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IZQUIERDA Julio Patán

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Page 1: El libro negro de la izquierda - JPatan

IZQUIERDA

Julio Patán

Page 2: El libro negro de la izquierda - JPatan

EL LIBRO NEGRO RE LA IZQUIERDA MEXICANA

Julio Patán

Page 3: El libro negro de la izquierda - JPatan

índice

A manera de introducción ................................................ 11

1. La venganza de Cuauhtém oc ........................................29

2. Conservadurismo c o o l ....................................................83

3. Conservadurism o no c o o l ...........................................123

4. El orgullo de ser perredista: de fraudes y mafias . . . 163

5. La traición de los clérigos ............................................ 177

F u en tes .................................................................................. 193

Page 4: El libro negro de la izquierda - JPatan

A manera de introducción

Con honrosas excepciones, la izquierda, sea cua! sea su de­

nominación de origen, pero particularmente la mexicana,

que es la que me interesa en este contexto, no suele ofrecer

disculpas, hacer confesión de parte, retractarse, efectuar una

revisión de conciencia profunda y comprometida. Esa es, sin

duda, una de las conclusiones más tristes y más difíciles de

refutar cuando se estudia su historia a lo largo del siglo XX y

lo que ha trascurrido del XXI. A ilustrar ese hecho es en par­

te que están dedicadas estas páginas. No es, desde luego, un

ejercicio inédito en el ancho mundo. Uno de los escritores

ingleses más leídos, más vituperados y peor comprendidos

de los últimos años, M artin Amis, dedicó un libro entero,

Koba el Temible, a explicar y sobre todo explicarse el fenóme­

no de la Unión Soviética, un infierno en los hechos que du­rante muchos, muchos años, incluso pasadas varias décadas

ii

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12 E L L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

desde que se conocieran las primeras evidencias del Gulag y las torturas a manos de la KGB, fue visto en el universo de las ideas como un paraíso igualitario y libre por gran parte

de la intelligentsia occidental. Amis tiene antecedentes más

que ilustres en su país, como George Orwell, y en España,

Jorge Semprún. También, desde luego, en Francia, con el fi­

lósofo y sociólogo Raymond Aron, un socialista que acabó

por convertirse en un implacable crítico del comunismo en

palabra y hechos, o el gran Jean-Fran^ois Revel, un veterano

de la resistencia antinazi y asimismo militante socialista que

terminó por defender con ironía, sentido común y firmeza

el liberalismo democrático, todavía hoy tan denostado.

A Revel, como a la mayor parte de los disidentes del

bloque socialista, muchos de ellos antiguos militantes de

izquierda —Milán Kundera, Leszek Kolakowsky, Czeslaw

Milosz, Guillermo Cabrera Infante—, lo conocemos gra­

cias a los esfuerzos editoriales de Octavio Paz, prim erísi-

mo entre los prófugos del pensam iento filototalitario tan

habitual en la prim era m itad del siglo XX, sino es que en

las prim eras tres cuartas partes. Y es que México, pese a la

entrada quizá demasiado categórica a estas notas in troduc­

torias, tam poco es ajeno a esas revisiones de conciencia.

Paz, sin dejar de ser un hom bre de izquierda, a pesar de

todos los vituperios que le llegaron desde la izquierda —se

suele olvidar que mantuvo siempre una distancia crítica

con los Estados Unidos, que dudó por instinto del libre

mercado, que simpatizó con Zapata y que solo muy ta r­

díamente entendió las virtudes del liberalism o—, fue pre­

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A M A N E R A D E I N T R O D U C C I Ó N 13

cozmente lúcido a la hora de pensar en el totalitarismo de izquierda, que vislumbró, como Orwell, en la Guerra Civil española. Igual que Paz, en México han sabido hacer aná­

lisis de conciencia y desde ese análisis desarrollar una crí­

tica metódica, inform ada y sensata el historiador y analista

político Enrique Krauze, el antiguo militante com unista y

antropólogo Roger Bartra y desde luego Luis González de

Alba, líder del movimiento del 68, fundador del periódico

La Jornada y unos cuantos partidos de izquierda, el último

de ellos el Partido de la Revolución Democrática (PRD), a

quien debemos la mejor novela sobre los días atroces del

68, Los días y los años, más una gran cantidad de artículos

periodísticos mediante los cuales, con tal de que un editor

se diera a la tarea, podría construirse una historia a con­

tracorriente, cáustica, políticamente incorrecta, de los ú lti­

mos treinta o cuarenta años de izquierda organizada.

No obstante esta nóm ina de notables excepciones, la

afirmación sigue vigente: la izquierda, en general, no ofrece

disculpas ni hace análisis de conciencia, como los lectores,

espero, podrán comprobar en las siguientes páginas. Ahora

bien, ¿de qué, exactamente, tiene que disculparse? Después

de todo, en términos generales su trayectoria reciente ha

sido positiva, en la medida en que ha seguido un proceso

digamos civilizatorio en el cual las pulsiones violentas, los

afanes revolucionarios, que fueron su gran vicio durante la

mayor parte del XX, han cedido ante los impulsos reformis­

tas y democráticos. De hecho, no fue poco lo que hizo la iz­quierda mexicana por la democratización del país. El año de

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'4 EL L I B R O N E G R O DE LA 1 Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

inflexión es el 68. No es que faltaran antecedentes libertarios

a nuestra izquierda. Ahí están los esfuerzos de emancipa­

ción sindical de figuras como Demetrio Vallejo o Valentín

Campa, líder de la lucha ferrocarrilera, comunista que dis­

gustó al Partido por su heterodoxia rebelde y fundador del

Partido Socialista Unificado de México, o la inteligencia li­

beradora de José Revueltas, un escritor católico y comunista

no autoritario, ajeno a paradigmas ideológicos, que pagó en

la prisión de Lecumberri su congruencia política. Con todo, la

izquierda primigenia mexicana, tanto la falsa, como los Ba­

tallones Rojos que pelearon al lado de Alvaro Obregón en

los días de furia revolucionaria, como la verdadera, digamos

la de un pintor como Siqueiros, que incluso trató de asesinar

a León Trotski, o la de Vicente Lombardo Toledano, tenían

mucho menos que ver con las libertades individuales y los

derechos humanos que con la fe revolucionaria tipo leninis­

ta y las organizaciones colectivas. Era una izquierda mesiá-

nica, de dogmas, sin grietas ni juegos de cintura.

Por contraste, parece obligado recordar que al movi­

miento estudiantil del 68 y sus entornos debemos eso que

llamamos la sociedad civil, es decir, el ejercicio civilizado de

la política entendida como una atribución ciudadana, y no

solo como un privilegio de las élites en el poder. A ellos de­

bemos asimismo buena parte de nuestra libertad sexual,

de expresión, de prensa y de reunión, para remitirnos a los

grandes temas, pero también aparentes minucias como el de­

recho masculino a llevar el pelo largo, vestirnos como mejor

nos parezca o tratar a nuestros padres sin la obediencia ciega

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A M A N E R A DE I N T R O D U C C I Ó N >5

que estábamos obligados a ofrendarles hace no tantos años,

cuando les hablábamos de usted y los saludábamos con un

beso en la mano, como hacía Gustavo Díaz Ordaz en la foto

reproducida en el cartel de su campaña presidencial, ese que

decía: «Sólo el que sabe obedecer sabe mandar.» Los lectores

que quieran darse una idea de lo que significaba vivir en ese

México jerarquizado y mojigato, es decir, de lo que significa­

ba plantarle cara al ogro filantrópico que era el Estado mexi­

cano, pueden darse un chapuzón en las páginas de Disparos

en la oscuridad, la exitosa novela-biografía sobre Díaz Ordaz

que publicó Fabrizio Mejía Madrid en 2011, o, claro, en el

notable ejercicio biográfico de Enrique Krauze, «El sexenio

de Díaz Ordaz», contenido en La presidencia imperial.

Más recientemente, a partir de fines de los 80, cuando

Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo decidieron

separarse del Partido Revolucionario Institucional (PRl),

fundar la Corriente Democrática e impulsar al primero

como candidato de oposición a la presidencia, pero sobre

todo negarse a luchar contra el fraude del 88 por la vía vio­

lenta, le debemos también a la izquierda la lección invalua­

ble de que era posible remover al tricolor del poder por la

vía legal, como hizo el PRD en la Ciudad de México en el

año 98 y luego Vicente Fox, del Partido Acción Nacional

(PAN), en 2000, como ganador de las presidenciales.

Aún más recientemente, y sin ningún afán de exhaus-

tividad, habrá que recordar que a la izquierda debemos

la prueba tangible de que una mujer puede gobernar un

estado o una ciudad tan compleja como la de México; la

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trasform ación en política de la premisa que dice que las

preferencias sexuales distintas a la hetero son eso, prefe­

rencias, y no aberraciones ni mucho menos crímenes; no

solo la posibilidad de que el aborto sea un tema que pueda

discutirse libremente, sino el hecho de que se haya despe­

nalizado, o el que la legalización de las drogas pueda no

ser vista universalm ente como una panacea, pero sin duda,

como tema, merezca ser parte de la llamada agenda política

nacional. Sin olvidar el hecho em ocionante de que las per­

sonas del mismo sexo puedan cometer el error que hemos

cometido los demás durante siglos: casarse.

No obstante, hay al menos dos vicios contundentes,

arraigadísimos, que han hecho de nuestra izquierda, tam ­

bién, una zona de desastre; de ahí, espero, la conveniencia

de este libro. El prim ero es el del atavismo ideológico. ¿Por

qué un partido que ha sabido triunfar políticamente por

la vía legal, como el PRD, se siente obligado a ponerse a

disposición de un movimiento de resistencia civil tan agre­

sivo como el que impulsó Andrés Manuel López Obrador

tras las elecciones de 2006? Antes de eso, ¿por qué se vol­

có a apoyar a un movimiento etnicista y violento como el

EZLN?, ¿por qué decidió entregarle las llaves de la ciudad a

un dictador como Fidel Castro? Al margen del PRD, ¿cómo

llegó a tener el apoyo masivo que tuvo en sus buenos días el

Subcomandante Marcos? ¿Por qué, en general, los políticos

e intelectuales que se promueven como socialdemócratas

o izquierdistas m oderados son incapaces de sustraerse al efecto de los caudillos, los salvadores, los iluminados? ¿Por

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A M A N E R A DE I N T R O D U C C I Ó N

qué su renuencia a usar la fuerza pública contra m ovim ien­

tos estudiantiles ostensiblemente violentos, como lo fue el

Consejo General de Huelga durante el cierre de la Universi­

dad Nacional en 1999? Tales son los atavismos de la izquierda.

No solo de la mexicana, pero sin duda también de ella.

El otro vicio, al menos igual de grave, es el de la corrup­

ción. Nuestra izquierda nació denunciando los enjuagues

del PRI, pero no tardó en ser exhibida, incluso mediante

videos bochornosos, inolvidables, en su propia corrup­

ción. Nuestra izquierda nació y creció en la lucha contra

los fraudes electorales, pero se exhibió en al menos cuatro

elecciones internas como pocas veces nadie se ha exhibido.

Nuestra izquierda ha sido en algún caso responsable, tam ­

bién, de presuntos vínculos con el narco, y de la prom oción

de figuras tan grotescas como la de Juanito o René Bejara-

no. Sobre todo, nuestra izquierda se ha negado por sistema,

una y otra vez, a asumir plenamente sus responsabilidades

sobre estos actos. El más representativo de sus grandes cau­

dillos recientes, Andrés Manuel López Obrador, un experto

en torear con sus responsabilidades como funcionario, ha

creado, de hecho, toda una terminología destinada a expli­

car cómo una falta suya o de sus allegados descubierta in

fraganti, valga decir, un hecho rotundo, puede ser desnuda­

da como parte de una conjura para desacreditarlo y ponerlo

fuera del carril rum bo a la presidencia del país, que tantas

bendiciones traería al «pueblo». La palabra más taquillera

de esa terminología es por supuesto compió, parte neurálgi­ca de la cultura política mexicana contemporánea.

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De estos dos vicios, para empezar, habla este libro. Pero hay un tercero que debe sumarse a la lista y del cual no son

responsables los políticos sino los intelectuales o, para m a­

yor precisión, los intelectuales sobre todo, pero en general

los gremios de la cultura y la comunicación. Hablo de la

enésima traición de los clérigos, según la bautizó el ensayista

francés Julien Benda. ¿A qué se refería Benda? A la renuncia

de las castas intelectuales a sostener un pensamiento pro­

pio, autónomo, congruente con las propias convicciones, en

nombre de la ideología o el interés. Judío parisino nacido en

1867, Benda vio pasar frente a sus ojos los dos totalitarismos

del siglo XX, el nazismo y el comunismo, y el asqueante es­

pectáculo de las élites intelectuales francesas en el acto de

militar en uno u otro bando, particularmente en el segundo

y, lo que es mucho peor, en el de escribir con la pluma del

que milita. En México, no han sido pocos los clérigos que

han prescindido del ejercicio del pensamiento autónomo

para aplaudir sin matices al caudillo en turno. Véase sino lo

que ocurrió con el Subcomandante Marcos, en su momento

transformado en una especie de profeta de la nueva izquier­

da, o con Andrés Manuel López Obrador, que se las arregló

para convertir en furibundos militantes a politólogos, nove­

listas, actores, directores de escena y cineastas.

Pero, ¿por qué un libro sobre la izquierda, específicamen­

te? ¿Por qué no escribir sobre el priismo o el panismo, ni

m ucho menos libres de varios de los pecados arriba m en­

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A M A N E R A DE I N T R O D U C C I Ó N 19

cionados y de otros cuantos más? Hay diversos motivos.

El prim ero es de orden estrictam ente autobiográfico. Para

un nieto e hijo de refugiados españoles, educado en una

escuela fundada por el exilio y luego en la Facultad de Fi­

losofía y Letras de la UNAM, y por añadidura curtido en

festivales de oposición, marchas de oposición, prensa de

oposición, libros de oposición y hasta comida de oposición

—en años de no tanta m esura como los que vivimos, había

comida de procedencia ideológica intolerable, como la que

se fundaba en las grandes empresas trasnacionales, igual

que se considera hoy intolerable el café de Starbucks—,

pensar en la izquierda como la depositaría en exclusiva del

pensam iento crítico y libertario o la prom otora no menos

exclusiva de cualquier política social admisible fue por

m uchos años tan natural como respirar. Amanecer a una

realidad tan diferente a esta certeza es un paso que lleva a

muchos cuestionamientos. Vale la pena responder a ellos,

desde luego, pero no solo por motivos personales. Ni si­

quiera principalm ente por motivos personales.

Por mucho desencanto que se atesore y mucho con­

servadurism o que se haya asimilado con los años, es im ­

posible no entender que una alternativa de izquierda ra ­

zonable, hecha al diálogo, es indispensable para cualquier

país, en especial para uno como el nuestro. Las izquierdas

m oderadas de Europa, sobre todo —la alemana es un buen

ejemplo—, pero tam bién las de los Estados Unidos, como

las incorporadas al Partido Demócrata, e incluso las de América Latina, particularm ente los socialistas en Chile o

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20 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

el presidente Luis Inazio Lula da Silva en Brasil, han tenido

éxitos notables en dos terrenos que los partidos socialde-

mócratas en el poder no siempre supieron manejar con la

misma eficacia: el social, para llamarlo de un m odo acaso

no tan preciso como sería deseable, y el económico. En lo

social, es inútil decirlo, es en im portante proporción a la iz­

quierda que debemos, en el m undo como —decía— en M é­

xico, los cambios dramáticos en las políticas públicas frente

a las m inorías sexuales, el aborto o la educación pública,

que solo a su impulso ha conseguido librarse de mocherías

y patrioterismos. La buena noticia es que esos cambios no

tienen que ir acompañados de estallidos económicos tipo

la Venezuela de Chávez, un probable récord m undial de

dispendio. Seguramente recordarán los lectores que Brasil

y Alemania sobrevivieron bastante airosamente a la crisis

m undial de 2009, y que al mismo tiem po Brasil ha obteni­

do magníficos resultados en la lucha contra la pobreza.

¿No los hunden estas reflexiones en una especie de m e­

lancolía envidiosa? Con afán de partir de lo evidente, una

necesidad cuando lo evidente se pasa por alto, diré que es

imposible poner a rodar políticas de lucha contra la pobre­

za sin dinero y que la única m anera de que una economía

produzca dinero es con apoyo en empresas solventes y m o­

dernas, libres de ataduras y centralismos. Invito a los lec­

tores a visitar las ideas del Subcomandante Marcos sobre el

capitalismo, propias de la radicalidad marxista-leninista de la cual surgió y que al parecer no term ina de abandonar sus células pese a la quimioterapia de realidad de la historia re-

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A M A N E R A DE I N T R O D U C C I Ó N 21

cíente, o las de Andrés Manuel López Obrador, nostálgico

de un estatalismo como no se ve desde hace años, salvo en

países como Venezuela o Bolivia, con los resultados que to ­

dos conocemos. ¿Que exagero? Los invito a leer su libro Un

proyecto alternativo de nación, donde quedan contenidas

sus ideas sobre la economía, expropiadas, se diría, de al­

gún m anual setentero de economía estatalista. Ni siquiera

Cuauhtém oc Cárdenas, quien se reivindica en las siguien­

tes páginas como un político generalmente mesurado y sin

duda honesto, se salva en estos terrenos. Él tam bién cae en

esos pecados, en una proporción al menos equivalente a la

del Peje.

Invito a los lectores, pues, a deprimirse un rato con las

páginas que siguen pero también, si logran ponerse en un

estado de ánimo sanamente cínico, a divertirse con nuestras

miserias políticas y morales. En el peor de los casos, creo,

servirán solo como una glosa de nuestros últimos años de

grotesco político, un recuento espero que oportuno de al­

gunas de las turbulencias más sonadas de la vida política

mexicana. En el mejor, contribuirán a una reflexión aunque

sea silenciosa, quizás incluso a un ajuste de cuentas interior.

¿Quiénes son los protagonistas de estas páginas? Son los

protagonistas de la agitada vida política mexicana, se en­

tiende que los de izquierda, desde 1988, el año en que por

prim era vez el PRI se vio severamente sacudido en las u r­nas y, plausiblemente, impuso a Carlos Salinas de Gortari

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22 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

por la vía de un fraude electoral. Muchos de esos actores

conservan el protagonism o que adquirieron en aquellos

años; otros, caso de Andrés Manuel López Obrador, dieron

entonces sus prim eros pasos significativos.

Dedico el prim er capítulo a los orígenes de la más im ­

portante entre las fuerzas políticas de la izquierda mexicana

reciente, el Partido de la Revolución Democrática, nacido

de hecho, aun cuando no de nombre, con las elecciones del

88. No es que ese partido haya llegado al m undo envuelto en

un manto de pureza, ni mucho menos, o que el primerísi-

mo de sus fundadores, Cuauhtém oc Cárdenas, me parezca

libre de reproches, pero es evidente que aquella institución

gozó de un prestigio que no estaba injustificado, su oposi­

ción al régimen priista fue a m enudo inteligente y justa, y

muchas de las virtudes que le dieron consistencia se deben

en buena medida al propio Cárdenas. ¿Se trata entonces

de un capítulo optimista y encomiástico?, preguntarán los

lectores. De ninguna manera. El PRD enseñó sus flaquezas

relativamente pronto y cayó en abismos muy negros a nada

de term inar su prim er m andato en el DF, cuando Cárdenas

abandonó la jefatura para ir en busca de la presidencia y

dejó en el cargo a Rosario Robles. El resto es un cuento que

todos podem os contar. Su relación con el empresario Carlos

A hum ada detonó, en buena medida, uno de los escándalos

más sonados de los últimos años, el de los famosos videos.

Protagonistas de este capítulo son, por afinidades naturales, los integrantes del CEU, el movimiento universitario que desató la prim era huelga en la UNAM y acompañó a Cárde-

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ñas hasta su prim era candidatura lejos del PRI y, más tarde,

hasta el poder. Protagonista es tam bién el CGH, el otro gran

movim iento estudiantil, m ucho más radical, que cerró la

Universidad durante meses y te rm inó por m order el cuello

de quienes en buena proporción fueron responsables de su

auge, los veteranos del CEU, que incurrieron en ese viejo

error de la izquierda moderada: pensar que la o tra izquier­

da, la mesiánica, es manipulable.

El segundo capítulo es sobre la alquimia: solo la alqui­

mia explica que, pasado el desplome de los socialismos rea­

les, caído el m uro de Berlín y ventiladas las atrocidades del

régimen de Castro, un marxista duro reciclado como et-

nicista más bien cursi, el Subcomandante Marcos, se haya

convertido en el éxito de taquilla y sobre todo en el emble­

ma de la izquierda libertaria que fue durante unos cuantos

años, antes de ser absorbido, o quizá dejarse absorber, por

el relativo anonim ato en que vive actualmente.

Marcos es el protagonista de este capítulo pero no el

único actor. Este viaje a Chiapas exige una ojeada a la vida

del obispo Samuel Ruiz, otro inexplicable emblema de la

lucha por la libertad y, no con la profundidad que sería de­

seable, también a los movimientos guerrilleros que dieron

pie al neozapatismo. Es el capítulo con más aproximacio­

nes al mesianismo de izquierdas, con todo y que en el si­

guiente hay un com petidor de respeto por ese título.

El com petidor es, por supuesto, el Peje: Andrés M a­nuel López Obrador. Un competidor, insisto, muy serio. Anclado siempre en las vías electorales de acceso al poder

A M A N E R A DE I N T R O D U C C I Ó N 23

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2 4 EL l i b r o n e g r o d e l a i z q u i e r d a m e x i c a n a

y transform ación de la sociedad —porque su discurso ha

sido siempre el del cambio radical de la sociedad, al punto

de usar incluso, eventualmente, el térm ino «revolución»—,

O brador ha llevado la lucha por el poder a los lindes con

la m arginalidad abierta, a veces en franco desafío a la ley

Nadie ilustra mejor que él la trasform ación de la izquier­

da electoral mexicana de 1988 a 2012, aunque su discurso,

desde 2011, se ha m oderado o al menos se ha cubierto con

una capita de barniz de m oderación, como prueban sus re­

ferencias a la «República amorosa».

Incluso convertido a la política amorosa, Obrador no

viaja ligero. Su equipaje incluye nombres tan pesados, tan

estridentes, como los de los arriba mencionados Bejarano o

Juanito. La erosión moral del perredismo proviene sin duda

de diversas fuentes, pero no es posible desdeñar la aporta­

ción del entourage obradorista, séquito responsable de al­

gunos de los episodios más grotescos de la escena política

reciente. A ellos daré también el protagonismo que merecen.

En el cuarto capítulo se tratan los últimos superdesfigu-

ros públicos del PRD, específicamente los grandes fraudes

electorales en las elecciones internas y los escándalos p ro­

vocados por dos de sus candidatos locales, presuntamente

vinculados al crimen organizado, con pruebas que al menos

merecen ser tomadas en cuenta. Son los casos de las eleccio­

nes de 1999, criticada duram ente por el propio Cárdenas; la

de 2007, la de 2008 y por supuesto la de 2011. Significan,

las cuatro, el despeñamiento definitivo de una organización que, habrá que repetirlo una y otra vez, nació de manera

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A M A N E R A DE I N T R O D U C C I Ó N

prioritaria para enfrentar las violaciones electorales del PRI, la vieja cultura del fraude, pues. Pero incluso estas exhibi­

ciones impúdicas palidecen ante los dos casos espeluznan­

tes de m atrim onio entre la política y el narco que prota­

gonizaron dos dirigentes perredistas de no baja jerarquía.

El primero, Julio César Godoy, medio herm ano de Leonel

Godoy, entonces gobernador de Michoacán, quien llegó a

presidente municipal de Lázaro Cárdenas y a diputado. El

segundo es Gregorio Sánchez Grez o Greg, presidente m u­

nicipal de Benito Juárez, Quintana Roo, es decir de Cancún

entre otras plazas, y candidato a gobernar ese estado.

El libro concluye con la m encionada «traición de los

clérigos». Benda, decía, se refiere en la obra de ese nom bre

a los intelectuales sojuzgados por la ideología. Yo prefiero

no circunscribirm e a esa categoría, la de intelectual, que

resulta a la vez demasiado ambigua y demasiado limitante,

y poner la m ira en los m uchos y muy diversos personajes

públicos que, enfervorecidos de un m odo que solo había­

mos visto en los días del auge zapatista, se volcaron a la

fe obradorista con maneras próximas a las del comisario

político, antes que a las del hom bre de ideas o de creación.

Desde luego, este libro nació también con las elecciones de

2012 como un nada claro pero muy cercano horizonte. En

2011, Marcelo Ebrard reconoció a Andrés Manuel López

Obrador como candidato electoral de la izquierda, que a la hora de pergeñar estas líneas parece haber alcanzado la un i­

Page 19: El libro negro de la izquierda - JPatan

dad tantas veces perdida de m odo al menos transitorio, con

vistas a las elecciones. Ebrard será tan cuestionable como

se quiera, para empezar por su empeño incomprensible en

palmear la espalda de Obrador una y otra vez al punto de

apoyar, por ejemplo, sus bloqueos en 2006, pero es difícil

negar que la ciudad vivió bajo su mandato momentos muy

decorosos. Entre otras cosas, impulsó políticas cuerdas de

transporte público, incentivó el uso de la bicicleta, hizo

lo posible por controlar la abundancia de automovilistas

ebrios con los alcoholímetros, confrontó a los vendedores

ambulantes y los microbuseros e incluso, no sabemos en

qué medida pero sin duda en alguna, mantuvo una políti­

ca eficaz de seguridad pública. Al bajarse del caballo a m e­

dia carrera, ignoramos si por resignación o lealtad, Ebrard

complació hasta lo oprobioso a López Obrador, a gran par­

te de las tribus perredistas y a la izquierda mediática dura.

El precio: dejar sin opciones de voto a muchos ciudadanos

convencidos de que la izquierda puede y debe gobernar este

país, pero hartos de los delirios mesiánicos del candidato

tabasqueño, la insultante corrupción de algunos de sus se­

guidores cercanos y la radicalidad añeja de otros tantos.

¿Esperan los lectores una respuesta a la pregunta de por

quién votar, es decir, un libro que los ayude a curar sus an­

gustias frente a unas elecciones que no dan muchos motivos

para el contento? Pónganse en la misma cola en la que está el

autor: no hay tal respuesta, no en todo caso en estas páginas.

Sin embargo, es probable que sí encuentren aquí un retrato, más o menos acucioso, de las izquierdas que se nos dejaron

20 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

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A M A N E R A DE I N T R O D U C C I Ó N TI“/

venir en las últimas décadas. ¿Qué relación guarda este re­

trato con el proceso electoral de 2012? La respuesta no es tan

evidente. Por un lado, algunos de los protagonistas de este Li­

bro negro, como el obispo Samuel Ruiz, ya murieron. Otros,

como Cuauhtémoc Cárdenas, viven en la tranquilidad de la

jubilación. Otros más, como el propio Ruiz o el Subcoman-

dante Marcos, no creyeron nunca en eso que conocemos

como democracia representativa, es decir, en las elecciones;

de ahí que en 2006 Marcos, rebautizándose como Delega­

do Cero, hiciera una extensa y totalmente inútil campaña

en contra del voto. Otros, casos de Rosario Robles y Carlos

ímaz, protagonistas del «ajfaire Ahumada», parecen caídos

en desgracia y por lo tanto ajenos a cualquier protagonismo

político inmediato. Por fin otros, en concreto la dirigencia

del CGH, se desvanecieron como lágrimas en la lluvia luego de

que la Policía Federal los echara de Ciudad Universitaria.

Es cierto, además, que los protagonistas de este libro lle­

garon a las ocho columnas desde planteamientos políticos

muy distintos, en épocas distintas y escenarios distintos.

Y no obstante todos estos matices y distinciones, el li­

bro que el lector tiene en las manos es un retrato de fami­

lia. Todos los actores de esta tragicom edia política tienen o

tuvieron relaciones muy cercanas entre sí y diseñaron ju n ­

tos, de un m odo u otro, el panoram a actual de la izquier­

da electoral. Marcos term inó por torpedear como mejor

pudo la imagen de Cárdenas en los años 90 y la campaña del Peje en 2006, pero antes de ello colaboró con uno y otro de diversas maneras, para empezar en las negociacio­

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28 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

nes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)

con el gobierno. Samuel Ruiz y Marcos se enfrentaron y se

abrazaron políticamente a partes iguales; asimismo López

O brador y Cárdenas colaboraron en varios procesos elec­

torales, y en la solidificación del PRD, antes de su aparente

divorcio actual. Los dos grandes movimientos estudiantiles

de las últimas épocas, el CEU y el CGH, se enfrentaron in ­

cluso violentamente a fines de los 90 e inicios del milenio,

pero antes de eso firm aron ese fugaz m atrim onio de conve­

niencia que, decía, term inó por estallar en la cara del CEU.

Este movimiento, por otro lado, puso a la mayor parte de

sus líderes en posiciones de poder, gracias a su familiaridad

natural con el movimiento de Cárdenas, pero no pocos de

ellos siguen en las lides electorales bajo el ala protectora

de AMLO. Juntos, como una familia disfuncional, es decir,

como una familia, han escrito la biografía de la izquier­

da que trato de esbozar en estas páginas. Con un poco de

suerte —de suerte para ellos—, nos gobernarán.

Así que, para terminar, déjenme repetir la invitación

que hice poco antes: pasen y deprím anse un poco. Si pue­

den, diviértanse también.

Page 22: El libro negro de la izquierda - JPatan

La venganza de Cuauhtémnc

El epitafio

Empecemos la historia por el final, es decir, con un epita­

fio no real, porque m uertos por fortuna todavía no conta­

mos, pero ciertam ente merecido. El epitafio consta de una

sola palabra: fraude, y la tum ba en la que debería figurar,

desde luego metafóricamente, es la tum ba de la izquierda

mexicana de hoy. Porque así, con un fraude plausiblemente

real, empezó su pedregoso camino, y con otro, francam en­

te irreal, ha marcado su últim o rum bo y sin duda también

su futuro. Entre uno y otro, la palabra ha aparecido mucho

más de lo deseable.

La tram a del prim er fraude es bien conocida, hasta

donde tal cosa es posible. El 6 de julio de 1988, día de las elecciones para la presidencia —y para las cámaras de di-

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3° EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

putados y senadores—, dejó su voto en la urna un contento

Cuauhtém oc Cárdenas Solórzano. No le faltaban razones

para estarlo. Hijo del general Lázaro Cárdenas, priista de

largo recorrido que llevaba un camino ya también largo en

la oposición, a la cual se había sumado en congruencia con la

certeza de que el partido tricolor había dejado de ser fiel

a los ideales de la Revolución Mexicana, en ese m om en­

to fungía de candidato a la presidencia bajo las siglas del

Frente Democrático Nacional (FDN).

El Frente estaba formado por una larga nóm ina de or­

ganizaciones y varios partidos de izquierda o que al menos

habían aceptado identificarse como tales —se contaba en­

tre ellos el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana,

p a r m , que francam ente escapaba a tal clasificación—, a

los cuales respaldaba una respetable cantidad de votantes.

Muy respetable: parecía que, en efecto, el PRI estaba por

abandonar Los Pinos, luego de sesenta años de inquilinato,

porque las encuestas, muchas de ellas, apostaban al triunfo

del FDN.

Lo contento le duró poco. Predeciblemente, la jornada

no trascurrió en calma; las elecciones, entonces, rara vez

trascurrían en calma. Al margen de las cifras, el m onstruo

en el poder cargaba con eso que m uchos años más tarde el

ya expresidente Carlos Salinas de Gortari llamó sin mayores

detalles «descontento social», un estado de ánimo colectivo que él atribuyó a la crisis económica del 87 y que probable­

mente respondía a esa crisis y a otras varias, pero tam bién a la suma de sexenios de corruptela, inoperancia econó­

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 3'

mica y represión o, más recientemente, a la prodigiosa in ­

competencia con que las autoridades habían gestionado el

terrem oto del 85 en la Ciudad de México, vengada con el

abucheo masivo del Estadio Azteca al presidente Miguel de

la M adrid, el día de la inauguración del M undial de Fútbol

de 1986. En efecto, no lo tenía fácil el Revolucionario Ins­

titucional, un gigante de sueño inquieto. Y ya se sabe que

cuando los gigantes despiertan, el m undo tiembla.

La inform ación sobre aquella jornada no es fácilmen­

te verificable. Rosario Robles, ya entonces integrante del

equipo de Cárdenas, cuenta en Con todo el corazón. Una

historia personal desde la izquierda que ya durante la m a­

ñana de aquel día empezaron a llegar datos que indicaban

que el ingeniero Cárdenas llevaba la delantera. Fue en ese

contexto de optim ism o que, hacia el mediodía, Cárdenas

empezó a recibir de todas partes del país informes sobre

casillas en las que a los representantes del FDN se les soli­

citaba amablemente y a punta de pistola que se desistieran

de apersonarse, de autoridades locales abiertam ente vio­

lentas, de negativas categóricas a consignar las protestas de

los representantes del Frente a los que sí se había perm itido

instalarse en la casilla, de urnas que llegaban llenas para

evitarle la molestia a los votantes.

A su vez, Cárdenas cuenta en Sobre mis pasos, una

compilación de m emorias políticas, que a prim era hora de

la tarde se reunió con los altos m andos del PAN. Manuel

Clouthier, candidato del blanquiazul, Carlos Castillo Pe- raza y Diego Fernández de Cevallos lo alcanzaron en casa

Page 25: El libro negro de la izquierda - JPatan

de Luis H. Álvarez, presidente del partido, para firm ar un

docum ento escrito por los intelectuales de la clase política

mexicana, Porfirio M uñoz Ledo, otro disidente del priismo,

fundador del Frente y antes de la Corriente Democrática, y

el m encionado Castillo Peraza. Lo firmó tam bién Rosario

Ibarra de Piedra, la recalcitrante líder social y candidata

por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), la

poco después desaparecida organización trotskista.

Los firmantes no lo sabían a la hora de rubricar el docu­

mento, pero fue justo entonces cuando se «cayó el sistema»

y cambiaron para siempre el español de México, que adqui­

rió una nueva, socorridísim a muletilla, y con el idioma el

país completo, sin vuelta de hoja.

En algún m om ento de la tarde el secretario de G oberna­

ción, Manuel Bartlett, anunció que, con la pena, el comple­

jísimo sistema electoral mexicano había sufrido un colapso

cibernético. En una entrevista posterior con el periódico

La Jornada dijo que él jamás había usado una expresión si­

quiera parecida a la de la caída. Aparentemente es cierto,

pero a ver quién logra quitarle el estigma. En retrospectiva,

sorprende lo diferente que era aquel México y lo permisivo

que era con el secretario de Gobernación, una figura que de

solo ser nom brada provocaba escalofríos en el opositor más

curtido. De entrada, correspondía al secretario, es decir, a

un miembro del gabinete presidencial, fungir de titular de

la Comisión Federal Electoral, o sea, en estricto sentido,

ser juez y parte. No: no existía un órgano autónomo, como lo es hoy, a despecho de las críticas, muchas justificadas, el

3 2 EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C 33

Instituto Federal Electoral (IFE). Para todo fin práctico, la

limpieza de las elecciones quedaba en manos del gobierno

priista en turno. Tocó a Bartlett pasar a la historia como el

responsable del presunto mayor cochinero del priismo, es

decir, el mayor cochinero de un sistema que se las había

arreglado para ofrendar al m undo una abundante term ino­

logía del fraude electoral: ratón loco, carrusel, embarazo de

urnas, secuestro de ídem. O sea, un sistema que, si de frau­

des se hablaba, algo tenía que opinar.

¿Hubo, efectivamente, fraude? Que cada lector saque

sus conclusiones. La Comisión Federal Electoral arrancó la

sesión del 6 de julio a eso de las cinco de la tarde. Para ga­

rantizar una cuota m ínim a de transparencia, los partidos

tenían acceso al sistema de la Comisión al mismo tiempo

que esta, de suerte que pudieran contar los votos sim ultá­

neamente. El escándalo se desató cuando el secretario de

Gobernación leyó ante el pleno los prim eros resultados, se­

gún los cuales el PRI había arrasado en el distrito de Tula,

Hidalgo, y el representante del p a r m alzó la m ano con el

acta oficial, a su vez firmada por los representantes de to ­

dos los partidos y los funcionarios de casilla, al tiem po que

alzaba la voz para avisar a la concurrencia que, con la pena,

los datos ni de lejos coincidían con los que acababa de leer

el señor secretario. En adelante, todo es confuso. La sesión

quedó suspendida casi de inm ediato y, a poco, se anunció la m entada caída.

