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1 El purgatorio y las obras para la salvación José Gabino Castillo Flores El Colegio de Michoacán Introducción El presente trabajo es un pequeño esbozo que pretende no sólo mostrar la importancia que el purgatorio tiene como tema de estudio sino incentivar investigaciones sobre el mismo. Considero que es un tema de vital importancia que aún reclama una investigación minuciosa. Abordar el tema involucra muchos campos del conocimiento y brinda extraordinarias posibilidades para el estudio de la religiosidad novohispana. Se trata de un tema ligado a la concepción de la muerte, al castigo y al perdón de los pecados. Pero, al mismo tiempo, sus alcances van más allá, permite conocer el imaginario religioso, la manera en que la Iglesia católica combatió a los reformadores protestantes e incluso la manera en que dicha institución legitimó su participación en ámbitos de carácter económico como testamentos, cofradías, capellanías y demás obras de caridad encaminadas a la salvación del alma. En este caso me centraré sólo en un pequeño aspecto: la importancia que tuvo el purgatorio para combatir algunos de los postulados protestantes, en especial, el de la ineficacia de las obras de caridad para alcanzar la salvación que argumentaron personajes como Martín Lutero y Juan Calvino a mediados del siglo XVI. En este breve escrito describiré la manera en que el purgatorio se convirtió en una herramienta eficaz en la promoción de las obras de caridad así espirituales como corporales y cómo mediante esta creencia se justificaron prácticas económicas como la venta de indulgencias o la limosna pero, al mismo tiempo, se fomentó un ideal de comunidad

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El purgatorio y las obras para la salvación

José Gabino Castillo Flores El Colegio de Michoacán

Introducción El presente trabajo es un pequeño esbozo que pretende no sólo mostrar la importancia

que el purgatorio tiene como tema de estudio sino incentivar investigaciones sobre el

mismo. Considero que es un tema de vital importancia que aún reclama una

investigación minuciosa. Abordar el tema involucra muchos campos del conocimiento y

brinda extraordinarias posibilidades para el estudio de la religiosidad novohispana. Se

trata de un tema ligado a la concepción de la muerte, al castigo y al perdón de los

pecados. Pero, al mismo tiempo, sus alcances van más allá, permite conocer el

imaginario religioso, la manera en que la Iglesia católica combatió a los reformadores

protestantes e incluso la manera en que dicha institución legitimó su participación en

ámbitos de carácter económico como testamentos, cofradías, capellanías y demás

obras de caridad encaminadas a la salvación del alma.

En este caso me centraré sólo en un pequeño aspecto: la importancia que tuvo el

purgatorio para combatir algunos de los postulados protestantes, en especial, el de la

ineficacia de las obras de caridad para alcanzar la salvación que argumentaron

personajes como Martín Lutero y Juan Calvino a mediados del siglo XVI. En este breve

escrito describiré la manera en que el purgatorio se convirtió en una herramienta eficaz

en la promoción de las obras de caridad así espirituales como corporales y cómo

mediante esta creencia se justificaron prácticas económicas como la venta de

indulgencias o la limosna pero, al mismo tiempo, se fomentó un ideal de comunidad

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cristiana basada en la comunión de los santos. De ahí lo polifacético y amplio de este

tema en el que esperamos más de un lector ponga su interés.

Las obras de caridad ante la Reforma y la Contrarreforma El pecado mortal no sólo aparta a Dios del que peca, sino introduce en él al Demonio, para que habite en él como en

casa propia1

A mediados del siglo XVI Martín Lutero negó la importancia de las obras en el proceso

de salvación. Señalaba que ésta se daba sólo por la fe y no por las prácticas externas

de religiosidad2. Ante ello la Iglesia respondió remarcando la importancia de la

participación del hombre y de los sacramentos en su justificación; advirtiendo, además,

que la fe por sí misma no podía dar la salvación si no estaba acompañada de obras que

la respaldaran. Las ideas de Lutero cuestionaban el papel que la Iglesia se había

asignado a lo largo de los siglos en la historia de occidente: mediadora entre Dios y los

hombres.

La justificación se definía como “el tránsito del estado de pecado en que nace el

hombre, hijo del primer Adán, al estado de gracia y adopción de los hijos de Dios por el

segundo Adán, Jesucristo”3. Era por medio de su sacrificio que había justificado al

hombre haciéndole posible su salvación. De manera general podríamos ubicar tres

momentos esenciales en el tema de la Justificación. El primero cuando el hombre

pierde la gracia a causa del pecado y la recupera por el sacrifico de Cristo. El segundo

reconoce la capacidad del hombre para participar en su salvación mediante obras de

caridad. El tercero cuando se reconoce la eficacia de los sacramentos de la Iglesia para

ayudar a los pecadores a restaurar la gracia concedida4.

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Fue así que el Concilio de Trento (1545-1563) se encargó de reformular la

dogmática con la finalidad de volver a poner en el centro de la vida religiosa el tema de la

participación del hombre en su justificación. Con esto la Iglesia difundió una visión

mucho más positiva del hombre, para lo cual se apoyó, de acuerdo con Estela Roselló5,

en el tema del pacto primigenio con Dios, en el cual se le prometió al hombre la

posibilidad de salvarse. Con ello la Iglesia utilizó los nuevos valores difundidos por el

humanismo y tomó de autores como Erasmo de Rotterdam e Ignacio de Loyola, la visión

de un nuevo hombre comprometido en su comunidad. De ahí la importancia del tercer

pacto entre Dios y los hombres en la entrega del Decálogo, como lo señala la autora,

pues representaba toda una normatividad de la vida en comunidad y la Iglesia tenía la

responsabilidad de velar por su cumplimiento. Para esta dimensión social de la religión

de exaltó la importancia de la parroquia como centró rector de la vida religiosa; en ella se

difundió, mediante sermones, imágenes y objetos sagrados, todo un aparato salvífico

donde el hombre participaba tanto de manera individual como colectiva.

