el canon literario y las mujeres escritoras en el ámbito anglosajón
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Sebastián Stratan
Máster en Estudios Literarios
Asignatura: El canon en la narrativa occidental
El canon literario y las mujeres escritoras
en el ámbito anglosajón
El American Heritage Dictionary cuenta con once definiciones del término canon y las
más relevantes de ellas son: “an authoritative list, as of the works of an author” y “a basis for
judgment; standard; criterion.” El canon también se puede definir como “los libros de la
Biblia reconocidos oficialmente por la Iglesia”, y la idea de un canon literario también implica
una cierta condición de oficial. Para entrar en el canon, o más correctamente, para ser
introducido en el canon significa ganar ciertos privilegios evidentes. Los guardianes de la
fortaleza de la alta cultura son críticos influyentes, directores de museos y de sus patronatos,
académicos más humildes y los profesores. En efecto, los ejecutores principales del canon son
aquellos intelectuales relativamente convencionales que crean antologías de la llamada cultura
alta y, hoy en día, serían algunas de las más prestigiosas instituciones académicas de los
Estados Unidos (en este caso). Aparecer en las antologías de Norton o de Oxford significa
haber logrado, no exactamente grandeza pero algo más importante – estatus y accesibilidad a
un público lector. Y esta es la razón para la cual tantas mujeres, después de tanto tiempo sin
acceso a este Olimpo, abogan la revaloración de un sinnúmero de aspectos del presente canon.
Pertenecer al canon confiere estatus social, político, económico, artístico, etc.
Pertenecer al canon es una garantía de calidad, y esa garantía de alta calidad estética sirve de
promesa, de contrato que anuncia el público: “Aquí hay algo para ser disfrutado como un
objeto estético. Complejo, difícil, privilegiado, el objeto que tienes delante ha sido aventado
por los sabios (que son muchos) y los no-muy-sabios, y te va a recompensar la atención. Te va
a provocar placer (por lo menos, debería), y si no lo hará, pues, pasa algo con tu manera de
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manipular el arte.” Un anuncio semejante, hecho por un poema, un cuadro, un edificio, una
pieza musical o de danza, y protegido por un canon tiene el poderoso efecto separatista:
destaca inmediatamente, diferente, mejor, que se tiene que valorar, que amar, que disfrutar. Es
el trigo aventado de la paja, el sobreviviente, y beneficia de todos los privilegios que se
merece su gloriosa sobrevivencia.
Cualquier ha estudiado literatura en el colegio o en la universidad en el mundo
occidental sabe lo que significa eso. Significa que las obras que están dentro del canon se
leen; por los estudiantes neófitos y por los profesores, supuestamente, expertos. Además,
significa que leer estas obras privilegiadas es un privilegio y un signo de ese privilegio, es
decir, se puede convertir en una distinción socio-cultural. También es un signo de que uno ha
sido canonizado – beatificado por la experiencia de ser introducido a la belleza; admitido en
ese círculo de los que están familiarizados con el canon.
El canon limita al lector neófito mucho más que al instructor, porque pocos estudiantes
disponen del tiempo para leer lo que no existe en la lista. En efecto, pocos saben que pueden
leer más de lo que está introducido en la lista ya que todo lo que no se encuentra en la lista es,
por definición opaco, oscuro, insignifiante. Sin embargo, no se debe exagerar la rigidez del
canon ya que las obras incluidas cambian constantemente. Por ejemplo, en las últimas
décadas, la reputación de Matthew Arnold como poeta ha caído drásticamente mientras que
las de A.C. Swinburne y Elisabeth Barrett Browning han subido, ambas como consecuencia
de los ismos: prerafaelitismo y feminismo, respectivamente (también se pueden Mary
Wollstoncraft y Elisabeth Gaskell).