Si no hubo fraude, poco ayudaron a convencernos de ello los cantinflismos de entonces y después del presidente

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E L L I B R O N E G R O D E L A I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

en funciones, Miguel de la Madrid; del candidato ganador,

Salinas de G ortari, y del propio Bartlett. Sobre todo, no

ayudó la turbiedad comunicativa im perante en torno a lo

que debería haber sido la peor concatenación de infortu­

nios jamás vista. El conteo no llegó al público sino hasta

72 horas después, luego de que De la M adrid diera la o r­

den de suspender el flujo de inform ación para «analizarla

y computarla», según los térm inos que usa en su libro de

mem orias Cambio de rumbo. Los datos son, ciertamente,

llamativos. Bartlett proclamó ganador a Salinas de Gortari

con un 50% de los votos, contra un 31% para Cárdenas y

un com parativamente exiguo 17% para Clouthier. Las ci­

fras de Cárdenas, que no estamos obligados a dar por bue­

nas pero que hablan del abismo que mediaba entre ambas

posiciones, la oficial y la opositora, dan por ganador al p ro ­

pio Cárdenas con el 42% de los votos, contra un 36% para

Salinas y un 22% para Clouthier.

En realidad, para los fines de este texto no es tan im ­

portante si hubo fraude o no lo hubo. Lo relevante es que

Cuauhtém oc Cárdenas estaba y está convencido de que el

fraude existió y al fraude decidió responder de un modo

que, como sabe cualquiera que haya leído los periódicos de

2006 a la fecha, no es precisamente el habitual desde hace

algunos años.

No eran pocos los que clamaban por una franca, abierta

insurrección, aunque carecemos de evidencia de que entre esos pocos se contara algún dirigente del FDN. El 16 de ju ­lio, el Zócalo estaba a reventar de manifestantes que en res­

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T E M O C 35

petable proporción clamaban por una embestida popular

que se dirigiera a Palacio Nacional y tum bara de una buena

vez al otro sistema, el de toda la vida, el de carne y hueso.

Al PRI. No fue, ni de lejos, la única movilización. Días an­

tes, el 12, se habían lanzado a las calles algunos seguidores

del PAN encabezados por Manuel Clouthier, que intentó

llegar hasta De la M adrid en el Palacio de Bellas Artes y no

lo hizo porque se le interpuso la seguridad del presidente,

pistola en mano. El ambiente, ya se ve, estaba cargadito.

No pudim os com probar qué habría sucedido si Cárdenas

hubiera optado por mover a la gente en esa dirección. M e­

nos mal. El ingeniero dice en su libro (p. 256) que muchos

años después «dos o tres personas, funcionarios de aquella

época», le contaron que en el Palacio estaba un nutridísim o

contingente militar que esperaba órdenes para abrir fuego

contra quien hubiera que abrirlo, artillería incluida. Nunca

podrem os confirmarlo.

En cualquier caso, Cárdenas siguió un camino que, a

la larga, les dejaría buenos réditos a él y en general a la iz­

quierda mexicana.

Instintos negociadores

Al ingeniero Cárdenas podrá reprochársele lo que se quie­

ra, pero nadie puede discutir que el diálogo y el respeto

a las leyes, eso que pom posam ente se llama «institucio- nalidad», se le dan bien. Sus reflejos, ante la evidencia del fraude, lo llevaron a dejarse caer en la Secretaría de Gober-

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E l L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

nación el mismo día de las elecciones, hacia las ocho de la

noche. No llegó solo: estaban con él Manuel C louthier y

Rosario Ibarra, seguros como él de que el proceso electoral

llevaba pegada la etiqueta de «ilegal», una de esas etiquetas,

lo sabemos 23 años y pico después, pegajosas, pertinaces,

tercas. De poco sirvió la visita. Una larga semana después,

el 13 de julio, el secretario de Gobernación proclamó gana­

dor a Carlos Salinas de Gortari.

Sus instintos lo llevaron al diálogo incluso después, ya

perdidas sin remedio las elecciones. Previa invitación lle­

gada de la m ano de Manuel Camacho, salinista que años

después lograría reconvertirse en integrante de fuste del

bando de López Obrador, Cárdenas se reunió con el presi­

dente electo el 29 de julio. Fue una conversación larga, de

una hora y media más o menos según su testimonio, que

evidentemente no llegó a nada y cancelaba cualquier salida

negociada.

Pero si Cárdenas finalmente desistió del diálogo, no de­

sistió de apelar a las leyes. El 9 de julio, fecha en la que en

teoría se darían al público los datos oficiales, habló frente

a los medios, sin ambages, de un golpe de Estado técnico,

pero también proclamó sin ambigüedades su decisión de no

llamar a la resistencia civil, esto es, a los bloqueos y las huel­

gas de hambre, por ejemplo. Hubo ruedas de prensa con

Ibarra de Piedra y Clouthier, mítines, recorridos por el país.

Y hubo muertos. El 22 de agosto, cuatro estudiantes que ha­

cían proselitismo en favor del Frente fueron abatidos, pri­meros en una lista de asesinatos que con el paso de los años

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 37

sería espantosamente grande. Pero ni así se movió del ca­

mino el FDN. Visto desde esta perspectiva, qué nostalgia...

Y, se preguntarán los lectores que no conozcan la histo­

ria, ¿qué hizo Cárdenas, qué hizo en general el FDN, más

allá de mítines y conferencias de prensa, ante el fraude?

Hizo un partido que alguna vez, hace mucho, tuvo una

reputación más o menos buena.

M uertos y más muertos

El últim o intento que hizo Cárdenas de revertir el fraude

consistió en dirigirse al presidente de la Suprema Corte de

Justicia, Carlos del Río Rodríguez. Es evidente, cuando se

lee su libro o se visitan las noticias de la época, que el exgo­

bernador de M ichoacán sabía que ese paso era tan inútil

como todos los anteriores, y solo se decidió a darlo para

cubrir el expediente y dejar claro que por él no había que­

dado; había exprimido, sin omisiones, todas las posibilidades

que le ofrecía la ley. De nuevo, qué nostalgia.

El siguiente paso fue, entonces, fundar un partido para

encabezar la embestida contra Los Pinos. La lista de orga­

nizaciones de diversa índole que term inaron por fusionarse

para dar lugar al Partido de la Revolución Democrática es

interminable. En cambio, tres de los partidos que tiempo

atrás se habían fundido en el Frente se difum inaron en la

brega política. Por razones y en tiempos distintos, tanto el p a r m como el Partido del Frente Cardenista de Reconstruc­ción Nacional (PFCRN) y el Partido Popular Socialista (PPS)

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3^ EL L I B R O N E G R O DE LA Í Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

decidieron seguir por la libre. No tardaron en desaparecer

por el cruel síndrome de la falta de seguidores, frecuente en

un sistema electoral en que la competencia por inscribir un

partido es a codazos y cabezazos en la nariz, técnicas com ­

prensibles cuando lo que se juega es un negocio tan carno-

sito —busquen los lectores las cifras que se embolsan los

partidos—. Más afortunada o más lúcidamente, el Partido

Mexicano Socialista (PMS), fundado por un histórico de la

disidencia de izquierdas, el ingeniero Heberto Castillo, de­

cidió asimilarse al nuevo experimento. Encontró con ello

un futuro. Aunque lo más probable, luego de fraudes elec­

torales internos, bolsas con dinero en efectivo y militantes

acusados de vínculos con el narco, es que sea uno muy le­

jano al que hubiera deseado un hombre con la mesura y la

decencia esencial de Castillo, aquel curtido opositor que se

sumó a las huelgas ferrocarrileras y al movimiento del 68,

pasó por Lecumberri y se la rifó en varias aventuras de organi­

zación política sin ceder nunca a las tentaciones de la violen­

cia. Murió en 1997, antes de que el PRD diera el campanazo

de gobernar la Ciudad de México, pero antes también de su

triste, muy triste, descomposición moral.

Parece que fue hace un siglo, de tan olvidado que tene­

mos aquel periodo atroz, pero es un hecho que el Partido

de la Revolución Democrática pagó una carísima cuota en

m uertos antes de alcanzar sus años de gloria. Las cifras va­

rían según la fuente, pero la cantidad que propone el propio Cárdenas es más o menos de consenso hoy en día. Entre fi­nales del 88 y principios del 89, durante el proceso de orga­

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 39

nización del partido, m urieron asesinados o desaparecieron

más de cuarenta militantes en varios estados. No eran los

primeros. Muy sonadamente, en julio del 88, fueron asesi­

nados Javier Ovando y su asistente, Román Gil, encargados

nada menos que del cómputo electoral por el FDN. Luego

de las elecciones del 89 en Michoacán, asimismo señaladas

como fraudulentas por Cárdenas y el resto de la dirigencia

del partido, a esa cifra tenebrosa hubo que sum ar otros cin­

co m uertos con violencia, y las cosas no fueron mejor en

Guerrero, donde se multiplicaron las muertes y las desapa­

riciones. Al final del sexenio de Salinas, la cantidad de m ili­

tantes m uertos rebasaba los trescientos, y en el siguiente, el

de Ernesto Zedillo, las cifras fueron semejantes.

O tra cosa es entender de dónde provinieron las órde­

nes de asesinar a militantes perredistas a todo lo ancho

del país, órdenes que probablemente tuvieron orígenes y

motivaciones muy distintos y no necesariamente respon­

dieron a un plan centralizado, cupular, de dar m uerte a la

oposición. Y otra cosa también es pasar por alto que del

lado perredista, a esas alturas, tam poco faltaron las reac­

ciones violentas y esa misma resistencia civil que Cárdenas

no reconoce como estrategia propia. En cualquier caso, el

hecho es que los m uertos abundaron imperdonablemente

en un solo bando, convertidos en noticias reiteradas en la

prensa, y que la justicia para los casos fue con demasiada

frecuencia inexistente, otras veces dilatadísima y cuando la hubo, no siempre verosímil. Más im portante aún, el hecho es que ni ante tal escenario cedió Cárdenas a la tentación

Page 33: El libro negro de la izquierda - JPatan

V

de llamar a la ilegalidad, como no cedió después, ese m is­

mo año, cuando dos matones cortaron con un exacto a su

hijo Cuauhtém oc entre advertencias de que dejaran de m e­

ter ruido en Michoacán, ni años más tarde, en el 94, cuan­

do intentó nuevamente hacerse de la presidencia y en su

opinión —mucho menos sólida— la m aquinaria del frau­

de, en este caso avalada por el Instituto Federal Electoral,

volvió a clavarle una estaca.Decíamos que la estrategia cardenista, o quizás habría

que decir la fe cardenista , rindió frutos. En 1997, C uau­

htémoc Cárdenas ganó las prim eras elecciones para jefe

de Gobierno de la Ciudad de México. ¿Sorprendente? Es

al menos discutible que así sea. Cárdenas y el resto de la

cúpula del partido clamaron, una y otra vez, contra las pre­

ferencias francam ente priistas de los medios de com unica­

ción, en particular de las televisoras, y sobre la presumible

movilización del viejo aparato de fraude del tricolor. Lle­

gados a este punto, debemos subrayar un hecho significa­

tivo. Si esas armas jugaron en su contra, no dejaron ver sus

efectos en las urnas chilangas, que a fin de cuentas ya antes,

en el 88, habían favorecido ampliamente a Cárdenas y que

tienen desde entonces fuertes inclinaciones perredistas. El

caso es que, en una elección donde fue a las urnas más del

70% de los capitalinos con credencial de elector, el partido

puso en nóm ina a 127 diputados m ientras Cárdenas se lle­

vó el 47% de los votos, nada menos, y ocupó la oficina del

Zócalo el 5 de septiembre del mismo año 97. Pero la ocupó solo durante un par de años, para lanzarse como candidato

4 0 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C 4 '

a la presidencia, y al hacerlo abrió la puerta a dos o tres de

los escándalos más sonados del perredismo. Escándalos:

una m oneda de la que este no anda precisamente corto.

La bateadora emergente

No fueron pocos ni insensatos los resquemores que provo­

có la idea de Cárdenas de abandonar la jefatura de gobierno

para lanzarse, otra vez, a contender por la presidencia, una

meta que algunos empezaban a ver como una obsesión. En

un país en el cual el PRI era todavía un partido hegemó-

nico y sus mecanismos para conservar el poder muy, en

serio muy eficaces, que la oposición se hubiera hecho legal­

mente de la capital de la República, nada menos, y que ese

golpe democrático no desembocara en actos generalizados

de violencia, como alguno vaticinó, exigía del gobernante

en turno un compromiso a prueba de todo, una atención

obsesiva sobre los problemas de la megaurbe, que a fin de

cuentas debería demostrar que la izquierda era capaz de go­

bernar a millones sin que llegaran el apocalipsis económico,

la guerra fratricida y el conflicto político desbocado. ¿Por

qué, entonces, dejar a los votantes con un palmo de nari­

ces? ¿Por qué propiciar que los defeños fueran gobernados

durante la m itad de su periodo por una persona a la que no

habían dado su voto?

Sin embargo así ocurrió, y por un lapso bastante lar­go no parecía que esa decisión fuera a traer consecuencias

realmente lamentables ni para los ciudadanos, ni para el

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42 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

PRD. Se nos ha olvidado, tras los repetidos escándalos de

corrupción, pero el reemplazo de Cárdenas hizo un buen

trabajo, lúcidamente asentada en lo que podríam os llamar

un program a de centroizquierda, es decir, un program a

de gobierno respetuoso con el mercado, con las garantías

individuales y las diferencias políticas. Decimos asentada

porque el reemplazo de Cárdenas demostró, de paso, a un

país irrefrenablemente machista, lo que no debería hacer

falta demostrar: podem os ser gobernados por una mujer.

La mujer fue Rosario Robles.

Pocos políticos, del PRD o del cualquier otro partido,

salen vivos de Con todo el corazón. El libro se publicó en

2005, luego de la sucesión de escándalos que puso a Rosa­

rio Robles fuera del partido y de la política en general, al

menos en un rol protagónico y al menos hasta la hora de

teclear estas líneas (no es raro ver regresos al ring político

mucho más sorprendentes). Uno de esos pocos es Cuauhté-

moc Cárdenas, al que la exjefa de Gobierno guarda una

lealtad que, a la fecha, no parece desmayar, y que de hecho

parece ser un sentim iento habitual en los allegados del lí­

der michoacano. Se conocieron al final de los candentes

años 80, cuando Robles, egresada de la carrera de Econo­

mía, trabajaba hom bro con hom bro con la dirigencia del

Consejo Estudiantil Universitario, el famoso CEU, para

frenar las reformas impulsadas en la UNAM por el rector

Jorge Carpizo, m ientras Cárdenas perfilaba su candidatu­ra como opositor y buscaba apoyos en donde era obligado encontrarlos, o sea ahí, en la UNAM.

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 43

Los encontró, aunque ni tan inm ediata ni tan consen-

suadam ente como podría pensarse. La izquierda en gene­

ral, y la universitaria en particular, nada más no se ponía de

acuerdo. M ientras el PFCRN y el PPS ofrecieron su apoyo

de inm ediato a Cárdenas, Rosario Ibarra prefirió m ante­

ner una m uy trotskista independencia, pese a la opinión de

una parte nada desdeñable de su partido, el PRT, que ter­

m inó por desembarcar en aguas cardenistas, y el PMS del

ingeniero Heberto Castillo dudó todavía por un largo rato

antes de sumarse a la candidatura del otro ingeniero. Al

final, sin embargo, Rosario Robles, como varios militantes

del CEU, destacadamente Carlos Imaz y Antonio Santos,

term inaron por hacer carrera junto a Cárdenas y después

de él.

Con el triunfo del PRD en la Ciudad de México, la ca­

rrera de Robles dio un salto cuántico. Para su sorpresa, o al

menos así lo asegura en su libro, fue nom brada secretaria

de Gobierno, lo que la colocaba, dicho en pocas palabras,

como la segunda al m ando en la capital. No le falta razón

cuando dice que la decisión de ponerla ahí significó una

patada al avispero por parte de su antiguo jefe. Sin ser la

Robles la prim era mujer con un cargo político de im por­

tancia en México, la decisión de encabezar el prim er m an­

dato no priista de la segunda o tercera ciudad más poblada

del m undo con una mujer como brazo derecho fue, en lo

simbólico, toda una declaración de principios, en un país

con tantos atavismos machistas como este, y en lo práctico, inicialmente al menos, todo un acierto, según avanzamos

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44 EL l i b r o n e g r o d e l a i z q u i e r d a m e x i c a n a

hace unas líneas. No es fácil gobernar una urbe como la ca­

pital, particularm ente con las restricciones de presupuesto

(solo para empezar la pelea, al prim er jefe de Gobierno le

conectaron un recorte del 12% en la quijada) y la ostensible

enemistad del gobierno federal que padeció la adm inistra­

ción cardenista. Con todo, la popularidad de Cárdenas no

fue nunca desdeñable y algo habrá tenido que ver con ello

Rosario Robles, autoproclam ada representante de una iz­

quierda reloaded, actualizada, limpia de radicalismos.

¿Fue el gobierno del DF, con Cárdenas y luego con

Rosario Robles, un gobierno realmente progresista, en el

sentido de que procedió como un gobierno de izquierda

mesurada, m oderna, ajena al espíritu faccioso y revolu­

cionario que dom inó al México opositor de los años 60 y

70 y más próxima, por ejemplo, a los experimentos de la

socialdemocracia europea? Desde muchos puntos de vista

es justo decir que sí, y probablemente en eso sí radicó su

popularidad. Al equipo de Cárdenas y luego al de Robles se

debe buena parte de las iniciativas culturales que en efecto,

y con todos sus bemoles, han cambiado la forma de vivir

la ciudad: el Faro de Oriente, una viva y activa escuela de

artes y oficios, o la red de Libroclubes, una forma desburo-

cratizada de paliar nuestra eterna crisis bibliotecaria. Siem­

pre hay que dudar de la cultura financiada por las instan­

cias oficiales, pero la adm inistración cardenista entendió

bien lo que antes entendieron, mejor aun, los colombianos:

la cultura, tan denostada en los hechos por burócratas y parlamentarios, invariablemente prestos al recorte por ese

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 45

lado cuando llegan las crisis, es de enorm e ayuda a la hora

de lograr convivencias civilizadas, libres de armas. Eso

que los sociólogos llaman horripilantem ente, y van nues­

tras disculpas por semejante expresión, reconstruir el tejido

social.

Tampoco son esencialmente criticables, aun dentro de

su estridencia y su im pronta populachera, ideas como la

de la famosa rosca de Reyes gigante que se extendió en la

plancha del Zócalo para que los viandantes pasaran a lle­

varse un platito de cartón con ese mazacote tan injusta­

mente valorado —si se permite la digresión culinaria—. No

es criticable en la medida en que el gobierno decidió hacer­

la en equipo con los empresarios del pan, lo que habla de

una sana propensión a acercarse al m undo de los negocios

y la industria, frecuentemente mal vista por las izquierdas.

Como nada criticable, y muy propia de las agendas de la

izquierda democrática, es la decisión valiente —dicho sea

de paso, no respaldada en su día por el entonces presidente

del partido y futuro santón de la progresía, Andrés Manuel

López O brador— de pugnar en la cámara por la despena-

lización del aborto, un lidia que no cualquiera torea, por

aquello de que la opinión pública luego se pone respondo­

na y las siguientes elecciones se complican.

En cambio, es lícito preguntarse qué demonios pensa­

ban nuestros gobernantes cuando les tocó tratar con per­

sonajes como Fidel Castro o los chicos del CGH, el Consejo General de Huelga, esos que se tom aron la libertad de ce­rrar la UNAM ante el prolongado pasmo de las autoridades.

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4 6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Bienvenido mister Castro

Lo cuentan ellos: tanto Cárdenas como la Robles profesan

una adm iración sin ataduras por Fidel Castro.

Por lo que toca a Cárdenas, la adm iración, convicciones

políticas aparte, tendrá mucho que ver con las relaciones,

ya viejas y siempre buenas, entre la familia del autócrata

cubano y la del fundador del PRD. Son relaciones que se

rem ontan a los días de retiro de Lázaro Cárdenas, el padre

del ingeniero, probablemente en el año 56, y que han ten i­

do m om entos tan amables como la carta llena de gratitud

que Castro le envió al general en el año 58, desde la Sierra

Maestra; su presencia en La Fíabana, en el 59, para celebrar

el triunfo de los barbudos; o la entrega de la Medalla de la

Amistad a Cuauhtém oc Cárdenas, en 2004. Es dudoso que

el dictador profese verdadera lealtad y sobre todo adm ira­

ción por cualquier persona distinta a la suya, pero es más

que probable que la intervención de Lázaro Cárdenas ante

el presidente Ruiz Cortines para que liberara a los futuros

alzados, que se entrenaban en México en los días inm e­

diatamente anteriores a la botadura del Granma y el inicio

del revolución guerrillera, o su decisión frustrada de viajar

solidariamente a Cuba como respuesta al ataque en Bahía

de Cochinos, habrá influido positivamente en su ánimo.

Incom oda sin sorprender, en todo caso, que un dem ó­

crata probado en combate como el ingeniero Cárdenas se detenga en la figura de Castro sin esbozar una crítica de

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 47

profundidades ante los horrores de su régimen. El m o­

mento más cáustico del libro del ingeniero, que incom oda

y sorprende a partes iguales, se encuentra en la página 311,

cuando Cárdenas trascribe la carta que envió a Castro ante

su decisión de ejecutar al general Arnaldo Ochoa, veterano

de las campañas en Angola; a Antonio de la Guardia, supe-

respía que alguna vez fue un presunto amigo del alma, y a

otros dos militares, acusados junto con nueve ciudadanos

más de organizar una red de tráfico de drogas con el cártel

de Medellín.Semejante proyecto existió. Con el desplome del blo­

que soviético, en 1989 Cuba estaba en una crisis económ i­

ca sin precedentes, esa etapa que luego se conocería como

«periodo especial». Según docum enta el periodista Andrés

O ppenheim er en La hora fin a l de Castro y de acuerdo con

el testim onio publicado por Jorge Massetti, otro superes-

pía y yerno de Antonio de la Guardia, la respuesta, vista la

absoluta inoperancia de la economía isleña y dado el em ­

bargo de Estados Unidos, fue financiar la utopía socialista

—un modelo, dicen, infinitam ente más ético que el de la

depredación capitalista— con el tráfico de drogas. Pero el

secreto no podía durar, entre otras cosas por la vigilancia

perm anente de la inteligencia estadunidense, y m ientras el

secreto empezaba a emerger hacia la superficie, el descon­

tento en la isla crecía hasta grados nunca vistos. A fin de

evitar un escándalo internacional que ya se dejaba ver en el

horizonte y al mismo tiem po cercenar un par de posibles cabezas opositoras, Castro, ese Maquiavelo del Caribe, o r­

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4s EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

ganizó un juicio público menos creíble que una m oneda

de tres pesos y pasó por las armas a los cuatro prisioneros.

Antes, recibió una carta de Cárdenas que, predeciblem en­

te, desoyó. Respetuoso con sus convicciones, el ingeniero

pedía clemencia para los cuatro sentenciados, aunque con­

cedía lo inconcedible: el proceso había sido llevado de la

mano por la ley y el daño infligido por ellos a Cuba —Cuba,

donde no se mueve la hoja de un árbol sin que se entere

el com andante— fue terrible. Las relaciones de la familia

Cárdenas con Cuba, como quiera que sea, parecen felices.

Lázaro Cárdenas Batel, hijo de Cuauhtém oc Cárdenas,

bien considerado exgobernador de Michoacán, está casado

con una cubana, Mayra Coffigny.

Menos comprensibles fueron las razones de Rosario

Robles. El embeleso de la izquierda ante la figura de Cas­

tro, incluso, según vemos, de la izquierda m oderada, es un

vicio de muchas décadas que apenas en los últimos años da

señales sino de esfumarse como sería deseable, al menos

de perm anecer en el clóset, con el recato debido —luego de

tres güisquis, pocos socialdemócratas superan la sobrem e­

sa sin volver a lo de «Ha habido excesos, pero los logros de

la Revolución me parecen indiscutibles». La Robles cuen­

ta en sus m em orias que en los años de facultad, como era

propio de cualquier estudiante, sobre todo una estudiante

de Economía en la UNAM como ella, creyó en el marxismo

hardcore —o sea, el marxism o revolucionario, a la antigua, ese que debía incendiar al m undo para levantar uno más justo de las cenizas— como se cree en esas cosas: con una

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 49

fe libre de matices. Hasta aquí, nada de qué sorprenderse.

Siempre según su testimonio, luego, conforme hizo el ser­

vicio militar en las lides políticas y dejó atrás los años de

licenciatura, viró hacia el reformismo y la certeza de que

no hay mejor lucha que la lucha pacífica e institucional.

Es un camino habitual para muchos militantes y un cam i­

no digno de aplauso. Pero, por decirlo así, doña Rosario

tampoco superó la sobremesa con güisquis, y no es que le

faltara mucho para llegar a la meta.

El tropezón, es decir este tropezón —vendrían otros

mucho más sonados—, llegó en noviembre de 2000. A

punto de term inar su mandato, la jefa de Gobierno anun­

ció que entregaría las llaves de la ciudad, como huéspedes

distinguidos, a Ricardo Lagos, presidente socialista de C hi­

le, y a Castro. Unos cuantos medios arm aron la m arim o­

rena, aunque acaso no tanto ni tantos como sería de espe­

rarse, desde luego no por Lagos, un dem ócrata con muy

buenas credenciales, sino por Fidel. No les faltaba razón

a esos cuantos. Con buenos motivos, Cárdenas se había

negado a complacer a la secretaría de Relaciones Exterio­

res cuando le pidió que rindiera homenaje a Hugo Bánzer

Suárez, el dictador boliviano —luego presidente constitu­

cional de ese país— a quien se atribuye la responsabilidad

de unas 150 desapariciones de disidentes políticos en los

70. Faltaba más: un régimen elegido democráticamente,

capaz de vencer a la tentación de la violencia y que había visto caer m uertos a muchos seguidores en la lucha por lle­gar al poder de forma legal, no podía colgar una medalla

Page 43: El libro negro de la izquierda - JPatan

en trem endo personaje. La pregunta obligada es: ¿por qué

entonces colgarla, como Rosario Robles, en el Caballo, un

personaje que duró (o dura) bastante más en el poder que

el propio Bánzer, ha hecho desaparecer a muchos más de

150 disidentes y ha conducido a su país a una crisis perm a­

nente que, por lo menos en una im portante proporción, se

debe a sus concepciones del orden social y la economía?

Porque, a saber por qué motivos, con Fidel no im portan los

hechos: im porta su condición de símbolo.

Es en verdad inquietante leer la crónica de aquellos m o­

mentos que ofrece la Robles en su libro. Dice que ya enton­

ces «un sector de la izquierda [...] se había convertido en

un factor de crítica del gobierno cubano con relación a los

derechos hum anos y los derechos de las minorías en la isla».

No obstante, tomó la decisión de honrar al mandatario, he­

cho del cual, en sus palabras, «No me arrepiento», ya que

puso en la balanza «la amistad entre nuestros pueblos, la

im portancia de la Revolución Cubana en América Latina y

el hecho indiscutible del liderazgo de Fidel Castro» (p. 225).

El párrafo entero podría usarse para enseñar a las genera­

ciones futuras el cúmulo de errores de interpretación y peti­

ciones de principio con que buena parte de la izquierda del

siglo XX, incapaz de pasar la navaja de la lógica y la ética a la

historia de sus propias convicciones, se empeñó en rescatar

al tirano caribeño en vez de hacer, sí, una confesión de parte y una revisión de conciencia. Van unas cuantas preguntas

más, con permiso de los lectores: ¿Por qué la amistad de los pueblos cubano y mexicano, en caso de que efectivamente

co EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Page 44: El libro negro de la izquierda - JPatan

L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C 5 1

dos pueblos puedan ser amigos (o enemigos, para el caso),

habría de ser representada por Fidel Castro, reacio como

ninguno a cualquier concesión a la voluntad popular? ¿Por

qué su liderazgo, en efecto indiscutible, tiene que ser visto

como un liderazgo positivo, luego de ocho o diez mil m uer­

tos y cincuenta años de dictadura? ¿Qué quiere decir que

la Revolución Cubana sea importante, como en efecto lo

es? ¿Cual revolución: la que encabezó el Movimiento 26 de

julio mucho antes de que Fidel se trepara a la sierra o la que

dejaron caer los comunistas sin agua va, con los resultados

conocidos? ¿Por qué, sobre todo, el escaso o nulo acento en

lo de los «derechos humanos» y los de «las minorías», como

si las palizas a las damas de blanco, los leprosarios indignos

para yonquis o enfermos de sida y los campos de reeducación

no fueran hechos contundentes, sino minucias o incluso

asuntos meramente subjetivos y por lo tanto susceptibles de

interpretarse con libertad?

Pero eso es lo que pasa con las idolatrías: descartan los

hechos y se estacionan en lo simbólico. Fidel no es: Fidel

solo significa. No im porta cuántas m eteduras de pata o

cuántas atrocidades puedan docum entarse en la historia

del comunismo cubano, para no pocos demócratas el va­

lor de la Revolución Cubana, situable en un pasado que

tampoco es posible determ inar históricam ente —recuer­

den los lectores lo de la sobremesa y los tres güisquis—, es

invulnerable a los hechos.

El acto de contrición revolucionaria que escenificó el gobierno del DF ante la visita de Castro, escandaloso como

Page 45: El libro negro de la izquierda - JPatan

"2 EL L I B R O N E G R O D E LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

resulta, no fue sin embargo el que pagó más caro en tér­

minos de credibilidad pública, esto es, a la larga, de votos.

Cara, cara en serio, fue la política de seguridad que siguió

cuando la UNAM, una entidad federal que no obstante es

un emblema de la Ciudad de México, fue ocupada por el

ala más radical de un movimiento que de suyo no viajaba

con mucha popularidad en el equipaje, el Consejo General

de Huelga o CGH.

Del C E U al CGH hay mucho trecho

Dos «huelgas» —démosle ese nombre, pues así decidieron

llamarlas sus protagonistas, aunque podría discutirse que

realmente les convenga semejante categoría— han m arca­

do a la Universidad Nacional Autónom a de México en las

últimas décadas, y con la universidad al PRD, que metió las

manos en ambas de diferentes maneras y salió escaldado.

La prim era huelga tuvo como punta de lanza a un m o­

vimiento englobado bajo las siglas del Consejo Estudiantil

Universitario, el CEU, creado a fines de 1986 y lanzado a un

paro de quince días en el arranque de 1987. De lo que se tra ­

taba era de frenar las reformas impulsadas por el rector Jor­

ge Carpizo, convencido de que la Universidad necesitaba,

por una parte, implementar cuotas mínim am ente apegadas

a la realidad para hacerse de recursos, y por otra, suprimir

el pase automático de los estudiantes de las preparatorias

públicas, a ver si la población universitaria disminuía un poco, deseo no del todo insensato cuando el número de

Page 46: El libro negro de la izquierda - JPatan

LA V E N G A N Z A DE C U A U H T E M O C 53

alumnos se contaba en cientos de miles, o al menos estos

alcanzaban niveles razonables de preparación antes de aspi­

rar a un título. No hubo forma. A la huelga la acompañaron

marchas nutridas al Zócalo de la ciudad y a estas, por fin,

una invitación a negociar. En sentido estricto, el CEU ganó

la mano, porque las reformas fueron detenidas, se anunció

un congreso universitario que no ocurrió sino hasta 1990 y

al final no hubo ni un verdadero aumento de cuotas, ni un

freno a la llegada masiva, sin examen de admisión, de alum ­

nos demasiadas veces ínfimamente preparados.

Escuece, lo de la UNAM, porque al orgullo por su esta­

tus de «prim era universidad en el m undo de habla españo­

la» y sus logros, por ejemplo, en el campo de la investiga­

ción en medicina, se contrapone la aplastante evidencia de

que los veinte mil millones de pesos que se le asignan cada

año sirven, en gran medida, para alim entar a un sindicato

hipertrófico —el Sindicato de Trabajadores de la UNAM o

STUNAM, cuyos agremiados gozan de condiciones labo­

rales que ni de lejos goza la mayor parte de los trabajado­

res mexicanos que los patrocinan con sus im puestos—, así

como a una masa de estudiantes como no se juntan en las

universidades de la India o China y a la correspondiente

planta de profesores, demasiado grande y en esa medida

obligadamente dispareja en sus aptitudes, que a m enudo

están bajo m ínim os como habrá com probado cualquiera

que haya cursado alguna materia en la «Gorda de Copilco», para usar el nombre acuñado por Guillermo Sheridan. En los años 80, la necesidad de modificar las condiciones de

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54 EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

ingreso a la Universidad y sobre todo las estructuras que le

im pedían financiarse con independencia de los fondos p ú ­

blicos no daba lugar a posposiciones. Tampoco era nueva.

Tiene razón Sheridan cuando trae a cuento el lincham ien­

to que sufrió en 1966 el doctor Ignacio Chávez, notable

cardiólogo —fundó el Instituto Nacional de Cardiología,

entre otras gracias— que por aquellos años pensó que el

trabajo de un rector de la UNAM, como él, era lograr que

la institución que presidía ofreciera a los ciudadanos que la

patrocinaban un centro de producción de ideas, descubri­

mientos científicos y tecnología nueva a la altura de sus d i­

mensiones y recursos. ¿Cómo? Lo adivinaron los lectores:

con la supresión del pase automático y el aum ento de las

colegiaturas. Lo pagó caro. Un grupo de radicales, defen­

sores del pueblo y la gratuidad de la educación, irrum pió

en sus oficinas, lo sacó a empellones y lo obligó a firm ar

su renuncia, ante el pasmo o complicidad de la izquierda

presuntam ente m oderada y del gobierno.

Así que la victoria ceuista, para darle un nombre, no

fue propiam ente sino la perpetuación de un estatus viejo,

aunque defendido en esa nueva ocasión, hay que decirlo,

con m étodos un tanto menos incivilizados. Pero no solo

por razones digamos académicas —digamos: hay que ser

muy ingenuo para no entender lo radicalm ente político de

lo que se jugaba ahí— ganó el CEU, convertido muy pronto en una abierta escuela de fuerzas inferiores para la izquier­da partidaria que se perfilaba en el horizonte, es decir, el

PRD y sus antepasados.

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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C

Visto en perspectiva, el m atrim onio del movimiento

cardenista con el estudiantil era inevitable. Com partían,

por un lado, el abandono de las posturas revolucionarias

dom inantes en épocas anteriores en favor de las vías elec­

torales, y por otro, un no menos cierto rechazo a la violen­

cia, aunque no, particularm ente en el caso del CEU, a la

llamada resistencia civil, resistencia que aterrizó en la fa­

mosa huelga. Como todos los amores a prim era vista, a la

larga este trajo consecuencias graves para los infatuados,

que actuaron con un cálculo político tan inm oral como in ­

genuo —la contradicción es solo aparente, como dem ues­

tra, de hecho, la historia completa de la izquierda reciente

en México— cuando, varios años después, un grupo o una

constelación de grupos que no habían abandonado la vía

revolucionaria iniciarían otra huelga, mucho más larga,

en la misma Universidad. Pero esa crónica la haremos un

poco más adelante. Ahora, lo que interesa recalcar es que

en aquellos m om entos fundacionales del ceuismo no eran

pocos los universitarios que m erodeaban ya la militancia

cardenista. Uno de ellos era Rosario Robles, quien trabaja­

ba en la UNAM y, como muchos profesores, se unió a los

estudiantes en la lucha contra Carpizo.

La Robles conoció a Cárdenas en 1987, en una cena,

justo cuando regresaba de una convención en Durango que

postulaba como candidata a otra Rosario, Rosario Ibarra.

Cárdenas pertenecía aún al PRI, pero la idea de luchar por

la presidencia estaba a nada de convertirse en algo más que una idea y a su futura sucesora en la Ciudad de México el

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EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

ingeniero la convenció ese mismo día, o así lo cuenta ella.

Integrante del STUNAM y aliada de la dirigencia del CEU,

se convirtió en un puente natural entre los universitarios

y el movimiento. Algún trabajo le habrá dado cum plir

con esa encomienda. Cárdenas es recordado, con justicia,

como el hom bre que unió a la izquierda para las elecciones

del 88. Pero antes y después de él abundaron las divisiones.

Una parte del PRT pugnaba por apoyarlo, destacadamente

Adolfo Gilly, Ricardo Pascoe y el líder estudiantil Antonio

Santos, todos, en adelante, colaboradores muy cercanos,

pero otra parte decidió mantenerse fiel a la pertinaz Rosa­

rio Ibarra. Heberto Castillo, a la cabeza del PMS, contaba

con un apoyo a toda prueba de sus partidarios, pero otros

autoproclam ados socialistas decidieron form ar un movi­

m iento llamado M ovimiento al Socialismo, el m a s , que dio

no pocos seguidores a Cárdenas. Finalmente, Castillo de­

clinó en favor de Cárdenas, al que unió siempre una cier­

ta amistad y sobre todo, valga la muletilla un tanto cursi,

unos cuantos ideales compartidos.

