el libro negro de la izquierda - jpatan
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IZQUIERDA
Julio Patán
EL LIBRO NEGRO RE LA IZQUIERDA MEXICANA
Julio Patán
índice
A manera de introducción ................................................ 11
1. La venganza de Cuauhtém oc ........................................29
2. Conservadurismo c o o l ....................................................83
3. Conservadurism o no c o o l ...........................................123
4. El orgullo de ser perredista: de fraudes y mafias . . . 163
5. La traición de los clérigos ............................................ 177
F u en tes .................................................................................. 193
A manera de introducción
Con honrosas excepciones, la izquierda, sea cua! sea su de
nominación de origen, pero particularmente la mexicana,
que es la que me interesa en este contexto, no suele ofrecer
disculpas, hacer confesión de parte, retractarse, efectuar una
revisión de conciencia profunda y comprometida. Esa es, sin
duda, una de las conclusiones más tristes y más difíciles de
refutar cuando se estudia su historia a lo largo del siglo XX y
lo que ha trascurrido del XXI. A ilustrar ese hecho es en par
te que están dedicadas estas páginas. No es, desde luego, un
ejercicio inédito en el ancho mundo. Uno de los escritores
ingleses más leídos, más vituperados y peor comprendidos
de los últimos años, M artin Amis, dedicó un libro entero,
Koba el Temible, a explicar y sobre todo explicarse el fenóme
no de la Unión Soviética, un infierno en los hechos que durante muchos, muchos años, incluso pasadas varias décadas
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desde que se conocieran las primeras evidencias del Gulag y las torturas a manos de la KGB, fue visto en el universo de las ideas como un paraíso igualitario y libre por gran parte
de la intelligentsia occidental. Amis tiene antecedentes más
que ilustres en su país, como George Orwell, y en España,
Jorge Semprún. También, desde luego, en Francia, con el fi
lósofo y sociólogo Raymond Aron, un socialista que acabó
por convertirse en un implacable crítico del comunismo en
palabra y hechos, o el gran Jean-Fran^ois Revel, un veterano
de la resistencia antinazi y asimismo militante socialista que
terminó por defender con ironía, sentido común y firmeza
el liberalismo democrático, todavía hoy tan denostado.
A Revel, como a la mayor parte de los disidentes del
bloque socialista, muchos de ellos antiguos militantes de
izquierda —Milán Kundera, Leszek Kolakowsky, Czeslaw
Milosz, Guillermo Cabrera Infante—, lo conocemos gra
cias a los esfuerzos editoriales de Octavio Paz, prim erísi-
mo entre los prófugos del pensam iento filototalitario tan
habitual en la prim era m itad del siglo XX, sino es que en
las prim eras tres cuartas partes. Y es que México, pese a la
entrada quizá demasiado categórica a estas notas in troduc
torias, tam poco es ajeno a esas revisiones de conciencia.
Paz, sin dejar de ser un hom bre de izquierda, a pesar de
todos los vituperios que le llegaron desde la izquierda —se
suele olvidar que mantuvo siempre una distancia crítica
con los Estados Unidos, que dudó por instinto del libre
mercado, que simpatizó con Zapata y que solo muy ta r
díamente entendió las virtudes del liberalism o—, fue pre
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cozmente lúcido a la hora de pensar en el totalitarismo de izquierda, que vislumbró, como Orwell, en la Guerra Civil española. Igual que Paz, en México han sabido hacer aná
lisis de conciencia y desde ese análisis desarrollar una crí
tica metódica, inform ada y sensata el historiador y analista
político Enrique Krauze, el antiguo militante com unista y
antropólogo Roger Bartra y desde luego Luis González de
Alba, líder del movimiento del 68, fundador del periódico
La Jornada y unos cuantos partidos de izquierda, el último
de ellos el Partido de la Revolución Democrática (PRD), a
quien debemos la mejor novela sobre los días atroces del
68, Los días y los años, más una gran cantidad de artículos
periodísticos mediante los cuales, con tal de que un editor
se diera a la tarea, podría construirse una historia a con
tracorriente, cáustica, políticamente incorrecta, de los ú lti
mos treinta o cuarenta años de izquierda organizada.
No obstante esta nóm ina de notables excepciones, la
afirmación sigue vigente: la izquierda, en general, no ofrece
disculpas ni hace análisis de conciencia, como los lectores,
espero, podrán comprobar en las siguientes páginas. Ahora
bien, ¿de qué, exactamente, tiene que disculparse? Después
de todo, en términos generales su trayectoria reciente ha
sido positiva, en la medida en que ha seguido un proceso
digamos civilizatorio en el cual las pulsiones violentas, los
afanes revolucionarios, que fueron su gran vicio durante la
mayor parte del XX, han cedido ante los impulsos reformis
tas y democráticos. De hecho, no fue poco lo que hizo la izquierda mexicana por la democratización del país. El año de
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inflexión es el 68. No es que faltaran antecedentes libertarios
a nuestra izquierda. Ahí están los esfuerzos de emancipa
ción sindical de figuras como Demetrio Vallejo o Valentín
Campa, líder de la lucha ferrocarrilera, comunista que dis
gustó al Partido por su heterodoxia rebelde y fundador del
Partido Socialista Unificado de México, o la inteligencia li
beradora de José Revueltas, un escritor católico y comunista
no autoritario, ajeno a paradigmas ideológicos, que pagó en
la prisión de Lecumberri su congruencia política. Con todo, la
izquierda primigenia mexicana, tanto la falsa, como los Ba
tallones Rojos que pelearon al lado de Alvaro Obregón en
los días de furia revolucionaria, como la verdadera, digamos
la de un pintor como Siqueiros, que incluso trató de asesinar
a León Trotski, o la de Vicente Lombardo Toledano, tenían
mucho menos que ver con las libertades individuales y los
derechos humanos que con la fe revolucionaria tipo leninis
ta y las organizaciones colectivas. Era una izquierda mesiá-
nica, de dogmas, sin grietas ni juegos de cintura.
Por contraste, parece obligado recordar que al movi
miento estudiantil del 68 y sus entornos debemos eso que
llamamos la sociedad civil, es decir, el ejercicio civilizado de
la política entendida como una atribución ciudadana, y no
solo como un privilegio de las élites en el poder. A ellos de
bemos asimismo buena parte de nuestra libertad sexual,
de expresión, de prensa y de reunión, para remitirnos a los
grandes temas, pero también aparentes minucias como el de
recho masculino a llevar el pelo largo, vestirnos como mejor
nos parezca o tratar a nuestros padres sin la obediencia ciega
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que estábamos obligados a ofrendarles hace no tantos años,
cuando les hablábamos de usted y los saludábamos con un
beso en la mano, como hacía Gustavo Díaz Ordaz en la foto
reproducida en el cartel de su campaña presidencial, ese que
decía: «Sólo el que sabe obedecer sabe mandar.» Los lectores
que quieran darse una idea de lo que significaba vivir en ese
México jerarquizado y mojigato, es decir, de lo que significa
ba plantarle cara al ogro filantrópico que era el Estado mexi
cano, pueden darse un chapuzón en las páginas de Disparos
en la oscuridad, la exitosa novela-biografía sobre Díaz Ordaz
que publicó Fabrizio Mejía Madrid en 2011, o, claro, en el
notable ejercicio biográfico de Enrique Krauze, «El sexenio
de Díaz Ordaz», contenido en La presidencia imperial.
Más recientemente, a partir de fines de los 80, cuando
Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo decidieron
separarse del Partido Revolucionario Institucional (PRl),
fundar la Corriente Democrática e impulsar al primero
como candidato de oposición a la presidencia, pero sobre
todo negarse a luchar contra el fraude del 88 por la vía vio
lenta, le debemos también a la izquierda la lección invalua
ble de que era posible remover al tricolor del poder por la
vía legal, como hizo el PRD en la Ciudad de México en el
año 98 y luego Vicente Fox, del Partido Acción Nacional
(PAN), en 2000, como ganador de las presidenciales.
Aún más recientemente, y sin ningún afán de exhaus-
tividad, habrá que recordar que a la izquierda debemos
la prueba tangible de que una mujer puede gobernar un
estado o una ciudad tan compleja como la de México; la
trasform ación en política de la premisa que dice que las
preferencias sexuales distintas a la hetero son eso, prefe
rencias, y no aberraciones ni mucho menos crímenes; no
solo la posibilidad de que el aborto sea un tema que pueda
discutirse libremente, sino el hecho de que se haya despe
nalizado, o el que la legalización de las drogas pueda no
ser vista universalm ente como una panacea, pero sin duda,
como tema, merezca ser parte de la llamada agenda política
nacional. Sin olvidar el hecho em ocionante de que las per
sonas del mismo sexo puedan cometer el error que hemos
cometido los demás durante siglos: casarse.
No obstante, hay al menos dos vicios contundentes,
arraigadísimos, que han hecho de nuestra izquierda, tam
bién, una zona de desastre; de ahí, espero, la conveniencia
de este libro. El prim ero es el del atavismo ideológico. ¿Por
qué un partido que ha sabido triunfar políticamente por
la vía legal, como el PRD, se siente obligado a ponerse a
disposición de un movimiento de resistencia civil tan agre
sivo como el que impulsó Andrés Manuel López Obrador
tras las elecciones de 2006? Antes de eso, ¿por qué se vol
có a apoyar a un movimiento etnicista y violento como el
EZLN?, ¿por qué decidió entregarle las llaves de la ciudad a
un dictador como Fidel Castro? Al margen del PRD, ¿cómo
llegó a tener el apoyo masivo que tuvo en sus buenos días el
Subcomandante Marcos? ¿Por qué, en general, los políticos
e intelectuales que se promueven como socialdemócratas
o izquierdistas m oderados son incapaces de sustraerse al efecto de los caudillos, los salvadores, los iluminados? ¿Por
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qué su renuencia a usar la fuerza pública contra m ovim ien
tos estudiantiles ostensiblemente violentos, como lo fue el
Consejo General de Huelga durante el cierre de la Universi
dad Nacional en 1999? Tales son los atavismos de la izquierda.
No solo de la mexicana, pero sin duda también de ella.
El otro vicio, al menos igual de grave, es el de la corrup
ción. Nuestra izquierda nació denunciando los enjuagues
del PRI, pero no tardó en ser exhibida, incluso mediante
videos bochornosos, inolvidables, en su propia corrup
ción. Nuestra izquierda nació y creció en la lucha contra
los fraudes electorales, pero se exhibió en al menos cuatro
elecciones internas como pocas veces nadie se ha exhibido.
Nuestra izquierda ha sido en algún caso responsable, tam
bién, de presuntos vínculos con el narco, y de la prom oción
de figuras tan grotescas como la de Juanito o René Bejara-
no. Sobre todo, nuestra izquierda se ha negado por sistema,
una y otra vez, a asumir plenamente sus responsabilidades
sobre estos actos. El más representativo de sus grandes cau
dillos recientes, Andrés Manuel López Obrador, un experto
en torear con sus responsabilidades como funcionario, ha
creado, de hecho, toda una terminología destinada a expli
car cómo una falta suya o de sus allegados descubierta in
fraganti, valga decir, un hecho rotundo, puede ser desnuda
da como parte de una conjura para desacreditarlo y ponerlo
fuera del carril rum bo a la presidencia del país, que tantas
bendiciones traería al «pueblo». La palabra más taquillera
de esa terminología es por supuesto compió, parte neurálgica de la cultura política mexicana contemporánea.
De estos dos vicios, para empezar, habla este libro. Pero hay un tercero que debe sumarse a la lista y del cual no son
responsables los políticos sino los intelectuales o, para m a
yor precisión, los intelectuales sobre todo, pero en general
los gremios de la cultura y la comunicación. Hablo de la
enésima traición de los clérigos, según la bautizó el ensayista
francés Julien Benda. ¿A qué se refería Benda? A la renuncia
de las castas intelectuales a sostener un pensamiento pro
pio, autónomo, congruente con las propias convicciones, en
nombre de la ideología o el interés. Judío parisino nacido en
1867, Benda vio pasar frente a sus ojos los dos totalitarismos
del siglo XX, el nazismo y el comunismo, y el asqueante es
pectáculo de las élites intelectuales francesas en el acto de
militar en uno u otro bando, particularmente en el segundo
y, lo que es mucho peor, en el de escribir con la pluma del
que milita. En México, no han sido pocos los clérigos que
han prescindido del ejercicio del pensamiento autónomo
para aplaudir sin matices al caudillo en turno. Véase sino lo
que ocurrió con el Subcomandante Marcos, en su momento
transformado en una especie de profeta de la nueva izquier
da, o con Andrés Manuel López Obrador, que se las arregló
para convertir en furibundos militantes a politólogos, nove
listas, actores, directores de escena y cineastas.
Pero, ¿por qué un libro sobre la izquierda, específicamen
te? ¿Por qué no escribir sobre el priismo o el panismo, ni
m ucho menos libres de varios de los pecados arriba m en
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cionados y de otros cuantos más? Hay diversos motivos.
El prim ero es de orden estrictam ente autobiográfico. Para
un nieto e hijo de refugiados españoles, educado en una
escuela fundada por el exilio y luego en la Facultad de Fi
losofía y Letras de la UNAM, y por añadidura curtido en
festivales de oposición, marchas de oposición, prensa de
oposición, libros de oposición y hasta comida de oposición
—en años de no tanta m esura como los que vivimos, había
comida de procedencia ideológica intolerable, como la que
se fundaba en las grandes empresas trasnacionales, igual
que se considera hoy intolerable el café de Starbucks—,
pensar en la izquierda como la depositaría en exclusiva del
pensam iento crítico y libertario o la prom otora no menos
exclusiva de cualquier política social admisible fue por
m uchos años tan natural como respirar. Amanecer a una
realidad tan diferente a esta certeza es un paso que lleva a
muchos cuestionamientos. Vale la pena responder a ellos,
desde luego, pero no solo por motivos personales. Ni si
quiera principalm ente por motivos personales.
Por mucho desencanto que se atesore y mucho con
servadurism o que se haya asimilado con los años, es im
posible no entender que una alternativa de izquierda ra
zonable, hecha al diálogo, es indispensable para cualquier
país, en especial para uno como el nuestro. Las izquierdas
m oderadas de Europa, sobre todo —la alemana es un buen
ejemplo—, pero tam bién las de los Estados Unidos, como
las incorporadas al Partido Demócrata, e incluso las de América Latina, particularm ente los socialistas en Chile o
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el presidente Luis Inazio Lula da Silva en Brasil, han tenido
éxitos notables en dos terrenos que los partidos socialde-
mócratas en el poder no siempre supieron manejar con la
misma eficacia: el social, para llamarlo de un m odo acaso
no tan preciso como sería deseable, y el económico. En lo
social, es inútil decirlo, es en im portante proporción a la iz
quierda que debemos, en el m undo como —decía— en M é
xico, los cambios dramáticos en las políticas públicas frente
a las m inorías sexuales, el aborto o la educación pública,
que solo a su impulso ha conseguido librarse de mocherías
y patrioterismos. La buena noticia es que esos cambios no
tienen que ir acompañados de estallidos económicos tipo
la Venezuela de Chávez, un probable récord m undial de
dispendio. Seguramente recordarán los lectores que Brasil
y Alemania sobrevivieron bastante airosamente a la crisis
m undial de 2009, y que al mismo tiem po Brasil ha obteni
do magníficos resultados en la lucha contra la pobreza.
¿No los hunden estas reflexiones en una especie de m e
lancolía envidiosa? Con afán de partir de lo evidente, una
necesidad cuando lo evidente se pasa por alto, diré que es
imposible poner a rodar políticas de lucha contra la pobre
za sin dinero y que la única m anera de que una economía
produzca dinero es con apoyo en empresas solventes y m o
dernas, libres de ataduras y centralismos. Invito a los lec
tores a visitar las ideas del Subcomandante Marcos sobre el
capitalismo, propias de la radicalidad marxista-leninista de la cual surgió y que al parecer no term ina de abandonar sus células pese a la quimioterapia de realidad de la historia re-
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cíente, o las de Andrés Manuel López Obrador, nostálgico
de un estatalismo como no se ve desde hace años, salvo en
países como Venezuela o Bolivia, con los resultados que to
dos conocemos. ¿Que exagero? Los invito a leer su libro Un
proyecto alternativo de nación, donde quedan contenidas
sus ideas sobre la economía, expropiadas, se diría, de al
gún m anual setentero de economía estatalista. Ni siquiera
Cuauhtém oc Cárdenas, quien se reivindica en las siguien
tes páginas como un político generalmente mesurado y sin
duda honesto, se salva en estos terrenos. Él tam bién cae en
esos pecados, en una proporción al menos equivalente a la
del Peje.
Invito a los lectores, pues, a deprimirse un rato con las
páginas que siguen pero también, si logran ponerse en un
estado de ánimo sanamente cínico, a divertirse con nuestras
miserias políticas y morales. En el peor de los casos, creo,
servirán solo como una glosa de nuestros últimos años de
grotesco político, un recuento espero que oportuno de al
gunas de las turbulencias más sonadas de la vida política
mexicana. En el mejor, contribuirán a una reflexión aunque
sea silenciosa, quizás incluso a un ajuste de cuentas interior.
¿Quiénes son los protagonistas de estas páginas? Son los
protagonistas de la agitada vida política mexicana, se en
tiende que los de izquierda, desde 1988, el año en que por
prim era vez el PRI se vio severamente sacudido en las u rnas y, plausiblemente, impuso a Carlos Salinas de Gortari
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por la vía de un fraude electoral. Muchos de esos actores
conservan el protagonism o que adquirieron en aquellos
años; otros, caso de Andrés Manuel López Obrador, dieron
entonces sus prim eros pasos significativos.
Dedico el prim er capítulo a los orígenes de la más im
portante entre las fuerzas políticas de la izquierda mexicana
reciente, el Partido de la Revolución Democrática, nacido
de hecho, aun cuando no de nombre, con las elecciones del
88. No es que ese partido haya llegado al m undo envuelto en
un manto de pureza, ni mucho menos, o que el primerísi-
mo de sus fundadores, Cuauhtém oc Cárdenas, me parezca
libre de reproches, pero es evidente que aquella institución
gozó de un prestigio que no estaba injustificado, su oposi
ción al régimen priista fue a m enudo inteligente y justa, y
muchas de las virtudes que le dieron consistencia se deben
en buena medida al propio Cárdenas. ¿Se trata entonces
de un capítulo optimista y encomiástico?, preguntarán los
lectores. De ninguna manera. El PRD enseñó sus flaquezas
relativamente pronto y cayó en abismos muy negros a nada
de term inar su prim er m andato en el DF, cuando Cárdenas
abandonó la jefatura para ir en busca de la presidencia y
dejó en el cargo a Rosario Robles. El resto es un cuento que
todos podem os contar. Su relación con el empresario Carlos
A hum ada detonó, en buena medida, uno de los escándalos
más sonados de los últimos años, el de los famosos videos.
Protagonistas de este capítulo son, por afinidades naturales, los integrantes del CEU, el movimiento universitario que desató la prim era huelga en la UNAM y acompañó a Cárde-
ñas hasta su prim era candidatura lejos del PRI y, más tarde,
hasta el poder. Protagonista es tam bién el CGH, el otro gran
movim iento estudiantil, m ucho más radical, que cerró la
Universidad durante meses y te rm inó por m order el cuello
de quienes en buena proporción fueron responsables de su
auge, los veteranos del CEU, que incurrieron en ese viejo
error de la izquierda moderada: pensar que la o tra izquier
da, la mesiánica, es manipulable.
El segundo capítulo es sobre la alquimia: solo la alqui
mia explica que, pasado el desplome de los socialismos rea
les, caído el m uro de Berlín y ventiladas las atrocidades del
régimen de Castro, un marxista duro reciclado como et-
nicista más bien cursi, el Subcomandante Marcos, se haya
convertido en el éxito de taquilla y sobre todo en el emble
ma de la izquierda libertaria que fue durante unos cuantos
años, antes de ser absorbido, o quizá dejarse absorber, por
el relativo anonim ato en que vive actualmente.
Marcos es el protagonista de este capítulo pero no el
único actor. Este viaje a Chiapas exige una ojeada a la vida
del obispo Samuel Ruiz, otro inexplicable emblema de la
lucha por la libertad y, no con la profundidad que sería de
seable, también a los movimientos guerrilleros que dieron
pie al neozapatismo. Es el capítulo con más aproximacio
nes al mesianismo de izquierdas, con todo y que en el si
guiente hay un com petidor de respeto por ese título.
El com petidor es, por supuesto, el Peje: Andrés M anuel López Obrador. Un competidor, insisto, muy serio. Anclado siempre en las vías electorales de acceso al poder
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y transform ación de la sociedad —porque su discurso ha
sido siempre el del cambio radical de la sociedad, al punto
de usar incluso, eventualmente, el térm ino «revolución»—,
O brador ha llevado la lucha por el poder a los lindes con
la m arginalidad abierta, a veces en franco desafío a la ley
Nadie ilustra mejor que él la trasform ación de la izquier
da electoral mexicana de 1988 a 2012, aunque su discurso,
desde 2011, se ha m oderado o al menos se ha cubierto con
una capita de barniz de m oderación, como prueban sus re
ferencias a la «República amorosa».
Incluso convertido a la política amorosa, Obrador no
viaja ligero. Su equipaje incluye nombres tan pesados, tan
estridentes, como los de los arriba mencionados Bejarano o
Juanito. La erosión moral del perredismo proviene sin duda
de diversas fuentes, pero no es posible desdeñar la aporta
ción del entourage obradorista, séquito responsable de al
gunos de los episodios más grotescos de la escena política
reciente. A ellos daré también el protagonismo que merecen.
En el cuarto capítulo se tratan los últimos superdesfigu-
ros públicos del PRD, específicamente los grandes fraudes
electorales en las elecciones internas y los escándalos p ro
vocados por dos de sus candidatos locales, presuntamente
vinculados al crimen organizado, con pruebas que al menos
merecen ser tomadas en cuenta. Son los casos de las eleccio
nes de 1999, criticada duram ente por el propio Cárdenas; la
de 2007, la de 2008 y por supuesto la de 2011. Significan,
las cuatro, el despeñamiento definitivo de una organización que, habrá que repetirlo una y otra vez, nació de manera
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prioritaria para enfrentar las violaciones electorales del PRI, la vieja cultura del fraude, pues. Pero incluso estas exhibi
ciones impúdicas palidecen ante los dos casos espeluznan
tes de m atrim onio entre la política y el narco que prota
gonizaron dos dirigentes perredistas de no baja jerarquía.
El primero, Julio César Godoy, medio herm ano de Leonel
Godoy, entonces gobernador de Michoacán, quien llegó a
presidente municipal de Lázaro Cárdenas y a diputado. El
segundo es Gregorio Sánchez Grez o Greg, presidente m u
nicipal de Benito Juárez, Quintana Roo, es decir de Cancún
entre otras plazas, y candidato a gobernar ese estado.
El libro concluye con la m encionada «traición de los
clérigos». Benda, decía, se refiere en la obra de ese nom bre
a los intelectuales sojuzgados por la ideología. Yo prefiero
no circunscribirm e a esa categoría, la de intelectual, que
resulta a la vez demasiado ambigua y demasiado limitante,
y poner la m ira en los m uchos y muy diversos personajes
públicos que, enfervorecidos de un m odo que solo había
mos visto en los días del auge zapatista, se volcaron a la
fe obradorista con maneras próximas a las del comisario
político, antes que a las del hom bre de ideas o de creación.
Desde luego, este libro nació también con las elecciones de
2012 como un nada claro pero muy cercano horizonte. En
2011, Marcelo Ebrard reconoció a Andrés Manuel López
Obrador como candidato electoral de la izquierda, que a la hora de pergeñar estas líneas parece haber alcanzado la un i
dad tantas veces perdida de m odo al menos transitorio, con
vistas a las elecciones. Ebrard será tan cuestionable como
se quiera, para empezar por su empeño incomprensible en
palmear la espalda de Obrador una y otra vez al punto de
apoyar, por ejemplo, sus bloqueos en 2006, pero es difícil
negar que la ciudad vivió bajo su mandato momentos muy
decorosos. Entre otras cosas, impulsó políticas cuerdas de
transporte público, incentivó el uso de la bicicleta, hizo
lo posible por controlar la abundancia de automovilistas
ebrios con los alcoholímetros, confrontó a los vendedores
ambulantes y los microbuseros e incluso, no sabemos en
qué medida pero sin duda en alguna, mantuvo una políti
ca eficaz de seguridad pública. Al bajarse del caballo a m e
dia carrera, ignoramos si por resignación o lealtad, Ebrard
complació hasta lo oprobioso a López Obrador, a gran par
te de las tribus perredistas y a la izquierda mediática dura.
El precio: dejar sin opciones de voto a muchos ciudadanos
convencidos de que la izquierda puede y debe gobernar este
país, pero hartos de los delirios mesiánicos del candidato
tabasqueño, la insultante corrupción de algunos de sus se
guidores cercanos y la radicalidad añeja de otros tantos.
¿Esperan los lectores una respuesta a la pregunta de por
quién votar, es decir, un libro que los ayude a curar sus an
gustias frente a unas elecciones que no dan muchos motivos
para el contento? Pónganse en la misma cola en la que está el
autor: no hay tal respuesta, no en todo caso en estas páginas.
Sin embargo, es probable que sí encuentren aquí un retrato, más o menos acucioso, de las izquierdas que se nos dejaron
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venir en las últimas décadas. ¿Qué relación guarda este re
trato con el proceso electoral de 2012? La respuesta no es tan
evidente. Por un lado, algunos de los protagonistas de este Li
bro negro, como el obispo Samuel Ruiz, ya murieron. Otros,
como Cuauhtémoc Cárdenas, viven en la tranquilidad de la
jubilación. Otros más, como el propio Ruiz o el Subcoman-
dante Marcos, no creyeron nunca en eso que conocemos
como democracia representativa, es decir, en las elecciones;
de ahí que en 2006 Marcos, rebautizándose como Delega
do Cero, hiciera una extensa y totalmente inútil campaña
en contra del voto. Otros, casos de Rosario Robles y Carlos
ímaz, protagonistas del «ajfaire Ahumada», parecen caídos
en desgracia y por lo tanto ajenos a cualquier protagonismo
político inmediato. Por fin otros, en concreto la dirigencia
del CGH, se desvanecieron como lágrimas en la lluvia luego de
que la Policía Federal los echara de Ciudad Universitaria.
Es cierto, además, que los protagonistas de este libro lle
garon a las ocho columnas desde planteamientos políticos
muy distintos, en épocas distintas y escenarios distintos.
Y no obstante todos estos matices y distinciones, el li
bro que el lector tiene en las manos es un retrato de fami
lia. Todos los actores de esta tragicom edia política tienen o
tuvieron relaciones muy cercanas entre sí y diseñaron ju n
tos, de un m odo u otro, el panoram a actual de la izquier
da electoral. Marcos term inó por torpedear como mejor
pudo la imagen de Cárdenas en los años 90 y la campaña del Peje en 2006, pero antes de ello colaboró con uno y otro de diversas maneras, para empezar en las negociacio
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nes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
con el gobierno. Samuel Ruiz y Marcos se enfrentaron y se
abrazaron políticamente a partes iguales; asimismo López
O brador y Cárdenas colaboraron en varios procesos elec
torales, y en la solidificación del PRD, antes de su aparente
divorcio actual. Los dos grandes movimientos estudiantiles
de las últimas épocas, el CEU y el CGH, se enfrentaron in
cluso violentamente a fines de los 90 e inicios del milenio,
pero antes de eso firm aron ese fugaz m atrim onio de conve
niencia que, decía, term inó por estallar en la cara del CEU.
Este movimiento, por otro lado, puso a la mayor parte de
sus líderes en posiciones de poder, gracias a su familiaridad
natural con el movimiento de Cárdenas, pero no pocos de
ellos siguen en las lides electorales bajo el ala protectora
de AMLO. Juntos, como una familia disfuncional, es decir,
como una familia, han escrito la biografía de la izquier
da que trato de esbozar en estas páginas. Con un poco de
suerte —de suerte para ellos—, nos gobernarán.
Así que, para terminar, déjenme repetir la invitación
que hice poco antes: pasen y deprím anse un poco. Si pue
den, diviértanse también.
La venganza de Cuauhtémnc
El epitafio
Empecemos la historia por el final, es decir, con un epita
fio no real, porque m uertos por fortuna todavía no conta
mos, pero ciertam ente merecido. El epitafio consta de una
sola palabra: fraude, y la tum ba en la que debería figurar,
desde luego metafóricamente, es la tum ba de la izquierda
mexicana de hoy. Porque así, con un fraude plausiblemente
real, empezó su pedregoso camino, y con otro, francam en
te irreal, ha marcado su últim o rum bo y sin duda también
su futuro. Entre uno y otro, la palabra ha aparecido mucho
más de lo deseable.
La tram a del prim er fraude es bien conocida, hasta
donde tal cosa es posible. El 6 de julio de 1988, día de las elecciones para la presidencia —y para las cámaras de di-
3° EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A
putados y senadores—, dejó su voto en la urna un contento
Cuauhtém oc Cárdenas Solórzano. No le faltaban razones
para estarlo. Hijo del general Lázaro Cárdenas, priista de
largo recorrido que llevaba un camino ya también largo en
la oposición, a la cual se había sumado en congruencia con la
certeza de que el partido tricolor había dejado de ser fiel
a los ideales de la Revolución Mexicana, en ese m om en
to fungía de candidato a la presidencia bajo las siglas del
Frente Democrático Nacional (FDN).
El Frente estaba formado por una larga nóm ina de or
ganizaciones y varios partidos de izquierda o que al menos
habían aceptado identificarse como tales —se contaba en
tre ellos el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana,
p a r m , que francam ente escapaba a tal clasificación—, a
los cuales respaldaba una respetable cantidad de votantes.
Muy respetable: parecía que, en efecto, el PRI estaba por
abandonar Los Pinos, luego de sesenta años de inquilinato,
porque las encuestas, muchas de ellas, apostaban al triunfo
del FDN.
Lo contento le duró poco. Predeciblemente, la jornada
no trascurrió en calma; las elecciones, entonces, rara vez
trascurrían en calma. Al margen de las cifras, el m onstruo
en el poder cargaba con eso que m uchos años más tarde el
ya expresidente Carlos Salinas de Gortari llamó sin mayores
detalles «descontento social», un estado de ánimo colectivo que él atribuyó a la crisis económica del 87 y que probable
mente respondía a esa crisis y a otras varias, pero tam bién a la suma de sexenios de corruptela, inoperancia econó
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 3'
mica y represión o, más recientemente, a la prodigiosa in
competencia con que las autoridades habían gestionado el
terrem oto del 85 en la Ciudad de México, vengada con el
abucheo masivo del Estadio Azteca al presidente Miguel de
la M adrid, el día de la inauguración del M undial de Fútbol
de 1986. En efecto, no lo tenía fácil el Revolucionario Ins
titucional, un gigante de sueño inquieto. Y ya se sabe que
cuando los gigantes despiertan, el m undo tiembla.
La inform ación sobre aquella jornada no es fácilmen
te verificable. Rosario Robles, ya entonces integrante del
equipo de Cárdenas, cuenta en Con todo el corazón. Una
historia personal desde la izquierda que ya durante la m a
ñana de aquel día empezaron a llegar datos que indicaban
que el ingeniero Cárdenas llevaba la delantera. Fue en ese
contexto de optim ism o que, hacia el mediodía, Cárdenas
empezó a recibir de todas partes del país informes sobre
casillas en las que a los representantes del FDN se les soli
citaba amablemente y a punta de pistola que se desistieran
de apersonarse, de autoridades locales abiertam ente vio
lentas, de negativas categóricas a consignar las protestas de
los representantes del Frente a los que sí se había perm itido
instalarse en la casilla, de urnas que llegaban llenas para
evitarle la molestia a los votantes.
A su vez, Cárdenas cuenta en Sobre mis pasos, una
compilación de m emorias políticas, que a prim era hora de
la tarde se reunió con los altos m andos del PAN. Manuel
Clouthier, candidato del blanquiazul, Carlos Castillo Pe- raza y Diego Fernández de Cevallos lo alcanzaron en casa
de Luis H. Álvarez, presidente del partido, para firm ar un
docum ento escrito por los intelectuales de la clase política
mexicana, Porfirio M uñoz Ledo, otro disidente del priismo,
fundador del Frente y antes de la Corriente Democrática, y
el m encionado Castillo Peraza. Lo firmó tam bién Rosario
Ibarra de Piedra, la recalcitrante líder social y candidata
por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), la
poco después desaparecida organización trotskista.
Los firmantes no lo sabían a la hora de rubricar el docu
mento, pero fue justo entonces cuando se «cayó el sistema»
y cambiaron para siempre el español de México, que adqui
rió una nueva, socorridísim a muletilla, y con el idioma el
país completo, sin vuelta de hoja.
En algún m om ento de la tarde el secretario de G oberna
ción, Manuel Bartlett, anunció que, con la pena, el comple
jísimo sistema electoral mexicano había sufrido un colapso
cibernético. En una entrevista posterior con el periódico
La Jornada dijo que él jamás había usado una expresión si
quiera parecida a la de la caída. Aparentemente es cierto,
pero a ver quién logra quitarle el estigma. En retrospectiva,
sorprende lo diferente que era aquel México y lo permisivo
que era con el secretario de Gobernación, una figura que de
solo ser nom brada provocaba escalofríos en el opositor más
curtido. De entrada, correspondía al secretario, es decir, a
un miembro del gabinete presidencial, fungir de titular de
la Comisión Federal Electoral, o sea, en estricto sentido,
ser juez y parte. No: no existía un órgano autónomo, como lo es hoy, a despecho de las críticas, muchas justificadas, el
3 2 EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C 33
Instituto Federal Electoral (IFE). Para todo fin práctico, la
limpieza de las elecciones quedaba en manos del gobierno
priista en turno. Tocó a Bartlett pasar a la historia como el
responsable del presunto mayor cochinero del priismo, es
decir, el mayor cochinero de un sistema que se las había
arreglado para ofrendar al m undo una abundante term ino
logía del fraude electoral: ratón loco, carrusel, embarazo de
urnas, secuestro de ídem. O sea, un sistema que, si de frau
des se hablaba, algo tenía que opinar.
¿Hubo, efectivamente, fraude? Que cada lector saque
sus conclusiones. La Comisión Federal Electoral arrancó la
sesión del 6 de julio a eso de las cinco de la tarde. Para ga
rantizar una cuota m ínim a de transparencia, los partidos
tenían acceso al sistema de la Comisión al mismo tiempo
que esta, de suerte que pudieran contar los votos sim ultá
neamente. El escándalo se desató cuando el secretario de
Gobernación leyó ante el pleno los prim eros resultados, se
gún los cuales el PRI había arrasado en el distrito de Tula,
Hidalgo, y el representante del p a r m alzó la m ano con el
acta oficial, a su vez firmada por los representantes de to
dos los partidos y los funcionarios de casilla, al tiem po que
alzaba la voz para avisar a la concurrencia que, con la pena,
los datos ni de lejos coincidían con los que acababa de leer
el señor secretario. En adelante, todo es confuso. La sesión
quedó suspendida casi de inm ediato y, a poco, se anunció la m entada caída.
Si no hubo fraude, poco ayudaron a convencernos de ello los cantinflismos de entonces y después del presidente
E L L I B R O N E G R O D E L A I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A
en funciones, Miguel de la Madrid; del candidato ganador,
Salinas de G ortari, y del propio Bartlett. Sobre todo, no
ayudó la turbiedad comunicativa im perante en torno a lo
que debería haber sido la peor concatenación de infortu
nios jamás vista. El conteo no llegó al público sino hasta
72 horas después, luego de que De la M adrid diera la o r
den de suspender el flujo de inform ación para «analizarla
y computarla», según los térm inos que usa en su libro de
mem orias Cambio de rumbo. Los datos son, ciertamente,
llamativos. Bartlett proclamó ganador a Salinas de Gortari
con un 50% de los votos, contra un 31% para Cárdenas y
un com parativamente exiguo 17% para Clouthier. Las ci
fras de Cárdenas, que no estamos obligados a dar por bue
nas pero que hablan del abismo que mediaba entre ambas
posiciones, la oficial y la opositora, dan por ganador al p ro
pio Cárdenas con el 42% de los votos, contra un 36% para
Salinas y un 22% para Clouthier.
