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Oscar Wilde EL CRIMEN DE LORD ARTHUR SAVILLE www.infotematica.com.ar

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  • 1. Oscar WildeEL CRIMEN DE LORDARTHUR SAVILLEwww.infotematica.com.ar

2. Texto de dominio pblico.Este texto digital es de DOMINIO PBLICO en Argentina por cumplirse ms de 30aos de la muerte de su autor (Ley 11.723 de Propiedad Intelectual). Sin embargo,no todas las leyes de Propiedad Intelectual son iguales en los diferentes pasesdel mundo.Infrmese de la situacin de su pas antes de la distribucin pblica de este texto. 3. Oscar WildeEL CRIMEN DE LORD ARTHUR SAVILLECAPITULO IEra la ltima recepcin que daba lady Windermere antes de la Pascua, y Bentinck-House estaba msconcurrida que nunca.Seis miembros del gabinete vinieron directamente una vez terminada la interpelacin del speaker, 1contodas sus condecoraciones y bandas. Las mujeres bonitas lucan sus atuendos ms elegantes y vistosos, y alfinal de la galera de retratos, se encontraba la princesa Sofa de Carlsruhe, una seora gruesa, de tipo trta-ro, con unos pequeos ojos negros y unas esmeraldas magnficas, hablando con voz aguda en mal francs yriendo sin mesura todo cuanto le decan. En realidad aquello era una esplndida mescolanza de personas:Altivas esposas de pares del reino charlaban cortsmente con violentos radicales. Predicadores populares secodeaban con clebres escpticos. Todo un grupo de obispos segua, de saln en saln, a una corpulentaprima donna. En la escalera se agrupaban varios miembros de la Real Academia, disfrazados de artistas, ydicen que el comedor se vio por un momento lleno de genios. En una palabra, era una de las veladas demayor xito de lady Windermere, y la princesa se qued hasta cerca de las once y media de la noche.1Presidente de la Cmara de los Comunes.Inmediatamente despus de su partida, lady Windermere regres a la galera de retratos, donde un fa-moso economista explicaba, con aire solemne, la teora cientfica de la msica a un indignado virtuoso hn-garo; y comenz a hablar con la duquesa de Paisley.Lady Windermere luca extraordinariamente bella, con su garganta marfilina y de lneas delicadas, susgrandes ojos azules, color miosotis, y los bucles de sus cabellos dorados. Cabellos de oro puro, no de esosque tienen un tono pajizo que hoy usurpan la hermosa denominacin del oro, cabellos que parecan tejidoscon rayos de sol o baados en mbar, cabellos que encuadraban su rostro como un nimbo de santa, con lafascinacin de una pecadora. Se prestaba a un interesante estudio psicolgico. Desde muy joven, descubrien la vida la importantsima verdad de que nada se parece tanto a la ingenuidad como la indiscrecin y, pormedio de una serie de escapatorias arriesgadas, inocentes por completo la mitad de ellas, adquiri todas lasventajas de una definida personalidad. Haba cambiado ms de una vez de marido. En la Gua Social deDebrett, aparecan tres matrimonios a su crdito, pero como no cambi nunca de amante, el mundo dej demurmurar en sordina sus escndalos. En la actualidad contaba cuarenta aos, no tena hijos y la dominabaaquella pasin desordenada por los placeres que constituye el secreto para conservarse joven.De repente mir ansiosa a su alrededor por el saln, y dijo con una voz clara de contralto:-Dnde est mi quiromntico?-Tu qu, Gladys? -exclam la duquesa con un estremecimiento involuntario.-Mi quiromntico, duquesa. Ya no puedo vivir sin l.-Querida Gladys, t siempre tan original! -murmur la duquesa, intentando recordar lo que era en reali-dad un quiromntico, y confiando en que no poda ser lo mismo que un pedicuro. 22Se trata de una confusin de palabras, pues al pedicuro se le llama en ingls Chiropodist, y al quiro-mntico: Chiromantist.-Viene a verme la mano dos veces por semana, con regularidad -continu lady Windermere- y es muyinteresante lo que estudia en ella.Dios mo! -pens la duquesa-. Despus de todo debe ser una especie de pedicuro de las manos. Qu te-rrible! En fin..., supongo que ser un extranjero. As no resultar tan atroz.-Tengo que presentrselo.-Presentrmelo! -exclam la duquesa-. Quieres decir que est aqu?, y empez a buscar su abanico decarey y un chal de encaje viejo, preparndose para marchar en seguida.-Claro que est aqu. No podra dar una sola reunin sin l. Me dice que tengo una mano puramente ps-quica, y que si mi dedo pulgar hubiese sido un poco ms corto, sera una perfecta pesimista y ya estararecluida en un convento. 4. -Ah, s! -exclam la duquesa tranquilizndose-. Dice la buena ventura, no es eso?-Y la mala tambin -respondi lady Windermere-, y otras cosas por el estilo. El ao prximo, por ejem-plo, correr un gran peligro, en tierra y por mar al mismo tiempo. De manera que tendr que vivir en globo,hacindome subir la comida en una canastilla todas las tardes. Eso est escrito aqu sobre mi dedo meiqueo en la palma de la mano; ya no recuerdo dnde.-Pero verdaderamente eso es tentar a la Providencia, Gladys.-Mi querida duquesa, la Providencia puede resistir ya, a estas alturas, las tentaciones. Creo que cadaquien deba hacerse leer la mano una vez al mes, con objeto de saber qu es lo que no debe hacer. Si notiene nadie la amabilidad de ir a buscar a mster Podgers en seguida, ir yo misma.-Ir yo, lady Windermere -dijo un joven alto y guapo que estaba presente y que segua la conversacincon una sonrisa divertida.-Muchas gracias, lord Arthur, pero temo no le reconozca usted. -Si es tan extraordinario como usted dice,lady Windermere, no se me escapar. Dgame nicamente cmo es, y dentro de un momento se lo traigo.-Bueno! No tiene nada de quiromntico. Quiero decir... que no tiene nada misterioso, nada esotrico,ningn aspecto romntico. Es un hombrecillo grueso, con una cabeza cmicamente calva y unas grandesgafas con montura de oro, un personaje entre mdico de cabecera y abogado rural. Siento que sea as, perono es mi culpa. La gente es tan molesta! Todos mis pianistas tienen el tipo exacto de poetas, y todos lospoetas, el de los pianistas. Recuerdo que la temporada pasada invit a comer a un horroroso conspirador,hombre que, segn se deca, hizo polvo a una infinidad de gente, y llevaba constantemente una cota de ma-llas y un pual oculto en la manga de la camisa. Creern que cuando vino pareca un anciano clrigo, en-cantador, y estuvo contando chistes toda la noche? La verdad es que estuvo muy divertido, y todo eso; peroyo me senta terriblemente disilusionada. Cuando le pregunt por su cota de mallas, nada ms se ri, y medijo que era demasiado fra para usarla en Inglaterra... Ah, ya est aqu mster Podgers! Bueno, mster Po-dgers, deseara que leyese usted la mano de la duquesa de Paisley.. . Duquesa, tiene usted que quitarse elguante... No, no, el de la izquierda... el otro...-Mi querida Gladys, realmente no creo que esto sea debido -replic la duquesa desabrochando, dis-plicente, un guante de cabritilla, bastante sucio.-Lo que es interesante nunca est bien -dijo lady Windermere- On a fait le monde ainsi 3Pero debo pre-sentarla, duquesa de Paisley... Como diga usted que tiene un monte en la luna ms desarrollado que el mo,no volver a creer en usted.-Estoy segura, Gladys, de que no habr nada de eso en mi mano -intervino la duquesa en tono solemne.-Mi seora est en lo cierto -contest mster Podgers, echando un vistazo sobre la mano regordeta de de-dos cortos y cuadrados. El monte de la luna no est desarrollado. Sin embargo, la lnea de la vida es exce-lente. Tenga la amabilidad de doblar la mueca... gracias... tres rayas clarsimas sobre su rescette... 4Vivirhasta una edad muy avanzada, duquesa, y ser en extremo feliz... Ambicin muy moderada, lnea de la in-teligencia sin exageracin, lnea del corazn...3As se ha hecho el mundo (en francs en el original).4Las lneas marcadas sobre la piel de la mueca.-Sea usted discreto mster Podgers -interrumpi lady Windermere.-Nada sera tan agradable para m -respondi mster Podgers, inclinndose-, si la duquesa diese lugar aello; pero siento tener que admitir que descubro una gran constancia en el afecto, combinada con un senti-miento arraigadsimo del deber.-Siga usted mster Podgers -dijo la duquesa, complacida.-La economa no es una de sus menores cualidades -continu mster Podgers, y lady Windermere empeza rer.-La economa es un buen hbito -afirm la duquesa, asintiendo-, cuando me cas con Paisley tena oncecastillos, y ni una sola casa en condiciones de vivirse.-Y ahora tiene doce casas, ni un solo castillo -exclam lady Windermere.-Bueno, querida -aadi la duquesa-, me gusta...-El confort -dijo mster Podgers-. Y los adelantos modernos, y el agua caliente instalada en todos losdormitorios. Mi seora est en lo cierto. El confort es lo nico que nuestra civilizacin nos puede dar.-Ha descrito usted admirablemente el carcter de la duquesa, mster Podgers, y ahora tiene usted que de-cirnos el de lady Flora -y respondiendo a un gesto de cabeza de la sonriente anfitriona, una muchacha alta, 5. con cabellos de color de arena dorada, muy escocesa, de hombros cuadrados, sali de detrs del sof con unandar desmaado, y tendi su mano larga, huesuda, y de dedos espatulados.-Ah! Una pianista!, ya veo -exclam mster Podgers-, una excelente pianista pero quiz apenas musical.Muy reservada, muy honrada, y con un gran cario por los animales.-Eso justamente! -exclam la duquesa, volvindose hacia lady Windermere-. Absolutamente cierto!Flora tiene dos docenas de perros Collie en Macloskie, y convertira nuestra casa de campo en una mnage-rie, si su padre se lo consintiese.-Bueno, eso es lo que hago yo con mi casa todos los jueves en la noche -dijo riendo lady Windermere-,nada ms que a m me gustan ms los leones que los perros Collie.