El ultimo romantico

INSTITUTO TECNOLGICO SUPERIOR VIDA NUEVA

REVOLUCIN Unat tended

El Ultimo Romntico

[EL LTIMO DE MI ESPECIE ]

Jos Daz-Daz

22/03/2015

La historia de un hombre extrao, capaz de amar con una pasin desmedida y de odiarse a s mismo, una vctima de la peor de las compaas, la soledad, esa vecina macabra que se apoder miserablemente de l y de su alma hasta hoy el final de sus das.

ndice

1. Captulo 1: la peor compaa.

2. Captulo 2: el principio del fin...

3. Captulo 3: vecinos

4. Captulo 4: el ltimo de mi especie

La peor compaa

No s cmo pas pero volvi a pasar. Esa misma maana me sent un hombre feliz con lo que tena, incluso dichoso y enamorado, pero por la noche toda era tan diferente como el color del cielo que me acompa entonces, y el que me acompaaba ahora.

Huyendo de una nueva ciudad, y de una nueva vida sin acabar, una vez ms, consegu llegar a la estacin de tren que era donde todo volva a empezar de cero.

Por suerte ya estaba avanzada la noche, al ritmo de la lluvia y la niebla, y las calles parecan autnticos desiertos. Dos coches se cruzaron en mi camino. Slo dos.

En la luminosa estacin slo pude ver a un operario colocando papeles en una estantera, dentro de la ventanilla, y a otro limpiando los baos donde no me atrev a entrar.

Rpidamente sal al andn. Haca fro, pero en aquella taciturna oscuridad podra seguir siendo ese misterioso desconocido al que nadie podra reconocer en un sitio tan alejado de aquello que un da llam hogar. Aun as no las tena todas conmigo porque el tren tardara al menos una hora en salir.

Estaba asustado porque no haba medido bien el tiempo, y a m nunca me gust esperar... y mucho menos en ese tipo de situaciones. Siempre me he puesto nervioso antes de un viaje, pero es cuando estoy en una estacin de tren cuando todos los jinetes cabalgan hacia m, arrastrando miedos y emociones mezcladas entre el polvo que levantan en el camino.

Durante casi una hora permanec sentado en ese viejo banco de maderas ennegrecidas por el paso del tiempo. Y qu pas all?... nada! Ni siquiera yo pase por mi pensamiento. Nadie se acerc a m en todo ese tiempo, y cuando alguien sala al andn me esconda entre la bufanda, intentando parecer dormido. No poda dejar que nadie me reconociera. Tena que huir de all, sin dejar rastro, para que ni ella, ni nadie de su entorno supieran la direccin que iba a seguir. Por fin lleg el tren.

Al entrar en el vagn solitario not el fro del vaco habitculo. Ola a maderas viejas, a cuero desgastado, e incluso a aromas de comidas antiguas. Tambin pude reconocer algn otro tipo de olor menos agradable, ese que algunos humanos dejamos y que siempre nos delata. Camin hasta el final del vagn all siempre creo estar ms seguro, aunque no s de qu y me acomod junto a la ventana que, a forma de espejo, devolva mi imagen cansada, esperando ese sueo que necesitaba para pasar mejor la larga noche de viaje.

Tena que marcharme de all, huir de ella, otra vez, y an andaba con el miedo en el cuerpo por esa terrible visin que me acompaaba de ella entre los brazos de ese otro ser que tanto llegu a odiar. El desamor era, sin duda, lo peor que poda pasarle a un eterno romntico como era yo quizs el ltimo de los romnticos.

Por eso hua, por eso volva a alejarme de otra ciudad con las manos vacas, aunque manchadas de lgrimas no transparentes, y con una nueva sensacin de abatimiento.

Una vez ms no fui capaz de dominar ese monstruo que se empeaba en acompaarme siempre, el de la soledad.

Y con l tuve que viajar una vez ms, huyendo de un nuevo pasado que pronto pasara a la larga lista de cosas a olvidar.

Pero ese tren tena guardada una sorpresa para m.

No llevaba ni media hora de viaje, aburrido y solitario, cuando te vi llegar, entrando por esa puerta de cristales y maderas viejas, cargada con varias maletas y macutos.

Tu figura se esculpi con la tenue luz del vagn, como moldeada por el cincel de un escultor, sobre el cristal de la ventana, rozando mi reflejo.

Tu fino vestido floreado de tirantes casi invisibles, al contraste con esa luz proveniente del otro vagn haca que pudiera presenciarte completamente desnuda, como casi estabas.

Al principio no me gir, tema que aquella silueta Afrodita se desvaneciera en la profunda oscuridad de la noche, pero rpidamente olvid mis miedos.

No te conoca. Tampoco tena nada que temer y no haba otra cosa mejor que mirar all, en medio de la soledad.

Tus brazos eran finos y largos, manchados por un ligero musgo rubio. Me hizo gracia ver tus axilas sin depilar al intentar subir el macuto a la bandeja superior. Nunca me molestaron las axilas sin depilar.

Tus senos se dibujaban pletricos como eran y el contorno de su redondez escapaba de la fina tela que pretenda un imposible. No era posible ocultar tanta masa de carne con tan poca tela.

Y el milagro sucedi, y pude verlos en su plenitud En realidad solo pude ver uno, pero rpidamente imagin el otro.

Volviste tu mirada hacia m mientras subas el tirante y lo ocultabas. Por suerte yo esperaba tu reaccin y no me descubriste en mi deleite.

Al dirigir tu mirada hacia m no tardaste en hacerlo ms de un segundo - yo ya miraba por la ventana, observando unas luces lejanas que dibujaban el contorno de una ciudad desconocida.

En realidad los cristales de la ventana ya tenan dibujado ese precioso seno que despert mi libido, y alej, por fin, aquella vieja zozobra con la que sub al tren.

Volv a mirarte. Ahora eran tus piernas las que hablaron por ti, y parecan dominar todos los idiomas.

T te sentaste frente a m, y al ver que te miraba me sonreste, y con un escueto y tmido saludo, tu imagen se hizo carne.

Pelo negro y rizado muy rizado, ojos profundos de un mar abisal, tan negros que casi asustaban, piel triguea sonrojada por los dedos vidos del sol, delicadas piernas aireadas, como ramas cruzadas, hasta la copa de tu falda, incapaz de ocultar mas que el nacimiento de tus piernas.