En realidad, para los fines de este texto no es tan im
portante si hubo fraude o no lo hubo. Lo relevante es que
Cuauhtém oc Cárdenas estaba y está convencido de que el
fraude existió y al fraude decidió responder de un modo
que, como sabe cualquiera que haya leído los periódicos de
2006 a la fecha, no es precisamente el habitual desde hace
algunos años.
No eran pocos los que clamaban por una franca, abierta
insurrección, aunque carecemos de evidencia de que entre esos pocos se contara algún dirigente del FDN. El 16 de ju lio, el Zócalo estaba a reventar de manifestantes que en res
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T E M O C 35
petable proporción clamaban por una embestida popular
que se dirigiera a Palacio Nacional y tum bara de una buena
vez al otro sistema, el de toda la vida, el de carne y hueso.
Al PRI. No fue, ni de lejos, la única movilización. Días an
tes, el 12, se habían lanzado a las calles algunos seguidores
del PAN encabezados por Manuel Clouthier, que intentó
llegar hasta De la M adrid en el Palacio de Bellas Artes y no
lo hizo porque se le interpuso la seguridad del presidente,
pistola en mano. El ambiente, ya se ve, estaba cargadito.
No pudim os com probar qué habría sucedido si Cárdenas
hubiera optado por mover a la gente en esa dirección. M e
nos mal. El ingeniero dice en su libro (p. 256) que muchos
años después «dos o tres personas, funcionarios de aquella
época», le contaron que en el Palacio estaba un nutridísim o
contingente militar que esperaba órdenes para abrir fuego
contra quien hubiera que abrirlo, artillería incluida. Nunca
podrem os confirmarlo.
En cualquier caso, Cárdenas siguió un camino que, a
la larga, les dejaría buenos réditos a él y en general a la iz
quierda mexicana.
Instintos negociadores
Al ingeniero Cárdenas podrá reprochársele lo que se quie
ra, pero nadie puede discutir que el diálogo y el respeto
a las leyes, eso que pom posam ente se llama «institucio- nalidad», se le dan bien. Sus reflejos, ante la evidencia del fraude, lo llevaron a dejarse caer en la Secretaría de Gober-
E l L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
nación el mismo día de las elecciones, hacia las ocho de la
noche. No llegó solo: estaban con él Manuel C louthier y
Rosario Ibarra, seguros como él de que el proceso electoral
llevaba pegada la etiqueta de «ilegal», una de esas etiquetas,
lo sabemos 23 años y pico después, pegajosas, pertinaces,
tercas. De poco sirvió la visita. Una larga semana después,
el 13 de julio, el secretario de Gobernación proclamó gana
dor a Carlos Salinas de Gortari.
Sus instintos lo llevaron al diálogo incluso después, ya
perdidas sin remedio las elecciones. Previa invitación lle
gada de la m ano de Manuel Camacho, salinista que años
después lograría reconvertirse en integrante de fuste del
bando de López Obrador, Cárdenas se reunió con el presi
dente electo el 29 de julio. Fue una conversación larga, de
una hora y media más o menos según su testimonio, que
evidentemente no llegó a nada y cancelaba cualquier salida
negociada.
Pero si Cárdenas finalmente desistió del diálogo, no de
sistió de apelar a las leyes. El 9 de julio, fecha en la que en
teoría se darían al público los datos oficiales, habló frente
a los medios, sin ambages, de un golpe de Estado técnico,
pero también proclamó sin ambigüedades su decisión de no
llamar a la resistencia civil, esto es, a los bloqueos y las huel
gas de hambre, por ejemplo. Hubo ruedas de prensa con
Ibarra de Piedra y Clouthier, mítines, recorridos por el país.
Y hubo muertos. El 22 de agosto, cuatro estudiantes que ha
cían proselitismo en favor del Frente fueron abatidos, primeros en una lista de asesinatos que con el paso de los años
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 37
sería espantosamente grande. Pero ni así se movió del ca
mino el FDN. Visto desde esta perspectiva, qué nostalgia...
Y, se preguntarán los lectores que no conozcan la histo
ria, ¿qué hizo Cárdenas, qué hizo en general el FDN, más
allá de mítines y conferencias de prensa, ante el fraude?
Hizo un partido que alguna vez, hace mucho, tuvo una
reputación más o menos buena.
M uertos y más muertos
El últim o intento que hizo Cárdenas de revertir el fraude
consistió en dirigirse al presidente de la Suprema Corte de
Justicia, Carlos del Río Rodríguez. Es evidente, cuando se
lee su libro o se visitan las noticias de la época, que el exgo
bernador de M ichoacán sabía que ese paso era tan inútil
como todos los anteriores, y solo se decidió a darlo para
cubrir el expediente y dejar claro que por él no había que
dado; había exprimido, sin omisiones, todas las posibilidades
que le ofrecía la ley. De nuevo, qué nostalgia.
El siguiente paso fue, entonces, fundar un partido para
encabezar la embestida contra Los Pinos. La lista de orga
nizaciones de diversa índole que term inaron por fusionarse
para dar lugar al Partido de la Revolución Democrática es
interminable. En cambio, tres de los partidos que tiempo
atrás se habían fundido en el Frente se difum inaron en la
brega política. Por razones y en tiempos distintos, tanto el p a r m como el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN) y el Partido Popular Socialista (PPS)
3^ EL L I B R O N E G R O DE LA Í Z Q J J I E R D A M E X I C A N A
decidieron seguir por la libre. No tardaron en desaparecer
por el cruel síndrome de la falta de seguidores, frecuente en
un sistema electoral en que la competencia por inscribir un
partido es a codazos y cabezazos en la nariz, técnicas com
prensibles cuando lo que se juega es un negocio tan carno-
sito —busquen los lectores las cifras que se embolsan los
partidos—. Más afortunada o más lúcidamente, el Partido
Mexicano Socialista (PMS), fundado por un histórico de la
disidencia de izquierdas, el ingeniero Heberto Castillo, de
cidió asimilarse al nuevo experimento. Encontró con ello
un futuro. Aunque lo más probable, luego de fraudes elec
torales internos, bolsas con dinero en efectivo y militantes
acusados de vínculos con el narco, es que sea uno muy le
jano al que hubiera deseado un hombre con la mesura y la
decencia esencial de Castillo, aquel curtido opositor que se
sumó a las huelgas ferrocarrileras y al movimiento del 68,
pasó por Lecumberri y se la rifó en varias aventuras de organi
zación política sin ceder nunca a las tentaciones de la violen
cia. Murió en 1997, antes de que el PRD diera el campanazo
de gobernar la Ciudad de México, pero antes también de su
triste, muy triste, descomposición moral.
Parece que fue hace un siglo, de tan olvidado que tene
mos aquel periodo atroz, pero es un hecho que el Partido
de la Revolución Democrática pagó una carísima cuota en
m uertos antes de alcanzar sus años de gloria. Las cifras va
rían según la fuente, pero la cantidad que propone el propio Cárdenas es más o menos de consenso hoy en día. Entre finales del 88 y principios del 89, durante el proceso de orga
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 39
nización del partido, m urieron asesinados o desaparecieron
más de cuarenta militantes en varios estados. No eran los
primeros. Muy sonadamente, en julio del 88, fueron asesi
nados Javier Ovando y su asistente, Román Gil, encargados
nada menos que del cómputo electoral por el FDN. Luego
de las elecciones del 89 en Michoacán, asimismo señaladas
como fraudulentas por Cárdenas y el resto de la dirigencia
del partido, a esa cifra tenebrosa hubo que sum ar otros cin
co m uertos con violencia, y las cosas no fueron mejor en
Guerrero, donde se multiplicaron las muertes y las desapa
riciones. Al final del sexenio de Salinas, la cantidad de m ili
tantes m uertos rebasaba los trescientos, y en el siguiente, el
de Ernesto Zedillo, las cifras fueron semejantes.
O tra cosa es entender de dónde provinieron las órde
nes de asesinar a militantes perredistas a todo lo ancho
del país, órdenes que probablemente tuvieron orígenes y
motivaciones muy distintos y no necesariamente respon
dieron a un plan centralizado, cupular, de dar m uerte a la
oposición. Y otra cosa también es pasar por alto que del
lado perredista, a esas alturas, tam poco faltaron las reac
ciones violentas y esa misma resistencia civil que Cárdenas
no reconoce como estrategia propia. En cualquier caso, el
hecho es que los m uertos abundaron imperdonablemente
en un solo bando, convertidos en noticias reiteradas en la
prensa, y que la justicia para los casos fue con demasiada
frecuencia inexistente, otras veces dilatadísima y cuando la hubo, no siempre verosímil. Más im portante aún, el hecho es que ni ante tal escenario cedió Cárdenas a la tentación
V
de llamar a la ilegalidad, como no cedió después, ese m is
mo año, cuando dos matones cortaron con un exacto a su
hijo Cuauhtém oc entre advertencias de que dejaran de m e
ter ruido en Michoacán, ni años más tarde, en el 94, cuan
do intentó nuevamente hacerse de la presidencia y en su
opinión —mucho menos sólida— la m aquinaria del frau
de, en este caso avalada por el Instituto Federal Electoral,
volvió a clavarle una estaca.Decíamos que la estrategia cardenista, o quizás habría
que decir la fe cardenista , rindió frutos. En 1997, C uau
htémoc Cárdenas ganó las prim eras elecciones para jefe
de Gobierno de la Ciudad de México. ¿Sorprendente? Es
al menos discutible que así sea. Cárdenas y el resto de la
cúpula del partido clamaron, una y otra vez, contra las pre
ferencias francam ente priistas de los medios de com unica
ción, en particular de las televisoras, y sobre la presumible
movilización del viejo aparato de fraude del tricolor. Lle
gados a este punto, debemos subrayar un hecho significa
tivo. Si esas armas jugaron en su contra, no dejaron ver sus
efectos en las urnas chilangas, que a fin de cuentas ya antes,
en el 88, habían favorecido ampliamente a Cárdenas y que
tienen desde entonces fuertes inclinaciones perredistas. El
caso es que, en una elección donde fue a las urnas más del
70% de los capitalinos con credencial de elector, el partido
puso en nóm ina a 127 diputados m ientras Cárdenas se lle
vó el 47% de los votos, nada menos, y ocupó la oficina del
Zócalo el 5 de septiembre del mismo año 97. Pero la ocupó solo durante un par de años, para lanzarse como candidato
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L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C 4 '
a la presidencia, y al hacerlo abrió la puerta a dos o tres de
los escándalos más sonados del perredismo. Escándalos:
una m oneda de la que este no anda precisamente corto.
La bateadora emergente
No fueron pocos ni insensatos los resquemores que provo
có la idea de Cárdenas de abandonar la jefatura de gobierno
para lanzarse, otra vez, a contender por la presidencia, una
meta que algunos empezaban a ver como una obsesión. En
un país en el cual el PRI era todavía un partido hegemó-
nico y sus mecanismos para conservar el poder muy, en
serio muy eficaces, que la oposición se hubiera hecho legal
mente de la capital de la República, nada menos, y que ese
golpe democrático no desembocara en actos generalizados
de violencia, como alguno vaticinó, exigía del gobernante
en turno un compromiso a prueba de todo, una atención
obsesiva sobre los problemas de la megaurbe, que a fin de
cuentas debería demostrar que la izquierda era capaz de go
bernar a millones sin que llegaran el apocalipsis económico,
la guerra fratricida y el conflicto político desbocado. ¿Por
qué, entonces, dejar a los votantes con un palmo de nari
ces? ¿Por qué propiciar que los defeños fueran gobernados
durante la m itad de su periodo por una persona a la que no
habían dado su voto?
Sin embargo así ocurrió, y por un lapso bastante largo no parecía que esa decisión fuera a traer consecuencias
realmente lamentables ni para los ciudadanos, ni para el
42 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A
PRD. Se nos ha olvidado, tras los repetidos escándalos de
corrupción, pero el reemplazo de Cárdenas hizo un buen
trabajo, lúcidamente asentada en lo que podríam os llamar
un program a de centroizquierda, es decir, un program a
de gobierno respetuoso con el mercado, con las garantías
individuales y las diferencias políticas. Decimos asentada
porque el reemplazo de Cárdenas demostró, de paso, a un
país irrefrenablemente machista, lo que no debería hacer
falta demostrar: podem os ser gobernados por una mujer.
La mujer fue Rosario Robles.
Pocos políticos, del PRD o del cualquier otro partido,
salen vivos de Con todo el corazón. El libro se publicó en
2005, luego de la sucesión de escándalos que puso a Rosa
rio Robles fuera del partido y de la política en general, al
menos en un rol protagónico y al menos hasta la hora de
teclear estas líneas (no es raro ver regresos al ring político
mucho más sorprendentes). Uno de esos pocos es Cuauhté-
moc Cárdenas, al que la exjefa de Gobierno guarda una
lealtad que, a la fecha, no parece desmayar, y que de hecho
parece ser un sentim iento habitual en los allegados del lí
der michoacano. Se conocieron al final de los candentes
años 80, cuando Robles, egresada de la carrera de Econo
mía, trabajaba hom bro con hom bro con la dirigencia del
Consejo Estudiantil Universitario, el famoso CEU, para
frenar las reformas impulsadas en la UNAM por el rector
Jorge Carpizo, m ientras Cárdenas perfilaba su candidatura como opositor y buscaba apoyos en donde era obligado encontrarlos, o sea ahí, en la UNAM.
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 43
Los encontró, aunque ni tan inm ediata ni tan consen-
suadam ente como podría pensarse. La izquierda en gene
ral, y la universitaria en particular, nada más no se ponía de
acuerdo. M ientras el PFCRN y el PPS ofrecieron su apoyo
de inm ediato a Cárdenas, Rosario Ibarra prefirió m ante
ner una m uy trotskista independencia, pese a la opinión de
una parte nada desdeñable de su partido, el PRT, que ter
m inó por desembarcar en aguas cardenistas, y el PMS del
ingeniero Heberto Castillo dudó todavía por un largo rato
antes de sumarse a la candidatura del otro ingeniero. Al
final, sin embargo, Rosario Robles, como varios militantes
del CEU, destacadamente Carlos Imaz y Antonio Santos,
term inaron por hacer carrera junto a Cárdenas y después
de él.
Con el triunfo del PRD en la Ciudad de México, la ca
rrera de Robles dio un salto cuántico. Para su sorpresa, o al
menos así lo asegura en su libro, fue nom brada secretaria
de Gobierno, lo que la colocaba, dicho en pocas palabras,
como la segunda al m ando en la capital. No le falta razón
cuando dice que la decisión de ponerla ahí significó una
patada al avispero por parte de su antiguo jefe. Sin ser la
Robles la prim era mujer con un cargo político de im por
tancia en México, la decisión de encabezar el prim er m an
dato no priista de la segunda o tercera ciudad más poblada
del m undo con una mujer como brazo derecho fue, en lo
simbólico, toda una declaración de principios, en un país
con tantos atavismos machistas como este, y en lo práctico, inicialmente al menos, todo un acierto, según avanzamos
44 EL l i b r o n e g r o d e l a i z q u i e r d a m e x i c a n a
hace unas líneas. No es fácil gobernar una urbe como la ca
pital, particularm ente con las restricciones de presupuesto
(solo para empezar la pelea, al prim er jefe de Gobierno le
conectaron un recorte del 12% en la quijada) y la ostensible
enemistad del gobierno federal que padeció la adm inistra
ción cardenista. Con todo, la popularidad de Cárdenas no
fue nunca desdeñable y algo habrá tenido que ver con ello
Rosario Robles, autoproclam ada representante de una iz
quierda reloaded, actualizada, limpia de radicalismos.
¿Fue el gobierno del DF, con Cárdenas y luego con
Rosario Robles, un gobierno realmente progresista, en el
sentido de que procedió como un gobierno de izquierda
mesurada, m oderna, ajena al espíritu faccioso y revolu
cionario que dom inó al México opositor de los años 60 y
70 y más próxima, por ejemplo, a los experimentos de la
socialdemocracia europea? Desde muchos puntos de vista
es justo decir que sí, y probablemente en eso sí radicó su
popularidad. Al equipo de Cárdenas y luego al de Robles se
debe buena parte de las iniciativas culturales que en efecto,
y con todos sus bemoles, han cambiado la forma de vivir
la ciudad: el Faro de Oriente, una viva y activa escuela de
artes y oficios, o la red de Libroclubes, una forma desburo-
cratizada de paliar nuestra eterna crisis bibliotecaria. Siem
pre hay que dudar de la cultura financiada por las instan
cias oficiales, pero la adm inistración cardenista entendió
bien lo que antes entendieron, mejor aun, los colombianos:
la cultura, tan denostada en los hechos por burócratas y parlamentarios, invariablemente prestos al recorte por ese
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 45
lado cuando llegan las crisis, es de enorm e ayuda a la hora
de lograr convivencias civilizadas, libres de armas. Eso
que los sociólogos llaman horripilantem ente, y van nues
tras disculpas por semejante expresión, reconstruir el tejido
social.
Tampoco son esencialmente criticables, aun dentro de
su estridencia y su im pronta populachera, ideas como la
de la famosa rosca de Reyes gigante que se extendió en la
plancha del Zócalo para que los viandantes pasaran a lle
varse un platito de cartón con ese mazacote tan injusta
mente valorado —si se permite la digresión culinaria—. No
es criticable en la medida en que el gobierno decidió hacer
la en equipo con los empresarios del pan, lo que habla de
una sana propensión a acercarse al m undo de los negocios
y la industria, frecuentemente mal vista por las izquierdas.
Como nada criticable, y muy propia de las agendas de la
izquierda democrática, es la decisión valiente —dicho sea
de paso, no respaldada en su día por el entonces presidente
del partido y futuro santón de la progresía, Andrés Manuel
López O brador— de pugnar en la cámara por la despena-
lización del aborto, un lidia que no cualquiera torea, por
aquello de que la opinión pública luego se pone respondo
na y las siguientes elecciones se complican.
En cambio, es lícito preguntarse qué demonios pensa
ban nuestros gobernantes cuando les tocó tratar con per
sonajes como Fidel Castro o los chicos del CGH, el Consejo General de Huelga, esos que se tom aron la libertad de cerrar la UNAM ante el prolongado pasmo de las autoridades.
4 6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
Bienvenido mister Castro
Lo cuentan ellos: tanto Cárdenas como la Robles profesan
una adm iración sin ataduras por Fidel Castro.
Por lo que toca a Cárdenas, la adm iración, convicciones
políticas aparte, tendrá mucho que ver con las relaciones,
ya viejas y siempre buenas, entre la familia del autócrata
cubano y la del fundador del PRD. Son relaciones que se
rem ontan a los días de retiro de Lázaro Cárdenas, el padre
del ingeniero, probablemente en el año 56, y que han ten i
do m om entos tan amables como la carta llena de gratitud
que Castro le envió al general en el año 58, desde la Sierra
Maestra; su presencia en La Fíabana, en el 59, para celebrar
el triunfo de los barbudos; o la entrega de la Medalla de la
Amistad a Cuauhtém oc Cárdenas, en 2004. Es dudoso que
el dictador profese verdadera lealtad y sobre todo adm ira
ción por cualquier persona distinta a la suya, pero es más
que probable que la intervención de Lázaro Cárdenas ante
el presidente Ruiz Cortines para que liberara a los futuros
alzados, que se entrenaban en México en los días inm e
diatamente anteriores a la botadura del Granma y el inicio
del revolución guerrillera, o su decisión frustrada de viajar
solidariamente a Cuba como respuesta al ataque en Bahía
de Cochinos, habrá influido positivamente en su ánimo.
Incom oda sin sorprender, en todo caso, que un dem ó
crata probado en combate como el ingeniero Cárdenas se detenga en la figura de Castro sin esbozar una crítica de
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 47
profundidades ante los horrores de su régimen. El m o
mento más cáustico del libro del ingeniero, que incom oda
y sorprende a partes iguales, se encuentra en la página 311,
cuando Cárdenas trascribe la carta que envió a Castro ante
su decisión de ejecutar al general Arnaldo Ochoa, veterano
de las campañas en Angola; a Antonio de la Guardia, supe-
respía que alguna vez fue un presunto amigo del alma, y a
otros dos militares, acusados junto con nueve ciudadanos
más de organizar una red de tráfico de drogas con el cártel
de Medellín.Semejante proyecto existió. Con el desplome del blo
que soviético, en 1989 Cuba estaba en una crisis económ i
ca sin precedentes, esa etapa que luego se conocería como
«periodo especial». Según docum enta el periodista Andrés
O ppenheim er en La hora fin a l de Castro y de acuerdo con
el testim onio publicado por Jorge Massetti, otro superes-
pía y yerno de Antonio de la Guardia, la respuesta, vista la
absoluta inoperancia de la economía isleña y dado el em
bargo de Estados Unidos, fue financiar la utopía socialista
—un modelo, dicen, infinitam ente más ético que el de la
depredación capitalista— con el tráfico de drogas. Pero el
secreto no podía durar, entre otras cosas por la vigilancia
perm anente de la inteligencia estadunidense, y m ientras el
secreto empezaba a emerger hacia la superficie, el descon
tento en la isla crecía hasta grados nunca vistos. A fin de
evitar un escándalo internacional que ya se dejaba ver en el
horizonte y al mismo tiem po cercenar un par de posibles cabezas opositoras, Castro, ese Maquiavelo del Caribe, o r
4s EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
ganizó un juicio público menos creíble que una m oneda
de tres pesos y pasó por las armas a los cuatro prisioneros.
Antes, recibió una carta de Cárdenas que, predeciblem en
te, desoyó. Respetuoso con sus convicciones, el ingeniero
pedía clemencia para los cuatro sentenciados, aunque con
cedía lo inconcedible: el proceso había sido llevado de la
mano por la ley y el daño infligido por ellos a Cuba —Cuba,
donde no se mueve la hoja de un árbol sin que se entere
el com andante— fue terrible. Las relaciones de la familia
Cárdenas con Cuba, como quiera que sea, parecen felices.
Lázaro Cárdenas Batel, hijo de Cuauhtém oc Cárdenas,
bien considerado exgobernador de Michoacán, está casado
con una cubana, Mayra Coffigny.
Menos comprensibles fueron las razones de Rosario
Robles. El embeleso de la izquierda ante la figura de Cas
tro, incluso, según vemos, de la izquierda m oderada, es un
vicio de muchas décadas que apenas en los últimos años da
señales sino de esfumarse como sería deseable, al menos
de perm anecer en el clóset, con el recato debido —luego de
tres güisquis, pocos socialdemócratas superan la sobrem e
sa sin volver a lo de «Ha habido excesos, pero los logros de
la Revolución me parecen indiscutibles». La Robles cuen
ta en sus m em orias que en los años de facultad, como era
propio de cualquier estudiante, sobre todo una estudiante
de Economía en la UNAM como ella, creyó en el marxismo
hardcore —o sea, el marxism o revolucionario, a la antigua, ese que debía incendiar al m undo para levantar uno más justo de las cenizas— como se cree en esas cosas: con una
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fe libre de matices. Hasta aquí, nada de qué sorprenderse.
Siempre según su testimonio, luego, conforme hizo el ser
vicio militar en las lides políticas y dejó atrás los años de
licenciatura, viró hacia el reformismo y la certeza de que
no hay mejor lucha que la lucha pacífica e institucional.
Es un camino habitual para muchos militantes y un cam i
no digno de aplauso. Pero, por decirlo así, doña Rosario
tampoco superó la sobremesa con güisquis, y no es que le
faltara mucho para llegar a la meta.
El tropezón, es decir este tropezón —vendrían otros
mucho más sonados—, llegó en noviembre de 2000. A
punto de term inar su mandato, la jefa de Gobierno anun
ció que entregaría las llaves de la ciudad, como huéspedes
distinguidos, a Ricardo Lagos, presidente socialista de C hi
le, y a Castro. Unos cuantos medios arm aron la m arim o
rena, aunque acaso no tanto ni tantos como sería de espe
rarse, desde luego no por Lagos, un dem ócrata con muy
buenas credenciales, sino por Fidel. No les faltaba razón
a esos cuantos. Con buenos motivos, Cárdenas se había
negado a complacer a la secretaría de Relaciones Exterio
res cuando le pidió que rindiera homenaje a Hugo Bánzer
Suárez, el dictador boliviano —luego presidente constitu
cional de ese país— a quien se atribuye la responsabilidad
de unas 150 desapariciones de disidentes políticos en los
70. Faltaba más: un régimen elegido democráticamente,
capaz de vencer a la tentación de la violencia y que había visto caer m uertos a muchos seguidores en la lucha por llegar al poder de forma legal, no podía colgar una medalla
en trem endo personaje. La pregunta obligada es: ¿por qué
entonces colgarla, como Rosario Robles, en el Caballo, un
personaje que duró (o dura) bastante más en el poder que
el propio Bánzer, ha hecho desaparecer a muchos más de
150 disidentes y ha conducido a su país a una crisis perm a
nente que, por lo menos en una im portante proporción, se
debe a sus concepciones del orden social y la economía?
Porque, a saber por qué motivos, con Fidel no im portan los
hechos: im porta su condición de símbolo.
Es en verdad inquietante leer la crónica de aquellos m o
mentos que ofrece la Robles en su libro. Dice que ya enton
ces «un sector de la izquierda [...] se había convertido en
un factor de crítica del gobierno cubano con relación a los
derechos hum anos y los derechos de las minorías en la isla».
No obstante, tomó la decisión de honrar al mandatario, he
cho del cual, en sus palabras, «No me arrepiento», ya que
puso en la balanza «la amistad entre nuestros pueblos, la
im portancia de la Revolución Cubana en América Latina y
el hecho indiscutible del liderazgo de Fidel Castro» (p. 225).
El párrafo entero podría usarse para enseñar a las genera
ciones futuras el cúmulo de errores de interpretación y peti
ciones de principio con que buena parte de la izquierda del
siglo XX, incapaz de pasar la navaja de la lógica y la ética a la
historia de sus propias convicciones, se empeñó en rescatar
al tirano caribeño en vez de hacer, sí, una confesión de parte y una revisión de conciencia. Van unas cuantas preguntas
más, con permiso de los lectores: ¿Por qué la amistad de los pueblos cubano y mexicano, en caso de que efectivamente
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dos pueblos puedan ser amigos (o enemigos, para el caso),
habría de ser representada por Fidel Castro, reacio como
ninguno a cualquier concesión a la voluntad popular? ¿Por
qué su liderazgo, en efecto indiscutible, tiene que ser visto
como un liderazgo positivo, luego de ocho o diez mil m uer
tos y cincuenta años de dictadura? ¿Qué quiere decir que
la Revolución Cubana sea importante, como en efecto lo
es? ¿Cual revolución: la que encabezó el Movimiento 26 de
julio mucho antes de que Fidel se trepara a la sierra o la que
dejaron caer los comunistas sin agua va, con los resultados
conocidos? ¿Por qué, sobre todo, el escaso o nulo acento en
lo de los «derechos humanos» y los de «las minorías», como
si las palizas a las damas de blanco, los leprosarios indignos
para yonquis o enfermos de sida y los campos de reeducación
no fueran hechos contundentes, sino minucias o incluso
asuntos meramente subjetivos y por lo tanto susceptibles de
interpretarse con libertad?
Pero eso es lo que pasa con las idolatrías: descartan los
hechos y se estacionan en lo simbólico. Fidel no es: Fidel
solo significa. No im porta cuántas m eteduras de pata o
cuántas atrocidades puedan docum entarse en la historia
del comunismo cubano, para no pocos demócratas el va
lor de la Revolución Cubana, situable en un pasado que
tampoco es posible determ inar históricam ente —recuer
den los lectores lo de la sobremesa y los tres güisquis—, es
invulnerable a los hechos.
El acto de contrición revolucionaria que escenificó el gobierno del DF ante la visita de Castro, escandaloso como
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resulta, no fue sin embargo el que pagó más caro en tér
minos de credibilidad pública, esto es, a la larga, de votos.
Cara, cara en serio, fue la política de seguridad que siguió
cuando la UNAM, una entidad federal que no obstante es
un emblema de la Ciudad de México, fue ocupada por el
ala más radical de un movimiento que de suyo no viajaba
con mucha popularidad en el equipaje, el Consejo General
de Huelga o CGH.
Del C E U al CGH hay mucho trecho
Dos «huelgas» —démosle ese nombre, pues así decidieron
llamarlas sus protagonistas, aunque podría discutirse que
realmente les convenga semejante categoría— han m arca
do a la Universidad Nacional Autónom a de México en las
últimas décadas, y con la universidad al PRD, que metió las
manos en ambas de diferentes maneras y salió escaldado.
La prim era huelga tuvo como punta de lanza a un m o
vimiento englobado bajo las siglas del Consejo Estudiantil
Universitario, el CEU, creado a fines de 1986 y lanzado a un
paro de quince días en el arranque de 1987. De lo que se tra
taba era de frenar las reformas impulsadas por el rector Jor
ge Carpizo, convencido de que la Universidad necesitaba,
por una parte, implementar cuotas mínim am ente apegadas
a la realidad para hacerse de recursos, y por otra, suprimir
el pase automático de los estudiantes de las preparatorias
públicas, a ver si la población universitaria disminuía un poco, deseo no del todo insensato cuando el número de
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alumnos se contaba en cientos de miles, o al menos estos
alcanzaban niveles razonables de preparación antes de aspi
rar a un título. No hubo forma. A la huelga la acompañaron
marchas nutridas al Zócalo de la ciudad y a estas, por fin,
una invitación a negociar. En sentido estricto, el CEU ganó
la mano, porque las reformas fueron detenidas, se anunció
un congreso universitario que no ocurrió sino hasta 1990 y
al final no hubo ni un verdadero aumento de cuotas, ni un
freno a la llegada masiva, sin examen de admisión, de alum
nos demasiadas veces ínfimamente preparados.
Escuece, lo de la UNAM, porque al orgullo por su esta
tus de «prim era universidad en el m undo de habla españo
la» y sus logros, por ejemplo, en el campo de la investiga
ción en medicina, se contrapone la aplastante evidencia de
que los veinte mil millones de pesos que se le asignan cada
año sirven, en gran medida, para alim entar a un sindicato
hipertrófico —el Sindicato de Trabajadores de la UNAM o
STUNAM, cuyos agremiados gozan de condiciones labo
rales que ni de lejos goza la mayor parte de los trabajado
res mexicanos que los patrocinan con sus im puestos—, así
como a una masa de estudiantes como no se juntan en las
universidades de la India o China y a la correspondiente
planta de profesores, demasiado grande y en esa medida
obligadamente dispareja en sus aptitudes, que a m enudo
están bajo m ínim os como habrá com probado cualquiera
que haya cursado alguna materia en la «Gorda de Copilco», para usar el nombre acuñado por Guillermo Sheridan. En los años 80, la necesidad de modificar las condiciones de
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ingreso a la Universidad y sobre todo las estructuras que le
im pedían financiarse con independencia de los fondos p ú
blicos no daba lugar a posposiciones. Tampoco era nueva.
Tiene razón Sheridan cuando trae a cuento el lincham ien
to que sufrió en 1966 el doctor Ignacio Chávez, notable
cardiólogo —fundó el Instituto Nacional de Cardiología,
entre otras gracias— que por aquellos años pensó que el
trabajo de un rector de la UNAM, como él, era lograr que
la institución que presidía ofreciera a los ciudadanos que la
patrocinaban un centro de producción de ideas, descubri
mientos científicos y tecnología nueva a la altura de sus d i
mensiones y recursos. ¿Cómo? Lo adivinaron los lectores:
con la supresión del pase automático y el aum ento de las
colegiaturas. Lo pagó caro. Un grupo de radicales, defen
sores del pueblo y la gratuidad de la educación, irrum pió
en sus oficinas, lo sacó a empellones y lo obligó a firm ar
su renuncia, ante el pasmo o complicidad de la izquierda
presuntam ente m oderada y del gobierno.
Así que la victoria ceuista, para darle un nombre, no
fue propiam ente sino la perpetuación de un estatus viejo,
aunque defendido en esa nueva ocasión, hay que decirlo,
con m étodos un tanto menos incivilizados. Pero no solo
por razones digamos académicas —digamos: hay que ser
muy ingenuo para no entender lo radicalm ente político de
lo que se jugaba ahí— ganó el CEU, convertido muy pronto en una abierta escuela de fuerzas inferiores para la izquierda partidaria que se perfilaba en el horizonte, es decir, el
PRD y sus antepasados.
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Visto en perspectiva, el m atrim onio del movimiento
cardenista con el estudiantil era inevitable. Com partían,
por un lado, el abandono de las posturas revolucionarias
dom inantes en épocas anteriores en favor de las vías elec
torales, y por otro, un no menos cierto rechazo a la violen
cia, aunque no, particularm ente en el caso del CEU, a la
llamada resistencia civil, resistencia que aterrizó en la fa
mosa huelga. Como todos los amores a prim era vista, a la
larga este trajo consecuencias graves para los infatuados,
que actuaron con un cálculo político tan inm oral como in
genuo —la contradicción es solo aparente, como dem ues
tra, de hecho, la historia completa de la izquierda reciente
en México— cuando, varios años después, un grupo o una
constelación de grupos que no habían abandonado la vía
revolucionaria iniciarían otra huelga, mucho más larga,
en la misma Universidad. Pero esa crónica la haremos un
poco más adelante. Ahora, lo que interesa recalcar es que
en aquellos m om entos fundacionales del ceuismo no eran
pocos los universitarios que m erodeaban ya la militancia
cardenista. Uno de ellos era Rosario Robles, quien trabaja
ba en la UNAM y, como muchos profesores, se unió a los
estudiantes en la lucha contra Carpizo.
La Robles conoció a Cárdenas en 1987, en una cena,
justo cuando regresaba de una convención en Durango que
postulaba como candidata a otra Rosario, Rosario Ibarra.
Cárdenas pertenecía aún al PRI, pero la idea de luchar por
la presidencia estaba a nada de convertirse en algo más que una idea y a su futura sucesora en la Ciudad de México el
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ingeniero la convenció ese mismo día, o así lo cuenta ella.
Integrante del STUNAM y aliada de la dirigencia del CEU,
se convirtió en un puente natural entre los universitarios
y el movimiento. Algún trabajo le habrá dado cum plir
con esa encomienda. Cárdenas es recordado, con justicia,
como el hom bre que unió a la izquierda para las elecciones
del 88. Pero antes y después de él abundaron las divisiones.
Una parte del PRT pugnaba por apoyarlo, destacadamente
Adolfo Gilly, Ricardo Pascoe y el líder estudiantil Antonio
Santos, todos, en adelante, colaboradores muy cercanos,
pero otra parte decidió mantenerse fiel a la pertinaz Rosa
rio Ibarra. Heberto Castillo, a la cabeza del PMS, contaba
con un apoyo a toda prueba de sus partidarios, pero otros
autoproclam ados socialistas decidieron form ar un movi
m iento llamado M ovimiento al Socialismo, el m a s , que dio
no pocos seguidores a Cárdenas. Finalmente, Castillo de
clinó en favor de Cárdenas, al que unió siempre una cier
ta amistad y sobre todo, valga la muletilla un tanto cursi,
unos cuantos ideales compartidos.
A Rosario Robles se debe en buena medida que Cuauhté-
moc Cárdenas, muy a pesar de la opinión de la Rectoría, haya
protagonizado un sonado y multitudinario mitin en la ex
planada de Ciudad Universitaria —hay quien habla de unas
cien mil personas— en 1988, con las elecciones en puerta, y
por eso, no tan a la larga, la dirigencia estudiantil encontró
acomodo en el partido y luego, según los triunfos electorales se multiplicaron, en la nómina pública. Uno a uno, casi todos los grandes capos del CEU se sumaron al cardenismo y a la
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larga o a la corta encontraron cargos públicos o dentro del
PRD. Carlos Imaz, sociólogo de la Facultad de Ciencias Polí
ticas y Sociales, consiguió un puesto con un nombre casi tan
largo como el de su facultad, el de Coordinador de Participa
ción Ciudadana en el gobierno de Cárdenas; luego fue pre
sidente del partido en el DF, del 99 a 2002, y gozó del cargo
de jefe delegacional en Tlalpan, o sea lo que los hombres co
munes llamamos delegado, a partir de 2003... Y hasta 2004.