No obstante, haciendo hincapié en el hecho de que los autores entran y salen del canon
o cambian su posición no quita casi nada de su autoridad. Uno puede ver este poder de lo
canonizado de dos maneras: lograr entrar en él, claramente, permite a que la obra sea
disfrutada; al contrario, si no se logra eso, la obra, junto con su autor, cae en el olvido. La
canonización, dicho de otra manera, permite al miembro del canon no solamente ser leído,
sino ser inmortalizado. Igual que el cuadro, que es aceptado como tal y no, por ejemplo,
com,o un mero objeto decorativo, recibe un marco conceptual. A pesar de que uno puede
remarcar los hechos obvios – que los marcos confinan y separan -, precisamente tal apariencia
dentro del marco garantiza su contemplación estética – su capacidad de hacer el espectador
que lo respete.
2
La misma estrechez del marco y el mismo encierro dentro de una galería tan pequeña
llena de objetos enmarcados produce otro efecto porque el objeto enmarcado, el miembro del
canon, consigue fama no solo por la segregacion pero también porque, residiendo en relativo
aislamiento, consigue esplendor, gloria basada a menudo en falsos conceptos de singularidad.
Puesto que el canon,en general, y las investigaciones, en particular, tienen que excluir tantas
obras, los que se quedan fuera, a menudo parecen mucho más originales de que lo que
verdaderamente son.
Además de promover este tipo de falsificación que nos despisata en cuanto a las obras
que hay dentro, el canon tiene un efecto mucho más aplastador en cuanto a las obras dejadas
fuera de éste: si pertenecer al canon trae una creación artística a la vista de todos, salir o ser
ausente, exiliado fuera de él, el poema o la novela se queda fuera, proceso similar al de la
excomunicación. Cuando uno es excomunicado, uno no puede tomar parte en los actos
relijiosos, y así, se le niega la participación en la vida sacramental, se le niega la vida eterna
pero también comunicar con los otros. Una obra fuera del canon cae en el olvido, pasa
inadvertido, y si un autor es sujeto de alguna duda, cualquier vínculo entre las obras canónicas
y las no canónicas se tienden a ignorar.
Sin embargo, bajo ciertas condiciones, las obras no canónicas pueden aparecer al otro
extremo de las conexiones. Pero este tipo de conexiones y vínculaciones que remiten a lo
canónico, requieren esfuerzos casi heróicos y, seguramente especializados. El lector culto
promedio, en otras palabras no se espera que sea capaz de realizar estas conexiones con las
obras ni canónico. Para él/ella, las conexiones no existen. La conexiones las hacen esos
lectores especializados cuyo trabajo es explorar las estanterías más oscuras de las bibliotecas,
donde residen los libros supuestamente sin importancia; aquellos libros que no se supone
conocer, ni siquiera haber visto. La situación, se parece a la de un continente oscuro y
desconocido que, seguramente, no lo es para sus habitantes sino para los europeos que le han
puesto la etiqueta desde su punto de vista porque era fuera de su poder perceptivo. Han hecho
esto por razones claramente políticas (o, colonialistas) y, uno puede preguntarse si esta
colocacion (separación, segregación) figura con precisión la economía de las obras
canonizadas o no.
Igual que un poder colonial, como por ejemplo Francia, Alemania o Inglaterra, la obra
canónica actúa como un centro – el centro de los valores, el centro de interes, el centro, en
3
definitiva, de una interrelaciones significativas. Las obras no canonicas actúan como colonias
o como paises desconocidos. Es por eso que las feministas se oponen a la omisión del canon
de las obras escritas por mujeres. A lo largo del tiempo se han articulado muchas posibles
soluciones pero las más frecuentes serían, primero, expandir el canon para que sea posible la
inclusión de más obras creadas por mujeres; segundo, cambiar los estandartes o las
definiciones del canon, para que las formas literarias practicadas mayoritariamente por
mujeres (epistolario y diario), se consideren literatura también; y finalmente, crear una
tradición alternativa, es decir, un canon separado.
