el paternalismo - manuel artiles

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Las perspectivas posibles de la noción de paternalismo no están en general, según nos parece, suficientemente estudiadas en sí mismas. Nos proponemos por lo tanto incluir nuestro aporte en el contexto que orienta el conjunto de trabajos del presente volumen y que apuntan convergentemente a la figura de: el padre.

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EL PATERNALISMOManuel Francisco Artíles

Las perspectivas posibles de la noción de paternalismo no estánen general, según nos parece, suficientemente estudiadas en sí mis-mas. Nos proponemos por lo tanto incluir nuestro aporte en elcontexto que orienta el conjunto de trabajos del presente volumeny que apuntan convergentemente a la figura de: el padre.

Diversos son los niveles posibles de análisis de esa noción depaternalismo; nos esforzaremos en la medida de nuestras posibili-dades, por plantear elementos que la clarifican en el espectro teó-rico estructural y relacional concreto. Estos elementos hacen posibledevelar el trasfondo ideológico que aparece en sus distintas concre-ciones como "actitudes-comportamientos" en dependencia de las"ideas-representaciones sociales" que las dirigen.

Obviamente podemos hacer una "lectura" del término mismoen cuestión. Hablamos de paternalismo. Aquí el "ismo" es un sufijode "paternaT. Un sufijo con un particular carácter de desdeñoso,de peyorativo calificativo del término "paternal" al cual está auna-da-mente vinculado. Y de eso se trata, de señalar con tal construc-ción gramatical una desviación que la paternidad puede padecer.Si el comportamiento y el sentimiento paternal son lo bueno y ge-nuino, el paternalüwrao será expresión negativa y adulterada de laconducta de un padre con su hijo así como el barroquismo o el pa-cifismo serán expresiones negativas y adulteradas del arte barrocoy de la búsqueda de la paz, respectivamente.

En el Diccionario de Sociología, editado por H. Pratt Fairchild *se nos dice que el paternalismo es la "forma de dominación yprotección que se asemeja a la ejercida por el padre sobre el niñopequeño. Hay paternalismo político, industrial, etc.". Se trata porlo tanto de un determinado comportamiento ("de dominación yprotecci6n") que es figurable analógicamente ("se asemeja") alque puede tener un padre con su hijo ('niño pequeño"). Compor-tamiento que, como se señala, se hace visible en lo "político","industrial", más los "etc." que ocuparán nuestra atención comoalgo más que el neutro y generalizador apéndice de una definición.

1 H. Pratt Fairchild, Diccionario de Sociología, p. 212, Fondo de Cul-tura Económica, México-Bs. As., 1960.

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Estamos pues, ciñéndonos al Diccionario, ante una determi-nada modalidad relacional del comportamiento humano, indivi-dual y social, que se nos hace perceptible por la peculiar formaque presentan el tener (dominar) y el dar (proteger) vinculadosa la posible relación de un padre respecto de su hijo pequeño, esdecir, de alguien socialmente ubicado en condiciones de supe-rioridad ("sobre") respecto de otro en inferioridad, en relaciónde dependencia por lo tanto.

LA FIGURA DEL PADRE

Tratemos ahora de orientarnos a nuestro tema desde el ánguloque se nos ofrece primariamente como la radical del mismo: lafigura de "el padre". En relación a ella surge como "idea-represen-tación social", generadora de la "actitud-comportamiento" que lees correlativo, la noción de paternalismo.

Aclaremos los términos. Nos parece aceptable entender por"ideas representaciones sociales", "las ideas políticas, jurídicas, mo-rales, religiosas, estéticas y filosóficas de una sociedad determinada.Estas ideas se dan bajo la forma de diversas representaciones delmundo y del papel del hombre dentro de él".2 Por "actitudes-com-portamientos", "el conjunto de hábitos, costumbres y tendencias areaccionar de una determinada manera".3 Ambos elementos funcio-nan respectivamente como sistemas de percepción y expresión delas mismas en el interior de las ideologías, entendidas no como "re-presentaciones objetivas, científicas del mundo, sino representacionesllenas de elementos imaginarios; más que describir una realidad, ex-presan deseos, esperanzas, nostalgias... pueden contener elementosde conocimiento, pero en ellos predominan los elementos que tienenuna función de adaptación a la realidad. Los hombres viven susrelaciones con el mundo dentro de la ideología. Es ella la quetransforma su conciencia y sus actitudes y conductas para adecuarlasa sus tareas y a sus condiciones de existencia".4

La Metapsicología psicoanalítica a partir de Freud, nos afirmaque hay un "momento" en la vida de todo hijo en el cual el padreadquiere una relevancia definitiva que lo ubica plenamente en surol genitor. Es el "momento" que enfrenta todo niño y en el cualse ve abocado a la dolorosa tarea de asimilar su autodefinición per-sonal, su autonomía en crecimiento, su identidad en fin.

2 M. Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico,Ed. Siglo Veintiuno, Bs. As., 1973, pág. 97.

3 Ibid., pág. 98.* Ibid., pág. 98.

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Ligado a la madre con fuertes raíces psicobiológicas que semanifiestan en el irracional nivel de lo emocional y que la palabraDeseo, psicoanalíticamente entendida, concreta, debe desprendersede tal ligazón para encaminarse a su plena personalización, es decir,su identidad individual, gracias a la identificación con su padre. Enla madre se halla su pasado, hecho de lo imaginario, de lo apersonal,de la ilusión de la felicidad perfecta, "oceánica", del predominio delo irracional y emocional que lo cierra a la percepción de "el otro" yel mundo, la realidad. Es la figura del padre quien lo abre e instalaen la realidad, surgiendo en su vida como Modelo, como Ley ycomo Promesa de futuro y libertad. El vínculo madre-hijo está sella-do por las experiencias primarias de unión y fusión afectivas que elsujeto querría ver perdurar, corriendo así el riesgo insuperable deuna tortuosa inmadurez evolutiva. La imagen paterna implicará asu-mir una distancia y una renuncia respecto de lo que la madre repre-senta para el niño y con esto una percepción, aún pre-moral, de laLey, como señalamiento relaciona!, limitativo y exigitivo respecto delmero deseo narcisista que aspira a la posesión total y definitiva deese 'bien" que la madre simboliza, al irracional deseo de serlo ytenerlo todo.

El padre es ese "tercero" que aparece señalando los límites quela realidad marca en toda vida, en sí misma y en sus circunstancias.El esférico y cálido mundo de lo imaginario es hendido por esa pre-sencia y gracias a ella surge la dimensión de un devenir personal queimplica la aceptación de sí mismo y los otros, de la propia libertad,del futuro creativo, de la vinculación intencional con los otros, deuna existencia que se hace coexistencia, de una existencia que sehace historia.

Frente a mi padre, Modelo, Ley, Promesa, adquiero concienciade que la palabra que me dirige diciéndome: —tú eres mi hijo— me•señala mi propia identidad personal por la cual descubro que "ellos",mi madre y mi padre, son "otros" y yo soy "Yo". "El padre es aquelen quien y por quien adviene la diferencia",5 sintetiza muy bien GuyRosolato. El padre simboliza "la interdicción y la fuerza disciplinanteque permite, por el dominio de los deseos, la formación psíquica delser humano".6 Y es a partir de esa "renuncia" y "dominio" queel niño va conformándose al mundo de sus padres, a las múlti-ples exigencias socio-culturales de los mismos, sus representantesy su entorno más o menos distante. Es decir, acepta encaminarsepor las vías de una humanización únicamente alcanzable por laadecuada socialización cuyo cauce pasa lógicamente, pero no ex-clusivamente, por las figuras parentales, intermediarias ambas desu ubicación en el mundo. "Inspirado" en sus padres moldeará sus

5 G. Rosolato, Du Tere, en: L'Evolution Psychiatrique, París, T. XXXI,pág. 476.

6 G. Mauco, Psicoanálisis y Educación, Ed. Carlos Lohlé, Bs. As., 1969,pág. 45.

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propias conductas y pautas de inserción social en una sociedadque en definitiva ya ha sido interiorizada por él, dado que ha sidoella la que a su vez, ha "inspirado" y pautado los recursos y mo-dalidades educativas de esa matriz parental en la cual surge comoindividuo.

Psicodinámicamente pues, "liquidadas" esas identificacionesprimarias (al padre y a la madre), que temporariamente son útilesal niño para alcanzar su identidad, queda éste ubicado en el juegode interrelaciones sociales donde, positiva o negativamente, desarro-llará su peculiar modo de existencia como adulto.

El padre paternalista

Dijimos más arriba que el padre enfrenta a su hijo con la reali-dad. Expresamos también que es a través de las ideologías, en su"función de adaptación a la realidad", cómo "los hombres viven susrelaciones con el mundo" transformando según aquellas "su concien-cia y sus actitudes y conductas para adecuarlas a sus tareas y a suscondiciones de existencia".7

Corresponde ahora que nos centremos en la descripción del padrepaternalista, es decir, de cierta modalidad del ejercicio de la pater-nidad que se ve realizada según pautas de conducta que repro-ducen al nivel familiar una ideología caracterizable precisamentecomo paternalista.

Podríamos decirlo todo afirmando que si según G. Rosolato:"el padre es aquel en quien y por quien adviene la diferencia",y ya sabemos lo que "diferencia" implica, el padre-paternalista esaquel "en quien y por quien adviene" la in-diferenciación... Lasconsecuencias son obvias. La trascendencia de las mismas surgeclaramente en un texto de J. M. Pohier: "No puede haber relaciónni comunicación sino en el campo en el cual diferencia y similitudse encuentran establecidas por el reconocimiento de la separaciónque hace de cada uno un irreductible incomunicable respecto delotro en aquello que le es específico. Xo hay posibilidad de iden-tificación constructiva sino en el reconocimiento de la separación yla diferencia: es entonces cuando el hijo puede devenir semejanteal padreé5 El padre paternalista, por la confusión e indiferenciaciónque inspiran su conducta, "castrará" a su hijo impidiéndole la posi-bilidad de ser a su vez padre al intentar mantenerlo definitivamente"ahijado".

Lo que antecede nos va dando ya las notas donde resuenanuestro tema.

7 M. Harhecker, o. c, pág. 97.8 Pohier, La patemité de Dieu, L'Inconscient, 1968 (N9 5), pág. 7.

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Situado ante el autoritarismo violento del padre que exige su-misión incondicional e impone arbitrariamente su voluntad (—"aquíel padre soy yo!") en un desacreditado estilo, clásico diríamos, ecodel "patriarca" romano; y ante la moderna versión del "padre-com-pinche" que oculta su impotencia de autoridad tras guiños y pal-maditas de complicidad alentadora (—"vos y yo nos entendemos,eh?"), el tipo paternalista de padre podrá verse, sutil pero efec-tivo en la apariencia de un amor cuya solicitud tutelar resultaparalizante y anuladora de su objeto. "Un amor paterno semejanteasfixia y paraliza al hijo en lugar de conducirlo a la autonomía. Loque hace particularmente nociva esa tutela afectiva es que desarmaal que se somete a ella. La autoridad brutal puede provocar la rebel-día o suscitar el afán de lucha. En cambio, el paternalismo, consus manifestaciones de amor posesivo inhibe las fuerzas de eman-cipación. Ata al sujeto con los lazos de aparente ternura que leimpiden afirmarse y le obligan a ser un objeto para el padre abu-sivo . . . La angustia entonces es grande, porque la culpabilidad seve aumentada cuando es preciso liberarse de una influencia quequiere pasar por amorosa y no pide más que amor y sumisión"9 diceacertadamente G. Mauco, quien señala un elemento que nosotroshemos subrayado en el texto original: las "manifestaciones de amorposesivo", por considerarlo clave, en un plano psicológico, de estatrágica adulteración de la paternidad. Párrafos más abajo desarro-llaremos este concepto.

