ensayos para el combate político tomo ii obras selectas

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El tomo II de las Obras Selectas de Teódulo López Meléndez contienen los textos para el combate político

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Tedulo Lpez Melndez Obras selectas Tomo II de Ensayos Ensayos para el combate poltico

ndice Reflexiones sobre la repblicaAl borde del precipicio El bonche Tiermpo y abismo La pequea Venecia El poder contralor Ajuridicidad La Constitucin El trnsito como ejemplo Advertencia a los partidos El poder Relacin de campaa Hombres Qu el azar repare La cuota de responsabilidad social Sobre la moral Las necesidades de la repblica La revisin La definicin Constancia de una verdad

Incisiones para una democracia del siglo XXILa democracia del siglo XXI Manual de uso para venezolanos desarmados Notas sobre integracin para empresarios desprevenidos Televisin versus democracia Cuando la poltica desaparece viene la polica El viejo muerto no puede resucitar La democracia, un entierro sin dolientes La estructura y el funcionamiento del poder La sombra de la imagen La bsqueda del modus vivendi global El reino de la incertidumbre La organizacin del desamparo La riqueza escondida en los bulbos de tulipn La confusin de los tiempos Los extravos nacionales La perplejidad avasallante Una obsoleta cultura poltica La apuesta fundamental La economa bajo la primaca de la democracia Una interrogacin ilimitada Del trueque hay que hablar en serio Las instituciones invisibles Localizacin de extremistas Salvamento en el naufragio El desarrollo de una nueva cultura poltica Reservistas que gritan socialismo o la lectura de un historiador ingls La renovacin general del concepto democrtico Matrimonio a la italiana

La desventura del lenguaje Los aliados circunstanciales o la imposibilidad de un paso atrs La hora menguada La insoportable contraofensiva ideolgica De las ideas de lento avance La invasin de la teatralidad De hbitos y comportamientos de una sociedad en crisis El libro del desasosiego

La tercera opcinReclamo de personalismo social Lectura no lineal de un pas complejo La Venezuela del pensamiento dbil La historia de un desgaje: la democracia representativa La desvalorizacin de la representacin y de la legitimidad Recuento de un simulacro de representacin La inercia de la entrega La creacin de nuevos campos de historicidad Tiempo entre parntesis La obligacin de incidir La demagogia de la solucin concreta La ausencia de desafos emocionantes La ruptura de las viejas complicidades El desafo de la tercera opcin

Proyecto pasVenezuela, sociedad del conocimiento Gerenciar la comprensin Democracia, proceso sin trmino Hacia una socieconoma Una sociedad instituyente El pas democrtico A manera de conclusin

Lo propongoLa transicin ms difcil de nuestra historia Educacin e integracin Nuestra participacin en el contexto econmico El combate a la inseguridad Lucha contra la pobreza Salud, base de la cohesin social La proteccin ambiental como instrumento de desarrollo sustentable Renacionalizar el petrleo

Reflexiones sobre la repblica (1978)

Cualquiera que sean las circunstancias histricas es importante para las sociedades que algunos hombres tomen la decisin de pensar, pase lo que pase Etiemble Es en nuestros das cuando la avaricia se ha visto acrecentada por la opulencia, provocando el desbordamiento de los placeres, ante el temor de perderlo todo, en el deleite y el desenfreno Tito Livio La aldea, de fiesta, descansa en los prados junto al buey ocioso Horacio

Al borde del precipicio Este pas convive con la confusin, con la hipocresa, con un cuadro social lamentable, con un marasmo de los valores, con una democracia falsa, con el espectculo de los mejores hombres apartados de la direccin, con el encumbramiento del dinero como nuevo regulador tico-moral de la Repblica. La falsedad se ha hecho norma. Mentimos en cada uno de nuestros actos en adecuacin a las exigencias de un cuerpo enfermo. Nuestro comportamiento colectivo va contra la naturaleza, contra los otros; lo vital es el lucro; el ansia de beneficio nos mueve y conduce. La democracia est enferma porque est edificada sobre falsedades. Sus principios y enunciados son letra muerta. Escasean los polticos confiables. Los que no se hayan lanzado, en esta nueva fiebre del oro, a vencer a toda costa. El mejor estmulo a la depredacin de los dineros pblicos es el que da la sociedad venezolana al recibir en su seno con algaraba y profesar admiracin a quienes han robado el erario nacional. Desde nuestro cuerpo legal hasta nuestro cuerpo moral estn sumidos en una grave crisis. Lo que se intenta en las pginas siguientes es un rpido buceo en la podredumbre de la Repblica de hoy; lo que se intenta es un somero muestreo de la polilla que carcome el alma nacional y de cmo la Repblica se tambalea ante la ausencia de un esqueleto tico-moral y como los venezolanos, enfermos por dentro, hacemos con nuestro comportamiento que la manifestacin jurdico-poltica de nuestra unin, est al borde de sucumbir. Lo que aqu est intentado, es desnudar a la Repblica frente a s misma. Manifestar que slo una profunda reflexin colectiva, slo una toma general de conciencia, slo la adopcin de una decisin firme en tal sentido, puede alejar a la Repblica de los peligrosos precipicios.

