de jarabe confeccionado mediante una fórmula

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secreta. Y se hizo rico con sus pócimas. Se lo adminis-traba a la gente diciendo: «Esto te curará porque modi-ficará la química de tu cerebro». En realidad, éste es elparadigma con el que trabajamos en la actualidad: cuandoalguien toma Prozac u otro medicamento cualquiera, lohace con la convicción de que podrá modificar los as-pectos fisiológicos nocivos que le están afectando y lo hacecon la convicción de que esa sustancia química modifica-rá los elementos negativos. «No es tan difícil modificarlas acciones del cerebro», explica Zimmer. De hecho, sibebemos vino —una sustancia química—, nuestro cerebromodifica notablemente su capacidad de atención, de per-cepción, y, por tanto, se modifica también nuestro carácter.La pregunta es: si operamos con sustancias químicas ennuestro cerebro, ¿cambiaremos del modo que realmentequeremos? ¿Serán esas sustancias químicas la mejor ma-nera de cambiarlo?

Thomas Willis fue uno de los primeros en abordar lasenfermedades mentales desde una perspectiva farmacoló-gica. Para él, los trastornos del cerebro se podían corregirmanipulando los «átomos» que lo componen. Hasta 1630,la melancolía —que actualmente llamaríamos depresión—se trataba con la astrología, con la acción sobre los cuatrohumores de Galeno y con rezos a Dios.

Willis revolucionó el tratamiento de esta enferme-dad, y empezó a recomendar un jarabe y charla agradablecomo terapia. Y aunque los fundamentos eran correctos,la efectividad de su jarabe de acero y ciempiés trituradosera más que dudosa. Según él, este tratamiento eliminabalos elementos responsables de la melancolía: los cor-púsculos de sal y sulfuro de la sangre.

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Durante trescientos años, la psicofarmacia fue másun sueño que una realidad. Con Sigmund Freud se im-puso el psicoanálisis y se abandonó el uso de fármacospara tratar las enfermedades mentales. El resurgimientode las drogas se produce después de la Segunda GuerraMundial, cuando se empieza a usar la torazina y otroscomponentes químicos para mejorar determinadas dolen-cias. Los neurocientíficos descubrieron que estas drogaspodían modificar la concentración de dopamina y otrosneurotransmisores. De pronto, pareció que sólo era cues-tión de ajustar los niveles químicos, tal y como Willishabía predicho.

La fluoxetina, más conocida por su nombre comer-cial, Prozac, se utiliza actualmente para tratar la depre-sión y el trastorno obsesivo compulsivo. Cuando salió almercado, en 1990, representó una revolución en la psi-cofarmacia por sus bajos efectos secundarios. No creabaadicción y los efectos de una sobredosis no eran muygraves. La fluoxetina actúa sobre el sistema nerviosocentral; concretamente, sobre los niveles de serotonina.Se cree que la depresión está relacionada con un dese-quilibrio en los niveles de este neurotransmisor, de mo-do que un bajo nivel de serotonina entre las neuronasprovoca la depresión. La fluoxetina evita que las célulascapten serotonina, de modo que la cantidad de neuro-transmisor entre las neuronas será mayor. Como sucedecon la mayoría de psicofármacos, se desconoce el meca-nismo de acción preciso de esta molécula: lo único quepodemos ver son sus efectos.

Willis se había hecho rico con sus tratamientos,pero probablemente no daría crédito a las cifras que

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estas moléculas movilizan a día de hoy. Sólo los antide-presivos mueven más de doce mil millones de dólares enEstados Unidos.

Actualmente existen drogas para una gran cantidadde trastornos mentales. El modafinil mejora la memoriay levanta el ánimo; la ritalina suele utilizarse en niños condéficit de atención e hiperactividad. Hay drogas paradormir y drogas para mantenerse despierto...

Mercado de cadáveres

Londres, 1690. La bruma cubre un viejo cementeriode las afueras de la ciudad. Mientras resuenan los ecos deun campanario lejano, dos hombres armados con picosy palas escarban en una tumba reciente. Desentierranel cuerpo de un pobre hombre que había sido sepultadoesa misma tarde.

¿Quiénes son estos hombres? Ser ladrón de cuerpos era un oficio muy lucrativo a

finales del siglo XVII. Los hospitales universitarios paga-ban muy bien los cuerpos que necesitaban para realizarsus estudios anatómicos. En esa época apenas se podíaimaginar que alguien pudiera donar el cuerpo a la cien-cia y la única forma de obtener material humano era uti-lizar métodos ilícitos.

Esta situación generó una escalada de estrategiasentre los ladrones de cuerpos y los familiares, que no de-seaban ver profanadas las tumbas de sus seres queridos.Se inventaron ataúdes reforzados, sistemas antirroboe incluso se puso de moda vigilar los cuerpos hasta que

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se pudrieran para enterrarlos luego sin riesgo de profa-nación. Por su parte, los ladrones de cuerpos llegaban aactuar de un modo sorprendente, atrevido y descabellado:llegaban a robar el cuerpo durante el funeral ante lamirada horrorizada de los familiares.

Las familias más pobres no podían pagar las medi-das de seguridad necesarias, de modo que eran las másafectadas por el expolio de cuerpos. Inevitablemente, losque tenían menos recursos terminaban en las mesas dedisección.

Pero esta macabra situación tenía otras implicacio-nes. La miseria está asociada a un estilo de vida deter-minado, donde son frecuentes la malnutrición crónica, lasinfecciones por parásitos y el estrés por sobrevivir. Estosrasgos específicos generan un determinado aspecto físicoy un volumen distinto de los órganos internos.

Esto provocó que los médicos y estudiantes empe-zaran a tomar como «normales» los tamaños de losórganos de las personas pobres, y lo que aparentementesólo debería haberse considerado una variante debida alestudio de un grupo concreto de muertos provocó seriasconsecuencias en los vivos. Por ejemplo, en situacionesde estrés, las hormonas segregadas por la glándula adrenalprovocan un aumento del timo. Un médico que empezóa estudiar el síndrome de la muerte súbita en los bebésobservó que los bebés que fallecían por este motivo te-nían el timo más grande de lo normal. Lo que estabasucediendo es que los timos que él consideraba normalesy utilizaba como referencia eran los timos atrofiados delos cadáveres de los pobres. Esta observación le llevó auna apreciación errónea: creyó que la muerte súbita en

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los bebés se debía a un timo demasiado grande que ter-minaba ahogándolos. De modo que se empezó a irradiarlos timos de los bebés sanos de forma rutinaria, parareducirlos, creyendo que así se evitaba este síndrome. Loque se provocó fue un aumento del cáncer de tiroides yproblemas de desarrollo en muchos niños. Esta prácticase prolongó hasta el año 1930.

¿Qué errores podemos estar cometiendo ahora ba-sándonos en datos erróneos? La secuencia del genomahumano con la que los científicos están trabajando corres-ponde sólo a cinco individuos. ¿Qué nuevos tratamientosse desarrollarán basándose en estos datos sesgados y par-ciales? Sólo el tiempo nos dará la respuesta.