En el paternalismo se halla un peculiar componente de sutilezaque hace su poder impalpable y por ende temible. Un padre auto-ritario, desembozadamente dictatorial, claramente evidencia su jue-go en la represión10 por la cual intenta cerrar el paso a su hijo pre-sentándose al mismo predominantemente como La Ley. •. el pa-ternalista pensamos que se hace sentir por otra instancia que lla-maremos presión; aparece el padre, pre-dominantemente, como Mo-delo. Si la represión cierra el paso, la presión empuja suavementehacia donde se quiere que el otro vaya. ¿Y puede haber presiónmás sutil y penetrante que aquella que se reclama del amor dado,de la gratitud debida, de la abnegación ofrecida, de las excelentesintenciones, de los sacrificios realizados, de la experiencia previso-ra, de la tutela vigilante?... no hay hipocresía alguna en todoesto.. . y allí está lo desesperante para el hijo.. . ¿porque cómodefenderse y aún enfrentar a quien sólo puede acusarse de unexceso de solicitud y buenas intenciones? Justamente el "exceso" deinocentes y pequeñas ligaduras perdió al gigante Gulliver entre losenanitos juguetones.

Ha sido Heidegger quien elaboró la idea de solicitud (Sorge)como optimación de un vínculo relacional acuñado en un autén-

9 G. Mauco, La Paternidad, p. 44, Ed. Studium, Madrid, 1973.10 Este término lo usamos en su acepción corriente, no psicoanalítica.

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tico reconocimiento de "el otro" y que se da en la responsabilidadpor el mismo. Un modo tal que convierte a la autoridad en alguiencapaz de autorizar al otro, es decir, de hacerlo autor de sí mismopor la mediación solícita de quien, en nuestro tema, sería elpadre. Pero el paternalismo traiciona tal solicitud así concebida,instrumentándola para sus fines de dominio captativo. Psicoanalí-ticamente esa captación, que hace del hijo una posesión, nos pa-rece netamente narcisista, especular, en el sentido de que ese"otro" es desconocido en cuanto "otro" y amado como semejanza,como prolongación de sí. En un amor paternalista no se "dan" hijosal mundo sino que "se tienen". La vivencia constante de tal padre, yesto con una generosidad consciente habitualmente, es de que sushijos sean y vivan a su imagen y semejanza... Ciertamente se es unpoco Dios en tal actitud, y no es infrecuente verla en personas queadhieren a convicciones religiosas cristianas. La tríada clásica, Dios,Padre, Rey, resuma su antiguo sabor en el la . . . El carácter genitory de autoridad se entremezclan aquí superyoicamente, es decir, comouna vivencia internalizada del deber moral que transita y se encar-na en las figuras concretas que la familia y la sociedad proponen alniño a fin de pautar su conducta.

De aquí que una de las secuelas educativas en los hijos asíamados, es la culpa. Dijimos que, en lo manifiesto, la autoridad esejercida en este caso no por represión sino por presión. Pero estapresión, en el fondo, no es sino una represión sutil y disfrazada quebusca impedir toda reacción defensiva, que desarma toda resistenciaen nombre del amor dado y el agradecimiento debido. El caminodel amor paternalista es complejo, sinuoso, contradictorio a veces,Su fin es el dominio del otro inerme. Este dominio se presenta comosolicitud, abnegación, protección. Se protege hasta la parálisis, por-que se teme que lo que el otro puede hacer sea malo o le traiga malesirreparables; se busca impedir experiencias dolorosas y frustrantes.Se trata en definitiva de hacerle bien al hijo, a pesar de él, y aúncontra é l . . . aquí se hace evidente el tóxico oculto. El otro es abso-lutamente descalificado en cuanto persona y reducido a un "minushabens", a un "débil" existencial (cuando no un pseudo "débil men-tal" como en el caso de las "oligotimias") por quien el padre decidevivir para evitarle todo mal y procurarle todo b i en . . . Todo el malque el hijo "no sabrá" evitar y todo el bien que "no sabrá" procurarsepor sí mismo. Ante tal dogmática decisión lo único que queda essolverle la vida paternalísticamente. El proceso es lógico.. . pero laspremisas fallan.

Hemos destacado las características de dominio y protección enla conducta que analizamos. En realidad se trata de sobreprotección,de allí la "asfixia" en el niño. Esa "asfixia" nos lleva a puntualizaralgunas consecuencias educativas de tal relación en la personalidadinfantil como lo señala Robert L. Schaeffer: "Resulta difícil abordarel problema de la sobreprotección basándose exclusivamente en he-

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chos, ya que este proceso (la palabra "proceso" corresponde en estecaso) es de naturaleza esencialmente dinámica y descriptivamenteintangible..,""."

"Con respecto a la conducta del padre sobreprotector podemospreguntarnos: ¿satisface las necesidades emocionales básicas del ni-ño? Estas necesidades son tres:

1) Necesidad de seguridad, tanto emocional como física.2) Necesidad de comprensión.3) Necesidad de libertad, a fin de desarrollarse como indivi-

duo.

El padre sobreprotector no logra en general, llenar estos re-querimientos en forma adecuada.

1) El padre sobreprotector típico satisface, es cierto, la de-manda de seguridad, pero lo hace acentuando la dependen-cia del niño. Este encuentra una especie de seguridad enla dependencia emocional; pero seguridad y dependencia noson sinónimos...

2) El padre sobreprotector impone al niño normas similares alas del adulto. Desde muy temprano debe ser una pequeña"persona grande", hablar únicamente cuando se le dirige lapalabra, andar bien vestido, buscar la compañía de los ma-yores en lugar de ensuciarse como los demás chicos, obtenerlas mejores notas en la escuela, no decir ni comprender las"malas palabras", contar todo cuanto piense o hace (aún en laadultez), etc. . . .

3) El niño necesita libertad para desarrollarse como individuoen toda la extensión del término: echar los cimientos de supersonalidad, escoger sus compañeros, hacer las cosas a sumanera, pero, sobre todas las cosas, elegir, porque única-mente aprende cuando experimenta los resultados, buenos omalos, de sus propias decisiones... Toda elección, toda reso-lución, corre por cuenta de los padres: vestidos, comidas,juegos, libros, escuela y, en último término, también su ma-trimonio. ..

"El "mariquita", "el nene de mamá", es sólo un niño cohibido yreservado que nunca sufre contratiempos y tiene siempre las manoslimpias y el cabello peinado, que es incapaz de jugar con los demás(le gustaría hacerlo pero se limita a mirar como juegan los otros),saca buenas calificaciones en la escuela (por lo menos en "conducta")y acata sin chistar todo cuanto se le dice. Pero hay niños sobreprote-gidos que se vuelven extremadamente agresivos, tratan de dominartodas las situaciones e inclusive a todas las personas de su ambiente,

11 R. L. Schaeffer, La sobre-protección en las relaciones familiares. P. M.Symonas y otros. Ed. Paidós, Bs. As., 1965.

de una manera que revela en forma inequívoca hasta qué punto ne-cesitan seguridad y estabilidad".12

Se nos perdonará la larga cita pero creemos que expresa muybien el desolador panorama de un niño urgido por la autoridad que,honesta pero trágicamente, destruye aquello tan amado que intentaconstruir.

"Tan amado" hemos dicho, pero, ¿qué clase de amor es ése quese alimenta de su objeto? Lo hemos insinuado ya. Se trata de unamor captativo, de un amor-posesivo13 donde la protección, o mejor,la sobreprotección-desprotectora, está al servicio de la necesidad dedominación que devora a su vez al padre paternalista. Emocional-mente, el célebre juego dialéctico de "el amo y el esclavo" (domina-dor-dominado) es reproducido aquí. La necesidad de dominar a suhijo acaba por alienar al padre paternalista en su amor.

Erich Fromm 14 al tratar del autoritarismo como relación sado-masoquista, establece elementos que también pueden referirse a larelación que analizamos.

Pensamos que el análisis que Max Pagés hace de la noción deamor-•posesivo resulta útil para ahondar en la trama personal de lafigura paternalista como una. forma del mismo; teniendo en cuentaque su prototipo está dado en la relación amante-amada (ej. Tristáne Isolda) y que la relación que estudiamos es la de padre-hijo,ésta tendrá notas diferenciales que le son propias, pero ambaspermanecen como edificadas sobre el denominador común delDeseo que "es en la concepción freudiana, uno de los polos delconflicto defensivo: el deseo inconsciente tiende a cumplirse res-tableciendo, según las leyes del proceso primario, los signos li-gados a las primeras experiencias de satisfacción".15 "Experien-cias de satisfacción" cuya matriz está dada por la matriz simbió-tica que vincula "oceánicamente" a madre-hijo con tal profun-didad que la imprescindible separación será vivida luego comouna insatisfacción fundamental, verdadero "agujero" emocional queel sujeto intentará "rellenar" luego infructuosamente, con distintosamores "satisfactorios" hasta llegar a aceptar tal frustración radicalcomo insuperable, abriéndose a la realidad histórica de otros objetosde amor no vividos ya como posibles "rellenos" sino en su concretay actual realidad. Esto supone pues aceptar la propia "falta de", laradical insuficiencia no ya psicológica sino existencial, resuelta no enel mundo de lo imaginario que es "ilusión" y "fantasía", sino en elorden simbólico donde es construida la realidad como tiempo y es-

12 R. L. Schaeffer, La sobreprotección en Las relaciones familiares, P.M. Syrnondt y otros, Biblioteca del Educador Contemporáneo, Ed. Paidós,Bs. As., 1965, pág. 55 a 57.

13 Cfr. M. Pagés, La de affective des groupes, Ed. Dunod, París, 1970.14 Cfr. E. Framm, El miedo a la libertad, E. Paidós, Bs. As., 1959, pág.

165 y ss.15 J. Laplanche y J. B. Pontalis, Vocabulaire de la PsychmuAyse, Ed.

P.U.F., París, 1967, pág. 120.

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pació personal. En este orden aparece el Otro como verdadera alte-ridad, en lo imaginario permanece como suplencia nostálgica y reem-plazo cosificante que se desliza inevitablemente hacia ese intento defusión que es el amor-posesivo como la "tendencia a poseer al ser ama-do, a incorporarlo, a ser poseído e incorporado por él hasta que sevea realizada la fusión perfecta entre amado y amante"16 como in-tento de perfecta reciprocidad y absoluta plenitud, es decir, la totalsatisfacción que cubre la vieja herida y permanente frustración afec-tiva.

Psicodinámicamente ve Pagés al amor posesivo como una for-mación defensiva. ¿Defensiva de qué? Nos dirá que de la inevitableasociación del amor con el sentimiento de separación, asociación queconcibe como la "experiencia fundamental directriz del comporta-miento individual y colectivo". Reparación normal, por lo tanto, de lafrustración más arriba enunciada. La negativa a vivir tal asociaciónse realizará por medio de su contrario: la disociación. Por ésta seestablece un amor que niega la separación (amor-posesivo) y unaseparación sin amor (hostilidad); por tal recurso el sujeto tratará, endefinitiva, de eliminar la angustia del sentimiento de separación que,normalmente, implica su asociación al amor. Esta angustia de se-paración es el dolor ante el inevitable "estar separado" del ser amadoy en la cual el hombre percibe su entrañable incomunicabilidad de"ser-para-sí" que le impide ser totalmente para-el-otro y con-el-otro,que lo remite a la esencial soledad de su condición humana, cumbretenebrosa vivida como un abismo que amenaza tragarlo.

Por la disociación el dolor es suprimido al ser suprimido el amorpor medio de la hostilidad y el sentimiento de separación es suprimidoal vivirse la ilusión del amor posesivo. Dos rechazos implica por lotanto esta disociación: uno, de la angustia, otro del amor auténtico.La alteridad que es reconocimiento del Otro como Otro se excluyepor la posesividad del amor y se la transforma en alteridad-absolutaque es desconocimiento del otro por medio del odio.

La "experiencia fundamental" es rehusada entonces tras la más-cara del conflicto amor-odio, cuya constante oscilación pendular pro-tege contra la conciencia de esa angustia de separación, de la ne-cesidad de relación e individualidad, del consiguiente dolor moral quesupone la separación.