La importancia de la vida en comunidad dio así un fuerte realce a la Iglesia al ser ella

la portadora de las llaves de Pedro y la que poseía las armas para enfrentarse al

demonio, la carne y el mundo: los sacramentos. Por ello la importancia dada a la

confesión y la penitencia como medios de redención. Desde el Concilio de Letrán de

1215, la Iglesia había establecido la confesión como obligación anual y se le consideró

un remedio eficaz contra las puertas del infierno. La clave de una buena confesión

radicaba en un acto sincero de arrepentimiento por haber ofendido a Dios (contrición) y

la decisión de no volver a pecar y reparar los daños causados.

Por supuesto la confesión permitió plasmar en el medio individual la importancia

de las obras y, más aún, el respeto de los mandamientos de Dios. Aunado a ello, se

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hizo promoción de las obras de misericordia (espirituales y corporales), en

contraposición de los pecados capitales. Si ponemos atención a las obras de

misericordia, podemos ver en ellas la dimensión social de la nueva religiosidad

contrarreformista. Empecemos con las corporales: visitar y cuidar a los enfermos, dar

de comer al hambriento, dar de comer al sediento, dar posada al peregrino, vestir al

desnudo, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Todas ellas guardan una relación

que gira en torno a la caridad. Estas obras eran necesarias para la salvación y no

debían omitirse pues formaban parte de la preparación para la muerte. Los religiosos de

la época, para justificar la necesidad de estas obras, las vinculaban con Jesucristo

quien, decían, “andando por la tierra ayudó a los necesitados, muerto [ayudó] a los

difuntos, vivo a los muertos y muerto a los vivos”6. Las obras de caridad espiritual

complementaban las anteriores: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo

necesita , corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, soportar los

defectos del prójimo y rogar a Dios por los vivos y difuntos. Como puede verse estas

obras no sólo vinculaban a los vivos sino a estos con los muertos, lo cual establecía el

vínculo entre las tres iglesias: la triunfante, la purgante y la militante.

Esta convivencia basada en las obras refutaban completamente los postulados

protestantes. Autores como el padre Martín Carrillo reconocían la importancia de tales

obras y su papel en la vida del hombre, estando toda nuestra fe, decía:

“apoyada con tan santas y maravillosas obras, cuál será tan cruel, cuál tan inhumano, cuál tan sin razón y juicio que le parezca que la caridad de los que viven, no se haya de extender a favorecer a los que son nuestros hermanos”

7.

Las obras también le permitieron a la Iglesia legitimar una de las creencias más

importantes que permitiría el desarrollo de la piedad moderna: el purgatorio. Éste último

había sido negado por Lutero y considerado una invención de la Iglesia con miras al

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beneficio económico. La promoción del purgatorio, que remarcaba la necesidad de las

obras, le permitió a la institución papal enfrentar y contrarrestar los postulados

protestantes que negaban su utilidad y que permitían, según ella, el desenfreno de las

pasiones al no tener el hombre una responsabilidad en su salvación. El padre Dimas

Serpi, de la Orden de San Francisco, lo advertía así en su Tratado del Purgatorio, de

1617:

Los herejes, por darse a los vicios y libertades y entregarse en cuerpo y alma al diablo, padre de toda la maldad, exaltan tanto la satisfacción que Jesucristo hizo por nosotros que se persuaden que nosotros podemos vivir a rienda suelta y cometer cualesquier vicio sin que por ellos hayamos de satisfacer la pena debida a aquellos pecados que hemos cometido...”

8

Para este autor, era irrefutable el hecho de que cada persona, después de muerta,

debía de satisfacer sus pecados de acuerdo a su gravedad. Esto era fundamental en la

tradición cristiana que valoraba la gravedad de la pena en el reconocimiento de

pecados mortales y veniales. De esta forma, los pecados cometidos, de acuerdo a sus

agravantes o atenuantes, determinaban el sitio del más allá al que iría el alma del

difunto. De ahí la importancia dada a que los fieles realizaran obras satisfactorias por

las penas que se les perdonaban mediante la confesión aquí en la tierra.

Los lugares del más allá: el purgatorio. A lo largo del periodo colonial mexicano, la Iglesia reconoció cuatro sitios a los que

podía ir un difunto dependiendo de su estado de gracia: la gloria, el infierno, el

purgatorio y el limbo de los niños. De estos cuatro lugares uno de los que nos ha

llamado fuertemente la atención es el purgatorio. La razón de ello radica en que

considero que a largo de los siglos XVII y XVIII fue uno de los pilares en que la Iglesia

se apoyó para difundir la religiosidad postridentina: una religiosidad basada en el

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perdón de los pecados y en la importancia de las obras de caridad para con los vivos y

los muertos.

Desde el siglo XII se había introducido, en la economía de la salvación cristiana, la

idea del pesaje de las almas por parte de san Miguel Arcángel9. En ese momento se

definía, de acuerdo a la mayor cantidad de pecados o de virtudes, la salvación del alma.

Paralelamente se consolidó la creencia en el purgatorio como sitio de purgación donde

las almas se purificaban antes de ir al cielo. Con la aparición del purgatorio, cuya idea

se difundió en la Europa del siglo XIII10 y se consolidó ampliamente durante el siglo XVI

con el Concilio de Trento, la influencia de la Iglesia se acrecentó; recalcando la

importancia de su papel no sólo terrenal sino aún más allá de las fronteras de este

mundo. Con el tiempo el purgatorio se convirtió en uno de los sitios que el cristiano

debía tratar de evitar a través de las prácticas devotas. La estancia en dicho lugar

correspondía a aquellos hombres que no merecían el infierno pero cuyas culpas no

habían sido perdonadas del todo, por lo cual debían permanecer ahí hasta que sus

pecados fueran purgados y se hicieran nuevamente, merecedores de la gracia.

