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Y o parto de una tesis que a algunas gentes les puede parecer rara y a otras no, pero a mí me da lo mismo: si yo hago el mu- nicipio más seguro del mundo, sin duda voy a tener muchos malos que quieran vivir aquí, así como también muchos buenos. Y los malos no creo que vengan en una visión de operar su maldad, sino que vienen porque simplemente ellos también valoran la seguridad familiar. Igual y tienen a un hijo bueno, me imagino yo. Si San Pe- dro fuera el municipio más inseguro del mundo, ni los narcos quisieran vivir aquí. En Colombia la sociedad fue más estricta en el sentido de de- cir: “No, los hijos de los narcos no en- tran a las escuelas”. Pero aquí sí están en las escuelas y las escuelas saben que están los hijos de ellos. Con todo ese esfuerzo que hice, no siento que me esté confrontando con ellos, por- que en este caso a todos nos une un mismo interés: la seguridad. Puede ser que me equivoque. Y si me equi- voco, pues me mandas unas f l ores al panteón, chingado. EL EX ALCALDE [MAURICIO FERNÁNDEZ GARZA. SAN PEDRO] ¿Es normal que un político que protegió del narco a su ciudad adorne con un tiranosaurio la sala de su casa? POR DIEGO ENRIQUE OSORNO Los Guardianes del Futuro DIEGO LEGRAND Y SILVIA LEE García Márquez va al dentista JULIO VILLANUEVA CHANG EL GATO RARO RAÚL RUBIO ALMA RAMÍREZ 14/15 _Opinión 6_Historia Nacional 11 _Historia Internacional / ELBARRIOANTIGUO @ELBARRIO ELBARRIOANTIGUO.COM Año Uno/Número Uno Del 5 al 11 de Mayo Made in Monterrey » Continúa en la página 2

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Page 1: El Barrio Antiguo Cero Ok

Yo parto de una tesis que a algunas gentes les puede parecer rara y a otras no, pero a mí

me da lo mismo: si yo hago el mu-nicipio más seguro del mundo, sin duda voy a tener muchos malos que quieran vivir aquí, así como también muchos buenos. Y los malos no creo que vengan en una visión de operar su maldad, sino que vienen porque simplemente ellos también valoran la seguridad familiar. Igual y tienen a un hijo bueno, me imagino yo. Si San Pe-dro fuera el municipio más inseguro

del mundo, ni los narcos quisieran vivir aquí. En Colombia la sociedad fue más estricta en el sentido de de-cir: “No, los hijos de los narcos no en-tran a las escuelas”. Pero aquí sí están en las escuelas y las escuelas saben que están los hijos de ellos. Con todo ese esfuerzo que hice, no siento que me esté confrontando con ellos, por-que en este caso a todos nos une un mismo interés: la seguridad. Puede ser que me equivoque. Y si me equi-voco, pues me mandas unas flores al panteón, chingado.

EL EX ALCALDE[MAURICIO FERNÁNDEZ GARZA. SAN PEDRO]

¿Es normal que un político que protegió del narco a su ciudadadorne con un tiranosaurio la sala de su casa?

POR DIEGO ENRIQUE OSORNO

Los Guardianes del FuturoDIEGO LEGRAND Y SILVIA LEE

García Márquez va al dentistaJULIO VILLANUEVA CHANG

EL GATO RARO

RAÚL RUBIO

ALMA RAMÍREZ

14/15 _Opinión6_Historia Nacional 11 _Historia Internacional

/ELBARRIOANTIGUO

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ELBARRIOANTIGUO.COM

Año Uno/Número UnoDel 5 al 11 de Mayo

Made in Monterrey

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Pero si no me equivoco, real-mente creo que va a ser un

caso de éxito porque les estoy llegan-do a los malos en un tema en el que tenemos coincidencias. Además, lo he dicho públicamente: a la venta pú-blica de droga le doy en la madre, a los giros negros también, y también voy a pegarle a los casinos para sacarlos de aquí. Sé que en otros municipios, los narcos te buscan y te dicen: tú como alcalde no puedes hacer tal cosa, la policía es mía, el negocio de extorsión es mío y el de secuestros es mío. No te metas al caldito. Eso lo hacen. Yo creo que el crimen organizado tiene con-tacto con cualquiera que aspira a un cargo de elección popular en Méxi-co, o cuando se sienta en la silla. A mí me buscaron cuando fui candidato a gobernador y ahora que fui alcalde también me buscaron. Me ofrecieron quince millones y no los acepté. Na-die me asegura que pueda salir vivo de estas cosas. Sin duda, estos son tra-bajos riesgosos. Pero hay que hacer algo: yo nunca he visto una guerra en la que hayan ganado los buenos. En cualquier guerra, siempre ganan los malos. Los que son más malos.

(Mauricio Fernández Garza. En su casa de San Pedro Garza García, no-reste de México, julio de 2010)

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» Viene de portada

VIAJE 1La única turbulencia del Lear Jet

que despega del aeropuerto privado de Monterrey aparece en el rostro de Mauricio Fernández Garza, cuando le pregunto sobre el nuevo gobernan-te de su ciudad. Hoy el ex alcalde que durante tres años evitó con éxito que la guerra del narco llegara a la ciudad más rica de América Latina luce mo-lesto: hace unos días, el nuevo alcalde de San Pedro Garza García, su sucesor, no pudo imponer su autoridad a unos vecinos inconformes con unos puentes peatonales recién construidos en una de las avenidas principales, y tuvo que anunciar que la obra será demolida. Ese hombre, su antiguo secretario del ayuntamiento, quien se suponía iba a ser el puente que continuara con su obra y estilo de gobernar, dio marcha atrás a ese proyecto diseñado por un arquitecto Premio Nacional de Bellas Artes sólo porque a un grupo de señoras y señores les pareció feo. Los habitantes de esta ciudad del noreste de México tienen un ingreso promedio de más de veinticinco mil dólares al año, casi cuatro veces superior al de los mexica-nos en general e incluso mayor al de España. Además de ser los mexicanos más ricos, suelen ser los más exigentes con sus autoridades. Un ex jefe de la policía local me dijo que trabajar ahí había sido una pesadilla porque todas las madrugadas recibía llamadas para ordenarle liberar a un chico detenido por conducir en ebriedad. Siempre el hijo de alguien. “Todos se sienten muy importantes —me recordó el policía—. Hay demasiado influyentismo”. El ac-tual alcalde, un joven muy formal y de temperamento moderado, no fue la apuesta inicial de Fernández Garza para relevarlo: prefería a un carismáti-co directivo de Cementos Mexicanos reconocido por la hazaña de haber he-cho campeón del fútbol mexicano a los Tigres, un equipo que no había ganado un campeonato en veintinueve años. Sin embargo, Alejandro Rodríguez Miechelsen, el favorito del ex alcalde, declinó la invitación de gobernar San Pedro: había aceptado un puesto en la Comisión Mundial de Fútbol de Clubes de la FIFA. Mauricio Fernández Garza cree que, si Rodríguez Miechelsen hu-biera sido el sucesor, hoy esos puentes

peatonales de la calzada estarían intac-tos. “Si no tienes carácter para gobernar, se te cuelgan”, me dice el ex alcalde en su Lear Jet, atravesando el aire frío de un día soleado de invierno a principios de 2013. Viajamos hacia un rancho del pueblo de Lampazos. El ex alcalde su-pervisará las obras finales de su nueva casa de campo. Dice que allí vivirá su retiro.

La debilidad de su sucesor abu-rre al ex alcalde. Hoy tiene en mente una empresa más excitante: en la foto de perfil de su página privada de Fa-cebook, Fernández Garza posa junto al cráneo de un monstruo que adorna la sala de su casa y que resume la ob-sesión a la que ahora dedica la mayor parte de su tiempo. Se trata de la cabe-za de un tiranosaurio rex —un lagarto tirano— y no es el único animal pre-histórico fosilizado que posee. La joya de su colección privada es Einstein, un apatosaurio —lagarto engañoso— que mide cuatro metros de altura y casi veinticinco de largo, aunque su cabeza tiene apenas el tamaño de un balón de futbol americano. El nombre que le pusieron los paleontólogos es una iro-nía a su cráneo diminuto respecto a la enormidad de su cuerpo. Einstein fue hallado en un cementerio de dinosau-rios de Wyoming, y Fernández Garza dice que pagó veinte millones de dóla-res por él. Tuvo que esperar tres años a que terminara el refinado viaje de tras-lado y el lento ensamblado de las partes de un fósil de más de cien millones de años de antigüedad que, montado por completo, pesa unas cuatro toneladas. Einstein no cabe en la sala de una casa, ni siquiera en la del ex alcalde. Se le exhibe en el parque Fundidora, el más popular de Monterrey, donde los niños y sus familias lo visitan y se sacan fotos con él que también suben a sus páginas de Facebook.

Cuando era niño, Mauricio Fernán-dez Garza perseguía animales menos fantásticos que dinosaurios. Se esca-paba de madrugada por la ventana de su habitación para cazar liebres en un monte sobre el que años después sería construida una ciudad con índices de calidad de vida similares a los de No-ruega. Sus compañeros de aventura no eran parte de su familia ni chicos millonarios como él. Eran peones y obreros, todos mayores, que trabajaban

para su abuelo Roberto Garza Sada, un empresario que cerraba algunos de sus negocios en el campo de golf profesio-nal que tenía en el jardín de su man-sión. La adolescencia sirvió para que Mauricio Fernández Garza ampliara su horizonte de cazador: viajó por de-cenas de pueblos del noreste de Méxi-co buscando presas que le exigían más destreza y riesgos. Durante aquellos viajes, que emprendía con lugareños a quienes contrataba como guías de caza, escuchaba relatos sobre los abusos del PRI, el único partido que mandaba en el México de entonces. El adolescente les aconsejaba matar a los caciques que los explotaban. En una ocasión, uno de los guías le dijo que habían seguido su consejo: iban a matar a un cacique local. El chico se emocionó con la noti-cia y recuerda haberse visto a sí mismo como un guerrillero. Se imaginó prota-gonizando actos de justicia por su pro-pia mano contra todos los tiranos del noreste de su país. Tiempo después, su padre trató de canalizar su ímpetu. Lo registró como militante del naciente Partido Acción Nacional y lo llevó de cacería al Parque Nacional Tsabo, de Kenia, uno de los tres más grandes del mundo. En África, un joven Fernández Garza mató decenas de venados, cebras, tigres y un elefante.

Cuando regresó de África, el cazador veinteañero se casó y decidió edificar su casa en una montaña desde la que se domina toda la ciudad de San Pedro. En lugar de empezar la construcción por el piso y los cimientos, Fernández Garza buscó primero un techo para su casa. Tras enterarse que en una bodega de Nueva York estaban las vigas de unos techos de arte mudéjar del siglo XIII y XIV, llegó a un acuerdo con los propie-tarios, herederos del magnate William Hearst. Los techos estaban destinados a lo que sería el salón principal del casti-llo que construía en San Simeón, Cali-fornia, el hombre inmortalizado como Ciudadano Kane, por Orson Welles. Hoy están en La Milarca, un nombre con que el ex alcalde bautizó su propio palacio de casi 2 mil metros cuadrados en el que tiene nueve recámaras, diez bodegas, dos galerías de arte, una biblio-teca de libros antiguos y un archivo con sus fotos y documentos personales. En esa época su libro de cabecera era Cómo ganar amigos e influir sobre las perso-

nas, de Dale Carnegie. El joven Fernán-dez Garza estaba tan obsesionado con el libro que le había regalado su abuelo, que antes de cumplir treinta años dicta-ba cursos del método Carnegie a otros empresarios de la ciudad, como Alejan-dro Junco de la Vega, actual dueño del diario El Norte. Como nieto consentido del patriarca de los negocios en Monte-rrey, Fernández Garza estuvo entre los candidatos a presidir el consorcio que formaron su familia y otras más de San Pedro para aumentar su poderío econó-mico. El Grupo Alfa incluye negocios internacionales de salchichas, petro-química y autopartes de aluminio. En lugar de ello, Fernández Garza decidió establecer negocios de puros, cerveza y telefonía con el gobierno comunista de Cuba. Varias veces se reunió con Fidel Castro, a quien hasta hoy considera su amigo. A su mansión, La Milarca, la fue colmando de objetos extravagan-tes como una espada de Hernán Cortés, cabezas humanas reducidas por jíbaros, el cráneo de un dinosaurio tricerátops, esculturas de Rufino Tamayo y Francis-co Toledo, y una vieja metralleta usada por Al Capone. Su obsesión de coleccio-nista lo llevó a fundar cinco museos de numismática, arte popular, cerámica, pintura contemporánea y artes deco-rativas. Ahora quiere crear el sexto; El Museo de Historia Natural, donde ex-hibirá sus fósiles de dinosaurios.

Ahora, en el Lear Jet, el ex alcalde viaja con, además de su pareja, su hijo mayor, un prestigiado psiquiatra que lo mira a los ojos con suma atención cuando habla. Su vuelo anterior fue a Ciudad de México para reunirse con funcionarios del nuevo gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, a quie-nes les explicó su idea del Museo de Historia Natural. “Quiero que sea un museo de nivel internacional —me advierte—. No cualquier chingadera”. Aunque se trata de un presidente que proviene de otro partido, al ex alcalde le prometieron respaldar su proyecto. El dinosaurio Einstein sería la gran estre-lla del museo y Fernández Garza sabe que no basta el dinero: necesita tantos políticos como millonarios aliados para hacerlo. Se mueve en ambos terrenos al mismo tiempo. Debutó en la política a principios de los años noventa, mien-tras hacía negocios en Cuba: fue por pri-mera vez alcalde de San Pedro cuando

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3_Historia Localla ciudad crecía y no enfrentaba nin-guna guerra contra narcotraficantes. Luego fue senador y lanzó propuestas como la de legalizar la marihuana. Es probable que por eso haya perdido la posibilidad de gobernar en 2003 el esta-do de Nuevo León. Cuando por segun-da vez tomó posesión como alcalde de San Pedro (delante del gobernador de este estado, del presidente del Tribu-nal Superior de Justicia y los mandos militares de la zona) Fernández Garza anunció que se tomaría atribuciones que no tenía para evitar que llegara a su ciudad la guerra del narco. Recibió una ovación de pie.

