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EL ANARQUISMO EN CHILE. DE LOS ÁCRATAS INTUITIVOS A LA HUELGA PORTUARIA (1 A PARTE) Indefectiblemente, la historia anarquista está ligada al desarrollo del movimiento obrero. Ilustrados, rigurosos, puros y puristas, casi todos los ácratas al comienzo o eran zapateros o eran sombrereros o eran carpinteros o eran tipógrafos o eran panaderos. Trabajaban con sus manos, eran artesanos. Severamente artesanos. La anarquía es el sin-gobierno, dice Malatesta: la sociedad natural no necesita gobernarse. Solo requiere del entendimiento común, asegura Kropotkine. Antes, Bakunin había dicho que la revolución es el fenómeno humano natural para quitarse de encima el poder (del Estado, de la propiedad, de Dios). Es que los libertarios –como se llaman a sí mismos- estiman que el contrato de la voluntad general viola la libertad individual e impone una autoridad ajena. De ahí que casi siempre se marginaran de la acción propiamente política. Inorgánicos, rebeldes, insubordinados, insurrectos, discutidores, ingobernables, los ácratas por lo general no tienen nada de caóticos. Es más, se les pinta de ordenados. Individualistas medulares al mismo tiempo que solidarios como nadie: ¿cómo se entiende? Clotario Blest dijo de ellos: Balofé, Triviño, Augusto Pinto, hombres íntegros, porque los anarquistas, cuando son anarquistas, son abstemios, no comen carne, son tipos Mahatma Gandhi; tremendos, de una estrictez moral terrible. Por eso es que no hicieron partido grande, porque la gente se asustaba”. Cuesta desentrañar su cuento. Poco o nada se ha escrito de sus 100 años en Chile. Y eso que durante un vasto período controlaron los sindicatos más grandes del país. Vaya este intento por saldar cuentas pendientes. Se daba por apóstata de la más exagerada democracia; y en esa contienda había demostrado una implacable exaltación contra los poderosos, ya lo fueran por el ejercicio del mando, ya por la posesión de cuantiosos bienes de fortuna. En una pobrísima imprenta había publicado, en agosto de 1845, un periodiquillo titulado El Duende, del que alcanzaron a salir 4 números. Reemplazó enseguida por otro que llamó El Pueblo. En el número 7 incitaba a la revuelta popular”. Así describió Barros Arana al primer anarquista chileno: el tipógrafo Santiago Ramos. El historiador Marcelo Segall lo ratifica, en 1962:

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EL ANARQUISMO EN CHILE.DE LOS ÁCRATAS INTUITIVOS A LA HUELGA PORTUARIA

(1A PARTE)

Indefectiblemente, la historia anarquista está ligada al desarrollo del movimiento obrero. Ilustrados, rigurosos, puros y puristas, casi todos los ácratas al comienzo o eran zapateros o eran sombrereros o eran carpinteros o eran tipógrafos o eran panaderos. Trabajaban con sus manos, eran artesanos. Severamente artesanos.

La anarquía es el sin-gobierno, dice Malatesta: la sociedad natural no necesita gobernarse. Solo requiere del entendimiento común, asegura Kropotkine. Antes, Bakunin había dicho que la revolución es el fenómeno humano natural para quitarse de encima el poder (del Estado, de la propiedad, de Dios). Es que los libertarios –como se llaman a sí mismos- estiman que el contrato de la voluntad general viola la libertad individual e impone una autoridad ajena. De ahí que casi siempre se marginaran de la acción propiamente política.

Inorgánicos, rebeldes, insubordinados, insurrectos, discutidores, ingobernables, los ácratas por lo general no tienen nada de caóticos. Es más, se les pinta de ordenados.

Individualistas medulares al mismo tiempo que solidarios como nadie: ¿cómo se entiende? Clotario Blest dijo de ellos:

“Balofé, Triviño, Augusto Pinto, hombres íntegros, porque los anarquistas, cuando son anarquistas, son abstemios, no comen carne, son tipos Mahatma Gandhi; tremendos, de una estrictez moral terrible. Por eso es que no hicieron partido grande, porque la gente se asustaba”.

Cuesta desentrañar su cuento. Poco o nada se ha escrito de sus 100 años en Chile. Y eso que durante un vasto período controlaron los sindicatos más grandes del país. Vaya este intento por saldar cuentas pendientes.

“Se daba por apóstata de la más exagerada democracia; y en esa contienda había demostrado una implacable exaltación contra los poderosos, ya lo fueran por el ejercicio del mando, ya por la posesión de cuantiosos bienes de fortuna. En una pobrísima imprenta había publicado, en agosto de 1845, un periodiquillo titulado El Duende, del que alcanzaron a salir 4 números. Reemplazó enseguida por otro que llamó El Pueblo. En el número 7 incitaba a la revuelta popular”.

Así describió Barros Arana al primer anarquista chileno: el tipógrafo Santiago Ramos. El historiador Marcelo Segall lo ratifica, en 1962:

“El Duende es el primer órgano popular. Contradictoriamente ácrata, peor redactado, es el primer paso del periodismo revolucionario obrero”.

Es claro que se trata de un anarquismo intuitivo, tal vez de contradictorio tipógrafo mal redactor, pero que así y todo pone de la mano el devenir del obrerismo chileno con los rumbos de la acracia, como su más cercana compañera, a pesar de que la historia oficial escasas veces lo ha dicho.

Un poco más tarde, en marzo de 1850, el sombrerero Ambrosio Larracheda, el zapatero Manuel Lúcares y los sastres Cecilio Cerda y Rudecindo Rojas eran los primeros atrevidos adherentes de la naciente subversiva “Sociedad de la Igualdad”.

