el medio divino

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  • 7/29/2019 El Medio Divino

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    El medio divino

    Pierre Teilhard de Cardin

    INDICE

    PrlogoAdvertenciaObservacinIntroduccin

    Primera parte: La dinivizacin de las actividades1 . Existencia cierta del hecho y dificultad de su explicacin. El problema cristiano de la

    santificacin de la accin2. Una solucin incompleta: la accin humana vale, y slo vale por la intencin con que se realiza3. La solucin definitiva: todo esfuerzo coopera a la terminacin del mundo in Christo Jesua) En nuestro Universo, toma alma es para Dios en Nuestro Seorb) Y ahora, aadamos, en nuestro Universo, donde todo espritu va a Dios Nuestro Seor, todo

    lo sensible es, a su vez, para el Esprituc) Podemos ahora aproximar entre s las premisas mayor y menor de nuestro silogismo, para

    captar su nexo y la conclusin4. La Comunin por la accin5. La perfeccin cristiana del esfuerzo humanoLa santificacin del esfuerzo humanob) La humanizacin del esfuerzo cristiano6. El desasimiento por la accin

    Segunda parte: La divinizacin de las pasividades1 . Extensin, profundidad y diversas formas de las pasividades humanas2. Las pasividades de crecimiento y las dos Manos de Dios3. Las pasividades de disminucin .a) La lucha con Dios contra el Malb) Nuestra aparente derrota y su transfiguracinc) La Comunin por la disminucind) La verdadera resignacin

    Conclusin de las dos primeras partes. Algunos puntos de vista generales sobre la ascticacristiana

    1. Asimiento y desasimiento2. El sentido de la Cruz3. La fuerza espiritual de la Materia

    Tercera parte: El Medio Divino1 . Los atributos del Medio Divino2. La Naturaleza del Medio Divino. El Cristo universal y la Gran Comunin3. Los acrecentamientos del Medio Divinoa) La aparicin del Medio Divino. El gusto del ser y la Diafana de Diosb) Los progresos individuales del Medio Divino: la pureza, la fe y la fidelidad operantesc) Los progresos colectivos del Medio Divino. La Comunin de los Santos y la caridad

    Eplogo: La espera de la Parusa

    Notas

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    Sic deus dilexit mundumPara quienes aman el mundo

    Advertencia

    Para poder comprender, en su fondo y en su forma, las pginas que siguen, es necesario que ellector no se deje inducir a error sobre el espritu con que fueron escritas.

    No se dirige este libro precisamente a los cristianos que slidamente instalados en su fe nadapodran aprender en l. Est escrito para los inquietos de dentro y de fuera, es decir, para quienes, envez de entregarse plenamente a la Iglesia, la bordean o se apartan de ella con la esperanza desuperarla.

    A consecuencia de los cambios que, desde hace un siglo, al lado de nuestras representacionesexperimentales del Mundo, han modificado tambin el valor moral de muchos de sus elementos, elideal religioso humano tiende a acentuar tendencias y a expresarse en locuciones que, a primeravista, parecen no coincidir ya con el ideal religioso cristiano.

    De aqu que manifiesten cierto miedo a falsearse o a menguarse, si quedan dentro de la lnea delEvangelio, quienes, por la formacin o por instinto, perciben, ante todo, las voces de la Tierra.

    El fin de este Ensayo de vida, o de visin interior, es probar, mediante una especie deverificacin tangible, que semejante inquietud resulta vana, puesto que el Cristianismo ms tradicional,el del Bautismo, la Cruz y la Eucarista, es susceptible de una traduccin en la que tiene cabida lomejor de las aspiraciones propias de nuestro tiempo.

    Puedan servir estas pginas para mostrar cmo Cristo, siempre antiguo y siempre nuevo, no hadejado de ser el primero en la Humanidad.

    Observacin importante

    No ha de buscarse en estas pginas un tratado completo de teologa asctica, sino la simpledescripcin de una evolucin psicolgica observada en un intervalo bien determinado. En el curso deuna modesta ascensin iluminativa se descubre gradualmente al espritu una serie posible deperspectivas interiores; he aqu lo que hemos pretendido destacar.

    Que no extrae, por tanto, que se haya concedido espacio tan reducido en apariencia al malmoral, al pecado: el alma de que nos ocupamos se supone que se haya apartado de los caminos de laculpabilidad.

    Y que tampoco desconcierte el que, explcitamente, no se recurra con ms frecuencia a la accinde la Gracia. El tema que aqu se estudia es el Hombre actual, concreto, sobrenaturalizado, tomadoslo en el terreno de su psicologa consciente. Naturaleza y Sobrenaturaleza, influencia divina yoperacin humana, no tenan por qu ser, por tanto, distinguidas explcitamente. Mas aunque falte suformulacin verbal, la cosa se sobreentiende siempre. La nocin de la Gracia impregna toda laatmsfera de este relato, no slo a modo de entidad admitida tericamente, sino a ttulo de realidadviva.

    En efecto, el Medio Divino perdera toda su grandeza y todo su sabor para el mstico, si nosintiera ste, por todo su ser participado, por toda su alma justificada gratuitamente, por toda suvoluntad solicitada y fortificada, que al perder tan completamente pie en el Ocano divino, noencontrara, en definitiva, en s mismo y en el fondo de s mismo, algn punto de apoyo primero en suaccin.

    Introduccin

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    In eo vivimus.

    En nuestros das, el enriquecimiento y el desasosiego del pensamiento religioso se deben, sinduda, a la revelacin que de la grandeza y de la unidad del Mundo se realiza en torno a nosotros y ennosotros. En torno a nosotros, las Ciencias de lo Real dilatan desmesuradamente los abismos deltiempo y del espacio; y descubren incesantemente nuevas ligazones entre los elementos del Universo.

    En nosotros, bajo la exaltacin producida por estos descubrimientos, se desvela y adquiereconsistencia un mundo de afinidades y de simpatas unitarias, tan antiguas como el alma del hombre,pero hasta hoy ms soadas que vividas. Sabias y matizadas entre los verdaderos pensadores,ingenuas o pedantes entre los poco cultivados, por todas partes aparecen simultneamente lasmismas aspiraciones hacia un Uno ms vasto y mejor organizado; los mismos presentimientos deenergas desconocidas y empleadas en mbitos nuevos. Hoy es casi banal encontrar que el hombre,con toda naturalidad y sin alardes, vive con la conciencia clara de ser un tomo o un ciudadano delUniverso.

    Este despertar colectivo, semejante al que un buen da hace que cada individuo adquieraconciencia de las dimensiones reales de su vida, ha de tener una profunda repercusin religiosa sobrela masa humana, ya sea para abatir, ya para exaltar.

    Para unos, el Mundo se descubre como demasiado grande. El Hombre se halla perdido ensemejante conjunto; no cuenta: no nos queda sino ignorar y desaparecer. Para los otros, por elcontrario, el Mundo es demasiado bello: es a l slo a quien hay que adorar.

    Hay cristianos (como hay hombres) que se hurtan todava a esta angustia o a esta fascinacin.Las pginas de este libro no les interesarn. Pero hay otros que se asustan de la emocin o de laatraccin que produce sobre ellos, invenciblemente, el Astro nuevo que surge. El Cristo evanglico,imaginado y amado dentro de las dimensiones de un Mundo mediterrneo, es por ventura capaz derecubrir y de centrar todava nuestro Universo prodigiosamente engrandecido? El Mundo, no se hallaen vas de manifestarse ms amplio, ms ntimo, ms resplandeciente que el mismo Jehov? No harque nuestra religin estalle? No eclipsar a nuestro Dios?

    Tal vez sin atreverse an a confesar esta inquietud, muchos (lo s porque me los he encontradoa menudo y en todas partes...) la sienten, no obstante, absolutamente despierta en el fondo de smismos. Para stos es para quienes escribo.

    No intentar hacer Metafsica, ni Apologtica. Con los que quieran seguirme volver al gora. Yall, todos juntos, oiremos a San Pablo decir a las gentes del Arepago: Dios, que ha hecho al Hombrepara que ste le encuentre -Dios, a quien intentamos aprehender a travs del tanteo de nuestrasvidas-, este Dios se halla tan extendido y es tan tangible como una atmsfera que nos baara. Portodas partes l nos envuelve, como el propio Mundo. Qu os falta, pues, para que podis abrazarlo?

    Slo una cosa: verlo*.

    * Al final de su vida el autor volvi sobre El Medio Divino en dos escritos autobiogrficos en losque desarrolla lo que entenda por verlo: A lo largo de toda mi vida, portoda mi vida, el Mundo seha ido poco a poco encendiendo, inflamando ante mis ojos, hasta que en torno a m se ha hechoenteramente luminoso por dentro... Tal como yo lo he experimentado al contacto con la Tierra: laDiafanidad de lo Divino en el corazn de un Universo que se ha hecho ardiente... Cristo. Su Corazn. UnFuego: capaz de penetrarlo todo, y que, poco a poco, se extiende por todas partes. (N. de los E.)

    Este librito, en el que no se hallar sino la leccin eterna de la Iglesia, pero repetida por unhombre que cree sentir apasionadamente con su tiempo, querra ensear a ver a Dios por todaspartes: verlo en lo ms secreto, en lo ms consistente, en lo ms definitivo del mundo. Lo que estaspginas proponen y encierran es slo una actitud prctica, o, ms exactamente acaso, una educacinde los ojos. No discutamos, queris? Pero situaos, como yo, aqu y mirad. Desde este puntoprivilegiado que no es la cima difcil reservada a ciertos elegidos, sino la plataforma firme construidapor dos mil aos de experiencia cristiana, veris, con toda sencillez, operarse la conjuncin de los dosastros cuya atraccin diversa desorganizaba vuestra fe. Sin confusiones, sin mezclas, Dios, elverdadero Dios cristiano, invadir ante vuestros ojos el Universo. El Universo, nuestro Universo de hoy,el Universo que os asustaba por su magnitud perversa o su pagana belleza. Lo penetrar como un rayopenetra un cristal; y a favor de las capas inmensas de lo creado, se har para vosotros universalmentetangible y activo, muy prximo y, a la vez, muy lejano.

    Si, acomodando la mirada de vuestra alma, sabis percibir esta magnificencia, os prometo queolvidaris vuestros vanos temores frente a la Tierra que asciende; y slo pensaris en gritar: Todavams grande, Seor! Sea cada vez ms grande Tu Universo para que, mediante un contactoincesantemente intensificado y engrandecido, yo Te sostenga y sea sostenido por Ti! .

    La marcha que seguiremos en nuestra exposicin ha de ser muy sencilla. Puesto que, en el

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    campo de la experiencia, la existencia de cada hombre se divide adecuadamente en dos partes: lo quehace y lo que experimenta, consideremos consecutivamente el campo de nuestras actividades y denuestras pasividades. En cada uno de ellos constataremos, primero, que Dios, siguiendo su promesa,realmente nos espera en las cosas, a menos que no salga desde ellas a nuestro encuentro. Despus,admiraremos cmo por la manifestacin de su sublime Presencia, no altera la armona de la actitudhumana, sino que, por el contrario, proporciona a sta su forma verdadera y su perfeccin. Hecho esto,

    es decir, habindose mostrado las dos mitades de nuestra vida (y por consiguiente la totalidad denuestro Mundo mismo) llenas de Dios, ya no nos quedar sino inventariar las propiedades maravillosasde este medio extendido por todas partes (y, sin embargo, ulterior a todo!), en el que slo nosotrosestamos construidos, para poder, desde ahora, respirar plenamente.