El coleccionista de dinosaurios creó un grupo de inteligencia financiado con dinero de los dueños de bares y restaurantes a quienes interesaba cui-dar sus negocios de las extorsiones de la mafia que acabaron con la vida noc-turna en el Barrio Antiguo de Monte-rrey. No hay mafia sin vida nocturna y él puso a trabajar a un ejército de infor-mantes que espiaban quién es quién y le alertaban de sospechosos en toda la ciudad. Un día Fernández Garza anun-ció que la seguridad conseguida en su municipio podía beneficiar también a los familiares de los narcotraficantes. Hubo indignados que protestaron. En-tre ellos algunos de los mismos vecinos que se opondrían a la obra peatonal

que demolería el siguiente alcalde de San Pedro. Hacia el final de su adminis-tración, durante el rodaje de El Alcalde —un documental sobre su personali-dad y su gobierno—, Fernández Garza dijo que el número de muertos en Mé-xico a causa de la guerra del narco era mucho mayor que el que indicaban los conteos oficiales: sabía de operaciones gubernamentales y del crimen organi-zado que acababan con el entierro de cadáveres en predios abandonados sin dar reporte de ellos. Lo que sí supieron todos fue que durante su mandato tres mafiosos que quisieron matarlo acaba-ron muertos. También su jefe de inteli-gencia y su jefe de escoltas. El ex alcalde hablaba en público sobre la posibilidad de ser asesinado. Decía que su hijo ma-yor, el psiquiatra que esta mañana de 2013 viaja con él en el Lear Jet, le había pedido que si moría le permitiera que-darse con su cabeza para estudiarla. O para exhibirla en su consultorio como la del tiranosaurio en la sala de su casa.

MONÓLOGO 2Cuando mi abuelo vendió su man-

sión en Monterrey a la Iglesia y se vino a San Pedro a construir una nueva casa y hacer su campo de golf, muy poca gente lo entendió. Les parecía extra-

vagante irse a vivir a un lugar que no estaba nada desarrollado. Pero él me dijo que los mejores negocios que hizo fueron en ese campo de golf pues eran oportunidades de platicar muy bien con sus socios y clientes. Mi abuelo de-cía que, si te interesaban los negocios, tenías que aprender dos cosas: a tomar y a jugar golf. Me dijo que la maravilla del golf es que platicas de algo, le pegas a la bola y la única seguridad que tienes es que no van a caer las bolas en el mis-mo lugar, por lo que cuando platicas con alguien tienes oportunidad de ha-blar en capítulos, con espacios de tiem-po y analizar las cosas. Así puedes reca-pacitar mientras estás ahí. Un campo de golf es el único lugar en donde haces tres o cuatro horas de juego y puedes tener amplios intervalos de asimila-ción de información. La otra cosa que había que aprender para los negocios era a tomar: me decía que es una idiotez cuando tú vas a la oficina de alguien y él está sentado en su escritorio enorme y tú eres el idiota que está enfrente. Esa es una posición diferenciada, muy cani-ja, en cuanto a nivel de quién manda, quién es jefe, quién controla la situa-ción. Mi abuelo me decía que cuando quisiera tratar negocios no los citara en mi oficina. Que fuera a un bar —por supuesto no a agarrar la jarra com-pleta— pero que tuviera la cortesía de

invitar a alguien a un bar en un plan neutro. Estas son dos lecciones de miles que le aprendí desde muy niño. Pero lo esencial en la escuela de mi familia es el no sólo darte. Es el ganarte las cosas, saber luchar y educarte por ellas. Se tra-ta de una escuela de hace cien años, por eso mi familia es un caso insólito. Se opone al refrán de padre millonario, hijo caballero y nieto pordiosero.

VIAJE 2En los primeros minutos del do-

cumental El Alcalde, una vecina le dice en tono muy serio a un reportero de televisión su opinión sobre los mé-todos del nuevo gobernante de la ciu-dad: “La verdad, creo que en el fondo todo el mundo lo apoya, porque es lo que San Pedro necesita y lo que nece-sita México: acabar con gente no de-seable”. En una ciudad que ve todos los días cómo en los municipios vecinos el narco cuelga a sus víctimas en puentes de bulliciosas avenidas, ataca lugares públicos con granadas o protagoniza tiroteos cerca de las escuelas, ha creci-do una insana exigencia, entre cínica y desesperada, por tener autoridades con mano dura que eviten que la barbarie de la guerra llegue hasta ellos. En 2012, un par de meses antes de que Fernán-

dez Garza acabara su administración, se estrenó en Monterrey El Alcalde, un documental en el que intervine como uno de los directores. Todas las salas en las que se proyectó estuvieron abarro-tadas y los organizadores del festival de cine debieron programar funciones extra. En cada una de ellas, al final, el ex alcalde y la película recibían una apro-bación mayoritaria del público. Cada función era como una catarsis colectiva de adhesión del público a un estilo jus-ticiero de gobernar. Si en el resto de Mé-xico lo acusaban de paramilitar, en el norte era visto como alguien que sí está haciendo algo. Antes de volar con el ex alcalde en su Lear Jet, yo había presen-tado la película junto con mis compa-ñeros directores en el Festival de Cine y Derechos Humanos de Varsovia. La recepción del público fue fría, no sólo

por los quince grados bajo cero en que respirábamos, sino por lo chocante que les resultaba a los polacos sentirse atraí-dos a un personaje que, aunque con ciertas propuestas progresistas, parecía invocar una ley antigua para acabar con el narcotráfico. La del ojo por ojo diente por diente. Una de las pregun-tas que siempre nos hicieron al final de las proyecciones fue si el protagonista estaba consciente de las cosas que de-cía y hacía. En otro festival de cine —el Baja International Film—, corría el rumor de que el escritor Barry Gifford, guionista de David Lynch e inventor de personajes tan estrambóticos como Sailor o Bobby Perú, había visto la pe-lícula y creído que Fernández Garza era un actor contratado para decir lo que decía. Desde Monterrey hasta Varsovia, uno salía del cine con la impresión de

que el público, luego de ver el docu-mental, admitía que la única solución contra el crimen organizado exigía una cínica simpatía con los instintos más primitivos. Mi madre, quien admira a Fernández Garza, dice que el ex alcalde le recuerda a Charles Bronson, su anti-héroe cinematográfico favorito, en la película El Justiciero. El ex alcalde sabe de los sentimientos encontrados que provoca con lo que dice y lo que hace. Años atrás, cuando le comenté que va-rios entrevistados aseguraban que él es-taba loco, respondió: “Normal, normal, nunca he sido”.

Para Fernández Garza a veces todo se reduce a un juego de estirar y aflojar la cuerda con el público. El juego de decir en voz alta, durante tu toma de posesión como alcalde, que pasarás por encima de la Constitución porque de

lo contrario no vas a conseguir nada. Que los demás políticos, jueces y em-presarios presentes te aplaudan porque también lo hacen o quisieran hacerlo, pero son tan correctos y cobardes que jamás lo reconocerían. En ese sentido, Fernández Garza es un antipolítico, aunque ése sólo sea un eufemismo que significa otra forma de hacer política. En Monterrey hay quienes piensan que, si él hubiese ganado la gubernatu-ra en 2003, Nuevo León no sería el casi narcoestado que es hoy. Aquella polé-mica propuesta que hizo de legalizar la marihuana y combatir el lavado de dinero de los grupos criminales, ahora son muy debatidas en México como posible solución, pero él ya las promo-vía una década atrás. Transgredir para conservar un orden es sólo un modo de explicar cómo el millonario Fernández

“Mi familia es un caso insólito: se opone al refrán de padre millonario, hijo caballero y nieto pordiosero”

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Garza ve el servicio público. La menta-lidad de los ricos es un cliché aún difícil de entender en América Latina. Los na-rradores han conseguido mostrarnos —desde la compasión o el enaltecimien-to— a los latinoamericanos que tienen hambre, pero no a los que nunca les fal-ta nada. En el documental El Alcalde, vemos a un millonario que actúa por una situación de emergencia de guerra: si en el sur de México proliferan grupos de autodefensa creados por indígenas y campesinos para cuidar a sus comuni-dades, Fernández Garza parece el hom-bre designado para defender a los ricos en el noreste del país.

La única vez que el hombre del tira-nosaurio titubeó durante el rodaje del documental fue después de que decla-ró ante la cámara que la cifra oficial de muertos a causa de la guerra del narco era falsa. Fernández Garza dijo que ha-bía operaciones de arrase de militares y policías que se mantenían en secre-to. Temía despertar aún más ira en el equipo del presidente Felipe Calderón, que ordenó investigaciones judiciales y financieras contra Fernández Garza du-rante su periodo de alcalde. No ha sido el único político que calcula que hay más asesinatos de los que ya se saben, pero sí el único que se ha atrevido a de-cirlo. Otros tres alcaldes aceptaron con-tarme cómo fueron testigos de entierros masivos y clandestinos. Los tres han pedido que no difunda los detalles has-ta que mejoren las condiciones del país. Uno de ellos me ha pedido que, sólo en

caso de que lo maten, lo haga público. En el circuito de los productores de no-ticias diarias, sobre todo en el círculo siempre sospechoso de los políticos, lo que se comunica al público es una ín-fima parte, la punta del iceberg de un mundo siempre más impune. Narrar la política exige revelar lo abyecto que es ese mundo. Acabada cada función de El Alcalde, sucede un debate previsible entre los desesperados o los cínicos que celebran todo lo que hace Fernández Garza y los políticamente correctos que lo juzgan como un paramilitar o un asesino. El documental sólo muestra a uno de los personajes desmesurados que produce la desmesurada realidad de la guerra. Nadie, después de verlo, se ha sentido ajeno a esa desmesura. Durante el rodaje, cuestionado sobre lo que pensaba acerca de quienes lo veían como un jefe paramilitar del norte de México, Fernández Garza respondió: “A veces la gente cree que pienso fuera de mi tiempo. Los últimos cien años del planeta son gracias a grandes personas. El promedio de nuestra humanidad es mediocre, es destructivo y es envidioso. Cuando se trata de hacer algo diferente, te tratan de fumigar y eso es algo que desde niño he vivido. Si lo hago es por-que veo diferente las cosas. Pero nunca me ha causado una crisis personal”. Los admiradores del ex alcalde creen que sólo alguien con su estrategia y mano dura es capaz de impedir que la guerra del narco arrase a San Pedro. Los que a pesar de su éxito siguen creyendo en el

discurso del respeto absoluto a las leyes lo miran como un salvaje carismático.

MONÓLOGO 3Me aburro muy fácil. Cuando

domino algo busco hacer cosas dife-rentes. Creo que la vida está llena de generalidades, no de especialidades y que la suma de especialidades es la más fregona. Una de esas cosas es la cace-ría. La cacería no se trata de matar por matar. Cuando ya buscas trofeos (que son los animales más grandes de su es-pecie en un récord de cien años) es otra cosa que muy poca gente entiende. Me tocó caminar ocho horas entre cenizas para buscar un determinado antílope. Para cazar necesitas tener capacidad ocular e implica muchos conocimien-tos y yo soy muy clavado en muchos temas, pues me gusta dominarlos, ya que siempre he creído que si haces las cosas, las debes hacer bien. Cuando es-tuve en el Parque Nacional Tsabo, en Kenia, éste tenía la mayor densidad de elefantes de África y existía un proble-ma serio de sobrepoblación, por lo que el gobierno organizó una matanza. En ese entonces no existían bardas ni ca-rreteras, por lo que cuando comenzó la matanza oficial, los animales se salie-ron del área donde estaban y fueron a dar a un lote de cacería que era donde yo estaba. Me tocó estar entre cuatrocien-tos elefantes y nunca voy a olvidar ese momento: sentía que era un ser vivien-te cambiando de configuración. Cuan-do me preguntan que si creo en Dios

respondo que sé que hay una creación más inimaginable de lo que pensamos. Estamos en dimensiones muy diversas y seguro existen millones de cosas que no conocemos. Nosotros estamos limi-tados a un espacio que no entendemos. Nos damos demasiado taco para la ma-dre que somos. Nos sentimos muy im-portantes, pero somos una nada.

VIAJE 3Hoy cuando el Lear Jet va a aterri-

zar en medio de una inmensa llanura en la que parece no haber nada más que mezquites verdes y grises, el ex al-calde me señala una enorme meseta en la que lo único que hay es un hombre enterrado. En la Meseta de Cartujanos, de unos quinientos metros de alto y una decena de hectáreas de extensión, hay una capilla donde está la tumba de Santiago Vidaurri, un antiguo gober-nante de Nuevo León, muy popular en su tiempo por haber defendido esta región de los indios comanches en el siglo XIX. Vidaurri cayó en desgracia tiempo después cuando trató de sepa-rar las provincias del noreste de México del resto del país para fundar la Repú-blica de la Sierra Madre y cuando deci-dió apoyar el fugaz imperio mexicano de Maximiliano I de México. “Es un personaje fascinante, muy polémico. Luego te enseño unas cartas muy inte-resantes que tengo de él, escritas con su puño y letra”, cuenta Fernández Garza. El intento de independencia de Vidau-rri fue combatido por el héroe Benito

-Dicen que estás loco, Mauricio.-Normal, normal, nunca he sido.

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Juárez, pero fue el militar Porfirio Díaz, a la postre dictador, quien lo mandó fu-silar y borrar de la historia oficial. Casi nadie recuerda que Vidaurri sigue ente-rrado allí. Desde su jet, Fernández Garza me señala la tumba del antihéroe, como si me revelara no una coincidencia sino que el destino lo ha llevado a construir su casa frente a la tumba de ese insurrec-to olvidado por la historia oficial.