El bonche Vivimos a la deriva. El pas se entretiene en el juego de caballos y en las aventuras amorosas de las misses. Vivimos en una calma falsa y peligrosa. A este pas dejaron de importarle los asuntos trascendentes y que afectan su destino. Este pas vive pendiente de los puentes vacacionales, del jolgorio, de las fiestas, de los bonches. Somos un pas en que se est corriendo una juerga sin control y sin medida. Terminaremos todos en un hospital cuando el alcohol de la insensatez que nos estamos tomando nos haga irremediablemente perder la cabeza. La poltica se ha puesto insustancial. El juego diario se torna cada da ms aburrido. Todas las expectativas estn copadas. No hay nada novedoso. El aburrimiento se aposenta donde esta nacin tuvo alguna vez la grandeza de alma. Estamos atravesando la peor hora de la poltica nacional en cuando a talento, sobriedad, trascendencia, contenido, densidad, profundidad y seriedad se refiere. Quienes integran nuestras lites dirigentes no tienen nada en la cabeza. Parece ser que quienes han llegado a la direccin de este pas no han tenido una alma caritativa que le ensee el amor por los libros. El juego est descubierto. Todas las cartas estn sobre la mesa en esta pesada, ruinosa, desvencijada casa que es la poltica venezolana. La nica conclusin es que a los de primera fila el pas les importa un bledo y el juego de las ambiciones injustificadas, inmorales y pequeas es el nico motor que an mantiene a algunos buscando el control de este pas prximo a desplomarse. El pas parece carecer de fuerzas de reserva. Henos aqu aumentando semanalmente los millones del 5 y 6 y la lotera. Henos sin preocupacin colectiva sobre los destinos nacionales. Henos aqu a los venezolanos que nos importa un comino lo que pase. Todas nuestras instituciones estn socavadas por el comejn de la abulia. La inteligencia nacional ha pasado la aspiradora por las torres de cristal y cobardemente se ha retirado a medrar del prestigio acumulado. La CTV es un cenculo donde comen engordados sindicalistas que tienen que cuidad sus viticos y sus prebendas. Los colegios profesionales callan. La voz de algn iluso llegado a Contralor se escucha admonitoria y sola, pidiendo a los desesperados que no roben. Vivimos una feliz paz buclica. Los venezolanos estamos conociendo el bonche ms divinos que pueda concebir alguna mente juvenil. Los venezolanos somos felices. No tenemos nada de qu preocuparnos. Alguna que otra queja por los precios de los alimentos y la consabida frase de Dios proveer. Somos el pueblo ms feliz de la tierra. Nos estamos convirtiendo en un hatajo de borregos que juega con los frutos de una buena cosecha. El pas marcha hacia el barranco, el pas est quemando su futuro; no hay seriedad, autoridad moral y dignidad ciudadana que se alce a edificar, a represar, a abrir caminos, a despertar a sus conciudadanos. A los lderes de la Venezuela pobre moral de hoy en da, slo les interesan el juego de factores, el manejo de las fuentes de poder, el equilibrio de las posibilidades. El pas les interesa un comino. Las perspectivas estn tan claras que asustan. No hay nada misterioso ni en la poltica ni en la economa. Somos el pas de las claridades. Todos sabemos a dnde vamos y lo que va a pasar. Sin embargo seguimos viviendo en la ficcin del millonario derrochador. Parece que la herencia de los padres libertadores fue perdindose en la gentica con el paso de los aos. Parece que los

genes de los viciosos, de los traidores de la Repblica y de los malversadores fueron ms poderosos. Los venezolanos hemos dejado de lado las virtudes y nos regocijamos en los vicios. Lo que somos y a donde hemos llegado, es la consecuencia lgica de permitir que los acontecimientos nos presidan. Parecemos incapaces de dar forma al futuro. Ya no nos impresionamos con nuestra miseria, con nuestros desarrapados, con nuestras llagas purulentas, con nuestros barrios marginales, con nuestros campesinos. Eso pertenece a las primeras pocas de la democracia en que se hablaba de reforma agraria y se ofrecan pan y trabajo. Ya no nos impresionamos con los nios abandonados ni con los que no tienen escuela. Nos parece un problema tan viejo, tan repetido. Lo que el pas olvida es que la democracia ha sido incapaz de solucionar estos asunto0s o slo ha sido efectiva en borrarlos de nuestro juego diario. Mientras tanto la nacin mata su futuro. Que en paz descanse la tierra de nuestros mayores.