Autopsia de don Quijote

Efectivamente, los médicos antiguos —y los moder-nos— investigan el cuerpo humano y constantemente des-cubren que en los distintos órganos no está la razón de loque buscaban, y encuentran nuevas redes que enlazan unoscon otros, nuevas causas y nuevas consecuencias.

En la búsqueda del alma, Descartes imaginó unaestructura que llamaba «la red extensa» (la materia) y, pa-ralelamente, una organización que podría denominarseconciencia, alma o pensamiento. René Descartes estudiócómo la materia interactuaba con el alma y cómo el almainteractuaba con la materia. El lugar donde se producíaesta interconexión era la glándula pineal. Así pues, tantoWillis como Descartes, como otros muchos anatomistasy científicos, centraron el lugar del alma o, por decirlo de

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otro modo, convirtieron el alma en carne. En el siglo XVII,como advirtió Alvar Martínez, historiador de la Cienciaen la Universidad Autónoma de Barcelona, en el progra-ma que dedicamos a este tema, los anatomistas realizandisecciones y uno de los territorios que intentan describires precisamente el cerebro y todo el sistema nervioso. Suestudio va revelando que existen unas configuraciones ce-rebrales concretas que sirven para determinadas acciones,y se van radicando o localizando los actos voluntarios enun lugar, las sensibilidades en otro... En definitiva, se vanlocalizando y ubicando cada una de las facultades del ce-rebro, antes llamadas «facultades del alma».

A finales del siglo XVI y principios del XVII, Miguel deCervantes redactó las aventuras de un «loco», un personajeque tenía perturbadas sus facultades mentales, al menos enalguna medida. ¿Qué le ocurría al protagonista de la novelacervantina? ¿Tenía alucinaciones? ¿Los médicos y los ciru-janos definían aquellas locuras como una parte de su carác-ter o como una patología? Nuria Pérez, coautora del libroDel arte de curar en los tiempos de don Quijote (ACV, 2005), nosexplicaba en Redes que uno de los primeros médicos quese interesó por hacer un diagnóstico de don Quijote fue uncirujano del Real Colegio de Cirugía San Carlos de Madrid,el cual aseguró que lo único que se le podía reprochar aCervantes era que no se hubiera decidido a transcribir la au-topsia de su protagonista. Este médico, en fin, entre bromasy veras, lamentaba que no se hubiera hecho la autopsiadel enfermo para saber qué le ocurría y cuál era su locura,«porque, en realidad, en ese momento se tenía la convicciónde que podría encontrarse algún signo fisico o anatómicoque relacionara la materia con la enfermedad mental».

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Para Nuria Pérez, esto representaba un cambioesencial en el modo de entender el cuerpo humano:«Hasta el siglo XVII, la medicina se transmitía a través delos libros principalmente. Pero a partir de esas fechas, ellibro queda relegado en segundo término y prevalecen laexperiencia personal y la observación atenta del cuerpohumano».

En esta búsqueda interminable del tesoro humano—el alma— los científicos llegaron al corazón: probable-mente fue una desilusión tremenda descubrir que sólo eraun músculo, imprescindible para la vida, pero un músculoal fin y al cabo. «En el corazón radicaba el alma emotiva»,nos decía Francesc Bujosa, historiador de la Universidadde las Islas Baleares (UIB). «Aún había otras dos partesdel alma: el alma concupiscible estaba en el vientre yel alma consciente estaba en el cerebro. Pues bien, lasreferencias al corazón como depositario de las emocioneses un recuerdo fosilizado de esas teorías».

Alvar Martínez, historiador de la Universidad Autó-noma de Barcelona, nos decía que el corazón siempre hasido una víscera especial entre las vísceras, hasta el pun-to de que el cerebro y el hígado eran secundarios al pro-pio corazón. «El corazón era el primero en moverse, elúltimo en morir: era un lugar sanguíneo por excelencia.Pero, al mismo tiempo, la tradición científica, la tradiciónfilosófica y la tradición médica afirmaban que el corazónera incandescente. Es decir, que el calor se transmitía portodas las arterias desde el corazón al resto del cuerpo.El corazón era como el hogar, como la chimenea en la ca-sa: desde allí se distribuía el calor. Lo que les resultabasorprendente a los anatomistas es que no se pudieran

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encontrar restos de esa incandescencia cuando se reali-zaban las disecciones. Luego, cuando se empezaron autilizar los termómetros, los termoscopios rudimentariosdel siglo XVII, se dieron cuenta de que la temperatura delcorazón era la misma que la del hígado y otras vísceras».

El descubrimiento de la circulación sanguínea provocóalgunas interpretaciones erróneas curiosas. Por ejemplo,se creyó que el sistema nervioso también debía de tenerforzosamente una estructura circulatoria, y por esa redfluirían los espíritus animales o los espíritus vitales.

El cerebro... por dentro

Desde la época de Willis hasta nuestros días, los con-ceptos «mente», «cerebro» y «alma» han cambiado mu-cho y se ha avanzado sustancialmente en los estudiosanatómicos, neurológicos y fisiológicos. En aquella época,prácticamente no había métodos de localización cerebraly todo lo que se podía hacer era postular hipótesis. En laactualidad se trata de localizar áreas cerebrales con muchí-sima exactitud, utilizando fundamentalmente métodos deestimulación eléctrica —y, en algunos casos, magnética—para identificar áreas cerebrales.

La identificación de las funciones de las distintas par-tes del cerebro es de gran utilidad en las operaciones deextirpación de focos epilépticos, por ejemplo. Conocerbien su disposición permite al médico encontrar el cami-no adecuado hasta el foco que debe eliminarse sin dañarninguna parte importante. En el caso de los pacientesepilépticos es fundamental identificar las regiones que

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deben protegerse. En actuaciones de ese tipo, lo quese hace es estudiar mediante electrodos las estructuras ce-rebrales responsables de distintas actividades humanas,como el movimiento, en el área motora primaria, o la re-gión responsable de la comprensión del habla, o la regióndonde se centraliza la actividad visual o la zona sensorialprimaria. Por ejemplo, se colocan series de electrodos(hasta sesenta) sobre la superficie cerebral y, medianteestímulos eléctricos, se puede ir comprobando cuál es larespuesta clínica del paciente: puede ser un movimientode un miembro, o la percepción de una sensación, o ciertaincidencia en las operaciones del habla. Aplicando co-rrientes eléctricas en las diferentes zonas de la cortezacerebral se puede ver cómo se generan distintas reaccionesfisiológicas, dependiendo del lugar donde se encuentrecada electrodo.

No todos los pacientes tienen las mismas áreas exac-tamente en las mismas regiones. Puede haber una varia-bilidad de medio centímetro o un centímetro en la loca-lización de un área y es precisamente esta variabilidad laque se pretende conocer mediante las técnicas modernas:se trata de confeccionar un mapa cerebral. Mediante«mantas de electrodos» situadas sobre el cerebro de unpaciente, y estimulando distintas zonas, se puede confec-cionar un mapa cerebral, puesto que las respuestas quí-micas se registran en una unidad de vídeo. El proceso estan «simple» como aplicar una estimulación eléctrica enuna zona concreta y podremos registrar movimientos in-voluntarios en su cuerpo, hormigueos, dificultades parael habla o cualquier operación fisiológica. Una vez que seconfecciona el mapa del cerebro, los médicos y cirujanos

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pueden actuar sin dañar zonas que no tienen relacióncon su enfermedad y que deben quedar preservadas decualquier intervención.