A Rosario Robles se debe en buena medida que Cuauhté-

moc Cárdenas, muy a pesar de la opinión de la Rectoría, haya

protagonizado un sonado y multitudinario mitin en la ex­

planada de Ciudad Universitaria —hay quien habla de unas

cien mil personas— en 1988, con las elecciones en puerta, y

por eso, no tan a la larga, la dirigencia estudiantil encontró

acomodo en el partido y luego, según los triunfos electorales se multiplicaron, en la nómina pública. Uno a uno, casi todos los grandes capos del CEU se sumaron al cardenismo y a la

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T E M O C

larga o a la corta encontraron cargos públicos o dentro del

PRD. Carlos Imaz, sociólogo de la Facultad de Ciencias Polí­

ticas y Sociales, consiguió un puesto con un nombre casi tan

largo como el de su facultad, el de Coordinador de Participa­

ción Ciudadana en el gobierno de Cárdenas; luego fue pre­

sidente del partido en el DF, del 99 a 2002, y gozó del cargo

de jefe delegacional en Tlalpan, o sea lo que los hombres co­

munes llamamos delegado, a partir de 2003... Y hasta 2004.

Fue entonces cuando lo vimos todos en el acto de recibir 350

mil pesos del empresario Carlos Ahumada a mayor gloria

del partido, la izquierda y, ya entrados en gastos, del pueblo

en su totalidad. Ahí se le acabó la paz, o sea el disfrute. Vol­

veremos a esto, estimados lectores: no desesperen.

A su vez Imanol Ordorika, físico, tuvo entre otras res­

ponsabilidades la de coordinar los medios para Cárdenas

en la elección de 2000, no mucho antes de renunciar al par­

tido entre trinos y despotriques por las peleas callejeras en

pos del poder y la burocratización de la causa. El oaxaque-

ño Antonio Santos, de Estudios Latinoamericanos, o sea

de la Facultad de Filosofía y Letras, igual que ímaz muy

cercano a Cárdenas y Rosario Robles, ha recorrido la milla

como secretario de Asuntos Electorales en el Comité Eje­

cutivo Nacional del PRD, y en varias elecciones por aquí y

por allá (Guerrero, Michoacán, en el 92; Chiapas, en 2002

y 2006). Lejos tam bién ya del PRD, colabora con Emilio

Zebadúa en el Partido Nueva Alianza, conocido por el he­

cho de que su prim erísim a fundadora es doña Elba Ester Gordillo, egregia líder sindical de los profesores.

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58 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

No, no olvidamos a M artí Batres. Convertido al paso de

los años en uno de los escasos funcionarios mexicanos que

no solo fue despedido por su patrón, el jefe de Gobierno

Marcelo Ebrard, sino declarado públicamente como despe­

dido y no como beneficiario de una licencia para desarro­

llar proyectos personales o algo por el estilo, fue diputado

local en el DF, prim eros pasos de una larga carrera política

que incluye una diputación federal, el cargo de subsecre­

tario del gobierno chilango con AMLO, el de presidente

del PRD en el DF y, durante casi cinco años, desde 2006, el

de secretario de Desarrollo Social en esta misma ciudad.

Fue de este cargo que lo despidió Ebrard en septiembre

de 2011, luego de que Batres, conocido por su cercanía a

López O brador y a René Bejarano, criticara que su supe­

rior asistiera al quinto informe de gobierno del presidente

Calderón. Aunque su mayor éxito de taquilla se lo debe

a la leche. No se trata de un juego de palabras. En 1999,

Batres impulsó un program a de la asamblea que consistía

en la venta de leche a bajo precio. Leche es un decir. Según

descubrimos, gracias a los análisis que hicieron la Procu­

raduría del C onsum idor y la Secretaría de Salud, la famosa

Betty consistía, básicamente, en una mezcla de soya y, por

si ofrecer semejante atrocidad a los ciudadanos no fuera

suficiente agravio, heces fecales. En efecto, la bebida con

que Batres y el resto de los prom otores decían subsanar las carencias de los más pobres, incapaces con demasiada frecuencia de com prar leche, estaba saturada de partícu­las de estiércol. Batres aseguró que todo era una estrategia

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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C 59

del gobierno para desacreditarlo y, en un acto de inevitable

coprofilia que pasará a la posteridad, se benefició con un

largo, firme latigazo de leche Betty frente a los medios de

comunicación. Pero —una disculpa más por el hum or fá­

cil— el mal trago no lo salvó del descrédito. Solo un entor­

no político tan digamos tolerante como el mexicano podía

adm itir que este mismo personaje term inara como secreta­

rio de Desarrollo Social del gobierno de Ebrard.

A la larga, el PRD se confirm ó en su papel de prim era,

indiscutible —aunque tam bién discutidísim a— prim era

fuerza política de la capital, incluso los más jóvenes en­

tre los veteranos de la causa ceuista consiguieron chamba.

Adolfo Llubere, por ejemplo, sustituyó a ím az en Participa­

ción Ciudadana, cuando Robles se convirtió en alcaldesa;

ha trabajado hasta en tres adm inistraciones diferentes en

Tlalpan y, de forma peculiar, fungió como «Presidente Su­

plente de la Junta de Gobierno del Cuerpo de Bomberos».

En esa calidad fue que en 2000, dado el menos que exi­

guo presupuesto de que disponía el Cuerpo, Llubere tuvo

a cargo una «Primera Colecta Anual» que debía subsanar

carencias tales como lo que cobraban los señores por r i­

fársela entre las llamas: ochocientos y pico pesos menos

descuentos por holocausto resuelto (las cifras se las debe­

mos al periódico El Universal). La idea era captar unos cien

millones de pesos. La cifra recolectada, en cambio, fue un

tanto menor, siempre según los datos de El Universal: 10.7

millones en efectivo y 12.5 en especie. Algo es algo, dirán los lectores, pero hay de algos a algos. Como Llubere y su

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6 o EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

equipo invirtieron alrededor de siete millones de pesos en

prom ocionar tan noble causa, al final los bom beros tuvie­

ron que conformarse con tres millones de pesos y piquitos.

De todas maneras, no es este el episodio más estriden­

te de los patrocinados por el antiguo líder estudiantil. En

2009, cuando ya no era una sorpresa para nadie que en el

PRD se arreglara como una pelea callejera la competencia

por un puesto público, Llubere, precandidato a delegado

por Tlalpan, acusó a uno de sus competidores, Higinio

Chávez, de enviarle un microbús cargado de golpeadores

que lo atacaron, junto a su hermano y otras dos personas

de su equipo, a —en serio— hebillazos. Hubo un deteni­

do, Jesús Esquivel, que resultó ser suplente de Chávez en

la cámara de Diputados. Pero el lam parón más grande en

su hoja de servicios apareció en 2004, cuando su nom bre

apareció vinculado al de Carlos Ahumada, a raíz del asun­

to de los videoescándalos. Es importante decir que no hay

pruebas a la mano de semejante vínculo.

Según se deja ver en las líneas precedentes, no todo fue,

pues, miel sobre hojuelas para la dirigencia ceuista, par­

ticularm ente una vez que saltó a posiciones políticas de

grandes ligas. Tampoco fue todo un cultivar la imagen de

probidad y altruism o que años atrás exigieron ellos m is­

mos, con razón, a los gobernantes del PRI, o después a los

del PAN.

Pero cualesquiera que hayan sido los tropiezos de los

chicos del CEU, todos los echamos de menos cuando a la UNAM se le dejó caer otra «huelga», una mucho más vio­

Page 54: El libro negro de la izquierda - JPatan

lenta, duradera y cerril que la suya. Un día, la Universidad

Nacional apareció cubierta de alambre de púas. Pasaron

muchos meses antes de que alguien se decidiera a meterle

tijera. Ironías históricas, pagó la factura, parte im portante

de ella al menos, la propia dirigencia ceuista que años an­

tes había cerrado la UNAM. Del CEU al CGH hay mucho

trecho.

Ah, el olor de las trincheras

Situación ambigua la de la UNAM. Es un organismo que

compete al gobierno federal, decíamos, pero no solo está

en la Ciudad de México, sino que es parte sustancial de

la Ciudad de México casi desde cualquier punto de vista:

como espacio público, como centro de movimiento polí­

tico, como foco de cultura, como terreno deportivo e in ­

cluso, si se quiere, emocionalmente. ¿Entendió el gobier­

no de la ciudad esta condición ambigua cuando el famoso

Consejo General de Huelga, el CGH, se lanzó a la huelga

y se atrincheró en Ciudad Universitaria? Probablemente

no. Incluso, cuando se lee lo que escribieron sobre aquellos

días muchos de los funcionarios de entonces, crece la sos­

pecha de que en general siguen sin entenderlo.

La llamada huelga universitaria fue el regalito de bien­

venida a la jefatura de Gobierno para Rosario Robles. En

sentido estricto, el día que Robles ocupó la oficina del Zó­calo el asunto llevaba ya tiem po en marcha. Técnicamen­te, el conflicto empezó en enero de 1999, cuando el rec­

LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 6l

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EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

tor Francisco Barnés decidió volver a recorrer el camino

de Carpizo, cierto que con algunas diferencias, y anunció,

entre otras reformas, un increm ento a las colegiaturas, que

escalarían de los veinte centavos que costaban en ese m o­

mento a unos 2000 pesos. Habría que introducir aquí unos

cuantos matices. Barnés aseguró que el excedente obtenido

de esta m anera se dedicaría por completo a la investiga­

ción y el mejoramiento, ya urgente, de las instalaciones de

la UNAM. Aseguró también que el aum ento se suspendería

para cualquier estudiante que asegurara por escrito y con

firma de por medio que no estaba en condiciones de pagar­

lo. De poco le sirvió. Antes que pronto, las protestas em pe­

zaron, con bastante fuego y sin duda con el apoyo de una

parte más que respetable de la com unidad universitaria, lo

que sea que eso signifique. En abril de ese año, el CGH era

ya una realidad. Una realidad intim idante, construida al­

rededor de un radicalismo que no hizo sino intensificarse

con el paso de los meses y, de m anera por lo menos para­

dójica, construida tam bién en torno a la idea de que los

contribuyentes pobres de este país, una mayoría como es

sabido, tienen la responsabilidad ciudadana de patrocinar

las carreras de los estudiantes con origen burgués.

Es de suponerse que con los antecedentes de la huel­

ga del CEU en las cabezas, Barnés y el pleno del Consejo

Universitario decidieron anunciar que las cuotas serían

voluntarias. Esta rendición parcial tam poco sirvió de gran

cosa. Aceleradamente, los huelguistas fueron exacerbando las protestas y arrim ándose a la violencia franca y abierta,

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C

al tiem po que, no hace falta aclararlo, se m antenían firmes

en la decisión de m antener tom ada la Universidad. De las

manifestaciones m ultitudinarias con insultos al rector se

pasó al bloqueo de calles en diversas zonas de la ciudad,

un aviso particularm ente claro (veremos enseguida que no

era el prim ero ni mucho menos) de lo que le esperaba en el

futuro a los automovilistas de la capital, sometidos, como

sabe cualquiera que haya pasado aunque sea unos días en

esta ciudad, a sesiones interminables de tráfico por cual­

quier causa defendida incluso por un puñado de personas.

Pero no fue esto lo más grave. De las manifestaciones y los

bloqueos se pasó al robo o destrozo de propiedades de la

Universidad y finalmente, de m anera predecible, a la vio­

lencia abierta, ejercida sobre todo contra los estudiantes

que optaron por tom ar clases fuera de las fronteras de C iu­

dad Universitaria.

En realidad, el currículo del CGH abunda en agresiones,

batallas campales, bloqueos de calles, «tomas» de estacio­

nes de m etro e incluso sospechas de secuestros y de víncu­

los estrechos con el Ejército Zapatista y el aun más violento

Ejército Popular Revolucionario. No todas estas acusacio­

nes pudieron ser sustentadas con hechos, sobre todo no las

más graves, pero incluso las más leves entre las que sí se

fundam entaron empíricamente bastan para dar una idea

de las cuotas de radicalidad y violencia que alcanzó un m o­

vimiento que no encontró pocos apoyos en los medios y

entre los profesores universitarios. El 8 de noviembre, la

prensa dio cuenta del secuestro de Laura Hernández, una

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6 4 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

de las activistas contra la toma de la Universidad que más

dolores de cabeza causaron al CGH. Estudiante de veteri­

naria, Hernández tuvo una muy activa participación en las

dos «recuperaciones» de la e n e p Acatlán y una tercera de

la Prepa 9 por antiparistas. El precio fue ser metida a la

fuerza en un coche por tres sujetos que la obligaron a cir­

cular por la ciudad durante tres horas, entre amenazas para

que le «bajara» y preguntas insistentes sobre sus presuntos

patrocinadores.

O curre que no era escasa, ni dentro ni fuera de la

UNAM, la oposición a la huelga y los huelguistas. C uan­

do hace la crónica de aquellos días, Rosario Robles dice

que el gobierno del Distrito Federal había decidido otorgar

un «respeto absoluto a la autonom ía universitaria y su res­

paldo a la decisión mayoritaria de defender la gratuidad».

¿Mayoría? El térm ino merece, en el mejor de los casos, una

discusión profunda. Frente a los muchos que decidieron irse

inicialmente a la huelga, muchos decidieron seguir con las

famosas «clases extramuros». Si las manifestaciones con­

tra Barnés y sus m edidas contaban, al principio al menos,

varios miles de inconformes y solidaridades externas, los

automovilistas que apagaban las luces de sus coches para

m ostrar su propia inconform idad con los alzados no eran

ni mucho menos pocos.

La opinión de Rosario Robles sobre el proceso de radi- calización del movimiento no difiere sustancialmente de la

opinión de la mayoría. No sin buenas razones, dice que los huelguistas más recalcitrantes se adueñaron gradualmente

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C

de la dirección del movimiento hasta que, de algún modo,

no hubo camino de regreso. La exjefa de Gobierno sabe

de lo que habla. La historia de los movimientos estudian­

tiles, en México al menos y particularm ente en la UNAM,

es la historia de un error reiterado de las izquierdas m o­

deradas, referido en las notas introductorias a este libro:

creer que las otras izquierdas, las recalcitrantes, las duras,

son susceptibles de manipulación; que cabe apostarle a un

m atrim onio corto, de conveniencia, para fortalecer la cau­

sa y luego anularlas políticamente. No en vano ella misma,

en los años 70, fue integrante del bando de los duros, los

llamados Vándalos de la Facultad de Economía. Pero en el

caso del CGH habrá que tener en cuenta un par de detalli-

tos. El prim ero es que las facciones moderadas, si el térm i­

no m oderación cabía realmente en ese contexto, se vieron

barridas desde el principio por la furia de los más radicales.

El segundo, mucho más im portante, es que de la escalada

de violencia del CGH, se vean las cosas como se quieran

ver, no fue del todo inocente la vieja guardia ceuista.

Entre el movimiento estudiantil que arrancó en el 86 y

el que cerró la Universidad para recibir al nuevo milenio

hay una línea de continuidad, es decir, una historia larga y

docum entada de actos de «resistencia civil», por llamarlos

de algún modo, que no solo involucran a parte de los vete­

ranos y no tan veteranos líderes del CEU, sino también, a

través de ellos, al PRD, con todos los golpes de pecho y las

declaraciones de inocencia en lo tocante a su nula participa­ción en los asuntos universitarios. Velozmente, podríam os

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66 EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

recordar la toma de Rectoría, en septiembre del 95, por un

grupo de estudiantes comandados, entre otros, por Llube-

re. La exigencia: un diálogo público. La respuesta de las au­

toridades universitarias: una negativa y una denuncia ante

la Procuraduría General de la República. En esos m om en­

tos, Llubere estaba a meses de agarrar chamba en el gobierno

de Rosario Robles, pero hubo otros ceuistas vinculados al

PRD que no dejaron pasar una oportunidad de disparar

declaraciones. Está Imaz, por ejemplo, que vio en el m ovi­

miento estudiantil un paso más en la lucha contra la globa-

lización y term inó por incurrir, visionariamente, en el cons-

piracionismo, cuando dijo, por ahí del mes de diciembre,

que en realidad las reformas neoliberales impuestas por el

rector Barnés se pergeñaron en el Banco M undial, la OCDE

y el Banco Interam ericano de Desarrollo, aparentemente

ansiosos de truncar el futuro de los desposeídos de México.

El hecho es que el CEU y sus muchas organizaciones

aliadas comenzaron tiem po después una campaña de blo­

queos igual de visionaria que el complotismo de ímaz: la

izquierda daba las prim eras señales de dos futuras, perdu­

rables adicciones. En agosto de 1996 fueron bloqueados

Insurgentes, el Eje Central, el cruce de Reforma y Bucareli,

el acceso a Rectoría y el Senado. Por ahí, por el bloqueo del

Senado, justamente, se dejaron ver con todo el peso de su

solidaridad los diputados Héctor Sánchez y Félix Salgado

Macedonio. ¿Adivinan los lectores a qué partido pertene­cían? Si pensaron en el PRD, se hicieron acreedores a una copia de Guerrero, la película autobiográfica protagoni­

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 67

zada por Salgado Macedonio, un personaje estrambótico

e hiperactivo que lo mismo anda en moto que canta (los

lectores pueden deleitarse con su disco A l corazón le vale,

que exhibe una portada simplemente magnética con su

fotografía en ... una moto), funge de presidente municipal

de Acapulco o dirige la edición guerrerense de La Jornada.

Mientras, el PRD respetaba la autonom ía universitaria, se­

gún le dijo Cuauhtém oc Cárdenas al rector Barnés, de un

m odo singular. En febrero del 98, Barnés se reunió con el

recientemente elegido jefe de Gobierno Cuauhtém oc Cár­

denas para apretar los lazos que se dirían naturales entre

la UNAM y la ciudad que la alberga. La idea de Cárdenas

era encom endar a la Universidad muchos de los proyectos

de investigación necesarios para un buen gobierno. Con

franca cordialidad, añadió el ingeniero que si bien el PRD

apoyaba a cartas cabales la gratuidad de la educación, su

gobierno se cuidaría de manifestarse en lo que tocaba al

aumento de cuotas, un asunto entre universitarios. Con

todo, en junio, Imaz, que era director general de Partici­

pación Ciudadana, y Llubere, director de Campañas para

la Participación Ciudadana en esa misma dirección, o sea,

funcionarios a sueldo del DF, firm aron un manifiesto titu ­

lado Universidad se escribe con V de Victoria. No era la ú l­

tima de las manifestaciones escritas y firmadas por funcio­

narios ceuistas o ceuistas funcionarios. Llubere publicó en

diciembre una carta en La Jornada dirigida, nada menos, al presidente Ernesto Zedillo. Al parecer, no iba a aceptar la reducción del presupuesto para la Universidad, porque

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el modelo tecnocrático estaba definitivamente sentenciado

a muerte. ímaz, no menos activo que Llubere, añadió fa­

m osam ente en una marcha con los paristas que el gobierno

capitalino estaba propiam ente «al lado» de los alzados, y

no detrás de ellos.¿Cómo extrañarse entonces de que el descrédito del

movimiento, que llegó a ser prácticam ente consensual,

filtrara a la adm inistración chilanga? No sin habilidad, la

Rectoría decidió someter el futuro inm ediato de la UNAM

a un plebiscito entre los universitarios. El CGH, catapul­

tado hacia un delirio de grandeza revolucionaria que ter­

m inaría por costarle la vida, había exigido reiteradam en­

te que se le reconociera como único interlocutor en las

negociaciones con las autoridades. Estas se negaron, y el

Consejo tuvo oportunidad de calibrar la dim ensión de su

«mayoría». Categóricamente, la com unidad universitaria

se manifestó en favor de la liberación de las instalaciones y

sobre todo de su derecho a hablar libremente, sin interm e­

diaciones de presuntos líderes populares autoerigidos en

caudillos. El CGH desautorizó el plebiscito, al que calificó

de una estratagema para justificar la represión del movi­

miento, y se negó a devolver las instalaciones ocupadas.

Pero a esas alturas el movimiento se había encargado de

cuartear sus propios basamentos. En consecuencia, algu­

nas de las asambleas «locales» optaron por una sensatez

ciertam ente tardía, y entregaron los edificios. Eso ocurrió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, la Escuela de Enfermería y particularmente la Preparatoria 3,

6 8 EL L I B R O N E G R O D E L A 1Z Q J J 1E R D A M E X I C A N A

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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T E M O C 6 9

escenario de la culm inación de la escalada de violencia de

un m ovimiento que había sido básicamente impune. El 2

de febrero de 2000, un grupo de trabajadores de la vigi­

lancia universitaria entró en la Preparatoria para cuidar

las instalaciones. No tardaron en apersonarse las huestes

cegeacheras, que dejaron heridos a treinta trabajadores y

term inaron la jornada con ochenta y pico detenidos.

El final había llegado, aunque probablemente no lo su­

pieran ni los paristas ni los altos m andos perredistas, que

achacaron la crecida de violencia a una conjura del gobier­

no de Zedillo, quien de acuerdo con esta versión —invi­

tamos a los lectores a bucear en la prensa de aquellos días

en busca de las declaraciones de López Obrador, candidato

al gobierno citadino— estaba decidido a desacreditar a un

partido, el PRD, que nada había tenido que ver con la v i­

sión prolongadísima de una universidad alambrada. El 6

de febrero, por fin, la Policía Federal entró a Ciudad U ni­

versitaria y, sin violencia, entre los aplausos de muchos au­

tomovilistas que se detenía con sorpresa en Avenida de los

Insurgentes, detuvo a unos mil paristas y recuperó las ins­

talaciones. Las muestras masivas de rebeldía popular vati­

cinadas por algunos sectores de la prensa, las autoridades

capitalinas y los propios paristas, brillaron por su ausencia.

Bochornos en cadena nacional

¿Quién, de la gran familia perredista, fue el damnificado más grave de los famosos videoescándalos? Salvo la mejor

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7° EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

opinión de los lectores, habrá que colgarle esa medalla a

Rosario Robles, huérfana de partido desde entonces y des­

de entonces ajena a los papeles principales de la política

nacional, ella, que fue jefa de Gobierno y presidenta del

PRD. Cuando la trifulca estalló, sin embargo, la com peten­

cia por el gancho al hígado más doloroso lucía cerrada.

De hecho, el prim ero de los peces gordos del pe-

rredism o que sintió el rigor del pugilismo mediático fue

Andrés Manuel López Obrador. El gancho izquierdo abajo

le llegó el prim ero de marzo de 2004, cuando Joaquín Ló­

pez Dóriga, titular de El Noticiero y dueño de un envidiable

rating, dejaba a disposición de los espectadores un video en

el que Gustavo Ponce, por esas fechas secretario de Finan­

zas del Distrito Federal, m ostraba la concentración propia

de quien tiene el savoir fa ire en una de las mesas del ca­

sino del Hotel Bellagio, en Las Vegas. A López Obrador,

que en ese m om ento estaba en su departam ento de Copil-

co en com pañía de algunos colaboradores de alto nivel, no

le habrá gustado la imagen. Difusa pero inapelablemente,

como podrán apreciar los lectores curiosos que busquen el

video en YouTube, Ponce mata las horas en el lujosísimo

casino del lujosísimo hotel, uno de los más caros de Las

Vegas. Pero eso era solo el principio. López Dóriga tenía en

la mano un puñado grande de cifras que acabarían de hu n ­

dir al secretario en la ignominia de una costosa ludopatía

financiada a saber cómo. Ponce, hom bre de notable resis­

tencia al desvelo, había encadenado tres m adrugadas —20, 21 y 22 de febrero— en la zona VIP del casino, inm erso en

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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C

los placeres ciel blackjack, sin mucha fortuna hasta donde se puede apreciar. Esto significaba que estaba en una mesa

donde la apuesta m ínim a era de trescientos dólares, una

suma pesada para un funcionario cuyo sueldo no llegaba

a los setenta mil pesos mensuales. Óscar Hernández, el re­

portero encargado de la investigación, añadió, implacable,

que Ponce había dejado propinas por el equivalente a 4 800

pesos, lo cual ponía fácil el cálculo de que había consum i­

do por una cantidad rondante a los treinta mil pesos; que

en su viaje anterior, dos meses antes, había m ostrado su

generosidad con propinas por 1 700 dólares; y, para rem a­

tar, que en total había viajado 17 veces a Las Vegas. Bueno,

para rem atar con lo que tenía que ver directam ente con

aquellos viajes; faltaba un detallito más: cómo había hecho

para comprar, de una tacada, alrededor de medio millón de

dólares en una casa de cambio, esto en 2003.

De nuevo, sin embargo, las autoindulgencias de Ponce

eran apenas la punta del iceberg. Estaba por entrar a escena

una de las figuras más llamativas de los rings políticos del

futuro inmediato, Carlos Ahum ada Kurtz, y con él unos

cuantos perredistas de abolengo. Demos unos pasos atrás.

En enero de ese mismo año, la Procuraduría capitali­

na había iniciado una investigación concerniente a 31 mi-

lloncitos de pesos que un par de funcionarios de la dele­

gación Gustavo A. Madero habían puesto a disposición de

seis empresas. El problema: los pagos habían sido girados sin que las obras hubieran sido desarrolladas. A este deta­lle m ínim o se sumaba todavía otro, francamente digno de

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EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

atención: las seis empresas pertenecían a ¿podrán adivinar

los lectores quién? Sí, a Carlos Ahumada, que a su vez había

propuesto al delegado, Octavio Flores, que contratara a los

dos funcionarios implicados, es decir, a Luis Salazar Cano,

director de Recursos Humanos de la delegación, y María

M arta Delgado, subdirectora de Planeación, Programación

y Presupuesto. Para rematar, la investigación encabezada

por el procurador Bernardo Bátiz apuntaba también hacia

uno de los allegados de Ponce, un personaje con un nombre

como de historieta de Tintín: Alierso Caetano de Oliveira.

Si de dar con funcionarios sospechosos se trataba, Sa­

lazar Cano y Delgado brillaban como luciérnagas en la no ­

che oscura. La contraloría del DF había enviado 16 oficios

a otras tantas delegaciones con instrucciones de que no se

les contratara en ninguna de ellas, puesto que estaban bajo

investigación por otro cúmulo de irregularidades com e­

tidas en la delegación Tláhuac. Octavio Flores pactó con

ellos una renuncia que debía verificarse el 30 de enero de

2004. Está claro, en retrospectiva, que esos tiempos fueron

demasiado holgados.

Para el ciudadano promedio, las preguntas empezaron

a acumularse: ¿De dónde venía el dinero gastado por Pon-

ce? ¿Qué pasaba con la adm inistración de AMLO, que colo­

caba a semejantes personajes en puestos de semejante im ­

portancia? ¿Cómo es posible que la Procuraduría tuviera

en curso una investigación por asuntos tan graves y nadie

se hubiera enterado? ¿Qué tan arriba o qué tan lejos llegaba la cadena de corrupción? ¿Quién era el tal Ahumada, que

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 73

tanta influencia podía tener sobre un jefe delegacional? Las

respuestas llegarían por oleadas, y los diques que intentó

poner el partido fueron siempre insuficientes. Al PRD le

cayó encim a un tsunami.

Bátiz, quien al parecer había evitado inform ar a los m e­

dios con la intención de que no fuera a haber una desban­

dada de presuntos implicados, debió hacer una declaración

en forma esa noche, pero el lam parón en el expediente

del gobierno obradorista exigía ya sustancias más poten­

tes para desaparecer. Sustancias complotistas. La historia

iba a subir todavía un par de rallas en la graduación hacia

los oscuros. Por la mañana, O brador dijo ante los medios

que Ponce quedaba definitivamente retirado de su cargo y

pedía a Televisa, la empresa que daba cabida al noticiero

de López Dóriga, que otorgara el derecho a réplica al ya

exsecretario. Este, por todo com entario —y vaya que fue

elocuente—, se dio a la fuga.Con el tiempo, según se multiplicaron los videos, la cre­

dibilidad del perredism o sufrió una m erm a de muchísima

consideración, y ni siquiera el Peje, con esa capacidad de

salir avante, quedó limpio. Qué tanto lo merecía es asunto,

más que de discusión, de fe, como todo lo que rodea a este

personaje. Es un hecho que AMLO mismo jamás sucumbió

a los cantos de sirena de Ahumada, cuyas partituras ofre­

ceremos unas líneas más adelante. Sin embargo, la cercanía

de sujetos tan poco recomendables como Ponce es siempre

un motivo para poner bajo escrutinio a un personaje con esa envergadura política. Un jefe de Gobierno puede no

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74 EL L I B R O N E G R O D E LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

ser responsable directo por las corruptelas de sus allegados

y sin embargo su responsabilidad si no legal, sin duda éti­

ca, es contundente: el líder, como resulta obvio, es del todo

responsable por sus decisiones, entre ellas la elección de

personal. Esto fue claro para muchos votantes y se volvió

dos veces claro el 3 de marzo, cuando en la película al malo

se sumó el feo. (Al bueno todavía lo esperamos.)

Ese día, a las siete de la mañana, el exsecretario parti­

cular de AMLO y líder vigente de la Asamblea Legislativa,

René Bejarano, se dejó caer tan campante por las instala­

ciones de Televisa para una entrevista con Adela M icha y

Leonardo Kourchenko, conductores de En Contraste. Al

terminar, cuando se dirigía a la salida, le pidieron que vi­

sitara en otro foro a Brozo, el taquillerísimo payaso inter­

pretado por Víctor Trujillo que conducía El M añanero. La

sorpresa fue de esas que provocan infartos. Bejarano llegó

al foro justo en el m om ento en que lo abandonaba un in­

vitado previo, el diputado panista Federico Dóhring. No

cualquier invitado, además. Dóhring había puesto a dispo­

sición del conductor de las greñas verdes un video en el

que, con claridad meridiana, se ve a Bejarano en el acto

de guardar enormes fajos de dinero en un maletín negro,

al tiem po que platica con ¿adivinan los lectores quién? Si

pensaron de nuevo en Carlos Ahumada, entonces volvie­

ron a acertar. En el video que Brozo le plantó enfrente a Be-

jarano, perturbador en su grosería, Ahum ada no solo llena

de dinero al perredista, que tiene problemas para acom o­dar los 45 mil dólares recibidos en el portafolio. Lo llena de

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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T E M O C

cordialidad, a la que Bejarano responde comparativamente

lacónico. El video pone a este en una posición vergonzosa

por lo que se ve y legalmente incóm oda no solo por lo que

se ve, sino tam bién por lo que se escucha. A hum ada se dis­

culpa por pagar en dólares, habla de la cantidad entregada

y se extiende sobre ciertas confusiones relacionadas con

pagos anteriores por cantidades semejantes. Bejarano, el

pelo planchado hacia atrás, incólume, acom oda los billetes

en un maletín que pronto aparece a rebosar, y manipula las

ligas que atan los billetes a fin de distribuirlos en el bolso.

Acababa de nacer «el señor de las ligas», aunque lo mismo

podríam os conocerlo como «el señor de los bolsillos», lue­

go de que se le ve en el acto de meter los billetes restantes

ahí, en los bolsillos del saco, tal cual un niño que tom a por

asalto una caja de galletas. Para AMLO, los reveses a causa

de sus allegados sumaban dos en pocos días.

Pero el esperpento iba a continuar.

Para López Obrador, el hom bre de la «honestidad va­

liente», según rezaba uno de sus lemas de batalla, era cues­

tión de vida o m uerte saber si algún otro perredista había

hecho negocios de esa naturaleza con Ahumada; más sor-

presitas no, por favor. Claudia Sheinbaum, la secretaria de

Medio Ambiente, operadora im portantísim a del Peje para

asuntos de obras públicas y esposa de ímaz, le confesó que

sí, que Carlos había recibido dinero. En cierto sentido, el

golpe de imagen para el partido sería incluso peor. René

Juvenal Bejarano Martínez, maestro norm alista del año 57,

profesor de Economía en la Universidad Autónom a M etro­

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politana, forjado en las bregas sindicales, sabía entrarle con

eficacia al trabajo que m uchos otros no aceptarían siquiera

hacer. Por ejemplo, era de una habilidad notable para ha ­

cer tratos con las organizaciones de vendedores am bulan­

tes, a buena proporción de las cuales logró sustraer de los

bolsillos priistas para ponerlas en los bolsillos expriistas de

AMLO. O, mucho antes, tras el terrem oto del 85, para o r­

ganizar a los que habían perdido su casa con el sismo en

la C oordinadora Única de Damnificados. Operaba, pues,

a nivel de banqueta, en ambientes duros, ajeno al estilo

radical chic, de izquierda caviar como dicen los franceses,

propio de otros dirigentes del partido. Ajeno en serio. Las

acusaciones en su contra, de la tom a ilegal de predios a la

venta de despensas producto de organismos de beneficen­

cia y la prom oción de taxis pirata, se multiplicaban. No

importaba. Bejarano, correoso, hierático, dem ostraba una

inusitada capacidad de supervivencia, que aparentemente

no ha perdido.

La de Imaz era otra historia. Descendiente de refugia­

dos españoles inscritos en la élite intelectual —es nieto de

Eugenio ímaz, un im portante filósofo—, profesor universi­

tario con buenas credenciales y m arido de otra académica

de fuste, no solo se había convertido años atrás en una de

las caras negociadoras y sensatas del CEU, sino que había

abanderado la purificación moral de la política mexicana

desde el PRD, como organizador, por ejemplo, de las fam o­

sas brigadas «antimapache», dedicadas a cuidar la trans­parencia en las elecciones. Si un hom bre con esos antece­

y 6 EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

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LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C

dentes aceptaba dinero de un empresario más que dudoso,

¿qué podía esperarse del resto de la casta gobernante?

Así que, resignado, pragmático, dos días después de que

Bejarano alcanzara su hit de taquilla, Imaz decidió adelan­

tarse a lo inevitable y reconoció que él tam bién había acep­

tado dinero de Ahumada; que nadie se extrañara si aparecía

un videíto por ahí. Reconoció eso y más. En una entrevista

con Carm en Aristegui para el noticiero Hoy x H oy , de W

Radio, dijo que Ahum ada había aportado dinero para su

campaña en pos de la delegación Tlalpan, de la que fungía

aún como titular, y no solo eso: tam bién Rosario Robles

se había beneficiado de esa fuente al parecer inagotable de

dinero. Se avecinaba una de las fracturas más sonadas del

PRD. Imaz y la Robles habían trabajado hom bro con hom ­

bro durante años, desde los días de trinchera y asamblea en

la UNAM y particularm ente en el gobierno del DF, cuando

ella fungía como secretaria de Gobierno con Cárdenas y

él era coordinador de Participación Ciudadana. El punto,

como sea, es que a Robles ya la había alcanzado un escán­

dalo del que sería protagonista central.

Imaz, muy elocuente a esas alturas, añadió que A hum a­

da le había exigido que colocara a personal designado por

él en el área de Obras y la de Administración, que por su­

puesto se había negado y se lo había dicho a Rosario Robles,

con quien su relación se deterioró sin aparente posibilidad

de recuperación. Para añadirle fuego al incendio, el propio

Imaz, Octavio Flores y Ramón Sosamontes, antiguo delega­

do en Iztapalapa y Venustiano Carranza, acusaron a A hu­

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78 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

mada de ofrecerles dinero enfrente de Rosario Robles, con

el añadido de que, siempre según las palabras de ímaz, otros

ocho jefes delegacionales estaban en la misma situación.

La Robles, finalmente, se quebró. Con fidedigna em o­

ción, aceptó, en una llamada telefónica con López Dóriga,

que le había pedido a ímaz que se dejara caer por la oficina

de Ahum ada para llevarse un dinero para su campaña. Ni

lo real de sus emociones ni el argumento imposible de que

Ahumada, ese santaclós multidelegacional, la había ayuda­

do sin esperar nada a cambio, por puro afecto, impidieron

que ese mismo día, 5 de marzo, la dirigencia del PRD sus­

pendiera sus «derechos partidistas» al tiempo que iniciaba

medidas contra ím az y Sosamontes.

A Rosario Robles esta historia tardaría largo tiem po en

dejarla dorm ir en paz, algunas veces a causa de sus propias

decisiones. El video de ímaz apareció en televisión el 8 de

marzo y tam poco representa un despliegue de elegancia

que digamos. La diferencia sustancial con el de Bejarano es

que, sin m aletín, el delegado embute los billetes en bolsas

de supermercado. Pero la historia resultaba menos im pac­

tante por conocida: la m ancha era sino visible, al menos

imaginable desde unos días antes. A partir de entonces, los

videos de la colección personal de Ahum ada han dejado

de ver la luz, por mucho que se ha especulado con que hay

unos cuantos más y solo espera el m om ento de ponerlos a

disposición del respetable. Estrictamente, pues, solo que­da en el aire el miedo de que brote una nueva sorpresita, cosa que no parece demasiado probable a estas alturas. En

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L A V E N G A N Z A DI C U A U H T É M O C

cambio, la exjefa de Gobierno debió pelear varios rounds

todavía.Centralm ente, lo que intentaba Ahumada, en eso coin­

ciden Rosario Robles y la mayor parte de los analistas

respetables que se han acercado al tema, era reactivar los

pagos en su favor que el gobierno del DF había decidido

poner en suspenso dadas las abundantes irregularidades

—usemos un térm ino suave— que rodeaban sus tratos con

la adm inistración capitalina. Robles se refiere en su libro

a esta decisión como al acto de un hombre «desesperado»

que «cometió un grave error». Fue un error y no hay por

qué dudar de la desesperación del empresario argentino,

pero ni una ni otra expresión bastan para explicar, aunque

sea m ínim am ente, el hecho de que un hombre de negocios

«obsequiara» semejantes cantidades de dinero a políticos

dueños de ese estatus: la mayor parte de los ciudadanos del

m undo llegamos una y otra vez a estados de franca deses­

peración y cometemos errores graves e incluso muy graves,

pero no se nos ocurre resolverlos con pacas de dinero, si no

por decencia, sí por la sencilla razón de que carecemos de

él. Tampoco es que, en térm inos de imagen, a Ahum ada lo

ayudaran m uchos sus antecedentes.