Tiempo y abismo Cuando el hombre aprendi a medir el tiempo comenz a temerle. El miedo al tiempo ha estado acompaando al hombre, adherido a l, motivndolo a la accin, conducindole a la reflexin sobre su origen y destino. El tiempo mortifica tambin a los pueblos. Las naciones sienten la presin de las metas y del tiempo disponible. El hombre que no siente la angustia de su paso, puede ser un in dividuo ajeno a las grandes preguntas existenciales o, por el contrario, se est realizando dentro de la medicin consciente de su trnsito vital, haciendo conforme a las expectativas. Las naciones, menos aquejadas de prontitud debido a su vida mayscula comparada con la de los individuos, pueden andar realizndose, apreciando el tiempo, desarrollndose material y espiritualmente o, al contrario, inmersas en una somnolencia que amenace su vitalidad y por ende su futuro. En relacin a la vida, los pueblos no son solamente la suma de los individuos. Existe un alma colectiva, una razn colectiva, un mnimun vital colectivo. Se puede presentir el destino de una nacin a travs de sus hombres, pero es necesario pulsar el fondo comn para emitir opinin. Venezuela est dilapidando su tiempo. Parecemos inmersos en una catstrofe inevitable, dormidos sobre las crestas de las circunstancias, inertes ante la marcha y el devenir de las situaciones. Parecemos agotados tras la larga marcha de la conquista y la colonia hasta el petrleo y la riqueza. No hemos nacionalizado el futuro. Vivimos enterrados hasta la coronilla en un alud de vicios que parecen poder ms que nuestra fuerza vital como nacin. Parecemos impotentes ante las fuerzas que nos mueven y nos sacuden. Los venezolanos van a los cargos pblicos a enriquecerse, a envolverse en un halo prepotente de desprecios hacia la colectividad. Los burcratas que vemos en las noticias engaan a la opinin, mienten, desvirtan, hablan con un desprecio olmpico hacia la verdad y destilan una incapacidad que no les inquieta. Los venezolanos no se angustian cuando enfrentan la toma de decisiones, no les duele la cabeza cuando disponen del poder y no sienten ese placer mgico y embriagante que sienten los lderes cuando se aprestan a construir. Los partidos se distraen en las querellas internas. Quienes gobiernan parecen hacerlo a ratos con desgano. Quienes hacen oposicin, las ms de las veces, slo se ejercitan en la negacin irracional, en la palabrera insulsa. Vivimos en un teatro donde toda la pasin poltica se reduce a querer cambiar de actores para el mismo libreto cada cinco aos. A pasar de unas manos a otras la palabrera vaca y la accin insustancial de gobierno. No encontramos mstica en los partidos, pasin creadora, fuerza. Los partidos marchan al abismo con l nacin, le abren el camino hacia el precipicio. A muchos hombres slo pareciera interesarles el placer del mando por s mismo, la oportunidad de hacer negocios, de asaltar el poder para solucionar para siempre su cuestin econmica. La nacin parece impotente. Pareciera que no existen en el alma colectiva los recursos para salir del alud. La nacin se ha acostumbrado a que las cosas pasen como estn pasando. Ya a la nacin le parece intoxicada e incapaz- que no hay posibilidades por explorar, que es razonable que los funcionarios roben, que es lgico que se encuentren estafas contra el pas en la mayora de los planes que se abordan, que los problemas parezcan tan grandes que ante cada uno de ellos

aparezca la impotencia de enfrentarlo. El pueblo venezolano parece carecer de silos de almacenaje de fuerzas de cambio, parece carecer de depsitos de reserva, parece incrdulo y desinteresado frente al destino colectivo.. El pueblo venezolano parece inerte, desmayado, entregado y dominado por las circunstancias. El pueblo venezolano parece estar sentado a la orilla del camino, mientras el tiempo pasa y las posibilidades disminuyen. Pareciera que este pas se agot en el alumbramiento de la lite excepcional que nos condujo a la independencia. Fallamos en la administracin de justicia. Fallamos en el gobierno y en la administracin de nuestra riqueza. Fallamos en la implementacin y ejecucin de nuestras leyes. Estamos fallando peligrosamente como nacin. El gobierno falla fundamentalmente por reflejo de la falla del pas. Cada da somos ms una nacin entregada al juego, al despilfarro, al consumo irracional, a la elevacin de los hombres menos capaces, a la incuria, a los licores importados, al desprecio del tiempo y de lo que fuimos. Somos un pas montado en un tiovivo que ya parece haber abandonado la bsqueda de su camino. Somos un pas al borde del peligro que parece haber borrado de su agenda el logro de una identidad y un futuro. Grave cosa, que parecemos un pas cuyos hombres excepcionales estn abrumados, pesimistas, hartos de golpear la cabeza contra las paredes. Pareciera que no tenemos dnde buscar y ese estado de nimo conduce al suicidio.- No faltar quien se lamente.

