el papel de estados unidos en la sociedad internacional / el problema de oriente medio
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Trabajo realizado para el Master en Relaciones Internacionales y Comunicación de la UCM de Madrid.TRANSCRIPT
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El papel de Estados Unidos en la sociedad internacional: del aislamiento, unilateralismo y cambio
El problema de Oriente Medio:actores, conflictos, factores condicionantes
y propuestas de solución
Ignacio Díaz-Roncero FraileHistoria de las Relaciones Internacionales
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Introduccion
El presente trabajo tiene ante sí dos labores diferenciadas y, a su vez, interconectadas. Una es, aparentemente,
fácil: definir brevemente el papel de Estados Unidos en la sociedad internacional. La otra ocupa seguramente a
miles de personas en el mundo que aún buscan un consenso incluso sobre sus puntos más básicos: el problema de
Oriente Medio.
La historia de Estados Unidos, que ya es, por fuerza, parte imprescindible de la historia del mundo
contemporáneo, está bien documentada. El propio sujeto estudiado, los Estados Unidos, es capaz de dotarse a sí
mismo desde hace tiempo de interpretaciones coherentes acerca de su papel, su esencia, su historia y sus
significados. Más aún, la gran nación tiene un plan altamente consensuado y probado en la práctica para el resto del
mundo. Ello no significa que sea un mundo unívoco, más aún, hay lugar para grandes debates y divergencias de
alcance mundial. En el análisis de Estados Unidos en el siglo XX hay lugar para el cambio, sí, pero también para
las continuidades históricas que los analistas no tienen mucho problema en consensuar.
Acercarse a Oriente Medio, por su parte, es sumirse en el caos. La realidad va más rápida que la aprehensión de
la misma por el ser humano: en pocos años se pasa de la sumisión a un Imperio bastante ligero, el Otomano, a un
caos de fronteras, programas e ideas para las que la mayoría de la población parece poco preparada. Las élites
diseñan programas, los militares toman el poder, los intelectuales buscan las raíces del problema y proponen
soluciones totales. Los proyectos fracasan. Los líderes suben y caen. Se hace difícil separar ideología y voluntad de
ambición y dictadura: las más de las veces, lo noble y lo mezquino se presentan como las indisociables dos caras de
la misma moneda. La intervención extranjera complica el mosaico tanto cuando es bienintencionada como
imperial, colonial o interesada. Ningún líder, de dentro ni de fuera, se quiere comprometer demasiado en los
problemas: el riesgo de verse atrapado y caer cuenta con innumerables ejemplos históricos. El equilibrio es frágil e
insatisfactorio, parecen pensar, pero al menos es equilibrio. La guerra sobrevuela esta zona desde siempre.
En las siguientes páginas se ensaya una breve y limitada historia de ambos temas a lo largo del siglo XX. Son
muchas las consideraciones que se dejan fuera, siendo la principal la profusión de fechas, que se ha sacrificado en
pro de una mayor interpretación de las continuidades históricas, tendencias, orígenes de las diversas ideas y actores
aglutinantes de consenso y relevantes históricamente en momentos determinados. Es por eso que el panarabismo o
el wilsonianismo pueden merecerse varios párrafos, mientras que las fechas y firmas de los acuerdos de las
posguerras mundiales o los acuerdos arabo-israelíes simples menciones rápidas.
Para finalizar, cada tema viene acompañado de sus conclusiones, interpretaciones de carácter global con respecto
al tema de estudio que han sido deliberadamente omitidas en el texto para que pudieran aparecer condensadas e
interconectadas en un apartado final.
El resultado, o eso espero, es una interpretación coherente e interesante, más diacrónica que sincrónica, de los
principales hechos y factores relevantes en los dos temas en cuestión.
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APARTADO 1
El papel de Estados Unidos en la sociedad internacional: del aislamiento, unilateralismo y cambio.
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1 – Una potencia en alza (1900-1919)
Estados Unidos inicia el siglo XX como una potencia en alza. Lejos quedan las dificultades fundacionales del
nuevo Estado: la guerra de independencia de 1775-1783, la posterior debilidad del naciente Estado federal
(constreñido a aceptar su inferioridad periférica en el equilibrio de potencias), el desprecio y critica a las práticas
diplomáticas de la vieja Europa, el enfrentamiento en una auténtica guerra civil fundacional1, el expansionismo
hacia el Oeste como 'destino manifiesto' y único modo de lograr la independencia2 y, finalmente, la victoria en el
campo de batalla frente a una de las antiguas potencias europeas (España) y las políticas expansionistas comerciales
de la 'puerta abierta' en Asia y la 'Doctrina Monroe' en América, que sancionan la creación de un embrión de
Imperio colonial en abierta contradicción con el histórico rechazo a la práctica imperial y colonial del "Viejo
Mundo".
En el ínterin, Estados Unidos se había convertido en una potencia industrial, ajena a las convulsiones europeas,
apoyada por su posición geográfica estratégica de aislamiento respecto a pretensiones imperiales. Era una potencia
comercial y, a rebufo de ello, naval (para proteger los navíos bajo pabellón estadounidense). En el Este, los
objetivos más suculentos eran los países y islas centroamericanas; en el Oeste, el océano Pacífico conectaba al país
con los mercados asiáticos. El país habia crecido en el rechazo al modus operandi de las cancillerías europeas y
mantenía el discurso liberal y emancipatorio de su proceso descolonizador pero, por otra parte, su nueva posición
de potencia regional y la 'moda' imperial hacían mella en amplios sectores. La contradición de esta doble posición
se había concretado, ya en 1823, en la 'Doctrina Monroe', que promulgaba el aislamiento de Estados Unidos y la
diferencia (excepcionalidad) del experimento americano, genuinamente democrático, popular y liberal, en
contraposición a las corruptelas y tejemanejes del 'viejo mundo'. A la vez, afirmaba el principio de no intromisión
de Europa en el continente americano, lo cual, releído a la luz de las condiciones y pensamiento del fin de siglo, se
puede entender como la exclusividad de Estados Unidos en la influencia ideológica, dominio económico, imperial e
incluso colonial de América.
Tras la guerra con España, el Imperio se hace tangible al añadir a sus territorios Cuba y las Filipinas. Es con
Theodore Roosevelt con quien el pensamiento imperial se hace más patente: se piensa en términos de "misión
civilizatoria" no exenta de racismo. La intervención en el nacimiento de Panamá como Estado, a cambio de la
cesión del Canal en condiciones muy favorables, muestran hasta qué punto Estados Unidos, pese a seguir
predicando su excepcionalismo, era a inicios de siglo una potenia occidental homologable en su praxis y
pensamiento – aunque no en su poder y extensión – a las grandes metrópolis europeas. Según Mario del Pero, "el
imperialismo representaba la forma de internacionalismo hegemónico en el momento" (2006, p.161); de ahí la
voluntad de la potencia en alza por entrar, cuanto antes, en el juego3. La "reserva moral" que se hacía desde Estados
Unidos a un colonialismo "duro", a la europea, se vio fácilmente suplantado por un imperialismo "blando", de
relaciones comerciales monopolísticas y subordinación y dependencia económica, especialmente en América
Latina: es la llamada "diplomacia del dólar".1 La Guerra Civil contribuyó, pese a ello, al "reforzamiento y ascenso de la república estadounidense": fue la violenta resolución de toda
una larga serie de debates acerca del modelo político, económico y social de que se debía dotar la nación (el más conocido, el debate sobre el esclavismo) con victoria del norte industrial (Del Pero, 2006, p.155)
2 Se creía que, sin expandirse hacia el Oeste, las únicas salidas para el naciente Estado serían la desintegración o, de nuevo, la dependencia de una potencia extranjera; a ello se sumaba el discurso "civilizatorio" (Del Pero, 2006, p.39)
3 Siguiendo esta hipótesis, las ambiciones coloniales de la Alemania e Italia reunificadas del siglo XIX quedarían explicadas igualmente por una voluntad de 'internacionalización' acorde a su nuevo peso.
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Desde finales del siglo XIX a 1917, Estados Unidos asiste como espectadora a la transformación y enconamiento
de las relaciones europeas, parapetada tras el océano Atlántico y la Doctrina Monroe. Mientras las potencias
compiten por dominar el mundo, Estados Unidos se limita a mantener su hegemonía americana y presionar para
que el resto de potencias acepten su modelo de dominación económica en el reparto de China (doctrina de la
"puerta abierta" de John Hay, revivida en la presidencia Taft)
De la interrelación entre la dominación "blanda" de EEUU, la crítica al colonialismo europeo, las teorías de la
excepcionalidad y el liberalismo económico nacerá entonces el embrión de un movimiento pacifista,
internacionalista y legalista, encarnado en personajes como el magnate Andew Carnegie, que defiende la extensión
del liberalismo económico, el fin de las barreras coloniales al comercio y la normativización de la esfera
internacional como bases para un mundo más ordenado y una efectiva emancipación de los territorios sometidos.
En definitiva, la idealización del proceso emancipatorio y descolonizador que Estados Unidos había protagonizado
en su interior como modelo a seguir por el resto del mundo. Es una visión liberal, racionalista, paternalista (se
propone la guía o ejemplo de Estados Unidos) y ciertamente no desinteresada, ya que sus defensores se
beneficiarían ampliamente de una gran expansión del comercio mundial. La idea de que unas relaciones
internacionales basadas en lo económico por encima de lo político traerían prosperidad y paz a todos por igual se
enclava con fuerza en el pensamiento estadounidense.
Todo lo anterior se va a concretar en la presidencia de Woodrow Wilson, el primer presidente que va a
encontrarse en un escenario en el que Estados Unidos es, por fin, una potencia de alcance mundial. Se trata del fin
de la Primera Guerra Mundial, una guerra – pese a su nombre – de matriz plenamente europea y decimonónica.
Estados Unidos, asustada ante el colapso del mundo europeo, se divide entre promover el aislacionismo respecto al
'Viejo Mundo' corrupto con el que, en su ascenso, habían soñado con colaborar – y reformar – o la intervención
para su defensa y su reestablecimiento en torno a unas nuevas bases. Fue la segunda la que triunfó en un inicio, fue
la primera la que se impuso en el periodo posterior.
2 – El diseño Wilsoniano de la posguerra
La intervención de Estados Unidos en la guerra vino acompañada de un potente despliegue diplomático y retórico
para la persuasión en torno a las ideas de Estados Unidos. Con Europa destrozada y Estados Unidos ampliamente
reforzada económicamente y moralmente, Wilson encarnó mejor que nadie el espíritu del internacionalismo de la
nueva gran potencia4. Su sistema deploraba la diplomacia secreta5 y el colonialismo imperial y militar, destinados a
provocar la 'paz armada' y el caos. El incidente de Fashoda, la sucesión de 'ententes y 'detentes' y todas las crisis
que habían desembocado en la guerra eran hijas del precario sistema de 'equilibrio de potencias', que se proponía
sustituir por uno nuevo basado en un pacto (Covenant) para una organización internacional, la Sociedad de
4 Dicho internacionalismo y sus pretensiones de liderazgo mundial significaban una importante novedad en la política exterior de los EEUU. "[Para Wilson] sólo los USA se habían sustraído a la locura colectiva que había contagiado a todos los miembros de la comunidad internacional, sólo los USA tenían la fuerza material y la integridad ética para sacar al mundo fuera del abismo. Para hacerlo, sin embargo, debían aceptar responsabilidades históricas de las cuales, en el pasado, se habían sustraído" (Del Pero, 2006, p.201)
5 En la propia Guerra Mundial, la diplomacia secreta había causado no pocos problemas a las potencias coloniales. La publicación de los tratados secretos de los que tenía conocimiento Rusia, con motivo del triunfo de la revolución bolchevique, pusieron en grave peligro la estrategia de Gran Bretaña para con los árabes del Hedjaz y Nejed al figurar entre ellos la partición secreta del Imperio Otomano diseñada por Sykes y Picot a inicios de siglo.
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Naciones, y catorce puntos programáticos. Subyacente a todo ello estaba, de nuevo, la concepción liberal y
racionalista de que una extensión del comercio, el librecambismo y la democracia, acompañadas e inseparables de
la 'autodeterminación' (y, por tanto, extensión de la forma estatal occidental de gobierno a todo el mundo) y de la
legalización y normativización de las relaciones internacionales sentarían las bases para una efectiva paz mundial.
Pese a las apariencias, nada de ello entra en conflicto con el nacionalismo y las doctrinas estadounidenses. Wilson
no fue un revolucionario de la política exterior estadounidense, sino uno de sus hijos más idealistas. El liderazgo
estadounidense en el proceso era la última expresión de la excepcionalidad y el 'destino manifiesto' de la nación,
destinada a ser luz de la democratización y expansión del liberalismo en el mundo. La Guerra había venido a
corroborar todo ello, no a modificarlo. Por otra parte, los intereses estadoundienses en extender su enorme
producción a nuevos mercados siempre habían engarzado bien con sus demandas de libre comercio y de los
beneficios mutuos que éste genera como garantes de la paz. Finalmente, el deseo de 'autodeterminación' era una
idealista propuesta de expansión y 'copia' del modelo occidental de organización estatal a todo el mundo que pronto
tropezaría con multitud de problemas.
Sin embargo, las potencias coloniales parecían demasiado atrapadas en las dinámicas pre-guerra como para seguir
las ideas de Wilson. Francia y Gran Bretaña procedieron a la división de Oriente Medio en 'mandatos' que
ocultaban un neocolonialismo. Francia presionó hasta lograr unas reparaciones de guerra y condiciones que
mantendrían a Alemana postrada: el revanchismo condicionaba al nuevo sistema. Pero, sobre todo, el peor enemigo
del Wilsonianismo surgió a domicilio: las tendencias aislacionistas históricas de Estados Unidos, su intransigencia
frente al corrupto 'viejo mundo' y la sensación de que éste era irreformable volvieron a tiempo de impedir la entrada
de Estados Unidos en la propia organización que había auspiciado. Sin la presencia de Estados Unidos, de la Unión
Soviética y de los países perdedores, la Sociedad de Naciones quedaba como un foro hueco. En los 'felices 20', en
un clima de cierta recuperación y optimismo internacional (con su culmen en el pacifista pacto Briand-Kellog), aún
fue capaz de solventar algunas crisis internacionales; pero con el colapso del '29 y las crisis primero económicas y
después políticas y sociales (auges de fascismo y comunismo) mostró su inutilidad a la hora de su primer cometido:
evitar la guerra.