Una vez que el purgatorio fue convertido en dogma por el Concilio de Trento y

difundido como tal en la Nueva España a partir del Tercer Concilio Provincial de 1585, la

Iglesia dejó clara su postura en contra de los protestantes que negaban la existencia de

un lugar intermedio entre el cielo y el infierno. Se señaló “que las almas detenidas en él

reciben alivio con los sufragios de los fieles y en especial con el aceptable sacrificio de

la misa” 11. A partir de entonces el purgatorio se difundió ampliamente y se convirtió en

el eje de la piedad moderna. En la Nueva España estas imágenes se propagaron

especialmente durante los siglos XVII y XVIII exaltando el papel intermediario de los

santos y la Virgen, otro aspecto negado por los protestantes y que permitió difundir

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mejor la idea de la comunión de los santos que se articulaba alrededor de las ánimas del

purgatorio.

Para promocionar la necesidad de la oración en la intercesión de las almas

purgantes, se difundieron los castigos que padecían en el purgatorio. Los religiosos que

hablan sobre el tema insisten, antes que nada, en que el medio de purificación en el

infierno es el fuego. Pero es un fuego distinto al del infierno pues tiene como fin torturar

y castigar, mientras el del purgatorio sólo purificar. El padre Joseph Boneta señala que

Dios creó el fuego del purgatorio para que aflija al hombre como verdugo, lo califica

como “espada en manos de un Dios omnipotente y justiciero”12. Ese fuego, continúa,

“tendrá por materia un obstinado azufre formado adrede por Dios para que arda y

abrace sin consumirse”. Este castigo atormentaría incluso a los más pacientes “para que

sean ajusticiados con tormentos de muerte, sin que tengan la dicha de morir ni acabar a

su rigor”13.

El libro del padre Boneta, cuya primera edición es de mediados del XVII, tiene

una gran particularidad, cita textos que señalan la presencia de demonios atormentando

a las almas en el purgatorio. Esto es interesante pues en los textos posteriores, se

insiste que quien castiga en el purgatorio en la mano de Dios, no los demonios14. Cita

del Speculum Mágnum, el caso de un monje agonizante cisterciense que fue llevado al

purgatorio donde vio:

…entre otros tormentos a unos que atravesados en unos asadores les daban una y muchas vueltas sobre el fuego, al que soplaban incesantemente feísimos demonios que tenían debajo sartenes donde caía la gordura que a fuerza del fuego se derretía y en estando llenas, volvían a verterlas encima con que les doblaban el dolor y el tormento

15.

Menciona que cuando el fraile le preguntó al ángel que lo llevó al purgatorio quiénes

eran aquellos atormentados, le dijo que eran miembros de su orden que se purificaban

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aunque habían muerto en gracia. De esta cita me interesa la presencia de los demonios,

aspecto por demás interesante pues, posteriormente, las imágenes sobre el purgatorio

perderán, en mucho, su aspecto terrorífico. A pesar de que se consideraba que el

purgatorio estaba a un lado del infierno, sus castigos eran mucho menores en

comparación con los del infierno. Es el padre Dimas Serpi quien, apoyándose en

Tertuliano, nos orienta sobre este tema cuando nos dice que el purgatorio está en un

lugar:

…profundo de ciertos apartamientos que el infierno tiene allá en lo más hondo de la tierra; y tan junto al mismo infierno donde están los condenados, que un mismo fuego castiga y abraza a unos y purifica y limpia a los otros, a los unos sirve de tormento eterno; y a los otros sirve de pena temporal…

16

Joseph Boneta también coincide con esa ubicación, pero el padre Dimas aclara que los

teólogos no han podido definir con precisión si el purgatorio se encuentra a un lado o por

encima del infierno. Si bien las almas del purgatorio se han salvado de las penas del

infierno, los castigos por los que purgan sus pecados son intensos y los sufrimientos

interminables y dolorosos. A pesar de que se confiaba en una serie de remedios para el

purgatorio, la estancia en él era terrible cuando el tiempo se media de forma distinta a

como se media en la tierra. Para explicar esto, el padre Boneta nos remite a Villegas

quien, dice, supo de un enfermo que, estando padeciendo de una grave enfermedad,

suplicó a Dios la muerte para librarse de aquel mal. Un ángel se le apareció al enfermo y

le dijo que Dios había escuchado su suplica; que eligiera estar un año padeciendo

aquella enfermedad dolorosa o tres días en el purgatorio. El enfermo escogió el último y

fue llevado ahí por el ángel. Después de una hora el ángel fue a verlo para ver cómo

estaba y el hombre le reprochó ser un mentiroso por haberlo dejado ahí tantos años. El

ángel le dijo que se equivocaba pues apenas había pasado una hora; admirado, el

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hombre prefirió regresar a su cuerpo y padecer la enfermedad por el tiempo que fuera

necesario17. Como podrá verse, las penas del purgatorio no sólo eran consideradas

terribles, sino que había el agravante de que el tiempo se medía de forma distinta, por lo

que una hora podía equivaler a un año o más. En realidad esta consideración del tiempo

nunca fue plenamente establecida por los teólogos.

Aquí se puede apreciar con facilidad que ese tipo de narraciones buscaban,

además, un beneficio para la Iglesia. Es decir, el purgatorio había refrendado la

necesidad de intervenir a favor de las ánimas del purgatorio mediante misas y

oraciones. Con ello la Iglesia se veía beneficiada al ser ella la responsable de las

mismas. Ahora bien, ya que no se sabía el tiempo que un alma estaría en el purgatorio y

que el tiempo era medido de manera diferente, los fieles se veían en la obligación de

realizar la mayor cantidad posible de misas en su favor. Ello legitimó la intervención de

la Iglesia y la venta de indulgencias18 y bulas de difuntos que había sido tan criticada por

Lutero en el siglo XVI.

