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El muerto de la casa de pavo real ____________________________ Gilbert K. Chesterton

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El muerto de la casa de pavo real

____________________________ Gilbert K. Chesterton

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Hacealgunosaños,unjovenrecorríaunacalleasoladade lossuburbiosdeLondres;un jovenvestido rústicamente, la cabeza cubierta conunsombrerocasiprehistórico;porqueacababade llegar a la capital desde una remota yadormecidapoblacióndeloeste.Nadahabíaenél de particularmente notable, salvo lo que leocurrió ese día, lo cual fue notable en todosentido, para no decir lamentable. Vio venirhacia él a un hombre más bien anciano, sinaliento,de smoking,que lo tomóde la solapade su raído saco y lo invitó a cenar con él.Estaríamos más cerca de la verdad diciendoque,másqueunconvite,fueunaimploración.Como el sorprendido provinciano no loconocía, ni a nadie en los contornos, lasituación le pareció harto singular; pero,suponiendoque se trataría de una costumbredeLondres, accedióal fin.Acompañadode suextrañohuésped,fuealahospitalariamansiónque se alzaba a solo pocos pasos de allí. Apartir de ese instante, nunca reapareció en elmundodelosvivos.

Ninguna de las explicaciones de estilocuadraban con su caso. Los dos protagonistas

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eran totales extraños el uno para el otro. Elhombre de tierra adentro no traía papeles,dinero, ni objetos dignos de mención, ytampocoparecíadenaturalezadellevarlos.Porotra parte, su huésped revelaba todos lossignos deunaprosperidad casi agresiva: forrodesatén,unfulgordepiedrasopalescentesensusgemelos,yuncigarroqueparecíaperfumartodalacalle.Porlotanto,debíadescartarseelrobocomomóvildelcrimen.

En realidad, ese móvil fue uno de los másextraños del mundo; tan extraño, que unhombre vulgar habría podido hacer ciensuposicionesantesdedarconlaclave.

Másaún,esdudosoquealguienhubiesedadojamás con la solución, a no ser por el ligerobarniz de excentricidad que caracterizaba aotrojoven,alquelacasualidadpusosobreesemismocaminounaodoshorasmástarde.Perono debe creerse que él recurriera, paradilucidar el enigma, a ninguna maña dedetective, y menos de aquellos detectivespopularizados por los libros de ficción, queresuelven los más arduos dilemas con soloconcentrar su atención en las circunstancias y

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los objetos afines al crimen, y a quienessecundaunapresenciadeánimoexcepcional.

Sería más exacto decir que este hombre losresolvía, en cambio, por ausencia de ánimo.Cualquierobjetoque cayeraenel radiode suvisión grabábase en su mente como untalismán, y él lo contemplaba hasta queempezabaahablarlecomounoráculo.Enotrasocasionesunapiedra,unaestrellademarouncanario habían contestado, al parecer, todassus preguntas. En la presente circunstancia,empero, su punto de referencia fue menostrivial.

Había vagado sin rumbo por la plácida callesuburbana, siguiendo con ojos de soñador lasmanchasdoradasdeloscodesosenelcésped,o las blancas y rojas de los espinos. Pero secontentabalasmásdelasvecesconlosverdessemicírculos de pasto, repetidos hasta elinfinito como lunas verdes; porque no era deesas personas para quienes la repetición essinónimodemonotonía.Enunmomentodado,al dirigirse hacia una propiedad, tuvo laconciencia o la semiconciencia de un colornuevoeneluniversalverdor:unverdemucho

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másazul,queparecíaderivarenazuleléctricoa medida que el objeto se desplazabalentamente, revelando una pequeña cabezasobre un cuello larguísimo; era un pavo real.Perosumentehabíaimaginadomilcosasantesde dar con lo obvio. El azul pronunciado delplumaje le había hecho pensar en una llamaazul, y la llamaenalgunademoníaca fantasía,antes de advertir que solo se trataba de unpavo real. Y la cola, estela suntuosa de ojos,habíale hecho pensar en aquellos sombríospero divinosmonstruos del Apocalipsis, cuyosojos semultiplicaban como sus alas, antes dereparar en que la presencia de un pavo real,aun tomado en su sentido más lato, era unespectáculo sobradamente extraño en paisajetancomún.

PorquesiGabrielGale(asísellamabaeljoven)era un poeta minore, descollaba en cambiocomopintor,y,ensucalidaddefigurailustre,yenamorada de las bellas perspectivas, habíasido invitado más de una vez a los grandesparques de la aristocracia, donde los pavosrealesforman,porasídecirlo,parteintegrantedel paisaje. La evocación de esas propiedades

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trajoasumemoriaelrecuerdodeunadeellas,remotaysolitaria,queasumieraparaéllacasiintolerable belleza de un paraíso perdido.Creyó ver durante un instante, en medio delcéspedlustroso,unafiguramásimponentequela de cualquierade esas aves, y cuyoplumajeiridiscente,deunavívidatristeza,hacíapensarenundiabloazul.Perocuandolosjuegosdelaimaginacióny lasañoranzassedesvanecieron,aúnpersistióenéllainterrogante:

¿qué hacía en el jardín de esa pequeñaresidencia suburbana un pavo real? Parecíademasiado grande para el lugar, como si, aldesplegar su cola, fueseaderribar los árbolesquehallaraasupaso.