El viaje hasta allí es para que el ex al-calde supervise los detalles finales de la construcción de la que será su casa de re-tiro. De acuerdo con encuestas de popu-laridad, si quisiera, el ex alcalde ganaría las elecciones para gobernador de Nue-vo León, pero ahora está más interesado en crear el Museo de Historia Natural y en pasar temporadas en esta propiedad. Le da pereza volver a administrar un te-rritorio que no sea este feudo en el que quiere jubilarse. El piloto del Lear Jet hace unas maniobras de aterrizaje para estrenar una nueva aeropista de tierra en el rancho de Fernández Garza. Antes de que existiera esta pista, el ex alcalde debía pedir permiso a su vecino, un ex gobernador de Nuevo León, para aterri-zar en la que él tiene al lado. El rancho del ex alcalde de San Pedro colinda con el de miembros de las familias Zambra-no, accionistas de Cementos Mexicanos, y Milmo, accionistas de Televisa. To-dos ellos comparten tierras en El Jabalí, como llaman a esta zona árida y alejada de la ciudad, en el municipio de Lampa-zos donde la población no suma ni 5 mil habitantes. Resulta intrigante que los hombres de poder de San Pedro hayan elegido este paraje seco y perdido para montar sus refugios. Cuando el Lear Jet toca tierra, una camioneta con dos escol-tas espera a Fernández Garza, quien se sube solo en otra pick-up que él condu-ce hasta el sitio donde unos albañiles tra-bajan en los acabados de su nueva casa. Construir una casa en medio de la nada es otra de las nuevas especialidades del ex alcalde. Sin ser arquitecto diseñó sus planos. Las paredes de su mansión son una vitrina de trofeos disímiles: desde

acciones de valores de Europa y México del siglo XIX hasta la cabeza disecada de un toro, el último de los animales que declara haber matado. El año pasa-do, durante una fiesta en el rancho de un amigo, ese toro se salió de control y, cuando estaba a punto de embestir a un peón, afloró el instinto cazador del ex alcalde, quien agarró una escopeta y le disparó. Ahora los ojos muertos de ese animal nos miran.

En la sala principal de su casa de re-tiro, no hay ningún cráneo de tiranosau-rio rex. Sólo peces prehistóricos acomo-dados en sus paredes como si estuvieran en un estanque de piedra. Son animales marinos de la era cretácica, de los que ex alcalde posee una de las cuatro coleccio-nes más importantes del mundo. Su afi-ción por la paleontología es reciente, me dice, mientras explica en detalle la histo-ria de cada uno de los peces de su pared. “Mucha de mi paleontología está más montada como arte”, advierte. Afuera de su casa, aunque hace un sol rabioso, el frío se sigue sintiendo por el viento que pasea sin muros que lo interrumpan en este paraje árido. El paisaje más valioso desde allí es la meseta donde está ente-rrado el hombre que intentó que Nue-vo León fuera un país independiente de México. Para ciertos empresarios del norte, Santiago Vidaurri significa lo que Emiliano Zapata es para los campesinos del sur: un símbolo de inspiración y au-tonomía, aunque se cuidan de decirlo en público. Zapata está en el Olimpo de la historia mexicana; Vidaurri, en una tumba recóndita protegida por una al-tiplanicie inaccesible. Dentro de cientos de años, tal vez, cuando otro meteorito como el que acabó con el reino de los dinosaurios sobre la Tierra se estrelle contra el mundo de los hombres, en esta meseta los paleontólogos del futuro descubrirán los huesos de otros seres hu-manos. Uno de ellos, por expreso pedido de su hijo psiquiatra, estará sin cabeza y nadie sabrá que se llamaba Mauricio Fernández Garza.

“Nos damos demasiado taco para la madre que somos. Nos sentimos muy importantes, pero somos una nada”

Anónimo. Mesa de Cartujanos en Lampazos. 1946. Colección Patricio Milmo Hernández. Nuevo Léon, Imágenes de nuestra memoria II. 2004 Conarte.

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Para el ojo inexperto, los montes de Cherán siguen verdes y frondosos, pero la maleza es engañosa y los jóvenes que patrullan en sus uni-

formes azules recién adquiridos, estampados con la bandera purépecha en el brazo dere-cho, todavía recuerdan a los miles de pinos que se desvanecieron cuando los talamontes hicieron suyos los campos de la región. Jesús suda a gruesas gotas mientras sube el monte San Miguel por enésima vez. Ninguno de los integrantes de la policía comunitaria de este lugar había usado un arma antes de 2011, cuando ocurrió la primera detención de tala-montes clandestinos. En la montaña, el peli-gro aún se asoma incontrolable.

LOS GUARDIANESDEL FUTURO

¿Por qué un grupo de campesinos siembra y cuida, AR-15 en mano, árboles cuya sombra no disfrutarán?

POR SILVIA LEE Y DIEGO LEGRANDFOTOS POR LUCÍA FLORES

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Su rostro es ovalado, ligeramente gordo y de tez morena, con un bi-

gote casi recto que cubre su boca estrecha y unos dientes levemente amarillos. Tie-ne expresiones amables, pero en su rostro se nota la dureza de la gente purépecha. Con una mano sostiene un bastón impro-visado a base de una rama que se encon-tró en el camino, mientras señala con la otra al monte pelón, tal como lo dejaron los talamontes michoacanos.

Jesús tiene 25 años, es jefe de unidad y nunca sabremos su nombre completo por cuestiones de seguridad. A su lado caminan la Gaviota y el Zopilote, quie-nes también prefieren mantenerse en el anonimato. “En otros pueblos nos tienen ubicados y levantan a cualquier policía comunitario que se atreva a salir de Che-rán”, explica Jesús. Pero, aquí en el mon-te se encuentran en relativa seguridad desde que lograron correr a los mañosos que operaban en esta parte de la meseta purépecha, en coordinación con las pa-trullas del Ejército que transitan por el monte. Unos cientos de metros más aba-jo, Tachiqui persigue a dos intrusos en el monte, fusil AR 15 al hombro. Aunado a los gritos ligeramente tensos de la Ga-viota recuerdan que, a pesar de todo, los cerros de Cherán siguen siendo un tanto peligrosos para los jóvenes que confor-man la ronda comunitaria. “¡Tachiquiii… Chaparrooooo!”, resuena entre las escasas veredas y caminos que suben al monte pelado, entre troncos de pinos cortados por “los malos” y pequeñas semillas plan-tadas por la gente del pueblo, en espera de que crezcan árboles nuevos dentro de 30 o 40 años. Por fin aparece Tachiqui, jadeante en su uniforme azul oscuro, un poco sucio por la tierra del camino. “No te alejes tanto” le reclama Jesús.

En total, se estima que los bandidos talaron aproximadamente 20 de las 27 mil hectáreas de bosque con las que con-taba Cherán en poco menos de tres años. Con esa madera, de pinos centenarios, podrían llenarse 20 mil estadios aztecas. En algunas versiones se ha mencionado también que la tala de pinos en la me-seta purépecha fue un primer paso para permitir la siembra de aguacates, aunque

también se habla de marihuana, en el monte. El aguacate de Michoacán repre-senta el 87 por ciento del total del mer-cado mexicano, que a su vez es el primer exportador del mundo, sin embargo, en Cherán no se han visto campos de agua-cate, explica Jesús. Siempre había sido per-mitido cortar madera en Cherán, platican estos nuevos guardianes de la montaña: “Antes uno iba y cortaba un pino para su cocina”.

“Pero, la cosa consistía en usar sola-mente lo necesario y dejar que el bosque se regenere constantemente. Cuando empezó la explotación masiva, valió ma-dre todo; esa gente no tiene respeto por la tierra”. Para algunos, el narcotraficante conocido como el Güero Cuitláhuac fue el que trajo la tala masiva a la meseta puré-pecha, y junto con ella la violencia. Pero, los policías no hablarán de este tema. “Ya falleció el Güero”, precisa uno de ellos, “no vale la pena recordarlo”. El Chaparro es joven aún, no debe tener más de 21 años, unos ojos pequeños y maliciosos reple-gados detrás de la máscara que cubre su rostro, una alegría que contrasta con las pocas palabras que salen de su boca ta-pada. A pesar del matiz oscuro que los soles constantes de las montañas dan a las pieles de los nativos, el Chaparro no tiene facciones indígenas tan marcadas como las de sus compañeros, quizá no sea parte de los 14 mil 225 habitantes de des-cendencia indígena de la población total de los 15 mil 734 habitantes de Cherán, en su gran mayoría purépechas.

EN EL ORIGEN, LAS MUJERESDespués de que las mujeres se en-

frentaran a los “malandros”, –en esta región de Michoacán nunca se nombra a los narcotraficantes por sus nombres- fueron los jóvenes los que tomaron el relevo de las operaciones para defen-der al pueblo del acoso de los Caballe-ros Templarios. En realidad, nunca hubo enfrentamientos directos en el pueblo, más allá de la captura de cinco talamontes en una iglesia del pueblo el 15 de abril, pero en las montañas la cosa fue distinta. Tras haber asegurado los accesos del pueblo con barricadas y

fogatas, los comuneros fueron forman-do brigadas de diez a 30 personas para subir al monte, armados de machetes, piedras, y uno que otro rifle de asalto que nunca faltan en los pueblos de la región. “Pero, principalmente iban ar-mados con lámparas y mucho valor”, reconoce el coordinador de esta patru-lla comunitaria.

Mientras los vehículos seguían en manos de la policía municipal, la gente del pueblo tuvo que subir a pie para im-pedir la tala de los árboles que cubrían a algunos de los montes que envuelven al valle sagrado de Cherán, en el cora-zón de la meseta Purépecha. Durante estas excursiones murieron varias per-sonas, dos de ellas a escasos metros del baldío en el que se encuentran Jesús y sus compañeros, justo antes de dar me-dia vuelta de regreso a la comunidad. Los que fallecieron tenían entre 38 y 50 años, de acuerdo con Chucho, una edad avanzada para los guardianes co-munales de la zona. Esto sucedió el 18 de abril de 2012. Posteriormente, el 8 de junio, los cadáveres de los comuneros Urbano Macías Rafael y Guadalupe Gerónimo Velázquez aparecieron en la zona boscosa de Zacapu, a 30 kilóme-tros del pueblo. En total, se habla de 15 personas fallecidas por agresiones en Cherán, desde 2008.

AQUÍ ES CHERÁNDe vuelta a la caseta, Jesús nos en-

seña la fotografía que marca el alto en la entrada de Zamora que da acceso al pueblo de Cherán, frente a la Escuela Normal cuyos disturbios aparecieron en todos los periódicos durante las últi-mas semanas de octubre. “Aquí estoy de espalda, con varios compas con los que subíamos para arriba, para espantar a los malos”, comenta. “Casi todos éramos jóvenes y la verdad es que teníamos un buen de miedo, pero alguien tenía que hacerlo, había que defender a nuestra comunidad”. A lo lejos se vislumbran los caminos que suben al monte, son pequeños senderos lodosos, formados por el paso forzoso de vehículos cuales-quiera que buscaban jalar los troncos

de los pinos arrancados a la tierra pu-répecha con un sistema de cuerdas ata-das a los carros. En estas veredas, el olor a tierra quemada ya casi desapareció, y fue remplazado por el perfume de los encinos, pinos y fresnos más jóvenes que se lograron mantener de pie pese al paso de los talamontes. A pesar del ligero rocío húmedo que envuelve a los restos del bosque, el aire es bastante caliente en la ciénaga formada por los caminos surcados, que marcan el paso de los policías comunitarios más jóve-nes de este país. “Yo preferiría estar con mi familia y poder enfiestar como mis cuates”, concede Tachiqui. “Pero qué le vamos a hacer, nos tocó salir a defender el pueblo porque si no éramos nosotros, nadie lo iba a hacer. Así que salgo fusil en mano, y voy a plantar semillitas en el monte todo pelado. Nosotros ya no estaremos cuando salgan estos pinos, pero esperamos que las siguientes ge-neraciones lo disfruten. Estas tierras son prestadas, uno sólo está de paso”.

LAS BARRICADASLas primeras barricadas en los ac-

cesos a Cherán estaban conformadas por costales de arena, algunos troncos, muchas piedras y fogatas donde los comuneros revisaban minuciosamen-te tanto a los que entraban como a los que salían de la cabecera municipal. A dos años de esto, los vestigios de las 197 barricadas que ocuparon cada una de las esquinas del pueblo se convirtie-ron en pequeñas casetas de obra negra en las afueras de la ciudad. Al llegar a la caseta, como se llaman ahora las an-tiguas barricadas, la Gaviota se sienta a descansar un momento; la subida al monte es más de lo que su cuerpo pue-de soportar. Ella entró hace apenas dos meses a la policía comunitaria. Lo hizo porque no tenía trabajo y en la comuni-taria ya empezaban a pagar.

Tiene apenas 21 años y dos hijas, una niña de seis años y otra de cuatro. Sus hijas saben que es policía, aunque la Gaviota no sabe si se sienten orgu-llosas o preocupadas por ella. “Sólo me dicen que está bien”.

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Es una de las cinco mujeres que in-tegran el equipo policiaco en Cherán. Como comparación, en el Distrito Fede-ral existen poco más de 11 mil mujeres en la plantilla de la SSPDF, sobre los 28 mil elementos policiacos que compo-nen la nómina policiaca de la capital. “Al principio-cuenta-no fue fácil”. Fue blanco de los prejuicios que se tienen tan arraigados en algunas partes del país: pertenecer a la policía es exclusivo para los hombres. Recibió insultos de al-gunas personas cercanas que veían con malicia que ella anduviera patrullan-do con puros hombres. “No es fácil, me decían que era una puta…Pero, esto no tiene nada que ver. Si tú te das a respe-tar, no tiene por qué ser así”.

El entrenamiento que han recibido los policías es escaso por no decir nulo

y en el caso de la Gaviota, ella aún no sabe cómo disparar el arma que cargó durante el trayecto en el hombro, ata-da por una fina correa. Sólo sabe cómo cargar su rifle. Desconoce cómo disparar y atinarle al blanco. Desde que ingresó, no ha recibido ni una sola clase de acon-dicionamiento físico. Cuenta que los policías reciben todos los días un entre-namiento en el monte, pero que desde hace dos meses, cuando ella entró, no se ha vuelto a dar esa clase de autodefen-sa. Al principio, se dice, fue uno de los pobladores de Cherán, un ex militar el que a regañadientes aceptó enseñar lec-ciones básicas de protección personal a sus compañeros.

