el dolor sufriente en la vida y escritos de san juan de … · 2012-06-18 · el dolor sufriente en...

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, EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ Andrés Malina Prieto Doctor en Teología l. FINALIDAD DE NUESTRO ESTUDIO Parece superfluo tratar el tema escogido, ya que San Juan de la Cruz ha sido estudiado desde todos los ángulos y perspectivas posibles hasta ser cierta la afirmación de que apenas queda un rincón por explorar si revisamos la copiosísima y casi inmensa bibliografía sobre el Doctor Místico (1). Diga- mos, sin embargo, por adelantado, que no nos consta sobre ningún estudio específico del tema tal como lo hemos formulado, aunque muchos trabajos sanjuanistas se muevan en la órbita del dolor. ¿ Qué motivos concretos nos han inducido a ocuparnos de esta particu- lar vertiente en la obra literaria yen la experiencia mística del Santo de Fonti- veros? Las reducimos fundamentalmente a tres que exponemos muy sucintamente. 1. a. Una vida paciente sintetizada en el dibujo programático del «Monte de la perfección» La obra literaria de San Juan no es la de un investigador frío de laborato- rio, ni la de un intelectual teólogo que divague entre brumas teóricas de cues- tiones abstractas. Nos ha hablado del dolor y del sufrimiento como maestro (1) Cfr. BENNO A. S. JOSEPH: Bibliographiae S. Joannis a Cruce specitnen, Ephem. Carme- lit. 1 (1947-1), 163-210; ibid., 1 (1947-2),367-381; ibíd., 3 (1949-2), 405-424. "';r, __ ..

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EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ

Andrés Malina Prieto Doctor en Teología

l. FINALIDAD DE NUESTRO ESTUDIO

Parece superfluo tratar el tema escogido, ya que San Juan de la Cruz ha sido estudiado desde todos los ángulos y perspectivas posibles hasta ser cierta la afirmación de que apenas queda un rincón por explorar si revisamos la copiosísima y casi inmensa bibliografía sobre el Doctor Místico (1). Diga­mos, sin embargo, por adelantado, que no nos consta sobre ningún estudio específico del tema tal como lo hemos formulado, aunque muchos trabajos

sanjuanistas se muevan en la órbita del dolor.

¿Qué motivos concretos nos han inducido a ocuparnos de esta particu­

lar vertiente en la obra literaria yen la experiencia mística del Santo de Fonti­veros? Las reducimos fundamentalmente a tres que exponemos muy sucintamente.

1 . a . Una vida paciente sintetizada en el dibujo programático del «Monte de la perfección»

La obra literaria de San Juan no es la de un investigador frío de laborato­rio, ni la de un intelectual teólogo que divague entre brumas teóricas de cues­tiones abstractas. Nos ha hablado del dolor y del sufrimiento como maestro

(1) Cfr. BENNO A. S. JOSEPH: Bibliographiae S. Joannis a Cruce specitnen, Ephem. Carme­lit. 1 (1947-1), 163-210; ibid., 1 (1947-2),367-381; ibíd., 3 (1949-2), 405-424.

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universal, pero este magisterio es fruto de su propia experiencia. Por eso cuan­

do dibuja su famosísimo «Monte de la Perfección» como síntesis gráfica de

la Subida al Monte Carmelo (2), no es en modo alguno el perfecto boceto de un artista genial, sino cifra total de una vital experiencia como consuma­do místico (3).

La paternidad sanjuanista de este «Montecillo» y sus inspiradas glosas es indiscutible. Porque en los Procesos abundan los testimonios de quienes recibieron directamente de San Juan de la Cruz el dibujo y la explicación (4) . Por otra parte, en los más antiguos manuscritos hay referencias explícitas sobre la conexión entre «Monte» y «Subida» (5). Ahora bien, analizada la bio­grafía del Santo a través de sus escritos y viceversa, se llega a una obvia conclusión: la vida paciente de grandes sufrimientos de orden espiritual, mo­ral y físico como nota distintiva fuertemente sanjuanista, es fielmente refle­jada en su inigualable obra literaria.

2. a . Condición esencial del alma enamorada

Es sobradamente conocida la densa y bellísima oración que brotó de su pluma incandescente convertida en dardo de fuego. Es una de las plegarias católicas más hermosas registradas en toda la hagiografía. Entresacamos el párrafo de la gran síntesis «poseedora»:

¡Señor Dios, amado mío! (... l. No me quitarás lo que una vez me dis­te en tu Unico Hijo Jesucristo en quien me diste todo lo que quiero (... l. Míos son los cielos y mía es la tierra. Mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores. Los ángeles son míos, y la Madre de Dios, y todas las cosas son mías. Y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. ¿Pues qué pides y buscas alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti (6).

Al trasluz de esta admirable oración, descubrimos cómo se dispone y per­

trecha el alma para afrontar cualquier prueba que pueda sobrevenir. Tanto el amor al sufrimiento como el mismo padecer constituyen las señales de iden­tidad del alma auténticamente enamorada de Dios. Juan de la Cruz apasio­

(2) Declaración de M. Magdalena del Espíritu Santo.

(3) Aunque se inspirara probablemente en la obra Subida del Monte Sión del franciscano Bernardino de Laredo, su experiencia personal está latente y patente en el «Gráfico-Poema», ya que el Santo ha hecho incontables veces a pie la subida desde Beas al Calvario (cfr. RUIZ SAL­VADOR, F.: «Introducción a San Juan de la Cruz», BAC, 279. Madrid, 1958, pág. 199, nota 16.

(4) EFREN DE LA MADRE DE DIos: San Juan de la Cruz, págs. 120-123 y 290-293.

(5) Cf. Subida, 1, 13, 10; Subida, 11, 8, 7; Subida, 111, 2, 12.

(6) Dichos de luz y amor, 1, 25.

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nado por el canto (7) y la música (8), entonó en el locutorio del Monasterio de Seas, en una de sus periódicas visitas, una estrofa predilecta de su Cánti­co, definitorio, todo él, de su altísimo ideal: Mi alma se ha empleado, / y todo

mi caudal en su servicio. / Ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio (9l.

El alma enamorada es un alma crucificada en la que, con frecuencia, es suficiente la inquebrantable confianza, como escribe el Santo a una señora atribulada: «Conviene que no nos falte cruz como a nuestro amado hasta la muerte de amor. Él ordena nuestras pasiones en el amor de lo que más que­remos, para que mayores sacrificios hagamos y más valgamos. Mas todo es breve, que todo es hasta el alzar el cuchillo y luego se queda Isaac vivo, con promesa del hijo multiplicado» (1 O).

Fray Juan describe al alma enamorada -y sin pretenderlo, se retrata a sí mismo- diciendo que «es blanda, mansa, humilde y paciente» (11). l\Jo puede sorprendernos -como aleccionadora anécdota- aquel sustancioso diálogo de Segovia donde queda reflejado en su hermosa interioridad. Cuan­do el Señor le pregunta qué quiere, en recompensa por sus servicios, Juan responde sin titubear: Padecer y ser menospreciado por Vos (12). El enamo­ramiento místico del Carmelita Reformador conlleva la más segura clave pa­ra adentrarnos en los grandes motivos de su ideal sufriente. Se trata de un requisito esencialmente necesario al alma enamorada: ciertamente, sin el «dolor-sufrimiento», su amor sería una vana quimera.

3. a. Grandeza evangélica del «Dolor-sufrimiento»

Lectores superficiales de su obra literaria e improvisados biógrafos han distorsionado la teología mística sanjuanista al desenfocar su concepción del padecimiento crucificador. En una palabra: al no reconocer los valores evan­gélicos de su doctrina se han quedado sin brújula y sin ruta para emprender cualquier itinerario. Confundir las ansias de sufrimiento del Santo con un há­bito masoquista vendría a ser una ridícula y colosal estolidez si no fuera an­tes paladina confesión de completa ignorancia.

(7) RUIZ SALVADOR. F.: ob. cit.

(8) P. CRISÓGONO DE JESUS: "Vida de San Juan de la Cruz», en Vida y Obras de San Juan de la Cruz, BAC, 15. Madrid, 1978, 10. a ed., cap. 20, págs. 325-326.

(9) CRISÓGONO: Vida, cap. 20.

(10) Obras completas. Edición y notas del P. José Vicente de la Eucaristía. Madrid, 1957. Epistolario, 10, pág. 1.126.

(11) Dichos de Luz y Amor, 1,27.

(12) CRISÓGONO: Vida, ed. cit., cap. 18, pág. 292.

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Tanto el limpio ejemplo como el magisterio hagiográfico de fray Juan de la Cruz nos están diciendo a gritos cómo tenemos que entender el aviso de Cristo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (13). El esfuerzo del eximio Místico de Castilla se centra en este

programático propósito: glosar la grandeza y sublimidad del misterio de la cruz que sigue siendo hoy como ayer escándalo y necedad, como denunció el Após­tol (14).

Pensamos que las tres razones sumariamente bosquejadas avalan la im­portancia del tema monográfico que abordamos en nuestro estudio. Siempre quedarán inevitables lagunas y numerosos flecos sueltos que convierten el tratamiento del mismo en cuestión abierta, susceptible de continuas matiza­ciones luminosas y enriquecedoras aportaciones. Nuestra sociedad secular en trance vertiginoso de configuración neopagana, rebosante de horrendas lacras morales y tarada en su entraña por increíbles degradaciones, huye de todo cuanto huele a dolor y sufrimiento.

Siente vértigo ante estos vocablos y ha renunciado al mensaje liberador de la Cruz de Cristo. Los católicos conscientes y responsables de una fe exi­gente vivida sin recortes mutilantes nos enfrentamos con el dolor para subli­marlo y divinizarlo. Es preciso recordar que, a propósito del dolor, como cualquier otra prueba, «lo divino humaniza a los santos» (15). Advertimos finalmente que en el presente estudio, nos ceñimos al aspecto religioso, teo­lógico y místico del dolor, orillando otras facetas humanas, psicológicas y cien­tíficas que no entran directamente en esta perspectiva.