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Santiago Arcos y Francisco Bilbao, sus fundadores, estimaron que el hasta entonces “Club de la Reforma” tenía objetivos puramente electorales y no estaban dispuestos a continuar con eso. Se requería de un movimiento de vanguardia que propiciara cambios radicales a favor de los desamparados. 2 años antes, Arcos había vuelto de Europa y traía consigo un cúmulo de nuevos idearios que estuvieron presentes en la revolución francesa de 1848. Cierto que, doctrinaria y prácticamente, el anarquismo aún no se consolidaba como tal (a pesar de que Proudhon, maestro de Bakunin, años antes ya había acuñado el término) pero sus parientes cercanos sí estaban florecientes: el socialismo utópico –saintsimoniano y proudhoniano- el federalismo, Fourier y sus falansterios, el comunismo puro.

Los aires de Santiago comenzaban a enturbiarse:

“Continúa la alarma. Anoche se ha reunido la “Sociedad de la Igualdad” con más de 1.000 socios. El gobierno le teme, cree que de ella ha de salir la revolución”,

llegó a anotar José Victorino Lastarria en su Diario. Pero no. Prontamente aquella agrupación, precursora también de los libertarios chilenos fue reprimida en forma tenaz: exilio para Arcos y para Bilbao. La sublevación se sosegaba.

Sin embargo, el ejemplo fue importante. Al año siguiente floreció la “Unión de Tipógrafos”, que no sólo se ciñó al ideario proudhoniano sino que se conoce como la primera organización obrera solidaria del país. Una década después, Fermín Vivaceta creaba la “Sociedad de Socorros Mutuos”. En 1866, el socialista utópico Ramón Picarte intentaba llevar a cabo el proyecto más revolucionario hasta entonces: una comuna (falansterio) a la manera de Fourier en Chillán. El ejemplo cundía, en Valparaíso: la “Sociedad Republicana Francisco Bilbao”, en 1873.

Para el inicio de la Guerra del Pacífico, los liberales y radicales tenían el poder sobre las 60 mutuales existentes. Por eso, 2 años más tarde, para la llegada de una delegación de la Primera Internacional a Chile, era evidente que ese tipo de organización solidaria no satisfacía a los obreros más radicalizados. A aquellos que propiciaban la creación de organismos reivindicativos; y, sobre todo, a los que estimaban que el cambio de sistema era la única solución para la clase trabajadora. De esas 2 vertientes surgirán los 2 sectores más importantes del movimiento obrero chileno. Ciertamente los anarquistas siempre se han planteado como insurrecciónales. Y es así como se entiende su escasa participación en el Partido Democrático (fundado en 1887), ya que consideraban que la estructura partidaria en sí era parte del sistema de poder que querían cambiar, incluso siendo que aquel conglomerado nació como partido de los trabajadores. Como alternativa, ese mismo año, los ácratas intuitivos crearon la “Sociedad Unión Republicana del Pueblo”. MAGNO, ESCOBAR Y OLEA: LOS TRES

Se sabe que en 1892 ya existía el primer centro de estudios sociales declaradamente anarquista, en Valparaíso. Y que al año siguiente da a luz el primer periódico libertario chileno: El Oprimido que resistió 4 números.

El ruso Mijail Bakunin, principal ideólogo y líder del anarquismo, había muerto en Suiza en el 76. Como ocurre en forma análoga en Chile, dice el historiador López Cortezo, la vida de este revolucionario es vital por la

“primerísima importancia que tuvo en la historia del movimiento obrero internacional”.

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Así se entenderá, en el caso chileno, que para 1896 comiencen de lleno sus actividades tres líderes libertarios de incalculable valor para el desarrollo de la causa proletaria: Magno Espinoza, Luis Olea y Alejandro Escobar Carballo.

Ese año afloraban 2 organizaciones de tendencia anarquista: el “Centro Social Obrero”, en el que participaban el poeta Carlos Pezoa Véliz, Juan Bautista Peralta, Escobar Carballo (firmaba Eskobar y Karbayo) y Espinoza, quienes imprimieron el periódico El Grito del Pueblo; y la “Agrupación Fraternal Obrera”, liderada por Luis Olea.

En 1897, ambas organizaciones se fusionaron con socialistas igualitarios –como Hipólito Olivares e hijo- y crearon la “Unión Socialista”. A pesar de que en la sesión inaugural fueron víctimas de la acción de agentes policíacos infiltrados, lograron proseguir y dieron vida al periódico El Proletario (a cargo de Olea, colaboran Espinoza y Escobar), que soportó 3 números. Asimismo desapareció la “Unión Socialista”. Estaba claro: discrepancias ideológicas y persistente infiltración de la policía.

Al siguiente año las cosas cambian. Olivares e hijo crean el primer Partido Socialista de Chile y también nace el Partido Obrero Francisco Bilbao. Ambos son perseverantes en atacar a los anarquistas. Pero estos día a día se consolidan. Escobar lee el importante libro ácrata La conquista del pan de Piotr Kropotkin, y junto al incansable Luis Olea editan 2 números de La Tromba. Por su parte, el mecánico Magno Espinoza actúa con su grupo “Rebelión” y publica el periódico El Rebelde. Para el 1º de mayo, los libertarios realizaron la primera manifestación en Chile recordatoria de los mártires de Chicago (tres de ellos anarquistas). La tarea sigue: Escobar crea la “Sociedad de Carpinteros y Ebanistas”, y junto a Olea y Espinoza difunden “la idea” en el Salón de Panaderos. Para nada cansados, convierten a sus huestes a la “Sociedad de Instrucción y Socorro Mutuos Caupolicán”, que reúne a obreros y artesanos. Entre ellos: Esteban Caviedes y Luis Morales. Caviedes pronto se encargó de fundar la primera sociedad de resistencia, con los obreros de la maestranza de ferrocarriles.

Este hecho acrecentó de manera firme las bases de la idea libertaria, puesto que- como anota el historiador Claudio Rolle (1)

“los fines y las tácticas de este tipo de organización eran fundamentalmente distintos de los de las sociedades de socorros mutuos e incluso de las mancomunales que estaban naciendo en el norte”.