3 – Pargmatismo y aislacionismo de entreguerras
Con las administraciones republicanas de Harding, Coolidge y Hoover se da un aislacionismo retórico que no es
tal: algo ha cambiado en las relaciones transatlánticas que impiden efectivamente que, como el Senado reclamó a
Wilson, el país se repliegue hacia sus fronteras. Son los felices 20, los años en los que el bienestar y desarrollo
tecnológico aparentemente ausente de conflictividad social del 'american way of life' comienzan a fascinar en la
Europa derruida. Pero son también los años en los que, y en contra del supuesto 'aislacionismo', Estados Unidos
comprende que su ascenso a gran potencia global y el destrozo de Europa le suponen un nuevo papel preponderante
en las relaciones transatlánticas a la vez que someten su seguridad a la existencia de una Europa estable. Ello se
concreta especialmente en las reparaciones de guerra, en las que EEUU se ve obligada, por sus propios intereses
económicos y de seguridad, a intervenir mediante los plane Dawes y Young con el objetivo de facilitar créditos a
Alemania que permitan su reconstrucción, el pago de las reparaciones y, por consiguiente, la devolución de las
deudas aliadas con los Estados Unidos. Por ello, pese al abandono de la Sociedad de Naciones y el retorno de un
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cierto "realismo" frente al idealismo democrático Wilsoniano, no se puede decir que Estados Unidos abdique de su
rol internacional recientemente adquirido.
Es posible hacer una interpretación pragmática de la visión de Estados Unidos en esta década. Los nuevos
dirigentes respondían al cambio de ánimo en la sociedad norteamericana, que había reclamado a Wilson un
desempeño de EEUU en los asuntos externos, en un 'reflujo' aislacionista que engarza bien con la tradición crítica
con Europa del excepcionalismo estadounidense. Sin embargo, no podían enrocarse e ignorar la realidad
internacional, que ya no era la de inicios de siglo. En la Gran Guerra sitúan historiadores como Eric Hobsbawn el
inicio del siglo XX "corto" y el fin del XIX "largo": esto es, el fin del siglo europeo (colonial, liberal, burgués). Por
ello Estados Unidos, bajo las administraciones republicanas, emprenden un viraje pragmático, acorde con el nuevo
rol hegémone y destinado a garantizar la continuidad del propio progreso interno asegurando la seguridad y
recuperación económica de Europa.
Sin embargo, el 'exceso de progreso' – o una crisis de sobreproducción superior a la que ya había avisado en
1907/1908 – serán el punto de partida para el "crac" de la bolsa del '29, que anula el frágil equilibrio en el que se
sostenía la recuperación de Europa y, esta vez sí, provoca el retorno de un genuino aislacionismo estadounidense
que, si bien justificable por la gravedad de la situación, demostrará en menos de una década ser una decisión que ya
no encaja con el papel preponderante (y las exigencias derivadas de ello) de la naciente superpotencia.
El fracaso de la década de los 30 demuestra hasta qué punto el nuevo siglo sancionaba la desaparición de un
modelo, de una 'vieja' diplomacia europea, y cómo el vacío dejado por EEUU y las antiguas potencias suponía la no
asunción de una responsabilidad que podía derivar en un mal mayor para todos. Ante el repliegue de EEUU y la 'no
intervención' franco-británica, se suceden las crisis nacionales e internacionales: la guerra civil española, la
creciente fascistización de Italia y su invasión de Etiopía, la invasión de Manchuria y, especialmente, el ascenso de
Hitler – basado en gran parte en la denuncia alemana de los tratados de Versalles – y su programa expansionista,
racista y totalitario. Mientras tanto, al amparo del repliegue, la Unión Soviética se recuperaba de la guerra civil y la
NEP de Lenin daba paso al férreo dirigismo estalinista que, mediante un gobierno brutal, estaba logrando que la
vieja Rusia zarista se industrializase y convertiese en una potencia más que considerable con una forma de entender
el mundo radicalmente diferente y opuesta.
Hasta tal punto trastocó la década de los 30 los esquemas anteriores que los propios Estados Unidos no sólo
abandonaron su presencia exterior, sino también abundaron en medidas proteccionistas y arancelarias, lo cual
significaba un giro radical en una auténtica política de estado librecambista que siempre había gozado del consenso
de todas las partes. La misma ruptura de este consenso permite la formulación del "New Deal" rooseveltiano, un
programa de intervención estatal de espíritu keynesiano. De fronteras hacia adentro, funcionó: en el exterior, el
abandono del 'gold standard' o la equivalencia de las divisas en dólares provocó una serie de medidas devaluadoras,
proteccionistas y monetarias que llevaron al caos y a que cada estado, con sus acciones de cara al interior,
boicotease a su vez el sistema internacional provocando el ahondamiento del agujero6.
Estados Unidos tardó en comprender que, en un sistema dominado cada vez más por las potencias 'revisionistas',
con el ascenso de Hitler y la crisis del liberalismo en Europa (amenazado también por el auge del comunismo), su
6 La devaluación brutal del marco fue otra de las fuentes de amplio descontento de las que se benefició Hitler.
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propia prosperidad estaba en peligro. La seguridad no se basaba sólo en su aislamiento geográfico, sino también en
mantener el comercio exterior para el que su enorme producción se había adaptado en los años anteriores y en no
permitir la creación de un nuevo orden imperial, esta vez Japonés y Alemán, que re-colonizase (y cerrase) los
mercados a los que Estados Unidos siempre había reclamado 'puerta abierta' (invasión de Manchuria) e incluso
Europa entera. Ajeno a estos planteamientos, enajenado por la crisis interna y la reinterpretación de los
acontecimientos como una prueba de la irresponsabilidad europea (Del Pero, 2008, p.248), del 1934 a 1938 el
Congreso autorizó una serie de Neutrality Acts destinados a convertir en ley el aislacionismo y la no intervención.
4 – La Segunda Guerra Mundial y el neowilsonianismo de Roosevelt
Las crecientes tensiones llevaron a Roosevelt a endurecer en sus discursos y manifestaciones las intenciones de
Estados Unidos y los avisos ante las agresiones de cara tanto a los países del Eje como a la opinión pública interna
(Del Pero, 2008, pp.250-254). Si bien el inicio de la guerra no provoca la entrada de EEUU al lado de los Aliados,
entre 1940/1941, y con la máxima extensión del Nazismo y sus aliados, que ya casi controlan la Europa continental
entera, se producen unas primeras expresiones de involucramiento (ayuda militar a Gran Bretaña y Unión
Soviética, rearme, introducción del servicio militar obligatorio). Todo ello apunta a una voluntad del gabinete
Roosevelt de intervenir en Europa, aún en contra del aislacionismo de amplios sectores, y sin duda ayudó al
surgimiento de las teorías que afirman que el Gobierno tenía algún conocimiento y se sirvió del ataque japonés a
Pearl Harbour para arrastrar al país a la guerra el 7 de Diciembre de 1941. Lo cierto, en cualquier caso, es que
Roosevelt, partidario de la intervención y consciente del vínculo entre una Europa no sometida al totalitarismo y la
seguridad de Estados Unidos, tuvo que abonar primero el terreno de la opinión pública interna antes de poder
exigirle un nuevo compromismo militar del que, a la larga, el país saldrá favorecido.
Las acciones de Roosevelt en los últimos momentos antes de la entrada en guerra de EEUU muestran la vuelta a
una forma de pensar de matriz wilsoniana y, por ello, radicalmente estadounidense. Antes ya de entrar en el
conflicto, Roosevelt enumeró las 'cuatro libertades' que debían fundar un mundo justo y seguro: libertad de palabra
y expresión, libertad de la miserias, libertad religiosa, libertad del temor (a través de una drástica reducción de los
armamentos a escala mundial). Se recuperaba no sólo el mensaje liberal e internacionalista idealista – poniendo
ideas y principios como bases de un orden mundial de pretensiones universales – sino una pretensión de pacifismo
y desarme más propios de la era Briand-Kellog que de la situación actual.
A ello se une la Carta Atlántica, redactada por Churchill y Roosevelt, que definía ocho – en lugar de catorce –
puntos netamente wilsonianos: en ella la paz justa giraba en torno al fin de las agresiones y conquistas y la
autodeterminación, sí, pero también en la promoción de la apertura económica y comercial y la libre navegación de
los mares. Nada nuevo en la teoría económica y social liberal que nace con Adam Smith. Novedosa, eso sí, la
existencia de un país en proceso de convertirse en potencia mundial dispuesta a hacer de esta teoría credo y base de
su política exterior. Roosevelt, como Wilson, interviene en la guerra no sólo para ganarla, sino también para que de
ella surja un nuevo orden mundial de inspiración estadounidense.
Entre tensiones y negociaciones, el proceso va tomando forma. Con la Declaración de las Naciones Unidas de
1942, los Aliados se comprometen a no firmar paces separadas, a concluir con una derrota total del Eje y promover
una paz basada en los principios de la Carta Atlántica. La Unión Soviética podía estar en las antípodas del
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pensamiento liberal condensado en ésta, pero necesitaba el apoyo aliado en el frente abierto por la operación
Barbarroja.
El nuevo diseño mundial se fue dibujando durante la contienda. Estados Unidos, como en la primera gran guerra,
sufrió una cantidad de bajas y daños sensiblemente inferior al resto de aliados y fue el principal proveedor de
armamentos, ayudas y deudas, lo cual redundó en su primado económico y militar en la inmediata posguerra.
Además, la investigación nuclear militar había llegado a su culmen para finales de la guerra. Sin embargo, "no
disponían ni de medios ilimitados ni de la voluntad política para actuar como único garante de la paz y la
estabilidad" (Del Pero, 2006, pp. 263-264). Por tanto, el nuevo orden mundial debía basarse en un diseño
wilsoniano de Sociedad de Naciones al que se añadirían los 'dientes' que tanto le faltaron: un nuevo concierto de
potencias, de 'policías' universales comprometidos con el mantenimiento de la seguridad colectiva en torno a los
principios de la Carta Atlántica: Estados Unidos, Gran Bretaña, China y la URSS, a los que más tarde se añadirá
Francia. En definitiva, Roosevelt venía a combinar en su diseño elementos de un idealismo internacionalista liberal
y un puro realismo que reconociera, a despecho del principio democrático, mayor poder y responsabilidad a los
estados más relevantes y vencedores de la contienda.
Nace así la ONU como el 'parlamento de la humanidad' de vocación universal – si bien, como instrumento creado
por los vencedores, se deniega la entrada a los restos del fascismo y nazismo, incluída España – y como el garante
de la seguridad colectiva. Se extienden en él las ideas de la autodeterminación y descolonización (consejo de la
administración fiduciaria), así como de la reglamentación de las relaciones internacionales. En definitiva, se
institucionaliza y acepta (con dificultades) la visión estadounidense anticolonialista, enfrentada a un mundo
dividido en grandes bloques valutarios y comerciales, promoviendo un comercio libre entre naciones autónomas
como base de la prosperidad local, regional y global. Roosevelt esperaba, para ello, la anuencia de la URSS y la
acepción por parte del resto de actores de que EEUU era el único actor salido de la guera con capacidad para liderar
los cambios. Lo segundo, lo tuvo: lo primero, no.
5 – La Guerra Fría
El nuevo programa de matriz estadounidense de los vencedores fracasó desde el inicio. Partía de un supuesto
falso, que era la voluntad (o interés) de la Unión Soviética de participar en él, tanto de sus órganos como,
especialmente, de la visión del mundo que en él iba implícita. En la inmediata posguerra, la seguridad del país era
la primera de las prioridades de Stalin (Gaddis, 2005, p.26), aunque ello supusiese un 'realismo' soviético traidor de
varios principios revolucionarios. Los principales: la acepción de la base liberal-capitalista del nuevo orden7 y el
sometimiento de las ayudas a la expansión del comunsimo a los intereses estatales de la URSS, ya que en esta etapa
"los intereses de los comunistas en el mundo, por admirables que fueran, jamás se antepondrían a las necesidades
del Estado Soviético" (Gaddis, 2005, p.26) . Una vez lograda la seguridad, la visión desde la URSS estalinista,
impregnada de historicismo marxista, era la de un mundo, el capitalista, que inevitablemente caería por su propio
peso, por sus guerras y contradiciones internas. Ante esta perspectiva, qué mas daba participar de la ONU, qué mas
daba firmar declaraciones solemnes a sabiendas de que se iban a incumplir. Tácticamente, Stalin fingía
compromiso y blandía los terribles daños sufridos en la Guerra para lograr más y más concesiones: la principal, el
7 Aunque ello no supusiese la entrada de la URSS en las principales organizaciones que dan forma efectiva al orden mundial en torno a una visión librecambista (Bretton Woods, Plan Marshall)
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establecimiento de un glacis de seguridad en Europa.
Churchill parecía más consciente de la falta de compromiso de Stalin y de la incapacidad de 'atraerlo' hacia el
nuevo sistema de seguridad colectiva: de ahí que, en una descarnada negociación (que al menos tenía el aliciente de
ser sincera), negociara con Stalin los 'porcentajes de influencia' en la Europa de posguerra. Algo que enfadó a
Roosevelt por lo que suponía de 'vieja política' y de traición previa al sistema mundial todavía en formación.
Con el terreno ya abonado, es la administración Truman la que da inicio a la hostilidad abierta contra la URSS
con el sustento teórico de Kennan que, como Churchill, postula la imposibilidad de comprometer a la Unión
Soviética con el nuevo orden mundial. Truman, según algunos autores, pone en marcha el sistema de
desconfianzas, recelos mutuos, contención y guerra psicológica ya desde el final de la propia Guerra Mundial: el
lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki se corresponde, según estas tesis, no sólo a un intento de
derrota militar rápida, sino a la voluntad de mostrar el poderío estadounidense y finalizar la guerra cuanto antes
para detener el avance soviético que se estaba dando en la península coreana8.
La guerra fría, que no es cometido nuestro detallar, se inició con una clara ventaja a favor de los Estados Unidos,
unos URSS obsesionados por la seguridad y una doctrina, la contención, que sufrirá varias reformulaciones pero
que permanecerá vigente, en sus bases, durante todo el conflicto. La existencia de dos bloques antagónicos con
aspiraciones no sólo de dominio imperial, militar o colonial, sino de expansión mesiánica del propio 'destino
manifiesto', de la propia cosmovisión, hará del choque la confrontación de dos mundos a veces tan incapacitados
para entenderse que provocaran un verdadero 'diálogo de sordos'.
El siguiente cuadro resume las variaciones de la política exterior, las principales 'doctrinas' y la actuación en la
contienda por parte de las diversas administraciones norteamericanas:
8 Un avance militar, el coreano, solicitado por los propios EEUU que, después, cambiaron de opinión. Ello sienta las condiciones para la división de Corea por el paralelo 38 que llevará a la posterior guerra y se prolonga hasta hoy.