All, un vientre que auguraba semillas dispuestas a nacer te haca hermosa sin ms aspavientos ni adornos, y tus floreados senos volvan a asomar entre la despejada hojarasca de tu vestidito, casi inexistente, como fruta madura esperando al labriego por la maana temprano. Tus delicadas manos, de dedos entrelazados y juguetones, pregonaban al viento cuentos de mil una noches, y despus se soltaron para rascar tmidamente tu nariz, que si supe que exista fue porque tus dedos la mostraron. Se cruzaron las miradas, y cruzadas se quedaron. Era como si nos conociramos de toda la vida. Por eso sonremos sin ms, soportando el fuego en mis ojos ante tus pupilas incendiarias. Tu cuerpo se estremeci, y t lo notaste. Yo tambin, y mi sangre comenz a alimentar nuevas intenciones de las que quera huir. El silencio y el pudor fue la amordaza que nos frenaba. No te conoca, ni t a m, y ninguno supo qu hacer o decir para que el acercamiento que deseamos se produjera. Slo hubiera bastado una palabra. La tierra, incluso el mundo, quedaba atrs, en la estacin donde t subiste. Yo iba a cualquier lugar, y t venas de cualquier parte. Las horas pasaron como pasan siempre las horas en la noche. Eran lentas, pesadas, haciendo que un minuto pasado evitndote se convirtiera en una eternidad. T ya no sabas donde mirar, y yo con menos disimulo del que pretenda, no dejaba de mirarte. En realidad no poda hacerlo. Entonces mi cuerpo abandon mi espacio, mis manos serpenteantes viajaron por el vagn hasta llegar a ti, y firmes, comenzaron a desnudarte. Y t las notaste desde la distancia .porque tu cuerpo temblaba por el calor que mis labios dejaban por toda tu piel, enredados en tu cuello y en tus senos, deslizndome por el universo de tu espalda, hasta aferrarme delicadamente con mis dientes en tus dos lunas blancas. Despus encontr la cara oculta, negra y rizada como un jardn de azabache que, ante mi lengua, se abri rosada y, como una flor sin pudor, dej su nctar en mi boca. Mi boca, en el huerto de la tuya, tambin germin, y el tallo de mi lengua creci entre tus labios, hasta alcanzar el cielo de tu garganta. Despus, nos perdimos en el abismo de las minas, buscando en sus galeras ms profundas el mineral del que se nutre el xtasis de la vida. El tren, no s en qu estacin fue, se par, y con l, el levitar de mis sueos. Sonreste y yo te mir. No dijiste adis, pero nuestros ojos no cesaron de hablarse. T te levantaste y te fuiste. Yo me sent morir, pero tambin me sent aliviado porque, por una vez, no podra hacer dao a alguien a quien tambin podra haber amado. Por primera vez nos despediramos sin ms. Un adis alegre, sin dolores, sin reproches, sin lgrimas de sangre La noche se qued, mis pies quisieron ir a buscarte, pero el tren arranc, y mi amor eterno me dej, slo y con mi equipaje Y sonre, y me sent bien por haber amado sin daar y sin ser daado. El sueo llegaba a m, olvidando todo el pesar de mi partida, pero otra vez pas. Al abrirse la puerta supe que eras t. Entonces ca en la cuenta. Tus maletas estaban an en la bandeja. No habas bajado en la estacin. Fue el olor a tabaco el que me dijo donde habas estado. Y me sonreste desde la puerta, y volviste a salir, pero esta vez me miraste desde el otro lado, tras el cristal que ya no exista, y no dejaste de hacerlo mientras te adentrabas en la pequea puerta del bao. Y tu boca dibuj una sola palabra, y las letras recorrieron el aire hasta detenerse en el cristal de la puerta, donde se quedaron grabadas, como si hubieran sido escritas con la punta de tus dedos sobre el vaho de tu aliento. Primero lleg a m una V despus una E se adentr en mi estmago, y finalmente fue una N la que envenen mi mente. Y cerraste la puerta... pero no del todo. Cogiendo algo del bolso que ni yo mismo supe qu era camin por el pasillo, emocionado y asustado mientras lo guardaba en el bolsillo trasero del pantaln. Aun sin saber lo que era, saba que lo necesitara. Al entrar en el bao t me esperabas sonriente, mirndome a travs del espejo, con las manos apoyadas en el lavabo. Quisiste hablar, pero no te dej. Empec a acariciar tu espalda manchada de lunares. T te estremeciste ante mi contacto, y mis manos no tardaron en viajar por dentro de tu vestido, acariciando esa piel triguea y limpia. Tus costillas marcaban tu delgadez. Mis dedos pasearon por ellas, como si fueran teclas de piano. Despus acarici tu vientre, viaj a tus senos, y entonces tus ojos se alejaron de all, viajando a otro lugar. - Cmo te llamas? te pregunt, mientras apartaba las tiras del vestido de tus hombros, y la tela caa al suelo, mostrando una desnudez preciosa y salvaje - mi nombre no importa dijiste, mirndome en el espejo, mientras tu cuerpo desnudo buscaba el mo, an vestido - a m s me importa. Me gusta conocer a quien voy a amar te dije acariciando sus brazos de vello erizado - me vas a amar? Preguntaste sonriendo burlonamente - no podr hacerlo si no te amo antes. Ese es siempre el mvil - el mvil? Preguntaste extraada y extasiada por mis contactos - qu mvil? - todo crimen tiene un mvil dije besando tu espalda y acariciando tus senos, que intentaban obedecer la ley de la gravedad y amar es el crimen por excelencia - pues si amar es un crimen, me gusta dijiste, excitndome ms an. Te bes y acarici, y empec a perder el control una vez ms. Por fin se alejaban esos fantasmas pasados, y ahora eras t el centro de mi vida, de mi presente, y ojal de mi futuro incierto. - me encanta hacerlo en el tren fue lo ltimo que te escuch decir. Despus olvid todo, saqu mi arma y todo se hizo oscuro una vez ms. Cuando volvi la luz volv a horrorizarme, una vez ms. Haba sangre por todos lados. T estabas dormida en el suelo, sobre una cama de sangre que yo te haba preparado, y tu cuerpo tu cuerpo ya no era. Toda esa belleza que haba llegado a enamorarme no era ahora sino huesos, msculos, tendones, rganos y piel. Solo eso. Una vez ms el destino puso ante m una mujer dispuesta a amar, y el cruel azar la convirti en vctima de mi compaera. Joven o vieja, guapa o fea, alta o baja, rica o pobre, obesa o no para ella no hay discriminacin. Solo quiere alguien como ella, alguien que est solo y no pertenezca a nadie. Me mir en el espejo. Mi cara estaba manchada de sangre. Sonre. Pero solo por un momento. Otra vez tendra que huir y esconderme y, finalmente, cambiar de estacin. Sal del bao y me cambi de camisa. Antes de que el tren parara salt de l, en medio de la nada. Yo ya no haba estado all. Tirado entre amapolas, sobre un campo fro, observ el cielo que me cobijaba y te record. Ahora eras t mi nico pasado. Eras la tercera mujer que poda haber amado en esa semana, pero una vez ms ese fantasma terrible que siempre me acompaaba, decidi que no haba sitio para otra persona en nuestro viaje. As es la soledad celosa de su intimidad, y, de paso, la peor de todas las compaas.Principio del finY aqu estoy otra vez, contndome a m mismo una historia que ya me s de memoria porque es la historia del ltimo de mi especie. Esta historia empez hace ya ms de setenta aos en otro pas, incluso en otro continente.

Todo empez en una casa pequea, situada en un sucio y oscuro callejn, de la que apenas recuerdo nada, si acaso mucha suciedad, ms desorden y unas paredes amarillas manchadas por una humedad que sola acompaarme hasta en mis sueos.

No haba cumplido los siete aos cuando fui abandonado por una madre que me daba ms palos que abrazos, y alejado de un padre al que nunca conoc, ni del que siquiera supe su nombre. A mam la recuerdo vagamente.

Siempre mustia, desaliada, plida y con esa ronca voz que la haca parecer hombre.

Tengo que hacer un gran esfuerzo mental para recordarla sonriendo, o dedicndome unas palabras amables. Ella trabajaba de noche y llegaba a casa cuando ya era de da. La recuerdo siempre estaba dormida y desnuda hasta el medioda, y con la cara exageradamente pintada con tonos rojizos y negruzcos, y con rmeles corridos ensuciando su rostro, ya marchito a pesar de su juventud. Aun as me gustaba observarla dormida porque era all en la cama donde mejor me trataba.

No me hablaba, ni me abrazaba o besaba, pero al menos tampoco me gritaba, ni me pegaba, ni me quemaba con esos largos cigarrillos que apagaba en mis brazos sin vello cuando le faltaba un dinero que ella misma haba dilapidado en alcohol o saba Dios qu. Ella me echaba siempre la culpa a m, y las nicas veces que le coga dinero de su bolso era para comprar leche, pan, o algn capricho extra, como poda ser media docena de huevos que ella gastaba vertindolos en un vaso de vino.

Por suerte mi infancia me abandon con ella, y desapareci pronto de mi vida cuando apenas tena doce aos y comenc a trabajar en aquella imprenta donde tan bien me trataron. El dueo de la imprenta,

Don Juan, amigo del prroco, no tena hijos, y su precario estado de salud le hizo buscar un ayudante del que poder aprovecharse. Y para eso, nadie mejor que yo que trabajaba a cambio de cama y comida. Junto a Don Juan aprend el oficio de la imprenta, llegando a hacerme cargo de ella mientras el pobre Don Juan permaneca en la cama, casi incapacitado.

Durante ese tiempo guard mucho dinero en una Caja de Ahorros, sabiendo que tarde o temprano me echaran de all y volvera a quedarme en la calle. Si no llega a ser por aquella mujer, y por sus continuos calores desmedidos, habra hecho carrera all, y hasta me hubiera quedado con la imprenta, como quera el bueno de Don Juan. Pero otra mujer tuvo que cruzarse en mi camino para hacerme la vida ms difcil. Primero fue mam, que haba muerto unos aos antes. La encontraron en un cubo de basura, con una jeringuilla en su brazo izquierdo y apenas sin ropa alguna. Junto al prroco fui el nico que acudi a su entierro.

La mujer de Don Juan era una mujer muy guapa, algo rellenita, pero con unos pechos increblemente atrayentes para alguien tan joven como yo. Ella, que lo saba, no dejaba de jugar con ellos, despertando en m una nueva sensacin que empez a apoderarse de m, impidindome dormir, comer o vivir.

Tuve que huir muy a mi pesar. Y digo muy a mi pesar porque con tan solo quince aos me enamor perdidamente de la primera de mis futuras esposas, aunque ella tuviera ya casi los cincuenta. Ella jugaba conmigo todos los das. Siempre dejaba la puerta del bao abierta cuando se duchaba, dejndome observarla. Dorma desnuda tambin, con la puerta abierta, y por las madrugadas paseaba por el pasillo, frente a mi puerta, completamente desnuda.

S, me enamor de ella, de su cuerpo lleno de curvas exageradas, y de esa cara preciosa que pareca la de una joven de apenas veinte aos. Una noche de fro intenso esa mujer apareci en mi cama completamente desnuda, acaricindome, besndome, y dicindome que me necesitaba para seguir viviendo.

No me lo poda creer. Yo llevaba soando con ese momento ms de un ao, y estaba tan enamorado de ella que habra hecho cualquier cosa, incluso marcharme de su lado para siempre, si ella me lo hubiera pedido. - Seora - le dije muy asustado y excitado, sin saber cmo actuar pues era la primera vez que estaba ante semejante situacin - podis llamarme Mariana me dijo - vos crees que soy guapa? Verdad que vos me amis? - la amo como jams podr amar a otra mujer le dije muy serio, empezando a disfrutar de ella y de sus extraos y fros besos - yo tambin te amo a vos me dijo - en serio? Asustado le pregunt por su marido, y ella deca que su marido saba todo. - Juan sabe muy bien que an soy joven y que tengo necesidades me dijo desnudndome y besndome, hacindome sentir algo para lo que an no estaba preparado.

Me dej llevar y la am con locura en esa cama que tanto ruido haca. Yo no poda creer lo que me estaba pasando.