Los remedios contra el purgatorio La oración Uno de los medios más recurridos para liberar a las ánimas del purgatorio fue la oración,

con la cual, autores como Diego Baeza y Joseph Endaya, llegaron a decir que el hombre

podía asimilarse al mismo Dios. Si bien lo hacían pensando en que esta asimilación era

por el acto de caridad, sus escritos no eran muy claros y podían prestarse a

interpretaciones heréticas. Endaya decía que debido a que era la mano airada de Dios

la que castigaba en el purgatorio a causa de los pecados de los hombres, éstos podían

aplacar su ira mediante la oración:

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Vence la mano de Dios el hombre que levanta en la oración sus manos, pues si las penas del purgatorio consisten en la de Dios irritada para el castigo y ésta rinde su denuedo por la oración de las nuestras, claro está que salen las ánimas libres cuando hay manos que oren y venzan

19.

El autor considera que en el purgatorio Dios tiene dos tareas: castigar y perdonar. Que

cuando castiga su mano puede ser vencida por las del hombre que reza para pedir

misericordia. Utilizando a san Juan menciona, además, que la oración sirve para

asimilar la voz de quienes oran a la de Dios, pues como dijo él: “saldrán las ánimas

libres de sus pecados y colmadas de la inmortal vida cuando oigan la voz de Dios”20.

Para el padre Endaya Dios habla por las manos que se ponen en oración, es por ello

que se necesitan “manos para los sacrificios y las limosnas, manos para cumplir los

legados y testamentos...manos para descargar nuestras conciencias y aliviarles a ellas

sus penas”21. De esa manera, para nuestro religioso, de las manos que les asisten

depende el libertarse de los calabozos en que padecen.

Diego de Baeza, al igual que el padre Endaya, consideraba que los hombres

imitaban a Dios en la tarea de liberar a las ánimas. Mencionaba que, debido a que las

almas del purgatorio estaban atadas de pies y manos (habían perdido su libre albedrío),

no podían hacer nada para ayudarse ellas mismas. Por ello correspondía a los hombres

auxiliarlas, con lo que sus nombres serían igualados al de Jesucristo:

Miro yo, señores, aquella mazmorra tenebrosa del purgatorio donde están presas millares de almas santas. ¡Qué afligidas con la pena! ¡Qué llorosas de dolor! ¡Qué ansiosas de salir! Y juntamente veo a un cristiano, o dando limosna, o ayunando, o metido en su rincón rezando sus avemarías y clamando a Dios libre aquellas santas almas. Y en un punto se abre el purgatorio, se quiebran las cadenas, se entorpece el fuego, se quita el dolor y resuena ¡libertad, libertad! ¿Quién pudo hacer tan dichosa mudanza? Las mismas almas lo saben y conocen su nombre, y claman fulano con sus oraciones ha tomado el oficio al hijo de Dios y nos ha libertado

22.

Con lo anterior el padre Baeza nos habla también de una cierta igualación del hombre

con Cristo o con el mismo Dios en la tarea de liberar las almas. Aquí cabe señalar otro

de los puntos que justificaron la necesidad de la oración y su realización como acto

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caritativo: la presencia del ánima sola. Ésta última apareció continuamente en los

cuadros de ánimas. En ella se resumía todo el ideal de la caridad espiritual. Se trataba

de un personaje triste que aparecía suplicante en la parte inferior de los cuadros,

generalmente en una esquina. Su mirada no estaba orientada hacia arriba o los lados,

sino hacia abajo, como viendo al público. Representaba a un personaje que, se decía,

no tenía personas que oraran por ella, debido a eso, dependía de la caridad de quienes

quisieran ayudarle para libertarse de sus penas23.

El padre Baeza invitaba a sus lectores a rezar por las ánimas para que éstas les

correspondieran pidiendo a Dios por ellos. “¿Quieres cristiano -preguntaba el religioso-

que tu nombre corra como pareja con el nombre de Dios entre las llamas del purgatorio?

Trata de hacerles bien, de rogar por su libertad y entonces será tu voz oída de ellas,

como voz del hijo de Dios”24.

La limosna y el ayuno Aparte de la oración como acto caritativo, los religiosos del periodo colonial remarcaron

la importancia de la limosna como un medio dador de vida espiritual. Acto que ayudaría

a los hombres a quedar bien con Dios al rechazar los bienes terrenales, tal y como el

mismo Cristo se lo había pedido a sus apóstoles. Por su parte el ayuno era considerado

un medio de purificación de la carne. Al igual que el ayuno de Jesús antes del sacrificio,

los hombres debían purificarse para que sus actos piadosos no se vieran manchados

por el pecado.

Joseph Boneta, antes de hablar de la limosna, señala que la codicia es uno de los

pecados que nos conducen al infierno. En este caso el ejemplo de Judas pudo haber

sido más que simbólico. Para nuestro autor la limosna era “el medicamento más

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inmediato contra las penas de los muertos y las culpas de los vivos”25. Comenta que la

limosna en uno de los mayores actos caritativos y que si todos creyeran y tuvieran fe,

entonces darían limosna. Pero considera que a veces las personas repudian al pobre

porque sólo ven de él el exterior, que es inmundicia, andrajos y miseria, más no ven lo

que esconde que es todo halago porque “es copia hermosísima del mismo Cristo”. Lo

que es más, Boneta señala que en algunas ocasiones no sólo es copia de nuestro

salvador sino que es “el mismo Cristo que suele andar como pobre disfrazado”26.