El alma en las neuronas

Ya hemos visto que el cerebro es física y química,pero las consecuencias de esos procesos físico-químicosson las ideas, y una idea recurrente entre los seres humanoses preguntarse si se mantiene algo después de la muerte.Los hombres y las mujeres están dispuestos a admitirel carácter inevitable de la muerte, y no les importa en ex-ceso que sus átomos se desconecten, pero a duras penaspueden entender que todo concluya ahí: ¿la idea del yo estambién cerebral? ¿Es también material químico? ¿La ideadel yo puede desaparecer del cerebro?

Carl Zimmer admite que estas preguntas son in-quietantes: «Cuando observamos a alguien que padece laenfermedad de Alzheimer u otro tipo de daño cerebral,realmente puede verse cómo el yo de esa persona desapa-rece: se destruye paulatinamente a medida que el cerebrose va destruyendo. Esto puede observarse perfectamente.Observando ese proceso, uno no puede forjarse la ilusiónde una muerte súbita y pensar que el alma o el yo se vayaa otro lugar, como a través de una puerta. Cuando se ob-serva a alguien que tiene Alzheimer, lo que se aprecia esque el yo, simplemente, se desintegra».

Lo que también puede apreciarse cuando se obser-va este tipo de dolencias es que el yo cambia... ¿Es quepuede cambiar el alma? Una persona puede transformarse

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completamente si sufre una demencia: un conservadorpuede pasar a ser muy liberal, o puede comenzar a ves-tirse de un modo completamente distinto, o puede deci-dir hacerse pintor... De pronto, ya no parece la mismapersona y apenas puede recordar su propio yo... o su yoanterior. «De hecho, pueden estudiarse los cerebros deestas personas y se puede observar que se han producidocambios físicos en el cerebro que, a su vez, cambian a lapersona», confirma Zimmer.

El «yo» es un concepto muy importante en Occiden-te y la simple idea de que el yo pueda desaparecer... causaestragos. Nuestra idea del yo es mucho más profunda queel simple reconocimiento de uno mismo. Los chimpancéstambién son conscientes de sí mismos y se reconocen enel espejo, pero nosotros, además de reconocernos, somoscapaces de imaginar y generar convicciones. Algunas deestas convicciones pueden demostrarse y otras no puedendemostrarse en absoluto. ¿A qué categoría pertenece laidea del yo? ¿Es simplemente una convicción que hemosgenerado? ¿Es una idea imaginativa que supone que hayalgo más que redes neuronales y neurotransmisores? ¿Có-mo surgió esta idea del yo?

Carl Zimmer asegura que el cerebro actúa de un mo-do distinto cuando pensamos en nosotros mismos. (Se haestudiado desde una perspectiva neurológica, a través degammagrafías cerebrales). «Hay ciertas regiones cerebra-les que parecen coordinar un tipo especial de pensamientoal pensar en nosotros mismos».

Así que, en realidad, el yo es la manera especial quetiene el cerebro de identificar todo lo que tiene que vercon nosotros mismos. Y, sobre todo, el yo debe entenderse

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como un proceso o una organización cerebral. Al me-nos, así es como los científicos empiezan a considerarlo.Y cuando se altera esta red, empiezan los problemas del yo.Es entonces cuando la persona ya no se parece a lo que era,porque no puede retomar su memoria autobiográfica.Simplemente, la persona no recuerda quién es. SegúnCarl Zimmer, quizá la manera de regular las emocionesal pensar en uno mismo también cambia y, por tanto,emocionalmente parece otra persona.

Los científicos piensan así sobre el yo. Pero todavíaquedan muchas cosas por entender. Como sugirió Eins-tein, la conciencia y el cerebro siguen siendo el granmisterio de la Humanidad.

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Capítulo II

Pensamiento consciente y decisiones inconscientes

Desde tiempo inmemorial hemos pensado que loshumanos somos libres a la hora de tomar una decisión y,sin embargo, estamos descubriendo que nuestra parteconsciente, la que puede describirse a la hora de tomaruna decisión, no es más que la puntita del iceberg de uninconsciente individual y colectivo que nos determina ydel que no sabíamos casi nada. Lo estamos descubriendo...ahora.

Ejemplos de intuición y reflexión

Tiene delante de usted dos mazos de naipes. Puedeelegir cartas sucesivas del mazo que desee. Si saca usteduna carta negra, gana el equivalente de su número en eu-ros. Si saca una carta roja, le tocará pagar. ¿De acuerdo?Muy bien. Adelante. ¡Un diez! ¡Felicidades! Ha ganadodiez euros. Saque otra. ¡Vaya, un seis rojo!

A la larga, uno de los mazos será su ruina. ¿Cuántascartas cree que va a necesitar para descubrir la sucesiónde cartas que hemos preparado? Otros jugadores han ne-cesitado unas ochenta cartas. Mírese las manos: están

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sudando desde que le ha dado la vuelta al décimo naipe.¿Oye eso...? Su corazón se ha acelerado. Usted se está es-tresando porque su intuición hace tiempo que le ha indi-cado cuál era la solución. ¿Por qué sigue cogiendo cartas?

En fin, conocer una sucesión de cartas o intuir cómopueden estar dispuestas es relativamente sencillo. Conocera las personas es más complejo.

Usted va a entrevistar a un hombre. Se ha presen-tado en su empresa por una oferta de trabajo: su currí-culum es notable, pero usted debe conocerlo a fondo parasaber si es adecuado para el puesto. ¿Es trabajador? ¿Eshonrado?

Para conocer a esa persona tiene usted dos opciones:puede salir con él durante un par de días a la semana,durante un año, y hacerse su amigo... Salir a tomar algo,ir al cine... Esto le permitirá recabar una buena cantidadde información sobre él. La otra opción es entrar en sucasa y observar su reducto íntimo durante media hora.¡Qué ropa más ordenada! ¡Libros! ¿No cree usted quesaber lo que lee y lo que come o lo que no come dicemucho de esa persona? ¡Anda, una guitarra...! ¿No seráuno de esos hippies...? El candidato nos puede confundircon sus palabras y gestos, pero su espacio íntimo es comoun libro abierto.

Conocer a las personas es complicado. Confiar enellas, a pesar de conocerlas, es aún más difícil.

Este señor es su médico de cabecera, le trata a usteddesde hace muchos años, es simpático y siempre le escu-cha con atención. Conoce a toda su familia. Sin embar-go, no sabe usted por qué, pero sus tratamientos nuncaacaban de funcionar.

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—Esto debe de ser un virus... ¿Te has tomado unaaspirina?

Como sus tratamientos no funcionan, visita usted aotro médico. Este caballero es un gran doctor: ha estu-diado en el extranjero, en los mejores hospitales, tiene suhistorial completo y usted lo ha analizado con detalle.Él tiene claro cuál es el remedio a sus males.