El Deseo es bastardeado al ser vivido como deseo de poseerpara destruir y como deseo de destruir para afirmar la posesión;ambos no son sino el rechazo de la relación con el Otro, que arrastraa la anulación de sí y del otro y, en definitiva, a la supresión de iden-tidades, lo cual vendría a ser la forma "enloquecida" de una nueva ynegativa simbiosis, o, tal vez, a una desesperación que reduce a unamagma caótica toda posibilidad de vínculo, incluso el simbió-tico. Si bien esta desoladora realidad del amor-posesivo puede

16 M. Pagés, o. c, pág. 364.

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darse en las relaciones altamente erotizadas del hombre y lamujer o de los homosexuales de ambos sexos, y aún alcanzar unsegundo grado de realización en la del dictador ante la masa quelo sigue, allí es el poder dominante su rasgo principal; en la situa-ción padre-hijo los condicionamientos culturales de una civilizaciónjudeo-cristiana como la nuestra, suavizan y modifican esa realiza-ción de acuerdo a modalidades, donde los rasgos típicos quedansuavizados y disimulados por una sublimación, en su sentido psi-coanalítico, más o menos lograda.

La nota más tipificante en la relación paternalista surgirá delo que Pagés denomina "relación privilegiada"'.". Ciertamente quela misma se da necesariamente en toda forma del amor-posesivopuesto que está implicada esencialmente en el ya expresado -procesode disociación. Pensamos por nuestra parte que en la relaciónque analizamos pasa a ser su elemento destacado operando cen-trípetamente para afirmar el dominio y la sobreprotección que locaracterizan a su vez. En tal sentido nos animaríamos a definir elpaternalismo (padre-hijo) como la "relación privilegiada' a la cualun padre lleva a su hijo con la finalidad de asegurarse el dominioy sobreprotección del mismo. La posible generalización del con-cepto podría enunciarse como la "relación privilegiada" que unindividuo o estructura social instituye sobre otro individuo o es-tructura social con la finalidad de asegurarse el dominio y sobre-protección del mismo considerado en situación de inferioridad.

Volviendo al punto de análisis actual del tema, de acuerdocon nuestra definición, el padre-paternalista engendra en su hijola determinada actitud que lo lleva a éste a constituirlo como figuraprivilegiada en una relación privilegiada. Según Pagésl8, "la rela-ción privilegiada sitúa a una persona, una divinidad, una idea, unacolectividad, sobre y a partir de los demás hombres y hace delas mismas objeto de elección de sentimientos positivos y nega-tivos . . .

La primera relación privilegiada se establece con los padres.Es la misma que reencontramos en las relaciones con todas lasfiguras de autoridad, educadores, jefes y personas investidas deuna autoridad social cualquiera... El fenómeno primitivo de labúsqueda de placer en el niño constituye inicialmente a la madrey al padre como objetos privilegiados, fuentes de satisfacción uobstáculos al placer". Y más adelante: "La concentración de nuestrosafectos en una relación privilegiada nos protege contra la aprehen-sión de la soledad y de la separación como una condición univer-sal de la existencia. Nuestros males resultan así exteriores y loca-lizados . . . " "La figura privilegiada es por lo tanto la máscara denuestra angustia rehuida... La relación con la figura privilegiadaes por lo tanto relación de alienación en la medida en que está

17 O. c, pág. 387 y ss.18 O. c , pág. 387.

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fundada sobre un rechazo de nosotros mismos y de una proyec-ción sobre el otro y uno mismo. La identificación entraña la im-posibilidad de desarrollar una individualidad personal ya sea enla tendencia a la imitación de la figura privilegiada (padre, jefe,maestro), ya sea en la tendencia sistemática a la oposición". Tras-ladar al registro de la relación paternalista de padre-hijo la reso-nancia de estas afirmaciones del autor y sus consecuencias socialesy psicológicas nos parece obvio por el momento. Querríamos hacerhincapié ahora en una oportuna diferenciación que saca a luz aun personaje que, hasta el momento, ha permanecido en una pre-sencia no por oculta menos real y constante en nuestro escenario:la madre sobreprotectora. Caracterizada por su maternalismo, pa-ralelo pero distinto del paternalismo, su figuración se ha plasmadoen la conocida "idische mame" de la tradición familiar judía.

Si bien el trasfondo del comportamiento en términos de per-turbación de la personalidad es afín a ambos tipos de padres, surealización difiere. Creemos que la madre-maternalista está máscaracterizada por una prolongación del vínculo simbiótico con suhijo. Hay por lo tanto una poderosa realidad vivida que basamen-ta esta conducta y debido a ello el hijo no es tanto cosa, instru-mento como en el padre-paternalista, cuanto objeto de sentimientomaterno de asimilación posesiva al propio yo. El hijo es propiedadde ella porque sigue siendo su prolongación de raíces psicobioló-gicas. Ella vive esto con un estremecimiento visceral que el padreno puede tener. Ella reclama un "adquirido" derecho de propiedad,su seducción no es "conquista", como en el padre, sino simple ejer-cicio de retención de "lo suyo". Por otra parte, en concordancia conciertas modalidades masculina y femenina, el dominio maternalistase realizará más bien por una quejosa e invoeativa seducción que poruna imposición de autoridad, "legal" diríamos, propia del padre. Elpaternalista impone, entre tierno y rígido, su voluntad de posesión,la maternalista acude a todos los recursos de la sensibilidad feme-nina, del reproche, los celos, la sensualidad, para proponerse cons-tantemente al hijo como un ser imprescindible al mismo y poseerlodesde la voluntad misma del hijo, alimentando las nostalgias infan-tiles del Deseo en cuya raíz está esa madre y no el padre. Diríamosque la madre intenta no perder su ser puesto que ella "ha sido" consu hijo, y el padre intenta aumentar su ser acoplándose el hijo ensu afán de construirlo como réplica, a "su imagen y semejanza".Usando una terminología artística diríamos que si el hijo para elpadre es "réplica", para la madre es "reproducción".

Volviendo al autor poco más arriba citado, vemos que estos dostipos de padres se establecen firmemente como figuras privilegiadasen la relación privilegiada que normalmente sirve de matriz exis-tencial a todo hombre, relación padres-hijos que "es el prototipo dela relación privilegiada: concentración de afectos, jerarquía absolutay figuras de autoridad, alienación e identificación, ambivalencia son

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la regla, por otra parte, de los hijos hacia los padres e inversa-mente".19

Dijimos ya que el paternalismo "engendra" tal relación con sufinalidad fenoménica de dominio y sobreprotección. Al hacerlo sabe-mos que aliena la persona del hijo, pero también aliena la relaciónde sus normales posibilidades dadas por un auténtico amor donde elreconocimiento de la alteridad, del otro como otro, distinto y separa-do, es esencial. En tal sentido coincidimos con el planteo de Pagés alexpresar que el amor auténtico "no niega la separación, por el con-trario la reconoce. Está fundado sobre ella misma. No niega la indi-vidualidad de los seres amados, la incomprehensión, los desacuerdos,los conflictos, aún las rupturas, sino que reconoce, a través y sobreellas mismas, una solidaridad fundamental en una común miseria,que por nada es desmentida, y que es tejida incesantemente. Podríadecirse que es la conciencia de un vínculo amenazado y sin embargoindestructible. Porque es consciente de la separación, el amor autén-tico difiere profundamente del amor posesivo. No está fundado sobreun deseo y una creencia en la fusión: romántica fusión de almas obien mística unión, o bien mutua posesión de los cuerpos... El amorposesivo es una tendencia desesperada por negar la separación porla fusión".20

La fusión que intenta tal padre afectivamente está cargada deun sentimiento de fruición, de gozo, al complacerse en su hijo conun narcisista carácter especular; el padre se ve en su hijo y el poderdominarlo le causa el supremo placer de hacerlo a su propia imagen.Ciertamente que tal egocentrismo es justificado con la explicitaday reiterada necesidad de protección atribuida al hijo como un serindefenso y débil a quien es necesario salxxir a toda costa. En estepunto la actitud paternalista puede llegar a adquirir connotacionesreligiosas que hacen de esa actitud una exigencia de conciencia quesella con un marcado tono moral tales relaciones. Se tratará entoncesde que el hijo sea perentoriamente bueno, íntegro, y la actividad delpadre podrá adquirir contornos de cruzada redentora o de Inquisi-ción celosa de esa integridad moral en nombre "de los más altosy sagrados principios". ¿Puede imaginarse la significación aplastantede un padre que se atribuye el respaldo de Dios y una iglesia paradar legalidad a su sobreprotección y dominio? Correlativamente, elhijo no estará sólo cargado con sentimientos de culpa, nacidos de larelación paterno-filial, sino de una conciencia de pecado originadaen sus ingratitudes respecto del "representante vivo de Dios" antequien se halla luchando entre el sometimiento o la rebeldía. En talcoyuntura el conflicto moral se ve agravado por el religioso, y la cul-pa hecha pecado rezuma al niño favoreciendo su hundimiento perso-nal en una rendición incondicional ante potencias netamente insupe-rables. El rigorismo moral y una religiosidad infantilmente mítica

19 O. c, pág. 393.20 O. c, pág. 325.

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sellarán su futuro. El lema "Dios, Familia y Propiedad", que en rojospendones blasonan en nuestro medio atildados adolescentes, ilustraestas consecuencias nefastas.

Se trata aquí de una forma de la autoridad paterna que se enraizay ejerce a partir de la trama relacional más arriba expresada. Enel padre-paternalista ordinariamente no hallaremos el ejercicio deuna autoridad violenta, no lo necesita, pero sí una autoridad riguro-sa y celosa que juegue siempre entre los polos de ternura-rigor, sinfijarse en ninguno. Indudablemente que esto lo hace menos evi-dente y "acusable", pues tal vaivén rápidamente puede justificarsecon principios llenos de intocable respetabilidad. Vertical, jerár-quica, sacral, se impondrá reclamando su "privilegio" lleno de lasmás loables intenciones. Esclaviza sí, pero con cadenas de oro,haciendo así difícil la protesta, puesto que impone preciados va-lores cuya negación acarrea confusión y culpa. Coincidimos aquí,una vez más con Pagés, quien señala con una proyección político-social, que: "la relación privilegiada es el fundamento del racismoasí como de aquello que, más comúnmente, ciertos autores han de-nominado "personalidad autoritaria"... "el respeto incondicional alos padres, la adhesión a los valores familiares tradicionales, estánestrechamente en correlación con actitudes racistas".21 Sabemos quetales actitudes se originan en el rigorismo moral, el sometimientociego, el prejuicio, la división del mundo en buenos y malos (blan-cos-negros, judíos-cristianos, comunistas-anticomunistas, etc.). Laurgencia de "pureza", el principismo, abstracto, la verticalidad jerár-quica, engendran luego esas timoratas personalidades que atrinche-ran su fragilidad en paranoides discursos e irracionales persecucio-nes purificadoras. Volveremos sobre el tema.

Los "educastradores" paternalistas

Últimamente, Jules Celma, un audaz, discutido y discutiblemaestro primario francés, reprimido con mayor o menor acierto porla sociedad de su país en su experiencia, acuñó el juego de palabraseduca-stra-cién y educa-stia.-dor para denunciar el sistema habitualde enseñanza. Estas palabras, en su clara referencia quirúrgica, tra-tan de expresar el problema psicológico y moral que determinadasactitudes docentes pueden acarrear a quienes se ven sometidos alas tareas de aprendizaje tanto en el nivel primario como secundarioo universitario.

La castración a la cual se alude ciertamente no es la anatómi-ca, sino que evoca la amplitud que el mismo Freud, al enunciar el"complejo de castración", quiso dar al término. Con él, Freudquiere señalar el profundo, inconsciente sentimiento que puede afec-tar a una persona cuya identidad, cuya integridad emocional, se ven

21 O. a, pág. 391.

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fuertemente alteradas por sentimientos de disminución que le hacenimpotente para asumir su totalidad personal en forma independientey segura. Vinculado al momento edípico evolutivo, tal "complejo"hipoteca con vivencias de frustración y culpa el futuro relacionaldel sujeto como alguien "menos hombre".