    Primera parte

    LA DIVINIZACIN DE LAS ACTIVIDADES1

    De las dos mitades o componentes en que puede dividirse nuestra vida, la primera, por su

    posible importancia y por el valor que le conferimos, es el campo de la actividad, del esfuerzo, deldesarrollo. Naturalmente, no hay accin sin reaccin. Y naturalmente tampoco hay nada en nosotrosque, en su origen primero y en sus capas profundas, no sea in nobis sine nobis, como deca SanAgustn. Cuando, al parecer, obramos con mxima espontaneidad y fuerza, en parte estamosconducidos por las cosas que creemos dominar. Adems, la misma expansin de nuestra energa (pordonde se traduce el ncleo de nuestra persona autnoma) en el fondo no es ms que la obediencia auna voluntad de ser y de crecer que vara de intensidad y adquiere modalidades infinitas de las que nosomos nosotros los dueos. Al comienzo de la segunda parte volveremos sobre estas pasividadesesenciales, mezcladas las unas a la mdula de nuestra sustancia, difundidas las otras en el juegoconjunto de las causas universales, al que llamamos nuestra naturaleza, o nuestro carcter, onuestra buena suerte. De momento, tomemos nuestra vida con sus categoras y sus denominacionesms inmediatas y ms comunes. Todo hombre distingue perfectamente los momentos en que acta deaquellos en que es objeto de accin. Considermonos en una de estas fases de actividad dominante, ytratemos de ver cmo a favor y por la extensin total de nuestra accin, lo divino nos presiona, intentaentrar en nuestra vida.

    1. Existencia cierta del hecho y dificultad de su explicacin. El problema cristiano dela santificacin de la accin

    Dogmticamente nada hay ms seguro que la posibilidad de santificacin de la accin humana:Cualquier cosa que hagis, hacedla en nombre de Nuestro Seor Jesucristo, dice San Pablo. Y la msentraable tradicin cristiana ha entendido siempre esta expresin, en nombre de Nuestro SeorJesucristo, en el sentido de: en unin ntima con Nuestro Seor Jesucristo. No ha sido el propio SanPablo el que, tras haber invitado a revestirse de Cristo, forj, adems, en plenitud de sentido, y aunincluso en su letra, la serie famosa de los trminos: Collaborare, compati, commori, con-ressuscitare...,en los que se expresa la conviccin de que toda vida humana, en cierto modo, ha de hacerse comncon la vida de Cristo? Las acciones de la vida de que aqu se trata ya se sabe que no debencomprender tan slo obras de religin o de piedad (oraciones, ayunos, limosnas, etc.). Lo que la Iglesia

    declara santificable es la vida humana entera, considerada hasta en esas zonas suyas llamadas lasms naturales. Cuando comis o cuando bebis... dice San Pablo. Toda la Historia de la Iglesiaest presente para probarlo. En conjunto, desde las directrices solemnemente proferidas por la palabrao el ejemplo de los Pontfices y Doctores, hasta los consejos dados humildemente por cada sacerdoteen el secreto de la confesin, la influencia general y prctica de la Iglesia se ha ejercido siempre parala dignificacin, exaltacin y transfiguracin en Dios del deber de estado, la bsqueda de la verdadnatural, el desarrollo de la accin humana.

    El hecho es indiscutible. Pero su legitimidad, es decir, su coherencia lgica con el fondo mismodel espritu cristiano, no aparece de inmediato. Cmo es posible que las perspectivas del reino de Diosno conmocionen, con su aparicin, la economa y el equilibrio de nuestras actividades? Cmo puede elque cree en el Cielo y en la Cruz continuar creyendo sinceramente a costa de las ocupacionesterrestres? Cmo, en virtud de lo que hay en l de ms cristiano, puede el creyente entregarse a la

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    totalidad de su deber humano con el mismo mpetu que si se entregase a Dios? He aqu algo que noest claro a primera vista; y he aqu lo que, en realidad, perturba a muchos ms espritus de lo queimaginamos.

    El problema se plantea de la manera siguiente:Entre los artculos ms sagrados de su Credo cuenta el cristiano con que la existencia de aqu

    abajo se contina en una vida cuyos goces, dolores y realidad no tienen parangn posible con las

    condiciones presentes de nuestro Universo. A este contraste, a esta desproporcin que bastaran por ssolos para que perdiramos el gusto y el inters por la Tierra, se aade una positiva doctrina decondenacin o desdn hacia un Mundo viciado o caduco. Consiste la perfeccin en eldesprendimiento. Cuanto nos rodea es despreciable ceniza. El creyente lee u oye repetir en todomomento estas palabras austeras. Cmo puede conciliarlas con este otro consejo, recibido en generaldel mismo maestro y, en todo caso, inscrito por la naturaleza en su propio corazn, segn el cual espreciso dar a los Gentiles el ejemplo de la fidelidad en el cumplimiento del deber, del empuje y aun delavance en todos los caminos abiertos por la actividad humana? Dejemos a un lado a los tremendistas oa los perezosos que, considerando absolutamente intil almacenar una ciencia, o bien organizar unbienestar, de los que gozarn centuplicadamente tras su ltimo suspiro, no colaboran en la tareahumana (como se les habr dicho imprudentemente, cito) ms que con la punta de los dedos. Hayuna categora de espritus (cualquier director ha tropezado con ellos) para los que la dificultad tomala forma y adquiere el valor de una perplejidad continua y paralizante. Estos espritus, enamorados dela unidad interior, se hallan presos de un autntico dualismo espiritual. Por una parte, un seguroinstinto, confundido con su amor del ser y su gusto de vivir, les atrae hacia la alegra de crear y deconocer. De otra, una voluntad superior de amar a Dios por encima de todo, les hace temer la menorparticin, el menor desliz en sus afectos. En las capas ms espirituales de su ser se engendra enverdad un flujo y reflujo contrarios debidos a la atraccin de dos astros rivales, de esos astros de quese habl al comienzo de este libro: Dios y el Mundo. Cul de los dos se har adorar ms noblemente?

    Con arreglo a la naturaleza ms o menos vigorosa del sujeto, el conflicto amenaza con terminarde una de las tres maneras siguientes: o bien el cristiano, rechazando su gusto por lo tangible, seesforzar por no hallar inters ms que en los objetos puramente religiosos, e intentar vivir en unMundo divinizado mediante la exclusin del mayor nmero posible de objetos terrestres; o bien,molesto por la oposicin interior que le frena, echar a un lado los consejos evanglicos, y se decidir allevar lo que le parece ser una vida humana y verdadera; o bien -y ste es el caso ms frecuente-renunciar a comprender algn da totalmente a Dios o enteramente a las cosas; imperfecto a suspropios ojos, insincero ante el juicio de los hombres, se resignar a llevar una doble vida. No se olvideque hablo aqu de experiencia.

    Estas tres soluciones son censurables por diversos ttulos. Que uno se haga inautntico, que se

    desagrade a s mismo, o que se desdoble, el resultado siempre es malo, y ciertamente contrario a loque debe producir autnticamente en nosotros el Cristianismo. Sin duda, hay un cuarto medio posiblepara evadirse del problema; es darse cuenta de cmo, sin hacer la menor concesin a la naturaleza,sino por sed de una mayor perfeccin, existe el medio de conciliar y de alimentar ms tarde, unomediante otro, el amor de Dios y el sano amor del Mundo, el esfuerzo de desprendimiento y el dedesarrollo.

    Veamos las dos soluciones, la primera incompleta, la segunda total, que pueden darse alproblema cristiano de la divinizacin del esfuerzo humano.

    2. Una solucin incompleta: La accin humana vale, y slo vale por la intencin conque se realiza

    Reducida un tanto crudamente y en esquema a su esencia, he aqu una primera respuesta dadapor los directores espirituales a quienes les preguntan cmo un cristiano decidido a despreciar elMundo y a guardar celosamente para Dios su corazn puede amar lo que hace -de acuerdo con la ideade la Iglesia de que el fiel debe no actuar menos, sino actuar mejorque el pagano-:

    Amigo, para revalorizar tu trabajo humano, que la perspectiva y la asctica cristianas te parecendespreciar, tienes que inyectarle la sustancia maravillosa de la buena voluntad. Purifica tusintenciones, y entonces la menor de tus acciones se hallar saturada de Dios.

    Sin duda, la materialidad de tus actos no tiene valor definitivo alguno. El que los hombresdescubran una verdad o un fenmeno ms o menos, que hagan o no buena msica o imgenes bellas,que su organizacin terrestre est ms o menos lograda, esto carece directamente de importanciapara el Cielo. Nada, en efecto, de cuanto atae a estas creaciones o a estos descubrimientos formarparte de las piedras con que est construida la nueva Jerusaln. Pero lo que constar all arriba, lo quesiempre permanecer, es el haber obrado en todo conforme a la voluntad de Dios.

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    Dios no necesita en absoluto, es evidente, de ninguno de los productos de tu industriosaactividad, puesto que todo puede tenerlo sin ti. Lo que exclusivamente le interesa a Dios y, claro est,desea intensamente, es que se haga un uso fiel de la libertad y que se le d a l preferencia sobre losobjetos que nos rodean.

    Comprende bien esto: sobre la Tierra las cosas no te han sido dadas ms que como una materiapara que te ejercites sobre ella, sobre la cual es preciso que hagas espritu y corazn como sobre tabla

    rasa. Ests en un terreno de prueba, en el que Dios puede juzgar si eres o no apto para sertransportado al Cielo, a presencia suya. Estamos de prueba. Por tanto, poco importan ni el valor ni loque ser de los frutos de la Tierra. El problema est en saber si te has servido de ellos para aprender aobedecer y a amar.

    No te apegues, pues, a la grosera envoltura de las obras humanas. No es sino paja, combustible,o frgil alfarera. Piensa, en cambio, que en cada una de estas humildes vasijas es posible trasvasar,como si fuera savia o un precioso licor, el espritu de docilidad y de unin con Dios. Si los finesterrestres en s mismos nada valen, pueden ser, sin embargo, objeto de amor, puesto que ofrecen laocasin de dar pruebas de tu fidelidad al Seor.

    No pretendemos decir que semejantes palabras se hayan pronunciado alguna vez literalmente.Pero consideramos que reflejan un matiz en verdad comn a muchos consejos espirituales; y estamosseguros, en todo caso, de que traducen bastante bien lo que entienden y retienen gran nmero deauditores y de creyentes al or determinadas exhortaciones.

    Una vez explicado este punto, qu pensar de la actitud que proponen?Ante todo, semejante actitud contiene una parte enorme de verdad. Con razn exalta el papel

    inicial y fundamental de la intencin, que es ciertamente (lo volveremos a repetir) la llave de oro con laque nuestro mundo interior se abre a la Presencia divina. Enrgicamente expresa el valor sustancial dela Voluntad divina, que para el cristiano (como para su Modelo divino) se convierte ahora en la mdulafortificante de todo alimento terrestre. Semejante siempre, bajo la diversidad y la pluralidad de lasobras humanas, descubre una especie de medio nico en el que podemos instalarnos sin tener paranada que salir nunca de l.