-Ese es su error, lady Windermere -murmur mster Podgershaciendo una pomposa reverencia.-Si una mujer no puede prestar encanto a sus errores, entonces no es ms que una simple hembra -fue lacontestacin-. Pero deber usted leer ms manos para divertirnos. Venga ac, sir Thomas, ensele la suyaa mster Podgers. -Y un original tipo de anciano, ataviado con un jaqu blanco, se aproxim presentandouna gruesa mano tosca, cuyo dedo medio era notablemente alargado.-Una naturaleza de aventurero; cuatro largos viajes en el pasado, y otro por venir. Se ha encontrado entres naufragios. No, slo en dos; pero est en peligro de un naufragio en su prximo viaje. Es un con-vencido conservador, muy puntual y con una verdadera pasin por coleccionar curiosidades. Padeci unaseria enfermedad entre los diecisis y los dieciocho aos. Hered una gran fortuna alrededor de los treinta.Gran aversin a los gatos y a los radicales.-Extraordinario! -exclam sir Thomas-. Debe leer tambin la mano de mi esposa.-Su segunda esposa -dijo tranquilo mster Podgers, mientras tena an la mano de sir Thomas entre lassuyas-. Su segunda esposa; encantado.Pero lady Marvervel, una mujer de aire melanclico, de pelo castao y pestaas sentimentales, se negrotundamente a exponer su pasado o su futuro; y pese a los esfuerzos de lady Windermere, no pudo con-vencer a monsieur de Koloff, el embajador de Rusia, ni siquiera a sacarse los guantes. La verdad es quemuchas personas parecan tener miedo a ponerse frente a aquel hombrecillo extrao, y de sonrisa estereoti-pada, de ojos como cuentas brillantes detrs de sus lentes sostenidos por montura dorada; y cuando dijo a lapobre lady Fermor, frente a todos los presentes, que no le interesaba la msica en lo ms mnimo, pero quele interesaban en extremo los msicos, todo el mundo se dio cuenta de que la quiromancia era una cienciademasiado peligrosa, una ciencia que no debera alentarse, excepto en un tte - - tte muy ntimo.Sin embargo, lord Arthur Saville, que no se enter de la triste ancdota de lady Fermor, y que haba esta-do observando a mster Podgers con gran inters, se senta lleno de una inmensa curiosidad por que le leye-sen su mano, pero al mismo tiempo algo avergonzado de ser l mismo quien se ofreciese a ello, cruz elsaln para acercarse al lugar donde se encontraba lady Windermere, y encantadoramente ruborizado, lepregunt si crea que mster Podgers no iba a negarse a leer su mano.-Claro que no se negar -dijo lady Windermere-, para eso est aqu. Todos mis leones, lord Arthur, sonleones amaestrados, y saltan a travs de aros cuando se los ordeno. Pero debo advertirle antes, que le voy adecir todo a Sybil. Va a venir a almorzar conmigo maana, vamos a hablar de sombreros, y si mster Po-dgers encuentra que usted tiene mal genio, o tendencia a padecer de gota, o una esposa que vive bn Bays-water,5se lo contar todo.Lord Arthur sonri moviendo la cabeza:-No temo a nada -dijo-, Sybil me concce tan bien corno la conozco yo a ella.-Ah!, me siento un poco decepcionada de orle a usted eso. El debido fundamento, para un buen ma-trimonio, es la mutua incomprensin. No, no soy nada cnica, nada ms he adquirido experiencia que, sinembargo, viene a ser lo mismo. Mster Podgers, lord Arthur Saville se muere porque le lea usted la mano.No vaya usted a decirle que est comprometido con una de las muchachas ms bellas de Londres, porqueya eso se public en el Morning Post hace un mes.-Querida lady Windermmere -dijo la marquesa de Jedburgh-, permita que mster Podgers se quede otrorato ms. Me acaba de decir que yo debera figurar en la escena y estoy tan interesada...-Si le ha dicho eso, lady Jedburgh, me lo voy a llevar de aqu. Venga ac mster Podgers, y lea la manode lord Arthur Saville.-Bueno -replic lady Jedburgh, haciendo un pequeo moue 6y levantndose del sof-, si no me dejan fi-gurar en la escena, por lo menos me dejarn formar parte del pblico.5Barrio cercano a Kensigton Park, donde residan las amigas galantes de los aristcratas londinenses.6Gesto despectivo que se hace con los labios. 6. -Claro; todos vamos a formar parte del pblico -dijo lady Windermere-. Y ahora mster Podgers, no dejede decirnos algo agradable. Lord Arthur es uno de mis favoritos privilegiados.Pero cuando mster Podgers vio la mano de lord Arthur, palideci notablemente, y no dijo nada. Un es-tremecimiento pas por l, y sus espesas cejas se fruncan nerviosas, denotando aquella irritabilidad que seapoderaba de 61 cuando se senta perplejo. Entonces aparecieron unas gotas de sudor en su frente amari-llenta, semejaban un roco malsano, y sus gruesos dedos estaban fros y pegajosos.A lord Arthur no escaparon estos sntomas de agitacin y ansiedad, y por primera vez en su vida, sintimiedo. Su primer impulso fue el de escapar de aquel saln, pero se contuvo. Era mejor conocer la verdad,aunque fuese lo peor, fuese lo que fuese, que quedar en una odiosa incertidumbre.-Estoy esperando, mster Podgers -dijo.-Todos estamos esperando -exclam lady Windermere, con aquella manera brusca e impaciente que lacaracterizaba. Pero el quiromantico no contest palabra.-Creo que Arthur tambin debera estar en la escena -dijo lady Jedburgh y claro, eso, despus de su rega-o, mster Podgers teme decrselo.De pronto mster Podgers solt la mano derecha de lord Arthur, y le tom la izquierda, inclinndose tantopara examinarla, que los aros dorados de sus lentes casi la tocaban. Por un instante su rostro pareci unablanca mscara de horror, pero en seguida recobr su sangfroid,7y mirando a lady Windermere, dijo conuna sonrisa forzada:7Sangre fra.-Es la mano de un joven encantador.-Por supuesto que s! -replic lady Windermere-, pero ser tambin un esposo encantador? Eso es loque quiero saber.-Todos los jvenes encantadores, lo son -dijo mster Podgers.-Yo no creo que un esposo deba ser tan fascinante -murmur lady Jedburgh con aire pensativo-, es tanpeligroso. . .-Criatura querida, nunca son tan fascinantes como para eso -contest lady Windermere- pero lo que yoquiero saber son detalles. Los detalles son lo nico que interesa. Qu es lo que le va a pasar a lord Arthur?-Bueno, en los prximas meses, lord Arthur va a hacer un viaje...-Oh por supuesto, su luna de miel!-Y va a perder a un familiar. -No a su hermana! Verdad? -exclam lady Jedburgh, con tono de voz las-timero.-Desde luego que a su hermana no -contest mster Podgers, con un despreciativo gesto de la mano-; setrata de un familiar lejano.-Bien, pues yo estoy muy desilusionada -aadi lady Windermere-. No tengo absolutamente nada quecontarle a Sybil maana. A nadie le importan los parientes lejanos hoy da. Ya hace aos que pasaron demoda. No obstante, creo que ser mejor que tenga a mano un vestido de seda negra; siempre es til para ir ala iglesia; usted sabe... Y ahora pasemos a cenar. De seguro que ya se habrn comido todo; pero quiz to-dava encontremos algo de sopa caliente. Frangois sola hacer una sopa excelente, pero ahora est tan ocu-pado con la poltica, que ya no estoy segura de lo que hace. Ojal que el general Boulanger se est tranqui-lo. Duquesa, no est usted cansada?-Para nada, querida Gladys -contest la duquesa, dirigindose hacia la puerta-. Me he divertido muchsi-mo, y el quiropodista,8quiero decir, el quiromntico, es extraordinariamente interesante. Flora, dndeestar mi abanico de carey?, y mi chal de encaje, Flora? Oh, gracias, sir Thomas, muy amable-. Y la im-portante dama por fin baj las escaleras, no sin haber dejado caer dos veces su pomo de sales aromticas.Durante todo ese tiempo, lord Arthur Saville haba permanecido en pie junto a la chimenea, con la mismasensacin de temor y ron aquel malestar del que siente aproximrsele algo malo. Sonri con tristeza a suhermana que pas a su lado tomada del brazo de lord Plymdale, luciendo preciosa en su vestido de brocadorosa y adornada con perlas. Casi no oy a lady Windermere cuando le llam para que la siguiese. Pensabaen Sybil Merton, y la idea de que algo pudiese interferirse en su amor, haca que las lgrimas nublasen susojos.Podra decirse, al mirarle, que Nmesis haba arrebatado a Pallas su escudo, y le haba mostrado la cabe-za de la Gorgona 9Pareca petrificado y su fisonoma triste semejaba tallada en mrmol. Hasta entoncesvivi una existencia llena de lujo, con los detalles dei sibarita, tal como corresponda a un joven de su rango 7. y fortuna; una vida perfecta por verse libre de preocupaciones deprimentes, amparada por su hermosa yjuvenil insouciance; 10y era ahora cuando se daba cuenta, por primera vez, del terrible misterio del destinoy el horrendo significado del mismo.8Nos tomamos la libertad de hacer una traduccin convencional de la palabra Chiropodist para no rom-per la gracia del dilogo.9Gorgonas, hijas de Phorcys. Se trata de tres hermanas llamadas: Sthn8 Euryala y Medusa, general-mente se alude a esta ltima.10Indolencia.Todo ello le pareca enloquece,dor y monstruoso! Sera posible que en su mano se hallase escrito, encaracteres que l no poda descifrar, algn pecado secreto, o el signo de algn crimen sangriento? Noexistira la frmula para poder esta par a todo aquello? No sera posible que fusemos superiores a las pie-zas de ajedrez, movidas por un poder oculto? Recipientes que el alfarero moldea a su gusto para que seanalabados o despreciados? Su razn se revelaba contra esto, y sin embargo, perciba que una tragedia estabasuspendida sobre su existencia, y que inopinadamente haba sido destinado a soportar una carga intolerable.Los actores tienen tanta suerte! Pueden elegir entre aparecer en una tragedia o un sainete, entre sufrir o serfelices, rer o derramar lgrimas. Pero en la vida real es muy distinto. La mayora de los hombres y las mu-jeres se ven forzados a desempear papeles para los cuales no estn capacitados. Nuestros Guildenstern 11desempean papeles de Hamlet, o nuestros Hamlet tienen que hacer bufonadas como el prncipe Hal. 12Elmundo es un escenario, pero el reparto de la obra est mal hecho.11Condiscpulo de Hamlet, en el drama de W. Shakespeare.12Apodo con el cual se llamaba a Henry, Prncipe de Gales, hijo de Henry IV y de Mary de Bohun (elPrncipe alocado de Gales). Hal aparece como un personaje travieso y vagabundo, que acompaa a Falstaff,y que burlndose en apariencia, deja deslizar verdades hirientes sobre la realidad del poder poltico; en laobra de W. Shakespeare: Falstaff.De repente mster Podgers entr al saln. Cuando vio a lord Arthur se detuvo, y su rostro rudo y redondose hizo de un verde amarillento. Los ojos de los dos hombres se encontraron, y por un momento per-manecieron silenciosos.