Con lo anterior se promovía no sólo la limosna para con los pobres sino también

para con la Iglesia. Mediante estos postulados, la institución papal promovía un

compromiso con la pobreza que se apoyaba en el ideal de construir una sociedad

solidaria, basada en las obras de caridad. Además, legitimaba las limosnas que fluían a

la Iglesia pues se consideraban propias de cristianos devotos que, mediante ellas,

alcanzarían beneficios espirituales. El padre Boneta decía que la limosna beneficiaba

más a quien la daba que a quien la recibía, pues éste último, a pesar de quedar rico con

ella, recibía sólo bienes fugitivos de la tierra, mientras que el segundo obtenía, por su

caridad, los bienes inamisibles del cielo. El padre Boneta señalaba que todas las

limosnas beneficiaban a las ánimas en un acto de reciprocidad. Ello lo explicaba

diciendo que la limosna beneficiaba a quien la daba, a quien la recibía y a las almas por

las que se aplicaban. De esta manera la caridad formaba un circuito que redundaba,

nuevamente, en el postulado teológico de la comunión de los santos. El padre Boneta

señalaba, además, que era una tontería buscar pretextos para librarse de dar limosna

pues, decía, hay quienes las rehúsan diciendo que tienen muchos hijos que alimentar.

Ello lo toma como un acto de codicia y simple pretexto, pues, apoyándose en san

Cipriano, comentaba que cuanto mayor era el número de hijos, “tanto mayor han de ser

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las limosnas, porque hay más almas por quienes rogar, más pecados que redimir, más

conciencias que purificar, más vidas que conservar, más salvaciones que pretender”27.

Los aparecidos

En el imaginario del más allá cristiano, las almas del purgatorio, como intermediarias

entre la Iglesia militante y la triunfante, no eran personajes estáticos que esperaran

pacientes las limosnas y oraciones. Es por ello que continuamente hacían viajes a la

tierra para solicitarlas28. Cuando lo hacían, atendían dos razones primordiales: la

primera era pedir ayuda a los vivos, o reclamarla cuando una persona se negaba a

realizar actos caritativos por ellas y, en segundo lugar, mostrar las penas que allá se

sufrían para incidir directamente en la preservación de las buenas costumbres. Aquí

habría que mencionar que hasta antes de la existencia del purgatorio la Iglesia había

tenido una postura recia ante los aparecidos que se asimilaban más al mundo del

diablo29. Pero el purgatorio le permitió a la Iglesia apropiarse de los muertos y orientar

las apariciones hacia suplicas y enseñanzas por parte de los espíritus del más allá; tal y

como lo afirma Claude Lecouteux, “con la invención del purgatorio tenemos la primera

explicación lógica de la existencia de los aparecidos. Los fantasmas son recuperados

por la Iglesia y pierden su carácter pagano”30.

En cuanto a la aparición de almas que pedían sufragios, Martín carrillo explica

que estas visiones las permite Dios para provecho de las personas. La finalidad era

hacerle ver a los vivos lo necesitadas de sufragios que estaban las almas del

purgatorio. Para ello les hace presenciar los castigos que ahí padecen para mover a la

caridad. Uno de los mayores reproches que tienen las almas es comúnmente contra

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sus albaceas que no cumplían con las mandas testamentarias. Boneta acusa a esos

albaceas negligentes llamándolos ateos, “lo más vil”, pues niegan a Dios y a su juicio31.

Si recordamos que el testamento era una de las obras que se realizaban para

tener una buena muerte, al distribuir la herencia y realizar obras pías, los albaceas que

no los cumplían estorbaban la salvación del difunto. En este tema no sólo entraban los

albaceas sino también los escribanos, a quienes se insistía que realizaran bien su

oficio. Boneta recuerda cómo san Crisóstomo narra la aparición de un escribano que

traía una escribanía y una baraja de fuego con las que era atormentado por haber sido

tahúr y codicioso en su oficio32. Con esto se crearon lazos de convivencia que

generaron comportamientos y actitudes ante la muerte y los muertos que caracterizaron

la historia de la salvación en Occidente. Desde entonces, como bien señala Jean

Delumeau, el purgatorio “se convirtió en el gran depósito de aparecidos33”.

Objetos sagrados El purgatorio permitió, además, como ya hemos señalado, la exaltación de la Virgen y

de los santos como intermediarios entre las almas y Jesucristo. Las representaciones

plásticas del purgatorio hacían hincapié en esta intercesión, lo cual permitía promover el

culto y la necesidad de las plegarias. Para completar la promoción del culto de los

santos, la Iglesia difundió una serie de devociones de objetos vinculados con ellos que,

se decía, permitían la salida de las ánimas del purgatorio o bien acortaban la estancia

en él. Una de ellas fue el rosario, devoción que fue promovida por los frailes dominicos y

formó parte de los elementos con que contaron para acrecentar la fama de su orden. Se

creía, y así se comprueba en las pinturas de la época, que la Virgen del Rosario,

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mediante esa prenda, tenía la capacidad de ayudar a salir del purgatorio a las ánimas

que hubieran depositado su fe en ella.

Otro de los objetos sagrados venerados y tenidos como reliquia fue el

escapulario, cuya devoción data de 1251 cuando, supuestamente, la Virgen del Carmen

se lo dio a Simón Stock, miembro de la orden de los carmelitas. Como puede verse, la

devoción por esa prenda surgió también entre los siglos XII-XIII periodo en el que se

desarrolló la creencia en el purgatorio34. El prestigio de esta orden creció aún más

cuando la devoción del escapulario se vio respaldada por la Bula sabatina del papa Juan

XXII, en la cual se otorgaba el privilegio, a quien portara el escapulario, de salir del

purgatorio el sábado siguiente a su muerte35. Beneficios parecidos tuvieron las órdenes

de los Agustinos y los Franciscanos quienes contaron con objetos con iguales dones de

rescatar ánimas purgantes, tales como la cinta de San Agustín y la cuerda de San

Francisco36.