La pequea Venecia El puerto de La Guaira se congestiona no slo por anticuado sino por el inmenso volumen de las importaciones. Cualquier puerto vera abarrotada y superada su capacidad de descarga y almacenaje ante el inmenso oleaje de mercadera de todo tipo que los venezolanos traemos de fuera. Aquella vieja proteccin arancelaria para los productos nacionales se ha trastocado en un desenfrenado otorgar de licencias de importacin. Es ms, esas licencias se otorgan en muchos casos por la falta de calidad de los productos nacionales o porque los industriales o los productores del campo quieren el alza de un producto e incurren en el delito de acaparamiento. Los venezolanos importamos todo lo que necesitamos y todo lo que no necesitamos. Por nuestros puertos entran caraotas, pollos, vaquillas, pero tambin los ms sofisticados perfumes o telas importadas. Nuestros puertos son verdaderos tubos de desage. Por all lanzamos hacia los cargueros la riqueza que la providencia puso en nuestra tierra. Los venezolanos compramos fuera desde la legumbre que no hemos sembrado hasta rl artificio que se supone la bonanza econmica exige colguemos del cuello de nuestras mujeres. Los venezolanos no sabemos producir alimentos pero tenemos dinero para comprarlos en el exterior. A nadie se le ocurre que podamos privarnos de algo. Nadie concibe que si tenemos escasez de carne podamos privarnos de ella tres das a la semana y en cambio comer pescado. Menos an puede concebirse que el pas coma pescado para impulsar nuestra flota pesquera cuando en este campo y ante millares de kilmetros de costa andamos tambin en paales. A nadie se le ocurre enfrentar la ausencia de trigo con otras gramneas o comprar tanto pescado barato que nos queda en lugar de caros filetes o cubrir las necesidades de caloras con algo distinto a la basura que la ignorancia y la propaganda imponen a la dieta diaria de nuestro pueblo. Los gobiernos se asustan ante el desabastecimiento. Para los gobernantes los armarios de los mercados deben estar llenos para que el pueblo est tranquilo y presto a votar de nuevo. No importa que los alimentos no sean nacionales, no importa que an habiendo determinado producto en el pas, el que se consiga sea importado, porque los empresarios no quieren vender a precio regulado. Si se acerca diciembre traeremos dos barcos cargados de pollos y unos cuantos ms con los ingredientes restantes de las hallacas. Si se trata de Semana Santa nuevos abarrotamientos de producirn en los puertos. Lo nico que los venezolanos tenemos es dinero. No tenemos voluntad de sacrificio, ni agricultura, ni temple. El petrleo se ha convertido en una maldicin que nos ha hecho holgazanes, perezosos, manirrotos. Tenemos riqueza y ello parece bastarnos. Como no la hemos conquistado sino que estuvo aqu por el azar, nos complacemos sensualmente en dilapidarla. Si el petrleo desapareciera, nos encontraramos en la situacin de un nio recin nacido que no puede bastarse en nada. Pero tenemos petrleo parea muchos aos y esa conviccin acenta la flojera. Habremos de llegar a tal grado de corrupcin y desidia que esa riqueza, sin trmino fijo de agotamiento, pesar como una maldicin.