-La duquesa ha olvidado uno de sus guantes aqu, lord Arthur, y me ha pedido que se lo lleve -dijo porfin mster Podgers-. Ah, ah lo veo, en el sof! Buenas noches.-Mster Podgers, le pido que conteste inmediatamente a una pregunta que deseo hacerle.-Ser en otra ocasin, lord Arthur, pero la duquesa est impaciente. Creo que debo retirarme.-No se ir, la duquesa no tiene ninguna prisa.-A las damas no se las debe hacer esperar, lord Arthur -contest mster Podgers con su sonrisa des-agradable-. El bello sexo es dado a la impaciencia.Los labios finamente cincelados de lord Arthur hicieron un petulante gesto de desprecio. La pobre duque-sa le pareca no tener importancia en aquellos instantes. Cruz el saln para acercarse al lugar donde msterPodgers permaneca en pie, y extendi su mano.-Dgame lo que ha visto ah -dijo-. Dgame la verdad. Debo saberla. No soy un nio.Los ojos de mster Podgers pestaearon tras sus lentes dorados, y descansaba, ya en un pie, ya en otro,con un aire perplejo, mientras sus dedos jugaban nerviosos con la deslumbrante cadena de su reloj.-Qu le induce a pensar que he visto algo especial en su mano, lord Arthur, que no sea lo que ya le hedicho?-S que es as, e insisto en que me diga lo que es. Le pagar. Le dar un cheque por cien libras.Los ojos verdes brillaron por un momento, y despus se tornaron sombros.-Guineas? -pregunt mster Podgers en voz baja.-Claro. Le enviar un cheque maana. A qu club pertenece? -No pertenezco a ninguno. Bueno, es de-cir, por el momento -y sacando de la bolsa de su chaleco una cartulina con borde dorado, mster Podgers laentreg a lord Arthur, con una profunda inclinacin. En ella se lea: Mr. Septimus R. Podgers, Profes-sional Chiromantist,1030 West Moon Street.-Mi horario es de diez a cuatro -murmur mster Podgers, mecnicamente- y hago rebajas cuando se tratade una familia.-Dse prisa -contest lord Arthur, que se vea muy plido, extendiendo su mano. 8. Mster Podgers pase nervioso la mirada a su alrededor, y corriendo el pesado portire sobre la puerta,dijo:-Tomar algo de tiempo, lord Arthur, ser mejor que se siente. -Dse prisa, seor -replic lord Arthur,golpeando impaciente, con el pie, el piso encerado.Mster Podgers sonri, y sacando del bolsillo del chaleco una pequea lente de aumento, la limpi con supauelo poniendo en ello mucho cuidado.-Estoy listo -dijo.CAPITULO IIDiez minutos ms tarde, con la cara blanca de terror, y los ojos desorbitados por la angustia, lord ArthurSaville sali precipitadamente de Bentinck House, abrindose paso a travs de los grupos de cocheros ylacayos, envueltos en sus capotes de pieles, bajo los toldos rayados; pareca no ver u or cosa alguna. Lanoche estaba en extremo fra, y los mecheros de los faroles de gas que rodeaban la plaza, parpadeaban sa-cudidos por el viento cortante; pero las manos de lord Arthur ardan de fiebre, y su frente quemaba como elfuego. Camin sin darse cuenta, casi sin rumbo y con la incertidumbre de un borracho. Un polica se lequed mirando al pasar, con curiosidad, y un mendigo que sali inclinado del quicio de una puerta, parapedirle limosna, tuvo miedo, al darse cuenta de que exista una miseria mayor que la suya. Por un momen-to, al llegar bajo un farol se mir las manos, y un dbil grito se escap de sus labios temblorosos.Asesinato! eso es lo que el quiromntico haba visto. Asesinato! Pareca como si la misma noche yaestuviese enterada, y la desolacin del viento lo gritase en sus odos. Los oscuros rincones de las callejasparecan desbordar aquella acusacin que le gesticulaba desde los tejados de las casas. Fue primero al par-que, donde el sombro boscaje le atraa. Se apoy exhausto contra la verja, refrescando su frente contra elmetal hmedo, y escuchando el trmulo silencio de los rboles. Asesino, asesino!, se repeta, como si diri-gindose a s mismo la acusacin, pudiese disminuir el horror del vocablo. El sonido de su propia voz lehaca estremecerse, y sin embargo, deseaba que el eco le escuchase, y pudiese despertar a la ciudad ador-mecida por sus sueos. Senta un loco deseo de detener al viandante, y contarle todo.Entonces cruz hacia la calle Oxford, y estuvo vagando por callejones estrechos y llenos de ignominia.Dos mujeres con los rostros pintados se burlaron de l cuando pas a su lado. De un patio srdido y oscurollegaban los ruidos mezclados con juramentos y golpes, a los que seguan gritos estridentes amontonados,sobre los escalones hmedos de un zagun, vio las formas de cuerpos encorvadas, vencidos por la miseria yla decrepitud. Un extrao sentimiento de piedad le sobrecogi. Habran sido aquellas criaturas del pecadoy de la miseria predestinadas a semejante final, como l lo era ahora al suyo? Eran ellos como l, slo tte-res dentro de un espectculo monstruoso?Y no obstante, no fue ese misterio, sino la comedia del sufrimiento, lo que le hera ms; su total inuti-lidad, su grotesca falta de sentido. Qu incoherente le pareca todo!Qu ausencia total de armona! Se encontraba estupefacto ante la discrepancia reinante entre el opti-mismo superficial del momento y los hechos reales de la existencia... El era an demasiado joven.Al poco rato se encontr frente a la iglesia de Marylebone. La calzada silenciosa semejaba una largacinta de plata brillante, interrumpida aqu y all por los arabescos de las sombras que se proyectaban me-cindose sobre ella. A lo lejos se vea la curva dibujada por una hilera de farolas cuyos mecheros de gasparpadeaban constantemente, y detenido a la puerta de una casa rodeada por tapias, estaba un hanson,1consu cochero dormido dentro.1Carruaje para dos personas y que es conducido por el cochero, desde un pescante alto, colocado en laparte posterior del vehculo.Apresuradamente atraves en direccin a la Plaza Portland, mirando de vez en cuando a su alrededor,como temiendo que le siguiesen. En la esquina de la calle Rich estaban dos hombres leyendo un pequeoaviso en una cartelera. Un desconocido impulso de curiosidad se apoder de l, y se acerc al lugar. Alaproximarse, la palabra Asesinato, impresa en letras negras, se present a sus ojos. Haba quedado inmo-vilizado y sinti enrojecer su rostro. Se trataba de un aviso ofreciendo una recompensa por cualquier infor-me que facilitase la aprehensin de un hombre de mediana estatura, entre treinta y cuarenta aos, que lleva-ba un sombrero flexible, chaqueta negra, pantaln a cuadros, y que tena una cicatriz en la mejilla derecha.Lo ley repetidas veces, y se preguntaba si al fin aprehenderan al malhechor, y tambin se sinti perplejo 9. por aquel temor que se iba apoderando de l. Quiz no estaba remoto el momento en que su propio nombrese viese aparecer sobre las paredes de Londres. Algn da, quiz tambin, se pondra precio a su cabeza.No supo a dnde fue ms tarde; slo recordaba, en forma imprecisa, haber estado vagando a travs de unlaberinto de casas srdidas. Y ya era un amanecer radiante cuando se encontr al fin en Piccadilly Circus.Mientras caminaba lentamente hacia su casa, en direccin a la Plaza Belgrave, pudo ver pasar los pesadoscarros que iban camino de Covent Garden. Los carreteros, con blusones blancos, sus alegres rostros tosta-dos por el sol, sus hirsutos y rizados cabellos, continuaban aquella marcha lenta restallando sus ltigos, yhablando a gritos entre s. A lomos de un perchern gris, y sujetndose a sus crines fuertemente con suspequeas manos, un chiquillo mofletudo, que luca en su sombrero viejo un fresco ramillete de primaveras,iba dirigiendo al grupo vocinglero, y rea feliz. Los grandes montones de legumbres destacaban contra elcielo matinal, como un hacinamiento de jades verdes sobre el ptalo rosado de una flor maravillosa. LordArthur se sinti profundamente conmovido sin poder explicrselo. Perciba algo, en el delicado encanto delamanecer, que le causaba una honda emocin al pensar en cmo el da se abre a la belleza y cmo declinahacia la tormenta. Esta gente del campo, con sus voces broncas, llenas de buen humor, y sus movimientosreposados, qu distinta deban ver a esta Londres! Un Londres libre del pecado nocturno y del humo delda, una ciudad lvida, espectral, una desolada ciudad de tumbas! Se preguntaba qu pensaran de ella, siconocan algo de su esplendor o de su abyeccin, del impetuoso y ardiente goce de sus alegras, de su ham-bre horrorosa, de todo lo que se hace y se aniquila de la maana a la noche. Es posible que para ellos slorepresentase un mercado donde traan a vender sus frutos, donde permanecan, cuando mucho, unas horas,abandonando las calles todava silenciosas, y las casas an dormidas.Sinti cierto placer al verles pasar. En su rudeza, con sus zapatones claveteados y sus maneras torpes,conllevaban en s algo de la antigua Arcadia. Los senta cerca de la Naturaleza, y que ella les haba en-seado a vivir en paz. Les envidiaba por todo lo que desconocan e ignoraban. Cuando lleg a la Plaza Bel-grave, el cielo tena un plido tinte azul, y los pjaros comenzaban a gorjear en los