Fue entonces cuando lo vimos todos en el acto de recibir 350
mil pesos del empresario Carlos Ahumada a mayor gloria
del partido, la izquierda y, ya entrados en gastos, del pueblo
en su totalidad. Ahí se le acabó la paz, o sea el disfrute. Vol
veremos a esto, estimados lectores: no desesperen.
A su vez Imanol Ordorika, físico, tuvo entre otras res
ponsabilidades la de coordinar los medios para Cárdenas
en la elección de 2000, no mucho antes de renunciar al par
tido entre trinos y despotriques por las peleas callejeras en
pos del poder y la burocratización de la causa. El oaxaque-
ño Antonio Santos, de Estudios Latinoamericanos, o sea
de la Facultad de Filosofía y Letras, igual que ímaz muy
cercano a Cárdenas y Rosario Robles, ha recorrido la milla
como secretario de Asuntos Electorales en el Comité Eje
cutivo Nacional del PRD, y en varias elecciones por aquí y
por allá (Guerrero, Michoacán, en el 92; Chiapas, en 2002
y 2006). Lejos tam bién ya del PRD, colabora con Emilio
Zebadúa en el Partido Nueva Alianza, conocido por el he
cho de que su prim erísim a fundadora es doña Elba Ester Gordillo, egregia líder sindical de los profesores.
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No, no olvidamos a M artí Batres. Convertido al paso de
los años en uno de los escasos funcionarios mexicanos que
no solo fue despedido por su patrón, el jefe de Gobierno
Marcelo Ebrard, sino declarado públicamente como despe
dido y no como beneficiario de una licencia para desarro
llar proyectos personales o algo por el estilo, fue diputado
local en el DF, prim eros pasos de una larga carrera política
que incluye una diputación federal, el cargo de subsecre
tario del gobierno chilango con AMLO, el de presidente
del PRD en el DF y, durante casi cinco años, desde 2006, el
de secretario de Desarrollo Social en esta misma ciudad.
Fue de este cargo que lo despidió Ebrard en septiembre
de 2011, luego de que Batres, conocido por su cercanía a
López O brador y a René Bejarano, criticara que su supe
rior asistiera al quinto informe de gobierno del presidente
Calderón. Aunque su mayor éxito de taquilla se lo debe
a la leche. No se trata de un juego de palabras. En 1999,
Batres impulsó un program a de la asamblea que consistía
en la venta de leche a bajo precio. Leche es un decir. Según
descubrimos, gracias a los análisis que hicieron la Procu
raduría del C onsum idor y la Secretaría de Salud, la famosa
Betty consistía, básicamente, en una mezcla de soya y, por
si ofrecer semejante atrocidad a los ciudadanos no fuera
suficiente agravio, heces fecales. En efecto, la bebida con
que Batres y el resto de los prom otores decían subsanar las carencias de los más pobres, incapaces con demasiada frecuencia de com prar leche, estaba saturada de partículas de estiércol. Batres aseguró que todo era una estrategia
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del gobierno para desacreditarlo y, en un acto de inevitable
coprofilia que pasará a la posteridad, se benefició con un
largo, firme latigazo de leche Betty frente a los medios de
comunicación. Pero —una disculpa más por el hum or fá
cil— el mal trago no lo salvó del descrédito. Solo un entor
no político tan digamos tolerante como el mexicano podía
adm itir que este mismo personaje term inara como secreta
rio de Desarrollo Social del gobierno de Ebrard.
A la larga, el PRD se confirm ó en su papel de prim era,
indiscutible —aunque tam bién discutidísim a— prim era
fuerza política de la capital, incluso los más jóvenes en
tre los veteranos de la causa ceuista consiguieron chamba.
Adolfo Llubere, por ejemplo, sustituyó a ím az en Participa
ción Ciudadana, cuando Robles se convirtió en alcaldesa;
ha trabajado hasta en tres adm inistraciones diferentes en
Tlalpan y, de forma peculiar, fungió como «Presidente Su
plente de la Junta de Gobierno del Cuerpo de Bomberos».
En esa calidad fue que en 2000, dado el menos que exi
guo presupuesto de que disponía el Cuerpo, Llubere tuvo
a cargo una «Primera Colecta Anual» que debía subsanar
carencias tales como lo que cobraban los señores por r i
fársela entre las llamas: ochocientos y pico pesos menos
descuentos por holocausto resuelto (las cifras se las debe
mos al periódico El Universal). La idea era captar unos cien
millones de pesos. La cifra recolectada, en cambio, fue un
tanto menor, siempre según los datos de El Universal: 10.7
millones en efectivo y 12.5 en especie. Algo es algo, dirán los lectores, pero hay de algos a algos. Como Llubere y su
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equipo invirtieron alrededor de siete millones de pesos en
prom ocionar tan noble causa, al final los bom beros tuvie
ron que conformarse con tres millones de pesos y piquitos.
De todas maneras, no es este el episodio más estriden
te de los patrocinados por el antiguo líder estudiantil. En
2009, cuando ya no era una sorpresa para nadie que en el
PRD se arreglara como una pelea callejera la competencia
por un puesto público, Llubere, precandidato a delegado
por Tlalpan, acusó a uno de sus competidores, Higinio
Chávez, de enviarle un microbús cargado de golpeadores
que lo atacaron, junto a su hermano y otras dos personas
de su equipo, a —en serio— hebillazos. Hubo un deteni
do, Jesús Esquivel, que resultó ser suplente de Chávez en
la cámara de Diputados. Pero el lam parón más grande en
su hoja de servicios apareció en 2004, cuando su nom bre
apareció vinculado al de Carlos Ahumada, a raíz del asun
to de los videoescándalos. Es importante decir que no hay
pruebas a la mano de semejante vínculo.
Según se deja ver en las líneas precedentes, no todo fue,
pues, miel sobre hojuelas para la dirigencia ceuista, par
ticularm ente una vez que saltó a posiciones políticas de
grandes ligas. Tampoco fue todo un cultivar la imagen de
probidad y altruism o que años atrás exigieron ellos m is
mos, con razón, a los gobernantes del PRI, o después a los
del PAN.
Pero cualesquiera que hayan sido los tropiezos de los
chicos del CEU, todos los echamos de menos cuando a la UNAM se le dejó caer otra «huelga», una mucho más vio
lenta, duradera y cerril que la suya. Un día, la Universidad
Nacional apareció cubierta de alambre de púas. Pasaron
muchos meses antes de que alguien se decidiera a meterle
tijera. Ironías históricas, pagó la factura, parte im portante
de ella al menos, la propia dirigencia ceuista que años an
tes había cerrado la UNAM. Del CEU al CGH hay mucho
trecho.
Ah, el olor de las trincheras
Situación ambigua la de la UNAM. Es un organismo que
compete al gobierno federal, decíamos, pero no solo está
en la Ciudad de México, sino que es parte sustancial de
la Ciudad de México casi desde cualquier punto de vista:
como espacio público, como centro de movimiento polí
tico, como foco de cultura, como terreno deportivo e in
cluso, si se quiere, emocionalmente. ¿Entendió el gobier
no de la ciudad esta condición ambigua cuando el famoso
Consejo General de Huelga, el CGH, se lanzó a la huelga
y se atrincheró en Ciudad Universitaria? Probablemente
no. Incluso, cuando se lee lo que escribieron sobre aquellos
días muchos de los funcionarios de entonces, crece la sos
pecha de que en general siguen sin entenderlo.
La llamada huelga universitaria fue el regalito de bien
venida a la jefatura de Gobierno para Rosario Robles. En
sentido estricto, el día que Robles ocupó la oficina del Zócalo el asunto llevaba ya tiem po en marcha. Técnicamente, el conflicto empezó en enero de 1999, cuando el rec
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 6l
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tor Francisco Barnés decidió volver a recorrer el camino
de Carpizo, cierto que con algunas diferencias, y anunció,
entre otras reformas, un increm ento a las colegiaturas, que
escalarían de los veinte centavos que costaban en ese m o
mento a unos 2000 pesos. Habría que introducir aquí unos
cuantos matices. Barnés aseguró que el excedente obtenido
de esta m anera se dedicaría por completo a la investiga
ción y el mejoramiento, ya urgente, de las instalaciones de
la UNAM. Aseguró también que el aum ento se suspendería
para cualquier estudiante que asegurara por escrito y con
firma de por medio que no estaba en condiciones de pagar
lo. De poco le sirvió. Antes que pronto, las protestas em pe
zaron, con bastante fuego y sin duda con el apoyo de una
parte más que respetable de la com unidad universitaria, lo
que sea que eso signifique. En abril de ese año, el CGH era
ya una realidad. Una realidad intim idante, construida al
rededor de un radicalismo que no hizo sino intensificarse
con el paso de los meses y, de m anera por lo menos para
dójica, construida tam bién en torno a la idea de que los
contribuyentes pobres de este país, una mayoría como es
sabido, tienen la responsabilidad ciudadana de patrocinar
las carreras de los estudiantes con origen burgués.
Es de suponerse que con los antecedentes de la huel
ga del CEU en las cabezas, Barnés y el pleno del Consejo
Universitario decidieron anunciar que las cuotas serían
voluntarias. Esta rendición parcial tam poco sirvió de gran
cosa. Aceleradamente, los huelguistas fueron exacerbando las protestas y arrim ándose a la violencia franca y abierta,
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al tiem po que, no hace falta aclararlo, se m antenían firmes
en la decisión de m antener tom ada la Universidad. De las
manifestaciones m ultitudinarias con insultos al rector se
pasó al bloqueo de calles en diversas zonas de la ciudad,
un aviso particularm ente claro (veremos enseguida que no
era el prim ero ni mucho menos) de lo que le esperaba en el
futuro a los automovilistas de la capital, sometidos, como
sabe cualquiera que haya pasado aunque sea unos días en
esta ciudad, a sesiones interminables de tráfico por cual
quier causa defendida incluso por un puñado de personas.
Pero no fue esto lo más grave. De las manifestaciones y los
bloqueos se pasó al robo o destrozo de propiedades de la
Universidad y finalmente, de m anera predecible, a la vio
lencia abierta, ejercida sobre todo contra los estudiantes
que optaron por tom ar clases fuera de las fronteras de C iu
dad Universitaria.
En realidad, el currículo del CGH abunda en agresiones,
batallas campales, bloqueos de calles, «tomas» de estacio
nes de m etro e incluso sospechas de secuestros y de víncu
los estrechos con el Ejército Zapatista y el aun más violento
Ejército Popular Revolucionario. No todas estas acusacio
nes pudieron ser sustentadas con hechos, sobre todo no las
más graves, pero incluso las más leves entre las que sí se
fundam entaron empíricamente bastan para dar una idea
de las cuotas de radicalidad y violencia que alcanzó un m o
vimiento que no encontró pocos apoyos en los medios y
entre los profesores universitarios. El 8 de noviembre, la
prensa dio cuenta del secuestro de Laura Hernández, una
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de las activistas contra la toma de la Universidad que más
dolores de cabeza causaron al CGH. Estudiante de veteri
naria, Hernández tuvo una muy activa participación en las
dos «recuperaciones» de la e n e p Acatlán y una tercera de
la Prepa 9 por antiparistas. El precio fue ser metida a la
fuerza en un coche por tres sujetos que la obligaron a cir
cular por la ciudad durante tres horas, entre amenazas para
que le «bajara» y preguntas insistentes sobre sus presuntos
patrocinadores.
O curre que no era escasa, ni dentro ni fuera de la
UNAM, la oposición a la huelga y los huelguistas. C uan
do hace la crónica de aquellos días, Rosario Robles dice
que el gobierno del Distrito Federal había decidido otorgar
un «respeto absoluto a la autonom ía universitaria y su res
paldo a la decisión mayoritaria de defender la gratuidad».
¿Mayoría? El térm ino merece, en el mejor de los casos, una
discusión profunda. Frente a los muchos que decidieron irse
inicialmente a la huelga, muchos decidieron seguir con las
famosas «clases extramuros». Si las manifestaciones con
tra Barnés y sus m edidas contaban, al principio al menos,
varios miles de inconformes y solidaridades externas, los
automovilistas que apagaban las luces de sus coches para
m ostrar su propia inconform idad con los alzados no eran
ni mucho menos pocos.
La opinión de Rosario Robles sobre el proceso de radi- calización del movimiento no difiere sustancialmente de la
opinión de la mayoría. No sin buenas razones, dice que los huelguistas más recalcitrantes se adueñaron gradualmente
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de la dirección del movimiento hasta que, de algún modo,
no hubo camino de regreso. La exjefa de Gobierno sabe
de lo que habla. La historia de los movimientos estudian
tiles, en México al menos y particularm ente en la UNAM,
es la historia de un error reiterado de las izquierdas m o
deradas, referido en las notas introductorias a este libro:
creer que las otras izquierdas, las recalcitrantes, las duras,
son susceptibles de manipulación; que cabe apostarle a un
m atrim onio corto, de conveniencia, para fortalecer la cau
sa y luego anularlas políticamente. No en vano ella misma,
en los años 70, fue integrante del bando de los duros, los
llamados Vándalos de la Facultad de Economía. Pero en el
caso del CGH habrá que tener en cuenta un par de detalli-
tos. El prim ero es que las facciones moderadas, si el térm i
no m oderación cabía realmente en ese contexto, se vieron
barridas desde el principio por la furia de los más radicales.
El segundo, mucho más im portante, es que de la escalada
de violencia del CGH, se vean las cosas como se quieran
ver, no fue del todo inocente la vieja guardia ceuista.
Entre el movimiento estudiantil que arrancó en el 86 y
el que cerró la Universidad para recibir al nuevo milenio
hay una línea de continuidad, es decir, una historia larga y
docum entada de actos de «resistencia civil», por llamarlos
de algún modo, que no solo involucran a parte de los vete
ranos y no tan veteranos líderes del CEU, sino también, a
través de ellos, al PRD, con todos los golpes de pecho y las
declaraciones de inocencia en lo tocante a su nula participación en los asuntos universitarios. Velozmente, podríam os
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recordar la toma de Rectoría, en septiembre del 95, por un
grupo de estudiantes comandados, entre otros, por Llube-
re. La exigencia: un diálogo público. La respuesta de las au
toridades universitarias: una negativa y una denuncia ante
la Procuraduría General de la República. En esos m om en
tos, Llubere estaba a meses de agarrar chamba en el gobierno
de Rosario Robles, pero hubo otros ceuistas vinculados al
PRD que no dejaron pasar una oportunidad de disparar
declaraciones. Está Imaz, por ejemplo, que vio en el m ovi
miento estudiantil un paso más en la lucha contra la globa-
lización y term inó por incurrir, visionariamente, en el cons-
piracionismo, cuando dijo, por ahí del mes de diciembre,
que en realidad las reformas neoliberales impuestas por el
rector Barnés se pergeñaron en el Banco M undial, la OCDE
y el Banco Interam ericano de Desarrollo, aparentemente
ansiosos de truncar el futuro de los desposeídos de México.
El hecho es que el CEU y sus muchas organizaciones
aliadas comenzaron tiem po después una campaña de blo
queos igual de visionaria que el complotismo de ímaz: la
izquierda daba las prim eras señales de dos futuras, perdu
rables adicciones. En agosto de 1996 fueron bloqueados
Insurgentes, el Eje Central, el cruce de Reforma y Bucareli,
el acceso a Rectoría y el Senado. Por ahí, por el bloqueo del
Senado, justamente, se dejaron ver con todo el peso de su
solidaridad los diputados Héctor Sánchez y Félix Salgado
Macedonio. ¿Adivinan los lectores a qué partido pertenecían? Si pensaron en el PRD, se hicieron acreedores a una copia de Guerrero, la película autobiográfica protagoni
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 67
zada por Salgado Macedonio, un personaje estrambótico
e hiperactivo que lo mismo anda en moto que canta (los
lectores pueden deleitarse con su disco A l corazón le vale,
que exhibe una portada simplemente magnética con su
fotografía en ... una moto), funge de presidente municipal
de Acapulco o dirige la edición guerrerense de La Jornada.
Mientras, el PRD respetaba la autonom ía universitaria, se
gún le dijo Cuauhtém oc Cárdenas al rector Barnés, de un
m odo singular. En febrero del 98, Barnés se reunió con el
recientemente elegido jefe de Gobierno Cuauhtém oc Cár
denas para apretar los lazos que se dirían naturales entre
la UNAM y la ciudad que la alberga. La idea de Cárdenas
era encom endar a la Universidad muchos de los proyectos
de investigación necesarios para un buen gobierno. Con
franca cordialidad, añadió el ingeniero que si bien el PRD
apoyaba a cartas cabales la gratuidad de la educación, su
gobierno se cuidaría de manifestarse en lo que tocaba al
aumento de cuotas, un asunto entre universitarios. Con
todo, en junio, Imaz, que era director general de Partici
pación Ciudadana, y Llubere, director de Campañas para
la Participación Ciudadana en esa misma dirección, o sea,
funcionarios a sueldo del DF, firm aron un manifiesto titu
lado Universidad se escribe con V de Victoria. No era la ú l
tima de las manifestaciones escritas y firmadas por funcio
narios ceuistas o ceuistas funcionarios. Llubere publicó en
diciembre una carta en La Jornada dirigida, nada menos, al presidente Ernesto Zedillo. Al parecer, no iba a aceptar la reducción del presupuesto para la Universidad, porque
el modelo tecnocrático estaba definitivamente sentenciado
a muerte. ímaz, no menos activo que Llubere, añadió fa
m osam ente en una marcha con los paristas que el gobierno
capitalino estaba propiam ente «al lado» de los alzados, y
no detrás de ellos.¿Cómo extrañarse entonces de que el descrédito del
movimiento, que llegó a ser prácticam ente consensual,
filtrara a la adm inistración chilanga? No sin habilidad, la
Rectoría decidió someter el futuro inm ediato de la UNAM
a un plebiscito entre los universitarios. El CGH, catapul
tado hacia un delirio de grandeza revolucionaria que ter
m inaría por costarle la vida, había exigido reiteradam en
te que se le reconociera como único interlocutor en las
negociaciones con las autoridades. Estas se negaron, y el
Consejo tuvo oportunidad de calibrar la dim ensión de su
«mayoría». Categóricamente, la com unidad universitaria
se manifestó en favor de la liberación de las instalaciones y
sobre todo de su derecho a hablar libremente, sin interm e
diaciones de presuntos líderes populares autoerigidos en
caudillos. El CGH desautorizó el plebiscito, al que calificó
de una estratagema para justificar la represión del movi
miento, y se negó a devolver las instalaciones ocupadas.
Pero a esas alturas el movimiento se había encargado de
cuartear sus propios basamentos. En consecuencia, algu
nas de las asambleas «locales» optaron por una sensatez
ciertam ente tardía, y entregaron los edificios. Eso ocurrió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, la Escuela de Enfermería y particularmente la Preparatoria 3,
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escenario de la culm inación de la escalada de violencia de
un m ovimiento que había sido básicamente impune. El 2
de febrero de 2000, un grupo de trabajadores de la vigi
lancia universitaria entró en la Preparatoria para cuidar
las instalaciones. No tardaron en apersonarse las huestes
cegeacheras, que dejaron heridos a treinta trabajadores y
term inaron la jornada con ochenta y pico detenidos.
El final había llegado, aunque probablemente no lo su
pieran ni los paristas ni los altos m andos perredistas, que
achacaron la crecida de violencia a una conjura del gobier
no de Zedillo, quien de acuerdo con esta versión —invi
tamos a los lectores a bucear en la prensa de aquellos días
en busca de las declaraciones de López Obrador, candidato
al gobierno citadino— estaba decidido a desacreditar a un
partido, el PRD, que nada había tenido que ver con la v i
sión prolongadísima de una universidad alambrada. El 6
de febrero, por fin, la Policía Federal entró a Ciudad U ni
versitaria y, sin violencia, entre los aplausos de muchos au
tomovilistas que se detenía con sorpresa en Avenida de los
Insurgentes, detuvo a unos mil paristas y recuperó las ins
talaciones. Las muestras masivas de rebeldía popular vati
cinadas por algunos sectores de la prensa, las autoridades
capitalinas y los propios paristas, brillaron por su ausencia.
Bochornos en cadena nacional
¿Quién, de la gran familia perredista, fue el damnificado más grave de los famosos videoescándalos? Salvo la mejor
7° EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
opinión de los lectores, habrá que colgarle esa medalla a
Rosario Robles, huérfana de partido desde entonces y des
de entonces ajena a los papeles principales de la política
nacional, ella, que fue jefa de Gobierno y presidenta del
PRD. Cuando la trifulca estalló, sin embargo, la com peten
cia por el gancho al hígado más doloroso lucía cerrada.
De hecho, el prim ero de los peces gordos del pe-
rredism o que sintió el rigor del pugilismo mediático fue
Andrés Manuel López Obrador. El gancho izquierdo abajo
le llegó el prim ero de marzo de 2004, cuando Joaquín Ló
pez Dóriga, titular de El Noticiero y dueño de un envidiable
rating, dejaba a disposición de los espectadores un video en
el que Gustavo Ponce, por esas fechas secretario de Finan
zas del Distrito Federal, m ostraba la concentración propia
de quien tiene el savoir fa ire en una de las mesas del ca
sino del Hotel Bellagio, en Las Vegas. A López Obrador,
que en ese m om ento estaba en su departam ento de Copil-
co en com pañía de algunos colaboradores de alto nivel, no
le habrá gustado la imagen. Difusa pero inapelablemente,
como podrán apreciar los lectores curiosos que busquen el
video en YouTube, Ponce mata las horas en el lujosísimo
casino del lujosísimo hotel, uno de los más caros de Las
Vegas. Pero eso era solo el principio. López Dóriga tenía en
la mano un puñado grande de cifras que acabarían de hu n
dir al secretario en la ignominia de una costosa ludopatía
financiada a saber cómo. Ponce, hom bre de notable resis
tencia al desvelo, había encadenado tres m adrugadas —20, 21 y 22 de febrero— en la zona VIP del casino, inm erso en
L A V E N G A N Z A D E C U A U H T É M O C
los placeres ciel blackjack, sin mucha fortuna hasta donde se puede apreciar. Esto significaba que estaba en una mesa
donde la apuesta m ínim a era de trescientos dólares, una
suma pesada para un funcionario cuyo sueldo no llegaba
a los setenta mil pesos mensuales. Óscar Hernández, el re
portero encargado de la investigación, añadió, implacable,
que Ponce había dejado propinas por el equivalente a 4 800
pesos, lo cual ponía fácil el cálculo de que había consum i
do por una cantidad rondante a los treinta mil pesos; que
en su viaje anterior, dos meses antes, había m ostrado su
generosidad con propinas por 1 700 dólares; y, para rem a
tar, que en total había viajado 17 veces a Las Vegas. Bueno,
para rem atar con lo que tenía que ver directam ente con
aquellos viajes; faltaba un detallito más: cómo había hecho
para comprar, de una tacada, alrededor de medio millón de
dólares en una casa de cambio, esto en 2003.
De nuevo, sin embargo, las autoindulgencias de Ponce
eran apenas la punta del iceberg. Estaba por entrar a escena
una de las figuras más llamativas de los rings políticos del
futuro inmediato, Carlos Ahum ada Kurtz, y con él unos
cuantos perredistas de abolengo. Demos unos pasos atrás.
En enero de ese mismo año, la Procuraduría capitali
na había iniciado una investigación concerniente a 31 mi-
lloncitos de pesos que un par de funcionarios de la dele
gación Gustavo A. Madero habían puesto a disposición de
seis empresas. El problema: los pagos habían sido girados sin que las obras hubieran sido desarrolladas. A este detalle m ínim o se sumaba todavía otro, francamente digno de
EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
atención: las seis empresas pertenecían a ¿podrán adivinar
los lectores quién? Sí, a Carlos Ahumada, que a su vez había
propuesto al delegado, Octavio Flores, que contratara a los
dos funcionarios implicados, es decir, a Luis Salazar Cano,
director de Recursos Humanos de la delegación, y María
M arta Delgado, subdirectora de Planeación, Programación
y Presupuesto. Para rematar, la investigación encabezada
por el procurador Bernardo Bátiz apuntaba también hacia
uno de los allegados de Ponce, un personaje con un nombre
como de historieta de Tintín: Alierso Caetano de Oliveira.
Si de dar con funcionarios sospechosos se trataba, Sa
lazar Cano y Delgado brillaban como luciérnagas en la no
che oscura. La contraloría del DF había enviado 16 oficios
a otras tantas delegaciones con instrucciones de que no se
les contratara en ninguna de ellas, puesto que estaban bajo
investigación por otro cúmulo de irregularidades com e
tidas en la delegación Tláhuac. Octavio Flores pactó con
ellos una renuncia que debía verificarse el 30 de enero de
2004. Está claro, en retrospectiva, que esos tiempos fueron
demasiado holgados.
Para el ciudadano promedio, las preguntas empezaron
a acumularse: ¿De dónde venía el dinero gastado por Pon-
ce? ¿Qué pasaba con la adm inistración de AMLO, que colo
caba a semejantes personajes en puestos de semejante im
portancia? ¿Cómo es posible que la Procuraduría tuviera
en curso una investigación por asuntos tan graves y nadie
se hubiera enterado? ¿Qué tan arriba o qué tan lejos llegaba la cadena de corrupción? ¿Quién era el tal Ahumada, que
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 73
tanta influencia podía tener sobre un jefe delegacional? Las
respuestas llegarían por oleadas, y los diques que intentó
poner el partido fueron siempre insuficientes. Al PRD le
cayó encim a un tsunami.
Bátiz, quien al parecer había evitado inform ar a los m e
dios con la intención de que no fuera a haber una desban
dada de presuntos implicados, debió hacer una declaración
en forma esa noche, pero el lam parón en el expediente
del gobierno obradorista exigía ya sustancias más poten
tes para desaparecer. Sustancias complotistas. La historia
iba a subir todavía un par de rallas en la graduación hacia
los oscuros. Por la mañana, O brador dijo ante los medios
que Ponce quedaba definitivamente retirado de su cargo y
pedía a Televisa, la empresa que daba cabida al noticiero
de López Dóriga, que otorgara el derecho a réplica al ya
exsecretario. Este, por todo com entario —y vaya que fue
elocuente—, se dio a la fuga.Con el tiempo, según se multiplicaron los videos, la cre
dibilidad del perredism o sufrió una m erm a de muchísima
consideración, y ni siquiera el Peje, con esa capacidad de
salir avante, quedó limpio. Qué tanto lo merecía es asunto,
más que de discusión, de fe, como todo lo que rodea a este
personaje. Es un hecho que AMLO mismo jamás sucumbió
a los cantos de sirena de Ahumada, cuyas partituras ofre
ceremos unas líneas más adelante. Sin embargo, la cercanía
de sujetos tan poco recomendables como Ponce es siempre
un motivo para poner bajo escrutinio a un personaje con esa envergadura política. Un jefe de Gobierno puede no
74 EL L I B R O N E G R O D E LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
ser responsable directo por las corruptelas de sus allegados
y sin embargo su responsabilidad si no legal, sin duda éti
ca, es contundente: el líder, como resulta obvio, es del todo
responsable por sus decisiones, entre ellas la elección de
personal. Esto fue claro para muchos votantes y se volvió
dos veces claro el 3 de marzo, cuando en la película al malo
se sumó el feo. (Al bueno todavía lo esperamos.)
Ese día, a las siete de la mañana, el exsecretario parti
cular de AMLO y líder vigente de la Asamblea Legislativa,
René Bejarano, se dejó caer tan campante por las instala
ciones de Televisa para una entrevista con Adela M icha y
Leonardo Kourchenko, conductores de En Contraste. Al
terminar, cuando se dirigía a la salida, le pidieron que vi
sitara en otro foro a Brozo, el taquillerísimo payaso inter
pretado por Víctor Trujillo que conducía El M añanero. La
sorpresa fue de esas que provocan infartos. Bejarano llegó
al foro justo en el m om ento en que lo abandonaba un in
vitado previo, el diputado panista Federico Dóhring. No
cualquier invitado, además. Dóhring había puesto a dispo
sición del conductor de las greñas verdes un video en el
que, con claridad meridiana, se ve a Bejarano en el acto
de guardar enormes fajos de dinero en un maletín negro,
al tiem po que platica con ¿adivinan los lectores quién? Si
pensaron de nuevo en Carlos Ahumada, entonces volvie
ron a acertar. En el video que Brozo le plantó enfrente a Be-
jarano, perturbador en su grosería, Ahum ada no solo llena
de dinero al perredista, que tiene problemas para acom odar los 45 mil dólares recibidos en el portafolio. Lo llena de
L A V E N G A N Z A D E C U A U H T E M O C
cordialidad, a la que Bejarano responde comparativamente
lacónico. El video pone a este en una posición vergonzosa
por lo que se ve y legalmente incóm oda no solo por lo que
se ve, sino tam bién por lo que se escucha. A hum ada se dis
culpa por pagar en dólares, habla de la cantidad entregada
y se extiende sobre ciertas confusiones relacionadas con
pagos anteriores por cantidades semejantes. Bejarano, el
pelo planchado hacia atrás, incólume, acom oda los billetes
en un maletín que pronto aparece a rebosar, y manipula las
ligas que atan los billetes a fin de distribuirlos en el bolso.
Acababa de nacer «el señor de las ligas», aunque lo mismo
podríam os conocerlo como «el señor de los bolsillos», lue
go de que se le ve en el acto de meter los billetes restantes
ahí, en los bolsillos del saco, tal cual un niño que tom a por
asalto una caja de galletas. Para AMLO, los reveses a causa
de sus allegados sumaban dos en pocos días.
Pero el esperpento iba a continuar.
Para López Obrador, el hom bre de la «honestidad va
liente», según rezaba uno de sus lemas de batalla, era cues
tión de vida o m uerte saber si algún otro perredista había
hecho negocios de esa naturaleza con Ahumada; más sor-
presitas no, por favor. Claudia Sheinbaum, la secretaria de
Medio Ambiente, operadora im portantísim a del Peje para
asuntos de obras públicas y esposa de ímaz, le confesó que
sí, que Carlos había recibido dinero. En cierto sentido, el
golpe de imagen para el partido sería incluso peor. René
Juvenal Bejarano Martínez, maestro norm alista del año 57,
profesor de Economía en la Universidad Autónom a M etro
politana, forjado en las bregas sindicales, sabía entrarle con
eficacia al trabajo que m uchos otros no aceptarían siquiera
hacer. Por ejemplo, era de una habilidad notable para ha
cer tratos con las organizaciones de vendedores am bulan
tes, a buena proporción de las cuales logró sustraer de los
bolsillos priistas para ponerlas en los bolsillos expriistas de
AMLO. O, mucho antes, tras el terrem oto del 85, para o r
ganizar a los que habían perdido su casa con el sismo en
la C oordinadora Única de Damnificados. Operaba, pues,
a nivel de banqueta, en ambientes duros, ajeno al estilo
radical chic, de izquierda caviar como dicen los franceses,
propio de otros dirigentes del partido. Ajeno en serio. Las
acusaciones en su contra, de la tom a ilegal de predios a la
venta de despensas producto de organismos de beneficen
cia y la prom oción de taxis pirata, se multiplicaban. No
importaba. Bejarano, correoso, hierático, dem ostraba una
inusitada capacidad de supervivencia, que aparentemente
no ha perdido.
La de Imaz era otra historia. Descendiente de refugia
dos españoles inscritos en la élite intelectual —es nieto de
Eugenio ímaz, un im portante filósofo—, profesor universi
tario con buenas credenciales y m arido de otra académica
de fuste, no solo se había convertido años atrás en una de
las caras negociadoras y sensatas del CEU, sino que había
abanderado la purificación moral de la política mexicana
desde el PRD, como organizador, por ejemplo, de las fam o
sas brigadas «antimapache», dedicadas a cuidar la transparencia en las elecciones. Si un hom bre con esos antece
y 6 EL L I B R O N E G R O D E L A I Z Q J J I E R D A M E X I C A N A
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C
dentes aceptaba dinero de un empresario más que dudoso,
¿qué podía esperarse del resto de la casta gobernante?
Así que, resignado, pragmático, dos días después de que
Bejarano alcanzara su hit de taquilla, Imaz decidió adelan
tarse a lo inevitable y reconoció que él tam bién había acep
tado dinero de Ahumada; que nadie se extrañara si aparecía
un videíto por ahí. Reconoció eso y más. En una entrevista
con Carm en Aristegui para el noticiero Hoy x H oy , de W
Radio, dijo que Ahum ada había aportado dinero para su
campaña en pos de la delegación Tlalpan, de la que fungía
aún como titular, y no solo eso: tam bién Rosario Robles
se había beneficiado de esa fuente al parecer inagotable de
dinero. Se avecinaba una de las fracturas más sonadas del
PRD. Imaz y la Robles habían trabajado hom bro con hom
bro durante años, desde los días de trinchera y asamblea en
la UNAM y particularm ente en el gobierno del DF, cuando
ella fungía como secretaria de Gobierno con Cárdenas y
él era coordinador de Participación Ciudadana. El punto,
como sea, es que a Robles ya la había alcanzado un escán
dalo del que sería protagonista central.
Imaz, muy elocuente a esas alturas, añadió que A hum a
da le había exigido que colocara a personal designado por
él en el área de Obras y la de Administración, que por su
puesto se había negado y se lo había dicho a Rosario Robles,
con quien su relación se deterioró sin aparente posibilidad
de recuperación. Para añadirle fuego al incendio, el propio
Imaz, Octavio Flores y Ramón Sosamontes, antiguo delega
do en Iztapalapa y Venustiano Carranza, acusaron a A hu
78 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
mada de ofrecerles dinero enfrente de Rosario Robles, con
el añadido de que, siempre según las palabras de ímaz, otros
ocho jefes delegacionales estaban en la misma situación.
La Robles, finalmente, se quebró. Con fidedigna em o
ción, aceptó, en una llamada telefónica con López Dóriga,
que le había pedido a ímaz que se dejara caer por la oficina
de Ahum ada para llevarse un dinero para su campaña. Ni
lo real de sus emociones ni el argumento imposible de que
Ahumada, ese santaclós multidelegacional, la había ayuda
do sin esperar nada a cambio, por puro afecto, impidieron
que ese mismo día, 5 de marzo, la dirigencia del PRD sus
pendiera sus «derechos partidistas» al tiempo que iniciaba
medidas contra ím az y Sosamontes.
A Rosario Robles esta historia tardaría largo tiem po en
dejarla dorm ir en paz, algunas veces a causa de sus propias
decisiones. El video de ímaz apareció en televisión el 8 de
marzo y tam poco representa un despliegue de elegancia
que digamos. La diferencia sustancial con el de Bejarano es
que, sin m aletín, el delegado embute los billetes en bolsas
de supermercado. Pero la historia resultaba menos im pac
tante por conocida: la m ancha era sino visible, al menos
imaginable desde unos días antes. A partir de entonces, los
videos de la colección personal de Ahum ada han dejado
de ver la luz, por mucho que se ha especulado con que hay
unos cuantos más y solo espera el m om ento de ponerlos a
disposición del respetable. Estrictamente, pues, solo queda en el aire el miedo de que brote una nueva sorpresita, cosa que no parece demasiado probable a estas alturas. En
L A V E N G A N Z A DI C U A U H T É M O C
cambio, la exjefa de Gobierno debió pelear varios rounds
todavía.Centralm ente, lo que intentaba Ahumada, en eso coin
ciden Rosario Robles y la mayor parte de los analistas
respetables que se han acercado al tema, era reactivar los
pagos en su favor que el gobierno del DF había decidido
poner en suspenso dadas las abundantes irregularidades
—usemos un térm ino suave— que rodeaban sus tratos con
la adm inistración capitalina. Robles se refiere en su libro
a esta decisión como al acto de un hombre «desesperado»
que «cometió un grave error». Fue un error y no hay por
qué dudar de la desesperación del empresario argentino,
pero ni una ni otra expresión bastan para explicar, aunque
sea m ínim am ente, el hecho de que un hombre de negocios
«obsequiara» semejantes cantidades de dinero a políticos
dueños de ese estatus: la mayor parte de los ciudadanos del
m undo llegamos una y otra vez a estados de franca deses
peración y cometemos errores graves e incluso muy graves,
pero no se nos ocurre resolverlos con pacas de dinero, si no
por decencia, sí por la sencilla razón de que carecemos de
él. Tampoco es que, en térm inos de imagen, a Ahum ada lo
ayudaran m uchos sus antecedentes.