Cordobés de 1964, llegó a México muy joven, en el año

75. No hizo una carrera universitaria. Pasó algo menos de

un mes en el Reclusorio Oriente en 1994, luego de acusacio­

nes hechas nada menos que por su herm ano Roberto, preso

desde 1990 por cometer fraudes con el famoso sistema pi­ramidal. Empezó su exitosa carrera como businessman en

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Guerrero, cuando era gobernador el asesinado José Francis­

co Ruiz Massieu, y luego fundó varias empresas construc­

toras en la Ciudad de México. En sus mejores momentos,

sumó a ese patrim onio un periódico de cortísima carrera, El

Independiente, y dos equipos de fútbol, el Santos y el León.

Sus negocios en la capital no arrancaron en días perre-

distas, sino priistas, cuando la regencia de Manuel Camacho.

También empezaron entonces sus problemas. Es cierto que

sus empresas se beneficiaron de no pocos contratos, pero al

mismo tiempo la contraloría ya tenía en la m ira a varias de

ellas, responsables de obras entregadas extem poráneam en­

te o sin respeto al contrato. A pesar de ello, no dejó de tener

trabajo en los días de Cárdenas, aunque su despegue defi­

nitivo tuvo lugar en días de la jefatura de Rosario Robles, a

quien estuvo unido por vínculos muy estrechos.

No es este un libro sobre historias íntimas. Pero en

abril de 2004, en un cateo de las oficinas de Quart, el g ru­

po empresarial de Ahumada, la Procuraduría de Justicia

del Distrito Federal dio, entre facturas a nombres de varias

delegaciones, con una carta personal de Rosario Robles al

empresario, fechada en 2002, que confirm aba la naturaleza

amorosa de sus relaciones, negada por la antigua jefa de

Gobierno. La naturaleza de dicha relación im portaba por

sus posibles consecuencias legales, pero la carta fue tra ta­

da con discreción por la mayor parte de los medios (vean,

por ejemplo, la sobria nota de La Jornada). El final de la

historia, si es que la historia ya term inó, es conocido. A hu­m ada se refugió en Cuba, de donde fue traído de vuelta,

8 o EL L I B R O N E G R O DE LA 1Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

Page 74: El libro negro de la izquierda - JPatan

LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 8 i

luego de un interrogatorio bastante duro y de condiciones

de encierro que él calificó de inhum anas. Siguieron los m e­

ses de encarcelamiento; la sucesión de causas en su contra;

sus acusaciones contra el gobierno de López Obrador, que,

dijo, parecía decidido a m antenerlo encerrado sin im por­

tar el precio; el atentado a tiros contra la cam ioneta en que

viajaba su hija de quince años, sus declaraciones contra Sa­

linas de Gortari y Diego Fernández de Cevallos, los conspi­

radores que, dijo, lo habían dejado m orir solo traperam en-

te. Flay una imprescindible crónica de Ciro Gómez Leyva

sobre todo este periplo, publicada por la revista Nexos en

junio de 2009 («El periodista de Ahumada. Crónica perso­

nal de un desencuentro»).

Page 75: El libro negro de la izquierda - JPatan

nL

Conservadurismo mi

Imaginen los lectores que fueron abducidos en 1993.0 que rompieron un récord de sobrevivencia en estado de coma. O que se perdieron en una isla desierta. O que decidieron incorporarse a un monasterio budista. O que la rehabilita­ción tomó más tiempo del calculado. O que la charanda aquella que les ofrecieron en la fiesta de entrada a la li­cenciatura los dejó, como temieron en los momentos pre­vios al apagón, en un prolongadísimo estado vegetativo. O

mque vuelven a la vida después de la criogénesis. Enseguida, imaginen que los extraterrestres, seres de conocido sadis­mo, no los regresaron a nuestro planeta hasta la semana pasada. O que 17 años después tuvieron una crisis religiosa y abandonaron el monasterio. O que quién sabe cómo pa­saron los efectos de la charanda luego de tanto tiempo.

¿Listo?

83

Page 76: El libro negro de la izquierda - JPatan

S4 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Imaginen ahora que llegan a la prim era reunión fami­

liar luego de la hibernación, piden a sus parientes que los

pongan al tanto de lo que ocurrió en México durante los

últimos 17 años y sus parientes les contestan que surgió

un movimiento etnicista, dirigido por un universitario

que cree fervorosamente en una vuelta a los (supuestos)

esquemas prim itivos de convivencia colectiva como vía a

la felicidad, apoyado por un obispo surgido de la ideolo­

gía cristera y fervoroso convencido de la virtud de prohibir

los vicios. E imaginen que sus parientes les dicen que ese

hom bre y el movim iento que encabezó fungieron como

símbolos indiscutidos de progresismo en México y unos

cuantos países europeos, que el partido de izquierda m o­

derada predom inante en las últimas dos décadas decidió

asum ir su ideario como justo y de avanzada, y que muchos

intelectuales autodenom inados de centroizquierda, con­

vencidos de la necesidad de legalizar las drogas y respetar

el carácter secreto del voto, por ejemplo, decidieron otor­

garles el estatus de renovación de la progresía moderna.

¿Les creerían? ¿Se irían convencidos a su casa? ¿O más bien

supondrían que sus parientes tam bién tom aron de la cha­

randa y que solo eso explica que confundan de semejante

m odo sus categorías políticas? ¿No intentarían explicarles

que no, que hace varias décadas que la izquierda, al menos

la que no vive en la selva con un fusil en la mano, se precia

de ser todo lo contrario: intem acionalista y ajena a vicios

etnicistas, laica y propensa a legalizar antes que a prohibir,

a dar autonom ía al individuo que a salvarlo de sí mismo?

Page 77: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O C O O L

Y sin embargo, los parientes tendrían razón. Porque ese

estatus fue el que, inexplicablemente, alcanzaron el Subco-

m andante Marcos y el nuevo zapatismo, muy poco después

de que se declararan en guerra contra el Estado mexicano

en enero de 1994, cuando nos inform aron a todos que las

columnas de guerrilleros indígenas se disponían a enfren­

tar al ejército y avanzar por el país, rum bo al centro, hasta

ocupar la capital. En pocas palabras, la izquierda se les cua­

dró. Más que eso: entró, con mayor frecuencia de la con­

veniente, en estados de abandono místico-revolucionario,

en éxtasis. Luego vino la decadencia del encapuchado y del

movimiento entero, claro, pero mientras, comer de la mano

es una expresión que describe bien lo que pasó.

Porque no fueron pocos los que com ieron de la m ano

de Marcos, el presunto adlátere de un movimiento pre­

suntam ente indígena que en general parecía servirle más

bien como telón de fondo, es decir, lo que para ojos despre-

juiciados parecía otro m ovim iento de adláteres alrededor

de un presunto guía iluminado. Quizá no haya que sor­

prenderse de que comiera de su m ano una figura como la

de Ofelia Medina, una actriz con un largo currículum en

organizaciones sociales de diferente naturaleza, pero sobre

todo en las que tienen que ver con eso que solemos llamar

el «m undo indígena»; por ejemplo, el Fideicomiso Para la

Salud de los Niños Indígenas de México, que fundó y presi­

de, antecede en casi cuatro años al levantamiento zapatista. Es coherente, por ejemplo, que el novelista y biógrafo Paco Ignacio Taibo II, quien se ha prestado siempre al debate

Page 78: El libro negro de la izquierda - JPatan

desde posiciones de izquierda, haya volteado con simpa­

tía hacia el movimiento, al punto de escribir una novela

a cuatro manos con Marcos, M uertos incómodos, que ori­

ginalmente iba a escribirse a seis manos, con el novelista

español Manuel Vázquez M ontalbán, autor de la notable

saga del detective Pepe Carvalho y seguidor incondicional

del neozapatismo.

Como no es digno de sorpresa que, también desde el

extranjero, se haya dejado caer, con todo el solidario peso

del viejo comunismo que jamás abandonó, José Saramago,

el Nobel, protagonista de una notable sesión selvática en

la que el pleno de la asamblea zapatista lo sometió a juicio

(un juicio casi simbólico: casi...) por manifestar ideas leve­

mente separadas de la doxa indigenista, sin aparente indig­

nación por su parte. O el sociólogo francés Alain Touraine,

o el intelectual francés Regis Debray, antiguo miembro de

la guerrilla del Che.

En cambio, una vez más, sorprende cómo una parte im ­

portante de la cúpula perredista, de com ún tan respingona

cuando los agravios llegan desde otros frentes, mantuvo

una fidelidad sin fisuras a la causa neozapatista, que, las

cosas como son, más de una vez optó por barrer mediáti­

camente con el partido o su dirigencia.

No hubo dudas para la dirigencia perredista cuando los

encapuchados se alzaron en Chiapas. Puede ser que siga sin

haberlas. Con entusiasmo, Rosario Robles habla de «zapatis-

mo y cardenismo conviviendo todo el tiempo, en sus contra­dicciones y sus complementos» (p.l 14). La idea —peligrosa,

8 6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Page 79: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S t R VA ni J R I S MO COOL 8?

dañina y básicamente desacertada— que parece subyacer a

esta expresión de entusiasmo, muy extendida en la izquierda

moderada y a la que volveremos con algún detalle, es que

entre esta y la izquierda revolucionaria, en armas, clandesti­

na, no hay diferencias de principio, solo, si acaso, de proce­

dimiento, como si los medios no supusieran un fin previa­

mente contaminado.

No parece muy diferente la opinión de Cuauhtémoc

Cárdenas, que sin titubeos aparentes se volcó al apoyo de

la «causa indígena», un resultado de sus convicciones más

personales, sin duda, pero presumiblemente también de la

herencia paterna: el general Lázaro Cárdenas, que impulsó

el ejido con inspiración en una fe utópica por el pasado

prehispánico, trabajó intensam ente con las comunidades

luego de sus años en la presidencia. En su libro, el perredis-

ta cuenta una historia en varios episodios que es bien cono­

cida, pero la cuenta desde sus interiores. Tan pronto como

en noviembre de 1994, aceptó m ediar entre el gobierno fe­

deral y los zapatistas. De ahí que se trasladara a Guadalupe

Tepeyac con un grupo de negociadores, entre ellos el histo­

riador y com entarista político Adolfo Gilly, en su día asesor1

de enorm e im portancia en su gobierno, Rosario Ibarra y su

hijo Lázaro, luego gobernador de M ichoacán, para conver­

sar con Marcos, el mayor Moisés y el com andante Tacho.

Formalmente al menos, y él parece convencido de que así

fue, logró persuadirlos de que iniciaran pláticas con el go­bierno federal. A esa reunión siguió otra con el secretario de Gobernación, Esteban M octezuma, que dio garantías de la

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88 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I F R D A M E X I C A N A

correspondiente voluntad negociadora del gobierno, y otra

más, el 13 de diciembre, tam bién en Guadalupe Tepeyac,

con los mismos interlocutores por el lado zapatista, a la que

se hizo acom pañar por su otro hijo, Cuauhtémoc, y por A n­

drés Manuel López Obrador, cuya experiencia larga y bien

reputada con las com unidades indígenas de Tabasco se an­

tojó un buen argum ento curricular para su convocatoria.

La buena fe de Cárdenas por los zapatistas se manifies­

ta en su certeza de que, en efecto, tenían toda la voluntad

del m undo para negociar y fue un operativo militar contra

Guadalupe Tepeyac concebido para detener a Marcos, el

9 de febrero siguiente, lo que dio al traste con las negocia­

ciones. La misma buena fe se manifiesta en sus intentos

reiterados por poner en funcionam iento la Convención

Nacional Democrática, la llamada «Aguascalientes» en ho­

nor al congreso revolucionario ocurrido en esa ciudad en

1914, en la que una «presidencia colectiva» de cien per­

sonas, entre zapatistas y representantes de la sociedad ci­

vil, form arían un M ovimiento de Liberación Nacional que

debería cambiar por vías pacíficas la estructura política y

social de este país. La cosa es que esa buena fe no se vio

correspondida.

Tras librar la razia militar por los pelos, según recuerda

el enmascarado con ese sentido épico que le conocemos en

el relato aunque no todavía en los hechos, Marcos consigna

en su crónica de ese día que pidió que Cuauhtémoc Cárde­

nas Batel, el entonces todavía muy joven hijo del ingeniero,

fuera testigo de la nueva reunión entre representantes del

Page 81: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S F. UVA D u R I S M O C O O Í. 89

gobierno y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional,

programada para el 3 de abril de 1995. La disposición de

Cárdenas Batel era proclive a la causa zapatista, como de­

m uestran opiniones como que Marcos era un «traductor

de realidades» entre los m undos indígena y del gobierno

mexicano, o la de que «Los indígenas, y la gente del campo

en general, no tienen por qué cambiar su manera de ver al

m undo ni tienen que sacrificar su lengua y sus tradiciones

para que un grupo de funcionarios desinformados y desin­

teresados los entiendan» (las citas las debemos a Sobre mis

pasos, de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, específicamen­

te a la página 404). No hay razón para dudar de la buena fe

de este testigo, dueño además de un notable sentido de la

oportunidad periodística, pero una y otra afirmación resul­

tan discutibles. ¿De veras el hecho de surgir en voces indí­

genas convierte a un punto de vista en inmutable? ¿De veras

el hecho de provenir de determ inadas comunidades exime

a sus representantes de ceder, aunque sea mínimamente,

en un proceso de negociación, requisito indispensable para

que este sea calificado de tal manera? El hecho es que el m o­

vimiento zapatista no correspondió a este entusiasmo con el

que se esperaría a cambio, no, al menos, pasados unos años,

cuando decidió darle un^patadón al pesebre y poner de ca­

beza a la izquierda institucional, a la que de plano agarró de

bajada. Sus palabras fueron otras, claro, pero lo que vinie­

ron a decir fue, en esencia, «¿Y a estos qué mosca les picó?»

En enero de 2003, cuando la promesa de Vicente Fox de resolver el conflicto chiapaneco en quince minutos se

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EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

mostraba ya como sobradamente incumplida — a esas al­turas llevaba un retraso de dos años y pico, y sumando—, el comandante Tacho saltó a la palestra una vez m ás cuan­do aseguró que Cuauhtémoc Cárdenas había indicado a la bancada perredista en el senado que votara contra la lla­mada Ley Cocopa y, como premio, su hijo Lázaro había recibido la gubernatura de Michoacán. No es que el PRD se distinga por la independencia de sus representantes popu­lares a la hora de votar, no en todo caso más que cualquiera de los otros partidos, pero es cierto que Cárde ñas no ha dado muestras de temple autoritario. También es un hecho, más importante aún, que se había manifestado claramente a favor de dicha ley, y que muchos de sus compañeros de ruta optaron por votar en sentido contrario. Sorpresas te da la vida: lo que en cualquier contexto debería ser motivo de elogio, sobre todo por lo inusual que era, resultó un motivo de queja, y de las virulentas, por una organización a la que la familia Cárdenas en general no había regateadlo jamás su apoyo. ¿Qué ocurrió? Difícil explicarlo. Intentémoslo.

En la lógica de un movimiento guerrillero, y el EZLNlo era a pesar de que su currículum de actividades pro­piamente militares resulta más bien exiguo y sobre todo bochornosamente marcado por la ineptitud, la disidencia interna, la diversidad de opiniones, se da por garantizada solo de dientes para fuera, cuando en realidad sse impugna y reprime, sin excepción, en lo oscurito. La causa, en otras palabras, no se discute, eso es cosa de mariquitas social- demócratas. Y al neozapatismo podría acusárs ele de mu­

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C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 91

chas cosas, pero no de ser un movimiento de mariquitas socialdemócratas. Más bien todo lo contrario, y quizá sea momento de hacer un poco de historia.

Para nadie es un secreto que el origen del movimiento está en el marxismo duro de los años 70. Específicamen­te en 1969, año en que un grupo de jóvenes regiomonta- nos capitaneados por César Yáñez Muñoz funda el Fren­te de Liberación Nacional (FLN). Como toda la guerrilla mexicana de los 70, los años de la sangrienta guerra sucia desatada por el gobierno, fue una organización de no muy larga vida. El año 74, en San Miguel Nepantla, para más da­tos el pueblo del Estado de México donde nació Sor Juana, el FLN enfrentó a un contingente del ejército comandado por un hombre de oscura leyenda en la contrainsurgencia mexicana, el entonces teniente coronel Arturo Acosta Cha­parro, que en un operativo inapelable partió a la formación guerrillera por el eje. Unos cuantos guerrilleros murieron en el enfrentamiento; otros, como Gloria Benavides, fue­ron detenidos y, plausiblemente, torturados; otros más tu­vieron que dispersarse. El Frente se quebró y con el tiempo una parte del mismo optó por recluirse en Chiapas, valga decir, en aquellos años ya lejanos, el culo mismo del mun­do, por su aislamiento geográfico y sobre todo cultural. En 1983, el EZLN, conformado por algunos de aquellos vete­ranos, algunas nuevas adquisiciones foráneas e indígenas de la zona, inició el largo proceso de entrenamiento en la clandestinidad que desembocaría en el levantamiento ar­mado de 1994, precedido por un desastroso combate de

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9 2 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

dos días en mayo del 93, lo que ellos llaman la Batalla de

Corralchén.

M enos se recuerda que el marxismo irredento de los

70 y los 80 se percibe aún en los no escasos documentos

internos del zapatismo inm ediatam ente anterior a enero

del 94. Lo recuerda con agudeza el antropólogo Pedro Pi-

tarch en un artículo publicado en la revista Letras Libres,

«Los zapatistas y la política». Aquel zapatismo, el de finales

del 93, se disponía aún a encabezar al «pueblo trabajador»

en una «lucha revolucionaria» para «instaurar la dictadura

del proletariado». Semejante retórica no podía aterrizar en

suelo fértil. A esas alturas, el M uro de Berlín, desmoronado

cuatro años antes, era ya sin duda, para una amplísima m a­

yoría en el m undo entero, el símbolo de una pesadilla de re­

presión sin cuartel e inoperancia económica, la pesadilla del

llamado «socialismo real». Estaba también en horas más que

bajas, bajísimas, la popularidad del castrismo en Cuba, un

país desnudado en su bananerismo esencial —caída la eco­

nom ía soviética e interrum pidos los subsidios recibidos por

décadas, la isla vivía el eufemismo del «periodo especial»,

o sea la miseria profunda derivada de una concepción de la

econom ía y el orden social que no dio nunca para producir

ni una lavadora utilizable— y el maquiavelismo a ultran­

za de sus dirigentes, tan represivos y autoritarios como sus

pares europeos, a pesar del hum or y la estética alivianada y

seudojipi que los hizo famosos años atrás. Tampoco falta­

ban evidencias de la crueldad fanática de Sendero Lumino­so en Perú, con los campesinos quemados vivos en iglesias,

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C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 93

o d e las f a r c en Colombia, con los m ontones de secuestra­

d o s en nom bre de la utopía, ni quedaba en pie mucha de

la buena reputación del sandinismo nicaragüense, echado

d e la presidencia por Violeta Barrios en 1990 a punta de

v o t o s , luego de la comprobada tendencia al sovietismo y la

cleptomanía de Daniel Ortega y algunos m iembros de su

camarilla.Así que, para empezar su andanza pública, el zapatis-

mo abandonó la retórica marxista por una de corte más

patriotero, en teoría congruente con la presencia de Zapata

en el nom bre de la organización. La famosa Primera decla­

ración de la Sierra Lacandona, su presentación escrita en

sociedad, está ya libre de arcaísmos como «dictadura del

proletariado». Conviene recordar, en cambio, que no había

perdido la carga de mesianismo social y la correspondiente

beligerancia, ni en el discurso ni en la práctica. Sus in ten­

ciones explícitas, luego de ocupar con armas en la mano

las cabeceras municipales de San Cristóbal de las Casas,

Altamirano, Las Margaritas, Ocosingo, Oxchuc, Huixtán y

Chanal, eran avanzar por el país hasta tom ar la capital y

desterrar a un gobierno de vendepatrias que había entre­

gado el país al capital extranjero, vía el Tratado de Libre

Comercio, en operación justam ente desde ese año.

Quizá porque esos rastros de frenesí revolucionario

tampoco funcionaron muy bien para las relaciones públi­

cas y el paladar mayoritario, quizá porque el país no se ilu­

m inó con las m il llamas revolucionarias de un pueblo que

teóricamente solo esperaba la señal para alzarse contra el

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EL L I B R O N E G R O D E LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

opresor, pronto el neozapatismo movió el timón y se acer­có al discurso que lo convertiría en el golpe de taquilla que alguna vez fue, antes de que a Marcos le cayera encima la edad: el discurso indigenista.

¿Cómo se verificó este cambio? ¿Qué movió al nuevo zapatismo a enarbolar banderas que la vieja izquierda mar- xista, tradicionalmente al menos, rechazaba como mues­tras de un pensamiento conservador, rural, localista, im­perdonablemente lejano de las virtudes del proletariado? Explicarlo significa explicar los derroteros de buena parte de la izquierda radicalizada no ya de México, sino del m un­do, por ejemplo de los grupos conocidos como «globalifó- bicos». Pero esta historia, que desde luego rebasa los límites de este libro, no puede contarse si no se cuenta antes la del líder supremo del zapatismo, el Subcomandante Marcos, una de las figuras más contradictorias del largo, oscuro, sanguinolento camino de las guerrillas latinoamericanas.

Una máscara y mil pasados

Es fácil imaginárselo. Transcurridos unos meses desde el levantamiento zapatista, sentado en una silla quebradiza dentro de una cabaña junglesca, dos relojes a la manera del Che y Fidel, una pipa que parece destinada más a cultivar una imagen que a satisfacer una adicción, una laptop en las rodillas con los periódicos de todo el mundo marcados como favoritos y una sonrisa burlona, altanera, sobrada, el Subcomandante Marcos, o sea el hombre que no hace mu­

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C O N S E R V A D U R 1 S M O C O O L 95

cho se llamaba Rafael Sebastián Guillén Vicente, nacido en

Tampico en 1957 y esencialmente desaparecido de la vida

social desde los años 80, se regodea con la incapacidad de

la inteligencia militar —una contradicción en los términos,

según un clásico norteam ericano— para dar con su iden­

tidad. No le faltaban motivos. En su magnífica historia de

Marcos y el neozapatismo, Marcos, la genial impostura, los

periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange hacen un

recuento acaso no exhaustivo, pero sin duda ilustrativo, de

las identidades que las fuerzas del orden nacionales le col­

garon al hom bre de la máscara, un catálogo digno de car­

cajadas que incluye personajes que pueden llevarse veinte

años, veinte centím etros o veinte kilos.

Que Marcos ayudó a evidenciar un problema serio de

inoperatividad m ilitar es un hecho, pero en este apartado

al menos conviene no subestimarlo. La clandestinidad exi­

ge siempre un reinventarse a sí mismo, un rescribir el p ro­

pio pasado para desconcertar a tus perseguidores y quizá

m antener a salvo a tus seres queridos, probables objetos de

acoso policial. Pero la capacidad de reinventarse de G ui­

llén es algo pocas veces visto. En realidad, con todo y que

el presidente Ernesto Zedillo apareció frente a las cámaras

el 9 de febrero del 95 para revelarnos la identidad del gue­

rrillero, es decir hace ya 17 años y morralla, no es mucho

lo que sabemos a ciencia cierta de su vida, particularm ente

cuando hablamos de sus años de juventud y prim era m a­durez. Nació, efectivamente, en Tamaulipas. Sabemos que el padre, don Alfonso, fue un próspero empresario mué-

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EL L I B R O N E G R O D F. LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

blero que luego se despeñó financieramente y a la vez un

poeta frustrado y un hombre de izquierda, mezcla singular.

Sabemos que tiene siete hermanos, él es el cuarto hijo y,

porque el m undo es un pañuelo o porque la clase media es

muy pequeña, Carlos Monsiváis dixit, pero sobre todo por­

que la vida a veces se pone irónica, sabemos que una de sus

herm anas, Mercedes del Carmen, militante priista de toda

la vida, alguna vez diputada por ese partido, está casada

con José María Morfín. Lo que, como sabe cualquier ex­

perto en alquimias electorales, no deja de tener gracia. En

1988, Chem a Morfín trabajaba con Manuel Bartlett. Los

lectores que conocen los entretelones de la vida política na­

cional, y los que no los conocen pero no se saltaron el ca­

pítulo 1 de este libro, recordarán que Bartlett era entonces

el secretario de Gobernación, es decir, el presunto culpable

del fraude que puso a Salinas de Gortari en la presidencia

que le correspondía por derecho a Cuauhtémoc Cárdenas.

Bien, M orfín fue parte activa de aquella historia, al punto

que el secretario se lo llevó a Puebla cuando contendía por

la gubernatura en ese estado. Fue ahí que conoció a la her­

m ana de Marcos.

Del Sub, como le llaman amorosamente sus fieles, sabe­

mos tam bién que estudió la prim aria en el «Félix de Jesús

Rougier», es decir, con las muy estrictas misioneras euca-

rísticas de la Santísima Trinidad, y fue un estudiante más

que cumplidor. Sabemos que estudió la secundaria con los

jesuítas, en el Instituto Cultural Tampico, y ya entonces se abandonaba a los placeres de la lectura y daba muestras

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C O N S E R v A D U RI S M O C O O L 9 7

de una trem enda capacidad para hablar en público. Para

term inar con sus antecedentes académicos, sabemos que

estudió Filosofía en la UNAM y trabajó como profesor en

la carrera de Diseño de la Universidad Autónoma M etro­

politana hasta el m om ento en que desapareció en la jungla.

Sabemos también, por sus padres pero sobre todo por

la habilidad periodística de Rico y De la Grange, que en sus

días de universitario viajó con frecuencia de la Ciudad de

México a Tampico, pero que a partir del año 84 sus visitas

empezaron a dism inuir en ritm o y a crecer en sensación de

misterio: lo mismo decía que se había marchado a estudiar

a La Sorbona, hecho enteram ente falso, que inventaba un

periplo yanqui para trabajar por los chícanos. Se forjaba

ahí el gran m itóm ano que iba a traer de cabeza a la inteli­

gencia mexicana.

Sabemos, igualmente, que se presentó en la casa pater­

na, para escándalo de su madre, con alguna que otra novia.

La prim era fue una com pañera de estudios que respondía

al nom bre de Rocío y que luego, ya convertida en guerri­

llera, usó el sobrenom bre de Mercedes. Sus padres no lo

sabían, pero la casa tam piqueña de los Guillén iba a tener

más de una visita de esa naturaleza. En otra ocasión llegó

Rafaelito con una mujer de rasgos claramente indígenas,

una tal Yolanda, que luego ostentaría el cargo de mayor en

la guerrilla.

Estamos casi totalm ente seguros de que Marcos estu­

vo en Nicaragua, porque hay numerosas si bien a menudo también contradictorias fuentes que así lo aseguran. Sin

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9S EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

embargo, no sabemos cuántas veces, en qué fechas y por

cuánto tiempo. Parece ser que, en efecto, en 1981 se fue a

hacer turism o solidario a tierras sandinistas. No sería raro.

Es sabido que la izquierda filomarxista ha militado cíclica­

mente desde la revolución bolchevique del 17. A cada pro­

ceso revolucionario sigue una ola de entusiasmo desafora­

do por una nueva forma del marxismo que ahora sí se va

a revestir de telas humanitarias. A la inevitable desilusión

—es increíble lo que cuesta entender que si un modelo falla

veinte veces en veinte sitios y veinte épocas, entonces lo

que falla es el modelo mismo y no las circunstancias que lo

rodean o los líderes que lo corrom pen—, sigue un periodo

de relativo silencio hasta que aparece el próximo ilum ina­

do y se vuelve a prender la llama del afán utópico. Primero

fue la URSS, luego la China de Mao, luego Cuba y en los 80

la Nicaragua Sandinista, que provocó pasiones lo bastante

encendidas como para que algún genio decidiera quemar

en público la imagen de Octavio Paz cuando se atrevió,

lúcidamente, en 1984, a criticar a Daniel Ortega y su ca­

marilla de carteristas bolchevizados cuando casi nadie lo

hacía y exigir elecciones libres en el país centroamericano.

Aparentemente allá fue a parar el futuro Marcos, fiel a los

ciclos, a hacer no sabemos bien a bien qué. Las versiones

varían. No hay registro alguno de su entrada al país, eso

es un hecho. Un par de periódicos, La Tribuna y Barrica­

da., aseguraron en algún m om ento que había pasado por

tierras sandinistas e incluso reprodujeron algunos testimo­

nios de gente que asegura haberlo visto por ahí, pero no

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C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 9 9

aportan e v id e n c ia tangible alguna de que así haya sido. La

Tribuna a s e g u ra también que en 1987 estuvo en Nicaragua

para re c ib ir entrenam iento guerrillero. Tampoco hay, sin

em bargo, pr iiebas que lo sustenten más allá de algunos tes­

tim onios no - dem asiado precisos.

M arco s H a contribuido, tanto como ha podido, a con­

vertir su vidLa. en una narrativa discontinua y contradicto­

ria. A veces e n franco tono de mofa, a veces con un punto

de serieda-d plausiblem ente destinado a m arear al entorno,

el g u e r r i l le ro ha negado sistemáticamente ser Guillén, de

la m ism a Jfo rm a que es reluctante a hablar sobre su pasado

en el ra d ic a lism o de corte marxista, pero también, entre

brom as y re irá s , se ha prom ocionado como una especie de

clochard, em s u s años jóvenes o, en el colmo de la im postu­

ra, com o e l su b a lte rn o de una com andancia indígena que

realm ente s e lim itó siempre a seguir sus instrucciones y li­

ncam ien tos. En esto, hay que decirlo, no se parece nada a

su gran nnocdelo, el Che Guevara, un hom bre monolítico

que, salvo p o r el hecho de que se disfrazó (con gran habili­

dad) para su m arse a la lucha guerrillera en el Congo y aca­

so p o r el p e c a d illo de rediseñar parcialm ente su vida para

hablarnos d e su despertar a la luz revolucionaria, cuando

de joven s e Lanzó a recorrer el continente en moto, jamás

ocultó su id e n tid a d o su pasado, ni renegó de su fe en el

com unism io d uro, ni de su voluntad de m asacrar a los ene­

migos del p ro le tariado , ni de su desprecio sistemático por

el yanqui o p o r el burgués ni, para el caso, de su negativa sistem ática a ducharse, que subrayaba con el hecho irónico

Page 92: El libro negro de la izquierda - JPatan

IOO EL L I B R O N E G R O DF LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

de firm ar alguna pieza de correspondencia como El C han­

cho, o sea el cerdo. El Che tuvo muchos defectos, pero no fue un mentiroso.

La referencia al guerrillero argentino es indispensable.

Porque si algo sabemos de cierto es que a Marcos le atrae

parecerse al Che o, mejor, tom ar el lugar del Che. Se discu­

tió durante mucho tiem po si Guillén había recibido entre­

nam iento militar en Cuba, pero esta posibilidad despertaba

muchos escepticismos entre los analistas y los expertos en

movimientos guerrilleros latinoamericanos, porque la isla,

según una versión casi consensual, se había abstenido de

impulsar organizaciones de esta naturaleza en México, el

país aliado que se había resistido a seguir los hostiles linca­

mientos estadunidenses frente a la isla en la Organización

de Estados Americanos. No conviene subestimar nunca la

tendencia a la traición de Fidel Castro. Una de las figuras

más llamativas de la Cuba postrevolucionaria, el célebre

Benigno, asegura que Marcos se entrenó en Cuba. Vetera­

no de la revolución surgido de la Cuba rural más profunda,

talento militar enteram ente natural, cam arada de armas del

Che en sus aventuras bélicas africana y boliviana, Benig­

no, nacido Dariel Alarcón, exilado en Francia desde hace

unos años y autor de una (otra) obra memorialística que

pone a parir a Castro, fue el encargado del entrenam iento

de num erosos grupos guerrilleros de toda América Latina,

entre ellos, y aquí la gran revelación, algunos mexicanos.

Conform e a su versión, Marcos no solo pasó por los cam ­

pos de entrenam iento isleños, igual que otros miembros de

Page 93: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D IJ R I S M O C O O L IOI

las FLN, sino que logró llamar la atención de sus instructo­

res por el m odo obsesivo en que inquiría hasta por el m e­

nor detalle de la vida del Che. ¿Será? Fidel traiciona, pero

nunca en detrim ento de su arraigadísimo sentido práctico.

Ese pragmatismo, tratándose de México, podría haberlo

llevado a una notable tram a de contraespionaje en alegre

connivencia con otro personaje que ya se asomó por las

páginas de este libro, Fernando Gutiérrez Barrios. La con­

jura es desvelada con gracia por Maite Rico y Bertrand de

la Grange. Castro, en efecto, tenía sus deudas con don Fer­

nando, capitán de la policía política cuando el propio Fidel,

el Che y el resto de los barbones se entrenaban en México

para iniciar la revolución en Cuba y fueron sorprendidos

y arrestados. Los rebeldes gozaron entonces de varios apo­

yos. Uno, el más im portante, fue el de Lázaro Cárdenas,

que no dejaba de tener sus influencias y supo interceder

con el presidente Ruiz Cortines. Otro, aplicado sobre el

terreno de juego y no desde las cimas políticas, fue el del

propio Gutiérrez Barrios, presumiblemente por órdenes de

los altos estamentos gubernamentales. Con el tiempo, Fi­

del supo pagar esa deuda, aunque fuera para no ganarse la

inquina de un aliado tan poderoso como el gobierno mexi­

cano, siempre necesitado de apoyo para desactivar m ovi­

mientos guerrilleros, m ientras Gutiérrez Barrios sostenía

una amistad con visos de auténtica nada menos que con el

com andante Manuel Piñeiro, alias com andante Barbarro-

ja, uno de los más ominosos aliados de Castro en la ingente tarea de organizar los sistemas de seguridad del Estado.

Page 94: El libro negro de la izquierda - JPatan

102 EL L I B R O N E G R O DE I A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

¿Abandonó realmente Guillén el discurso marxista? La

pregunta parece disparatada, porque nada en el éxito que

llegó a tener como figura pública se debe a ese discurso.

Sin embargo, el discurso le duró bastantes años. Cuando

se descubrió que Marcos era Rafael Sebastián Guillén, ex

alum no del colegio de Filosofía, tanto la seguridad del Es­

tado como los reporteros más rápidos se precipitaron a la

UNAM a buscar una copia de la tesis de licenciatura del

tampiqueño. Lo que reveló la tesis es que Guillén podía ser

igual de confuso y herm ético que el más académico de los

académicos y que, de m anera muy apropiada a su época, se

había peinado el marxismo con paciencia —que es el único

m odo de peinárselo—. En esto coinciden dos de sus maes­

tros de entonces, Cesáreo Morales, quien cuando le dio cla­

ses al que firm a este libro, a principios de los años 90, ya

no dejaba ver huellas de su althusserianismo primigenio, y

Alberto Híjar, que en la experiencia del firmante ha con­

servado en cambio una fe a prueba de caídas (caídas del

Muro, se entiende). Pero el principal motivo de sospecha es

el esbozado en líneas anteriores: el viraje del movimiento

lejos del marxismo que lo definió fue repentino.

Conviene poner atención a Enrique Krauze (en Reden­

tores. Ideas y poder en Am érica Latina) cuando vislumbra

en Marcos una probable influencia de José Carlos Mariá-

tegui. Básicamente olvidado en las últimas dos o tres déca­

das, Mariátegui, peruano nacido en 1894, en su día seguidor

de José Vasconcelos, fundador del Partido Com unista y considerado uno de los grandes pensadores marxistas de la

Page 95: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O C O O L

lengua española, fue en realidad el exitoso responsable de

una mezcla ideológica en la que al marxismo más o menos

convencional se suma una suerte de indigenismo de avan­

zada, según el cual las culturas precolombinas vivían en

una feliz utopía primigenia, igualitaria y ajena a la lógica

de mercado, esto es, un com unism o prim itivo no esencial­

mente distinto al que vislumbró el marxismo tradicional

que fue desbaratado por el imperialismo español, prim era

etapa de una larga cadena de atrocidades por parte de los

detentadores del capital.