11. JUAN DE LA CRUZ, EL GRAN SUFRIENTE

En este apartado deseamos abordar cuatro puntos que nos muestren la semblanza paciente de Fray Juan sin opacidades desfiguradoras. Será nece­sario despejar algunos prejuicios que calaron inverosímilmente en quien me­nos cabía esperar. A la luz orientadora de la teología católica resultará más

fácil hacer una exacta valoración de la cruz de Fray Juan, amigo, como po­cos, del padecer por Cristo.

(13) Mt., 8, 24.

(14) 1 Cor., 18.

(15) CAPANAGA, V.: San Juan de la Cruz. Valor psicológico de su doctrina. Madrid, 1950, pág. 108.

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1. Despejando prejuicios

El Místico Doctor, universalmente conocido por sus incomparables poe­mas, no ha tenido mucha suerte en grandes sectores del pueblo cristiano don­de nunca ha sido popular como lo son, por señalar algunos casos Antonio Abad, Antonio de Padua o Rita de Cascia. Pero los índices de aceptación en la religiosidad popular no son siempre producto de valores intrínsecos y si­

guen otros derroteros devocionales. Sobre ellos resaltan las motivaciones más profundas. De todos modos, nadie podrá arrebatar a Juan de la Cruz el purí­simo honor de ser Doctor de la Iglesia, y por tanto maestro universal de vida cristiana.

El juicio de Pío XI a declararle Doctor de la Iglesia, no puede ser más disi­pador de prejuicios: «Contienen sus escritos tanta doctrina y de tal modo se

acomodan a la capacidad del lector, que, justamente son tenidos por código y escuela del alma fiel que trata de emprender vida más perfecta (... l. Tanta ha sido la autoridad que, con el correr de los tiempos, ha adquirido San Juan de la Cruz en ascesis mística que teólogos y santos sin interrupción han en­contrado en él un maestro de santidad y de piedad, y de su doctrina y escri­tos han bebido al tratar de cosas de espíritu, como de fuente cristalina de sentido cristiano y de espíritu de la Iglesia» (16).

Por si alguien abrigara la más mínima duda o diera a estas palabras pon­tificias un simple valor coyuntural escuche el autorizado dictamen de Juan Pablo 11 en dos ocasiones muy calificadas: su alocución en Segovia con moti­vo de la visita pastoral a España, el 4 de noviembre de 1982, y la carta con ocasión del IV Centenario de su muerte. En la referida alocución se mostró bien explícito, y recogemos la cita:

Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe.

Sus análisis asombran al filósofo, al teólogo y hasta al psicólogo. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificado­ra del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue cons­ciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica al alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu (17).

(16) Cf. AAS, 18 (1926), 380.

(17) JUAN PABLO 11: Visita Pastoral a España. Texto completo de todos los discursos. Edi­torial BAC. Madrid, 1982, págs. 98-103 (homenaje a San Juan de la Cruz en Segovia, 4 no­viembre 1982).

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y en cuanto al documento conmemorativo del IV Centenario se formula en él una enseñanza central condensada así: Juan de la Cruz es guía magis­tral y perenne de los que buscan a Dios en el seno de la Santa Iglesia (1 B).

La posición de los Papas sobre la validez y vigencia de la doctrina sanjuanista no deja lugar, pues, a ningún género de suspicacias. Y no vale argüir que es­tas alabanzas oficiales aluden al núcleo del sistema ascético-místico del San­to Reformador, porque precisamente en el corazón de ese núcleo se halla siempre la cruz, el dolor, el sufrimiento, la abnegación. No tienen, por tanto, fundamento los prejuicios o reticencias por parte de ningún católico. Otros autores, dentro también de nuestro propio campo, nos ofrecen una interpre­tación deformada, no acertando a calar en los valores «aparentemente nega­tivos» que glosa el Santo a propósito de «la Cruz de Cristo», pero sumamente positivos cuando son examinados con prisma evangélico.

Extraña, por ello, que Sosa López escriba erróneamente: «San Juan de la Cruz se presenta como místico sometido. Esta circunstancia ha hecho que todo lo que sea enseñanza y sacrificio dentro de la Iglesia aparezca en su pen­samiento convertido en experiencia intelectual del amor» (19). También caen fuera de la órbita sanjuanista las extemporáneas reflexiones de Teilhard de Chardin, tal como las recoge Blondel: «Yo no sé si el P. Teilhard no da una interpretación demasiado simplificada y alterada del pensamiento de San Juan de la Cruz (... ). Está bien decir que debemos, en este mundo y con este mun­do, construir la materia divinizable; pero en definitiva, lo divinizable no se di­viniza realmente sin el fermento espiritual de la inmolación mística, por muy rudimentaria que ésta sea en algunos» (20).

Tiene tanto más mérito Baruzzi cuando valora, sin exagerar, desde su vertiente no católica, la aportación definitiva del Carmelita de Fontiveros:

San Juan de la Cruz alcanza en estas circunstancias una grandeza que se puede decir única en la historia de la espiritualidad cristiana. El acento, la sobriedad de su pensamiento y de su lenguaje, el rigor inflexi­ble con que rechaza cualquier clase de manejos le confieren una fisono­mía moral que se puede calificar de incomparable, en el sentido estricto de la palabra (21).

(18) JUAN PABLO 11: Carta Apostólica con ocasión del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz (Ecclesia núm. 2.508, 29-12-1990, págs. 18-19).

(19) SOSA LÓPEZ, E.: Poesía y Mística, Buenos Aires, 1954, pág. 66.

(20) Blondel et Teilhard de Chardin. Correspondance commentée par Henri de Lubac. Pa­rís, 1965, pág. 36 (cfr. RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 422, nota 9).

(211 BARUZI, J.: Saint Jean de la Croix et le problétne de lexperience mystique, 2. a ed. París, 1931, págs. 218-219.

EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ 19

En consecuencia, hay que colocar en su lugar adecuado toda la teología ascético-mística sanjuanista sobre el dolor y el sufrimiento para no distorsio­nar su sistema doctrinal caracterizado por un prodigioso equilibrio donde ca­da parte componente ocupa su sitio respectivo sin atrofiar a los demás factores integrantes.

2. La teología del «dolor-sufrimiento»

Para encuadrar las enseñanzas y el testimonio del Doctor Místico sobre este punto concreto, en la perspectiva bíblico-cristiana, necesitamos algu­nas premisas clarificadoras. No aludimos aquí al contexto socio-cultural que prescinde de la visión sobrenatural. Deberemos simplemente aceptar que la primera causa del sufrimiento humano está inscrita en nuestro tejido vital, en las potencialidades biológicas y en nuestra conciencia crítica que consti ­tuyen las energías de la vitalidad individual y social, provocando al mismo tiempo inseguridades y sufrimientos (22). La reacción del hombre de hoy en nuestra cultura occidental europea, al margen de la fe cristiana, ha sido des­crita por Davanzo con realismo dramático:

La mentalidad secularizadora que agudiza la tensión hacia las reali­zaciones terrenas, el mito del bienestar, la confianza en el poder tecnoló­gico, la creciente sensibilidad psicológica, son factores que provocan una mayor alergia a toda forma de sufrimiento, y una espera, a veces neuró­tica, de soluciones inmediatas. No se puede esperar ni se debe sufrir más; el consumismo y el uso excesivo de los fármacos, la repetición obsesiva de los exámenes clínicos, los intentos más temerarios, incluidos los rap­tos y los secuestros, son un indicio de lo que acabamos de decir. El re­curso a la droga, los atropellos y las violencias, incluso homicidas, por motivos políticos o por delincuencia común forman parte de esta menta­lidad de liberarse del sufrimiento cuanto antes y como sea (23).

Se ha hablado incluso de frustración existencial, y el psicólogo judío Vik­tor Frankl ha propuesto como remedio su famoso método logoterapéutico. Desde una vertiente bíblico-cristiana que es la propia de nuestro tema proce­de sentar algunas proposiciones fundamentales sin las cuales se haría ininte­ligible el lenguaje místico sobre el sufrimiento.

1. a • La respuesta bíblica sobre el comienzo del dolor sufriente y de la muerte del hombre apenas está esbozada, y es de difícil interpretación. El Génesis reacciona vigorosamente contra interpretaciones fatalistas o deter­

--~- DAVANZO, G.: Art. "Enfermo-Sufrimiento», en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, ed.

Paulinas. Madrid, 1983, págs. 425-427.

(23) Art, cit., ibidem, pág. 426.

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ministas de otros pueblos reafirmando la existencia de Dios único, creador, sabio, bueno y providente.

2. a . En consecuencia, el sufrimiento y la muerte no pueden ser queri­das por Dios, sino que se presentan como producto de una culpa y de una ruptura voluntaria en las relaciones del hombre con Él: de esta raíz pecami­nosa derivan todos los demás desajustes y desequilibrios morales.

3. a. La Biblia establece una correlación entre pecado, sufrimiento y muerte, sin que pueda inferirse de esta correlación que el pecado constituya la única causa, como si antes de la culpa el hombre hubiera estado hecho de una estructura fisiológica y psíquica distinta.

4. a . La reflexión teológica ha estimado siempre que el pecado supuso una complicación e hirió a la naturaleza humana, aunque no la cambió radi­calmente. La teología actual ha vuelto a plantear la problemática: el texto de

Gén. 2, 17, ¿es quizá una amenaza de muerte inmediata conmutada luego por una vida de sufrimiento a tenor de Gén. 3, 14-177

5. a . El Concilio Tridentino ratificó que la muerte es consecuencia del pecado pero evitó pronunciarse sobre la situación anterior al pecado (24). El Ritual reformado del Sacramento de la Unción utiliza esta expresión introduc­toria: no se puede negar que existe una estrecha relación entre la enferme­dad y la condición de pecado en que se encuentra el hombre. Para la doctrina católica, la enfermedad tiene su origen no sólo en la finitud de la criatura hu­mana, sino también en la corrupción introducida por el pecado en el mundo.