Cordobés de 1964, llegó a México muy joven, en el año
75. No hizo una carrera universitaria. Pasó algo menos de
un mes en el Reclusorio Oriente en 1994, luego de acusacio
nes hechas nada menos que por su herm ano Roberto, preso
desde 1990 por cometer fraudes con el famoso sistema piramidal. Empezó su exitosa carrera como businessman en
Guerrero, cuando era gobernador el asesinado José Francis
co Ruiz Massieu, y luego fundó varias empresas construc
toras en la Ciudad de México. En sus mejores momentos,
sumó a ese patrim onio un periódico de cortísima carrera, El
Independiente, y dos equipos de fútbol, el Santos y el León.
Sus negocios en la capital no arrancaron en días perre-
distas, sino priistas, cuando la regencia de Manuel Camacho.
También empezaron entonces sus problemas. Es cierto que
sus empresas se beneficiaron de no pocos contratos, pero al
mismo tiempo la contraloría ya tenía en la m ira a varias de
ellas, responsables de obras entregadas extem poráneam en
te o sin respeto al contrato. A pesar de ello, no dejó de tener
trabajo en los días de Cárdenas, aunque su despegue defi
nitivo tuvo lugar en días de la jefatura de Rosario Robles, a
quien estuvo unido por vínculos muy estrechos.
No es este un libro sobre historias íntimas. Pero en
abril de 2004, en un cateo de las oficinas de Quart, el g ru
po empresarial de Ahumada, la Procuraduría de Justicia
del Distrito Federal dio, entre facturas a nombres de varias
delegaciones, con una carta personal de Rosario Robles al
empresario, fechada en 2002, que confirm aba la naturaleza
amorosa de sus relaciones, negada por la antigua jefa de
Gobierno. La naturaleza de dicha relación im portaba por
sus posibles consecuencias legales, pero la carta fue tra ta
da con discreción por la mayor parte de los medios (vean,
por ejemplo, la sobria nota de La Jornada). El final de la
historia, si es que la historia ya term inó, es conocido. A hum ada se refugió en Cuba, de donde fue traído de vuelta,
8 o EL L I B R O N E G R O DE LA 1Z Q J J I E R D A M E X I C A N A
LA V E N G A N Z A DE C U A U H T É M O C 8 i
luego de un interrogatorio bastante duro y de condiciones
de encierro que él calificó de inhum anas. Siguieron los m e
ses de encarcelamiento; la sucesión de causas en su contra;
sus acusaciones contra el gobierno de López Obrador, que,
dijo, parecía decidido a m antenerlo encerrado sin im por
tar el precio; el atentado a tiros contra la cam ioneta en que
viajaba su hija de quince años, sus declaraciones contra Sa
linas de Gortari y Diego Fernández de Cevallos, los conspi
radores que, dijo, lo habían dejado m orir solo traperam en-
te. Flay una imprescindible crónica de Ciro Gómez Leyva
sobre todo este periplo, publicada por la revista Nexos en
junio de 2009 («El periodista de Ahumada. Crónica perso
nal de un desencuentro»).
nL
Conservadurismo mi
Imaginen los lectores que fueron abducidos en 1993.0 que rompieron un récord de sobrevivencia en estado de coma. O que se perdieron en una isla desierta. O que decidieron incorporarse a un monasterio budista. O que la rehabilitación tomó más tiempo del calculado. O que la charanda aquella que les ofrecieron en la fiesta de entrada a la licenciatura los dejó, como temieron en los momentos previos al apagón, en un prolongadísimo estado vegetativo. O
mque vuelven a la vida después de la criogénesis. Enseguida, imaginen que los extraterrestres, seres de conocido sadismo, no los regresaron a nuestro planeta hasta la semana pasada. O que 17 años después tuvieron una crisis religiosa y abandonaron el monasterio. O que quién sabe cómo pasaron los efectos de la charanda luego de tanto tiempo.
¿Listo?
83
S4 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
Imaginen ahora que llegan a la prim era reunión fami
liar luego de la hibernación, piden a sus parientes que los
pongan al tanto de lo que ocurrió en México durante los
últimos 17 años y sus parientes les contestan que surgió
un movimiento etnicista, dirigido por un universitario
que cree fervorosamente en una vuelta a los (supuestos)
esquemas prim itivos de convivencia colectiva como vía a
la felicidad, apoyado por un obispo surgido de la ideolo
gía cristera y fervoroso convencido de la virtud de prohibir
los vicios. E imaginen que sus parientes les dicen que ese
hom bre y el movim iento que encabezó fungieron como
símbolos indiscutidos de progresismo en México y unos
cuantos países europeos, que el partido de izquierda m o
derada predom inante en las últimas dos décadas decidió
asum ir su ideario como justo y de avanzada, y que muchos
intelectuales autodenom inados de centroizquierda, con
vencidos de la necesidad de legalizar las drogas y respetar
el carácter secreto del voto, por ejemplo, decidieron otor
garles el estatus de renovación de la progresía moderna.
¿Les creerían? ¿Se irían convencidos a su casa? ¿O más bien
supondrían que sus parientes tam bién tom aron de la cha
randa y que solo eso explica que confundan de semejante
m odo sus categorías políticas? ¿No intentarían explicarles
que no, que hace varias décadas que la izquierda, al menos
la que no vive en la selva con un fusil en la mano, se precia
de ser todo lo contrario: intem acionalista y ajena a vicios
etnicistas, laica y propensa a legalizar antes que a prohibir,
a dar autonom ía al individuo que a salvarlo de sí mismo?
C O N S E R V A D U R I S M O C O O L
Y sin embargo, los parientes tendrían razón. Porque ese
estatus fue el que, inexplicablemente, alcanzaron el Subco-
m andante Marcos y el nuevo zapatismo, muy poco después
de que se declararan en guerra contra el Estado mexicano
en enero de 1994, cuando nos inform aron a todos que las
columnas de guerrilleros indígenas se disponían a enfren
tar al ejército y avanzar por el país, rum bo al centro, hasta
ocupar la capital. En pocas palabras, la izquierda se les cua
dró. Más que eso: entró, con mayor frecuencia de la con
veniente, en estados de abandono místico-revolucionario,
en éxtasis. Luego vino la decadencia del encapuchado y del
movimiento entero, claro, pero mientras, comer de la mano
es una expresión que describe bien lo que pasó.
Porque no fueron pocos los que com ieron de la m ano
de Marcos, el presunto adlátere de un movimiento pre
suntam ente indígena que en general parecía servirle más
bien como telón de fondo, es decir, lo que para ojos despre-
juiciados parecía otro m ovim iento de adláteres alrededor
de un presunto guía iluminado. Quizá no haya que sor
prenderse de que comiera de su m ano una figura como la
de Ofelia Medina, una actriz con un largo currículum en
organizaciones sociales de diferente naturaleza, pero sobre
todo en las que tienen que ver con eso que solemos llamar
el «m undo indígena»; por ejemplo, el Fideicomiso Para la
Salud de los Niños Indígenas de México, que fundó y presi
de, antecede en casi cuatro años al levantamiento zapatista. Es coherente, por ejemplo, que el novelista y biógrafo Paco Ignacio Taibo II, quien se ha prestado siempre al debate
desde posiciones de izquierda, haya volteado con simpa
tía hacia el movimiento, al punto de escribir una novela
a cuatro manos con Marcos, M uertos incómodos, que ori
ginalmente iba a escribirse a seis manos, con el novelista
español Manuel Vázquez M ontalbán, autor de la notable
saga del detective Pepe Carvalho y seguidor incondicional
del neozapatismo.
Como no es digno de sorpresa que, también desde el
extranjero, se haya dejado caer, con todo el solidario peso
del viejo comunismo que jamás abandonó, José Saramago,
el Nobel, protagonista de una notable sesión selvática en
la que el pleno de la asamblea zapatista lo sometió a juicio
(un juicio casi simbólico: casi...) por manifestar ideas leve
mente separadas de la doxa indigenista, sin aparente indig
nación por su parte. O el sociólogo francés Alain Touraine,
o el intelectual francés Regis Debray, antiguo miembro de
la guerrilla del Che.
En cambio, una vez más, sorprende cómo una parte im
portante de la cúpula perredista, de com ún tan respingona
cuando los agravios llegan desde otros frentes, mantuvo
una fidelidad sin fisuras a la causa neozapatista, que, las
cosas como son, más de una vez optó por barrer mediáti
camente con el partido o su dirigencia.
No hubo dudas para la dirigencia perredista cuando los
encapuchados se alzaron en Chiapas. Puede ser que siga sin
haberlas. Con entusiasmo, Rosario Robles habla de «zapatis-
mo y cardenismo conviviendo todo el tiempo, en sus contradicciones y sus complementos» (p.l 14). La idea —peligrosa,
8 6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
C O N S t R VA ni J R I S MO COOL 8?
dañina y básicamente desacertada— que parece subyacer a
esta expresión de entusiasmo, muy extendida en la izquierda
moderada y a la que volveremos con algún detalle, es que
entre esta y la izquierda revolucionaria, en armas, clandesti
na, no hay diferencias de principio, solo, si acaso, de proce
dimiento, como si los medios no supusieran un fin previa
mente contaminado.
No parece muy diferente la opinión de Cuauhtémoc
Cárdenas, que sin titubeos aparentes se volcó al apoyo de
la «causa indígena», un resultado de sus convicciones más
personales, sin duda, pero presumiblemente también de la
herencia paterna: el general Lázaro Cárdenas, que impulsó
el ejido con inspiración en una fe utópica por el pasado
prehispánico, trabajó intensam ente con las comunidades
luego de sus años en la presidencia. En su libro, el perredis-
ta cuenta una historia en varios episodios que es bien cono
cida, pero la cuenta desde sus interiores. Tan pronto como
en noviembre de 1994, aceptó m ediar entre el gobierno fe
deral y los zapatistas. De ahí que se trasladara a Guadalupe
Tepeyac con un grupo de negociadores, entre ellos el histo
riador y com entarista político Adolfo Gilly, en su día asesor1
de enorm e im portancia en su gobierno, Rosario Ibarra y su
hijo Lázaro, luego gobernador de M ichoacán, para conver
sar con Marcos, el mayor Moisés y el com andante Tacho.
Formalmente al menos, y él parece convencido de que así
fue, logró persuadirlos de que iniciaran pláticas con el gobierno federal. A esa reunión siguió otra con el secretario de Gobernación, Esteban M octezuma, que dio garantías de la
88 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J I F R D A M E X I C A N A
correspondiente voluntad negociadora del gobierno, y otra
más, el 13 de diciembre, tam bién en Guadalupe Tepeyac,
con los mismos interlocutores por el lado zapatista, a la que
se hizo acom pañar por su otro hijo, Cuauhtémoc, y por A n
drés Manuel López Obrador, cuya experiencia larga y bien
reputada con las com unidades indígenas de Tabasco se an
tojó un buen argum ento curricular para su convocatoria.
La buena fe de Cárdenas por los zapatistas se manifies
ta en su certeza de que, en efecto, tenían toda la voluntad
del m undo para negociar y fue un operativo militar contra
Guadalupe Tepeyac concebido para detener a Marcos, el
9 de febrero siguiente, lo que dio al traste con las negocia
ciones. La misma buena fe se manifiesta en sus intentos
reiterados por poner en funcionam iento la Convención
Nacional Democrática, la llamada «Aguascalientes» en ho
nor al congreso revolucionario ocurrido en esa ciudad en
1914, en la que una «presidencia colectiva» de cien per
sonas, entre zapatistas y representantes de la sociedad ci
vil, form arían un M ovimiento de Liberación Nacional que
debería cambiar por vías pacíficas la estructura política y
social de este país. La cosa es que esa buena fe no se vio
correspondida.
Tras librar la razia militar por los pelos, según recuerda
el enmascarado con ese sentido épico que le conocemos en
el relato aunque no todavía en los hechos, Marcos consigna
en su crónica de ese día que pidió que Cuauhtémoc Cárde
nas Batel, el entonces todavía muy joven hijo del ingeniero,
fuera testigo de la nueva reunión entre representantes del
C O N S F. UVA D u R I S M O C O O Í. 89
gobierno y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional,
programada para el 3 de abril de 1995. La disposición de
Cárdenas Batel era proclive a la causa zapatista, como de
m uestran opiniones como que Marcos era un «traductor
de realidades» entre los m undos indígena y del gobierno
mexicano, o la de que «Los indígenas, y la gente del campo
en general, no tienen por qué cambiar su manera de ver al
m undo ni tienen que sacrificar su lengua y sus tradiciones
para que un grupo de funcionarios desinformados y desin
teresados los entiendan» (las citas las debemos a Sobre mis
pasos, de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, específicamen
te a la página 404). No hay razón para dudar de la buena fe
de este testigo, dueño además de un notable sentido de la
oportunidad periodística, pero una y otra afirmación resul
tan discutibles. ¿De veras el hecho de surgir en voces indí
genas convierte a un punto de vista en inmutable? ¿De veras
el hecho de provenir de determ inadas comunidades exime
a sus representantes de ceder, aunque sea mínimamente,
en un proceso de negociación, requisito indispensable para
que este sea calificado de tal manera? El hecho es que el m o
vimiento zapatista no correspondió a este entusiasmo con el
que se esperaría a cambio, no, al menos, pasados unos años,
cuando decidió darle un^patadón al pesebre y poner de ca
beza a la izquierda institucional, a la que de plano agarró de
bajada. Sus palabras fueron otras, claro, pero lo que vinie
ron a decir fue, en esencia, «¿Y a estos qué mosca les picó?»
En enero de 2003, cuando la promesa de Vicente Fox de resolver el conflicto chiapaneco en quince minutos se
EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
mostraba ya como sobradamente incumplida — a esas alturas llevaba un retraso de dos años y pico, y sumando—, el comandante Tacho saltó a la palestra una vez m ás cuando aseguró que Cuauhtémoc Cárdenas había indicado a la bancada perredista en el senado que votara contra la llamada Ley Cocopa y, como premio, su hijo Lázaro había recibido la gubernatura de Michoacán. No es que el PRD se distinga por la independencia de sus representantes populares a la hora de votar, no en todo caso más que cualquiera de los otros partidos, pero es cierto que Cárde ñas no ha dado muestras de temple autoritario. También es un hecho, más importante aún, que se había manifestado claramente a favor de dicha ley, y que muchos de sus compañeros de ruta optaron por votar en sentido contrario. Sorpresas te da la vida: lo que en cualquier contexto debería ser motivo de elogio, sobre todo por lo inusual que era, resultó un motivo de queja, y de las virulentas, por una organización a la que la familia Cárdenas en general no había regateadlo jamás su apoyo. ¿Qué ocurrió? Difícil explicarlo. Intentémoslo.
En la lógica de un movimiento guerrillero, y el EZLNlo era a pesar de que su currículum de actividades propiamente militares resulta más bien exiguo y sobre todo bochornosamente marcado por la ineptitud, la disidencia interna, la diversidad de opiniones, se da por garantizada solo de dientes para fuera, cuando en realidad sse impugna y reprime, sin excepción, en lo oscurito. La causa, en otras palabras, no se discute, eso es cosa de mariquitas social- demócratas. Y al neozapatismo podría acusárs ele de mu
C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 91
chas cosas, pero no de ser un movimiento de mariquitas socialdemócratas. Más bien todo lo contrario, y quizá sea momento de hacer un poco de historia.
Para nadie es un secreto que el origen del movimiento está en el marxismo duro de los años 70. Específicamente en 1969, año en que un grupo de jóvenes regiomonta- nos capitaneados por César Yáñez Muñoz funda el Frente de Liberación Nacional (FLN). Como toda la guerrilla mexicana de los 70, los años de la sangrienta guerra sucia desatada por el gobierno, fue una organización de no muy larga vida. El año 74, en San Miguel Nepantla, para más datos el pueblo del Estado de México donde nació Sor Juana, el FLN enfrentó a un contingente del ejército comandado por un hombre de oscura leyenda en la contrainsurgencia mexicana, el entonces teniente coronel Arturo Acosta Chaparro, que en un operativo inapelable partió a la formación guerrillera por el eje. Unos cuantos guerrilleros murieron en el enfrentamiento; otros, como Gloria Benavides, fueron detenidos y, plausiblemente, torturados; otros más tuvieron que dispersarse. El Frente se quebró y con el tiempo una parte del mismo optó por recluirse en Chiapas, valga decir, en aquellos años ya lejanos, el culo mismo del mundo, por su aislamiento geográfico y sobre todo cultural. En 1983, el EZLN, conformado por algunos de aquellos veteranos, algunas nuevas adquisiciones foráneas e indígenas de la zona, inició el largo proceso de entrenamiento en la clandestinidad que desembocaría en el levantamiento armado de 1994, precedido por un desastroso combate de
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dos días en mayo del 93, lo que ellos llaman la Batalla de
Corralchén.
M enos se recuerda que el marxismo irredento de los
70 y los 80 se percibe aún en los no escasos documentos
internos del zapatismo inm ediatam ente anterior a enero
del 94. Lo recuerda con agudeza el antropólogo Pedro Pi-
tarch en un artículo publicado en la revista Letras Libres,
«Los zapatistas y la política». Aquel zapatismo, el de finales
del 93, se disponía aún a encabezar al «pueblo trabajador»
en una «lucha revolucionaria» para «instaurar la dictadura
del proletariado». Semejante retórica no podía aterrizar en
suelo fértil. A esas alturas, el M uro de Berlín, desmoronado
cuatro años antes, era ya sin duda, para una amplísima m a
yoría en el m undo entero, el símbolo de una pesadilla de re
presión sin cuartel e inoperancia económica, la pesadilla del
llamado «socialismo real». Estaba también en horas más que
bajas, bajísimas, la popularidad del castrismo en Cuba, un
país desnudado en su bananerismo esencial —caída la eco
nom ía soviética e interrum pidos los subsidios recibidos por
décadas, la isla vivía el eufemismo del «periodo especial»,
o sea la miseria profunda derivada de una concepción de la
econom ía y el orden social que no dio nunca para producir
ni una lavadora utilizable— y el maquiavelismo a ultran
za de sus dirigentes, tan represivos y autoritarios como sus
pares europeos, a pesar del hum or y la estética alivianada y
seudojipi que los hizo famosos años atrás. Tampoco falta
ban evidencias de la crueldad fanática de Sendero Luminoso en Perú, con los campesinos quemados vivos en iglesias,
C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 93
o d e las f a r c en Colombia, con los m ontones de secuestra
d o s en nom bre de la utopía, ni quedaba en pie mucha de
la buena reputación del sandinismo nicaragüense, echado
d e la presidencia por Violeta Barrios en 1990 a punta de
v o t o s , luego de la comprobada tendencia al sovietismo y la
cleptomanía de Daniel Ortega y algunos m iembros de su
camarilla.Así que, para empezar su andanza pública, el zapatis-
mo abandonó la retórica marxista por una de corte más
patriotero, en teoría congruente con la presencia de Zapata
en el nom bre de la organización. La famosa Primera decla
ración de la Sierra Lacandona, su presentación escrita en
sociedad, está ya libre de arcaísmos como «dictadura del
proletariado». Conviene recordar, en cambio, que no había
perdido la carga de mesianismo social y la correspondiente
beligerancia, ni en el discurso ni en la práctica. Sus in ten
ciones explícitas, luego de ocupar con armas en la mano
las cabeceras municipales de San Cristóbal de las Casas,
Altamirano, Las Margaritas, Ocosingo, Oxchuc, Huixtán y
Chanal, eran avanzar por el país hasta tom ar la capital y
desterrar a un gobierno de vendepatrias que había entre
gado el país al capital extranjero, vía el Tratado de Libre
Comercio, en operación justam ente desde ese año.
Quizá porque esos rastros de frenesí revolucionario
tampoco funcionaron muy bien para las relaciones públi
cas y el paladar mayoritario, quizá porque el país no se ilu
m inó con las m il llamas revolucionarias de un pueblo que
teóricamente solo esperaba la señal para alzarse contra el
EL L I B R O N E G R O D E LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
opresor, pronto el neozapatismo movió el timón y se acercó al discurso que lo convertiría en el golpe de taquilla que alguna vez fue, antes de que a Marcos le cayera encima la edad: el discurso indigenista.
¿Cómo se verificó este cambio? ¿Qué movió al nuevo zapatismo a enarbolar banderas que la vieja izquierda mar- xista, tradicionalmente al menos, rechazaba como muestras de un pensamiento conservador, rural, localista, imperdonablemente lejano de las virtudes del proletariado? Explicarlo significa explicar los derroteros de buena parte de la izquierda radicalizada no ya de México, sino del m undo, por ejemplo de los grupos conocidos como «globalifó- bicos». Pero esta historia, que desde luego rebasa los límites de este libro, no puede contarse si no se cuenta antes la del líder supremo del zapatismo, el Subcomandante Marcos, una de las figuras más contradictorias del largo, oscuro, sanguinolento camino de las guerrillas latinoamericanas.
Una máscara y mil pasados
Es fácil imaginárselo. Transcurridos unos meses desde el levantamiento zapatista, sentado en una silla quebradiza dentro de una cabaña junglesca, dos relojes a la manera del Che y Fidel, una pipa que parece destinada más a cultivar una imagen que a satisfacer una adicción, una laptop en las rodillas con los periódicos de todo el mundo marcados como favoritos y una sonrisa burlona, altanera, sobrada, el Subcomandante Marcos, o sea el hombre que no hace mu
C O N S E R V A D U R 1 S M O C O O L 95
cho se llamaba Rafael Sebastián Guillén Vicente, nacido en
Tampico en 1957 y esencialmente desaparecido de la vida
social desde los años 80, se regodea con la incapacidad de
la inteligencia militar —una contradicción en los términos,
según un clásico norteam ericano— para dar con su iden
tidad. No le faltaban motivos. En su magnífica historia de
Marcos y el neozapatismo, Marcos, la genial impostura, los
periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange hacen un
recuento acaso no exhaustivo, pero sin duda ilustrativo, de
las identidades que las fuerzas del orden nacionales le col
garon al hom bre de la máscara, un catálogo digno de car
cajadas que incluye personajes que pueden llevarse veinte
años, veinte centím etros o veinte kilos.
Que Marcos ayudó a evidenciar un problema serio de
inoperatividad m ilitar es un hecho, pero en este apartado
al menos conviene no subestimarlo. La clandestinidad exi
ge siempre un reinventarse a sí mismo, un rescribir el p ro
pio pasado para desconcertar a tus perseguidores y quizá
m antener a salvo a tus seres queridos, probables objetos de
acoso policial. Pero la capacidad de reinventarse de G ui
llén es algo pocas veces visto. En realidad, con todo y que
el presidente Ernesto Zedillo apareció frente a las cámaras
el 9 de febrero del 95 para revelarnos la identidad del gue
rrillero, es decir hace ya 17 años y morralla, no es mucho
lo que sabemos a ciencia cierta de su vida, particularm ente
cuando hablamos de sus años de juventud y prim era m adurez. Nació, efectivamente, en Tamaulipas. Sabemos que el padre, don Alfonso, fue un próspero empresario mué-
EL L I B R O N E G R O D F. LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
blero que luego se despeñó financieramente y a la vez un
poeta frustrado y un hombre de izquierda, mezcla singular.
Sabemos que tiene siete hermanos, él es el cuarto hijo y,
porque el m undo es un pañuelo o porque la clase media es
muy pequeña, Carlos Monsiváis dixit, pero sobre todo por
que la vida a veces se pone irónica, sabemos que una de sus
herm anas, Mercedes del Carmen, militante priista de toda
la vida, alguna vez diputada por ese partido, está casada
con José María Morfín. Lo que, como sabe cualquier ex
perto en alquimias electorales, no deja de tener gracia. En
1988, Chem a Morfín trabajaba con Manuel Bartlett. Los
lectores que conocen los entretelones de la vida política na
cional, y los que no los conocen pero no se saltaron el ca
pítulo 1 de este libro, recordarán que Bartlett era entonces
el secretario de Gobernación, es decir, el presunto culpable
del fraude que puso a Salinas de Gortari en la presidencia
que le correspondía por derecho a Cuauhtémoc Cárdenas.
Bien, M orfín fue parte activa de aquella historia, al punto
que el secretario se lo llevó a Puebla cuando contendía por
la gubernatura en ese estado. Fue ahí que conoció a la her
m ana de Marcos.
Del Sub, como le llaman amorosamente sus fieles, sabe
mos tam bién que estudió la prim aria en el «Félix de Jesús
Rougier», es decir, con las muy estrictas misioneras euca-
rísticas de la Santísima Trinidad, y fue un estudiante más
que cumplidor. Sabemos que estudió la secundaria con los
jesuítas, en el Instituto Cultural Tampico, y ya entonces se abandonaba a los placeres de la lectura y daba muestras
C O N S E R v A D U RI S M O C O O L 9 7
de una trem enda capacidad para hablar en público. Para
term inar con sus antecedentes académicos, sabemos que
estudió Filosofía en la UNAM y trabajó como profesor en
la carrera de Diseño de la Universidad Autónoma M etro
politana hasta el m om ento en que desapareció en la jungla.
Sabemos también, por sus padres pero sobre todo por
la habilidad periodística de Rico y De la Grange, que en sus
días de universitario viajó con frecuencia de la Ciudad de
México a Tampico, pero que a partir del año 84 sus visitas
empezaron a dism inuir en ritm o y a crecer en sensación de
misterio: lo mismo decía que se había marchado a estudiar
a La Sorbona, hecho enteram ente falso, que inventaba un
periplo yanqui para trabajar por los chícanos. Se forjaba
ahí el gran m itóm ano que iba a traer de cabeza a la inteli
gencia mexicana.
Sabemos, igualmente, que se presentó en la casa pater
na, para escándalo de su madre, con alguna que otra novia.
La prim era fue una com pañera de estudios que respondía
al nom bre de Rocío y que luego, ya convertida en guerri
llera, usó el sobrenom bre de Mercedes. Sus padres no lo
sabían, pero la casa tam piqueña de los Guillén iba a tener
más de una visita de esa naturaleza. En otra ocasión llegó
Rafaelito con una mujer de rasgos claramente indígenas,
una tal Yolanda, que luego ostentaría el cargo de mayor en
la guerrilla.
Estamos casi totalm ente seguros de que Marcos estu
vo en Nicaragua, porque hay numerosas si bien a menudo también contradictorias fuentes que así lo aseguran. Sin
9S EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
embargo, no sabemos cuántas veces, en qué fechas y por
cuánto tiempo. Parece ser que, en efecto, en 1981 se fue a
hacer turism o solidario a tierras sandinistas. No sería raro.
Es sabido que la izquierda filomarxista ha militado cíclica
mente desde la revolución bolchevique del 17. A cada pro
ceso revolucionario sigue una ola de entusiasmo desafora
do por una nueva forma del marxismo que ahora sí se va
a revestir de telas humanitarias. A la inevitable desilusión
—es increíble lo que cuesta entender que si un modelo falla
veinte veces en veinte sitios y veinte épocas, entonces lo
que falla es el modelo mismo y no las circunstancias que lo
rodean o los líderes que lo corrom pen—, sigue un periodo
de relativo silencio hasta que aparece el próximo ilum ina
do y se vuelve a prender la llama del afán utópico. Primero
fue la URSS, luego la China de Mao, luego Cuba y en los 80
la Nicaragua Sandinista, que provocó pasiones lo bastante
encendidas como para que algún genio decidiera quemar
en público la imagen de Octavio Paz cuando se atrevió,
lúcidamente, en 1984, a criticar a Daniel Ortega y su ca
marilla de carteristas bolchevizados cuando casi nadie lo
hacía y exigir elecciones libres en el país centroamericano.
Aparentemente allá fue a parar el futuro Marcos, fiel a los
ciclos, a hacer no sabemos bien a bien qué. Las versiones
varían. No hay registro alguno de su entrada al país, eso
es un hecho. Un par de periódicos, La Tribuna y Barrica
da., aseguraron en algún m om ento que había pasado por
tierras sandinistas e incluso reprodujeron algunos testimo
nios de gente que asegura haberlo visto por ahí, pero no
C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 9 9
aportan e v id e n c ia tangible alguna de que así haya sido. La
Tribuna a s e g u ra también que en 1987 estuvo en Nicaragua
para re c ib ir entrenam iento guerrillero. Tampoco hay, sin
em bargo, pr iiebas que lo sustenten más allá de algunos tes
tim onios no - dem asiado precisos.
M arco s H a contribuido, tanto como ha podido, a con
vertir su vidLa. en una narrativa discontinua y contradicto
ria. A veces e n franco tono de mofa, a veces con un punto
de serieda-d plausiblem ente destinado a m arear al entorno,
el g u e r r i l le ro ha negado sistemáticamente ser Guillén, de
la m ism a Jfo rm a que es reluctante a hablar sobre su pasado
en el ra d ic a lism o de corte marxista, pero también, entre
brom as y re irá s , se ha prom ocionado como una especie de
clochard, em s u s años jóvenes o, en el colmo de la im postu
ra, com o e l su b a lte rn o de una com andancia indígena que
realm ente s e lim itó siempre a seguir sus instrucciones y li
ncam ien tos. En esto, hay que decirlo, no se parece nada a
su gran nnocdelo, el Che Guevara, un hom bre monolítico
que, salvo p o r el hecho de que se disfrazó (con gran habili
dad) para su m arse a la lucha guerrillera en el Congo y aca
so p o r el p e c a d illo de rediseñar parcialm ente su vida para
hablarnos d e su despertar a la luz revolucionaria, cuando
de joven s e Lanzó a recorrer el continente en moto, jamás
ocultó su id e n tid a d o su pasado, ni renegó de su fe en el
com unism io d uro, ni de su voluntad de m asacrar a los ene
migos del p ro le tariado , ni de su desprecio sistemático por
el yanqui o p o r el burgués ni, para el caso, de su negativa sistem ática a ducharse, que subrayaba con el hecho irónico
IOO EL L I B R O N E G R O DF LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
de firm ar alguna pieza de correspondencia como El C han
cho, o sea el cerdo. El Che tuvo muchos defectos, pero no fue un mentiroso.
La referencia al guerrillero argentino es indispensable.
Porque si algo sabemos de cierto es que a Marcos le atrae
parecerse al Che o, mejor, tom ar el lugar del Che. Se discu
tió durante mucho tiem po si Guillén había recibido entre
nam iento militar en Cuba, pero esta posibilidad despertaba
muchos escepticismos entre los analistas y los expertos en
movimientos guerrilleros latinoamericanos, porque la isla,
según una versión casi consensual, se había abstenido de
impulsar organizaciones de esta naturaleza en México, el
país aliado que se había resistido a seguir los hostiles linca
mientos estadunidenses frente a la isla en la Organización
de Estados Americanos. No conviene subestimar nunca la
tendencia a la traición de Fidel Castro. Una de las figuras
más llamativas de la Cuba postrevolucionaria, el célebre
Benigno, asegura que Marcos se entrenó en Cuba. Vetera
no de la revolución surgido de la Cuba rural más profunda,
talento militar enteram ente natural, cam arada de armas del
Che en sus aventuras bélicas africana y boliviana, Benig
no, nacido Dariel Alarcón, exilado en Francia desde hace
unos años y autor de una (otra) obra memorialística que
pone a parir a Castro, fue el encargado del entrenam iento
de num erosos grupos guerrilleros de toda América Latina,
entre ellos, y aquí la gran revelación, algunos mexicanos.
Conform e a su versión, Marcos no solo pasó por los cam
pos de entrenam iento isleños, igual que otros miembros de
C O N S E R V A D IJ R I S M O C O O L IOI
las FLN, sino que logró llamar la atención de sus instructo
res por el m odo obsesivo en que inquiría hasta por el m e
nor detalle de la vida del Che. ¿Será? Fidel traiciona, pero
nunca en detrim ento de su arraigadísimo sentido práctico.
Ese pragmatismo, tratándose de México, podría haberlo
llevado a una notable tram a de contraespionaje en alegre
connivencia con otro personaje que ya se asomó por las
páginas de este libro, Fernando Gutiérrez Barrios. La con
jura es desvelada con gracia por Maite Rico y Bertrand de
la Grange. Castro, en efecto, tenía sus deudas con don Fer
nando, capitán de la policía política cuando el propio Fidel,
el Che y el resto de los barbones se entrenaban en México
para iniciar la revolución en Cuba y fueron sorprendidos
y arrestados. Los rebeldes gozaron entonces de varios apo
yos. Uno, el más im portante, fue el de Lázaro Cárdenas,
que no dejaba de tener sus influencias y supo interceder
con el presidente Ruiz Cortines. Otro, aplicado sobre el
terreno de juego y no desde las cimas políticas, fue el del
propio Gutiérrez Barrios, presumiblemente por órdenes de
los altos estamentos gubernamentales. Con el tiempo, Fi
del supo pagar esa deuda, aunque fuera para no ganarse la
inquina de un aliado tan poderoso como el gobierno mexi
cano, siempre necesitado de apoyo para desactivar m ovi
mientos guerrilleros, m ientras Gutiérrez Barrios sostenía
una amistad con visos de auténtica nada menos que con el
com andante Manuel Piñeiro, alias com andante Barbarro-
ja, uno de los más ominosos aliados de Castro en la ingente tarea de organizar los sistemas de seguridad del Estado.
102 EL L I B R O N E G R O DE I A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
¿Abandonó realmente Guillén el discurso marxista? La
pregunta parece disparatada, porque nada en el éxito que
llegó a tener como figura pública se debe a ese discurso.
Sin embargo, el discurso le duró bastantes años. Cuando
se descubrió que Marcos era Rafael Sebastián Guillén, ex
alum no del colegio de Filosofía, tanto la seguridad del Es
tado como los reporteros más rápidos se precipitaron a la
UNAM a buscar una copia de la tesis de licenciatura del
tampiqueño. Lo que reveló la tesis es que Guillén podía ser
igual de confuso y herm ético que el más académico de los
académicos y que, de m anera muy apropiada a su época, se
había peinado el marxismo con paciencia —que es el único
m odo de peinárselo—. En esto coinciden dos de sus maes
tros de entonces, Cesáreo Morales, quien cuando le dio cla
ses al que firm a este libro, a principios de los años 90, ya
no dejaba ver huellas de su althusserianismo primigenio, y
Alberto Híjar, que en la experiencia del firmante ha con
servado en cambio una fe a prueba de caídas (caídas del
Muro, se entiende). Pero el principal motivo de sospecha es
el esbozado en líneas anteriores: el viraje del movimiento
lejos del marxismo que lo definió fue repentino.
Conviene poner atención a Enrique Krauze (en Reden
tores. Ideas y poder en Am érica Latina) cuando vislumbra
en Marcos una probable influencia de José Carlos Mariá-
tegui. Básicamente olvidado en las últimas dos o tres déca
das, Mariátegui, peruano nacido en 1894, en su día seguidor
de José Vasconcelos, fundador del Partido Com unista y considerado uno de los grandes pensadores marxistas de la
C O N S E R V A D U R I S M O C O O L
lengua española, fue en realidad el exitoso responsable de
una mezcla ideológica en la que al marxismo más o menos
convencional se suma una suerte de indigenismo de avan
zada, según el cual las culturas precolombinas vivían en
una feliz utopía primigenia, igualitaria y ajena a la lógica
de mercado, esto es, un com unism o prim itivo no esencial
mente distinto al que vislumbró el marxismo tradicional
que fue desbaratado por el imperialismo español, prim era
etapa de una larga cadena de atrocidades por parte de los
detentadores del capital.