Estas reflexiones de giro ya más prácticodesfilaron por sumente antes de que esta sedetuvieraen lamásprácticade todas:queenlos últimos cinco minutos había estadoapoyado en un portón ajeno, con el airedefinitivo de un campesino apoyado en elcerco que circunda su propiedad. De saliralguiende la casa, habría contempladono sinextrañeza la escena; pero nadie salió. Antesbien, alguien entró. Cuando el pavo real se

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encaminaba hacia la casa, el poeta abrióresueltamente el portón y halló el céspedhúmedo,alazagadeaquel.

Enriquecían la soledad umbrosa de ese jardíngrandes masas de flores rojas, y, en elconjunto, la casa resultabamás vulgar que elterreno donde se levantaba. Acentuaba esaimpresiónelhechodehallarseaquellaenalgúnproceso de reparación, pues adivinábase,apoyada contra la pared, una escalera, usadasegún todas las apariencias por los albañilespara llegar al piso superior. Además, variasplantas de flores coloradas habían sidocortadas,apilándolasenelbordedelaventanadel primer piso, y algunos pétalos, aldesprenderse,seposaronenlospeldañosdelaescalera. La mirada de Gale abarcógradualmente todos estos detalles, mientrasunaexpresióndesorpresainvadíapocoapocosu semblante ante el contraste que formabanla casa con la escalera y el rico jardín con elpavoreal.Eracasicomosielsuntuosopájaroylas flores aristocráticas hubiesen estado allíantesdelosladrillosburguesesyelmortero.

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Uno de los rasgos salientes de Gale era suingenuidad,queamenudopodía tomarseporimprudencia. Como muchos seres humanos,era capaz de cometer malas acciones asabiendas, y avergonzarse después por ello.Peromientrassusintencionesnofueranmalas,nuncaselehabríaocurridosentirvergüenzadeun acto. La invitación de la escalera y laventana abierta era demasiado obvia paratacharladeaventura.Comenzóasubircomosisetratasedelaescalinatadeunhotel.Peroalllegar a los últimos peldaños se detuvo uninstante, torció el gesto y, acelerando suascensión,traspusoelbordeysedeslizóenelinteriordelaestancia.

Lapenumbraqueallíreinabaparecíaoscuridaddespués del esplendor del atardecer, ytranscurrieron uno o dos segundos antes deque el tenue resplandor reflejado por unespejo, puesto ante él, le permitiese apreciarlas características de la habitación. Parecíapolvorientaydeaspectomásbienprecario;loscortinados, de un azul verdoso pronunciado,formaban, con todo, un fondo de coloresmortecinos.

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Al observar más atentamente el espejo, Galenotó que estaba roto. Sin embargo, eraevidente que el cuarto había sido redecoradoen parte para alguna fiesta, como lo hacíasuponeruna largamesa,prolijamente tendidapara una cena. Frente a cada plato sealineaban una serie de vasos de distintotamañoparalosvinosdecadaservicio.

Por algunos detalles, Gale concluyó que laestancia había sido teatro de una lucha,durantelacualalguienhabíavolcadoelsalero,derramadosucontenidosobreelmantelyrotoel espejo. Luego miró los cuchillos puestossobre la mesa, y una luz de inteligenciacomenzabaainsinuarseensucerebro,cuandolapuerta seabrióbruscamente,yunhombre,robustoycanoso,irrumpióenelcuarto.

Ese incidente tuvo la virtuddedevolverloa larealidad, como un hombre que, tras unprolongado salto en el espacio, siente depronto el frío contacto del agua. Recordósúbitamente dónde se encontraba y por quémedios había llegado hasta allí. Era muycaracterísticoenél que, si bien veíaunpuntopráctico tardíamente, cuando lo veía por fin

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era con entera lucidez y en todas susramificaciones lógicas. Nadie creería enninguna razón legítima que justificara suentrada en esa casa por la ventana, cuandopudo hacerlo por la puerta principal. Y, enefecto, razón legítimano teníaninguna,oporlomenosningunaquepudieseexplicarsinunalargaperoraciónde índolepoéticay filosófica.Más aún, en ese precisomomento sus dedosjugaban con uno de los cuchillos, de platamaciza. Tras una ligera vacilación, posó elcuchilloysequitóelsombrero.

—Y bien —dijo por último, con una ironíadisplicente—, de ser usted, yo no dispararíaesa arma; pero supongo que avisará a lapolicía.

El desconocido, que era probablemente eldueñode la casa, guardódurante un instanteuna actitud de profundo estupor. Al abrir lapuerta había tenido un violento sobresalto,peroserehízoenseguida.Surostro,vigorosoyastuto, estaba provisto de un par de ojosprominentes que le daban una apariencia deperpetuaprotesta.Pero,poralgunamisteriosarazón,nofuehaciaesosojosacusadoresdonde

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convergió la mirada del poeta, sino hacia elalfilerqueostentabalapecheradelacamisa,yqueeraunópaloluminoso.PorfinGalesonrióconalivioyesperóqueelotrohablara.

—¿Esustedun ladrón?—inquirióeldueñodecasacautelosamente.

—A decir verdad, no lo soy —repuso Gale—.Pero si me pregunta qué otra cosa soy, lecontestaréqueloignoro.