—Le voy a recetar un antibiótico que se tendrá quetomar cada ocho horas.

Pero... ¿por qué no se fía de él?—Doctor, ¿qué me pasa? ¿Qué tengo?—Nada. Tómese el antibiótico. Mi enfermera le dará

hora para dentro de quince días.¿Sabe usted que este médico tiene muchas más po-

sibilidades de que lo denuncien por negligencia médicaque el otro? Los médicos que no escuchan a sus pacien-tes y no dan explicaciones terminan en los tribunales.

Nos gusta pensar que nuestras decisiones son el pro-ducto de una minuciosa valoración de los pros y los con-tras. Incluso llegamos a creer que lo que vemos o lo quepercibimos se adecua perfectamente a lo que pensamos.¿Recuerda lo que ocurrió cuando tuvo que declarar antela policía porque le habían robado?

—A ver, ha dicho que era moreno, ¿no? —le pre-guntó el agente.

—Moreno... sí, bueno... sí... Creo que sí.—¿Lo vio o no lo vio?—Sí, lo vi... Pero es que todo pasó como muy rápido

—contesta usted.—¿En qué quedamos? ¿Era rubio o moreno?—Sí, moreno, moreno... Era moreno. Seguro.

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—¿Alto o bajo?—Bueno, en eso me fijé porque... Sí... me pareció un

tipo bastante alto.Cuando los policías prepararon la rueda de recono-

cimiento con varios delincuentes, usted señaló a uno deellos. Y no se equivocó, aunque ni siquiera podría decircon total seguridad que le había visto el rostro.

Muchas veces tomamos decisiones basándonos ennuestra intuición: son decisiones rápidas, no reflexiona-das. Pero... ¿son por eso menos buenas?

El inconsciente toma decisiones que influyen mu-cho a la hora de configurar una personalidad. El incons-ciente se vale de información, fuentes y datos a los queno se tiene acceso conscientemente: esto es lo importante.Lo importante no es la cantidad total de informaciónque asimila una persona, sino qué porcentaje de esta in-formación está utilizando la mente. En realidad, sólomanejamos una pequeñísima parte de la información yuna persona ni siquiera puede saber exactamente los mo-tivos por los que toma las decisiones que toma. La mayorparte de las decisiones que se toman tienen un responsa-ble: el inconsciente.

Test de Rorscharch

Este test está formado por diez manchas de tinta si-métricas diseñadas por Hermann Rorscharch en la déca-da de 1920. Aparentemente, esas manchas no significannada, pero al sujeto paciente se le pide que explique quéve en ellas. De las apreciaciones del sujeto, los psicólogos

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especializados —y sólo ellos— pueden extraer conse-cuencias. Anne Andronikoff, presidenta de la SociedadInternacional Rorscharch, nos explicaba que «estas diezmanchas de tinta son la excusa para que alguien nosmuestre su particular visión del mundo, y a través de susrespuestas podemos interpretar y averiguar cómo percibesu entorno, qué siente sobre sí mismo y sus actitudeshacia sus representaciones internas».

El sujeto puede decir que tal mancha o tal parte deuna mancha concreta se parece a una mariposa, o es unlobo, o una señora con los brazos extendidos, o un señorcon los pies grandes... Pero una respuesta aislada nosignifica absolutamente nada en el test de Rorscharch,como nos explicaba Pilar Ortiz, profesora de Psicologíade la Universidad Complutense de Madrid. «Tenemosque evaluar las respuestas integradas en el conjunto yconsiderar las muchas variables que intervienen. ¿Es unabuena respuesta “una mariposa”? No, este test no fun-ciona así. A priori no hay respuestas buenas ni malas enel test de Rorscharch».

La formación para poder trabajar con el test deRorscharch es muy larga y muy compleja, pero los espe-cialistas como Pilar Ortiz aseguran que ofrece una graninformación acerca de la personalidad del sujeto. Laventaja de este test sobre otras pruebas o cuestionariosde personalidad es que el sujeto no sabe qué se le estápreguntando y no puede intentar dar una buena imagende sí mismo porque no sabe si la respuesta le favorece ono desde el punto de vista moral o social, por ejemplo.En el test de Rorscharch, el sujeto no puede hacer usode sus habilidades sociales y no puede manipular las

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respuestas o engañar al psicólogo, simplemente, porqueno sabe si su respuesta es «buena» o no. Según PilarOrtiz, este test ha sido estudiado profundamente en tér-minos de fiabilidad y, «en este momento, es una pruebasólida, no solamente desde criterios clínicos, sino tambiéndesde criterios psicométricos».

En todo caso, conviene recordar que algunos desa-prensivos han estado utilizando el test de Rorscharchdurante mucho tiempo, lo cual ha desembocado en ladesconfianza de algunos expertos. Se trata de una prue-ba complejísima cuyos resultados sólo pueden evaluarespecialistas.

Relaciones humanas y desprecio

Malcolm Gladwell es periodista de la revista NewYorker y la última revelación de la divulgación científicaamericana. En su último libro Inteligencia intuitiva: ¿por quésabemos la verdad en dos segundos? (Taurus, 2005) habla de lacapacidad de cognición rápida que tiene nuestro cerebro:la poderosa percepción subconsciente del ser humano.

Gladwell, en principio, asegura que el juicio instan-táneo puede tener tanta validez como el que se toma trasmeses de reflexión y acumulación de información. Losorprendente es que nuestros juicios instantáneos son tanfiables —según este autor— como las decisiones que setoman lógica y razonablemente. Entonces, cabría dedu-cir que lo que sucede en nuestro inconsciente es muchomás importante que la cantidad de información disponi-ble conscientemente.

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Uno de los aspectos más interesantes de este cono-cimiento intuitivo quizá esté vinculado a las relacionesque mantenemos con otras personas. Los expertos handescubierto que hay pautas recurrentes y característicasen las relaciones y que, por ejemplo, se puede pronos-ticar el futuro de una pareja en función de esas pautas.

«Cuando dos personas interactúan durante ciertotiempo, la interacción no es aleatoria», afirma Gladwell.«Si estoy casado, mi mujer y yo no nos comportaremosde un modo totalmente nuevo cada vez que nos veamos:tenemos una manera de relacionarnos bastante coheren-te que se ha labrado con el tiempo. Y lo que argumentanlos investigadores, y lo que demuestran, es que la pautaque sigue la gente al relacionarse se puede identificar. Esposible captar esta pauta muy rápidamente. Y, además,esta pauta nos permite predecir cómo acabará esa pareja».

Según estas investigaciones, se puede saber si tienenlo que hay que tener para permanecer juntos. Se trata de undescubrimiento realmente interesante que se puede ex-trapolar: lo que se nos dice es que en el mundo existenpautas y podemos predecir cómo se resolverán las distin-tas situaciones de la vida si sabemos qué debemos buscary en qué debemos fijarnos. «En mi opinión», concluyeGladwell, «todo esto refuerza la idea de que este tipo deimpresiones inmediatas o instantáneas que tenemos pue-den ser muy útiles, porque lo que hacemos es captarintuitivamente ese tipo de pautas».

