el problema pragmático de la inducción
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El racionalismo crítico ante el problema pragmático de la inducción
a. Introducción
Este trabajo busca reformular y revalorar, a la luz de las discusiones actuales, la respuesta
que el programa de investigación de filosofía de la ciencia que ostenta el nombre de
racionalismo crítico presenta para solucionar una aspecto particular del problema de la
inducción, la faceta pragmática. Ahora bien, ¡no predisponga su juicio el lector sólo porque
acaba de leer las palabras “reformular” y “revalorar”! muchas personas han reflexionado
sobre la posición del racionalismo crítico antes incluso de que el que aquí escribe tuviera
siquiera oportunidad de entenderlos: es por ello que se ha hecho uso del prefijo “re” al
hablar sobre las intenciones de esta disertación. Pero lo cierto es que el racionalismo crítico
que se revisará en este estudio no se trata del racionalismo crítico que normalmente se
presenta en las historias de la filosofía que dedican un apartado a Karl Popper; el
racionalismo crítico que aquí nos ocupa es uno “heterodoxo”; uno que sólo se nos
manifiesta si atendemos a las reflexiones que los críticos y seguidores de Popper han
elaborado a raíz de su obra.
Este estudio está organizado en cinco apartados. El primero de ellos se dedicará a
una presentación del problema pragmático de la inducción. A continuación, en los
próximos dos apartados, se expondrá el principio que, según Alan Musgrave, permite al
racionalismo crítico resolver la cuestión. Este principio despierta una acusación de
circularidad que es tratada en el cuarto apartado. Una posible solución para escapar a la
circularidad se ensaya en los dos últimos apartados.
b. ¿Qué es el problema pragmático de la inducción?
El problema pragmático de la inducción puede resumirse básicamente de la siguiente manera: la
inducción es insostenible; pero ¿acaso no es inevitable recurrir a un principio inductivo para
confiar en las predicciones de las teorías científicas y utilizarlas en terrenos prácticos como, por
ejemplo, la ingeniería o la vida diaria?
La cuestión, dirigida directamente contra el racionalismo crítico, toma la siguiente forma:
El problema fundamental que Popper falla en responder es éste: ¿por qué es racional basar las decisiones prácticas en las teorías mejor corroboradas, si no hay buenas razones para esperar que ésta será una elección exitosa? 1
El argumento del problema pragmático de la inducción es esgrimido contra el
racionalismo crítico por pensadores tan importantes como Jonathan Cohen, Anthony O’Hear,
Hilary Putnam, Richard Jeffrey, Elie Zahar e, inclusive, racionalistas críticos como Imre Lakatos,
John Watkins y John Worrall.2 Todos ellos presuponen una cosa: pretenden que la inducción, o
es inevitable; o no tenemos razones para utilizar ninguna teoría o hipótesis en nuestras
predicciones, en nuestras construcciones o en nuestra vida diaria.
Evidentemente, si las teorías e hipótesis científicas son pragmáticamente inútiles,
entonces la tarea de la ciencia apenas tiene valor: “Sin tal principio [inductivo] las
«corroboraciones» y «refutaciones» de Popper […] no son sino títulos honoríficos otorgados en
un juego”.3 En suma ¿Qué sentido tiene el contar con las hipótesis mejor corroboradas si esto no
nos garantiza su utilidad? No hay otro remedio, tal parece, sino la de que los seguidores del
racionalismo crítico sigan el ejemplo de algunos de sus cofrades y depongan las armas en este
asunto especifico; las condiciones de rendición son claras (y caras): ¡acepten que existe una
relación inductiva entre la corroboración y el éxito futuro de las teorías o marchen bajo la
bandera del irracionalismo! Sin embargo, para Alan Musgrave, la rendición no ha sido todavía
firmada y aquellos racionalistas críticos que han cambiado de bando o se han mostrado
titubeantes no han sabido comprender la verdadera fortaleza del principio que se suponía
defendían.
c. El principio RC
Una importante cantidad de pensadores, al percatarse de los problemas de la inducción, adopta
una actitud trágica muy contagiosa. Este comportamiento, en ocasiones, alcanza inclusive a
algunos racionalistas críticos. Así, Imre Lakatos lamentaba:
1 Ilkka Niiniluoto y Raimo Tuomela, “Theoretical Concepts and Hypothetico- Inductive Inference”, en David Miller, Critical Rationalism: A Restatement and Defence, 1ª ed., Illinois, Chicago and La Salle, 1994, p. 22.2 Para un listado de las críticas que éstos y otros autores más llevan a cabo contra el racionalismo crítico en nombre del problema pragmático de la inducción, Cf. Ibíd., pp. 20 – 23 y 38 – 45. 3 Imre Lakatos, La Metodología de los Programas de Investigación Científica, Juan Carlos Zapatero, traductor, 1ª ed., Madrid, Alianza Editorial, 2007, p. 213.
[La preferencia de teorías] sólo puede incorporar una significación epistemológica con ayuda de un principio adicional, sintético inductivo (o si se quiere cuasi-inductivo) que de algún modo establecería la superioridad epistemológica de la ciencia con relación a la pseudociencia.4
El inductivismo permitía establecer un criterio de demarcación entre ciencia y
pseudociencia a la vez que promovía la tarea de la ciencia aplaudiendo el progreso hacia la
verdad que supuestamente conseguía. Sin embargo, sin la inducción, las hipótesis, teorías y
sistemas científicos están condenados a recibir inexorablemente el “despreocupado” veredicto
del falibilismo: no contamos con ninguna certeza de que la ciencia, en su larga historia, haya
alcanzado un grado mayor o menor de verdad.