Pero ahora, después de la visita de las policías comunitarias de Guerrero y de la Policía Federal, deberían tener en-

trenamientos regulares como cualquier policía del país, se supone. La Gaviota, Tachiqui, Jesús y el Zopilote se vuelven a subir a la pick up para regresar a la co-mandancia, después del rondín que los desgastó en el monte. Uno de los nue-vos policías que va sentado junto a la Gaviota, Jorge, de veinte años, confiesa que vivió algunos años en Estados Uni-dos. Se fue de mojado cuando apenas tenía 14 años. Su familia le consiguió papeles falsos para que probara el so-brevalorado sueño americano. Le gus-taba vivir allá, aunque no hablara con soltura el idioma. Le pagaban bien, dice. “Mejor que en México, sí”. De hecho, de acuerdo con el Gobierno del Estado de Michoacán, en promedio, cada año emi-gran 165 mil personas de este estado ha-cia Estados Unidos. Regresó al país hace

dos años, justo cuando se enteró de lo que acontecía en su pueblo natal. “Si mi gente se estaba defendiendo, yo tenía que venir a ver en qué podía ayudar”, expresa alegremente, como si hablara de cualquier formalidad.

Algunos de los policías cuentan que la migración en Cherán ha bajado, que muchos se han quedado porque al ex-pulsar al gobierno de ahí, se sienten más seguros y tienen mejores condiciones de vida. Otros dicen que la migración sigue igual o peor, que el sueño americano si-gue vendiendo ilusiones, y que la gente que tuvo miedo de lo que sucedía en el pueblo prefirió refugiarse en Carolina del Norte, Dakota o Missouri, donde se encuentra la mayoría de los migrantes de la región. Cuando la camioneta llega al centro, los habitantes voltean para ver pasar a los policías comunitarios. Al-gunos niños saludan alegremente a la ronda, mientras los ancianos agachan la cabeza en signo de aprobación. Sin em-bargo, algunos de ellos han sido arres-tados por no seguir la norma que esta-blece que no se puede tomar después de las nueve de la noche en la vía pública. Cuando un civil es arrestado, recibe un castigo de 12 horas en el separo que está a las afueras de la ciudad. En cambio, cuando es un policía el que es cachado in fraganti, debe pasar 24 horas en la pequeña cárcel comunitaria. Entre risas, confiesan que algunos de sus amigos les dicen que son unos chismosos cuando andan arrestando borrachos en la calle. Y más se ríen cuando aceptan haber sido detenidos varias veces por tomar en la vía pública. “Pero nunca en horarios de trabajo, nunca en la barricada”, afirma orgullosamente Jesús.

LA COMANDANCIALa comandancia de policía es un

lugar gris, como fuera del tiempo. Ence-rrados en menos de 15 metros cuadra-dos, dos policías matan el tiempo como pueden en este recinto de soledad, en donde una pequeña ventana situada a un lado de la puerta principal es la úni-ca entrada de luz, en tanto que las otras tres paredes son de concreto deslavado. En la parte delantera de la sala, unas cuantas cajas se apilan en medio de materiales de audio que parecen llevar años sin usar.

En medio de la sala, un pequeño es-critorio vetusto hace juego con dos ban-cas empolvadas, distribuidas en ele a su alrededor, como en cualquier ministe-rio público de la República. En el escri-torio reposa un radio de ondas cortas relativamente moderno y en la pared, uno más, desgastado que lleva meses sin usar. “Ese era de la policía munici-pal”, explica Juan. Sentado en una silla de ruedas situada detrás del escritorio central, Juan viste una sudadera azul sin insignia aparente. Apenas tiene 18 años.

A primera vista, parece que el hijo de alguien se quedó de guardia en este turno de la policía comunitaria. Sus ojos risueños y su cara delgada, definida en uve con un bigote incipiente traicionan su juventud, y su sonrisa franca contras-ta con la solemnidad de los policías co-munitarios michoacanos. A su lado está Ricardo, un poco más grande, pero que no llega a los 20 años tampoco. La piel de Ricardo es ligeramente más oscura que la de su compañero y su uniforme le da un aire de autoridad, aunque al poco rato, su solemnidad deja paso a una franca risa que rompe la monoto-nía del lugar. El eco de su voz rompe un poco el aburrimiento de la comandan-cia, es una nota de color en un mundo de claroscuros. Ricardo está terminan-do la secundaria en el sistema abierto local. “Cuando puedo voy a clase, aquí tenemos turnos de 12 horas así que no puedo estudiar a diario. Si no tengo nada que hacer voy el lunes; y si no, voy el martes y así, la verdad es que no me gusta estudiar pero es un requisito para estar acá. Así que voy a terminar la se-cundaria”, explica sentado en una silla, al lado de Juan que juega con su pluma mientras terminan las presentaciones. “A mí lo que me gusta es arrestar borra-chos -exclama Juan-, en eso consiste la

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9_Historia Nacionalmayor parte del trabajo comunitario de estas semanas”, precisa.

El policía más joven de la institución relata que no participó en los inicios de las revueltas de Cherán K´eri. “Bueno, estuve en las fogatas como todos, pero no en la policía comunitaria. Tuve que insistirles un buen para que me dejaran entrar, no querían aceptarme porque era menor de edad. Pero, insistí tanto, que al final me dieron chance de entrar a apoyarlos y ahora aquí trabajo, y arres-to borrachos”, ríe más que cuenta.

EL PALACIO MUNICIPALEn la carretera que lleva a la entra-

da F1 del pueblo, la casa de cultura del pueblo luce iluminada como el edificio más ostentoso. Ese era el palacio muni-cipal, cuenta un fotógrafo purépecha de la zona. Allí sesionaba el antiguo alcal-de porque nadie lo quería; ahora, la co-mandancia se encuentra en el palacio municipal, en el centro de la comuni-dad.

“De hecho, esas eran las instalacio-nes de la policía municipal”, precisará el jefe de la unidad en la que laboran Juan y Ricardo, una vez que entre en la oficina comunitaria con su equipo, e interrumpa las risas y la música de banda que toca en el mini DVD de Ri-cardo, que parece ser la única pieza de tecnología de la que dispone la nueva comandancia de policía. “Los viejos po-licías municipales estaban a favor de los talamontes, los protegían e incluso los fueron a rescatar cuando los ence-rramos en la capilla”, detalla el jefe de patrulla. “Eso fue lo que más nos dolió, también por eso decidimos regresar la comandancia al centro del pueblo, es un signo de que estamos cerca de la gente, somos parte de la comunidad”. Roberto Bautista Chepina fue el alcalde acusado de corrupción y colusión con los narcotraficantes de la región, quien mandó a traer policías de afuera para vigilar el pueblo hasta que perdió las siguientes elecciones.

Entonces, los habitantes de la co-munidad decidieron expulsar a los par-tidos políticos así como a los policías mu-

nicipales e instaurar su propio sistema de justicia comunitaria. En virtud de los convenios 169 de la Organización In-ternacional del Trabajo, de los Acuerdos San Andrés Larráinzar firmados el 19 de febrero de 1996 por el gobierno mexica-no y de la reforma del artículo 2 de la Constitución mexicana, Cherán decretó el régimen de usos y costumbres tradi-cionales para definir su sistema de jus-ticia, con un consejo mayor compuesto por 12 K´eris Janaskaticha, y una serie de consejos operativos de Justicia y Pro-curación Social, Consejo de Barrios, Co-misión del Agua, Radio Comunitaria, Consejo de Desarrollo Social y Consejo de Asuntos Civiles, entre otras.

AQUELLA VIEJA CASA DE PIEDRA

Para viajar con la ronda comunita-ria se necesita un permiso atribuido por la Coordinación de Procuración y Justi-cia, instalada en el piso superior del pa-lacio municipal. En el fondo del último pasillo de la vieja casa de piedra en la que se toman las decisiones cotidianas del pueblo, un pequeño cuarto vacío como casi todas las piezas del palacio, sirve de antesala al solemne recinto en el que se recibe a los visitantes que quie-ren acompañar a la ronda comunitaria en sus rondines diarios. Aquí todo el mundo tantea y hace de todo un poco. Aunque a varios meses de la revuelta del 15 de abril se han ido afianzando los puestos de poder en función de las ca-pacidades de cada uno, muy pocas per-sonas son profesionales en este recinto. Pero el pueblo no parece vivir una si-tuación muy diferente de la que sufren las comunidades aledañas de Urapicho, Nurio o Paracho entre otras.

De hecho, de acuerdo con Eliza-beth Romero, una mujer que viaja en el camión que proviene de la central de Uruapan, las condiciones de vida han mejorado en Cherán desde que se decre-tó el autogobierno. “Hubo unos meses muy duros en los que vivimos del apo-yo de otras comunidades, pero por lo menos hoy podemos salir a la calle sin

miedo, convivir a gusto, sin tener que escondernos en nuestras casas, y pode-mos reclamar a la autoridad cuando no estamos de acuerdo con alguna de las decisiones. Para eso hay asambleas”, afirma esta señora de edad avanzada. Lo mismo dirá la mayoría de los vecinos entrevistados posteriormente. Aunque es difícil encontrar a alguien que no concuerde con esta postura en el pue-blo, algunos miembros de los partidos políticos concederán su desacuerdo con esta política autonomista, aunque lo harán bajo cubierta de anonimato. Una vez adquirido el permiso de la Coordi-nación de Procuración de Justicia, su-birse a una patrulla comunitaria es una mera formalidad. La jerarquía diaria está establecida, las órdenes provienen del palacio municipal y son cumplidas por los policías comunitarios sin mayor objeción. “’Gobernar obedeciendo’ pare-ce ser el nuevo lema del sistema de justi-cia de la meseta purépecha”, aunque la

práctica diaria revelará unas pequeñas diferencias entre los policías comunita-rias y sus superiores jerárquicos del Con-sejo Mayor.

EL RONDÍN DE NOCHESon las nueve de la noche y los poli-

cías ya están listos para salir a hacer el rondín correspondiente. Se suben en la parte trasera de una de las camionetas que le fueron confiscadas a la antigua policía municipal. Lo mismo que en la patrulla de día, todos los policías de esta unidad son jóvenes, ninguno pasa de los 22 años. Algunos van sentados en la parte trasera de la pick up, hablando del frío de la noche. Tranquilos, acomoda-dos en la caja de la troca, cuentan cómo hace dos años se turnaban en las barri-cadas ahora ya inexistentes.

Había una barricada en cada esquina, con familias enteras, incluyendo a niños, que pasaban la noche en vela para pro-teger a su ciudad. Después, cuando la ne-

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cesidad apremió, se buscaron voluntarios que quisieran formar parte de la nueva policía comunitaria que se empezaba a gestar. Ahora, muchos de los habitantes despotrican en contra de algunos de los integrantes de la policía comunitaria, acu-sándolos de borrachos y drogadictos, “pero cuando todo esto empezó, a nadie le im-portó que fueran ellos los que sacaran el pecho y se lanzaran al monte”, sentencia uno de los policías.

En esta unidad policiaca hay un de-nominador. Las familias de sus integran-tes se preocupan mucho por la labor que desempeñan. Al principio, varias madres se mostraban reacias a la idea de que sus hijos, algunos de los cuales no habían si-quiera cumplido la mayoría de edad, sa-lieran con sus AR-15 al hombro a patrullar por la ciudad, a reforzar las barricadas o simplemente a cubrir un turno en la co-mandancia. “Siempre me dicen que me cuide cuando salgo de la casa. Se preocu-pan mucho por mí, pero saben que lo hago por proteger a mi ciudad, pero igual se preocupan”, cuenta Rafael con un des-tello de seguridad en la mirada. El rondín que circula por el interior de Cherán termi-nó y ahora la camioneta se aventura a la carretera, donde parece que todavía existe el peligro de ser un blanco fácil para los ataques de los malos. La conversación ha llegado a su fin. Los policías ya no están en la zona de confort de su pueblo, así que se paran y se disponen en posición de tiro, al interior de la pequeña camioneta. Arrodi-llan una pierna y apuntan a la noche con el arma, como queriendo matar al vacío.

Se muestran precavidos, tensos. Se cu-bren los rostros y vuelven a acomodar sus armas. La carretera está desierta, sólo el in-tenso frío de la meseta purépecha les hace compañía. En cualquier parte entre la ma-leza puede estar algún atacante oculto, no serían los primeros en ser blanco de una emboscada. Unos meses antes, Jesús em-prendió la persecución de unos asaltan-tes en la entrada del pueblo. Cuando una familia llegó a la barricada en lágrimas, acusando a dos camionetas de haberlas perseguido para despojarlas de sus bienes, Chucho no lo pensó dos veces, cogió su arma, su unidad y se lanzó hacia el punto de encuentro con los presuntos asaltan-tes. A unos kilómetros del pueblo, varios sujetos asentados en dos camionetas, una Toyota y otra cuya marca no recuerda, abrieron fuego en contra de los policías co-munitarios. El vidrio del lado de Chucho explotó. Tras comprobar que no estaba muerto, el jefe de la unidad devolvió el fuego, ahuyentando a los ladrones que no han vuelto a Cherán desde entonces “Los habría perseguido más tiempo pero mis hombres eran muy jóvenes y se ciscaron cuando empezaron los disparos, sólo yo y el conductor, que sacó su escuadra por el vidrio mientras conducía, nos atrevimos a dispararles”, recuerda Jesús, con un orgu-llo poco disimulado.

En la segunda salida del pueblo, la camioneta se detiene abruptamente, al-guien escuchó un ruido entre los árboles que cubren la fachada más cercana del monte, todos se bajan a revisar. El miedo ya quedó atrás. Prenden sus lámparas y se adentran en la arboleda. La atmósfera se convierte en un silencio expectante. Los policías ya se alejaron de la camione-ta y sólo se distinguen por las luces que proyectan sus lámparas. Falsa alarma. El trayecto en la carretera desierta continúa. Ya casi es hora de volver, así que la tran-quilidad regresa y los policías vuelven a retomar la conversación, justo en donde la dejaron, sentados en la parte trasera de la pick up y con el rostro en calma.

En el recorrido de regreso a la coman-dancia la pregunta inevitable aparece: ¿Cuánto gana un policía comunitario de Cherán? Juan, como la mayoría de los po-licías, se dedicaba a la construcción antes de entrar en la comunitaria, algunos eran campesinos, pero la mayoría eran albañi-les, o ayudantes de albañiles. Cuando la ronda se empezó a formar, no dudó ni un momento y decidió dejar su trabajo para servir a la comunidad. Sabía que pasaría un largo tiempo antes de cobrar algún honorario, si es que ese día llegaba. Como albañil en Cherán, se ganan aproximada-mente mil 200 pesos semanales; es decir, cuatro mil 800 pesos al mes, casi el doble

de los dos mil 600 pesos mensuales que re-cibe la ronda comunitaria; pero el salario es lo de menos.