6. a. Toda catequesis cristiana debe tener en cuenta estos principios clarificadores evitando recurrir solamente al pecado original como única y ex­clusiva causa de sufrimiento y de muerte. Ni toda la culpa fue de Adán ni Dios deja de actuar como un Padre bueno y providencial con sus criaturas.

7. a . El mensaje bíblico pone de manifiesto una vinculación mayor en­

tre la creación y la redención. Dios Padre no nos ha hecho nacer culpables, sino que ha querido hacernos copartícipes de nuestra maduración salvífica. La oferta redentora se convierte en don gratuito porque supera con creces el costo de nuestras fatigas y nos hace deiformes (2 Pe 1,4).

8. a. Debemos tomar conciencia de que en el origen de nuestras faltas de madurez personal y de nuestras injusticias sociales está presente una si­tuación de pecado. La terapia salvífica prescrita por la Biblia parte siempre de una sincera conversión a Dios (25).

(24) Enchiridion Symbolorum, DZ, 1511.

(25) DAVANZO, G.: arto ch., ibidem., 427-429.

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EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ 21

Estos principios fundamentales son el punto de apoyo para una espiri­tualidad cristiana del dolor y del sufrimiento que constituyen una prueba para nuestra madurez humana y cristiana, al mismo tiempo que estimula una revi­sión de nuestra forma de ver la vida y de nuestro modo de comprender los caminos misteriosos de la Providencia, aceptándolos con rendida humildad. Así obraron todos los verdaderos místicos, y así obró, por supuesto, Juan

de la Cruz.

3. La dolorosa cruz de Fray Juan

El 28 de noviembre de 1568 se inaugura en Duruelo el primer convento de la Descalcez, en suma pobreza, calificado por Santa Teresa como «porta­lito de Belén que no me parece que era mejor». Se renuncia en este primer convento de la Reforma -vieja alquería abandonada - a la Regla mitigada y se comienza a vivir la primitiva, corregida por Inocencia IV, sin la mitiga­ción de Eugenio IV. Es precisamente en este histórico trance cuando fray Juan de Santo Matía trueca su apellido religioso por de la Cruz. A partir de este momento se llamará en el Carmelo Reformado fray Juan de la Cruz, y así pa­sará a la Historia de la Iglesia y a la Hagiografía. Evidentemente el cambio de nombre religioso supone un punto de arranque definitivo y un programa completo de espiritualidad.

Bosquejamos ahora a grandes trazos este difícil sendero sanjuanista que es la vía estrecha del Evangelio (26), de la cual jamás se saldrá un milímetro el Santo de Fontiveros que es «hombre de un solo ideal», absorbido por un exigente programa sumamente simplificado. Tanto sus escritos breves co­

mo sus comentarios y declaraciones se hallan al servicio fidelísimo de este ideal unificador y totalizante. La Cruz entendida como columna vertebral de todo el sistema sanjuanista es el núcleo predilecto de su doctrina ascético­mística. Es brújula, plano y ruta en su itinerario de carmelita «Reformador y Reformado» (27).

En su espiritualidad presidida y cohesionada por la cruz, encaja admira­blemente la tríada de las virtudes teologales como actitudes integradoras que purifican, unen y perfeccionan. Cuando hemos titulado este apartado con la expresión «la dolorosa cruz de fray Juan» nos referimos por supuesto a toda la trayectoria existencial hasta su muerte en Ubeda al toque de maitines de

una fría noche decembrina.

(26) Mat., 7, 14.

(27) EFREN, P.: ob. cit., pág. 125.

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Pero nada de negaciones masoquistas o deshumanizadoras en el estilo evangélico del humildísimo fraile descalzo. Todo lo contrario: aquí brilla la luz gozosa de la Pasión, y emergen con fuerza irresistible los resplandores trans­

formantes de la Resurrección. Juan de la Cruz es maestro universal del mé­todo teologal y «ha encargado a las virtudes teologales la interpretación del mundo y el establecimiento de las actitudes que debe tomar el hombre frente a él. Se hacen cargo de la vida moral ética, cultural y social» (28).

Es preciso descubrir y valorar la cruz de fray Juan de la Cruz, en el anver­

so y el reverso, para evitar absurdas dicotomías que nada tendrían que ver con la revelación bíblica y la doctrina católica. En virtud de su modo concreto de entender y vivir la cruz, el Doctor Místico es una personalidad encarnada, unificada e integrada. El veredicto de sus mejores analistas da, a nuestro jui­cio, en la diana: «San Juan de la Cruz tiene una visión concentrada de la vida cristiana. En lugar de comenzar por variedad de normas, establece un super­mandamiento que unifica, dirige e impulsa la vida del hombre habitualmente disgregada» (29).

Por todo ello la dolorosa cruz de fray Juan es también cruz jubilosa de exultación divina: es penumbra en el anverso e irradiación cegadora en el re­verso. Iba derecho a su principal objetivo cristiano: la purificación de lo nega­tivo y la adquisición de lo positivo. En el prólogo de Subida explica perfectamente cómo ha de ser la andadura evangélica en los caminos del Es­píritu:

Hay almas que es lástima que trabajan y se fatigan mucho, y vuel­ven atrás, y ponen el fruto del aprovechar en lo que no aprovecha, sino antes estorba, y otros que con descanso y quietud van aprovechando mucho.

Hay otras que, con los mismos regalos y mercedes que Dios les ha­ce para caminar adelante. Y otras muchas cosas que en este camino acae­cen a los seguidores de él de gozos, penas y esperanzas y dolores: unos que proceden de espíritu de perfección, otros de imperfección (30).

Lamentamos que K. Rahner no haya acertado a comprender el meollo de la ascesis mística cristiana, echando sobre ella severos reproches teológi­cos, bastante preconcebidos (31). Porque la teología sanjuanista sobre la cruz y las nadas sabe también que «Dios sigue siendo libre, aunque el hombre ha­

(28) RUlz SALVADOR, F.: ob. cit., págs. 471-472.

(29) RUlz SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 474.

(30) Subida, prólogo, 7.

(31) RAHNER, K.: "Pasión y ascesis. Sobre la fundamentación filosófico-teológica de la as­cética cristiana», Escritos de Teología, 111, págs. 72-101.

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ya cumplido perfectamente su renuncia y su despojarse a sí mismo hasta la muerte». Lo conoce mejor que nadie Juan de la Cruz, y no procede, en con­secuencia, la gratuita generalización rahneriana (32).

4. Muy amigo del padecer por Cristo

A través de lo dicho se justifica que fray Juan se mostrara tan ferviente amador y seguidor de la Cruz de Jesucristo, ya que veía en ella el camino

real de identificación con Él y la condición indispensable para participar de su gloria. Sus nadas, renuncias y negaciones deben ser examinadas a través de este prisma, para evitar una visión desenfocada.

En el pórtico mismo de la Subida, al pie del «Monte de la perfección» que tantas veces dibujó para sus monjas de Seas, ha colocado unos ilumina­dores versos programáticos como dura paradoja y exigente contraste: Para venir a saberlo todo, / no quieras saber algo en nada. / Para venir a gustarlo todo, / no quieras gustar algo en nada. / Para venir a poseerlo todo, / no quie­ras poseer algo en nada. / Para venir a serlo todo, / no quieras ser algo en nada (33).

Este «modo de tener al Todo» admite dos ópticas o lecturas: la bíblica y la teológica. Desde una perspectiva juánica supone la firme e indeclinable renuncia a <das tres concupiscencias» denunciadas por el cuarto evangelis­ta, cuando se refiere a <das pasiones carnales, el ansia de las cosas y la arro­gancia» (34). Desde el punto de vista teológico el planteamiento dilemático se fija sucesivamente a nivel de las tres actividades fundamentales del espí­

ritu, y, en último lugar, de la persona.

Hay perfecta correspondencia entre potencias y virtudes teologales: entendimiento-fe (saber) memoria-esperanza (poseer), y voluntad-caridad (gustar) (35). He ahí el triple frente de combate del que nunca debe desertar el soldado de Cristo: la sed insaciable de gozar en placeres desordenados; la fiebre posesiva de tener bienes materiales y el ansia ambiciosa de ser y figurar ante el mundo. Juan de la Cruz como estratega consumado dirige su artillería pesada contra los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne, mediante una lucha denotada, dirigida a la victoria total.

Muy amigo del padecer se nos muestra en toda ocasión este perfecto ama­dor de la cruz de Jesucristo. Y muy explícito a la hora de señalar, sin amba­

(32) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 425, nota 14.

(33) Subida del Monte Carmelo. Edic. Vicente, pág. 82.

(34) 1. a Jn., 2, 16.

(35) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 430.

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ges, el gran riesgo de hacer compatible lo que de suyo es irreconciliable: «Así, el que quiere amar otra cosa juntamente con Dios, sin duda es tener en poco a Dios, porque pone en una balanza con Dios lo que sumamente dista de Dios» (36). La vía del padecimiento o sufrimiento cristiano se recorre en so­ledad y silencio como necesaria atmósfera: «El alma que desea a Dios, la com­

pañía de ninguna cosa le hace consuelo; antes hasta hallarle, todo hace y causa más soledad» (37). La razón es patente: «Porque es imposible ir apro­vechando sino haciendo y padeciendo virtuosamente, todo envuelto en si­lencio» (38).

El ideal sanjuanista sobre el sufrimiento es a la vez incentivo estimulante y resonador testimonial: le mueve a actuar en seguimiento de Cristo crucifi­cado, pero cristaliza a la vez como suave fruto de su constante abnegación. Ruiz Salvador ha llamado al sistema sanjuanista nueva fórmula:

Nueva fórmula: unión del hombre con Dios en Jesucristo por medio de la fe, la esperanza y la caridad. La expresión es adecuada. Basta inte­grarla con dos facetas complementarias: la unión implica negación; las virtudes teologales culminan en la contemplación.

Resumiendo, tenemos siete elementos. De ellos tres son persona­les: Dios, el hombre, Jesucrito. Dos funciones: unión y negación. Dos medios: virtudes teologales y contemplación (39).