Los anteriores renglones sugieren ya hacia dónde se orienta laubicación de la noción de paternalismo en referencia a la educa-ción escolar y la enseñanza en general. Sabemos que lo que lla-mamos "la escuela", en todos sus niveles, es una lógica y psicológicaprolongación del hogar; las de "primeras nociones" lo es por ex-celencia. Cabe por lo tanto a todo educador un rol de continuadory reemplazante de los padres cuyo peso no escapa a una elementalobservación. El mismo es vivido en la constelación de autoridad,emanante de la autoridad paterno-materna, por el niño o el joven,con un carácter de prolongación y delegación de los mismos, quenuestra sociedad se encarga de reforzar hasta la desmesura. La ma-ternalista vocación de muchas maestras es ya figura literaria y enobras como "La maestrita de los obreros" se la explícita suficiente-mente. El dominio y la sobreprotección alcanzan en ellas típicasnotas de una abnegación apostolizante y sentimental de la cualemergen, inmaculadas en su blanco guardapolvo, como mártiresde su salvífica misión.

No podemos dejar de reconocer que tal situación se transformahoy rápidamente bajo la presión de modificaciones de la sociedadgeneral y familiar que da a los educandos una capacidad de reac-ción años atrás desconocida, pero no por ello el espíritu y lapráctica de tal "educación" ha cedido significativamente. Es quelos educadores, a su vez, han sido educados para educar en unesquema de autoritario paternalismo en el cual su receptor es apriori descalificado en sus capacidades personales. En nuestro me-dio aún no ha entrado el concepto de que el educador no es sinoun facilitador del aprendizaje y no el dueño del mismo. El esquemacapitalista en el cual la enseñanza se halla enmarcada hace de ellauna adquisición cuya propiedad, a su vez, privilegia a sus posee-dores selectivamente en el juego de oferta y demanda al cualcontribuye, concentrando así el poder en los estratos mediadoresde una sociedad de explotación y lucro. El niño y el joven son"a-maestrados" para recibir un "caudal" de conocimientos comoinstrumento de ascensión social y afirmación de poder excluyente,desposeedor de quienes no tienen acceso a tales recursos. El apren-dizaje no es facilitado sino administrado por los educadores no sóloa nivel pedagógico sino socioeconómico.

El educador-paternalista opera "educastradoramente" cuandoanestesiando, con la conocida mezcla de rigor-ternura, toda posiblerebelión del educando (y la rebelión no es la subversión sino ladesesperación de la impotencia) limita, desvía o anula la espontáneacapacidad de aprendizaje y autoaprendizaje del mismo, bajo razones

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de autoridad y protección que lo hacen dueño del devenir inte-lectual y moral de los sujetos, a quienes se esfuerza por modelarsegún esquemas considerados los más aptos para "sacarlos buenos".Es él quien decide absolutamente qué y cómo aprender, qué con-viene y qué no debe saberse, aún a pesar del mismo interesado,puesto que su rol es el de ignorante ante quien tiene ese saber queél necesita. Tal educador da y el otro recibe, afirmando así unainferioridad radical en la relación que estructura luego una ne-fasta mentalidad competitiva en la cual tener más conocimientoequivaldrá a ser más como persona; el clásico "cuanto tienes tantovales". Esto es lo que está en juego aquí, la estimación o desestimade los valores y capacidades personales susceptibles de emergercomo recursos propios desde el fondo del individuo. La confianzao desconfianza en esa capacidad propia de cada individuo por lacual el mismo, en un medio adecuado, puede llegar a descubrir yrealizar su persona en función de necesidades e intereses que leson propios, para sí y su entorno social.

La tradición liberal de la enseñanza prevalece reforzando asíla noción de "la cultura" como supremo valor al cual individualis-tamente debe aspirarse, haciendo de la misma garantía de un podermoral y social en el cual son sumergidos lo auténticamente perso-nal y comunitario. La noción de cultura como bien común a dis-tribuir en pro de una liberación y toma de conciencia del hombrecomo unido a los otros hombres para la realización de la sociedada fin de que el supremo valor sea él y no otro objeto alienante,aún bajo el rótulo de "cultura", está ausente de esta forma de pa-ternalismo. Destaquemos que en nuestra actualidad la mentalidad yactitud que estudiamos resulta sin embargo anacrónica, realmentefuera de época. El valor "Cultura" en nuestra sociedad ha dejado deser en buena parte un objeto, aún elitista, de consumo, la misma seorienta por un capitalismo económico en el cual es reemplazada por elafán de poder y capacidad adquisitiva de "cosas".

En este sentido el psicólogo francés Rene Diatkine en un repor-taje afirma lo siguiente: "no debe olvidarse que la familia, la escuela,no son sino la expresión de las estructuras sociales a las cuales perte-necen. No se modificará la sociedad repensando la escuela. Esta seencuentra presa de una contradicción entre la tendencia al elitismo yla necesidad de la democratización. Toda la finalidad de la ense-ñanza es la que está puesta en cuestión. Saber griego, latín, estudiarlos clásicos, era en otros tiempos el signo de que se pertenecía a ciertaélite y los niños la aceptaban como tal. Hoy el problema está ensaber cómo hacer para enseñar a un número mayor de niñoscierta cantidad de cosas que son esenciales. Por otra parte, esdifícil evitar que un docente esté más interesado en los niños quese parecen más a lo que él era que a otros".22

22 S. Lannes, Entretien par: L'Express va plus loin avec Rene Diatkine,L'Express, N? 1158, París, 1973, pág. 84.

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El educador busca realizar su paternalismo haciendo "discí-pulos" a su "imagen y semejanza" y no de acuerdo con lo queéstos le piden, según los reclamos del momento histórico y lasociedad de la cual son fruto y en la cual surgen sus personales ypeculiares necesidades.

Obviamente el mal que acusamos no se ciñe a la actividadindividual de los docentes, es estructural, en forma inmediata, delos organismos educacionales responsables de orientar la ense-ñanza ligados a estructuras sociopolíticas económicas que los en-marcan y que esos organismos traducen en su nivel, como señalaDiatkine.

Volviendo a la figura concreta del educador-paternalista pode-mos discernir la problemática a la cual, como persona, se ve abo-cado. Jacques Ardoino la resume diciendo: "De hecho, el educadorjamás habrá sido más útil que cuando haya logrado hacerse inútildado que esto será el signo de su doble victoria: sobre sí mismo ysobre aquél a quien él formaba. Pero no le es fácil aceptar esto. Espor eso que muy frecuentemente en el educador se encuentra un"maternalismo" o "paternalismo", como se quiera, perturbador dela conquista de tal autonomía para aquellos que tienen por objetivoel alcanzarla, perturbador consecuentemente para la acción educa-tiva auténtica... Bajo el pretexto de ocuparse de él (el niño) seexagera su fragilidad, su insuficiencia de maduración. Se le privade sus responsabilidades, de alguna manera se lo deviriliza literal-mente y se lo arrincona en un mundo hecho a su medida".23

Como un padre o una madre, todo responsable de un procesoeducativo debe saber "dar lugar al que viene", al educando, hacerseél mismo camino y no obstáculo por un amor posesivo que intentaretener-para-sí a quien, hasta por oficio, se debe ayudar a lanzarseen la flecha del propio crecimiento. Los mil veces justificados inten-tos de protección, de orientación, resultan a la postre sólo la tramasutil, en mayor o menor grado, por la cual se busca eludir esa "muer-te" en el otro que implica un auténtico respeto y confianza porlas posibilidades personales de aquél mismo, cuya vida se renunciaa dominar y dirigir sobreprotectoramente erigiendo la "relación pri-vilegiada" que ya hemos descripto.

Nos parace útil contrastar estas sombras con la luz que sobre lasmismas puede arrojar el planteo de Carl Rogers, psicoterapeuta yeducador norteamericano aún poco o mal conocido en nuestro medio,y a cuyo pensamiento y práctica adherimos. En los últimos años suobra operativa y escrita ha promovido una auténtica revolución enlos campos de la psicoterapia y la educación, al replantear profun-damente las mismas desde el ángulo de su concepción de la relaciónhumana y de las desvalorizadas posibilidades de autogestión en el

23 J. Ardoino, Propos actuéis sur l'education, Ed. Gauthier-Villars, Pa-rís, 1969, pág. 70.

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paciente y el educando, cuyo aspecto positivo ha puesto de relievea través de una práctica y estudio sistemáticos.

Con relación a nuestro tema en el cual, siguiendo su opinión,'vemos la tarea del educador como una facilitación del aprendizaje,no una posesión del mismo, lo cual anula la tentación del paterna-lismo educativo así como el autoritarismo represivo, podemos leeren una de sus obras lo siguiente: "Enseñar quiere decir 'instruir'".Personalmente no me interesa gran cosa instruir a alguien sobre loque debería conocer o pensar. "Transmitir conocimientos o una téc-nica" se dice. Entonces, ¿por qué no ser más eficaz y utilizar unlibro o una enseñanza programada? "Hacer saber". Aquí yo me erizo.No tengo deseo alguno de hacer saber cosa alguna a nadie. "Mostrar,guiar, dirigir". ¿No hay ya demasiada gente guiada y dirigida? Porlo tanto he llegado a la conclusión de que verdaderamente piensoexactamente lo que proclamo. Para mí enseñar constituye una acti-vidad relativamente poco importante y ampliamente superada"..."Creo que nos hallamos confrontados a una situación enteramentenueva en materia de enseñanza: Ja finalidad de la enseñanza, si que-remos sobrevivir, no puede ser sino facilitar él cambio y el aprendi-zaje".24

Y más adelante, refiriéndose a la persona del educador, afirmar"Las actitudes que parecen ser eficaces para promover el aprendizajepueden ser descriptas. Ante todo, existe en el facilitador una au-tenticidad transparente, una voluntad de ser persona, de ser y vivirlos sentimientos y pensamientos del momento. Cuando esta auten-ticidad comporta un aprecio positivo, una real solicitud por el otro,una confianza y un respeto por la persona que aprende, entonces elclima favorable para el aprendizaje se encuentra reforzado. Cuandoesta autenticidad comporta una "escucha" empática, sensible y pre-cisa, entonces existe efectivamente un clima que libera y estimulaun aprendizaje y un desarrollo personal autodetermínados. Se confiaal estudiante su propio desarrollo".25 Indudablemente estamos lejosaquí de las actitudes características del "educastrador" que mutilaese "desarrollo personal autodeterminado", del cual habla Rogers,en función de sus propias necesidades y "buenas intenciones".

Insertado en la situación edípica que ha ligado al hijo a suspadres, el educador prolonga la misma como figura de autoridad,según el planteo de Freud; de aquí el impacto negativo, la profundaresonancia psicológica que en el niño puede alcanzar, para someterloo rebelarlo, la presencia del educador paternalista. De aquí la sutily acertada imagen que ve en una renovada "castración" el fracasopor construir realmente un hombre dueño de sí y solidario de susiguales.

24 C. Rogers, Liberté pour apprendre, Ed. Dunod, París, 1972, pág. 102.25 Ibid., pág. 126.

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Paternalismo "en el Nombre del Padre . . ."