En ese caso, podríamos averiguar cómo son real-mente los niños en la escuela o los trabajadores de unaempresa: si somos capaces de descubrir esas pautas, sa-bremos cómo se comportarán, qué desearán y, en fin,

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cómo son. Malcolm Gladwell explica que este futuro aúnno está descrito perfectamente, pero los estudios dejan lapuerta abierta en ese sentido. Si estudiamos las interaccio-nes de un modo más sofisticado y descubrimos las pautasque pueden discernirse rápidamente, tal vez nos ayudena entender la naturaleza de las relaciones humanas.

Hay casos en los que no son necesarias demasiadaspautas. O, al menos, esas pautas no aparecen demasiadoocultas. Por ejemplo, si existe desprecio entre las perso-nas. Si se da, se acabó cualquier posibilidad de encauzarla relación. En las parejas, por ejemplo, los expertos bus-can ciertos tipos de señales emocionales. Según Gladwell,hay ciertas emociones cuya presencia pronostica proble-mas serios. La más importante de estas emociones es eldesprecio o la sensación de sentirse despreciado. «Siel desprecio se intercala en la pauta de interacción quetiene cualquier pareja, se considera una señal profunda-mente inquietante para el futuro de la relación».

¿Por qué el desprecio es tan revelador? En la entre-vista que concedió a Redes, Malcolm Gladwell señaló queel desprecio tiene mucha relación con la exclusión: «Pue-do estar enfadado contigo, pero seguir pensando que túy yo somos iguales. Puedo decir: “Creo que te equivocas”.Y tú me dirás: “No, no, Malcolm, creo que eres tú el quese equivoca”. Y podemos seguir así durante un buen rato.Pero si estamos discutiendo en esos términos es porquesigo pensando que mereces estar ahí sentado: te estoytomando en serio. Por eso estoy discutiendo contigo:porque te respeto y porque te tomo en serio. Si fuera des-pectivo contigo, ni siquiera discutiría contigo. Te diría:“No mereces estar aquí”. Te expulsaría. Y creo que esto

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entronca con las primeras sociedades humanas, cuandoser expulsado del grupo podía considerarse esencialmen-te una sentencia de muerte. Si viviéramos hace un millónde años, y ocupáramos una cueva, y yo te expulsara... es-tarías perdido. Y esto, como seres humanos, es lo másdevastador que podemos escuchar: “¡Fuera!”. Que nosexpulsen del grupo es lo peor que nos puede suceder».

Usted no sabe por qué compra

A veces el inconsciente nos engaña en nuestras rela-ciones sociales. Un proceso similar parece ocurrir en lu-gares donde se nos invita a consumir. Cuando accedemosa un espacio concreto, como un banco o un supermerca-do o un restaurante, nosotros sabemos que debemostener en cuenta una buena cantidad de factores incons-cientes que van a operar. Nuestra actitud depende de lasdecisiones comerciales que se hayan tomado y si somoscapaces de percibir que los responsables del estableci-miento están abusando de determinadas condicionespara forzarnos a actuar de un modo determinado.

Por ejemplo, es muy agradable que se abran las puer-tas del establecimiento, incluso que no haya puertas.Y uno lo puede entender como una deferencia, cuandoestá bien usado. Lo que ocurre es que es una deferenciaperversa, porque detrás de esa amabilidad está el ánimode que al cliente no le intimide nada entrar y, sin embar-go, le resulte difícil salir. ¿Sabe usted por qué no hay ven-tanas exteriores en las grandes superficies comerciales?¿Sabe usted por qué las marcas comerciales luchan por

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disponer sus artículos a la altura de los ojos y, en el casode los productos infantiles, a la altura de los pequeños?Se trata de praxis comerciales muy evidentes y bien co-nocidas, pero hay expertos que creen que hay otrosmodos de conseguir pulsiones de consumo que no seantan descaradas.

Por ejemplo, el arquitecto e interiorista Dani Frei-xes piensa que el impulso de comprar aumenta mucho sihay generosidad en el vendedor. «La generosidad se agra-dece mucho en la cultura mediterránea cuando es per-ceptible. Y esto, que también es una forma de picaresca oun truco comercial, se traduce en dos o tres aspectos:uno de ellos es la confianza». Por ejemplo, resulta agrada-ble que un bar permita que el cliente coja todos los pinchosque desee y, después, le pregunte cuántos ha consumido.

Existen cientos de elementos que favorecen el impul-so de consumir y comprar. Si una persona desea comprarproductos para comer, no importa mucho que la ilumina-ción sea una iluminación neutra o distante, como la ilumi-nación de una nevera. Pero si se trata de una tienda en laque se pueden comprar objetos para decorar o amueblaruna casa, es preferible que la luz sugiera o se centre enaquellos objetos que uno elegiría para un rincón de su ho-gar. Por lo tanto, la iluminación no tiende tanto a iluminarlos objetos, sino a sugerir el espacio en que el compradordebería colocar aquel objeto y a señalarle lo bien quequedaría en su casa. Así, por ejemplo, la luz indica calidez,confortabilidad, neutralidad, etcétera. Todo depende delos objetivos. El color funciona de un modo similar.

Respecto a otros sentidos, también son muy impor-tantes dependiendo de lo que se vaya a vender. En un

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restaurante, el sabor lo aporta el cocinero, pero el arqui-tecto o el interiorista tienen que colaborar en la decora-ción y en la ambientación. Si un lugar complace a los cincosentidos, el comprador se sentirá cómodo. Y cuando lagente está cómoda, consume con más placer. No necesa-riamente consume más, pero consume con gusto. Y si seconsume con más placer, se produce un factor comercialmuy importante: la repetición. El consumidor que ha con-sumido con placer quiere volver, porque ha estado bienen ese lugar concreto. Las personas utilizamos la memo-ria o los impulsos de la memoria para recordar dóndeestuvimos a gusto y dónde nos gusta estar. Para Freixes,lo esencial es el equilibrio: «Si no hay un equilibrio, esque algo no va muy bien».

Hay algo fascinante en el mundo comercial. A me-nudo, los intelectuales analizan el consumo y sugieren quelos consumidores están manipulados por nuestra socie-dad capitalista. Sin embargo, Malcolm Gladwell parecesugerir que pudiera ser al revés... En realidad, no seríaexactamente al revés, porque el consumidor no opera es-tratégica y conscientemente, pero obliga a modificar laconducta del vendedor. Gladwell y otros investigadoresse han dado cuenta de que la persona que dirige el co-mercio es el consumidor: la tienda, en realidad, intentacon gran humildad adaptarlo todo para que el consumi-dor consuma más a su gusto: la disposición del mobilia-rio, los productos, la iluminación, los colores... todose adapta a los sentimientos del consumidor. «En efecto,todo se reduce a reflexionar sobre los misteriosos pro-cesos del pensamiento humano», señala Gladwell. «Mu-cha gente está preocupada por la manipulación del pú-

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blico o de los consumidores y piensan que las personas es-tamos en manos de las empresas. Piensan así porque par-ten de la suposición de que la cognición humana es algorelativamente sencillo y que puede llegar a comprenderse.Por tanto, según ellos, puede manipularse bastante fácil-mente. Lo que yo propongo es que la cognición humanaes un proceso mucho más complejo de lo que pensábamoshasta ahora. Además, es ingenuo pensar que puede llegaruna empresa, comprender lo que estamos pensando y ma-nipularnos. Simplemente, eso no es así. Somos bastantemás complejos de lo que supone este modelo».