Esa mujer con la que tantas veces me haba imaginado era tan real como yo mismo, y su cuerpo ya no se dibujaba en mi imaginacin, sino que poda moldearlo con mis propias manos, manos que an no eran capaces de tocarla debido al miedo que tena. Ella me bes, posando suavemente sus labios sobre los mos.

Despus abri mi boca con ayuda de su lengua y penetr en ella con una delicadeza exquisita que me haca corroborar que esa mujer era pura sensualidad y delicadeza, alejada de esas formas ordinarias que empleaba a diario en la cocina o en cualquier otra parte de la casa.

Su respiracin se hizo huracanada, su cuerpo empez a erupcionar, y yo me perd dentro de ella, mirndola absorto, incapaz de creer que tanto placer exterior e interior fuera posible de soportar por alguien tan frgil como yo.

Bajo ella dej de ser nio para siempre. Mientras esa mujer haca que le hiciera el amor, sus gritos despertaron a su marido, que gritaba desde su habitacin, maldicindonos. A pesar de que el placer que estaba recibiendo no era comparado con nada, yo quera parar.

No quera hacer sufrir a ese hombre al que tanto deba, pero ella no me dej, totalmente transformada en otro ser que lleg a asustarme. Me morda, saltaba sobre m, golpendome con sus enormes senos en la cara, mientras yo intentaba luchar en una batalla que tena perdida de antemano.

Era una lucha de un pobre mortal contra dos dioses poderosos. Si no poda enfrentarme a m mismo, ni al placer del que no me quera desprender, tampoco poda hacerlo contra la fuerza fsica de esa mujer, que me mantena sometido y atrapado. Fue cuando vi al pobre Don Juan, arrastrndose por el suelo del pasillo, hasta llegar a nosotros, cuando todo empez a hacerse sucio.

El pobre hombre lloraba desde el suelo, luchando con sus brazos para seguir avanzando hasta nosotros. Llorando, no dejaba de preguntarle a su esposa porqu lo haca. Ella por primera vez vi su verdadera maldad y mala intencin - rea y rea, y segua cabalgndome como si fuera su potrillo, aprisionando mis manos contra las sbanas para que no luchara contra ella y su lujuria. - Este pibe es ms hombre de lo que has sido vos en toda vuestra vida le deca, burlndose descaradamente de l, y hacindole sufrir ms de lo que mereca.

Mi pena no poda vencer a la pasin y al amor que esa mujer haba despertado en m, y ella se hizo tambin duea de mi cuerpo. Mi alma ya le perteneca tiempo ha.

Yo quise detenerlo todo, pero no pude. Por fin estaba con la mujer que amaba, y no poda defraudarla ni siquiera por ese hombre al que tanto deba. - mame, querido, mame me gritaba, acelerando el pulso de su corazn y el ritmo de su baile conmigo - dime que me amas, dime que me amas me gritaba, clavando sus uas en mis manos, mirndome con esos ojos preciosos, mientras sus pechos hundan su peso sobre mi cara. Yo no saba qu hacer.

Quera gritarle que la amaba, que ella sera siempre la mujer de mi vida, pero no poda hacerlo. Ese hombre siempre se haba portado bien conmigo, y saba que su frgil estado de salud poda empeorar si no detenamos pronto aquel macabro y sucio juego del que yo tambin era protagonista. - Dilo ya dime que me amas! segua gritndome, con nuestros cuerpos unidos para siempre - te amo le dije, con lgrimas en los ojos, mirando hacia ese despojo de hombre, intentando hacer que me entendiera, cosa imposible de conseguir.

Y ella gema como una loba, se elevaba soltando su larga melena, y me mostraba sus descomunales senos que no podan mantener el terrible peso que cargaban.

Fue cuando ella empez a rerse de nuevo de l, haciendo ostentacin del placer que yo le estaba otorgando, y que l nunca le dio, cuando el pobre hombre ech mano a su pecho, intentando gritar, y haciendo violentos gestos de asfixia.

Yo intent separarme de mi cruel amante, pero ella me lo volvi a impedir. - Se est muriendo le dije, muy serio - pues que se muera dijo ella, volviendo a besarme, y haciendo que volviera a rendirme ante sus exagerados encantos femeninos. Al mirar de nuevo hacia l, estaba tumbado sobre el suelo, inmvil, y con los ojos abiertos, perdidos en el techo. Fue entonces cuando ella me abandon en la cama, acercndose a l. Por un momento cre en su propio arrepentimiento.

Ella le auscultaba, intentaba or su respiracin, incluso gritndole y abofetendole. - Est muerto me dijo, mirndome muy seria. Yo me asust tanto que hasta dej de amarla por un momento. Ella se separ de l, me mir muy seria, y se mostr enrgica y preciosa de nuevo. Sorprendentemente comenz a rer y a bailar, envolvindome en un haz de miedo e incomprensin que me incapacitaba para comprender qu era lo que all estaba sucediendo.

Ella se acerc a m lentamente mientras mis ojos seguan mirando a ese hombre que tan bien se haba portado conmigo, y al que yo crea que esa mujer quera.

Yo an no era capaz de comprender lo que estaba pasando. Estaba tan enamorado de esa mujer que ni siquiera pens en la muerte. Mis ojos solo mostraban ese volcn que era su cuerpo desnudo, su cara, y esos labios que ya haban sido mos. Ella volvi a la cama, se abraz a m, y sigui acaricindome. No supe qu hacer. Ella no lloraba ni deca nada.

Le daba igual que hubiera muerto su esposo, y sigui buscando su placer y el mo. Volviendo a besar mi cuerpo, se subi sobre m, me acogi dentro de ella e hicimos el amor de una manera ms tranquila.

Ella sonrea maliciosamente, permitindose incluso la licencia macabra de mirar hacia su difunto esposo, mientras yo no tena ojos ms que para ver esa bella mujer a la que amaba y que, por fin, podra ser ma. - Ahora podremos vivir siempre juntos le dije, masajeando sus senos, mientras observaba su rostro pintado de placer - juntos con vos? Pregunt antes de echarse a rer descaradamente - pues claro dije algo contrariado por su extraa actitud - es que no me amas? - pues claro que no, mi hijo me dijo con una crueldad inhumana, entrecerrando sus ojos, y demostrndome que lo nico que quera de m ya lo haba conseguido - yo s te amo le dije muy serio, como suplicndole - pues haces mal, querido porque yo no.

Yo soy una mujer y vos sos un nio muy dulce pero nada ms - no te entiendo le dije muy serio, notando como toda la magia desapareca de la habitacin yo te amo de verdad - pero hijito, si no sos mas que un pibe. Ahora vender la imprenta y me marchar a Rosario, con el resto de mi familia - y yo? - vos? pregunt riendo y separndose de m, dejndose caer sobre la cama vos tendrs que caminar de aqu. Ac ya no habr nada para vos - no me lo puedo creer dije levantndome y alejndome de ella, encerrndome en el bao. All llor mares de lgrimas, soportando sus desagradables palabras de desapego. Esa mujer me haba utilizado para acabar con su marido, y ahora que lo haba conseguido yo ya no era nadie all.

En su vida era como su propio marido algo del pasado. - Yo crea que vos me amabais volv a decir, como esperando un ltimo milagro que la hiciera arrepentirse de todo lo que haba dicho - amar? pregunt, rompiendo a rer jams podra amar a alguien como a vos. Si sos un pibe - maldita puta! exclam, mirndome en el espejo y observando que ese nio ya haba desaparecido. Ante m, a travs de ese espejo, se dibuj la extraa figura de un hombre irreconocible. En su cara haba rabia, dolor, y unos deseos inmensos de hacer mal. Tras de m apareci otra silueta. Al principio cre que era ella, que se haba acercado hasta m para disculparse, pero rpidamente comprend que no era ella.

Era una extraa figura oscura, femenina tambin, pero a la que nunca haba visto antes, y que a partir de ese da sera mi eterna compaera. - Mtala! me dijo entre macabros susurros.

Cuando sal del bao Mariana an estaba tumbada en mi cama, tapada con la sbana, fumando un cigarro y sonriendo maliciosamente, mostrndome esas piernas gruesas que para nada eran como yo las haba imaginado momentos antes. - Qu te pasa, pibe? me pregunt - por qu me mirs as? - as cmo? le pregunt, con la mano oculta tras de m, notando en mi espalda el fro del acero de la tijera que haba encontrado en el bao. Todo se hizo oscuridad, y cuando volvi la luz slo haba sangre a mi alrededor.

El escndalo fue maysculo y el dolor dur varios aos, siempre pensando en ella, en esa mi primera futura esposa.

Por suerte - por suerte? apareci de nuevo esa mujer oscura que me acompa en el bao de la casa de Don Juan, y ella me hizo olvidarla, convencindome de que ella sera siempre la nica.