Es imposible no ver los puntos de contacto entre este

conglomerado ideológico y las alusiones de Marcos a los

indígenas como a los «hijos de la tierra», un léxico de cla­

ras propensiones elegiacas, o para el caso a los conflictivos

Acuerdos de San Andrés, firm ados entre el Gobierno Fe­

deral y el EZLN en 1996, aunque convertidos en papel m o­

jado y destinados, sin demasiadas precisiones legales, a ga­

rantizar la autonom ía de los pueblos indígenas de México.

En realidad, ese discurso pertinaz le causó abundantes

problemas con el obispo Samuel Ruiz, otro redentorista

irredento que dedicó buena parte de su vida a labores so­

ciales y políticas, pero sobre todo religiosas, en las zonas

indígenas de Chiapas.

El santo y el guerrero, o viceversa

Cuando Guillén se insertó en la selva chiapaneca, la predo­m inante población indígena convivía desde muchos años

Page 96: El libro negro de la izquierda - JPatan

EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

atrás con un puñado de representantes de la Iglesia cató­

lica dom inados por ideas no menos radicales que las de

Guillén y sus correligionarios, pero dom inados sobre todo

por una especie de rey caudillo benevolente —o que sabía

venderse como tal— nacido del catolicismo ultram ontano

guanajuatense. El obispo Samuel Ruiz, por supuesto.

Torcidos son los caminos que transita la fe progresista

y más torcidos los gurús que de pronto elige. Samuel Ruiz

m urió en enero de 2011, 86 años cumplidos y vividos con

intensidad (nació en 1924) entre loas y aplausos por su vo­

cación hum anitaria, esa que lo hizo entregarse en cuerpo

y alma al bienestar de los indígenas chiapanecos; su volun­

tad negociadora, esa que lo llevó a m ediar entre el gobier­

no y la guerrilla zapatista; y su muy cristiana reluctancia a

seguir el camino de la violencia. Suena congruente; quizá

no lo sea tanto. Fue don Samuel todo un prom otor de la

Teología de la Liberación, es decir, de una Iglesia austera

en el gasto y piadosa en los sentim ientos hacia los pobres,

com prom etida con la realidad de este infierno terrenal, po ­

pular, ajena a los fastos y los dispendios de las jerarquías

eclesiásticas corruptas. Pero con el obispo, igual que con

el guerrillero, la verdad no es tan monolítica. Samuel Ruiz

nació en Irapuato, lo que equivale a decir, en aquellos años

20 de mal recuerdo, en plena zona cristera y por lo tanto en

días de una guerra salvaje, relativamente olvidada incluso

hoy, luego del gran trabajo histórico de Jean Meyer, que

pese a serlo puede haber aportado unos setenta a ochenta

mil m uertos a la carnicería revolucionaria mexicana.

Page 97: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R VA D U R I S M O C ü O L

Nació, además, en una familia de fuerte raigambre con­

servadora. El padre no solo era partidario de los cristeros,

sino también, después, militante sinarquista. No es poco

decir. El sinarquismo, de contundente esencia católica y

fervorosamente antiizquierdista, nació, en parte, como una

consecuencia de la Guerra Cristera, en los años 30, es decir,

los del auge de los fascismos europeos, con los que tiene al­

gún punto de contacto, particularm ente con el franquismo.

Ruiz term inaría por abandonar estas tendencias, como re­

sultará evidente a cualquiera que lo haya visto hablar ante

los medios en los días de algarada neozapatista, pero no

perdió el tono un tanto mesiánico, salvífico, que las d istin­

gue. Estudió, prim ero, en el Seminario de León, más tarde,

durante los días de guerra cristera, con una religiosa que le

daba clases privadas, puesto que los templos perm anecían

cerrados, y por fin en Roma, en el Colegio Pío Latinoa­

mericano, la Universidad Gregoriana y el Pontificio Ins­

tituto Bíblico. Nada que deje vislumbrar un giro hacia la

izquierda como el que efectuaría poco después, de regreso

en México, donde term inó por recalar en la gigantesca dió­

cesis de San Cristóbal de las Casas. Fue nom brado obispo

en 1960, lo que le permitió, en 1962, participar en el que

probablemente sea el origen inm ediato de su conversión

político-religiosa: el Segundo Concilio Vaticano, organiza­

do en los días del papa Juan XXIII.

El Concilio fue, en efecto, un momento crucial en la his­

toria de la Iglesia católica. La revelación, para don Samuel, nació específicamente de uno de los ejes de aquel encuen­

Page 98: El libro negro de la izquierda - JPatan

tro, a saber, el papel del catolicismo institucional ante las

miserias del tercer mundo. Ahí entendió cuál era o más

bien debía ser la misión fundam ental de la Iglesia, eso que

unos años más tarde se conoció como la «opción preferen-

cial por los pobres». A partir de entonces, nada lo detendría.

De vuelta en Chiapas, convocó a un ejército de dominicos

para trabajar en la diócesis y les encomendó un proyecto

de claro contenido social, la llamada Misión Chamula, que

combinaba los asuntos del espíritu con otros muchos más

concretos, como una clínica y una serie de talleres. Más im ­

portante, mucho más, fue el proyecto cumplido de formar

catequistas. Se vislumbraba ya la radicalización del obispo

y su grey, que incorporarían dosis crecientes de marxismo a

su ideario católico, en consonancia con la m oda de la Teolo­

gía de la Liberación que avanzaba por América Latina.

Chiapas era, en efecto, una tierra olvidada de Dios, y

eso, en el México del priismo, significaba: de la mano del

Estado, que si no lo abarcaba todo, tenía ganas de hacer­

lo. Abundaban la pobreza, el analfabetismo e incluso una

discriminación francamente racista hacia la población in­

dígena, numerosísima. La respuesta de Ruiz y su equipo fue

formar, inicialmente, a 700 indígenas que se encargarían de

llevar la palabra de Dios, que era una palabra de rebeldía

política y social, a las decenas de miles de pobladores indí­

genas de la selva. A estos catequistas los seguirían, hacia tí­

ñales de los años 70, los diáconos o tuhuneles. Un catequista

podía aspirar al estatus de diácono, en una compleja meri- tocracia misionera, y con ello a la posibilidad de atestiguar

IOÓ EL L I B R O N E G R O DE LA I L Q U I E R D A M í X I C A N A

Page 99: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S F. R V A D U R I S M O C O O L i°7

matrimonios, oficiar bautismos o dar la eucaristía aun sin

abandonar su condición de ciudadano extraeclesiástico.

El coctel de mesianismo católico y marxismo no es ni

mucho menos descabellado, como nos enseña, entre otros,

el notable historiador Norm an Cohn, quien enum era con

precisión las similitudes entre el milenarismo medieval,

con su idea de que la historia obedece a un guión pres­

crito por Dios y que al final del camino habrá un reino de

los pobres que solo será posible tras una guerra sin cuar­

tel entre el bien y el mal, y los presagios seudocientíficos

de Marx, quien habla también de un fin inevitable de la

historia, que no es otro que un reino de los pobres prece­

dido por el exterminio de la burguesía, forma decim onóni­

ca del mal luego adoptada por el siglo XX. Los catequistas

de Ruiz incendiaban a las com unidades con la novedad de

que la Biblia hablaba de la liberación de los miserables y

de que ese liberarse podía incluir los medios violentos, la

«guerra justa» de cierta tradición católica, precedida de

una sociedad igualitaria, socialista, libre de las pestes de la

propiedad privada. Más aún: el bien, la posibilidad de ese

futuro feliz, justo y homogéneo; de una utopía, pues, radi­

caba en los presuntos valores de las culturas originarias. O

sea, en el pasado, en una especie de Edad de Oro o utopía

prim igenia que debía operar a m anera de modelo, y que se

parecía tanto a la idealización de corte antropológico de

las comunidades indígenas precolombinas, como a la idea­

lización no menos carente de justificación histórica de la

Iglesia primitiva.

Page 100: El libro negro de la izquierda - JPatan

108 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Este fue el entram ado social con el que tuvieron que

com petir los jóvenes citadinos de las FLN que llegaron a

la selva chiapaneca. Ellos y sus antecedentes, que tampoco

escaseaban: por esos páramos ya se había dejado caer, por

ejemplo, algún que otro estudiante de Chapingo, la escuela

de agricultura. Sobre todo, Samuel Ruiz había dado mues­

tras de su hospitalidad. En 1974, el gobierno pidió y obtuvo

ayuda del obispo para un Congreso Nacional Indígena. No

sería la prim era ni la última vez que el Estado, o al menos

un estado, financiara a su disidencia. El congreso tuvo como

una de sus líneas argumentativas centrales la necesidad de

abolir la propiedad privada y enfrentar al mal gobierno con

todas las energías necesarias. Esas conclusiones, plausible­

mente, tuvieron mucho que ver con que en 1976, durante

un viaje a Torreón, don Samuel invitara a Chiapas a Adolfo

Orive, un economista afiliado al maoísmo que, pese a estar­

lo, descartaba la vía armada para instaurar el poder popular

en el m undo y apostaba más bien a una transformación de

la sociedad gradual, día a día, conciencia por conciencia,

orquestada desde las virtudes del trabajo colectivo.

Orive, dicho sea de paso, seguiría una carrera política

francam ente variopinta. Con el tiempo, sería asesor del

muy priista program a de Solidaridad, con Carlos Salinas

de Gortari, y agarraría chamba en la adm inistración de Ze­

dillo. Pero en su página, www.adolfoorive.com, nos recuer­

da que no ha abandonado sus principios. Habrán sido esos

principios los que lo llevaron a afiliarse al PT, cuya ban­cada encabeza en la cámara. Recordarán los lectores que

Page 101: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S F. RVA D U R I S M O C O O L IO9

tras la m uerte de Kim Jong-Il, el dictador norcoreano, este

partido publicó en su página web que lamentaba «el sen­

sible deceso de nuestro cam arada Kim Jong-Il [...] quien

con gran sabiduría condujo a los norcoreanos por la paz y

el desarrollo económico, político, social y cultural». Orive

es maoísta; Kim Jong-Il, como sabemos, fue un convencido

estalinista. ¿Dónde está la congruencia?

Orive y sus brigadas de maoísmo pacifista, valga el

pleonasmo, provocaron cejas alzadas entre los religiosos

afiliados a la causa de Samuel Ruiz, celosos de su enorm e

influencia sobre las com unidades, pero no serían ellos los

protagonistas de las relaciones más intensas entre los u to­

pistas católicos del obispo y la sociedad civil. De las in i­

ciativas de Orive nacería la Unión de Uniones, más tarde

rebautizada como ARIC o Asociación Rural de Interés C o­

lectivo, muy unida y a la vez muy separada del zapatismo,

que empezó por infiltrar la organización y produjo, al fi­

nal, una escisión entre la llam ada ARIC Independiente y

Democrática, controlada por Marcos, radicalizada desde

sus premisas, y la ARIC Oficial, esencialmente fiel a los li­

ncamientos fundacionales de Orive y los suyos. Esta ARIC

fue una de las bestias negras del zapatismo, un movimiento

que, si de bestias negras se trata, tiene toda una zoología.

Lejos de la insurrección arm ada, pero incluso de la resis­

tencia civil pacífica, Orive y los suyos optaron por pactar

con el Estado e impulsar pequeñas empresas productoras

y exportadoras de café. Al final, la crisis dio al traste con estos proyectos, la popularidad de las brigadas de Orive

Page 102: El libro negro de la izquierda - JPatan

se desplomó y este, derrotado, tomó la determ inación de

abandonar la selva.

Pero, decíamos, no fueron Orive y los suyos ni los ún i­

cos, ni los prim eros, ni desde luego los últimos universi­

tarios criollos en llegar a la selva. Con el tiempo, asom a­

ron las narices los sobrevivientes de las FLN, sujetos, en

cambio, clara y abiertam ente proclives a la transform ación

violenta de la sociedad, según la doxa leninista. Si las re­

laciones de don Samuel con cualquier organización social

o política fueron siempre complicadas, las que sostendría

con estos guerrilleros serían propias de una larga y costosa

terapia familiar. En principio, el obispo no vio mal a los

recién llegados. Su actitud ante la lucha armada fue siste­

máticamente ambigua, pero en realidad nada había en sus

esquemas ideológicos que la descartara por completo. A

fin de cuentas, la Teología de la Liberación, según queda

dem ostrado en experiencias como la de la Nicaragua san-

dinista, si no privilegió, al menos aceptó la violencia como

método. Poco a poco, sin embargo, cambiaron tanto las

opiniones de Ruiz sobre la presencia zapatista en la zona

como sus reacciones a esa presencia.

En realidad, las rispideces em pezaron más o menos

pronto, derivadas sobre todo de un anticlericalismo ateo

bastante acentuado en Marcos, al que en algún mom ento

antes del inicio del levantamiento le dio por oficiar «bodas

revolucionarias» o «zapatistas» e impulsar el uso de anti­

conceptivos entre la tropa, una m edida que Ruiz, eclesiásti­co al fin y al cabo —la Teología de la Liberación no da para

l i o Fl L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Page 103: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E 11V A D U III S M O C O O L ] I i

tanto aliviane—, enfrentó siempre con franco rechazo.

Pero más allá del libertinaje de los guerrilleros y la moche-

ría del obispo, muy de chilango universitario y de católico

guanajuatense respectivamente, el asunto mismo de la gue­

rra estaba destinado a ponerlos en lados opuestos del ring,

por mucho que al final el uno y el otro, el enmascarado y

el entunicado, hayan hecho causa común frente al enemigo

común: el Estado, que representaba al ogro neoliberal.

El entusiasmo que generó el movimiento zapatista en

los círculos progresistas de todo México, blindado ante casi

cualquier crítica, debió enfrentar siempre una pregunta in ­

quietante: y ese genio de la comunicación de masas que

sin duda es Marcos, ese inventor de la guerrilla posm oder-

na. ¿de veras pretendía avanzar sobre la capital a la cabe­

za de un ejército, al tiempo que liberaba territorios que se

sumaban a la causa socialista, a la m anera del Farabundo

M artí de Liberación Nacional en El Salvador o de la mal

llamada guerrilla colombiana de Tirofijo? Para los nuevos

seguidores de Marcos era evidente que no: el pronuncia­

miento mismo había sido parte de una sofisticada estra­

tegia de comunicación, probablemente destinada a captar

las atenciones de los sectores mejor dispuestos pero no ne­

cesariamente más cercanos a la situación de los indígenas

mexicanos, como las clases medias ilustradas de la capital,

primero, y del resto del país, enseguida. Después de todo, la

misión, en térm inos estrictam ente militares, era, más que

un error, un disparate, por no decir que una locura, desde

todos los puntos de vista imaginables.

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112 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Primero estaba el problema de las armas, el más chi­

rriante. ¿Recuerdan los lectores aquellas imágenes de in ­

dígenas armados con machetes, carabinas que Emiliano

Zapata hubiera desechado por viejas y rifles de madera?

Como herram ienta propagandística, fueron inmejorables.

Por sí solas, esas imágenes hablaban de la ingenuidad y la

indefensión de aquellas comunidades, gente desesperada,

postrada, rota por la miseria y la represión. El que había

pergeñado esa campaña publicitaria, y todo apuntaba ha­

cia Marcos, era un genio. Si era un genio, era un genio con

un extraño sentido de las jerarquías y del m odo en que las

armas debían repartirse de acuerdo con dichas jerarquías.

A Marcos, que siempre le ha gustado la puesta en escena,

como al resto de la verdadera élite en el mando, le tocaban

las armas buenas: los fusiles de asalto estadunidenses, ru ­

sos o israelíes, las ametralladoras británicas, las armas cor­

tas como acompañamiento, que tan bien se llevan siempre

con la boina, la pipa, las cananas y el caballo. Para la milicia

llana, es decir, la tropa que se dedicaba a la guerrilla solo a

tiempo parcial, quedaban las mucho más antiguas, luidas

carabinas 22. Para el resto, escopetas de caza o rifles de palo.

Enseguida estaba el problema de la capacitación de la

tropa, desde luego directam ente vinculado al de las armas.

Al margen del entrenam iento que la dirigencia zapatista

haya tenido en Cuba con Benigno y quizás en la Nicaragua

sandinista, la soldadesca, compuesta por indígenas, tenía

una capacitación escasa o nula, siempre improvisada, que se basaba en gran m edida en la lectura de manuales adqui­

Page 105: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S t R VA D U R I S M O C O O L »3

ridos en Estados Unidos. Los testimonios disponibles ca­

m inan todos en la misma dirección: Marcos, encendido de

furor bélico, no tenía capacidad para form ar a un ejército

de soldados razonablemente entrenados. Puede que aquel

ejército mexicano —hoy lo vemos de otro modo, sumido

como está en una guerra callejera cotidiana con las mafias,

es decir, probado en combate— no diera m uchos visos de

seriedad o profesionalismo, con tantos años de pachorra

bajo la paz priista, pero incluso desde esa perspectiva re­

sultaba demasiado obvio que las capacidades de uno y otro

bando estaban muy, muy lejos. Habría que añadir que el

asunto de las armas habla del zapatismo de muchas m ane­

ras. Hoy sabemos, por ejemplo, que los guerrilleros que no

pertenecían a la élite militar del EZLN tenía que pagar sus

propios fusiles, y que en muchos casos fueron las com uni­

dades a las cuales pertenecían las que, con un esfuerzo que

no puede considerarse frívolamente, vendían ganado o co­

sechas enteras para adquirirlas. Es por eso que, en realidad,

las comunidades íntim am ente vinculadas con el esfuerzo

bélico del EZLN fueron realmente las más prósperas de la

zona, sin que ello implique, ni mucho menos, altas cuotas

de riqueza.

Sobre todo estaba el problema del núm ero de com ba­

tientes. La tom a de cabeceras municipales del prim ero de

enero del 94 puso en acción a varios cientos de efectivos.

Probablemente la tropa zapatista sumara a esas alturas

unos cuatro mil quinientos soldados. Aun si las damos por buenas, esas cifras no bastaban ni para un buen arranque

Page 106: El libro negro de la izquierda - JPatan

H4 EL. L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

en el campo de batalla contra el Estado. Pero es que no

hay razones para darlas por buenas. El núm ero de efecti­

vos zapatistas con algún grado de entrenam iento rondaba

probablemente los trescientos. No más. ¿Cómo, entonces,

em prender semejante aventura bélica? ¿Cómo un hom ­

bre de inteligencia y preparación evidentes como Marcos

podría diseñar semejante estrategia? Más aún: ¿cómo los

indígenas podrían dejarse enredar en ese proyecto? Y no

obstante, las evidencias indican que sí: Marcos tenía todas

las intenciones de iniciar una guerra en forma contra el Es­

tado mexicano y no le faltaban seguidores, aunque tam ­

poco detractores, para empezar en el propio movimiento.

En efecto, las Fuerzas de Liberación Nacional tenían como

proyecto incendiar bélicamente al país y, mediante una es­

trategia de focos a la m anera del Che Guevara, causar una

guerra generalizada contra el Estado. La idea era que, lle­

gado un m om ento adecuado estratégica y logísticamente,

tres grandes frentes militares se abrirían en tres puntos del

país: en el norte, donde se había originado el FLN; en el

centro, donde tenía también bases de entrenam iento y ca­

sas de seguridad; y en el sur, donde había decidido rebauti­

zarse como Ejército Zapatista, para aprovechar el rango de

emblema libertario del héroe morelense entre la población

indígena, por completo ajena a figuras como Villa, más

propio de un paladar norteño, o de otras más recientes,

como el Che o Fidel. Pero ni en las cabezas un tanto delu­

sivas de Germ án y Rodrigo, que entonces figuraban como dirigentes militares del movimiento, se veía siquiera cer­

Page 107: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U RI S M O C O O L US

cano el m om ento en que el levantamiento tuviera visos de

éxito. En realidad, ni los tarahum aras ni los ciudadanos del

Altiplano m ostraban entusiasmo alguno por una revolu­

ción socialista, y es por demás discutible que lo hicieran los

indígenas de Las Cañadas, con todo y que Marcos organizó

un referéndum totalmente am añado entre unas sesenta mil

personas para justificar «democráticamente» un alzam ien­

to que, en su opinión, estaba cocinado a inicios de los 90,

con todo y que al Ejército Zapatista ya se le multiplicaban

las deserciones. Así pues los mandos, particularm ente Ro­

drigo, se opusieron al inicio de los combates, como lo haría

el propio Samuel Ruiz. Al final, en una reunión de toda la

dirigencia en 1993, Marcos, apoyado por Germán, daría un

golpe de Estado técnico y se adueñaría del liderazgo militar

en el EZLN, con un papel al menos nom inal de segundo en

la cadena de mando, solo antecedido por Germán.

Porque el obispo y sus fieles podían aprobar la violencia

en el discurso y acaso verla como una posibilidad en el m e­

diano o el largo plazo —no es posible afirmarlo categóri­

cam ente—, pero es un hecho que no la avalaban entonces,

a principios de los 90, y sobre todo es un hecho que no

tenían ganas de que Marcos y los suyos se convirtieran en

las cabezas visibles de la insurrección indígena. Ya había un

virrey en la zona, con plenas capacidades de mando, que

era Taticy o sea el padre en lengua tzeltal, o sea el obispo,

y no hacía falta otro, al menos desde el punto de vista del

propio Tatic. Pero a ellos, como a los viejos compañeros de ruta del Subcomandante, y al gobierno mexicano, y a los

Page 108: El libro negro de la izquierda - JPatan

medios, y a los servicios de inteligencia, y a la ciudadanía

en general, los sorprendió el inicio de la guerra, en un país

donde los movimientos guerrilleros se daban por extintos

hacía largo tiempo. Entonces, inevitablemente, Ruiz y los

suyos debieron tom ar unas cuantas decisiones que hubie­

ran preferido no tomar. Decisiones que favorecieron a los

zapatistas: puesto a elegir...

A don Samuel se le habrá atorado tener que darle un

nuevo espaldarazo a Marcos y los suyos. No hablamos solo

de su posición ante la guerra. Aunque uno y otro, el cura

y el guerrillero, supieron formarse una imagen pública de

respeto a las opiniones ajenas y respeto profundo a las cul­

turas indígenas, a las cuales ambos dijeron siempre admirar

desde lo más hondo, la verdad es que, como Marcos, Ruiz

fue una figura propensa al autoritarismo, que ejerció, como

aquel, de m odo paternalista. De hecho, compartían incluso

hábitos punitivos. Es bien sabido que las tropas zapatistas

tom aron pronto la costum bre de desterrar a la disidencia.

Faltaba más: en los esquemas utopistas no hay lugar para

el disenso. Tampoco Ruiz, aunque seguramente en menor

medida, fue ajeno a esas prácticas. Después de todo, el pen­

samiento utópico, sea el marxista, sea el indigenista, sea

el que se deriva de las doctrinas socializantes de la Igle­

sia, como la Teología de la Liberación, sea cualquiera que

nazca del mestizaje entre estas especies ideológicas, parte

siempre de la certeza de que existe una verdad absoluta,

incontestable, y de que esa certeza conduce a la felicidad en la tierra. ¿Cómo oponerse a semejante proyecto?

IIÓ EL L I B R O N E G R O D F. LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Page 109: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 117

Con el paso de los años, la popularidad de Marcos m en­

guó hasta reducirlo a una especie de figura de culto entre la

radicalidad mexicana y, sobre todo, la extranjera, ese públi­

co fiel y acrítico formado por integrantes de ONG italianas,

españolas y alemanas encantadas de encontrar formas de

organización social que no aceptarían en sus barrios —im a­

gínense, queridos lectores, a esos encantadores vascos

afiliados al nacionalismo radical sin su vasito de chacolí,

conforme a la Ley Seca impuesta por el EZLN en las zonas

«liberadas»—, pero que parecen muy apropiadas para los

indígenas mexicanos, que, pobres, no han tenido oportu­

nidad de formarse un criterio confiable. En enero de 2006,

el jefe guerrillero, probablem ente m erm ado por el bajón

que viene después de la crisis de los cuarenta, con el medio

siglo tocando a las puertas, un tanto afectado en su salud,

según ciertas versiones, inició la llamada O tra Campaña,

bajo el seudónim o —que se reveló no muy taquillero— de

Delegado Cero. Se le habían ido los quince m inutos de fama

como un puñado de agua de m ar entre las manos, y tocaba

reciclarse de algún modo. No lo consiguió. Las elecciones

de 2006 iban a tener protagonistas mucho más notorios en

el bando de la izquierda, con los que term inó por chocar

sin remisión. Específicamente, chocó de frente con el Peje:

dos hámsteres machos no pueden convivir en una misma

jaula, a riesgo de matarse a dentelladas. A López Obrador,

quien cree en las elecciones digamos ortodoxas un poco

más que Marcos, simplemente no le gustó nada que este llamara a la abstención, luego de críticas tan poco amables

Page 110: El libro negro de la izquierda - JPatan

—e injustificadas: con tantas acusaciones razonables como

merece el tabasqueño, ¿por qué optar por la menos vero­

símil?— como que la imagen de Carlos Salinas de Gortari

creada por el Peje era en realidad un reflejo.

En cuanto al ciudadano medio, los desplantes de M ar­

cos, igual que le ocurriría meses más tarde con los de AMLO,

no le gustarían nada. Porque a Rafael Sebastián Guillén la

máscara se le cayó, aun cuando no se diera cuenta. Se le

cayó, por ejemplo, el día que decidió apoyar a e t a , la orga­

nización terrorista vasca.

En cambio Samuel Ruiz, m uerto con casi 87 años a

cuestas, puede o no haber conseguido la santidad a ojos

del creador, un hecho que los incrédulos no estamos en

condiciones de verificar, pero sin duda lo consiguió entre

los progresistas del planeta, que supieron pasar por alto sus

muchos pecados de intolerancia y aceptación de la guerra

para convertirlo en un santón, si no en un santo, de un

infinito amor por los pobres teñido de pacifismo. ¿Que

vio con beneplácito el uso de la violencia justa, la violencia

igualitaria? ¿Que usó el dinero de las ONG y los gobiernos

europeos y canadienses para patrocinar clínicas al servicio

del Ejército Zapatista? Qué más da. Mejor recordarlo como

el m ediador entre los guerrilleros y el gobierno, un rol que

cumplió entre 1994 y 1999, o incluso entre el gobierno y

una organización muchos más violenta que el EZLN, el

Ejército Popular Revolucionario, activo desde el año 96 y

responsable de una decena larga de atentados, con varios m uertos a sus espaldas.

1(8 El. L I B R O N E G R O DF L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Page 111: El libro negro de la izquierda - JPatan

Lo que tiende a olvidarse cuando se habla del m ovi­

miento zapatista es que fue sin duda conservador —en su

mirada nostálgica hacia el pasado, en sus atavismos mar-

xistas, en sus afanes prohibicionistas—, pero no fue real­

mente cool. Q uedará siempre la duda de en qué medida

avaló o impulsó Samuel Ruiz la violencia guerrillera. Lo

más probable es que, dentro de ese m odo escurridizo que

siempre lo distinguió, le haya dado alas al zapatismo con la

idea de m anipularlo y de pronto, rebasado por la izquierda

por Marcos, se haya visto totalm ente superado. Fue enton­

ces cuando decidió subirse al carro del pacifismo y jugar al

mediador, con buena fortuna. En algún momento, no tan

lejos, asomó las narices el Nobel de la paz, que apenas se le

escapó de las manos. En cambio, con Marcos no deberían

quedar dudas. Porque en su currículum hay una cuota de

sangre nada despreciable. Pero se nos olvida con frecuen­

cia. Esa m áscara no term inó de caerse.

El altar de la utopía

La mayor parte de los testimonios de exguerrilleros o m e­

ros habitantes de Las Cañadas chiapanecas coinciden en

que Marcos llegó a la zona con modos alivianados y sim pá­

ticos, envuelto en esa aparente bonhom ía del chilango leí­

do y lleno de conciencia popular que tantos réditos le dio, y

salió convertido en un hom bre autoritario y violento. Para el que quiera ver, esa máscara sí se cayó. Lo que apareció detrás fue el mismo rostro adusto y martirológico de todos

C O N S E RVA D U RI S M O C O O L 1 i y

Page 112: El libro negro de la izquierda - JPatan

120 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

los líderes guerrilleros latinoamericanos, en el entendido

de que el martirologio siempre se lo impuso a otro.

M ilitarmente, el m om ento más escandaloso del EZLN

fue la tom a de Ocosingo. El prim ero de enero de 1994, al­

rededor de mil elementos cobijados por la bandera negra

con una estrella roja de cinco puntas de las Fuerzas de Li­

beración Nacional, pero con las siglas del Ejército Zapa­

tista de Liberación Nacional, iniciaron su aventura bélica

chiapaneca, el prim er paso de una guerra popular en todo

el territorio mexicano. San Cristóbal cayó con facilidad.

Los milicianos entraron sigilosamente, por la m adrugada,

a la ciudad, m uchos de ellos armados, es un decir, con rifles

de madera, y sin muchos más disparos que alguna ráfaga

de advertencia, luego de poner sobre el terreno un m uerto

y unos cuantos heridos, izaron la bandera en el coqueto

centro histórico de la ciudad. Aunque los avisos de una in ­

m inente algarada guerrillera no habían faltado, los del ejér­

cito mismo para empezar, al parecer nadie tom ó provisión

alguna para m antener a resguardo la ciudad más im por­

tante de la zona.

Menos sencillas resultaron las cosas en el cuartel de

Rancho Nuevo. Luego de abandonar San Cristóbal, par­

te de las fuerzas zapatistas fueron a plantar cara al 83 de

Infantería bajo el m ando de Yolanda, la compañera senti­

mental del a esas prontas alturas ya famoso enmascarado.

Los zapatistas se dirigían a Comitán, pero tuvieron que re­

tirarse precipitadamente, con la baja sensible, en Las M ar­garitas, del Subcomandante Pedro.

Page 113: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 121

Ahora bien, el desastre definitivo, y la evidencia más

chirriante de la im portancia que daba Marcos a las vidas

hum anas, fue Ocosingo. La ciudad fue ocupada con facili­

dad, pero antes que pronto los zapatistas debieron enfren­

tar a un contingente de mucha importancia: 1600 soldados

con instrucciones de recuperar la plaza a cualquier precio.

Así lo hicieron. La inoperancia militar de la guerrilla había

quedado evidenciada en Rancho Nuevo, donde un puñado

de efectivos —el grueso del acantonam iento estaba incom ­

prensiblemente de baja por perm iso— había resistido a pie

firme la avanzada de guerrilleros, que caían cual moscas

no solo por la manifiesta inferioridad de su armamento,

sino sobre todo por la ostensible precariedad de su instruc­

ción militar. En Ocosingo las cosas tuvieron muy mal cariz

desde el principio. Para empezar, el EZLN decidió hacer

unos cuantos juicios sumarios entre los uniform ados que

custodiaban la ciudad. Luego de uno de esos juicios, el co­

m andante de policía fue ejecutado con un tiro en la nuca, a

manos de una capitán guerrillera de pulso firme.

La frialdad con que Marcos envió a sus tropas a la m a­

tanza puede responder bien a que no supo valorar en su

justa, casi nula medida, la preparación militar que habían

recibido nada menos que de su invaluable persona, lo que

es tanto como decir que la matanza responde a su narcisis­

mo hipertrófico, bien a un acto calculado de inducción al

m artirio, una estrategia m onstruosa para sacudir a la opi­

nión pública y predisponerla a favor de la causa. El atrope-

llamiento de la retirada zapatista, que incluyó un núm ero

Page 114: El libro negro de la izquierda - JPatan

imprecisable de cadáveres, hace difícil ofrecer un número

de milicianos m uertos hasta la tregua declarada por el pre­

sidente Salinas de Gortari. Solo en Ocosingo cayeron, al

final, entre cuarenta y cincuenta guerrilleros, uno de los

cuales, muy joven, al que seguramente recordarán los lec­

tores, clamó ante las cámaras en plena agonía, y con ello dio

fuerza a la hipótesis sacrificial, que habían sido engañados

por la comandancia, los habían m andado al matadero. En

cualquier caso, ni una posibilidad ni otra marcarían una

novedad en la historia de las guerrillas latinoamericanas;

no invitan, pues, a la sorpresa. Más sorprendente, en cam ­

bio, es la facilidad con que este baño de sangre iniciático ha

sido olvidado por los medios de comunicación y los esta­

mentos intelectuales mexicanos o extranjeros, particular­

mente, claro, los más proclives al neozapatismo. ¿Reflejos

de un inconsciente progre, ganas de creer, resabios esta-

linistas de una época en la que los errores o crímenes de

la causa no se ventilaban públicamente para no dar armas

al enemigo? Daremos vueltas alrededor de este asunto en

un capítulo posterior. De m omento, una recomendación:

el —digamos— docum ental Zapatistas. Crónica de una re­

belión, en realidad una loa a la utopía marquista producida

por La Jornada y el Canal 6 de Julio, incluye escenas so-

brecogedoras de los m uertos dejados por esta aventurita.

Puede servir, paradójicamente, como el emblema siniestro

de un movimiento muy hábil para elegir a sus muertos.

122 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Page 115: El libro negro de la izquierda - JPatan

Conservadurismo no cbb!

El sendero del Peje

Si inquieta que la izquierda haya enaltecido al Subcoman-

dante Marcos como una suerte de brisa vivificante, como

una figura m oderada y simpática, llena de referencias a la

cultura popular y la literatura y capaz por lo tanto de dar

un nuevo contenido al pensam iento de izquierda (lo consi­

guió, pero ya hemos visto que esta afirmación, en este libro,

no envuelve un elogio), qué decir del sorprendente caso de

Andrés Manuel López Obrador, al que podem os acusar de

muchas cosas, pero no de tratar de resultarnos simpático

(ni de serlo involuntariamente), mucho menos de com par­

tir unos gustos por lo pop de los que simplemente carece, y

solo muy esporádicamente —como cuando se sintió obli­

gado a decirnos en unos spots que no, que no odia a los em ­

Page 116: El libro negro de la izquierda - JPatan

124 t L L I B R O n e g r o d e l a i z q u i e r d a m e x i c a n a

presarios— de tratar de convencernos de una moderación

esencial que tam poco puede presumir.

Pasa que ni en sus orígenes perfecta, si bien quizá no

ortodoxamente, priistas fue López Obrador un moderado.

Nacido en el pequeñísim o pueblo de Tepetitán, Tabasco,

en el año 53, aunque crecido y criado en M acuspana y lue­

go en Villahermosa, desde que empezó la secundaria, co­

menzó su carrera política joven y bien acompañado, como

miem bro del equipo de campaña del poeta Carlos Pellicer,

también tabasqueño como es sabido, que le apostaba al

senado. A estas actividades siguieron las prim eras que lo

definirían políticamente de m anera más clara. Con toda

probabilidad por la influencia de Pellicer, convencido de la

necesidad de voltear solidariamente hacia las com unida­

des indígenas y sacarlas de la postración en la que vivían,

López Obrador, que entonces tenía 23 años, empezó una

obsesiva campaña oficinesca por llevar a los indígenas del

estado algunos planes que guardaba en la cartuchera. Lo

consiguió. A partir de 1977, luego de varios meses en un

aburridérrim o cargo m enor en la Secretaría de Gobierno,

se convirtió en el flamante, orgulloso delegado del Institu­

to Nacional Indigenista. Y, las cosas como son, no procedió

conforme a los estándares de la burocracia tricolor, eso en

un estado que es tradicionalm ente un vivero de votos para

el priismo.

La sede del Instituto estaba en Nacajuca, es decir, en la

m itad de La Chontalpa. Ahí, por prim era vez, puso López O brador en práctica el hábito recurrente de consultar d i­

Page 117: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L

rectam ente al pueblo —y después de consultarlo hacer lo

que m ejor le parece, por su bien y en su nom bre—. Según

cuenta Jorge Zepeda Patterson en su retrato de Los sus­

pirantes 2012 (p. 64), ya entonces el futuro Peje procedía

como una especie de asceta de la dem ocracia directa. Vi­

vía en lo que parece haber sido una suerte de choza con su

esposa de entonces, Rocío Beltrán; salía a trabajar a p ri­

m era hora de la m añana y no dejaba de consultar a los vie­

jos de las diferentes poblaciones sobre cada decisión por

tomar, sin que ello significara que el hecho de escucharlos

fuera a m odificar m ínim am ente sus ideas previas sobre el

asunto.

Es difícil, sobre todo para un habitante del Distrito Fe­

deral que haya pasado aquí los años de gobierno del ta-

basqueño, no sonreír con alguna ironía ante esta presunta

voluntad de consulta pública, siempre contrastante con la

tradicional autonom ía obradorista a la hora de tom ar deci­

siones. Lo cierto es que la costumbre de la consulta pública,

fundada en una plausible aunque contradictoria fe en la

«sabiduría del pueblo», se convertiría desde entonces en

uno de los tics políticos de López Obrador, un hom bre a

quien las urnas, con esa irritante precisión matemática que

cualquier oligarca puede manipular, le provocan violentos

reflejos defensivos.