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Administración P.Interior P.exterior
1945 – 1952
Harry S. Truman
George F. Kennan: "The Sources of Soviet Conduct": Contención
NSC-68
Reestructuración de la organización militar:- Departamento de Defensa- Creación Consejo de Seguridad Nacional y CIA
Represión interna del comunismo (2º mandato)- Comité de la Cámara de Representantes sobre Actividades Antiamericanas- McCarran Internal Security Act (control/persecucion del comunismo en EEUU)
Contención: actividad económica, diplomática, cultural (soft power) y militar allí donde el comunismo amenazara con tomar el poder.De ello: - Ayuda a la reconstrucción (Plan Marshall)- Liberalización económica (Bretton Woods)- Redes políticas / alianzas (OTAN, Tratado de Río, OEA)- Soft Power (programa Fullbright, Centros Culturales, Radios)
Guerra de Corea.
1953 – 1960
Dwight D. Eisenhower
John Foster Dulles:"Teoría del Dominó""Represalia Masiva""New Look" (nuevo 'aspecto' de la p.ext)"política al límite (Brinkmanship)"
Aumento brutal del gasto militar nuclear y recorte del gasto público en el resto de áreas, incluído el gasto militar convencional.
Inicio del gasto en investigación espacial y creación de la NASA
"American Way of Life" como fenómeno autónomo (no dirigido estatalmente, fruto de la prosperidad económica) acompañado de la Otra América, la de la creciente pobreza y marginación (negros, latinos) que será un tema central en los próximos comicios
Represalia masiva como 'mejora' de la contención: ante el miedo al efecto 'dominó' geopolítico se enuncia la disposición a usar todos los medios posibles en caso de conflicto, esperando que la propia formulación de la doctrina sirviera para asustar y detener a la URSS.
Especial énfasis en nuevos tratados y alianzas (SEATO, CENTO, ANZUS)
Intervencionismo de la CIA en los nuevos estados. 'Descuido' de A.Latina y aparición de Fidel Castro
1961 – 1963
John F. Kennedy"New Frontier"
General Taylor:Defensa de la retoma del gasto en armamento convencional
Renovación de la vida económica, social y cultural: inclusión de los crecientes marginados del sistema (Nueva Frontera)
Política progresista a favor de las zonas deprimidas y mov. Juvenil (Peace Corps)
Más atención a América Latina:- Alianza para el Progreso, plan de ayuda economica, sanitaria, educativa (enmarcable como 'contención')- Desestabilización en Cuba fallida (misiles y operación en Bahía Cochinos)
Aumento del gasto militar convencional pensando en los enfrentamientos 'locales' no solventables con el arma nuclear: aumento de los 'consejeros militares' en Vietnam
1963 – 1969
Lyndon B. Johnson"Big Society"
La Gran Sociedad como continuación y ampliación del programa 'Nueva Frontera': dotar de valores solidarios a la sociedad americana.
VISTA, "Volunteers in Service to America", voluntariado social contra la marginación: tipo de patriotismo progresista idealista.
Sin embargo, ante el divorcio entre la pol.int progresista y la ext. belicista se dan fuertes movilizaciones sociales juveniles.
Guerra de Vietnam.
Creación de las "Boinas Verdes" (cuerpo antiguerrilla)
Escuela de Fuerzas Especiales del Ejército (Fort Bragg, Carolina): entrenamiento anticomunistas latinoamericanos (para la continuación de las actividades de Inteligencia e intervencionismo en conflictos "locales")
1968 – 1977
Richard M. Nixon / Gerald Ford
Henry Kissinger:pragmatismo / realismo"distensión"
Aumento del secretismo de la Presidencia respecto al resto de instituciones estatales
Enfurecimiento ante la 'cesión' o 'desideologización' de Nixon como una 'traición'
Enfurecimiento ante los casos de corupción y escuchas ilegales (Watergate)
Conciencia de la pérdida de poder de EEUU: "Des-sentimentalización" de la pol.ext: relaciones de interés y pragmatismo. Distensión: colaboración necesaria para reducir tensiones y mantener la supremacía, se concreta en el desarme con los acuerdos SALT I y ABM
División del mundo en 5 'esferas', cada una respetaría a las otras (equilibrio de poder): EEUU, URSS, EUROPA, JAPÓN, CHINA.- De ello, reconocimiento de China y 'relación triangular' para debilitar a la URSS
Fin de la guerra en Vietnam, intervención en Chile y Oriente Prox.
1977 – 1981
Jimmy CarterIdealismo
Al final de su mandato sensación de naufragio tras el fracaso, también, del idealismo democrático de Carter.
Vuelta al moralismo e idealismo: insistencia en los DDHH y en la promoción de valores de EEUU. Éxitos iniciales: devuelta del Canal de Panamá y conversaciones de Camp David
Contradicciones con el mensaje: continuación con las negociaciones de la criticada distensión (SALT II)
Crisis de Irán y Afganistán debilitan fuertemente su posición.
1981 – 1988
Ronald Reagan"guerra de las galaxias"
Fortísimo conservadurismo social (valores americanos = patria, religión, familia)
Aumento del gasto militar y escándalo 'Irangate.'
Déficit presupuestario alarmante en la 'guerra de las galaxias'
Política neoliberal de reducción del estado (primera gran ruptura con el New Deal): crecimiento de la marginación, carencias, etc...
Fortaleza moral conservadora: fortísimo relanzamiento del enfrentamiento ideológico.
Nueva contención, y nueva guerra fría. SDI en Europa, activismo intervencionista en A.Latina y O.Medio (ataque a Gaddafi y en Afganistán)
Poder exclusivamente 'duro'
Desde mediados de los 80, cambio de estrategia, ahora se negocia (una vez demostrada la 'fuerza' de EEUU) con grandes éxitos (el mayor, para los defensores de Reagan, es la propia caída de la URSS)
Fuentes: DEL PERO, 2006; PEREIRA (coord.), 2009 y GADDIS, 2005Elaboración propia
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Las periodificaciones que se pueden hacer de la Guerra Fría son múltiples. Para los objetivos de este trabajo se
propone una basada en la percepción estadounidense del estar 'ganando' o 'perdiendo' la contienda9, y su mayor o
menor intervencionismo, basada principalmente en las obras de Del Pero (2006) y Gaddis (2005).
1) Una primera fase que supone el inmediato fracaso del diseño mundial de Yalta y Potsdam (especialmente
de la ONU) y el nacimiento de otro proyecto paralelo y – este sí - funcional, restringido al autodenominado mundo
'occidental', basado en Bretton Woods, la OTAN y el Plan Marshall. En esta fase, excepcionalmente corta, Estados
Unidos sienta las bases de su predominio y es la única superpotencia mundial. A nivel simbólico, se cierra con la
'victoria' sobre el bloqueo de Berlín, que se añade a la efectiva 'contención' de las pretensiones de Stalin sobre Irán
(reticencia a retirar tropas), Turquía (exigencia de control sobre los estrechos) y las ex-colonias italianas (Gaddis,
2005, pp.43-44)
2) La segunda fase comenzaría en 1949, el 'annus horribilis' del bloque occidental al concretarse y expandirse
la amenaza que el otro bloque supone: en un corto espacio de tiempo, la URSS accede al arma nuclear y China
suma al bloque soviético sus ingentes recursos. En 1948 ya no quedaba ningún gobierno democrático en el glacis
tras el golpe de Estado en Chevoslovaquia. Hoy día se sabe que la efectiva paridad nuclear (no sólo bombas, sino
medios para transportarlas) no llegó hasta la época de Brezhnev; pero, en aquel tiempo, la percepción del gabinete
Eisenhower era de un peligro real que se concretó en la formulación de la teoría de la MAD (Mutua Destrucción
Asegurada). Pese a los cambios de liderazgo, que suponen cambios en la política exterior, se puede afirmar que esta
sensación de paridad entre bloques y la necesidad de mantener la contención y no perder ni un segundo en la
'carrera', allí donde se presente (espacio, descolonización...) se afirma y continúa con Eisenhwer, Kennedy y
Johnson.
3) Una tercera fase de enorme relevancia es el paréntesis que supone la presidencia Nixon, como un radical
abandono de la vertiente idealista – e ideológica – de la política exterior y su sustitución por un pragmatismo y
realismo destinados a garantizar la supervivencia (y supremacía) de los Estados Unidos a través de una distensión
interesada, sin reparar en los problemas morales derivados de pactar con el enemigo. Ello, por cuanto giro radical
de una política de Estado y por cuanto abandono voluntario del liderazgo de los Estados Unidos, se vio por amplios
sectores como una enorme concesión, un 'permiso' a la existencia del comunismo, el abandono de una
responsabilidad, un síntoma de debilidad. Ello, unido a los escándalos internos respecto al abuso de poder por parte
de Nixon, señalan una época oscura en la que los Estados Unidos parecían alejarse de las responsabilidades y
virtudes que su excepcionalismo le otorgan para convertirse en menos democrático y transparente, menos idealista,
más egoísta, demasiado parecido a aquella tan denostada política europea decimonónica del 'equilibrio de
potencias' absolutamente carente de referentes morales universales.
4) La cuarta fase supone la llegada de dos presidentes dispuestos a rearmar el aspecto ideológico de la Guerra
Fría. El primero, Carter, lo hará desde un liberal-progresismo idealista y defensor de los derechos humanos que
obtendrá algunos frutos diplomáticos a pequeña escala (Panamá, Palestina) pero fracasará en la gran escala, dando
paso a Reagan, republicano como Nixon y, sin embargo, radicalmente opuesto en cuanto a su política exterior. Con
Reagan se produce una primera fase de fortísimo rearme ideológico y anticomunista para, con la llegada de
9 Percepción, más que realidad, ya que hoy se sabe que en varias de las crisis y análisis las superpotencias erraron en sus previsiones, supuestos y calificaciones.
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Gorbachov, dar paso a una nueva distensión en mitad de la cual se producirá el inesperado derrumbe de todo el
sistema soviético.
6 – Estados Unidos, ¿la hiperpotencia? (1991-actualidad)
En 1999, el ministro de Asuntos Exteriores francés acuñó el término "hiperpotencia" para intentar definir, de
algún modo, lo que había cambiado en el panorama de las relaciones internacionales (en este caso, definiendo el
nuevo estatus de los EEUU y, por consiguiente, del mundo). Otros muchos lo han intentado, siendo los más citados
inevitablemente Francis Fukuyama y Samuel Huntington. Todo ello es sintomático de que la caída inesperada de la
URSS y la consolidación de Estados Unidos como única superpotencia no ha dado lugar a una interpretación
unívoca sina, más bien, constantes divergencias internas y externas acerca de cómo se debe reorganizar la sociedad
internacional ante la repentina caducidad de las teorías, políticas y visiones.
Sin embargo, la situación de soledad y liderazgo internacional por parte de EEUU y, por extensión de sus lazos y
alianzas, del mundo occidental, no está destinada a durar mucho. Durante dos mandatos, el de Bush 'senior' y el de
Clinton, los acontecimientos internacionales parecen señalar que, efectivamente, resta sólo un poder en el mundo
capaz de atraer hacia sí consenso y de movilizar efectivamente recursos.
Bajo el mandato de G. Bush Sr., que Mario del Pero define como "cauto" (pp. 402 – 408), se proclama la llegada
de un "nuevo orden mundial" En éste se daría la liberación de la ONU, por fin, de los corsés de la guerra fría y la
llegada de su hora. Sin embargo, la actitud real de Estados Unidos era de cautela y contraria a grandes cambios o a
un reestructuramiento radical del poder en el panorama internacional. Estados Unidos evitó grandes tomas de parte
o posturas vehementes en los principales asuntos que se abren con la caída de la URSS: la unificación de Alemania
y la transición de los países de Europa central y oriental (PECOs). En su mandato se da el refuerzo la OTAN que
extiende el 'paraguas' de seguridad sobre toda Europa. Pese a la, en general, buena conducción del proceso, una de
las transiciones va a ser especialmente lacerante. Con las independencias de Eslovenia y Croacia, comienza la
guerra de Yugoslavia. Estados Unidos, ocupada en la crisis de Irak, no interviene y, en una auténtica novedad para
su política exterior, decide que la gestión del conflicto debería competer a Europa..
En la intervención militar en Kuwait e Irak, los Estados Unidos ponen también de manifiesto una nueva gestión
de las crisis internacionales Tres son sus bases: se busca la legalidad de la ONU, se construye una vasta coalición y
el uso de las nuevas tecnologías en una estrategia que busca provocar el número menor de bajas militares para
evitar la ruptura del consenso interno (Del Pero, 2005, p.406)
Las victorias militares y diplomáticas de Bush elevaron su popularidad al 90%: parecían grandes momentos para
la potencia estadounidense. Las relaciones con sus aliados, acabada la URSS, podían basarse más en el consenso y
menos en la imposición. Sin embargo, la cautela de Bush hace que no se quiera invadir Irak y derrocar a Hussein,
lo cual refuerza internamente al dictador e indigna a sectores de la opinión pública10 . El entusiasmo es breve y en
1990-91 se evidencia que Europa no es capaz de solventar la crisis Yugoslava y una recesión breve pone las bases
para el mensaje económico con que Clinton llegará al poder. El "nuevo orden mundial" todavía era una idea vaga,
mezcla de buenas intenciones multilateralistas y cautelas y visiones realistas heredadas de la Guerra Fría.
10 Tanto en el seno de EEUU como en Oriente surgen voces que quieren ver en la intervención militar no el declarado intento de derrotar efectivamente al dictador, sino simplemente impedir que tenga acceso a recursos petrolíferos.
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Clinton, al revés que Bush, no es un hombre del 'aparato' (Bush había sido embajador en China y director de la
CIA) y no tiene experiencia internacional: vence con su mensaje centrado en la política interna y crítico con el
intervencionismo de Bush. En realidad, hay un cierto continuismo con Bush, si bien de eje no realista sino
'neowilsoniano' encarnado en la defensa de los derechos humanos y en la extensión de la liberalización y
globalización como algo positivo ("hegemonía benigna"). Las palabras clave serán "globalización" y
"alargamiento"11, una idea destinada a contraponerse con el "contenimiento" y a significar la expansión a ser
posible consensual y multilateral de las formas de gobierno y de economía mercantilista estadounidenses, esto es,
"una concepción cooperativa de la política internacional según la cual todos los países podían beneficiarse si
colaboraban de forma constructiva bajo el liderazgo estadounidense" (García Pérez en Pereira (coord.), 2009,
p.662). Sin embargo, el intervencionismo estadounidense en pro de la democracia y los derechos humanos no es
bien recibido en todas las partes, y provoca crisis como la de Somalia, que daña gravemente la imagen pública de
Clinton, así como provoca críticas internas al multilateralismo y a la sumisión de las intervenciones externas a la
ineficaz ONU. Asímismo, en contra de su propio mensaje, Estados Unidos niega una y otra vez su participación en
los principales acuerdos supranacionales (Estatuto de Roma para el TPI, Protocolo de Kyoto, Tratado de Ottawa...)
y la rápida extensión de las políticas neoliberales y los fallos del FMI acrecientan una oposición cada vez más
extensa.