    Estos rasgos varios son una aproximacin primera y esencial a la solucin que buscamos; ypretendemos conservarlos ntegramente en el diseo de la vida interior que vamos a proponer y queser ms satisfactorio. Pero nos parecen carentes de una perfeccin exigida imperiosamente pornuestra paz y nuestra alegra espiritual. La divinizacin de nuestro esfuerzo por el valor de la intencinque implica infunde un alma preciosa a todas nuestras acciones; pero no confiere a su cuerpo laesperanza de una resurreccin. Ahora bien, esta esperanza nos es imprescindible para que seacompleta nuestra alegra. Ya es mucho poder pensar que si amamos a Dios habr algo de nuestraactividad interior, de nuestra operatio, que no se perder jams. Pero el propio trabajo de nuestros

    espritus, de nuestros corazones y de nuestras manos -nuestros resultados, nuestras obras, nuestroopus-, no se eternizar?, no se salvar en cierto modo?...Oh s, Seor, en virtud de una pretensin que has situado precisamente en el corazn de mi

    voluntad se salvar! Quiero, necesito que as sea.Quiero, porque me gusta irresistiblemente lo que tu permanente concurso me permite llevar a

    realidad cada da. Este pensamiento, este perfeccionamiento material, esta armona, este matizparticular de amor, esta complejidad exquisita de una sonrisa o de una mirada, todas estas bellezasnuevas que aparecen por primera vez, en m y en torno a m, sobre el rostro humano de la Tierra, lasquiero como a hijos, y no puedo pensar que, en su carne, hayan de morir completamente. Si yo creyeraque estas cosas se marchitan para siempre, les habra dado vida jams? Cuanto ms me analizo, msdescubro esta verdad psicolgica: que ningn hombre levanta el dedo meique para la menor obra sinque le mueva la conviccin, ms o menos oscura, de que est trabajando infinitesimalmente (al menosde modo indirecto) para la edificacin de algo Definitivo, es decir, Tu misma obra, Dios mo. Esto puedeparecer extrao y desmedido a quienes obran sin analizarse hasta el fondo. Y, sin embargo, se trata deuna ley fundamental de su accin. Hace falta nada menos que la atraccin de eso que se llama loAbsoluto, y hace falta nada menos que T mismo para poner en marcha la frgil libertad que nos hasdado. En consecuencia, todo cuanto mengua mi fe explcita en el valor celeste de los resultados de miesfuerzo degrada, irremediablemente, mi poder de obrar.

    Seor, haz ver a todos tus fieles cmo en un sentido real y pleno sus obras les siguen a tureino: opera sequuntur illos. Sin esto sern como esos obreros perezosos a quienes no espolea unamisin. O bien, si el instinto humano domina en ellos las vacilaciones o los sofismas de una religininsuficientemente iluminada, permanecern divididos, incmodos en el fondo de s mismos; y se dirque los hijos del Cielo no pueden competir, en el campo humano, con los hijos de la Tierra en cuanto aconviccin y, por tanto, en igualdad de armas.

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    3. La solucin definitiva: Todo esfuerzo coopera a la terminacin del mundo in ChristoJesu

    La economa general de la salvacin (es decir, de la divinizacin) de nuestras obras se contieneen el breve razonamiento siguiente:

    En el seno de nuestro Universo, toda alma es para Dios en Nuestro Seor.

    Mas, por otra parte, toda realidad, incluso material, en torno a cada uno de nosotros, es paranuestra alma.

    As, en torno a cada uno de nosotros, toda realidad sensible es, por nuestra alma, para Dios enNuestro Seor.

    Profundicemos uno tras otro estos tres miembros del presente silogismo. Los trminos y suligazn son fciles de aprehender. Pero tengamos cuidado: una cosa es haber comprendido laspalabras y otra el haber penetrado hasta el mundo sorprendente del que, en su rigurosa calma, nosdescubre las riquezas inagotables.

    a) En nuestro Universo, toda alma es para Dios en Nuestro Seor

    Esta premisa mayor no hace sino expresar el dogma catlico fundamental -el dogma del quetodos los dems no son sino explicaciones o determinaciones-. No reclama aqu ninguna prueba, sinoque espera, por el contrario, que le confiramos en nuestra inteligencia una vigorosa comprehensin.Toda alma es para Dios, en Nuestro Seor. No nos contentemos con dar a esta destinacin de nuestroser a Cristo un sentido demasiado servilmente copiado sobre las relaciones jurdicas que ligan, entrenosotros, un objeto a su propietario. Su naturaleza es an mucho ms fsica y profunda. Sin duda,puesto que el Universo consumado (el Pleroma, como dice San Pablo) es una comunin entre laspersonas (la Comunin de los Santos), nuestro espritu necesita expresar los lazos por medio deanalogas sociales. Sin duda, adems, para evitar la perversin materialista o pantesta, que acechanuestro pensamiento cuando intenta utilizar para sus concepciones msticas las fuentes poderosas,pero peligrosas, de las analogas, a muchos telogos (ms temerosos en esto que San Pablo) no lesgusta ver atribuir un sentido demasiado realista a las conexiones que religan los miembros a la Cabezaen el Cuerpo mstico. Pero esta prudencia no debe llegar a ser timidez. Queremos comprender contoda su fuerza (la nica que las hace bellas y aceptables) las enseanzas de la Iglesia sobre el valor dela vida humana y las promesas o las amenazas de la vida futura? Entonces, es necesario que, sinrechazar nada de las fuerzas de libertad y de conciencia que constituyen la realidad fsica propia delalma humana, percibamos entre nosotros y el Verbo encarnado la existencia de lazos tan rigurososcomo los que en el Mundo rigen las afinidades de los elementos hacia la edificacin de los Todos

    naturales.Intil buscar aqu una palabra nueva para designar la eminente naturaleza de esta dependencia,en la que se combinan armoniosamente, en un paroxismo, lo que hay de ms elstico en lascombinaciones humanas y de ms intransigente en las construcciones orgnicas. Llammosla, pues,como se ha hecho siempre, unin mstica. Pero que este trmino, lejos de encerrar una idea cualquierade atenuacin, signifique, por el contrario, para nosotros, fortalecimiento y purificacin de lo quecontienen, en realidad y en urgencia, las conexiones ms fuertes de que en todos los rdenes nos daejemplo el mundo fsico y humano. Podemos avanzar por este camino sin miedo a desbordar la verdad;porque todo el mundo est de acuerdo sobre el propio hecho, aun cuando no lo est sobre suexpresin sistemtica, en la Iglesia de Dios: en virtud de la poderosa Encarnacin del Verbo, nuestraalma est totalmente entregada a Cristo, centrada sobre l.

    b) Y ahora, aadamos, en nuestro Universo, donde todo espritu va a Dios Nuestro Seor, todolo sensible es, a su vez, para el Espritu

    Formulada de este modo, la premisa menor de nuestro silogismo tiene aspecto finalista quepudiera chocar con los temperamentos positivistas. Sin embargo, no hace sino expresar un hechonatural incontestable; a saber, que nuestro ser espiritual se alimenta continuamente de lasinnumerables energas del Mundo tangible. Aqu, una vez ms, es intil que intentemos demostrarlo. Loque hace falta es ver, ver las cosas como son, real e intensamente. Vivimos, ay!, en medio de la redde influencias csmicas, como en el seno de la masa humana, o como en medio de las miradas deestrellas: sin tomar conciencia de su inmensidad. Si queremos vivir la plenitud de nuestra humanidad yde nuestro cristianismo, nos es preciso superar esta insensibilidad que tiende a ocultarnos las cosas amedida que se hacen demasiado prximas y demasiado grandes. Vale la pena que hagamos elsaludable ejercicio que consiste en seguir, partiendo de las zonas ms personalizadas de nuestraconciencia, las prolongaciones de nuestro ser a travs del Mundo. Quedaremos estupefactos al

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    constatar cunta es la extensin y la intimidad de nuestras relaciones con el Universo.Las races de nuestro ser? En primer lugar se hunden en el ms insondable pasado. Qu

    misterio el de las primeras clulas que un da anim el soplo de nuestra alma! Qu sntesisindescifrable de sucesivas influencias, a la que nosotros nos hallamos ya incorporados por siempre! Encada uno de nosotros repercute parcialmente, a travs de la Materia, la historia entera del Mundo. Porautnoma que sea nuestra alma, hereda una existencia anteriormente trabajada de una manera

    prodigiosa por el conjunto de todas las energas terrestres: se encuentra y se une con la Vida a undeterminado nivel. Ahora bien, apenas se halla comprometida en el Universo en este punto particular,cuando ya a su vez se siente cercada y penetrada por la marea de influencias csmicas que ha deordenar y asimilar. Miremos en torno a nosotros: las olas llegan de todas partes y desde el fondo delhorizonte. Por todas las aberturas nos inunda lo sensible con sus riquezas: alimento para el cuerpo ynutrimento para los ojos, armona de sones y plenitud del corazn, fenmenos desconocidos yverdades nuevas, todos estos tesoros, todas estas excitaciones, todas estas llamadas, salidas de loscuatro puntos cardinales, atraviesan en todo instante nuestra conciencia. Qu vienen a hacer ennosotros? Qu harn incluso si, semejantes a malos trabajadores, los recibimos pasiva oindiferentemente? Se mezclarn a la vida ms ntima de nuestra alma para desarrollarla o paraenvenenarla. Observmonos un instante y nos persuadiremos de ello hasta el entusiasmo o hasta laangustia. Si el ms humilde y el ms material de los alimentos es ya capaz de influir en nuestrasfacultades ms espirituales, qu decir de las energas infinitamente ms penetrantes que transmite lamsica de los matices, de los sonidos, de las palabras, de las ideas. No hay en nosotros un cuerpo quese alimente independientemente del alma. Todo cuanto el cuerpo ha admitido y ha comenzado atransformar es preciso que a su vez el alma lo sublime. Sin duda lo hace con arreglo a su dignidad y asu manera. Pero no puede escapar a este contacto universal, ni a este trabajo de cada momento. Deeste modo se va perfeccionando en ella, para su felicidad y por su cuenta y riesgo, el poder particularde comprender y amar, que ha de constituir su individualidad ms inmaterial. No sabemos en absolutoen qu proporcin y en qu forma pasarn nuestras facultades naturales al acto final de la visindivina. Pero no puede dudarse de que, ayudados por Dios, nos concedemos aqu abajo unos ojos y uncorazn, que una transfiguracin final convertir en rganos de una fuerza de adoracin y de unacapacidad de beatificacin especiales para cada uno de nosotros.

    Dios no quiere ms que las almas, repiten a porfa los maestros de la vida espiritual. Para dar aestas palabras su valor justo, no olvidemos que el alma humana, por muy creada aparte que nuestrafilosofa la considere, es inseparable, en su nacimiento y en su maduracin, del Universo en que hanacido. En cada alma, Dios ama y salva parcialmente al Mundo entero, que esta alma resume de unamanera particular e incomunicable. Ahora bien, este resumen, esta sntesis, no se nos dan acabados,terminados, con el primer despertar de la conciencia. Nosotros, por nuestra actividad, somos quienes

    hemos de reunir hbilmente los elementos diseminados por todas partes. El trabajo de alga queconcentra en sus tejidos las sustancias esparcidas en dosis infinitesimales por las capas inmensas delOcano -la industriosidad de la abeja que forma su miel con los jugos libados en tantas flores-, no sonsino una plida imagen de la elaboracin continua que experimentan en nosotros todas las fuerzas delUniverso para convertirse en espritu.