El otro hombre fue rápidamente hacia él,haciendounademáncomoparadetenerleunamano,oacasolasdos.

—Nodudodequeustedseaunladrón—dijo—, pero no importa. ¿Quiere hacerme el honordequedarseacenar?

Luego,trasunaagitadapausa,insistió:

—Quédese, se lo ruego, hay un cubierto parausted.

Gale recorrió con la vista la mesa y contó elnúmero de cubiertos. El cálculo acabó concualquierdudaquepodíaabrigaraúnsobreelsentido de ese ininterrumpidoencadenamiento de excentricidad.

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Comprendió por qué su huésped llevaba unópalo, por qué el espejo había sido rotodeliberadamente, por qué la sal estabaderramadasobreelmanteldelamesa,porquélos cuchillos estaban dispuestos en cruz, porqué el extraño personaje llenaba la casa conramosde flores rojas, ladecorabaconplumasdepavoreal,yteníaunodeesospájarosensujardín. Comprendió que la escalera no habíasido puesta allí para permitir a los albañilesalcanzar la ventana, sino para que loscomensalespasarandebajodeellaaldirigirseala puerta de entrada. Por último, comprendióqueélibaaserelinvitadonúmerotrecedeesesingularbanquete.

—La cena está por empezar —pronunció elhombre del ópalo con afabilidad—. Voy allamar a los demás. Compañía del más altointerés, se lo aseguro; toda gente de buencriterio y recto sentido, que se burla de lassupersticiones. Me llamo Crundle, HumphreyCrundle, y soy discretamente conocido en loscentroscomercialesdelaciudad.Supongoquedebo presentarme a mí mismo para poderpresentarloalosdemás.

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Galetuvolavagaideadequesuatenciónhabíasido atraída alguna vez por el nombre deCrundle,asociándoloaalgunamarcade jabóno de plumasfuentes; y, por poco que supierasobre esas cosas, se figuró fácilmente que unhombre así, aunque solo vivía en una villa demodestasdimensiones,podíapermitirseellujode tener un pavo real, ahí donde la luzcrepuscular moría entre las ramas de losárboles.

Los miembros del Club de los Trece parecíanestaryapreparadosparalacena.Algunoseranmuyjóvenes,desemblanteingenuoynervioso,como si les asustara su propia osadía. Dos deellos se destacaban del grupo por lasingularidad de ser, según todas lasapariencias,caballerosdealcurnia.Unoeraunhombreentero,deedadmásquemadura,conun rostro que era un laberinto de arrugas, ytenía la cabeza coronada por una pelucacastaña. Le fue presentado como Sir DanielCreel, abogado de nota, y tenía una miradallena de inteligencia. Sus rasgos, algodesiguales, eran hermosos; pero las sieneshundidas y la órbita profunda de los ojos le

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daban un aspecto de fatiga precoz, que eramentalmásbienquefísica.

La intuición del poeta le dijo que aquellaapariencia no era engañosa; que el hombreque había ido a parar a esa extraña sociedadhabía frecuentado muchas extrañassociedades, buscando quizá algo más extrañodeloqueyaconocía.

Transcurrió algún tiempo, sin embargo, antesde que ninguno de los invitados pudierarevelarsupersonalidad,debidoalaverbosidadextremada de su anfitrión. AcasoMr. Crundlecreía apropiado, como presidente del Club delosTrece,elhablarcontodos.Sealoquefuera,duranteunosminutoscondujoporsísolotodala conversación agitándose en su silla consatisfacción radiante, como un hombre quepuedeporfinrealizarlaaspiraciónsupremadetoda la vida. En realidad, había algo de casianormal en la locuacidad jocunda de esecomerciantecanoso,comosiesalocuacidadsealimentase en una fuente que nada tenía defestivo.Laspullasque,comounfuegocerrado,descerrajaba a todos los presentes, eran casisiempre de un gusto dudoso; pero él parecía

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pensarloasí,pueslascelebrabaconcarcajadasruidosas.

Fue después de una de sus reiteradasafirmacionesdequetodasesashistoriasacercade supersticiones no eran sino disparates degente ignorante, cuando la aguda aunquetemblorosa voz del anciano Creel,aprovechandounacoyuntura,sehizooír:

—Aquí,miqueridoCrundle,desearíahacerunadistinción —dijo con tono categórico—.Convengo en que son disparates pero no sondisparates del mismo orden. Por ejemplo, siconsideramos su origen histórico, me parecediferirdenotablemanera.Elorigendealgunade esas supersticiones es obvio, y el de lasotrasoscuroenextremo. Las creenciasacercadel día viernes y del número trece sonprobablementede fuente religiosa;pero ¿quéorigen puede tener, por ejemplo, la creenciaen el poder fatídico de las plumas del pavoreal?

Crundleibaacontestarconunrugidojocundoque se trataba de otro disparate, tan infernalcomo los demás, cuando Gale, que habíasedeslizado en el asiento próximo al hombre

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llamado Noel, se interpuso con todanaturalidad.

—Creopoderarrojarunpocodeluzsobreesepunto —pronunció—. Hallé rastros de esaantigua superstición en unos manuscritosiluminadosdelnovenoodécimosiglo.Hayallíun dibujo muy curioso, de estilo rígidamentebizantino, que representa a dos ejércitospreparándose para una batalla en el reino delos cielos. Pero mientras San Miguel tiendeespadasalosbuenosángeles,Satánarmaalosángelesrebeldesconplumasdepavoreal.