Entonces, ¿cómo demarcar la ciencia de la discusión propia de las prácticas comúnmente
llamadas pseudocientíficas si no poseemos ninguna razón para afirmar que una es más verdadera
que las otras? Independientemente de todo, lo cierto es que una de las mejores respuestas a esa
pregunta ya la había desarrollado Karl Popper.
Escribe Popper en su autobiografía5 que, desde muy temprano de su desenvolvimiento
filosófico, percibió que no obstante la búsqueda de certezas no fuera una tarea viable la ciencia
no se hundía sólo por ello; había algo que las teorías científicas poseían exclusivamente
independientemente de que fueran verdaderas o no, a decir, el hecho de haber ingresado a un
proceso crítico de discusión del cual, o bien salían victoriosas durante un periodo indefinido de
tiempo, o bien eran derrotadas y superadas por otras teorías.
Popper pensaba que eso mismo permitiría descubrir el por qué las doctrinas
pseudocientíficas no son científicas. Dicho en términos de un “criterio de demarcación”: una
teoría sólo es científica si forma parte de un procedimiento de discusión crítica. Entonces, dado
que la formulación retórica de las teorías pseudocientíficas impide que éstas puedan vincularse a
una prueba de la que puedan salir malparadas, o dada la inclinación de la mayoría de los
seguidores de dichas teorías a defenderlas mediante estratagemas Ad Hoc, las teorías
pseudocientíficas no forman parte de la discusión crítica a la que se someten las teorías
científicas y, por tanto, las primeras pueden demarcarse de las últimas.
4 Imre Lakatos, La Metodología de los Programas de Investigación Científica, Juan Carlos Zapatero, traductor, 1ª ed., Madrid, Alianza Editorial, 2007, p. 207.5 Popper, 2002, op. cit., p. 39.
Pero es preciso preguntarnos todavía si el criterio de demarcación ideado por Popper
consigue resolver el problema de la inducción que es, en efecto, el problema más importante: aun
si existieran medios para demarcar la ciencia de la pseudociencia ¿qué nos permite afirmar que
las creencias científicas son racionales? La mayoría de los filósofos, incluidos varios
racionalistas críticos, opinan que Popper es incapaz de resolver favorablemente esta pregunta. No
es así para Alan Musgrave quien, comprendiendo cabalmente lo que implica eliminar el
inductivismo de una vez por todas, piensa que la solución del problema de la inducción es
manifiesta una vez que entendemos el principio básico del cual, según él, parte el criterio de
demarcación de Popper:
Principio fundamental del racionalismo críticoEs razonable creer que P (en el tiempo t) si y sólo si P es una hipótesis que (en el tiempo t) ha resistido mejor la crítica seria. 6
Ésta idea es bautizada por Musgrave con el nombre de principio RC. El razonamiento básico que
desarrolla Musgrave para defender dicho principio es el siguiente:
[…] si una hipótesis ha soportado nuestros mejores esfuerzos para mostrar que es falsa, entonces ésa es una buena razón para creer en ella pero no una buena razón para la hipótesis en sí misma. Si tenemos una buena razón para creer algo, entonces nuestra creencia es razonable o racional. En otras palabras, dado que algunas hipótesis soportan la crítica, la posición irracionalista de que todas las creencias son irracionales está errada, del mismo modo que el irracionalismo humeano de que todas las creencias son irracionales.7
En resumidas cuentas, cualquier persona puede creer racionalmente en una hipótesis o
teoría aun cuando no tenga motivos que apoyen a la teoría de manera directa. Pero esto no quiere
decir que podamos aceptar racionalmente una creencia cualquiera; ésta debe ser la que haya
superado de mejor manera la crítica hasta el momento, es decir, la que esté mejor corroborada.
d. La solución del principio RC al problema pragmático de la inducción
Para Musgrave, la manera en la que el racionalismo crítico resuelve el problema pragmático de la
inducción puede analizarse por medio de algunos silogismos.
6 Alan Musgrave, Essays on Realism and Rationalism, 1ª ed., Ámsterdam, Rodopi, 1999. p. 324. 7 Ibid., p. 322. Las cursivas son de Musgrave.
Si quisiéramos, como racionalistas críticos, sostener que es razonable la creencia en H,
nuestro argumento probablemente tendría la siguiente forma:
Premisa RC: Es razonable creer en H (en el tiempo t) si y sólo si H es una hipótesis que (en el tiempo t) ha resistido mejor la crítica seria.
Premisa 2: H es la hipótesis mejor corroborada (en el tiempo t).
Conclusión: Es razonable creer en H (en el tiempo t).8
Pero lo que nos interesa no es la racionalidad de la creencia en H sino la racionalidad de
la creencia en las predicciones que se deriven de ella, en la efectividad de los aparatos de
ingeniería que puedan ser construidos mediante su guía o en el auxilio que podría prestarnos para
los problemas de la vida diaria. Sin embargo, esto se puede conseguir si atendemos a una sencilla
aplicación de lógica elemental a la que Musgrave nombra como principio LDA:
Principio LDASi es razonable creer en H y si H implica P, entonces es razonable creer en P.9
Por tanto, si unimos a nuestro anterior argumento el principio LDA junto con nuestras
necesidades pragmáticas, obtendremos:
Premisa RC: Es razonable creer en H (en el tiempo t) si y sólo si H es una hipótesis que (en el tiempo t) ha resistido mejor la crítica seria.
Premisa LDA: Si es razonable creer en H y si H implica P, entonces es razonable creer en P
Premisa 3: H es la hipótesis mejor corroborada (en el tiempo t). Premisa 4: H implica la predicción P.