    De este modo, cada hombre, en el curso de su vida presente, no slo ha de mostrarse obedientey dcil. Por su fidelidad debe construir comenzando por la zona ms natural de s mismo una obra, unopus, en la que entre algo de todos los elementos de la Tierra. A lo largo de todos sus das terrestres,el hombre se hace su alma; y a la vez colabora a otra obra, a otro opus, que desborda de modo infinito,al mismo tiempo que las domina estrechamente, las perspectivas de su xito individual: la culminacindel Mundo. Porque tampoco hay que olvidar esto al presentar la doctrina cristiana de la salvacin: ensu conjunto, es decir, en la medida en que constituye una jerarqua de almas -que no aparecen sinosucesivamente, que no se desarrollan sino colectivamente, que no se terminarn sino unitariamente-,el Mundo tambin experimenta una especie de vasta ontognesis con respecto a la cual el desarrollode cada alma, a favor de las realidades sensibles, es slo un armnico reducido. Bajo nuestrosesfuerzos de espiritualizacin individual, a partir de toda materia, se va acumulando, lentamente, loque convertir al Mundo en la Jerusaln celeste o Tierra nueva.

    c) Podemos ahora aproximar entre s las premisas mayor y menor de nuestro silogismo, paracaptar su nexo y la conclusin

    Si, como dice nuestro Credo, es verdad que las almas pasan tan estrechamente a Cristo y a Dios,si es verdad, segn las comprobaciones ms generales del anlisis psicolgico, que lo sensible pasatan vitalmente a las zonas ms espirituales de nuestra alma, es forzoso reconocer que todo ello noforma sino uno en el proceso que, de arriba abajo, agita y dirige los elementos del Universo. Yempezamos a ver con ms claridad levantarse sobre nuestro Mundo interior al gran sol de Cristo-Rey,

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    del Cristo amictus Mundo, del Cristo Universal. Poco a poco, de relevo en relevo, todo acaba porajustarse al Centro supremo in quo omnia constant. Los efluvios dimanados de este Centro no actanslo en las zonas superiores del mundo, all donde se ejercen las actividades humanas bajo una formaclaramente sobrenatural y meritoria. Para salvar y constituir estas sublimes energas, el poder delVerbo encarnado se irradia hasta en la Materia; desciende hasta el fondo ms oscuro de las fuerzasinferiores. Y la Encarnacin no se terminar ms que cuando la parte de sustancia elegida que todo

    objeto encierra -espiritualizada una primera vez en nuestras almas, y una segunda vez con nuestrasalmas en Jess- haya alcanzado el Centro definitivo de su complecin. Quid est quod ascendit, nisiquod prius descendit, ut repleret omnia.

    Mediante nuestra colaboracin, que l mismo suscita, Cristo se consuma, alcanza su plenitud, apartir de toda criatura. Es San Pablo quien nos lo dice. Tal vez nos imaginbamos que la Creacinacab hace mucho tiempo. Es un error, porque contina perfeccionndose y en las zonas ms elevadasdel Mundo. Omnis creatura adhuc ingemiscit et parturit. Y nosotros servimos para terminarla, inclusomediante el ms humilde trabajo de nuestras manos. En definitiva, tal es el sentido y el valor denuestros actos. En virtud de la interligazn Materia-Alma-Cristo, hagamos lo que hagamos, reportamosa Dios una partcula del ser que l desea. Con cada una de nuestras obras trabajamos, atmica perorealmente, en la construccin del Pleroma, es decir, en llevar a Cristo un poco de acabamiento.

    4. La comunin por la accin

    Cada una de nuestras Obras, por la repercusin ms o menos remota y directa que tiene sobre elMundo espiritual, concurre a perfeccionar a Cristo en su totalidad mstica. He aqu una respuesta loms completa posible a nuestra pregunta: Cmo, siguiendo la invitacin de San Pablo, podemos ver aDios en toda la mitad activa de nuestra vida? En verdad que por la operacin, siempre en curso, de laEncarnacin, lo Divino penetra tan bien nuestras energas de criaturas, que para encontrarlo yabrazarlo no podramos hallar mejor medio que nuestra propia accin.

    Primero, en la accin me adhiero al poder creador de Dios; coincido con l; me convierto no sloen su instrumento, sino en su prolongacin viviente. Y como en un ser no hay nada ms ntimo que suvoluntad, en cierta manera me confundo, por mi corazn, con el propio corazn de Dios. Este contactoes perpetuo, puesto que actu siempre; y a la vez, como no sabra hallar lmite a la perfeccin de mifidelidad, ni al fervor de mi intencin, me permite asimilarme indefinidamente a Dios, cada vez msestrechamente.

    En esta comunin, el alma no se detiene para disfrutar ni perder de vista el trmino material desu accin. No es un esfuerzo creadorel que adopta? La voluntad de triunfar y una cierta dileccin

    apasionada por la obra que se va a crear forman parte integrante de nuestra fidelidad de criaturas. Portanto, la propia sinceridad con la que deseamos y perseguimos el xito para Dios se nos descubrecomo un nuevo factor, tambin sin lmite, el factor de nuestra conjuncin ms perfecta con elTodopoderoso que nos anima. Asociados primero a Dios en el simple ejercicio comn de lasvoluntades, nos unimos ahora a l en el amor comn hacia el trmino que vamos a crear; y la maravillade las maravillas es que en este trmino, una vez posedo, tenemos todava el encanto de encontrar aDios presente.

    Esto resulta inmediatamente de lo que decamos hace un instante acerca de la interligazn delas acciones naturales y sobrenaturales en el Mundo. Todo crecimiento que yo me confiera, o que yoconfiera a las cosas, se cifra en un aumento de mi poder de amar y en un progreso de la felizocupacin del Universo por Cristo. Nuestro trabajo nos aparece sobre todo como un medio de ganar elpan cotidiano. Pero su virtud definitiva es mucho ms alta: por l completamos en nosotros elpropsito de la unin divina; y por l tambin acrecentamos en cierto modo, con respecto a nosotros,el trmino divino de esta unin, Nuestro Seor Jesucristo. As, artistas, obreros, sabios, sea cual fuerenuestra funcin humana, si somos cristianos, podemos precipitarnos hacia el objeto de nuestro trabajocomo hacia una salida abierta a la suprema complecin de nuestros seres. En verdad, sin exaltacin ysin exageracin del pensamiento o de palabra, sino por la simple confrontacin de las verdades msfundamentales de nuestra fe y de la experiencia, nos encontramos conducidos a esta comprobacin.Dios es accesible, inagotablemente, en la totalidad de nuestra accin. Y este prodigio de divinizacinno tiene comparacin ms que con la dulzura con que se realiza la metamorfosis, sin perturbar en nada(non minuit, sed sacravit...) la perfeccin y la unidad del esfuerzo humano.

    5. La perfeccin cristiana del esfuerzo humano

    Ya decamos que era de temer el que la economa de la accin humana se viera de derecho

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    perturbada gravemente por la introduccin de las perspectivas cristianas. La bsqueda y la esperanzadel Cielo, no tienden a desviar a la actividad humana de sus ocupaciones naturales, o al menos deeclipsar completamente su inters? Ahora vemos cmo puede, cmo debe no ser as: la conjuncin deDios y del Mundo acaba de realizarse ante nuestros ojos en el campo de la accin. No, Dios no distraeprematuramente nuestra mirada del trabajo que nos ha impuesto l mismo, puesto que se presenta anosotros como accesible gracias a este mismo trabajo. No, Dios no hace que se desvanezca, en su luz

    intensa, el detalle de nuestros fines terrestres, puesto que la intimidad de nuestra unin con l se hallaprecisamente en funcin de la perfeccin precisa que debemos a la menor de nuestras obras.Ejercitmonos hasta la saciedad sobre esta verdad fundamental, hasta que nos sea tan familiar comola percepcin del relieve o la lectura de las palabras. Dios, en lo que tiene de ms viviente y de msencarnado, no se halla lejos de nosotros, fuera de la esfera tangible, sino que nos espera a cadainstante en la accin, en la obra del momento. En cierto modo, se halla en la punta de mi pluma, de mipico, de mi pincel, de mi aguja, de mi corazn y de mi pensamiento. Llevando hasta su ltimaterminacin natural el rasgo, el golpe, el punto en que me ocupa, aprehender el Fin ltimo a quetiende mi profunda voluntad. Semejante a estas temibles energas fsicas que el Hombre llega adisciplinar hasta lograr que realicen prodigios de delicadeza, el enorme poder del atractivo divino seaplica a nuestros frgiles deseos, a nuestros microscpicos objetos, sin romper su punta. Esta potenciaes exultante y, por tanto, no perturba ni ahoga nada. Es exultante; por tanto, introduce en nuestra vidaespiritual un principio superior de unidad, cuyo efecto especfico es, con arreglo al punto de vista quese adopte, santificar el esfuerzo humano o humanizar la vida cristiana.

    a) La santificacin del esfuerzo humano

    No me parece que exagere al afirmar que para las nueve dcimas partes de los cristianospracticantes, el trabajo humano no pasa de ser un estorbo espiritual. A pesar de la prctica de laintencin recta y de la jornada ofrecida a Dios cotidianamente, la masa de los fieles abrigaoscuramente la idea de que el tiempo pasado en la oficina, en los estudios, en los campos o en lafbrica es tiempo sustrado a la adoracin. Naturalmente que es imposible no trabajar. Pero es tambinimposible pretender entonces esa vida religiosa profunda, reservada a quienes tienen holgura pararezar o para predicar todo el da. En la vida es posible recuperar algunos minutos para Dios. Pero lashoras mejores quedan absorbidas, o al menos depreciadas, por los cuidados materiales. Bajo el imperiode este sentimiento hay una masa de catlicos que lleva una existencia prcticamente doble ofastidiada: necesitan quitarse el ropaje de hombre para sentirse cristianos, y aun slo as cristianosinferiores.