El jefe de la unidad, Jesús, afirma-rá más tarde que los pueblos vecinos se solidarizaron con la policía al ver lo que acontecía en Cherán y frecuentemente les mandaron comida para ellos y sus fami-lias. “Nos mandaban frijoles, pero nunca nos faltó comida”, concluye. Hemos regre-sado al centro de Cherán. Los policías re-gresan a la comandancia por unos minu-tos, para volver a salir a hacer otro rondín. Sólo faltan seis horas para que terminen su turno.

LAS CASETASDe regreso a la caseta que oficia de

entrada al pueblo de Cherán, el ambien-te es frío como el aire de la montaña. Los mismos policías que se ríen durante el día, y aprovechan cualquier ocasión para platicar en cuanto agarran un poco de confianza, lucen serios y desconfiados a estas horas de la noche. Aunque el asedio del pueblo ya no parece una prioridad inmediata, la tensión es permanente en la meseta purépecha a altas horas de la noche. El cansancio que aqueja a los po-licías, quienes ya llevan la mitad de sus doce horas de guardia, es otro elemento, y el pequeño fuego que los alumbra, lejana reminiscencia de una fogata que bloqueó la entrada del pueblo, es el único lugar de convivencia permitido a estas horas. El tráfico es continuo aunque baja entre 2 y 4 de la mañana, pero nunca falta un vehícu-lo que entre y saque a los uniformados co-munitarios del estupor en el que los man-tiene el frío que permea sus uniformes, y los fuerza a moverse permanentemente para no quedar entumecidos.

Al cabo de un largo silencio incómo-do, el jefe de la unidad habla: “En cuanto terminó su periodo el alcalde, en 2010, los corrimos con todo y sus policías y reto-mamos el equipo que se supone, les ha-bían dado para proteger al pueblo” relata, “Ahora estamos firmando acuerdos con el gobierno federal para que nos capaciten y podamos establecer una policía con los de-bidos permisos nacionales, aunque quere-mos que sea comunitaria”.

Para el gobierno de Michoacán, la po-licía municipal de Cherán tiene absoluto reconocimiento como cualquier policía municipal del estado. Lo único que cam-bió, explica el responsable del enlace con la secretaría de Gobernación, Isaudro Gu-tiérrez, fue que sus habitantes decidieron elegir sus gobernantes en función de un sistema de usos y costumbres, acto que fue respaldado por una decisión de Justicia. El caso de Urapicho fue un poco diferente ya que por cuestiones de seguridad, sus ha-bitantes exigieron incorporar elementos de su localidad a la policía municipal de

Paracho, de la que dependen. Pero Cherán es cabecera municipal y tiene una policía municipal como cualquier otra, que pue-de, como todas, acudir a los servicios de capacitación de la policía estatal, detalla el funcionario.

De la misma forma, las bases de opera-ciones mixtas que actúan en la zona, con elementos del Ejército y de la policía fede-ral, trabajan en coordinación con la policía municipal, no existe ninguna relación de subordinación, sino de coordinación, pre-cisa Isaudro Gutiérrez. Para la población de Cherán, la apelación de policía comu-nitaria es fundamental, aunque admiten ajustarse a las normas estatales de policía, y la coordinación es clara, la comunidad depende de la policía local, en tanto que los montes son vigilados por el Ejército. “No le tenemos confianza a la policía,-precisa uno de los policías comunitarios en facción delante de la comandancia-al único al que llamamos porque confiamos es el Ejército”.

Aunque el Séptimo Batallón de In-fantería, en facción en el cuartel militar IV de Zamora, responsable de la zona no contestó a las llamadas, algunos milita-res con presencia en la zona, adscritos a la Comandancia de la 21/a. Zona Militar, reconocieron la necesidad de su presencia en el lugar y su coordinación con la pobla-ción de Cherán. “Nosotros venimos para apoyarlos, no para remplazarlos, aquí sí hay policía municipal, sólo necesitan apo-yo en el monte para combatir a los grupos armados que operan”, reconocerá un sol-dado durante su descanso, en una zona cercana a Uruapan. De acuerdo con in-formes de la Fiscalía mexicana, la consul-tora estadounidense Stratford y la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA), esos “grupos que operan” y se confrontan en la zona son los cárteles de los Caballeros Templarios, la Familia Michoacana y en ocasiones, incursiones armadas de los Zetas.

“Sólo la gente de la comunidad puede proteger a los de su propio pueblo”, nos dirá en otra ocasión ese mismo jefe de uni-dad, alto, de piel morena y aire grave que suele aparecer en los videos realizados sobre Cherán. “Nosotros estamos dispues-tos a dejar la vida para defender a nues-tra gente y dar un futuro a nuestros hijos, pero entiendo que otra gente no quiera hacerlo; ni si quiera sé si lo haríamos con el mismo entusiasmo para otros pueblos”, asesta. “Cada quien tiene que defender lo suyo”, explica mientras mira de reojo el trabajo que hacen sus compañeros y dic-ta una que otra orden para que revisen las camionetas “21”, clave para las perso-nas sospechosas que se acercan. Aunque 57 integrantes de la policía comunitaria evaluados por el Centro Estatal de Con-trol y Evaluación de Confianza en abril de 2012, sólo una decena aprobó el examen,

informó la directora de la dependencia, Sara Vega Barreto. “No tendrán el ideal de plantilla que ellos quisieran, pero por lo menos ya tienen policía” expresó la fun-cionaria en conferencia de prensa. De los 267 mil elementos de policía que hicieron el examen de confianza en todo México durante 2012, más de 38 mil fueron repro-bados, sobre todo municipales y estatales, alrededor de 16 mil elementos reprobados para cada corporación. De acuerdo con el Sistema Nacional de Seguridad Pública, en 2011, 92 por ciento de los policías esta-tales no había sido sometido a controles de confianza y sólo 11 por ciento había recibi-do capacitación. En comparación, no pare-ce tan desesperada la situación de Cherán.

Por el momento, las calles de Cherán lucen seguras, aun vigiladas por los ele-mentos policiacos más jóvenes del país, pero cabe mencionar que la ronda comu-nitaria es un sistema extremadamente vi-gilado por el consejo de los Keri s, así como por la población en general que sigue muy de cerca la evolución de su policía co-munitaria. De hecho, el experimento ha impactado tanto a la región que se ha em-pezado a plantear la posibilidad de una ronda comunitaria que integre a otros pueblos de la región. Aunque el gobierno estatal dice desconocer dicha situación y que la policía comunitaria rechaza cual-quier pregunta al respecto, entre los pobla-dores la discusión parece relativamente viva y sobre el pueblo flotan rumores y un ligero soplo de libertad comunitario. “Si hay policías comunitarios coordinados en toda la región, entonces ya no tendre-mos miedo de salir”, nos contará en voz baja, como murmurando, uno de los poli-cías encargados de la ronda nocturna.

“Hay disensiones en el pueblo”, ex-plica el uniformado de más alto rango, situado en la barricada F2 del pueblo. “Al-gunos quieren que trabajemos como las policías comunitarias de otros lugares, con cargos rotativos y sin salario. Pero por el momento sería muy complicado estable-cer este sistema porque aquí en el pueblo, tenemos gente de los partidos políticos y de otros grupos que están en contra de la policía comunitaria, o que están con los propios malandros, y no podemos per-mitir que ellos accedan a la ronda comu-nitaria”. La mayoría de los policías más jóvenes parece estar de acuerdo con esta visión, aunque algunos de los mayores previenen: últimamente, varias personas se han empezado a interesar en entrar a la institución por el salario que se ofrece, que aunque es más bajo que el de los albañiles, es más seguro y regular también, eso es peligroso. Con el dinero vienen los inte-reses y la corrupción, en este trabajo debe importar más que nada el amor al pueblo, a la comunidad. El que esté aquí por el di-nero está muy equivocado.

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11_Historia Internacional

¿Qué busca un Premio Nobel con cariesen un doctor de provincia?

En su mesa de centro había lite-ratura de consultorio de dentis-

ta, unas cuantas revistas para bostezar la espera y empezar a caer bajo los efec-tos sedantes de una música de fondo. El doctor Gabazón parecía muy despierto bajo sus anteojos de lector de dentadu-ras. Tenía esa bonhomía que transpira la gente de la costa de Colombia y unos bigotes que se esmeraban por competir con su sonrisa simétrica. Aquella pri-mera vez -me contaba en 1999- García Márquez había llegado hasta allí en su automóvil con chofer, en un barrio de la ciudad cuyo nombre es perfecto para un dentista: Bocagrande.

Cuando el odontólogo salió a reci-birlo, el escritor acababa de completar de puño y letra la ficha de su historia clínica: “Nombre del paciente: Gabriel

García Márquez. ¿Cuál es su ocupación? Paciente vitalicio. Número de teléfono: Cortado por falta de pago. Si es casado, ocupación de su esposa: Sí, no hace nada. ¿Para qué compañía trabaja su esposa? Ya quisiera yo saberlo. Nom-bre de la persona responsable por el pago del tratamiento: Gabo, el hijo del telegrafista. ¿Tiene usted alguna moles-tia o dolor? Molestia sí, el dolor vendrá después. ¿Nos podría decir quién lo re-comendó al doctor? Su fama universal”. Fue lo que García Márquez había escrito en esa primera dramática visita que tar-de o temprano todos hacemos al con-sultorio de un sacamuelas. “Un cuento es lo que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras aguardas tu cita con él”, dijo John Cheever.

Los primeros siete años de consulta

el odontólogo trató a García Márquez con el respetuoso vocativo de maestro. Luego empezó a llamarlo compadre. Cuando se enteró de que la esposa del doctor estaba embarazada de su sexto hijo, García Márquez le preguntó con el entusiasmo de un cura recién orde-nado: “¿Y cuándo lo bautizamos?”. Iba a ser el primer hijo varón del dentista. Pero no entendió esa pregunta hasta que alguien que había vivido en Méxi-co le explicó que en ese país, donde el escritor tiene residencia, a veces el ho-nor de ser padrino se pide a los padres y no al revés. El día del bautizo, García Márquez y su esposa Mercedes Barcha fueron los primeros en llegar a la iglesia.

-No creo que nada sea casual -me diría su dentista-. Fue un bautizo ma-condiano.

Aquella ceremonia no fue la prime-ra coincidencia familiar. El doctor Gaba-zón recordaba que las familias de ambos habían sido vecinas en el barrio de Pie de la Popa y que la hermana de García Már-quez iba a jugar a su casa con la suya. Por entonces el dentista era un bebé de un año y el escritor debía ser un veinteañero que andaba mamando gallo, ese modo tan caribeño de tomarte el pelo y vacu-narte contra toda solemnidad. Eran de generaciones distantes: cuando García Márquez ganaba el Nobel de Literatura, Gabazón hacía un postgrado de Rehabi-litación Oral en Ohio State University. La primera vez que el paciente visitó la casa de quien iba a ser su compadre, el novelista entró por la puerta principal y salió por la de la cocina para saludar a las muchachas de servicio.

GARCÍA MÁRQUEZ VA AL DENTISTA

POR JULIO VILLANUEVA CHANG

El doctor Jaime Gabazón abrió la puerta de su clínica dental de Car-tagena de Indias y descubrió a Gar-cía Márquez tan solo como un as-

tronauta en su sala de espera. Eran las dos y treinta de la tarde del 11 de febrero de 1991 y el paciente había llegado puntual a su pri-mera cita. “En siete años nunca llegó tarde”, me contaría tiempo después el odontólogo.

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Desde entonces ningún dentista había callado tanto sobre la boca abier-ta de un escritor que detesta las entre-vistas. Según el médico, a García Már-quez le gustaba repetirle que cada vez que llegaba a Cartagena de Indias era a él al primero que telefoneaba. Desde que lo visitó en su consultorio, la vida del doctor Gabazón sufrió una meta-morfosis. El odontólogo era invitado a leer un fragmento de Cien años de so-ledad en el Museo Naval de Cartagena. Sus amigos le enviaban libros para que García Márquez se los dedicara. Una fir-ma. Un garabato. Por favor. Las señoras le rogaban fotografiarse con él. Una sola vez. Un minuto. Por favor. Los pacien-tes que llegaban a su consultorio veían, frente al sillón negro donde se acosta-ban, un cuadro con una fotografía del paciente ilustre y su odontólogo envi-diado. El escritor aparecía recostado en el mismo sillón que ellos y llevaba una camisa negra y las manos tan juntas como si el dentista lo hubiese maniata-do. Quienes veían aquel retrato en co-lores creían que podía ser la travesura de una computadora caribeña, el burdo montaje electrónico de un fanático. Lo cierto es que el cuadro parecía servir al dentista como una primera anestesia para sus pacientes. De un golpe de vista se olvidaban de sus muelas y cualquier mueca de dolor se enderezaba en la pregunta de siempre. ¿Qué hacía García Márquez sentado allí?

***Cinco años después de conocerlo

en su consultorio de Cartagena de In-dias, el doctor Gabazón abrió ante mí un maletín negro que guardaba bajo una clave de seguridad. Se acababa de mudar con su familia a Tampa, Florida, luego de haber tenido que partir de Co-lombia, donde él y su esposa eran mili-tantes evangelistas de una comunidad cristiana. Ambos predicaban en barrios populares donde no eran bienvenidos por la guerrilla de ese país. Era una no-che de otoño y el dentista vestía una ca-misa negra poblada de árboles. Estaba de pie, frente a la mesa del comedor de su nueva casa, buscando algo en el ma-letín que acababa de abrir. Su mudanza a Estados Unidos no terminaba. En el piso, aún había cajas por desempacar. Por debajo de la mesa, se paseaba Blac-kie, un perro pincher en miniatura de quien el dentista decía que sólo le falta-ba hablar. En las paredes colgaban pin-turas de su esposa, la artista plástica Án-gela Schiappa. En los meses posteriores a su llegada, el doctor Gabazón aún no podía ejercer de odontólogo en Florida. Mientras tanto trabajaba de ceramista dental en un laboratorio de prótesis molares. Se había vuelto un escultor de dientes de porcelana.