Premisa 5: H implica la predicción P’ (que informa que el aparato x funcionará tal y como ha sido establecido que funcione).
Premisa 6: H implica la predicción P’’ (que informa que la decisión x’ resolverá el problema y de la vida diaria).
Conclusión: Es razonable creer en H (en el tiempo t).
8 Argumento parafraseado de Musgrave, op. cit., p. 327.9 Principio parafraseado de Ibíd. Musgrave nombra este principio como ADL pues estas letras significan “lógica deductiva aplicada” (del ingles “applied deductive logic”).
Conclusión 2: Es razonable creer en las predicciones P, P’ y P’’ (en el tiempo t).10
Como podemos ver, parece ser que, gracias al principio RC, no hacen falta inducciones
para tener decisiones, predicciones o apuestas racionales y, por tanto, el racionalismo crítico
puede solucionar el problema pragmático de la inducción sin mayores apuros.
d. La circularidad del racionalismo crítico
El problema pragmático de la inducción posee, sin embargo, todavía un medio para prolongar su
debate. La cuestión es expuesta de manera muy completa por Herbert Feigl:
Karl Popper, profundamente impresionado por los argumentos de Hume, abandonó todos los esfuerzos para justificar la inducción; incluso negó la importancia, no sólo la posibilidad, de la inducción en el crecimiento del conocimiento científico. Pero, tal vez el primero en criticar esta visión de Popper, yo le objeté con la pregunta crucial sobre por qué debíamos poner nuestra confianza en (o “poner nuestras apuestas sobre”) leyes, hipótesis y teorías que, a pesar de la severas pruebas, no habían sido hasta el momento refutadas. A esta pregunta Popper nunca ha ofrecido una respuesta satisfactoria […,] él no provee ninguna razón para la práctica generalmente aceptada de usar una teoría bien corroborada como una guía para futuras investigaciones o, en el caso de aplicaciones prácticas, para nuestras predicciones o acciones.11
Algo similar es planteado por Wesley Salmon cuando afirma que, dada la insostenibilidad
del inductivismo, “La pregunta es cuándo el enfoque científico provee una base más racional
para la predicción, para propósitos prácticos de acción, que […] otros métodos”12. Ahora bien,
¿Qué responden los racionalistas críticos ante esta cuestión? Un estudio atento nos mostrará que
la mayoría de ellos han tratado el problema copiosamente. Así, por ejemplo, John Watkins
mantiene que:
Mi respuesta a la cuestión de “¿Por qué un popperiano acepta la teoría mejor corroborada como la mejor teoría?” no afirma que esa teoría sea
10 Argumento parafraseado de Ibíd. Musgrave no incluye en su argumento las premisas 5 y 6, pero es evidente que no tendría ningún reparo en hacerlo (de hecho, nosotros sólo las incluimos aquí en nombre de la claridad puesto que las premisas 5 y 6 son redundantes respecto de la premisa 4: es obvio que la predicción P puede estar relacionada con aparatos de ingeniería o con problemas de la vida diaria). Para ahorrar espacio, estamos suponiendo que H es una hipótesis que pretende resolver problemas tanto de ingeniería como de la vida diaria.11 Herbert Feigl, Inquiries and Provocations: Selected Writings 1929- 1974, en Miller, 1994, op. cit., pp. 20, 21.12 Wesley Salmon, “Rational Prediction” en Miller, 1994, op. cit., p. 21.
mejor que sus competidoras por tener mayor verosimilitud (esa respuesta involucra una brizna de inductivismo), sino más bien que la teoría mejor corroborada es aquella que, en el momento presente, cumple de mejor manera las metas de la ciencia.13
De manera parecida, David Miller escribe:
Sugiero que la opción racional que hemos de seguir es la de guiarnos por aquella propuesta que mejor sobreviva la crítica más intensa que pueda ser dirigida contra ella. Y reto a cualquiera que esté en desacuerdo con esta sugerencia a dar un solo ejemplo donde piense que el consejo dado puede ser un mal consejo y conducir al error. Su argumento, si tiene uno, claramente constituirá una seria crítica a la sugerencia en cuestión, y esto nos conducirá a no contarla como la propuesta que mejor sobrevive la crítica. 14
Y, por último, en las palabras de Alan Musgrave:
Un racionalista crítico consistente debería poder dar una razón para [el principio] RC. Un racionalista crítico consistente puede argüir que es razonable adoptar [el principio] RC debido a que ha soportado la crítica de mejor manera que los principios epistémicos justificacionistas rivales.15
Podemos ver que tanto el principio metodológico de “las metas de la ciencia” de Watkins,
como el “consejo” o “sugerencia” racional de Miller y el principio RC de Musgrave no se
asumen arbitrariamente, sino que su adopción depende de que “haya[n] soportado la crítica de
mejor manera que los principios epistémicos justificacionistas rivales”, como leímos en
Musgrave, o de que no exista un argumento que sea “una seria crítica a la sugerencia en
cuestión”, como advierte Miller. No obstante, subraya Musgrave, todos los intentos de los
racionalistas críticos por dar razones para utilizar sus principios comparten un gran defecto:
[…] aun si acaso es aceptado que [el principio] RC soporta el criticismo de mejor manera que los principios epistémicos rivales (un gran “si acaso”), otra objeción inmediatamente se presenta. ¡Todo esto es circular! ¡El racionalismo crítico está diciendo que es razonable adoptar [el principio] RC utilizando los mismos estándares del [principio] RC sobre cuándo es razonable adoptar algo! El racionalismo crítico está arguyendo:
13 de J. W. Watkins, ‘Scientific Rationality and the Problem of Induction’ en British Journal of Philosophy of Science, no. 42, 1991, p. 345. 14 Miller, 1994, op. cit., p. 41. 15 Musgrave, op. cit., p. 329.