    Despus de lo que hemos dicho acerca de las extensiones divinas y de las divinas exigencias del

    Cristo mstico o universal, se ponen de manifiesto la inanidad de estas impresiones y la legitimidad dela tesis, tan cara al Cristianismo, de la santificacin por el deber de estado. Sin duda, hay en nuestrasjornadas minutos especialmente nobles y preciosos, los de la oracin y los sacramentos. Sin estosmomentos de contacto, ms eficaces o ms explcitos, la afluencia de la omnipresencia divina y lavisin que de ella tenemos se debilitaran muy pronto, hasta el punto de que nuestra mejor diligenciahumana quedara para nosotros vaca de Dios, aun sin perderse totalmente para el Mundo. Pero unavez conferida esta parte celosamente a nuestras relaciones con un Dios, si puedo decirlo as,encontrado en estado puro (es decir, en estado de Ser distinto de todos los elementos de esteMundo), cmo temer que la ocupacin ms banal, la ms absorbente, o la ms atractiva, nos fuerce asalir de l? Repitmoslo: en virtud de la Creacin, y an ms de la Encarnacin, nada es profano aquabajo para quien sabe ver. Por el contrario, todo es sagrado para quien distingue, en cada criatura, laparcela elegida de ser, sometida a la atraccin del Cristo en vas de consumacin. Reconoced, conayuda de Dios, la conexin, incluso fsica y sobrenatural, que enlaza vuestro trabajo con la edificacindel Reino Celeste, ved al propio Cielo sonreros y atraeros a travs de vuestras obras; y al salir de laIglesia a la ciudad ruidosa, ya no tendris sino la sensacin de seguir sumergindoos en Dios. Si eltrabajo os parece insulso o agotador, refugiaos en el inters inagotable y sedante de progresar en lavida divina. Si os apasiona, haced pasar por el gusto de Dios, a quien conocis mejor y deseis mejorbajo el velo de sus obras, ese impulso espiritual que os comunica la Materia. Nunca, en ningn caso,que comis o que bebis... consintis en hacer nada que antes no hayis reconocido tenga unsignificado y un valor constructivo en Cristo Jess. Esto no es slo una leccin salvadora cualquiera:con arreglo al estado y la vocacin de cada uno, es la va misma de la santidad. En efecto, qu espara una criatura ser santa, sino adherirse a Dios con el mximo de sus fuerzas? Y qu es adherirse aDios al mximo sino, en el Mundo organizado en torno a Cristo, cumplir la funcin exacta, humilde oeminente a que, por naturaleza y sobrenaturalmente, se halla uno destinado?

    En la Iglesia vemos toda clase de agrupaciones, cuyos miembros se aplican a la prctica perfectade tal o cual virtud particular: misericordia, desasimiento, esplendor, ritual, misin, contemplacin.

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    Por qu no ha de haber tambin hombres entregados a la obra de dar, con su vida, el ejemplo de lasantificacin general del esfuerzo humano? Hombres cuyo ideal religioso comn fuera explicitarconsciente y completamente las posibilidades o las exigencias divinas que encierra cualquierocupacin terrestre? En una palabra, hombres que en el campo del pensamiento, del arte, de laindustria, del comercio, de la poltica, etc., se entregasen a realizar, con el sublime espritu que exigen,las obras fundamentales que son la armazn misma de la sociedad humana? En torno a nosotros, los

    progresos naturales de que se alimenta la santidad de cada siglo nuevo quedan demasiadas vecesabandonados a los hijos del siglo, es decir, a los agnsticos o a los impos. Inconsciente oinvoluntariamente, estos ltimos colaboran sin duda en el Reino de Dios y en la perfeccin de loselegidos: sus esfuerzos los recupera, superando o corrigiendo intenciones incompletas o malas, Aquelcuya Energa es capaz de someterlo todo a s. Pero esto no es sino un mal menor, una faseprovisional en la organizacin de las actividades humanas. Desde las manos que preparan la masahasta las que la consagran, la gran Hostia universal no debera ser preparada y manipulada ms quecon adoracin.

    Ojal llegue el tiempo en que los Hombres, alertados al sentido de ligazn estrecha que asociatodos los movimientos de este Mundo en el nico trabajo de la Encarnacin, no puedan ya entregarse aninguna de sus tareas sin iluminarla con la visin precisa de que su trabajo, por elemental que sea, esrecibido y utilizado por un Centro divino del Universo.

    En este momento, a decir verdad, poco distintas sern entre s la vida del claustro y la vida delsiglo. Y en este momento tan slo la accin de los hijos del Cielo (a la vez que la accin de los hijos delSiglo) habr alcanzado la plenitud deseable de su humanidad.

    b) La humanizacin del esfuerzo cristiano

    En nuestro tiempo, la gran objecin que se hace al Cristianismo, la verdadera fuente dedesconfianza que hace impermeables para la Iglesia bloques enteros de la Humanidad, no sonprecisamente dificultades de orden histrico o teolgico. Es la sospecha de que nuestra religin hace asus fieles inhumanos.

    El Cristianismo -piensan a veces los mejores de entre los gentiles- es malo o es inferior, porqueno lleva a sus adeptos allende la Humanidad, sino que los deja fuera y a su margen. Los asla en lugarde fundirlos con la masa. Hace que se desinteresen, en lugar de hacerles que se apliquen a la tareacomn. No los exalta, por tanto: los minoriza y los falsea. Por lo dems, no es esto lo que ellos mismosconfiesan? Si por ventura uno de sus religiosos, uno de sus sacerdotes se consagra a investigacionesllamadas profanas, tiene siempre buen cuidado de recordar que no se entrega a estas ocupacionessecundarias ms que para acomodarse a una moda o a una ilusin, para demostrar que los cristianos

    no son los ms ignorantes de entre los humanos. En resumen, cuando con nosotros trabaja un catlico,tenemos la impresin de que lo hace por condescendencia, sin sinceridad. Parece que se interesa en eltrabajo. Pero, en el fondo, por su religin, no cree en el esfuerzo humano. Su corazn no est ya connosotros. El Cristianismo crea desertores y falsos hermanos: he aqu lo que no podemos perdonarle.

    Esta objecin, mortal si fuese verdadera, la hemos puesto en boca de un incrdulo. Pero notiene su eco aqu y all, aun en las almas ms fieles? A qu cristiano no le ha ocurrido, alexperimentar la sensacin de que una capa aislante o glacial le separaba de sus compaerosincrdulos, formularse con inquietud la pregunta de si no andaba descarriado, de si, en verdad, nohaba perdido el hilo de la gran corriente humana?

    Pues bien, sin negar que existen (por sus palabras mucho ms que por sus actos) cristianos quedan lugar al reproche de que son, si no enemigos, por lo menos s fatigados del gnero humano,podemos afirmar, de acuerdo con lo que se ha dicho ms arriba sobre el valor sobrenatural delesfuerzo terrestre, que esta actitud procede en ellos de una comprensin incompleta y no, desdeluego, de una perfeccin cierta de la religin.

    Nosotros desertores? Escpticos sobre el futuro del Mundo tangible? Asqueados del trabajohumano? Qu poco nos conocis!... Sospechis que no somos partcipes de vuestras ansiedades, devuestras esperanzas, de vuestra exaltacin en la penetracin de los misterios y en la conquista de lasenergas terrestres. Tales emociones -decs- no pueden ser compartidas ms que por los que luchanjuntos por la existencia; ahora bien, vosotros los cristianos hacis profesin de estar ya salvados.Como si para nosotros, tanto y an ms que para vosotros, no fuera cuestin de vida o muerte que laTierra triunfe aun en sus fuerzas ms naturales. Para vosotros (y en esto, justamente, no sois todavabastante humanos, no llegis hasta el lmite de vuestra humanidad) slo se trata del xito o del fracasode una realidad que, incluso concebida bajo los rasgos de cierta superhumanidad, contina siendovaga y precaria. Para nosotros, en sentido autntico, se trata de la complecin y del triunfo del mismoDios. Hay una cosa tremendamente decepcionante, y en esto estoy de acuerdo con vosotros; y es quemuchos cristianos, demasiado poco conscientes de las responsabilidades divinas de su vida, viven

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    como los dems hombres, a medio esfuerzo, sin conocer ni el aguijn ni la embriaguez que suscita lapromocin del Reino de Dios desde todos los campos humanos. Pero entonces no debis criticar msque nuestra propia debilidad. En nombre de nuestra fe, tenemos el derecho y el deber de apasionarnospor las cosas de la Tierra. Como vosotros, y an mejor que vosotros (porque de todos yo soy el quepuede prolongar al infinito, conforme a las exigencias de mi querer actual, las perspectivas de miesfuerzo), yo quiero entregarme, en alma y cuerpo, al sagrado deber de la Investigacin. Exploremos

    todas las murallas. Intentemos todos los caminos. Escrutemos todos los abismos. Nihil intentatum...Dios lo quiere, puesto que ha querido necesitarlo. Sois hombres? Plus et ego.

    Plus et ego. No lo dudemos. En este tiempo, en que se despierta legtimamente, en unaHumanidad a punto de hacerse adulta, la conciencia de su fuerza y de sus posibilidades, uno de losprimeros deberes apologticos del cristiano es mostrar por la lgica de sus miras religiosas, y an mspor la lgica de su accin, que Dios encarnado no ha venido a disminuir en nosotros la responsabilidadmagnfica ni la esplndida ambicin de hacernos nosotros mismos. Repito: Nom minuit, sed sacravit.No, el Cristianismo no es como se hace ver, o como se practica a veces, una carga suplementaria deprcticas y de obligaciones que vienen a hacer ms duro y ms gravoso el peso, de por s tan pesado,de la vida social, o a multiplicar las trabas, de por s ya tan paralizantes, de la misma. En verdad es unarma poderosa que confiere una significacin, una elegancia y una gracilidad nuevas a lo que yavenamos haciendo. Indudablemente nos encamina hacia cimas imprevistas. Pero la pendiente queconduce a ellas est de tal manera ajustada a la que ya estbamos subiendo naturalmente, que nadahay en el cristiano ms definitivamente humano (como veremos ahora) que su propio desasimiento.

    6. El desasimiento por la accin

    Todo cuanto acabamos de decir sobre la divinizacin intrnseca del esfuerzo humano no pareceque sea discutible entre cristianos, puesto que para establecerlo nos hemos limitado a tomar en sujusto rigor y a confrontar entre s unas verdades tericas y prcticas reconocidas por todos.

    Sin embargo, algunos lectores, incluso sin hallar un vicio concreto en nuestro razonamiento,acaso se sientan vagamente desconcertados o inquietos ante un ideal cristiano en el que se confiereuna parte tan grande a la preocupacin por el desarrollo humano y a la conquista de mejorasterrestres. Tengan estos lectores la bondad de no olvidar que tan slo hemos recorrido la mitad delcamino que conduce a la montaa de la Transfiguracin. Hasta aqu no nos hemos ocupado ms quede la parte activa de nuestras vidas. En breve, es decir, en el captulo de las pasividades y de lasdisminuciones, vamos a ver descubrirse ms ampliamente los brazos dominadores de la Cruz. Sinembargo, observemos que en la actitud tan optimista, tan amplia, que acabamos de pergear, se

    disimula una renuncia autntica y profunda. Quien se entrega al deber humano siguiendo la frmulacristiana, aun cuando exteriormente pueda parecer inmerso en las cuitas de la Tierra, es en el fondo des mismo un gran desasido.