Toril Moi, una teórica feminista contemporánea, indica los problemas que suponen la
idea de crear un canon feminista de grandes obras (sin embargo, ella no excluye la posibilidad
de leer cualquier tipo de creación literaria sin la ayuda de un canon) cuando sostiene que todas
las ideas acerca del canon derivan de la convicción humanista que estipula que “literature is
an excellent instrument of education” y que el estudiante se convierte en una persona mejor
leyendo libros. “The great author is great because he (occasionally even she) has managed to
convey an authentic vision of life.” Además, argumenta Moi, y así incriminando todos los
cánones, el canon literario de la “great literature” asegura que es precisamente esta
“experiencia representativa” (seleccionada por los hombres críticos burgueses) la que se
transmite a las generaciones futuras, en lugar de las experiencias desviadas y no
representativas que se podrían descubrir en mucha los escritos femeninos, étnicos y de clase
baja. El criticismo feminista anglo-estadounidense ha declarado guerra a esta canonización
autosuficiente de los valores de clase media. Pero ellas, raramente han podido representar una
amenaza para el canon ya establecido. Argumentando que Elaine Showalter se propone crear
un “separate canon of women’s writing, not to abolish al canons” destaca el hecho de que “un
nuevo canon no es intrinsically less oppressive than the old.” (Moi, pág. 78)
XXXFINXXX Ahora bien, uno no puede simplemente proclamar el fin de los cánones
y, por tanto acabar con sus efectos negativos, igual que tampoco podemos terminar con las
leyes de la percepción o las layes de la gravedad; está demasiado establecido en nuestra
cultura. Los anuncios grandilocuentes según los cuales uno puede acabar con el Canon se
dividen en dos categorías: los que se parecen a los anuncios susodichos, diciendo que ya no
van a hablar en prosa, y los de los censores que, como en los regímenes totalitarios, dicen a
otros lo no ùeden leer. Acabar con el canon nos hacemos no con la libertad, sino con cientos
de miles de obras indiscriminadas y, por lo tanto, inadvertidas; obras que no podemos ni ver, 4
ni leer. Así pues, tenemos que aprender a vivir con ellos, apreciarlos, beneficiar de ellos, pero,
sobre todo, mantenernos sospechosos.
Muchas de las feministas se preguntan hasta si debería haber un canon literario.
Aunque no exista una única lista maestra de autores en el canon literario de nuestra cultura, y
en este sentido el canon literario difiere de los libros de la Biblia reconocidos oficialmente por
la Iglesia (66 libros los protestantes y 82 los católicos), los autores canónicos son aquellos
autores con más presencia en la enseñanza (de cualquier nivel) y en las antologías literarias.
Esta estrecha relación entre la enseñanza y las antologías es evidente en el prefacio de
la tercera edición de The Norton Anthology of American Literature: “La Antología Norton fue
creada para su uso en el curso imprescindible diseñado para introducir a los estudiantes a la
grandeza, la continuidad, y la variedad de la literatura británica. Su fuerza radica en que se
basa no en opiniones a priori, en cuanto al contenido que podría estar enseñado en un curso,
sino en una larga experiencia realmente enseñándolo. La primera edición de la antología de
1962 fue el producto de más de una década de experimentación con el curso introductorio de
varios editores que habían empezado a ponerlo a prueba en sus currículums
continuadamente.1 Ahora bien, hay una serie de afirmaciones importantes que las feministas
destacan en esta declaración. Primera, que la antología no representa las visiones a priori de
los editores, sino que simplemente refleja lo que se enseña (pero los autores que se enseñan
son seleccionados con el filtro de una serie de opiniones o valores a priori). Segunda, que las
encuestas literarias enseñan “la variedad de la literatura británica” (pero ¿se puede llamar
variedad a una lista donde predominan autores blancos, de clase media y alta?). Tercera, que
los autores que forman el curriculum, por lo tanto seleccionados para la antología, representan
“la grandeza de la literatura británica.” (no obstante, la definición de la grandeza es muy
ambigua; y aun así, ¿quién tiene el privilegio de definirla?). Y la última afirmación destacable
de este prefacio, que la antología es un facilitador desinteresado para el contenido que quieren
enseñar los profesores, y la crítica que se trae a esto es que no se sabe hasta qué punto la
antología realmente crea el curso una vez puesta en circulación como un “producto”, es decir,
hasta qué punto la antología solidifica y determina la forma del canon literario.