Primer premisa RC: Es razonable adoptar aquella teoría que mejor sobreviva el escrutinio crítico. Segunda premisa: [el principio] RC es la que mejor sobrevive el
escrutinio crítico.Conclusión: Es razonable adoptar [el principio] RC. 16
Y, por supuesto, si acaso alguien dudara del principio RC, no iba a estar más convencido
al escuchar un silogismo como ése.
Para Musgrave,17 no caben más que 3 soluciones en esta trapisonda que, hemos de
agregar, son todas insatisfactorias: O bien decimos que 1) La creencia en el principio RC es
irracional o arbitraria; o 2) buscamos una razón para creer en el principio RC que no apele al
principio RC; o elegimos la alternativa de 3) responder que el principio RC aboga por un
racionalismo que se incluye a sí mismo y que, por ello, es racional bajo sus propias luces.
Ningún racionalista crítico que se precie de ello elegiría la primera “solución” pues ello
sería sinónimo, por motivos evidentes, de rendir su postura. Si el principio RC es irracional, ¿no
sería mejor optar por otro criterio que se salvara de tal predicamento? Si, por otro lado, todo
criterio fuera irracional, entonces indistintamente uno podría adoptar tanto uno como otro (o
bien, sólo se adoptarían los criterios obedeciendo a estímulos subjetivos o colectivos como
pueden ser los psicológicos, sociales, etc.).
En lo que respecta a la segunda opción ésta involucraría el inevitable proceso de una
regresión al infinito pues la razón que apoye al principio RC nos sitúa en el mismo problema de
elegir entre creer en ella irracionalmente o buscar una nueva razón que la apoye.
Pero por el lado de la opción número tres, ésta puede parecer atractiva a los racionalistas
críticos que, como Robert Nozick, afirmen que si hemos encontrado los principios filosóficos
más profundos de algo, debería ser natural para ellos autosubsumirse: “[…] cuando [tal]
situación ocurre con algún tópico o área, en lugar de hablar de una crisis nosotros deberíamos
anunciar un triunfo”18. Tal postura a menudo va acompañada del no tan inusual clamo de que no
toda circularidad debe ser viciosa puesto que también las hay virtuosas. Precisamente con esa
perspectiva, David Papineau ha diferenciado entre circularidad de premisas y circularidad de
reglas:
16 Ibíd., p. 330. 17 Ibíd.18 Robert Nozick, “Philosophical explanations” en Musgrave, op. cit., p. 330.
Un argumento es circular de premisa si su conclusión está contenida entre sus premisas; un argumento es circular de regla si alcanza la conclusión de que una cierta regla de inferencia es confiable mediante el uso de esa misma regla de inferencia […]. 19
Papineau concluye caracterizando como viciosa a la circularidad de premisas y virtuosa a
la circularidad de regla. Y, en ese sentido, ¡la justificación circular de criterios como el principio
RC serían ejemplos de circularidades virtuosas!
Pero detengámonos un momento en este punto sin dejarnos llevar por el entusiasmo: no
hemos definido correctamente todavía a los adjetivos de “virtuoso” y “vicioso”. Para ello hemos
de responder al siguiente interrogante: ¿cuál es, concretamente, la diferencia entre la circularidad
virtuosa y la viciosa que hace que la primera sea aceptable e inaceptable la segunda? Al respecto,
Armando Cíntora propone una distinción que, si bien es breve, parece bastante adecuada. La
circularidad viciosa es aquella que “necesita presuponer aquello que se quiere probar” 20 de tal
modo que incurre en una falacia de petitio principii. Por su parte, la circularidad virtuosa no
pecaría de falacia alguna puesto que su único deseo es exponer la existencia de una cadena
circular en un determinado ámbito. Así, por ejemplo, la teoría geológica del ciclo del agua (agua,
nubes, agua) dependería de un argumento virtuosamente circular. Por tanto, un argumento se
llamaría virtuosamente circular no cuando presuponga aquello que intenta probar sino cuando
exponga un evento de naturaleza cíclica.