Noel volvió bruscamente sus ojos profundoshaciaél.

—Es ese un dato interesante—dijo—. ¿Ustedquiere inferir que se trata de la vieja nociónteológicasobrelamaldaddelorgullo?

—Hay en el jardín un pavo real entero paradesplumar—gritóCrundle conacentovivaz, yagregó—: Siempre que alguno de ustedesdeseecombatiralosbuenosángeles.

—No son armasmuy ofensivas—repusoGalegravemente—,yesoes loque,amientender,quisosignificarel ignotoartistamedieval.Diré

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más: a mi manera de ver, de ese simbólicocontrasteen lasarmas,surgeelhechodequelosángelesbuenossearmanparaentablarunabatalla real y por lo tanto de resultadosdudosos, mientras los pérfidos tendían desdeya,pordecirloasí,laspalmasdelavictoria.Nosepuedelucharcontranadieconlaspalmasdelavictoria.

Durante el desarrollo de esa conversación,Crundle dio señales de una agitación curiosa:una agitación mucho menos radiante que alprincipio.Susojosprominentesinterrogabanalos oradores, sus labios se movíanincesantemente, y sus dedos empezaron atamborilearlamesa.Porúltimoexclamó:

—¿Cuál es el significado de todo esto, si sepuede saber? ¿Es que estarían por creer entodasesaspatrañas?

—Perdón —interrumpió el viejo abogado,repitiendo el enlace lógico con fruición dejurista—,migestióneramuysencilla.Yohabléde causas, y no de justificaciones. Me helimitadoaafirmarqueelorigende la leyendadelpavorealesmenosaparentequeaquelque

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atribuye al día viernes una virtud de malaugurio.

—¿Usted cree que el viernes es día de malaugurio? —preguntó de pronto Crundlevolviéndosehaciaelpoeta.

—No; por el contrario, estimo que es un díapropicio —repuso Gale—. Y así lo pensósiempre la cristiandad, a pesar de suspequeñassupersticiones.

—¡Oh, al diablo la crist…!—empezó diciendoMr.Crundleconsúbitaviolencia;peroalgoenla voz de Noel, que parecía hacer de suvehemenciaunvanoarrebato,lodetuvo.

—Yo no soy cristiano —prorrumpió Noel convoz pétrea—. Ni es del caso preguntarse siquisiera serlo. Pero estimo que el punto devistadeMr.Galeestáplenamente justificado,de que esa religión puede contradecir aquellasuperstición. Y esta verdad tiene otrasproyecciones:siyocreyeraenDios,nocreeríaenunDiosquehicieradependerlafelicidaddeunsalerovolcadoodelavistadeunaplumadepavoreal.Cualquieraquesealaenseñanzaque

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imparte el Cristianismo, supongo que noenseñaráqueelCreadoresunloco.

Gale meneó pensativamente la cabeza, comoen un asentimiento parcial, y contestó,dirigiéndoseaNoeltansolo:

—En ese sentido, no cabe duda de que ustedestá en lo cierto. Pero pienso que aún quedaalgo por decir. Estimo que la mayoría de lagentehatomadoesassupersticionesunpocoala ligera, acaso en un gradomayor que ustedmismo. ¿Quién nos dice que ellas no sereferían a los pecados más leves, en aquelmundotoscodelaEdadMediaquepoblabaelcielo de espíritus malignos antes que deángeles? Porque, después de todo, loscristianos admiten más de una categoría deángeles; y algunos entre ellos son ángelescaídos, como las figuras armadas con plumasde pavo real. Ahora bien, ¿por qué suponerque esas figuras tuvieron realmente algo quevercon lasplumasdepavoreal?Asícomolosbajos espíritus hacen de las suyas con lasmesas de tres patas, así también podríanhacernosmalaspasadasconcuchillosysaleros.Claroestáquenuestrasalmasnodependende

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un espejo roto; pero seguramente un espíritumaligno se complacería en hacérnoslo creerasí. Su éxito depende por lo tanto de ladisposicióndeánimoquetengamosalromperel espejo. Y yo me figuro muy bien que elromper un espejo con una disposición deánimodeterminada—verbigracia,unadeburlay de inhumanidad— pueda ponernos encontacto con influencias perniciosas. De lamisma manera, me figuro muy bien que unhálito de mal agüero pueda envolver la casadonde tal cosa haya sucedido, y los espíritusmalignoslarondendecontinuo.

Sobrevinoun silencioextraño,un silencioqueal orador pareció flotar y posarse sobre losjardinesylascalles;nadiehabló;elsilenciofuerotoalfinporeldelgadoyagudogritodelpavoreal.

Fue entonces cuando Humphrey sorprendió atodos los comensales con su primer arrebato.Habíase quedado mirando a Gale con ojosdesorbitados; por último, cuando huborecobradoelusode lapalabra, fuesuvoz tanespesa y áspera que su primera nota resultóapenas más humana que el grito del pájaro.