Amigo del padecer por Cristo o más exactamente, amigo y amador de Cristo paciente, de Cristo sufriente, de Cristo Crucificado. Sin la persona de Cristo ni el sistema sanjuanista se tiene en pie ni el sendero de las tres nadas conduce a ningún lugar. Porque ausente Cristo de su espiritualidad todo se diluye y evapora. Lleva razón uno de sus perspicaces estudiosos: «El centro de sus alegrías y el gozo de su esperanza acá en la tierra era la santísima hu­manidad de Cristo. Su devoción era tiernísima y diríamos que su espirituali­dad tiene como eje a Cristo, Camino, Verdad y Vida» (40). Desde este ángulo se ilumina con intensos destellos la dolorosa cruz de fray Juan de la Cruz.

(36) Subida, 1, 5, 4.

(37) Cántico espiritual, 35, 3.

(38) Ep. 7. Ed. Vicente, pág. 1.121.

(39) Huiz SALVADOR, F.: ob. cit., págs. 280-281.

(40) EFREN DE LA MADRE DE DIos: ob. cit., pág. 277.

---EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ 25

111. EL DOLOR DE LAS PURIFICACIOI\IES EN EL SISTEMA DOCTRINAL SANJUANISTA

En la doctrina y espiritualidad del Santo Carmelita -como ocurre en to­dos los místicos artífices de valioso legado Iiterario- la necesidad de la puri­ficación de las potencias es total y urgente. En el largo camino que el alma debe recorrer para alcanzar la santidad, el proceso purificador va insepara­blemente unido al de su iluminación progresiva y al de la intensidad de su unión con Dios.

Pero se da siempre una relación íntima entre ellos: a medida que el alma

se va purificando más y más, se aumentan proporcionalmente sus luces y

su amor (41). Juan de la Cruz ha dejado magistralmente expuesta esta doc­trina. Nos interesa sobremanera glosarla sumariamente porque en ella se in­serta la función del dolor y del sufrimiento como alma y eje de la misma purificación, dolorosa por naturaleza, y santificadora por exigencia.

El fundamento teológico de las purificaciones es claro e indiscutible. Co­mo la gracia no excluye de por sí sino el pecado mortal, deja al hombre que la recibe con todas las imperfecciones naturales y adquiridas que tenía en

el momento de la purificación. Todo este lastre supone una verdadera rémo­ra obstaculizadora de la perfección. Lo explica luminosamente Santo Tomás de Aquino: «Cuando el hábito sobrenatural deje de encontrar en su ejercicio la resistencia del hábito natural contrario, el acto virtuoso se producirá con facilidad y sin esfuerzo, con verdadero deleite y agrado de la potencia co­rrespondiente» (42).

De ahí surge la imperiosa exigencia de una honda purificación de las po­tencias del alma y de las facultades sensitivas que es donde arraigan los ma­

los hábitos e inclinaciones viciosas. Hay que despojarse enteramente de todos esos resabios del pecado que impiden o dificultan en mayor o menor grado la perfecta unión con Dios, en la cual consiste la santidad. En este proceso de purificación intervienen Dios y el hombre, aunque en distinta medida y de modo diverso. San Juan de la Cruz explica magistralmente el aspecto doloro­so de estas purificaciones sin las cuales no se da la perfecta caridad ni la san­tidad cristiana.

141) Royo, A.: «Teología de la perfección cristiana», BAC, 114. Madrid, 1962, 4. a ed., págs. 346 y sigs.

142) SUMA TEOLÓGICA, 1-11, 65, 3 ad 2 et 3.

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26 ANDRÉS MOLINA PRIETO

A) Función iluminadora de las purificaciones

La purificación activa -la que el hombre lleva a cabo con la ayuda de

la gracia - se extiende a los sentidos externos y a los sentidos internos, a

las pasiones y a las potencias del alma, es decir, a todo el entramado psico­somático de la naturaleza humana. La teología católica se ha apoyado siem­

pre en los textos revelados para hablar de estas purificaciones. El apóstol Pablo

es bien explícito: «Castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre, no sea que habiendo sido yo heraldo para los otros, resulte descalificado» (43). y recal­

ca: Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus vicios y concupis­cencias (44).

Fray Juan de la Cruz insiste en la doctrina paulina y la glosa dando razo­nes profundas relacionadas con la divina unión. El sentido de la parte inferior del hombre no es ni puede ser capaz de conocer o comprender a Dios como Dios es. Ni la voluntad puede emplearse en Dios poniendo su gozo sólo en Él «si no es purgándose y oscureciéndose del gozo acerca de este género co­mo de los demás» (45). Las criaturas son «meajas que cayeron en la mesa de Dios», dice hermosamente el Místico Doctor (46). y añade con acento ca­

tegórico: Para comenzar a ir a Dios, se ha de quemar y purificar todo lo que es criatura con el fuego del amor a Dios (47). Cuando habla a los principian­tes, obviamente, insiste más en las purificaciones activas o renuncias de ab­negación para suprimir obstáculos que impiden la libre marcha hacia el encuentro con Dios, pero una vez ha supuesto que el alma se halla en dispo­sición de no negar nada al Señor, le avisa sobre la próxima llegada de la no­che purificadora en la que Dios se reserva la mejor parte. He aquí, gráficamente descrito, el comienzo de la prueba dolorosa:

Al mejor tiempo, cuando más a su sabor y gusto andan en estos ejer­cicios espirituales y cuando más claro a su parecer les luce el sol de los divinos favores, oscuréceles Dios todo esta luz y ciérrales la puerta y ma­nantial de la dulce agua espiritual que andaban gustando en Dios todas las veces y todo el tiempo que ellos querían, y los deja tan a oscuras, que no saben dónde ir con el sentido de la imaginación» (48).

El Santo desarrolla de manera exhaustiva la doctrina teológica y ascético­mística de las purificaciones utilizando la más variada simbología y símiles

(43) 1. a Cor., 9, 27.

(44) Gál., 5, 24.

(45) Subida, 111, 24, 2 Y 3.

(46) Subida, 111, 6, 3.

(47) Subida, 1, 2, 2.

(48) I Noche, 2, 2.

27

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de enorme valor pedagógico. Se trata de una impresionante experiencia que se presenta como la hora de la verdad y de la madurez, dentro de su aparente «negatividad» eminentemente positiva y fecunda. Juan de la Cruz es un ex­pertísimo director.de almas que ha buceado en todos los mares y ha sabido nadar contra las más sinuosas corrientes.

Como maestro y pedagogo del espíritu conoce experimentalmente el in­menso daño que se irriga a las almas por diversos motivos, confesando con sencillez por qué escribe la Subida-Noche: «Para escribir lo cual me ha movi­do (... ) la mucha necesidad que tienen muchas almas; las cuales comenzan­

do el camino de la virtud y queriéndolas Nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante; a veces por no querer entrar o dejarse entrar en ella, a veces por no se enten­der y faltarles guías idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre» (49).

Es importante subrayar que las tres señales famosas con que el santo distingue la presencia de la noche -imposibilidad de meditar, amor estimati­vo y aridez (50) - revisten mayor eficacia en una espiritualidad de interiori­zación. Esta situación semeja un oscuro túnel por donde el alma avanza sin saber cómo, y convencida, a menudo, de dar pasos regresivos. Todas las pu­rificaciones de cualquier signo que sean tienen una eficaz función iluminado­ra. y sobre todo, despejan el camino al discípulo de Cristo, perseverante en su búsqueda de Dios, cuando se decide a ser de veras «espiritual» y no car­nal. Por eso afirma el autor de Subida: «Como el alma se acabe de purificar y vaciar de todas las formas e imágenes aprensibles, se quedará en esta pura y sencilla luz» (51).

¡Iluminación esplendorosa de las purificaciones cuando más cree el ca­minante que anda perdido en la noche! ¡Paradojas a lo divino que van levan­tando anclas para las más rápidas singladuras! El alma purificada por la ascesis más exigente con el auxilio de la gracia, queda abrillantada, iluminada y tras­cendida. Las expresiones sanjuanistas para expresar esta fulgurante realidad se acumulan pleonásticamente para resaltar los admirables efectos transfor­mativos.

B) Naturaleza de la «noche oscura»

Para Dámaso Alonso desde la «ladera literaria» en que él profesionalmente se coloca, la belleza conceptual de las dos noches del sentido y del espíritu

(49) Subida, Prólogo, 3.

(50) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 528.

(51) Subida, 11. 15, 4.

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28 ANDRÉS MOLINA PRIETO

constituyen la máxima creación ideológica de San Juan de la Cruz (52). El hilo unificante de nuestro estudio es el «dolor-sufrimiento», y esta básica re­ferencia es la que buscamos en la Noche oscura, como en toda la obra litera­ria sanjuanista. Si Subida tiene un solo eje que son en su cara negativa las

nadas, y en la positiva la unión de amor con Dios, Noche que es producción complementaria representa el cénit de la expresión simbólica, la línea mante­

nida del simbolismo central «sin acarrear nuevos elementos simbólicos ni re­currir a trasvases categoriales» (53).

Desde nuestra clave temática del «dolor-sufrimiento» como pieza inte­grante del sistema sanjuanista nos fijamos en el camino estrecho de la No­che oscura cuyo hondo simbolismo queda aclarado casi al comienzo de Subida:

Por tres cosas podemos decir que se llama noche este tránsito que hace el alma a la unión de Dios. La primera, por parte del término de don­de el alma sale; porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimien­to, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida (54).