Ya era la medianoche y el dentis-ta extrajo del maletín una minúscula bolsa de terciopelo azul, parecida a esas donde los joyeros guardan metales pre-ciosos para protegerlos de los rasguños y del maltrato del tiempo. En uno de los cuartos, Jaime Enrique de Jesús, su hijo menor y ahijado del escritor, se había quedado dormido. Había visto una fo-tografía en la que García Márquez y su mujer estaban con él frente al cura en el instante del bautizo. Entonces era un bebé y ahora tenía siete años. Si le pre-guntaba sobre su padrino, no recordaría más que lo que sus padres le contaron. Pero esa noche el doctor Gabazón pare-cía estar dispuesto a mostrarme lo que no me había confiado cinco años atrás, cuando lo conocí en su consultorio de Bocagrande. En esa bolsa de terciopelo azul guardaba un secreto.

No fueron nada novelescas las ra-zones que llevaron a García Márquez al consultorio del doctor Gabazón. Un odontólogo de Bogotá había operado una corrección en la dentadura del es-critor, y éste le recomendó al ortodon-cista Luis Eduardo Botero para que con-

tinuase su tratamiento en Cartagena de Indias. Era una operación de rutina con uno de esos especialistas que te ende-rezan los dientes en mala posición. El ortodoncista devolvió la dentadura del escritor a su sitio pero le diagnosticó un mal periodontal. En buen castellano, un dolor de encías. Era la especialidad del doctor Gabazón, y el ortodoncista se lo recomendó a García Márquez. Fue así como aquella tarde de febrero de 1991 descubrió al hijo del telegrafista en la sala de estar de su consultorio de Boca-grande, luego de que éste escribiera los datos de su historia clínica en una ficha de cartón que le había entregado su se-cretaria Onira Madera.-Fue como un mandato de Dios -me dijo Gabazón trece años después en su

casa de Florida.Durante las consultas, García Márquez se volvía más terrenal cuando hablaba de política. Un día el dentista se atrevió a comentarle algo sobre Dios.-Gabo hizo lo que cualquier persona -recordó-. Dio un muletazo y pasó a otro tema.

El odontólogo entendió que debía evitar asuntos divinos en sus conversa-ciones con el novelista. Pero había una pregunta metafísica: qué diablos iba a hacer con sus recuerdos cuando García Márquez se muriera.-Uno nunca sabe -me dijo-. Hasta uno se puede morir antes que él.-Los dentistas no van al cielo -le advertí.-Fíjate que yo sí voy -respondió.

No está mal saber que uno va siempre hacia alguna parte. Sentirse un hombre bueno parecía ser la única soberbia en el doctor Gabazón. Tenía apuntada en su historia dental la últi-ma vez que atendió a García Márquez: 20 de enero de 1999. Fue un miércoles. El dentista también recordaba haber recibido una llamada telefónica del escritor en diciembre de ese año apoca-líptico.

Gabriel García Márquez se iría de Cartagena de Indias al siglo siguiente. Por entonces, un cáncer linfático se aso-maba a su vida. Según el dentista, hubo el rumor de que el cantante Julio Igle-sias quería comprar la casa del escritor. Antes de mudarse a Estados Unidos, el doctor Gabazón había dejado una carta a uno de los hermanos del escritor con el expreso pedido de que éste la leye-

se. También, una caja de galletas pre-paradas por la suegra del dentista. Esa noche de otoño en Florida, cuando el odontólogo estaba a punto de enseñar-me lo que guardaba en su maletín ne-gro, el doctor Gabazón me dijo que aún no recibía respuesta.

***No había razones obvias para expli-

car por qué García Márquez lo eligió su dentista y luego su compadre. El doctor Gabazón era un odontólogo de provin-cia. En los estantes de su consultorio de Cartagena de Indias no se asomaba ninguna novela, apenas clásicos de la dentadura anglosajona como Pe-riodontal Disease , dolorosa literatura para odontólogos. El doctor Gabazón

no había leído la novela Anestesia local , de Günter Grass, ni el cuento El dentista, de Alfred Polgar. Tampoco un episodio de Memorias del subsuelo , donde Dostoievski escribe sobre la vo-luptuosidad de un dolor de muelas. El doctor Gabazón sí había leído el poema Desiderata, que por entonces colga-ba de una pared del consultorio, por encima de un mueble con enjuagues bucales y dentaduras postizas. Sobre su escritorio había una calavera que nada tenía que ver con Hamlet. Era la escenografía de un sacamuelas, el lugar común de la castración dental.

El doctor Gabazón tenía una teoría elemental: García Márquez lo había elegido su compadre para romper la rutina de famoso. Hablaba del escritor con familiaridad, admiración y sin fal-sas reverencias. “La gente -me dijo- se olvida de que Gabo es un ser humano.” Pero la gente también se olvidaba de que el dentista era un ser humano y le preguntaba cuánto se le podía cobrar a un compadre así. “¿Podría decir quién le recomendó al doctor? Su fama uni-versal”, había escrito García Márquez en su ficha de paciente.

***El odontólogo me seguía contando

anécdotas del Premio Nobel de Litera-tura mientras revisaba el maletín don-de guardaba sus más íntimos recuerdos. La historia clínica del paciente García Márquez, retratos de familia con García Márquez, recortes de prensa sobre Gar-cía Márquez, una muela de García Már-

quez. Sí. El tesoro del dentista era un molar con tres raíces y una incrustación de oro. Sólo de saber que había pertene-cido al novelista, aquella muela ad-quiría una apariencia de ficción y lucía más horrenda en el acto de extraerla de una bolsa de terciopelo. Ver cualquier muela fuera de su boca hace que uno pasee su lengua para verificar si las su-yas siguen allí, dispuestas a masticar y morder. El molar de un genio se ve tan espantoso como el de cualquiera y crea la ilusión de que todos somos iguales bajo las tenazas de un dentista. Pero una muela de García Márquez en tus manos es más que eso. Es la historia se-creta de una sonrisa.

Desde años atrás en García Márquez ya habitaba cierta inexplicable predi-lección por el tema dental. Había de-dicado algunos episodios de su obra a lo indefenso que uno puede estar ante un dolor de muelas y a la fascinación que puede causar una dentadura. En Un día de estos, uno de sus cuentos más memorables, Aurelio Escovar, un den-tista sin título, extrae sin anestesia la muela que ha torturado por cinco días a su opositor, el alcalde de un pueblo sin nombre. Por suerte, García Márquez nunca quiso ser alcalde y Gabazón es un odontólogo titulado. Años después, en Cien años de soledad , el novelista escribió un episodio premonitorio de su primera visita al odontólogo: “Vie-ron [los habitantes de Macondo] un Melquíades juvenil, repuesto, desarru-gado, con una dentadura nueva y ra-diante. Quienes recordaban sus encías destruidas por el escorbuto, sus meji-llas fláccidas y sus labios marchitos, se estremecieron de pavor ante aquella prueba terminante de los poderes so-brenaturales del gitano”. En resumen, Melquíades terminó sacándose los dientes y envejeciendo de pronto, pero luego se los puso otra vez y sonrió con el poder restaurado de su juventud. El hombre envejece cuando sus dientes no se reponen. García Márquez lo sabía bien. Perder un diente era también una metáfora de la caída del poder.

No había sido el primer escritor en fascinarse por las muelas. Joyce y Nabokov habían perdido la dentadura antes de cumplir los cincuenta años, y no se ahorraron palabras para retratar-las en sus libros como algo más que un rasgo fisonómico. Martin Amis, otro es-critor del club de los desdentados, ensa-yó en su libro Experiencia una explica-ción sobre la comunidad de escritores de dientes postizos: “¿Qué más tenían en común Nabokov y Joyce aparte de la pésima dentadura y una soberbia prosa? El exilio y décadas de una pre-cariedad económica cercana a la indi-gencia. Y una compulsiva tendencia al exceso. Y la desmedida sumisión que merecidamente les inspiraban sus es-posas”. Cualquier parecido con García Márquez era pura coincidencia.

-Es como un Dios de la literatura. Todo el mundo está interesado en cual-quier cosa que hace -me dijo el dentista esa noche-. Gabo sabe que yo no puedo esconder lo que pasó entre nosotros.

El último día que lo vio en su con-sultorio de Cartagena de Indias, el único diente que le faltaba a García Márquez era la muela de juicio. Pero años antes, aquella primera tarde de 1991, en su con-sultorio de Bocagrande, Gabriel García Márquez tenía una caries y el doctor Ga-bazón había decidido operar: le inyectó anestesia local, le extrajo un molar, sutu-ró la herida, y tiempo después colocó un implante en su lugar. Según el dentista, el escritor nunca se quejó. Sin embargo, desde esa primera cita hubo una pérdida. En la historia de la literatura, siempre ha sucedido: Homero fue ciego, a Cervantes le faltaba un brazo, García Márquez tenía caries.

-El hilo dental es más importante que el cepillo -me advirtió el doctor Gabazón.

Ver cualquier muela fuera de su boca hace que uno pasee su lengua para verificar si las suyas siguen allí, dispuestas a masticar y morder... Pero una muela de García Márquez en tus manos es más que eso. Es la historia secreta de una sonrisa.

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La orquídea parásita es el nombre que dio el escritor Gerson Gómez a su antología de crónica urbana en Nuevo León.

El texto presentado aquí forma parte del libro lanzado esta primavera por la editorial de la UANL.

(Foto Izq.)J.O Bocanegra. Juanito. “El Niño Médico”. 1912 colección Guadalupe Mauricio Hernández(Foto Sup.Der.) Anónimo. Testimonio de la recuperación de Leopoldo Canales. 1904 colección Óscar Estrada de la Rosa Nuevo Léon, Imágenes de nuestra memoria II. 2004 Conarte

Monterrey, usted quizá lo haya notado, no es precisamente

una ciudad que se distinga por su vida nocturna. Las tres o cuatro boites de no-che con showcitos de medio pelo y el puñado de discotheques no justifican el potencial económico de la ciudad, que podría sostener un intenso ritmo de di-versiones de esta clase. ¿Por qué? La res-puesta es fácil: los happy few de Monte-rrey no son ni más ni menos recatados que los de otras ciudades cosmopolitas semejantes. La diferencia es que los re-giomontanos se sueltan el pelo, pero en privado o fuera de su ciudad. Usted no podría ser la excepción, a riesgo de darse una quemada de tercer grado. Afortu-nadamente, sus millones le permiten trasladarse a las grandes capitales del re-ventón o pagarse placeres clandestinos en su ciudad; bien disfrazándose de Fan-tomas para hacerla de peeping Tom por las noches tratando de sorprender mu-jeres desnudas o por desnudarse a través de alguna descuidada ventana (con la seguridad de que cualquier inoportuna interrupción será neutralizada a base de pesos), bien pagándose encerronas fe-rozmente custodiadas por sus guardaes-paldas, en las que usted sea tratado como sultán por un escogido harén de bellas oficinistas y universitarias que mejoran sus ingresos trabajando horas extras. Si su atrevimiento se lo permite, usted puede hacer del consabido espectáculo una sesión placentera para sus amigos voyeristas, que podrían gozarlo desde el otro lado de los espejos de dos caras ya muy conocidos en el pornomundo. Pero si usted es más sensato optará por alejarse lo más posible de la curiosidad

local para refocilarse a sus anchas en todos los lugares internacionales que se especializan en ofrecer los placeres más paradisíacos y sofisticados que pueda imaginarse.

El que viaja, conoce; el que conoce, desea; el que desea, busca. Con dinero: el que busca, encuentra. Usted puede encontrar todas las sensaciones placen-teras que el comercio underground ha multiplicado y refinado en ciertos sitios.

Empecemos por el erotismo visual, que es el erotismo de nuestro tiempo. El striptease que surgió como audacia máxima en los centros nocturnos de París, Londres y Nueva York, como usted sabe, ha tenido que pulirse con elemen-tos coreográficos y escenográficos para seguir teniendo éxito. Después de Hair y Oh Calcuta!, los espectáculos musicales que produjo la ola desinhibidora de hip-pies y rock durante los setenta, a los y las strip-teasers no les quedó más que apren-der a bailar danza moderna. El striptease se convirtió entonces en un espectáculo apto, casi, para toda la familia. Claro, para toda la familia de otras latitudes. En Monterrey usted, pero sobre todo su esposa, han desaprobado, y si no ha sido así deben hacerlo en la primera ocasión,

todo espectáculo que atente contra la de-cencia y las buenas costumbres. Seguro que su esposa, con la anuencia de usted, capitaneó uno de los comités de damas que fustigaron la presentación de unas negras lascivas que pretendían mostrar-se en Monterrey con el busto (la palabra senos es impropia) al aire en una fun-ción dizque de ballet lleno de convulsio-nes; fue también ella una de las más des-tacadas representantes de la ira de Dios que cayó sobre quienes quisieron – y al fin lo lograron, desafortunadamente- ver la estatua de un hombre desnudo en plena Fuentes del Valle. Todavía considera que hubiera sido un triunfo del recato, nece-sario para educar a la comunidad en las santas enseñanzas, haberle puesto una hoja de parra al David que hoy erige con toda indecencia sobre nuestra avenida San Pedro. Un triunfo semejante hubie-ra sido que a la réplica de la Diana, dona-da a Monterrey por el centro por quién sabe qué oscuras razones, le hubiese sido puesto un taparrabo como el que mandó poner al modelo original la entonces primera dama de la nación, doña Sole-dad Orozco de Ávila Camacho.

Pero volvamos a los placeres indi-viduales, que esto ya es harina de otro costal. Por razones de su alta jerarquía us-ted debe conocerlo todo, pues ha ido in-tuyendo que en la esfera de los business hasta los temas más remotos o diabóli-cos un día se truecan en oportunidades. Maneje pues al centavo todo lo que se re-fiere a nudismo. Además de los striptea-se, debe conocer los shows de moda que en la Broadway Street de San Francisco, la Bourbon Street de Nueva Orleans o Time Square de Nueva York se hallan de puerta en puerta. Se han vuelto ruti-narias todas sus variantes: hombre con mujer, hombre con hombre, mujer con mujer, hombres con mujeres y mujeres

con hombres e incluso, de vez en cuan-do, algún hombre o mujer con su mas-cota preferida. Es posible, por razones de edad, que usted se haya perdido algunos de los shows internacionales conocidos por su espectacularidad que existían en la grandiosa Cuba de Batista. Este impor-tante centro de prostibulario fue arrui-nado para siempre por los barbones co-munistas de Fidel, quitándole así todo su sabor guapachoso y festivo a la bella isla. Tendrá que buscar, en este caso, para no quedarse con esa laguna, centros simi-lares en otras partes del mundo: Tánger, Las Filipinas, Corea del Sur, Puerto Rico.