jardines.CAPITULO IIIAl despertar lord Arthur, ya eran las doce, y el sol de medioda se filtraba en su habitacin a travs de lascortinas de seda color marfil. Se levant y fue a mirar por el ventanal. Una neblina de calor flotaba sobre laciudad y los tejados de las casas parecan de plata oxidada. All abajo, entre la fronda verde que el aireagitaba en la plaza, los nios correteaban y se perseguan como mariposas blancas, y las aceras se veanllenas de gente dirigindose hacia el parque. Nunca le haba parecido la vida tan hermosa, ni lo pertene-ciente al mal, tan remoto.Poco despus su criado entr trayndole en una bandeja una taza de chocolate. Despus de beberla, des-corri un pesado portire 1, de felpa color durazno, y entr al bao. La luz penetraba suavemente desde loalto, a travs de unas delgadas losetas de nix transparente, y el agua en la baera de mrmol tena los re-flejos del gata lunar.Lord Arthur se sumergi rpido hasta sentir que el agua fra llegaba a su cuello y a los cabellos, -zam-bull completamente la cabeza bajo el agua, como queriendo borrar la mancha de algn recuerdo humi-llante. Al salir del bao se senta casi en paz y sereno. La deliciosa sensacin fsica de aquel momento ledominaba por completo, como ocurre frecuentemente en las naturalezas finamente moldeadas, ya que lossentidos, al igual que el fuego, pueden purificar o destruir.Terminado el desayuno, se extendi sobre un divn y encendi un cigarrillo. En la repisa de la chimenea,revestida de un fino brocado antiguo, descansaba una gran fotografa de Sybil Merton, tal como l la viopor primera vez en el baile de lady Noel. La cabeza pequea, de forma preciosa, se inclinaba hacia un lado,como si su delicado cuello, a manera de un tierno junco, no pudiese soportar el peso de tanta belleza; loslabios estaban ligeramente entreabiertos, y parecan estar hechos para cantar las ms dulces melodas; ytoda la tierna pureza de la juventud se asomaba maravillada en sus ojos soadores. Con su suave vestido decrpe de Chine ysu abanico en forma de una gran hoja, evocaba una de esas delicadas figurillas que elhombre ha encontrado en los bosques de olivas cerca de Tanagra; y haba algo de la gracia griega en sugesto y su actitud. Sin embargo, ella no era tan petite,2estaba perfectamente proporcionada -cosa rara enuna poca en que tantas mujeres, o sobrepasan las proporciones naturales o son insignificantes.1Cortinaje confeccionado con un material grueso.2Pequefia, menuda. 10. Ahora, al mirarla, lord Arthur sinti que le invada esa lstima que nace del amor. Se daba cuenta de quecasarse con ella, teniendo la amenaza del crimen sobre su cabeza, sera una traicin como la de Judas, unpecado ms terrible que cualquiera de los cometidos por los Borgia. Qu clase de felicidad podra existirpara ellos, cuando en cualquier momento l iba a verse impelido a cumplir la horrorosa profeca escrita ensu mano? Qu clase de vida iba a ser la suya, mientras el destino sostuviera su suerte angustiosa en subalanza? El matrimonio debera posponerse, costase lo que costase. Se senta completamente resuelto ahacerlo as. Aunque amase ardientemente a esta muchacha, y el simple roce de sus dedos cuando estabansentados uno junto al otro, le causaba una exquisita sensacin de placer. Reconoca, no obstante, con todaclaridad, cul era su deber y se daba perfecta cuenta de que no tena derecho a casarse, mientras no hubiesecometido el asesinato.Una vez realizado esto, se presentara ante el altar con Sybil Merton, para poner su vida entre sus manosya libre del terror de ir a cometer una mala accin. Entonces podra tomarla en sus brazos con la seguridadde que ella nunca iba a avergonzarse de l. Pero primero, la realizacin de aquello era imperiosa; y mien-tras ms pronto, mejor para ambos.Muchos hombres en su situacin hubieran optado por el sendero florido del goce, que subir los abruptoscaminos del deber. Pero lord Arthur era demasiado escrupuloso para colocar el placer por encima de losprincipios. En su amor haba algo ms que una simple pasin, y Sybil simbolizaba para l todo lo que esbueno y noble. Al pronto sinti una repugnancia natural contra aquello para lo cual el destino lo haba se-alado, pero al poco tiempo esa sensacin haba desaparecido. Su corazn le deca que no se trataba de unpecado, sino de un sacrificio; su mente le recordaba que no le quedaba abierto otro camino. Tena que es-coger, entre vivir para s mismo o vivir para los dems, y aunque para 1 la tarda a realizar fuese terrible,saba, sin embargo, que no le era dado permitir que el egosmo triunfase sobre el amor. Tarde o tempranotodos estamos llamados a resolver entre lo que se debe, o lo que conviene hacer. Para lord Arthur, ese mo-mento lleg temprano a su vida, antes de que su ser hubiese sido deformado por el cinismo calculador de laedad madura, o su corazn corrodo por el superficial egosmo tan de moda en nuestros das, y no se sentatitubearante el cumplimiento de su deber. Tambin por fortuna, para l, su carcter no era el de, un soa-dor, o un ocioso diletante. Si hubiese sido as, habra dudado como Hamlet, y dejado que la falta de reso-lucin echase a perder sus propsitos. Pero l era esencialmente protico. La vida, a su juicio, significabaaccin, ms que reflexin. Posea aquello que es lo ms raro; el sentido comn.Las sensaciones de cruel angustia pasadas la noche anterior, ya haban desaparecido por completo, y eracasi con un sentimiento de vergenza que recordaba aquel vagar por las calles, y la ansiedad emocional quele tuvo atenazado. La misma sinceridad de su sufrimiento hizo que todo le pareciese ahora irreal. Se pre-guntaba cmo pudo haber sido tan tonto de disparatar y sentirse tan fuera de s por lo que era inevitable. Lonico que todava le perturbaba era el ignorar quin iba a desaparecer, y no era tan ingenuo como para nosaber que el crimen, al igual que las religiones del mundo pagano, exigen una vctima y un sacerdote parael sacrificio. 1, puesto que no era un genio, no tena enemigos, y adems se daba cuenta de que ste no erael momento para satisfacer un rencor o una antipata, ya que la misin en que estaba comprometido era deuna grande y profunda solemnidad. As pues, form una lista con los nombres de sus amigos y parientes, enla hoja de un cuaderno de apuntes, y habindola examinado detenidamente, decidi en favor de ladyClementina Beauchamp, una anciana encantadora que viva en la calle Curzon, prima segunda por parte desu madre. Siempre tuvo un gran afecto hacia lady Clem, como la llamaban todos; adems l, por su parte,era muy rico, pues al llegar a su mayora de edad, entr en posesin de la fortuna heredada de lord Rugby,y teniendo esto en cuenta, a nadie le sera posible imaginar que l iba a obtener por la muerte de ella algunavulgar ventaja pecuniaria. En verdad, mientras ms lo pensaba, ms le pareca ser la persona indicada. Suconciencia le estaba diciendo que cualquier demora significaba una injusticia hacia Sybil. Entonces se de-cidi a arreglarlo todo en seguida.Lo primero que deba hacer era, por supuesto, saldar cuentas con el quiromntico. Inmediatamente sesent frente a un pequeo escritorio estilo Sharaton que estaba junto al ventanal, y extendi un cheque porciento cinco libras, pagadero a la orden de mster Septimus Podgers, y ponindolo dentro de un sobre orde-n a su sirviente que lo llevase a la calle West Moon. Entonces telefone a sus cocheras para que le engan-chasen el hansom, y se visti para salir. Al abandonar la habitacin se volvi a mirar la fotografa de SybilMerton y jur, pasase lo que pasase, que nunca le dejara saber lo que haca por su bien, sino que manten-dra siempre en su corazn el secreto de su sacrificio.Camino al club Buckingham, se detuvo en una florera, y le envi a Sybil, una cestilla con preciosos nar-cisos de ptalos blancos . y pistilos que parecan ojos de faisn. Al llegar al club, se dirigi en seguida a labiblioteca y tocando el timbre, pidi al mozo que le trajese una limonada y un libro sobre toxicologa. Ha- 11. ba llegado a la conclusin de que era la mejor forma de llevar a cabo aquel enojoso asunto. Cualquier otraforma en que entrase la violencia personal le resultaba de psimo gusto; adems, le importaba sobremanerano matar a lady Clementina en forma que pudiese atraer la atencin pblica. Le horrorizaba la idea de con-vertirse en la principal atraccin de las reuniones de lady Windermere, o ver figurar su nombre en las co-lumnas de sociedad, de cualquier peridico vulgar. Tambin deba pensar en el padre la madre de Sybil,que eran gente astante anticuada, y quiz podran poner objeciones al matrimonio si hubiese alguna sombrade escndalo sobre l, aunque se senta seguro de que si les contaba todas las circunstancias del asunto,seran los primeros en darse cuenta de los motivos que le haban impulsado a hacerlo. Le asista toda larazn para decidirse por el veneno. Era lo ms seguro y lo ms cauto, se realizaba en silencio, y se llevaba acabo sin necesidad de escenas penosas, a las que, como la mayora de los ingleses, opona profundos, gran-des reparos.De la ciencia de los venenos, sin embargo, no conoca absolutamente nada, y como le pareci que al mo-zo no le era posible encontrar nada sobre este asunto en la biblioteca, ms all de la Gua Ruff, y la revistaBaily, comenz a buscar por s mismo en los anaqueles, y por fin dio con una edicin de la Pharmacopaeia,lujosamente encuadernada, y un ejemplar de la Toxicologa de Erskine, editada por sir Mathew Reid, queera presidente del Colegio Real de Medicina, y uno de los ms antiguos socios del club Buckingham, y quehaba sido elegido, por equivocacin, en lugar de otro individuo; un contretemps 3que enfureci de tal ma-nera al Comit, que cuando se present el verdadero propietario