Vecinos

Cuando sal de la cafetera dej la maleta en el suelo y me abroch bien el abrigo. Al cogerla de nuevo mir el reloj que haba sobre la acera, justo al lado de ese rbol de navidad. Eran las doce y diez minutos, y la temperatura que acompaaba bajaba ya de los cinco grados bajo cero. El caf que acababa de tomar an no haba sido capaz de vencer al fro que recorra todo mi cuerpo. La vieja puerta de hierros oxidados y cristales limpios pesaba ms de lo que aparentaba. Para poder abrirla tuve que dejar, una vez ms, la maleta en el suelo y empujar con ambas manos. Al entrar y cerrarla not aliviado que el fro no era ni parecido al que se sufra en la calle. - Subes? me dijo una atractiva muchacha asomando su cabeza desde el ascensor - cmo? pregunt - ah, s espera. - A qu piso vas? pregunt la joven, soplando sobre sus guantes de lana, abrindome amablemente la puerta del ascensor - al quinto - al quinto? pregunt extraada - s, voy a ver a un familiar - eres familia de Doa Camila? pregunt, intentando reconocer un gesto parecido al de su vecina - s, soy su nieto le dije, sin levantar la mirada del suelo, como suele hacerse en los ascensores. El ascensor era de maderas viejas, y el habitculo era tan pequeo que apenas si haba espacio para los dos y la maleta que trasportaba. El ascensor podra tener ms de cincuenta aos y su movimiento era tan lento que, siempre, prefera bajar a pie. En cambio subir era distinto, y ms a esas horas de la noche. Marina, que as se llamaba esa preciosa joven, no era miedosa, pero ese viejo portal siempre le caus mucho respeto. Durante unos segundos el silencio se hizo incmodo y eterno, y al fin pudo encontrar ese parecido entre el joven y la vieja Doa Camila. Tenan la misma nariz. - Se va a poner muy contenta volvi a decirme, observndome con detenimiento - quin? pregunt, levantando la mirada hacia ella - tu abuela dijo, deleitndose con esos ojos azules tan intensos y misteriosos, y tan parecidos a los de su anciana vecina - est muy sola la pobre - lo s, por eso vengo a visitarla - y hace mucho que no la ves? - pues s dije sonriendo al ver que esa muchacha era incapaz de permanecer en silencio casi cinco aos - vas a pasar con ella la navidad? - eso espero. Es que acabo de dejar a mi ltima novia y no me encontraba muy bien all de donde vengo. Necesitaba un cambio de aires - te entiendo dijo ella, sonriendo para sus adentros, sabiendo que el destino haba puesto a ese joven en su vida para cambiarla completamente. El lento avanzar del ascensor haca ms incmoda la compaa para ambos. Los dos eramos tmidos, y eso en un ascensor Se le not mucho que le parec muy guapo, y bien vestido, de esos a los que su madre habra tachado con clase. Adems, para ella yo esconda un extrao miedo en mi mirada, lo que me haca ms enternecedor. - Mi abuela me ha hablado mucho de ti sabes? dije, rompiendo el hielo, otra vez - pues de ti no me ha dicho nunca nada. La verdad es que no habla mucho con los vecinos. Creo que es conmigo con la nica vecina con la que habla - s, siempre ha sido algo huraa dije sonriendo mi padre era igual - no creas. A m siempre me ha cado muy bien, y me hace mucha gracia. Lo que pasa es que me da pena verla siempre tan sola - pues eso no pasar ms - te vas a quedar aqu con ella? pregunt emocionada, no pudiendo ocultar la emocin por tan grata noticia. Sin duda le haba causado una gratsima impresin, o ms an. Yo cre que le pareca tan guapo como misterioso. - eso espero. Si lo que hay por aqu me gusta - esta ciudad est muy bien para vivir. Es grande, pero es tranquila dijo algo nerviosa, intentando evitar que se demostrara que empezaba a desearme cuando si apenas me conoca - la verdad es que me est empezando a gustar esta ciudad dije, mirndola fijamente, intentando hacerle entender que era a ella a quien me refera. - Qu lento es este ascensor! dijo ella, intentando cambiar de tema, y alejar ese extrao cosquilleo que volva a nacer en lo ms profundo de su estmago - s que es lento asent yo, observando que an andaba entre la segunda y la tercera planta, elevndose lentamente, acompaado por un extrao ruido que haca dudar sobre el xito de su misin. El silencio volvi a hacerse dueo del habitculo. La luz fluorescente situada sobre la puerta vibraba, encendindose y apagndose, y la luz azulada haca todo ms fro an. Aprovechando ese momento de incertidumbre ella me mir otra vez, comprobando que, sin ningn esfuerzo, podra ser el hombre de su vida en un futuro no muy lejano. Yo poda notar el peso de su mirada sobre m, y prefer dejarla hacer. Una vez ms, como siempre le haba pasado, empezaba a fantasear con uno de esos amoros inesperados y que tanto dao le hacan sentir despus. No pudo dejar de observarme. A m me incomodaba su descaro, pero ella era as, una chica de grandes flechazos, aunque despus terminaran en puales clavados en la espalda. Era mucho ms guapo que su ex, le pareca bastante fuerte, alto y con un aspecto tmido y juvenil. Era de esos hombres que parecan frgiles, siempre dispuestos al entendimiento. Incluso esa extraa timidez que me impeda mirarla como ella estaba haciendo me haca ms arrebatador an. - Cuando te haga falta cualquier cosa ya sabes que vivo frente a tu abuela - muchas gracias dije, asustado y nervioso, siempre mirando al suelo - yo tambin llegu aqu sin conocer a nadie, y s lo duro que es. Adems, ahora estoy sola y puedo ayudarte a conocer la ciudad. En Navidad est muy bonita - es que vives sola? pregunt emocionado tambin. Sin duda, su osada estaba llevndome a su terreno. Lo que no saba ella era que en ese terreno yo era ms peligroso que ella Por eso hua de l a toda costa. - s. Yo tambin dej a mi novio hace poco, y tampoco estoy pasando por un buen momento Ahora era ella quien miraba al suelo. Le hizo gracia ver mis botas sucias, manchadas de barro, igual que los bajos del pantaln vaquero. - Tena que habrmelos limpiado en el bao de la cafetera pens sonrojado. Aprovechando que era ella quien miraba al suelo la mir sin miedo, observando que debajo de ese abrigo tena que haber un cuerpo ms que sugerente. Sus piernas se dibujaban estilizadas y perfectas bajo esos leotardos marrones y esas botas con pliegues de piel de oveja. Si no fuera por el fro que all haca ambos hubiramos podido percibir el olor de la excitacin, ese que nace en las largas noches de invierno cuando uno sabe que va a pasar otra noche ms a solas. Por suerte el ascensor se detuvo. Dndonos dos sonoros besos en las mejillas Marina se dirigi a la puerta de la derecha, y yo a la de la izquierda. Ella sac las llaves y abri. Yo, como mandan las leyes del bien estar y hacer, esper a que entrara. Despus dej la maleta en el suelo y golpe con suavidad en la puerta. Lo hice con tanta delicadeza que a la pobre abuela le hubiera resultado imposible escucharlo. - Hasta maana dijo ella, cerrando la puerta, y acercndose a la mirilla para observarme con ms detenimiento. Yo, que imaginaba que as estara haciendo, pos el dedo sobre el timbre repetidas veces. Sonrojada por sorprenderse a s misma observndome desde all, como si fuera una colegiala, se alej de la puerta, adentrndose en su pequea cocina. Abriendo la nevera cogi la botella de leche fresca, verti el contenido en un vaso, y lo adentr en el microondas. Mientras la leche se calentaba entr en su habitacin y se puso su camisn celeste, ese que jur que rompera al da siguiente porque le traa muchos y buenos momentos que, ahora, se haban convertido en tristes recuerdos. A pesar de estar bajo cero en la calle, all haca un calor casi estival. Bebiendo el vaso de leche pens en ese muchacho que tanto le haba gustado. No le hubiera importado nada disfrutar de una buena noche junto a l. Su cuerpo ya lo necesitaba. Incluso algunas de sus amigas le haban dicho que tena que buscar otro hombre, reemplazar su angustia por placer, y disfrutar de algo que nunca antes haba sido capaz de hacer. El sexo sin amor, ese al que llamaban el aqu te pillo y aqu te mato, nunca haba sido algo posible para ella. Con esa idea Marina sali de su casa tres horas antes para acercarse a la Plaza Mayor y disfrutar del ambiente navideo. Aunque estaba sola se resista a permanecer en casa recordando a ese cabrn que tanto dao le haba hecho, abandonndola por su antigua compaera de piso. En la calle, abrigada hasta el lmite, haba paseado bajo esas anaranjadas luces de nen, perdindose en esos sonidos navideos entre miles de personas con gesto feliz. No haca ni dos semanas que haba descubierto a su novio y a su compaera de piso haciendo el amor en el saln. La imagen fue dantesca, sobrecogedora, y en ese momento una ola gigante derrumb el castillo de arena que era entonces su vida. Ni siquiera se sonrojaron al verla all, frente a ellos, y si se detuvieron en su mpetu amoroso fue por pudor fsico, no por vergenza o miedo. Tampoco intentaron defenderse, o justificarse. Los muy cerdos estaban enamorados, y ya haban decidido marcharse juntos. Un terrible catarro de Marina hizo que ese da regresara a casa antes de lo previsto, y que todo sucediera ms aprisa. Slo eso. Ellos, varias semanas despus, estaban felices. Ella estaba sola, y an enamorada y dolida. El sonido de la puerta le alert. Emocionada, corri hacia ella y observ por la mirilla. Era l! se dijo emocionada al verme de nuevo frente a su puerta. - perdona que te moleste le dije nervioso, sin poder dejar de mirar ese cuerpo que se intua a travs de la fina tela del camisn. El fro del descansillo hizo que sus pechos se mostraran con violencia, a punto de rasgar la tela que los someta - la tata no oye la puerta - Seguro que habr tomado sus pastillas para dormir dijo ella, nerviosa y temblorosa - conoces una pensin por aqu cerca? - no s si quieres te puedes quedar aqu esta noche dijo, sonrojndose al sentirse tan excitada como desinhibida, y notar que la estaba devorando con mis ojos - no creo que sea buena idea dije, convencido de lo que deca adems, si apenas me conoces - eres el nieto de Doa Camila sonri para m eso es ms que suficiente - no, en serio dije yo, sonriendo tambin como ese nio que intenta renunciar a un caramelo que alguien le est ofreciendo ser mejor que me vaya. Me gusta hacer las cosas bien - no va a pasar nada, hombre. Tengo una habitacin vaca. Adems, ya es muy tarde y no me lo perdonara - mira le dije muy serio creme. Lo mejor para ambos ser que me vaya a una pensin - que no hombre me dijo, arrebatndome la maleta y adentrndola hasta la habitacin mientras yo cerraba la puerta, echando el cerrojo. El piso era pequeo, caluroso y muy oscuro. El fuerte olor a incienso lo haca ms acogedor an. A la entrada tena un pequeo pasillo de no ms de tres metros cuadrados. A la derecha del pasillo haba una pequesima cocina. A la izquierda un bao y enfrente un saln por donde ella caminaba cargando con mi maleta. La luz de la lmpara me mostr su elegante cuerpo, vestido con ese minsculo camisn. En el saln haba un sof pegado a la pared y una mesa baja, repleta de revistas de moda. Al otro lado, bajo la ventana, haba una mesa y cuatro sillas. En la pared de la derecha haba dos puertas. Las dos estaban abiertas y pude ver las camas. Ella meti mi maleta en la habitacin pequea, sin duda donde tendra que pasar la noche. Despus nos