Ya en este enjundioso texto atisbamos el puesto predilecto del amor do­liente que revela en el poema sanjuanista su íntima realidad. La «Noche de la fe» -apostilla Ruiz Salvador en su completo análisis- es un programa di­vino ya en acto, porque se trata de hallar a Dios en la forma concreta y sacra­mental de la existencia (55). La teología sanjuanista de la «Noche» es profunda, compleja, exuberante y orientadora. Por otro lado, encierra tam­bién una honda y enriquecedora visión de la psicología humana. Examinemos el texto:

Llamamos aquí Noche a la privación del gusto en el apetito de todas las cosas, porque así como la noche no es otra cosa, sino privación de la luz y, por el consiguiente, de todos los objetos que se pueden ver me­diante la luz, por lo cual se queda la potencia visiva a oscuras y sin nada, así también se puede decir la mortificación del apetito noche para el al­ma, porque, privándose el alma del gusto del apetito en todas las cosas, es quedarse como a oscuras y sin nada (56l.

(52) ALONSO, D.: La poesía de San Juan de fa Cruz. Desde esta ladera. Madrid, 1946, pág. 120.

(53) Hurz SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 208.

(54) Subida, 1, 2, 1.

(55) Hurz SALVADOR, F.: ob. cit., págs. 528 y sigs.

(56) Subida, 1, 3, 1.4.

EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ 29 _"'-",.>o¡,;.~

Sin duda el Místico Doctor ha elevado el paradigmático tema de la No­che a «una precisión inigualada», apuntando con iluminada sagacidad tres motivos de oscuridad: 1. o se esfuma en mundo visible; 2. o la fe se encarga de depurar convicciones superficiales; 3. o Dios se retira sensiblemente, de­jando el alma en orfandad aparente.

Desde esta irradiante oscuridad -aunque resulte provocativa la paradoja - el místico se purifica y avanza levantando como bandera la ley

de la renuncia en lo que se refiere a regusto sensitivo y adherencia viscosa del apetito (57). La naturaleza de Noche hay que conocerla por sus efectos: la dicha noche de contemplación purificativa hizo adormecer y amortiguar en la casa de su sensualidad todas las pasiones y apetitos (58).

La noche oscura r...) de todas estas imperfecciones limpia el alma y la purifica (. .. ) Pone Dios en la noche oscura a los que quiere purificar de todas estas imperfecciones para llevarlos adelante (59). El «dolor-sufrimiento» de­sempeña una tarea esencial en esta labor purificativa. El alma camina en la oscuridad con amor doliente sintiéndose instruida y confortada entre los res­quicios de la prueba. De nuevo surge en la pluma pedagógica sanjuanista la imagen o metáfora aleccionadora:

Así como el caminante que, para ir a nuevas tierras no sabidas, va por nuevos caminos no sabidos ni experimentados, que camina no guia­do por lo que sabía antes, sino en dudas y por el dicho de otros; y claro está que éste no podrá venir a nuevas tierras ni saber más de lo que an­tes sabía si no fuera por caminos nuevos nunca sabidos y dejados los que sabía.

Ni más ni menos, el que va sabiendo más particularidades en un ofi­cio o arte siempre va a oscuras, no por su saber primero, porque si aquél no dejase atrás, nunca saldría de él ni aprovecharía en más. Así de la misma manera, cuando el alma va aprovechando más, va a oscuras y no sa­biendo (60).

El lenguaje figurativo del Santo se crece y supera cuando se trata de ex­ ..,....... _-',;...­

plicar con certero tino en qué consiste la Noche, cuáles son sus funciones y qué sacrificio doloroso reclama del alma dispuesta a internarse entre sus

negras espesuras. Comenta Ruiz Salvador: «El poema de la Noche oscura in­cluye también la unión (... ). Queda siempre una tela por romper. Aumentan

(57) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., págs. 532-533.

(58) Noche, Declar., 2.

(59) Noche, 1, 16,7.

(60) Noche, 11, 16, 9.

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30 ANDRÉS MaLINA PRIETO --_._-_._.. _-~~-

las ansias y el dolor sereno, porque la tela es transparente y permite vislum­brar una presencia que no se concede todavía» (61).

C) Dimensiones principales

Los más conspicuos comentaristas de la doctrina mística del Doctor Car­melita discuten sobre la amplitud o polivalencia que tiene la «Noche oscura» en el sistema sanjuanista. No vamos a terciar en estas controversias que a menudo resultan más terminológicas que conceptuales. Es decir, se discute sobre la significación de un vocablo más que sobre los contenidos esencia­les. Orillamos, por su irrelevancia, estas querellas que además no entran en nuestro tema. Nos interesa sobre todo -ya quedó dicho- en qué consiste y qué aspectos abraza, o sea, cuáles son sus dimensiones o aspectos prin­cipales.

y el Místico Doctor lo expone insistentemente en sus Declaraciones. Co­mo hebra de oro que aglutina sus consideraciones está patente el padecer sufriente, el dolor que abrillanta: En el padecer se van ejercitando y ganando

las virtudes y purificando el alma (62). Siguiendo a Ruiz Salvador sobresalen tres facetas más operativas.

1. Dimensión dinámica. - La «Noche» adquiere efectos sorprendentes como explica su autor: «Esta ligereza (rapidez) en amor que tiene el alma en este grado, es por estar ya muy dilatada la caridad en ella, por estar aquí el alma poco menos que purificada de todo» (63). Los empujes dinámicos de la gracia purificadora actúan tan eficientemente que son llamados por fray Juan embestimientos divinos y gloriosos (64) por su capacidad depurativa, aunque su campo es muy amplio: «y no conoce el alma las riquezas (oo.) de

la llama (oo.) hasta tanto que esta llama acabe de purificar el alma» (65). Pero

el dinamismo de la gracia se aúna con el esfuerzo ascético del hombre en compacta simbiosis que no es justo ignorar: «Por aislar demasiado los aspec­tos, la sección activa ha quedado en ascética de puro esfuerzo, de austeri­dad sin límites; la pasiva se hace tan exclusivamente pasiva que pierde contacto con la vida real, para convertirse en experiencia de algunos privile­

(61) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 534.

(62) Noche, 11, 16, 9.

(63) Noche, 11, 20, 1.

(64) Llama, 1, 35.

(65) Llama, 1, 23 .

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giados contemplativos» (66). Por este motivo la faceta dinámica de la l\Joche presupone la libre correspondencia de la criatura.

2. Dimensión psicológica. - La distinción sanjuanista entre noche sen­sitiva, o de los sentidos, y noche espiritual, o del alma en sus potencias, no sólo ofrece fina precisión conceptual, sino que sirve de fundamento a toda la estructura íntima del poema. Quizá una de las más grandes intuiciones san­juanistas resida en salvar y partir siempre de la in disociable unidad antropo­lógica entre cuerpo y espíritu. El dolor de las pruebas místicas tiene una

innegable dimensión psicológica o mejor unitariamente antropológica, ya que

«la renuncia en el sentido no es aniquilación de percepciones o sensaciones externas. Se trata de educar la voluntad y mortificarla en estas actividades».

Todo lo más deforme y desviado en las potencias inferiores deviene un poderoso medio de purificación si la voluntad lucha «porque en tanto que los

resiste, gana fortaleza, pureza, luz y consuelo y muchos bienes» (67). Los primeros movimientos radicados en la parte más sensible del hombre, una vez controlados y no permitidos «ningún mal de los dichos causan al alma».

3. Dimensión vital. -Es obvio que la Noche se extiende a todo el cam­po de la actividad del hombre estando más en el sujeto que en los objetos de su voluntad y deseo. No se circunscribe, pues, a un aspecto circunstan­cial transitorio, sino a un período cronológico. Para describir esta dimensión o vertiente, el Santo utiliza el símil o imagen del vaso:

... Así como un subido licor no se pone sino en un vaso fuerte, prepa­rado y purificado, así esta altísima unión no puede caer en el alma que no sea fortalecida con trabajos y tentaciones y purificada por tribulacio­nes, tinieblas y aprietos; porque por lo uno se purifica y fortalece el sen­tido y, por lo otro se adelgaza y purifica y dispone el espíritu (68).

Se prepara así a una dolorosa y laboriosa lucha que implica tres maneras de padecimientos: trabajos y desconsuelos (de parte del siglo); tentaciones y sequedades (de parte del sentido); tribulaciones y tinieblas (de parte del espíritu). Por tanto, las pruebas de la Noche tienen carácter vital-existencial. Urbina ha hecho un buen diagnóstico:

En las dos etapas fundamentales, noche del sentido y del espíritu, el hombre pasa de una manera de ser, de vivir, de estar en el mundo, de habérselas consigo, y con los demás seres y con Dios, a otra manera nueva. La «negación y mortificación» de la primera es una disposición

(66) Huiz SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 538.

(67) Subida, 1, 12, 6.

(68) Llama, 2, 25.

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32 ANDRÉS MaLINA PRIETO --------- _-- __ _­__ .

para que se realice la segunda. De aquí el carácter negativo y positivo de la noche.

Como la manera de ser y vivir y de abrirse a la realidad en el hombre es afectiva e intelectiva, de aquí que esta purificación nocturna tenga dos aspectos. Un aspecto efectivo más puesto a la luz en el primer libro de la Subida, cuyo carácter es notablemente afectivo: purificación de la afec­tividad sensible de los apetitos a las criaturas corporales del mundo (... ) y un aspecto intelectivo principalmente destacado en el segundo libro (al tratar del entendimiento), y en el tercero (al estudiar la purificación de la memoria). El tratado de la noche pasiva participa de ambos aspec­tos. La contemplación es luz y calor, noticia y amor (69).

D) Iluminación por la fe

Es probablemente la palabra más usada en el vocabulario sanjuanista si

tenemos en cuenta las concordancias lexicales (70). La fe no sólo hace noti­cia y ciencia sino que priva de otras cualesquiera noticias y ciencias. Aunque

es nube oscura y tenebrosa da luz al alma. Fray Juan exclama: la noche de la fe será mi guía (71). El tratamiento teológico de la fe como experiencia

ascético-mística ocupa un vastísimo panorama en el Santo Carmelita que no

nos incumbe presentar aquí, sino en cuanto afecta a las purificaciones dolo­

rosas de su coherente sistema doctrinal.

El alma - repetirá por activa y por pasiva - ha de sentarse a oscuras pa­

ra ser bien ganada por la fe; se acerca el alma a la unión por medio de la fe,

que también es oscura, y de esta manera le da admirable luz (72).