a ocupar su lugar, fue puesto en la listanegra por unanimidad. Lord Arthur se senta un poco confuso por los trminos tcnicos que aparecan enlos dos libros, y comenz a lamentar el no haber puesto mayor atencin en el estudio de sus clsicos enOxford, cuando en el segundo tomo de Erskine se encontr con una muy interesante y completa descripcinsobre las propiedades de la aconitina, escrita en un ingls bastante claro. Le pareci que era exactamente laclase de veneno que necesitaba. Era rpido, sin lugar a dudas, casi inmediato en sus efectos; no producadolor, y cuando se ingera en forma de una cpsula de gelatina, lo ms recomendado por sir Mathew, notena nada de sabor desagradable. Desde luego anot en el puo de su camisa la cantidad que era necesariapara una dosis fatal, y volviendo a dejar los libros en su sitio, abandon el club dirigindose hacia arriba dela calle St. James, al establecimiento de Pestle y Humbey, los famosos qumicos. Mster Pestle, que siempreatenda personalmente a la aristocracia, se mostr bastante sorprendido ante su cliente, y con una actitudmuy corts y deferente, murmur algo acerca de la necesidad de presentar una receta mdica. No obstante,cuando lord Arthur le explic que lo que solicitaba era para ser usado en un gran mastn noruego del quetena que deshacerse porque presentaba ciertas manifestaciones de rabia y que ya haba mordido dos vecesa su cochero en la pantorrilla, se mostr completamente satisfecho, y felicit a lord Arthur por sus maravi-llosos conocimientos en materia de toxicologa.Lord Arthur guard la cpsula en una bonita bonbonnire de plata que haba visto en el escaparate de unatienda en Bond Street, desechando as la fea caja para pldoras del establecimiento Pestle y Humbey, y sedirigi en seguida a la casa de lady Clementina.-Bien, Monsieur le mauvais sujet 4-exclam la anciana seora cuando le vio entrar al saln-. Por qu nome has venido a ver en tanto tiempo?-Mi querida lady Clem, ya no me queda tiempo para nada -contest lord Arthur sonriendo. -Tendr quecreer, que t andas todo el da con miss Sybil Merton comprando chiffons 5y hablando tonteras? No acabode entender por qu la gente le da tanta importancia a eso de casarse. En mi tiempo nunca soamos contanto parloteo y tanto estarse arrullando en pblico, ni aun siquiera en privado.-Le aseguro que no he visto a Sybil hace veinticuatro horas, lady Clem. Por lo que s, creo que est ahorapor completo en manos de sus sombrereras.-Y por supuesto, sa es la nica razn por la cual has venido a ver a una mujer vieja y fea como yo. Mepregunto cmo es posible que vosotros los hombres no tomis nota. On a fait des folies pour moi,6y aquestoy, un pobre ser reumtico, con una fachada falsa y con mal genio. Que si no fuese por la querida ladyJansen, que me enva tedas las peores novelas francesas que caen en sus manos, no creo que podra pasar elda. Los doctores no sirven para nada, excepto para sacarnos sus honorarios. Ni siquiera pueden aliviarmeel ardor de estmago.-Aqu le traigo un remedio que la curar de eso, lady Clem -dijo lord Arthur, muy serio-, es algo extraor-dinario, inventado por un americano. 12. -Creo no gustar de los inventos americanos, Arthur. Estoy segura. He ledo algunas novelas americanasltimamente, y eran bastante disparatadas.-Ah, pero esto no es disparatado en lo ms mnimo, lady Clem! Le aseguro que es un remedio perfecto.Debe prometer que lo va a probar -y lord Arthur sac de su bolsillo la pequea caja, y se la entreg.3Contratiempo.4Seor mal hombre.5Trapos, bagatelas.6Se han hecho muchas locuras por m.-Bueno, la cajita es encantadora, Arthur. De veras me la obsequias?, eres muy amable. Y es sta la me-dicina maravillosa? Parece un bonbon. Me la tomar ahora mismo.-Cielo santo! Lady Clem! -grit lord Arthur detenindole la mano-, no debe hacerlo. Se trata de un me-dicamento homeoptico, y si lo toma no sintiendo ese ardor de estmago, le puede hacer un dao terrible.Espere a tener un nuevo ataque, y entonces lo toma. Se quedar sorprendida por los rpidos resultados.-Me gustara tomarlo ahora, replic lady Clementina, sosteniendo contra la luz la pequea cpsulatransparente que dejaba ver su burbuja flotante de aconitina-. Estoy segura de que es deliciosa. La cosa esque, aunque odio a los doctores, me encantan las medicinas. Sin embargo, la reservar para mi prximacrisis.-Y cundo cree usted tenerla? -pregunt ansiosamente lord Arthur-. Ser pronto?-Espero que no sea antes de una semana. Ayer en la maana la pas muy mal. Pero una nunca sabe...-Entonces est usted segura de que le volver a dar otro ataque antes del fin de mes, lady Clem?-Me lo temo. Pero te muestras muy atento conmigo hoy, Arthur! De veras, Sybil te ha hecho muchobien. Y ahora debes irte en seguida, porque esta noche voy a cenar con gente muy aburrida, que no comentalos escndalos ni las novedades, y s que si no duermo mi siesta acostumbrada ahora, no podr mantenermedespierta durante la cena. Adis Arthur, dale mis carios a Sybil, y muchas gracias por esa medicina ameri-cana.-No olvidar tomarla, lady Clem, verdad? -dijo lord Arthur levantndose de su asiento.-Claro que no, tonto. Eres muy bueno por acordarte de m, y te escribir para decirte si quiero ms.Lord Arthur abandon la casa muy animado; y con una sensacin de inmenso alivio.Esa misma noche se entrevist con Sybil Merton. Le cont cmo de pronto se haba visto envuelto enuna situacin terriblemente difcil, y de la cual ni el honor ni el deber le permitan retirarse. Le dijo que elmatrimonio tendra que posponerse por el momento, hasta que l se viese libre de esos delicados compro-misos, pues no era un hombre libre. Le implor que tuviese confianza en l, y que no dudase para nada delfuturo. Todo saldra bien, pero la paciencia era necesaria.La escena tuvo lugar en el invernadero de la casa de mster Merton, situada en Park Lane, y en la quelord Arthur haba cenado como de costumbre. Sybil nunca haba parecido ser ms feliz, y por un momentolord Arthur se sinti tentado de portarse como un cobarde, y escribir a lady Clementina que le devolviera lapldora, y dejar que el matrimonio se realizase, como si en el mundo no existiese el tal mster Podgers. Sinembargo, su buen juicio se impuso en seguida, y no flaque cuando Sybil se arroj llorando en sus brazos.Aquella belleza que estremeca sus sentidos, tambin le toc la conciencia. Pens que destrozar una vidatan preciosa, por anticipar unos pocos meses de placer, sera una mala accin.Permaneci con Sybil hasta cerca de la medianoche, consolndola y consolndose l al mismo tiempo.Muy temprano, a la maana siguiente, sali rumbo a Venecia, despus de haber escrito, en forma varonil,una carta muy caballerosa a mster Merton, explicndole el aplazamiento necesario de su matrimonio.CAPITULO IVEn Venecia se encontr con su hermano, lord Surbiton, que acababa de llegar de Corf en su yate. Losdos jvenes pasaron juntos dos semanas deliciosas. En las maanas paseaban por el Lido, o se deslizabanen su larga gndola negra, sobre los verdes canales; en las tardes reciban a sus visitas en el yate; y en lasnoches cenaban en Florian 1y fumaban incontables cigarrillos en la Piazza 2No obstante, lord rthur no sesenta feliz. Todos los das lea atentamente la columna de defunciones en el Times, esperando encontrar lanoticia de la muerte de lady Clem, pero tambin todos los das quedaba desilusionado. Empez a temer quealgn contratiempo le hubiese sobrevenido, y con frecuencia lamentaba el haberla disuadido de tomarse laaconitina en aquel momento en que se mostr tan decidida a probar sus efectos. Adems, las cartas de 13. Sybil, aunque llenas de expresiones de amor, de confianza y ternura, con frecuencia tenan un tono triste y aveces pensaba que se haba separado ya de ella para siempre.Al trmino de dos semanas, lord Surbiton se cans de Venecia, y decidi seguir la costa bajando haciaRvena, pues haba odo decir que abundaba la cacera de voltiles en Pinetum. Al pronto lord Arthur seneg rotundamente a acompaarle, pero Surbiton, a quien estimaba profundamente, por fin le persuadi di-cindole que si se quedaba en Danielli 3solo, iba a caer muerto de tedio, y en la maana del 15 comenzarona navegar con un fuerte viento que soplaba del noroeste y un mar bastante picado. La travesa fue excelen-te, y la vida en cubierta y al aire libre, hizo volver los colores a las mejillas de lord Arthur, pero ya cercadel da 22 comenz a sentir ansiedad por no saber nada de lady Clementina, y a pesar de las objeciones quele hizo Surbiton, regres a Venecia por tren.1Caf de gran tradicin, que actualmente conserva la misma fama. As lo describa el escritor espaolPedro A. de Alarcn: El Caf Florian tiene renombre europeo, por lo lindo, artstico y lujoso. Ms que uncaf, parece el tocador de una reina, adornado en estilo medio Mdicis, medio Luis XIV. Sus muchas ypequesimas estancias se hallan decoradas con tanto lujo como primor. Las paredes estn pintadas al fres-co, con cristales encima. Estatuitas doradas a fuego sostienen luces de gas en lmparas pompeyanas. Lasmesas son de mrmol de Carrara y descansan en preciosas columnitas bizantinas... En suma: el clebreCaf Florian (que nunca se ha cerrado de noche desde los tiempos de la seora, de las mascaradas, etc.), esdigno de la Plaza de San Marcos, como la Plaza de San Marcos merece su destino de sala principal de Ve-necia. De Madrid a Npoles, 3" ed., I, Madrid, 1886, pp. 367-368.2Se refiere a la Plaza de San Marcos.3En tiempos de O. W. era el gran hotel de lujo y tradicin en Venecia. Sigue siendo hoy da clasificadocomo de primera clase.Al salir de la gndola para poner pie sobre los escalones del hotel, el propietario sali a recibirle con unmontn de telegramas. Lord Arthur casi los arrebat de su