Pero las feministas no se paran con solo criticar el concepto de canon sino que
proponen también unas soluciones para que entren más mujeres olvidadas (según Dale
1 Traducción propia. (BAYM, Nina)5
Spender, deliberadamente (SPENDER,20)) en el canon. En primer lugar, sugieren que se
hagan unas lecturas alternativas de los textos ya canonizados, y continúan proponiendo que se
inserten más mujeres, que se desarrolle un anti canon y que critiquen el concepto del canon.
Las lecturas alternativas de los textos escritos por los hombres se refieren a la
estrategia empleada por la primera crítica feminista. Uno de los primeros escritos fue el de
Kate Millet (Sexual Politics) donde realiza un análisis crítico-literario de las novelas de
Norman Mailer y D.H. Lawrence. También Judith Fetterly escribe un libro (The Resisting
Reader: A Feminist Approach to American Fiction) siguiendo en esta línea, y argumenta que
la literatura americana escrita por hombres insiste en su universalidad mientras define esa
universalidad en términos masculinos. Continúa con afirmar que el tema más común de estos
escritos es la aparente necesidad de alejamiento (físico o espiritual) del protagonista de la
cultura opresiva y limitador asociado con la mujer como por ejemplo, en Huckleberry Finn
Rip van Winkle y las novelas de Hemingway con temas principales el deporte, las aventuras
en la jungla africana. Como consecuencia, Fetterly aconseja a las mujeres que lean estos
libros a resistir la tentación de identificarse con el protagonista por no caer en la trampa de
situarse en una situación desfavorable para las mujeres, en general.
Sin embargo, el problema de este enfoque, si se apoya en él exclusivamente, es que no
se refiere a la omisión de la mujer del canon; y esta falta de mujeres puede conducir a los
estudiantes a creer que las mujeres no escribieron muchas obras o que las obras escritas por
mujeres no son tan buenas como las escritas por hombres.
Esto nos lleva a la segunda propuesta que hacen las partidarias de la idea, y según la
cual, las mujeres sufren una injusticia cuando no son añadidas más representantes del sexo
débil en el canon literario. En la mayoría de los casos, la incorporación de las mujeres
escritoras en el canon ha llevado a cabo con el argumento de que algunas escritoras cumplen
con los estandartes aplicados generalmente a los escritores. También, que ella manifiesta
valores similares, y que tiene una contribución muy importante para la compresión de la
cultura occidental (perteneciente, supuestamente, al hombre blanco).
El mayor inconveniente de esta estrategia es que alude al tokenism2, es decir, que la
incorporación de un puñado de autoras resuelve el problema de la representación muy
2 Tokenism – formulismo, falsa política de integración de minorías. 2 – Tendencia a preferir la apariencia de las cosas a su esencia.
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desigual de las mujeres en el canon. Así, en la tercera edición de Norton (1974), se hace la
siguiente declaración a sus lectores: “And [en esta edición] the literatura by and about women
has been substantially supplemented so that it now includes, among other items…” Para ser
más concretos, los editores de esta edición nos dicen el número exacto de escritores y
escritoras y este es: ochenta y cuatro hombres igual que la edición anterior. Sin embargo, el
número de las mujeres escritoras ha sido aumentado a ocho – un aumento bastante pequeño
para cualquier canon y por consiguiente, el tokenism. Otro punto negativo de esta estrategia es
el hecho de que las escritoras siguen estando juzgadas por los estándares masculinos: son
admitidas al canon si juegan con las reglas establecido por los hombres y así, no se desafía en
ningún modo los criterios del canon actual practicando tokenism.