Sobre todo, somos más complejos y misteriosos acausa del gran papel que desempeña el inconscienteen nuestra conducta. Según Gladwell, las personas aten-demos más a nuestro inconsciente que a los intentosmanipuladores de los otros.

Veamos un ejemplo propuesto por nuestro entrevis-tado en Redes: una persona entra en una tienda por pri-mera vez. Hay una pauta característica en la conducta deesa persona y que se da en todo el mundo cuando cruzael umbral de un establecimiento por vez primera... En-tran en la tienda y, lentamente, reducen la velocidad desu caminar y casi se detienen. Si el comerciante no lo sabey ha colocado sus productos a la entrada, el consumidorno los verá. Al entrar en cualquier espacio, se produceuna especie de proceso de desaceleración y de adaptación.Y para llegar a la gente y entender dónde debería colo-carse cada objeto, hay que entender este tipo de procesode adaptación que se produce siempre.

Hay otros misterios en el comportamiento de losconsumidores. Por ejemplo, el comprador suele girarse a la

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derecha. ¿Por qué? «No lo sabemos», confiesa MalcolmGladwell. «Desconocemos el porqué. Simplemente, suce-de que si observamos a la gente que va de compras encualquier entorno de venta al público, veremos que, inva-riablemente, al entrar a una tienda, giran a la derecha».

Giramos a la derecha... ¡pero no somos conscientesde que lo estamos haciendo! Quizá el lector piense quese comporta de otro modo, pero los estudios científicoshan comprobado que así se comporta la mayoría de losconsumidores.

Y aún hay más: se trata de lo que los expertos llaman«la teoría del rozamiento del trasero». Malcolm Gladwelldice que no hay nada que moleste más —sobre todo a lasmujeres— que el hecho de que alguien les toque sin que-rer el trasero en una tienda. «Así que, si tienes una tiendae intentas diseñarla, es muy importante que los pasillossean suficientemente anchos como para que alguien pue-da detenerse en un mostrador o en una estantería paraobservar y tocar los productos, y que el pasillo sea sufi-cientemente ancho como para que nadie le roce involun-tariamente el trasero al caminar por el mismo espacio.Hay unas medidas, una anchura estándar de pasillo quese debe respetar. Si no se hace esto, lo que se consigue esfrustrar justamente el proceso que se intenta fomentar.Es decir, si a los clientes les tocan el trasero sin querer, sedetienen. Se paran y se marchan. Y eso no es lo que se de-sea: se desea que los clientes se queden y que pasen algúntiempo en la tienda... cuanto más, mejor».

Si usted desea abrir un establecimiento comercial,aquí tiene tres consejos básicos: no coloque sus productosdemasiado cerca de la puerta, sitúe sus mejores ofertas

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a la derecha y... planifique el local para que los clientes nose rocen los traseros. ¿De verdad los clientes están tanmanipulados como se cree o son ellos los que obligan alos comerciantes?

Seres complejos... y contradictorios

En nuestras relaciones con los demás, constantemen-te estamos intentando descubrir cómo se comportarán ocómo son. El sistema de conocimiento intuitivo o incons-ciente desempeña un papel fundamental en este aspecto.Malcolm Gladwell asegura que nuestro inconsciente rigenuestro comportamiento y nuestras reacciones ante los ob-jetos, las personas y los acontecimientos de la vida. Sobretodo, rige nuestras suposiciones. Hay algunos programasde ordenador muy sencillos que revelan cómo entendemosel mundo que nos rodea y cómo somos en realidad. Es laprueba de las asociaciones implícitas. Mediante estos pro-gramas informáticos, los psicólogos tratan de averiguar sihay un modo de medir el contenido de nuestro inconscientey saber qué ocurre en ese espacio de la inconsciencia. Esaherramienta consiste en un test muy sencillo que midela velocidad con la que se relacionan ciertas palabras. Laidea es simple: cuanto más rápidamente se conectan ciertaspalabras, más relacionadas están en nuestra mente. «Tedoy varias palabras y tú tienes que situarlas en las categoríasadecuadas, y cuanto más rápido lo hagas, más posibilidadesexisten de que tu inconsciente relacione los conceptos de-signados por las palabras. Así medimos la reacción y laconexión de los conceptos en tu inconsciente».

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Hay algunas características de ese tipo de test queconviene señalar. Por ejemplo, proponen una categoríadeterminada: «delincuente», y a su lado colocan los ros-tros de una persona blanca y de una persona negra. «Sipuedes poner una cara negra en esta categoría más rápi-damente de lo que pones una cara blanca, esto nos diceque, en tu mente, la gente de raza negra y los delincuen-tes están más unidos... en tu inconsciente». Con este tipode test, según Malcolm Gladwell, se puede medir la acti-tud de los hombres frente a las mujeres, de las mujeresfrente a los hombres, se puede medir la actitud hacia lasdiferentes razas, las distintas ideas... «Es muy, muy simple,pero ha quedado demostrado que es una herramientaextraordinariamente útil para intentar llegar a algo muydifícil: saber lo que sucede en el inconsciente».

Sin embargo, ¿lo que sugiere nuestro inconscientees verdaderamente lo que somos? Nosotros sabemos cons-cientemente lo que queremos ser y queremos ser de unmodo determinado. Por ejemplo, no queremos ser racis-tas ni misóginos; deseamos ser neutrales y justos, pero unacosa es lo que deseamos ser conscientemente y otra, biendistinta a menudo, lo que somos inconscientemente: ¿quéocurre en nuestro cerebro bajo la superficie de reflexióny pensamiento lógico? A menudo, las actitudes incons-cientes son incompatibles con los valores establecidose, incluso, con nuestro pensamiento consciente. «Sí: lomás interesante es que no hay ninguna garantía de queel inconsciente siga la misma pauta de lo que yo piensoconscientemente. Esto significa que los seres humanossomos capaces de incorporar contradicciones. No somostan simples como decimos».

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¿Integramos nuestras contradicciones? ¿Es posibleque podamos vivir en una contradicción permanente entrelo que pensamos y lo que somos? Comprender nuestra ca-tegorización hacia otros grupos o hacia otras personas ohacia determinados aspectos de la vida no es tan simple co-mo expresar una opinión consciente y lógica. Hay toda unaparte de nosotros que puede estar «pensando» otra cosamuy distinta. Podemos opinar de un modo determinadosobre una persona, y creerlo sinceramente, pero puede quenuestro inconsciente esté advirtiendo en sentido contrario.

Quizá estas contradicciones estén en la base de unaspecto característico de los humanos: podemos mezclaremociones contrapuestas. Los neurólogos y los psicólo-gos advierten que un animal, por ejemplo, puede ser fielo no, pero no ambas cosas a la vez. Los humanos tene-mos esa capacidad: podemos amar y odiar al mismo tiem-po, y podemos ser fieles e infieles a la vez. «Como sereshumanos, el hecho de tener emociones mezcladas y sercapaces de incorporar contradicciones puede constituiruna parte central de nuestra naturaleza: eso nos hace serquienes somos y puede formar parte de lo que significaser una persona. Es decir, no somos perros por muchosmotivos, entre otros, porque nuestra consciencia y nuestroinconsciente pueden estar en contradicción y luchando enciertas circunstancias».

