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1 7. El secuestro de Víctor Te vas a ir, vas a salir pero te quedas, ¿dónde más vas a ir? A Víctor le habían advertido: “Van a venir a buscarte”. Más allá de tener un estilo de barba y pelo a lo Che Guevara y de simpatizar con el socialismo, el fotógrafo free lance, autor de la instantánea “Esperando a un amigo”, que ganó el concurso de nuevos talentos en el rubro fotodocumental de un festival latinoamericano, organizado en Cuba, en 1972, no pensaba que los Grupos de Tarea que secuestraban personas lo fueran a buscar, aunque se juntara seguido con sus amigos Solange y Flavio Montalban, dos hermanos que pertenecían a la agrupación Montoneros. Tanto Víctor, como ellos, se habían decepcionado del rumbo de las políticas de estado del general Juan Perón en su tercer período presidencial, que no pudo concretar por una enfermedad que lo llevó a la muerte el 1 de julio de 1974. Con su muerte, llegó al mando su viuda y vicepresidenta Isabelita, como la llamaban, y cernió al país en un abismo que llevaría al caos y su destitución por un golpe cívico-militar, dos años después. Ahora presidenta, era, a las claras, diametralmente opuesta en acción política y de sensibilidad social de lo que había sido Evita (la ex mujer de Perón, fallecida en 1952, erigida por sus seguidores como la líder espiritual del pueblo y por sus detractores, como el peor de los males). Una y otra habían acompañado a su esposo en dos momentos trascendentales del país. Una de ellas, es recordada por sus obras sociales y renunciamiento histórico a raíz de un cáncer que terminaría con su vida. La otra, está asociada a un cáncer gubernamental impulsado por un maquiavélico ícono de la represión democrática, José López Rega, a quien todos llamaban “El brujo”, por sus incursiones oscurantistas. Era la mano derecha de la presidenta y

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Más que cuento, lo sentí una crónica, que es una elección super acertada. Lo del Epílogo está buenísimo. Es muy político, la opinión de cualquiera siempre sería muy personal. Está muy bien armado, el comienzo me gusta. Es una historia que al principio ya sabés cómo termina, pero igualmente querés leerla. Me gustan los momentos que seleccionaste para describir la historia, la influencia de sus amigos, los personajes están muy bien armados. La dictadura es un tema muy extenso. Y me encanta que lo hayas tenido en cuenta en tu selección de cuentos. /Neyda Pitt -Editora-.

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7.

El secuestro de Víctor

Te vas a ir, vas a salir pero te quedas,

¿dónde más vas a ir?

A Víctor le habían advertido: “Van a venir a buscarte”. Más allá de tener un

estilo de barba y pelo a lo Che Guevara y de simpatizar con el socialismo, el fotógrafo free lance, autor de la instantánea “Esperando a un amigo”, que ganó el concurso de nuevos talentos en el rubro fotodocumental de un festival latinoamericano, organizado en Cuba, en 1972, no pensaba que los Grupos de Tarea que secuestraban personas lo fueran a buscar, aunque se juntara seguido con sus amigos Solange y Flavio Montalban, dos hermanos que pertenecían a la agrupación Montoneros. Tanto Víctor, como ellos, se habían decepcionado del rumbo de las políticas de estado del general Juan Perón en su tercer período presidencial, que no pudo concretar por una enfermedad que lo llevó a la muerte el 1 de julio de 1974.

Con su muerte, llegó al mando su viuda y vicepresidenta Isabelita, como la llamaban, y cernió al país en un abismo que llevaría al caos y su destitución por un golpe cívico-militar, dos años después. Ahora presidenta, era, a las claras, diametralmente opuesta en acción política y de sensibilidad social de lo que había sido Evita (la ex mujer de Perón, fallecida en 1952, erigida por sus seguidores como la líder espiritual del pueblo y por sus detractores, como el peor de los males). Una y otra habían acompañado a su esposo en dos momentos trascendentales del país. Una de ellas, es recordada por sus obras sociales y renunciamiento histórico a raíz de un cáncer que terminaría con su vida. La otra, está asociada a un cáncer gubernamental impulsado por un maquiavélico ícono de la represión democrática, José López Rega, a quien todos llamaban “El brujo”, por sus incursiones oscurantistas. Era la mano derecha de la presidenta y

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contribuyó en forma determinante para que la nación se fuera a pique. Las motivaciones de López Rega estaban definidas por la avaricia, el ansia de poder y sus vinculaciones con la logia masónica P2.

No cuentes lo que hay detrás de aquel espejo, no tendrás poder

ni abogados, ni testigos.