Como un esfuerzo para neutralizar los problemas asociadas con tokenism, algunas
feministas han compilado antologías de escritoras. El ejemplo más llamativo es The Norton
Anthology of Literature by Women: The Tradition in English, editado por Sandra Gilbert y
Susan Gubar y que ya ha llegado a la tercera edición. Esta antología, con un formato idéntico
al de las otras de Norton, compuesto exclusivamente por escritoras y que, supuestamente, no
se ofrece como una alternativa a la verdadera antología Norton. En efecto, en el prefacio, las
editoras manifiestan sus intenciones: complementan las otras antologías de las literaturas
inglesa y americana Norton y que, por primera vez, hay una ayuda para verdaderamente
apreciar la tradición literaria femenina. Continúan justificando sus esfuerzos argumentando
que desde varios siglos ha coexistido con los modelos literarios masculinos pero también los
ha influenciado. Pero luego, en la misma sección del trabajo, afirman que no hacen nada más
que continuar la tradición iniciada por las otras versiones de antologías Norton, que se han
demostrado “constantemente útiles”. Aquí, los editores parecen muy ansiosos de no causar
ningún malestar con su antología complementaria, haciendo esfuerzos para sugerir la
continuidad (“carries on the tradition”) con los otros productos de Norton (“ which have
proved so consistently useful”).
Por mucho que esta antología hace disponible, según las editoras, todo tipo de
literatura femenina (negra, regional, lesbiana, de clase baja, sobre las tradiciones de los indios
norteamericanos), y por mucho que se ha elogiado por las feministas, esta antología parece
tokenism a gran escala. Se define como algo separado de las otras versiones pero igual, e
inventa una excusa para las antologías estándar (por omitir a tantas escritoras) en lugar de
cuestionar las suposiciones que hacen las antologías estándar, estándar. Pero, lo que podría ser
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más importante es, quizás, que la creación de un nuevo conjunto de textos aceptados y
aceptables y los criterios de canonización siguen muy ambiguos.
Finalmente, a pesar de que con la última solución propuesta por las feministas
(cuestionar la validez cualquier tipo de canon) se escaparían de las molestias de excluir a
autores o autoras por razones de sexo, de raza, y de clase social, y de suplementar el canon
actual (tokenism), no resolvería el gran problema: ¿Quiénes van a ser los autores que entrarán
en el canon y según que criterios se van a elegir? En conclusión, la presencia de un canon es
imprescindible, por lo menos, de un canon escolar, aunque, tampoco es fácil de constituir.
En su A Literature of Their Own, Elaine Showalter, además de dividir la historia de la
escritura femenina en tres etapas, también propone
Elaine Showalter's A Literature of Their Own, which describes three stages in the history of
women's literature, also proposes a similar multi-part model of the growth of feminist theory.
First, according to Showalter, comes an androgynist poetics. Next, a feminist critique and
female Aesthetic, accompanied by gynocritics, follows, and these are closely pursued by
gynesic poststructuralist feminist criticism and gender theory.
Androgynist poetics, having relations and perhaps roots in mid-Victorian women's
writing of imitation, contends that the creative mind is sexless, and the very foundation of
describing a female tradition in writing was sexist. Critics of this vein found gender as
imprisoning, nor believed that gender had a bearing in the content of writing, which,
according to Joyce Carol Oates is actually culture-determined. Imagination is too broad to be
hemmed in by gender.
However, from the 1970s on, most feminist critics reject the genderless mind, finding
that the "imagination" cannot evade the conscious or unconscious structures of gender.
Gender, it could be said, is part of that culture-determination which Oates says serves as
inspiration. Such a position emphasizes "the impossibility of separating the imagination from
a socially, sexually, and historically positioned self." This movement of thought allowed for a
feminist critique as critics attacked the meaning of sexual difference in a patriarchal
society/ideology. Images of male-wrought representations of women (stereotypes and
exclusions) came under fire, as was the "'division, oppression, inequality, [and] interiorized
inferiority for women.'"
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The female experience, then, began to take on positive affirmations. The Female
Aesthetic arose -- expressing a unique female consciousness and a feminine tradition in
literature -- as it celebrated an intuitive female approach in the interpretation of women's
texts. It "spoke of a vanished nation, a lost motherland; of female vernacular or Mother
Tongue; and of a powerful but neglected women's culture." Writers like Virginia Woolf and
Dorothy Richardson, emerging out of the Victorian period and influenced by its writings were
perhaps the first women to recognize this. In "Professions for Women," Woolf discusses how
a woman writer seeks within herself "the pools, the depths, the dark places where the largest
fish slumber," inevitably colliding against her own sexuality to confront "something about the
body, about the passions."