mano, abrindolos precipitadamente. Todo habasucedido con xito completo. Lady Clementina haba muerto de repente en la noche del da 17!Su primer pensamiento fue para Sybil, y en seguida le puso un telegrama, anuncindole su regreso in-mediato a Londres. Entonces le orden a su ayuda de cmara que hiciese su equipaje para tenerlo listo ysalir en el correo de la noche, se arregl con sus gondoleros pagndoles el triple de la tarifa acostumbrada,y subi a sus habitaciones con paso ligero y un corazn alegre. All encontr tres cartas esperndole. Unaera de la misma Sybil, llena de comprensin afectuosa y dndole el psame. Las otras eran de su madre, ydel abogado de lady Clementina. Segn pareca, la anciana seora cen con la duquesa aquella misma no-che, tuvo seducidos a todos por sus ocurrencias y su esprit, pero se haba retirado a su casa, algo temprano,quejndose de ardor de estmago. A la maana siguiente la encontraron muerta en su cama, aparentementesin haber sufrido algn dolor. En seguida se haba mandado llamar a sir Mathew Reid, pero, por supuesto,ya no haba nada que hacer, e iba a ser sepultada el da 22 en Beauchamp Chalcote. Unos das antes de mo-rir hizo su testamento, dejndole a lord Arthur. su pequea casa de la calle Curzon, y todo su mobiliario,sus objetos personales y los cuadros, excepto su coleccin de miniaturas, que deberan pasar a poder de suhermana, lady Margaret Rufford, y su collar de amatistas, que haba sido dedicado a Sybil Merton. El in-mueble no vala gran cosa; pero mster Mansfield, el abogado, manifestaba un deseo extremo de que lordArthur regresase, a ser posible, en seguida, pues haba que liquidar muchas cuentas, y lady Clementinanunca haba llevado su contabilidad en forma ordenada.Lord Arthur se sinti muy con movido al ver cmo lady Clementina lo haba recordado tan bonda-dosamente, y comprenda que mster Podgers era responsable por todo aquello. No obstante su amor porSybil, domaba sobre cualquiera otra emocin, y el sentirse consciente de que haba cumplido con su deber,le daba paz y le prestaba valor. Cuando lleg a Charing Cross,4se senta perfectamente feliz.Los Merton le recibieron con gran amabilidad. Sybil le hizo prometer que ya nunca permitira que algo seinterpusiese entre ellos, y la boda se fij para el 7 de junio. De nuevo le pareci la vida luminosa y bella, ysu acostumbrado buen humor volvi a l.Un da, sin embargo, mientras se encontraba en la casa de la calle Curzon, acompaado por el abogadode lady Clementina, y de Sybil, quemando paquetes de cartas borrosas y vaciando cajones donde se fueronguardando cachivaches viejos y otras bagatelas, de pronto la joven lanz una exclamacin alegre.-Qu has encontrado, Sybil? -dijo lord Arthur levantando la vista de su tarea y sonriendo.-Esta encantadora bonbonnire,5de plata, Arthur. No es rara? Parece holandesa. Dmela! S que lasamatistas no me favorecern sino cuando haya pasado de los ochenta. 14. 4En este lugar, al oeste del Strand y el norte de Whitehall, cerca de Trafalgar Square, Eduardo I erigi laltima de una serie de cruces que en me mora de la reina Leonor (d. 1290) se encuentran en varios luga-res de Londres. Hoy queda a un lado la estacin de los ferrocarriles South-Eastern & Chatam, en cuya granentrada se levanta una magnfica cruz moderna a pocos pasos de donde estuvo la antigua, ya desaparecida.5Caja para guardar confituras.Era la caja que haba contenido la cpsula de aconitina.Lord Arthur se estremeci, y un ligero rubor cubri sus mejillas.Casi se haba olvidado de lo que haba hecho, y le pareci una extraa coincidencia que Sybil, por cuyobien tuvo que pasar todas aquellas terribles ansiedades, hubiese sido la primera en trarselas a la memoria.-Por supuesto que puedes quedrtela. Yo se la regal a lady Clem.-Oh!, gracias Arthur; y puedo tambin quedarme con el bombn? No saba que a lady Clementina legustasen los dulces. Crea que era demasiado intelectual.Lord Arthur se puso intensamente plido, y una idea horrible cruz por su mente.-Bombn, Sybil? Qu dices? -murmur en voz baja y ronca.-Hay uno dentro; es todo. Parece viejo, est cubierto de polvo y no me da la ms mnima gana de co-merlo. Qu te pasa, Arthur? Qu plido ests!La conmocin de aquel descubrimiento superaba sus fuerzas, y tirando la cpsula al fuego, se dej caeren el sof con un sollozo de desesperacin.CAPITULO VMster Merton se mostraba muy contrariado con este segundo aplazamiento del matrimonio, y lady Julia,que ya haba encargado su vestido para la boda, hizo todo lo posible para que Sybil rompiese su compromi-so. Pero aunque Sybil amaba profundamente a su madre, haba entregado su vida en manos de lord Arthur,y nada de lo que lady Julia pudiese decir iba a hacer vacilar su fe hacia l. En cuanto a lord Arthur, fueronmuchos los das que necesit para reponerse de aquella terrible decepcin, y por algn tiempo tuvo los ner-vios deshechos. Sin embargo, su excelente sentido comn pronto se impuso, y su mente sana y prctica nole dej titubear por mucho tiempo acerca de lo que debera hacer. Ya que el veneno haba sido un completofracaso, la dinamita, o cualquier otra forma de explosivo, era lo que debera probar.En consecuencia, volvi a examinar la lista de amigos y parientes y, despus de un cuidadoso examen, yde considerar detenidamente cada caso, lleg a la conclusin de volar a su to, el den de Chichester. Hom-bre de gran cultura y saber, tena una gran aficin por los relojes, y era dueo de una magnfica coleccinde esos contadores del tiempo, desde los ms raros fabricados en el siglo xv, hasta los de nuestros das, yesto le pareci una excelente coyuntura para llevar a cabo su plan. El dnde conseguir la mquina infernal,ya era otra cosa. La Gua de Londres no le proporcion ninguna informacin al respecto, y comprenda quede nada le iba a ser til acudir a Scotland Yard en aquel sentido, pues parece que ignoraban todo lo concer-niente a las actividades de los dinamiteros hasta que no ocurra una explosin, y an as permanecan ms omenos en la misma ignorancia.De repente se acord de su amigo Rouvaloff, un joven raso, de grandes tendencias revolucionarias, y aquien haba conocido en casa de lady Windermere durante el invierno. Segn parece, el conde Rouvaloff sededicaba a escribir una vida de Pedro el Grande, y haba venido a Inglaterra con el fin de estudiar los do-cumentos relacionados con la residencia del zar en aquel pas, como carpintero de ribera; pero exista lasospecha, muy generalizada, de que se trataba de un agente nihilista, e indudablemente la embajada rusa novea con buenos ojos su presencia en Londres. Lord Arthur pens que se era el hombre que necesitabapara llevar a cabo sus propsitos, y una makana se dirigi a su alojamiento en Bloomsbury, para pedirleconsejo y ayuda.-As es que usted est tomando en serio la poltica? -contest el conde Rouvaloff, al terminar lord Ar-thur de explicarle el objeto de su visita.Pero lord Arthur, que detestaba las baladronadas de cualquier clase que fuesen, se sinti obligado a de-clarar que en l no exista el menor inters por las cuestiones sociales, y que simplemente deseaba un apa-rato explosivo para un asunto privado y familar, en el cual nadie estaba implicado ms que l.El conde Rouvaloff le mir por unos instantes con asombro y, entonces, viendo que la cosa iba en serio,escribi una direccin en un trozo de papel, puso sus iniciales, y se lo alarg por encima de la mesa.-Scotland Yard dara cualquier cosa por conocer esta direccin, querido amigo. 15. -Pues no la obtendrn -dijo lord Arthur riendo-, y despus de estrechar efusivamente la mano del jovenruso, baj de prisa las escaleras leyendo lo escrito en el papel e indicando al cochero que se diriese a la Pla-za Soho. Al llegar all o despidi y se fue caminando por la calle Greek, hasta llegar a una plazoleta llama-da Bayle Court. Al pasar bajo la arcada se encontr en una especie de cul-de-sac,1que aparentaba estarocupado por una lavandera francesa, pues de casa a casa, una verdadera red de cuerdas cargadas de ropablanca se meca, en el aire matinal. Fue caminando hasta el final del callejn, tocando en la puerta de unapequea vivienda pintada de verde. Despus de esperar un rato, durante el cual cada una de las ventanas seconverta en una masa informe de caras curiosas, la puerta le fue franqueada por un individuo de aire ordi-nario y extranjero, que en mal ingls le pregunt qu era lo que se le ofreca. Lord Arthur le hizo entregadel papel que el conde Rouvaloff le haba dado, y el hombre, al terminar de examinarlo, haciendo una reve-rencia, le introdujo a un cuarto del primer piso, destartalado y triste. Poco despus Herr Winckelkopf, comose le llamaba en Inglaterra, entr apresurado, con una servilleta al cuello, llena de manchas de vino, y un te-nedor en la mano izquierda.-El conde Rouvaloff me ha entregado para usted estas lneas de presentacin -dijo lord Arthur in-clinndose-. Y tengo gran inters en entrevistarme con usted para un negocio. Mi nombre es Smith, msterRobert Smith, y quisiera que me vendiese un reloj de dinamita.-Encantado de conocerle, lord Arthur -dijo el genial hombrecillo alemn, riendo-. No se alarme usted, esmi obligacin el conocer a todo el mundo, y recuerdo haberle visto una noche en casa de lady Windermere;espero que Su Gracia se encuentre bien. No le importa sentarse conmigo mientras termino de desayunar?Hay un excelente pt, y mis amigos son tan amables que dicen que mi vino del Rhin es mejor que cual-quiera de los que beben en la embajada de Alemania.Y antes de que lord Arthur se hubiese repuesto de su sorpresa por haber sido reconocido, se encontrsentado en la estancia del fondo, bebiendo el ms delicioso Marcobruner, escanciado de un botelln dondese destacaba el monograma imperial; y hablando de la manera ms amistosa con el famoso conspirador.