Las primeras, entidades solidarias de beneficio material; las segundas, de carácter reivindicativo. El investigador estadounidense Peter de Schazo afirma que las sociedades de resistencia estaban organizadas para la acción (2). El obtener beneficios laborales sólo era la primera etapa de un vasto proyecto largoplacista destinado a la eliminación del sistema, vía un acto revolucionario. Por eso, y valga recalcarlo, la huelga anarquista tenía un carácter insurreccional: guerra contra el Estado y todas las formas de poder. El historiador Luis Vitale, a su vez, asegura que estas sociedades

“pueden ser consideradas como las primeras organizaciones sindicales chilenas” (3).

LA EXPULSIÓN DE LOS ANARQUISTAS

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En 1899 el Partido Obrero Francisco Bilbao se pasó al anarquismo; los periódicos El Pueblo, El Jornal y La Antorcha (revista literaria de vanguardia, dirigida por Mario Centore) difunden “la idea”; los jóvenes intelectuales Francisco Garfias y Carlos Garrido Merino se ponen la “A” en el pecho; igual los pintores Benito Rebolledo, Julio Fossa, Julio Ortiz de Zárate, el poeta Max Jara, Agustín Saavedra; en Valparaíso, claro, el acuarelista autodidacta Alfredo Helsby, Luis Olea, pertinaz, se encarga de el centro de estudios “El Ateneo Obrero”.

La anarquía amenazaba. El siglo XX se inició con la noticia de los gráficos – la vanguardia obrera urbana- que se casaban con la idea libertaria: José Tomás Díaz, Eulogio Sagredo, Nicolás Rodríguez. Prosiguió con el nacimiento de la primera federación anarca: la de “Obreros de Imprenta”. Magno Espinoza, entretanto, tenía que marcharse a Valparaíso. Todas las impresoras de la capital se negaban a darle trabajo por agitador. En torno al grupo “La Antorcha”, nace “El Ateneo de la Juventud”. Las publicaciones crecen: El Acrata (al principio dirigida por Espinoza, luego por Díaz) que vive 14 números; La luz (a cargo del mismo Díaz); El Faro y El Siglo XX.

El año no concluye antes de que la idea libertaria prendiera en la mancomunal de los portuarios en Iquique. Y de que los ácratas iniciaran una tenaz campaña contra el servicio militar obligatorio. Para 1901, Piero Gori, lugarteniente del ideólogo anarquista italiano Errico Malatesta –exiliado en Argentina- pisa suelo chileno. Su influencia es determinante para reafirmar algunos reductos ácratas que se veían desfallecidos. Es que producto de la repulsión por lo orgánico muchas veces la consistencia se debilitaba. En todo caso, la acracia seguía pariendo: la “Sociedad de Resistencia de los Carpinteros”; la “Casa del Pueblo”, primera cooperativa de consumo estrictamente anarquista (se acabó en 1904); en Lota, Luis Morales fundaba la “Sociedad de Resistencia del Carbón”, extendiendo el movimiento más allá del original marco de la zona central en que se inició. En Valparaíso, los infatigables Magno Espinoza y Alejandro Escobar creaban la “Sociedad de Resistencia de Panaderos” y la “Unión de Tripulantes de Vapores”, iniciadora de la trágica huelga de 1903.

La acción directa seguía siendo el modo de protesta y propuesta anarquista. Pero desde 1902 ésta comienza a llevarse a cabo de manera extensiva. Así, consecuentes, los 3 puntales del anarquismo chileno –Olea, Escobar, Espinoza- lideran en junio una huelga de obreros de imprenta, igual, Esteban Cavieres comanda un paro total de las maestranzas de Santiago y Valparaíso. Luego de ello, se consigue que la empresa retire sus demandas contra la sociedad de resistencia. A poco de eso ya se había creado la

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“Sociedad de Conductores y Cobradores de Tranvías”, que inició sus actividades con una gran huelga exigiendo mejores salarios.

Concluye el buen año con un suceso no tan bueno: en el primer (y único) Congreso Social Obrero –que reunía a las mutuales, las cooperativas de consumo, las sociedades de resistencia y los centros de estudios sociales-, en medio del evento, los anarquistas son expulsados por “impedir facilitar acuerdos”. BAKUNIN DE LAS MERCEDES

La misma calle Pío Nono que hoy cruza el recurrido barrio Bellavista, sirvió en 1903, de amparo a una colonia anarcocomunista. Sí. Los obreros franceses Alfonso Renoir, Aquiles Lemir y Francis Robert, el insaciable Alejandro Escobar Carballo, Benito Rebolledo, Temístocles Osses y el zapatero Augusto Pinto fueron los primeros comunitarios moradores. La casa se hizo pequeña. Se trasladaron a otra, en calle Dominica. La policía arremetió varias veces, allanándola. Y los dineros se fueron haciendo escasos.

Cuando aquella comunidad pasaba por sus peores momentos, otro grupo –esta vez de artistas e intelectuales- intentó llevar a cabo una experiencia similar, pero lejos, en las orillas de lago Villarrica. Partieron en tren. Recién llegados a Concepción, los escritores Augusto D‟Halmar y Fernando Santiván y el pintor Julio Ortiz de Zárate notaron que el destino era muy lejos. Volvieron. Pero no del todo fracasados: bajo el auspicio del poeta Manuel Magallanes Moure se quedaron en San Bernardo. La idea era establecer una colonia anarcocristiana inspirada

en las ideas de León Tolstoy.

Escribe Santiván, en Memorias de un tolstoyano:

“La coloniahabía sido motivo de comentarios favorables y fantasiosos. Casi todos reconocían que se trataba de un acontecimiento espiritual de reacción contra el practicismo reinante. Pezoa Véliz, Rafael Valdés, Pablo Burchard, José Backhaus y otros artistas conocidos solicitaban ingresar. Eran numerosos los que pedían datos sobre nuestra actuación y deseaban saber cómo podrían ayudarnos o acompañarnos. El cable había transmitido informaciones, probablemente a título de curiosidad, a otros países de Sudamérica y llegaban consultas desde Argentina y Uruguay”.