Otra crisis africana, la de Ruanda, no es atendida por nadie. En 1993-1994, el recrudecimiento yugoslavo vuelve
a dejar en evidencia a la ONU, cuando las fuerzas de mantenimiento de la paz demuestran su crónica incapacidad
en Srebrenica. Estados Unidos se debate entre la intervención o no. Llueven críticas a la apenas nacida Unión
Europea y a la ONU por su manifiesta incapacidad: ello puede ser aprovechado como argumento tanto por los
defensores del aislacionismo como los del unilateralismo. Se trata de una temprana vuelta a los esquemas de la
guerra fría: el multilateralismo y la "hegemonía benigna" parecen acabados. La bonanza económica y los fallos de
la "hegemonía benigna" confluyen en la formulación de una política exterior más unilateralista y decidida: Estados
Unidos posee, y es consciente de ello, las armas y la voluntad para intervenir según sus valores e intereses. No se
abandona el neowilsionianismo enfático en los derechos humanos, la extensión del comercio y la democracia; pero
sí se afirma la voluntad última de actuar autónomamente e independientemente del consenso internacional en sus
acciones. "El respeto a la legalidad internacional – observaron Clinton y Allbright – amenazaba con obstruir la
tutela de los derechos humanos más básicos" (Del Pero, 2005, p.417). Sobre esta reinterpretación del rol de los
Estados Unidos jugará la presidencia posterior.
Bajo esta óptica (que no renuncia al multilateralismo pero no lo hace fundamental), Clinton atrae el consenso de
la OTAN para intervenir en Bosnia. Los tratados de paz son "impuestos" sobre la base de la victoria militar. En la
crisis de 1998 en Kosovo, la acción de la OTAN es preventiva. Estados Unidos muestra la necesidad de su
liderazgo para hacer intervenir a Europa y su responsabilidad de ejercer de 'policía global'. Mientras tanto, el
ascenso de la China comandada por Xiaoping hacia el modelo capitalista de producción planteba no pocos
problemas. La administración Clinton, como las sucesivas, se debate entre el miedo a un gigante asiático capaz de
plantar cara económica y militarmente, las enormes posibilidades de una relación económica y los problemas de
derechos humanos. Una visión neowilsoniana debería criticar y sancionar a una China autoritaria, pero se corre el
riesgo de propiciar el resentimiento y la creación de un nuevo bloque opositor. Sabedores de la necesidad que, a su
11 Definida por el Consejero de Seguridad Nacional, Anthony Lake, en 1993.
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vez, tiene China de occidente, las políticas de la "nación más favorecida" auspician el comercio con china pero
someten la política comercial a revisión periódica que dependerá de los progresos realizados en materia de
derechos humanos. Las relaciones serán siempre difíciles y crean extraños compañeros de cama, situación que
sigue hasta hoy.
La "hiperpotencia" que George Bush Jr. tiene en sus manos en 1999 tiene la capacidad de intervención más
grande jamás habida, pero, como suele ocurrir, se descose por sus límites. Es "hiper" por enorme, pero también por
exagerada, abultada... revelando en su hinchazón límites, fragilidades e incongruencias (Del Pero, 2008, p.425). Tal
vez consciente sólo de la primera parte, la administración Bush, muy marcada por los atentados del 11 de
Septiembre, va a provocar un giro radical en la política exterior profundamente fallido.
Los atentados el 11-S por parte de un enemigo conocido pero infravalorado, el terrorismo, motivan la adopción
de una línea unilateral de acción que, si bien es deudora de la de Clinton en su intento inicial de un cierto
multilateralismo (intento de lograr el apoyo de la ONU para las intervenciones), se muestra radicalmente mucho
más militarista, intervencionista y unipolar. El discurso se vuelve arrogante y centrado en el liderazgo de los
Estados Unidos: prueba de ello es la coalición militar para la intervención en Irak. Donde Bush Sr. buscó la
legitimidad de la coalición más amplia y horizontal posible, Bush jr. establece una alianza de clara sumisión a
Estados Unidos, que es quien ahora comanda y decide. La nueva política unilateral de Bush no prevé la
concertación con otros actores regionales o locales: éstos pueden sumarse, si quieren, pero no habrá condivisión de
la estrategia a seguir. Es así como se opera en Irak y en Afganistán, dos zonas supuestamente ligadas al ataque en
las que, en realidad, se está interviniendo sobre conflictos que se remontan a años atrás: en Afganistán, la guerra
entre los talibanes y la coalición del Norte abierta desde al intervención soviética y en Irak la irresuelta crisis de
1991.
Poco a poco, la actitud unilateral y militarista pareció impregnar más allá de las áreas relacionadas con el 11-S.
Bush va a abandonar los tratados ABM, boicotear los protocolos de Kyoto y denegar la ratificación de la corte de la
Corpe Penal Internacional. Este radical giro sienta sus bases en un resurgimiento del nacionalismo estadounidense
de matriz conservadora, hostil a lo que se considere como reducción de soberanía del país, escéptico ante los
organismos internacionales y defensor del uso sin prejuicios del poder militar Como hemos visto, las
precondiciones para este giro radical en la política exterior se sientan en la década de los 90.
La política de Bush falló, sin embargo, en varios frentes. Primero, el estancamiento militar en Irak provocó una
lenta sangría de recursos y vidas a los que, debido a su unilateralismo, tuvo que afrontar prácticamente solo.
Además, la guerra contra Estados difícilmente se veía como iba a acabar con un fenómeno capilar y difuso como el
terrorismo. Por otra parte, el unilateralismo provocó la alineación de diversos centros de poder en contra de Bush:
partiendo de grandes países de Europa hasta China, Irán o los países Árabes. La mala gestión de una de las fuentes
más grandes de legitimidad de Estados Unidos, el 'soft power' o persuasión, hizo que amplios sectores del mundo
interpretaran la guerra como un órdago al Islam. La inadecuación entre medios y fines, entre la realidad del 11-S y
las medidas tomadas, fue una fuente de críticas que se expandieron por todo el mundo, devastando la imagen
exterior de los Estados Unidos. La declaración del 'eje del mal', compuesto por Estados de historia y realidad
radicalmente diferentes, parecía esconder la voluntad de un mal camuflado intervencionismo estratégico imperial.
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Pese a ser Bush elegido en un segundo mandato, el tiempo fue variando la visión interna y creció la crítica a la
conducción de la sangrante guerra de Irak y a las políticas internas antiterroristas (Patriot Act) a través de las cuales
Bush había recortado libertades internas. A ello se añadieron escándalos como los de las torturas en Abu Ghraib o
Guantánamo, que revelaban a los estadounidenses la decadencia del mensaje moral en el que se basa la proyección
al exterior del excepcionalismo estadounidense. Se puede decir que tornaban, a la conciencia estadounidense,
Wilson y Theodore Roosevelt / Nixon12 respectivamente.
En definitiva, la convulsión de la época Bush, profundamente fallida, ha sido la catarsis necesaria para el
advenimiento de la presidencia Obama, con un discurso de ruptura radical: multilateralista y empeñado en
recuperar la hegemonía de Estados Unidos especialmente en el plano más dañado, el de su legitimidad e imagen
exterior. Por una parte, puede representar la efectiva llegada del "nuevo orden mundial" preconizado y levemente
ensayado por George Bush Sr., si bien Obama añadiría a éste una retoma del mensaje neowilsoniano encarnado en
los derechos humanos y el idealismo y ya ensayado anteriormente con desigual fortuna por Carter y Clinton. En
cualquier caso, la retoma de la necesidad de atraerse el consenso y el respeto de Estados Unidos a los organismos
internacionales es un hecho constatado, así como pasos concretos como las acciones internas legales para el
desmantelamiento de Guantánamo y los subterfugios legales bajo los que se escondía la tortura, el fin de los planes
para el montaje de un escudo antimisiles en Europa claramente orientado a amenazar a Rusia y una fuerte vocación
internacional dialogante concretada en una activa política exterior, decenas de discursos y visitas oficiales y un
énfasis en la oratoria y la inflamada defensa de los derechos humanos y la democracia.
Pese a ello, la herencia de Bush es envenenada y puede dañar la imagen de Obama si se produce una
inadecuación entre la palabra y los hechos, como les ocurriera a Kennedy y Johnson. La tendencia aislacionista o
de 'reflujo' estadounidense, que muchas veces pide un retorno a la política interior ante una crisis mundial o una
época de fuerte intervencionismo, puede hacerse presente, especialmente si el "encanto" mediático y popular se
desvaneciera antes de que Obama lograra éxitos visibles. La grave crisis económica mundial, en la cual se basó en
parte el triunfo de Obama (con su promulgación de un plan económico de tintes new-dealianos) puede ser origen a
su vez de un reflujo aislacionista13 y de una mayor conflictividad internacional. Quizá Obama, con su afán de
diálogo y reconocimiento del poder y la interlocución de otros grandes actores emergentes y emergidos, sea el
primer presidente en darse cuenta que el período desde finales de la Guerra Fría hasta hoy no ha sido sino "una
etapa de transición caracterizada por la emergencia de grandes potencias no occidentales durante la cual Estados
Unidos no fue capaz de imponer su hegemonía sobre el resto del mundo a pesar de todos sus esfuerzos,
consiguiendo, en cambio, acelerar el declive relativo de su influencia internacional" (García Pérez en Pereira
(coord.), 2009, p.657)
12 Las criticas a la 'Patriot Act' recuerdan inevitablemente a las que sufrió Wilson por los recortes de libertades de la 'Sedition Act' o 'Espionage Act' en la Gran Guerra. Con respecto al temor estadounidense a perder una especie de "integridad moral", el miedo a volverse igual que aquello contra lo que luchan, la crisis desencadenada por el asunto de las torturas a presos y el maquiavélico uso del 'vacío legal' de Guantánamo recuerdan al terremoto desencadenado por el escándalo Watergate o el imperialismo colonial de Theodore Roosevelt y las críticas que ello engendró debido a la fuerte exigencia de ejemplaridad y referente moral que una fuerte corriente de opinión estadounidenses asocia a sus dirigentes y políticas, a las que se exige cumplir una ética más allá de su eficiencia
13 Asuminos que, desde la Guerra Fría, 'aislacionismo' en Estados Unidos quiere decir 'concentrarse más en el interior' y menos la idea de inicios de siglo XX de total desconexión con todo lo que no fuera el continente americano.
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Conclusiones finales
1) Estados Unidos responde a un profundo consenso imbricado en su propia experiencia histórica y basado en
la tesis "excepcionalista". La gran diferencia surgida en el siglo XX es que esta tesis va a pasar de ser una
auto-representación nacional más entre muchas a la auto-representación nacional hacia el interior y el
exterior de la potenia hegémone primero en el bloque occidental y después en el mundo entero.
1. El consenso en torno al excepcionalismo estadounidense abarca a los dos principales partidos y a las
dos grandes tendencias en que se puede dividir la política exterior: realistas o idealistas. El consenso es
mayor en cuanto a la idea de la bondad de la extensión del libre mercado, si bien los realistas lo
formulan más en término de utilidad (es útil, nos refuerza, sus interdependencias generan seguridad) y
los idealistas en términos éticos (es bueno, beneficia a todos, coadyuva en los procesos de autonomía).
Sin embargo, respecto a la extensión de la democracia, existe una fractura en Estados Unidos entre los
defensores de la proyección idealista de EEUU en el mundo y los realistas que aceptan sacrificar la
promoción de formas de gobierno democráticas en pro de la extensión del libre mercado o la seguridad.
Los realistas, pues, piensan más en coordenadas de "interés nacional".
2. En este sentido, existe una cierta identificación en el partido Demócrata como tendente al idealismo y
el Republicano como tendente al realismo. Las grandes excepciones serían el fuerte idealismo de
Reagan y el realismo de Truman. Esta identificación depende también de las circunstancias: por
ejemplo, Kennedy y Johnson sufrieron la ya citada incompatibilidad de su discurso interno idealista,
sus pretensiones externas igualmente idealistas y su práctica realista en el que fue uno de los momentos
más candentes de la Guerra Fría.
2) Parece que la oscilación entre las tendencias 'universalista' y 'aislacionista' de EEUU se mueva por ciclos
de ilusión-decepción. Una primera fase se corresponde con la voluntad de expansión 'bienintencionada' de
los ideales y modos de hacer de EEUU al mundo, hasta chocar con dificultados o la resistencia u oposición
del resto de países, momento en el que se da una 'decepción' y resurge el discurso aislacionista, que
propone centrarse en el mantenimiento de la 'excepcionalidad' en el seno de EEUU y dejar que el resto se
gobiernen como quieran – no sin cierta sensación de 'ingratitud' o 'incomprensión' por parte de éstos -.
Nótese el consenso de ambas ideas en torno al excepcionalismo y bondad o superioridad del 'experimento
EEUU': si bien difieren en el 'qué hacer' con este excepcionalismo, no difieren en su concepción. Siguiendo
esta hipótesis, la actual presidencia Obama significaría de nuevo, en contra de lo que muchos piensan, no
un giro radical en la política exterior de EEUU sino, como con Wilson, la llegada de un dirigente
plenamente estadounidense y dispuesto a encarnar en su persona y proyecto lo más esencial del
excepcionalismo estadounidense en su versión 'universalista', moral, idealista, legalista e internacionalista.
3) La Guerra Fría supone el final del debate en Estados Unidos entre el aislacionismo y el internacionalismo.