En el proceso de la santificación del alma, la función esencial de la fe

es indicarnos el origen, el camino y el fin, es decir, de dónde partimos, por

dónde vamos y a dónde nos dirigimos. Como al Místico Doctor le tocó vivir

una época caracterizada por un ambiente de fe honda y confiada, todo su

afán fue depurarla de añadidos postizos o adherencias deformantes. En este

sentido el vocabulario de Noche cuenta con severos verbos desintegradores

orientados a la purificación: deshacer, desnudar, despojar, limpiar, descocer,

desollar, derretir y otros afines muy empleados a sus Comentarios y Declara­ciones (73) .

(69) URBINA, F.: La persona humana en San Juan de la Cruz, págs. 49-50.

(70) L. DE SAN JOSE: Concordancias de las obras V escritos de San Juan de la Cruz. Bur­gas, 1948, págs. 462-469. Ningún otro término de las Concordancias ocupa más espacio.

(71) Subida, 11, 3, 5.

(72) Subida, 11, 4, 6.

(73) RUlz SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 330.

33 EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ

Precisamente si su ejercicio resulta a veces tan doloroso, se debe a esta ardua y costosa tarea purificadora. En tres sustanciales textos, el eximio Maes­tro nos traza la radiografía sintética de la fe teologal. Merece la pena medi­tarlos para apreciar la cascada luminosa que nos transmite, dentro de su oscuridad esencial.

La fe nos da y comunica al mismo Dios (74).

Dios es la sustancia de la fe (75).

Para que el entendimiento esté dispuesto para esta divina unión, ha

de quedar limpio y vacío de todo lo que puede caer en el sentido, y desnudo

y desocupado de todo lo que pueda caer con claridad en el entendimiento, íntimamente sosegado y acallado, puesto en la fe, la cual es sólo el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios (... ). Y así por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo enten­dimiento. Y, por lo tanto, cuanta más fe el alma tiene, más unida está con Dios (76).

Urge dejar a un lado toda certeza y seguridad personal «sólo estribando en pura fe y subiendo por ella a Dios» (77). No sólo la fe es escala, sino que al final de la escala está Dios en quien se arrima y estriba (78). Gran parte de la problemática moderna sobre la vivencia de la fe y sobre posiciones ateís­tas recibirían una positiva iluminación acudiendo al Doctor Místico obsesio­nado con la necesidad de purificar las falsas imágenes sobre Dios en un progresivo despojo interior. Ha advertido Oeschslim: «La purificación que en­

seña, para ser eficaz, no se limita al solo ámbito de la inteligencia. Abarca todo el ser, incluida la parte sensible, y supone una orientación total hacia

la unión con Dios» (79).

La característica personal de la fe es en el magisterio sanjuanista la per­

sonalidad de su contenido. Porque Dios mismo se oculta en la fe y se revela en ella como Trinidad de personas: Así como Dios es infinito así ella nos le propone infinito. Y así como es Trino y Uno, nos le propone ella Trino y Uno (80). El recorrido de la fe a través del itinerario cristiano es la mayor ga­

(74) Cántico espiritual, 1, 10.

(75) Cántico espiritual, 12, 4.

(76) Subida, 11, 1. 1.

(77) Subida, 11, 9, 1.

(78) Noche, I\, 18, 4.

(79) OECH5L1N, R. L.: «Purification de la foi d' apres l' experience des rnvstiques», Vie Spi­rituelle, 116 (1967), 274-275. (Cfr. Rurz SALVADDR, ob. cit., pág. 334).

(80) Subida, 11, 9, 1.

34 ANDRÉS MaLINA PRIETO

rantía del creyente, la máxima certidumbre y el gozo supremo. Ella hace po­sible una auténtica vida teologal. Subrayamos tan sólo la siguiente idea

principal. San Juan de la Cruz califica el padecer doloroso con términos de fe y amor. Por este motivo habla de penas oscuras y amorosas: «En medio de estas penas oscuras y amorosas siente el alma cierta compañía y fuerza

en su interior, que la acompaña y esfuerza tanto, que, si se le acaba este pe­

so de apretada tiniebla, muchas veces se siente sola, vacía y floja» (81). Aquí radica el fino dolor que experimenta el alma creyente.

IV. LA BÚSQUEDA PACIENTE COMO ACTITUD INTEGRADORA

Se ha insistido en resaltar que Juan de la Cruz es un hombre absorbido por un ideal excluyente: la unión más estrecha posible con Dios utilizando todos los medios a su alcance como fidelísimo hijo de la Iglesia y como Car­melita «reformado-reformador». Desde el paso trascendental de Duruelo ha emprendido una ardiente y paciente búsqueda que traduce de este modo: «¡Oh Señor, Dios mío! ¿Quién te buscará con amor puro y sencillo que te deje de

hallar muy a gusto y voluntad, pues tú te muestras primero y sales al encuentro

a los que te desean?» (82).

Es una búsqueda incansable porque está motivada por un amor que no

se sacia: «El alma que anda en amor, ni se cansa ni cansa (oo.). Con verdad 1:; . se podrá decir que esta alma está aquí vestida de Dios y bañada en divinidad,

y no como por cima, sino que en los interiores de su espíritu (.00) experimenta lo que David dice de los que así están allegados a Dios» (83). En este cuarto apartado queremos analizar la índole y notas distintivas de esta admirable bús­queda sanjuanista, es decir, su mística peregrinación. Tres claves se dan a nuestro entender, en esta marcha ascendente. Son las siguientes: 1. a los mo­vimientos totales del alma, lanzada unitariamente a la consecución de su fin supremo; 2. a la irresistible fuerza unificadora de la llamada tríada o terna teo­logal: fe, esperanza y caridad; 3. a la búsqueda dolorosa como actitud armó­nicamente integradora.

El «dolor-sufrimiento» ha de ser encuadrado o insertado dentro de esta ardiente e incansable búsqueda, común sin duda a todos los místicos, pero

con matices diferenciadores en cada uno. Tal es la grandeza de la gracia divi­na que se adapta y ajusta a cada individualidad concreta según su propia e

(81) Noche, 11, 11,7.

(82) Dichos de luz y amor, 1, 2.

(83) Cántico espiritual, 26, 1.

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instransferible idiosincrasia. Fray Juan sabe muy bien todo esto y por eso ofre­ce doctrina general de permanente vigencia.

1. a. Los movimientos «totales» del alma en la doctrina sanjuanista. ­A propósito de estos movimientos totales o también «actitudes integrado­ras» (84), los textos sanjuanistas son tan explícitos como aleccionadores. Dejemos a un lado su concepción antropológica y psicológica de acuerdo con la formación teológica que ha recibido y de la cual se vale cuando expone su doctrina. Fray Juan sostiene, coherente con una doctrina tradicional, que las tres virtudes teologales -fe, esperanza y caridad -, corresponde a las

tres potencias como sus propios objetos sobrenaturales. Se empeña en ex­plicar cómo las tres virtudes citadas «hacen el mismo vacío y oscuridad en

cada una de sus potencias: la fe en el entendimiento, la esperanza en la me­moria, y la caridad en la voluntad». Sentado este principio, que condensa de algún modo su antropología teológica, el Santo continúa:

y después iremos tratando cómo se ha de perfeccionar el entendi­miento en la tiniebla de la fe, y cómo la memoria en el vacío de la espe­ranza, y cómo también se ha de enterar la voluntad en la carencia y desnudez de todo afecto para ir a Dios (85).

¿En qué sentido son las potencias «movimientos totales del alma» hacia Dios si guardan conexión con la tríada teologal? Aunque es verdad que cier­tas críticas actuales dirigidas contra las llamadas facultades psicológicas de

los escolásticos, se apoyan hipotéticamente en una división demasiado rígi­

da entre las funciones del alma humana (86), queda en pie, por lo que toca al Doctor Místico, el juicio de su mejor biógrafo: «No hay cosa que más gran­

de me parezca en el sistema místico de San Juan de la Cruz que ese reducirlo todo a las tres virtudes teologales: fe, para la inteligencia; esperanza, para

la memoria; caridad, para el corazón» (87).

Su concepción teológica es suficientemente clara, y no permite, por ello, ningún equívoco. El organismo de la vida sobrenatural que incluye en su pro­pia estructura unitaria, la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, tiene una radical tendencia totalizante en virtud de la cual engloba o asume todos los movimientos disgregadores. El Santo se expresa con meridiana claridad:

(84) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., págs. 449-453.

(85) Subida, 11, 6, 1.

(86) TRUEMAN DICKEN, E. W.: El crisol del amor, pág. 386. Cfr. RUIZ SALVADOR, pág. 450.

(87) CRISOGONO, P.: Escuela mística carmelitana. Madrid, 1930, pág. 29.

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Porque la fe vacía y oscurece el entendimiento de toda su inteligen­cia natural, yen esto le dispone para unirle con la Sabiduría divina. Y la esperanza vacía y aparta la memoria de toda posesión de criatura, por­que como dice S. Pablo, la esperanza es de lo que no se posee (Rom. 8, 24); y así aparta la memoria de lo que se puede poseer, y pónela en lo que espera. Y por esto la esperanza de Dios sola dispone puramente

a la memoria para unirla con Dios.

La caridad, ni más ni menos, vacía las aficiones y apetitos de la vo­luntad de cualquiera cosa que no es Dios, y sólo se los pone en él; así esta virtud dispone esta potencia y la une con Dios por amor. Y así, por­que estas virtudes tienen por oficio apartar al alma de todo lo que es me­nos que Dios, lo tienen consiguientemente, de juntarla con Dios (88).