En su libro Recuerdos olvidados D‟Halmar anota que pronto fueron llegando diversos personajes:

“Nudistas desensombrerados como el almirante Fernández Vial, vegetarianos y antivacunistas como Alfredo Helsby, el de las acuarelas porteñas, anarquistas como Alejandro Escobar y Carballo, su compañera y compañía, o como un imperbe zapatero francés que lo daba todo “pour la cause”, espiritistas como doña Maipina de la Barra, teósofos como don Tomás Ríos González, aún existentes, artistas como Benito Rebolledo,

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Carlos Canut de Bon, llamaron a las puertas de la colonia. Fue entonces cuando los otros tres pintores Valdés, Backhaus y Burchard fueron a engrosar sus filas y a cumplir sus requisitos: cada mañana arar la tierra, tomar té con mate, enseñar cada tarde en la escuelita; ver ponerse el sol cada anochecer”.

Sin embargo, como sostiene Santiván, el experimento sucumbió:

“En cuanto a mis proyectos de carácter social, me resigné con dar fracasada y terminada nuestra aventura tosltoyana. Era absurdo empecinarse en algo que no tenía base, que acaso no la tuvo nunca. Ninguno de nosotros estaba maduro para realizar experimentos como los que habíamos propuesto”.

Lo cierto es que antes de que la colonia expirara, varios ácratas de la primera comunidad de Dominica se trasladaron a San Bernardo. Entre ellos el zapatero Lamire y Escobar Carballo, que también hacía de médico homeópata y psiquiatra aficionado. Santiván se impresionó bien de ellos:

“Eran de una bondad rayana en la ingenuidad. Cultos, sencillos, generosos. Al poco tiempo de tratarlos comencé a sentirme entre ellos mucho mejor que en compañía de mis cofrades tolstoyanos”.

Pero no todos los anarquistas aceptaban pertenecer a colonias. Tomasso Peppi, sombrerero ácrata italiano, decía:

“El hombre debe ser libre, tan libre que jamás debe casarse o vivir amancebado”.

Agrega Santiván:

“Su afán de libertad era tan riguroso que ni siquiera aceptaba invitación a beber ni a comer”.

El amor libre era también un tópico libertario. Magno Espinoza escribió en El Acrata:

“El amor no será una mentira convencional, como lo es actualmente, en que la mujer tiene que vender su cuerpo como una mercadería cualquiera, entonces el hombre y la mujer se unirán libremente y gozarán de ese amor mientras dure”.

Afirma luego que el matrimonio es antinatural.

Otro tópico era la identificación con los nombres. El mismo Espinoza nombró a su hijo Angiolillo, que es el nombre de un pistolero social italiano. La hija de Policarpo Solis se llamó Victoria de la Revolución Social. Relata Manuel Rojas en Sombras contra el muro:

“Montero, el anarquista de Valparaíso, la fiera de los sindicatos, cuando tuvo un hijo no quisto bautizarlo ni pasarlo por el Civil, le llamaba Bakunin no más; pero la mujer, que es católica, a escondidas lo bautizó para callado y lo pasó también por el Civil; quiso dejarle el nombre con que su compañero llamaba al chiquillo y le dijo al Civil que se llamaría Bakunin. El oficial, sin que ella lo supiera le agregó algo y el niño está registrado como Bakunin de las Mercedes Montero Lurepaiplán”.

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En el mismo Valparaíso, el año 1903 no fue una fecha cualquiera. Luis Olea había llegado al puerto para secundar a Magno Espinoza en la confección de periódicos, en la creación de sociedades de resistencia y en la dictación de conferencias. La ola de huelgas promovidas por los anarquistas desde el año anterior tendría un momento cumbre. Los trabajadores portuarios, apoyados por los lancheros y los peones de la aduana, iniciaron el paro total en abril, exigiendo mejores salarios. Para fin de mes todo Valparaíso estaba parado, incluyendo a los gremios que plantearon sus propias demandas.

El día 27 las compañías navieras contratan rompehuelgas y, con la asistencia policíaca, intentan por la fuerza acabar con la paralización. No lo logran: los huelguistas, bajo la tutela ácrata, se resisten a enfrentamientos. Gracias a ello la movilización continúa. El 4 de mayo, Magno Espinoza llama a los trabajadores a la acción directa, para obligar a la transacción. El día 12 se produce una violenta batalla campal entre trabajadores y policías. Hubo robos, incendios y saqueos. La Compañía Sudamericana de Vapores fue incendiada. En la noche llegaron tropas militares de Santiago. Los anarquistas -que hacían huelgas rotativas: mientras unos paralizaban, los otros abastecían a sus compañeros; luego rotaban- pese a la amenaza bélica, insistían en continuar hasta las últimas consecuencias. Y así lo hicieron.

Un mes después, el periódico El Trabajo decía:

“Desde la revolución de 1891 ningún suceso de carácter puramente social ha producido una conmoción más honda en el país que el movimiento obrero de Valparaíso (…) Han sido precisos 100 o más muertos y cerca de 1.000 heridos, un malecón y un palacio incendiados, medio centenar de casas saqueadas, meetings ardientes, destituciones y toda una conmoción nacional, para que la voz de una de las clases sociales que más sufre con el régimen de desgobierno y favoritismo que nos rige, se haya hecho oír del país y sus gobernantes”.

Sólo en la madrugada del 13 de mayo, cuando los hechos estaban consumados, las compañías cedieron. Aceptaron una comisión de arbitraje que luego de 3 meses falló. Varias demandas fueron satisfechas. Y todos los portuarios, menos 100, volvieron al trabajo.

Marcelo Mendoza Prado (revista APSI, diciembre de 1986 y enero de 1987)

NOTAS

(1) Anarquismo en Chile 1879-1907, Santiago, 1985.

(2) Urban workers and labor unions in Chile 1902-1927, Madison, 1983

(3) Génesis y evolución del movimiento obrero chileno hasta el Frente Popular, Caracas, 1979.