Las consecuencias de su ascenso a superpotencia hacen que nadie se pueda cuestionar, ni dentro ni fuera,
su rol global y provocan, a lo sumo, oleadas de mayor o menor intervencionismo según gabinetes y
circunstancias concretas. EEUU se convierte, así, en líder indiscutido de un 'bloque occidental'
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heterogéneo, del que participan tanto aliados comprometidos en la cosmovisión esadounidense como
gobiernos y estados oportunistas en busca de protección o ayuda a cambio de un alineamiento formal. Este
bloque se organiza en torno a una serie de organizaciones internacionales que poco a poco van realizando
el viejo ideal excepcionalista norteamericano: un liderazgo mundial y una exportación del modelo
estadounidense de democracia liberal y desregulación económica no exento de conflictividad y resistencias
pero que, en el largo período, ha resultado hegemónico (especialmente desde los años 80). Las armas no
han sido solo la diplomacia o la persuasión del soft power, sino también la imposición militar o el uso
interesado de la dependencia económica (Plan Marshall) y los organismos internacionales controlados por
los 'vencedores' de la Segunda Guerra Mundial (FMI, Banco Mundial). Las reticencias internas y externas
que ha provocado la contradicción entre el mensaje internacionalista, excepcionalista e idealista de los
Estados Unidos para el mundo y la 'realista' e interesada política exterior han provocado no pocas
reacciones virulentas y opositoras dentro y fuera: quizá el caso más ejemplar sean las presidencias
Kennedy y Johnson, con sus planes de 'new frontier' y 'big society' como recuperación de unos valores
radicalmente democráticos y liberal-progresistas de cara al interior y la vorágine de la guerra de Vietnam,
las operaciones e inteligencia y el intervencionismo militar en Cuba en el exterior. Pese a la hegemonía
mundial lograda por Estados Unidos después de 1989, las reticencias continúan y se expanden con la
erosión de su poder y la aparición de nuevas alternativas aglutinantes: estamos lejos de asistir a esa
culminación del excepcionalismo que es el 'fin de la historia' de Fukuyama, un concepto curiosamente
cercano a la fraseología marxista.
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APARTADO 2
El problema de Oriente Medio: actores, conflictos, factores condicionantes y propuestas de solución.
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1 – El "hombre enfermo": preconfiguración de Oriente Medio
En 1798, Napoleón Bonaparte realiza una expedición militar en Egipto y Siria que, aprovechando la debilidad del
Imperio Otomano, supone la primera entrada de una potencia europea secular en la zona de Oriente Medio. En
1923, la región aparece dividida en una multitud de nuevos Estados, muchos de los cuales no obedecen a
continuidades históricas y atrapan entre sus fronteras a diversos pueblos y grupos identitarios, por no hablar de
religiones y etnias. Peor aún, la mayoría de estas nuevas realidades estatales aparecen tuteladas por las potencias
europeas, al ser la forma de organización estatal absolutamente nueva para las poblaciones y ante la carencia de una
élite local formada. Por último, las intenciones de los 'tutores', en 1923, lejos están de ser desinteresadas y
amistosas.
Las ambiciones europeas se harán más evidentes a lo largo del siglo venidero, el XIX, con la consolidación del
sistema liberal burgués y la aparición del imperialismo y colonialismo hasta conformar, como vimos anteriormente
en expresión de Del Pero, la "forma de internacionalismo hegemónico en el momento". En una expresión de los
Zares de Rusia que pronto se hará famosa en las cancillerías europeas, la cuestión del "hombre enfermo de Europa"
– el Imperio Otomano – se hace cada vez más acuciante al irse incrementando tanto la competición colonial como
la gravedad del "enfermo". El Imperio Otomano se debate, durante el siglo XIX, entre la evidencia de su
inferioridad militar y sus vetustas estructuras políticas, sociales y económicas y la ineficiencia y conflictividad
derivadas de los intentos de reforma (tanzimats). Era un Imperio cuya debilidad era aprovechada por los propios
gobernadores locales (enviados por el Sultanato) para adquirir una elevada autonomía, casi una independencia
absoluta, manteniéndose nominalmente dentro del Imperio.
Dicha campaña fue frenada por Gran Bretaña en 1940 y permite explicar la supervivencia del "hombre enfermo":
el interés europeo, especialmente británico, en mantenerlo vivo y débil. Para Gran Bretaña, "el imperio aseguaba el
control de los Estrechos14 y el dominio del Mediterráneo Oriental, garantizando la seguridad de las comunicaciones
con las Indias" (Picaudou, 1997, p.31). Dada la influencia francesa en el norte de África y sus ambiciones en Siria,
más las ambiciones rusas de control de los Estrechos, Gran Bretaña se convierte en el principal valedor del
"enfermo". Las ambiciones de Rusia y Alemania, deseosas de entrar, ellas también, en el juego imperial, van a
desequilibrar la balanza.
El Zar Nicolás I, autor del epíteto "hombre enfermo", es el principal defensor de su desmembramiento. Rusia
anhela históricamente el control de los Estrechos, de lo cual depende su condición de potencia naval en el
mediterráneo. Mientras tanto, Alemania reivindicaba para sí misma la creación de un Imperio (Weltpolitik, política
mundial). Había golpeado a Francia en 1870 y, llegada tarde al reparto colonial, veía en los vastos territorios sin
control del "enfermo" la mejor oportunidad. La desconfianza ante las acciones alemanas son un factor importante
en los cambios en el concierto europeo que provocan la "Entente Cordiale" y el acercamiento Franco-Ruso,
rompiendo la Triple Alianza de los Emperadores y preconfigurando los bandos de la Primera Guerra Mundial. Ello
tendrá repercusiones hasta en la política interior Otomana: la revolución nacionalista de los Jóvenes Turcos (1908)
es el intento desesperado de una élite por modernizar al Imperio para hacer frente al temido y anunciado
desmembramiento.
14 Bósforo y Dardanelos, que unen el Mar Negro con el Mediterráneo.
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La primera década del siglo XX, previa a la Gran Guerra, supone de una vez por todas la concertación entre las
potencias de cómo se repartirá el botín. Ya no se intenta fingir, por parte de nadie, apoyo retórico al Sultanato. Gran
Bretaña comprende que no puede seguir sustentando al Imperio y que debe entrar en el reparto (Picaudou, 1997,
p.32), más aún tras la apertura del Canal de Suez. Tres momentos preconfiguran la división:
1) La Entente Cordiale de 1904 regula las divergencias Franco-Británicas. Francia ve reconocida su
supremacía en Marruecos y Gran Bretaña su presencia en Egipto, donde se había hecho con la parte estatal del
accionariado del Canal de Suez y ejercía una influencia cada vez mayor en las finanzas y política: a cada nueva
bancarrota estatal (1874, 1876) el Estado ponía más soberanía en manos británicas a cambio de ayuda.
2) En 1907, la convención anglo-rusa cierra el triángulo de entendimiento Francia-Rusia-Gran Bretaña. Se
realiza la partición de Persia en tres zonas de influencia: norte ruso, centro neutral, sur británico, además de la
renuncia británica al Tibet y rusa a Afganistán, estado-tapón de India.
3) En 1915, en plena Gran Guerra, el acuerdo secreto Sykes-Picot divide el imperio Otomano en las áreas de
influencia francesas y británicas, previendo la zona de Siria y la Cirenaica bajo control francés y la zona del Jordán
y Mesopotamia bajo control británico. La zona palestina quedaría internacionalizada.
2 – Reparto y caos de Oriente Medio
Tras la estabilización de los frentes en la Gran Guerra, Gran Bretaña comienza una política de aproximación a los
líderes árabes, especialmente a los de dos regiones de la península arábiga: el Nejed y el Hedjaz. El objetivo era
doble: abrir un nuevo frente en el enemigo más débil, el Otomano; y prevenir una movilización islámica contra la
presencia británica15. En la primera, un irredentista clan (los Saud), aliados con un interpretador radical Hanbalí del
islam, Wahab, habían logrado la independencia de una zona con base en Riad. En la segunda se daba una
autonomía auspiciada por los propios otomanos al ser la región donde se encontraban las ciudades santas de
Medina y La Meca. Su familia gobernante, los hachemitas, tenían el prestigio de su supuesta descendencia directa
de Mahoma. Gran Bretaña propició la insurrección de los dos territorios, especialmente de los hachemitas,
prometiendo la creación de un gran Estado árabe. Ello despertó el irredentismo árabe que, interpretado en clave
religiosa y nacionalista, veía la posibilidad de devolver el Sultanato a manos árabes tras siglos de dominio turco.
Menos intervencionista pero igualmente colonialista es la reclamación francesa de influencia en Siria. El motivo
es más bien el prestigio imperial que una política concreta y articulada: en Francia, "el imperialismo será más bien
el punto supremo del nacionalismo que el punto supremo del capitalismo" (Picaudou, 1997, p.43). La base teórica
es el "protectorado histórico" que Francia ha ejercido sobre los cristianismos de Oriente Medio, especialmente
presentes en el levante, alrededor del monte Líbano y en Siria y Palestina, aparte de la gran comunidad Armena. Sin
embargo, el compromiso más importante para el futuro de la zona será el que adquiere Gran Bretaña en 1917, con
la Declaración Balfour en la que, públicamente, se compromete a la creación de un eufemístico "Hogar Nacional
Judío". Entre los motivos de esta toma de posición están la presión del sionismo (aún un movimiento de elites pero
con buenos contactos entre los dirigentes británicos) y, especialmente, la capacidad de conseguir para Gran Bretaña
15 El Sultán había llamado a la Guerra Santa: ello no solo podía desestabilizar Oriente Medio, sino también Egipto o la India. La elección del jerife del Hedjaz como aliado no es casual: la autoridad de un "descendiente del profeta" y guardían de los santos lugares en el mundo musulmán bien puede competir con la del Sultanato.
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un aliado ocupando la Tierra Santa16.
Las presiones de Gran Bretaña durante el largo proceso de tutela de Oriente Medio serán las siguientes:
1) El débil compromiso de crear un gran estado árabe bajo la égida de los hachemitas de Hussein Ibn Alí, lo
que moverá al príncipe Faysal a tomar decisiones autónomas para ejercer presión (toma de poder en Siria).
2) Los movimientos nacionalistas y emancipatorios que, ante la evidente caída del Imperio, reivindican la
estatalidad para los pueblos que dicen representar: kurdos, árabes, judíos, armenos, turcos.
3) En la inmediata posguerra, las exigencias de Wilson y la Sociedad de Naciones que impelen – al menos – a
reducir el colonialismo a la forma de "mandato", a lo que se suma la destrucción de Europa que hace concentrar
todas las energías en la política interior y europea.
4) La competencia de Francia y, en menor grado, Italia, sobre las zonas colindantes con Siria y Líbano y sobre
Palestina en cuanto Tierra Santa.
5) Acciones autónomas de actores más o menos independientes: la invasión por parte de Grecia de Esmirna,
el nacionalismo turco Kemalista, la invasión saudí del Hedjaz, la declaración de la independencia de Siria por
Faysal, el nacionalismo árabe en Siria e Irak.
6) Sus propias ambiciones imperiales.
A continuación, se detallan las circunstancias del nacimiento de una pluralidad de nuevos estados entre 1919 y
1923, muchos de ellos conflictivos o polémicos desde sus mismos orígenes.
2.1 - Irak
Gran Bretaña se propone crear un país en la zona mesopotámica, fuera de la nación árabe prometida a los
hachemitas, como "bastión avanzado en la defensa de las Indias" (Picaudou, 1997, p.56). En un principio ocuparía
el vilayet (división administrativa otomana) de Basora, pero al final se decidió integrar en un mismo territorio la
porción kurda de la región de Mosul y la shií del Eúfrates. Para la recuperación de Mossul, originariamente en la
"zona azul" francesa, deberán negociar hasta lograr en 1920 un tratado. En ese mismo año, en el que también se
reconoce el mandato sobre Irak y se impone a Abdallah, hijo del jerife Hussein, como Rey, se da una sorprendente
sublevación popular en un país que se creía demasiado heterogéneo como para verse unificado en luchas
nacionalistas similares a las sirias o turcas. Winston Churchill decide en 1921 imponer a los irakíes un nuevo
monarca, el príncipe Faysal, hermano de Abdallah, apenas expulsado de Siria por los franceses.
2.2 – Transjordania
En el mismo año 1921, Churchill decide asimismo la creación, en el resto de los territorios que quedan bajo
mandato británico, de las entidades transjordana y palestina. La primera, absolutamente artificial, tiene como
objetivo la colocación del príncipe Abdallah, apenas suplantado por su hermano en Irak, para así "cumplir con los
16 Sykes advirtió a Picot de que Francia olvidase todo intento de dominación en Palestina, ofreciendo a cambio la influencia sobre Armenia (Picaudou, 1997, p.53)
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compromisos de la guerra con respecto al jerife de La Meca sin que ello ocasione un perjuicio a los intereses de
Francia, del movimiento sionista y sobre todo del Imperio británico" (Zorgbibe, 1997, p.471)
2.3 – Persia / Irán
Persia, por su parte, sí posee una cierta continuidad histórica y es, como Afganistán, un enorme estado-tapón para
las Indias británicas. En 1915, Gran Bretaña intercambia con Rusia la influencia en el centro de Persia por la
influencia en los Estrechos. Sin embargo, Persia tiene una historia diferente a la de los territorios bajo dominio
Otomano, una continuidad histórica y el movimiento nacionalista se hace fuerte y reclama independencia. La
retirada rusa de Persia, como fruto de la Revolución Soviética, hace de Gran Bretaña el único ocupante. Al final de
la contienda, los Ingleses apoyan el golpe de estado de Reza Pahlevi cuya dinastía será, hasta la revolución de
1979, fiel clientela de Gran Bretaña primero, y de Estados Unidos después.
2.4 – Siria y el Líbano
Se trata de la principal fuente de conflictos, en inicio, entre Gran Bretaña, Francia y los árabes nacionalistas
seguidores de Faysal. Durante la guerra, el avance militar anglo-árabe pone Siria bajo su control, algo que molesta
a Francia. En las fechas siguientes, la coalición de Faysal y los nacionalistas reclama la unión de Siria en un gran
estado árabe completamente independiente. Los británicos deben calmar a los franceses y aplacar a los jerifianos:
en un acuerdo de 1919 Gran Bretaña deja a Francia la zona del Líbano, a los jerifianos Siria y mantiene bajo su
mandato Palestina. Se da el relevo de fuerzas y Francia, en 1920, se compromete con un Líbano independiente,
apoyándose en los poderosos clanes libaneses maronitas. Es un órdago a las pretensiones unificadoras de Siria. El
príncipe Faysal realiza una concesión secreta destinada a enfurecer a los nacionalistas árabes: la acepción del
Líbano como estado independiente y amplias cesiones de soberanía en Siria a Francia (control de la diplomacia,
monopolio de las concesiones económicas y envío de consejeros). Se desatan los disturbios, influenciados también
por la lucha nacionalista que los turcos están llevando al otro lado de la frontera. El Congreso árabe discute la
legitimidad de Faysal para las cesiones que ha realizado. La escalada de violencia, que salpica al Líbano, provoca
al fin la intervención militar de Francia en julio de 1920, que impone la división en cinco terrenos federados y
"autónomos", división que "favorecía a las clientelas confesionales de Francia" (Picaudou, 1997, p.78),
especialmente a los cristianos maronitas y su idea de Gran Líbano.