"En el nombre del Padre y del Hijo... y del Espíritu Santo"dice la litúrgica y popular invocación que las distintas iglesias cris-tianas han pronunciado desde hace veinte siglos sobre nuestra cul-tura occidental. En ella hay dos palabras claves que alcanzan sig-nificaciones frecuentemente ignoradas: Padre, Hijo... así con ma-yúsculas. Más allá de otras consideraciones es exacto reconocer queel Cristianismo a través de la reflexión teológico-filosófica hasido una decisiva matriz de nuestro m indo actual y un impulsohacia esa búsqueda del hombre por comprenderse a sí mismo y suentorno histórico y físico. Las célebres disputas de la era patrísticay del medioevo iluminaron, con el respaldo de un Aristóteles res-catado por la erudición monacal, conceptos fundantes de nuestracultura tales como: persona, libertad, dignidad humana, por ejem-plo. En tal perspectiva emergen las nociones de paternidad y filia-ción que heredamos. Estas debieron enfrentarse nada menos quecon el férreo y absolutista concepto patriarcal de las mismas que laantigua Roma les imprimió desde los tiempos de la República. ElCristianismo, en virtud de sus presupuestos teológicos, doblega laorgullosa rigidez de aquéllas e injerta en ellas la cepa nueva dondela relación paterno-filial es reconstruida "a imagen y semejanza"de la relación que vincula al Dios-Padre con la Persona de su Hijoen una situación donde el Amor, la distinción recíproca y el mutuoreconocimiento refluyen para constituirse Persona en el EspírituSanto, la tercera de la Santísima Trinidad en la tradición eclesial.Esta gigantesca transformación nocional no permanecerá en la abs-tracción, y la historia de la cultura y aún la Psicología Profunda deFreud, deberán reconocer las transformaciones, fieles o infieles ala misma, que en el orden sociofamiliar le seguirán a través de lossiglos.

La palabra "padre", entre nosotros, está por lo tanto cargadacon determinadas raíces teológicas que acentúan el peso de la mis-ma al preñarla de connotaciones religiosas que enfatizan su rol demediación con los distintos estratos, psicológico, social, político, alos cuales puede ligarse. Hombres de la autoridad de un Ricoeur,Vergote, Pohier, Rosolato, han dedicado últimamente extensos tra-bajos, como este mismo en el cual se inserta nuestra colaboración,a estudiar, desde algunos de los ángulos enunciados, esa figura cul-iuralmente clave que es el padre.

Partiendo de una afirmación de San Pablo como la siguiente todo•paterxwlismo de inspiración religiosa deberá quedar desautorizado:"En efecto, son hijos de Dios aquellos que son conducidos por elEspíritu de Dios: Ustedes no han recibido un espíritu que los hagaesclavos y los lleve a sentir miedo, sino un Espíritu que hace deustedes hijos adoptivos y por el cual invocamos: ¡Abba! ¡Padre! Esemismo Espíritu atestigua en nuestros corazones que somos hijos deDios! (Carta a los Romanos, VIII-14-16.)

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Lamentablemente las cosas no se han dado así. La concretaencarnación de esa doctrina, amasada con la arcilla humana, tomóformas donde emergen los elementos justamente señalados porFreud, más arcaicos y precristianos, que dan lugar a estructuracionesentre las cuales, una vez más, podemos reconocer un paternalismo-reiligioso.

En las figuras que, de una u otra forma, aparecen en las igle-sias como representativas de cierto orden jerárquico o como investi-das de un liderazgo doctrinal, moral o administrativo, la tentacióndel paternalismo, con las mismas características de dominio y sobre-protección ya señaladas, surge para engendrar en individuos ygrupos religiosos los efectos igualmente señalados en su oportunidad.También pastores, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos estánligados al esquema proyectivo de la situación edípica y, en cuantofiguras de autoridad, en este caso eminentemente moral-superyoica,heredan el potencialmente aplastante poder de la misma. Como secomprenderá fácilmente tal poder está altamente potenciado porejercerse "en el nombre de Dios"... en relación al tema que tra-bajamos: "en el nombre del Padre"... Altísimo, Todopoderoso, Ubi-cuo. La capacidad de infiltración profunda en la personalidad hu-mana que alcanza quien se presenta en nombre de ese Padre esenorme. Su presencia podrá agitar los fantasmas más remotos deuna inconsciente e ingenua culpabilidad infantil y podrá hacer delos mismos torturantes pecados y diabólicas tendencias. El pastor,en denominación general, que asume la actitud paternalista cargasobre sí la misión suprema, "ex oficio" diríamos, de "salvar" a quienreligiosamente motivado se le confíe. Pero ese paternalismo enfatizaesa misión de modo tal que sus propias necesidades personales,ya estudiadas en los ejemplos del progenitor y el educador, lollevan a traicionar y traicionarse en la misma. En trágica dicotomía,por salvar el "alma" pierde a la persona. El ejercicio de una auto-ridad moral y doctrinaria "en el Nombre del Padre" es un camposelectivo de las posibilidades para dominar y absorber al otro conlas más sagradas excusas. En este caso la sobreprotección se revistede la túnica de la salvación potenciando hacia la trascendencia ala cual apunta, su capacidad de sometimiento. La estructuraciónde una "relación privilegiada" ve notablemente facilitado su caminoabriendo paso así al "amor posesivo". El desarrollo relacional deeste último, negación del Amor que es el auténtico mensaje religio-so, podrá convertirse, desde las figuras religiosamente paternalistas,en un instrumento de esclavización y amedrentamiento donde nau-fraga la advertencia de San Pablo. Los fieles de una iglesia o gruporeligioso pasarán fácilmente a una situación de inferioridad, de"minus habentes", característica de las disputas o tensiones entreclérigos y laicos, en lucha estos últimos por un reconocimiento yrol que frecuentemente se ven negados en nombre de una protectora

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autoridad que detenta el poder de decisión moral, doctrinario yadministrativo, "para salvación" de los mismos.

Nuestras afirmaciones no querrían alimentar una decadente crí-tica liberal o un prejuicio intelectualista. No acusamos hipocresía, nimalas intenciones, que también podrá haberlas, por supuesto, en elreligioso paternalista. El problema es mucho más complejo y hon-do, pues trata de conductas reguladas por sistemas, de origen es-tructural, habitualmente no conscientes y hasta inconscientes, ensentido psicoanalítico, a un nivel social e individual.

Si acudimos como fuente de información y clarificación a au-tores que se hallan en una posición de compromiso religioso per-sonal, podremos leer lo siguiente en referencia a nuestra anteriorreflexión: "Padre a la vez próximo y lejano, deseado y temible, fas-cinante y desorientador, fuerte y humillado: si la catequesis cris-tiana quiere promover el desarrollo pleno de las actitudes cristianas,deberá significar la Paternidad divina de una manera que no seapor medio de las imágenes parentales (sean paternas o maternas),evocar otras actitudes, otros sentimientos que los suscitados por lafelicidad de un dulce ambiente familiar, hacer tender hacia unarealidad final que sea distinta a una prolongación en el cielo deun padre y una madre felizmente reencontrados"... "Una cateque-sis que, bajo el pretexto de cautivar los corazones, enfatice aún máslos contornos, correrá el riesgo de reforzar, sin saberlo y a pesar desus buenas intenciones, los condicionamientos de base, retardandomás bien la madurez espiritual, especialmente en aquellos que hanexperimentado una adhesión prefereneial más marcada por algunade las imágenes paranetales. Por el contrario, mejor esclarecida,la catequesis se esforzará por descubrir, más allá de los rasgos pa-rentales condicionados por la cultura o la historia individual, cuálesson los caminos que mejor permiten acceder al Padre "en espírituy verdad.20

Podemos discernir aún más la complejidad si reparamos quela figura del pastor o sacerdote, como ejemplo muy significativo, esen la Iglesia Católica Romana invocado en la vida corriente, aúnfuera de los medios católicos, con la palabra: padre. No es estosimple fórmula. En tal denominación emerge nuestro tema, en unnivel psicológico de análisis, ligado a sus raíces edípicas, por lotanto, ligado a esa trama genético-evolutiva de la personalidad dondela presencia y rol del sacerdote-padre será vivido, por niños y adul-tos, con consecuencias que, positiva o negativamente, pueden mar-carlos desde ese hondón claroscuro donde las palabras y los gestosdel mismo caen produciendo resonancias a las cuales no es fácileludir o asimilar adecuadamente. "Padre" y educador, la figurasacerdotal da de lleno en profundidades en las cuales se atrincheranaglutinadamente los ecos de la matriz familiar, de míticos y sociales

20 A. Godin S. J. y M. Hallez, Images parentales et paternité divine, enLumen Vitae, Vol. XIX,' N» 2, Bruxelles, 1962, pág. 276.

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arquetipos, de irracionales sentimientos de carácter mágico, sexual,culposo y agresivo. El genio de Freud osó asomarse a estos abismosy tanteó audazmente la sombra de los mismos en su proyecciónreligiosa.

Lo que antecede y seguirá es aplicable por igual al pastor,sea católico o protestante, sea denominado o no con la palabra:padre. Se trata, más allá de la palabra, de su significación vivencialy las vinculaciones que su figura misma implica en relación a surol y la capacidad evocativa del mismo.

Esta significación es planteada una vez más por estudiosos que,desde su ubicación religiosa, tratan de ver también en una pers-pectiva psicológica; así en referencia al párrafo precedente podemosleer que: "la situación del sacerdote en tanto, que él es a la vez figurade identificación, inspirador y modelo de la vida cristiana (es lade) aquel que constantemente busca reenviar a un otro distinto a élmismo. Sin embargo, ese otro no es cualquier otro: él es Dios, él esel Padre. ¿Qué significa para la economía libidinal de un sujetoponerse en tal situación en la cual es él, a la vez, aquel a quien sellama "padre" y aquel que reenvía al Padre por excelencia?"2r

Esa "economía libidinal" deriva en la ambigüedad que el psi-coanálisis esclarece, y se afirma en el patinoso trasfondo emocionaldel pastor que debe sostenerse y sostener su mensaje en el esfuerzoconstante por no traicionarlo en función de sus propios compromisosinconscientes. El citado texto nos dirá al respecto que: "El pastorestá siempre tentado por decir no lo que él ha visto y entendidojunto al Padre, sino junto a sus padres, es decir, hablar desde sufondo propio, de seguir sus deseos (épithumia). Es notable quepara el Evangelio ser verdadero es conocer la voluntad del Padrey mentir es hablar a partir de sí mismo. Además, dar testimoniodel Padre, es aceptar la ley del deseo del Padre, es vivir, en tantoque cumplir los deseos propios es idéntico a desear la muerte delotro"28.

El pastor-paternalista, al ejercer ese paternalismo "en el nombredel Padre" y no en la dramática verdad de su propio nombre se haceculpable de matar a aquel mismo a quien intenta salvar. Lo hace dis-frazado objeto de sus deseos disfrazados, apoderándose del otropuesto al servicio de sus necesidades no sólo espirituales sinoincluso materiales. La tentación del ejercicio de un poder sutil-mente envuelto en evangélicas o eclesiales razones, puede brin-dar un placer de autoexaltación y supremacía difícilmente su-perable. Poder erigirse bajo la faz de "padre" y pastor como juez,censor, administrador, maestro y médico de vidas ajenas resultauna fáustica tentación. La minorización del creyente realizada, unavez más, en el vaivén del rigor-ternura ya conocido, se hace apenas

27 L. Beirnaert, C. Darmstader , A. Godin y otros: La relation pastorale,Ed. du Cerft, París, 1968, pág. 112.

28 L. Beirnaert, C. Darmstader , A. Godin y otros, o. c, pág. 143.

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perceptible para él mismo, dado que una institución sagrada y unapresencia Divina "garantizan legalmente" sus intenciones y obras.En tal situación, la "filtración" en su conducta de superyoicos me-canismos que vinculan su figura a la pareja parental, al padreparticularmente, y a los personales conflictos de la relación con suspropios padres, es capaz de producir en su rebaño idénticas reac-ciones de sometimiento o rebeldía, donde el plano de la Fe se veinundado y contaminado por un irracional turbión emocional. "Losrasgos de paternidad puestos en duda, corresponden a los diversostipos de intervención sacerdotal, los cuales son "protestados" por-que no dan lugar a una relación recíproca, más aún, igualitaria. Pararesumir, lo que es rechazado no es tanto la paternidad del sacer-dote cuando el paternalismo, aun cuando sólo tenga la atenuadaforma consistente en afirmar y hacer sentir que, pese a todo, siguesiendo el padre",29 así insinúa el sacerdote J. C. Sagne o. p. la crisisactual donde la actitud del pastor-paternalista se ve cuestionadadesde el interior mismo de las iglesias.