Al duro periodo en el Tabasco profundo siguió otra

campaña junto a una figura intelectual con vuelo, Enrique

González Pedrero, lanzado en pos de la gubernatura en el sexenio de Miguel de la Madrid. A López Obrador se le

Page 118: El libro negro de la izquierda - JPatan

126 EL. L I R R O N E Ü R O [) E L A I Z QJJ I E R D A M E X I C A N A

conocía y apreciaba bien en las regiones indígenas, de ahí

que el candidato, que le dio clases en la Facultad de C ien­

cias Políticas y Sociales de la UNAM , lo sumara al equi­

po. Todo sugiere que fue otro m om ento fundacional para

AMLO. Efectivamente, a contrapelo de la línea liberalizante

del sexenio delam adridista, González Pedrero intentó re-

formular el viejo nacionalismo mexicano, poco menos que

una ideología oficial en décadas anteriores, y el intento caló

hondo en su discípulo, ignorante de o indiferente a aquello

de que es el últim o refugio de los canallas. Habría que aña­

dir que no solo por estos motivos fue im portante González

Pedrero. Gracias a su maestro y m entor político, el todavía

joven tabasqueño conoció a una figura muy cercana a él

desde aquellos años: la socióloga y escritora cubana Julieta

Campos, casada con González Pedrero.

Pero ninguna de aquellas chambas del Peje tiene tantos

vasos com unicantes con su periodo de líder capitalino y

figura nacional como su etapa en la dirigencia local del Re­

volucionario Institucional. En ese puesto, López Obrador

no solo rompió con los usos y costumbres del poder trico­

lor: puso a este de los nervios y pagó el precio de hacerlo.

El proyecto obradorista consistió en organizar una avalan­

cha de asambleas com unitarias y barriales que designaron

a unos cinco mil funcionarios. ¿Se imaginan los lectores

lo bien que cayó esa iniciativa en la estructura partidaria

local? Imaginen ahora lo que pasó cuando, una vez capaci­

tados, esos funcionarios em pezaron a pegar en los espacios

públicos unas hojas gigantescas donde se precisaba qué

Page 119: El libro negro de la izquierda - JPatan

c; O N s F. R V A D I J R I S M O N O C O O L 127

tipo de obra iban a em prender las autoridades, cuánto cos­

taba, cuándo iniciaba y cuándo debía concluir.

Los presidentes municipales tabasqueños no tardaron

en ponerse en pie de guerra. La ganaron. Antes de term ina­

do un año, quince municipios sobre 17 pidieron a González

Pedrero la cabeza de López Obrador, que se las concedió. A

manera de consuelo, ofreció un cargo a su protegido, que lo

aceptó solo para presentar de inm ediato su renuncia y to ­

mar rum bo a la capital, al barrio de Copilco, en la periferia

de la UNAM.

No es ni mucho menos un barrio lujoso, como puede

atestiguar el autor de estas líneas, vecino del Peje y del ba­

rrio desde la infancia hasta hace no tantos años. «Copilco

en náhuatl quiere decir tierra donde nacen las fotocopia-

doras», dice un chiste barrial que retrata con precisión la

zona. En esta había pasado O brador sus días universitarios,

sumido en un maremágnum de changarros y reuniones po­

líticas, y desde ella se dirigía todas las mañanas a una nueva

chamba en el Instituto Nacional del Consum idor, donde

una figura que sonará mucho en su biografía posterior,

Clara Jusidman, la directora, lo puso a cargo del área de

Promoción.

Si algún mom ento de calma ha tenido el pedregoso sen­

dero del Peje en las lides políticas fue aquel. Lo hizo bien

como prom otor de la Procuraduría, duró cuatro años en

el cargo, compró casa, mantuvo un perfil bajo. Se asentó,

pues. Hasta que se le atravesó el chamuco. Quienes hayan

seguido al Peje en los medios durante los últimos años sa­

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128 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

brán que el chamuco, por lo que a él toca, se llama Carlos

Salinas de Gortari, el supremo sacerdote del neoliberalis-

mo y complotista egregio, en opinión de nuestro personaje.

El salinismo parece diseñado para irritar a un tabas-

queño de sangre caliente como López Obrador. Frente a

sus pasiones utopizantes por el México profundo que vivió

en La Chontalpa, el sexenio de Salinas de Gortari patentó

un discurso de m odernización y aspiraciones desarrollistas

que no ponía mayor atención en las com unidades indíge­

nas. Frente al nacionalismo abrevado de González Pedrero,

el nuevo régimen propugnaría esa política liberal de de­

jar hacer y dejar pasar, de fronteras abiertas y mercados

globales, que concluyó con la firma del Tratado de Libre

Comercio y la privatización de numerosas paraestatales.

Es posible que la entonces esposa de López Obrador, Ro­

cío Beltrán, fuera sensata al recomendarle que rechazara la

oferta de sumarse a las filas del Frente Democrático Nacio­

nal. Esa sensatez, vista a la distancia, estaba condenada al

fracaso.

La propuesta de sumarse a los disidentes del priismo

le llegó de otro tabasqueño, luego convertido en senador

por el estado de Morelos: Graco Ramírez. La idea era que

AMLO, de popularidad cierta en fragmentos nada desde­

ñables de la población, contendiera por el gobierno de Ta-

basco. Perdió, porque al PRI en esas tierras era y es difícil

toserle, pero hizo ruido y term inó por decidirse a volver a

casa por una tem porada larga. La idea funcionó. Desde allí, esde su patria chica, se convertiría en uno de los paladi­

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C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L I29

nes del nuevo partido de la izquierda, el PRD, a punta de

radicalismos y golpes de efecto. A Cuauhtém oc Cárdenas,

un veterano de las lides políticas, no le resultaría indife­

rente su buena imagen en las comunidades, donde incluso

le pusieron uno de los sobrenombres que antecedieron al

que probablemente conservará por el resto de su vida, el de

Peje. Lo conocían como Lesho, m odo muy extendido de lla­

mar a un Andrés por aquellos rumbos. Y a Lesho, que años

después marcaría distancias con el m oderado fundador del

PRD y la Corriente Democrática, la invitación lo sedujo

de inmediato. Su opinión del disidente priista, por aque­

llos años, parece haber sido efectivamente inmejorable.

Para radicalismos y golpes de efecto, los posteriores a

las elecciones del 91. Desde luego, la vieja tradición mexi­

cana de fraudes electorales no ayuda a trasparentar el pa­

norama, pero es un hecho que a O brador lo de im putar

comicios se le da con sospechosa naturalidad desde hace

ya mucho, veinte años al menos. Se le da eso, y las «to­

mas». Tras las elecciones municipales de ese año, congregó

a sus seguidores para ocupar varias poblaciones, entre ellas

Cárdenas y Nacajuca, otorgadas al PRI tras aparente frau­

de. Como respuesta, las autoridades m andaron a la policía

con instrucciones de intervenir sin timideces. Pero AMLO

no se amilanó. Como si de un Mao Zedong tabasqueño se

tratara, en el inicio del año 92 em prendió una marcha de

cincuenta días hasta la Ciudad de México, para más datos

hasta uno de sus escenarios favoritos, el Zócalo. Le llamó el Exodo por la Democracia, con respeto a unas resonan­

Page 122: El libro negro de la izquierda - JPatan

FL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

cias religiosas que algo tendrán que ver con su pasado de

monaguillo, y se salió con la suya, a pesar de que fue un

Mao de convocatoria discreta: alrededor de 150 personas

lo acom pañaron en el recorrido, aunque en la capital se le

sumaron muchas más.

Suficientes, en cualquier caso, para que el gobierno en­

viara más rápido que temprano a dos emisarios con quienes

años después AMLO tendría relaciones m uy distintas: M a­

nuel Camacho, regente de la Ciudad de México y a Marcelo

Ebrard, su secretario de Gobierno. No llegó muy lejos que

digamos la negociación. Por eso, más adelante se reunió

con el secretario de Gobernación, un chico rudo de toda la

vida llamado Fernando Gutiérrez Barrios, antiguo jefe de

la Dirección Federal de Seguridad, es decir, el anteceden­

te del CISEN, es decir, la policía política mexicana. Pero

esta vez don Fer, conocido también por sus m odos caballe­

rosos, desistió rápida y educadamente de aplicar la mano

dura. Por fin, Cárdenas y Nacajuca le fueron concedidos

al PRD. Con toda probabilidad no lo sabía Gutiérrez Ba­

rrios, pero al mediar entre el Peje y el gobernador Salvador

Neme Castillo sembraba las semillas de una hiedra que iba

a arraigar con fuerza en el país.

Luego de este triunfo, el Peje le agarraría gusto a las

marchas y los plantones, faltaba más. O a los éxodos, para

usar palabras que le son más afines. El Segundo Éxodo por

la Democracia lo organizó tras las elecciones tabasqueñas

de noviembre del 94, cuando el PRD obtuvo cuatro alcal­días sobre un total de 17, lo que significaba un avance nada

Page 123: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S t R V A D U R I S M O N O C O O L ‘31

desdeñable en un feudo priista de toda la vida, pero alegó

haber ganado realmente las elecciones en otras cinco. En

esa ocasión, el Zócalo chilango albergó a los fieles obra-

doristas por varios meses. Es posible que su movimiento

hubiera empezado a resultar m onótono a la ciudadanía ca­

pitalina, como de hecho le ha ocurrido luego de tanta ter­

quedad plantonera, pero entonces López Obrador, a quien

nadie puede regatearle talento para insertarse en las p ri­

meras planas, sacó un as de la manga. O, más bien, varias

cajas de ases; 45, para mayor precisión. En junio del 95, el

hijo predilecto de Tepetitán abrió en pleno Zócalo un río

de cajas con docum entos que probaban que el candidato

priista, Roberto Madrazo, aspirante a la presidencia por el

PRI en 2006 y famoso por su afición a los maratones con

atajo —si no hizo tram pa en el de Berlín de 2007, corrió

quince kilómetros en 21 minutos, que Dios se apiade de

sus rodillas y de los pobres atletas kenianos—, había gasta­

do en su campaña solamente treinta veces más del máximo

legal. Muchos millones de dólares, en otras palabras.

Las teorías sobre cómo llegaron papeles tan com pro­

metedores a manos tan inquietas son diversas y en algunos

casos perturbadoras. En su libro AMLO: entre la atracción

y el temor (p. 20), la periodista Alejandra Lajous recuerda

una nota del también periodista José Carreño en la que, con

asustante lucidez, este plantea que en realidad el material

llegó a manos de AMLO nada menos que de la Secretaría de

Gobernación. ¿El motivo? El presidente Zedillo, que llegó al poder tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, can­

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El. L I B R O N E G R O D F. LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

didato a la presidencia por el PRI hasta que ocurrió esa

desgracia en Tijuana, y que en consecuencia necesitaba

ofrecer una imagen impoluta como gobernante para refor­

zar una legitimidad escamoteada por las circunstancias, no

veía con buenos ojos la m ancha que significaba pública­

mente una elección tan cuestionable como la tabasqueña.

Cuestionable sin duda era. Según los consejeros ciudada­

nos Santiago Creel, panista de cepa, y Francisco O rtiz Pin-

chetti, que se desplazaron al estado petrolero para poner

la elección bajo el microscopio, hasta el 78% de las urnas

presentaban irregularidades estridentes. Así que, el enem i­

go de mi enemigo es mi amigo, Zedillo optó por atacar in ­

directam ente a Madrazo, aferrado al nom bram iento en su

búnker tabasqueño.

La estrategia no rindió los frutos esperados, aunque

significó un lam parón de los grandes en el curriculum vi-

tae de Madrazo. Al final, este conservó el cargo y el Peje

añadió una experiencia más a su hoy ya larga carrera de

perdedor electoral. Sin embargo, ganó, y mucho, en im a­

gen pública. De pronto, el tabasqueño se convirtió en un

rostro familiar para todo el país, destacadamente para la

Ciudad de México, su segunda casa, y para m uchos en una

figura no solo entrañable y quizás hasta embriagante, sino

sobre todo respetada.

¿Era aquel Andrés M anuel López Obrador digno de ese

respeto? A esas alturas de los años 90, con todo y que el

triunfo de Zedillo había sido contundente (el casi 50% de los votos que se llevó a los bolsillos hizo que Cárdenas, su

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C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L 133

contendiente por el PRD, no vacilara en reconocerlo, aun

cuando señaló una im portante cantidad de irregularida­

des), la ansiedad por que las estructuras políticas se tras-

form aran de raíz y de una buena vez era com ún a muchos,

muchos ciudadanos hartos de turbiedades a la hora de las

elecciones. Así, el desplante de AMLO con las cajas fue to­

mado con franco entusiasmo por no pocos, sobre todo en

la ya muy perredista Ciudad de México. A fin de cuentas, ya

era hora de que alguien iniciara un contraataque contun­

dente a los fraudes del PRI, un partido dem asiado propen­

so a no jugar con las reglas. Ah, qué refrescante ese golpe en la

mesa, qué inesperado, qué oportuno para detener inercias,

calmas chichas, parsimonias que se habían aposentado por

demasiadas décadas entre nosotros. ¿O no?

Conviene, llegado este punto, una pausa en el cam i­

no. Es cierto que la presidencia de este país seguía pintada

de tricolor, como gran parte de los estados y municipios,

pero a cambio la oposición, de izquierda o derecha, ha­

bía tom ado unas cuantas plazas por la vía de la ley, voto

por voto, entre ellas nada menos que la capital. ¿No era

un buen principio en el camino a la alternancia definitiva?

Cárdenas, quien se había negado, de nuevo, a lanzar a sus

seguidores a la resistencia civil, plausiblemente lo entendió

así y acertó, si bien no con las consecuencias que hubiera

querido: las elecciones del año 2000 pusieron a Vicente Fox

en Los Pinos. AMLO, como hizo en el 91, com o haría en

2006, con mejores o peores razones, según el caso, optó por la algarada callejera. En perspectiva, queda claro que en ese

Page 126: El libro negro de la izquierda - JPatan

pecho tabasqueño, a esas alturas, no latía el corazón de un

dem ócrata desesperado, sino el de un yonqui prem aturo de

la resistencia civil.

Si faltaban pruebas, él m ismo se encargó de ponerlas

sobre la mesa poco después, de regreso a casa.

Pemexgates y Pejegates

Curiosa, singular, contradictoria, tal vez incluso cínica, la

relación de Andrés Manuel López O brador con la industria

petrolera mexicana. Una y otra vez, a lo largo de los años

y con diferentes motivos, se ha pronunciado en contra de

cualquier forma de privatización parcial o completa de un

petróleo que, por otra parte, está a nada de agotarse. Ya se

sabe: es un «bien del pueblo», no debe ser usurpado por la

«mafia en el poder», etcétera. Sin embargo, en el año 96,

una confrontación con Pemex, justamente, volvió a poner

a AiYlLO en los titulares de todo el país, y esa vez el Mao de

Tepetitán enseñó un músculo sensiblemente más grande

para las movilizaciones.

El arranque de 1996 sorprendió al tabasqueño en su pe­

queño edén, esto es, en La Chontalpa. A esas alturas ya era

un integrante veterano del PRD, incluso todo un excan­

didato por el mismo partido, pero sus planes de actividad

política no tenían ni el m enor resabio de institucionalidad.

De lo que se trataba era de bloquear algo más de quinientas

instalaciones de la petrolera paraestatal, a la que acusaba de no reparar los daños que había causado en los alrededores

Page 127: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L

de sus perforaciones, dejar hecha picadillo la ecología en la

región y no hacer partícipe de sus pingües beneficios a los

vecinos de la zona. Para los bloqueos, logró convocar a unos

cuarenta mil agricultores y pescadores de La Chontalpa.

Predeciblemente, los bloqueos generaron abundantes

adhesiones en todo el país. Vieja estrategia de movilizador

social: clama por perjuicios lo bastante avasalladores como

para que los mil detalles legales que te brincas, o los mil pe­

queños actos de violencia pasiva con que los combates, pa­

sen desapercibidos. Muy bien, bloquear pozos y oficinas es

ilegal, pero ¿qué es eso al lado del equilibrio ecológico, o de

la felicidad de los desheredados de la tierra (tabasqueña)?

En un lapso de cuatro años y poco más, López O brador ha­

bía dado sobradas muestras de su flexibilidad a la hora de

enfrentar las leyes. Si esto ya es suficientemente grave, qué

decir de una estrategia de bloqueos que, al margen de los

relojes millonarios de los líderes sindicales, los sueldos es­

candalosos de algunos funcionarios y el abuso sistemático

del dinero público por parte del sindicato en general, vio­

lentaba la disponibilidad de recursos fundamentales para

toda la población. Así las cosas, las autoridades optaron

nuevamente por desalojar a los manifestantes con la policía.

A AMLO, que no apareció golpeado o detenido frente

a las cámaras, como sí le ocurrió a doscientos de sus co­

rreligionarios, las cargas policiacas no le vinieron mal. La

represión le perm itió dar otra vuelta a la tuerca de la resis­tencia civil con un tour tabasqueño en que convertiría en eco el llamado a no pagar las cuentas de luz. ¿Una apuesta

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1^6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

por la ilegalidad? Nuevamente, sí. Pero a esas alturas, es

decir, tan tem prano como en 1996, ya era claro que el «mo­

tor del cambio» social o político, para él, no era el juego

legal o electoral, sino la insurrección. En un notable perfil

(«El mesías tropical», Letras Libres, junio de 2006), Enri­

que Krauze cuenta que el propio AMLO le dijo a su paisa­

no A rturo Núñez que «este país no avanza con procesos

electorales, avanza con movilizaciones sociales», y que la

ley, a fin de cuentas, no es más que una «superestructura»

creada por los burgueses para oprim ir al trabajador. El que

habla, evidentemente, no es un demócrata, ni siquiera uno

de los menos convencionales, sino un radical que juega a

la democracia solo en la medida en que es conveniente a

sus fines, siempre más elevados. Para López Obrador, for­

jado en el nacionalismo priista pero no ajeno a los efluvios

marxistas de aquella UNAM, la ley es una instancia de m e­

nor jerarquía que la justicia. ¿Que la justicia no está escrita,

como la ley? Cierto. Para eso, justamente, están los grandes

caudillos: para traducirla con palabras sencillitas, adecua­

das a los oídos de las masas, y luego actuar en consecuen­

cia. Los chilangos tendríam os la oportunidad de com pro­

barlo una y otra vez en años posteriores.

Pero ¿de dónde proviene ese radicalismo? México es

una tierra pródiga en caudillos, pero este, específicamen­

te, ¿cómo fue que apareció? No es fácil descifrar los fun­

dam entos del obradorismo, una composta ideológica que

abreva de las más diversas fuentes. Podemos empezar, sin embargo, por decir de dónde no proviene.

Page 129: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L •37

La no sombra de Juárez

El texto de Krauze, ajeno a exabruptos, lacónico, preciso,

es quizás el más implacable que se ha escrito sobre el p ro ­

cer tabasqueño, no tanto por las armas que puede prestar

a sus detractores como por la terrible imagen que recibiría

de él un hipotético seguidor que se acerque al trabajo del

historiador. «El mesías tropical»: impensable un título más

exacto.

A Obrador, según las indagaciones de Krauze, que sos­

tuvo un intenso desayuno con él durante sus días a cargo

del gobierno del DF, le gusta preciarse de seguir los pasos de

Benito Juárez, en «lo político«, y de Lázaro Cárdenas, en

«lo social». Pero las distancias son abrum adoras, lo mismo

con el liberal que con el revolucionario. Empecemos con

el primero. Juárez fue el padre del concepto «austeridad

republicana» y prom otor incansable de trasparentar las

cuentas públicas. Ni el más fiel de los seguidores del Peje se

atrevería a acusar a su gobierno de trasparencia. La adm i­

nistración obradorista se opuso con uñas, dientes y golpes

ilegales en los riñones a las iniciativas de ley que im pulsa­

ron en esa dirección tanto el presidente Fox como muchos

gobiernos estatales. En esta historia, por prim era pero ni

mucho menos por última vez, aparece el nom bre de René

Bejarano, y eso, para los lectores asiduos a la prensa o la

televisión, es en sí mismo un indicio de que la historia no podría acabar bien.

Page 130: El libro negro de la izquierda - JPatan

nuil : h

López O brador impulsó proyectos bien visibles, sobre

todo en los medios, durante su adm inistración capitalina.

Uno de los más cacareados fue el de apoyo a las personas

mayores de setenta años, que pasarían a beneficiarse con

una suerte de pensión de 630 pesos mensuales. ¿Suficiente

para paliar los problemas de pobreza de la ciudad, parti­

cularmente los de una población tan efectivamente vulne­

rable y marginada como la de los ancianos? En absoluto.

¿Sostenible en el plazo largo? No necesaria, ni siquiera pro­

bablemente. ¿Vistoso? ¿Bueno para captar votos no solo de

los beneficiados, sino de su entorno, o para nutrir los m í­

tines del Zócalo y las marchas a su mayor gloria o a mayor

denuesto de sus rivales? Por supuesto. En la politología clá­

sica, a este tipo de proyectos se les llama asistencialistas, y

al gobierno que los impulsa, mal que le pese a quien le pese,

populista. Más o menos como la otra forma de pensión im ­

pulsada por AMLO, la pensión a madres solteras, o la menos

famosa de las tres, la pensión a personas discapacitadas.

Pero no se trata solo de que este tipo de «ayudas» sean un

buen mecanismo de obtención de votos. Se trata de que son

antijuaristas en el sentido de que se prestan inusualmente

bien al rejuego con las cifras y al uso indiscriminado del di­

nero. Pero si estos proyectos suenan poco juaristas, qué decir

de las inmensas, notables obras públicas que, bajo el para­

guas de Claudia Sheinbaum, obradorista fiel donde las haya,

se echaron a andar muy notoriamente en aquellos años.

A Obrador, si se perm ite un juego de palabras más bien

elemental, también se le dan las obras. Y porque se le dan

138 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Page 131: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L •39

sabe que el problema con ellas, y con el ejercicio del presu­

puesto en general, es que exige pasar por no pocos filtros,

entre ellos las eternas, tediosas y a m enudo polémicas li­

citaciones. Muchos de esos filtros son efectivamente p ro­

ducto de los tics burocráticos que lastran a las adm inistra­

ciones mexicanas desde siempre, pero otros muchos son

indispensables, por razones evidentes: funcionan como

medicina preventiva bien contra el cinismo cleptómano,

un vicio de la política nacional que no puede imputarse al

tabasqueño, bien contra el nepotismo, bien contra la dis-

crecionalidad propia de quien se cree responsable y correa

de transm isión de la felicidad popular. A López Obrador

esos filtros le parecen prescindibles siempre que su criterio

así lo disponga. Por eso, justam ente, se volvió un adicto a

la pronunciación de bandos, es decir, leyes prom ociona-

das por escrito y pegadas en lugares públicos que, según la

Constitución Mexicana, son de uso exclusivo para los m u­

nicipios. Pequeña autoindulgencia legal de López Obrador:

los municipios desaparecieron de la capital en 1928. No

importa. Las delegaciones, porque así lo decidió, pueden

ser también «beneficiadas» por esta forma instantánea de

legislar, forma que le perm itió, por ejemplo, meter mano

al ordenam iento urbano sin mayores negociaciones de por

medio.

Y vaya que metió mano. Su adm inistración desarrolló

obras públicas hasta la extenuación, la propia y la de la ciu­

dadanía. La más famosa es sin duda el segundo piso del

Periférico, trece kilóm etros y medio de estructura voladora

Page 132: El libro negro de la izquierda - JPatan

1 40 t L L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

que le dieron fluidez a una vía ciertam ente rebasada años

atrás por el exceso de coches y que entronca con otra de las

obras emblemáticas de aquellos años, el también muy pe-

jista D istribuidor Vial de San Antonio. A este proyecto no

se le discutió la pertinencia, al menos no siempre.

En cambio, sí se le discutió el hecho de que se convir­

tiera en un proyecto prioritario, cuando esta ciudad, inclu­

so antes que cauces para vehículos privados, necesitaba y

necesita una política sostenida y generalizada de trasporte

público. Como veremos con calma un poco más adelante,

López Obrador suele borrar las críticas de la mesa con un

manotazo, sistemáticamente descalificadas como parte de

un complot mediático para descalificarlo, pero quien haya

visto las condiciones de hacinam iento que viven muchos

chilangos de clase baja en los microbuses, las caminatas

maratónicas hasta una estación de m etro o los trolebuses

rebosantes estará de acuerdo en que lo último que puede

decirse de un proyecto como el del segundo piso es que sea

un proyecto atento a las necesidades de los más pobres.

Se le discutió, también, por haber sido instrum ento de

un burdo ejercicio propagandístico. De nuevo, AMLO pue­

de m anotear todo lo que quiera, pero invitar «al pueblo» a

que se dé una vuelta a pie por el m entado segundo piso a

manera de inauguración, cuando por el resto de sus mise­

rables vidas los caminantes tendrán que limitarse a ver pa­

sar los coches a toda velocidad (al menos los días de poco

tráfico) a nivel de banqueta, m ientras pasa un micro, tiene algo de francam ente atentatorio contra el buen gusto. «Ya

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C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L 141

se va viendo bonito aquí —dice hacia el final de la pelícu­

la uno de los trabajadores que protagonizan En el hoyo , el

notable docum ental de Juan Carlos Rulfo sobre la cons­

trucción del Segundo Piso—. Lo malo que nunca me voy

a venir a estrenar este pinche puente, porque no llego ni a

bicicleta.» Al final de su intervención, el trabajador ríe.

Nada, sin embargo, se discutió tanto como el m odo

brum oso con que se financiaron esas obras y otras cuantas.

Para el ciudadano com ún que quiera saber cuánto se invir­

tió en, digamos, el distribuidor de San Antonio, o para el

periodista que desee precisar cómo se procedió con las li­

citaciones del Segundo Piso, simplemente no hay opciones.

¿Sobreburocratización, ineficiencia, caos administrativo,

desidia funcionarial? No: puro cálculo. Para su ambicioso

programa de obras en el DF, AMLO diseñó un Fideicomi­

so Para el M ejoramiento de las Vías de Comunicación del

Distrito Federal, el f i m e v i c , que extrañam ente no quedó

bajo el fuero de la Secretaría de Obras Públicas sino bajo

la de Medio Ambiente, dirigida por Claudia Sheinbaum,

una investigadora de la UNAM con notables prestaciones

académicas y una larga carrera política. Con esta medida,

se evitó pasar por una red de supervisiones. Esta medida

provocó una seria respuesta de Hacienda, a la que la adm i­

nistración obradorista respondió con ... ¿qué? Un decreto.

Parece que si no es bando, es decreto. Este, particularm en­

te, declaraba como de acceso restringido toda la inform a­

ción concerniente a dichas obras. Va un caso significativo para los amables lectores, cortesía de Alejandra Lajous, con

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142 El. L I B R O N E G R O DE 1 A I Z Q U I E R D A M F. X I C A N A

una sugerencia: pensemos cómo reaccionarían Obrador y

su entorno si se filtrara una información semejante que in­

volucrara a un hipotético fideicomiso creado por el PAN.

Porque la información impacta: 790 millones de pesos,

nada menos, asignó el f i m e v i c a las mismas empresas que

construyeron el tram o norte-sur del famoso segundo piso

para construir el tram o sur-norte. Nada de qué asustarse,

salvo por un detalle: no hubo licitación de por medio, solo

una ampliación de contrato. ¿Parece una medida juarista?

Tampoco lo son algunas otras vueltas de tuerca legales que

le vimos al tabasqueño en sus años de jefe de Gobierno.

Menos juarista aún es la concepción obradorista de la

soberanía popular, tan bien detectada por Krauze. La iz­

quierda mexicana, que tiene en Juárez a uno de sus san­

tones, suele olvidar o entender a su m odo el hecho de que

Juárez fue, estricta y convencidamente, un liberal, y que

entre ese ser liberal y el m odo en que AMLO se envuelve

de legitimidad popular media un abismo filosófico, ju rí­

dico y político. La idea de que una verdadera democracia

es aquella que, vía un líder particularm ente sensible a las

necesidades del pueblo, sabe interpretar los anhelos de este

y traducirlos en actos de gobierno y a la larga en todo un

orden social, es justam ente la tradición, muy medieval y

muy propia del bando conservador, a la que se opusieron

los liberales del XIX. En otras palabras, la idea de un go­

bierno democrático impulsada por Juárez sería fácilmente

descartada como «legalista» por López Obrador y muchos de sus seguidores, pues se asienta en los votos individuales

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C O N S E II VA D U R I S M O N O C O O i 143

y el respeto a la ley, es decir, en los principios de la dem o­

cracia representativa, y no en las aclamaciones a plaza llena

y la interpretación aleatoria de la ley en nom bre del pueblo,

habituales en lo que se llama «democracia directa».

AMLO tam poco se parece a Lázaro Cárdenas. Tiene ra­

zón Enrique Krauze cuando califica al general michoaca-

no como un presidente popular pero no populista y como

un socialista que no promovió el odio de clases. En efecto,

en tiem pos de radicalismo y desgarram iento interno —la

presidencia de su predecesor, Plutarco Elias Calles, se dis­

tinguió por la Guerra Cristera, un producto, entre otras

cosas, del jacobinismo del presidente, pero también por

la represión categórica a cualquier forma de disidencia—,

Cárdenas dio muestras de una vocación conciliadora a

toda prueba y logró poner en paz a México, prim er ladrillo

de la pax priista. Pero además usó los recursos públicos,

cierto que a veces fallidamente, para impulsar el desarrollo

industrial del país, una fe de ingeniero antes que política

cuyo mejor ejemplo es el Instituto Politécnico Nacional,

fundado en sus días.

En Obrador, por el contrario, decir diferencias sociales

equivale a decir conflictos sociales, y en sus discursos p ú ­

blicos como en sus intervenciones ante los medios utiliza

abundantem ente la dialéctica de la lucha de clases, aunque

con pie en una term inología diferente. Es digno de aten­

ción que pocos analistas hayan reparado en la obsesión

idiomàtica de AMLO con la palabra «pueblo», un térm ino de cómoda y peligrosa ambigüedad que le permite referirse

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EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

a las clases bajas, a la gente pobre, con una falsa admiración

que encubre un paternalismo que parecía liquidado hace

muchas décadas: «Sólo el pueblo puede salvar al pueblo»,

dice el eslogan de su última aventura organizativa, el M o­

rena, o Movimiento de Regeneración Nacional. ¿Por qué

hablar de pueblo y no de ciudadanía, como hace cualquier

político actual razonablemente democrático? Porque ser

un ciudadano implica aceptarse como igual en derechos a

todos tus compatriotas, pero también igual en responsabi­

lidades. En otras palabras, porque el concepto de ciudada­

nía se asienta en el de respeto a la ley, es decir, a lo que por

naturaleza está escrito y no admite excepciones.

Conocemos ya la historia de las instalaciones de Pe-

mex. Sin embargo, salvo por las elecciones de 2006, que

pudieron representar su Waterloo —aunque, ya lo dijimos,

regresos mucho más espectaculares se han visto en la po­

lítica—, nada representa con más claridad su forma de en­

frentar la ley que el caso de El Encino, detonante de aquel

conato de desafuero que no estuvo muy lejos de ponerlo

fuera de combate en el camino a las elecciones de 2006.

El desafuero

En realidad, la historia del predio de El Encino empezó an­

tes del periodo de jefatura de López Obrador. En 2000, Ro­

sario Robles expropió de manos de la empresa Prom otora

Santa Fe el terreno de ese nombre para construir un camino hasta la puerta de un hospital, es decir, en principio, para

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C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L '45

realizar una obra de interés colectivo, única justificación

legal para em prender un proceso de expropiación. Prim er

detalle: las obras debían facilitar la llegada a un hospital, sí,

pero privado. Segundo detalle: el dueño del predio deci­

dió ampararse y logró así detener al menos tem poralm ente

dichas obras. O eso pensó. El gobierno de la ciudad optó

por seguir con las obras en contra de su obligación legal, por

lo que un juez solicitó la intervención de la Procuraduría

General de la República para dar con los responsables d i­

rectos de semejante desacato y llevarlos a juicio.

En casi cualquier gobierno, un amague legal de esa

m agnitud provocaría la caída de unas cuantas cabezas de

segunda fila, a m odo de proteger al líder, y quizás algún tipo

de negociación bajo el agua para tranquilizar al dueño y

reanudar las obras sin contratiempos. No en una adm inis­

tración obradorista. Luego de que el juez detectara seña­

les claras de que la obra no se había detenido en los años

posteriores al amparo, lo que involucraba ya al gobierno

de López Obrador, y procediera en consecuencia, el tabas-

queño decidió brincar al ring personalmente. Puede que

AMLO, contra lo que dice el proverbio irlandés, sea capaz

de rechazar una buena cerveza o a una buena mujer. No lo

sabemos. Lo que es un hecho es que cumple con la tercera

parte del enunciado: nunca rechaza una buena pelea. La

de El Encino, específicamente, a punto estuvo de costarle muy, muy caro.

El riesgo que corría López Obrador era que el aparato de justicia lo acusara de desacatar las disposiciones de un juez

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146 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

y se iniciara un juicio de desafuero en su contra, como de

hecho ocurrió y, digan lo que digan escépticos y militantes,

como es de necesidad que ocurra en cualquier país respe­

tuoso de las normas democráticas. Más allá de las conse­

cuencias legales que pudiera traerle el juicio, que incluían la

cárcel, López Obrador se enfrentaba a la posibilidad de no

ser candidato en las elecciones de 2006 por estar sometido

a un juicio, una perspectiva que le habrá resultado sencilla­

mente insoportable. Igual se la jugó, y le salió.

¿Que el gobierno federal intentó aprovechar la coyun­

tura y quitarse de encima a un serio rival para las eleccio­

nes presidenciales? En otras palabras, ¿que la decisión de

promover el juicio en el PRI y el PAN nació, antes que de

motivaciones éticas o jurídicas, de estrategias políticas más

bien discutibles? Sin duda y sin pudor. Pero ningún filóso­

fo del Derecho se atrevería a decir que la mala fe de la parte

acusadora invalida, a priori, el hecho de que la parte acu­

sada haya incurrido en ilegalidades. Desde el principio del

escándalo, López Obrador optó por una estrategia de dos

cabezas. Por un lado, decíamos, retó por sistema al apara­

to judicial, un m odo de forzar las trancas que constituye,

de hecho, uno de sus rasgos distintivos: ver siempre hasta

dónde es capaz de llegar el enemigo, jugar al duelo a m uer­

te, a ver quién tiene más agallas. Pero una estrategia de esa

naturaleza no es fácilmente justificable: ni todo el carisma

del m undo basta para presentarse tranquilam ente como un

simple bully de la política, como el chico malo del patio. Por eso, y seguramente también porque lo cree, el Peje se

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C O N S r. I IV A D U R I S M O N O C O O i >47

decidió a revolucionar otra vez el lenguaje con un térm ino

que ya tiene vida propia: el compió, versión tropical de la

teoría de la conspiración.

Los protocolos de los sabios neoliberales

Gran cosa las teorías del complot, que reúnen dos rasgos

no siempre compatibles: son reconfortantes y son útiles. Si

asumes que una camarilla de lo que sea —seres del espacio,

masones, rabinos maléficos, comunistas o especuladores

financieros— se esconden para dom inar al m undo secreta­

mente, dejándonos creer que somos libres cuando en reali­

dad vivimos sometidos por seres superpoderosos que con­

trolan los medios de comunicación, el dinero, las fuerzas del

orden y toda la arquitectura política del país o incluso del

mundo, tienes una llave maestra para explicar cuanto suce­

de, particularm ente lo malo. Es reconfortante, pues, aunque

sea de manera un tanto paradójica: deja la sensación de que

el m undo está ordenado, de que responde a una lógica, des­

de luego perversa, de causas y efectos que no puedes con­

trolar, y por lo tanto te permite sentirte legítimamente libre

de responsabilidades. Pero también es útil, porque justifica

prácticamente cualquier acto. Si todas las instituciones es­

tán controladas, si la ley es un instrum ento de dominación,

si la democracia es una puesta en escena y los medios de

comunicación juegan el mismo juego de dominación, ¿por

qué respetar las instituciones, por qué jugar con las reglas, por qué poner límites a las formas de la rebeldía?

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148 El. L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

AMLO tardó poco, muy poco, en apelar a las teorías

conspiracionistas. ¿Qué haces cuando dos de los tres parti­

dos más fuertes del país, el PRI y el PAN, están de acuerdo

en que debes ser llevado a juicio y por lo tanto en desca­

rrilar tu carrera política? ¿Qué haces cuando tu incum pli­

miento de la ley está docum entado y fue exhibido públi­

camente y la corte te tiene en la mira? Puedes arrugarte y

ceder. O respiras profundo, aprietas la mandíbula, subes la

guardia y retas al contrincante tan estentóreamente como

sea posible, a ver si el bluf funciona. ¿Conocen el chiste,

apreciados lectores? Es viejo y malo pero ilustrativo. Un

hom bre llega a su casa en la m adrugada y se encuentra a su

mujer en la cama con un sujeto. La mujer lo ve fijamente y

le espeta: «¿Por qué llegas a estas horas?» Sorprendido, el

m arido responde: «¡Pero si estás con un tipo en la cama!»,

solo para que ella contrarremate: «No me cambies el tema.