2.5 – Arabia Saudita
Mientras Hussein Ibn Alí es promovido por Gran Bretaña a "rey de los países árabes" (1916) y su hijo Faysal
guerrea y establece el Reino Árabe de Siria, la dinastía rival de los saudíes, en alianza con la visión fundamentalista
del wahabbismo, ataca al antiguo reino del Hidjaz. Gran Bretaña, aliada de los dos, detiene el avance saudí hasta
1924, año en el que Kemal Atatürk disuelve el califato y el jerife Ibn Hussein se autoproclama Califa, lo cual
provoca la definitiva intervención saudita y la derrota militar que acaba con la unión de la mayoría de la península
arábiga bajo la monarquía saudí y el exilio de Hussein.
2.6 - Egipto
El partido nacionalista Wafd quiere aprovechar la debilidad y nuevos vientos de la posguerra para renegociar la
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intervención británica en su gobierno. En 1919, el apoyo popular a las tesis nacionalistas se concreta en revueltas y
motines. En 1922, Gran Bretaña declara independiente a Egipto, si bien se mantienen ciertas prerrogativas,
especialmente la política exterior y el control del Canal de Suez. Las reivindicaciones nacionalistas siguen en el
período de entreguerras, si bien marcadas por el posibilismo del Wafdy la colusion entre británicos y el rey Faruk.
2.7 – Turquía
Tras la capitulación de 1918 y el tratado de Sèvres de 1920, el corazón Anatolio del Imperio otomano se ve
desgajado: Estambul es ocupado por los aliados, Cilicia por los franceses y Esmirna por los griegos. Italianos y
Rusos también ansían control de ciertas zonas. Es en la campaña contra los griegos en la que Kemal Atatürk ve la
ocasión de plantar cara a la vez a las potencias ocupantes y al decadente Imperio y, renunciando a las posesiones
imperiales, establecer una potente nación secular y moderna en Asia Menor. En 1923, tras las victorias militares y
políticas (creación de la Gran Asamblea Nacional) de Kemal, los países aliados han de revisar el impositivo tratado
de Sèvres y establecer, en Lausana, las nuevas fronteras turcas, por las que recuperaba sus posesiones europeas en
Tracia oriental, la soberanía sobre la Anatolia y la Cilicia y los territorios que en Sèvres habían sido asignados a
Armenia, más gran parte del Kurdistán y la Esmirna griega. Los polémicos estrechos volverán a soberanía turca.
2.8 – Palestina
La presencia británica en Palestina se prolongará, una vez bendecida como mandato en el orden de posguerra,
debido a la situación creada por la aliyà (inmigración judía auspiciada por la declaración Balfour y financiada por
los sionistas) y el irredentismo y nacionalismo árabe entonces en auge17, que provocarán malestar y un conflicto
creciente. Conflicto que se extiende a la arena internacional: desde Francia se considera que el Sionismo se "coloca
en vanguardia para asegurarse el control de Palestina y sustraerla a la influencia francesa" (Picaudou, 1997, p.68),
coincidiendo con un momento tenso de las relaciones anglo-francesas por la entronización de Faysal en Siria.
Inglaterra prolonga su mandato, con el aval de la Sociedad de Naciones, debido a los crecientes estallidos de
violencia y terrorismo.
2.9 – Estados que pudieron ser
La política de las potencias en la zona acarició otros planes finalmente pospuestos para ordenar el mosaico según
sus intereses y compromisos. En 1918-1919, Gran Bretaña pensó la creación de un Kurdistán independiente bajo su
mandato. Las reivindicaciones de los turcos (para los que los kurdos son "turcos de las montañas") y la
incorporación de Mosul al Irak británico acaban con la idea. Por otra parte, la "gran Armenia", pudo tomar cierta
forma con las concesiones territoriales del tratado de Sèvres, pero Lausana, las victorias de Kemal y la
incompatibilidad de los proyectos (reclamaciones armenas y kurdas se entrecruzan) lo hacen naufragar.
Como resumen de la situación generada por el reparto de Oriente, se puede citar a Charles Zorgbibe cuando
afirma que "en pocos años, los turcos lograron (...) [construir] un nuevo estado que será el más estable y poderoso
de la región. Por el contrario, en los Estados árabes desgajados del antigo Imperio los dirigentes que accedieron al
poder ofrecieron poca resistencia al dominio extranjero" (Zorgbibe, 1997, p.457)
17 Los árabes de Palestina y Siria reclamaban su unión: es la época, como hemos visto, de Faysal, del nacionalismo turco, de las insurrecciones en Egipto e Irak, etcétera...
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3 – El Estado de Israel y los proyectos de unión árabe (1947 – 1969)
Durante los años que van del final de la Gran Guerra a 1948, los británicos proponen varias soluciones que
acaban invariablemente en rechazo. Ante su pasiva gestión del territorio, árabes y judíos (especialmente los
segundos) se dotan de organizaciones sociales, políticas y militares y comienzan una lucha soterrada. En el tiempo
que va de 1920 a 1939, cuando se publica el Libro Blanco, gran Bretaña se desempeña y desentiende
progresivamente, a la par que va 'invirtiendo' los términos de la declaración Balfour y dando forma a una división
de Palestina de modo que la mayoría del territorio sea árabe y una minoría judía, además de limitando la
inmigración. El "abandono" británico en el último momento de su compromiso encona a los dirigentes judíos, que
secretamente se preparan para su independencia y para la guerra. Los árabes palestinos, en estrecho contacto con
sus países vecinos, hacen lo mismo. El mandato británico sobre Israel es un fracaso que sólo logró congelar la
situación durante veinte años. Poco más se puede decir de otros, como el de Francia sobre Siria.
La recuperación de una unidad árabe fue parte fundacional en el nacionalismo descolonizador, para algunos
autores poco más que una "simple traslación de la utopía unitaria del califato" (Laroui, 1984, p.57; en López Gacía,
2000, p.201). Palestina será, en los años de la efectiva descolonización auspiciada por la ONU, el motor de la fuerte
resurgencia de la idea unitaria árabe y su concrección en diversos programas, corrientes, partidos y líderes que
muchas veces entrarán en relaciones de competencia más que de colaboración por el ideal común.
Ya antes del abandono de Palestina, Gran Bretaña busca el consenso de varios líderes locales para hacerse cargo
de la región: los príncipes hachemitas, Nuri Said de Irak o Mustafa Nahhas de Egipto proponen diversos planes que
tienen en común la creación de grandes unidades territoriales árabes. Ninguno de ellos se concreta: sí lo hará, en
1945, un pacto internacional, la Liga de los Estados Árabes, buscando la cooperación para actuar con una sola voz
en todos los temas relevantes y, por tanto, muy relevantemente en Palestina.
El 14 de Mayo de 1948 se hace efectivo el plan de la ONU: la partición en dos Estados, uno judío y otro árabe,
más la internacionalización de Jerusalén. Israelíes y árabes se han ido armando y dotando de estructuras políticas y
militares, muy especialmente los primeros que ya cuentan con una pre-policía (la Haganah) y varias asociaciones
de corte terrorista (Stern, Irgun) bien armadas y dotadas. De ello se explica la sorpresa del mundo cuando, en la
inmediata acción coordinada desde las fronteras árabes, Israel vence y amplía su estado a costa del árabe, además
de lograr gran parte del control de Jerusalén. Sirve también la guerra como inicio de las primeras desconfianzas en
el seno de la "unidad" árabe, ya que Abdallah de Jordania aprovecha la debilidad de los territorios árabes para
anexionarlos (antes de que se doten de un gobierno, como quería el gran muftí de Jerusalem) y provocar la
transformación de Transjordania en Jordania. Egipto adquirió también la pequeña Franja de Gaza: al revés que
Jordania, suponía más una carga que una ampliación territorial.
El desastre y descrédito en los países árabes es grande, mientras comienzan los terribles problemas de lso
refugiados palestinos. Los viejos partidos y líderes nacionalistas, como Nuri Said, el Wafd o el Bloque Nacional
Sirio, son considerados anquilosados, viejos y separados del pueblo. Nuevas fuerzas, cargadas de ideas tanto
tradicionales como de progreso, aparecen.
Egipto, Siria e Irak se ven especialmente afectados por el auge de un movimiento de origen intelectual que
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impregnará especialmente a las elites militares, que se ven a sí mismas como las únicas con los medios y consenso
en torno a su figura como para promover un efectivo orden y cambio político en el caos reinante (López García,
2000, p.208). Se trata del panarabismo, un proyecto con diversas corrientes que busca aunar el nacionalismo árabe
(que propugna la unión de la nación árabe en un único estado) con un socialismo que, dependiendo de las
corrientes, será más moderno (en un sentido europeo y secular) o más imbricado en el islamismo y interpretación
de corte socialista de conceptos religiosos como la umma o el zakat18. En cualquier caso, la identidad relevante es la
arabidad y no la religión: prueba de ello es la importancia de los pensadores y políticos sirios baazistas de origen
cristiano o de la secta minoritaria alauí.
En el ejército de Egipto, en 1949, se genera el movimiento político de los Oficiales Libres. Paralelamente a los
Hermanos Musulmanes, creados en 1928, inician la lucha política contra el gobierno, anclado en la alianza entre el
rey Faruk y el nacionalista posibilista Wafd, aliados a su vez por conveniencia con Gran Bretaña. Entre 1950 y
1953, los disturbios se llevan por delante al viejo sistema político y a la monarquía e inspiran la creación de un
gobierno ocupado por los militares entre los que pronto descolla Nasser, que se convertirá en referente mundial de
la emancipación árabe (y, por extensión, del tercer mundo) por su liderazgo en la conferencia de Bandung de 1955
y, muy especialmente, al desafiar al antiguo colonizador – y "vencer"19 – en la crisis de Suez.
Mientras tanto, en la Siria francesa se ha instalado un falso sistema partidista que esconde, como en Líbano, la
preeminencia de un arcaico sistema de grandes familias y clanes con poderosa influencia. El descrédito de la guerra
de 1948 lleva a una convulsa época de golpes de estado que convierten a la política Siria en un caos. Los años de
ruido de sables desembocan, en 1954, en unas elecciones en las que aparece el partido Baaz de Michel Aflaq que,
entre el caos, ha ido adquiriendo popularidad e influencia en altas esferas, incluyendo las militares. El Baaz es un
partido nacionalista árabe, fundado por dos intelectuales, idealista y radical en su propugnación de un mundo árabe
unido y organizado según los cánones de un programa socialista de raíz árabe, no marxista. Su programa prevé la
llegada al poder por separado de secciones estatales del Baaz en todos los países árabes, coordinadas por una
dirección "nacional", para proceder a continuación a la reunificación árabe.
La coincidencia histórica de Nasser y el Baaz Sirio provoca la primera y última concrección del proyecto
panárabe: la República Árabe Unida. En 1958 se da la unión de las dos Repúblicas y a la promulgación de una
Constitución. El proyecto caerá por su propio peso: el nuevo país no está conectado geográficamente, tiene
diferentes legislaciones, elites y realidades históricas y sociales. El liderazgo de Nasser exacerba a un sector sirio,
que entiende el proceso como una anexión en lugar de unificación, y provoca un golpe de estado que en 1961
desgaja a Siria de la RAU. En 1962, Egipto sobrevuela la crisis provocada por el fracaso de la RAU al proclamar la
Carta de Acción Nacional que opta abiertamente por el socialismo y por un lenguaje de izquierda, casi comunista,
que se concreta en un fuerte programa privatizador y colectivista agrario. Mientras tanto, Siria surge de la crisis de
la RAU inmersa en un período transitorio en que las viejas élites recuperan espacio frente al Baaz e intentan
desmantelar las medidas y leyes aprobadas bajo su mandato. Sin embargo, en 1963, un golpe de estado entroniza de
nuevo al Baaz, que aún dura hasta hoy: en su primera etapa, radicalmente socialista, al-Atasi alinea a Siria con la
18 Muy esquemáticamente traducibles como "comunidad" y "limosna" y, en el pensamiento panárabe, asimilables a los conceptos socialistas de colectividad y redistribución de la riqueza.
19 Militarmente, fue derrotado; pero diplomáticamente jugó con habilidad sus cartas para lograr la desautorización de Estados Unidos y la Unión Soviética de la operación de Francia, Grean Bretaña e Israel.
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URSS y comienza la escalada que llevará a la guerra de 1967.
Iraq es otro país directamente afectado por los cambios en la zona. La monarquía hachemita, ante los
acontecimientos, busca su protección obligándose con occidente en el Pacto de Bagdad. Igualmente, reacciona ante
la RAU con una contra-unión de los reinos hachemíes de Irak y Jordania. Todo ello solivianta a un ejército influido
por las corrientes panárabes y nasseristas. Los disturbios del kurdistán y los conflictos sociales llevan a un
sangriento golpe de estado que derroca y ejecuta a la monarquía y el gobierno de Nuri Said. El nuevo gobierno
militar, según coordenadas panárabes, establece una troika militar sunní-shií-kurda bajo el mandato de Alí Qassem.
Sin embargo, las relaciones con la RAU son pésimas y se dan intentos de golpismo por parte del Baaz iraquí. Al
final, los conflictos de 1961 que provocan una guerra civil de la que, en 1963, va a salir líder el partido Baaz. Ello
no es suficiente para apaciguar las turbulencias de la política irakí: de 1963 a 1968 las dos figuras descollantes, Al
Bakr y los hermanos Arif20, se derrocan mutuamente en dos golpes de estado sucesivos.
1967 es la fecha clave de este ciclo corto de auge y caída del panarabismo. El movimiento nacionalista torna su
lenguaje especialmente agresivo en contra del Estado de Israel y por una defensa activa del pueblo árabe palestino.
La "guerra de los seis días", un completo desastre militar de las tres repúblicas gobernadas por el nacionalismo
socialista árabe (Irak, Siria, Egipto) más Jordania. A las pérdidas militares se suman las territoriales (Altos del
Golán, Sinaí, Gaza y Cisjordania, Jerusalén). El ínfimo consuelo que le queda al mundo árabe es la resolución 242
de la ONU que exige el retorno de Israel a las fronteras anteriores a 1967.
Las consecuencias son devastadoras para el gran proyecto identitario de unidad nacional árabe socialista y
producen, a su vez, el reequilibrio de las relaciones entre los países árabes de Oriente Medio:
– En Egipto, Nasser dimite y sólo vuelve al poder por aclamación popular. En Siria e Irak, las ramas locales
del Baaz se dividen en facciones que acaban fuertemente enfrentadas entre sí. No puede haber peor colofón para un
movimiento que aspiraba a la unidad árabe.