The French feminists of the day discussed this Mother Tongue, calling it l'écriture
feminine. Accessible to men and women alike, but representing "female sexual
morphology," l'écriture feminine sought a way of writing which literally embodied the
female, thereby fighting the "subordinating, linear style of classification or distinction."
Showalter finds that whether this
clitoral, vulval, vaginal, or uterine; whether centered on semiotic pulsions, childbearing, or
jouissance, the feminist theorization of female sexuality/textuality, and its funky audacity in
violating patriarchal taboos by unveiling the Medusa, is an exhilarating challenge to phallic
discourse.
There are problems with the Female Aesthetic, which feminist critics recognized. Even
its most fervent fans avoided defining exactly what constituted the style of l'écriture feminine,
as any definition would then categorize it and safely subsume it as a genre under the linear
patriarchal structure. Its very restlessness and ambiguity defied identification as part of its
identity. Needless to say, some feminists and women writers could feel excluded by the
surreality of the Female Aesthetic and its stress on the biological forms of female experience,
which, as Showalter says, also bears close resemblance to sexist essentialism. Men may try
their hand at writing woman's bodies, but according to the feminist critique and Aesthetic,
only woman whose very biology gave her an edge, could read these texts successfully --
risking marginalization and ghettoization of both women's literature and theory. Lastly, the
Female Aesthetic was charged with racism, as it rarely referred to racial or class differences
between women and largely referred to a white woman's literary tradition.
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Gynocritics, which developed shoulder-to-shoulder with the Female Aesthetic, attempted
to resolve some of these problems, by agreeing that women's literature lay as the central
concern for feminist criticism, but "rejected the concept of an essential female identity and
style." One branch of gynocriticism sought to revise Freudian structures and take the edge off
of an adversarial methodology of criticism. These critics emphasized a Pre-Oedipal
phase wherein the daughter's bond to her mother inscribes the key factor in gender identity.
Matriarchal values desolve intergenerational conflicts and build upon a female tradition of
literature rather than the struggle of Oedipus and Lais at the crossroads.
Poststructuralism eventually influenced the course of feminist theory with the idea of a
motherless as well as fatherless text. The female experience, as it relates to texts, only occurs
in the feminine subjectivity of the reading process. "Gynesis" or "gynetic disruptions" occur
in texts when the reader explores "the textual consequences and representations of 'the
feminine.'" These considerations or interruptions in the discourse indicate a consideration or
interruption of the patriarchal system.
Lastly and most recently are developments of an over-arching gender theory, which
considers gender, both male and female, as a social construction upon biological differences.
Gender theory proposes to explore "ideological inscription and the literary effects of the
sex/gender system," and as many advantages, opening up the literary theory stage and
bringing in questions of masculinity into feminist theory. Also, taking gender as a
fundamental analytic category brings feminist criticism from the margin to the center, though
risks depoliticizing the study of women.
Muchos escritores asume que el canon operate como un instrumento de exclusión
sistemática, principled, aunque, no traen muchas pruebas para sostener sus argumentos. El
canon, dicen ellos, refuerza/reafirma las suposiciones sexuales y étnicas; refleja, de manera
pasiva, el ethos o la ideología de una sociedad o de un grupo. “Sería bastante exacto pensar
que el canon es una invención completamente masculina” observa Lillian Anderson3. El
consenso masculino, que restringe la discusión a ciertos autores también oculta preferencias
injustas para ciertos tipos o géneros literarios: la tragedia en vez de la memoria, la épica en
3 “It is probably quite accurate to think of the canon as an entorelu gentlemanly artefact” Citado en The Making of the modern canon- p. 1 trad. Propia.
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vez de la confesión, etc. y así, la injusticia social o de género engendra confusión intelectual.
Por consiguiente, Robinson quiere incluir las confesiones, diarios, - todo tipo de
comunicación escrita - en su definición de la literatura.
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