¿Por qué llegas a estas horas?» Eso fue exactamente lo que

hizo AMLO: usar todos los foros a su alcance para pregun­

tarle a sus perseguidores por qué llegaban a esas horas.

2004 debe haber sido un año difícil para López Obrador,

al que se le juntaron, entre otros escándalos, el de los videos

y el de El Encino. En mayo, la Suprema Corte y el Consejo

de la Judicatura Federal informaron a la ciudadanía, vía la

prensa, que efectivamente el gobierno del DF había viola­

do la suspensión del decreto expropiatorio contra los due­

ños de El Encino. Como los tironeos entre estos y el GDF

se alargaban hasta el año 2003, quedaba confirmado que la administración de López Obrador era responsable por esa

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C O N S F R V A D U R 1 S M O N O C O O i 149

ilegalidad, con lo que el proceso judicial seguía su curso. En

junio, Obrador reunió a su gabinete en el Palacio del Ayun­

tamiento para declarar ante los medios que no pensaba ni

ampararse ni contratar un abogado, porque ese juicio era

realmente una farsa en la que se juzgaban sus ideas, no una

acción «contra la justicia» —no dijo, llamemos la atención

sobre ello, «contra la ley»— y se lanzó a la guerra, ese espa­

cio en el que, como en el amor, dicen que todo se vale.

Más tarde, AMLO acusaría al gobierno federal de in ­

miscuirse en las elecciones y usar los recursos públicos a

capricho. Curiosamente, no se reprochó a sí mismo haber

cometido los mismos pecados. Primero, el gobierno de la

ciudad distribuyó entre los chilangos millones de histo­

rietas en las cuales se relataba la persecución de que era

víctima el jefe de Gobierno. La más significativa, para los

asuntos que nos ocupan inm ediatam ente, es esa que lle­

va por nombre, sin rubores detectados en ninguno de sus

responsables, Las fuerzas oscuras contra Andrés Manuel. El

tema de este panfleto es, como im aginarán los lectores, el

compió. Según las tesis expuestas en este hito de la histo­

ria del cómic, las m entadas fuerzas oscuras de la sociedad

habían organizado una conspiración en cuatro episodios

para descabalgar a «Andrés Manuel» y conservar el poder

corrupto y autoritario que tienen sobre la sociedad.

El prim er episodio fue el llamado Sanjuangate, el caso

del predio San Juan, otra muestra de la curiosa forma de

interpretar la ley del entonces jefe de Gobierno. Hay dudas sobre cuándo decidió el gobierno local expropiar el predio

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EL L I B R O N E G R O D E LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

de ese nombre, pero es posible que la iniciativa llegue tan

lejos como 1989, esto es, a la administración, todavía priis-

ta, de Manuel Camacho, regente de la ciudad. En cualquier

caso, los dueños decidieron em prender un juicio en 1998,

cuando la ciudad estaba en manos de Cárdenas, y obtuvie-7 /ron un amparo, palabra que a esas alturas López Obrador

seguramente no podría oír sin sufrir un acceso de ira. En

2003, la corte dictaminó que el gobierno estaba obligado a

pagar 1800 millones por el terreno. ¿Adivinan los lectores

cómo respondió el jefe de Gobierno? Con una negativa,

por supuesto, basada en la premisa de que el juicio no había

cumplido con los menores requisitos de transparencia. Una

vez más, el desplante lo puso bajo los reflectores, no siempre

con la mejor fortuna. Y una vez más, lo puso en riesgo de su­

frir un latigazo judicial que lo dejaría marcado para siempre.

El segundo episodio, nos dice esta singular historieta,

fue también un gate: el Nicogate. Nico, Nicolás Mollinedo,

era el chofer de AMLO, o sea, ese hom bre puntual y tra ­

bajador al que los vecinos de Copilco veían llegar y salir

todos los días con un volante de Tsuru entre las manos y

un jefe de Gobierno en el asiento. Para buena parte de di­

chos vecinos, provenientes de los entornos universitarios de

izquierda, la imagen de un alcalde tan austero, tan hum il­

de, que salía en plena m adrugada a cham bear sin alardes

lujosos ni desplantes guarurescos, con un hum ilde con­

ductor y un humilde coche de taxista, era conmovedora,

una prueba tangible de su juarismo. Lo que no sabían era que el m encionado chofer, hijo de un viejo amigo tabas-

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C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O l

queño de AMLO, tenía ingresos muy poco austeros. Algo

más de setenta mil pesos al mes, y no propiamente extraídos

de la cartera de su jefe. Obrador, tan dado a cacarear cual­

quier recorte salarial al funcionariado como la salvación

de la patria y tan enconado cuando recuerda los salarios de

quienes no tienen el privilegio de trabajar con él, intentó

lavarse la cara con el argum ento de que en realidad Nico

era todo un jefe de logística, que lo apoyaba de muchas

maneras. Le faltó explicarnos, en todo caso, por qué usaba

de chofer, aunque fuera a tiem po parcial, a un sujeto con

semejante estatus en la nóm ina, o por qué tantos trabaja­

dores del GDF que también apoyan de muchas formas co­

bran mucho menos que Mollinedo.

La tercera escala del complot fue por supuesto los vi­

deos de Ahumada. La cuarta y última, El Encino y el inten­

to de desafuero.

¿Cómo libró Obrador su annus hoiribilis, con la p ro ­

digiosa carga de descrédito que caía sobre su imperfecta

persona? Lo dicho: con la maravilla de la teoría de la cons­

piración, ese comodín. Su némesis, en el cómic, no es el

presidente Fox, que tendrá que esperar un poco para con­

vertirse en un maestro de la intriga. El prim er gran conspi­

rador de las tesis amlistas es un enemigo más viejo. Se trata

nada menos que de Carlos Salinas de Gortari, un hom bre a

quien a esas alturas, con herm anos incómodos, alzam ien­

tos zapatistas y crisis económicas sobre sus hombros, po­

cos veían con simpatías. ¿Por qué no cargó entonces López Obrador contra Fox? Difícil decirlo. Probablemente haya

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1^2 EL L I B R O N E G R O DF LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

un punto de irracionalidad en la decisión, aunque tampoco

puede descartarse la posibilidad inteligentemente definida

por Lajous: que el tabasqueño vislumbrara la posibilidad de

una negociación con el ejecutivo. Porque López Obrador,

según se acercaba la fecha decisiva, daba más y más mues­

tras de nerviosismo y hasta de miedo en el cuerpo, como

dem uestra la creciente beligerancia de sus intervenciones,

cada vez más generosas en nombres de conspiradores. En

efecto, Salinas será el prim er rostro de una conspiración

que reaparece cíclicamente en los discursos de AMLO, es

decir, el rostro más visible de una entidad malévola enem i­

ga de los pobres, la oligarquía, de la que, añadió, formaba

parte una extensa nóm ina de panistas y priistas: Fox, su

esposa M artha Sahagún, Santiago Creel y Diego Fernández

de Cevallos, entre los primeros; Manlio Fabio Beltrones,

Roberto M adrazo y Emilio Chuayfett, entre los segundos.

El compió irrum pía con plenos derechos a la política

nacional. Se anunciaba una nueva cam paña y una particu­

larmente beligerante, la que serviría para elegir al reempla­

zo de Vicente Fox. Si los ciudadanos pensaban que Andrés

Manuel López O brador no sería capaz de sostener una re­

lación política más torm entosa que la que sostuvo con el

presidente guanajuatense, se equivocaban de plano.

El fraude del fraude

López Obrador, decíamos, iba a clamar a los vientos contra

lo que muchos llamaron una elección de Estado, o sea, con­

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C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L

tra el m odo en que la adm inistración de Fox puso hechos,

palabras y recursos al servicio del nuevo candidato panis-

ta a la presidencia, Felipe Calderón. Lo hizo, sin duda, y

nuevamente de un m odo nada púdico. Lo hizo, habría que

añadir, más o menos en proporción equivalente al m odo

en que lo hizo la adm inistración chilanga. Esta había dado

m uestras de su capacidad para disponer de los recursos pú ­

blicos de m anera digamos bastante libre, sobre todo desde

que empezó el escándalo del desafuero. Está el asunto de

los cómics, por supuesto, pero eso fue apenas un detalle

entre muchos —seguramente el más populacheram en­

te vergonzoso—. Ahora bien, hay antecedentes y nuevos

ejemplos por puñados. En 2004 AMLO publicó Un proyec­

to alternativo de nación, que vendió 40 mil ejemplares en

poco tiempo, gracias a una especie de sistema Amway de

izquierdas: puso a las redes ciudadanas a venderlo por to ­

dos los confines del país. Allá las redes y lo que decidan

hacer con su tiempo. Sin embargo, según el juicio del des­

afuero avanzó y tom ó tintes más inquietantes para su fu tu­

ro, sus medidas se volvieron más cuestionables. En febrero

de 2005, sin ningún pudor, atiborró el Teatro M etropolitan

con cuatro mil empleados del Gobierno del Distrito Fede­

ral, m ientras el susodicho gobierno imprimía tres millones

de volantes contra el desafuero. Solo era el principio. Fal­

taban los cientos de miles de listones elegidos como señal

de protesta; los trescientos mil carteles pegados en edificios

de toda la ciudad, particularm ente edificios públicos; los mítines y los retratos de López O brador pegados en el sis­

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L: i L I B R O N F G RO D t LA I Z Q U I F R DA M E X I C A N A

tema de trasporte público chilango. Aunque probablem en­

te la medida más escandalosa, y que no dejó de provocar

protestas con todo y que el miedo al desempleo oscilaba

sobre los inconformes, fue la de pedir una «cooperación

voluntaria» a los trabajadores del gobierno, quienes debían

aportar entre el 10 y el 30 por ciento de sueldo para la cau­

sa obradorista. No pocos aseguraron haber sido obligados

mediante amenazas de despido. ¿Fueron esas declaraciones

parte del complot para m inar su imagen? Difícilmente. Si

lo fueron, queda de todas maneras en la lista de los «debe»

la explicación de por qué, desde la posición de poder que

ostentaba, puso a sus empleados en la disyuntiva de ceder

un dinero que en general necesitaban o rehusarse a apoyar

a su jefe. Es difícil im aginar a Juárez en el acto de tomar

una decisión de semejante naturaleza.

AMLO no suele contenerse, ni siquiera cuando su fal­

ta de contención mueve a los votantes a huir hacia otras

posibilidades de las muchas que ofrece la intim idad de las

urnas, incluida por supuesto la de la abstención. Recien­

temente, luego de ser nom brado candidato de la izquier­

da para las elecciones de 2012 en detrim ento de Marcelo

Ebrard, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, el ta-

basqueño se proclamó dispuesto a fundar una «República

amorosa», es decir, a «fortalecer los valores. El am or a las

familias, el am or al prójimo, el amor a la patria». ¿Se pasó

a la acción católica el rijoso hom bre del desafuero? Tam­

bién ha repetido que de ninguna manera, en caso de ganar, cederá a la tentación de la represalia, una aclaración que

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C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L !S5

debería bastar p o r sí sola para ponernos a todos los pelos de punta —no es frecuente en las democracias pensar en

ajustes de cuentas con motivo de elecciones perdidas por

la buena o la mala, aunque el mal pensam iento se descarte

de inm ediato—. Antes y después de las elecciones de 2006,

esas que tachó de robo y fraude, López Obrador insistió en

un lenguaje m ucho más violento que el de sus opositores.

A él debemos gran parte del folclor lingüístico de aquellos

años, desde el famoso «Cállate, chachalaca» dirigido con­

tra Fox, muy mal recibido por la mayor parte de los ciuda­

danos, según abundantes encuestas, hasta lo del «espurio»

o lo de «pelele». AMLO olvida que en las democracias, in ­

cluso en el escenario de un fraude, hay muchos ciudadanos

que no votan con fe ciega, sino desde una titubeante inde­

cisión, y que ese tipo de salidas de tono tienden a ponerlos

en alerta roja y a mandarlos hacia otros candidatos menos

intimidantes.

Pero la agresividad de AMLO no se limitó a lo verbal,

como recuerdan sin duda los lectores. El López O brador de

los bloqueos contra Pemex, los plantones en el Zócalo y los

desafíos a las instituciones de justicia reapareció con más

furor que nunca, en un todo o nada que evolucionó rápi­

dam ente de las declaraciones en los medios a los plantones,

de los plantones al famoso bloqueo de Paseo de la Reforma

y el Zócalo, y del bloqueo a la formación de un «gobierno

legítimo». Un todo o nada que, a la hora de redactar estas

líneas, es nada, salvo el éxtasis m om entáneo y engañoso de las plazas llenas y las muestras de devoción casi religiosa

Page 148: El libro negro de la izquierda - JPatan

|“6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

que no pocos ciudadanos, pero de ningún m odo una m a­

yoría, obsequian al presidente legítimo de este país ilegíti­

mo. De nuevo, hagamos historia.

El 2 de julio por la noche y todavía hacia las dos con

cuarenta minutos de la m adrugada de esa jornada intensí­

sima, las encuestas daban una ligera ventaja al candidato de

la Coalición Por el Bien de Todos, constituida por el PRD,

el Partido del Trabajo y Convergencia. Esa estrechez en las

diferencias, justamente, iba a dar pie a un movimiento de

resistencia civil francamente pertinaz, el del fraude que no

existió. En efecto, parecía que, como muchos habían vati­

cinado, López Obrador ganaba las presidenciales aunque

fuera con un margen así de estrecho. Sin embargo, faltaba

un rato para que term inara el partido. El 3 de julio, o sea

apenas un día después, ya sabíamos que en el curso de la

noche las cifras habían cambiado hasta hacer ganador por

un estrecho 0.57% a Felipe Calderón, el candidato del Parti­

do de Acción Nacional. Doscientos y pico mil votos de dife­

rencia, suficientes, o más bien lo bastante escasos, para que

se desataran los infiernos de la «resistencia civil pacífica».

Se ha declarado y escrito mucho sobre el presunto frau­

de, desde todas las posiciones imaginables. ¿Los argumentos

que deberían dar fe de la existencia del compió de complós?

Primero, el comportam iento teóricamente errático, absurdo,

sin «lógica» en palabras del López Obrador, del Programa

de Resultados Electorales Preliminares, el famoso PREP. Al margen de que el PREP es un instrum ento de comunicación

de resultados en tiempo real y no tiene validez legal —el

Page 149: El libro negro de la izquierda - JPatan

recuento de votos oficial se basa en las actas levantadas por

los representantes—, hay abundantes razones para sostener

que no hubo un fraude cibernético, según señaló Obrador

en su momento, y que el m odo en que llegaron los resulta­

dos obedeció simplemente a los grados de marginación y

las distancias de determinadas zonas electorales. Nadie ha

ilustrado mejor este hecho que el sociólogo Fernando Pliego

Carrasco, quien dedicó todo un libro al fraude del fraude, El

mito del fraude electoral en México.

Es cierto que las actas reflejaron una notable cantidad

de errores aritméticos, pero no menos cierto es que esos

errores afectaron en proporciones similares a López O bra­

dor y a Calderón. Pliego va un poco más lejos, y desauto­

riza la petición de un recuento «voto por voto, casilla por

casilla», que term inaría por convertirse en un m antra de la

resistencia civil. ¿Por qué? Primero, porque dicho recuento

no fue solicitado, para usar otros térm inos legales bastante

feítos, en tiempo y forma. Pero, sobre todo, porque la re­

visión que decidió hacer el Tribunal Federal Electoral, que

reabrió casi doce mil casillas, arrojó la evidencia de que en

las casillas anuladas por lo ostensible de los errores com e­

tidos, más de setecientas, la distancia entre ambos candi­

datos se mantenía.

¿Cree López Obrador en la realidad del fraude con el

fervor mesiánico que reveló antes de convertirse a la políti­

ca amorosa que preconiza desde fines de 2011 o más bien,

como plantean el propio Pliego y otros cuantos analistas, la tram a conspiracionista del fraude fue una estrategia para

C O N S L RVA D U R I S M O N O C O O L 15-

Page 150: El libro negro de la izquierda - JPatan

ocultar el desbarrancam iento de su campaña, básicamente

imputable a sus propios errores, y acaso buscar otra forma

de llegar al poder? Probablemente nunca lo sabremos. El

hecho es que, aun si los num erosos contrargum entos de

gente como Pliego son tan solo dignos de consideración

—y resulta evidente que son mucho más que ello—, esa

mera y vana duda, el m enor atisbo de escepticismo, el m e­

nor titubeo, pues, debería haber bastado para que un líder

verdaderam ente dem ocrático hubiera evitado el caos trin-

cheril a que se vio sometida esta ciudad.

A falta de Renés, Juanitos

Con un poco de suerte, es un decir, los lectores podrán en­

contrarla en algún botadero de películas en remate. Tiene

un elenco de lujo —es también un decir— que incluye a Al­

berto Rojas el Caballo, Lyn May, Grace Renat, Alfonso Zayas

y el Güero Castro, es decir, a buena parte de la plana mayor

del extinto cine de ñcheras, más ese muy respetable actor

que es Rafael Inclán. El autor de estas líneas fue incapaz de

encontrar una copia; así, tendremos que conformarnos con

la sinopsis que ofrece uno de los actores en una entrevista

para Milenio Diario con Víctor Hugo Michel. La peli, dice el

actor, cuya peculiar forma de expresión respetaremos, «se

llama Perfumadas». Trata de «un atraco que comete Rafael

Inclán y yo estoy en un cabaret chupando con mis cuates y

todo, y llegan ellos y le doy un botellazo al hijo de Alfonso Zayas. Y me toca bailar con las chicas de tacón dorado.» ¿A

1^8 El L I B R O N E G R O l) L LA I Z Q U I L R D A M E X I C A N A

Page 151: El libro negro de la izquierda - JPatan

C O N S F UVA D IJ R I S M O N O C O O L 159

quién debemos este despliegue de sofisticación cultural y ri­

queza léxica? A Rafael Acosta fuanito , probablemente —en

todo caso, así lo esperamos o, más aún, lo suplicamos— el

único delegado al que las multitudes han visto en calzon­

cillos. Por simple afán de precisión, habrá que señalar que

Internet Movie Database se refiere a esta obra como a Las

perfumadas, estrenada en el año 83 y dirigida por Víctor

Manuel Castro. Eso, y que no debe ser gratuito que la escena

que le llega a la mente a Juanito sea la del botellazo.

Salvo por unos cuantos policías golpeados, los m iem ­

bros de unas cuantas organizaciones sociales, algunos ciu­

dadanos de a pie y los aficionados al cine ficheril con muy,

de veras muy buena memoria, a m ediados de 2009 nadie

conocía realmente a Juanito, que los quince m inutos de

fama se los debe a López Obrador. En junio de ese año,

el PRD organizó las elecciones para jefe delegacional por

Iztapalapa, un m onstruo de casi dos millones de habitantes,

es decir, casi la quinta parte de la población de la ciudad.

La elección enfrentó a dos mujeres de largo currículo en

la militancia y la política: Silvia Oliva, antigua diputada y

presidenta del PRD en el Distrito Federal, y Clara Brugada,

economista, también exdiputada y exintegrante del C on­

sejo C iudadano de Iztapalapa. Brugada ganó con respeta­

ble margen una (otra) elección fuertemente cuestionada

por sus mil y una irregularidades, pero Oliva la impugnó,

prim ero, ante el Tribunal Electoral del Distrito Federal y,

una vez que este dio la razón a Brugada, ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que decidió

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t L L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U 1 E R D A M E X 1 C A N A

anular 81 casillas, con lo que el triunfo quedó en manos

de la inconforme. ¿Qué hizo entonces AMLO, quien im pul­

saba abiertam ente a la Brugada? Darle la vuelta a la ley,

faltaba más, que en la lucha contra la mafia que complota

en su contra, o sea la del pueblo, se vale todo. Así, puesto

que las boletas ya llevaban estampado el nom bre de Oliva,

Obrador impuso como candidato por el Partido del Traba­

jo a Juanito, al que antes obligó a prom eter públicamente

que renunciaría de inm ediato al cargo, de suerte que su di­

rectora jurídica y de gobierno, o sea Clara Brugada, fuera

nom brada en su nom bre por la Asamblea del DF.

La habilidad renacentista del Peje para las lides políti­

cas parecía quedar confirmada nuevamente. Pero incluso al

Maquiavelo del trópico se le puede escapar un tiro. Juani­

to ganó las elecciones, tomó posesión del cargo el prim ero

de octubre de 2009 tras jurar con solemnidad frente a la

Asamblea del DF, pidió una licencia como estaba pactado

esa misma tarde y ... Sorpresa: retomó el cargo un día antes

de que venciera esa licencia, es decir, el 28 de noviembre.

Luchador mata mesías, e indignación es un térm ino que no

alcanza siquiera para empezar a describir lo que manifes­

taron Brugada, López y unos cuantos fieles a la causa más.

Sin morderse la lengua, la candidata frustrada lo llamó «la­

drón» y, fiel a las enseñanzas del maestro, procedió a levan­

tar un cerco humano, sobra decir que pacífico, en torno al

edificio delegacional. AMLO, quizá consciente de que no le

convenía alzar mucho el tono, apeló a los clásicos: «Yo le di­ría (a Juanito) lo que en su mom ento le dije a Calderón, que

Page 153: El libro negro de la izquierda - JPatan

no se le olvide que una mancha, como la de un fraude, no

se quita ni con todo el agua de los océanos... Y también le

dije, y eso está en el Quijote, de que [sic] era mejor una bue­

na esperanza a una vil posesión.» Pero el flamante delegado

no mostró interés en disquisiciones cervantinas, y reviró:

«para mí ya no es mi presidente legítimo como antes lo con­

sideraba, porque no he recibido el apoyo por parte de él».

A los detractores de O brador la farsa delegacional les

provocó una predecible sonrisa. Tenía gracia, en efecto,

que el títere hubiera cobrado vida y se hubiera puesto res­

pondón, como un Pinocho del gueto. Lo que nos recor­

daban Juanito y sus ambiciones era, a fin de cuentas, que

el Peje tenía la costumbre de rodearse de figuras tan dis­

cutibles como él, Ponce o Bejarano, y que una y otra vez

esa costumbre le estallaba en las manos. Sin embargo, lo

de Rafael Acosta no daba para muchas risas. Por un lado,

Iztapalapa tenía un delegado nacido de las urnas, es decir,

elegido conforme a derecho, según las reglas del juego de­

mocrático. Pero, democracia o no, el Peje era responsable

de situar en una posición de poder a un sujeto por lo m e­

nos inquietante. Chilango del 63, antes de optar al cargo, y

aparte de su efímera carrera actoral, se desempeñó como

vendedor ambulante, se hizo de una nevería y, sobre todo,

se convirtió en eso que se llama «activista social», posición

que, al parecer, exige «romperle la madre» no solo a «po­

licías de aquí, de Marcelo Ebrard, sino del Estado Mayor».

En efecto, el ambulante, el actor eventual de los calzonci­llos, el aficionado al fútbol que tiempo después prometería

C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L iól

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l6 l EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

com prar al Cruz Azul si llegaba a jefe de Gobierno del Dis­

trito Federal (lo que obliga a preguntarse, por enésima vez,

cuántas vejaciones más tendrem os que soportar los aficio­

nados a la M áquina), es un sujeto con un largo historial de

actos violentos. A poco estuvo de gobernar la delegación

más grande de la ciudad.

Lo que salvó al Peje de un sonado fracaso grillesco, a

Clara Brugada del desempleo y a la delegación Iztapala-

pa de controlar sus altísimas tasas de crim inalidad con un

m adreador de policías dedicado al comercio ilegal fue la

mediación de Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno de la ciu­

dad. Suele verse a Ebrard y AMLO como fuerzas opuestas

dentro de la izquierda mexicana. Desde muchos puntos de

vista, lo son, para em pezar por el hecho de que contendie­

ron para la candidatura presidencial de 2012, una carrera

de la que Ebrard se retiró digamos que caballerosamente

—el térm ino debe ser empleado con m ucha precaución en

estos ambientes, como a estas alturas habrán com probado

los lectores— luego de que un sondeo interno dejara senta­

do que López O brador era el candidato elegido por la m a­

yoría del partido. Pero Ebrard, opuesto o no al tabasqueño,

le ha rendido unos cuantos servicios. El día anterior a su

renuncia definitiva, el alcalde y el delegado tuvieron una

reunión de la que jamás podrem os conocer los detalles,

pero que concluyó con la capitulación de Acosta, a quien

los argumentos del jefe de Gobierno sobre los peligros que lo acechaban por haber falsificado su acta de nacim iento seguramente le resultaron convincentes.

Page 155: El libro negro de la izquierda - JPatan

El orgullo de ser perredista de fraudes y mafias

Ante un hipotético concurso en busca del candidato más

bochornoso a un cargo público o de partido, la mayor par­

te de la clase política se hubiera retirado antes de empezar,

intim idada por la solidez de un contendiente como Jua­

nita. Pero si algo ha dem ostrado la política mexicana es

que, al menos en ese terreno, nuestros representantes no

se arredran. Pongan los lectores sobre la mesa el partido

que quieran, en la parte del territorio nacional de su pre­

ferencia. Pongan si quieren al PRI, que ostenta dipuhoo-

ligans como Cristian Vargas, acusado recientemente por

una «compañera de ruta» en la asamblea, Rosario Guerra,

de golpearla en la cara y la cabeza durante el registro de

planillas para renovar el Consejo Político del partido en la capital. O pongan al Partido Verde Ecologista de México, el instituto responsable de custodiar nuestro patrim onio

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■64 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J 1E R D A M E X I C A N A

natural, que alguna vez pudo presum ir de un presidente, Emilio González M artínez, grabado y difundido a escala

nacional en el acto de recibir una oferta de soborno por

dos millones de dólares a cambio de perm itir la construc­

ción de un hotel en una zona protegida en Cancún. Para

adelantarnos a la pregunta de un lector despistado, sí, este

González Torres es el m ismo que se encuentra bajo inves­

tigación de la Procuraduría de Q uintana Roo porque en el

que, al parecer, es uno de sus departam entitos en la misma

ciudad, un cuchitril de tres millones de dólares, m urió una

joven búlgara, Galina Chankova Chaneva, luego de caer

desde una ventana. O pongan al PAN, faltaba más. Olvi­

den Punta Diam ante con sus oscuridades o las ambiciones

presidenciales de la señora M arta Sahagún, abiertamente

respaldadas por su señor esposo, y trasládense a un pasado

más reciente. Panistas eran los diputados jaliscienses Juan

Carlos M árquez Rosas y Gustavo González Hernández,

como el secretario general del Congreso, Alfredo Argüelles

Basave y el delegado de la Procuraduría Agraria, Manuel

Romo Parra, que fueron protegidos por la policía luego de

que hacia la m itad de 2007, quizá como un calentamiento

para el Guadalupe-Reyes, iniciaron una campal en un table

dance de Zapopan, el D’Klub Show Girls, porque, según los

dueños del muy poco católico establecimiento, los caballe­

ros se negaron a pagar. En todos lados se cuecen habas, en

efecto, y habrá que decir que en una confrontación entre

Bejarano y Juanito, por arrojar dos nombres, y los persona­

jes arriba mencionados, no hay para donde hacerse.

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EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A

El PRD y el resto de los partidos de izquierda han aportado

abundantes personajes al folclor político nacional. Aparte de

los ligamayoristas ya abundantem ente mencionados en las

páginas anteriores, hay un poco de todo, desde la senadora

Yeidckol Polevnsky, la mujer que enfrentara a Enrique Peña

Nieto en la lucha por gobernar el Estado de México y que

alguna vez decidió cambiarse el nombre que le impusieron

sus padres, Citlali Ibáñez Camacho, hasta don Manuel Bart-

lett, la bestia negra del perredismo, aquel ciudadano a quien

Cárdenas y López Obrador acusaron de perpetrar un fraude

el 88 y que hoy apoya abiertamente al nuevo movimiento

obradorista, el Morena, por el que contenderá por una sena­

duría a invitación expresa del tabasqueño.

Para no hablar de uno de los grandes ausentes a estas

alturas de nuestro libro, Gerardo Fernández Noroña. Afín

al grupo de Bejarano, Fernández Noroña es conocido por

un llamémoslo folclor político y verbal de esos que rebasan

sobradamente lo simpático. Pregúntenselo a Ruth Zavaleta.

Perredista y presidenta de la Cámara de Diputados, estuvo

entre los muchos diputados y senadores que se retiraron

cuando Felipe Calderón entregó su prim er informe de go­

bierno. De poco le valió. Tras declarar que Calderón era el

presidente constitucional de este país y tras invitar a la pri­

mera dama, Margarita Zavala, a un acto de lucha contra las

adicciones, Fernández Noroña, entonces vocero del partido,

dijo muy finamente que Zavaleta «había entregado el cuer­

po a cambio de u n huesito». Fue apenas una de sus muchos, muchos performances oscilantes entre la vulgaridad verbal,

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IÓ6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

la irrupción bravucona y la franca agresividad, a veces lin­

dante con la violencia abierta. ¿Highlights de su largo currícu-

lo? En 2010 forcejeó con el secretario de Comunicaciones y

Transportes, Juan Molinar Horcasitas, luego de decirle que

acabaría en la cárcel y de llamar «borrachín» y «asesino» al

presidente Calderón. Un año antes, en 2009, había dado el

mismo tratamiento al secretario de Seguridad Pública, Ge­

naro García Luna. En 2011 reincidió, ya como diputado del

PT, y puso en el corazón mismo de la cámara una manta que

decía, con titubeos ostensibles en el uso de interrogaciones,

«¿Tú dejarías conducir a un borracho tu auto? ¿No, verdad?

¿Y por qué lo dejas conducir el país?». En realidad, su carrera

no empezó, pero despegó, en 2006, con el «movimiento de

resistencia civil pacífica» de Obrador. El estribillo le permitió

bloquear el acceso a varias sucursales bancarias, una estrate­

gia muy del obradorismo, que intentó como recordarán sin

duda los lectores, eso, bloquear el acceso al estrado de Felipe

Calderón y Vicente Fox el 1 de diciembre de 2006, cuando

el primero tomó posesión del cargo de presidente. Como

siempre se agradece una historia redonda, bien rematada,

recordemos que Fernández Noroña term inó por renunciar

al PRD para sumarse a la nóm ina del Partido del Trabajo.

A principios de 2012, Noroña se apuntó como precandi­

dato al gobierno del Distrito Federal. La encuesta que publicó

El Universal el 10 de enero le concedía el 1% de las intencio­

nes de voto, contra el 24% que ostentaba el perredista hasta

ese momento favorito de los chilangos, Miguel Ángel Man- cera. Al final, y con la inconformidad de Alejandra Barrales,

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EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A

antigua líder sindical de las sobrecargos, aquel fue elegido

candidato para el gobierno del Distrito Federal por el PRD.

Caso raro, el de Mancera. Sin ser militante del partido, caso

inédito en su historia chilanga, logró una buena reputación

como procurador de Justicia del DF, una de las no muchas

grandes ciudades del país libres de la hegemonía del crimen

organizado. ¿Fue eso lo que lo situó a la cabeza en la carrera

por el puesto? En muy importante medida, sin duda. Pero

en no poco habrán influido las negociaciones de Marcelo

Ebrard, su impulsor, con el bando obradorista. Si podemos

perm itirnos una concesión al chisme, podrem os recordar

que Mancera y la Barrales, rigurosamente solteros, sostu­

vieron una relación amorosa de varios meses tiempo atrás.

El ciudadano razonablemente propenso a la ironía, y

de esos no han de faltar a últimas fechas, podría sonreír

con una medida de cansancio y una de cinismo ante estos

espectáculos, ni los prim eros que presenciamos ni proba­

blemente los últim os que presenciaremos antes del fin del

proceso electoral de 2012. Lo de la fatiga viene a cuento,

entre otras cosas, porque al PRD y a cualquier otro partido

de los que han decidido salvarnos con el liderazgo del Peje,

ese procer del antipriismo, le han caído abundantes figuras

del priismo, muchas de ellas desde que su prim erísim o re­

presentante es... el Peje. Sumen ustedes, caros lectores, y

llenen por favor los huecos inevitables de esta lista del todo

incompleta: a Bartlett y Manuel Camacho Solís se sum an el

propio Ebrard; el coordinador de la campaña pejista para 2012, Ricardo Monreal, forjado en las filas salinistas; y

Page 160: El libro negro de la izquierda - JPatan

IÓ8 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Leonel Godoy, antiguo senador por el PRD, presidente del

mismo partido y gobernador de Michoacán.

Pero ni el más consumado de los cínicos podría son­

reír ante los recientes, presuntos afaires del perredismo y el

crim en organizado, un asunto que conviene manejar con

pinzas. Como todo lo que toca a las familias gangsteriles, lo

que predom inan en estas historias son la perspectiva distor­

sionada, la oscuridad y la duda. El prim er escándalo fue el

de la familia Godoy, es decir, la familia de don Leonel, por

aquellas fechas gobernador de Michoacán, lo que signifi­

ca: de un estado que, casi sin excepciones, había favorecido

electoralmente al PRD y a sus fundadores desde que Cuauhté-

moc Cárdenas fuera elegido para guiar sus destinos en 1980.

En julio de 2009, la Secretaría de Seguridad Pública hizo

saber al respetable que Julio César Godoy Toscano, medio

herm ano del gobernador y perredista que se ostentó como

diputado y como presidente municipal de Lázaro Cárdenas,

tenía vínculos demostrables con el crim en organizado, es­

pecíficamente con la Familia Michoacana. En octubre, a esa

acusación se sumó otra por lavado de dinero. Se veía venir

un nuevo tiroteo mediático y desde luego político entre el

partido de Godoy y el gobierno federal, pero algo habrán

visto venir los compañeros de militancia de Godoy, que se

limitaron a pedir un juicio imparcial en su contra. El asunto

era ácido puro para el PRD. El mismo mes de octubre, Car­

los Puig, titular de la versión m atutina del noticiero Hoy x

Hoy, de W Radio, difundió una grabación en la que Godoy Toscano dialogaba respetuosamente por teléfono con Ser­

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EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A

vando Gómez Martínez, conocido como La Tuta o El Profe, por su pasado como maestro normalista, pero conocido so­

bre todo como uno de los líderes de La Familia.

La conversación es una joya, todo un retrato de la tene-

bra mexicana actual, como es fácil comprobar en una tras­

cripción que hizo el periódico El Universal el 19 de octubre.

El diálogo proviene del expediente que la PGR hizo llegar

a los diputados, y que incluye mom entos como ese en el

que Gómez M artínez le desea suerte a Godoy para las elec­

ciones, si es que suerte es el térm ino adecuado: «Compa,

prim eramente, le deseo que gane, cuente con todo el apoyo,

usted va a ganar, muy discretamente, con los locales [ . . . ]

Toda la gente pa usted, todo m undo pa usted, sin amenazar

a ningún culero de los otros partidos. Usted gana, compa.»

Poco después, Godoy le habla a su interlocutor de un perio­

dista, El Guachoma, que «ustedes lo tienen con paga y cómo

nos ha tirado putazos el hijo de su rebomba madre», a lo que

Gómez M artínez responde que «ahí está una persona con

usted ahorita, el que está ahorita con mi autorización que

vaya inmediatamente, que m anden a un muchacho y que

le diga que le baje de huevos ahorita». En los medios como

en las sobremesas, los vínculos de la llamada clase política

con el crimen organizado son una verdad aceptada pero,

hasta que Godoy saltó a la palestra, apenas documentada.

¿Ilustra su caso el estatus moral de la izquierda partidaria o

del PRD? De ninguna manera. Pero habla, al menos, de la

manga ancha para el reclutamiento con que se com porta un partido que nació para depurar la política nacional.

Page 162: El libro negro de la izquierda - JPatan

170 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

Las elecciones de que se habla en la trascripción de la

PGR son las que el 5 de julio de 2009 convirtieron en d i­

putado al herm ano del gobernador. Un mes y once días

después, la PG R dictó una orden de aprehensión en su con­

tra. Godoy escapó y se convirtió en prófugo de la justicia

durante la friolera de quince meses. Su medio herm ano

Leonel, como el resto del PRD, se limitó a asegurar que no

lo protegería, a pedirle que se entregara y a exigir un juicio

equitativo para la oveja descarriada del clan. Al final, G o­

doy no pudo asum ir el cargo, como sí hicieron sus com pa­

ñeros el prim ero de septiembre, aunque al año siguiente, a

fines de septiembre de 2010, previo amparo concedido por

un juez en Michoacán, tom ó protesta. Gran cosa. Los dipu­

tados, como bien saben los lectores, tienen ese cheque en

blanco que se llama fuero constitucional, o sea, lo que en una

palabra se conoce como «inmunidad», con lo que la justi­

cia mexicana se encontró de nuevo en esa zona de nadie,

ese pozo kafkiano, en el que la orden de aprehensión se­

guía vigente, pero no era posible ejecutarla. En diciembre

de ese año, sin embargo, la Cám ara votó por abrum adora

mayoría para que fuera desaforado, por lo que debió darse

de nuevo a la fuga. A la hora de garabatear estas líneas, el

insigne caballero sigue desaparecido.