Una vez más el "amor posesivo", antitética deformación de laCaridad evangélica, socava a la misma desde sus entrañas oscura-mente humanas. El pastor-paternalista "quiere-para-sí", intentandocolmar vanamente el Deseo que subtiende su presencia de testigo yconductor religioso. De hecho, niega la alteridad fraternal que de-biera primar en su acción y convierte, a quienes lo siguen, en ins-trumentos de sus necesidades primarias bajo el pretexto de unaautoridad y protección moral-religiosa. Despersonaliza, ahoga a losotros, haciendo de su Mensaje no un anuncio liberador sino orde-namiento esclavizador, justamente en ese lugar humano tan sensiblecomo es la conciencia moral y existencial de los creyentes. El dominioy la sobreprotección ejercida "en el Nombre del Padre" le daránuna falsa superioridad, mezcla de rigor y benevolencia que, comoen el. caso del padre-paternalista, pero con un respaldo infinita-mente superior, le conceden un poder sobre las "almas" capaz degravitar con toda la fuerza que la asociación de lo paternal y reli-gioso pueden alcanzar en personalidades a las cuales se infantilizaarrolladoramente. Cierta literatura "piadosa", el clima espiritual demás de una congregación religiosa, particularmente las femeninas,el de organizaciones de laicos y el ambiente de parroquias, atesti-guan esta doloras realidad.

El gigantesco y frenado impulso que en la Iglesia Católica Ro-mana, por ejemplo, suscitó la figura del Papa Juan XXIII, a travésdel Concilio Vaticano II, puso en evidencia la gravedad de la si-tuación dentro de esa comunidad y, de hecho y aún doctrinalmente,este problema se vio positivamente tocado al replantearse la relaciónde clero y laicado, superiores y religiosos. Una situación similar ha

29 J. C. Sagne. o. p., Le pretre comme figure paternelle ou l'ambiva-lence du frére ainé, en Supplement de la Vie Spirituelle, N9 91, Ed. du Cerf,París, 1969.

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sacudido a otras iglesias cristianas; fruto de una generalizada tomade conciencia. Psicosocialmente, familia e iglesias se ven obligadas auna autocrítica allí donde el desarrollo de nuestra sociedad cuestio-na, racional e irracionalmente motivada, toda autoridad paternalista.

El paternalismo "terapéutico"

En ese "todo" no podemos omitir al que alcanza también amédicos y psicoterapeutas, gestores de un paternalismo-'terapéuti-có". Clásico en el médico, el célebre "médico de la familia" prototí-picamente, nuevo en la figura polifacética del piscoterapeuta.

Como muy bien señala el desaparecido Michael Balint30 de laTavistock Clinic de Londres, todo enfermo va hacia su terapeuta,médico o psicoterapeuta, haciéndole un "ofrecimiento" de sus sínto-mas que implican "depositar" su persona sufriente en sus manos cali-ficadas como las de un experto. Surge aquí la problemática que en-tronca con nuestro tema.

Las respuestas, como observa Balint, contribuyen a dar la formaúltima de la afección en la cual el enfermo se fijará. Los éxitos sólotemporales y parciales o los fracasos de la acción terapéutica, sonvividos por el paciente como sucesivos rechazos a su "ofreci-miento". Podríamos decir que el terapeuta los condiciona y no ya,esta es la cuestión, en función de su ciencia sino de su personalidadtotal.

Quien acude al tratamiento, reflexivamente o no, exige un ró-tulo que dé nombre a su afección, que "localice" eso "que sienteahora" y por lo cual ve afectado extrañamente su habitual modo deexistir. Una actitud, en mayor o menor grado dependiente, caracte-riza tal situación.

La multiplicidad de exámenes, la aplicación de terapias raciona-les, al mostrarse inoperantes, deterioran la relación que se torna tensay angustiante. El terapeuta es amenazado por un oscuro sentimientode culpa y frustración personal.

De modo general en la actividad curativa y en las circunstanciasdescriptas se dan dos actitudes típicamente negativas: una, la llamadapor Balint "función apostólica" y la otra, "la fantasía de omnipoten-cia" que señala el Psicoanálisis.

El paciente viene a someterse a tratamiento y el profesional lotratará según su estilo personal. La subjetividad insalvable de todotratamiento es el elemento humano en el cual el proceso terapéuticose moverá, exitosamente o no.

Surge la "función apostólica" del terapeuta en cuanto tiende,automáticamente, a "convertir" (de aquí lo apostólico) al enfermo a

30 M. Balint, Le Médecin, son malade et la Maladie, Ed. P.U.F., Pa-rís, 1960.

su "creencia" terapéutica. Todo terapeuta ubica a su ciencia en elcontexto de su mundo "creencial", y éste, en la ideología del gruposocial al cual pertenece. Resulta así la relación terapeuta-pacienteun compromiso entre los ofrecimientos y exigencias del enfermo y larespuesta "creencial" e ideológica del terapeuta. Este último tienedificultad, particularmente el médico, para implicarse psicológica-mente con el paciente, diríamos que hace "resistencia" al mismo.Puede así por un mero examen físico, por la excusa del respeto a suintimidad, eludir la personalización que la situación podría exigirle.Más aún cuando las complicaciones psicológicas del paciente se in-tuyen tales, que lo pondrían en cuestión a él mismo. Comienza aquíla tentación del "maniobrerismo" o manipuleo de la relación. Untratamiento correcto pero "objetivo", la batería de medicamentos,la derivación apresurada al especialista, la indicación de radiogra-fías, etc., sirven en la oportunidad para evitar su implicación median-te adecuadas "racionalizaciones" profesionales, usadas para evitar laangustia experimentada.

El patemalismo se convierte aquí también en un recurso pro-tector que manipula al otro-sufriente a través del dominio y lasobreprotección aparentemente "terapéuticas".

La figura del "buen papá", típica de ciertos médicos, llena debenevolencia, consejos e indicaciones que extralimitan el área co-rrespondiente de una terapia física o psicológica, cohonesta su an-gustia colocándola en una intocable posición de superioridad, acen-tuando la "regresión" infantil de todo enfermo.

El terapeuta no advertido puedo actuar "apostólicamente" demil maneras distintas solicitando la "conversión" para eludir su frus-tración personal. Así caerá en el patemalismo de la reiterada y su-perficial consulta telefónica, el conceder exámenes o análisis quesabe estériles, la prescripción de placebos, el rotular afecciones yprometer mejorías dudosas. A la benevolencia paternalista podrásuceder el mismo rigor y actuará entonces agresivamente ante lainsumisión del "im-paciente", y proyectará su resentimiento en laurgencia o inconsideración del cobro de honorarios, la negligenciadel examen, la parquedad de las visitas, la derivación al especialistacon un pronóstico amenazante. Con tal actitud intenta doblegar alrecalcitrante y cuando éste, luego de un alejamiento, vuelve, podráproducirse una especie de pacto de caballeros o reconciliación padre-hijo. El terapeuta depondrá su celo "apostólico" y el paciente dismi-nuirá o variará los síntomas fijándose en un tipo de afección satis-factoria para ambos, las investigaciones psicosomáticas lo atestiguan,en función de los conflictos emocionales de las partes en litigio.

Juega en la base de la interrelación señalada un factor psicoso-cialmente condicionado que podemos asociar a la "fantasía de omni-potencia" señalada en el Psicoanálisis.

Ese mecanismo psicológico de profundidad, típico de la etapainfantil y cuya perseverancia o reviviscencia en el adulto es común,

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está estimulado en el terapeuta, psicoanalistas incluidos, por el roly status del mismo en nuestra sociedad vivido en ella con el ecode confusas y antiguas imágenes colectivas. Ellas lo vinculan a lasimágenes superyoicas y mágicas en las cuales aparece nimbado dela omnipotencia que el inconsciente atribuye al padre, al mago, aldios. No por nada, entre los primitivos, el hechicero y el "médico"de la tribu, se confunden en un solo individuo. Sociológicamente elmédico, por ejemplo, es una consagrada figura de prestigio social.

"M'hijo el dotor" de Florencio Sánchez, es algo más que unapieza de nuestro teatro costumbrista. Ser médico o psicoanalista, enla mentalidad colectiva, representa una promoción personal y socialprestigiosa que está asociada a una posición de privilegio y poder.

En tal contexto los mecanismos de dependencia, de abandono,de refugio, de sometimiento, en fin, el esquema de relación infantil,es la respuesta automática del paciente. Tal actitud estimula a suvez en el médico el automatismo correlativo de autoridad, deslizán-dose fácilmente al establecimiento de una relación paternalista tera-peuta-paciente que alimenta su necesidad de autoaseguramiento, au-tosatisfacción y dominio. (

La "fantasía de omnipotencia", pasiva en uno, activa en otro,es un factor despersonalizante, antiterapéutico; la misma engendralas actitudes clínicas y psicoterapéuticas de apoyo con las cuales, sal-vo casos realmente indicados y límites, se pretende asegurar lacuración por medio de una paternalista maniobra de sugestión trans-ferencial cuyos resultados no pueden ser sino los ya conocidos defrustración y defraudación en el enfermo o de patológica adhesióna la persona del terapeuta.

Thomas Szasz en una interesante obra31 analiza la problemáticapsicosocial subyacente en la actividad del terapeuta demitifican-do su rol; dice, por ejemplo: "es necesario considerar que las ac-titudes terapéuticas atribuidas tradicionalmente a la "bondad",son maniobras encubiertas del terapeuta para subestimar y so-juzgar al paciente. Recordemos, en este sentido, la relación entreel blanco sureño de clase acomodada y su esclavo negro. El amotrataba a su sirviente con "bondad" y "consideración"; en realidad,le dispensaba un trato mucho más benevolente que el que recibíael negro en la jungla industrial del Norte (como los partidariosde la supremacía blanca están siempre muy dispuestos a recordar-nos), pero esta misma "bondad" formaba parte del código de laesclavitud.

De igual modo, mucho de lo que se considera "ética médica"no es más que un conjunto de reglas que ejercen el efecto deinfantilizar y someter de manera permanente al enfermo. Sólo si

31 T. Szasz, El mito de la enfermedad mental, Ed. Amorrortu, Bs. As.,1973, pág. 190.

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subscribimos en forma seria y honesta a una ética igualitaria, de-mocrática, se podrá asegurar el cambio hacia posiciones de mayordignidad y autorresponsabilidad para los individuos privados desus derechos, ya sean estos "esclavos", "pecadores" o "pacientes".Esto implica tratar a las personas con respeto, consideración ydignidad en cualquier circunstancia". Szasz afirma en su trabajoque el enfermo al solicitar auxilio terapéutico ejerce un derecho,establece una relación igualitaria. Tal auxilio no es dádiva ni con-cesión de la sociedad en la persona del profesional, sino reclamolegítimo de un servicio en el cual todo autoritarismo o supremacíadebe ser excluido como pretensiosa ideologización de un vínculoque busca, en sus raíces, sostener un sistema de explotación, eneste caso, del área salud, en beneficio de quienes representan, en sunivel, una estructura de dominio y dependencia.

Pensamos que el terapeuta satisface una obligación social paracon un igual al cual no da la salud. El llamado "paciente" es enrealidad agente con el terapeuta de su propia recuperación. Aquí nocaben paternalismos.

Este último punto nos lleva a considerar como modelo de nues-tras afirmaciones el transformador concepto relacional que en elvínculo psicoterapeuta-"paciente" ha establecido y desarrollado ope-rativamente el ya citado Carl Rogers.

Su perspectiva invierte los polos tradicionales de tal relación,en la cual el paciente es realmente tal y debe ir hacia el terapeuta,dando lugar a una situación en la cual es el psicoterapeuta quien vahacia quien lo reclama, obligado a sumirse en el campo de signi-ficaciones del mismo, abriéndose de "persona a persona" (Rogers)sin pretender llevarlo a su propio campo teórico o existencial por me-dio de interpretaciones subjetivas, consejos, directivas, opiniones, ocualquier tipo de intervencionismo por el cual suscite en el "paciente"actitudes de dependencia o sumisión, así sea en nombre de una te-rapéutica transferencia. Su modalidad fue por eso caracterizadacomo "no-directiva" o "centrada en el paciente".