El gobierno peronista estaba debilitado, era inminente la llegada de un cambio y mientras los militares afilaban las botas para patear puertas y tomar el poder, muchos civiles afilaron sus guantes para golpear las puertas de los cuarteles, o abrirlas desde adentro, y facilitar la llegada de un gobierno de facto que brotaría, cual hongo en una roca corrompida por el agua, infelizmente, un 24 de marzo de 1976.

Ni Víctor, ni los Moltalban, ni los queridos vecinos del fotógrafo, dos cuarentones que acompañaban a algunos de sus amigos integrantes del Frente de Liberación Homosexual, pensaban en la arremetida horrorosa en la que quedaría sumido el país, a manos de Videla, Massera, Suárez Masson y sus cómplices. Los vecinos del 4º B trabajaban en el Teatro Colón (uno era vestuarista y el otro coordinador de escenario; se hacían llamar Yolanda y Biyú). Creían firmemente en la justicia social del socialista que admiraban, Alfredo Palacios, y de su referente principal, Perón. No se imaginaban ni en las peores pesadillas sobre el derrotero en el que se sumiría Argentina, en los próximos seis años. “Estos son tiempos distintos” solía repetirle Yolanda, cada noche en la que se recostaban en el sofá, luego de las cenas con tartas que le preparaba Biyú y el buen vino de los viernes, que sumaba a los visitantes, compañeras y compañeros de la militancia política, del Colón o de la noche de strass y transformismo, entre los que siempre estaba Víctor.

–¿Hoy qué hacés? -solían repetirle sus amigos y compañeros.

–Picnic en el 4º B. -contestaba siempre.

Víctor, Yolanda y Biyú se habían conocido en el ascensor, cuatro años antes, en 1973, cuando Yolanda bajaba al cuarto piso y la bolsa más grande, en la que cargaba comestibles de Casa Tía, se desfondó. Víctor intentaba llegar a tiempo para cubrir el retorno definitivo de Perón a Buenos Aires, el 20 de junio, luego de dieciocho años de exilio en Europa -aunque ya había regresado por un corto plazo en noviembre de 1972-, pero la cobertura quedó trunca. Pudo más su solidaridad. Se detuvo para ayudar a su vecino a levantar las cosas. Agradecida, la pareja, lo invitó a tomar un licor, más tarde un café, lo que devino en unos

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cuantos whiskys. Se apoltronaron en los almohadones estilo hindú que tenían sobre la alfombra persa que habían comprado en un viaje a Marruecos, que contrastaba de manera elocuente con las telas colgadas desde el techo hacia el piso, cayendo en forma de puerta. Ya cómodos, vieron por la televisión la llegada del líder del partido Justicialista y la batalla entre dos grupos antagónicos de militancia política que se daba al mismo tiempo en las cercanías al aeropuerto, con heridos y muertos.

Desde ese instante, Víctor haría de los viernes el día del tradicional picnic, en los que otros amigos de la pareja anfitriona se acercaban para dirimir acciones y panfleteadas contra el brujo y sus secuaces líderes del grupo paramilitar de ultraderecha, conocido como Triple A, hasta el golpe de estado del 24 de marzo, y contra los militares a partir del mes de mayo en adelante. La confianza que depositaron en Víctor fue tan sincera que le dieron una copia de la llave y le indicaron donde guardaban dinero, algunos valores y una pistola calibre 45. El fotógrafo se hizo tan amigo de la pareja que las llamaba por sus nombres artísticos. Por suerte, nunca supo sus verdaderos nombres. Quizá, de haberlos sabido, los hubiera dado a conocer en el medio de las torturas que sufriría en julio de 1977.

Y es que aquí, sabes, el trabalenguas trabalenguas,

el asesino te asesina y es mucho para ti.

Un domingo, fue al departamento de sus vecinos a buscar un poco de sal. Vio que la puerta estaba entreabierta. Alcanzó a escuchar a Biyú, que telefoneaba a Yolanda pidiéndole auxilio. Entró y se topó con su vecino tirado sobre la cama. Tenía un corte en la cara y le sangraba el labio. Le indicó silencio y se dirigió al cuarto lindero, señal de Biyú mediante. Antes, tomó la 45 y, apuntándole al invasor, que estaba revolviendo entre el vestuario y cajas de las pelucas, le dio una trompada seca, en la cabeza, que lo metió dentro del placard. Luego lo asustó diciéndole que pertenecía a los servicios y que si lo volvía a ver por la zona no dudaría en hacerlo detener. Esa noche no necesitó sal más que para sazonar el platazo de mostacholes a la carbonara que preparó Yolanda.

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Con el crecimiento de la amistad, les propuso retratarlos por el mero placer de hacerlo y montaron una producción con lentejuelas, tacos aguja y pelucas; ambos trabajaban en un pub nocturno los viernes por la noche, en Recoleta, estilo café-concert, del que solían repetir “de y para chongos, dudosas y maricas”.