Suerte parecida es la que ha tenido Gregorio Sánchez

Martínez, el célebre Grez. Grez es guerrerense de la bravia

zona de Tecpan de Galeana, fue criado en Chiapas y ha divi­dido su tiempo como empresario, pastor evangélico, cantante —nadie puede negar al partido su propensión a los hombres

Page 163: El libro negro de la izquierda - JPatan

EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D 1STA

de arte— y presidente municipal de Benito Juárez, o sea, del

municipio donde se encuentra Cancún, con el impulso del

Frente Amplio Progresista —armado en torno al m atrim o­

nio non sancto entre el PRD, el PT y Convergencia—, desde

2007 hasta abril de 2010, cuando pidió licencia para trepar a

la gubernatura y fue detenido por la Federal, apenas pasado

un mesecito de dicha solicitud, el 25 de mayo. Conforme a

las investigaciones periodísticas y policiacas, el currículum

de Sánchez M artínez es largo y no precisamente modélico.

En junio de 2010, la revista Proceso lo acusó de organizar

una red de trata de inmigrantes cubanos a Cancún. Ese fue

apenas el arranque de una serie de andanadas mediáticas. De

acuerdo con el semanario, el entorno de Sánchez Martínez

creó para ello unas cuantas empresas fantasma. Después, La

Jornada publicó un reportaje en el que se rastreaba una red

de extorsiones ordenada por el ínclito presidente municipal;

por último, El Universal reveló que tanto él como una nota­

ble cantidad de funcionarios a su servicio recibían dinero de

los cárteles de los Beltrán Leyva y los Zetas.

El caso de Sánchez M artínez ilustra también la manera

en que funciona la justicia en México. Lo ilustra inquietan­

temente. Greg, como suelen llamarlo sus allegados, fue a dar

a la cárcel de El Rincón, en Tepic. Ahí pasó un año y dos

meses, hasta julio de 2011, cuando un tribunal federal deci­

dió absolverlo. No duró libre mucho tiempo. Antes incluso

de pisar la banqueta, la PGR lo detuvo una vez más y se lo llevó a la Ciudad de México, para investigarlo por lavado de dinero. Nuevamente, los tribunales decidieron liberarlo,

Page 164: El libro negro de la izquierda - JPatan

EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

aunque esta vez con un matiz muy de cine hollywoodense:

debía llevar un brazalete electrónico durante los próximos

veinte días, no fuera a escapar de territorio chilango. De

manera reiterada, una vez más, la PGR había dado muestra

de su incapacidad para ofrecer pruebas concluyentes. Libre

por fin de sospechas, en agosto de 2011 volvió a Cancún,

proclamó no muy laicamente que «La victoria es de Cristo

Jesús, porque de él es la gloria y la honra» y anunció que se

retiraría de la política, para dedicarse mejor a la promoción

de la palabra de Dios. Lo esperaba el proyecto de grabar un

disco pleno de fe, con las letras a mayor gloria del Señor

que había compuesto en la cárcel. (Proceso, 29 de agosto,

2011, «Vuelve Greg a Cancún; se alejará de política y gra­

bará disco cristiano»). En septiembre de 2011, sin embargo,

nos hizo saber que en 2012 le apuntaría al senado.

¿Quién dijo fraude?

No se puede afirmar que Cuauhtém oc Cárdenas trine, por­

que la verdad es que no le conocemos mayores alzadas de

voz, pero duro sin duda es, con esa forma de la dureza tan

suya que consiste en poner cara de jugador de póquer —si

es que es posible poner cara de póquer por escrito— y re­

cetar los hechos clara y concisamente. Visiten los lectores

las páginas de su libro dedicadas a las elecciones internas

que organizó su partido en 1999, anuladas, dice el inge­niero, por el «com portam iento indebido de los candidatos

y sus partidarios» y por lo «sucio e incierto» de una elec­

Page 165: El libro negro de la izquierda - JPatan

EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A *73

ción «sumamente desaseada». ¿Recuerdan aquellos días de

bochorno público? Se enfrentaban Jesús Ortega, para en­

tonces ya con experiencia como diputado y representante

del partido ante el IFE, y Amalia García, exmilitante del

Partido Com unista y futura gobernadora de Zacatecas. El

cochinero electoral fue de tales dimensiones que el presi­

dente en activo del PRD, AMLO, propuso la anulación del

proceso y la convocatoria a una nueva elección. Propuso

es un decir: dijo que la alternativa a dicha propuesta era

su renuncia al cargo y al partido en general. Lo escucha­

ron. O brador term inó en tiem po su gestión, Pablo Gómez

asumió el interinato y por fin, tras una segunda elección,

Amalia García se quedó con el puesto. ¿Un ridículo públi­

co? Sí. Y también un aviso de lo que estaba por venir. A

once años de su fundación, el PRD, el cleaner del universo

electoral mexicano, hacía tram pas en el solitario.

En 2007, apenas trascurrido un año desde las eleccio­

nes que AMLO calificó como sabemos que las calificó, el

PRD se dispuso a votar por los mil cien delegados que irían

al Congreso Nacional. No era poca cosa: seis millones de m ili­

tantes votarían en 22 estados, lo que es otra forma de decir:

m edirían fuerzas. El partido estaba así: partido en dos. A

la radicalización impuesta por el movimiento obradorista

y operada fundam entalm ente por René Bejaraño, ya fuera

de prisión, se oponía una línea más m oderada, la de los

famosos Chuchos, es decir Jesús Zam brano y Jesús Ortega.

Al final, según los datos oficiales, más del 65% de los votos fueron para candidatos afines a estos últimos. El obradoris-

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I" 4 EL l i b r o n e g r o d e l a i z q j j i e r d a m e x i c a n a

mo padeció incluso algunas de sus victorias. Por ejemplo,

la de Alejandro Encinas, en el DF, quien ganó con una dife­

rencia porcentual de catorce, es decir 57 a 43, cuando debe­

ría haber arrasado con un margen de cincuenta o sesenta

puntos porcentuales, dado el apoyo de todas las organiza­

ciones locales com andadas por afiliados al pejismo: Batres,

Bejarano y su esposa Dolores Padierna, Gerardo Fernán­

dez Noroña, Clara Brugada, Camilo Valenzuela, A rm ando

Quintero. Resultado: una impugnación clamorosa, públi­

ca, escandalizada. Fue justam ente el bando representado

por Bejarano y Padierna el que acusó al presidente del par­

tido, Guadalupe Acosta, de m anipular el padrón electoral

para poner el triunfo en manos de sus socios. Y es que el

batidillo, por lo que podem os leer en la prensa, fue de con­

sideraciones. Hay cifras tan raras como esa que dice que el

núm ero de votantes en el Estado de México duplicó al del

Distrito Federal. A fin de cuentas, más o menos el veinte

por ciento de las casillas m ostraba francas irregularidades.

No tuvieron tiem po los militantes perredistas y los re­

porteros encargados de esta fuente de procesar lo ocurrido.

El 16 de marzo de 2008, Jesús Ortega enfrentó al candidato

del Peje, Alejandro Encinas, en la carrera por la presidencia

del partido. Economista que alguna vez tuvo reputación de

moderado, Secretario del Medio Ambiente con Cárdenas,

diputado, secretario de Gobierno con AMLO, a esas alturas

Encinas se había entregado ya a la más abierta militancia

obradorista, a tal punto que dos años y pico antes, en 2005, había reemplazado en el cargo de jefe de Gobierno al Peje,

Page 167: El libro negro de la izquierda - JPatan

EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A

absorto ya en la carrera por la presidencia. Una vez más, el

resultado fue bochornoso. Hay otro chiste viejo en el que

un joven que se alistó en el ejército visita en Navidad a la

familia. A la respuesta de cómo le ha ido en el cuartel, con­

testa que de maravilla, que ya es general. Cuando su madre,

sorprendida, le pregunta que cómo es posible que lo hayan

nom brado general en unos pocos meses, él contesta que no

es tonto, que no esperó que lo nom braran. El chiste es tam ­

bién bochornosam ente tonto, pero refleja lo que ocurrió

aquel año aciago. Encinas fue reconocido como ganador,

pero el bando de Ortega levantó la m ano y dijo que no se

había contado el total de los votos. La Comisión Nacional

de Garantías del PRD opinó que la elección debía repetirse.

Como en el chiste, Encinas y Ortega, enfervorecidos, tam ­

poco esperaron a que los nom braran: se nom braron presi­

dentes del partido a sí mismos. Al final, Ortega acudió al

Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que

en noviembre del mismo año decidió nom brarlo ganador.

Habían pasado ocho largos, sonrojantes meses.

¿Están ya saturados los lectores de com ponendas y

agandalles electorales? Con las disculpas del caso por de­

lante, recordem os que todavía faltaba un espectáculo pú ­

blico de esta naturaleza. Lo presenciamos en octubre de

2011, cuando el térm ino cochinero era ya de uso com ún en

las notas sobre las elecciones perredistas. Así calificó el dia­

rio Reforma su nota sobre las elecciones internas del partido

amarillo: «Repiten cochinero en elección del PRD», dice el titular con todas sus letras. Al parecer, hubo de todo, en la

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i?6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

mejor tradición del viejo PRI, ese que dio origen al partido:

se quemaron y robaron urnas, se ocuparon instalaciones, se

com praron votos, se protagonizaron zafarranchos calleje­

ros. En Chiapas, todo Chiapas, la elección se canceló por­

que, explicaron las autoridades electorales perredistas, los

camiones con la papelería se perdieron en el largo trayecto

desde la Ciudad de México, tal cual, y no llegaron a tiempo

a las casillas. En el DF, grupos de una de las planillas, la 22,

cercana al jefe de Gobierno de esa plaza, Marcelo Ebrard,

impidieron que se arm aran los paquetes y salieran hacia

las distintas delegaciones, a lo que otras corrientes del par­

tido, en especial las afines a Bejarano, respondieron ¿con

qué? Con una marcha, por supuesto. La conclusión de este

prodigio organizativo fue que en el Distrito Federal, Vera-

cruz, Oaxaca, Chiapas y Zacatecas se canceló la elección.

Los integrantes de la Comisión Electoral del partido dije­

ron que se trataba de irregularidades «leves», pero no hace

falta demasiado talento matemático para concluir que si

una elección deja de verificarse en cinco estados, cuando el

proceso debió tener lugar en 25, esa elección está comple­

tam ente podrida en la quinta parte del territorio. No está

mal el porcentaje.

Con las elecciones de 2012 en puerta, el PRD dejaba un

mensaje inquietante para quien quisiera escucharlo. Pero

evitemos las injusticias. No se trata de que el PRD fuera ca­

paz de ahogarse en una serie de procesos electorales m ani­

fiestamente sucios. Se trata de que a esas alturas ya no pa­recía capaz de un proceso electoral razonablemente limpio.

Page 169: El libro negro de la izquierda - JPatan

u

La traición de las clérigos

Una de las consecuencias peculiares que trajeron las elec­

ciones de 2006 fue lograr que un núm ero muy im portante

de intelectuales que tradicionalmente no estaban de acuerdo,

o en todo caso no manifestaban abiertamente sus acuerdos,

decidieran firmar un documento en el que daban su voto de

confianza al proceso electoral. La carta apuntaba lo osten­

sible: un proceso vigilado por 500 mil ciudadanos elegidos

mediante sorteo puede contener errores, pero de ningún

m odo ser calificado como fraude; que en todo caso las

pruebas destinadas a docum entar el m encionado fraude

estaban lejos de ser concluyentes; y que unas elecciones en

las cuales 42 millones de votantes eligieron civilizadamente

a tres gobernadores, el jefe de Gobierno del Distrito Fede­

ral y sus representantes al Congreso, aparte del presiden­te de la República, y en las que los tres grandes partidos

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E l L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

obtuvieron victorias y derrotas de significación, merecían

crédito, el suficiente en todo caso como para no desatar

una cam paña de erosión institucional y boicot callejero. La

carta la firmaban 135 intelectuales y creadores de muy d i­

versa índole (incluido el autor de este volumen, dicho sea

en pro de la honestidad intelectual), desde historiadores y

analistas como Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañe­

da y Enrique Krauze hasta artistas visuales como José Luis

Cuevas, y desde el exitosísimo columnista Germ án D e­

hesa hasta el arquitecto Enrique Norten, el músico Mario

Lavista o el creador mismo del IFE, José W oldenberg, sin

excluir a Leo Zuckerman, Luis González de Alba, Carlos

Tello Díaz, Denise Dresser, Jean Meyer o Xavier Velasco,

entre muchos otros.

Habla bien de la salud crítica de un país que un grupo

tan heterogéneo, que incluye lo mismo a liberales de cepa

que a intelectuales de izquierda o católicos, sea capaz de

unirse en torno a unas cuantas ideas básicas sobre la convi­

vencia en democracia. Habría que ir más lejos y decir que

habla igual de bien de nuestra salud crítica el hecho de que

hayan surgido voces disidentes capaces de enfrentarse con

afán de diálogo a una nóm ina tan impactante, como fue el

caso del poeta y ensayista Luigi Amara, quien sostuvo un

debate civilizado con el tam bién escritor Ricardo Cayue-

la, editor de la revista Letras Libres, luego de publicar una

réplica a los 135 intelectuales en las páginas del ya extinto

«Confabulado», suplem ento cultural del periódico El Uni­versal (esto fue en agosto de 2006). Entre otras cosas para

Page 171: El libro negro de la izquierda - JPatan

LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S '79

eso son (o eran, porque hoy parecen estar al borde de la

desaparición) los suplementos: para discutir la actualidad

con presteza, a botepronto, y oxigenar las ideas. De hecho,

en general para eso es la prensa. No es en este tipo de de­

bates en lo que pensaba Julien Benda cuando hablaba de

la «traición de los clérigos». Porque la traición no radica

en defender una posición determ inada en tiempos de con­

flicto político, sino en abjurar del derecho a pensar, que

tam bién es un deber, en nom bre de la fe política. De eso,

tristemente, tuvimos tam bién muchísimo.

El caso si no más flagrante quizá más triste fue el de

Elena Poniatowska. Forjada en el pensam iento crítico, a

contracorriente del sistema priista, al menos desde el año

68, cuando se fue a las calles para docum entar el horror de

los estudiantes asesinados en la Plaza de las Tres Culturas

aquel 2 de octubre (los lectores entenderán que hablamos

de La noche de Tlatelolco), la Poniatowska, conocida por

su temple progresista y su perm anente atención a los por­

menores de la política nacional, sorprendió en todos los

frentes cuando saltó ya no a las calles, sino a las trincheras,

para dar un espaldarazo al movimiento de resistencia ci­

vil impulsado por AMLO. No fue el suyo, todo sea dicho,

un ejemplo de las actitudes predom inantes en la izquierda

pensante durante aquellos días. Si Sergio Pitol, extraordi­

nario escritor y figura pública irreprochable, dio su apoyo

irrestricto al obradorism o desde donde había que darlo, es decir, desde el plano del debate, otro veterano de los días crueles del 68, cronista con una reputación al menos igual

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l 8o EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

de sólida y en m odo alguno sospechoso de sacarle la vuelta

a la discusión política, Carlos Monsiváis, que en un p rin ­

cipio acompañó a Pitol en sus posturas, criticó pública y

enérgicamente la decisión de cerrar el Paseo de la Reforma,

que consideró —los lectores pueden ver estas opiniones en

varios foros, para empezar la edición del prim ero de agosto

de 2006 de El Universal— una «insensatez», y una medida

«injusta y altamente lesiva», «sencillamente inadmisible».

De haberlo escuchado, el Peje se habría ahorrado una caída

de varios puntos porcentuales en las encuestas sobre acep­

tación e intención de voto.

Elena Poniatowska no ocultó nunca sus simpatías por

AMLO. No simpatías: admiración. Como un «tipazo», así

lo definió en una entrevista concedida al periódico Mile­

nio luego de la publicación de Amanecer en el Zócalo, una

crónica de los días de bloqueo en la que, entre otros apun­

tes, se pregunta si su insurrección civil no será una suerte

de reflejo de, o reconocim iento a, la resistencia antinazi de

sus mayores, ahí es nada. Pero no fue un libro lo único que

hizo la periodista y narradora. También hizo un spot, lo

cual la acerca más de lo debido a lo que asegura no ser,

una militante: «Es m entira que tenga relación con Hugo

Chávez. Es mentira que con deuda pública se hayan pagado

los Segundos Pisos y el apoyo a nuestros viejitos. Se hicieron

con buen gobierno, ahorro y honradez», dice sobre AMLO

y su administración. También usa un dulce aunque firme

tono de reconvención contra el PAN, partido al que acusa de «calumniar» al tabasqueño.

Page 173: El libro negro de la izquierda - JPatan

La verdad es que a esas alturas no m uchos m ostraron

sorpresa por el salto a las barricadas de la experimentada

escritora, una mujer que a sus 74 años exhibía una activi­

dad envidiable en el frente contra el presunto fraude. Antes

y después, hizo de todo, doña Elena, por la causa: se dejó

ver por los campamentos de los activistas, presentó el libro

de AMLO La mafia que se adueñó de México... Y el 2012,

acusó al Subcomandante Marcos y a Cuauhtém oc C árde­

nas de haberse deslindado del Peje «por envidia» y haber

contribuido así a su caída, y aseguró ante los medios que

«no era m om ento de disentir», con una lógica que recor­

dó los viejos llamados de la intelectualidad occidental a

no criticar a la Unión Soviética para «no dar armas a los

enemigos». Logró incluso, con ello, sacarle una respuesta a

Cárdenas, cuyos diferendos con AMLO se hacían ya indu­

dablemente públicos.

Para el lector cuidadoso, resultará claro al leer la m enta­

da contestación que, sin decirlo, esta muy bien podría ir tan

dirigida a la Poniatowska como a López Obrador, y que el

golpe, por lo que habrá significado entre los muchos lecto­

res m oderados que cayeron en el texto, debe haber sido de

consideración. ¿Por qué no participó Cárdenas en el m ovi­

m iento obradorista? ¿Qué, en otras palabras, lo distanciaba

del Peje? El texto es largo y minucioso. Démonos vuelo ci­

tando: «me preocupa profundam ente la intolerancia y sa­

tanización, la actitud dogmática que priva en el entorno de

Andrés Manuel para quienes no aceptamos incondicional­mente sus propuestas y cuestionamos sus puntos de vista

LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S l8l

Page 174: El libro negro de la izquierda - JPatan

182 e l l i b r o n e g r o d e l a I Z Q J J I E R D A m e x i c a n a

y sus decisiones, pues con ello se contradicen principios

fundamentales de la democracia, como son el respeto a las

opiniones de los demás y la disposición al diálogo», dice el

ingeniero hacia la última parte de la misiva, y toca el nervio

más sensible del obradorismo, el de la intolerancia, el dog­

matismo. Pero también desliza dudas, muy elegantemente,

sobre su congruencia, una crítica menos habitual contra

el tabasqueño cuando esta viene de sus compañeros o ex­

compañeros de ruta: «el 10 de agosto pasado se publicó en

La Jornada —dice a la Poniatowska— una entrevista que

hiciste a Andrés Manuel en la que preguntaste: “Si llegaras

a la Presidencia, ¿tendrías que m oderarte?” A lo que res­

pondió: “Si la institución te lo exige, yo lo haría. Es más,

durante la cam paña y hasta ahora no he dicho cosas que

pienso sobre mi país, porque me he autolimitado, porque mi

rol es hasta ahora uno. Una vez que se resuelva este asunto

[el conflicto poselectoral], ya veremos”.» Y pregunta C ár­

denas con razón: «¿Por qué entonces guardarse de fijar po­

siciones y hacer propuestas, cuando era precisamente en su

calidad de candidato a la Presidencia cuando se tenían que

hacer definiciones que atrajeran con lealtad y orientaran

con rectitud el voto de la ciudadanía? ¿No es principio bá­

sico de un com portam iento leal y democrático actuar con

transparencia y hablar con la verdad?».

Elena Poniatowska, sin embargo, no estaba a esas altu­

ras del partido para tantas sutilezas. No es accidental que

al inicio mismo de su crónica aparezca con feroz protago­nismo Jesusa Rodríguez, la talentosa mujer de teatro que,

Page 175: El libro negro de la izquierda - JPatan

LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S

sin titubeos, se puso en la prim era línea de combate del

llamado movimiento de resistencia civil, particularm ente

de sus aspectos culturales. Si la Poniatowska militó sin ti­

tubeos, lo de la Rodríguez asusta. No una intelectual pero

sin duda tam poco una persona iletrada, todo lo contrario,

Jesusa Rodríguez arrincona sin piedad a la autora de A m a­

necer en el Zócalo, según cum plido testim onio de esta últi­

ma, cuando más que pedirle le exige que cancele un viaje

de trabajo a Canadá, pactado con muchos meses de ante­

lación, para que se presente a leer un texto en el m itin de

I^ópez O brador en el Zócalo. Cosa de perspectivas. Para la

mayor parte de los ciudadanos, podía o no valer la pena

revisar cada una de las urnas y cada una de las papeletas

para certificar que no había existido un fraude. El país y

el mundo, por lo demás, seguían, y AMLO, como cualquier

político, era lo bastante joven como para optar a la presi­

dencia, como de hecho, predeciblemente, hizo. Para Jesusa

Rodríguez, en cambio, parecía acercarse el Apocalipsis.

Hagan de cuenta los lectores que más que de una elección,

que por otra parte había traído muy buenas noticias para la

izquierda, se trataba de frenar el avance de los nazis sobre

Checoslovaquia, o algo por el estilo. Solo ese arrebato de

misticismo revolucionario perm ite entender que haya de­

cidido, por ejemplo, emprender una «acción sorpresa» con­

tra la cadena W almart, que en principio, diría uno, poco

tiene que ver con una presunto fraude electoral, pero que responde a ese radicalismo conspiracionista que la propia Poniatowska, al principio mism o del libro, dice que está

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ausente del movimiento. Los lectores pueden ver la organi­

zación del bloqueo, muy borrosam ente pero con claridad

de audio, en «Acción de resistencia ciudadana con Jesusa

Rodríguez», en YouTube. Es una acción sorpresa, protago­

nizada por una cantidad no muy grande que digamos de

patriotas, a los cuales Jesusa, con el histrionism o que nadie

puede cuestionarle, dice que hay que actuar de ese modo

porque si no la resistencia sería aburrida. ¿Quién dice que

el misticismo revolucionario tiene que ser solemne?

No serían los únicos «bloqueos» o «cierres». El 18 de

julio de 2006, la propia Jesusa Rodríguez se encargó de ro­

dear con cincuenta mujeres del m ovimiento Resistencia

Creativa, durante siete horas y media, la sede del Consejo

C oordinador Empresarial, con el argum ento de que habían

difundido spots antiobradoristas ilegalmente (recordarán

los lectores los anuncios que decían aquello de que «Ló­

pez Obrador es un peligro para México»), y la propia Po­

niatowska, arremangada, encabezó un contingente de 250

personas que bloqueó el centro Banamex, en pleno Zócalo,

y lo rodeó con papel estraza para que la ciudadanía insur­

gente vituperara a placer a Roberto Hernández, accionista

del banco y supuesto protegido de Vicente Fox.

Pero si el caso de Elena Poniatowska es el más triste y el

de Jesusa Rodríguez el más intim idante, el más conspicuo,

al menos entre los que han gozado de visibilidad pública,

es el de Luis Mandoki, tam poco un intelectual —defini­

tivamente no un intelectual— sino un cineasta. M andoki (1954) ha desarrollado una carrera en dos pistas a la que no

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LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S

le han faltado mom entos de éxito. En días glamorosos, de

alfombra roja más que de mantas rojas, trabajó en Estados

Unidos, en producciones de respetable presupuesto y con

actores dueños de tan buen cartel y tan sobradas cualida­

des como Susan Sarandon, y que tuvieron tan buen cartel

como el olvidado Kevin Costner o la Meg Ryan prebotox.

A la vez, no ha dejado de producir cine en nuestro país en

los circuitos que, con cierta generosidad, podríam os llamar

comerciales —es dudoso que nuestra industria dé para tal

calificativo—. Como quiera que sea, cualquiera que guarde

un m ínim o de dudas con Obrador o con el fraude de 2006

se preguntaría cuál es la necesidad de filmar piezas de pro­

paganda tan flagrantes como ¿Quién es el señor López?, de

2006, o Fraude: México 2006, de 2007.

Lejos del glamour hollywoodiano y al parecer también

del dinero hollywoodiano, M andoki aseguró que no tenía

inconveniente en que sus docum entales se distribuyeran de

m ano en mano, al margen de las grandes cadenas. «Mano

en mano», hoy, significa ante todo «en las redes sociales», y

ahí, por ejemplo en YouTube, es posible apreciarlas. ¿Con

qué emparientan? ¿Cuál es su linaje? Sin duda, con Olí-

ver Stone y con Michael Moore. Fraude: México 2006 es

un ejemplo verdaderam ente notable de teoría del complot,

es decir —el chiste fácil se im pone otra vez, disculparán

ustedes— del compió. ¿Qué nos dice Mandoki, o, si se pre­

fiere, qué deja M andoki decir a Obrador? Nos dice que la historia se repite; insiste en que la historia se repite. Por eso, el docum ental empieza con escenas intercaladas del movi­

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l 86 EL L I B R O N E G R O DE LA 1Z Q J J I E R D A M E X I C A N A

m iento antifraude que apoyó a O brador en 2006 y escenas

de las protestas contra el fraude del 88. Pero la historia no

se repite, como decíamos al inicio de este libro, y el con­

traste entre un movimiento y otro, a pesar de los esfuerzos

de Mandoki, no deja de ser estridente. Sobre todo, O bra­

dor nos dice, nos repite, que hubo una conspiración en su

contra.«A principios de 2003 —dice un AMLO sereno y son­

riente a la cám ara—, Salinas regresa a México. Empieza a

articular a empresarios, periodistas [ . . . ] No le cuesta m u­

cho trabajo, porque él les entregó empresas de la nación,

bancos, minas, les ayudó con periódicos, con revistas. Sa­

linas tiene un expediente de cada uno de ellos. A todos los

tiene agarrados.» La conspiración incluye al presidente Fox,

con el que Salinas «ya tenía muy buena relación. Ya había

llegado a un acuerdo. Y —rem ata— se desata una serie de

ataques.» Enseguida, lo que vemos, como si fuera una con­

secuencia de la maldad de los conspiradores, y no de las

malas decisiones gerenciales de AMLO y de la corrupción

de los protagonistas, son fragmentos de los videoescánda­

los. La tram a se desenvuelve ante los ojos de los espectado­

res con una congruencia argum ental que sorprende. Detrás

de los videos estaba, claro, Salinas de Gortari, una versión

que en su m om ento corrobora Ahumada, quien añade que

el propio Salinas le pidió que llamara al panista Diego Fer­

nández de Cevallos, quien a su vez dio el silbatazo de salida,

como representante del otro gran integrante del compió, el gobierno del presidente Fox. Con el tiempo, el propio A hu­

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LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S

mada, que vivió un largo interrogatorio en Cuba, de donde

fue extraditado no sin muchos problemas, luego de que, se­

gún la versión conspiracionista, Salinas, quien tuvo siem ­

pre magníficas relaciones con Fidel Castro y su herm ano

Raúl, lo enviara a la isla para librarlo de las garras obrado-

ristas, corroboró esta hipótesis en su libro Derecho de répli­

ca. Para añadirle un poco de gasolina al incendio, agregó

que como parte de la negociación por los videos Salinas

pidió y consiguió de Fox la liberación de su herm ano Raúl,

preso desde 1995, diez años antes. Para rem atar la faena,

Fidel Castro, nada menos que Fidel Castro, que en 2006

se apresuró a reconocer al gobierno de Felipe Calderón y

cuyos idilios con el priism o son de sobra conocidos, con­

firmó estas versiones recientemente. Pero ya Ciro Gómez

Leyva habló de las condiciones de encierro de Ahum ada

en Cuba y de la presión a que fue sometido a su vuelta.

¿Qué vino después? El desafuero, por supuesto. Decía­

mos que no es fácil descartar las intenciones políticas de

aquel interm inable episodio judicial, todo lo contrario,

pero los intentos de AMLO y M andoki de reducirlo a un

problema político son demasiado burdos. Los problemas

de la película, problemas de raíz, de esos que marcan el

paso del docum ental a la propaganda, son los que el cinè­

filo puede reconocer en Moore o en Stone. Las afirm acio­

nes sobre la participación de poderosísim os empresarios

en reuniones destinadas a fomentar o perpetrar el fraude son sin duda de helar la sangre, siempre y cuando uno le tome la palabra al propio AMLO, quien es la fuente que nos

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EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

perm ite inform arnos de la mayor parte de ellas; al histo­

riador y analista político Lorenzo Meyer, una figura que

aparece perm anentem ente en el filme, o a los integrantes

del equipo de Obrador. No hay espacios para la disidencia,

salvo los m ínim os necesarios para ridiculizarla o subrayar

su presunta corrupción. No hay espacios, digamos, para los

muchos analistas que pusieron en duda el fraude, o para las

televisoras acusadas de form ar parte del complot, o para

los empresarios que teóricam ente participaron en cón­

claves de defraudadores, o para los adversarios políticos.

En una entrevista con Julio Hernández para Astillero T V (en

YouTube: «Mandoki habla sobre Fraude: México 2006»),

M andoki asegura que él y su equipo intentaron reitera­

damente entrevistarse con «el antagonista», es decir, con

Salinas, con Fox, con Calderón, con la maestra Gordillo,

con el mismo Ugalde, con Manlio Fabio. Sin excepciones,

dice Mandoki, dieron por respuesta o el no o la callada. De­

bemos creerle. Sin embargo, la negativa de los adversarios

puede cuestionarse, pero el resultado de esa negativa, más

allá de sus razones, es la invalidación de su película antes

incluso de nacer.

O tro problema que com parte M andoki con Moore o

Stone, o habría que decir: otra estrategia, es ofrecer el frag­

mento como prueba del todo. El protocolo narrativo por se­

guir, en realidad, es tan viejo como el cine de propaganda:

está muy estudiado. Primero, se expone de viva voz una teoría. La teoría de la conspiración electoral, en este caso, que AMLO desenrolla con detalle. Enseguida, se arrojan

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LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S

fragmentos de información o testimonios destinados a re­

forzar el discurso. La cinta de M andoki abunda en boletas

con irregularidades y declaraciones indignadas de ciuda­

danos que se sienten engañados, pero omite decir que en

una elección que involucró a varias decenas de millones

de votantes, casillas, papeles y observadores las irregula­

ridades son de necesidad, y hace falta algo más que una

edición puntillosa y sesgada para dar pruebas de un com ­

plot de gran escala. El protocolo recomienda term inar con

declaraciones de terceros que apuntalen el discurso central

y le den la apariencia de una coherencia argumentativa al

bom bardeo de presuntas evidencias y declaraciones. Ahí es

donde entran figuras como Meyer, que en otros contextos

ha m ostrado una afinidad un tanto más matizada con el

obradorismo.

En realidad, M andoki es incluso menos hábil que, d i­

gamos, Moore para disim ular las tendencias suicidas in ­

herentes a este tipo de cine. El m anchón más notorio de

Fraude: México 2006 es la propensión de su realizador a

introducir contrargum entos que anulan su discurso sin

aparentem ente darse siquiera cuenta. Esto resulta particu­

larm ente chirriante cuando Fraude... habla de los medios

de comunicación de masas, que en teoría alzaron un muro

de silencio, cuando no de mentiras, en torno al supuesto

fraude. Uno puede estar todo lo dispuesto que se quiera a

creerle a Julio Hernández cuando, entusiasmado, le dice a un sonriente M andoki que la película era necesaria entre otras cosas porque los medios, malignos que son, se nega­

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EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A

ron a dar voz a los indignados, o al Peje cuando dice que las

televisoras lo vetaron. Pero hasta la más férrea disposición

term ina por cuartearse, luego de la evidencia aplastante

de que un porcentaje nada despreciable de los m inutos de

Fraude. .. está conformado por fragmentos de entrevistas,

declaraciones o debates sobre el proceso electoral trasm i­

tidos por Televisa, TV Azteca o CNN, por m encionar tres

casos, y en espacios tan vistos como el de Joaquín López

Dóriga, el de Víctor Trujillo, el de Denisse Maerker o el de

Carm en Aristegui. ¿No firm aban los lectores por sufrir un

boicot mediático como el que sufrió López Obrador?

O brador disfrutó de un notable éxito de taquilla entre

los analistas nacionales. Ahí están, por ejemplo, los casos

de Denisse Dresser o Lorenzo Meyer. Pero su radicaliza-

ción y su política de reventar instituciones term inaron por

enajenarle m uchos de estos apoyos, para empezar el de la

Dresser. Es un proceso similar al que sufrió el zapatismo

no tanto entre los intelectuales extranjeros, particularm en­

te los europeos, como entre los mexicanos, de entre los

cuales solo aquellos que ya sostenían posiciones radicales

antes del 94 aguantaron el peso de una radicalización, la de

Marcos, que no dio para m antener la máscara.

O brador ha apostado a la moderación. Los m ovim ien­

tos sociales y los partidos políticos de ciertas dimensiones

apelan sistemáticamente a las encuestas, y cabe suponer

que las del Morena, como las que vemos, escuchamos y

leemos cotidianam ente en la radio, la TV y los periódicos term inaron por asustar a AMLO y su equipo, a los que, d i­

Page 183: El libro negro de la izquierda - JPatan

gámoslo así, se les acabaron las vacaciones en el Zócalo. A

meses de las elecciones, la embriaguez de la plaza llena, de

los coros elogiosos y combativos, de los chistes sobre Fecal

y las muestras de devoción popular como las que consigna

la Poniatowska en su libro no dan para ganar las elecciones

en un país que tiene cuarenta millones de pobres, hecho

imperdonable, vergonzoso, indignante, pero en el que m u­

chos de esos pobres votan por el PRI, puntero en las en­

cuestas desde hace muchos meses, y en el que hay también

sesenta y pico millones de personas de clase media o más

que media que tienden a huir de los radicalismos.

La tristeza mayor es, sin duda, que a esos millones no

hay una izquierda m esurada que les explique cómo va a

gestionar la lucha contra la pobreza, qué ha aprendido,

digamos, de Lula y cómo se va a relacionar con Estados

Unidos, nuestro prim er socio comercial, o los empresarios

mexicanos, sin abandonar posiciones razonables frente al

aborto, la pluralidad sexual y la redistribución de la rique­

za. Esa es la gran orfandad del elector mexicano.

LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S 191

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Fuentes

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«Dice Castro que ignoraba que Ahum ada estuviera en

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«Fundamentos para una república amorosa», Andrés M a­

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«Los zapatistas y la política», Pedro Pitarch, Letras Libres

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«Marcos y Cárdenas no apoyaron a AMLO por envidia», La

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«Vuelve Greg a Cancún, se alejará de política y grabará dis­

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Películas

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Luis Mandoki, ¿Quién es el señor López?, México, 2006.

Víctor M ariña y Mario Viveros, Zapatistas. Crónica de una

rebelión, México, 2004.

Video

«Acción de resistencia ciudadana con Jesusa Rodríguez»,

en YouTube.

«Mandoki habla sobre Fraude: México 2006», en YouTube.

196

Page 188: El libro negro de la izquierda - JPatan

Una cruda y divertida revisión a una ideología

hasta ahora intocable

¿Qué define a la izquierda mexicana reciente? ¿Rosario Robles en­

tregando las llaves de la Ciudad de México a Fidel Castro? ¿Andrés

Manuel López Obrador tomando Reforma durante meses en 2006?

¿Los grotescos episodios protagonizados por personajes como

Juanito, Ponce o Bejarano? ¿La derrota de la inteligencia frente a la

ideología que sufren algunos furibundos militantes del gremio inte­

lectual, al aplaudir sin matices al caudillo -léase subcomandante o

candidato presidencial- en turno? Pareciera que esta corriente polí­

tica -que se supone considera fundamental el pensamiento crítico y

libertario- es incapaz de efectuar una revisión de conciencia profun­

da y comprometida.

El libro que tiene entre las manos esboza una biografía de la izquierda:

un retrato de familia donde sus ilustres miembros, de un modo u otro,

se han esmerado por aportar algún escándalo al anecdotario fami­

liar. En el camino dejaron sin opciones de voto a muchos ciudadanos

convencidos de que una izquierda razonable puede y debe gobernar

este país... pase y deprímase un poco. Si puede, diviértase también.