Carl Rogers expresa al respecto: "Si el terapeuta adopta unrol de autoridad o una actitud de superioridad, el paciente reaccio-nará naturalmente con una actitud de sumisión y dependencia. Di-cho de otro modo, si uno juega al "papá" el otro jugará al "nene".Por el contrario, si el terapeuta se presenta como igual, el pacientetendrá tendencia a responder como igual, si no inmediatamente almenos gradualmente. Aclaremos que la actitud de superioridad notoma necesariamente formas groseramente manifiestas, pretencio-sas o condescendientes. La misma puede provenir de un compor-tamiento extremadamente simple cuando se da en una situaciónque se presta a la percepción de relaciones de superioridad-infe-rioridad, tal como es el caso de la terapia. Así, acordándose laprerrogativa de formular cualquier pregunta, de juzgar sobre elvalor racional, moral o práctico de las cosas que le confía el pa-

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ciente, o aún el guardar un largo y observador silencio, el terapeutapuede producir una impresión de indudable superioridad. Para unpsicoterapeuta rogeriano tal impresión es algo que directamentecontraría la activación de las fuerzas de crecimiento. En la me-dida en que el terapeuta afirma su superioridad, el paciente expe-rimenta su inferioridad o lo que él vive como tal".32

El endiosamiento del psicoterapeuta es un hecho que no es difícilde palpar a diario por razonables mecanismos transferenciales, perotambién por el establecimiento de destructores vínculos pater-nalistas, por medio de los cuales, no sin pretensiones "terapéuti-cas", se cultiva una dependencia en la cual el dominio y sobrepro-teccién, que ya conocemos, campean la situación, acentuando losconflictos con una frecuente remisión o desplazamiento de sínto-mas, que producen en la víctima la ilusión de su "curación" enmanos del paternal taumaturgo. Improcedentes "terapias de apoyo"son el espacio preferido para operaciones donde se disfrazan lainepcia del terapeuta y sus neuróticas necesidades afectivas, tanilegítimamente satisfechas.

Al respecto, Rogers anota: "Reconozcamos que, salvo en casosexcepcionalmente raros, esta "gerencia" del pensamiento y la vo-luntad del paciente se hace sin cálculo alguno de parte del terapeu-ta. No hay duda de que, aceptando ese homenaje, el terapeutamedio está animado de intenciones fundamentalmente generosas.Sin embargo, el simple hecho de que lo acepte prueba que carecede madurez emocional y competencia profesional. La "generosidad"que no implica madurez no está casi en condiciones de engendrarresultados muy satisfactorios".33 En nuestra experiencia hemos cons-tatado tal deficiencia no sólo en psicoterapeutas, sean médicos opsicólogos, sino particularmente en médicos clínicos, ginecólogosy psiquiatras clásicos, quienes por su área de trabajo se ven con-frontados con una problemática emocional del paciente que losdesborda y confunde. En tal situación unos se ven como compelidosa "hacer algo" para ayudar al paciente, cayendo en el estableci-miento del típico paternalismo que analizamos; otros, derivan en elmismo por su "fantasía de poder" ligada fuertemente a una ideologíaen virtud de la cual, por su rol y status, la sociedad les ha conce-dido el poder de curar. Esa convicción, paternalísticamente asi-milada, les permite operar con una presunción en la cual nodudan en asumir el control y la orientación de quien reclama susservicios, como alguien respecto de quien un manipuleo legalizadoestá dentro de sus derechos amparando la posesividad del enfermoreducido a fuente de satisfacciones y depositario de frustracioneshondamente personales.

32 C. Rogers y M. G. Kinget, Psychoterapie et Relations Humaines, Ed.Beatr ice-Nauwelaerts , París, 1962, Vol. I ,pág. 97.

33 O. c. üág. 107.

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El paternalismo al poder

Hemos definido anteriormente el paternalismo en su nociónmás general como la "relación privilegiada" que un individuo oestructura social instituye sobre otro individuo o estructura social,con la finalidad de asegurarse el dominio y sobreprotección delmismo, considerado en situación de inferioridad. Sabemos que lamisma tiene su propia versión en la relación padre-hijo y sabemostambién cómo a esta relación, en un orden social la hallamos encar-nada en "actitudes-comportamientos sociales" generados por lascorrespondientes "ideas-representaciones sociales". Estos dos siste-mas, dijimos, son el contenido de las ideologías.

Las "ideas" están ligadas a un modo ideológico de percepciónde la realidad, las "actitudes" expresan concretamente ese modoideológico en la realidad social.

Las ideologías, se habla así de ideologías dominantes, dominancon un peso gigantesco por medio de las racionalizaciones, y aúnmás por las irracionalidades que las subtienden, el cuadro socialdonde operan a través de las distintas instancias mediadoras.

En un planteo netamente marxista la ideología dominante se-rá la de la clase dominante. Pensamos que en un planteo no mar-xista, y que por lo tanto no vea la esencia de la dinámica social enla lucha de clases y la consecuente dictadura de la clase proletaria,la ideología dominante será atribuible a elementos sociopolítico-económicos, cuyas raíces admitirán una plurideterminación que, sinexcluir la lucha de clases, reste a ésta su carácter de determina-ción unívoca. Por el momento la cuestión, para nosotros, quedaabierta.

El paternalismo a través de los siglos se ha estructurado comouna ideología que realiza la definición del mismo que acabamos deconsignar. Insertado en el esquema relacional emergente de la dis-torsión del vínculo padre-hijo, socialmente se estructurará instau-rando sistemas autoritarios donde el poder aparecerá con las notasde dominio, sobreprotección e inferiorización. En una perspectivasocio-económica, el padre se asegurará un poder que facilite la ex-plotación del clan o núcleo familiar. En una perspectiva sociopolí-tica-económica determinadas y variables estructuras de poder (Rey,Iglesia, Nobleza, Dictador, Partido o Monopolio) reproducirán lainstitución (e institucionalización) de la "relación privilegiada" queasegura la posesión deseada.

Acabamos de decir que el paternalismo se ha estructurado "através de los siglos"... ¿podríamos decir a través de los milenios?Inspirado en los planteos antropológico-psicoanalítícos de Freud, Ge-rard Mendel3* ha desarrollado una sugestiva hipótesis sobre el rol

si G. Mendel, La crise des generations, Ed. Payot, París, 1969, cfr. delmismo autor su obra anterior La révolte contre le Pére, en la misma Ed., 1968.

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psicosocial de la figura paterna en la civilización humana y su posibleactualización sociopolítica. Las citas del autor nos resultan ineludi-bles para concretar el eje de su pensamiento.

No somos partidarios de un reductivismo psicologista, menosaún cuando se trata de discernir una ideología, pero estimamos quela reflexión socio-psicoanalítica de Mendel aporta posibles luces ental tarea. No olvidemos las raíces que en lo psíquico individual ycolectivo hemos ya puesto de relieve, en la primera parte de estetrabajo, respecto de la relación padre-hijo.

"Así, hasta la muy reciente revolución neolítica, hace 6000 años,es decir, durante decenas de miles de años, el hombre vivió delos dones de la Tierra, de la Naturaleza, aprehendida consciente ymás aún inconscientemente, como la Madre: cosecha, caza, pesca."

"En 'La Revolte contre le Pére', hemos emitido la hipótesis deque el nacimiento del Padre psíquico fue muy posterior al de laMadre-psíquica, que ésta estuvo ligada a la realización progresivade un sueño, de la humanidad, a un perfeccionamiento de la de-fensa contra la angustia del fusionamiento con la imago materna,a una estructuración al nivel psíquico de un proceso análogo aaquel que, al nivel orgánico, da nacimiento, por ejemplo, a la homeo-termia. La elaboración del Padre-psíquico resulta de un meca-nismo dependiente del principio general de constancia u homeos-tasis: la tendencia a la autorregulación y a la constancia de los mediosexternos."

"A fin de luchar contra la relación cuasi fusional y de dependen-cia casi absoluta del Yo respecto de las imagos-maternas, la imagendel padre fue lentamente interiorizada durante la Prehistoria; duranteesta oscura y muy larga noche de los tiempos que precedió a laera neolítica... "Insistamos sobre el punto siguiente: todo pro-greso en la interiorización de la imagen paterna arrastraba unamodificación de las Instituciones socio-culturales, las cuales, reflejode esta interiorización, las transmitían tal como eran a la generaciónsiguiente. Por el juego de esta "herencia social" los miembros dela tribu no partían de un grado cero de la interiorización sino deun punto y adquirido."

"La terminación de la interiorización de la imago paterna en-traña la revolución neolítica. Protegido el hombre, intrapsíquicamen-te, de la fusión con las imagos maternales por el mediador paterno,se atreve a poner su mano sobre la naturaleza, se atreve a noser ya el hijo obediente y sumiso de la Madre, sino proceder asu explotación metódica, a su utilización racional (cultura, mi-nería, tejeduría, etc.)".35

Hasta aquí plantea el autor una especie de protohistoriadel paternalismo en el cual desemboca la misma y que es lo que nos

35 O. c, pág. 204 a 206.

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resulta interesante destacar. Prosigue así su elaboración Mendelhasta llevarnos al punto en cuestión: "A estas dos dimensiones in-trapsíquicas: la Madre y el Padre, con sus prolongaciones externas:la Madre-Naturaleza y el Padre-social, rápidamente habría de unir-se una tercera dimensión.'

"Esta tercera dimensión está ligada a las consecuencias de laactividad científica y del desarrollo del Útil. Esta tercera dimen-sión es la de la técnica y la tecnología... Esta potencia de lanaturaleza "natural" o de la nueva naturaleza tecnológica se ejercesobre el hombre doblemente: primero, buscando imponerle su ley(un solo valor: la vida, un solo derecho: el del más fuerte, respectodel primer caso; en el segundo, un único valor: el desarrollo téc-nico acelerado convertido en una finalidad en sí mismo; un únicoderecho: obrar en esta dirección); luego, dado el hecho de queella tiende a desposeer a la Humanidad de su ideal que es ser ellamisma su propia finalidad y dado además que la misma impone alhombre una fuerza contra la cual se siente impotente, la nueva na-turaleza tecnológica es vivida en ambos casos como el retorno ala situación del niño solo, sin padre, junto a una Madre arcaicay todopoderosa, fuera y dentro de él, ante la cual se siente im-potente."

"Luego de la revolución neolítica la evolución de las socieda-dades aparece ligada a la problemática entre estos dos pares defuerzas: la Tecnología y el Padre-social."36

Por este laberíntico recorrido sociopsicoanalítico nos llevaMendel a su desembocadura tenebrosa. Acorralado el hombre anteesta potencia que lo amenaza recurre a una fatal regresión de nivelsociopolítico: el facismo, como recurso salvador y prototipo actualdel paternalismo. "Esa (regresión), dirá el autor, corresponde alimposible y falacioso ensayo de retorno a la posición tradicional,luego de la revolución neolítica, según la cual el individuo estaba"protegido" por un Padre-social, encarnación de un Poder social,específicamente paternal por lo tanto".37 "Más allá del analfabe-tismo político, la sociedad está organizada de tal manera que lospadres son sucesores de los padres en el curso del desarrollo delniño (o más bien, la apariencia de Padres). Dios-Padre ("PadreNuestro que estás en los cielos"), el maestro de escuela, el profesor,el oficial durante el servicio militar (al coronel se le llama "padredel regimiento"), el patrón, los sacerdotes ('Padre"), etc. Se trataaquí de un proceso de condicionamiento psicopolitico que llevaráal sujeto a votar por el candidato del tipo "Padre protector".38

.. ."Cuando un candidato pide que se le haga confianza, él se pro-pone como un Padre adoptivo protector y marca, implícitamente,

36 O.c, pág. 208.37 O.c, pág. 214.38 O.c, pág. 217.

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por tal hecho, el lugar que tendrá el elector y ciudadano: el de unniño".39

Remontándose un poco en el planteo de Mendel nos encontra-mos con una conceptualización que nos servirá para nuestro ulteriordesarrollo: "El Facismo, cualquiera sea, se define para nosotros porla existencia de un Poder social tenido en apariencia como "Padrepolítico protector"; éste no sólo castra al individuo como Todo Padrepolítico o religioso sino que obedece en realidad a los valores "dela naturaleza" (la vida como único valor; el derecho sin reserva delmás fuerte, etc.), segregados por esta nueva naturaleza que es lapotencia tecnológica destructora de los valores, vivida inconscien-temente como nuevo avatar de la Madre arcaica.