Es imposible no ver los puntos de contacto entre este
conglomerado ideológico y las alusiones de Marcos a los
indígenas como a los «hijos de la tierra», un léxico de cla
ras propensiones elegiacas, o para el caso a los conflictivos
Acuerdos de San Andrés, firm ados entre el Gobierno Fe
deral y el EZLN en 1996, aunque convertidos en papel m o
jado y destinados, sin demasiadas precisiones legales, a ga
rantizar la autonom ía de los pueblos indígenas de México.
En realidad, ese discurso pertinaz le causó abundantes
problemas con el obispo Samuel Ruiz, otro redentorista
irredento que dedicó buena parte de su vida a labores so
ciales y políticas, pero sobre todo religiosas, en las zonas
indígenas de Chiapas.
El santo y el guerrero, o viceversa
Cuando Guillén se insertó en la selva chiapaneca, la predom inante población indígena convivía desde muchos años
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atrás con un puñado de representantes de la Iglesia cató
lica dom inados por ideas no menos radicales que las de
Guillén y sus correligionarios, pero dom inados sobre todo
por una especie de rey caudillo benevolente —o que sabía
venderse como tal— nacido del catolicismo ultram ontano
guanajuatense. El obispo Samuel Ruiz, por supuesto.
Torcidos son los caminos que transita la fe progresista
y más torcidos los gurús que de pronto elige. Samuel Ruiz
m urió en enero de 2011, 86 años cumplidos y vividos con
intensidad (nació en 1924) entre loas y aplausos por su vo
cación hum anitaria, esa que lo hizo entregarse en cuerpo
y alma al bienestar de los indígenas chiapanecos; su volun
tad negociadora, esa que lo llevó a m ediar entre el gobier
no y la guerrilla zapatista; y su muy cristiana reluctancia a
seguir el camino de la violencia. Suena congruente; quizá
no lo sea tanto. Fue don Samuel todo un prom otor de la
Teología de la Liberación, es decir, de una Iglesia austera
en el gasto y piadosa en los sentim ientos hacia los pobres,
com prom etida con la realidad de este infierno terrenal, po
pular, ajena a los fastos y los dispendios de las jerarquías
eclesiásticas corruptas. Pero con el obispo, igual que con
el guerrillero, la verdad no es tan monolítica. Samuel Ruiz
nació en Irapuato, lo que equivale a decir, en aquellos años
20 de mal recuerdo, en plena zona cristera y por lo tanto en
días de una guerra salvaje, relativamente olvidada incluso
hoy, luego del gran trabajo histórico de Jean Meyer, que
pese a serlo puede haber aportado unos setenta a ochenta
mil m uertos a la carnicería revolucionaria mexicana.
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Nació, además, en una familia de fuerte raigambre con
servadora. El padre no solo era partidario de los cristeros,
sino también, después, militante sinarquista. No es poco
decir. El sinarquismo, de contundente esencia católica y
fervorosamente antiizquierdista, nació, en parte, como una
consecuencia de la Guerra Cristera, en los años 30, es decir,
los del auge de los fascismos europeos, con los que tiene al
gún punto de contacto, particularm ente con el franquismo.
Ruiz term inaría por abandonar estas tendencias, como re
sultará evidente a cualquiera que lo haya visto hablar ante
los medios en los días de algarada neozapatista, pero no
perdió el tono un tanto mesiánico, salvífico, que las d istin
gue. Estudió, prim ero, en el Seminario de León, más tarde,
durante los días de guerra cristera, con una religiosa que le
daba clases privadas, puesto que los templos perm anecían
cerrados, y por fin en Roma, en el Colegio Pío Latinoa
mericano, la Universidad Gregoriana y el Pontificio Ins
tituto Bíblico. Nada que deje vislumbrar un giro hacia la
izquierda como el que efectuaría poco después, de regreso
en México, donde term inó por recalar en la gigantesca dió
cesis de San Cristóbal de las Casas. Fue nom brado obispo
en 1960, lo que le permitió, en 1962, participar en el que
probablemente sea el origen inm ediato de su conversión
político-religiosa: el Segundo Concilio Vaticano, organiza
do en los días del papa Juan XXIII.
El Concilio fue, en efecto, un momento crucial en la his
toria de la Iglesia católica. La revelación, para don Samuel, nació específicamente de uno de los ejes de aquel encuen
tro, a saber, el papel del catolicismo institucional ante las
miserias del tercer mundo. Ahí entendió cuál era o más
bien debía ser la misión fundam ental de la Iglesia, eso que
unos años más tarde se conoció como la «opción preferen-
cial por los pobres». A partir de entonces, nada lo detendría.
De vuelta en Chiapas, convocó a un ejército de dominicos
para trabajar en la diócesis y les encomendó un proyecto
de claro contenido social, la llamada Misión Chamula, que
combinaba los asuntos del espíritu con otros muchos más
concretos, como una clínica y una serie de talleres. Más im
portante, mucho más, fue el proyecto cumplido de formar
catequistas. Se vislumbraba ya la radicalización del obispo
y su grey, que incorporarían dosis crecientes de marxismo a
su ideario católico, en consonancia con la m oda de la Teolo
gía de la Liberación que avanzaba por América Latina.
Chiapas era, en efecto, una tierra olvidada de Dios, y
eso, en el México del priismo, significaba: de la mano del
Estado, que si no lo abarcaba todo, tenía ganas de hacer
lo. Abundaban la pobreza, el analfabetismo e incluso una
discriminación francamente racista hacia la población in
dígena, numerosísima. La respuesta de Ruiz y su equipo fue
formar, inicialmente, a 700 indígenas que se encargarían de
llevar la palabra de Dios, que era una palabra de rebeldía
política y social, a las decenas de miles de pobladores indí
genas de la selva. A estos catequistas los seguirían, hacia tí
ñales de los años 70, los diáconos o tuhuneles. Un catequista
podía aspirar al estatus de diácono, en una compleja meri- tocracia misionera, y con ello a la posibilidad de atestiguar
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matrimonios, oficiar bautismos o dar la eucaristía aun sin
abandonar su condición de ciudadano extraeclesiástico.
El coctel de mesianismo católico y marxismo no es ni
mucho menos descabellado, como nos enseña, entre otros,
el notable historiador Norm an Cohn, quien enum era con
precisión las similitudes entre el milenarismo medieval,
con su idea de que la historia obedece a un guión pres
crito por Dios y que al final del camino habrá un reino de
los pobres que solo será posible tras una guerra sin cuar
tel entre el bien y el mal, y los presagios seudocientíficos
de Marx, quien habla también de un fin inevitable de la
historia, que no es otro que un reino de los pobres prece
dido por el exterminio de la burguesía, forma decim onóni
ca del mal luego adoptada por el siglo XX. Los catequistas
de Ruiz incendiaban a las com unidades con la novedad de
que la Biblia hablaba de la liberación de los miserables y
de que ese liberarse podía incluir los medios violentos, la
«guerra justa» de cierta tradición católica, precedida de
una sociedad igualitaria, socialista, libre de las pestes de la
propiedad privada. Más aún: el bien, la posibilidad de ese
futuro feliz, justo y homogéneo; de una utopía, pues, radi
caba en los presuntos valores de las culturas originarias. O
sea, en el pasado, en una especie de Edad de Oro o utopía
prim igenia que debía operar a m anera de modelo, y que se
parecía tanto a la idealización de corte antropológico de
las comunidades indígenas precolombinas, como a la idea
lización no menos carente de justificación histórica de la
Iglesia primitiva.
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Este fue el entram ado social con el que tuvieron que
com petir los jóvenes citadinos de las FLN que llegaron a
la selva chiapaneca. Ellos y sus antecedentes, que tampoco
escaseaban: por esos páramos ya se había dejado caer, por
ejemplo, algún que otro estudiante de Chapingo, la escuela
de agricultura. Sobre todo, Samuel Ruiz había dado mues
tras de su hospitalidad. En 1974, el gobierno pidió y obtuvo
ayuda del obispo para un Congreso Nacional Indígena. No
sería la prim era ni la última vez que el Estado, o al menos
un estado, financiara a su disidencia. El congreso tuvo como
una de sus líneas argumentativas centrales la necesidad de
abolir la propiedad privada y enfrentar al mal gobierno con
todas las energías necesarias. Esas conclusiones, plausible
mente, tuvieron mucho que ver con que en 1976, durante
un viaje a Torreón, don Samuel invitara a Chiapas a Adolfo
Orive, un economista afiliado al maoísmo que, pese a estar
lo, descartaba la vía armada para instaurar el poder popular
en el m undo y apostaba más bien a una transformación de
la sociedad gradual, día a día, conciencia por conciencia,
orquestada desde las virtudes del trabajo colectivo.
Orive, dicho sea de paso, seguiría una carrera política
francam ente variopinta. Con el tiempo, sería asesor del
muy priista program a de Solidaridad, con Carlos Salinas
de Gortari, y agarraría chamba en la adm inistración de Ze
dillo. Pero en su página, www.adolfoorive.com, nos recuer
da que no ha abandonado sus principios. Habrán sido esos
principios los que lo llevaron a afiliarse al PT, cuya bancada encabeza en la cámara. Recordarán los lectores que
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tras la m uerte de Kim Jong-Il, el dictador norcoreano, este
partido publicó en su página web que lamentaba «el sen
sible deceso de nuestro cam arada Kim Jong-Il [...] quien
con gran sabiduría condujo a los norcoreanos por la paz y
el desarrollo económico, político, social y cultural». Orive
es maoísta; Kim Jong-Il, como sabemos, fue un convencido
estalinista. ¿Dónde está la congruencia?
Orive y sus brigadas de maoísmo pacifista, valga el
pleonasmo, provocaron cejas alzadas entre los religiosos
afiliados a la causa de Samuel Ruiz, celosos de su enorm e
influencia sobre las com unidades, pero no serían ellos los
protagonistas de las relaciones más intensas entre los u to
pistas católicos del obispo y la sociedad civil. De las in i
ciativas de Orive nacería la Unión de Uniones, más tarde
rebautizada como ARIC o Asociación Rural de Interés C o
lectivo, muy unida y a la vez muy separada del zapatismo,
que empezó por infiltrar la organización y produjo, al fi
nal, una escisión entre la llam ada ARIC Independiente y
Democrática, controlada por Marcos, radicalizada desde
sus premisas, y la ARIC Oficial, esencialmente fiel a los li
ncamientos fundacionales de Orive y los suyos. Esta ARIC
fue una de las bestias negras del zapatismo, un movimiento
que, si de bestias negras se trata, tiene toda una zoología.
Lejos de la insurrección arm ada, pero incluso de la resis
tencia civil pacífica, Orive y los suyos optaron por pactar
con el Estado e impulsar pequeñas empresas productoras
y exportadoras de café. Al final, la crisis dio al traste con estos proyectos, la popularidad de las brigadas de Orive
se desplomó y este, derrotado, tomó la determ inación de
abandonar la selva.
Pero, decíamos, no fueron Orive y los suyos ni los ún i
cos, ni los prim eros, ni desde luego los últimos universi
tarios criollos en llegar a la selva. Con el tiempo, asom a
ron las narices los sobrevivientes de las FLN, sujetos, en
cambio, clara y abiertam ente proclives a la transform ación
violenta de la sociedad, según la doxa leninista. Si las re
laciones de don Samuel con cualquier organización social
o política fueron siempre complicadas, las que sostendría
con estos guerrilleros serían propias de una larga y costosa
terapia familiar. En principio, el obispo no vio mal a los
recién llegados. Su actitud ante la lucha armada fue siste
máticamente ambigua, pero en realidad nada había en sus
esquemas ideológicos que la descartara por completo. A
fin de cuentas, la Teología de la Liberación, según queda
dem ostrado en experiencias como la de la Nicaragua san-
dinista, si no privilegió, al menos aceptó la violencia como
método. Poco a poco, sin embargo, cambiaron tanto las
opiniones de Ruiz sobre la presencia zapatista en la zona
como sus reacciones a esa presencia.
En realidad, las rispideces em pezaron más o menos
pronto, derivadas sobre todo de un anticlericalismo ateo
bastante acentuado en Marcos, al que en algún mom ento
antes del inicio del levantamiento le dio por oficiar «bodas
revolucionarias» o «zapatistas» e impulsar el uso de anti
conceptivos entre la tropa, una m edida que Ruiz, eclesiástico al fin y al cabo —la Teología de la Liberación no da para
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tanto aliviane—, enfrentó siempre con franco rechazo.
Pero más allá del libertinaje de los guerrilleros y la moche-
ría del obispo, muy de chilango universitario y de católico
guanajuatense respectivamente, el asunto mismo de la gue
rra estaba destinado a ponerlos en lados opuestos del ring,
por mucho que al final el uno y el otro, el enmascarado y
el entunicado, hayan hecho causa común frente al enemigo
común: el Estado, que representaba al ogro neoliberal.
El entusiasmo que generó el movimiento zapatista en
los círculos progresistas de todo México, blindado ante casi
cualquier crítica, debió enfrentar siempre una pregunta in
quietante: y ese genio de la comunicación de masas que
sin duda es Marcos, ese inventor de la guerrilla posm oder-
na. ¿de veras pretendía avanzar sobre la capital a la cabe
za de un ejército, al tiempo que liberaba territorios que se
sumaban a la causa socialista, a la m anera del Farabundo
M artí de Liberación Nacional en El Salvador o de la mal
llamada guerrilla colombiana de Tirofijo? Para los nuevos
seguidores de Marcos era evidente que no: el pronuncia
miento mismo había sido parte de una sofisticada estra
tegia de comunicación, probablemente destinada a captar
las atenciones de los sectores mejor dispuestos pero no ne
cesariamente más cercanos a la situación de los indígenas
mexicanos, como las clases medias ilustradas de la capital,
primero, y del resto del país, enseguida. Después de todo, la
misión, en térm inos estrictam ente militares, era, más que
un error, un disparate, por no decir que una locura, desde
todos los puntos de vista imaginables.
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Primero estaba el problema de las armas, el más chi
rriante. ¿Recuerdan los lectores aquellas imágenes de in
dígenas armados con machetes, carabinas que Emiliano
Zapata hubiera desechado por viejas y rifles de madera?
Como herram ienta propagandística, fueron inmejorables.
Por sí solas, esas imágenes hablaban de la ingenuidad y la
indefensión de aquellas comunidades, gente desesperada,
postrada, rota por la miseria y la represión. El que había
pergeñado esa campaña publicitaria, y todo apuntaba ha
cia Marcos, era un genio. Si era un genio, era un genio con
un extraño sentido de las jerarquías y del m odo en que las
armas debían repartirse de acuerdo con dichas jerarquías.
A Marcos, que siempre le ha gustado la puesta en escena,
como al resto de la verdadera élite en el mando, le tocaban
las armas buenas: los fusiles de asalto estadunidenses, ru
sos o israelíes, las ametralladoras británicas, las armas cor
tas como acompañamiento, que tan bien se llevan siempre
con la boina, la pipa, las cananas y el caballo. Para la milicia
llana, es decir, la tropa que se dedicaba a la guerrilla solo a
tiempo parcial, quedaban las mucho más antiguas, luidas
carabinas 22. Para el resto, escopetas de caza o rifles de palo.
Enseguida estaba el problema de la capacitación de la
tropa, desde luego directam ente vinculado al de las armas.
Al margen del entrenam iento que la dirigencia zapatista
haya tenido en Cuba con Benigno y quizás en la Nicaragua
sandinista, la soldadesca, compuesta por indígenas, tenía
una capacitación escasa o nula, siempre improvisada, que se basaba en gran m edida en la lectura de manuales adqui
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ridos en Estados Unidos. Los testimonios disponibles ca
m inan todos en la misma dirección: Marcos, encendido de
furor bélico, no tenía capacidad para form ar a un ejército
de soldados razonablemente entrenados. Puede que aquel
ejército mexicano —hoy lo vemos de otro modo, sumido
como está en una guerra callejera cotidiana con las mafias,
es decir, probado en combate— no diera m uchos visos de
seriedad o profesionalismo, con tantos años de pachorra
bajo la paz priista, pero incluso desde esa perspectiva re
sultaba demasiado obvio que las capacidades de uno y otro
bando estaban muy, muy lejos. Habría que añadir que el
asunto de las armas habla del zapatismo de muchas m ane
ras. Hoy sabemos, por ejemplo, que los guerrilleros que no
pertenecían a la élite militar del EZLN tenía que pagar sus
propios fusiles, y que en muchos casos fueron las com uni
dades a las cuales pertenecían las que, con un esfuerzo que
no puede considerarse frívolamente, vendían ganado o co
sechas enteras para adquirirlas. Es por eso que, en realidad,
las comunidades íntim am ente vinculadas con el esfuerzo
bélico del EZLN fueron realmente las más prósperas de la
zona, sin que ello implique, ni mucho menos, altas cuotas
de riqueza.
Sobre todo estaba el problema del núm ero de com ba
tientes. La tom a de cabeceras municipales del prim ero de
enero del 94 puso en acción a varios cientos de efectivos.
Probablemente la tropa zapatista sumara a esas alturas
unos cuatro mil quinientos soldados. Aun si las damos por buenas, esas cifras no bastaban ni para un buen arranque
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en el campo de batalla contra el Estado. Pero es que no
hay razones para darlas por buenas. El núm ero de efecti
vos zapatistas con algún grado de entrenam iento rondaba
probablemente los trescientos. No más. ¿Cómo, entonces,
em prender semejante aventura bélica? ¿Cómo un hom
bre de inteligencia y preparación evidentes como Marcos
podría diseñar semejante estrategia? Más aún: ¿cómo los
indígenas podrían dejarse enredar en ese proyecto? Y no
obstante, las evidencias indican que sí: Marcos tenía todas
las intenciones de iniciar una guerra en forma contra el Es
tado mexicano y no le faltaban seguidores, aunque tam
poco detractores, para empezar en el propio movimiento.
En efecto, las Fuerzas de Liberación Nacional tenían como
proyecto incendiar bélicamente al país y, mediante una es
trategia de focos a la m anera del Che Guevara, causar una
guerra generalizada contra el Estado. La idea era que, lle
gado un m om ento adecuado estratégica y logísticamente,
tres grandes frentes militares se abrirían en tres puntos del
país: en el norte, donde se había originado el FLN; en el
centro, donde tenía también bases de entrenam iento y ca
sas de seguridad; y en el sur, donde había decidido rebauti
zarse como Ejército Zapatista, para aprovechar el rango de
emblema libertario del héroe morelense entre la población
indígena, por completo ajena a figuras como Villa, más
propio de un paladar norteño, o de otras más recientes,
como el Che o Fidel. Pero ni en las cabezas un tanto delu
sivas de Germ án y Rodrigo, que entonces figuraban como dirigentes militares del movimiento, se veía siquiera cer
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cano el m om ento en que el levantamiento tuviera visos de
éxito. En realidad, ni los tarahum aras ni los ciudadanos del
Altiplano m ostraban entusiasmo alguno por una revolu
ción socialista, y es por demás discutible que lo hicieran los
indígenas de Las Cañadas, con todo y que Marcos organizó
un referéndum totalmente am añado entre unas sesenta mil
personas para justificar «democráticamente» un alzam ien
to que, en su opinión, estaba cocinado a inicios de los 90,
con todo y que al Ejército Zapatista ya se le multiplicaban
las deserciones. Así pues los mandos, particularm ente Ro
drigo, se opusieron al inicio de los combates, como lo haría
el propio Samuel Ruiz. Al final, en una reunión de toda la
dirigencia en 1993, Marcos, apoyado por Germán, daría un
golpe de Estado técnico y se adueñaría del liderazgo militar
en el EZLN, con un papel al menos nom inal de segundo en
la cadena de mando, solo antecedido por Germán.
Porque el obispo y sus fieles podían aprobar la violencia
en el discurso y acaso verla como una posibilidad en el m e
diano o el largo plazo —no es posible afirmarlo categóri
cam ente—, pero es un hecho que no la avalaban entonces,
a principios de los 90, y sobre todo es un hecho que no
tenían ganas de que Marcos y los suyos se convirtieran en
las cabezas visibles de la insurrección indígena. Ya había un
virrey en la zona, con plenas capacidades de mando, que
era Taticy o sea el padre en lengua tzeltal, o sea el obispo,
y no hacía falta otro, al menos desde el punto de vista del
propio Tatic. Pero a ellos, como a los viejos compañeros de ruta del Subcomandante, y al gobierno mexicano, y a los
medios, y a los servicios de inteligencia, y a la ciudadanía
en general, los sorprendió el inicio de la guerra, en un país
donde los movimientos guerrilleros se daban por extintos
hacía largo tiempo. Entonces, inevitablemente, Ruiz y los
suyos debieron tom ar unas cuantas decisiones que hubie
ran preferido no tomar. Decisiones que favorecieron a los
zapatistas: puesto a elegir...
A don Samuel se le habrá atorado tener que darle un
nuevo espaldarazo a Marcos y los suyos. No hablamos solo
de su posición ante la guerra. Aunque uno y otro, el cura
y el guerrillero, supieron formarse una imagen pública de
respeto a las opiniones ajenas y respeto profundo a las cul
turas indígenas, a las cuales ambos dijeron siempre admirar
desde lo más hondo, la verdad es que, como Marcos, Ruiz
fue una figura propensa al autoritarismo, que ejerció, como
aquel, de m odo paternalista. De hecho, compartían incluso
hábitos punitivos. Es bien sabido que las tropas zapatistas
tom aron pronto la costum bre de desterrar a la disidencia.
Faltaba más: en los esquemas utopistas no hay lugar para
el disenso. Tampoco Ruiz, aunque seguramente en menor
medida, fue ajeno a esas prácticas. Después de todo, el pen
samiento utópico, sea el marxista, sea el indigenista, sea
el que se deriva de las doctrinas socializantes de la Igle
sia, como la Teología de la Liberación, sea cualquiera que
nazca del mestizaje entre estas especies ideológicas, parte
siempre de la certeza de que existe una verdad absoluta,
incontestable, y de que esa certeza conduce a la felicidad en la tierra. ¿Cómo oponerse a semejante proyecto?
IIÓ EL L I B R O N E G R O D F. LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 117
Con el paso de los años, la popularidad de Marcos m en
guó hasta reducirlo a una especie de figura de culto entre la
radicalidad mexicana y, sobre todo, la extranjera, ese públi
co fiel y acrítico formado por integrantes de ONG italianas,
españolas y alemanas encantadas de encontrar formas de
organización social que no aceptarían en sus barrios —im a
gínense, queridos lectores, a esos encantadores vascos
afiliados al nacionalismo radical sin su vasito de chacolí,
conforme a la Ley Seca impuesta por el EZLN en las zonas
«liberadas»—, pero que parecen muy apropiadas para los
indígenas mexicanos, que, pobres, no han tenido oportu
nidad de formarse un criterio confiable. En enero de 2006,
el jefe guerrillero, probablem ente m erm ado por el bajón
que viene después de la crisis de los cuarenta, con el medio
siglo tocando a las puertas, un tanto afectado en su salud,
según ciertas versiones, inició la llamada O tra Campaña,
bajo el seudónim o —que se reveló no muy taquillero— de
Delegado Cero. Se le habían ido los quince m inutos de fama
como un puñado de agua de m ar entre las manos, y tocaba
reciclarse de algún modo. No lo consiguió. Las elecciones
de 2006 iban a tener protagonistas mucho más notorios en
el bando de la izquierda, con los que term inó por chocar
sin remisión. Específicamente, chocó de frente con el Peje:
dos hámsteres machos no pueden convivir en una misma
jaula, a riesgo de matarse a dentelladas. A López Obrador,
quien cree en las elecciones digamos ortodoxas un poco
más que Marcos, simplemente no le gustó nada que este llamara a la abstención, luego de críticas tan poco amables
—e injustificadas: con tantas acusaciones razonables como
merece el tabasqueño, ¿por qué optar por la menos vero
símil?— como que la imagen de Carlos Salinas de Gortari
creada por el Peje era en realidad un reflejo.
En cuanto al ciudadano medio, los desplantes de M ar
cos, igual que le ocurriría meses más tarde con los de AMLO,
no le gustarían nada. Porque a Rafael Sebastián Guillén la
máscara se le cayó, aun cuando no se diera cuenta. Se le
cayó, por ejemplo, el día que decidió apoyar a e t a , la orga
nización terrorista vasca.
En cambio Samuel Ruiz, m uerto con casi 87 años a
cuestas, puede o no haber conseguido la santidad a ojos
del creador, un hecho que los incrédulos no estamos en
condiciones de verificar, pero sin duda lo consiguió entre
los progresistas del planeta, que supieron pasar por alto sus
muchos pecados de intolerancia y aceptación de la guerra
para convertirlo en un santón, si no en un santo, de un
infinito amor por los pobres teñido de pacifismo. ¿Que
vio con beneplácito el uso de la violencia justa, la violencia
igualitaria? ¿Que usó el dinero de las ONG y los gobiernos
europeos y canadienses para patrocinar clínicas al servicio
del Ejército Zapatista? Qué más da. Mejor recordarlo como
el m ediador entre los guerrilleros y el gobierno, un rol que
cumplió entre 1994 y 1999, o incluso entre el gobierno y
una organización muchos más violenta que el EZLN, el
Ejército Popular Revolucionario, activo desde el año 96 y
responsable de una decena larga de atentados, con varios m uertos a sus espaldas.
1(8 El. L I B R O N E G R O DF L A I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
Lo que tiende a olvidarse cuando se habla del m ovi
miento zapatista es que fue sin duda conservador —en su
mirada nostálgica hacia el pasado, en sus atavismos mar-
xistas, en sus afanes prohibicionistas—, pero no fue real
mente cool. Q uedará siempre la duda de en qué medida
avaló o impulsó Samuel Ruiz la violencia guerrillera. Lo
más probable es que, dentro de ese m odo escurridizo que
siempre lo distinguió, le haya dado alas al zapatismo con la
idea de m anipularlo y de pronto, rebasado por la izquierda
por Marcos, se haya visto totalm ente superado. Fue enton
ces cuando decidió subirse al carro del pacifismo y jugar al
mediador, con buena fortuna. En algún momento, no tan
lejos, asomó las narices el Nobel de la paz, que apenas se le
escapó de las manos. En cambio, con Marcos no deberían
quedar dudas. Porque en su currículum hay una cuota de
sangre nada despreciable. Pero se nos olvida con frecuen
cia. Esa m áscara no term inó de caerse.
El altar de la utopía
La mayor parte de los testimonios de exguerrilleros o m e
ros habitantes de Las Cañadas chiapanecas coinciden en
que Marcos llegó a la zona con modos alivianados y sim pá
ticos, envuelto en esa aparente bonhom ía del chilango leí
do y lleno de conciencia popular que tantos réditos le dio, y
salió convertido en un hom bre autoritario y violento. Para el que quiera ver, esa máscara sí se cayó. Lo que apareció detrás fue el mismo rostro adusto y martirológico de todos
C O N S E RVA D U RI S M O C O O L 1 i y
120 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
los líderes guerrilleros latinoamericanos, en el entendido
de que el martirologio siempre se lo impuso a otro.
M ilitarmente, el m om ento más escandaloso del EZLN
fue la tom a de Ocosingo. El prim ero de enero de 1994, al
rededor de mil elementos cobijados por la bandera negra
con una estrella roja de cinco puntas de las Fuerzas de Li
beración Nacional, pero con las siglas del Ejército Zapa
tista de Liberación Nacional, iniciaron su aventura bélica
chiapaneca, el prim er paso de una guerra popular en todo
el territorio mexicano. San Cristóbal cayó con facilidad.
Los milicianos entraron sigilosamente, por la m adrugada,
a la ciudad, m uchos de ellos armados, es un decir, con rifles
de madera, y sin muchos más disparos que alguna ráfaga
de advertencia, luego de poner sobre el terreno un m uerto
y unos cuantos heridos, izaron la bandera en el coqueto
centro histórico de la ciudad. Aunque los avisos de una in
m inente algarada guerrillera no habían faltado, los del ejér
cito mismo para empezar, al parecer nadie tom ó provisión
alguna para m antener a resguardo la ciudad más im por
tante de la zona.
Menos sencillas resultaron las cosas en el cuartel de
Rancho Nuevo. Luego de abandonar San Cristóbal, par
te de las fuerzas zapatistas fueron a plantar cara al 83 de
Infantería bajo el m ando de Yolanda, la compañera senti
mental del a esas prontas alturas ya famoso enmascarado.
Los zapatistas se dirigían a Comitán, pero tuvieron que re
tirarse precipitadamente, con la baja sensible, en Las M argaritas, del Subcomandante Pedro.
C O N S E R V A D U R I S M O C O O L 121
Ahora bien, el desastre definitivo, y la evidencia más
chirriante de la im portancia que daba Marcos a las vidas
hum anas, fue Ocosingo. La ciudad fue ocupada con facili
dad, pero antes que pronto los zapatistas debieron enfren
tar a un contingente de mucha importancia: 1600 soldados
con instrucciones de recuperar la plaza a cualquier precio.
Así lo hicieron. La inoperancia militar de la guerrilla había
quedado evidenciada en Rancho Nuevo, donde un puñado
de efectivos —el grueso del acantonam iento estaba incom
prensiblemente de baja por perm iso— había resistido a pie
firme la avanzada de guerrilleros, que caían cual moscas
no solo por la manifiesta inferioridad de su armamento,
sino sobre todo por la ostensible precariedad de su instruc
ción militar. En Ocosingo las cosas tuvieron muy mal cariz
desde el principio. Para empezar, el EZLN decidió hacer
unos cuantos juicios sumarios entre los uniform ados que
custodiaban la ciudad. Luego de uno de esos juicios, el co
m andante de policía fue ejecutado con un tiro en la nuca, a
manos de una capitán guerrillera de pulso firme.
La frialdad con que Marcos envió a sus tropas a la m a
tanza puede responder bien a que no supo valorar en su
justa, casi nula medida, la preparación militar que habían
recibido nada menos que de su invaluable persona, lo que
es tanto como decir que la matanza responde a su narcisis
mo hipertrófico, bien a un acto calculado de inducción al
m artirio, una estrategia m onstruosa para sacudir a la opi
nión pública y predisponerla a favor de la causa. El atrope-
llamiento de la retirada zapatista, que incluyó un núm ero
imprecisable de cadáveres, hace difícil ofrecer un número
de milicianos m uertos hasta la tregua declarada por el pre
sidente Salinas de Gortari. Solo en Ocosingo cayeron, al
final, entre cuarenta y cincuenta guerrilleros, uno de los
cuales, muy joven, al que seguramente recordarán los lec
tores, clamó ante las cámaras en plena agonía, y con ello dio
fuerza a la hipótesis sacrificial, que habían sido engañados
por la comandancia, los habían m andado al matadero. En
cualquier caso, ni una posibilidad ni otra marcarían una
novedad en la historia de las guerrillas latinoamericanas;
no invitan, pues, a la sorpresa. Más sorprendente, en cam
bio, es la facilidad con que este baño de sangre iniciático ha
sido olvidado por los medios de comunicación y los esta
mentos intelectuales mexicanos o extranjeros, particular
mente, claro, los más proclives al neozapatismo. ¿Reflejos
de un inconsciente progre, ganas de creer, resabios esta-
linistas de una época en la que los errores o crímenes de
la causa no se ventilaban públicamente para no dar armas
al enemigo? Daremos vueltas alrededor de este asunto en
un capítulo posterior. De m omento, una recomendación:
el —digamos— docum ental Zapatistas. Crónica de una re
belión, en realidad una loa a la utopía marquista producida
por La Jornada y el Canal 6 de Julio, incluye escenas so-
brecogedoras de los m uertos dejados por esta aventurita.
Puede servir, paradójicamente, como el emblema siniestro
de un movimiento muy hábil para elegir a sus muertos.
122 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
Conservadurismo no cbb!
El sendero del Peje
Si inquieta que la izquierda haya enaltecido al Subcoman-
dante Marcos como una suerte de brisa vivificante, como
una figura m oderada y simpática, llena de referencias a la
cultura popular y la literatura y capaz por lo tanto de dar
un nuevo contenido al pensam iento de izquierda (lo consi
guió, pero ya hemos visto que esta afirmación, en este libro,
no envuelve un elogio), qué decir del sorprendente caso de
Andrés Manuel López Obrador, al que podem os acusar de
muchas cosas, pero no de tratar de resultarnos simpático
(ni de serlo involuntariamente), mucho menos de com par
tir unos gustos por lo pop de los que simplemente carece, y
solo muy esporádicamente —como cuando se sintió obli
gado a decirnos en unos spots que no, que no odia a los em
124 t L L I B R O n e g r o d e l a i z q u i e r d a m e x i c a n a
presarios— de tratar de convencernos de una moderación
esencial que tam poco puede presumir.
Pasa que ni en sus orígenes perfecta, si bien quizá no
ortodoxamente, priistas fue López Obrador un moderado.
Nacido en el pequeñísim o pueblo de Tepetitán, Tabasco,
en el año 53, aunque crecido y criado en M acuspana y lue
go en Villahermosa, desde que empezó la secundaria, co
menzó su carrera política joven y bien acompañado, como
miem bro del equipo de campaña del poeta Carlos Pellicer,
también tabasqueño como es sabido, que le apostaba al
senado. A estas actividades siguieron las prim eras que lo
definirían políticamente de m anera más clara. Con toda
probabilidad por la influencia de Pellicer, convencido de la
necesidad de voltear solidariamente hacia las com unida
des indígenas y sacarlas de la postración en la que vivían,
López Obrador, que entonces tenía 23 años, empezó una
obsesiva campaña oficinesca por llevar a los indígenas del
estado algunos planes que guardaba en la cartuchera. Lo
consiguió. A partir de 1977, luego de varios meses en un
aburridérrim o cargo m enor en la Secretaría de Gobierno,
se convirtió en el flamante, orgulloso delegado del Institu
to Nacional Indigenista. Y, las cosas como son, no procedió
conforme a los estándares de la burocracia tricolor, eso en
un estado que es tradicionalm ente un vivero de votos para
el priismo.
La sede del Instituto estaba en Nacajuca, es decir, en la
m itad de La Chontalpa. Ahí, por prim era vez, puso López O brador en práctica el hábito recurrente de consultar d i
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L
rectam ente al pueblo —y después de consultarlo hacer lo
que m ejor le parece, por su bien y en su nom bre—. Según
cuenta Jorge Zepeda Patterson en su retrato de Los sus
pirantes 2012 (p. 64), ya entonces el futuro Peje procedía
como una especie de asceta de la dem ocracia directa. Vi
vía en lo que parece haber sido una suerte de choza con su
esposa de entonces, Rocío Beltrán; salía a trabajar a p ri
m era hora de la m añana y no dejaba de consultar a los vie
jos de las diferentes poblaciones sobre cada decisión por
tomar, sin que ello significara que el hecho de escucharlos
fuera a m odificar m ínim am ente sus ideas previas sobre el
asunto.
Es difícil, sobre todo para un habitante del Distrito Fe
deral que haya pasado aquí los años de gobierno del ta-
basqueño, no sonreír con alguna ironía ante esta presunta
voluntad de consulta pública, siempre contrastante con la
tradicional autonom ía obradorista a la hora de tom ar deci
siones. Lo cierto es que la costumbre de la consulta pública,
fundada en una plausible aunque contradictoria fe en la
«sabiduría del pueblo», se convertiría desde entonces en
uno de los tics políticos de López Obrador, un hom bre a
quien las urnas, con esa irritante precisión matemática que
cualquier oligarca puede manipular, le provocan violentos
reflejos defensivos.
Al duro periodo en el Tabasco profundo siguió otra
campaña junto a una figura intelectual con vuelo, Enrique
González Pedrero, lanzado en pos de la gubernatura en el sexenio de Miguel de la Madrid. A López Obrador se le
126 EL. L I R R O N E Ü R O [) E L A I Z QJJ I E R D A M E X I C A N A
conocía y apreciaba bien en las regiones indígenas, de ahí
que el candidato, que le dio clases en la Facultad de C ien
cias Políticas y Sociales de la UNAM , lo sumara al equi
po. Todo sugiere que fue otro m om ento fundacional para
AMLO. Efectivamente, a contrapelo de la línea liberalizante
del sexenio delam adridista, González Pedrero intentó re-
formular el viejo nacionalismo mexicano, poco menos que
una ideología oficial en décadas anteriores, y el intento caló
hondo en su discípulo, ignorante de o indiferente a aquello
de que es el últim o refugio de los canallas. Habría que aña
dir que no solo por estos motivos fue im portante González
Pedrero. Gracias a su maestro y m entor político, el todavía
joven tabasqueño conoció a una figura muy cercana a él
desde aquellos años: la socióloga y escritora cubana Julieta
Campos, casada con González Pedrero.