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EL ANARQUISMO EN CHILE.MIRANDA VIO QUE NO QUEDABA NADIE

(2ª PARTE)

En Valparaíso Luis Olea no se quedó. A poco de concluida la huelga se embarcó a las salitreras. En Pozo Almonte sí se quedó. La idea era clara: difundir el anarquismo, agitar, practicar la huelga pero de una manera insurreccional. El periódico La Agitación, creado por Olea a su llegada, sirvió de espacio para propagar la propuesta libertaria, aunque el pensamiento ácrata, incipiente, ya había salido de Chile central –donde se asentó protagónicamente- en dirección a Iquique: los marineros se encargaron de ello.

El trabajo incansable de Olea pronto comenzaría a cosechar frutos. A fines de 1905, cuando se efectuó la Primera Convención Nacional de las Mancomunales (calificado como el primer congreso obrero chileno), participaron varias sociedades de resistencia recién nacidas en el norte. Y no sólo eso: estuvieron en desacuerdo con la resolución de presentar un pliego de peticiones al gobierno. Aquel negocio no era aceptable. Actuar dentro del sistema era una incoherencia para los anarquistas y, consecuentes, arguyeron que si no se modificaba aquella resolución se retirarían. Se retiraron.

Para 1907 el panorama norteño estaba cambiado. El ideario ácrata se había ensamblado en las mancomunales –nacidas en 1900- y varios de los principales líderes pampinos fueron libertarios. Poco antes de morir, en Iquique, Luis Olea fundó el “Centro de Estudios Redención”. A mediados de diciembre de ese año se realizó una Huelga General salitrera, para exigir mejores salarios. En el suceso, el dirigente anarquista José Briggs fue elegido presidente del Comité de la Huelga. Olea, tal como en 1903 dejó todo para secundar a Magno Espinoza en el paro portuario, marchó al lado de Briggs y junto a él y a Rodríguez, Díaz, Vergara, Calderón, entre otros, comandó el levantamiento obrero. Junto a él, también murió: ambos recibieron las primeras balas que descargaron los fusileros de los regimientos Granaderos y Carampagne (de Iquique), O’Higgins (de Copiapó), Esmeralda (de Antofagasta) y Artillería de Costa (de Valparaíso), mandados a pedir en buque para la ocasión y dirigidos personalmente por el general Roberto Silva Renard, quien dio la orden de la masacre. Antes arribaron más de 25.000 pampinos a Iquique para reunirse con los obreros del puerto y así consolidar, mancomunadamente, la Huelga General del salitre. El sitio era una escuela, la Santa María. Allí murieron Olea, Briggs y más de 2.000 trabajadores. No quisieron amilanarse. En Santiago el rumbo también había sido agitado.

Un año después de que los cuatro periódicos ácratas existentes se fusionaran en uno –Germinal- en 1905 se constituyó la Federación de Carpinteros y la Sociedad de Resistencia de Zapateros, las 2 anarquistas. Ciertamente eso no fue muy agitado. Pero sí lo fue aquello que sucedió entre el 22 y el 24 de octubre.

TRES PUNTALES QUE SE VAN

Lo que se inició como una “Huelga de la carne”, como un mitin para protestar por el alza del costo de la vida, pronto tomó ribetes de gran movilización: los trabajadores se apoderaron de las calles por 48 horas, amenazando con entrar a la Moneda y a la Tesorería Fiscal. El gobierno constatando que la policía era incapaz de aquietar la muchedumbre, recurrió a los regimientos. La prensa oficialista acusó a los anarquistas de ser los responsables de los hechos.

El Mercurio estimó que

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“puede calcularse entre 25.000 y 30.000 el total de personas congregadas”.

Dijo:

“La noticia del levantamiento popular trascendió rápidamente a todos los hogares de Santiago, cuya juventud, inspirada en generosos propósitos de orden, cedió inmediatamente el local del Club de la Unión donde se procedió a organizar la guardia formada por esa misma juventud para secundar la vigilancia de la policía”.

A su vez, el diario ácrata El Alba escribió:

“El pueblo ha sido asesinado (…) por la cosaquería y por la horda joven de la burguesía. Han sido asesinados cobarde y vilmente más de 500 ciudadanos y más de mil 500 heridos. El obrero pedía alimentación barata y se le contestó con la metralla y el sable”.

La lucha definitivamente callejera, a la mejor forma libertaria, la acción directa, se mostraba como nunca antes, a pesar de que el historiador Julio César Jobert calificara la anterior huelga portuaria de 1903 como

“la manifestación revolucionaria inicial de la clase obrera chilena, que indica el comienzo de la lucha de clases activa”.

Pero, la “semana roja” como se llamó, fue más insurgente, de allí en adelante se configuró una conciencia de clase más sólida y radicalizada. Las mismas sociedades de resistencia en 1906 crearon la Federación de Trabajadores de Chile (FTCH), que es la primera organización anarcosindicalista propiamente tal. En su momento, fue la agrupación más grande de Santiago. Ese mismo año –y luego de participar en las huelgas de los tranviarios, curtidores, metalúrgicos, transportistas, cigarreros, panaderos, impresores, muere penosamente, de tuberculosis, el que se pensaba imbatible mecánico Magno Espinoza. Igual le acontece a otro libertario: Agustín Saavedra.

Para 1907, el futuro del movimiento anarquista estaba bastante poco claro. Al deceso de Espinoza –el primero de los tres puntales- se sumaban los dolorosos alejamientos de Escobar Carballo –el segundo-, de José Tomás Díaz y Víctor Soto. Todos ellos se enrolaron en las filas del Partido Democrático. Del último puntal, Luis Olea, ya se dijo: acribillado en diciembre, en la escuela Santa María de Iquique.

Creada la Federación Obrera de Chile (FOCH) en 1909, a los ácratas se les ve aminorados. La herencia de las mancomunales y de la política reivindicativa, inserta dentro de la legislación vigente, tenía mayor atractivo. La utopía libertaria del todo o nada, la lucha por el cambio de sistema, no daba frutos. Por eso algunos importantes líderes anarquistas optaron por militar en el Partido Democrático –como Escobar- y dar el combate por dentro, aspirando a reformas. Por lo mismo, en el año 12, el ala más

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izquierdista de la FOCH, comandada por el tipógrafo Luis Emilio Recabarren, fundó el Partido Obrero Socialista (POS), el primer partido marxista en Chile.