El petrleo es una riqueza que marca con su aparicin a un pas, pero una riqueza que puede ser cabalgada, domada, controlada y jineteada con fuerza y temple. Los venezolanos hemos convertido al petrleo en estigma. No lo hemos utilizado para xconvertirnos en un pas poderosos sino como sustituto de todo esfuerzo y sudor. El petrleo se ha transformado en un fetiche. Los venezolanos nos hemos transformado en holgazanes confiados que desde mullidas poltronas gastamos y gastamos la riqueza que no ha requerido esfuerzo alguno. Un pas en semejante postracin, un pas que sufre la enfermedad de la riqueza, no ser capaz de arranque, de sacrificio,. de empuje sostenido. Quizs aquella vieja y manida frase de que el dinero no lo es todo en la vida, nos sirva para afirmar que aparte de un inmenso vaco existencial parece que nos estamos condenando a un acortar de aptitudes. La vida vegetativa conduce al cataclismo. Llegar el momento en que no todo lo podamos solucionar con dinero, tal como hoy lo hacemos. Cuando ese momento llegue, seremos vctimas fatales de cualquier peligro. Da a da acentuamos la dependencia psicolgica de la riqueza del subsuelo. La muestra pattica del drama que se desarrolla es al abarrotamiento de los puertos, la diaria informacin sobre importaciones permitidas u ordenadas por el gobierno. All estamos mostrando al mundo que slo debe esperarse tiempo para ser testigo de la decadencia de la bautiza Venezuela por el marino que trazaba mapas y que qued extasiado por los palafitos adheridos al lago, cual pequea Venecia.

El poder contralor Para que el Estado de Derecho funcione, cada rgano institucional debe tener la posibilidad de cumplir con sus tareas. Para que se pueda hablar de la vigencia del ordenamiento jurdico democrtico, cada rgano del Estado debe ser respetado en el cumplimiento de sus especficas tareas. Los gastos del estado deben ser controlados. Tal es el principio bsico de todo orden basado en el Derecho. La funcin contralora se convierte as en pilote fundamental. Ella es garanta de que los dineros pblicos sern administrados con honestidad, prudencia y pulcritud. El Derecho implica pues, que el Estado no puede disponer a su antojo de los presupuestos y la riqueza. La Contralora existe para cumplir esa tarea, vital e indispensable a la existencia de un Estado fundado sobre principios inalienables de juridicidad. Cuando se pretende que la Contralora ablande su vigilancia y rigor, se est exigiendo al mismo tiempo un ablandamiento del Estado de Derecho. Cuando se pretende establecer como costumbre que la Contralora sea ejercida por un ciudadano que no entienda demasiado rigurosamente sus funciones o que se adapte a un estado colectivo de corrupcin, se est declarando a viva voz que el Estado de Derecho es imperfecto y, ms grave an, que se pretende convertir dicha imperfeccin en la norma por encima de la natural rigidez del ordenamiento jurdico. Cuando al ciudadano que ejerce la Contralora se le acusa de excesivo celo, lo que se le est pidiendo es que ejerza a medias su magistratura. Cuando un funcionario pblico, en este caso el Contralor, es exigido de moderacin y de cautela acentuada, se est estableciendo como requisito para presidir el ejercicio de cualquier funcin un desajuste moral previo, la aceptacin del Poder Pblico como un ente relajado y la aceptacin tcita de la presuncin de que el ejercicio de una tarea administrativa cualquiera implica al titular un abandono de su formacin tica, de la rigidez de sus principios y una adopcin ipso iure del bajo nivel de moralidad y rectitud imperante en el cuerpo social y en el gobierno. Las deducciones son claras: una dramtica declaracin de impotencia; una declaracin tajante del rgano adecuado de que no puede enfrentar el manejo de la riqueza nacional por parte del gobierno; una admisin definitiva de incapacidad de controlar el manejo de los fondos pblicos; una declaracin de que estamos llegando a la anarqua social y tambin a la libertad total para prevaricar; la admisin de que el monstruo burocrtico est libre y que sabe zafarse de cualquier empresa temeraria por reducirlo al orden legtimo; la admisin de un desbocamiento y de un desenfreno de extrema gravedad. El pas est en medio de la corrupcin administrativa ms asfixiante. El pas est acostumbrado a descubrir semanalmente en las pginas de los diarios algn escndalo. En el pas est generalmente admitido que se va al gobierno a robar y a solventar situaciones particulares de manera definitiva. El pas parece convencido de que la honestidad perdi ante la corrupcin. En el manejo de la riqueza nacional prevalecen una sordera absoluta ante los llamados al orden contralor, una repetida violacin del ordenamiento jurdico y un equipo de abogados del diablo que salen a la palestra a parar al Contralor y a demostrarle su insuficiencia para cambiar las cosas. Estamos al borde de darnos el lujo de proclamar la anarqua como doctrina y procedimiento administrativos. Estamos tocando los lmites del vivalapepismo ms alegre, seductor y peligroso. Estamos llegando a los lmites de declararnos irresponsables jurdicos y

de ofrecer nuestro patrimonio a todos los peligros. Somos ricos botarates que nos sentimos molestos cuando alguien pretende poner fin al dilapidar alegre. Somos un pas alegre, trasnochador, bonchn, confiado, disoluto, derrochador. Vyase a saber quin nos puede salir de noche.