Pero ninguna de aquellas chambas del Peje tiene tantos
vasos com unicantes con su periodo de líder capitalino y
figura nacional como su etapa en la dirigencia local del Re
volucionario Institucional. En ese puesto, López Obrador
no solo rompió con los usos y costumbres del poder trico
lor: puso a este de los nervios y pagó el precio de hacerlo.
El proyecto obradorista consistió en organizar una avalan
cha de asambleas com unitarias y barriales que designaron
a unos cinco mil funcionarios. ¿Se imaginan los lectores
lo bien que cayó esa iniciativa en la estructura partidaria
local? Imaginen ahora lo que pasó cuando, una vez capaci
tados, esos funcionarios em pezaron a pegar en los espacios
públicos unas hojas gigantescas donde se precisaba qué
c; O N s F. R V A D I J R I S M O N O C O O L 127
tipo de obra iban a em prender las autoridades, cuánto cos
taba, cuándo iniciaba y cuándo debía concluir.
Los presidentes municipales tabasqueños no tardaron
en ponerse en pie de guerra. La ganaron. Antes de term ina
do un año, quince municipios sobre 17 pidieron a González
Pedrero la cabeza de López Obrador, que se las concedió. A
manera de consuelo, ofreció un cargo a su protegido, que lo
aceptó solo para presentar de inm ediato su renuncia y to
mar rum bo a la capital, al barrio de Copilco, en la periferia
de la UNAM.
No es ni mucho menos un barrio lujoso, como puede
atestiguar el autor de estas líneas, vecino del Peje y del ba
rrio desde la infancia hasta hace no tantos años. «Copilco
en náhuatl quiere decir tierra donde nacen las fotocopia-
doras», dice un chiste barrial que retrata con precisión la
zona. En esta había pasado O brador sus días universitarios,
sumido en un maremágnum de changarros y reuniones po
líticas, y desde ella se dirigía todas las mañanas a una nueva
chamba en el Instituto Nacional del Consum idor, donde
una figura que sonará mucho en su biografía posterior,
Clara Jusidman, la directora, lo puso a cargo del área de
Promoción.
Si algún mom ento de calma ha tenido el pedregoso sen
dero del Peje en las lides políticas fue aquel. Lo hizo bien
como prom otor de la Procuraduría, duró cuatro años en
el cargo, compró casa, mantuvo un perfil bajo. Se asentó,
pues. Hasta que se le atravesó el chamuco. Quienes hayan
seguido al Peje en los medios durante los últimos años sa
128 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
brán que el chamuco, por lo que a él toca, se llama Carlos
Salinas de Gortari, el supremo sacerdote del neoliberalis-
mo y complotista egregio, en opinión de nuestro personaje.
El salinismo parece diseñado para irritar a un tabas-
queño de sangre caliente como López Obrador. Frente a
sus pasiones utopizantes por el México profundo que vivió
en La Chontalpa, el sexenio de Salinas de Gortari patentó
un discurso de m odernización y aspiraciones desarrollistas
que no ponía mayor atención en las com unidades indíge
nas. Frente al nacionalismo abrevado de González Pedrero,
el nuevo régimen propugnaría esa política liberal de de
jar hacer y dejar pasar, de fronteras abiertas y mercados
globales, que concluyó con la firma del Tratado de Libre
Comercio y la privatización de numerosas paraestatales.
Es posible que la entonces esposa de López Obrador, Ro
cío Beltrán, fuera sensata al recomendarle que rechazara la
oferta de sumarse a las filas del Frente Democrático Nacio
nal. Esa sensatez, vista a la distancia, estaba condenada al
fracaso.
La propuesta de sumarse a los disidentes del priismo
le llegó de otro tabasqueño, luego convertido en senador
por el estado de Morelos: Graco Ramírez. La idea era que
AMLO, de popularidad cierta en fragmentos nada desde
ñables de la población, contendiera por el gobierno de Ta-
basco. Perdió, porque al PRI en esas tierras era y es difícil
toserle, pero hizo ruido y term inó por decidirse a volver a
casa por una tem porada larga. La idea funcionó. Desde allí, esde su patria chica, se convertiría en uno de los paladi
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L I29
nes del nuevo partido de la izquierda, el PRD, a punta de
radicalismos y golpes de efecto. A Cuauhtém oc Cárdenas,
un veterano de las lides políticas, no le resultaría indife
rente su buena imagen en las comunidades, donde incluso
le pusieron uno de los sobrenombres que antecedieron al
que probablemente conservará por el resto de su vida, el de
Peje. Lo conocían como Lesho, m odo muy extendido de lla
mar a un Andrés por aquellos rumbos. Y a Lesho, que años
después marcaría distancias con el m oderado fundador del
PRD y la Corriente Democrática, la invitación lo sedujo
de inmediato. Su opinión del disidente priista, por aque
llos años, parece haber sido efectivamente inmejorable.
Para radicalismos y golpes de efecto, los posteriores a
las elecciones del 91. Desde luego, la vieja tradición mexi
cana de fraudes electorales no ayuda a trasparentar el pa
norama, pero es un hecho que a O brador lo de im putar
comicios se le da con sospechosa naturalidad desde hace
ya mucho, veinte años al menos. Se le da eso, y las «to
mas». Tras las elecciones municipales de ese año, congregó
a sus seguidores para ocupar varias poblaciones, entre ellas
Cárdenas y Nacajuca, otorgadas al PRI tras aparente frau
de. Como respuesta, las autoridades m andaron a la policía
con instrucciones de intervenir sin timideces. Pero AMLO
no se amilanó. Como si de un Mao Zedong tabasqueño se
tratara, en el inicio del año 92 em prendió una marcha de
cincuenta días hasta la Ciudad de México, para más datos
hasta uno de sus escenarios favoritos, el Zócalo. Le llamó el Exodo por la Democracia, con respeto a unas resonan
FL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
cias religiosas que algo tendrán que ver con su pasado de
monaguillo, y se salió con la suya, a pesar de que fue un
Mao de convocatoria discreta: alrededor de 150 personas
lo acom pañaron en el recorrido, aunque en la capital se le
sumaron muchas más.
Suficientes, en cualquier caso, para que el gobierno en
viara más rápido que temprano a dos emisarios con quienes
años después AMLO tendría relaciones m uy distintas: M a
nuel Camacho, regente de la Ciudad de México y a Marcelo
Ebrard, su secretario de Gobierno. No llegó muy lejos que
digamos la negociación. Por eso, más adelante se reunió
con el secretario de Gobernación, un chico rudo de toda la
vida llamado Fernando Gutiérrez Barrios, antiguo jefe de
la Dirección Federal de Seguridad, es decir, el anteceden
te del CISEN, es decir, la policía política mexicana. Pero
esta vez don Fer, conocido también por sus m odos caballe
rosos, desistió rápida y educadamente de aplicar la mano
dura. Por fin, Cárdenas y Nacajuca le fueron concedidos
al PRD. Con toda probabilidad no lo sabía Gutiérrez Ba
rrios, pero al mediar entre el Peje y el gobernador Salvador
Neme Castillo sembraba las semillas de una hiedra que iba
a arraigar con fuerza en el país.
Luego de este triunfo, el Peje le agarraría gusto a las
marchas y los plantones, faltaba más. O a los éxodos, para
usar palabras que le son más afines. El Segundo Éxodo por
la Democracia lo organizó tras las elecciones tabasqueñas
de noviembre del 94, cuando el PRD obtuvo cuatro alcaldías sobre un total de 17, lo que significaba un avance nada
C O N S t R V A D U R I S M O N O C O O L ‘31
desdeñable en un feudo priista de toda la vida, pero alegó
haber ganado realmente las elecciones en otras cinco. En
esa ocasión, el Zócalo chilango albergó a los fieles obra-
doristas por varios meses. Es posible que su movimiento
hubiera empezado a resultar m onótono a la ciudadanía ca
pitalina, como de hecho le ha ocurrido luego de tanta ter
quedad plantonera, pero entonces López Obrador, a quien
nadie puede regatearle talento para insertarse en las p ri
meras planas, sacó un as de la manga. O, más bien, varias
cajas de ases; 45, para mayor precisión. En junio del 95, el
hijo predilecto de Tepetitán abrió en pleno Zócalo un río
de cajas con docum entos que probaban que el candidato
priista, Roberto Madrazo, aspirante a la presidencia por el
PRI en 2006 y famoso por su afición a los maratones con
atajo —si no hizo tram pa en el de Berlín de 2007, corrió
quince kilómetros en 21 minutos, que Dios se apiade de
sus rodillas y de los pobres atletas kenianos—, había gasta
do en su campaña solamente treinta veces más del máximo
legal. Muchos millones de dólares, en otras palabras.
Las teorías sobre cómo llegaron papeles tan com pro
metedores a manos tan inquietas son diversas y en algunos
casos perturbadoras. En su libro AMLO: entre la atracción
y el temor (p. 20), la periodista Alejandra Lajous recuerda
una nota del también periodista José Carreño en la que, con
asustante lucidez, este plantea que en realidad el material
llegó a manos de AMLO nada menos que de la Secretaría de
Gobernación. ¿El motivo? El presidente Zedillo, que llegó al poder tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, can
El. L I B R O N E G R O D F. LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
didato a la presidencia por el PRI hasta que ocurrió esa
desgracia en Tijuana, y que en consecuencia necesitaba
ofrecer una imagen impoluta como gobernante para refor
zar una legitimidad escamoteada por las circunstancias, no
veía con buenos ojos la m ancha que significaba pública
mente una elección tan cuestionable como la tabasqueña.
Cuestionable sin duda era. Según los consejeros ciudada
nos Santiago Creel, panista de cepa, y Francisco O rtiz Pin-
chetti, que se desplazaron al estado petrolero para poner
la elección bajo el microscopio, hasta el 78% de las urnas
presentaban irregularidades estridentes. Así que, el enem i
go de mi enemigo es mi amigo, Zedillo optó por atacar in
directam ente a Madrazo, aferrado al nom bram iento en su
búnker tabasqueño.
La estrategia no rindió los frutos esperados, aunque
significó un lam parón de los grandes en el curriculum vi-
tae de Madrazo. Al final, este conservó el cargo y el Peje
añadió una experiencia más a su hoy ya larga carrera de
perdedor electoral. Sin embargo, ganó, y mucho, en im a
gen pública. De pronto, el tabasqueño se convirtió en un
rostro familiar para todo el país, destacadamente para la
Ciudad de México, su segunda casa, y para m uchos en una
figura no solo entrañable y quizás hasta embriagante, sino
sobre todo respetada.
¿Era aquel Andrés M anuel López Obrador digno de ese
respeto? A esas alturas de los años 90, con todo y que el
triunfo de Zedillo había sido contundente (el casi 50% de los votos que se llevó a los bolsillos hizo que Cárdenas, su
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L 133
contendiente por el PRD, no vacilara en reconocerlo, aun
cuando señaló una im portante cantidad de irregularida
des), la ansiedad por que las estructuras políticas se tras-
form aran de raíz y de una buena vez era com ún a muchos,
muchos ciudadanos hartos de turbiedades a la hora de las
elecciones. Así, el desplante de AMLO con las cajas fue to
mado con franco entusiasmo por no pocos, sobre todo en
la ya muy perredista Ciudad de México. A fin de cuentas, ya
era hora de que alguien iniciara un contraataque contun
dente a los fraudes del PRI, un partido dem asiado propen
so a no jugar con las reglas. Ah, qué refrescante ese golpe en la
mesa, qué inesperado, qué oportuno para detener inercias,
calmas chichas, parsimonias que se habían aposentado por
demasiadas décadas entre nosotros. ¿O no?
Conviene, llegado este punto, una pausa en el cam i
no. Es cierto que la presidencia de este país seguía pintada
de tricolor, como gran parte de los estados y municipios,
pero a cambio la oposición, de izquierda o derecha, ha
bía tom ado unas cuantas plazas por la vía de la ley, voto
por voto, entre ellas nada menos que la capital. ¿No era
un buen principio en el camino a la alternancia definitiva?
Cárdenas, quien se había negado, de nuevo, a lanzar a sus
seguidores a la resistencia civil, plausiblemente lo entendió
así y acertó, si bien no con las consecuencias que hubiera
querido: las elecciones del año 2000 pusieron a Vicente Fox
en Los Pinos. AMLO, como hizo en el 91, com o haría en
2006, con mejores o peores razones, según el caso, optó por la algarada callejera. En perspectiva, queda claro que en ese
pecho tabasqueño, a esas alturas, no latía el corazón de un
dem ócrata desesperado, sino el de un yonqui prem aturo de
la resistencia civil.
Si faltaban pruebas, él m ismo se encargó de ponerlas
sobre la mesa poco después, de regreso a casa.
Pemexgates y Pejegates
Curiosa, singular, contradictoria, tal vez incluso cínica, la
relación de Andrés Manuel López O brador con la industria
petrolera mexicana. Una y otra vez, a lo largo de los años
y con diferentes motivos, se ha pronunciado en contra de
cualquier forma de privatización parcial o completa de un
petróleo que, por otra parte, está a nada de agotarse. Ya se
sabe: es un «bien del pueblo», no debe ser usurpado por la
«mafia en el poder», etcétera. Sin embargo, en el año 96,
una confrontación con Pemex, justamente, volvió a poner
a AiYlLO en los titulares de todo el país, y esa vez el Mao de
Tepetitán enseñó un músculo sensiblemente más grande
para las movilizaciones.
El arranque de 1996 sorprendió al tabasqueño en su pe
queño edén, esto es, en La Chontalpa. A esas alturas ya era
un integrante veterano del PRD, incluso todo un excan
didato por el mismo partido, pero sus planes de actividad
política no tenían ni el m enor resabio de institucionalidad.
De lo que se trataba era de bloquear algo más de quinientas
instalaciones de la petrolera paraestatal, a la que acusaba de no reparar los daños que había causado en los alrededores
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L
de sus perforaciones, dejar hecha picadillo la ecología en la
región y no hacer partícipe de sus pingües beneficios a los
vecinos de la zona. Para los bloqueos, logró convocar a unos
cuarenta mil agricultores y pescadores de La Chontalpa.
Predeciblemente, los bloqueos generaron abundantes
adhesiones en todo el país. Vieja estrategia de movilizador
social: clama por perjuicios lo bastante avasalladores como
para que los mil detalles legales que te brincas, o los mil pe
queños actos de violencia pasiva con que los combates, pa
sen desapercibidos. Muy bien, bloquear pozos y oficinas es
ilegal, pero ¿qué es eso al lado del equilibrio ecológico, o de
la felicidad de los desheredados de la tierra (tabasqueña)?
En un lapso de cuatro años y poco más, López O brador ha
bía dado sobradas muestras de su flexibilidad a la hora de
enfrentar las leyes. Si esto ya es suficientemente grave, qué
decir de una estrategia de bloqueos que, al margen de los
relojes millonarios de los líderes sindicales, los sueldos es
candalosos de algunos funcionarios y el abuso sistemático
del dinero público por parte del sindicato en general, vio
lentaba la disponibilidad de recursos fundamentales para
toda la población. Así las cosas, las autoridades optaron
nuevamente por desalojar a los manifestantes con la policía.
A AMLO, que no apareció golpeado o detenido frente
a las cámaras, como sí le ocurrió a doscientos de sus co
rreligionarios, las cargas policiacas no le vinieron mal. La
represión le perm itió dar otra vuelta a la tuerca de la resistencia civil con un tour tabasqueño en que convertiría en eco el llamado a no pagar las cuentas de luz. ¿Una apuesta
1^6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
por la ilegalidad? Nuevamente, sí. Pero a esas alturas, es
decir, tan tem prano como en 1996, ya era claro que el «mo
tor del cambio» social o político, para él, no era el juego
legal o electoral, sino la insurrección. En un notable perfil
(«El mesías tropical», Letras Libres, junio de 2006), Enri
que Krauze cuenta que el propio AMLO le dijo a su paisa
no A rturo Núñez que «este país no avanza con procesos
electorales, avanza con movilizaciones sociales», y que la
ley, a fin de cuentas, no es más que una «superestructura»
creada por los burgueses para oprim ir al trabajador. El que
habla, evidentemente, no es un demócrata, ni siquiera uno
de los menos convencionales, sino un radical que juega a
la democracia solo en la medida en que es conveniente a
sus fines, siempre más elevados. Para López Obrador, for
jado en el nacionalismo priista pero no ajeno a los efluvios
marxistas de aquella UNAM, la ley es una instancia de m e
nor jerarquía que la justicia. ¿Que la justicia no está escrita,
como la ley? Cierto. Para eso, justamente, están los grandes
caudillos: para traducirla con palabras sencillitas, adecua
das a los oídos de las masas, y luego actuar en consecuen
cia. Los chilangos tendríam os la oportunidad de com pro
barlo una y otra vez en años posteriores.
Pero ¿de dónde proviene ese radicalismo? México es
una tierra pródiga en caudillos, pero este, específicamen
te, ¿cómo fue que apareció? No es fácil descifrar los fun
dam entos del obradorismo, una composta ideológica que
abreva de las más diversas fuentes. Podemos empezar, sin embargo, por decir de dónde no proviene.
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L •37
La no sombra de Juárez
El texto de Krauze, ajeno a exabruptos, lacónico, preciso,
es quizás el más implacable que se ha escrito sobre el p ro
cer tabasqueño, no tanto por las armas que puede prestar
a sus detractores como por la terrible imagen que recibiría
de él un hipotético seguidor que se acerque al trabajo del
historiador. «El mesías tropical»: impensable un título más
exacto.
A Obrador, según las indagaciones de Krauze, que sos
tuvo un intenso desayuno con él durante sus días a cargo
del gobierno del DF, le gusta preciarse de seguir los pasos de
Benito Juárez, en «lo político«, y de Lázaro Cárdenas, en
«lo social». Pero las distancias son abrum adoras, lo mismo
con el liberal que con el revolucionario. Empecemos con
el primero. Juárez fue el padre del concepto «austeridad
republicana» y prom otor incansable de trasparentar las
cuentas públicas. Ni el más fiel de los seguidores del Peje se
atrevería a acusar a su gobierno de trasparencia. La adm i
nistración obradorista se opuso con uñas, dientes y golpes
ilegales en los riñones a las iniciativas de ley que im pulsa
ron en esa dirección tanto el presidente Fox como muchos
gobiernos estatales. En esta historia, por prim era pero ni
mucho menos por última vez, aparece el nom bre de René
Bejarano, y eso, para los lectores asiduos a la prensa o la
televisión, es en sí mismo un indicio de que la historia no podría acabar bien.
nuil : h
López O brador impulsó proyectos bien visibles, sobre
todo en los medios, durante su adm inistración capitalina.
Uno de los más cacareados fue el de apoyo a las personas
mayores de setenta años, que pasarían a beneficiarse con
una suerte de pensión de 630 pesos mensuales. ¿Suficiente
para paliar los problemas de pobreza de la ciudad, parti
cularmente los de una población tan efectivamente vulne
rable y marginada como la de los ancianos? En absoluto.
¿Sostenible en el plazo largo? No necesaria, ni siquiera pro
bablemente. ¿Vistoso? ¿Bueno para captar votos no solo de
los beneficiados, sino de su entorno, o para nutrir los m í
tines del Zócalo y las marchas a su mayor gloria o a mayor
denuesto de sus rivales? Por supuesto. En la politología clá
sica, a este tipo de proyectos se les llama asistencialistas, y
al gobierno que los impulsa, mal que le pese a quien le pese,
populista. Más o menos como la otra forma de pensión im
pulsada por AMLO, la pensión a madres solteras, o la menos
famosa de las tres, la pensión a personas discapacitadas.
Pero no se trata solo de que este tipo de «ayudas» sean un
buen mecanismo de obtención de votos. Se trata de que son
antijuaristas en el sentido de que se prestan inusualmente
bien al rejuego con las cifras y al uso indiscriminado del di
nero. Pero si estos proyectos suenan poco juaristas, qué decir
de las inmensas, notables obras públicas que, bajo el para
guas de Claudia Sheinbaum, obradorista fiel donde las haya,
se echaron a andar muy notoriamente en aquellos años.
A Obrador, si se perm ite un juego de palabras más bien
elemental, también se le dan las obras. Y porque se le dan
138 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L •39
sabe que el problema con ellas, y con el ejercicio del presu
puesto en general, es que exige pasar por no pocos filtros,
entre ellos las eternas, tediosas y a m enudo polémicas li
citaciones. Muchos de esos filtros son efectivamente p ro
ducto de los tics burocráticos que lastran a las adm inistra
ciones mexicanas desde siempre, pero otros muchos son
indispensables, por razones evidentes: funcionan como
medicina preventiva bien contra el cinismo cleptómano,
un vicio de la política nacional que no puede imputarse al
tabasqueño, bien contra el nepotismo, bien contra la dis-
crecionalidad propia de quien se cree responsable y correa
de transm isión de la felicidad popular. A López Obrador
esos filtros le parecen prescindibles siempre que su criterio
así lo disponga. Por eso, justam ente, se volvió un adicto a
la pronunciación de bandos, es decir, leyes prom ociona-
das por escrito y pegadas en lugares públicos que, según la
Constitución Mexicana, son de uso exclusivo para los m u
nicipios. Pequeña autoindulgencia legal de López Obrador:
los municipios desaparecieron de la capital en 1928. No
importa. Las delegaciones, porque así lo decidió, pueden
ser también «beneficiadas» por esta forma instantánea de
legislar, forma que le perm itió, por ejemplo, meter mano
al ordenam iento urbano sin mayores negociaciones de por
medio.
Y vaya que metió mano. Su adm inistración desarrolló
obras públicas hasta la extenuación, la propia y la de la ciu
dadanía. La más famosa es sin duda el segundo piso del
Periférico, trece kilóm etros y medio de estructura voladora
1 40 t L L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
que le dieron fluidez a una vía ciertam ente rebasada años
atrás por el exceso de coches y que entronca con otra de las
obras emblemáticas de aquellos años, el también muy pe-
jista D istribuidor Vial de San Antonio. A este proyecto no
se le discutió la pertinencia, al menos no siempre.
En cambio, sí se le discutió el hecho de que se convir
tiera en un proyecto prioritario, cuando esta ciudad, inclu
so antes que cauces para vehículos privados, necesitaba y
necesita una política sostenida y generalizada de trasporte
público. Como veremos con calma un poco más adelante,
López Obrador suele borrar las críticas de la mesa con un
manotazo, sistemáticamente descalificadas como parte de
un complot mediático para descalificarlo, pero quien haya
visto las condiciones de hacinam iento que viven muchos
chilangos de clase baja en los microbuses, las caminatas
maratónicas hasta una estación de m etro o los trolebuses
rebosantes estará de acuerdo en que lo último que puede
decirse de un proyecto como el del segundo piso es que sea
un proyecto atento a las necesidades de los más pobres.
Se le discutió, también, por haber sido instrum ento de
un burdo ejercicio propagandístico. De nuevo, AMLO pue
de m anotear todo lo que quiera, pero invitar «al pueblo» a
que se dé una vuelta a pie por el m entado segundo piso a
manera de inauguración, cuando por el resto de sus mise
rables vidas los caminantes tendrán que limitarse a ver pa
sar los coches a toda velocidad (al menos los días de poco
tráfico) a nivel de banqueta, m ientras pasa un micro, tiene algo de francam ente atentatorio contra el buen gusto. «Ya
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L 141
se va viendo bonito aquí —dice hacia el final de la pelícu
la uno de los trabajadores que protagonizan En el hoyo , el
notable docum ental de Juan Carlos Rulfo sobre la cons
trucción del Segundo Piso—. Lo malo que nunca me voy
a venir a estrenar este pinche puente, porque no llego ni a
bicicleta.» Al final de su intervención, el trabajador ríe.
Nada, sin embargo, se discutió tanto como el m odo
brum oso con que se financiaron esas obras y otras cuantas.
Para el ciudadano com ún que quiera saber cuánto se invir
tió en, digamos, el distribuidor de San Antonio, o para el
periodista que desee precisar cómo se procedió con las li
citaciones del Segundo Piso, simplemente no hay opciones.
¿Sobreburocratización, ineficiencia, caos administrativo,
desidia funcionarial? No: puro cálculo. Para su ambicioso
programa de obras en el DF, AMLO diseñó un Fideicomi
so Para el M ejoramiento de las Vías de Comunicación del
Distrito Federal, el f i m e v i c , que extrañam ente no quedó
bajo el fuero de la Secretaría de Obras Públicas sino bajo
la de Medio Ambiente, dirigida por Claudia Sheinbaum,
una investigadora de la UNAM con notables prestaciones
académicas y una larga carrera política. Con esta medida,
se evitó pasar por una red de supervisiones. Esta medida
provocó una seria respuesta de Hacienda, a la que la adm i
nistración obradorista respondió con ... ¿qué? Un decreto.
Parece que si no es bando, es decreto. Este, particularm en
te, declaraba como de acceso restringido toda la inform a
ción concerniente a dichas obras. Va un caso significativo para los amables lectores, cortesía de Alejandra Lajous, con
142 El. L I B R O N E G R O DE 1 A I Z Q U I E R D A M F. X I C A N A
una sugerencia: pensemos cómo reaccionarían Obrador y
su entorno si se filtrara una información semejante que in
volucrara a un hipotético fideicomiso creado por el PAN.
Porque la información impacta: 790 millones de pesos,
nada menos, asignó el f i m e v i c a las mismas empresas que
construyeron el tram o norte-sur del famoso segundo piso
para construir el tram o sur-norte. Nada de qué asustarse,
salvo por un detalle: no hubo licitación de por medio, solo
una ampliación de contrato. ¿Parece una medida juarista?
Tampoco lo son algunas otras vueltas de tuerca legales que
le vimos al tabasqueño en sus años de jefe de Gobierno.
Menos juarista aún es la concepción obradorista de la
soberanía popular, tan bien detectada por Krauze. La iz
quierda mexicana, que tiene en Juárez a uno de sus san
tones, suele olvidar o entender a su m odo el hecho de que
Juárez fue, estricta y convencidamente, un liberal, y que
entre ese ser liberal y el m odo en que AMLO se envuelve
de legitimidad popular media un abismo filosófico, ju rí
dico y político. La idea de que una verdadera democracia
es aquella que, vía un líder particularm ente sensible a las
necesidades del pueblo, sabe interpretar los anhelos de este
y traducirlos en actos de gobierno y a la larga en todo un
orden social, es justam ente la tradición, muy medieval y
muy propia del bando conservador, a la que se opusieron
los liberales del XIX. En otras palabras, la idea de un go
bierno democrático impulsada por Juárez sería fácilmente
descartada como «legalista» por López Obrador y muchos de sus seguidores, pues se asienta en los votos individuales
C O N S E II VA D U R I S M O N O C O O i 143
y el respeto a la ley, es decir, en los principios de la dem o
cracia representativa, y no en las aclamaciones a plaza llena
y la interpretación aleatoria de la ley en nom bre del pueblo,
habituales en lo que se llama «democracia directa».
AMLO tam poco se parece a Lázaro Cárdenas. Tiene ra
zón Enrique Krauze cuando califica al general michoaca-
no como un presidente popular pero no populista y como
un socialista que no promovió el odio de clases. En efecto,
en tiem pos de radicalismo y desgarram iento interno —la
presidencia de su predecesor, Plutarco Elias Calles, se dis
tinguió por la Guerra Cristera, un producto, entre otras
cosas, del jacobinismo del presidente, pero también por
la represión categórica a cualquier forma de disidencia—,
Cárdenas dio muestras de una vocación conciliadora a
toda prueba y logró poner en paz a México, prim er ladrillo
de la pax priista. Pero además usó los recursos públicos,
cierto que a veces fallidamente, para impulsar el desarrollo
industrial del país, una fe de ingeniero antes que política
cuyo mejor ejemplo es el Instituto Politécnico Nacional,
fundado en sus días.
En Obrador, por el contrario, decir diferencias sociales
equivale a decir conflictos sociales, y en sus discursos p ú
blicos como en sus intervenciones ante los medios utiliza
abundantem ente la dialéctica de la lucha de clases, aunque
con pie en una term inología diferente. Es digno de aten
ción que pocos analistas hayan reparado en la obsesión
idiomàtica de AMLO con la palabra «pueblo», un térm ino de cómoda y peligrosa ambigüedad que le permite referirse
EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
a las clases bajas, a la gente pobre, con una falsa admiración
que encubre un paternalismo que parecía liquidado hace
muchas décadas: «Sólo el pueblo puede salvar al pueblo»,
dice el eslogan de su última aventura organizativa, el M o
rena, o Movimiento de Regeneración Nacional. ¿Por qué
hablar de pueblo y no de ciudadanía, como hace cualquier
político actual razonablemente democrático? Porque ser
un ciudadano implica aceptarse como igual en derechos a
todos tus compatriotas, pero también igual en responsabi
lidades. En otras palabras, porque el concepto de ciudada
nía se asienta en el de respeto a la ley, es decir, a lo que por
naturaleza está escrito y no admite excepciones.
Conocemos ya la historia de las instalaciones de Pe-
mex. Sin embargo, salvo por las elecciones de 2006, que
pudieron representar su Waterloo —aunque, ya lo dijimos,
regresos mucho más espectaculares se han visto en la po
lítica—, nada representa con más claridad su forma de en
frentar la ley que el caso de El Encino, detonante de aquel
conato de desafuero que no estuvo muy lejos de ponerlo
fuera de combate en el camino a las elecciones de 2006.
El desafuero
En realidad, la historia del predio de El Encino empezó an
tes del periodo de jefatura de López Obrador. En 2000, Ro
sario Robles expropió de manos de la empresa Prom otora
Santa Fe el terreno de ese nombre para construir un camino hasta la puerta de un hospital, es decir, en principio, para
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L '45
realizar una obra de interés colectivo, única justificación
legal para em prender un proceso de expropiación. Prim er
detalle: las obras debían facilitar la llegada a un hospital, sí,
pero privado. Segundo detalle: el dueño del predio deci
dió ampararse y logró así detener al menos tem poralm ente
dichas obras. O eso pensó. El gobierno de la ciudad optó
por seguir con las obras en contra de su obligación legal, por
lo que un juez solicitó la intervención de la Procuraduría
General de la República para dar con los responsables d i
rectos de semejante desacato y llevarlos a juicio.
En casi cualquier gobierno, un amague legal de esa
m agnitud provocaría la caída de unas cuantas cabezas de
segunda fila, a m odo de proteger al líder, y quizás algún tipo
de negociación bajo el agua para tranquilizar al dueño y
reanudar las obras sin contratiempos. No en una adm inis
tración obradorista. Luego de que el juez detectara seña
les claras de que la obra no se había detenido en los años
posteriores al amparo, lo que involucraba ya al gobierno
de López Obrador, y procediera en consecuencia, el tabas-
queño decidió brincar al ring personalmente. Puede que
AMLO, contra lo que dice el proverbio irlandés, sea capaz
de rechazar una buena cerveza o a una buena mujer. No lo
sabemos. Lo que es un hecho es que cumple con la tercera
parte del enunciado: nunca rechaza una buena pelea. La
de El Encino, específicamente, a punto estuvo de costarle muy, muy caro.
El riesgo que corría López Obrador era que el aparato de justicia lo acusara de desacatar las disposiciones de un juez
146 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
y se iniciara un juicio de desafuero en su contra, como de
hecho ocurrió y, digan lo que digan escépticos y militantes,
como es de necesidad que ocurra en cualquier país respe
tuoso de las normas democráticas. Más allá de las conse
cuencias legales que pudiera traerle el juicio, que incluían la
cárcel, López Obrador se enfrentaba a la posibilidad de no
ser candidato en las elecciones de 2006 por estar sometido
a un juicio, una perspectiva que le habrá resultado sencilla
mente insoportable. Igual se la jugó, y le salió.
¿Que el gobierno federal intentó aprovechar la coyun
tura y quitarse de encima a un serio rival para las eleccio
nes presidenciales? En otras palabras, ¿que la decisión de
promover el juicio en el PRI y el PAN nació, antes que de
motivaciones éticas o jurídicas, de estrategias políticas más
bien discutibles? Sin duda y sin pudor. Pero ningún filóso
fo del Derecho se atrevería a decir que la mala fe de la parte
acusadora invalida, a priori, el hecho de que la parte acu
sada haya incurrido en ilegalidades. Desde el principio del
escándalo, López Obrador optó por una estrategia de dos
cabezas. Por un lado, decíamos, retó por sistema al apara
to judicial, un m odo de forzar las trancas que constituye,
de hecho, uno de sus rasgos distintivos: ver siempre hasta
dónde es capaz de llegar el enemigo, jugar al duelo a m uer
te, a ver quién tiene más agallas. Pero una estrategia de esa
naturaleza no es fácilmente justificable: ni todo el carisma
del m undo basta para presentarse tranquilam ente como un
simple bully de la política, como el chico malo del patio. Por eso, y seguramente también porque lo cree, el Peje se
C O N S r. I IV A D U R I S M O N O C O O i >47
decidió a revolucionar otra vez el lenguaje con un térm ino
que ya tiene vida propia: el compió, versión tropical de la
teoría de la conspiración.
Los protocolos de los sabios neoliberales
Gran cosa las teorías del complot, que reúnen dos rasgos
no siempre compatibles: son reconfortantes y son útiles. Si
asumes que una camarilla de lo que sea —seres del espacio,
masones, rabinos maléficos, comunistas o especuladores
financieros— se esconden para dom inar al m undo secreta
mente, dejándonos creer que somos libres cuando en reali
dad vivimos sometidos por seres superpoderosos que con
trolan los medios de comunicación, el dinero, las fuerzas del
orden y toda la arquitectura política del país o incluso del
mundo, tienes una llave maestra para explicar cuanto suce
de, particularm ente lo malo. Es reconfortante, pues, aunque
sea de manera un tanto paradójica: deja la sensación de que
el m undo está ordenado, de que responde a una lógica, des
de luego perversa, de causas y efectos que no puedes con
trolar, y por lo tanto te permite sentirte legítimamente libre
de responsabilidades. Pero también es útil, porque justifica
prácticamente cualquier acto. Si todas las instituciones es
tán controladas, si la ley es un instrum ento de dominación,
si la democracia es una puesta en escena y los medios de
comunicación juegan el mismo juego de dominación, ¿por
qué respetar las instituciones, por qué jugar con las reglas, por qué poner límites a las formas de la rebeldía?
148 El. L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
AMLO tardó poco, muy poco, en apelar a las teorías
conspiracionistas. ¿Qué haces cuando dos de los tres parti
dos más fuertes del país, el PRI y el PAN, están de acuerdo
en que debes ser llevado a juicio y por lo tanto en desca
rrilar tu carrera política? ¿Qué haces cuando tu incum pli
miento de la ley está docum entado y fue exhibido públi
camente y la corte te tiene en la mira? Puedes arrugarte y
ceder. O respiras profundo, aprietas la mandíbula, subes la
guardia y retas al contrincante tan estentóreamente como
sea posible, a ver si el bluf funciona. ¿Conocen el chiste,
apreciados lectores? Es viejo y malo pero ilustrativo. Un
hom bre llega a su casa en la m adrugada y se encuentra a su
mujer en la cama con un sujeto. La mujer lo ve fijamente y
le espeta: «¿Por qué llegas a estas horas?» Sorprendido, el
m arido responde: «¡Pero si estás con un tipo en la cama!»,
solo para que ella contrarremate: «No me cambies el tema.
¿Por qué llegas a estas horas?» Eso fue exactamente lo que
hizo AMLO: usar todos los foros a su alcance para pregun
tarle a sus perseguidores por qué llegaban a esas horas.