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Tartamudeóconrabia,ysolohaciaelfinaldelaprimera sentencia sus palabras se volvieroninteligibles: —… viene aquí para soltarsandeces y beber mi borgoña como un granseñor; habla como un loro contra nuestras…contra la sustancia misma… ¿Por qué no nostironea las narices, en el tren que está? ¿Porqué,ennombredelinfierno,nonostironealasnarices?

—Vamos, vamos —intervino Noel con tonocortante—. No está usted en sus cabales,Crundle, tengo entendido que este caballerovino aquí a su invitación para ocupar el lugardeunodenuestrosamigos.

—Usted nos dijo queArturo Baileymandó untelegramanotificándolequenopodíavenir—tercióelabogado, siemprepreciso—,yqueelseñor Gale había accedido gentilmente aocuparsupuesto.

—Esverdad—mascullóCrundle—.Lepedíquese sentaraenmimesacomo invitadonúmerotrece,yporesesolohechoquedadesmentidala vieja superstición, porque, teniendo encuenta la manera como entró, puede

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considerarse afortunado de haber comido tanbien.

Noelseinterpusonuevamente;peroGaleyasehabía puesto de pie. Su semblante nodenotabaenojo,ysíconfusión.SevolvióhaciaCreelyNoel,ignorandoasuhuésped.

—Les quedo muy agradecido, señores, perocreoquehallegadoelmomentoderetirarme.Ciertoesquefuiinvitadoalacena,peronoalacasa…

Jugó un instante con dos cuchillos cruzadossobre la mesa, y dijo luego, mirando hacia eljardín:

—Lociertoesquenoestoytansegurodequeel número trece haya sido tan afortunadocomoparececreerloMr.Crundle.

—¿Qué quiere usted decir?—gritó el aludidoásperamente—.¿Acasopretende insinuarquenohacomidobien?Sololefaltaagregarahoraquefueenvenenado.

Galeseguíamirandoporlaventana.Alcabodeuncortosilencio,añadió:

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—Yo soy el convidado número catorce y nopasédebajodelaescalera.

EracaracterísticodelviejoCreelquesolopodíaseguir un argumento lógico en su sentidoliteral; de ahí que el símbolo y la atmósferaespiritualqueencerraban laspalabrasdeGalepasaran desapercibidos para él, cuando ya elsutil Noel los había comprendido.Parpadeando,dijoirónicamentealpoeta:

—¿Deboentenderpor suspalabrasqueustedquisiera prestar fe a todas esas estúpidascreenciassobrelasescalerasylodemás?

—Noestoysegurodequeloquisiera—repusoGale— pero, eso sí, me sería indiferentetransgredirlas.Cuandounopiensa,¡sontantaslas cosas que se pueden transgredir! —hizouna pausa, y añadió luego, comodisculpándose—: los Diez Mandamientos, porejemplo.

Seprodujootro silencio, yNoel se sorprendióesperando con irracional ansiedad un nuevogrito del hermoso pájaro en el jardín. Pero elpavo real no se hizo oír. Tuvo la impresión,puramentesubconscienteymásirracionalaún,

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de que el pájaro había sido estrangulado alamparodelanoche.

El poeta se volvió por primera vez haciaHumphrey Crundle, la vista fija en los ojossaltones.

—Puede que los pavos reales no traigandesgracia; pero el orgullo sí. Cuando usted sepropusoviolardeliberadamentelastradiciones—o locuras— de los humildes, lo hizo con unespíritudeinsolenciaydedesprecio,yterminópor violar algo más sagrado. Puede que unespejo roto no tenga influencia maléficaalguna; pero un cerebro trastornado sí, y sulocura locondujoalcrimen.Puedequeelrojono traigadesgracia;perohayalgomuchomásrojoysiniestroydeesealgohayrastrosenelborde de la ventana y en los peldaños de laescalera. En un principio tomé ese algo porpétalos.

Porprimeravezdesdeelcomienzodelacena,el hombre en la cabecera de la mesa no diosignos de agitación. Pero algo, en su súbita ypétrea inmovilidad,pareció inyectarvidaa losdemás, porque todos se pusieron de pie enmediodeunconfusoclamordeprotestasyde

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preguntas. Solo Noel guardó su presencia deánimo.

—Señor Gale —pronunció firmemente—,usted dijo demasiado o demasiado poco.Muchos pensarían que solo se trata dedesatinos, pero yo tengo la impresión de quesus palabras no son tan superficiales comoparecen. Pero si deja las cosas como están,deberemos pensar que solo se trata de unaatrozcalumnia.Enotraspalabras,ustedafirmaquehuboaquíuncrimen.¿Aquiénacusa?¿Oesquedebemosacusarnosmutuamente?

—Yonoloacuso—contestóGale—ylapruebaestáenquesielcrimenhadeserverificado,leruego que lo haga usted mismo. Sir DanielCreel, en su calidad de hombre de ley, podráacompañarlo. Observen las manchas sobre laescalera.Hallaránotras idénticasenel céspedalpiedelaescalera,yendoendireccióndeesedepósito de carbón. Y, si quieren, tambiénpueden echar una ojeada en el interior deldepósito. Acaso él sea el término de subúsqueda.

Crundle permanecía clavado en su asiento,inmóvilcomounaestatua,yalgoadvirtióalos

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presentes de que sus ojos saltones estabanvueltos hacia dentro. Habríase dicho queestaba revolviendo algún oscuro enigma cuyasoluciónseleescapaba.