sentamos en el cmodo sof y me sirvi un vaso de leche. Haca calor, y me quit el jersey de lana, quedndome tan solo con una camiseta de manga corta, apretada a mi pecho. Ella me miraba, sin poder ocultar su rubor, y cada vez lo haca de forma ms descarada. Poco a poco, entre ambos, empez el juego del coqueteo. Ella jugaba con su cuerpo, aunque creyera no saber hacerlo. Sus largas piernas empezaron a hacer su juego, y yo no poda dejar de mirarlas. El sugerente camisn tambin dibujaba unos senos turgentes, y la pasin apareci por fin. Hablando de mil y una ancdotas de mi abuela llegamos al momento ms terrible para ella. Fue cuando empez a relatarme el suceso de su ex y su antigua compaera de piso cuando se vino abajo y rompi a llorar. Acercndose a ella, y abrazndola, la hizo sentir mejor. l tambin se sinti ms tranquilo y tuvo la sensacin de estar con alguien a quien conociera de toda la vida. Ella, rpidamente, se olvid de su ex. Yo tambin olvid a mi ltima futura esposa, que era como me gustaba llamarlas. Nuestras miradas furtivas, casi escondidas, y asustadas, eran ahora diferentes. Ya no las ocultbamos porque cremos conocernos, y empezamos a mirarnos directamente, sin miedo, sabedores de que no cometeramos ningn pecado por dejarnos llevar por nuestros instintos animales... al menos ella no. Poco a poco nuestras palabras fueron sonando ms familiares, nuestros alientos ms amenos, e incluso eran nuestros ojos los que hablaban por nosotros. All estaba el terreno abonado, y supimos que los bueyes no tardaran en arar la tierra donde queramos enterrar las semillas de nuestras propias esencias. Despus llegara el agua, y regara, y la planta crecera o se perdera de eso nadie saba nada. Ella dej de disimular para mirar mis brazos velludos y fuertes. Despus los acarici con una sensualidad que casi me derrumb. Yo tambin me alej del disimulo para clavar mis ojos en esas piernas preciosas que me empezaban a asustar y que ansiaba recorrer una y mil veces. Esa mujer sera capaz de enamorarme si se lo propona pens y me sent mucho mejor conmigo mismo y con el mundo. Los dos lo desebamos a cual ms - y ambos supimos que era imposible luchar contra lo que all, irremediablemente, iba a ocurrir. - Sabes? Mi abuela tena razn le dije, acariciando al fin su corta cabellera - en qu? dijo ella ronroneando, perdiendo su cuello entre mi mano extendida para que mis dedos divagaran por su superficie - en que su vecina era muy guapa dije, sonrojndola, y sonrojndome yo tambin por el atrevimiento. Una vez ms, el silencio volvi a hacerse incmodo. Fue entonces ella aunque no terminara de creerlo quien me cogi de la mano e hizo que le siguiera hasta su pequea habitacin. La cama estaba rodeada de muecos de peluche de todos los colores, formas y tamaos. La puerta de un pequeo armario empotrado estaba cubierta de fotos suyas y de un tipo sonriente. Muchas de ellas haban sido arrancadas violentamente. Sobre una estantera de madera descansaban un centenar de libros, muecas perfectamente vestidas, y una multitud de cremas y frascos de colonia. Al lado de la cama una mesita de madera con una lmpara. Bajo la lmpara un libro de Mafalda, y un despertador que marcaba una hora tarda. La habitacin ola bien, como ella, y me hizo sentir como en casa. Quin me iba a decir a m que iba a terminar durmiendo acompaado esa noche! Detrs de ella, la miraba absorto, clavando mi mirada en esa espalda desnuda que no pude ms que acariciar con mi otra mano mientras mi deseo se haca mayor. Su piel estaba caliente, y pareca de seda. Muchos lunares baaban el mar de su espalda que pareca tan blanca como la nieve. Al sentir mi mano sobre su espalda, ella sufri un escalofro que recorri todo su cuerpo. Fue tan visible y sonoro que hasta me emocion, y ella se volvi, me mir, y me dijo que me deseaba. - Yo tambin le dije, recibiendo el nctar que escapaba de su boca. El beso result tranquilizador y apacible. Para ella, que crea ser otra persona, fue ms bello an debido al miedo y al rubor que an senta por estar all, en su casa, con un completo desconocido. El estar hacindolo le hizo todo ms salvaje y pasional, y se dej llevar, olvidando los miedos y los reproches, que seguramente apareceran al da siguiente O no. Sus labios parecan sellados an, y mi rgano muscular empez a pasear tranquila y libremente por la profundidad de su jugosa y ardiente boca. Mientras, nuestros cuerpos permanecieron erguidos, a la espera de las manos del otro. Yo, que an no me lo crea, abr los ojos, observando los de ella, que an permanecan cerrados y temblorosos. Deteniendo mi beso la abrac sutilmente mientras los brazos de ella an permanecan suspendidos en el aire. Y ella abri los ojos y se sinti mgica. Me mir muy seria. Tanto que me asust. - Sabes que podra quererte por el resto de mi vida? me dijo muy seria - sabes que yo tambin? le dije, volviendo a besarla. De nuevo - cmo lo haba echado de menos - Marina volvi a sentirse mujer. Cada beso y cada caricia que le proporcion fue como un nuevo blsamo de frescura que entraba a travs de cada poro de su piel. Era como si la vida volviera a ella despus de haber pasado tanto tiempo muerta. Yo, en cambio, me empec a sentir confuso, y tal estado me impeda disfrutar plenamente del acontecimiento. Una vez ms tem a la idea del amor. Y si tem fue porque esa mujer era otra candidata ideal para conseguirlo. Su boca pareca un fragante trago de vino de reserva, y su saliva tan fresca como el agua de una fuente en verano. Su tallado y fino cuello resbalaba a mis suaves caricias, y sus turgentes y apetitosos senos me hicieron creer estar lo ms cerca posible del mismo cielo. Dejndonos llevar por descontrolados sentidos los dos disfrutamos como si supiramos que, posiblemente, no tendramos otra oportunidad. Con sensualidad aunque tambin con alguna violencia la despoj de las ropas que para nada necesitaba. Las tiras del fino camisn recorrieron sus hombros, como si fueran dos gotas de agua, y bajaron hasta su vientre, dejando sus senos ante m, como si fueran mos para siempre. No tard en hacerlo caer hasta sus tobillos. Despus, bebiendo de sus redondeadas copas de vino, la despoj de esa braga negra, y se me mostr pletrica como el tronco de un frondoso rbol. Al verse desnuda su cordura termin por alejarse entre esa ropa interior que yaca sobre el suelo. Y volvimos a besarnos, pero ahora mis manos recorran su espalda, y el final de esta, y ella se apretaba a m, como si supiera que estaba pensando en alejarme de all y abandonarla. Juro que lo pens por ella, por m pero slo un segundo. - Quiero que me hagas el amor dijo ella, acercndose a la cama, abriendo las mantas y metindose en su interior. Yo, an vestido, la miraba emocionado y asustado. An tena dudas, y volv a desear escapar de all antes de que fuera demasiado tarde. No quera sufrir ms por amor, como tampoco quera que nadie sufriera por mi culpa Y en esto del amor sus relaciones eran como una partida de ajedrez. Todas acababan en jaque mate. - Qu te pasa? me pregunt, ocultando su desnudez tras las mantas - no me deseas? - cmo puedes decir eso? le dije, creyendo estar de nuevo bajo el hechizo de Cupido - no s te veo raro. Tu cara ha cambiado De pronto pareces otra persona - estoy algo cansado y asustado - de qu tienes miedo? No te voy a hacer ningn dao - cmo lo sabes? Ya me han hecho mucho dao sabes? - yo no te lo har. Te lo prometo. Ven aqu conmigo, amor mo. Dud. Dud mucho. - Dnde est el bao? pregunt finalmente me gustara refrescarme un poquito. Llevo todo el da viajando y quiero que disfrutes de mi piel limpia - el bao est ah detrs, pero no tardes mucho por favor - tranquila, no tardar - te vas a ir, verdad? me pregunt casi al borde del llanto - por qu dices eso? pregunt, ya con la maleta en una mano y la camiseta en la otra - porque veo en tu cara que no te gusto. Tranquilo, no tienes que reprocharte nada. No eres el primero al que no le gusto sabes? - me gustas tanto que me ests dando miedo le dije muy serio, convencido de cada una de las palabras que haba dicho - pues no tengas miedo. No me tengas ningn miedo me dijo, mientras sala con la maleta y me encerr en el bao. Estaba tan excitado como la ltima vez, pero rpidamente comprendi que esa noche todo era diferente. No haca ni veinticuatro horas que haba abandonado a su ltima futura esposa, y otra vez se crea capaz de amar y de ser amado. Esa mujer s que poda ser su nueva compaera de viaje en eso de la vida. Mirndose en el espejo observ sus enrojecidos ojos. En ellos haba pasin, haba miedo, y tambin haba rabia. Eso le volvi a asustar, aunque no saba bien porqu. Su mente se alej de all, presa del cansancio, y viaj hasta esos campos y caminos por los que estuvo andando toda una noche y todo un da Su mente estaba en blanco, pero empezaron a aparecer extraas figuras, y, sobre todo, funestas secuencias de una pelcula que crea no haber vivido. Saba que hua, pero una vez ms no recordaba de qu. Mirndose en el espejo comenz a recordar. Era ya de noche cuando lleg a otra nueva y desconocida ciudad. Las calles estaban repletas de gentes, de vehculos, y de todo tipo de adornos navideos y de felices msicas. Mezclado entre la multitud pase, ocultndose del fro, intentando recordar qu haca all, y cmo haba llegado hasta all. Fue al salir de una vieja cafetera cuando la vio entrando en ese viejo edificio. La puerta tard en cerrarse, y l entr para ocultarse del fro. - Subes? le dijo una atractiva muchacha mientras l empujaba la pesada puerta de hierros y cristal del portal - cmo? pregunt l - a qu piso vas? pregunt Marina, abrindole la puerta del ascensor - al quinto - al quinto? pregunt extraada - s, voy a ver a un familiar - eres familia de Doa Camila? pregunt, intentando reconocer un gesto parecido al de su vecina en ese atractivo muchacho - s, soy su nieto invent l, sin levantar la mirada del suelo, como suele hacerse en los ascensores. l haba entrado en ese portal solo para pasar la noche, para dormir alejado del fro de la calle. Ahora iba a dormir acompaado de una hermosa joven. Y entonces record cmo haba llegado hasta all. Record un tren oscuro y silencioso. Record a una bella joven en el vagn atractiva y sugerente. Record tambin hacer el amor con ella en el bao fue salvaje y pasional. Record tambin horrorizado cmo la mat con su cuchillo, descuartizndola. Y record cmo despert a su lado, rodeado de sangre y de vsceras por todo el bao. Finalmente, recuperando su silueta al otro lado del espejo, record cmo salt del tren, cmo camin por campos y caminos durante todo un largo da, y cmo lleg hasta all. Sonriendo volvi a mirarse en el espejo y vio que no estaba solo. Junto a l estaba otra vez esa extraa mujer que siempre le acompaaba, esa maldita compaera de viaje que nunca dejara que nadie ms se entrometiera entre ellos dos. No tard en reconocerla la soledad era ya una parte importante de su vida. Despus cogi su cuchillo, lo ocult tras su espalda, y entr en la habitacin donde Marina le esperaba an deseosa y excitada. Ella le esperaba emocionada y enamorada, oculta entre unas mantas ya calientes. l se acerc a ella y empez a hablar solo... diciendo cosas sin sentido. Ella se asust Hizo bien. En realidad fue lo nico que hizo bien esa noche.