    En s, por naturaleza, el trabajo es un factor mltiple de desasimiento para cuantos se entregan al sin rebelarse, con fidelidad. En primer lugar, implica esfuerzo, victoria sobre la inercia. Porinteresante y por espiritual que sea (cuanto ms espiritual es, podra decirse), el trabajo es unalumbramiento doloroso. El hombre slo escapa al terrible aburrimiento del deber montono y banalenfrentndose con las ansiedades y la tensin interior de la creacin. Crear u organizar energamaterial, verdad o belleza es un tormento interior que le roba, a quien se aventura en ello, la vidapacfica y replegada, donde propiamente anida el vicio del egosmo y del apego. No slo para ser unbuen obrero de la Tierra debe el hombre saber abandonar su tranquilidad y su reposo; sino que le espreciso saber renunciar incesantemente, mediante formas mejores, a las prcticas primeras de suindustria, de su arte, de su pensamiento. Detenerse a gozar, a poseer, sera una falta contra la accin.Una y otra vez hay que superarse, desprenderse de s mismo, dejar tras uno, en cada instante, losproyectos ms queridos. Ahora bien, siguiendo esta ruta, que no es tan distinta como pueda parecer aprimera vista del camino real de la Cruz, el desasimiento no consiste slo en la sustitucin continua deun objeto por otro objeto del mismo orden, como los kilmetros sobre una carretera llana se suceden.En virtud de un maravilloso poder ascendente encerrado en las cosas (que analizaremos ms endetalle al hablar del poder espiritual de la Materia), cada realidad alcanzada y superada nos permiteacceder al descubrimiento y a la prosecucin de un ideal de calidad espiritual superior. A quiendespliega convenientemente sus velas al soplo de la Tierra, una corriente le fuerza a salir cada vezms a alta mar. Cuanto ms nobles son los deseos y las acciones de un hombre, ms avidez tiene delas cosas grandes y sublimes. Pronto ni su familia, ni su pas, ni el aspecto remunerador de su actividadsern ya plenamente satisfactorios. Necesitar crear organizaciones generales, abrir caminos nuevos,defender grandes Causas, descubrir Verdades, tener un Ideal que sostener y mantener. As, poco apoco, el obrero de la Tierra deja de pertenecerse a s mismo. Poco a poco, el gran soplo del Universo,

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    que le penetr por el resquicio de una accin humilde, pero fiel, le dilata, le eleva, le transporta.En el cristiano, si sabe sacar partido de los recursos de su fe, estos efectos alcanzan su

    paroxismo y su coronacin. Ya lo hemos visto: desde el punto de vista de la realidad, de la precisin,del esplendor del trmino ltimo que debemos enfocar siempre a travs incluso del menor de nuestrosactos, nosotros, los discpulos de Cristo, somos los ms afortunados de entre los Hombres. El cristianoreconoce que es misin suya divinizar al Mundo en Jesucristo. En l, pues, el proceso natural que

    impele a la accin humana, de ideal en ideal, hacia objetivos cada vez ms consistentes y universales,llega a su plenitud completa gracias al apoyo de la Revelacin. En consecuencia, el desasimiento por laaccin debe alcanzar en l su mximo de eficacia.

    Y esto es absolutamente cierto. Tal como lo hemos concebido en estas pginas, el cristiano es almismo tiempo el ms apegado y el ms desapegado de los hombres. Convencido, ms que cualquiermundano, del valor y del inters insondables que se ocultan bajo la ms mnima de las conquistasterrestres, el cristiano se halla persuadido al mismo tiempo, lo mismo que cualquier anacoreta, de lanulidad de todo xito, si se considera tan slo a ste como una ventaja individual (o incluso universal)fuera de Dios. Dios, y slo Dios, es a quien busca a travs de la realidad de las criaturas.

    Para el cristiano, el inters se halla verdaderamente en las cosas, pero en dependencia absolutade la presencia de Dios en ellas. La luz celeste se hace tangible y accesible para l en el cristal de losseres; pero l slo quiere la luz; y si la luz se apaga, porque el objeto es desplazado, superado o sedesplaza, la sustancia ms preciosa no es entonces a sus ojos ms que ceniza. As, hasta en l mismo yen los desarrollos ms que personales que se otorga, no es a s mismo a quien busca, sino al msGrande que l, al que se sabe destinado. En verdad, l ya no cuenta a su propia mirada; ya no existe;se ha olvidado y perdido en el esfuerzo mismo que le perfecciona. No es ya el tomo que vive, sino elUniverso que est en l.

    No slo ha encontrado a Dios dentro del campo entero de sus actividades tangibles, sino que enel curso de esta primera fase de su desarrollo espiritual, el Medio Divino que ha descubierto absorbesus fuerzas en la medida misma en que stas han conquistado ms laboriosamente su propia in-dividualidad.

    Segunda parte

    LA DIVINIZACIN DE LAS PASIVIDADES

    El Hombre, al propio tiempo que se ve llevado por el desarrollo de sus fuerzas a descubrir metascada da ms elevadas y amplias para su accin, tiende a hallarse dominado por el objeto de susconquistas; y como Jacob, en su cuerpo a cuerpo con el ngel, acaba por adorar aquello contra lo queluchaba. Le subyuga la magnitud de lo que l ha desvelado y desencadenado. Y por su naturaleza deelemento se ve llevado a reconocer que, en el acto definitivo que ha de reunirle al Todo, los dostrminos de la Unin son desmesuradamente desiguales. l, siendo el ms pequeo, ha de recibir msque dar. Y es as como se halla preso por lo que pens apresar.

    El cristiano, que es, por derecho, el primero y ms humano de los Hombres, se halla mssometido que nadie a la conmocin psicolgica que en toda criatura inteligente funde de manerainsensible la alegra de obrar en el deseo de sentir, la exaltacin de hacerse a s mismo, en el ardor demorir en otro. Despus de haber sido sobre todo sensible a los atractivos de la Unin con Diosmediante la accin, empieza a concebir y a desear una faceta complementaria, una fase ulterior a su

    comunin: aquella en que no tanto se desarrollar en s mismo, cuanto se perder en Dios.Las posibilidades y la realizacin de este perfeccionamiento en la entrega no ha de buscarlasmuy lejos de s mismo. Se le presentan en todo instante -le sitian, habra que decir-, en toda laextensin y profundidad de las sujeciones innumerables que nos convierten en servidores ms que endueos del Universo.

    Ha llegado el momento de examinar ahora el nmero, la naturaleza y la posible divinizacin denuestras pasividades.

    1. Extensin, profundidad y diversas formas de las pasividades humanas

    Al iniciar este estudio recordbamos cmo las pasividades constituyen la mitad de la existencia

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    humana. Esta expresin significa sencillamente que todo cuanto en nosotros no se realiza pordefinicin, se siente. Pero esto en nada prejuzga las proporciones con arreglo a las que se dividen ennuestro campo interior accin y pasin. En efecto, las dos partes, activa y pasiva, de nuestras vidasson extraordinariamente desiguales. En nuestras perspectivas, la primera ocupa el primer lugar,porque nos resulta ms agradable y ms perceptible. Pero, en realidad, la segunda esinconmensurablemente la ms extensa y la ms profunda.

    En primer lugar, las pasividades acompaan sin tregua nuestras operaciones conscientes a ttulode reacciones que dirigen, sostienen o encuadran nuestros esfuerzos. Y por ello slo doblan necesariay exactamente la extensin de nuestra actividad. Pero su zona de influencia se extiende mucho msall de estos estrechos lmites. Si nos fijamos, vemos, en efecto, con cierto estremecimiento, que noascendemos a la reflexin y a la libertad ms que por la finsima punta de nosotros mismos. Nosconocemos y nos regimos aunque sea dentro de un radio increblemente pequeo. Inmediatamentems all empieza una noche impenetrable y, no obstante, saturada de presencias: la noche de todocuanto est en nosotros y en torno a nosotros, sin nosotros y a pesar de nosotros. En esta oscuridad,tan vasta, plena, turbia y compleja como el pasado y el presente del Universo, no nos hallamos inertes;reaccionamos, puesto que experimentamos. Pero esta reaccin, que se produce, sin control pornuestra parte, por medio de una prolongacin desconocida de nuestro ser, forma tambin parte denuestras pasividades, humanamente hablando. En verdad, a partir de cierta distancia, todo es negruray, sin embargo, todo est lleno de ser en torno a nosotros. He aqu las tinieblas cargadas de promesasy amenazas que el Cristianismo habr de iluminar y de animar con la Presencia Divina.

    En medio de las energas confusas que pueblan esta noche cambiante, nuestra sola aparicindetermina, inmediatamente, la formacin de dos grupos que nos asaltan, y que exigen ser tratados demodo muy diferente. Por un lado, las fuerzas amigas y favorables, que sostienen nuestro esfuerzo ynos dirigen hacia el xito: son las pasividades de crecimiento. Por otro, las fuerzas enemigas, queinterfieren penosamente con nuestras tendencias, lastran o desvan nuestra marcha hacia el ser-ms,reducen nuestras capacidades reales o aparentes de desarrollo: son las pasividades de disminucin.

    Enfrentmonos sucesivamente con las unas y con las otras; y considermoslas cara a cara, hastaque en el fondo de sus ojos, seductores, inexpresivos u hostiles, veamos cmo se enciende la miradabendita de Dios.

    2. Las pasividades de crecimiento y las dos Manos de Dios

    Nos parece tan natural el hecho de creer que no pensamos, generalmente, en distinguir nuestraaccin de las fuerzas que la alimentan, ni tampoco de las circunstancias que favorecen su xito. Y, sin

    embargo, quid habes quod non accepisti? (qu posees t que antes no hayas recibido?).Experimentemos la Vida en nosotros tanto o quiz ms que la Muerte.Penetremos en lo ms secreto de nosotros mismos. Circundemos nuestro ser. Busquemos,

    afanosamente, el ocano de fuerzas que padecemos y en las que nuestro crecimiento se halla comoinmerso. Es un ejercicio saludable: la profundidad y la universalidad de nuestras relaciones formarn laintimidad envolvente de nuestra Comunin.

    ... As, pues, acaso por vez primera en mi vida (yo, que se supone medito todos los das!), tomuna lmpara y abandonando la zona, en apariencia clara, de mis ocupaciones y de mis relacionescotidianas, baj a lo ms ntimo de m mismo, al abismo profundo de donde percibo, confusamente,que emana mi poder de accin. Ahora bien, a medida que me alejaba de las evidencias convencionalesque iluminan superficialmente la vida social, me di cuenta de que me escapaba de m mismo. A cadapeldao que descenda, se descubra en m otro personaje, al que no poda denominar exactamente, yque ya no me obedeca. Y cuando hube de detener mi exploracin, porque me faltaba suelo bajo lospies, me hall sobre un abismo sin fondo, del que surga, viniendo yo no s de dnde, el chorro que meatrevo a llamar mi vida.

    Qu ciencia podr nunca revelar al Hombre el origen, la naturaleza, el rgimen de la potenciaconsciente de voluntad y de amor de que est hecha su vida? Sin duda, no es ni nuestro esfuerzo, ni elesfuerzo de nadie en torno a nosotros, el que ha desencadenado esta corriente. Tampoco es nuestrasolicitud, ni la de ningn amigo, la que puede prevenir en ella un bajn o regular su ebullicin.Podemos, poco a poco, trazar a lo largo de generaciones los antecedentes parciales del torrente quenos alza. Podemos, adems, mediante determinadas disciplinas o ciertos excitantes, fsicos o morales,regular o agrandar el orificio por el que se escapa en nosotros. Pero ni por esta geografa ni por estosartificios podremos llegar a captar las fuentes de la Vida, ya sea con el pensamiento, ya sea con laprctica. Me recibo mucho ms que me hago a m mismo. El Hombre, dice la Escritura, no puede aadiruna sola pulgada a su talla. Y todava menos puede aumentar en una sola unidad el ritmo fundamentalque regula la maduracin de su espritu y de su corazn. En ltima instancia, la vida profunda, la vida

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    fundamental, la vida naciente se nos escapan en absoluto.Fue entonces cuando, emocionado con mi propio descubrimiento, quise salir a la luz del da,

    olvidar el enigma inquietante en el entorno confortador de las cosas familiares, volver a empezar avivir en superficie, sin sondear imprudentemente los abismos. Pero he aqu que, bajo el propioespectculo de las agitaciones humanas, vi reaparecer ante mis ojos avisados al Desconocido de quienquera huir. Esta vez no se me ocultaba en el fondo de un abismo: se disimulaba ahora bajo la multitud

    de azares entretejidos, en donde se forma la urdimbre del Universo y la de mi pequea individualidad.Pero era el mismo misterio: yo lo he reconocido. Nuestro espritu se conmueve cuando intentamosmedir la profundidad del Mundo por debajo de nosotros. Pero vacila tambin cuando intentamosenumerar las probabilidades favorables cuya confluencia constituye a cada instante el xito y aun laconservacin del menor de los vivientes. Tras la conciencia de ser otro, y aun alguien mayor que yo,hay otra cosa que me ha producido vrtigo: la improbabilidad suprema, la inverosimilitud formidablede hallarme yo mismo existiendo en el seno de un Mundo logrado.