Desde el punto de vista externo, las palabras de Mal-colm Gladwell se ven corroboradas en el análisis de laexpresión de ciertas emociones, como la repugnancia, elodio, el enfado... En algunos casos no se pueden identi-ficar plenamente respecto a otras emociones colindantese incluso contrarias.

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En realidad, estos descubrimientos —a veces doloro-sos, porque creíamos ser lo que pensábamos lógicamen-te— sólo remiten a un aspecto de la naturaleza humanaque deberíamos haber sospechado: los seres humanossomos realmente muy complejos. «Lo que me sorprende»,dice Gladwell, «es cómo nos empeñamos en oponernosa la idea de que somos complejos. Cuando estudiamos alos seres humanos, siempre acabamos asombrados ante locontradictorios, difíciles y complejos que somos. Sin em-bargo, cuando el mundo empresarial o comercial intentahacer suposiciones sobre las personas, llega a la erróneaconclusión de que somos sencillos y simples. Creo que estadiscrepancia es absurda».

Los nebulosos límites de la razón y el inconsciente

Algunos expertos aseguran que una decisión cons-ciente, razonada y lógica es sólo la punta del iceberg.Bajo la superficie se esconde una gran masa de hielo: lasdecisiones inconscientes. Cuando decimos que estamoshaciendo algo «a conciencia», ¿qué queremos decir? ¿Esverdad que podemos actuar o pensar u opinar indepen-dientemente de nuestro inconsciente? ¿Hasta qué puntoestán separados nuestro pensamiento lógico y nuestroinconsciente? ¿Son tan frecuentes las contradiccionesentre uno y otro?

Óscar Vilarroya, profesor de Psiquiatría y MedicinaLegal de la Universidad Autónoma de Barcelona, res-pondía a estas preguntas en el plató de Redes: «En cierta

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ocasión tuve una conversación muy interesante conManuel Illescas, el gran jugador de ajedrez. Él era unode los programadores de Deep Blue, el súper ordenadorcontra el que iba a enfrentarse Garry Kasparov. Los titu-lares de los periódicos decían que aquella partida era elenfrentamiento del hombre contra la máquina. Illescasme dijo: “No es así exactamente. Es el enfrentamientodel hombre y las máquinas contra la máquina y los hom-bres”. Esto tiene una explicación muy sencilla: detrás deaquella máquina había muchos hombres que la progra-maron, y detrás de Kasparov había muchos ordenadoresque le ayudaban».

Pues bien, en el caso del pensamiento lógico y el in-consciente ocurre algo parecido: en el pensamiento ló-gico hay mucho inconsciente, pero detrás del inconscientey la toma de decisiones también hay consciente. En rea-lidad, ambos aspectos parecen estar más mezclados de loque suponemos. «No existen procesos puramente cons-cientes, ni procesos total y puramente inconscientes»,nos dijo Manuel Froufre, profesor de Psicología de laUniversidad Autónoma de Madrid.

¿Cómo podemos medir la presencia de los actosconscientes e inconscientes? Los seres humanos decimosque tomamos decisiones conforme a la razón y la lógica,y después de haberlo pensado mucho, pero los expertos ad-vierten que nuestas decisiones a menudo están basadas enconglomerados de ideas de las que no somos conscientes.

El cerebro computa aproximadamente once millo-nes de unidades de información o bits por segundo pro-cedentes del exterior, de nuestros sentidos. Pero toda esacantidad de información no se elabora conscientemente,

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por supuesto. Como mucho, a nivel consciente, podemosmanejar unas cincuenta unidades por segundo. En resu-men, de los once millones de bits que operan en nuestrocerebro, sólo cincuenta se computan conscientemente. Esdecir: la mayoría de esa información queda fuera del pen-samiento lógico o consciente. Evidentemente, como afir-maba Manuel Froufre, no tenemos conciencia de toda esainformación subyacente, pero el organismo humano y elcerebro tienen muchos sistemas que codifican y procesanesa información; en realidad, esa información no tiene porqué pasar por el consciente ni sería positivo aturdir al pen-samiento lógico con semejante potencial informativo.«Imaginemos que queremos subir unas escaleras “a con-ciencia”, tomando conciencia de qué tenemos que haceren cada momento para subir cada peldaño... Nos la pe-garíamos. Seguro». Pensemos en una pequeña herida quetenemos en la rodilla. Nuestro cerebro está recibiendoconstantemente información a propósito de la herida,pero no desvía esa información continuamente hacia elpensamiento lógico: nos olvidamos de esa herida y el or-ganismo se ocupa de ella. En definitiva, el sistema manejamucha información, muy rápidamente y de manera eficaz.El sistema nos permite ocuparnos de otros asuntos y sóloapela al pensamiento racional o consciencia en determina-das circunstancias; por ejemplo, si el dolor de la herida esmuy intenso, el cerebro «abre las vías» de la consciencia y,entonces, realizamos una evaluación lógica y decidimosir al médico o utilizar algún medicamento.

Además de utilizar muy poca información, la cons-ciencia es lenta. El profesor Froufre nos decía en Redesque la consciencia o el pensamiento consciente pueden

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compararse a un hombre que camina a pie frente a la ve-locidad de un reactor (inconsciente). «Eso quiere decirque si nuestra adaptación en el medio dependiera de laintervención de la conciencia en todas las operaciones,procesos y decisiones que tomamos, estaríamos congela-dos, nos quedaríamos bloqueados».

Y no se trata sólo de nuestras percepciones más cer-canas: el ser humano sufre un verdadero bombardeo demensajes, miles y miles de mensajes que la mente recibey, generalmente, desestima. Pero las empresas se esfuer-zan para que esos mensajes se mantengan vivos. Algunosestudios aseguran que cada día nos bombardean con 3.500mensajes publicitarios. Uno cada quince segundos, entelevisión, radio, prensa, Internet... En el año 2004 lascompañías gastaron más de 300.000 millones de eurosen publicidad, pero nueve de cada diez nuevos productosque salen al mercado fracasan a pesar de las campañasde promoción. La publicidad, tal y como la hemos enten-dido hasta ahora, tiene muy poco efecto sobre nuestrocomportamiento. ¿Qué está sucediendo?

Un experimento reciente consistía en analizar la rela-ción de los consumidores ante los anuncios publicitarios.Mediante una cámara incorporada a unas gafas, analizarondónde dirigían la mirada distintos sujetos en su vida diaria.Descubrieron que a pesar de estar en contacto con mensa-jes publicitarios durante todo el día, sólo podían recordarun uno por ciento de todo lo que habían visto.