El jueves 7 de julio de 1977, un comando militar, camuflado como civiles, secuestró a Víctor. Cuatro días antes, las patotas se habían llevado a Solange de la Facultad de Medicina, donde cursaba, y dos días después cayó su hermano Flavio. El plan sistemático de aniquilamiento de opositores al sistema militar que gobernaba el país se estaba cobrando muchas víctimas. La gente desaparecía, así porque sí, incluso el presidente de facto, Videla, llegaría a manifestar, ante las cámaras de tv, que los desaparecidos eran eso mismo, desaparecidos: no estaban, no existían, no tenían un nombre, cero identidades.

La tarde del día 5, Víctor estaba muy apesadumbrado. Les contó de su preocupación a sus vecinos. Enseguida Yolanda telefoneó a Brasil, a un amigo del activista, poeta y escritor Néstor Perlongher, Rafael, quien les aseguró que auspiciarían una cálida residencia. Biyú habló con su primo, el comandante Adaro de la línea aérea Varig, para que posibilitara el embarque de manera rápida y desapercibida. Yolanda lo afeitó y le cortó el pelo. Biyú hizo algunas llamadas más desde el teléfono público del bar “La flor de Barracas”, en la esquina de su departamento para arreglar, con otros dos amigos, un seguro traslado al aeropuerto.

El día 6, como todos los miércoles, Víctor fue a la redacción de “Nexo Popular”, una revista de interés general que soslayaba un discurso peronista en pro de los designios que profesara el ex presidente Héctor Cámpora. Víctor les daba algunas fotografías que tomaba en los distintos actos populares, en manifestaciones callejeras y eventos deportivos, para que los editores ilustraran las páginas del periódico. Allí se enteró que se habían llevado a otros dos compañeros de la redacción: el flaco Politti, encargado de la rotativa, y el murciélago Cosme, que se encargaba de la distribución en los centros comunitarios, villas y unidades políticas; y que Anselmo Kuller, uno de los editorialistas, había logrado escapar por los techos de la casa de su cuñada. Víctor se asustó y por consejo de Adolfo, el director, ex compañero de la facultad, esa noche aceptó dormir en el cuarto trasero de la imprenta.

Un río de cabezas aplastadas por el mismo pie juegan cricket bajo la luna.

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La mañana del 7 transcurrió normal para Víctor. Yolanda y Biyú entraron temprano en el departamento de su vecino para recoger algunas de las pertenencias más queridas, junto con algo de ropa para el viaje. Le recomendaron que no regresara, que sus cosas se las llevaría Valeria, una amiga travesti. Pasaría por el bar de la esquina, en horas de la siesta.

Todo transcurrió según lo planificado. Pero Víctor recordó que su cámara Rolliflex, con la que había retratado a Yolanda y Biyú, estaba guardada en una caja fuerte encastrada en la pared, dentro del placard, y tenía la llave en su poder. Decidió ir a buscarla.

Estaba confiado que nada le pasaría. Tenía amigos vinculados a la política y la lucha armada, pero había muchas personas que también lo tenían y nada les había sucedido. Se cuestionó el porqué de huir, el porqué de cambiar su look. Pero ese mediodía sus preguntas pudieron más y lo hicieron aflojarse. Víctor no era cobarde ni temeroso. Había estado cubriendo la guerra de los seis días en Medio Oriente en 1967 y las guerrillas de Guatemala en 1974. Esto, para él, era un mero trámite. Estaba seguro que de ser detenido saldría apenas se aclarara el malentendido. Confiaba en un tío coronel que lo apreciaba y, sobretodo, que no tenía conexiones con la subversión ni antecedentes penales de ninguna índole.

Como sus padres y hermanas estaban pasando las vacaciones de invierno en Mendoza; ya más suelto de ánimo, decidió pasar a tomar algo por lo de sus tíos Benjamín y Esther. Llegó y la tía, como de costumbre, le preparó unas ricas tostadas con manteca y mermelada casera de higo. Hizo un llamado a la casa de sus vecinos, pero nadie contestó. Yolanda estaba en el bar aguardando a Valeria. Biyú estaba comprando dos camisas: una para Víctor y la otra para Néstor. Terminó la merienda y le pidió a su tío que lo acercara hasta su departamento.

Valeria retiró sus pertenencias como habían pactado. Yolanda recogió a Biyú para ir a despedirlo al Aeroparque. Llevaban consigo un cuadro con aquella foto que Víctor les había tomado, vestidos como Liza Minelli en Cabaret y Barbra Streisand en Funny girl, para que la tuviera como un cálido recuerdo de amistad. Lo esperaban en un salón donde lo contactaría el comandante Traverzaro, compañero de vuelo de Adaro.

Víctor jamás llegó.