El ltimo de mi especie

Y si despus de todo no he sido tan malo como yo mismo he credo siempre? S que es un poco tarde para hacerme esta pregunta, pero es hoy, precisamente en el da de mi septuagsimo primer cumpleaos, cuando me la planteo por primera vez y se dibuja una sonrisa en mi cara. Ser porque por primera vez la respuesta no es la que yo mismo esperaba? Seguramente todo se debe a ella, la mujer que me acompaa, que es quien me ha convencido de que no soy una mala persona, eso de lo que todos hablan con esa falta de escrpulos, aunque nunca haya podido cotejarlo porque a nadie he conocido nunca ms de una hora, un da, o una semana, aparte de la gente con la que llevo conviviendo en la residencia ya casi dos aos. Ni siquiera en mi infancia tuve un solo amigo que no fuera esa madre que me maltrataba. Y fue all, en esa infancia cruel, donde se forj mi hurao carcter, mi eterna soledad, y ese dolor que nunca me ha abandonado ni siquiera hoy. He odo a muchos hablar de su infancia. Unos lo hacen bien, otros mal y yo, de todos me ro. La ma no fue difcil, ni siquiera estuvo marcada por la desgracia la ma fue un autntico infierno del que an no he podido salir. No haba cumplido an los siete aos cuando fui abandonado por una madre que me daba ms palos que abrazos, y alejado de un padre al que nunca conoc, ni del que siquiera supe su nombre Despus aunque nadie apostara un solo cntimo por m - me hice mayor, y en esa mayora de edad me cobij, borrando captulos de mi vida que no quise recordar porque no los quise tampoco volver a vivir. Una vez escuch quizs sea la nica frase que guardo en la herencia recibida de mi madre que recordar es vivir Ser por eso que he preferido estar muerto tanto tiempo. Y ahora, setenta aos despus, he vuelto a despertar, y aqu me encuentro, ante el que sin duda ser el ltimo captulo de esta macabra historia que no me pertenece a m, sino al ltimo de los mos al ltimo de mi especie. Y no slo es este slo el ltimo capitulo. Tambin es el ms interesante y el que sin saber porqu pondr el punto y final a una vida marcada por el desamor, por la zozobra, y tambin por el miedo. Este captulo empieza en medio de una calurosa noche de Junio, en un viejo geritrico situado a las afueras de la ciudad donde vivo desde hace ya ms de dos aos. Adems, esta noche es precisamente la de mi septuagsimo primer cumpleaos. Los gritos de Quincoces, el vecino de la doscientos once, han vuelto a despertarme, como ya viene sucediendo durante los ltimos cinco meses. Sus estridentes gritos tan agudos y chirriantes como los de una ana gata en celo - me llevan de nuevo a ese estado de locura transitoria que quiero detener, y hacen que me obligue a m mismo a recuperar una serenidad que necesito y anso. Sus gritos histricos, de vieja loca poseda, son ya parte de mi vida en el geritrico, pero aun as no termino de acostumbrarme a ellos y siempre me despiertan, pintando mi habitacin del color del mal humor. Quincoces es un viejo resentido, manitico, y con serios problemas de salud. Su familia, cansada de luchar, decidi encerrarle en la residencia junto a otros de su especie, y que fueran ellos los que lo sufrieran. Y vaya si lo sufrimos! Durante el da, aprovechando su envergadura y su corpulencia, es el amo y seor de los salones de juego, del patio, y del comedor. Por las noches, sus continuas pesadillas, le hacen gritar y llorar como un nio pequeo, llegando incluso a perder el control del esfnter, lo que le hace despertar de peor humor. Y una vez ms, como sucede todas las noches, vuelven a despertarme sus gritos y sus lamentos. Pero esta noche es diferente a las dems. Si hasta sus gritos parecen otros, y todo por ese olor que me acompaa y del que no me quiero desprender ya nunca. Por suerte esta noche he abierto mis ojos y he comprobado que no sigo inmerso en un mal sueo. Estoy despierto y no duermo solo. Comparto cama, sbanas y piel con la mujer por la que esta vez s sera capaz de cualquier cosa. Aunque las normas de la residencia son muy claras, y est terminantemente prohibido, por fin puedo compartir mis ratos de insomnio con esa mujer que llevo amando en silencio durante mucho tiempo, y que la vida, al fin, ha preparado para m. Y es mi miedo a que todo sea falso de nuevo el que no me permite abrir los ojos. Aleteando en mi nariz, como haca cuando era nio e intentaba as alejar un escozor acuciante, acude hasta mi lado de la cama ese olor que ya es inconfundible porque casi es tan mo como suyo. Es este un perfume natural que nadie, mas que yo, es capaz de percibir y guardar. Ni siquiera ella misma, su ms fiel compaera, sabe como yo de sus propias esencias. En cambio yo, con muy poco tiempo a su lado, y casi todo robado, ya conozco hasta las mezclas que el mismo aire produce al contacto con su piel, con su pelo, o con sus labios. Y hablo de tiempo robado porque ni ella misma sabe que le robaba sus olores al pasear disimuladamente junto a ella, al adentrarme en su habitacin cuando ella no estaba, o al sentarme a su lado en el comedor mientras comamos rodeados de gentes inexistentes. Su olor era ya tan mo que era capaz de percibirlo hasta cuando ella no estaba cerca. A qu ola alguien como ella?... explicarlo era tan difcil como fcil era cerrar los ojos y sentirlo. Esa diosa huele a musgo fresco dormido en el interior de una roca, a algodn dulce en una calurosa noche de feria, y a vaho de la tierra en una maana de lluvia A todo eso huele ella. Y al abrir de nuevo los ojos comprendo que el sueo vuelve a jugar para m, hacindose realidad. S! Han tenido que pasar ms de setenta aos para que al fin una mujer corresponda a mis ansias de amar, y se convierta en la ltima de mis futuras esposas en la definitiva. Despus de ella no habr ms despus de ella no habr nada porque nada ms necesitar para vivir feliz al fin. Recostndome con la cabeza apoyada en mi mano, incorporado para poder observarla en su plenitud y saciar mis ojos de ella, descubro ante m a esa mujer con la que he hecho el amor, y a la que ya me siento extraamente unido por el resto de mi vida. En ese momento siento como si ella hubiera estado siempre ah, a mi lado, como si fuera ella la nica elegida y ante la que tena que sucumbir... y esperar. Observndola emocionado, destapando su cuerpo de la fina sbana que la cubre, la acaricio suavemente, descubriendo que su cuerpo est firmemente reido con los aos que le acompaan en el carn que guarda en el bolso y que yo mismo he tenido que ver para poder creerlo. Observndola de espaldas, con sus piernas flexionadas, y sus brazos cubriendo sus pechos desnudos, me emociono al reconocer que por fin he encontrado esa mujer con la que he estado soando toda mi vida. Qu pena que llegue tan tarde. Observando su cuerpo dormido la recuerdo compartindose conmigo unas horas antes. Emocionado, la recuerdo besndome, entregndome salivas alcalinas y sudores amenos, deleitndome con msicas guturales y tnicas totalmente desconocidas y con extraos rituales de contorsin que crea incapaces de realizar. Su cuerpo se uni al mo como esas dos primeras piezas de un puzzle interminable que consigues unir, sin saber cmo, y dan paso a las siguientes. Despus, nuestras bocas derramaron miles de fluidos amenos capaces de amasar unos cuerpos alejados de la vida. Mientras hacamos el amor la hea como panadero que era. Y ella era mi masa, suave, extensa, elstica, fragante, caliente cunto placer poda caber en un cuerpo tan diminuto! Haciendo el amor llor. Y lo hice por amor, y por pasin, tambin por felicidad y, por supuesto, como siempre tambin por miedo. La amo tanto que en ese mismo momento de cordura dese no haberla conocido nunca. Por su bien, y, sobre