    En este momento, como cualquiera que quisiese hacer la misma experiencia interior, he sentidoque sobre m planeaba la angustia esencial del tomo perdido en el Universo, la angustia quediariamente hunde las voluntades humanas bajo el nmero agobiante de los vivientes y de los astros. Ysi hay algo que me haya salvado, es escuchar la voz evanglica, garantizada por xitos divinos, queme deca desde lo ms profundo de la noche: Ego sum, noli timere (Yo soy, no temas).

    S, Dios mo, lo creo: y lo creo tanto ms gustosamente cuanto que en ello no se juega slo mitranquilidad, sino mi realizacin; eres T quien est en el origen del impulso, y en el trmino de esaatraccin, a la cual, durante toda mi vida, no hago otra cosa sino favorecer en su impulso primero y ensus desarrollos. Y eres T tambin quien vivifica para m, con tu omnipresencia (mucho mejor que lohace mi espritu por la Materia que l anima), las miradas de influencias de que en todo instante soyobjeto. En la vida que brota en m, en esta Materia que me sostiene, hallo algo todava mejor que tusdones: te hallo a Ti mismo; a Ti, que me haces participar de tu Ser y que me moldeas. En verdad, en laregulacin y la modulacin iniciales de mi fuerza vital, en el juego favorablemente continuo de lascausas segundas, toco, lo ms cerca posible, las dos caras de tu accin creadora; me encuentro contus dos maravillosas Manos y las beso: la mano que aprehende tan profundamente que llega aconfundirse en nosotros con las fuentes de la Vida, y la que abraza tan ampliamente que a su menorpresin los resortes todos del Universo se pliegan armoniosamente a un tiempo. Por su mismanaturaleza, estas felices pasividades que son para m la voluntad de ser, el gusto por ser esto oaquello, y la oportunidad de realizarse a mi gusto, se hallan cargadas de tu influencia; una influenciaque pronto se me aparecer ms distintamente como la energa organizadora del Cuerpo mstico. Paracomulgar contigo en estas pasividades, con una comunin bsica fontanal (la Comunin en las fuentesde la Vida), slo he de reconocerte en ellas, y pedirte que permanezcas en ellas ms y ms.

    Oh T, cuya llamada precede al primero de nuestros movimientos, concdeme, Dios mo, eldeseo de desear ser, a fin de que por esta divina sed misma que me has dado, se abra en mampliamente el acceso a las grandes fuentes. El gusto sagrado del ser, esta energa primordial, esteprimero de nuestros puntos de apoyo, no me lo quites, Dios mo: Spiritu principali confirma me. Y T,adems, T, cuya sabidura amante me forma a partir de todas las fuerzas y de todos los azares de laTierra, permteme que esboce un gesto cuya eficacia plena se me aparezca frente a las fuerzas dedisminucin y de muerte; haz que tras haber deseado, crea, crea ardientemente, crea en tu Presenciaactiva sobre todas las cosas.

    Gracias a Ti, esta espera y esta fe estn ya llenas de virtud operante. Pero cmo podrtestimoniarte y probarme a m mismo, mediante un esfuerzo exterior, que no soy de los que dicen tanslo a flor de labios: Seor, Seor!. Colaborar en tu accin previsora, y lo har de modo doble.Primero, responder a tu inspiracin profunda que me ordena existir, teniendo cuidado de nuncaahogar, ni desviar, ni desperdiciar mi fuerza de amar y de hacer. Y luego, a tu Providencia envolvente,que me indica en todo instante, por los acontecimientos del da, el paso siguiente que he de dar, elescaln que he de subir; a esta Providencia me unir mediante el cuidado de no perder ocasin algunade subir hacia el espritu.

    Cada una de nuestras vidas est como trenzada por estos dos hilos: el hilo del desarrollo interior,siguiendo el cual se forman gradualmente nuestras ideas, afectos, actitudes humanas y msticas; y elhilo del xito exterior, siguiendo el cual nos hallamos en cada momento en el punto preciso en dondeconverger, para producir en nosotros el efecto esperado por Dios, el conjunto de las fuerzas delUniverso.

    Dios mo, para que me hallis en todo minuto tal cual me deseis, all donde me esperis, esdecir, para que me aprehendis plenamente -por el interior y por el exterior de m mismo-, haz quejams pueda yo romper este doble hilo de mi vida.

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    3. Las pasividades de disminucin2

    Adherir a Dios, oculto bajo los poderes internos y externos que animan nuestro ser y lo sostienenen su desarrollo, es finalmente abrirse y confiarse a todos los alientos de la vida. Respondemos,comulgamos en las pasividades de crecimiento mediante nuestra fidelidad para actuar. As, por eldeseo de experimentar a Dios, nos hallamos llevados al amable deber de superarnos.

    Ha llegado el momento de sondear el lado decididamente negativo de nuestras existencias, eselado en el que nuestra mirada, por lejos que busque, no discierne ya ningn resultado feliz, ningunaterminacin slida para cuanto nos sucede. Que Dios sea aprehensible en y por toda vida parece fcilde comprender. Pero Dios puede hallarse tambin en y por toda muerte? He aqu algodesconcertante. Y, sin embargo, he aqu lo que es preciso llegar a reconocer, con la mirada habitual yprctica, so pena de permanecer ciegos a lo que hay de ms especficamente cristiano en lasperspectivas cristianas, y so pena tambin de escapar al contacto divino por una de las facetas msextensas y ms receptivas de nuestra vida.

    Las potencias de disminucin son nuestras verdaderas pasividades. Su nmero es inmenso, susformas infinitamente variadas, su influencia continua. Para fijar nuestras ideas y dirigir nuestrameditacin las dividiremos aqu en dos partes, que corresponden a las formas bajo las que ya nosaparecieron las fuerzas de crecimiento: las disminuciones de origen interno y las disminuciones deorigen externo.

    Las pasividades de la disminucin externas son todos nuestros obstculos. Sigamosmentalmente el curso de nuestra vida y las veremos surgir por todas partes. He aqu la barrera quedetiene, o la muralla que limita. He aqu la piedra que desva o el obstculo que frena. He aqu elmicrobio o la palabra imperceptible que matan al cuerpo e infectan al espritu. Incidentes, accidentes,de toda gravedad y de toda suerte, interferencias dolorosas (molestias, choques, amputaciones,muertes...) entre el Mundo de las dems cosas y el Mundo que irradia a partir de nosotros. Y, sinembargo, cuando el granizo, el fuego, los bandidos le quitaron a Job todas sus riquezas y le dejaron sinfamilia, Satans pudo decir a Dios: Vida por vida, el hombre se resigna a perderlo todo, con tal deconservar su pellejo. Toca tan slo al cuerpo de tu siervo, y ya vers si te bendice o no. No es mucho,en cierto sentido, que se nos vayan las cosas, porque siempre podemos figurarnos que retornarn anosotros. Lo terrible es evadirnos de las cosas por una disminucin interior y adems irreversible.

    Humanamente hablando, las pasividades de disminucin internas forman el residuo ms negro yms desesperadamente intil de nuestros aos. Unas nos acecharon y nos apresaron en nuestroprimer despertar: defectos naturales, inferioridades fsicas, intelectuales o morales, por las que elcampo de nuestra actividad, de nuestros goces, de nuestra visin, se ha visto limitadoimplacablemente desde el nacimiento y para toda la vida. Otras nos esperaban ms tarde, brutales

    como un accidente, solapadas como una enfermedad. Todos, un da u otro, tuvimos o tendremosconciencia de que alguno de estos procesos de desorganizacin se ha instalado en el corazn mismode nuestra vida. Unas veces son las clulas del cuerpo las que se rebelan o se corrompen. Otras son lospropios elementos de nuestra personalidad los que parecen discordantes o emancipados. Y entoncesasistimos, impotentes, a depresiones, rebeliones, tiranas internas, all donde no hay influencia amigaalguna que pueda venir en nuestro socorro. Porque si bien podemos evitar ms o menoscompletamente, por fortuna, las formas crticas de estas invasiones, que vienen del fondo de nosotrosmismos a matar irresistiblemente la fuerza, la luz o el amor de que vivimos, hay una alteracin lenta yesencial a la que no podremos escapar: la edad, la vejez, que de instante en instante nos sustraen anosotros mismos para empujarnos hacia el fin. Duracin que retrasa la posesin, duracin que nosarranca a la alegra, duracin que hace de todos nosotros unos condenados a Muerte. He aqu lapasividad formidable del transcurso del tiempo...

    En la Muerte, como en un ocano, vienen a confluir nuestras disminuciones bruscas o graduales.La muerte es el resumen y la consumacin de todas nuestras disminuciones: es el Mal -Malsimplemente fsico, en la medida en que resulta orgnicamente de la pluralidad material en que noshallamos inmersos, pero mal moral tambin, puesto que esta pluralidad desordenada, fuente de todoroce y toda corrupcin, se engendra, en la sociedad o en nosotros mismos, debido al falso empleo denuestra libertad.

    Superemos la Muerte descubriendo a Dios en ella. Y lo Divino se hallar con ello instalado en elcorazn de nosotros mismos, en el ltimo reducto que pareca poder escaprsele.

    Aqu, como en el caso de la divinizacin de nuestras actividades humanas, nos encontraremoscon que la fe cristiana es absolutamente formal en sus afirmaciones y en su prctica. Cristo ha vencidoa la Muerte, no slo reprimiendo sus desafueros, sino embotando su aguijn. Por virtud de laResurreccin nada hay que mate necesariamente, sino que todo en nuestras vidas es susceptible deconvertirse en contacto bendito de las Manos divinas y en bendita influencia de la Voluntad de Dios. Entodo instante, y por muy comprometidos que nos tengan nuestras faltas, o por desesperada que sea

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    nuestra situacin debido a las circunstancias, podemos reajustar el Mundo en torno a nosotrosmediante una reparacin completa y continuar favorablemente nuestra vida. Diligentibus Deum omniaconvertuntur in bonum. Tal es el hecho que domina toda explicacin y toda discusin.

    Pero tambin aqu, como cuando se trat de salvar el valor del esfuerzo humano, nuestro esprituquiere justificar ante s mismo sus esperanzas, para mejor abandonarse a ellas.