A las 16 horas, cuando salían de Lynch al 3400, en el barrio de Pompeya, el Torino verde que manejaba el tío Benjamín fue interceptado por dos autos Falcon y un Renault 12. A Víctor lo metieron en uno de los Ford; después lo pasarían al baúl. A sus tíos los separaron en el otro y en el 12. La tía Esther se descompuso y vomitó en el tapizado, lo que le valió un cachetazo. Tanto ella como Benjamín pasearon, sin rumbo fijo, por la ciudad, para cansarlos, confundirlos y amedrentarlos, por espacio de tres horas. A Benjamín lo bajaron

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en Puente Alsina, del lado bonaerense. A la tía Esther la dejaron sentada en el piso sobre un paredón que contenía un baldío, que ocupaba la manzana que encerraban las calles Donato Álvarez, Bogotá, Cálcena y Avellaneda. El chofer se bajó con ella, le dio una toalla, dos billetes y le pidió disculpas.

Estamos en la tierra de nadie, pero es mía Los inocentes son los culpables, dice su señoría,

el Rey de espadas.

Epílogo

Víctor resistió a las torturas por cuatro días.

Yolanda y Biyú renunciaron a sus puestos en el Colón. Con el advenimiento de la democracia y con los ahorros montaron un pub gay en 1984, De Profundis, cuya imagen central es la foto que Víctor les había retratado. El lema del local, en tarjetas de promoción, pósters y folletería, señalaba: “Donde te espera un amigo”.

El tío Benjamín y la tía Esther vivieron hasta el año 2009. Fallecieron casi juntos. Primero Esther y meses después Benjamín. La tía jamás pudo recuperarse de aquel trauma.

Los hermanos Montalban nunca más aparecieron. Lo mismo ocurrió con el flaco Politti.

Anselmo fue secuestrado en 1981 y su cadáver apareció en excavaciones que se hicieron casi veinte años después.

El murciélago Cosme fue pasado a orden del Poder Ejecutivo militar, en marzo de 1981, y fue puesto en libertad el 3 de enero de 1983. Sigue ejerciendo el periodismo social.

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Valeria se fue del país por las atosigantes persecuciones de la Policía Federal que, amparada en un artículo de los Edictos Policiales (en plena vigencia hasta 1997), permitía seguir deteniendo a cualquier persona que estuviera vestida de un modo que los oficiales interpretaran como inoportuno llevar, a pesar de las garantías que propone la democracia. Montó un restaurante en Barcelona. Está en pareja desde hace casi diez años.

Adolfo cerró Nexo Popular, en diciembre de 1977. Se exilió en México durante el período de facto y, desde su regreso, en 1986, se dedicó a escribir ensayos y notas de opinión para diferentes periódicos políticos y sociales.

El poeta y escritor Néstor Perlongher falleció el 26 de noviembre de 1992, en Brasil.

Los comandantes Traverzaro y Adaro pilotearon durante mucho tiempo juntos hasta que se jubilaron para dedicarse como asesores en aspirantes a piloto.

La madre de Víctor giró alrededor de la plaza de mayo, junto con sus tres hijas, en plena dictadura militar -cuando a ella y otras mamás las llamaban “las locas de la plaza”-, y en plena democracia -cuando ya fueron reconocidas como “las Madres de la plaza” -como también las destacaría el cantanautor León Gieco: “Las Madres del amor”- hasta que falleció a fines de los años ’90. Las hermanas y sobrinos de Víctor siguen construyendo la Memoria.

Yolanda y Biyú, como Luis Iglesias y Carlos Trimarco, con 68 y 69 años de edad, solicitaron turno en un registro civil para contraer matrimonio legal, el día 7 de julio de 2011.

Un ex compañero de calabozo de Víctor contó, casi diez años después, que el fotodocumentalista había sido fuerte, que había resistido las torturas. Lo tabicaron en lugar de encapucharlo, luego lo picanearon, también lo estaquearon y le hicieron submarino. Al cuarto día se quebró. Las excesivas torturas lo habían trastornado tanto que cualquier dato que le soltaban lo daba como seguro. En una lista había pronunciado los nombres de sus tíos y padres como referencia de agentes subversivos.

Estamos en la tierra de todos, en la vida. Sobre el pasado y sobre el futuro,

ruinas sobre ruinas…

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Se acabó ese juego que te hacía feliz.

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Tedeschi Loisa, Diego

Publicado en © Tres de un par imperfecto. Cuentos a la crema

1º edición – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 360 p.; 17 x 24 cm.

© 2014 Bubok Publishing S.L.

ISBN 978-987-33-4944-7

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título

CDD A863

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Impreso por Bubok

Fecha de catalogación: 06/05/2014

Hecho el depósito que impone la Ley 11.723

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