El Facismo es la potencia arbitraria, ilimitada, total, de laMadre arcaica expresada bajo la máscara de un se-dicente:"Padre".40

Podríamos concluir, por nuestra cuenta, que cuando el hombreretrocede ante la urgencia de realizar su propia madurez, social eneste caso, recae en el infantilismo facista al cual lo arrastra su bús-queda del protector paternalista sociopolítico. Tal protección arras-tra además a esa ruptura absurda de la humana fraternidad que esel racismo. Recordemos la afirmación de Pagés: "La relación pri-vilegiada es el fundamento del racismo, así como de aquello que,más comúnmente, ciertos autores han denominado: personalidadautoritaria".

Tal "autoridad", decimos nosotros, impone el racismo comoprenda de adhesión por la cual se discrimina a los "fieles" e "infie-les" al régimen, con consecuencias que sabemos pueden llegar hastalas atrocidades de toda persecución.

Su consecuencia es su hundimiento en esa nueva Madre-Natu-raleza tecnológica que lo absorberá posesivamente cosificándoloy simbiotizándolo bajo el rígido control del Padre-protector y pro-vidente. Tal panorama fue muy bien sugerido por Orwell en suobra "1984, y en films como "Farenheit 465" y el reciente: "Ladase obrera va al paraíso".

Frecuentemente se ha vinculado el paternalismo, fuere familiaro social, al desarrollo de la burguesía en apogeo durante los siglosXVIII y xix y hoy decadente en sus formas más puras. Su perfil psico-social41 nos lo señala con características donde juegan fundamental-mente el individualismo, el afán de poder y lucro, el conservadorismo,el celo por el orden establecido, el nacionalismo, el aristocratismo,la ambivalencia.

39 o . c, pág. 222.i0 O. c, pág. 219.41 Cfr. sobre este tema el excelente capítulo de Henri Lefebre, Psycholo-

gie des classes sociales en Traite de Sociologie, G. Gurvitch y otros. Ed.P.U.F., París, T. II, 1960.

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La burguesía industrial, particularmente, ante la "rebelión delas masas" necesitó en nuestro siglo erigir Padres-protectores quela aseguraran. Sabemos que los agobiadores ejemplos de un Hitlery un Mussolini son casi inexplicables sin captar la red industrial yfinanciera contando con la cual pudieron erigir sus expresionistasimperios totalitarios. Distintos y hasta refinados grados de latécnica y la tecnología fueron puestos literalmente a su serviciopara asegurar el orden establecido. Carismáticos, Redentores, Sal-vadores, los distintos caudillos de uno y otro lado del Atlántico,pues no debemos olvidar nuestra aún no acabada historia de "cau-dillaje", se irguieron en la figura del Caudillo, Führer, Líder, Jefe,

Duce...El aislamiento del proletariado y la dimisión de la burguesía

hacen posible esos "monumentos" vivientes de "Padres de la Pa-tria"... En irónica paráfrasis podemos decir que: "ti Duce sem-pre se-duce" ... Hay siempre un fatal juego de enajenación, defascinación, en el cual el "Conductor" (Duce) seduce, etimológi-camente, "Ueva-tras-de-sí", arrastra, multitudes que ven en él esePadre-protector que asegurará entre riguroso y benevolente un"orden familiar". Todo fascismo, y sus formas son variadas, tejeuna historia llena de intriga, traición, sometimiento, obsecuencia,entre los "hermanos" dispuestos a mantener en su puesto a seme-jante "Padre". En una "relación privilegiada' por antonomasia, quebusca alimentar constantemente ese goyesco padre "devorando asus hijos", su posesividad ejercida por formas de dominio y sobre-protección va desde lo ridículo hasta lo aberrante.

Una exhaltación místico-vitalista, el supernacionalismo, unainfantilizada entrega "al "Salvador", son las "wagnerianas" notasque en muchos textos, particularmente del nazismo y "fascismo",escuchamos no sin estremecimiento. Aquí el Paternalismo se cons-tituye en esa seudoepopeya donde naufraga lo auténticamente hu-mano. Enorme caballo de Troya, el don que de sí hace el Padre-protector encierra tan sólo su poderosa fuerza para saquear a quie-nes lo reciben con infantil alegría.

Las hipótesis de Mendel ya anotadas, en las cuales la nuevaMadre-Naturaleza-Tecnológica es la que, en último término, sos-tiene a tal "Padre-seductor", podrían corroborarse a un nivel polí-tico-socioeconómico si no olvidamos que ordinariamente, la pater-nalista burguesía industrial es la que "paga" el montaje escénicoasegurando así sus intereses de todo tipo. Pensamos que nuestroanálisis puede pecar por "tipificante" en el plano social. Cabríapreguntarse sobre la dinámica que, en nuestro medio latinoameri-cano, ha jugado la burguesía terrateniente y sobre la emergenciade los caudillos en áreas socialistas.

Si miramos nuestra realidad histórico-social encontramos unailustración sugestiva en Pérez Amuchástegui al consignar lo si-guiente: "Para emancipar a las masas ignorantes es preciso edu-carlas. Las masas no tienen sino instintos: son más sensibles que

racionales; quieren el bien y no saben dónde se halla; desean serlibres y no conocen la senda de la libertad'.,42 Este pensamientode Echeverría está hondamente arraigado en la oligarquía pa-ternalista. Conforme a tales conceptos, la cosa pública no puededejarse en las manos de personas no acostumbradas al "métier"político. Por otra parte, la "razón colectiva" en que reside la sobe-ranía del pueblo, se halla en los círculos ilustrados, activos, crea-dores de la cultura, pero no en las campañas bárbaras y pasivas,ni en la masa ignorante. De acuerdo con los principios de Echeve-rría, estas últimas tendrán que aprender las pautas señaladaspor quienes están "civilizados", antes de pretender manejar losintereses del Estado.

La oligarquía protege a todos. Y es una "oligarquía paternalis-ta", porque tiene el sincero convencimiento de que la masa popularqueda bajo su tutela y salvaguardia".43

Los latigazos de un liberalismo decimonómico marcan en rojonuestro autóctono paternalismo oligárquico en frases como las an-teriores. Esa oligarquía se da como misión la emancipación (iróni-camente la etimología de esa palabra es "liberación") de "las masasignorantes" a quienes con desdén protector ven como irracionales,ciegas y necias. En ella se hacen sensibles esa autosuficiencia einferiorización del otro, ese tutelaje salvacionista "cultoso" y mo-ralista que, entre el rigor y la benevolencia, hemos destacado yacomo elementos que lo definen, aún dentro del más "sincero con-vencimiento" sin duda también existente.

Nuestra historia, grande y menuda, ha conocido muchas fa-cetas y coyunturas de ese paternalismo oligárquico, sus personajesya los conocemos. Recientemente lo vivimos, en su forma oligárqui-ca-militar, "católica" y moralizante, y esa forma da lugar al fin aun paternalismo populista, que resonantemente se abre paso en lasmasas, ansiosas de ver saciados sus reiterados reclamos, en el fondo,siempre defraudados.

Es que el paternalismo político no es unívoco. El totalita-rismo fascista nos muestra su forma paroxística, pero antes dellegar a ella hay un largo recorrido de modalidades mitigadas enlas cuales balancea su peso, una vez más, enfatizando sus pola-ridades que dan lugar a matices que van desde el despotismo allaissez-faire.

No deberíamos omitir el mencionar el paternalismo-socioeconó-mico, con todas sus implicancias políticas, que representó el colo-nialismo "clásico" o el más o menos solapado neocolonialismo ac-tual. En ellos la empresa colonial asume el rol que analizamos en

42 E. Echeverría, Dogma Socialista, Bs. As., La Facultad (Bibl Ar-gentina, Vol. I I ) , 1915, pág. 185-187.

43 A. J. Pérez Amuehástegui, Mentalidades argentinas (1860-1930), Ed.Eudeba, Bs. As.,1965, pág. 19-20. El subrayado es nuestro. Resumimos lasubstancia del texto.

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nombre de las "patrias" de ultramar, o más recientemente, en elde los anónimos monopolios internacionales. En relación a los mis-mos, el Ministro de Economía denunció en abril último que: "Mien-tras el mundo evoluciona, los organismos financieros continúan ma-nejándose como si fuera posible preservar una estrategia de opera-ciones que respondía muy parcialmente a las verdades de hace unadécada. Además hoy más que nunca es imposible basar las relacionesentre países en principios de paternalismo, desbordados por la épocay las aspiraciones de nuestros pueblos".

Las empresas coloniales instituyen Protectorados y Dominiosque intentan disimular su finalidad de explotación y sometimiento(de sobreprotección y dominio paternalista) con pretensiones ci-vilizadoras y salvadoras. El esquema concreto puede variar perola realidad disfrazada es siempre la misma, ya lo hemos visto, yel paternalismo político se realiza en el ejercicio del poder po-lítico-económico con características constantes que nos son co-nocidas.

CONCLUSIONES

Intentando una perspectiva de antropología metapsicológica—Freud la intentó— podríamos decir que la horda humana se en-cauzó hacia la hominización al tener que realizar un mutuo reco-nocimiento fraternal que la salvara del caos fratricida. Muerto elPadre despóticamente protector, sólo un "salto" humano podía sal-var la situación.

En ese camino evolutivo de la Humanidad, que aún está enproceso, una progresiva humanización dependerá en buen gradode que el grupo humano sepa realizarse fraternalmente aceptando unaherencia de paternidad no paternalista como horizonte en el cual seconcreta, evitando, una vez más, un nuevo caos fratricida.

En nuestro recorrido hemos tratado de descubrir la trama del pa-ternalismo. Nos parece inadecuado, por lo visto, considerarlo comoengendrado en una distorsionada relación familiar padre-hijo. Pen-samos más bien que, en lugar de reducirlo a esta matriz donde esenorme el peso psicológico, debemos ver en ella una realización mo-delo, a partir de determinadas condiciones de la personalidad hu-mana (¿occidental solamente?1) puesta en situación de familia. Peroesa relación en sí sería derivación, primaria tal vez, de una ideologíade poder. Hemos señalado que, en sus distintas formas, se revelacon las notas de un dominio opresivo en relación a un polo inte-riorizado, frente al cual se constituye como relación privilegiada.

En un nivel de realidad psicosocial, históricamente desarrollado,esa ideología paternalista de dominio-opresión-inferiorización, ha en-gendrado sus modos: familiar, educacional, económico, político, etc.

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de realización. En el fondo de todos ellos resuenan tal vez los ecos"hobbesianos" de esa ya conocida "lucha del hombre contra el hom-bre", insertada en el multisecular y reiterado esfuerzo por construiruna sociedad fraternal, una sociedad de adultos iguales que no ne-cesiten oprimir, explotar o inferiorizar a sus pares, ni someterse, in-teriorizarse o protegerse infantilmente, erigiendo seudo-padres, seanéstos individuos o instituciones.

El paternalismo: Ideología de poder-opresivo, marcaría por lotanto una constante psicosocial en torno de la cual los distintos mo-mentos históricos, tejidos por los complejos sistemas de "ideas repre-sentaciones" y "actitudes comportamientos" que conforman esa tota-lidad estructural, expresan ese común denominador y (dominador)ideológico.

Entiéndase que al vislumbrar ese trasfondo de "lucha' humanano postulamos una reducción moral del problema, sutil paternalismo,ni aún un ontologismo idealista que nos hablara de una fatal "esencia"humana en acción. Creemos que la visión ha de ser la de una dia-léctica antropológieo-social.

En el juego incesante de estos polos el paternalismo como ideo-logía de poder hace su historia.