Creel y Noel salieron de la estancia y pudooírseleshablarenvozbajaalpiedelaescalera.Luego susvoces seperdieronendireccióndeldepósitodecarbón.

El anciano conservaba su extraña inmovilidad,como un ídolo oriental, cuando, de súbito,pareciódilatarseybrillarcomosiuna lámparamonstruosa se hubiese encendido en suinterior.Sepusodepiedeunsalto,blandiósucopacomoparaunbrindis, y ladejócaer confuerzasobre lamesa,demaneraqueelcristalsequebróenmilpedazosyelvinoformóenelmantelunagranmancharoja.

—¡Ya está! ¡Yo tenía razón! —gritó con vozexaltada—. ¡Despuésde todo, yo tenía razón!¿Esquenocomprendenustedes?¿Novenesehombre, allá? No es el convidado númerotrece. Es en realidad el número catorce, y elqueestáaquí,elnúmeroquince.ElverdaderonúmerotreceesArturoBaileyyseportaa las

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mil maravillas, ¿no es así? Cierto es que nopudovenir,¿peroquéimportanciatieneeso?

¿Por qué diablos habría de importar? Él es eldecimotercer miembro del Club, ¿no es así?Por lo tanto, después de él no puede haberotro número trece. El resto me tiene sincuidado;me tiene sin cuidado lo que puedandecirme o lo que puedan hacerme. Con estoquedan desmentidas definitivamente todasesaspatrañas,porqueelhombredeldepósitode carbón no es el número trece, y desafío acualquiera.

Noel y Creel aparecieron en el vano de lapuerta, el ceño torvo. Cuando Crundle,arrastrado por el torbellino de sus propiaspalabras, se detuvo para respirar, Noelpronunció con voz acerada, dirigiéndose aGale:

—Lamento tener que decir que usted teníarazón.

—El espectáculo más horrible que hayapresenciadoenmivida—apoyóelviejoCreel,ysesentósúbitamente,llevándosealoslabiosunacopitadecoñacconmanotrémula.

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—Encontramos, escondido en el depósito decarbón, el cuerpo degollado de un infeliz —prosiguióNoelconunavozsintimbre—.Porlamarca de su traje, curiosamente anticuadopara un hombre comparativamente joven,pareceseroriundodeStoke-under-Ham.

—¿Qué físico tiene? —interrogó Gale consúbitaanimación.Noellomiróconcuriosidad.

—Tiene un cuerpo muy largo y flaco, con unpelocomoestopa.¿Porquéquieresaberlo?

—Supongo que debe parecerse algo a mí —repusoelpoeta.

Después de su último y singular arrebato,Crundlehabíasedejadocaernuevamenteensusilla,sinmostrarenapariencianingúndeseodedefenderse, de huir. Su boca seguíamoviéndose, pero hablaba para sí mismo,probándoseconlucidezsiemprecrecientequeel hombre a quien había asesinado no teníaderecho al número trece. Sir Daniel Creelparecióporunmomentotantrastornadocomosuhuésped;pero fueélquienal fin rompióelpenoso silencio. Alzando su cabeza coronadaporsupelucagrotesca,dijo:

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—La sangre derramada pide justicia. Soy unanciano, pero estaría dispuesto a vengarlasobremipropiohermano.

—Voy a llamar a la policía—pronunció Noel,quedo—. No veo por qué habríamos deesperarmás.

Su cuerpo desgarbado y su rostro ascéticohabían cobradounnuevovigor y ardíaen susojosunaextrañallama.

Un gran hombre rubicundo y florido, querespondíaalnombredeBull,pertenecíaaltipode los viajantes de comercio y habíasemostradomuybarulleroenelotroextremodela mesa, comenzó a intervenir como elpresidentedeunjurado.

—Nada de vacilaciones. Nada desentimentalismos —proclamó con vozestentórea.

—Penoso asunto, por supuesto; un viejomiembrodelclubytodolodemás.Peroafirmoqueno soy sentimentalista; y quien lo sea, semerece la horca. Ya no caben dudas sobre laculpabilidad del viejo Crundle. Hace unosminutos, lo oímos confesar prácticamente su

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crimen, cuando estos señores estaban fueradelcuarto.

—Soy partidario de una acción inmediata —sostuvoNoel—.¿Dóndeestáelteléfono?

GabrielGalesepusofrentealafigurahundidaen la silla, y se volvió hacia el grupo de losinvitados.

—¡Unmomento!—gritó—.Déjenmedecirunapalabra.

—Y bien, ¿de qué se trata? —inquirió Noelfríamente.

—Aborrezco hacer mi propio elogio —dijo elpoeta— pero, por desgracia, mi réplica nopuede tomar otra forma. Soy unsentimentalista, como diría el señor Bull: soyun sentimentalista en la sangre, un vulgarrimador de canciones sentimentales. Ustedesson personas racionales, sensatas, que seburlan de las supersticiones; ustedes sonhombresprácticosydesentidocomún.Perosusentido común no les bastó para descubrir elcuerpo del muerto. Habrían fumado suscigarros racionales, bebido su grog racional, yluego se hubieran ido a casa, sonrientes y

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satisfechos,dejandoqueelcadáversepudrieraen el depósito de carbón. Ustedes nunca sedetuvieron a pensar a qué extremos puedeconducir una mente forrada de escepticismo,como ocurrió con ese pobre fantoche en lasilla.Unsentimentalista,unvulgarrimador,hadescubierto el crimen en lugar de ustedes;acasoporqueesunsentimentalista.Yahoraelsentimentalista afortunado debe decir unaspalabrasparajustificaralinfortunado.