En 1917, Julio Rebossio, Julio Valiente, Augusto Pinto, Juan Gandulfo y otros establecen en el país una filial de la International Workers of the World (IWW), organización anarquista con sede en Estados Unidos. Al año siguiente los ácratas tratan de recobrar el terreno perdido: nacen algunas sociedades de resistencia, se consolida la idea del anarcosindicalismo como vía factible para actuar en política y ya se afirma un nuevo espacio que será tomado como suyo: la Federación de Estudiantes de Chile (FECH).

Nacida en 1906, la FECH en un principio se preocupó de actividades recreativas y solidarias –como la Fiesta de la Primavera- sin ningún norte ideológico definido. Para 1913 hubo problemas puntuales, que cambiaron el cariz de aquella federación. Dicen Wenstein y Valenzuela, en “la FECH de los años 20”:

“La FECH no se encuadró dentro de la idea de una “asociación de confraternidad estudiantil” como se quería. La FECH no expresó una actitud corporativa, sino el temperamento de una juventud inquieta, social y políticamente marginada, aunque tuviera acceso creciente a las profesiones liberales”.

Agregan que para los primeros años de la década del ‘10,

“la bohemia, encabezada por los alumnos de medicina, irá desarrollando con el tiempo un profundo desprecio de los partidos tradicionales y se aproximará crecientemente al movimiento anarquista, que comienza a levantarse en Santiago entre los artesanos y trabajadores de oficio independientes”.

En verdad, aquél era un relevantamiento. Y su carácter fue diferente al de la década anterior, donde la efervescencia ácrata se expandió a sectores que para 1913 estaban imbuyéndose del pensamiento marxista. Para 1918 la FECH ya era una organización de peso en el devenir político nacional. Presidida por Santiago Labarca, independiente ligado al sector progresista del Partido Radical (después fue diputado por esa agrupación), su vicepresidente fue Juan Gandulfo, líder anarquista de la IWW y estudiante de medicina. Desde años antes que el contacto estudiantil con los obreros había comenzado. La “Universidad Popular Lastarria”, creada por la FECH a iniciativa de Pedro León Loyola en 1910, pretendía eso, además de la instrucción mínima a los trabajadores.

Los centros de estudios, como el “Francisco Ferrer”, también eran instancias de encuentro obrero-estudiantil. Instancias preponderantemente ácratas. José Santos González Vera, el escritor, en Cuando era muchacho cuenta:

“Cada domingo iba al Centro (Francisco Ferrer). En este no existía más que secretario. Los anarquistas, en su afán de eliminar la autoridad, acabaron con los presidentes. El término presidir involucra la idea de mando. El vocablo secretario la de función. El secretario cumple acuerdos, no tiene poder. Este concepto que disminuye la autoridad, al menos en apariencia, se incorporó más tarde a las costumbres sindicales”.

En todo el período crítico –desde 1907 hasta la consolidación de la FECH- el anarquismo se desarrolló en un movimiento de autodidactas.

Pero los estudiantes habrían de intentar una nueva socialización de las ideas revolucionarias en un espectro más amplio. En el mismo 18, la FECH organizó la

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“Asamblea Obrera de Alimentación”, que es el primer frente amplio proletario chileno: participaron la IWW, los obreros no organizados, la FOCH, el POS y los estudiantes. En la oportunidad, estos últimos aprueban un voto específico:

“Los partidos políticos sin excepción no inspiran confianza a la mayoría de la juventud”.

Agrega:

“La juventud en su casi totalidad encuentra caduco nuestro actual régimen”.

También en 1918, se efectuó el Primer Congreso Nacional Estudiantil. Juan Gandulfo creó la imprenta Numen; la revista estudiantil Juventud–Libertaria inició sus labores; y se revivió la “Universidad Popular Lastarria” –entonces en receso- calificada, y con razón, como “nido de anarquistas”.

LOS MUCHACHOS CANSADOS DE LA VIDA

El anarquismo recobraba la fuerza de comienzos de siglo. Obreros y artesanos como Universo Flores, Francisco Pezoa, Casimiro Barrios, José Clota, Francisco Rodríguez, Moisés Pascual, Augusto Pinto, Armando Triviño, Julio Rebosio, Julio Valiente (acusado de subversión en 1919, estuvo meses encarcelado; murió a días de salir en libertad) y otros marcaron estos años. El sector bohemio y estudiantil le iba en zaga.

Dicen Castillo, Tirón y Valenzuela en La FECH de los años ‘30:

“La mayor parte de la bohemia fue sensible al anarquismo. Algunos grupos tuvieron un carácter más bien festivo y alegre, como “La Roscala” y “El camarón con hipo”, con las clásicas bromas macabras de los estudiantes de medicina y el afán natural de escandalizar. No obstante, otros grupos, formados en torno a la bohemia más estrictamente literaria, cultivaron un sentimiento trágico de la vida y la sociedad. Entre estos, el más importante fue encabezado por Manuel Rojas y González Vera y formaron en él Gómez Rojas, Alberto Rojas Jiménez, Carlos Claro (posteriormente director de Claridad) y Sergio Atria, entre otros. Se bautizaron a sí mismos como “Los muchachos cansados de la vida”.

En el año 20, la FECH, Alfredo Demaria a la cabeza, hace sentir su peso definitivo. Nació la revista Claridad –la más importante tribuna ácrata- y se desarrolló la Convención Estudiantil (también dominada por los libertarios). En ella se constituyeron los principios de la Federación:

“La solución del problema social nunca podrá ser definitiva y las soluciones transitorias a que se puede aspirar suponen una permanente crítica de las organizaciones sociales existentes”;

“el problema social debe resolverse por la sustitución del principio de cooperación al de competencia, la socialización de las fuerzas productivas y el consiguiente reparto equitativo del producto del trabajo común, y por el reconocimiento del derecho de cada persona a vivir plenamente su vida intelectual y moral”;

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“acepta la acción organizada del proletariado y la acción política no militante en cuanto concurra a la realización de estas nuevas concepciones de la vida social”;

“todo verdadero progreso social implica el perfeccionamiento moral y cultural de los individuos”.