Pero, si aceptamos las definiciones de Cíntora con respecto a la circularidad, ¿realmente
podemos denominar a la circularidad de regla de Papineau como virtuosa? Un argumento circular
de regla no busca presentar un fenómeno cíclico sino que, más bien, es él mismo un fenómeno
cíclico, es decir, es un argumento que presupone lo que busca justificar al grado de utilizar para
su razonamiento el mismo criterio que pretende defender. Por tanto, la circularidad de regla de
Papineau es un ejemplo de circularidad viciosa.21
19 David Papineau, “Realibilism, Induction, and Scepticism” en Cíntora, op. cit., p. 18. Las cursivas son de Papineau. Cíntora nota que es bastante extraño que Papineau establezca que es “vicioso” todo argumento cuya conclusión esté contenida en sus premisas pues ello supondría declarar que todo argumento deductivo es vicioso. 20 Armando Cíntora Gómez, Los Presupuestos Irracionales de la Racionalidad, 1ª ed., Barcelona, Anthropos, 2005, p. 48.21 Michael Dummett parece pensar en una posibilidad de emplear virtuosamente a la circularidad de regla. Él identifica entre argumentos que intentan convencer a su auditorio, y argumentos explicativos que sólo pretenden dar cuenta de las causas de fenómenos dados cuya existencia ya se ha aceptado (es de entrada discutible si es adecuado llamar “argumento” a una explicación como bien lo muestra Irving Copi y Carl Cohen en su 1998, op. cit., pp. 49, 50. Pero no insistiremos en este punto debido a que, de hecho, se trata sólo de un conflicto de definiciones). Dummett admite que si la circularidad de regla se empleara en un argumento persuasivo entonces éste sería un argumento vicioso. Sin embargo, agrega, es posible utilizar la circularidad
Un defensor de la circularidad de regla aún podría proteger su posición negándose a
aceptar las definiciones que Cíntora ofrece sobre la circularidad. Incluso podría agregar que nada
nos impide decidir, por pura convención, que la circularidad de regla es virtuosa. Después de
todo, lo que buscamos es darle un giro a una clase de argumentos tenidos tradicionalmente por
falaces permitiéndonos por ello reivindicarlos y utilizarlos a nuestro favor. Sin embargo ¿acaso
no suena ello a una solución demasiado “fácil” del problema? Como no encontramos ningún
motivo que no sea circularmente vicioso para defender la racionalidad de un criterio como el
principio RC, entonces reivindicamos a la circularidad viciosa (o algunos argumentos
circularmente viciosos) y establecemos que, desde ahora, es buena. Por supuesto, cualquiera que
acepte ese tipo de postulaciones debería avergonzarse al recordar las palabras de Bertrand
Russell: “El método de «postular» lo que se busca ofrece muchas ventajas, así como las ofrece el
hurto frente al trabajo honrado”22. La carga de consciencia no puede sino llevarnos a la
conclusión de que la circularidad viciosa es viciosa por donde quiera que se le vea.23
Ante las dificultades de la circularidad, Musgrave opta por escapar de la cuestión de una
manera un tanto extraña:
de regla en un argumento explicativo que sólo busque exponer las causas de un fenómeno cíclico existente, a decir, los motivos por los que los seres humanos aceptan determinadas reglas tales como el principio RC (o la inducción). Se admitiría que dichos motivos incurren en una circularidad de regla pero también se añadiría que esa es la manera en que nosotros, como seres humanos, justificamos nuestras reglas más básicas. Por supuesto, hablar de esta manera es hacer uso de un argumento explicativo mismo que posee una naturaleza virtuosa puesto que sólo busca exponer el fenómeno cíclico que está detrás de las justificaciones que utilizan los seres humanos. Sin embargo, las palabras de Dummett, por muy ingeniosas que sean, ocultan un grave inconveniente: aun si fuera cierto el enunciado explicativo que sostuviera que los seres humanos utilizan reglas determinadas debido a que las justifican circularmente, aun entonces seguiría siendo viciosa la utilización de tales reglas. El aspecto vicioso de la circularidad de regla no se elimina por el hecho de que todos o la mayoría de las personas incurran en ella. (Estamos siguiendo la lectura que sobre Dummett llevan a cabo Ebba Gullberg y Sten Lindström en “Semantics and the Justification of Deductive Inference” en Hommage a Wodlek. Philosophical Papers Dedicated to Wodlek Rabinowickz, T. Ronnow- Rasmussen, B. Peterson, J. Josefsson & D. Egonsson, editores, 2007, http:// www.philosophy.su.se/texter/justification.pdf [consulta: jueves, 29 de diciembre de 2011]). 22 Bertrand Russell, Introducción a la Filosofía Matemática, Mireia Bofill, traductora, 1ª ed., Barcelona, Paidós, 1988, p. 67. 23 En todo caso, aceptar la circularidad podría involucrar otro problema para un racionalista crítico. Un inductivista podría también apelar a ella para justificar su propia posición (a decir, podría defender el principio inductivo circular de que la inducción es correcta porque ha funcionado bien en los casos pasados (ésta es justamente la posición de Papineau Cf. Cíntora, op. cit., p. 17, 18). Esto supondría la existencia de al menos una razón no conclusiva y de ahí se deduciría que el justificacionismo tiene una esperanza de existir. Por supuesto, ¡la circularidad nos permitiría resolver todos nuestros problemas, incluido el problema de Hume, y ya no es necesario el racionalismo crítico de ser así! No obstante, es claro que no podemos aceptar la circularidad por las mismas razones por las que no aceptamos la creencia Ad Hominem en la biblia y en lo que diga el Vaticano. Aun a pesar de lo mucho que ambas falacias resuelvan nuestras dificultades filosóficas y existenciales, nuestra consciencia crítica nos impide encerrarnos en falsos callejones, incluso si éstos tienen una apariencia agradable.
Cualquier principio epistémico general es o aceptable bajo sus propias luces (circularidad), aceptable bajo otras luces (por tanto irracional bajo sus propias luces e invitando una regresión infinita), o no racionalmente aceptable en lo absoluto (irracional). Entonces aun cuando la adopción racional [del principio] RC involucre circularidad, esto no puede ser utilizado para discriminar contra él y a favor de alguna teoría rival de racionalidad. Una objeción que golpea a todos los oponentes con igual fuerza no puede favorecer a ninguna en particular. Considere un paralelo: usted no puede excluir ninguna hipótesis diciendo que ésta no ha sido probada siempre que lo mismo se aplique a todas las hipótesis adversarias.24
Sin embargo, y de esto está bien enterado Musgrave, un problema no se nulifica o pierde
su relevancia sólo porque se extienda sobre todos los implicados. Si la cuestión permanece
irresoluta, no contaremos con ningún motivo (racional) para adoptar el principio RC en lugar de
otro principio adversario.