La misa

Por último me referiré a la misa, pues era considerada la mayor obra de caridad para

con los muertos. Por ello los testadores del periodo colonial continuamente mandaban a

decir algunas en favor de sus almas. La misa era considerada uno de los sufragios que

más agradaban a la divinidad, por lo que brindaba la oportunidad de contar con socorros

perpetuos que ayudaran a la salvación del alma. Además, servía como práctica externa

de religiosidad y caridad al dedicarla no sólo a la salvación propia sino a la exaltación

del culto divino y a la intercesión por las ánimas del purgatorio37. Joseph Boneta,

siguiendo a san Bernardino, considera que “una sola misa es suficiente para despoblar

al purgatorio de todas las almas que lo habitan”38.

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El mismo autor, citando a san Agustín, comenta que desde que una persona sale de

su casa para oír misa, empieza el ángel a contarle los pasos y a escribirlos en el libro de

sus buenas obras. Recordemos que esta idea del libro de buenas y malas obras se

había difundido desde el siglo XIII, con el desarrollo de la economía, por lo que se

asemejaba a un libro de contabilidad. La misa, además, vinculaba a las tres iglesias y

exaltaba el papel de los ministros de la institución papal. El sacrificio de la misa era el

medio por el cual se repetía el acto redentor de Jesucristo y se recuperaba la gracia. Por

otro lado, las iglesias eran los cementerios de la época, pues era ahí donde se enterraba

a los difuntos, lo cual permitió establecer un vínculo identitario con la parroquia donde

estaban enterrados los familiares. Estos entierros, según los religiosos de la Nueva

España, propiciaban que los asistentes a la misa tuvieran presentes a los difuntos y

oraran por ellos.

De esta manera la misa ganó terreno y se convirtió en un acto comunitario, acto

que, además, vinculaba a vivos y muertos y garantizaba la reciprocidad entre ellos39. La

vida corporativa de la Nueva España demuestra este aspecto de la salvación en

colectividad que contrarrestaba abiertamente la salvación individual que promovía la

tradición protestante. Basadas en esa idea, se promovieron, por toda la Nueva España,

cofradías de ánimas del purgatorio, cuya función fue precisamente socorrerlas mediante

misas y oraciones. Otras cofradías como las de la Virgen del Carmen o la del Rosario

siguieron también dicho fin. En medio de este complejo sistema salvífico la Iglesia se

colocaba como centro rector y poseedora de las llaves de Pedro, única forma de

acceder al paraíso. Así lo advertía Jean Crasset cuando deducía:

Que si no hay más que un solo Dios, se hace preciso que no haya más que una religión. Un Dios verdadero, una religión verdadera. Que la historia cristiana entre todas es la más santa, la más pura y la más conforme a razón, a juicio de todos los sabios. Que su fundación, su

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establecimiento, su propagación, su duración, sus persecuciones y sus victorias son incontestables pruebas de su verdad. Que en otras sectas no se encuentra más que ignorancia y asquerosas brutalidades...que si la religión cristiana es verdadera se sigue por consecuencia legítima que las demás son falsas porque las condena a todas y declara que en ninguna de ellas puede haber salvación

40.

Conclusiones Con este breve ensayo he descrito la manera en que el purgatorio legitimó muchas de

las prácticas religiosas novohispanas, en especial las de la limosna, la oración, la misa

y el ayuno. Este es sólo un primer ensayo de trabajos mayores que actualmente realizo

sobre un tema aún poco atendido por la historiografía mexicana. Quedan aún muchas

dudas por responder cómo saber desde cuándo empezó a promocionarse el purgatorio

en la Nueva España. Sabemos por Robert Ricard que desde el siglo XVI un tal Fray

Luis Caldera41, conocido por sus métodos radicales de meter animales vivos en hornos

ardiendo para mostrar a los indios una metáfora del horror del infierno, traía consigo

unas pinturas donde mostraba los sacramentos, el infierno, el cielo y el purgatorio, entre

otros, para apoyarse en su labor evangelizadora. También Jaime Morera describe una

pintura del siglo XVI en que aparecen ánimas purgantes en el convento de Actopan en

Hidalgo. Sin embargo, considero que la explicación de tal creencia pudo haber

representado un problema en los primeros años de la conquista. Asimismo dado que el

purgatorio aún no era declarado dogma por la Iglesia católica, lo que sucedió hasta

1563, en la última sesión del Concilio de Trento, pudieron ser limitantes para su difusión

novohispana, de ahí que sea más fácil encontrar referencias al mismo durante los siglos

XVII y XVIII, cuando una nueva forma de religiosidad pretendió implantarse en todo el

orbe católico.

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Notas

1 Documentos del Concilio de Trento, Sesión IV: Decreto Sobre la Justificación, Capítulo IV, Marzo 1545,

Biblioteca Electrónica Cristiana: http://www.multimedios.org/docs2/d000436/index.html. 2 Lutero, Martín, Escritos reformistas de 1520: A la nobleza cristiana de la Nación alemana acerca del

mejoramiento del estado cristiano. La cautividad babilónica de la Iglesia. La libertad cristiana, Prólogo, selección y

notas de Humberto Martínez, México, Secretaría de Educación Pública, Primera edición 1988, p. 249. Actualmente

la doctora Alicia Mayer ha pusblicado un libro donde se muestran las persistentes referencias que se hacían a Lutero

en las obras de los religiosos novohispanos. Los sermones, por ejemplo, muestran al reformador como alegoría del

mal, como “escribano del demonio” y, por lo tanto, como antítesis de lo que significaba ser un verdadero cristiano.