Ajuridicidad El pas vive en crisis jurdica. Estamos frente al espectculo lastimero de que toda la legislacin positiva se ha quedado atrs, es anticuada para el pas de hoy, resulta incompetente para cubrir las necesidades jurdicas de nuestra poblacin. Nuestro Cdigo Civil regula la propiedad y la posesin tal como eran los conceptos vlidos del siglo pasado y, ms lejos, como era la realidad que produjo la legislacin que a nosotros nos sirvi de fuente. En ese mismo Cdigo encontramos disposiciones en torno al Derecho de Familia realmente incomprensibles y aejas de tiempo. Nuestro Cdigo de Comercio parece, en infinidad de casos, regular las relaciones mercantiles de esos viajeros que entre batalla y batalla de la guerra emancipadora viajaban por los llanos llevando y trayendo mercancas. Nuestro Cdigo Penal no contempla delitos surgidos en la vida moderna. Algunos actos transgresores son castigados con baja penalidad y otros con una excesiva. El Cdigo de Procedimiento Civil, lleno de lapsos intolerables, bajo el signo del proceso escrito, entorpece y a modorra la administracin de justicia. El procedimiento penal no es menos latoso y atentatorio contra el reo. La Ley del Trabajo ya no da para ms y obreros y patronos claman por una nueva legislacin laboral. Nuevas leyes que han salido del horno parlamentario han causado malestar en el cuerpo social y sus disposiciones engorrosas y sus conceptos mal definidos son causa de trabazn y derroche de tiempo y, en general, de efectos contrarios a los perseguidos. Esta crisis de juridicidad la constatamos, cuando diferentes entes pblicos anuncian medidas de excepcin violando la Constitucin y leyes para afrontar males del cuerpo social. Las disposiciones en torno al trnsito terrestre son la muestra ms pattica de que el Estado de Derecho anda de basamento cojitranco, porque todo el cuerpo de leyes est carcomido de polillas, de antigedad, de disposiciones superadas por la actividad social, carcomido tambin por la indiferencia de quienes han debido producir las nuevas leyes y no lo han hecho. Vivimos en un Estado de Derecho donde el derecho est muerto. No tenemos un Derecho vivo porque las leyes tienen tambin edad y las nuestras ya cumplieron su ciclo. Cuando metemos las narices en el paquete de leyes que nos rigen, no encontramos justicia, no respiramos frescura y de nosotros se apodera la desagradable sensacin de que aquellos papeles son intiles, de que solamente hay vaco, de que los venezolanos hemos perdido la esencial garanta jurdica, base de todas las dems garantas. No es necesario entrar a los claustros de las bibliotecas jurdicas o a las salas de audiencia de los tribunales para respirar el aire de ajuridicidad. Basta con ver la vida cotidiana de los venezolanos, presencias los negocios pblicos o privados, detenerse en el comportamiento colectivo de una ciudad, mirar la actividad individual de cualquier parroquiano aqu y acull en su diario actuar. El Derecho no est presente en la vida diaria de esta nacin. Por el contrario, est presente en todos los intersticios de nuestra vida una peligrosa ajuridicidad. Encontramos en todos los rdenes de la vida una tal ausencia de norma competente o la vigencia de una norma impotente y hasta casi ese desacomodo apenas posterior a la aparicin del Estado y el Derecho, que uno se asombra de que Venezuela no haya desligado las partes que la forman y se haya desparramado en una erupcin anrquica de descontrol demoledor.

En Venezuela escasea la seguridad jurdica. An si se llama al magistrado para que interprete la norma y solucione el conflicto, tendrn las partes la conviccin de que largo tiempo habr de esperar y puede que esa espera sea coronada con un exabrupto. Las deficiencias del Poder Judicial venezolano se suman a la amarga calidad de nuestro derecho. El espectculo es cotidiano. Jueces venales, jueces toreros que esquivan expedientes; jueces que sentencian en una lnea despreciando centenares de folios argidos por un litigante y cargados de doctrina y jurisprudencia; jueces polticos nombrados por un Consejo de la Judicatura donde la militancia poltica de los candidatos es factor decisorio; jueces anquilosados que jams han abierto un libro y que no son motivados al estudio organizadamente por nadie. Dentro del cuadro lamentable de nuestro Poder Judicial existen, por supuesto en minora, los jueces capaces, honestos, valientes, estudiosos. En la Repblica de hoy an los jueces trabajan temerosos de la inestabilidad. Al existir semejante vaco en la cpula interpretativa del derecho es menester que campee la inseguridad jurdica. Nuestro sistema penitenciario puede recordar por momentos la barbarie o los castillos en que los prncipes medievales ejecutaban lentamente a sus prisioneros. Tmidamente a veces entrevemos en las pginas de los diarios que alguien est planteando algunas frmulas o al menos haciendo un llamado de atencin. Hay que construir, s, nuevas prisiones, pero la solucin no va slo en garantizar decencia al prisionero, sino el desarrollo de nuevas tendencias en cuanto al cumplimiento de la pena por el reo y a la concepcin misma de la pena. La ajuridicidad que carcome la vida venezolana de nuestros tiempos debe ser anotada en primer rengln a la hora de enumerar factores que atentan contra nuestra subsistencia como nacin.