-Los relojes de dinamita -dijo Herr Winckelkopf- no son un buen artculo de exportacin extranjera, yaque aun suponiendo que haya suerte en pasar las aduanas, el servicio de ferrocarriles es tan irregular, quepor lo general explotan antes de llegar a su destino. Pero, sin embargo, si usted lo que desea es para tasodomstico, le puedo proporcionar un excelente artculo, y garantizarle que los resultados habrn de satisfa-cerle. Pero, puedo preguntarle para quin es? Si es para la polica o para alguien relacionado con ScotlandYard,2me temo que no voy a poder ayudarle. Los detectives ingleses son nuestros mejores amigos, y siem-pre he llegado a la concusin de que tomando en cuenta su estupidez, siempre podemos hacer lo que que-ramos. No podra prescindir de ninguno de ellos.1Callejn sin salida.2Direccin de Polica de la ciudad de Londres.-Le aseguro -dijo lord Arthur- que el asunto no tiene nada que ver con la polica. La verdad es que. el re-loj est destinado al den de Chichester.-Vaya, vaya!, nunca pude imaginar que fuese usted tan exaltado en cuestiones religiosas. Hoy da pocosjvenes se ocupan de eso.-Creo que usted me sobreestima, Herr Winckelkopf -replic lord Arthur sonrojndose- y en verdad no snada de teologa.-Entonces, se trata de un asunto personal?-Puramente personal.Herr Winckelkopf se encogi de hombros, y abandonando la habitacin, regres al cabo de unos mi-nutos, trayendo un cartucho de dinamita, ms o menos del tamao de un centavo, en dimetro; y un peque-o reloj francs, muy bonito, rematado por una figura de la Libertad, pisoteando a la hidra del Despotismo.La cara de lord Arthur se anim al verlo.-Es justamente lo que quiero! -exclam- y ahora dgame cmo se le hace funcionar.-Ah!, se es mi secreto -dijo Herr Winckelkopf, contemplando su invento con una mirada de orgullomuy justificado-; dgame cuando quiere que explote, y yo ajustar el mecanismo para el momento exacto.-Bueno..., hoy es martes, y si lo pudiese enviar en seguida...-Eso no va a ser posible; tengo entre manos una gran cantidad de trabajos importantes para algunos ami-gos mos en Mosc. Sin embargo, puedo envirselo maana. 16. -Est bien, habr bastante tiempo -respondi lord Arthur cortsmente- si lo enva maana en la noche, oel jueves por la maana. Para el momento de la explosin... digamos, el viernes a medioda exactamente. Elden siempre se encuentra en casa a esa hora.-Viernes, a medioda -repiti Herr Winckelkopf, y se puso a escribir una nota en un gran libro de regis-tros, que estaba sobre un escritorio, cerca de la chimenea.-Y ahora -aadi lord Arthur levantndose de su asiento- le suplico que me diga cunto son sus h onora-rios.-Se trata de algo tan sin importancia, lord Arthur, que slo le cobrar el costo de cada uno de los ele-mentos: la dinamita vale siete chelines con seis peniques; la maquinaria de relojera tres libras, y el porteunos cinco chelines. Me complace muchsimo servir a cualquier amigo del conde Rouvaloff.-Pero, y la molestia que usted se ha tomado, Herr Winckelkopf?-Oh, eso no es nada!, me da mucho gusto. Yo no trabajo por dinero; yo vivo por completo para mi arte.Lord Arthur puso cuatro libras, dos chelines y seis peniques sobre la mesa, dio las gracias al alemn porsu amabilidad, y habiendo logrado declinar una invitacin para conocer a algunos anarquistas en un t-merienda al siguiente sbado, abandon la casa y se dirigi al parque.Durante los dos das siguientes se senta en un estado de agitacin terrible y el viernes, a las doce, fue alBuckingham para esperar noticias. Durante toda la tarde, el estlido ujier se la pas entregando telegramasde varias partes del pas, dando los resultados de las carreras, informando sobre fallos de divorcios, el esta-do del tiempo y asuntos por el estilo, mientras la cinta telegrfica proporcionaba detalles tediosos acerca dela sesin nocturna de la Cmara de los Comunes, y de un pnico pasajero, registrado en la Bolsa de Valo-res. A las cuatro de la tarde, llegaron los peridicos de la noche, y lord Arthur desapareci en la biblioteca,llevando consigo el Pall Mall, St. James Gazette, el Globe, y el Echo, provocando la indignacin del coro-nel Goodchild, que deseaba leer los reportazgos sobre un discurso que l haba pronunciado durante la ma-ana en la Mansion House, sobre el asunto de las misiones en frica del sur, y la conveniencia de contarcon obispos negros en cada una de las provincias, pues por alguna desconocida razn, no se fiaba del Eve-tng News. Ninguno de los peridicos, sin embargo, haca mencin, o daba alguna noticia referente a Chi-chester, y lord Arthur presenta que el atentado seguramente haba sido un fracaso. Esto resultaba para l ungolpe terrible, y sus nervios estaban tensos. Herr Winckelkopf, a quien fue a visitar al da siguiente, se vol-c en mil excusas rebuscadas, y se ofreci a conseguirle otro reloj gratis, o una caja de bombas de nitro-glicerina al precio de costo. Pero ya haba perdido la fe en los explosivos, y el mismo Herr Winckelkopfreconoci que todo estaba tan adulterado, hoy da, que hasta la dinamita era raro encontrarla pura. El ale-mancillo, no obstante, aun admitiendo que algo march mal en el mecanismo, todava guardaba esperanzasde que el reloj explotara, y cit el caso de un barmetro que envi en cierta ocasin al gobernador militarde Odesa, el cual, aun habiendo sido puesto en la hora justa para que explotase en diez das, no lleg a rea-lizarlo sino tres meses despus. Cierto era tambin, que cuando explot, no logr ms que volar en tomosa una sirvienta, ya que el gobernador haba salido de la ciudad seis semanas antes, pero por lo menos de-mostr que la dinamita, como fuerza destructora, era, bajo el control de una maquinaria, un agente podero-so, aunque no siempre puntual. Lord Arthur se sinti un poco consolado con estas reflexiones; pero tam-bin aqu su destino fue la desilusin, pues dos das despus, al subir las escaleras, la duquesa lo llam a susaloncillo privado, para mostrarle una carta que haba recibido de la rectora.-Jane escribe cartas encantadoras -dijo la duquesa-; debes leer esta ltima. Es casi tan buena como lasnovelas que nos manda Mudie.Lord Arthur la arrebat rpidamente de sus manos. Deca lo siguiente:Mi querida ta:Mil gracias por la franela que me has enviado para la Dorcas Society, y tambin por el percal. Estoy deacuerdo contigo en que es una tontera eso de que quieran lucir cosas bonitas, hoy da todo el mundo es tanradical e irreligioso, que es difcil hacerles comprender que no deben tratar de vestirse como la clase alta.Realmente no s a dnde vamos a parar. Como dice pap, muchas veces en sus sermones, vivimos una po-ca de descreimiento.No hemos divertido mucho con un reloj que un admirador annimo le envi a pap el jueves pasado.Lleg de Londres, dentro de una caja de madera y con el porte pagado; y pap cree que lo ha enviado al-guien que ha debido leer su notable sermn: Es la Licencia Libertad?, porque sobre el reloj hay una fi-gura de mujer con la cabeza cubierta, por lo que pap dice que es un goro de la Libertad. A m no me pare-ce nada favorecedor, pero pap dice que es un smbolo histrico; supongo que as es. Parker lo desempac,y pap lo puso sobre la repisa de la chimenea, y cuando estbamos todos sentados en la biblioteca el vier-nes en la maana, al momento de dar las doce, omos un ruido como zumbido de alas, una pequea boca- 17. nada de humo sali del pedestal, bajo la figura, y la diosa de la libertad se cay y se rompi la nariz en elborde de la parrilla! Mara se alarm bastante, pero la cosa era tan divertida, que james y yo nos moramosde risa, y hasta a pap le hizo gracia. Al examinarlo vimos que se trataba de una especie de despertador, yque si se le marcaba una hora, y se pona un poco de plvora y un fulminante bajo el martillete, haca unpequeo estallido en el momento que se quisiese. Pap dijo que no debera quedar en la biblioteca, pueshaca mucho ruido, as es que Reggie se lo llev al saln de clases, y todo el da se lo pasa haciendo con lpequeas explosiones. No crees que le habra de gustar a Arthur tener uno-igual a ste como regalo debodas? Deben estar muy de moda en Londres. Pap dice que haran un gran bien, pues demuestran que laLibetard no puede durar, sino que debe sucumbir. Tambin dice pap que la Libertad se invent en tiempode la Revolucin Francesa. Me parece horrible!Tengo que ir ahora a la reunin de la Dorcas Society, donde leer tu carta, que resulta ser muy ins-tructiva. Qu cierta es tu opinin, querida ta, que dada la clase a que pertenecen, no deberan ponerse co-sas que no les caen bien; y me parece, adems, que su preocupacin por el traje es absurda, cuando existentantas cosas que son ms importantes en este mundo y en el otro. Me da mucho gusto saber que la popelinafloreada te haya salido tan buena, y que tu encaje no se rompiese. El mircoles voy a lucir, en la reunin delobispo, el vestido de satn amarillo que tuviste la amabilidad de regalarme; creo que se ver bien. No tieneusted lazos, ta? Jennings dice que todo el mundo lleva ahora lazos, y que las enaguas deben tenevolantes.Reggie acaba de hacer otra explosin, y pap ha ordenado que se lleven el reloj al establo. Creo que a papya no le gusta tanto como le gust al principio, aunque s se siente muy halagado de que le hayan enviadoun juguete tan ingenioso. Esto demuestra que la gente lee sus sermones y que sacan provecho de ellos.Pap te enva todo su cario al cual se unen lames, Reggie y Mara, con la esperanza de que to Cecilest mejorado de la gota. Creme siempre, ta querida, tu amante sobrina,JANE PERCY.PS. Infrmame acerca de los -lazos. Jennings insiste en decir que son la ltima moda.El aspecto de lord Arthur era tan serio y triste al terminar de leer la carta, que la duquesa comenz a rer.