En aquella declaración de principios está manifiesta la mano ácrata. La idea de transformación a la manera de Bakunin (si bien no menciona la palabra revolución), Proudhon, Malatesta, Reclus. El concepto de apoyo mutuo propiciado por Kropotkin. El recelo a la actividad partidista. La noción de individualidad, indispensable para ser libre.

Aquél era tiempo de elecciones. Alessandri se alzaba como el candidato popular que luchaba por destronar la reacción conservadora de Sanfuentes, entonces presidente. Los estudiantes se debatían entre los que veían con buenos ojos al político populista y los que no: los anarquistas que nunca dudaron en despotricar contra la acción parlamentaria. Cuando Alessandri resultó electo, la revista Claridad editorializó:

“Es necesario decir que la combinación política triunfante no lleva al gobierno a un programa que importe una verdadera renovación. Se limita sólo a refaccionar la fachada un tanto vetusta del actual edificio social conservando todo lo demás”.

Los otros, los de los buenos ojos, sí creyeron en la refacción. Antes habían ocurrido cosas serias: el asalto al local de la FECH, en junio del 20, el incendio de la imprenta Numen y el encarcelamiento y muerte de José Domingo Gómez Rojas. Similares a las que actuaron en la “semana roja”, turbas de “guardias blancas” asaltaron el Club de los Estudiantes, de Ahumada 73. Los universitarios Pedro Gandulfo –hermano de Juan- y Rigoberto Soto estaban solos para defenderlo. Trataron de hacerlo igual. Pero cómo. La turba entró, rompió, quemó y robó todo, acusando de “antipatriotas” a los estudiantes.

Al concluir el suceso Gandulfo y Soto fueron apresados por la policía “por asaltantes”. El gobierno de Sanfuentes había desatado una gran campaña contra los dirigentes obreros y estudiantiles. A los ácratas y revolucionarios dispersos les cabía papel protagónico. Labarca, Juan Gandulfo y numerosos trabajadores debieron esconderse. Las localidades y campos del sur de Chile fueron escondites. El juez del proceso, José Astorquiza, fue un eficiente verdugo. En especial, del poeta ácrata y estudiante de Castellano y Leyes, José Domingo Gómez Rojas, que no alcanzó a ocultarse y fue detenido. Preso, lo trasladaron a la Casa de Orates, allí murió. Su poema “Miserere” era conocido:

“Juventud, amor, lo que se quieretodo ha de morir con nosotros, miserereY hasta la misma muerte que nos hieretambién tendrá su muerte, miserere”.

El deceso causó gran pesar obrero-estudiantil, pues Gómez Rojas era un poeta que daba qué hablar y su voz era importante en el ambiente libertario. Para su funeral asistieron más de 15.000 personas.

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LA UNIVERSIDAD HA MUERTO

En 1921 asumió la presidencia de la FECH Daniel Schweitzer, también ligado al anarquismo. Para ese año, libertarios dan origen a un soviet estudiantil; constituido por los grupos “LUX” (de Medicina, en él participaba Oscar Selmake, futuro fundador del Partido Socialista), “Spartacus” (de Bellas Artes), “Rebelión” (secundarios) y “Renovación” (de Leyes). Estas agrupaciones tenían dos objetivos: instruirse y actuar.

Pertenecer a ellas era un asunto clandestino, a pesar de que a veces aparecían avisos de conferencias en Claridad. Se sabe que en más de una ocasión prepararon e hicieron explotar bombas en puntos del centro de Santiago. Bajo la tutela ácrata, la FECH rompe definitivamente con Alessandri.

La ruptura se hizo crítica con la matanza de 69 obreros en la oficina salitrera San Gregorio. Asimismo los anarquistas rompieron con la revolución rusa, siendo que en un principio –cuando no se sabía bien de ella- la celebraron. La revista Claridad en pluma de González Vera, dijo.

“Si logra (Lenin) mantenerse en el poder convertirá a Rusia en una república básicamente colectivista, en donde seguramente los trabajadores estarán mejor rentados, pero en donde subsistirá la burguesía, transformada en burocracia”.

Eso en 1921.

Al año siguiente la influencia ácrata en la FECH aún continuaba. Pero en el movimiento obrero se produjo una división: nace la Federación Obrera Regional de Chile (que sucumbe en 1927), liderada por Pedro Nolasco Arratia, de sectores que se desligaron de la IWW, la que continuó hasta los ‘40. Ambas eran anarquistas. Sin embargo, la diferencia entre los “prácticos” y los “específicos” comienza a aflorar. Los primeros sostienen que se debe actuar en el terreno político establecido, porque es la única manera de hacer algo. Los segundos arguyen que no, que eso es una contradicción en todo el que se diga libertario. El mismo 1922, se efectúa la “gran toma de la Universidad de Chile”, donde se introduce el tema de la reforma universitaria.

La FECH pasó a ser liderada por el no ácrata Eugenio González (luego, también fundador del P.S.), pero no muy tarde los anarquistas lo obligaron a renunciar. Y renuncia. El petitorio reformista era parecido al decálogo de Córdoba, Argentina, en el 18: libertad de cátedra, asistencia libre, revisión de métodos de estudio, cogobierno estudiantil, extensión universitaria. En los debates realizados en medio de la huelga los libertarios son los más radicales. Fuera de propiciar el paro indefinido, no estaban de acuerdo con reformas. Pensaban que la universidad debía acabarse:

“La Universidad de Chile ha muerto por su propia sangre podrida y nada ni nadie podrá hacerla revivir ya”,

escribió Claridad. Pero se equivocaron: la huelga sucumbió –la reforma también- y la universidad siguió existiendo. Fueron los anarquistas los que comenzarían a desfallecer.