La Constitucin Es digno de sealarse como al lado de los festejos y publicaciones por el cumpleaos de la Constitucin Nacional, se produjeron las declaraciones ms atrabiliarias exigiendo su modificacin Uno se pregunta cmo en medio de los encendidos elogios a ese texto se colaron decenas de proposiciones para reformarlo. Lo ms grave es que la casi unanimidad de esas proposiciones, formuladas por encumbradas figuras,, resultaron francamente ridculas. Las cosas que se propusieron pueden engrosar fcilmente una antologa del absurdo. Lo menos que puede decirse es que la Constitucin del 61 no parece ser tan buena como dicen sus apologistas, si a su cumpleaos siguieron millares de centmetros de informaciones con una larga lista de todas las modificaciones que nuestra lite dirigente, mediocre y anquilosada, considera imprescindibles. La OCI, por su parte, emprendi la tarea de divulgar la Constitucin. Cumpliendo esta tarea este organismo del Estado pudo convertirse en peligroso agente revolucionario. Si este pas toma conciencia de las bases de nuestro sistema, de los derechos que nos han sido consagrados y de los principios claves de nuestra estructura jurdica y poltica, es posible que se produzca un remezn. Tal cosa sucedera de la comparacin entre la letra del texto constitucional y la realidad del pas. Concluiran que vivimos en medio de la ms aberrante hipocresa, nadando en la ms gran de las falsedades, sumidos hasta el cuello en un mar de engaos. Aquella frase sibilina que la Constitucin era un librito que serva para cualquier cosa, se ha convertido en nuestro tiempo en otra que podra resumirse diciendo que la Constitucin es un librito para dar importancia a las promesas que la democracia formula y que no ha cumplido ni cumplir. Basta leer la Constitucin para darse cuenta de su diaria violacin. He aqu una pequea lista: la Constitucin nos garantiza el derecho a la salud, el derecho a la educacin, el derecho de dedicarnos a las ciencias y a las artes, el derecho al trabajo; se nos dice que la familia es la clula fundamental de la sociedad y que el Estado la protege; que el Estado proteger a la madre y al nio, que el Estado proteger a toda organizacin destinada a mejorar la economa popular. La Constitucin asegura que tenemos derecho a una economa fundada en la justicia social, que todos los venezolanos tenemos derecho a la propiedad privada, que el rgimen latifundista es contrario al inters social, que los consumidores podemos opinar en torno a la vida econmica del pas. La Constitucin asegura que los venezolanos podemos elegir a nuestros representantes cuando todos sabemos que los ciudadanos efectuamos en verdad una eleccin adulterada por las oligarquas partidistas. La formidable campaa de la OCI se qued en el derecho que tenemos de obtener respuesta del Estado y de sus funcionarios ante cualquier planteamiento que los ciudadanos hagamos. Bast con ese ejemplo de derecho incumplido para que todo el mundo se diera cuenta de los peligros de la campaa.

El trnsito como ejemplo Cuando es necesario pasar por encima del imperio del derecho es evidente que el cuerpo social est enfermo. Cuando para salvar vidas y ordenar una actividad como la del trnsito, es menester romper la juridicidad, puede afirmarse que la colectividad est viviendo en un falso Estado de Derecho o que el cuerpo legal no se ajusta a la realidad social o que es tal la descomposicin de la estructura social que ha roto la barrera que separa la sociedad organizada de la sociedad en caos. Podra tambin colegirse que la coercibilidad de las leyes ha perdido toda su fuerza intrnseca y que es necesario por lo tanto recurrir a medidas extremas para imponer el orden en la actividad humana objeto de las decisiones de derecho administrativo, que son los decretos que regulan el trnsito. Por lo dems, cuando se hace necesario pasar por encima de las normas que el legislador ha establecido para recurrir al acto administrativo, se est corrigiendo necesariamente que el Parlamento es incapaz de dotar al cuerpo social de las normas de su convivencia o que el Parlamento falla ostensiblemente en el cumplimiento de su papel de dotar a la nacin de un normativo acorde con las necesidades de la organizacin social. No puede negarse que el sentido comn exige la aceptacin de una medida que tiende a poner orden y a frenar la muerte. Involucra s un grave precedente porque se establece de manera clara que es necesario violar el ordenamiento jurdico para ordenar una accin de los venezolanos. Se colige necesariamente que este pas est llegando a extremos donde el imperio de la ley no permite el funcionamiento normal del cuerpo organizado. Se colige que los venezolanos estamos funcionando mal dentro del Estado de Derecho. La conclusin es tan grave que cualquier asomada contra la institucionalidad puede argir este fracaso como justificativo. Claro, si dentro del ordenamiento legal vigente los venezolanos no funcionamos correctamente, cualquiera puede afirmar la necesidad de sustituirlo por el imperio de la fuerza.