todo, por el mo. A Mariela la conoc hace ya cunto? dos meses? Recuerdo que lleg una maana de primavera, a eso de las once, con un sol radiante que traa con l los primeros esbozos del calor veraniego, y cuando entr en el saln, acompaada por la enfermera Virtudes, mi corazn se detuvo. Creo que no fue el mo el nico. Incluso el viejo periquito que nos acompaaba desde siempre, cay de su balancn al verla entrar, muriendo en esa jaula que yo mismo haba pintado ya en ms de una ocasin. Mariela tena sesenta y ocho aos, pero su rostro angelical y sonriente menta al respecto.Si pareca una nia! Su largo pelo manchado de gris lo llevaba recogido con una graciosa cola, que lo elevaba como el agua de una fuente fresca. Sus ojos eran pequeos y achinados, tanto que resultaba imposible descifrar el tono de su color, su nariz apenas exista, y se dibujaba entre dos coloretes rojizos que manchaban una tez morena, y su boca pareca tan caliente como jugosa. Con los labios entrecerrados dejaba escapar sus dos paletas superiores, suavemente, como si estuviera mordisqueando su labio inferior, y eso me llam mucho la atencin. Creo que me enamor de ella en el mismo momento en que esas paletas aparecieron ante m! Fue al verla all, de pie, mirndonos a todos con cara de pavor, como queriendo acabar con ese momento cuanto antes, cuando la luz se hizo en mi interior. Sus ojos temblorosos se cerraban y abran a una velocidad vertiginosa mientras la enfermera la presentaba e iba dicindole el nombre de cada uno de nosotros. Sus manos eran incapaces de permanecer inmviles, a pesar de que una sujetaba a la otra con el puo cerrado, frente a su estmago, y su tic se me contagi mientras esperaba ansioso mi turno de presentacin. Vesta un pantaln vaquero, gastado y pegado a su cuerpo, con unas zapatillas de lona con lazos atados a sus tobillos manchados de lunares. Una camisa de cuadros rojos y blancos, grandes, mostraban unos senos grandes, bien dibujados a travs de un escote generoso que hizo que todos la mirramos sorprendidos. Esa mujer tena aspecto juvenil, y su brillo ilumin la habitacin, dndonos un poco ms de vida a cada uno de nosotros. Con un nerviosismo indescriptible me levant al or mi nombre, acercndome a ella y besndola en sus mejillas ardientes. Ella se sonroj tambin por lo inesperado, pero mi gesto le gust, e incluso la tranquiliz. A m no. Volviendo a mi asiento no pude dejar de mirarla. A ella le pas igual, y ambos jugamos y flirteamos olvidando la edad que tenamos. Sin duda esa mujer no pareca tener la edad suficiente como para estar en un sitio como ese, pero yo agradec que all estuviera porque, por primera vez, estar all tena algn sentido. Cul sera su tara? me pregunt observndola, sabedor de que si estaba all era por algo que escapaba a mis ojos, pues desde lejos pareca una mujer capaz de valerse por s misma. Para mayor de mis suertes su habitacin era la doscientos doce, situada en mi mismo pasillo, a tan solo dos puertas de distancia. Lo malo? Que entre ella y yo estaba la habitacin del histrinico Quincoces. Los primeros das juntos fueron extraos, pero por fin se acababa la rutina en esa vieja residencia, alejada del mundo de los vivos. No s muy bien porqu pero desde que le di los dos primeros besos en su mejilla, y la ol, supe que esa mujer sera ma tarde o temprano. No poda permitirme dejar escapar a alguien como ella a esas alturas de mi vida. Ya haba dejado pasar muchos trenes algunos difciles de olvidar y era hora de saltar del andn, adentrarse en el habitculo, y dejarse llevar a travs de unas vas que conducan a un paraso que tambin yo mereca conocer. Como siempre haba hecho en mi vida auscult las distancias y en ellas me escud, observndola y conocindola desde lejos, que era como siempre me haba gustado conocer a la gente que me gustaba por algn motivo. La espiaba en sus coquetos paseos, siempre en solitario, pero siempre con una sonrisa para quien se cruzara en su camino. La espiaba tambin en sus largas horas de lectura, donde siempre levantaba uno de sus ojos para buscarme, sonriendo oculta tras el libro. Alguna que otra vez sobre todo a la hora de las comidas me permit la licencia de acercarme a ella de forma amedrentada, y sin apenas dominio de la situacin. Nunca hablaba con ella, ni era capaz de mantener el peso de su mirada, pero al menos pude olerla y saber ms de ella, escuchndola mientras hablaba con los dems, y a m me ignoraba invitadoramente. Y no se lo poda reprochar porque yo actuaba de igual forma que ella, lo que haca que me sintiera ms atrado por ella cada segundo que viva, y deseoso de recuperar de nuevo aquellos aos aorados en los que la pasin era todo en mi vida. Y para mi desgracia y sobre todo, para la suya comenc a enamorarme de ella, y verla como otra candidata ms a futura esposa quizs la definitiva. Ya haban sido muchas pero ninguna como ella, ninguna capacitada para vencer a esa fra dama, duea de su ser, a la que otros llamaban soledad. Y as convivimos durante ms de un largsimo mes, baado por lgrimas de calor y emocin, en el que las miradas se fueron haciendo ms penetrantes y perpetradoras de extraos placeres no slo sensoriales. Casi sin necesidad de hablarnos en realidad no lo habamos hecho an nuestra relacin estaba preparada para dar un paso ms al frente. Nadie lo saba, nadie nos vea nunca juntos, pero entre nosotros haba nacido una relacin qumica que ya nadie podra cortar Ni siquiera nosotros mismos. Observndola en el saln la vea desnuda y natural como ella era. Sus labios se movan cuando saban que mis ojos los seguan, y siempre saba mirar en el momento en que saba que mi mirada se alejaba de ella. Nunca coincidamos, y si no lo hacamos era porque ambos ramos conscientes de que entre nosotros haba algo muy fuerte tanto que asustaba a ambos. Y poco a poco fuimos desprendindonos del miedo y nos convencimos de que nada haba que temer, y que tenamos que provocar al fin el deseado acercamiento. Y poco a poco nos atrevimos a mirarnos sin absurdos miedos infantiles. Fue una semana antes de mi cumpleaos donde nuestro juego empez, pero fue el mismo da del cumpleaos precisamente hoy - cuando todo termin. Yo estaba leyendo un peridico deportivo de haca varias semanas, y cuando levant la mirada la pude ver sentada en el banco situado frente a m. Qu miedo sent! Y no pude hacer nada mas que mirarla porque ella me miraba a m, sin miedos, valientemente, con una carga extraa de excitacin y enamoramiento. Juro que intent luchar para agachar de nuevo mi cabeza y devolverla al peridico que llevaba aburrindome largo rato, pero no pude ni quise. Esos ojos se hicieron grandes y redondos, y su poder penetrador fue tal que casi pude notar como toda ella penetraba en m, desgarrando todo mi interior y despojndome de mi propia seguridad. El cielo azul se ti de rojo intenso mientras las aves migratorias volvan en busca de ese calor que ambos desprendamos y del que podran alimentarse. La mir y no tuve miedo porque ya saba que la amaba, y que ella me amaba a m. - Sabes que te amo? me dijo muy seria, frente a m, sonriendo nerviosamente - y t? le pregunt con la voz entrecortada - lo sabes t? - desde aquel da que me diste los dos besos. Y fue all mismo donde nos besamos, sin importarnos las enfermeras, ni los mdicos, ni los propios compaeros. El amor se abra paso y no haba puertas capaces de ocultarlo por ms tiempo. Por miedo a represalias absurdas nos separamos. - Esta noche dormir contigo me dijo al odo ese ser mi regalo de cumpleaos. Y no solo me regal su sueo, sino tambin sus efluvios naturales, sus pensamientos, y parte de una vida que me regalaba para que se la devolviera al final de mis das. Y fue su ofrecimiento