—¿Usted se refiere al criminal? —preguntóCreelconsuvozsecaperotrémula.

—Sí. Yo lo he descubierto, y ahora voy adefenderlo.

—Demodo que usted defiende asesinos, ¿noesasí?

—Algunosasesinos—replicóGaleconcalma—.Esteesunasesinodeunacategoríacasiúnica.En realidad, estoy lejos de creer que searealmenteunasesino.

Todopudodeberseaunsimpleaccidente:unaespecie de acción mecánica, como la de unautómata.

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La luzdeotros tiemposbrillóen losapagadosojosdeCreel,ysuvozincisivayanotemblaba.

—Usted quiere decir —pronunció— queCrundle leyó el Telegrama de Bailey, y alcomprender que quedaría un asiento sinocupar fue a la calle y habló a una personatotalmente desconocida, la trajo aquí, fue enbuscadeunanavajadeafeitarouncuchillodetrinchar,degollóasu invitado,bajóelcadáverporlaescalerayloescondióeneldepósitodecarbón. Y todo esto por accidente, o por ungestopuramenteautomático.

—Muybiendicho,SirDaniel—repusoGale—,y ahora permítame una pregunta, formuladaen el mismo lenguaje legal: ¿Qué hace usteddelmóvil?Usted afirmaqueCrundlenopudoasesinar a un hombre que le era totalmentedesconocido por mero accidente, ¿pero porquéhabríadeasesinarloadrede?¿Conquéfin?Eso no solo no le procuraba la solución de loque teníaenvista, sinoquedabaporel suelocontodassusteorías.¿PorquéhabríadehacerunhuecoenlacenadelClubdelosTrece?¿Porqué,ennombredelCielo,habríadehacerdeldecimotercer miembro un monumento de

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desastre? Su crimen fue a expensas de supropio credo, o dudametódica o negación, ocomoquieranllamarloustedes.

—Eso es verdad —asintió Noel—. ¿Cómoexplicarelcrimen,entonces?

—Yo creo —repuso Gale— que nadie puededecirlo sino yo mismo; y les voy a decir porqué. ¿Han reparado ustedes en todas lasactitudesabsurdasquepuedeadoptarlavida?Supongo que son esas actitudes las que seproponen traducir las nueve escuelas de arte:figurasrígidamentetendidas,depiesobreunasolapiernaoposandomanosinconscientesenobjetos incongruos. Vivimos una tragedia deposiciones absurdas. Y me lo explico, porqueyo mismo, esta tarde, me encontré en unaposiciónpordemásabsurda.

»Subí esa escalera por simple curiosidad yestaba observando la mesa como un necio,enderezando distraídamente los cuchillos.Tenía aún el sombrero puesto, pero cuandoCrundle irrumpió en el cuarto hice un gestopara sacármelo con la mano que sujetaba elcuchillo; luego, recapacitando, depuse el

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cuchilloprimero.Fueunodeesosmovimientosinstintivosquesuelensucedernosatodos.

»Ahora bien, cuandoCrundleme vio, tuvo unviolento sobresalto, como si yo hubiese sidoDiosenpersonaoelverdugoaguardándoloensupropiocomedor;ycreosaberelporqué.Esque también yo soy alto y mi cabello pareceestopa; y cuando Crundle entró, mi figura sedestacabacomounasombracontralaluzdelaventana. En ese instante de pavor se habráimaginado que el cuerpo, abandonando suescondrijo, se arrastró por la escalera y seinstalóaquícomoun fantasma.Peromientrastanto mi gesto indeciso, con el cuchillo en lamano, me había revelado lo que ocurrió enrealidad.

»Cuando ese pobre rústico de tierra adentropenetró aquí, sintió loque tal vezningunodenosotros ha sentido. Acababa de llegar dealgunaregióndondelaestrictaobservanciadelas supersticiones asume jerarquía de culto.Tomó por lo tanto uno de los cuchilloscruzados y se disponía a enderezarlos cuandovio la sal derramada sobre el mantel. Seimaginó posiblemente que su propio gesto

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habíatumbadolasalera.EneseinstanteálgidoCrundle hizo su entrada, agravando laconfusión de su invitado y apresurando suintento de hacer dos cosas a la vez. El infeliz,que aún sujetaba al mango del cuchillo, seabalanzó sobre la sal para arrojar una pizcasobresuhombro.Peroenelmismoinstanteelfanático,quesehabíadetenidoenel vanodela puerta, saltó sobre él como una pantera ysujetólamuñecayaalzada.

»Porque todo el frágil universo que habíaforjado Crundle dependía de ese momento.Ustedes, que hablan de supersticiones,¿repararon acaso en que esta es una casahechizada?¿Nocomprendenqueestáplagadadeencantamientosyderitosmágicos,soloquesehacenalrevés,comolasbrujasrecitabanelPadrenuestro?