Sólo en Monterrey puede ocurrir que una sala de arte como se hace llamar al cine Buñuel, se dedique a pasar exclu-sivamente películas pornográficas. Pero nadie puede dudar de su éxito taquille-ro. Las colas para entrar a la función de media noche son más largas que las que hay en los países socialistas para com-prar tres litros de leche. Aunque usted, que jamás ha hecho colas en su vida, ni siquiera para comulgar, no pensaría ni por asomo en asistir a una de estas fun-ciones. En ciertos pubs de categoría a los que usted ha ido en Estocolmo, Oslo y Co-penhague ha visto la mejor selección de pornofilms; pero además los mejores de ellos forman parte de su filmoteca parti-cular. En su pantalla gigante usted se los pasa a sus amigos más íntimos. La priva-cidad, tanto fuera del país como en éste, y principalmente en su ciudad, debe usted preservarse sobre cualquier cosa. Más en cuestiones tan delicadas como son las de la moral.

Ensayista, novelista y periodista. Junto a Abra-ham Alfaro, fundó la Iglesia Bautista Unida, en Mon-terrey. Autora de varios libros, entre ellos: Tal cual; vida, amores, cadenas; Nuestro Grupo; Los meros, meros de Monterrey; Manual de conducta para mul-timillonarios, Mi padre, Mi Madre.

Vida nocturnaIRMA SALINAS ROCHA

“Sólo en Monterrey puede ocurrir que una sala de arte como se hace llamar al cine Buñuel, se dedique a pasar exclusivamente películas pornográficas. Pero nadie puede dudar de su éxito taquillero. Las colas para entrar a la función de media noche son más largas que las que hay en los países socialistas para comprar tres litros de leche”

DaguerroTIPOO

NIÑOS REGIOS

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_OpiniónDel 6 al 12 de MayoMonterrey, N.L.

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Hace tiempo, un joven estudiante de Medicina intentó quitarse la

vida al saberse reprobado en la materia de anatomía. Era su tercer intento de pasar la materia y la primera vez que intentó sui-cidarse. Hoy, él forma parte de las estadís-ticas de suicidios o intentos de suicidio que van en aumento en el estado.

Tras fallar en su intento, creó un club llamado Desertores de la Medicina, que se reunía en secreto una vez al mes en algún punto de la ciudad de Monterrey.

Carlos, hijo de un conocido cirujano plástico, decidió estudiar la carrera de su padre. Alguna vez le dijeron que el Che Guevara también había estudiado para doctor y eso lo motivó a inscribirse en la di-fícil carrera para llegar a ser médico. “Siempre hay formas de cam-biar el mundo”, pensó cuando pagaba su cur-so propedéutico.

En la bienvenida que anualmente orga-niza la mesa directiva, conoció a Camila, es-tudiante de cuarto se-mestre, quien para se-guir la fiesta le ofreció tachas. Bailaron hasta el amanecer y cons-truyeron una amistad donde el negocio fue también parte impor-tante de su relación: él como alumno de primer ingreso se con-virtió en dealer de su generación. Ofrecía productos “para man-tenerse despierto/para no dormir” entre sus compañeros. Se hizo de nombre por la fa-cilidad para entablar diálogo. Era un vendedor nato, un líder carismático a quien el aire le acomodaba el cabello.

El primer año de su carrera logró acre-ditar las materias y sólo dejó para segun-da oportunidad la materia de anatomía. Decidió llevársela tranquilo, dedicarle un año al estudio completo de una sola ma-teria y, junto a Camila, atender el negocio de la venta de pastillas. En el Área Médica tenían clientes de Psicología, Odontología y Enfermería. Son muchos los estudiantes de estas carreras que ocupan una ayuda-dita para el desvelo. Cuando un alumno necesitaba estudiar un fin de semana com-pleto, ahí estaban Camila & Carlos y sus pastillas, listos para ofrecerles el empujón valioso, bendito amuleto en temporada de exámenes.

Carlos estaba pagando un coche del año con el apoyo de su padre y con la gran ayuda que el narco-negocio le brindaba: “son muchas las utilidades”, sonreía fren-te al espejo cada vez que hacía una venta, una buena venta.

Una tarde de abril, angustiado por la exigencia de sus jefes, que le pedían ven-der más pastillas, y asustado por el examen de tercera oportunidad, decidió ingerir un puñado de medicamentos. Cuando abrió los ojos se encontraba descansado de un la-

vado de estómago que le practicaron en el Hospital Universitario. Fue atendido por el catedrático que impartía Anatomía. Esto le permitió descansar unos días y aplazar el examen para el mes siguiente.

Llegó la fecha del examen y lo repro-bó; dejó los estudios, pero no los contactos de estudiantes y decidió formar el club Desertores de la Medicina, considerado por muchos como el cartel que maneja las drogas en el área de Medicina. Hizo alian-za con amigos de otras facultades y crearon grupos como Desertores de la Ingeniería, Desertores de las Letras, y demás carreras, todos unidos por el consumo de las drogas.Una vida fácil, rápida, veloz. Unos antiNi-nis en potencia.

“Die Young” es la frase que se lee en el antebra-zo de cada uno de los líderes de estas células del crimen organizado, que de ser distribuidores pasaron a ser pro-ductores de drogas. Su forma de traba-jar es más organi-zada que la de otros narcotraficantes, pues con la ayuda de los Desertores de la Comunica-ción, crearon un mecanismo de pu-blicidad en redes sociales, conciertos, fiestas temáticas y actividades estu-diantiles y cultu-rales. Son muchos los rumores de que consiguieron hasta becas del gobierno estatal y federal

para realizar festivales internacionales de música y arte, meros eventos pantalla para vender sus productos.

Hoy, es casi imposible contactarlos personalmente. Las redes sociales que crearon quedaron en el abandono. Ya no revisan su número de seguidores y amigos de Facebook. Cuando la policía descubrió que se reunían en la estatua de Gonzalitos, ubicada en el patio de la honorable escue-la de Medicina, ellos dejaron de verse y de trabajar. Cada uno se escondió como pudo. Unos se fueron a Estados Unidos y otros hicieron cita con dermatólogos para elimi-nar de su brazo el tatuaje.

Carlos fue operado por los mejores cirujanos plásticos de la ciudad, entre ellos su padre. Ahora su rostro es otro y le es fácil camuflarse entre sudameri-canos. Vive en Santiago de Chile y al-gunas veces pone discos en el Centro Cultural Amanda, donde lo vi por pri-mera y última vez en 2012, cuando fui a Lollapalooza. Él fue quien me saludó y se dirigió a mí como “tú eres el chavo de la radio, el que dice las noticias y sale en la tele de la uni”. Fuimos a un café de piernas en el Paseo Ahumada para charlar y me contó esta historia que nunca será noticia.

«ReporteInfrarrealista»EL GATO RARO

Locutor. Cuentista. Rebelde de la CROC.elgatoraro.com

“Son muchos los rumores de que

consiguieron becas del gobierno para realizar festivales

Internacionales de música y arte,

meros eventos pantalla para

vender sus productos”

Para tener una idea de la grave sequía que atravesamos en Nue-

vo León, basta consultar los estudios del doctor en hidrología, Jaime Leal Díaz, pre-sentados en Mitos y Realidades sobre el agua en la Ciudad de Monterrey. Segunda edición privada, realizada por sus amigos en abril 2013; ahí se puede observar que te-nemos 7 años en caída libre. Vivimos una situación gravísima, pero por lo visto, a las autoridades de Nuevo León encargadas del agua, poco les importa. Juegan a pro-mover las obras de Monterrey VI; traer agua de un afluente del Pánuco es un pro-yecto que huele más a negocio de unos cuantos y de la banca internacional, que a una verdadera solución para el abasto del vital líquido en nuestra metrópoli.

El doctor Leal señala que desde el 2005 estamos inmersos en un proceso de sequía que no tocará fondo hasta el año 2020. Su estudio es un conocimiento de la humedad pasada y por venir, el cual pudo elaborar con registros estadísticos oficiales de la Comisión Nacional del Agua (CNA) de la región que habitamos. Una región a la impactan los riegos del río San Juan, afluente clave del sistema hidrológico del bajo Río Bravo. El mencionado proceso de humedad que estudia Leal, abarca altas y bajas de la misma, con cinco ciclos. El Pri-mer ciclo abarca del año de 1880 a 1910; el Segundo ciclo de 1910 a 1945; el Tercer ci-clo de 1945 a 1985; el Cuarto ciclo de 1985 a 2020; el Quinto ciclo del año 2020 a 2040. Cinco ciclos con una amplitud de 32 a 35 años, es lo que estudió el doctor Leal Díaz, agregando en el periodo lustral comenta-do de 1880 a 2040, la precipitación pluvial en el área metropolitana de Monterrey, y por otro lado, los escurrimientos del Río San Juan, que aportan millones de metros cúbicos al año.

En el estudio del Cuarto ciclo, el doctor Leal pudo señalar que desde el año 1995 se había alcanzado el máximo desarrollo de humedad y ubicó un proceso de caída de la misma; ésta sólo guardó cierta alza de relativa me-jora en los años de 2000 a 2005.

A pesar de todo, desde el año 2005 se vive una sistemática baja en el abasto acuífero del sis-tema que nos corresponde, que es la cuenca del bajo Río Bravo. Los escurrimientos del río San Juan han bajado en el año 2007 a mil 50 millones de metros cú-bicos por año, y es de esperarse que lleguen a 450 millones de metros cúbicos en el año 2020, para, posteriormente, iniciar un nuevo ciclo de ascenso que en el año 2030 tendrá un máximo de mil 200 millones de metros cúbicos.

Estamos viviendo un periodo de caída de hume-dad, correspondiente al Cuarto ciclo (1985-2020). Tal descenso lleva ya ocho años. Y todavía nos faltan siete años más de sequía, es decir, estamos entrando

en una caída de por abajo de los 500 mm por año, y los 600 millones de metros cúbi-cos al año que ofrecen los escurrimientos del río San Juan. Una realidad dramáti-ca de la cual las autoridades no hablan ampliamente, y ante la que vacilan para tomar medidas a fondo. La necesidad se vuelve apremiante, más cuando 45 mu-nicipios del estado padecen sequía severa desde hace semanas, según la SAGARPA, y apenas hace unos días, los gobiernos es-tatal y federal emitieron la declaración de sequía.

Para el área metropolitana de Monte-rrey la situación no se resolverá, buscando traer agua de otros sitios, intención mani-festada por los promotores de Monterrey VI, sino respetando el monto acuífero que actualmente nos llega y es de 11.5 metros por segundo. La llegada de este monto se registra, pero no así su cobro en los recibos que para tal fin que expide y el Sistema de Agua y Drenaje de Monterrey. De esta manera queda en evidencia que se extra-vía un 30 por ciento del agua que llega al área metropolitana. Este proceso lleva décadas. Actualmente, se estima en unos 93 millones de metros cúbicos anuales, el agua de la metrópoli que no se sabe dón-de queda. Es una pérdida que va de 900 a 2 mil 700 millones de pesos anuales para la paraestatal de Agua y Drenaje, si se calcu-la a 10 pesos el metro cúbico de agua para usuario de bajo consumo o a 30 pesos el metro cúbico de agua para usuario de alto consumo.

¿Quién se roba el agua? Volvamos a citar al doctor Leal: “Aparentemente el Consejo de administración de la empresa que brinda el servicio de agua y drenaje concluyó que es más barato y práctico bus-car más fuentes de agua, porque localizar el agua extraviada es muy complicado y caro, pero sobre todo conflictivo y compro-metedor, pues puede haber delincuencia organizada, incompetencia e irresponsa-bilidad compartidas”.

«Tal Cual»RAÚL A. RUBIO CANO

Periodista. Activista. Maestro de artes [email protected]

LOS DESERTORES DE LA MEDICINALADRONES DE AGUA

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15_Opinión

Cada vez son más las personas que incorporan a su estilo de

vida la compañía de una mascota, es-pecialmente perros, y que adoptan simultáneamente la práctica de salir a caminar con ellos para pasear des-de diez minutos hasta una hora o más al día; también visitan parques para perros, espacios casi inexistentes en Monterrey y el área metropolitana. Desde los suburbios, fraccionamientos privados o barrios con historia, sea la responsabilidad de mantener en forma al can o incentivo para que el humano haga lo propio, terapia ocupacional, o seguir una moda, la gente sale con más frecuencia a la calle con sus mascotas. Para quienes gustan o son amantes de los chuchos, un fin de semana en El Ba-rrio Antiguo, por ejemplo, ofrece una variada pasarela canina; dogos argenti-nos, caniches, bulldogs, pastores austra-lianos, pugs, dachshunds, labradores, xolos, chihuahuas, pitbulls liman sus uñas diariamente con el pavimento y el concreto estampado de sus calles. So-ciables, miedosos o ariscos, la perrada hace suyo un pedazo de la ciudad. La trotan, la huelen. La orinan y defecan también.

En promedio, un perro desecha, se-gún la raza, entre 100 y 600 gramos de heces cada día. Heces que, en la mayo-ría de los casos, no son recogidas por los dueños del animal. Eso sin contar con los excrementos de los perros y gatos sin dueño. Los servicios públicos esti-man en toneladas la cantidad de heces acopiadas semanalmente. Además de la adopción responsable y el no aban-dono de animales en la vía pública, las asociaciones pro derechos animales han convocado más de una vez a la ne-cesidad de que los propietarios de mas-cotas levanten las heces que éstas dejen a su paso pues con el tiempo se pulveri-zan e inician un tour por los aires has-ta los rincones más insospechados. Sin exagerar. Los más insospechados. Como nuestros pulmones.

Cuando se invita a la gente a reco-ger los desechos de su perro, más allá de la indiferencia, hay reacciones intere-santes: asco con arcadas incluidas; otros se ofenden, se enojan y dicen que no es asunto tuyo —ni suyo—. O invitan a que tú lo hagas. La cagarruta se que-da ahí, en el piso. Si se pone la atención suficiente, es posible oírla reírse de uno.