Aparecen aquí los tres grandes movimientos de nuestro psiquismo su­perior -intelectivo, aprehensivo, volitivo - que como triple palanca impul­san al alma en una dirección o en otra. Si las tres potencias coinciden en la adquisición de su objeto, se dará una convergencia totalizadora de máxima eficacia. Si hay disfunción o dispersión, el fruto quedará mermado e incluso frustrado. Ahora bien, la pena convergencia de las tres potencias es una rea­

lidad cuando cada uno obedece a su respectiva virtud teologal, dejándose

conducir por ella como certera guía. El Místico Doctor es tajante: Sin cami­nar a las veras con el traje de estas tres virtudes es imposible llegar a la per­fección de unión con Dios por amor (S9). Sea cual fuere la doctrina psicológica que se profese en torno a las tres potencias - hoy muchos filósofos y psicó­logos añaden la cuarta, constituida por la afectividad (90) - no será fácil ne­gar su enorme fuerza integradora en la existencia de una persona. Porque aun concediendo que se tratara «de un pequeño tributo que S. Juan de la Cruz paga a las exigencias del análisis teológico y psicológico» (91) es innegable el fundamento en que se apoya, y la utilidad que reporta. La doctrina tomista sobre las virtudes infusas -como hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar según el dictamen de la ra­zón, iluminada por la fe (92) - guarda íntima conexión especificadora con las potencias del alma: «Como de la esencia del alma brotan sus potencias que son principios de operación, así también de la misma gracia brotan las virtu­

des en las potencias del alma por las cuales esas potencias se mueven a los actos sobrenaturales» (93).

(88) Noche, 11, 21,11 ..

(89) Noche, 11, 21,12.

(90) ROlOAN, A.: Metafísica del Sentimiento. Madrid, 1956. (91) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 451.

(92) SUMA TEOlOGICA, 1-11, 110, 4 ad 1.

(93) SUMA TEOlOG!CA, 1-11, 55.

2. a. La fuerza unificadora de la tríada teologal. -Si los movimientos de alma revisten carácter de totalidad en una persona existencialmente unifica­da, tanto por razón del ideal que persigue como por la intensidad del esfuerzo que despliega, se impone una obvia conclusión: la fuerza integradora de la tríada teologal. Por otra parte, el Místico Doctor no sólo pone en estrecha relación potencias y virtudes, sino que aun dentro de éstas afirma un rígido paralelismo. El texto es inequívoco: «Cuanto más el alma se quiere oscurecer acerca de todas las cosas exteriores e interiores que puede recibir, tanto más se infunde de fe, y por consiguiente, de amor, por cuanto las tres virtudes teologales andan en uno» (94).

Además de la relación vinculadora o conexiva, lo importante en el siste­ma doctrinal sanjuanista es entender cómo se corresponden o acoplan las virtudes teologales y sus respectivas funciones. Basándose en los mismos textos (95l, Ruiz Salvador establece este esquema de acoplamiento:

al Fe-oscuridad-visión.

b) Esperanza-vacío-posesión

e) Caridad-desnudez-afección.

Puede sostenerse que en toda su obra literaria, el Reformador de Fonti­veros se mantiene uniforme y coherente en esta tesis que tan inmensa fuer­za unificadora confiere a la tríada de las virtudes teologales. Sobre la huella bien perfilada de su pensamiento (96l, cabe trazar el diagnóstico:

Fe, esperanza y caridad se convierten en tres aspectos de una res­puesta total de la persona a Dios, que se revela y se da. Cada aspecto engloba al sujeto en su integridad y contamina los demás aspectos. Cree por solo amor, en oscuro, porque quiere y espera. Ama por pura fe, sin sentimiento ni aparente correspondencia. Espera porque tiene lumbre de fe, que le habla de vida eterna ... Con el mismo criterio hemos de ensan­char y totalizar la actitud que representan la fe y la esperanza. En estas condiciones el término «tres» virtudes teologales se demuestra equívo­co. La multiplicidad no es cuantitativa, sino cualitativa, como diversas formas de una respuesta única y total del ser humano a Dios (97).

Estas palabras revelan las raíces de donde brota la fuerza unificadora que tiene el trípode o trinomio «fe-esperanza-caridad». verdadera clave de todo el sistema sanjuanista genialmente articulado en una maravillosa estructura

(94) Subida, 11, 24, 8; 111, 32, 4.

(95) Noche, 11, 3, 2; Subida, 11, 6, 1; cfr. ob. ctt., págs. 451-453. (96) Subida, 111, 27,4; Cántico Espiritual, 9, 7.

(97) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., págs. 452-453.

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ascético-mística. Si atendemos a la propia interioridad del Santo, descubrire­mos en seguida que sobre el cúmulo de agotadoras actividades exteriores «su tiempo personal media el ritmo de una intensísima actividad interior» en frase de Urbina. Que vivía concentrado en un solo propósito, por exigencias de una caridad creciente, queda de relieve en este párrafo de hondo conteni­

do sapiencial:

El que anda de veras enamorado, luego se deja perder a todo lo de­más por ganarse más en aquello que ama. Y por eso el alma dice aquí que se hizo perdidiza ella misma, que es dejarse perder de industria. Y es en dos maneras, conviene a saber: a sí misma, no haciendo caso de sí en ninguna cosa, sino del Amado, entregándose a él de gracia, sin nin­gún interés, haciéndose perdidiza a sí misma, no queriendo ganarse en nada para sí; lo segundo, a todas las cosas, no haciendo caso de todas sus cosas, sino de las que tocan al Amado (98).

Es siempre el amor teologal el gran motor y meta de la mística sanjuanis­ta, aunque anden tan interrelacionadas las «tres» virtudes en sus Tratados: si la fe es en Subida esperanza y amor, por contra en Cántico el amor es fe y esperanza fundidas en caridad perfecta (99). Hemos hablado de la fuerza unificadora emanada de la tríada teologal. Pero ¿cómo concebir este maravi­

lloso soporte, auténtica fuente de renovadas energías y empuje emergente de la vida cristiana? La terminología del Doctor Carmelita es pródiga y a me­nudo simbólica.

La tríada son los tres panes nutrientes, la red protectora, el traje de gala,

los resortes que ponen en perfección las potencias del alma. Nosotros prefe­rimos llamarlas disposiciones, actitudes, hábitos operativos. Prevalece en todo caso la idea axial o rectora del sistema. Pero sin olvidar a.quién corresponde la justa primacía: Todas estas virtudes están en el alma como tendidas en amor de Dios r... l. En el amor se asientan y conservan las virtudes (1 00).

Aunque el lVIístico Doctor alude con frecuencia al conjunto de todas las virtudes cristianas, sus predilecciones se decantan obviamente por la terna teologal, punto central de partida o referencia para sus consideraciones: «El

alma del justo en una sola perfección que es la rectitud del alma tiene (oo.)

muchas virtudes hermosísimas (oo.) y todas crecen en el ejercicio de

una» (10 1). Esto vale principalmente de la tríada teologal, centro y alma de todo el sistema.

(98) Cántico Espiritual, 29, 10.

(99) RUIZ SALVADOR, F.: ob. cit., pág. 453.

(100) Cántico Espiritual, 24, 6.

(101) Subida, 1, 9, 4; 12, 5 .

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EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ 39

3. a. La búsqueda dolorosa como actitud integradora. -Juan de la Cruz se nos muestra como un incansable buscador de Dios revelado en Cristo por la vida dolorosa de las virtudes y por el «trabajo, mortificaciones, penitencias

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y ejercicios espirituales» (102). En el Cántico espiritual, el buscador paciente habla así a los pastores (los deseos, afectos, y gemidos que apacientan al alma): Si por ventura vieres / Aquel que yo más quiero, / decidle que adolez­co, peno y muero. Es tanta su impaciencia de encontrar al Amado que ruega a todas las criaturas vegetales: iDecid si por vosotros ha pasado!

Revisando los poemas sanjuanistas y las glosas declarativas llegamos siempre a una firme convicción: fray Juan insiste en la búsqueda dolorosa o sufriente del alma como actitud global integradora de todas sus disposicio­nes. Algunas anécdotas, entre otras muchas, nos resultarán reveladoras de esta acusada faceta sanjuanista. El Santo ha llegado a Beas una tarde otoñal de 1578 después de ser nombrado en el Capítulo de Almodóvar, Prior del con­vento giennense del Calvario, en la Sierra de Segura. Se encuentra extenua­do, pero desea saludar a las monjas y platicar con ellas. Asido a las rejas del locutorio se extasía oyendo un cantarcillo que tanto le impresiona: Quien no sabe de penas / en este valle de dolores / no sabe de cosas buenas / ni ha gustado de amores, / pues penas es el traje de amadores. Cuando recobra sus fuerzas habla de lo mucho que el Señor le ha dado a entender el valor del sufrimiento, y pondera lo poco que se le ofrece sufrir por Dios (103).

iFray Juan buscador apasionado y dolorido por el camino real de la San­ta Cruz! Amador perfecto de Cristo Crucificado. Por eso el tema predilecto de sus pláticas y conversaciones es el valor del padecer. Y por este mismo ":,', ",-,

motivo repite un áureo consejo: «No quiera otra cosa sino cruz a secas, que es linda cosa}} (104). La segunda anécdota sucede en Úbeda, ya agonizante fray Juan. Agradece que unos niños músicos entonen sus canciones después de templar las vihuelas. pero rehúsa este consuelo diciendo al hermano en­fermero: «Muy agradecido estoy de la caridad que me ha querido hacer y lo estimo en mucho, pero no será razón que, queriéndome Dios regalar con es­tos grandes dolores que padezco, yo lo procure templar y moderar con músi­

ca y entretenimiento» (105).

Cuando muy próximo a la muerte, convertido ya en un vivo retablo de agudos sufrimientos, le dirija la palabra el P. Provincial, el agonizante se ex­

(102) Cántico espiritual, 3, 4.

(103) CRISÓGONO: Vida, cap. 10.

(104) CRISÓGONO: Vida, cap. 18.

(105) CRISÓGONO: Vida, cap. 20.