Véase Mayer, Alicia, Lutero en el Paraíso, la Nueva España en el espejo del reformador alemán, México, Fondo de

Cultura Económica/UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 2008, 573 pp. 3 Otaola Montagne, Xavier, “La idea de la salvación en la Contrarreforma”, En En María Alba Pastor y Alicia Mayer

(Coord.), Formaciones religiosas en la América colonial, México, Universidad Autónoma de México, 2000, pp. 63-

81, P. 74. 4 Ibíd., p. 74.

5 La autora habla de tres momentos cruciales en el tema de la alianza. “El primero cuando Dios se comprometió con

Noé para continuar la vida sobre la tierra; el segundo cuando Yahvé prometió a Abraham una numerosa

descendencia y la tierra de Canaan para todos sus hijos y, el tercero, cuando Dios entregó el Decálogo Moisés”.

Véase Roselló Soberón, Estela, Así en la tierra como en el cielo. Manifestaciones cotidianas de la culpa y el perdón

en la Nueva España de los siglos XVI y XVII, Primera edición, México, El Colegio de México, Centro de Estudios

Históricos, 2006. 6 Carrillo, Martín, Explicación de la Bula de Difuntos: en la cual se trata de las penas y lugares del purgatorio;

cómo pueden ser ayudadas las ánimas de los difuntos con las oraciones y sufragios de los vivos, Por el doctor

Martín Carrillo, Presbítero catedrático del decreto de la Universidad de Zaragoza, Segunda edición corregida y

enmendada y añadida, A la postre una apología del mismo autor, Por Ángelo Tavanno, 1662, p. 171. 7 Ibíd., p. 173.

8 Serpi, Dimas, Tratado del purgatorio contra Lutero y otros herejes; según el decreto del Sacrosanto Concilio

tridentino, con singular doctrina de SS. DD. Griegos, latinos y hebreos, Con setenta consideraciones sobre las

lecciones de Job, Dirigido al Ilustrísimo y reverendísimo señor don Sancho de Ávila, Obispo de Sigüenza del

Consejo de su Magestad, Compuesto por Fray Dimas Serpi Calaritano del orden de San Francisco Observante de la

Provincia de Sardeña y Comisario apostólico, Madrid, Por Luis Sánchez y Acosta de Alonso Pérez, 1617, p. 12. 9 Al parecer, esta escena había sido retomada por la Iglesia del Libro de los Muertos del Egipto faraónico y

trasladada a la habitación del moribundo para representar la lucha entre el bien y el mal. Véase Lugo Olín, María

Concepción, Una literatura para salvar el alma, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2001, p.

124. 10

Aquí sólo pretendo hacer un bosquejo de la idea del purgatorio que, de acuerdo con Le Goff, proviene de nociones

precisas sobre la existencia de un tercer estado. El purgatorio que nace en el siglo XII, sobre todo a partir del relato

del purgatorio de san Patricio, tiene su origen, en gran parte, en los Apocalipsis judíos y cristianos de entre los

siglos II antes de Cristo al III después de Cristo. Por ahora bastan algunos datos sólo para entender la forma en que

dicha idea surge y los beneficios que ello trae a la Iglesia así como las modificaciones que ocasiona en la geografía

del más allá y en las prácticas para la salvación. Véase Le Goff, El nacimiento del purgatorio, Versión castellana de

Francisco Pérez Gutiérrez, Madrid, Taurus, reimpresión, 1989. Lo que cabe advertir es que el purgatorio no figura en

las escrituras. Los teólogos se basaron en interpretaciones de algunos textos bíblicos como el segundo libro de los

Macabeos o la parábola de Lázaro y el rico Epulón para demostrar la eficacia de orar por los difuntos, pero el

purgatorio no se consolidaría sino en el Imaginario religioso a lo largo de los siglos y estaría directamente

relacionado con el surgimiento de la economía monetaria y el desarrollo de las instituciones jurídicas del siglo XII.

Véase Morera y González, Jaime Ángel, Pinturas de ánimas del purgatorio, México, Instituto de Investigaciones

Estéticas/UNAM, 2001, 341 pp., y Berman, Harold, La formación de la tradición jurídica en occidente, (1983),

Traducción de Mónica Utrilla de Neira, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, 674 pp. 11

“Habiendo la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, según la doctrina de la sagrada Escritura y de la

antigua tradición de los Padres, enseñado en los sagrados concilios, y últimamente en este general de Trento, que hay

Purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles, y en especial con el

aceptable sacrificio de la misa; manda el santo Concilio a los Obispos que cuiden con suma diligencia que la sana

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doctrina del Purgatorio, recibida de los santos Padres y sagrados concilios, se enseñe y predique en todas partes, y se

crea y conserve por los fieles cristianos. Exclúyanse empero de los sermones, predicados en lengua vulgar a la ruda

plebe, las cuestiones muy difíciles y sutiles que nada conducen a la edificación, y con las que rara vez se aumenta la

piedad”. Véase Documentos del Concilio de Trento…Op. Cit. 12

Boneta, Joseph, Gritos del purgatorio y medios para acallarlos, libro primero y segundo dedicados a la Virgen

santísima del Carmen, compuesto por el doctor Joseph Boneta racionero de la santa Metropolitana iglesia de

Zaragoza y doctor en sagrada teología, Novena impresión añadida, Puebla de los Ángeles, Por Diego Fernández de