A la proliferación de excrementos animales en la vía pública se le llama fecalismo al aire libre, una proble-mática sanitaria que algunos países y entidades, como el Distrito Federal, intentan controlar con la imposición de sanciones a quienes no recojan las gracias de sus animales de compañía. Más allá de lo desagradable de hacerlo, casi tanto como limpiar las heces de un bebé, solucionarlo sólo implica bolsas pequeñas de plástico, y una escoba con recogedor para los más susceptibles.

Mientras, la realidad continúa. Heces en el piso. Anónimas. Apestosas y apestadas excepto por las bacterias que se alimentan de ellas, las amibas, las lombrices, los microbios. El sol las lame y seca, la lluvia las dispersa. Poco a poco se convierten en polvo. El vien-to lo toma, lo eleva, destino glorioso,

inmunda alegoría. Flota. De pronto, un corredor en el parque Fundidora toma aliento. Además del oxígeno, heces de regalo. Afuera de Ginequito, una mujer compra conchitas con crema y salsa, sa-zonadas con excrementos, cortesía de la casa. En el patio de una casa de Mina, alguien termina de lavar ropa interior, la cuelga limpia en el tendedero y la re-coge con una capa invisible de…popó. En una plazoleta de los Condominios Constitución, un grupo de niños come paletas de hielo, espolvoreadas con los desechos de los perros de sus vecinos, como si fuera coco rallado o grageas de dulce. Directo a los riñones, al sistema pulmonar, a la piel, al estómago, a los genitales. Viéndolo de otro modo, cada uno experimenta el milagro de la vida buscando a otras vidas para prospe-rar gracias al consumo de heces vaga-bundas, ésas que jamás llegaron a un destino adecuado sanitariamente ha-blando, y que al igual que humanos y perros ejercen su derecho a hacer suya esta ciudad. Al final ya no sabe uno quién ríe al último. Nosotros, los consu-midores pasivos de heces, no creo.

«Algo pasa allá afuera»ALMA RAMÍREZ

Periodista. Editora. Microficcionadora @Aprpl

“Afuera de Ginequito, una mujer compra conchitas con crema y salsa, sazonadas con excrementos, cortesía de la

casa”.

Desde la Calle Rojo

Monterrey me parecía un pur-

gatorio. Un sitio amorfo en el que no pasaba nada, pero se estaba a gusto. Cuando me fui, a la dis-tancia veía cómo el purga-torio se iba convirtiendo

en un infierno. El día del ataque al Café Iguana parecía que ya todo estaba jodido para siempre. Yo miraba esto mientras viajaba por lugares que no eran precisa-mente el cielo.

Durante esa metamorfosis, El Barrio Antiguo fue la zona que sufrió los estra-gos más visibles de la guerra. El corazón de la Historia (y las historias) de la ciudad, fue dejando de palpitar. El escenario más interesante y animado adquirió el aspec-to de un pueblo fantasma. Debe haber un cierto afán de ironía por parte del destino para que el único espacio que sigue con vida tenga como nombre La Tumba.

En todo este tiempo, no he dejado de pensar en una película de Orson Wells en la que un personaje nos recuerda que Mi-guel Ángel y Leonardo da Vinci surgieron después de años de guerra de la época de los Borgia en Italia, y que 500 años de paz en Suiza sólo han producido el reloj cucú.

Nosotros creemos que luego de la barbarie, el Renacimiento de la ciudad está por iniciar. Algo va a pasar aquí. Para acompañar este suceso, nos hemos insta-lado en El Barrio Antiguo, un punto no sólo geográfico, sino también de perspec-tiva política para mirar lo que sucede al-rededor. Nuestra manera de hacerlo será a través de la crónica.

Usted tiene en sus manos, quizá el primer periódico de crónicas de la ciudad.

Seremos finos e inclementes en la búsqueda de las historias que pasarán por aquí. Este no será un depósito de la dema-gogia que a diario regalan la mayoría de los actores políticos. En ese sentido somos radicales. Somos gente que escribe para gente que quiere conocer gente. La idea

es reivindicar personas y actos que duren, que sean memorables.

Para este arranque contamos con el apoyo de Gatopardo y Etiqueta Negra, dos de las mejores revistas latinoameri-canas de periodismo narrativo. Tenemos el compromiso de ir descubriendo y construyendo nuestra propia narrativa barrial. Creemos en la máxima de Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintarás al mundo”.

Hoy es 1 de mayo de 2013. Estamos trabajando en el periódico

que usted tiene ahora en sus manos.Bienvenido a este rincón del Renaci-

miento de la ciudad.Bienvenido al purgatorio.

DEO

[email protected] Aquí recibimos sus crónicas, comentarios

y quejas.

SOMOS LO QUE COMEMOS

Pese a la violencia

... ...alrededor de cien mil personas de otras ciudades han llegado a vivir a Monterrey en los últimos cinco años

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Page 16: El Barrio Antiguo Cero Ok

Del 6 al 12 de MayoMonterrey, N.L.16_Obituario

Le gustaba ir en el coche con la música a todo volumen. Se vestía con playeras, pan-talones de mezclilla, cachuchas y lentes; amante de los colores del grafiti, (arte que

él mismo practicaba), y de los shows de luces de los conciertos psy-trance, que junto con el hip-hop y el reggae, eran sus géneros favoritos, inclusive llegó a ir uno de los más grandes festivales de trance en México: Dharma Festival.

Daniel Alejandro Martínez Bazaldúa era un joven de 22 años. Nació en Saltillo, Coahui-la y ahí vivió toda su vida. Trabajaba como fotógrafo de Sociales en el periódico Vanguar-dia de Saltillo, uno de los diarios más leídos de esa ciudad. Tenía una novia. Tenía un perro pitbull llamado Ronnie, que él mismo adoptó ya que iba a ser vendido. La madrugada del miércoles 24 de abril de 2013, Daniel Alejandro fue encontrado en una colonia del sur de Saltillo. Estaba muerto y mutilado.

“Al muchacho no lo conocimos ya que era fotógrafo de sociales y apenas tenía un mes, sólo venía por las órdenes de trabajo y a dejar fotos, no permanecía más de una hora en el periódico”.

“De hecho yo nunca lo vi”, comentó un trabajador de Vanguardia, cuando se le pre-guntó sobre la muerte del fotógrafo.

Ese día, muchos de los reflectores de los diarios nacionales e internacionales se enfoca-ron en el asesinato del muchacho; consignaron su muerte como la de un periodista. Al día siguiente fue nombrado como halcón y chapulín (miembro de una banda delictiva que se pasa a otra); el titular de la PGJE, Homero Ramos Gloria relacio-nó a Daniel Alejandro con el crimen organizado, con base en la hermenéutica que la PGJE aplicó a dos mensajes encontrados en la escena del crimen. Más tarde el gobernador de Coahuila, Rubén Moreira, protestó por el trato criminalizante que su pro-pio gobierno había dado al fotógrafo. La estrategia criminaliza-dora tomada por todos los niveles de gobierno para no hacer su trabajo: investigar, hizo acto de presencia.

Y así fue como Daniel Alejandro Martínez Bazaldúa quedó acomodado en una larga lista de mujeres y hombres llenos de color en su propia vida, invisibles al sistema y marcados en es-carlata tras morir violentamente.

*****El trabajo de fotógrafo en Vanguardia no fue el primero de

Daniel. Antes laboró en la promoción turística. Aparte de eso, la escuela; la UVM, la UANE, la UNID. Después de este peregrina-je vino la recompensa: pronto iba a graduarse como Licenciado en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Todavía vivía con sus padres e inclusive compartía cuarto con su hermano menor.

La hermana menor cuenta con cuarto propio y estudia ballet: era “La Reina” de la casa, bromea ligeramente la joven mientras dice que no recuerda cuáles fueron las últimas pala-bras que le oyó decir a su hermano antes de que muriera. Tam-poco recuerda la última vez que lo vio vivo. Él trabaja todo el día en los eventos sociales. Ella ensaya danza todo el día. Así es la vida de una bailarina. Así es la vida de un periodista.

Luego vino la muerte, pero todavía antes, la vida:La comida preferida de Daniel Alejandro eran los chiles

rellenos. Se desplazaba, vivo, sobre esta tierra; su medio favorito era el coche (propio) y la moto.

Cuando estuvo en prepa tuvo beca deportiva por jugar fútbol. No cuesta mucho saber que su deporte consentido era el mismo de miles de saltillenses, aunque ahí no exista un equipo de Primera División. Así es la vida de un periodista. Así es la vida de un periodista mexicano.

Miembros de su familia lo describen como alguien “cariñoso”, que “daba muchos besos y abrazos. Cuidaba a su hermana”. De niños, los hermanos compartían una dinámica que se repitió a diario: a las 7:00 pm, en todas las casas de todas las familias mexicanas de los últimos años 90 y parte de los 2000: veían Dragon Ball Z. Él le prestaba a ella sus juguetes: las figuras de Gohan, Freezer y Gokú, con quienes algunos le encontraban un cierto parecido, sobre todo por su peinado.

*****El 19 de abril los colaboradores de Artículo 19, una organización que lucha por los de-

rechos de los periodistas, fueron amenazados por el crimen organizado. En abril asesinaron

en Puebla al periodista Alonso de la Colina; desde Veracruz salió una amenaza contra el periodista de Proceso, Jorge Carrasco; y atentaron contra las instalaciones del periódico Mu-ral de Guadalajara. El domingo 28 de abril se cumplió un año del asesinato en Veracruz de la corresponsal de Proceso, Regina Martínez. Ese día, reporteros, académicos y activistas se manifestaron en Xalapa para pedir justicia por la periodista.

La muerte de Daniel Alejandro no llega en un momento fácil para el periodismo. De los miles de muertos que la guerra contra el narcotráfico ha dejado, muchos son periodistas, comunicadores y demás gente del medio. Los asesinatos de periodistas se vuelven comu-nes, aunque todavía estén resaltados con una leve línea roja de indignación. El gobierno de Enrique Peña Nieto deja de hablar de violencia y señala con el dedo al hambre.

El crimen contra el fotógrafo de Vanguardia se trató de desplazar en el imaginario colectivo, de uno contra un periodista, a uno contra alguien culpable de antemano. En muchas cabezas queda como el culpable de una equivocación y merecedor del castigo. En otras tantas queda la convicción de que ningún ser humano debe morir sin que se ex-pliquen las razones y se castigue a los culpables. Hasta el 1 de mayo no han encontrado a ningún sospechoso.

Daniel murió en un momento en que, a pesar de todo, se hace comprensible el pen-samiento que alberga mucha parte de los mexicanos: que las personas muertas en cir-

cunstancias violentas son parte del crimen organizado. Él estaba en el segmento de edad que las estadísticas ponen como el más frecuentemente presentado en supuestos nar-cotraficantes muertos durante la guerra del narco: jóvenes.

El Universal cita un estudio de la Flacso aplicado en ocho estados del país a estudiantes de secundaria, el cual sostiene que “26.3% de [los jóvenes encuestados] piensan que ellos mismos, sus amigos o personas de su edad les gustaría parecerse a narcotraficantes y sicarios. Después de estas figuras viene el empresario, con el 17% de prefe-rencia, 12.4% se inclinó por el profesor, 10.7% por el policía o militar, 4.4% por funcionario de gobierno y 1.4% por un migrante”.

La figura de Daniel quedará sujeta a la sospecha de pertenecer al crimen organizado, en un país que estructu-ralmente se está acomodando para incorporar más jóvenes al narco.

En casa de Daniel están siguiendo la tradición católica del novenario. También reciben atención psicológica de “un psicólogo del Estado de México” que se queda toda la tarde.

En su bio de Twitter, Daniel puso la siguiente descrip-ción de sí mismo: “Mi ojo es el único lente que necesito para capturar un momento de la historia”. El fotógrafo fue capturado por el momento de la historia.

*****La carga semántica asociada a las palabras “muerte”

y “suerte”, en el México de 2013 es muy diferente a la que tiene en China o Francia. En México de 2013 “muerte” y “suerte” riman. Y para algunos sec-tores de la población es cacofonía.

Atribuir una muerte violenta a la suerte se vuelve lugar común en el país del probabi-lismo jesuita. La muerte de Daniel Alejandro Martínez Bazaldúa fue vista también bajo esa óptica, sin saberse qué orden seguía su vida. Daniel murió por la mala suerte de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada en el país equivocado. Al menos esa es la respuesta más clemente que se da cuando se pregunta por muertes violentas en el país. La anterior es la criminalización.

Quizá la suerte sí puso su impronta en la vida del fotógrafo. En la vida viva, en la de todos los días. Llevaba apenas un mes en Vanguardia cuando fue asesinado. El trabajo lo consiguió al ganar un concurso que vio anunciado en el panel de su escuela; opor-tunidad perfecta que brindaba “privilegios” y “seguro de vida”. En su familia comentan que de su computadora no han sacado nada porque tiene contraseña, pero saben que dentro hay un videocomercial que Daniel hizo para competir por un premio. Todavía no anuncian a los ganadores.

DANIEL ALEJANDROMARTÍNEZ BAZALDÚA

06/10/91 - 24/04/12

EL FOTÓGRAFO QUE VEÍA DRAGON BALL ZPOR CARACOL LÓPEZ

Foto: Cortesía Vanguardía

_Arte y Diseño Oscar Hernández@Ouscher _WebDenise Alamillo@denisealamillo _Corrección y VerificaciónCaracol López@GasteropodoRoto

_CronistasAlma Vigil@almillavigil

Daniela García @d_garcia91 Diego Legrand @legranddiego Melva Frutos @fruttzy

_Asistente Keila Badillo _Columnistas Alma RamírezEl Gato RaroRaúl Rubio Gabriel Nuncio Juan CedilloAndrés Clariond Issa Villarreal Raymundo Pérez A.

Gerson Gómez Ely Treviño Iván Trejo Cordelia Rizzo Alexandro Aldrete _ColaboradoresJosé Luis Valencia Julio VillanuevaSilvia Lee

_Creador Diego Enrique Osorno @diegoeosorno

_AdministraciónAlejandro Regalado

_Comercial Adrián Gallegos

Una publicación de:

Grupo Editorial La RazónJosé María Rojo 440 Sur

Barrio Antiguo

Monterrey, Nuevo León.

Tel. (0052)(81)83429697/98

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