ltimo, aunque lo hiciera de forma potica y metafrica, lo que ms me asust. Yo no quera, ni poda, aceptarlo. Y ahora, en medio de la madrugada me he despertado, a su lado, como ella me prometi en el parque de la residencia. - Maana despertars a mi lado y ya nunca querrs separarte de m me dijo - y ese ser el mejor regalo que podamos hacerle a lo poco que nos queda de vida. Y aqu estoy de nuevo, mirndola y tocndola mientras an guardo todas esas descargas olorosas en las que me he baado unos minutos antes, cuando nuestros cuerpos se hicieron uno solo. No puedo dejar de admirar esa piel convertida en el nico lienzo en el que he sido capaz de pintar. Y han tenido que pasar setenta aos para comprobar que dentro de m haba un artista como todos esos que tanto he envidiado. Su cuerpo es un trago de vino que no quiero terminar de tragar, para que permanezca siempre en m. Mis dedos, reptando insaciablemente, viajan por los pliegues de esa tela resbaladiza, y dibujan curvas imposibles de domar, y pasean por entre sus senos adormilados, su cadera cadenciosa, y no se detienen hasta llegar a esa piel triguea manchada de lunares que es su espalda. Y nadan por entre olas amenas, y descansan sobre arenas vivas y clidas donde no hay ms que tierra, y finalmente se detienen para dar un descanso a un corazn que empieza a latir con una fuerza casi daina. Perdidas mis manos en la fuente salada de su espalda puedo despus lavarlas en los bucles de su pelo, y recorro la piel de aquella lozana argentina con la que un da so cuando an era nio, y cuyo sueo se empieza a hacer realidad, deseando repetirlo maana tras maana. En el vaivn de la curva de su espalda se pierden de nuevo las yemas de mis dedos, persiguiendo el trayecto marcado por los susurros de sus balsmicos lunares. Y vuelvo a desearla, pero ella duerme tranquila y cansada. Acusado por un calor insoportable me acerco a la ventana. La noche es tan mgica como ella me la ha mostrado, y puedo ver extraos pjaros revoloteando alrededor de insectos que disfrutan de sus escandalosos rituales. Lucho por despertarla porque vuelvo a desearla, pero su profundo sueo me hace pensar en ella antes que en m. Observndola junto a la cama me descubro en mi desnudez. El suelo est caliente, y en l clavo mis rodillas para poder observarla mejor. La miro y acaricio su mejilla oscurecida por la sombra que produce su maraa de pelo. Ella entreabre los labios, los moja con su lengua, y susurra mi nombre, an dormida. La emocin que produce el escuchar mi nombre en tan bellos labios me hace estremecer, y siento que la paz de la habitacin desaparece. Es cuando vuelvo a destapar su cuerpo y la contemplo en su desnudez cuando todo se convierte en una batalla cruenta Fuegos artificiales, bombas nucleares, disparos por doquier, y huyo para no resultar herido. Me acerco al bao y me encierro. Despus bebo agua del grifo. El agua rompe la magia est caliente. Al mirarme en el espejo veo que estoy sudando y me descubro en una desnudez que me muestra a un hombre ms viejo del que creo ser. Mirndome al espejo compruebo que me queda ya poco en este viaje tan extrao al que llaman vida. La pequea luz tintineante que baa mi cara a travs de este espejo me muestra a un hombre solitario, con ms aos de los que aparento, de ojos rubicundos y con sombra sonrisa que incluso a m asusta. Temiendo lo que a continuacin va a pasar cierro los ojos y quiero huir. No puedo!. Me estremezco al sentir el contacto casi fantasmal de una mano sobre mi espalda. Antes de abrir los ojos impreco para que sea ella quien ha despertado y vuelve a mi lado. Rezo de nuevo para que no sea esa oscura dama la que vuelve junto a m para decirme que nada ni nadie podr nunca separarnos. Reuniendo un valor que no me pertenece abro los ojos y all est ella. No me asusta verla. No es la primera vez que aparece para recordarme nuestro juramento, y casi la andaba esperando. Su mirada es fra y oscura porque no tiene apenas ojos, ni rostro. Es una mancha oscura, extraa, que siempre aparece detrs de m, como una sombra. Vuelve a posar su mano en mi hombro. No la puedo ver, pero s siento su peso, y por fin la oigo susurrarme al odo con esa voz macabra y tenebrosa. - Recuerda nuestro pacto me dice siempre juntos, t y yo. Sin nadie ms. - Esta vez es distinto intento decirle, pero no me deja hablar - nada ser nunca distinto contesta ella, alzando su negra capa y cubrindome por completo, hacindome sentir su clida frialdad, casi glida t y yo nos pertenecemos - pero a ella la amo de verdad - por eso mismo tienes que acabar con ella me vuelve a decir antes de desaparecer. Con lgrimas en los ojos, y con mi puo apretado contra mi muslo desnudo, vuelvo a mirarme en el espejo y vuelvo a ver a ese joven que tanto he aorado. De nuevo esa sanguinaria mirada me desafa, hasta que veo que mis labios desobedecen mi orden y tambin sonren. Una vez ms vuelvo a perder el control, salgo del bao y me acerco a la habitacin. Ella sigue dormida, y la miro de nuevo. Sigue siendo tan bella como antes, pero hay algo ms, algo que escapa a mi control y que no me permite disfrutarla Miedo?... tal vez. Acercndome a mi armario vuelvo a mirarla para comprobar que sigue dormida. Abro el armario lentamente, impidiendo que el chirrido de la puerta la despierte, y alargo la mano hasta el fondo, abriendo una caja de metal donde guardo mis recuerdos ms secretos. De la caja, cubierto por un pauelo de seda, saco el viejo artilugio metlico que tantas veces me acompa en el pasado. Ese artilugio ha sido siempre como el anillo con el que me despos con mis pasadas futuras esposas. Empundolo con fuerza lo alzo ante mi cara y observo el brillo de la luz de la luna en su hoja. Despus miro hacia el bao y vuelvo a ver esa conocida sombra sin rostro. Me sonre. No puedo ver su boca, pero lo s. Mi mirada vuelve a la cama, donde descansa la ltima de mis futuras esposas, sin duda la que ms he amado de todas Quizs la nica. Es cuando me decido a acercarme a ella para besarla y despedirme cuando me parece ver, entre la oscuridad, que ella abre los ojos. El susto hace que esconda rpidamente el cuchillo tras mi espalda, llegando a cortarme. Por suerte ella sigue dormida. Sentndome a su lado la miro por ltima vez. Lloro. Paso la punta del cuchillo sobre su piel triguea y recorro la longitud de su perfecta anatoma blanquecina. Lucho para vencer a mi eterna compaera, pero el poder y el peso de nuestro compromiso es mayor an que el amor que siento por Mariana. As, sin pensarlo ms, y con los ojos baados en lgrimas, alzo el cuchillo mientras la miro por ltima vez. - Te amo, Mariana le digo, cerrando los ojos y bajando el cuchillo con una velocidad y fuerza desconocida. Es cuando noto el cuchillo clavado en la piel cuando abro los ojos para mirarla de nuevo. La pobre se despierta y me mira con cara de pavor. En su mirada veo miedo y desconcierto Por suerte no veo ningn atisbo de dolor. La pobre an no es consciente de lo que est pasando. - por qu lo has hecho? me pregunta con la voz entrecortada, abatida por lo inesperado y macabro de una situacin que escapa a su entendimiento - porque te amo le digo, mientras retuerzo el puo para acabar con tanto dolor. Es entonces cuando caigo sobre la cama, la miro por ltima vez, observando su cara de pavor, y devuelvo la mirada a mi mano. Mi mano sigue sobre el puo del cuchillo, y este est clavado en mi vientre, que no deja de sangrar. Ella llora y grita, y enciende la luz. Yo, la miro por ltima vez y sonro. Por fin me siento bien porque por primera vez en mi vida me siento libre. - Te amo le digo mientras noto como se cierran los ojos del ltimo de mi especie el ltimo de los romnticos.