No obstante, existe todavía un medio para resolver el asunto satisfactoriamente que hasta
el momento ningún racionalista crítico, de entre los que hemos revisado, ha reparado: la
apelación a un modelo jerárquico de racionalidad.
h. Las virtudes del modelo jerárquico frente al relativismo de fines
Se habla a menudo de tres niveles en el debate sobre la racionalidad de las creencias. En un
primer nivel se sitúan las teorías; en el segundo están los métodos de racionalidad que
determinan la racionalidad de creer en determinadas teorías; y, por último, en el tercer
nivel, están los fines u objetivos perseguidos por dichos métodos de racionalidad. Todos
estos tres niveles coinciden con lo que en epistemología se ha denominado como “modelo
jerárquico de racionalidad”25. Dicho modelo establece, como su nombre lo indica, una
jerarquía entre los distintos niveles de racionalidad cuya más alta estratificación se
identifica con el nivel de los objetivos que se persiguen:
Primero, se especifica algo como el objetivo de la ciencia. Esto es, se considera a los científicos como apuntando a la producción de teorías de alguna clase particular […]. Segundo, se especifica algún principio o conjunto de principios para comparar teorías rivales a la luz de un trasfondo evidencial dado. Tales principios (frecuentemente aludidos
24 Musgrave, op. cit., p. 331. 25 Cf. Larry Laudan, Science and Values, Berkeley, University of California Press, 1984, p. 23.
como metodología) estiman el alcance en el cual las teorías de hecho alcanzan o probablemente alcanzarán el objetivo en cuestión.26
Sin embargo, si los fines componen la cabeza del modelo jerárquico de tal modo
que no hay nada sobre ellos que pueda juzgarlos, entonces un elemento del modelo
jerárquico, los fines, permanece sin justificarse.
Esto no debería representar un problema demasiado serio desde una posición como
la de un racionalista crítico, puesto que para ellos, la adopción de una actitud racional dada
se trata de una decisión libre. Así, David Miller, sostiene:
Se le ha dado demasiada importancia a la locución desafortunada, “una fe irracional en la razón”, que Popper uso aquí como marco intelectual que, en la misma oración, describió como tentativo.27 Ni la fe ni la obligación están involucradas en la adopción de la vía de la razón; se trata de un acto libre, abierto a la crítica, y a la cancelación en cualquier momento”. 28
Entonces, siguiendo una actitud paralela, se trataría de una decisión libre la que nos llevaría
a delimitar los fines de un modelo de racionalidad. Esto, sin embargo, es un campo fértil
para una posición conocida como el relativismo de fines: si tanto podemos adoptar un
modelo que sostenga que la definición última de la racionalidad se compromete con el fin
de “perseguir todo aquello que resista a la crítica seria” como podemos adoptar un modelo
que persiga exactamente lo contrario, a decir, “aceptar todo aquello que no resista a la
crítica seria”; entonces esto provoca, como consecuencia, que las teorías y afirmaciones
cuya creencia es racional para los seguidores de uno de los fines resulten
irremediablemente irracionales para los seguidores del otro y viceversa.
Naturalmente, no es posible liberarse del relativismo de fines a menos que se
consiguiera justificar los motivos por los cuales debe perseguirse algún fin específico. Sin
embargo, según Cíntora, no es posible tal justificación sin caer en un dogmatismo, en un
argumento viciosamente circular o en una regresión al infinito.
26 H. W. Newton-Smith, ‘The Rationality of Science’ en Armando Cíntora Gómez, Los Presupuestos Irracionales de la Racionalidad, 1ª ed., Barcelona, Anthropos, 2005, p. 136. Lo que Newton-Smith llama como metodología en este trabajo de tesis se ha estado nombrando como método de racionalidad. 27 Popper empleó la expresión “podríamos darle el nombre de fe irracional en la razón”. Ese “podríamos” es el tono tentativo al que Miller se refiere. Véase la cita a la que alude la nota 72 de ésta investigación.28 Miller, 2007, op. cit., p. 20.
El relativismo de fines resulta sumamente adecuado para los seguidores de fines
tradicionalmente considerados como irracionales puesto que, en su defensa, pueden recurrir
al siguiente argumento tu quoque (como lo llama Cíntora):
[…](1) […] la racionalidad es tan limitada que cualquiera debe hacer un compromiso dogmático […]; (2) por lo tanto, el irracionalista (cristiano o quien sea) posee un derecho a contraer cualquier compromiso que le plazca; y (3) consiguientemente, nadie tiene el derecho a criticarlo (o a cualquier otro) por contraer tal compromiso […].29
Pero puede brotarnos la inquietud de si realmente es tan preocupante, tal y como lo
pinta Cíntora, el relativismo de fines. Después de todo, por algo los racionalistas críticos
han sostenido que es una decisión libre aquella que los lleva a adoptar una actitud racional.
En otras palabras, para los racionalistas críticos, definir lo que es un modelo de racionalidad
no se compromete con un fin específico sino que acepta, de entrada, cualquiera.
Recordemos las palabras de Newton-Smith, que citábamos anteriormente, con respecto al
primer paso del modelo jerárquico: “Primero, se especifica algo como el objetivo de la
ciencia. Esto es, se considera a los científicos como apuntando a la producción de teorías de
alguna clase particular”. Así, si mantuviéramos un modelo jerárquico de racionalidad y
eligiéramos, como el objetivo de la ciencia, a la sincronía de las observaciones con
respecto a una interpretación no literal de la biblia, entonces deberíamos aceptar que son
racionales los métodos de racionalidad creacionistas y la creencia en la teorías creacionistas
sobre el origen del mundo pues, hasta el momento, parecen alcanzar el fin buscado de
mejor manera que los rivales. Si, por otro lado, prefiriéramos, como el objetivo de la
ciencia, a la verdad como correspondencia con el mundo externo, o a la obtención de fines
pragmáticos, o a la adecuación empírica, entonces el estado del conocimiento actual
apoyaría a los métodos de racionalidad y a las creencias en las teorías desarrolladas por,
digamos, la física actual. Podemos ver, entonces, que para cada fin posible existe un marco
de métodos de racionalidad y de teorías que lo alcanzan de mejor manera que sus rivales;
dichos métodos y teorías serán racionales, para el modelo jerárquico, siempre que el fin
que alcanzan privilegiadamente lo declaremos como el fin (o uno de los fines) principal de
la ciencia o de nuestra tarea de conocimiento.