2004 debe haber sido un año difícil para López Obrador,
al que se le juntaron, entre otros escándalos, el de los videos
y el de El Encino. En mayo, la Suprema Corte y el Consejo
de la Judicatura Federal informaron a la ciudadanía, vía la
prensa, que efectivamente el gobierno del DF había viola
do la suspensión del decreto expropiatorio contra los due
ños de El Encino. Como los tironeos entre estos y el GDF
se alargaban hasta el año 2003, quedaba confirmado que la administración de López Obrador era responsable por esa
C O N S F R V A D U R 1 S M O N O C O O i 149
ilegalidad, con lo que el proceso judicial seguía su curso. En
junio, Obrador reunió a su gabinete en el Palacio del Ayun
tamiento para declarar ante los medios que no pensaba ni
ampararse ni contratar un abogado, porque ese juicio era
realmente una farsa en la que se juzgaban sus ideas, no una
acción «contra la justicia» —no dijo, llamemos la atención
sobre ello, «contra la ley»— y se lanzó a la guerra, ese espa
cio en el que, como en el amor, dicen que todo se vale.
Más tarde, AMLO acusaría al gobierno federal de in
miscuirse en las elecciones y usar los recursos públicos a
capricho. Curiosamente, no se reprochó a sí mismo haber
cometido los mismos pecados. Primero, el gobierno de la
ciudad distribuyó entre los chilangos millones de histo
rietas en las cuales se relataba la persecución de que era
víctima el jefe de Gobierno. La más significativa, para los
asuntos que nos ocupan inm ediatam ente, es esa que lle
va por nombre, sin rubores detectados en ninguno de sus
responsables, Las fuerzas oscuras contra Andrés Manuel. El
tema de este panfleto es, como im aginarán los lectores, el
compió. Según las tesis expuestas en este hito de la histo
ria del cómic, las m entadas fuerzas oscuras de la sociedad
habían organizado una conspiración en cuatro episodios
para descabalgar a «Andrés Manuel» y conservar el poder
corrupto y autoritario que tienen sobre la sociedad.
El prim er episodio fue el llamado Sanjuangate, el caso
del predio San Juan, otra muestra de la curiosa forma de
interpretar la ley del entonces jefe de Gobierno. Hay dudas sobre cuándo decidió el gobierno local expropiar el predio
EL L I B R O N E G R O D E LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
de ese nombre, pero es posible que la iniciativa llegue tan
lejos como 1989, esto es, a la administración, todavía priis-
ta, de Manuel Camacho, regente de la ciudad. En cualquier
caso, los dueños decidieron em prender un juicio en 1998,
cuando la ciudad estaba en manos de Cárdenas, y obtuvie-7 /ron un amparo, palabra que a esas alturas López Obrador
seguramente no podría oír sin sufrir un acceso de ira. En
2003, la corte dictaminó que el gobierno estaba obligado a
pagar 1800 millones por el terreno. ¿Adivinan los lectores
cómo respondió el jefe de Gobierno? Con una negativa,
por supuesto, basada en la premisa de que el juicio no había
cumplido con los menores requisitos de transparencia. Una
vez más, el desplante lo puso bajo los reflectores, no siempre
con la mejor fortuna. Y una vez más, lo puso en riesgo de su
frir un latigazo judicial que lo dejaría marcado para siempre.
El segundo episodio, nos dice esta singular historieta,
fue también un gate: el Nicogate. Nico, Nicolás Mollinedo,
era el chofer de AMLO, o sea, ese hom bre puntual y tra
bajador al que los vecinos de Copilco veían llegar y salir
todos los días con un volante de Tsuru entre las manos y
un jefe de Gobierno en el asiento. Para buena parte de di
chos vecinos, provenientes de los entornos universitarios de
izquierda, la imagen de un alcalde tan austero, tan hum il
de, que salía en plena m adrugada a cham bear sin alardes
lujosos ni desplantes guarurescos, con un hum ilde con
ductor y un humilde coche de taxista, era conmovedora,
una prueba tangible de su juarismo. Lo que no sabían era que el m encionado chofer, hijo de un viejo amigo tabas-
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O l
queño de AMLO, tenía ingresos muy poco austeros. Algo
más de setenta mil pesos al mes, y no propiamente extraídos
de la cartera de su jefe. Obrador, tan dado a cacarear cual
quier recorte salarial al funcionariado como la salvación
de la patria y tan enconado cuando recuerda los salarios de
quienes no tienen el privilegio de trabajar con él, intentó
lavarse la cara con el argum ento de que en realidad Nico
era todo un jefe de logística, que lo apoyaba de muchas
maneras. Le faltó explicarnos, en todo caso, por qué usaba
de chofer, aunque fuera a tiem po parcial, a un sujeto con
semejante estatus en la nóm ina, o por qué tantos trabaja
dores del GDF que también apoyan de muchas formas co
bran mucho menos que Mollinedo.
La tercera escala del complot fue por supuesto los vi
deos de Ahumada. La cuarta y última, El Encino y el inten
to de desafuero.
¿Cómo libró Obrador su annus hoiribilis, con la p ro
digiosa carga de descrédito que caía sobre su imperfecta
persona? Lo dicho: con la maravilla de la teoría de la cons
piración, ese comodín. Su némesis, en el cómic, no es el
presidente Fox, que tendrá que esperar un poco para con
vertirse en un maestro de la intriga. El prim er gran conspi
rador de las tesis amlistas es un enemigo más viejo. Se trata
nada menos que de Carlos Salinas de Gortari, un hom bre a
quien a esas alturas, con herm anos incómodos, alzam ien
tos zapatistas y crisis económicas sobre sus hombros, po
cos veían con simpatías. ¿Por qué no cargó entonces López Obrador contra Fox? Difícil decirlo. Probablemente haya
1^2 EL L I B R O N E G R O DF LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
un punto de irracionalidad en la decisión, aunque tampoco
puede descartarse la posibilidad inteligentemente definida
por Lajous: que el tabasqueño vislumbrara la posibilidad de
una negociación con el ejecutivo. Porque López Obrador,
según se acercaba la fecha decisiva, daba más y más mues
tras de nerviosismo y hasta de miedo en el cuerpo, como
dem uestra la creciente beligerancia de sus intervenciones,
cada vez más generosas en nombres de conspiradores. En
efecto, Salinas será el prim er rostro de una conspiración
que reaparece cíclicamente en los discursos de AMLO, es
decir, el rostro más visible de una entidad malévola enem i
ga de los pobres, la oligarquía, de la que, añadió, formaba
parte una extensa nóm ina de panistas y priistas: Fox, su
esposa M artha Sahagún, Santiago Creel y Diego Fernández
de Cevallos, entre los primeros; Manlio Fabio Beltrones,
Roberto M adrazo y Emilio Chuayfett, entre los segundos.
El compió irrum pía con plenos derechos a la política
nacional. Se anunciaba una nueva cam paña y una particu
larmente beligerante, la que serviría para elegir al reempla
zo de Vicente Fox. Si los ciudadanos pensaban que Andrés
Manuel López O brador no sería capaz de sostener una re
lación política más torm entosa que la que sostuvo con el
presidente guanajuatense, se equivocaban de plano.
El fraude del fraude
López Obrador, decíamos, iba a clamar a los vientos contra
lo que muchos llamaron una elección de Estado, o sea, con
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L
tra el m odo en que la adm inistración de Fox puso hechos,
palabras y recursos al servicio del nuevo candidato panis-
ta a la presidencia, Felipe Calderón. Lo hizo, sin duda, y
nuevamente de un m odo nada púdico. Lo hizo, habría que
añadir, más o menos en proporción equivalente al m odo
en que lo hizo la adm inistración chilanga. Esta había dado
m uestras de su capacidad para disponer de los recursos pú
blicos de m anera digamos bastante libre, sobre todo desde
que empezó el escándalo del desafuero. Está el asunto de
los cómics, por supuesto, pero eso fue apenas un detalle
entre muchos —seguramente el más populacheram en
te vergonzoso—. Ahora bien, hay antecedentes y nuevos
ejemplos por puñados. En 2004 AMLO publicó Un proyec
to alternativo de nación, que vendió 40 mil ejemplares en
poco tiempo, gracias a una especie de sistema Amway de
izquierdas: puso a las redes ciudadanas a venderlo por to
dos los confines del país. Allá las redes y lo que decidan
hacer con su tiempo. Sin embargo, según el juicio del des
afuero avanzó y tom ó tintes más inquietantes para su fu tu
ro, sus medidas se volvieron más cuestionables. En febrero
de 2005, sin ningún pudor, atiborró el Teatro M etropolitan
con cuatro mil empleados del Gobierno del Distrito Fede
ral, m ientras el susodicho gobierno imprimía tres millones
de volantes contra el desafuero. Solo era el principio. Fal
taban los cientos de miles de listones elegidos como señal
de protesta; los trescientos mil carteles pegados en edificios
de toda la ciudad, particularm ente edificios públicos; los mítines y los retratos de López O brador pegados en el sis
L: i L I B R O N F G RO D t LA I Z Q U I F R DA M E X I C A N A
tema de trasporte público chilango. Aunque probablem en
te la medida más escandalosa, y que no dejó de provocar
protestas con todo y que el miedo al desempleo oscilaba
sobre los inconformes, fue la de pedir una «cooperación
voluntaria» a los trabajadores del gobierno, quienes debían
aportar entre el 10 y el 30 por ciento de sueldo para la cau
sa obradorista. No pocos aseguraron haber sido obligados
mediante amenazas de despido. ¿Fueron esas declaraciones
parte del complot para m inar su imagen? Difícilmente. Si
lo fueron, queda de todas maneras en la lista de los «debe»
la explicación de por qué, desde la posición de poder que
ostentaba, puso a sus empleados en la disyuntiva de ceder
un dinero que en general necesitaban o rehusarse a apoyar
a su jefe. Es difícil im aginar a Juárez en el acto de tomar
una decisión de semejante naturaleza.
AMLO no suele contenerse, ni siquiera cuando su fal
ta de contención mueve a los votantes a huir hacia otras
posibilidades de las muchas que ofrece la intim idad de las
urnas, incluida por supuesto la de la abstención. Recien
temente, luego de ser nom brado candidato de la izquier
da para las elecciones de 2012 en detrim ento de Marcelo
Ebrard, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, el ta-
basqueño se proclamó dispuesto a fundar una «República
amorosa», es decir, a «fortalecer los valores. El am or a las
familias, el am or al prójimo, el amor a la patria». ¿Se pasó
a la acción católica el rijoso hom bre del desafuero? Tam
bién ha repetido que de ninguna manera, en caso de ganar, cederá a la tentación de la represalia, una aclaración que
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L !S5
debería bastar p o r sí sola para ponernos a todos los pelos de punta —no es frecuente en las democracias pensar en
ajustes de cuentas con motivo de elecciones perdidas por
la buena o la mala, aunque el mal pensam iento se descarte
de inm ediato—. Antes y después de las elecciones de 2006,
esas que tachó de robo y fraude, López Obrador insistió en
un lenguaje m ucho más violento que el de sus opositores.
A él debemos gran parte del folclor lingüístico de aquellos
años, desde el famoso «Cállate, chachalaca» dirigido con
tra Fox, muy mal recibido por la mayor parte de los ciuda
danos, según abundantes encuestas, hasta lo del «espurio»
o lo de «pelele». AMLO olvida que en las democracias, in
cluso en el escenario de un fraude, hay muchos ciudadanos
que no votan con fe ciega, sino desde una titubeante inde
cisión, y que ese tipo de salidas de tono tienden a ponerlos
en alerta roja y a mandarlos hacia otros candidatos menos
intimidantes.
Pero la agresividad de AMLO no se limitó a lo verbal,
como recuerdan sin duda los lectores. El López O brador de
los bloqueos contra Pemex, los plantones en el Zócalo y los
desafíos a las instituciones de justicia reapareció con más
furor que nunca, en un todo o nada que evolucionó rápi
dam ente de las declaraciones en los medios a los plantones,
de los plantones al famoso bloqueo de Paseo de la Reforma
y el Zócalo, y del bloqueo a la formación de un «gobierno
legítimo». Un todo o nada que, a la hora de redactar estas
líneas, es nada, salvo el éxtasis m om entáneo y engañoso de las plazas llenas y las muestras de devoción casi religiosa
|“6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
que no pocos ciudadanos, pero de ningún m odo una m a
yoría, obsequian al presidente legítimo de este país ilegíti
mo. De nuevo, hagamos historia.
El 2 de julio por la noche y todavía hacia las dos con
cuarenta minutos de la m adrugada de esa jornada intensí
sima, las encuestas daban una ligera ventaja al candidato de
la Coalición Por el Bien de Todos, constituida por el PRD,
el Partido del Trabajo y Convergencia. Esa estrechez en las
diferencias, justamente, iba a dar pie a un movimiento de
resistencia civil francamente pertinaz, el del fraude que no
existió. En efecto, parecía que, como muchos habían vati
cinado, López Obrador ganaba las presidenciales aunque
fuera con un margen así de estrecho. Sin embargo, faltaba
un rato para que term inara el partido. El 3 de julio, o sea
apenas un día después, ya sabíamos que en el curso de la
noche las cifras habían cambiado hasta hacer ganador por
un estrecho 0.57% a Felipe Calderón, el candidato del Parti
do de Acción Nacional. Doscientos y pico mil votos de dife
rencia, suficientes, o más bien lo bastante escasos, para que
se desataran los infiernos de la «resistencia civil pacífica».
Se ha declarado y escrito mucho sobre el presunto frau
de, desde todas las posiciones imaginables. ¿Los argumentos
que deberían dar fe de la existencia del compió de complós?
Primero, el comportam iento teóricamente errático, absurdo,
sin «lógica» en palabras del López Obrador, del Programa
de Resultados Electorales Preliminares, el famoso PREP. Al margen de que el PREP es un instrum ento de comunicación
de resultados en tiempo real y no tiene validez legal —el
recuento de votos oficial se basa en las actas levantadas por
los representantes—, hay abundantes razones para sostener
que no hubo un fraude cibernético, según señaló Obrador
en su momento, y que el m odo en que llegaron los resulta
dos obedeció simplemente a los grados de marginación y
las distancias de determinadas zonas electorales. Nadie ha
ilustrado mejor este hecho que el sociólogo Fernando Pliego
Carrasco, quien dedicó todo un libro al fraude del fraude, El
mito del fraude electoral en México.
Es cierto que las actas reflejaron una notable cantidad
de errores aritméticos, pero no menos cierto es que esos
errores afectaron en proporciones similares a López O bra
dor y a Calderón. Pliego va un poco más lejos, y desauto
riza la petición de un recuento «voto por voto, casilla por
casilla», que term inaría por convertirse en un m antra de la
resistencia civil. ¿Por qué? Primero, porque dicho recuento
no fue solicitado, para usar otros térm inos legales bastante
feítos, en tiempo y forma. Pero, sobre todo, porque la re
visión que decidió hacer el Tribunal Federal Electoral, que
reabrió casi doce mil casillas, arrojó la evidencia de que en
las casillas anuladas por lo ostensible de los errores com e
tidos, más de setecientas, la distancia entre ambos candi
datos se mantenía.
¿Cree López Obrador en la realidad del fraude con el
fervor mesiánico que reveló antes de convertirse a la políti
ca amorosa que preconiza desde fines de 2011 o más bien,
como plantean el propio Pliego y otros cuantos analistas, la tram a conspiracionista del fraude fue una estrategia para
C O N S L RVA D U R I S M O N O C O O L 15-
ocultar el desbarrancam iento de su campaña, básicamente
imputable a sus propios errores, y acaso buscar otra forma
de llegar al poder? Probablemente nunca lo sabremos. El
hecho es que, aun si los num erosos contrargum entos de
gente como Pliego son tan solo dignos de consideración
—y resulta evidente que son mucho más que ello—, esa
mera y vana duda, el m enor atisbo de escepticismo, el m e
nor titubeo, pues, debería haber bastado para que un líder
verdaderam ente dem ocrático hubiera evitado el caos trin-
cheril a que se vio sometida esta ciudad.
A falta de Renés, Juanitos
Con un poco de suerte, es un decir, los lectores podrán en
contrarla en algún botadero de películas en remate. Tiene
un elenco de lujo —es también un decir— que incluye a Al
berto Rojas el Caballo, Lyn May, Grace Renat, Alfonso Zayas
y el Güero Castro, es decir, a buena parte de la plana mayor
del extinto cine de ñcheras, más ese muy respetable actor
que es Rafael Inclán. El autor de estas líneas fue incapaz de
encontrar una copia; así, tendremos que conformarnos con
la sinopsis que ofrece uno de los actores en una entrevista
para Milenio Diario con Víctor Hugo Michel. La peli, dice el
actor, cuya peculiar forma de expresión respetaremos, «se
llama Perfumadas». Trata de «un atraco que comete Rafael
Inclán y yo estoy en un cabaret chupando con mis cuates y
todo, y llegan ellos y le doy un botellazo al hijo de Alfonso Zayas. Y me toca bailar con las chicas de tacón dorado.» ¿A
1^8 El L I B R O N E G R O l) L LA I Z Q U I L R D A M E X I C A N A
C O N S F UVA D IJ R I S M O N O C O O L 159
quién debemos este despliegue de sofisticación cultural y ri
queza léxica? A Rafael Acosta fuanito , probablemente —en
todo caso, así lo esperamos o, más aún, lo suplicamos— el
único delegado al que las multitudes han visto en calzon
cillos. Por simple afán de precisión, habrá que señalar que
Internet Movie Database se refiere a esta obra como a Las
perfumadas, estrenada en el año 83 y dirigida por Víctor
Manuel Castro. Eso, y que no debe ser gratuito que la escena
que le llega a la mente a Juanito sea la del botellazo.
Salvo por unos cuantos policías golpeados, los m iem
bros de unas cuantas organizaciones sociales, algunos ciu
dadanos de a pie y los aficionados al cine ficheril con muy,
de veras muy buena memoria, a m ediados de 2009 nadie
conocía realmente a Juanito, que los quince m inutos de
fama se los debe a López Obrador. En junio de ese año,
el PRD organizó las elecciones para jefe delegacional por
Iztapalapa, un m onstruo de casi dos millones de habitantes,
es decir, casi la quinta parte de la población de la ciudad.
La elección enfrentó a dos mujeres de largo currículo en
la militancia y la política: Silvia Oliva, antigua diputada y
presidenta del PRD en el Distrito Federal, y Clara Brugada,
economista, también exdiputada y exintegrante del C on
sejo C iudadano de Iztapalapa. Brugada ganó con respeta
ble margen una (otra) elección fuertemente cuestionada
por sus mil y una irregularidades, pero Oliva la impugnó,
prim ero, ante el Tribunal Electoral del Distrito Federal y,
una vez que este dio la razón a Brugada, ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que decidió
t L L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U 1 E R D A M E X 1 C A N A
anular 81 casillas, con lo que el triunfo quedó en manos
de la inconforme. ¿Qué hizo entonces AMLO, quien im pul
saba abiertam ente a la Brugada? Darle la vuelta a la ley,
faltaba más, que en la lucha contra la mafia que complota
en su contra, o sea la del pueblo, se vale todo. Así, puesto
que las boletas ya llevaban estampado el nom bre de Oliva,
Obrador impuso como candidato por el Partido del Traba
jo a Juanito, al que antes obligó a prom eter públicamente
que renunciaría de inm ediato al cargo, de suerte que su di
rectora jurídica y de gobierno, o sea Clara Brugada, fuera
nom brada en su nom bre por la Asamblea del DF.
La habilidad renacentista del Peje para las lides políti
cas parecía quedar confirmada nuevamente. Pero incluso al
Maquiavelo del trópico se le puede escapar un tiro. Juani
to ganó las elecciones, tomó posesión del cargo el prim ero
de octubre de 2009 tras jurar con solemnidad frente a la
Asamblea del DF, pidió una licencia como estaba pactado
esa misma tarde y ... Sorpresa: retomó el cargo un día antes
de que venciera esa licencia, es decir, el 28 de noviembre.
Luchador mata mesías, e indignación es un térm ino que no
alcanza siquiera para empezar a describir lo que manifes
taron Brugada, López y unos cuantos fieles a la causa más.
Sin morderse la lengua, la candidata frustrada lo llamó «la
drón» y, fiel a las enseñanzas del maestro, procedió a levan
tar un cerco humano, sobra decir que pacífico, en torno al
edificio delegacional. AMLO, quizá consciente de que no le
convenía alzar mucho el tono, apeló a los clásicos: «Yo le diría (a Juanito) lo que en su mom ento le dije a Calderón, que
no se le olvide que una mancha, como la de un fraude, no
se quita ni con todo el agua de los océanos... Y también le
dije, y eso está en el Quijote, de que [sic] era mejor una bue
na esperanza a una vil posesión.» Pero el flamante delegado
no mostró interés en disquisiciones cervantinas, y reviró:
«para mí ya no es mi presidente legítimo como antes lo con
sideraba, porque no he recibido el apoyo por parte de él».
A los detractores de O brador la farsa delegacional les
provocó una predecible sonrisa. Tenía gracia, en efecto,
que el títere hubiera cobrado vida y se hubiera puesto res
pondón, como un Pinocho del gueto. Lo que nos recor
daban Juanito y sus ambiciones era, a fin de cuentas, que
el Peje tenía la costumbre de rodearse de figuras tan dis
cutibles como él, Ponce o Bejarano, y que una y otra vez
esa costumbre le estallaba en las manos. Sin embargo, lo
de Rafael Acosta no daba para muchas risas. Por un lado,
Iztapalapa tenía un delegado nacido de las urnas, es decir,
elegido conforme a derecho, según las reglas del juego de
mocrático. Pero, democracia o no, el Peje era responsable
de situar en una posición de poder a un sujeto por lo m e
nos inquietante. Chilango del 63, antes de optar al cargo, y
aparte de su efímera carrera actoral, se desempeñó como
vendedor ambulante, se hizo de una nevería y, sobre todo,
se convirtió en eso que se llama «activista social», posición
que, al parecer, exige «romperle la madre» no solo a «po
licías de aquí, de Marcelo Ebrard, sino del Estado Mayor».
En efecto, el ambulante, el actor eventual de los calzoncillos, el aficionado al fútbol que tiempo después prometería
C O N S E R V A D U R I S M O N O C O O L iól
l6 l EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
com prar al Cruz Azul si llegaba a jefe de Gobierno del Dis
trito Federal (lo que obliga a preguntarse, por enésima vez,
cuántas vejaciones más tendrem os que soportar los aficio
nados a la M áquina), es un sujeto con un largo historial de
actos violentos. A poco estuvo de gobernar la delegación
más grande de la ciudad.
Lo que salvó al Peje de un sonado fracaso grillesco, a
Clara Brugada del desempleo y a la delegación Iztapala-
pa de controlar sus altísimas tasas de crim inalidad con un
m adreador de policías dedicado al comercio ilegal fue la
mediación de Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno de la ciu
dad. Suele verse a Ebrard y AMLO como fuerzas opuestas
dentro de la izquierda mexicana. Desde muchos puntos de
vista, lo son, para em pezar por el hecho de que contendie
ron para la candidatura presidencial de 2012, una carrera
de la que Ebrard se retiró digamos que caballerosamente
—el térm ino debe ser empleado con m ucha precaución en
estos ambientes, como a estas alturas habrán com probado
los lectores— luego de que un sondeo interno dejara senta
do que López O brador era el candidato elegido por la m a
yoría del partido. Pero Ebrard, opuesto o no al tabasqueño,
le ha rendido unos cuantos servicios. El día anterior a su
renuncia definitiva, el alcalde y el delegado tuvieron una
reunión de la que jamás podrem os conocer los detalles,
pero que concluyó con la capitulación de Acosta, a quien
los argumentos del jefe de Gobierno sobre los peligros que lo acechaban por haber falsificado su acta de nacim iento seguramente le resultaron convincentes.
El orgullo de ser perredista de fraudes y mafias
Ante un hipotético concurso en busca del candidato más
bochornoso a un cargo público o de partido, la mayor par
te de la clase política se hubiera retirado antes de empezar,
intim idada por la solidez de un contendiente como Jua
nita. Pero si algo ha dem ostrado la política mexicana es
que, al menos en ese terreno, nuestros representantes no
se arredran. Pongan los lectores sobre la mesa el partido
que quieran, en la parte del territorio nacional de su pre
ferencia. Pongan si quieren al PRI, que ostenta dipuhoo-
ligans como Cristian Vargas, acusado recientemente por
una «compañera de ruta» en la asamblea, Rosario Guerra,
de golpearla en la cara y la cabeza durante el registro de
planillas para renovar el Consejo Político del partido en la capital. O pongan al Partido Verde Ecologista de México, el instituto responsable de custodiar nuestro patrim onio
■64 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q J J 1E R D A M E X I C A N A
natural, que alguna vez pudo presum ir de un presidente, Emilio González M artínez, grabado y difundido a escala
nacional en el acto de recibir una oferta de soborno por
dos millones de dólares a cambio de perm itir la construc
ción de un hotel en una zona protegida en Cancún. Para
adelantarnos a la pregunta de un lector despistado, sí, este
González Torres es el m ismo que se encuentra bajo inves
tigación de la Procuraduría de Q uintana Roo porque en el
que, al parecer, es uno de sus departam entitos en la misma
ciudad, un cuchitril de tres millones de dólares, m urió una
joven búlgara, Galina Chankova Chaneva, luego de caer
desde una ventana. O pongan al PAN, faltaba más. Olvi
den Punta Diam ante con sus oscuridades o las ambiciones
presidenciales de la señora M arta Sahagún, abiertamente
respaldadas por su señor esposo, y trasládense a un pasado
más reciente. Panistas eran los diputados jaliscienses Juan
Carlos M árquez Rosas y Gustavo González Hernández,
como el secretario general del Congreso, Alfredo Argüelles
Basave y el delegado de la Procuraduría Agraria, Manuel
Romo Parra, que fueron protegidos por la policía luego de
que hacia la m itad de 2007, quizá como un calentamiento
para el Guadalupe-Reyes, iniciaron una campal en un table
dance de Zapopan, el D’Klub Show Girls, porque, según los
dueños del muy poco católico establecimiento, los caballe
ros se negaron a pagar. En todos lados se cuecen habas, en
efecto, y habrá que decir que en una confrontación entre
Bejarano y Juanito, por arrojar dos nombres, y los persona
jes arriba mencionados, no hay para donde hacerse.
EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A
El PRD y el resto de los partidos de izquierda han aportado
abundantes personajes al folclor político nacional. Aparte de
los ligamayoristas ya abundantem ente mencionados en las
páginas anteriores, hay un poco de todo, desde la senadora
Yeidckol Polevnsky, la mujer que enfrentara a Enrique Peña
Nieto en la lucha por gobernar el Estado de México y que
alguna vez decidió cambiarse el nombre que le impusieron
sus padres, Citlali Ibáñez Camacho, hasta don Manuel Bart-
lett, la bestia negra del perredismo, aquel ciudadano a quien
Cárdenas y López Obrador acusaron de perpetrar un fraude
el 88 y que hoy apoya abiertamente al nuevo movimiento
obradorista, el Morena, por el que contenderá por una sena
duría a invitación expresa del tabasqueño.
Para no hablar de uno de los grandes ausentes a estas
alturas de nuestro libro, Gerardo Fernández Noroña. Afín
al grupo de Bejarano, Fernández Noroña es conocido por
un llamémoslo folclor político y verbal de esos que rebasan
sobradamente lo simpático. Pregúntenselo a Ruth Zavaleta.
Perredista y presidenta de la Cámara de Diputados, estuvo
entre los muchos diputados y senadores que se retiraron
cuando Felipe Calderón entregó su prim er informe de go
bierno. De poco le valió. Tras declarar que Calderón era el
presidente constitucional de este país y tras invitar a la pri
mera dama, Margarita Zavala, a un acto de lucha contra las
adicciones, Fernández Noroña, entonces vocero del partido,
dijo muy finamente que Zavaleta «había entregado el cuer
po a cambio de u n huesito». Fue apenas una de sus muchos, muchos performances oscilantes entre la vulgaridad verbal,
IÓ6 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
la irrupción bravucona y la franca agresividad, a veces lin
dante con la violencia abierta. ¿Highlights de su largo currícu-
lo? En 2010 forcejeó con el secretario de Comunicaciones y
Transportes, Juan Molinar Horcasitas, luego de decirle que
acabaría en la cárcel y de llamar «borrachín» y «asesino» al
presidente Calderón. Un año antes, en 2009, había dado el
mismo tratamiento al secretario de Seguridad Pública, Ge
naro García Luna. En 2011 reincidió, ya como diputado del
PT, y puso en el corazón mismo de la cámara una manta que
decía, con titubeos ostensibles en el uso de interrogaciones,
«¿Tú dejarías conducir a un borracho tu auto? ¿No, verdad?
¿Y por qué lo dejas conducir el país?». En realidad, su carrera
no empezó, pero despegó, en 2006, con el «movimiento de
resistencia civil pacífica» de Obrador. El estribillo le permitió
bloquear el acceso a varias sucursales bancarias, una estrate
gia muy del obradorismo, que intentó como recordarán sin
duda los lectores, eso, bloquear el acceso al estrado de Felipe
Calderón y Vicente Fox el 1 de diciembre de 2006, cuando
el primero tomó posesión del cargo de presidente. Como
siempre se agradece una historia redonda, bien rematada,
recordemos que Fernández Noroña term inó por renunciar
al PRD para sumarse a la nóm ina del Partido del Trabajo.
A principios de 2012, Noroña se apuntó como precandi
dato al gobierno del Distrito Federal. La encuesta que publicó
El Universal el 10 de enero le concedía el 1% de las intencio
nes de voto, contra el 24% que ostentaba el perredista hasta
ese momento favorito de los chilangos, Miguel Ángel Man- cera. Al final, y con la inconformidad de Alejandra Barrales,
EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A
antigua líder sindical de las sobrecargos, aquel fue elegido
candidato para el gobierno del Distrito Federal por el PRD.
Caso raro, el de Mancera. Sin ser militante del partido, caso
inédito en su historia chilanga, logró una buena reputación
como procurador de Justicia del DF, una de las no muchas
grandes ciudades del país libres de la hegemonía del crimen
organizado. ¿Fue eso lo que lo situó a la cabeza en la carrera
por el puesto? En muy importante medida, sin duda. Pero
en no poco habrán influido las negociaciones de Marcelo
Ebrard, su impulsor, con el bando obradorista. Si podemos
perm itirnos una concesión al chisme, podrem os recordar
que Mancera y la Barrales, rigurosamente solteros, sostu
vieron una relación amorosa de varios meses tiempo atrás.
El ciudadano razonablemente propenso a la ironía, y
de esos no han de faltar a últimas fechas, podría sonreír
con una medida de cansancio y una de cinismo ante estos
espectáculos, ni los prim eros que presenciamos ni proba
blemente los últim os que presenciaremos antes del fin del
proceso electoral de 2012. Lo de la fatiga viene a cuento,
entre otras cosas, porque al PRD y a cualquier otro partido
de los que han decidido salvarnos con el liderazgo del Peje,
ese procer del antipriismo, le han caído abundantes figuras
del priismo, muchas de ellas desde que su prim erísim o re
presentante es... el Peje. Sumen ustedes, caros lectores, y
llenen por favor los huecos inevitables de esta lista del todo
incompleta: a Bartlett y Manuel Camacho Solís se sum an el
propio Ebrard; el coordinador de la campaña pejista para 2012, Ricardo Monreal, forjado en las filas salinistas; y
IÓ8 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
Leonel Godoy, antiguo senador por el PRD, presidente del
mismo partido y gobernador de Michoacán.
Pero ni el más consumado de los cínicos podría son
reír ante los recientes, presuntos afaires del perredismo y el
crim en organizado, un asunto que conviene manejar con
pinzas. Como todo lo que toca a las familias gangsteriles, lo
que predom inan en estas historias son la perspectiva distor
sionada, la oscuridad y la duda. El prim er escándalo fue el
de la familia Godoy, es decir, la familia de don Leonel, por
aquellas fechas gobernador de Michoacán, lo que signifi
ca: de un estado que, casi sin excepciones, había favorecido
electoralmente al PRD y a sus fundadores desde que Cuauhté-
moc Cárdenas fuera elegido para guiar sus destinos en 1980.
En julio de 2009, la Secretaría de Seguridad Pública hizo
saber al respetable que Julio César Godoy Toscano, medio
herm ano del gobernador y perredista que se ostentó como
diputado y como presidente municipal de Lázaro Cárdenas,
tenía vínculos demostrables con el crim en organizado, es
pecíficamente con la Familia Michoacana. En octubre, a esa
acusación se sumó otra por lavado de dinero. Se veía venir
un nuevo tiroteo mediático y desde luego político entre el
partido de Godoy y el gobierno federal, pero algo habrán
visto venir los compañeros de militancia de Godoy, que se
limitaron a pedir un juicio imparcial en su contra. El asunto
era ácido puro para el PRD. El mismo mes de octubre, Car
los Puig, titular de la versión m atutina del noticiero Hoy x
Hoy, de W Radio, difundió una grabación en la que Godoy Toscano dialogaba respetuosamente por teléfono con Ser
EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A
vando Gómez Martínez, conocido como La Tuta o El Profe, por su pasado como maestro normalista, pero conocido so
bre todo como uno de los líderes de La Familia.
La conversación es una joya, todo un retrato de la tene-
bra mexicana actual, como es fácil comprobar en una tras
cripción que hizo el periódico El Universal el 19 de octubre.
El diálogo proviene del expediente que la PGR hizo llegar
a los diputados, y que incluye mom entos como ese en el
que Gómez M artínez le desea suerte a Godoy para las elec
ciones, si es que suerte es el térm ino adecuado: «Compa,
prim eramente, le deseo que gane, cuente con todo el apoyo,
usted va a ganar, muy discretamente, con los locales [ . . . ]
Toda la gente pa usted, todo m undo pa usted, sin amenazar
a ningún culero de los otros partidos. Usted gana, compa.»
Poco después, Godoy le habla a su interlocutor de un perio
dista, El Guachoma, que «ustedes lo tienen con paga y cómo
nos ha tirado putazos el hijo de su rebomba madre», a lo que
Gómez M artínez responde que «ahí está una persona con
usted ahorita, el que está ahorita con mi autorización que
vaya inmediatamente, que m anden a un muchacho y que
le diga que le baje de huevos ahorita». En los medios como
en las sobremesas, los vínculos de la llamada clase política
con el crimen organizado son una verdad aceptada pero,
hasta que Godoy saltó a la palestra, apenas documentada.
¿Ilustra su caso el estatus moral de la izquierda partidaria o
del PRD? De ninguna manera. Pero habla, al menos, de la
manga ancha para el reclutamiento con que se com porta un partido que nació para depurar la política nacional.
170 EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
Las elecciones de que se habla en la trascripción de la
PGR son las que el 5 de julio de 2009 convirtieron en d i
putado al herm ano del gobernador. Un mes y once días
después, la PG R dictó una orden de aprehensión en su con
tra. Godoy escapó y se convirtió en prófugo de la justicia
durante la friolera de quince meses. Su medio herm ano
Leonel, como el resto del PRD, se limitó a asegurar que no
lo protegería, a pedirle que se entregara y a exigir un juicio
equitativo para la oveja descarriada del clan. Al final, G o
doy no pudo asum ir el cargo, como sí hicieron sus com pa
ñeros el prim ero de septiembre, aunque al año siguiente, a
fines de septiembre de 2010, previo amparo concedido por
un juez en Michoacán, tom ó protesta. Gran cosa. Los dipu
tados, como bien saben los lectores, tienen ese cheque en
blanco que se llama fuero constitucional, o sea, lo que en una
palabra se conoce como «inmunidad», con lo que la justi
cia mexicana se encontró de nuevo en esa zona de nadie,
ese pozo kafkiano, en el que la orden de aprehensión se
guía vigente, pero no era posible ejecutarla. En diciembre
de ese año, sin embargo, la Cám ara votó por abrum adora
mayoría para que fuera desaforado, por lo que debió darse
de nuevo a la fuga. A la hora de garabatear estas líneas, el
insigne caballero sigue desaparecido.