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cusará exclamando: «Perdóneme, padre, que no le puedo responder, que me estoy consumiendo en dolores». Surge así la estampa autobiográfica del gran Carmelita que vive su experiencia mística y escribe su iluminada obra litera­

ria asido al «dolor-sufrimiento», tras las huellas de Cristo Crucificado. Fray Juan es testigo, teólogo, poeta, doctor y místico del dolor. Lo vive, lo canta, lo predica y lo sublima hasta cumbres inigualables. Se identifica perfectamente con ella porque para él no tiene secretos ni recovecos escondidos. La ha bus­cado frente a frente sin huirla ni esquivarla. La ha asumido valientemente apo­

yado en la gracia y arrimado a su Señor.

No es tarea fácil hallar en los grandes protagonistas de la hagiografía ca­tólica un amador tan perfecto y perseverante de la cruz de Jesucristo en la

que descubría las inmensas riquezas que el apóstol Pablo anunciaba en su kerigma (106). Pensamos que por esta experiencia mística del dolor vivido en sus grandes dimensiones humanas y divinas, San Juan de la Cruz es el príncipe de todos los místicos, o el doctor místico por antonomasia. Quien se acerque a su eximia figura quedará subyugado por tanta grandeza sobre­natural transparentada fielmente en un «hombre de mediano cuerpo», según la frase descriptiva del padre Eliseo de los Mártires que conoció mucho al Santo por haber convivido con él en el Colegio de Baeza y haberle tratado frecuen­temente .

V. APOSTILLA FINAL CON SELLO GIENNENSE

Permítanos el lector este «excursus» epilogal que nada añade, en sus­tancia, a lo ya dicho. Nuestra revista es órgano de una institución cultural giennense de carácter confesional, que se suma gozosa a la conmemoración del quinto centenario de la muerte del- Santo Doctor. En estas líneas conclu­sivas deseamos fijar la atención en un matiz extrínseco al tema desarrollado, pero complementario, en parte, del mismo. Sería el sello o la impronta gien­nense del dolor sanjuanista en la vertiente que hemos estudiado, sin agotar, por supuesto, todos los contenidos.

Juan de la Cruz entra en Andalucía para hacerse cargo de la nueva mi­sión encomendada por el capítulo de los Descalzos de 1576, como Superior

del convento del Calvario, en la provincia de Jaén. Sigue probablemente el mismo camino recorrido por la madre Teresa hace ya tres años cuando se trasladó desde Almodóvar hasta Beas (107). Atravesó las difíciles quebra­

(106) 1. a Cor., 1, 17; Gal., 5, 11.

(107) CRISÓGONO: Vida, cap. 10.

EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ 41

das de Despeñaperros pasando a pie las Navas de Tolosa hasta llegar a La Peñuela (hoy, La Carolina), conventillo solitario en la vertiente meridional de Sierra Morena, fundado el 29 de junio de 1573. Continúa después su itinera­rio: Vilches, Santisteban del Puerto, Sorihuela, Chiclana, paso del río Guada­limar y finalmente Beas de Segura, donde se detuvo en el nuevo palomarcito

teresiano, antes de ir al Calvario, término de su viaje.

Se halla en Andalucía y tendrá ocasión de conocer, además de Jaén, va­rias provincias: Granada, Córdoba, Sevilla, Málaga. Pero Jaén acapara gran

parte de las estancias andaluzas sanjuanistas. Puntualiza el P. Ruiz Salvador: «Jaén es la provincia que mejor conoce. Por razón de largas permanencias, frecuentes visitas, viajes de paso, le son familiares gran parte de sus villas

y ciudades: Beas, El Calvario, Baeza, Ubeda, Manchuela, Carolina, etc. Sus olivos tienen el color de la encina castellana» (108). En un estudio de próxi­ma aparición hemos analizado los diferentes aspectos giennenses en la vida y obra literaria del Doctor Místico (109).

Quisiéramos añadir que así como a Jaén provincia le corresponde ser es­cenario y lugar de redacción de una parte notable de su producción literaria, también le cupo el alto honor de ser el lugar de sus grandes sufrimientos físi­

cos y morales con que Dios acrisoló sus preclaras virtudes. Debemos a la fe­cunda pluma clínica del doctor Palma Rodríguez oportunas clarificaciones sobre el diagnóstico de la enfermedad que originó la muerte del ínclito Místi­co y poeta. Remitimos al lector a este sagaz estudio médico-humanísti­co (110).

La salud en quiebra del Santo con su rápido deterioro tiene lugar de junio a diciembre de 1591, es decir, en el último semestre de su gastada vida. Des­

pués de haber quedado totalmente exonerado de todo cargo en la Orden, con una feroz campaña difamatoria contra su persona, fray Juan aspira a ocul­tarse en el retiro de La Peñuela donde «la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo». Llega a este solitario paraje ellO de agosto y al mes exacto, ellO de septiembre como se deduce de su carta a doña Ana del Mer­cado y Peñalosa comienza a sentir unas calenturillas (111) que provienen de

la inflamación de la pierna derecha.

(108) Cfr. ob. cit., pág. 25.

(109) Publicación en prensa del libro-homenaje del Instituto de Estudios Giennenses con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.

(110) PALMA RODRíGUEZ. F.: Patografía de San Juan de fa Cruz. Jaén, 1989,66 págs.

(111) Ep. 30: Obras, ed. Vicente, pág. 1.155.

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También enferma el padre Francisco de S. Hilarión, quien propone a fray Juan marchar a Baeza para curarse ambos, ya que La Peñuela no tiene ni mé­dico ni medicinas. El Santo se resiste pero acepta, al final, eligiendo Úbeda «porque en Baeza me conocen allí mucho, y en Úbeda no me conoce na­

die» (112). El 28 de septiembre llega a Úbeda al atardecer. A los pocos días

de lastimoso estado físico la enfermedad se declara con toda su gravedad y cae en la pobre tarima de su lecho para no levantarse más.

El P. Crisóstomo describe así su crítica postración: «Es una erisipela en

el empeine del pie derecho, que comenzó por un granillo convertido ya en una inflamación virulenta, que revienta en cinco llagas en forma de cruz. Fray Juan las contempla no sólo resignado, sino hasta con cariño porque le re­cuerdan las cinco llagas del Redentor. Una de ellas, la del centro, está preci­samente en la parte donde debió estar la del clavo en el pie de Cristo. Es la más grande y la que le da más devoción. Se lo dice él mismo al padre Agustín de S. José, súbdito suyo en Granada» (113).

El cirujano Ambrosio de Villarroel saja la pierna sin calmantes y hace cu­

ras dolorosísimas. La calma de fray Juan ante los punzantes tijeretazos es inalterable: «Si es menester cortar más, corte enhorabuena y hágase la vo­

luntad de mi Señor .Jesucrito». El doctor Palma Rodríguez, que ha analizado detenidamente las declaraciones de los testigos cercanos al curso de la en­fermedad, interpreta así el diagnóstico: «El proceso se va propagando por el miembro y aparecen síntomas sistémicos que revelan una situación toxi­infecciosa (... ). Afección grave que en él tuvo una evolución progresiva muy séptica (... ). Si bien en un principio, la infección se debió a la acción del es­treptococcus hemolyticus, no descartamos -y es muy fácil comprenderlo­la acción del staphilococcus aureus, por la rápida supuración que empezó a sufrir, ya que la primera lesión que tenía en el dorso del pie, secuela del foco inicial, se le abrió espontáneamente y drenó» (114).

lVIientras la grave enfermedad avanza implacable cada día «cortándole pedazos de carne y dándole cauterios de fuego» (115), fray Juan espirituali­zado y cristificado no deja de repetir saboreando sus enormes padecimien­

tos: Más paciencia, más amor y más dolor (116). Esta heroica frase en aquellas circunstancias martiriales sería suficiente para canonizarle, porque sólo pue­

(112) CRISÓGONO: Vida, ed. cit., pág. 329.

(113) CRISÓGONO: Vida, ed. cit.. págs. 322-323.

(114) Patografía de San Juan de la Cruz, pág. 41.

(115) Oeel. de F. de S. Hilarión. CRISÓGONO: Vida, cap. 20.

(116) Oeel. de F. de Jesús María. CRISÓGONO: Vida, cap. 20.

EL DOLOR SUFRIENTE EN LA VIDA Y ESCRITOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ 43

den ser pronunciadas por un verdadero santo. La noche del 13 de diciembre, todavía viernes, hallándose «en perfecta lucidez, sin estado comatoso, con­sumido y en situación terminal cardio-circulatoria por la endocarditis sépti­ca» (117), ruega que le lean algunos versículos del Cantar de los Cantares, y mientras los oye comenta enardecido: «¡Oh qué preciosas margari­tas!» (118). Mientras suenan las primeras campanadas en la Iglesia del Sal­vador y va a comenzar el toque conventual de Maitines, Juan de la Cruz besa

los pies del crucifijo que tiene en sus manos y dice pausadamente en latín: A tus manos Señor encomiendo mi espíritu. Y expira dulcemente (119).

San Juan de la Cruz vive su enfermedad mortal en La Peñuela y en Úbe­

da. Aquí santifica sus agudos dolores físicos con una respuesta fisiológica modulada por su peculiar biotipo (120). En la provincia giennense del Santo Reino culminó su itinerario terreno, con fulgurantes destellos cenitales el má­ximo Místico de la Iglesia Católica, el Doctor Místico por excelencia y por pro­clamación canónica. Supo situar el «dolor sufrimiento» en el centro del misterio cristiano.

Maestro y modelo, místico y doctor, en perfecta ecuación. A Jaén le co­rresponde la triple aureola de haber estimulado su inspiración poética, de ha­

berle cobijado en prolongadas estancias, y de haber sido envidiable testigo de su enfermedad y santa muerte. Por todo ello Jaén merece ser llamada sin­gularmente sanjuanista como ninguna otra provincia española.

(117) PALMA RODRíGUEZ, F.: ob. cit., pág. 50.

(118) Ms. 13460. CRISÓGONO: ibidem, 343.

(119) Decl. de F. de la Madre de Dios. Ms. 12738. CRISÓGONO: ibidem, pág. 344.

(120) PALMA RODRiGUEZ, F.: ob. cn., pág. 46.

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