29 William Bartley, The Retreat to Commitment, citado por Cíntora, op. cit., p. 45.
Entonces, desde que nada en la noción de racionalidad del modelo jerárquico nos
obliga a adoptar fines específicos, el relativismo de fines, desde la visión del modelo
jerárquico, se fundamentaría en una idea prácticamente trivial: si una persona o comunidad
persigue un determinado objetivo y desarrolla teorías y métodos de racionalidad que
permiten alcanzarlo de mejor manera que sus competidores (entiéndase por competidores a
todos aquellos que persiguen el mismo fin proponiendo para alcanzarlo teorías y métodos
distintos), y si otra persona o comunidad persigue un objetivo distinto y desarrolla métodos
y teorías que triunfan igualmente sobre sus competidores, entonces es obvio que ambas
personas o comunidades pretenderán, con razón, contar con creencias racionales. Sin
embargo, la interpretación del racionalismo crítico del modelo jerárquico le da un nuevo
enfoque a este relativismo de fines: si aceptamos la definición de racionalidad de dicho
modelo no deberíamos tener ningún problema para establecer que ambas personas o
comunidades han sido racionales; irracionales serían si, por el contrario, ambas
defendieran teorías o métodos que no alcanzaran sus propios fines de mejor manera que
sus rivales.
Todo parece indicar que es un compromiso saludable el suscribir paralelamente el
relativismo de fines y la interpretación del racionalismo crítico del modelo jerárquico de
racionalidad. Pero Cíntora nos interroga si acaso no hemos pagado un precio demasiado
alto con ello. Para Cíntora, el relativismo de fines involucra un relativismo de todos los
demás componentes de un modelo de racionalidad. Así sugiere que:
Este relativismo de fines podría luego infectar con consecuencias relativistas a los niveles inferiores; considérese, por ejemplo, alguna comunidad científica que promueve un conjunto de objetivos científicos G1 y una comunidad científica diferente que defiende un conjunto incompatible G2, luego, la primera comunidad podría terminar justificando los métodos Mi mientras que la segunda comunidad podría terminar justificando un conjunto de diferente de métodos mi. Estas diferencias metodológicas podrían a su vez traducirse en diferencias al nivel de teorías fácticas […].30
¿No significa esto que el relativismo de fines implica también relativismo de
métodos de racionalidad y, en fin, relativismo de teorías? Esa impresión parecemos
obtener, ciertamente. Sin embargo, si entendemos bien la interpretación del racionalismo
30 Ibíd., p. 129.
crítico del modelo jerárquico notaremos que el relativismo termina con los fines y no tiene
mayores repercusiones sobre las otras capas del modelo de racionalidad: una vez que
hemos escogido un fin, la discusión sobre los métodos y las teorías ya no depende de la
aceptación social ni de juicios subjetivos sino del hecho de si acaso el fin se consigue o no.
De acuerdo a lo que ya hemos observado anteriormente, si decidimos que el objetivo
buscado por el conocimiento es el control de la naturaleza, entonces no hay dificultad en
sostener que sólo una de las dos tribus, entre los azandes y los occidentales, ha conseguido
construir el mejor dique para proteger sus cosechas de los embates ambientales.
Como podemos ver, admitir el relativismo de fines, no representa inconveniente
alguno para un modelo jerárquico donde se interprete que es una decisión libre la elección
de los fines que se persigan. Dicho modelo podrá continuar posibilitado para hablar
adecuadamente de creencias racionales e irracionales no importando cual fin último se
seleccione.
f. El modelo jerárquico en rescate del racionalismo crítico
Se ha sostenido anteriormente la existencia de un medio independiente a los métodos de
racionalidad que determinaba su aceptación, a saber, la capacidad de dichos métodos para
alcanzar los fines que decidiera perseguir la investigación científica. De ese modo, la aceptación
de la creencia en el principio RC (siendo éste, en última instancia, un método de racionalidad)
dependería de la medida en que las hipótesis mejor corroboradas permitieran conseguir de mejor
manera, en comparación con las creencias valoradas favorablemente por otros métodos de
racionalidad, los fines que, según nuestra opinión, fueran el objetivo de la ciencia. Podemos ver
con esto que Musgrave se equivoca al pensar que no podemos justificar los principios
epistémicos generales: nuestra interpretación del modelo jerárquico de racionalidad puede ser el
sedimento desde el cual podremos aceptar y rechazar nuestros métodos de racionalidad. Así, en
el caso de los métodos inductivistas de racionalidad, éstos harían un papel pésimo en la
obtención de los fines que, tradicionalmente, se le han adjudicado a la ciencia31 por la sencilla
razón de que ninguna creencia podría surgir de ellos: no hay manera de que se pueda obtener la
certeza de la verdad, probabilidad o adecuación empírica de hipótesis alguna dados los
31 Los fines a los que nos referimos son la verdad, la probabilidad, la adecuación empírica y todos aquellos objetivos que los filósofos de la ciencia han planteado como fines últimos de la ciencia. La cuestión sobre cuál debería ser el objetivo de la ciencia la tratamos en el apartado 3.4 de este trabajo de tesis.
problemas de los argumentos inductivos. Por el contrario, las creencias apoyadas por el
racionalismo crítico son mejores puesto que el método que emplean, el principio RC, sólo exige
que las hipótesis o teorías creídas estén mejor corroboradas que sus rivales. En consecuencia,
mientras no exista otro método de racionalidad no inductivista que avale creencias que alcancen
los fines buscados por la ciencia de una manera sistemáticamente superior a las creencias
respaldadas por el racionalismo crítico, el principio RC no tendrá adversario en su declaración de
ser el más racionalmente aceptable.
g. ¿Es realmente beneficioso el modelo jerárquico de racionalidad para el principio RC?