– Arabia Saudí surge en la escena internacional a través del poderío económico logrado por el
descubrimiento de petróleo en sus tierras. Ello le permite "comprar" su presencia internacional en la mediación en
el conflicto cuando, en la Cumbre Árabe de Jartum de 1970 decide asumir los costos de la derrota de 1967. Es el
inicio de toda una política de influencia saudí en las relaciones internacionales de Oriente Medio a través de la
financiación de la Liga Árabe y las relaciones privilegiadas de interlocución con Estados Unidos.
– Finalmente, Palestina surge como un sujeto activo en la reivindicación de sus derechos. Hasta entonces, los
gobiernos árabes habían buscado la "tutela" de la población palestina (López García, 2000, p.226), de la que se
esperaba fuese sujeto pasivo. La dirección de sus movimientos y acciones compete a los estados árabes: es por eso
que en 1963 la OLP no se crea espontáneamente sino por mandato de la Liga Árabe, con su Ejéricto de Liberación
subordinado al resto de ejércitos árabes. Ello provoca la indignación palestina, en la que empiezan a multiplicarse
los movimientos autónomos, siendo el más importante Fatah. La derrota de 1967 supone un giro radical: los países
árabes inician un período de descompromiso creciente21, lo cual deja espacio, voluntad y consenso a los grupos 20 El primero fue sustituido en 1966 por su hermano, igualmente apellidado Arif, al morir en accidente aéreo. Ambos representan el
nasserismo en las filas del baaz irakí21 Entre otros hechos, Nasser aceptará la resolución 242 en la ONU, algo que se había consensuado no hacer en la Cumbre Árabe de
Jartum.
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autónomos para organizarse y crecer, convencidos cada vez más de que la defensa de Palestina depende de ellos.
En 1969, la estructura de la OLP es copada por Fatah, con Arafat al frente, y por parte de la multiplicidad de
grupos autónomos palestinos, en esa época mayoritariamente fedayines de izquierda como el FPLP. En estos años,
se da una capilaridad de sus acciones por los territorios árabes vecinos, en donde reclutan ayudas y gozan de
autonomía: pese a estar constantemente robando espacios de soberanía a los estados árabes, todos les apoyan
formalmente, se comprometen con el movimiento y saben que parte de su imagen ante la propia opinión pública se
basa en ello. Este consenso se rompe en el Septiembre Negro de 1970, cuando Jordania, viendo amenazada su
soberanía y la posibilidad tanto de una insurrección interna animada por los grupos palestinos como de una acción
militar israelí dentro de sus fronteras, reprime brutalmente a la población refugiada palestina. Este grave conflcito
abre una fuerte línea de fractura entre los palestinos y Jordania (que seguirá reivindicando una interpretación de la
resolución 242 que suponga la anexión de Cisjordania) y supondrá el traslado de las bases de la OLP a Líbano,
añadiendo una problemática nueva a un país hasta entonces permanecido más o menos al margen de los conflictos,
con una prosperidad basada en la apertura al comercio exterior y a Occidente y una política caótica marcada por la
multiconfesionalidad, la existencia de grandes clanes familiares y las pretensiones de intervención de Siria en lo
que considera parte de su territorio historico y de Francia por su noción de "protectorado confesional".
4 – Nuevos escenarios de conflicto
La década de los 70 alumbra cambios de gran relevancia en Oriente Medio. Por un lado, la crisis petrolífera de
1973 invierte las tornas y pone momentáneamente a Occidente y a Israel en el lado débil de la balanza. Por el otro,
a finales de la década, aparece un nuevo Irán que marca el resurgir de una interpretación islámica de la identidad de
la zona y de sus conflictos: una re-islamización de conceptos e ideas no exenta de conflicto al suponer, asímismo,
una triple competencia de potencias regionales y simbólicas entre Irán, Irak y Arabia Saudita.
En general, los acontecimientos desde 1967 están marcados por el fin de todo tipo de unidad árabe y una
búsqueda de soluciones y caminos individuales que culminan, entre otras cosas, en los varios reconocimientos al
enemigo israelí y el abandono del padrinazgo de la causa palestina. Por otra parte, y en abierta contradicción con lo
primero, el nacimiento de la OPEP logrará la coordinación de políticas que no logró la Liga Árabe ni el
panarabismo: quizá porque, en este caso, a las consideraciones políticas se suman fuertes intereses económicos.
El principal actor y líder de las pasadas décadas, Egipto, inicia un período de desnasserización bajo la batuta de
Anuar el-Sadat. Al revés que la guerra de 1967, que se preveía total, la guerra que se inicia en 1973 es un conflicto
limitado e interesado, basado en la recuperación territorial del Sinaí para Egipto y de los Altos del Golán para Siria.
El conflicto, primer en el que los aliados árabes pueden vencer, finaliza con dos cambios de enorme relevancia para
la zona. Primero: el uso (ya preconizado por Nasser) del petróleo como arma. A través de la OPEP, organización
internacional creada en 1960 para coordinar las políticas petrolíferas de los estados productores, el mundo árabe
"castiga" a occidente con reducciones de la producción que elevan el precio del barril, sentando las bases para una
crisis económica y demostrando hasta qué punto en un mundo cada vez más globalizado existe la posibilidad de
aprovechar las interdepenencias, especialmente las económicas, para generar represalias cuyos efectos van más allá
de las intenciones iniciales22. Segundo, la firma de una paz separada con Israel por parte de Egipto, lo cual será
22 La crisis del petróleo también reforzó temporalmente la posición de la URSS, Atacó especialmente a Europa y dañó muy poco a EEUU, el principal objetivo de la operación, que importaba sólo el 6% de la zona de Oriente Medio (López García, 2000, p.268)
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considerado "por la comunidad árabe como una paz separada a la que los egipcios, por su carácter de padrinos de
oficio de los palestinos, no tenían derecho" (López García, 2000, p.279); el resto de los Estados árabes (que rompen
relaciones) y muy especialmente gran parte de la población árabe lo ven como una traición.
Una tercera consecuencia es el reforzamiento del movimiento nacionalista Palestino, consciente ya, tras tres
guerras, de la necesidad de evitar el padrinazgo por parte de los estados colindantes, siempre sospechosos de
pretensiones territoriales (especialmente Jordania). La OLP proclama su rechazo a la resolución 242, en cuanto
interpreta el problema como una cuestión de refugiados, y propugna la creación de una "autoridad nacional
independiente". De su constitución como sujeto político derivarán varias victorias fundamentales: en 1974 la
cumbre árabe reconoce el derecho a la independencia de Palestina, ese mismo año la Asamblea de la ONU admite a
la OLP como representante del pueblo palestino (sin derecho a voto pero sí a asistencia) y Husein de Jordania se ve
forzado a detener sus reivindicaciones. Ello culmina en 1994, en Oslo, con la creación de la entidad paraestatal (o
pre-estatal, como se pretendía) llamada Autoridad Nacional Palestina.
En 1975 comienza la guerra del Líbano, un país siempre en precario equilibrio e intervenido e influido por
potencias extranjeras. Los refugiados palestinos asentados en el sur provocan enfrentamientos a los que se suman
las viejas rencillas y diferencias de un país pluriconfesional. Comienza así la guerra civil entre dos bandos
confusos, débilmente alineados por criterios religiosos y políticos. La guerra se prolonga hasta 1985, y se complica
por las intervenciones Israelíes en el sur libanés con el propósito de luchar contra la efectiva autonomía palestina en
la zona (1978-1962). Mientras tanto, Irak ha reafirmado su voluntad de convertirse en potencia regional mediante la
llegada al poder del clan de los Tikrit: al-Bakr y, después, Saddam Hussein.
Sin embargo, el acontecimiento de más relevancia será la revolución iraní de 1979, un amplio movimiento
popular no sólo de matriz religiosa que tumba al corrupto y despótico régimen del Sha, aliado con occidente, que
había impuesto una modernización a marchas forzadas y reprimido la disidencia hasta alienarse a su propio pueblo.
La revolución, bajo el carismático mandato de Jomeini, no tarda en depurar a su ala izquierdista (el partido Tudeh,
principalmente) y en instalar una muy novedosa república islámica en Irán: un sistema político mitad republicano
mitad teocrático, basado en la identidad shiíta del Islam persa y radicalmente antagónico a Occidente tanto como a
muchos de sus vecinos: desde la wahabbita Arabia Saudí hasta el Baazista Iraq de Hussein, que se lanza
inmediatamente una guerra contra Irán motivada por el deseo de control del estrecho de Shatt-al-Arab. Dicha
guerra contaba con que Irán sería un rival desorganizado y debilitado: sin embargo, el Irán revolucionario resiste el
embate. En 1987-88 la guerra, prolongada en exceso e influyente en los mercados internacionales del petróleo, hace
intervenir a las superpotencias que fuerzan la firma de un acuerdo de paz. El Irán revolucionario nace como un
actor fuertemente desestabilizador del equilibrio de la zona, y dipuesto a usar el shiísmo como arma de prestigio en
su exterior: en 1987, peregrinos iraníes intentarán ocupar los Santos Lugares de La Meca, provocando reacciones
contrarias en todo el mundo y contribuyendo a exacerbar la siempre latente tensión religiosa entre sunníes y shiíes.
Arabia Saudí es otro actor en ascenso. La paulatina retirada del liderazgo egipcio-sirio en la zona deja vía
expedita para las intenciones de este estado que, entre otros factores, propugna una visión del Islam sunní
fuertemente radical y proselitista. Erigido como financiador de 1967, en 1971 lidera la independencia de los
emiratos de la Península Arábiga y en 1973 el uso del arma del petróleo. Pese a su wahabbismo, la familai
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gobernante es cauta y prefiere jugar un tenue equilibrio, mantieniendo una fluida interrelación con Occidente. Su
apoyo a la causa árabe es verbal y financiero, pero su alianza con Estados Unidos ha permanecido inquebrantable.
5 – El final de la Guerra Fría y la lucha por el control del área
El fin de la guerra fría golpea especialmente a los países y grupos que mantenían relaciones privilegiadas con la
URSS, especialmente Siria, si bien el socialismo lleva ya años de decadencia. Es el momento del resurgir del
fundamentalismo islámico, que va a generar una revisión de las identidades por la cual, por ejemplo, un país no
árabe como Irán podrá hacerse punto de referencia de las luchas de Hezbollah en Líbano o de los yemenitas shiíes
contra Arabia Saudí.
En 1987 se lanzó también la primera intifada, que sanciona la creciente separación entre la OLP y la juventud
palestina, dispuesta a la acción autónoma e inconsensuada en estallidos de movilización y violencia. El abandono
de los páises árabes del padrinazgo palestino es patente, y la OLP va moderando sus pretensiones para buscar vías
de consenso: el Consejo Nacional Palestino de 1988 reconoce la resolución 242 de la ONU y autoridades palestinas
acuden a negociar en la misma mesa que Israel en Madrid, en 1991.
La década de los 90 deja notar la nueva supremacía estadounidense. La intervención del Golfo, ya comentada,
supone la creación de una amplia coalición, también árabe, contra la invasión de Kuwait por parte de Irak. En el
Líbano, acaba el enfrentamiento dejando a un país dividido e intervenido. En 1991, la conferencia de Madrid inicia
un proceso de negociación largo, que aún contnúa hoy, intentando romper el conflicto palestino-israelí en torno al
lema "paz por territorios".
Sin embargo, el cambio más relevante de esta década es más profundo e interno. La caída de la URSS ve
alumbrar el supuesto "nuevo orden mundial" y en verdad parece que, tras la cautela de Bush y la "hegemonía
benévola" de Clinton existen ciertos resultados. Surgen negociadores como Baker, o conferencias como Madrid o
Oslo. Siria busca, en su integración en la alianza de la guerra del golfo, una realineación ante la eventual caída de
su patron histórico soviético: sólo el Irak aislado de Hussein y el Irán revolucionario son, en 1991, abiertamente
antagonistas a la hegemonía estadounidense.
Sin embargo, el viejo fenómeno del islamismo está creciendo. Quizá su primer gran adalid fue Saddam Hussein
que, pese a encarnar en su persona a los viejos regímenes baazistas militares y seculares, utilizó en las guerras del
golfo la pregnancia de la religión para interpretar los conflictos de un modo confesional. La decisión de Bush de no
avanzar hacia su derrocamiento en 1991 redundó, en el mundo árabe, en cierto prestigio de su persona, supuesta
víctima de una coalición interesada del enemigo occidental con las corruptas monarquías y repúblicas árabes.
En esta década surgen algunos de los actores más importantes. En el Líbano, la minoría shiíta conforma el
Hezbollah, partido de Dios, al que dotan de una estructura similar a la de la experiencia histórica de los Hermanos
Musulmanes: no sólo es un partido, también ofrece servicios a la población y tiene un brazo armado, llegando a
sustituir al Estado. En Palestina surge con fuerza Hamás, que se enfrenta a los tradicionales partidos de inspiración
panárabe o comunista, atrayéndose hacia sí consenso de los desencantados con el proceso negociador abierto por la
OLP que – implícitamente – viene a reconocer la piedra angular del conflicto, el derecho de Israel a existir. En
todos los países, fuerzas moderadas como los Hermanos Musulmanes registan un ascenso: en Jordania, con la
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llegada de las elecciones de 1989, se demuestra que la población opta mayoritariamente por el islamismo. Incluso
en la moderna Turquía, en la que el secularismo impregna a las estructuras estatales desde sus orígenes, el llamado
"demoislamismo" va a crecer hasta llegar, en 2002, al poder de modo democrático pero no exento de conflicto.
Finalmente, la guerra de Afganistán es el motivo del nacimiento del grupo de origen saudí Al Qaeda, el cual
propugna un panislamismo radical de matriz wahabbita y una "resistencia" y guerra islámica a la dominación por
parte de Occidente que se concretará en multitud de acciones locales previas a su gran "puesta en escena"
internacional: los atentados del 11 de Septiembre contra las torres gemelas de Nueva York.
Dichos atentados provocaron la generación de un discurso universalista estadounidense neoconservador,
concretado en el National Security Strategy de 2002. La nueva visión de Estados Unidos proclama al terrorismo
mundial como el nuevo enemigo en un nuevo tipo de guerra que justificará sus acciones militares. Tras las cautelas
de Bush Sr. y Clinton, y sus pretensiones negociadoras, el gobierno de Bush Jr. fijará en el diseño de un Oriente
Medio a la medida de Estados Unidos el centro de su política exterior. La conceptualización de este terrorismo
global, que pasa por alto las innumerables diferencias confesionales en el mismo seno del Islam, será pronto
distinguida por los musulmanes en todo el mundo como una enmienda a la totalidad del Islam. La propia
administración Bush, en un giro fuertemente conservador, no ocultará ciertas pretensiones de "guerra santa" al
buscar la legitimación interna con referencias a Dios.