-Mi querido Arthur! -exclam-, ya no volver a ensearte cartas de ninguna joven!, pero, qu le con-testo sobre lo del reloj? Me parece un invento muy importante; creo que me gustara tener uno.-Pues yo no creo mucho en ellos -replic lord Arthur con una sonrisa melanclica, y despus de besar asu madre, sali de la alcoba.Al llegar a su habitacin en el piso alto se dej caer en un sof, y los ojos se le llenaron de lgrimas. Ha-ba hecho todo lo posible por cometer aquel asesinato, pero en ambas ocasiones fue un fracaso, y desdeluego no por culpa suya. Estaba empeado en cumplir con su deber, pero al parecer el destino le haba trai-cionado. Se senta deprimido por una sensacin de esterilidad en sus buenas intenciones y por la ineficaciade sus esfuerzos en tratar de llevar a cabo un acto honrado. Quiz fuese mejor romper definitivamente sucompromiso de matrimonio. Sybil iba a sufrir, es cierto, pero el sufrimiento no podra, en realidad, inutili-zar para siempre una naturaleza tan noble como la de ella. En cuanto a l, qu importaba? Siempre habrguerras en las cuales un hombre puede morir, una causa por la cual un hombre puede ofrecer su vida, ycomo la vida no le brindaba ya ningn aliciente, tampoco el morir le causaba terror. Sera mejor dejar queel destino determinase su suerte. l no iba a hacer nada por modificarlo.A las siete y media se visti y fue al club. Surbiton estaba all con un grupo de amigos, y se vio obligadoa cenar con ellos. Su charla trivial y sus bromas tontas no le interesaban, y tan pronto como sirvieron elcaf, pretextando un compromiso anterior, abandon su compaa. Al salir del club, el ujier le entreg unacarta. Era de Herr Winckelkopf, pidindole que le visitase al da siguiente, para mostrarle un paraguas ex-plosivo, que operaba en el momento de abrirse. Era el ltimo invento, y acababa de llegar de Gnova.Rompi la carta en pedacitos. Estaba decidido a no recurrir ya ms a nuevos experimentos.Estuvo caminando a lo largo del parapeto del Tmesis, y por mucho rato descans sentado a la orilla delro. La luna se asomaba sobre las crestas de las nubes oscuras, como el ojo de un len, e innumerables es-trellas brillaban en la bveda celeste como oro espolvoreado en una cpula. De vez en cuando un lanchnse deslizaba sobre las aguas cenagosas, siguiendo la corriente ro abajo, y las seales de los ferrocarrilescambiaban de verde a rojo mientras los trenes corran silbando sobre los puentes. Poco tiempo despus seoyeron las doce desde la alta torre de Westminster, y a cada toque de su sonora campanada, la noche pare-ca estremecerse. 18. Ms tarde desaparecieron las luces de los ferrocarriles, Y slo qued brillando un farol solitario, como ungran rub sostenido por un poste gigantesco, y el rumor de la ciudad se fue desvaneciendo.Al dar las dos, lord Arthur se puso en pie y fue caminando hacia Blackfriars.Encontraba todo tan irreal como si fuese un sueo extrao! Las casas en la orilla opuesta parecan surgirde las tinieblas. Se podra decir que la plata y las sombras daban forma a un nuevo mundo. La gran cpulade San Pablo flotaba como un enbrme globo en la atmsfera oscura.Al acercarse a la Aguja de Cleopatra, vislumbr a un hombre apoyado en el parapeto; ya cerca de l,aquel individuo levant la cabeza y la luz de gas cay de lleno en su cara.Era mster Podgers, el quiromntico!, no caba equivocarse ante aquella cara regordeta y fofa, los an-teojos de montura dorada, la dbil sonrisa enfermiza, la boca sensual.Lord Arthur se detuvo, una idea luminosa vino a su mente, y deslizndose con pasos cautos a su espalda,en un instante tuvo sujeto por ambas piernas a mster Podgers y le arroj al Tmesis. Se pudo escuchar unsoez juramento y el ruido del chapotear en las aguas; despus todo qued en silencio. Lord Arthur mirabacon ansia la superficie de las aguas, pero no pudo descubrir al quiromntico, sino el sombrero de copa ha-ciendo piruetas sobre un remolino de agua iluminado por la luna. A los pocos minutos tambin el sombrerose hundi, y no quedaba ya ninguna huella visible de mster Podgers. Por un momento su imaginacin lehizo ver una silueta deforme que suba la escalera del puente, y la espantosa sensacin de un nuevo fracasole invadi; pero slo se trataba de un reflejo, y al salir d nuevo la luna de entre las nubes, todo estaba tran-quilo. Por fin empezaba a creer que haba realizado la sentencia del destino, lanz un profundo suspiro dealivio, y el nombre de Sybil vino a sus labios.-Se le ha cado algo, seor? -dijo de repente una voz a su espalda.Se volvi sobresaltado; era un polica con una linterna sorda en la mano.-Nada importante, sargento -repuso sonriente, y deteniendo un coche que pasaba por all, dijo al cocheroque lo llevase a la Plaza Belgrave.Durante los das siguientes pasaba de la esperanza al temor. Hubo momentos en que casi le pareca quemster Podgers iba a entrar al cuarto, y en el instante siguiente quedaba convencido de que el destino nopoda ser tan injusto hacia l. Por dos veces fue a la casa del quiromntico en la calle West Moon, pero lefalt valor para tocar el timbre. Deseaba estar cierto de lo ocurrido, y al mismo tiempo el temor no le deja-ba actuar.Al fin el momento haba llegado. Estaba en el saln de fumar del club, tomando t y oyendo, bastanteaburrido, los comentarios de Surbiton a la ltima cancin humorstica estrenada en el Gaiety, cuando entrel camarero con los peridicos de la noche. Lord Arthur, tomando al azar la St. James Gazette, comenzabaa volver distradamente las pginas, cuando de pronto un sorprendente encabezado cay bajo sus ojos:SUICIDIO DE UN QUIROMNTICOSe puso plido de emocin, y comenz a leer. La pequea noticia deca lo siguiente:Ayer en la maana, a la siete, el cuerpo de mster Septimus R. Podgers, eminente quiromntico, fuearrojado por las aguas a las orillas de Greenwich, frente al hotel Ship. El desgraciado seor haba sidoechado de menos durante varios das, y una gran ansiedad se haba dejado sentir en los crculos quiromnti-cos. Parece ser que se suicid bajo el influjo de una depresin mental pasajera, causada por exceso de tra-bajo, y el veredicto concerniente a este caso fue entregado esta tarde por los mdicos forenses. Mster Po-dgers acababa de terminar un extenso tratado sobre el tema de la mano humana, que ser publicado en fe-cha prxima y que indudablemente habr de atraer la atencin de un gran pblico. El difunto tena 65 aos,y no parece que haya dejado parientes.Lord Arthur sali precipitadamente del club con el peridico an en la mano, y provocando el asombrodel ujier que en vano quiso detenerle.Sin perder momento fue a Prk Lane. Sybil le vio venir desde la ventana y tuvo el presentimiento de quetraa buenas noticias. Baj corriendo a recibirle, y al mirarle a la cara comprendi que todo marchaba bien.-Mi querida Sybil! -gritcasmonos maana!-Locuelo! Pero si el pastel ni siquiera ha sido encargado! -exclam Sybil riendo entre lgrimas.CAPITULO VI 19. Cuando se consum la boda, tres semanas ms tarde, St. Peter estaba lleno de gente distinguida y elegan-te. La ceremonia fue solemne y las palabras rituales ledas con un acento impresionante por el den de Chi-chester, y todos estuvieron de acuerdo al admitir que nunca haban visto una pareja ms hermosa que la queformaban el novio y la novia. An ms que bellos, se vean felices. Ni por un solo instante lord Arthur la-ment todo lo que haba tenido que sufrir en bien de Sybil, mientras ella, por su parte, le entreg lo mejorque una mujer puede entregar a un hombre: adoracin, ternura y amor. Para ellos la realidad no mat elromance. Siempre se sintieron jvenes.Algunos aos despus, cuando dos preciosos nios les haban nacido, lady Windermere vino a AltonPriory para visitarles; era un lugar encantador; fue el regalo de bodas que el duque hizo a su hijo; y una tar-de, mientras estaba sentada en el jardn, con lady Arthur, bajo un limonero, viendo jugar a los nios en larosaleda, como si fuesen danzantes rayos de sol, tom de repente la mano de su anfitriona y le dijo:-Sybil, eres feliz?-Por supuesto, lady Windermere, soy muy feliz. Usted no lo es?-No tengo tiempo para serlo, Sybil. Siempre me gusta la ltima persona que me presentan; pero por logeneral, tan pronto como conozco a las personas, me canso de ellas.-Qu ya no le satisfacen sus leones, lady Windermere?-Ah, querida, ya no! Los leones son tiles slo por una temporada; tan pronto como se les priva de susmanes, se vuelven los seres ms inspidos de la existencia. Recuerdas aquel horroroso mster Podgers? Eraun atroz impostor. Por supuesto que a m eso no me importaba gran cosa, y cuando me peda dinero presta-do, se lo perdonaba, pero no poda soportar que me hiciese el amor. La verdad es que me hizo odiar la qui-romancia. Ahora creo en la telepata. Es mucho ms divertida.-Pues lo que es aqu, no debe usted decir nada contra la quiromancia, lady Windermere; es el nico temasobre el cual Arthur no permite que se burle nadie. Le aseguro que se lo toma muy en serio.-No vayas a decirme que l cree en eso, Sybil.-Pregnteselo, lady Windermere, aqu llega.Y lord Arthur se acerc llevando en las manos un gran ramo de rosas amarillas y sus dos hijos dan zandoa su alrededor.-Lord Arthur...-S, lady Windermere...-De verdad, cree usted en la quiromancia?-Claro que s -dijo el joven, sonriendo.-Pero, por qu?-Porque a ella debo toda la felicidad de mi vida -murmur dejndose caer en un silln de mimbre.-Mi querido lord Arthur, qu es lo que le debe?-A Sybil -respondi alargando- el ramo de rosas a su esposa, mirndose dentro de sus ojos violceos.-Qu tontera! -exclam lady Windermere-. Nunca en toda mi vida haba odo semejante tontera!FIN DE EL CRIMEN DE LORD ARTHUR SAVILLE