¿Puedenimaginarselazozobradeunabrujasihubiese pronunciado correctamente dospalabras de la oración? Crundle comprendióque este aldeano iba a trastornar todos lossortilegios de su propia magia. Si el aldeanoarrojabasalporencimadesuhombro,todoeledificio se vendría abajo. Con la fuerza

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acumuladadesuterrorydesuodio,detuvolamano que sujetaba el cuchillo, atentosolamente a evitar que algunos granos depolvoplateadosalpicaranelsuelo.

»Sólo Dios sabe si fue un accidente. Pero yosoy un hombre y él es un hombre, y por lotanto no lo entregaré a los jueces si puedoevitarlo, porel solohechodehaber cometidoun crimen por accidente, o por un gestoautomático, o acaso también por una especiededefensapropia. Si algunodeustedes tomauncuchilloyunapizcadesalysecolocaenlaposicióndelmuerto,comprenderáloocurrido.Resumo, pues: en ningún momento y bajoningunacircunstancia,quizás,pudoproducirseelhechoexactamenteenesaposición,yelfilode un cuchillo hallarse tan cerca de unpescuezo humano sin intención en ambaspartes, excepto como culminación de esteentrelazamiento de trivialidades que debíaterminarentragedia.Porquesolomedianteunextraño juego de circunstancias pudo ocurrirqueesehombredetierraadentro,llegadoconsu pequeño equipaje de creencias camperas,se topase con este excéntrico rabioso, y que

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todoterminaseenunavulgarpelea:elchoquededossupersticiones.

Lafiguraen lacabecerade lamesahabíasidocasi enteramente olvidada. Pero Noel volvióahora sus ojos hacia ella, y preguntó con unapaciencia fría, como si se dirigiese a un niñocaprichoso:

—¿Esverdadtodoesto?

Crundle se puso de pie con un movimientoinseguro,sus labiosagitadosporunconstantetemblor. Todos notaron que entre ellosasomabaunpocodeespuma.

—Lo que quisiera saber… —empezó diciendoconvoztonante;perodeprontolavozpareciósecarse en su garganta, trastabilló y sedesplomó sobre la mesa, en medio de unfragordecristalesrotos.

—Debemosllamaraunmédico—dijoNoel.

—Aunque llamaran a dos, las cosas nocambiarían—repusoGale,yseencaminóhacialaventanapordondeentraraunahoraantes.

Noel fue con él hasta el portón del jardín, através del césped que, bajo los rayos lunares,

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parecíacasitanazulcomoelpavoreal.Yaenlacalle,elpoetasevolvióhaciasucompañero.

—Supongo que usted es Norman Noel, elcélebreexplorador—dijo—.Leconfiesoquesupersonameresultamás interesanteque ladeesepobremonomaníaco;ydeseohacerleunapregunta.Perdónemesi imagino las cosasporusted, por decirlo así; es una deplorablecostumbre mía. Usted ha estudiado lassupersticiones en todo el mundo y vio cosascomparadasconlascualestodasesastonteríassobresalderramadaycuchillospuestosencruzson juego de niños. Usted recorrió selvasmisteriosas,cruzadasporelproféticovuelodelos vampiros, más vastos que dragones; omontañas frecuentadasporhechiceros,dondese afirma que un hombre puede ver en elrostro de su amigo o de sumujer los ojos deunabestia salvaje.Ustedhaconocidopueblosque tenían verdaderas supersticiones;supersticiones diabólicas, soberbias, terribles.Usted ha vivido enmedio de esos pueblos, yquieroformularleunapreguntasobreellos.

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—Veo que también usted sabe algo a surespecto —pronunció Noel—, pero voy acontestarle.

—¿Noeranmásfelicesquenosotros?

Galehizounaligerapausa,luegoprosiguió:

—¿Noentonabanmáscantos,nobailabanmásdanzas,nobebíanvinoconregocijomásreal?Y eso era porque creían en el mal. Un malpersonificado. Por hechizos, tal vez, o por lamala muerte u otros símbolos tan estúpidoscomo bajos; pero fuerzas, al fin y al cabo,contra lasquedebía lucharse.Todoparaellosseresumíaenblancoonegro,ycontemplabanla idea como lo que es: un campo de batalla.Usted,encambio,noesfelizporquenocreeenelmal, yporqueadoptó lacómodaactituddenoconsiderarlascosassinobajounauniformetonalidad gris. Y yo le hablo así, porque estanoche usted tuvo una revelación: usted vioalgo digno de aborrecer, y por eso se sientefeliz.Unsimplecrimennohabríabastado.Silavíctima hubiese sido algún anciano de laciudad,oaunalgún jovende la ciudad,nuncahabríaheridosusensibilidaddetalmodo.Peroyo sé qué impresión usted ha tenido porque

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hubo algo, en la muerte de ese pobrecampesino,másodiosoquecualquierpalabra.

Noelasintió.

—Supongoqueeralaformadelascolasdesusaco—dijosimplemente.

—Yamelofiguraba—contestóGale—.Bueno,eseeselcaminodelarealidad.

Buenasnoches.

Yprosiguiósucaminoporunarutasuburbana,adquiriendo conscientemente el tono de loscampos bañados de luna. Pero no encontróningúnotropavorealyesprobablequeno lodesearatampoco.

FIN

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