La nueva política exterior provoca una primera intervención en Afganistán que desaloja del poder a los talibanes,
facción radical de un islamismo fundamentalista que podría dar apoyo logístico a Al Qaeda. Si esta primera guerra
se libra fácilmente y puede tener cierta justificación, no la tiene la creación de un "eje del mal" a la medida de los
intereses estratégicos norteamericanos entre los cuales se incluye a los baazistas e irreconciliables Siria e Irak y a
Corea del Norte. La segunda intervención, en Irak, se hace en nombre de las supuestas armas de destrucción masiva
que el caduco régimen se supone albergaba. Las consecuencias serán trágicas: la intervención militar es veloz pero
la administración se encuentra incapaz de administrar el orden de posguerra. Vuelven las divisiones entre kurdos,
shiíes y sunníes, exacerbadas por la violencia confesional y el auge del islamismo que están detrás del patrocinio
iraní de los shiíes irakíes y de la creación de grupos sunníes ligados más o menos a Al Qaeda. La imagen de
Estados Unidos se erosiona brutalmente tras los casos de torturas y detenciones arbitrarias. Crece también el
colaboracionismo estadounidense con dictaduras que mantengan a su población de tendencia islamista reprimida:
tal es el caso de Mubarak en Egipto o Musharraf en Pakistán.
El rediseño de Oriente Medio, en definitiva, no llega y exacerba a los actores involucrados, provocando un
rebrote de las hostilidades, esta vez mayoritariamente interpretadas en clave religiosa. En este panorama, el Irán de
los conservadores Ahmadinejad y Jatami se ha erigido, más que nunca, en potencia regional de especial alcance
simbólico. Su voluntad de extender su padrinazgo simbólico al Islam – y no sólo a los shiíes – se deja entrever en
su apoyo y "nuevo padrinazgo" de la causa palestina contra Israel. Su duplicidad respecto al programa nuclear
inquieta no sólo a Occidente, sino también a potencias regionales que ven cuestionado su papel, especialmente
Arabia Saudí23. La expansión de las ideas fundamentalistas, ahora que se había logrado sentar a los viejos
representantes palestinos e israelíes, amenaza con un recrudecimiento del conflicto como se ha podido ver en las
campañas israelíes en el Líbano (operación Uvas de la Ira) o en la construcción del muro, las nuevas colonias y la
23 La guerra ha dejado el camino expedito a Irán, al liquidar al fuerte contrapeso irakí, que sirve de estado-tapón hacia la península arábiga, desde siempre débil demográfica y militarmente.
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entrada de ultraderechistas como Agvidor Lieberman en el gabinete. Los nuevos actores, en ambos bandos y fuera
de ellos24, niegan legitimidad a los anteriores y dificultan la salida negociada del conflicto. Todo ello convierte a
Palestina, el Líbano e Irán, muy especialmente, los lugares donde se va a jugar el futuro de Oriente Medio
24 Hezbollah no es parte palestina en el conflicto, pero su colusión con Hamás y su pretensión desestabilizadora contra Israel es patente.
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Conclusiones finales
1. La gran tragedia de origen de Oriente Medio es la inexistencia anterior de fronteras delimitadas, su
pertenencia a un gran espacio religioso, cultural y étnico (islamo-árabe) con una nutrida presencia de
minorías (armenos, turcos, kurdos) y de religiones y sectas (shiies, sunnies, drusos, ismailíes, cristianos
ortodoxos, de rito antiguo o católicos, iglesia armena, maronita, coptos, etc...) que, mientras subsumidas en
el Imperio más o menos nominal Otomano, reducian sus conflictos y líneas de fractura a lo eminenemente
local e inmediato pero que, ante la caída de éste y la extensión de la forma estatal y nacionalista de
independencia, provocan la aparición aquí y allá de varios proyectos nacionalistas e identitarios de diverso
tipo que van a chocar en sus pretensiones y a hacer de sus diferencias fuentes de enconamiento y conflicto.
En este juego terrible, y ante los compromisos contradictorios adquiridos, Gran Bretaña va a ser el
principal demiurgo que urdirá y desurdirá planes de división y reparto, bajo diversas presiones, encerrando
entre sus nuevas fronteras no pocos de los orígenes de conflictos que se remontan hasta hoy. Los problemas
fundacionales de los estados árabes tendrán un largo recorrido histórico y la mayoría de ellos, irresueltos,
llegan hasta el día de hoy:
1. La división étnica y religiosa del Irak. Desde el rey Faysal, ya desde el inicio contestado en amplios
sectores por sunní y beduino, los dirigentes irakíes han sido musulmanes sunníes gobernando una
mayoría shií, que en cuestiones religiosas se siente más cercana al vecino Irán, y kurda, que anhela aún
hoy una reunificación estatal de su pueblo y en cuya zona se enclavan los principales recursos
petrolíferos de Irak.
2. El nacionalismo árabe, sea formulado en términos independentistas (en los años de la posguerra
mundial) o socialistas panárabes (con la creación del Baaz, la RAU y Nasser), que denuncia la artificial
división de lo que es un único pueblo, una única nación, y cuya influencia sigue siendo relevante y no
exenta de argumentos a su favor.
3. La artificialidad manifiesta de estados como Líbano o Jordania, unida a la no-estatalidad de sujetos
políticos altamente integrados como el pueblo kurdo. Los irresueltos sincretismos política-clan-
religión, que se concretan en casos como la coincidencia entre alauismo, baaz y alta política en Siria,
las "Repúblicas hereditarias" o la política de clanes familiares-religiosos de Líbano (los Jumblatt
drusos, Yemayer maronitas, etc...)
2. Por otra parte, el Islam impregna la historia de Oriente Medio y preconfigura las realidades occidentales,
que se "adaptan" al pensar musulmán y no al revés. Ese fue el caso del panarabismo, un tipo de socialismo
que buscaba, pese a todo, radicar los conceptos en la tradición árabe. Por otra parte, el fundamentalismo
actual no es una expresión nueva, sino el resurgir de un sentimiento antiguo de 'salafismo' o retorno a los
califas "bien guiados" y a una idealización del pasado como panacea de los males del presente. Las
semillas de este pensamiento son antiguas, siendo las más importantes:
1. El wahabbismo como movimiento proselitista, aliado con una élite local y fundamentalista, seguidor de
la escuela Hanbalí de pensamiento jurídico islámico. El papel promotor de Arabia Saudí como estado.
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2. El salafismo radical emanado de los Hermanos Musulmanes en Egipto, especialmente la figura de
Sayyid Qutb.
3. El irredentismo shiíta, tradicionalmente perseguido y reprimido y, desde la revolución Iraní, dotado por
fin de referentes simbólicos, programa y de un poder de ejemplaridad muy fuerte.
3. El intervencionismo de las potencias occidentales en Oriente Medio es histórico. Los únicos sujetos
políticos que han podido sustraerse a ello son la Turquía kemalista y la Arabia Saudí, esta última siempre
dependiente de una red de alianzas para garantizar su seguridad. Los cambios históricos en el mundo
occidental determinan, en cierto sentido, los tipo de intervención e influencia ejercitados:
1. Antes de la Guerra Fría: Las potencias con ambiciones marítimas se habían dividido el Magreb y el
Levante. Gran Bretaña fue la potencia más intervencionista y cuyos compromisos secretos,
contradictorios en muchas ocasiones, influyeron más decisivamente en la partición de Oriente Medio.
La Alemania y Rusia imperiales intentaron extender su influencia, especialmente en Persia y a través
del Imperio Otomano. En la primera descolonización, Francia y Gran Bretaña ejercieron un papel
hegémone, siendo la promesa del Hogar Nacional Judío el hecho más decisivo.
2. Durante la guerra fría: El eje imperial se ve sustituido por el eje ideológico y de bloques. La llegada
del socialismo árabe provoca un fuerte intervencionismo y patrocinio de la URSS en la zona, no exento
de contradicciones ya que la propia URSS, visto el carácter socialista de sus primeros líderes, había
sido un valedor del nacimiento de Israel. La contención estadounidense atrae para sí a la Arabia Saudita
rica en petróleo e insegura en defensa, mantiene lo que puede el régimen dictatorial de Persia, ayuda a
la Turquía kemalista y, con el fin del auge del panarabismo, comienza a recuperar terreno hasta
convertirse en el aliado preferente de gran parte de los países árabes.
3. Actualidad: La emergencia de un Irán fuerte e independiente, con la carga simbólica que ello conlleva;
más los fracasos de las intervenciones militares en la zona, llevan a un punto delicado para la
hegemonía estadounidense, hasta hace poco incontestable y hoy más que nunca en entredicho.
4. Las opiniones públicas árabes son y han sido muy receptivas a los mensajes de apasionada defensa de la
población "hermana" árabe de Palestina. Los líderes árabes han sabido siempre que una intervención
militar ante un rival bien armado y apoyado por Occidente es difícil, pero, por otra parte, los efectos de una
victoria (como Nasser había comprobado en 1956) sobre ya no sólo la población civil local, sino la
arabidad en su conjunto25, pueden ser espectaculares. No se puede desdeñar el papel interesado que la
recogida de la "bandera" de la defensa de Palestina ha tenido en las pretensiones de algunos líderes de
afianzar o catapultar su imagen interna y externa: actualmente, y ya dimitidos de su papel tanto Siria como
Egipto, la "bandera" palestina ondea especialmente en Teherán, Líbano y (menos) Trípoli.
5. Se pueden conceptualizar tres grandes "oleadas" de pensamiento, distinguidas por la búsqueda de
soluciones supraestatales a los problemas de Oriente Medio: el nacionalismo árabe de la descolonización
25 E incluso, en la época actual, en la "islamidad", a la luz de la interpretación en clave religiosa por la cual los palestinos no son reprimidos por Occidente en cuanto árabes sino en cuanto musulmanes.
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(principalmente burgués), el nacionalismo panárabe (principalmente socialista y militar) y el panislamismo
actual. El primero fue más disgregado, el segundo y tercero se han configurado como soluciones globales e
interpretaciones unívocas de los problemas internos de Oriente Medio y su confrontación con Occidente.
No son compartimentos estancos, y en algunos casos se apoyan mutuamente. Los tres grandes movimientos
propugnan la necesidad de una respuesta global de dos sujetos diversos: la arabidad o el mundo musulman.
El primero se concreta en la Liga Árabe; el segundo en la Conferencia Islámica: no es casual que ambas
sean las únicas OIG que destinan un asiento a Palestina en condiciones de igualdad. Sin embargo, ninguna
de las dos ha logrado superar absolutamente a la otra: lo religioso y lo político siguen siendo difícilmente
diferenciables en el mundo islámico. De ahí la identificación entre estado y religión que opera en Irán o
Arabia Saudita, la preponderancia sunní o alauí de los partidos supuestamente laicizantes Baaz de Siria y
Irak o el uso de la religión para legitimar todo tipo de propuestas políticas como la Jamahiriya (república
popular) de Libia o el régimen de los últimos años de Saddam Hussein.
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VALORACIÓN FINAL
Analizar por separado el papel internacional de Estados Unidos y la evolución de Oriente Medio llevan a la
persona que realiza el trabajo a una inevitable coincidencia en el tramo final de cada uno de los apartados: como si
se tratase de una traca final, los acontecimientos vienen a coincidir y desatarse en los últimos años, provocados en
gran medida por la torpe intervención de la administración de George Bush Jr. en una zona extremadamente
complicada y convulsa.
Por momentos parece que el estadounidense, como máxima expresión voluntarista del occidental; y el islámico,
sean dos modos de ver el mundo destinados a no entenderse, obligados a la imposición del uno sobre el otro como
único modo de interlocución. En definitiva, volviendo a 1914, se trata del fracaso del sueño Wilsoniano que, por
muy encomiable que parezca a ojos de un occidental hoy día, despierta una pregunta insuficientemente formulada:
¿es que estaba el mundo preparado para la extensión de la forma de organización estatal occidental? ¿No era esa
una visión extremadamente centrada en los propios valores, en la infalibilidad del Estado de Derecho y en la
democracia, sin parar a preguntarse qué condiciones previas deberían darse? No se trata de renegar del contenido,
lo cual nos lleva a un relativismo desmoralizante, sino de plantearse que la complejidad del mundo y,
especialmente, de las diversas culturas y sus cosmovisiones hacen que un programa de paz para el mundo no pueda
basarse en 14 puntos programáticos que asumen visiones y realidades que nosotros damos por descontado... pero
otros, no.
Es, en definitiva, el signo del flagrante fallo de todo intento de modernización occidental en Oriente Medio. Sea
impuesta desde fuera o desde dentro, incluso siendo adaptada al islam como muchos autores panárabes intentaron.
Quizá se necesitaban estos fracasos para que tanto el mundo occidental como el árabe o islámico se dieran cuenta
de los propios errores e ideas falsas. Para atender más a la dimensión cultural del problema. Para empezar a
considerar, desde occidente, al islam no como un bloque homogéneo y enfrentado a nuestra visión, sino como una
religión vasta y compleja. Para comprender que la imposición de modos de pensar y organizarse ajenos no
funcionan y derivan, generalmente, en represión y dictadura. Para la búsqueda conjunta de alternativas.
No deja de ser sintomático el órdago de Irán al mundo. La joven república exhibe chulería, y tiene razones para
hacerlo. Su independencia es obra suya. Su programa nuclear es suyo. Su política exterior, la dicta ella. Su
radicalismo ha sido espejo del radicalismo de Bush. Si se ha convertido en un triste referente, es porque encarna
simbólicamente una nueva vía autónoma, oriental, islámica. Recoge la herencia del "padrinazgo" de Palestina,
amenaza a Israel como ayer lo hacía el Egipto de Nasser y aúna consenso en las poblaciones.
Políticas militaristas y de negación del enemigo como la de Bush Jr. sólo pueden crear más Iranes mientras
siguen apoyando al otro triste contendiente del juego, los países como Arabia Saudí o Egipto, que buscan el
mantenimiento represor de una casta en el poder mediante el alineamiento interesado con occidente.
Se impone la necesidad, para todos, de una paz en Oriente Medio. Los mecanismos a utilizar son complejos y no
están claros. Los últimos años nos han dado, al menos, la medida de lo que nunca hay que hacer.
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BIBLIOGRAFÍA
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