Suerte parecida es la que ha tenido Gregorio Sánchez
Martínez, el célebre Grez. Grez es guerrerense de la bravia
zona de Tecpan de Galeana, fue criado en Chiapas y ha dividido su tiempo como empresario, pastor evangélico, cantante —nadie puede negar al partido su propensión a los hombres
EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D 1STA
de arte— y presidente municipal de Benito Juárez, o sea, del
municipio donde se encuentra Cancún, con el impulso del
Frente Amplio Progresista —armado en torno al m atrim o
nio non sancto entre el PRD, el PT y Convergencia—, desde
2007 hasta abril de 2010, cuando pidió licencia para trepar a
la gubernatura y fue detenido por la Federal, apenas pasado
un mesecito de dicha solicitud, el 25 de mayo. Conforme a
las investigaciones periodísticas y policiacas, el currículum
de Sánchez M artínez es largo y no precisamente modélico.
En junio de 2010, la revista Proceso lo acusó de organizar
una red de trata de inmigrantes cubanos a Cancún. Ese fue
apenas el arranque de una serie de andanadas mediáticas. De
acuerdo con el semanario, el entorno de Sánchez Martínez
creó para ello unas cuantas empresas fantasma. Después, La
Jornada publicó un reportaje en el que se rastreaba una red
de extorsiones ordenada por el ínclito presidente municipal;
por último, El Universal reveló que tanto él como una nota
ble cantidad de funcionarios a su servicio recibían dinero de
los cárteles de los Beltrán Leyva y los Zetas.
El caso de Sánchez M artínez ilustra también la manera
en que funciona la justicia en México. Lo ilustra inquietan
temente. Greg, como suelen llamarlo sus allegados, fue a dar
a la cárcel de El Rincón, en Tepic. Ahí pasó un año y dos
meses, hasta julio de 2011, cuando un tribunal federal deci
dió absolverlo. No duró libre mucho tiempo. Antes incluso
de pisar la banqueta, la PGR lo detuvo una vez más y se lo llevó a la Ciudad de México, para investigarlo por lavado de dinero. Nuevamente, los tribunales decidieron liberarlo,
EL L I B R O N E G R O DE LA I Z Q U I E R D A M E X I C A N A
aunque esta vez con un matiz muy de cine hollywoodense:
debía llevar un brazalete electrónico durante los próximos
veinte días, no fuera a escapar de territorio chilango. De
manera reiterada, una vez más, la PGR había dado muestra
de su incapacidad para ofrecer pruebas concluyentes. Libre
por fin de sospechas, en agosto de 2011 volvió a Cancún,
proclamó no muy laicamente que «La victoria es de Cristo
Jesús, porque de él es la gloria y la honra» y anunció que se
retiraría de la política, para dedicarse mejor a la promoción
de la palabra de Dios. Lo esperaba el proyecto de grabar un
disco pleno de fe, con las letras a mayor gloria del Señor
que había compuesto en la cárcel. (Proceso, 29 de agosto,
2011, «Vuelve Greg a Cancún; se alejará de política y gra
bará disco cristiano»). En septiembre de 2011, sin embargo,
nos hizo saber que en 2012 le apuntaría al senado.
¿Quién dijo fraude?
No se puede afirmar que Cuauhtém oc Cárdenas trine, por
que la verdad es que no le conocemos mayores alzadas de
voz, pero duro sin duda es, con esa forma de la dureza tan
suya que consiste en poner cara de jugador de póquer —si
es que es posible poner cara de póquer por escrito— y re
cetar los hechos clara y concisamente. Visiten los lectores
las páginas de su libro dedicadas a las elecciones internas
que organizó su partido en 1999, anuladas, dice el ingeniero, por el «com portam iento indebido de los candidatos
y sus partidarios» y por lo «sucio e incierto» de una elec
EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A *73
ción «sumamente desaseada». ¿Recuerdan aquellos días de
bochorno público? Se enfrentaban Jesús Ortega, para en
tonces ya con experiencia como diputado y representante
del partido ante el IFE, y Amalia García, exmilitante del
Partido Com unista y futura gobernadora de Zacatecas. El
cochinero electoral fue de tales dimensiones que el presi
dente en activo del PRD, AMLO, propuso la anulación del
proceso y la convocatoria a una nueva elección. Propuso
es un decir: dijo que la alternativa a dicha propuesta era
su renuncia al cargo y al partido en general. Lo escucha
ron. O brador term inó en tiem po su gestión, Pablo Gómez
asumió el interinato y por fin, tras una segunda elección,
Amalia García se quedó con el puesto. ¿Un ridículo públi
co? Sí. Y también un aviso de lo que estaba por venir. A
once años de su fundación, el PRD, el cleaner del universo
electoral mexicano, hacía tram pas en el solitario.
En 2007, apenas trascurrido un año desde las eleccio
nes que AMLO calificó como sabemos que las calificó, el
PRD se dispuso a votar por los mil cien delegados que irían
al Congreso Nacional. No era poca cosa: seis millones de m ili
tantes votarían en 22 estados, lo que es otra forma de decir:
m edirían fuerzas. El partido estaba así: partido en dos. A
la radicalización impuesta por el movimiento obradorista
y operada fundam entalm ente por René Bejaraño, ya fuera
de prisión, se oponía una línea más m oderada, la de los
famosos Chuchos, es decir Jesús Zam brano y Jesús Ortega.
Al final, según los datos oficiales, más del 65% de los votos fueron para candidatos afines a estos últimos. El obradoris-
I" 4 EL l i b r o n e g r o d e l a i z q j j i e r d a m e x i c a n a
mo padeció incluso algunas de sus victorias. Por ejemplo,
la de Alejandro Encinas, en el DF, quien ganó con una dife
rencia porcentual de catorce, es decir 57 a 43, cuando debe
ría haber arrasado con un margen de cincuenta o sesenta
puntos porcentuales, dado el apoyo de todas las organiza
ciones locales com andadas por afiliados al pejismo: Batres,
Bejarano y su esposa Dolores Padierna, Gerardo Fernán
dez Noroña, Clara Brugada, Camilo Valenzuela, A rm ando
Quintero. Resultado: una impugnación clamorosa, públi
ca, escandalizada. Fue justam ente el bando representado
por Bejarano y Padierna el que acusó al presidente del par
tido, Guadalupe Acosta, de m anipular el padrón electoral
para poner el triunfo en manos de sus socios. Y es que el
batidillo, por lo que podem os leer en la prensa, fue de con
sideraciones. Hay cifras tan raras como esa que dice que el
núm ero de votantes en el Estado de México duplicó al del
Distrito Federal. A fin de cuentas, más o menos el veinte
por ciento de las casillas m ostraba francas irregularidades.
No tuvieron tiem po los militantes perredistas y los re
porteros encargados de esta fuente de procesar lo ocurrido.
El 16 de marzo de 2008, Jesús Ortega enfrentó al candidato
del Peje, Alejandro Encinas, en la carrera por la presidencia
del partido. Economista que alguna vez tuvo reputación de
moderado, Secretario del Medio Ambiente con Cárdenas,
diputado, secretario de Gobierno con AMLO, a esas alturas
Encinas se había entregado ya a la más abierta militancia
obradorista, a tal punto que dos años y pico antes, en 2005, había reemplazado en el cargo de jefe de Gobierno al Peje,
EL O R G U L L O DE S E R P E R R E D I S T A
absorto ya en la carrera por la presidencia. Una vez más, el
resultado fue bochornoso. Hay otro chiste viejo en el que
un joven que se alistó en el ejército visita en Navidad a la
familia. A la respuesta de cómo le ha ido en el cuartel, con
testa que de maravilla, que ya es general. Cuando su madre,
sorprendida, le pregunta que cómo es posible que lo hayan
nom brado general en unos pocos meses, él contesta que no
es tonto, que no esperó que lo nom braran. El chiste es tam
bién bochornosam ente tonto, pero refleja lo que ocurrió
aquel año aciago. Encinas fue reconocido como ganador,
pero el bando de Ortega levantó la m ano y dijo que no se
había contado el total de los votos. La Comisión Nacional
de Garantías del PRD opinó que la elección debía repetirse.
Como en el chiste, Encinas y Ortega, enfervorecidos, tam
poco esperaron a que los nom braran: se nom braron presi
dentes del partido a sí mismos. Al final, Ortega acudió al
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que
en noviembre del mismo año decidió nom brarlo ganador.
Habían pasado ocho largos, sonrojantes meses.
¿Están ya saturados los lectores de com ponendas y
agandalles electorales? Con las disculpas del caso por de
lante, recordem os que todavía faltaba un espectáculo pú
blico de esta naturaleza. Lo presenciamos en octubre de
2011, cuando el térm ino cochinero era ya de uso com ún en
las notas sobre las elecciones perredistas. Así calificó el dia
rio Reforma su nota sobre las elecciones internas del partido
amarillo: «Repiten cochinero en elección del PRD», dice el titular con todas sus letras. Al parecer, hubo de todo, en la
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mejor tradición del viejo PRI, ese que dio origen al partido:
se quemaron y robaron urnas, se ocuparon instalaciones, se
com praron votos, se protagonizaron zafarranchos calleje
ros. En Chiapas, todo Chiapas, la elección se canceló por
que, explicaron las autoridades electorales perredistas, los
camiones con la papelería se perdieron en el largo trayecto
desde la Ciudad de México, tal cual, y no llegaron a tiempo
a las casillas. En el DF, grupos de una de las planillas, la 22,
cercana al jefe de Gobierno de esa plaza, Marcelo Ebrard,
impidieron que se arm aran los paquetes y salieran hacia
las distintas delegaciones, a lo que otras corrientes del par
tido, en especial las afines a Bejarano, respondieron ¿con
qué? Con una marcha, por supuesto. La conclusión de este
prodigio organizativo fue que en el Distrito Federal, Vera-
cruz, Oaxaca, Chiapas y Zacatecas se canceló la elección.
Los integrantes de la Comisión Electoral del partido dije
ron que se trataba de irregularidades «leves», pero no hace
falta demasiado talento matemático para concluir que si
una elección deja de verificarse en cinco estados, cuando el
proceso debió tener lugar en 25, esa elección está comple
tam ente podrida en la quinta parte del territorio. No está
mal el porcentaje.
Con las elecciones de 2012 en puerta, el PRD dejaba un
mensaje inquietante para quien quisiera escucharlo. Pero
evitemos las injusticias. No se trata de que el PRD fuera ca
paz de ahogarse en una serie de procesos electorales m ani
fiestamente sucios. Se trata de que a esas alturas ya no parecía capaz de un proceso electoral razonablemente limpio.
u
La traición de las clérigos
Una de las consecuencias peculiares que trajeron las elec
ciones de 2006 fue lograr que un núm ero muy im portante
de intelectuales que tradicionalmente no estaban de acuerdo,
o en todo caso no manifestaban abiertamente sus acuerdos,
decidieran firmar un documento en el que daban su voto de
confianza al proceso electoral. La carta apuntaba lo osten
sible: un proceso vigilado por 500 mil ciudadanos elegidos
mediante sorteo puede contener errores, pero de ningún
m odo ser calificado como fraude; que en todo caso las
pruebas destinadas a docum entar el m encionado fraude
estaban lejos de ser concluyentes; y que unas elecciones en
las cuales 42 millones de votantes eligieron civilizadamente
a tres gobernadores, el jefe de Gobierno del Distrito Fede
ral y sus representantes al Congreso, aparte del presidente de la República, y en las que los tres grandes partidos
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obtuvieron victorias y derrotas de significación, merecían
crédito, el suficiente en todo caso como para no desatar
una cam paña de erosión institucional y boicot callejero. La
carta la firmaban 135 intelectuales y creadores de muy d i
versa índole (incluido el autor de este volumen, dicho sea
en pro de la honestidad intelectual), desde historiadores y
analistas como Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañe
da y Enrique Krauze hasta artistas visuales como José Luis
Cuevas, y desde el exitosísimo columnista Germ án D e
hesa hasta el arquitecto Enrique Norten, el músico Mario
Lavista o el creador mismo del IFE, José W oldenberg, sin
excluir a Leo Zuckerman, Luis González de Alba, Carlos
Tello Díaz, Denise Dresser, Jean Meyer o Xavier Velasco,
entre muchos otros.
Habla bien de la salud crítica de un país que un grupo
tan heterogéneo, que incluye lo mismo a liberales de cepa
que a intelectuales de izquierda o católicos, sea capaz de
unirse en torno a unas cuantas ideas básicas sobre la convi
vencia en democracia. Habría que ir más lejos y decir que
habla igual de bien de nuestra salud crítica el hecho de que
hayan surgido voces disidentes capaces de enfrentarse con
afán de diálogo a una nóm ina tan impactante, como fue el
caso del poeta y ensayista Luigi Amara, quien sostuvo un
debate civilizado con el tam bién escritor Ricardo Cayue-
la, editor de la revista Letras Libres, luego de publicar una
réplica a los 135 intelectuales en las páginas del ya extinto
«Confabulado», suplem ento cultural del periódico El Universal (esto fue en agosto de 2006). Entre otras cosas para
LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S '79
eso son (o eran, porque hoy parecen estar al borde de la
desaparición) los suplementos: para discutir la actualidad
con presteza, a botepronto, y oxigenar las ideas. De hecho,
en general para eso es la prensa. No es en este tipo de de
bates en lo que pensaba Julien Benda cuando hablaba de
la «traición de los clérigos». Porque la traición no radica
en defender una posición determ inada en tiempos de con
flicto político, sino en abjurar del derecho a pensar, que
tam bién es un deber, en nom bre de la fe política. De eso,
tristemente, tuvimos tam bién muchísimo.
El caso si no más flagrante quizá más triste fue el de
Elena Poniatowska. Forjada en el pensam iento crítico, a
contracorriente del sistema priista, al menos desde el año
68, cuando se fue a las calles para docum entar el horror de
los estudiantes asesinados en la Plaza de las Tres Culturas
aquel 2 de octubre (los lectores entenderán que hablamos
de La noche de Tlatelolco), la Poniatowska, conocida por
su temple progresista y su perm anente atención a los por
menores de la política nacional, sorprendió en todos los
frentes cuando saltó ya no a las calles, sino a las trincheras,
para dar un espaldarazo al movimiento de resistencia ci
vil impulsado por AMLO. No fue el suyo, todo sea dicho,
un ejemplo de las actitudes predom inantes en la izquierda
pensante durante aquellos días. Si Sergio Pitol, extraordi
nario escritor y figura pública irreprochable, dio su apoyo
irrestricto al obradorism o desde donde había que darlo, es decir, desde el plano del debate, otro veterano de los días crueles del 68, cronista con una reputación al menos igual
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de sólida y en m odo alguno sospechoso de sacarle la vuelta
a la discusión política, Carlos Monsiváis, que en un p rin
cipio acompañó a Pitol en sus posturas, criticó pública y
enérgicamente la decisión de cerrar el Paseo de la Reforma,
que consideró —los lectores pueden ver estas opiniones en
varios foros, para empezar la edición del prim ero de agosto
de 2006 de El Universal— una «insensatez», y una medida
«injusta y altamente lesiva», «sencillamente inadmisible».
De haberlo escuchado, el Peje se habría ahorrado una caída
de varios puntos porcentuales en las encuestas sobre acep
tación e intención de voto.
Elena Poniatowska no ocultó nunca sus simpatías por
AMLO. No simpatías: admiración. Como un «tipazo», así
lo definió en una entrevista concedida al periódico Mile
nio luego de la publicación de Amanecer en el Zócalo, una
crónica de los días de bloqueo en la que, entre otros apun
tes, se pregunta si su insurrección civil no será una suerte
de reflejo de, o reconocim iento a, la resistencia antinazi de
sus mayores, ahí es nada. Pero no fue un libro lo único que
hizo la periodista y narradora. También hizo un spot, lo
cual la acerca más de lo debido a lo que asegura no ser,
una militante: «Es m entira que tenga relación con Hugo
Chávez. Es mentira que con deuda pública se hayan pagado
los Segundos Pisos y el apoyo a nuestros viejitos. Se hicieron
con buen gobierno, ahorro y honradez», dice sobre AMLO
y su administración. También usa un dulce aunque firme
tono de reconvención contra el PAN, partido al que acusa de «calumniar» al tabasqueño.
La verdad es que a esas alturas no m uchos m ostraron
sorpresa por el salto a las barricadas de la experimentada
escritora, una mujer que a sus 74 años exhibía una activi
dad envidiable en el frente contra el presunto fraude. Antes
y después, hizo de todo, doña Elena, por la causa: se dejó
ver por los campamentos de los activistas, presentó el libro
de AMLO La mafia que se adueñó de México... Y el 2012,
acusó al Subcomandante Marcos y a Cuauhtém oc C árde
nas de haberse deslindado del Peje «por envidia» y haber
contribuido así a su caída, y aseguró ante los medios que
«no era m om ento de disentir», con una lógica que recor
dó los viejos llamados de la intelectualidad occidental a
no criticar a la Unión Soviética para «no dar armas a los
enemigos». Logró incluso, con ello, sacarle una respuesta a
Cárdenas, cuyos diferendos con AMLO se hacían ya indu
dablemente públicos.
Para el lector cuidadoso, resultará claro al leer la m enta
da contestación que, sin decirlo, esta muy bien podría ir tan
dirigida a la Poniatowska como a López Obrador, y que el
golpe, por lo que habrá significado entre los muchos lecto
res m oderados que cayeron en el texto, debe haber sido de
consideración. ¿Por qué no participó Cárdenas en el m ovi
m iento obradorista? ¿Qué, en otras palabras, lo distanciaba
del Peje? El texto es largo y minucioso. Démonos vuelo ci
tando: «me preocupa profundam ente la intolerancia y sa
tanización, la actitud dogmática que priva en el entorno de
Andrés Manuel para quienes no aceptamos incondicionalmente sus propuestas y cuestionamos sus puntos de vista
LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S l8l
182 e l l i b r o n e g r o d e l a I Z Q J J I E R D A m e x i c a n a
y sus decisiones, pues con ello se contradicen principios
fundamentales de la democracia, como son el respeto a las
opiniones de los demás y la disposición al diálogo», dice el
ingeniero hacia la última parte de la misiva, y toca el nervio
más sensible del obradorismo, el de la intolerancia, el dog
matismo. Pero también desliza dudas, muy elegantemente,
sobre su congruencia, una crítica menos habitual contra
el tabasqueño cuando esta viene de sus compañeros o ex
compañeros de ruta: «el 10 de agosto pasado se publicó en
La Jornada —dice a la Poniatowska— una entrevista que
hiciste a Andrés Manuel en la que preguntaste: “Si llegaras
a la Presidencia, ¿tendrías que m oderarte?” A lo que res
pondió: “Si la institución te lo exige, yo lo haría. Es más,
durante la cam paña y hasta ahora no he dicho cosas que
pienso sobre mi país, porque me he autolimitado, porque mi
rol es hasta ahora uno. Una vez que se resuelva este asunto
[el conflicto poselectoral], ya veremos”.» Y pregunta C ár
denas con razón: «¿Por qué entonces guardarse de fijar po
siciones y hacer propuestas, cuando era precisamente en su
calidad de candidato a la Presidencia cuando se tenían que
hacer definiciones que atrajeran con lealtad y orientaran
con rectitud el voto de la ciudadanía? ¿No es principio bá
sico de un com portam iento leal y democrático actuar con
transparencia y hablar con la verdad?».
Elena Poniatowska, sin embargo, no estaba a esas altu
ras del partido para tantas sutilezas. No es accidental que
al inicio mismo de su crónica aparezca con feroz protagonismo Jesusa Rodríguez, la talentosa mujer de teatro que,
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sin titubeos, se puso en la prim era línea de combate del
llamado movimiento de resistencia civil, particularm ente
de sus aspectos culturales. Si la Poniatowska militó sin ti
tubeos, lo de la Rodríguez asusta. No una intelectual pero
sin duda tam poco una persona iletrada, todo lo contrario,
Jesusa Rodríguez arrincona sin piedad a la autora de A m a
necer en el Zócalo, según cum plido testim onio de esta últi
ma, cuando más que pedirle le exige que cancele un viaje
de trabajo a Canadá, pactado con muchos meses de ante
lación, para que se presente a leer un texto en el m itin de
I^ópez O brador en el Zócalo. Cosa de perspectivas. Para la
mayor parte de los ciudadanos, podía o no valer la pena
revisar cada una de las urnas y cada una de las papeletas
para certificar que no había existido un fraude. El país y
el mundo, por lo demás, seguían, y AMLO, como cualquier
político, era lo bastante joven como para optar a la presi
dencia, como de hecho, predeciblemente, hizo. Para Jesusa
Rodríguez, en cambio, parecía acercarse el Apocalipsis.
Hagan de cuenta los lectores que más que de una elección,
que por otra parte había traído muy buenas noticias para la
izquierda, se trataba de frenar el avance de los nazis sobre
Checoslovaquia, o algo por el estilo. Solo ese arrebato de
misticismo revolucionario perm ite entender que haya de
cidido, por ejemplo, emprender una «acción sorpresa» con
tra la cadena W almart, que en principio, diría uno, poco
tiene que ver con una presunto fraude electoral, pero que responde a ese radicalismo conspiracionista que la propia Poniatowska, al principio mism o del libro, dice que está
ausente del movimiento. Los lectores pueden ver la organi
zación del bloqueo, muy borrosam ente pero con claridad
de audio, en «Acción de resistencia ciudadana con Jesusa
Rodríguez», en YouTube. Es una acción sorpresa, protago
nizada por una cantidad no muy grande que digamos de
patriotas, a los cuales Jesusa, con el histrionism o que nadie
puede cuestionarle, dice que hay que actuar de ese modo
porque si no la resistencia sería aburrida. ¿Quién dice que
el misticismo revolucionario tiene que ser solemne?
No serían los únicos «bloqueos» o «cierres». El 18 de
julio de 2006, la propia Jesusa Rodríguez se encargó de ro
dear con cincuenta mujeres del m ovimiento Resistencia
Creativa, durante siete horas y media, la sede del Consejo
C oordinador Empresarial, con el argum ento de que habían
difundido spots antiobradoristas ilegalmente (recordarán
los lectores los anuncios que decían aquello de que «Ló
pez Obrador es un peligro para México»), y la propia Po
niatowska, arremangada, encabezó un contingente de 250
personas que bloqueó el centro Banamex, en pleno Zócalo,
y lo rodeó con papel estraza para que la ciudadanía insur
gente vituperara a placer a Roberto Hernández, accionista
del banco y supuesto protegido de Vicente Fox.
Pero si el caso de Elena Poniatowska es el más triste y el
de Jesusa Rodríguez el más intim idante, el más conspicuo,
al menos entre los que han gozado de visibilidad pública,
es el de Luis Mandoki, tam poco un intelectual —defini
tivamente no un intelectual— sino un cineasta. M andoki (1954) ha desarrollado una carrera en dos pistas a la que no
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le han faltado mom entos de éxito. En días glamorosos, de
alfombra roja más que de mantas rojas, trabajó en Estados
Unidos, en producciones de respetable presupuesto y con
actores dueños de tan buen cartel y tan sobradas cualida
des como Susan Sarandon, y que tuvieron tan buen cartel
como el olvidado Kevin Costner o la Meg Ryan prebotox.
A la vez, no ha dejado de producir cine en nuestro país en
los circuitos que, con cierta generosidad, podríam os llamar
comerciales —es dudoso que nuestra industria dé para tal
calificativo—. Como quiera que sea, cualquiera que guarde
un m ínim o de dudas con Obrador o con el fraude de 2006
se preguntaría cuál es la necesidad de filmar piezas de pro
paganda tan flagrantes como ¿Quién es el señor López?, de
2006, o Fraude: México 2006, de 2007.
Lejos del glamour hollywoodiano y al parecer también
del dinero hollywoodiano, M andoki aseguró que no tenía
inconveniente en que sus docum entales se distribuyeran de
m ano en mano, al margen de las grandes cadenas. «Mano
en mano», hoy, significa ante todo «en las redes sociales», y
ahí, por ejemplo en YouTube, es posible apreciarlas. ¿Con
qué emparientan? ¿Cuál es su linaje? Sin duda, con Olí-
ver Stone y con Michael Moore. Fraude: México 2006 es
un ejemplo verdaderam ente notable de teoría del complot,
es decir —el chiste fácil se im pone otra vez, disculparán
ustedes— del compió. ¿Qué nos dice Mandoki, o, si se pre
fiere, qué deja M andoki decir a Obrador? Nos dice que la historia se repite; insiste en que la historia se repite. Por eso, el docum ental empieza con escenas intercaladas del movi
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m iento antifraude que apoyó a O brador en 2006 y escenas
de las protestas contra el fraude del 88. Pero la historia no
se repite, como decíamos al inicio de este libro, y el con
traste entre un movimiento y otro, a pesar de los esfuerzos
de Mandoki, no deja de ser estridente. Sobre todo, O bra
dor nos dice, nos repite, que hubo una conspiración en su
contra.«A principios de 2003 —dice un AMLO sereno y son
riente a la cám ara—, Salinas regresa a México. Empieza a
articular a empresarios, periodistas [ . . . ] No le cuesta m u
cho trabajo, porque él les entregó empresas de la nación,
bancos, minas, les ayudó con periódicos, con revistas. Sa
linas tiene un expediente de cada uno de ellos. A todos los
tiene agarrados.» La conspiración incluye al presidente Fox,
con el que Salinas «ya tenía muy buena relación. Ya había
llegado a un acuerdo. Y —rem ata— se desata una serie de
ataques.» Enseguida, lo que vemos, como si fuera una con
secuencia de la maldad de los conspiradores, y no de las
malas decisiones gerenciales de AMLO y de la corrupción
de los protagonistas, son fragmentos de los videoescánda
los. La tram a se desenvuelve ante los ojos de los espectado
res con una congruencia argum ental que sorprende. Detrás
de los videos estaba, claro, Salinas de Gortari, una versión
que en su m om ento corrobora Ahumada, quien añade que
el propio Salinas le pidió que llamara al panista Diego Fer
nández de Cevallos, quien a su vez dio el silbatazo de salida,
como representante del otro gran integrante del compió, el gobierno del presidente Fox. Con el tiempo, el propio A hu
LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S
mada, que vivió un largo interrogatorio en Cuba, de donde
fue extraditado no sin muchos problemas, luego de que, se
gún la versión conspiracionista, Salinas, quien tuvo siem
pre magníficas relaciones con Fidel Castro y su herm ano
Raúl, lo enviara a la isla para librarlo de las garras obrado-
ristas, corroboró esta hipótesis en su libro Derecho de répli
ca. Para añadirle un poco de gasolina al incendio, agregó
que como parte de la negociación por los videos Salinas
pidió y consiguió de Fox la liberación de su herm ano Raúl,
preso desde 1995, diez años antes. Para rem atar la faena,
Fidel Castro, nada menos que Fidel Castro, que en 2006
se apresuró a reconocer al gobierno de Felipe Calderón y
cuyos idilios con el priism o son de sobra conocidos, con
firmó estas versiones recientemente. Pero ya Ciro Gómez
Leyva habló de las condiciones de encierro de Ahum ada
en Cuba y de la presión a que fue sometido a su vuelta.
¿Qué vino después? El desafuero, por supuesto. Decía
mos que no es fácil descartar las intenciones políticas de
aquel interm inable episodio judicial, todo lo contrario,
pero los intentos de AMLO y M andoki de reducirlo a un
problema político son demasiado burdos. Los problemas
de la película, problemas de raíz, de esos que marcan el
paso del docum ental a la propaganda, son los que el cinè
filo puede reconocer en Moore o en Stone. Las afirm acio
nes sobre la participación de poderosísim os empresarios
en reuniones destinadas a fomentar o perpetrar el fraude son sin duda de helar la sangre, siempre y cuando uno le tome la palabra al propio AMLO, quien es la fuente que nos
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perm ite inform arnos de la mayor parte de ellas; al histo
riador y analista político Lorenzo Meyer, una figura que
aparece perm anentem ente en el filme, o a los integrantes
del equipo de Obrador. No hay espacios para la disidencia,
salvo los m ínim os necesarios para ridiculizarla o subrayar
su presunta corrupción. No hay espacios, digamos, para los
muchos analistas que pusieron en duda el fraude, o para las
televisoras acusadas de form ar parte del complot, o para
los empresarios que teóricam ente participaron en cón
claves de defraudadores, o para los adversarios políticos.
En una entrevista con Julio Hernández para Astillero T V (en
YouTube: «Mandoki habla sobre Fraude: México 2006»),
M andoki asegura que él y su equipo intentaron reitera
damente entrevistarse con «el antagonista», es decir, con
Salinas, con Fox, con Calderón, con la maestra Gordillo,
con el mismo Ugalde, con Manlio Fabio. Sin excepciones,
dice Mandoki, dieron por respuesta o el no o la callada. De
bemos creerle. Sin embargo, la negativa de los adversarios
puede cuestionarse, pero el resultado de esa negativa, más
allá de sus razones, es la invalidación de su película antes
incluso de nacer.
O tro problema que com parte M andoki con Moore o
Stone, o habría que decir: otra estrategia, es ofrecer el frag
mento como prueba del todo. El protocolo narrativo por se
guir, en realidad, es tan viejo como el cine de propaganda:
está muy estudiado. Primero, se expone de viva voz una teoría. La teoría de la conspiración electoral, en este caso, que AMLO desenrolla con detalle. Enseguida, se arrojan
LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S
fragmentos de información o testimonios destinados a re
forzar el discurso. La cinta de M andoki abunda en boletas
con irregularidades y declaraciones indignadas de ciuda
danos que se sienten engañados, pero omite decir que en
una elección que involucró a varias decenas de millones
de votantes, casillas, papeles y observadores las irregula
ridades son de necesidad, y hace falta algo más que una
edición puntillosa y sesgada para dar pruebas de un com
plot de gran escala. El protocolo recomienda term inar con
declaraciones de terceros que apuntalen el discurso central
y le den la apariencia de una coherencia argumentativa al
bom bardeo de presuntas evidencias y declaraciones. Ahí es
donde entran figuras como Meyer, que en otros contextos
ha m ostrado una afinidad un tanto más matizada con el
obradorismo.
En realidad, M andoki es incluso menos hábil que, d i
gamos, Moore para disim ular las tendencias suicidas in
herentes a este tipo de cine. El m anchón más notorio de
Fraude: México 2006 es la propensión de su realizador a
introducir contrargum entos que anulan su discurso sin
aparentem ente darse siquiera cuenta. Esto resulta particu
larm ente chirriante cuando Fraude... habla de los medios
de comunicación de masas, que en teoría alzaron un muro
de silencio, cuando no de mentiras, en torno al supuesto
fraude. Uno puede estar todo lo dispuesto que se quiera a
creerle a Julio Hernández cuando, entusiasmado, le dice a un sonriente M andoki que la película era necesaria entre otras cosas porque los medios, malignos que son, se nega
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ron a dar voz a los indignados, o al Peje cuando dice que las
televisoras lo vetaron. Pero hasta la más férrea disposición
term ina por cuartearse, luego de la evidencia aplastante
de que un porcentaje nada despreciable de los m inutos de
Fraude. .. está conformado por fragmentos de entrevistas,
declaraciones o debates sobre el proceso electoral trasm i
tidos por Televisa, TV Azteca o CNN, por m encionar tres
casos, y en espacios tan vistos como el de Joaquín López
Dóriga, el de Víctor Trujillo, el de Denisse Maerker o el de
Carm en Aristegui. ¿No firm aban los lectores por sufrir un
boicot mediático como el que sufrió López Obrador?
O brador disfrutó de un notable éxito de taquilla entre
los analistas nacionales. Ahí están, por ejemplo, los casos
de Denisse Dresser o Lorenzo Meyer. Pero su radicaliza-
ción y su política de reventar instituciones term inaron por
enajenarle m uchos de estos apoyos, para empezar el de la
Dresser. Es un proceso similar al que sufrió el zapatismo
no tanto entre los intelectuales extranjeros, particularm en
te los europeos, como entre los mexicanos, de entre los
cuales solo aquellos que ya sostenían posiciones radicales
antes del 94 aguantaron el peso de una radicalización, la de
Marcos, que no dio para m antener la máscara.
O brador ha apostado a la moderación. Los m ovim ien
tos sociales y los partidos políticos de ciertas dimensiones
apelan sistemáticamente a las encuestas, y cabe suponer
que las del Morena, como las que vemos, escuchamos y
leemos cotidianam ente en la radio, la TV y los periódicos term inaron por asustar a AMLO y su equipo, a los que, d i
gámoslo así, se les acabaron las vacaciones en el Zócalo. A
meses de las elecciones, la embriaguez de la plaza llena, de
los coros elogiosos y combativos, de los chistes sobre Fecal
y las muestras de devoción popular como las que consigna
la Poniatowska en su libro no dan para ganar las elecciones
en un país que tiene cuarenta millones de pobres, hecho
imperdonable, vergonzoso, indignante, pero en el que m u
chos de esos pobres votan por el PRI, puntero en las en
cuestas desde hace muchos meses, y en el que hay también
sesenta y pico millones de personas de clase media o más
que media que tienden a huir de los radicalismos.
La tristeza mayor es, sin duda, que a esos millones no
hay una izquierda m esurada que les explique cómo va a
gestionar la lucha contra la pobreza, qué ha aprendido,
digamos, de Lula y cómo se va a relacionar con Estados
Unidos, nuestro prim er socio comercial, o los empresarios
mexicanos, sin abandonar posiciones razonables frente al
aborto, la pluralidad sexual y la redistribución de la rique
za. Esa es la gran orfandad del elector mexicano.
LA T R A I C I Ó N DE LOS C L É R I G O S 191
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«Hallan carta personal de Rosario Robles a Carlos A hum a
da», La Jornada, 8 de abril de 2004.
«Juanito, obligado a renunciar: AMLO», El Universal, 1 de septiembre de 2009.
«Los zapatistas y la política», Pedro Pitarch, Letras Libres
núm ero 34, octubre 2001.
«Marcos y Cárdenas no apoyaron a AMLO por envidia», La
Jornada, 10 de septiembre de 2006.
«No soy incondicional de AMLO: Poniatowska», Milenio
Diario, 29 de junio de 2007.
«Prevalecen dem andas de tragafuegos», El Universal, 14 de febrero de 2000.
«¿Q uién diablos es Juanito?» Milenio Diario, 18 de junio
de 2009.
195
«Repiten cochinero en elección del PRD», Reforma, 24 de
octubre de 2011.
«Rompe Juanito con López Obrador», Noticieros Televisa,
9 de septiembre de 2009.
«Trascripción conversación entre Godoy y la Tuta», El Universal, 19 de octubre de 2010.
«Vuelve Greg a Cancún, se alejará de política y grabará dis
co cristiano», Proceso, 29 de agosto de 2011.
Películas
Luis Mandoki, Fraude: México 2006, México, 2007.
Luis Mandoki, ¿Quién es el señor López?, México, 2006.
Víctor M ariña y Mario Viveros, Zapatistas. Crónica de una
rebelión, México, 2004.
Video
«Acción de resistencia ciudadana con Jesusa Rodríguez»,
en YouTube.
«Mandoki habla sobre Fraude: México 2006», en YouTube.
196
Una cruda y divertida revisión a una ideología
hasta ahora intocable
¿Qué define a la izquierda mexicana reciente? ¿Rosario Robles en
tregando las llaves de la Ciudad de México a Fidel Castro? ¿Andrés
Manuel López Obrador tomando Reforma durante meses en 2006?
¿Los grotescos episodios protagonizados por personajes como
Juanito, Ponce o Bejarano? ¿La derrota de la inteligencia frente a la
ideología que sufren algunos furibundos militantes del gremio inte
lectual, al aplaudir sin matices al caudillo -léase subcomandante o
candidato presidencial- en turno? Pareciera que esta corriente polí
tica -que se supone considera fundamental el pensamiento crítico y
libertario- es incapaz de efectuar una revisión de conciencia profun
da y comprometida.
El libro que tiene entre las manos esboza una biografía de la izquierda:
un retrato de familia donde sus ilustres miembros, de un modo u otro,
se han esmerado por aportar algún escándalo al anecdotario fami
liar. En el camino dejaron sin opciones de voto a muchos ciudadanos
convencidos de que una izquierda razonable puede y debe gobernar
este país... pase y deprímase un poco. Si puede, diviértase también.