Se llegó a la supresión, por parte del gobierno, de la “Universidad Popular Lastarria” y al levantamiento de una federación “estudiantalista” paralela – apoyada por Eugenio González-; a eso se llegó. Para 1925 la FECH ya había vuelto a ser una, pero en ella los ácratas ya no tenían el poder, que sí poseían los “estudiantalistas”.

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Alessandri, al instaurar el Código del Trabajo en el 24, legalizando los sindicatos, propició un duro golpe a las organizaciones ácratas obreras, que estimaban que los sindicatos no podían ser legales y por tanto debían actuar en la ilegalidad. Además, nacido el Partido Comunista en el 22, varios libertarios –ante la decepción de no ver concretadas sus aspiraciones- se pasaron a sus filas. Otros para la elección de 1925, sarcásticamente levantan a Vicente Huidobro como candidato.

Para la reforma de 1926 participan los últimos dirigentes anarquistas estudiantiles: Magallanes Díaz, Alfredo Larraín Neil y Rolando Molina. Sin embargo, los anarquistas todavía molestaban: de los 180 presos políticos que Ibáñez relegó a la isla de Más Afuera en su dictadura (del 27 al 31), 150 eran anarquistas, 20 comunistas y 10 delincuentes, según el testimonio de un relegado. La figura anarca que más sobresale en la década del 30 es Pedro Nolasco Arratia. Trabajador gráfico, fundador de la Federación de Obreros de Imprenta, era un libertario “específico”. Todavía se le recuerda: en París, en la actualidad, existe un grupo anarquista que lleva su nombre.

MIRANDA, EL PRÁCTICO

Ante la arremetida del Frente Popular y el andamiaje político partidista, los ácratas siguen en baja. Por eso crean la Central General de Trabajadores (CGT) que reunió a los 4 grandes gremios históricamente libertarios: los panificadores, los gráficos, los educadores, y el cuero y calzado. Arratia la comandaba.

Era una organización de combate pero altamente inorgánica. El dirigente de la Federación del Cuero y del Calzado Ernesto Miranda estimó que la CGT no podía continuar en esa línea “específica”. Que debía tener un programa preciso y pelearle el terreno a los partidos políticos y a la Central de Trabajadores de Chile (C.T.CH.), la mayor organización obrera de la época.

Su postura era “práctica”. Anarcosindicalista. Asimismo, por esos años, cuando la IWW era absorbida por los hechos –uno de sus últimos dirigentes murió, en servicio, en un accidente automovilístico: Juan Gandulfo- quizá producto de su asco por la política parlamentaria, también afloraba la Federación Anarquista de Chile, afiliada a la Federación Anarquista Internacional, su purismo le deparó casi los mismos resultados. Pertenecieron a ella obreros, intelectuales y artistas.

Pero en 1950 el práctico Miranda, el anarcosindicalista más importante desde esa fecha hasta hoy, creó el Movimiento Unitario Nacional de Trabajadores (MUNT), que agrupó a 12 federaciones y a varios sindicatos independientes. Esta agrupación sí tuvo importancia. Intentó como objetivo principal, la unificación sindical. Su fin era formar una central única de trabajadores. Y, junto a otros dirigentes y organizaciones –como Clotario Blest, la C.T.CH., el CRUS- lo logró, en 1953 nacía la CUT.

Su primera declaración de principios fue confeccionada por 3 anarquistas de la CGT. En el 57 los anarcosindicalistas se retiraron de la CUT: se cambió la declaración de principios cuando la central única hizo pacto con el FRAP, conglomerado izquierdista para las próximas elecciones. Al año siguiente, Miranda va a Cuba a ver la recién acaecida revolución. Es declarado “hijo ilustre” por Fidel, llegado a Chile, crea el “Comité de Defensa de la Revolución Cubana”, siendo la primera organización que apoya la gesta en el país. La Federación Anarquista, por el contrario, declara en 1960 que, así como va, la revolución cubana terminará casada con los rusos.

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Ese mismo año nace, de manos de Miranda, el Movimiento Libertario 7 de julio, nombre debido a la gran huelga ocurrida ese día del año 55. Este grupo fue –junto a otros trostkistas, maoístas y socialistas insurreccionales- originador del Movimiento de Fuerzas Revolucionarias, en el ‘61, que tuvo una orgánica federalista y pretendió agruparse para constituir un conglomerado que presentara una lista única para la CUT y que fuera una respuesta radical al gobierno de Frei, así nació el Movimiento de Izquierda Revolucionaria: MIR. El 15 de agosto de 1965, en el “Salón Libertario”, de calle San Francisco 264. Su primer secretario fue el trostkista Enrique Sepúlveda, Miranda ocupó la subsecretaría. Clotario Blest fue del primer comité central.

En el 67, Miguel Enríquez y Luciano Cruz asumen la dirigencia del MIR, llevando consigo los postulados marxista-leninistas. Entonces Miranda notificó que él ya nada tenía que hacer ahí y el Movimiento Libertario 7 de julio se retiró. El movimiento anarquista quedaba por el suelo. La Federación también había muerto. Para las elecciones de la CUT en el ‘71, Miranda se presentó de candidato. Obtuvo más de 1.000 votos, lo que, pese a no realizar campaña alguna, fue un buen espaldarazo.

En el mismo 1973, el 19 de mayo, se realizó el último congreso anarquista chileno en Curicó. Ernesto Miranda presentó una propuesta insólita: crear el Partido Socialista Libertario. No alcanzaba a terminar su explicación cuando vio que todos los asistentes se habían ido. Es que el pragmatismo de Miranda -considerado por algunos como el que mató el anarquismo en Chile- era demasiado para sus compañeros irresistiblemente libertarios. Que la anarquía pueda constituirse en partido, eso era demasiado. Había que retirarse. Eso dijeron.

Marcelo Mendoza Prado (revista APSI, diciembre de 1986 y enero de 1987)