Ahora bien, existen dos reparos importantes que se oponen al hecho de utilizar el modelo
jerárquico de racionalidad para evaluar positivamente al principio RC. El primero de ellos, no
precisamente producto del problema pragmático de la inducción, objetaría que el principio RC se
torna inútil una vez que aceptamos la definición de racionalidad del modelo jerárquico. ¿Por qué
simplemente no decimos que “es racional creer en aquella hipótesis que cumpla mejor con los
fines perseguidos” y evitamos las ulteriores complicaciones que se originan por otros métodos de
racionalidad? Lo cierto es que, quien formulara este interrogante, no estaría percatándose
adecuadamente de la vacante que deja al eliminar el principio RC. Ciertamente sería racional
creer en aquella hipótesis que cumpliera con los fines; no obstante, todavía tenemos que
especificar cómo obtenemos esa hipótesis. Existe un vacío entre la definición de racionalidad del
modelo jerárquico y las teorías que sólo puede ser llenado por una metodología, papel
interpretado precisamente por el principio RC. Al sostener el principio RC la racionalidad de la
creencia en las teorías que resistan mejor que sus rivales, a la luz del conocimiento actual, al
escrutinio crítico, está elaborando un procedimiento crítico que hace las veces de una cadena de
montaje que entrega un producto terminado y listo para ser contemplado por un posterior aparato
de control de calidad. Es evidente que, sin la inicial cadena de montaje, no hay producto ninguno
que pueda ser evaluado.32 Esto nos revela las tres etapas al interior de la evaluación racional de
las cuales ya habíamos hablado anteriormente: una que consiste en los fines u objetivos que la
actividad científica persigue; otra que se relaciona con los métodos de racionalidad que persiguen
32 El aparato de control de calidad no sólo evalúa el producto; también evalúa la efectividad de la cadena de montaje.
el cumplimiento de tales fines; y, finalmente, una que se identifica con la creencia que se lleva a
cabo en determinadas teorías.
Pero el utilizar el modelo jerárquico en favor del principio RC da lugar a una segunda dificultad:
si los métodos de racionalidad pretenden alcanzar con éxito ciertos fines de mejor manera que
sus rivales, entonces deben presuponer la regularidad del mundo o enfrentarse al obstáculo de
que un método de racionalidad que alcance ciertos fines hoy bien pudiera no alcanzarlos mañana;
asimismo, mañana, otro criterio rival otrora inexitoso podría volverse efectivo. Un principio
inductivo que justifique el orden del mundo debe infiltrarse en el interior del mismísimo modelo
jerárquico de racionalidad. ¡Pero esto es un resurgimiento del problema pragmático de la
inducción! En palabras de Anthony O’Hear:
El atentado de Popper para deshacerse de la inducción no es exitoso. Hemos encontrado que el razonamiento inductivo, eliminado de una parte del cuadro, nace en otra […] la razón que subyace en esto es que cualquier conceptualización coherente de la experiencia requiere la presuposición del orden estable del mundo.33
Pero, pese a las apariencias, éste reparo puede ser despachado con facilidad. Los
racionalistas críticos están bien enterados de que, sencillamente, no sabemos (ni podemos saber,
es decir, no tenemos otra opción excepto la de ser agnósticos al respecto) si existen tales leyes o
no. Pero, en espera de que existan, ponemos a prueba nuestras teorías e hipótesis intentando dar
con ellas. En palabras de David Miller, “las hipótesis científicas proponen que existe orden en el
mundo; no lo presuponen.”34. Hemos de percatarnos de que los métodos de racionalidad, del
mismo modo que cualquier afirmación humana, son conjeturas y ése es un estado que nunca
abandonarán. Si resulta que en el futuro el principio RC se torna inferior a otros métodos de
racionalidad en la adquisición de los fines buscados, entonces, siguiendo la definición de
racionalidad del modelo jerárquico, lo reemplazaremos por aquellos métodos que tengan mayor
éxito.
g. Conclusión
En tanto que entendamos el carácter conjetural del principio RC no debería subsistir ningún
inconveniente en sostener que su aceptación está sujeta siempre a discusión. De ese modo, si el
33 Anthony O’Hear, “Karl Popper” en Miller, 1994, op. cit., p. 15.34 Miller, 1994, op. cit., p. 27.
principio RC propone que toda creencia evaluada favorablemente bajo su guisa será más exitosa
en el futuro en cuanto a los fines perseguidos que otras creencias surgidas bajo los auspicios de
métodos distintos, todo ello es una predicción que puede y debe ser permanentemente puesta a
prueba. En tanto la predicción se cumpla, la definición de racionalidad del modelo jerárquico nos
permite estar autorizados racionalmente a utilizar el principio RC. Si en cambio la predicción
falla, dicha definición nos conmina a utilizar los métodos rivales exitosos. Y por supuesto, no
hay necesidad de ninguna suposición inductiva al interior de este proceso.