El cerebro funciona como nuestro sistema digesti-vo: hasta que no digiere parte de la información, no pue-de incorporar información nueva, y hoy en día estamosempachados de información entrante. El cerebro acude

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en nuestra ayuda para que no sucumbamos a una heca-tombe de compras compulsivas. Cuando un estímulo des-pierta nuestra atención, el cerebro queda ciego a cualquiercosa que suceda durante un breve espacio de tiempo pos-terior. Como el efecto de un flash en nuestros ojos, el ce-rebro no puede «ver» lo que está sucediendo durante unospocos segundos. Los anuncios son una secuencia de imá-genes y sonidos que captan nuestra atención y la marca oel producto casi siempre aparecen al final. Por eso somoscapaces de recordar anuncios de televisión impactanteso divertidos, pero muy pocas veces podemos recordar loque venden. Quizás, para que la publicidad tuviera másefecto, debería decir menos cosas y de forma más lenta, oquizás es que compramos de forma impulsiva y, en cambio,los anuncios apelan a nuestra racionalidad. ¿Y si lo quesucede es que no somos tan fáciles de convencer y un anun-cio gracioso o llamativo no es un argumento suficiente?

Hasta aquí, el modo en que aparentemente se com-porta nuestro cerebro respecto a nuestras decisiones.Pero es importante saber qué procesos sigue nuestrocerebro (en el pensamiento lógico y en el inconsciente)cuando se trata de evaluar lo que nos rodea. Es decir,¿podemos saber cómo se va a comportar una persona?¿Sirven para algo los programas asociativos de los que noshablaba Malcolm Gladwell? ¿Podemos entrar en la ma-quinaria del cerebro para saber cómo se va a comportaralguien inconscientemente?

Manuel Froufre nos aseguraba que estas preguntas tie-nen difícil respuesta. No sabemos cómo se va a comportaruna persona inconscientemente y, para ser sinceros, tampo-co sabemos cómo se va a comportar conscientemente.

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«La ciencia, la psicología y otras disciplinas puedencontribuir a hacer predicciones globales y pueden sugerirtendencias, pero no pueden predecir biografías, conductasconcretas». Incluso aquellos científicos que creen en eldeterminismo y en que las conductas humanas están inexo-rablemente determinadas tienen dificultades para averiguarcómo se configuran los aspectos inconscientes que deter-minan dichas conductas. Por esa razón resulta inviablehacer una predicción específica sobre las conductas de laspersonas concretas en el futuro.

Sin embargo, evaluamos constantemente a los de-más. ¿Tenemos prejuicios? O, lo que es lo mismo, ¿tene-mos juicios previos a la evaluación lógica y consciente?Puede que a usted le resulte doloroso, pero debemosdarle una mala noticia: está usted lleno de prejuicios. Losprejuicios, como nos decía Óscar Vilarroya, son el frutode una conducta adaptativa. Es un juicio rápido, una res-puesta rápida que adoptamos en determinadas circuns-tancias. Naturalmente, estos «pre-juicios» son frutosde la evolución: tenemos un pasado evolutivo y esas con-ductas automáticas y respuestas mentales automáticasestán ancladas en nuestros cerebros. «Por ejemplo, el as-pecto exterior de las personas, su morfología o su actitud,son características que evaluamos mediante ese sistemade pre-juicios». Por otra parte, ese sistema también sebasa en nuestra experiencia: hemos nacido y crecido enun entorno determinado, y todo lo que sea extraño ydiferente a nuestro grupo y a nuestro entorno generarádesconfianza o rechazo. «Es una conducta adaptativa,porque permite protegernos de posibles peligros en de-terminadas circunstancias».

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Sin embargo, esta protección de los prejuicios tie-ne su parte negativa. Y la parte negativa radica en queadoptamos conductas de desconfianza y rechazo cuandono están en absoluto justificadas lógicamente. Cuandoesto ocurre y se extiende a nivel social, se producen pro-blemas que todos conocemos.

Pero si nuestro cerebro es fruto de la evolución,deberíamos poder tomar decisiones mejores que hace cua-renta o cincuenta mil años. ¿Estamos progresando en eseaspecto? Ahora puede felicitarse el lector: tenemos unabuena noticia para usted. Sí, decidimos mucho mejor quehace cincuenta mil años. «Evidentemente, tomamos de-cisiones equivocadas, erróneas y, algunas de ellas, preci-samente gracias a nuestros avances y a nuestro progreso,tienen consecuencias mucho más deletéreas que hacesesenta mil años», señalaba Óscar Vilarroya, «pero, engeneral, somos más listos, más inteligentes y más cultos,y aprovechamos mejor nuestros recursos. Aunque estemossiempre en la frontera de tomar decisiones equivocadas».Para nuestro invitado en Redes, a veces es deseable lalentitud del pensamiento consciente, racional o lógico:«Hay decisiones que es mejor no tomarlas con la rapidezde nuestros procesos inconscientes. Eso nos permitedistanciarnos y analizar las cosas mejor... en principio».

Como se ha advertido, sin embargo, el hecho de quela consciencia no intervenga habitualmente no es unacondena para el sistema, sino un recurso que puede serextraordinariamente beneficioso. Usted va por la acera, creeoír un ruido, se echa hacia atrás y un autobús pasa veloz acinco centímetros de usted. Ha salvado la vida. No ha si-do consciente de su conducta, pero su cerebro ha hecho el

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trabajo por usted. Eso no significa que tengamos que actuar«con el corazón» o que debamos fiarnos exclusivamente delas intuiciones, de los prejuicios o, en definitiva, que lodejemos todo al albur de nuestros impulsos inmediatos. El«corazón» es parte de la consciencia y la consciencia partede eso que llamamos «corazón». Como aseguraba ManuelFroufre, «cuando se habla de “corazón”, me temo que másbien se habla del sistema límbico, el cerebro, en último tér-mino, pero no nos referimos al más reciente, al neocórtex,sino al sistema heredado de la evolución. Normalmente, loque conviene es utilizar todas las estructuras del sistema:en algunos casos conviene utilizar el pensamiento racionalpara unas cosas y el “corazón” o la intuición o el incons-ciente para otras. La consciencia —supuestamente— esespecialmente efectiva y necesaria para aquellas situacionesen las que no tenemos una respuesta probada y automati-zada. El pensamiento racional y lógico funciona bien en esoscasos en los que no tenemos información genética, o noestamos dotados con esa tendencia o ese mecanismo, o conese módulo de operación; también funciona bien cuando elaprendizaje y la experiencia no han desarrollado ningúnautomatismo. En esos casos, cuando nos enfrentamos aciertas situaciones para las que no hay una respuesta auto-mática, ni genética, ni practicada y aprendida, es cuandotenemos que ponderar pros y contras, evaluar y tomar de-cisiones que en último término siempre se basarán en unanálisis y manejo consciente y parcial de la información».

En fin, parece que las dualidades corazón/cabeza, in-tuición/razón o emoción/lógica son fruto de un análisisexcesivamente simplista. La separación entre los distin-tos términos no es tan clara. Las decisiones que llamamos

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«lógicas» tienen mucho de proceso inconsciente y emo-cional, y las decisiones que llamamos «inconscientes»o emocionales también tienen mucho de lógica y razón.

Quizá esta nebulosa conclusión permita al lectorequivocarse menos en lo sucesivo... o no.

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