León, 1708, p. 22. Jaques Le Goff señala que la teología católica moderna distingue tres tipos de fuego: uno

punitivo, uno purgativo y otro purificador. Sin embargo, durante la Edad Media, esos conceptos se mezclan, por ello

es difícil establecer los límites entre el fuego del infierno y el del purgatorio, pues la anterior es una caracterización

tardía. Le Goff, El nacimiento…, p. 59. 13

Ibíd., p. 24. 14

El padre Martín Carrillo desde 1602, decía en su Explicación de la Bula de Difuntos: “Las penas del purgatorio

son poco menos que las del infierno…Es común opinión de los teólogos que las almas no son atormentadas en el

purgatorio por ministerio de los demonios…la razón es que siendo como son almas amigas de Dios, no permite su

divina bondad, las atormentaran sus enemigos…”14

Citado por Lugo Olín, Una literatura…, p. 192. El padre Diego

de Baeza, en 1645, apoyaba esa postura cuando señalaba “no quiero creer que los verdugos del purgatorio son los

demonios, sino que la imponente mano de Dios por sí misma atormenta ahí. Lo cual no es para disminuir la pena

sino para acrecentarla más”. Baeza, Diego de, Sermones funerales catorce y de ánimas del purgatorio siete, Por el

padre Diego de Baeza de la Compañía de Jesús, En la provincia de Castilla, Valladolid, Por Marcos Pérez, Impresor

de libros, 1645, p. 144. 15

Ibíd., p. 30. 16

Serpi, Dimas, Tratado del purgatorio…, p. 96. 17

Ibíd., p. 31-32. 18

Las indulgencias eran gracias concedidas por la Iglesia a sus fieles, por medio de las cuales perdonaba determinada

cantidad de pecados, acortando así su estancia en el purgatorio. Algunas de ellas eran otorgadas por asistir a misa, por

oraciones realizadas, por acompañar a los muertos en sus funerales, por rezar por las ánimas, etcétera. La Iglesia

católica, en este sentido, llegó a volverse bastante laxa en las cuestiones de la salvación; si bien insistía en la

necesidad de llevar una vida ejemplar y caritativa para alcanzar el paraíso, a la hora de la muerte y después de ella,

montaba todo un aparato salvífico que permitía a los hombres acceder a la gloria eterna a pesar de sus pecados

cometidos. 19

Endaya, Joseph, Sermón de la conmemoración de los fieles difuntos…, p. 12. 20

Ibíd., p. 16. 21

Ibíd., p. 18 vuelta -19. 22

Baeza, Diego de, Sermones funerales…, p. 134. 23

Unos ejemplos de ella pueden a preciarse en los cuadros de ánimas de la catedral metropolitana de la ciudad de

México. Es interesante que ésta ánima se consideraba, en la cultura popular, un agente muy activo y agradecido. El

ánima sola era invocada en cuestiones de hechicería, por ejemplo, a cambio de ayudas espirituales para auxiliar sus

penas. Si bien todas las almas del purgatorio gratificarían a sus libertadores actuando como intermediarias ante Dios,

el ánima sola parecía ser de las más agradecidas dada su condición. 24

Baeza, Diego de, Sermones funerales…, p. 134. 25

Boneta, Joseph, Gritos del purgatorio…, p. 166. 26

Ibíd.., p. 174. 27

Ibíd., p. 168-169. 28

En el 2007 Concepción Lugo publicó una antología de ejemplos sobre el purgatorio donde reprodujo casos de

apariciones de ánimas purgantes tanto en Europa como en la Nueva España, este libro ha sentado bases para

continuar trabajando sobre este tema por demás apasionante. Concepción Lugo demuestra ahí la importancia que

tuvieron estos viajes de ultratumba en la conformación de un imaginario religioso sobre el más allá. Lugo Olín,

María Concepción, Relatos de ultratumba. Antología de ejemplos sobre el purgatorio, México, Instituto Nacional de

Antropología e Historia, 2007, 329 pp. 29

Lecouteux Claude, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, Traducción de Plácido de Prada, Barcelona,

Medievalia, 1999, p. 17. 30

Ibíd., p. 18. 31

Boneta, Joseph, Gritos del purgatorio…, p. 136. 32

Ibíd., p. 210

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33

Delumeau, Jean, El miedo en Occidente…, p. 138. 34

Ramos Medina, Manuel, “El escapulario, una devoción novohispana”, En María del Consuelo Maquívar (Coord.),

Memoria del coloquio Tepotzotlan y la Nueva España, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia,

Museo Nacional del Virreinato, 1994, pp.193-206, p. 210. 35

Ibíd., p. 215. 36

Véase Von Wobeser, Gisela, Vida eterna y preocupaciones terrenales…, p. 104. 37

Castillo Flores, José Gabino, “Actitudes y prácticas para el bien morir en los testamentos xalapeños de la primera

mitad del siglo XVIII”, En prensa. 38

Boneta, Joseph, Gritos del purgatorio…, p. 139. 39

Joseph Boneta señalaba que las almas purgantes advertían: “Desengañaos de que obra ninguna es más beneficiosa

que la misa; aunque todos los hombres del mundo ayudasen por nosotras; aunque se azotasen por nosotras hasta

anegarse en su propia sangre; aunque todos muriesen por nosotras, nada de esto, ni cuanto todos los hombres, ni

santos pueden hacer y padecer, llega, ni puede llegar, al sufragio de una sola misa…”, Boneta, Joseph, Gritos del

purgatorio…, p. 155. 40

Crasset, Jean, La dulce y santa muerte…, p. 246-247. 41

Ricard comenta que el Caldera podría no ser un apellido sino un apodo que la historiografía recogió sin darse

cuenta. Dicho apodo vendría de sus métodos de evangelización como el arriba descrito. Ricard, Robert, La conquista

espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva

España de 1523 a 1572, (1547), Traducción de Ángel María Garibay, Novena reimpresión, México, Fondo de

Cultura Económica, 2004, p. 193, 491 pp.