    Quomodo fiet istud? Esta bsqueda es tanto ms necesaria cuanto que la actitud cristiana frente

    al Mal se presta muchsimo a temibles equivocaciones. Una interpretacin falsa de la resignacincristiana, as como una falsa idea del desasimiento cristiano, hacen que gran nmero de Gentiles odienlealmente el Evangelio, porque se les hace antiptico.

    Preguntmonos cmo, y en qu condiciones, nuestras muertes aparentes, es decir, los despojosde nuestra existencia, pueden integrarse en el establecimiento, en torno a nosotros, del Reino y elMedio divinos. Para ello nos ser conveniente distinguir mentalmente dos fases, dos tiempos, en elproceso que termina en la transfiguracin de nuestras disminuciones. El primero de estos tiempos es elde la lucha contra el Mal. El segundo, el de la derrota y su transfiguracin.

    a) La lucha con Dios contra el Mal

    Dice el cristiano cuando sufre: Dios me ha tocado. Este decir es plenamente verdadero. Peroresume en su simplicidad toda una serie compleja de operaciones, slo al trmino de las cuales puedeser pronunciado. Si en la historia de nuestros encuentros con el Mal intentamos separar lo que llamanlos escolsticos instantes de naturaleza, habremos de decir para comenzar todo lo contrario: Diosdesea liberarme de este aminoramiento, Dios quiere que yo le ayude a alejar de m este cliz. Lucharcontra el Mal, reducir al mnimo el Mal (incluso el simplemente fsico) que nos amenaza, tal es sin dudael primer gesto de nuestro Padre que est en los cielos; de otro modo no es posible concebir ni menosamar a nuestro Padre.

    S, es una visin exacta -y adems estrictamente evanglica- de las cosas la de pensar que laProvidencia se halla en el curso de las edades atenta a evitar las heridas del Mundo y dispuesta acurarle de sus heridas. A lo largo de los siglos es en verdad Dios, de acuerdo con el ritmo general delprogreso, quien suscita a los grandes bienhechores y a los grandes mdicos. Es Dios quien anima, aunentre los ms incrdulos, la bsqueda de todo lo que alivia y de todo lo que sana. No reconocen loshombres instintivamente esta divina Presencia, ellos, cuyos odios se aplacan y sus objeciones ceden alos pies de cualquier libertador de su cuerpo o de su espritu? No lo dudemos. En el primer contactocon la disminucin no podramos hallar a Dios de otro modo que detestando lo que nos cae encima yhaciendo cuanto est en nuestra mano para esquivarlo. Cuanto ms rechacemos el sufrimiento, eneste momento, con todo nuestro corazn y toda la fuerza de nuestros brazos 3 ms nos adheriremos

    entonces al corazn y a la accin de Dios.

    b) Nuestra aparente derrota y su transfiguracin

    Puesto que tenemos a Dios por aliado, estamos siempre seguros de salvar nuestra alma. Perodemasiado bien sabemos que nada nos garantiza que podamos evitar siempre el dolor y aun ciertosfracasos interiores mediante los cuales podemos imaginar que hemos malogrado nuestra vida. En todocaso, a todos nos toca envejecer y morir. Esto significa que, en un momento o en otro, por estupendaque sea nuestra resistencia, percibimos que la presin de fuerzas aminorantes -contra las que estamosluchando- domina poco a poco nuestras potencias de vida y da con nosotros en tierra, fsicamentevencidos. Pero cmo podemos ser vencidos, si Dios lucha con nosotros? O bien, qu significa estaderrota?

    El problema del Mal, es decir, la conciliacin de nuestras decadencias, incluso simplementefsicas, con la bondad y la fuerza creadoras ser siempre, para nuestros espritus y nuestros corazones,uno de los misterios ms inquietantes del Universo. Para ser comprendidos, los dolores de la criatura(lo mismo que la pena del condenado) supondran en nosotros una apreciacin de la naturaleza y delvalor del ser participado, que no podemos tener, porque carecemos de trminos de comparacin. Sinembargo, entrevemos esto: por un lado, la obra emprendida por Dios de unir a S mismo ntimamente alos seres creados supone en stos una lenta preparacin, a lo largo de la cual (ya existentes, perotodava no terminados) no pueden escapar por su naturaleza a los peligros (agravados por una faltaoriginal) que lleva consigo la organizacin imperfecta de lo Mltiple en ellos y en torno a ellos; por otrolado, por el hecho de que la victoria definitiva del Bien sobre el Mal no pueda alcanzarse ms que en laorganizacin total del Mundo, nuestras vidas individuales, infinitamente breves, no pueden beneficiarseaqu abajo del acceso a la Tierra Prometida. Somos semejantes a esos soldados que caen en el cursodel ataque del que saldr la Paz. Dios no es vencido una primera vez por nuestra derrota, porque sibien parece que sucumbimos individualmente, el Mundo, en el que revivimos, triunfa a travs de

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    nuestros muertos.Pero este primer aspecto de su victoria, suficiente para afirmar la omnipotencia de su brazo, se

    completa mediante otra manifestacin de su dominacin universal, acaso ms directa, y sin duda msinmediatamente tangible para cada uno de nosotros. Precisamente en virtud de sus perfecciones4, Diosno puede hacer que los elementos de un Mundo en vas de crecimiento, o por lo menos de un Mundocado en vas de reascensin, se libren de choques y de disminuciones, incluso morales: necesse est

    enim ut veniant scandala. Pues bien, se recuperar -se vengar, valga el trmino- haciendo que elpropio Mal, que el estado actual de la Creacin no le permite suprimir inmediatamente, sirva a susfieles para un bien superior. Semejante a un artista que supiera sacar partido de un defecto o de unaimpureza para lograr, en la piedra que esculpe o el bronce que funde, lneas ms exquisitas o un msbello sonido, Dios, con tal que nos entreguemos a l amorosamente, sin alejar de nosotros las muertesparciales, ni la muerte final, que esencialmente forman parte de nuestra vida, las transfigura alintegrarlas en un plano mejor. Y a esta transformacin estn no slo admitidos nuestros malesinevitables, sino tambin nuestras faltas, incluso las ms voluntarias, con tal de que las lloremos. Paraquienes buscan a Dios, no todo es inmediatamente bueno, pero s es susceptible todo de llegar a serlo:Omnia convertuntur in bonum5.

    Por qu procesos, a travs de qu fases opera Dios esta maravillosa transformacin de nuestrasMuertes en una vida mejor? Por analoga con lo que nosotros mismos podemos realizar y reflexionandosobre lo que ha sido siempre la actitud y la enseanza prctica de la Iglesia frente al sufrimientohumano, sanos aqu permitido intentar alguna conjetura.

    Puede decirse que la Providencia convierte para sus creyentes el Mal en Bien siguiendo tresmodos principales. Puede que un fracaso haga derivar nuestra actividad hacia objetos o hacia unmarco ms favorables, si bien siempre dentro del plano del triunfo humano que perseguimos. As senos representa a Job, cuya felicidad nueva supera a la antigua. Otras veces, y es lo ms frecuente, laprdida que nos aflige nos obligar a buscar la satisfaccin de nuestros frustrados deseos en un campomenos material, al abrigo de los gusanos y del moho. La historia de los santos, y en general la de todoslos personajes clebres por su inteligencia o su bondad, se halla llena de estos casos en que vemossalir al hombre engrandecido, templado, renovado tras una prueba o incluso una cada, que parecandeber apocarle o derrotarle para siempre. Entonces, el fracaso desempea para nosotros el papel deltimn de profundidad en el avin, o si se prefiere de la podadera para la planta. Canaliza nuestra saviainterior, pone de relieve los componentes ms puros de nuestro ser, de manera que ascendemosms, y ms derechamente. El fracaso, incluso moral, se trueca tambin en xito, que, aun con toda suespiritualidad, resulta experimentalmente sentido. Ante San Agustn, Santa Mara Magdalena o SantaLudivina, nadie duda en pensar: Felix dolor, o Felix culpa. De manera que, incluso hasta en este punto,seguimos comprendiendo a la Providencia.

    Pero hay casos ms difciles (y precisamente son los ms corrientes), en donde nuestra sabiduraqueda por completo desconcertada. Observamos en todo instante, en nosotros y en torno a nosotros,disminuciones de sas que no parece sean compensadas por ninguna ventaja en el plano perceptible:desapariciones prematuras, accidentes estpidos, debilitaciones que afectan a las zonas superiores delser. Ante semejantes golpes, el Hombre no se levanta en ninguna direccin apreciable, sino quedesaparece o queda tristemente aminorado. Cmo es posible que incluso estas reducciones sincompensacin, que son la Muerte en lo que tiene precisamente de mortal, se conviertan para nosotrosen un bien? Aqu es donde se manifiesta, en el campo de nuestras disminuciones, el tercer modo deaccin de la Providencia, el ms eficaz y el ms santificante.

    Dios ya haba transfigurado nuestros sufrimientos haciendo que sirviesen para nuestroperfeccionamiento sentido. Entre sus manos, las fuerzas minimizantes se haban convertido de modoperceptible en el instrumento que talla, esculpe y pule en nosotros la piedra destinada a ocupar unlugar preciso en la Jerusaln celeste. Dios todava har ms, pues, por efecto de su omnipotencia quecae sobre nuestra fe, los acontecimientos que no se manifiestan experimentalmente en nuestra vida,sino como puros desperdicios, se van a convertir en un factor inmediato de la unin que soamosestablecer con l.

    Unirse es, en todos los casos, emigrar y morir parcialmente en aquello que amamos. Pero si,segn estamos persuadidos, esta aniquilacin en el Otro tiene que ser tanto ms completa cuantomayor que nosotros sea aquel a quien nos ligamos, cul no ser el desprendimiento requerido paraque nos integremos a Dios? Sin duda, la destruccin progresiva de nuestro egosmo por medio de laampliacin automtica (ya la analizamos antes) de las perspectivas humanas, unida a laespiritualizacin gradual de nuestros gustos y de nuestras ambiciones bajo la accin de ciertosfracasos, es forma muy real del xtasis que ha de sustraernos a nosotros mismos para subordinarnos aDios. Sin embargo, el efecto de este primer desasimiento slo consiste en llevar el centro de nuestrapersonalidad hasta los ltimos lmites de nosotros mismos. Llegados a este punto extremo, podemostener la impresin de que nos poseemos en grado sumo, ms libres y ms activos que nunca. Todava

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    no hemos franqueado el punto crtico de nuestra excentracin, de nuestra vuelta a Dios. Es preciso darun paso ms: se que nos har perder pie en nosotros mismos. Illum oportet crescere, me autemminui. Todava no nos hemos perdido. Cul ser el agente de esta transformacin definitiva?Precisamente la Muerte.

    En s la Muerte es una debilidad incurable de los seres corporales, complicada en nuestro Mundopor la influencia de un pecado original. La Muerte es el tipo y el resumen de estas disminuciones contra

    las que nos es preciso luchar sin poder esperar como resultado del combate una victoria personaldirecta y a la vez inmediata. Pues bien, el gran triunfo del Creador y del Redentor, en nuestrasperspectivas cristianas, es haber transformado en factor esencial de vivificacin lo que es en s unafuerza universal de disminucin y de desaparicin. Dios, para penetrar definitivamente en nosotros,debe en cierto modo ahondarnos, vaciarnos, hacerse un lugar. Para asimilarnos en l debemanipularnos, refundirnos, romper las molculas de nuestro se