Advertencia a los partidos Los partidos polticos venezolanos deben darse cuenta que corren las ltimas oportunidades de corregir importantes fallas y vicios y por ende de preservar la democracia o, al contrario, apuntalar esas deficiencias y contribuir definitivamente al deterioro de la misma. Es importante, desde luego, ganar, pero para ello debe haber elecciones que ganar. Los partidos no han tenido suficiente visin para captar en toda su magnitud el fenmeno eruptivo de peticiones de las comunidades. Frente a la debacle de la mayora de los Concejos Municipales han surgido manifestaciones comunitarias muy importantes que hasta cierto punto recuerdan las acaecidas en Inglaterra contra el poder local durante la dcada del sesenta. Esta exigencia de participacin va an ms all del ambiente comunal. Ha llegado hasta las altas esferas por la ineficacia del parlamento para dotar a la nacin de un cuerpo de leyes acordes con las exigencias de desarrollo y an de perfectibilidad del Estado de Derecho, y tambin por los frecuentes casos de peculado, trfico de influencias y vicios de todo tipo que corroen a la administracin. El fenmeno de esta exigencia se presenta en el seno de democracias representativas agotadas seriamente, agobiantes por su ineficacia. El fenmeno de exigencia de participacin ha sido por ello hecho diario en el seno de la democracia britnica. Nuestra corta tradicin democrtica y la erupcin de semejante fenmeno debera motivar a profundas reflexiones a los dirigentes partidistas. Podra concluirse, y as creo que debe hacerse, que en cortos aos nuestra democracia ha sufrido un grave y peligroso desgaste que en otros pases se ha producido a travs de muchsimo ms tiempo. La situacin es, por ende, ms peligrosa entre nosotros y ello tiene una explicacin perfectamente localizable. Nuestra democracia es muy imperfecta en el aspecto de su representatividad. En Venezuela no elegimos sino que eligen los partidos. Estos no quieren aflojar tan extraordinario poder, sin percatarse de que el mismo est minando su propia existencia. Lo evidente, es decir, los vicios de la representatividad, aunados a nuestras propias eficiencias para hacer efectiva la democracia, hacen delicada y peligrosa la expectativa de un rgimen de libertades pblicas. La democracia participativa no excluye la democracia representativa. Los partidos debern aceptar el clamor colectivo de mejorar la representacin, la forma de producirla y la calidad de los representantes. Los venezolanos no quieren ser slo peonada llamada ante las urnas cada cinco aos. Los venezolanos sienten que cada da estn ms lejos de influir sobre los dirigentes, sobre los decitions makers, como se les llama en la moderna jerga de las ciencias sociales. Esto conlleva una alienacin en el campo de la organizacin polticosocial. El cuerpo social deber buscar los mecanismos para hacer que la gente participe, que est ms cerca de controlar las decisiones vitales. Este es el reto y los partidos debern enfrentarlo. No debern violar su democracia interna a la hora de la escogencia de sus candidatos a representantes. No debern realizar componendas electorales que se traduzcan en la llegada al Parlamento y a los Concejos de sujetos que luego resultan reos de derecho penal. Debern hacer sus listas con mucho tino y por encima de pasiones mezquinas y de circunstancias intrascendentes.

Por supuesto que esto es importante pero no lo esencial. Lo esencial ser hacer realmente representativa nuestra democracia con todas las reformas que ello implica y luego, y al mismo tiempo, estructurar los mecanismos para hacerla participativa. En ello va la vida misma de los partidos. No creo necesario recordar que las tiranas, como la que puede emerger si no se aplican los correctivos y se dan los pasos necesarios, lo primero que hace es ilegalizar a los partidos cualquiera sea su giro ideolgico.

El poder Leyendo Yo El Supremo, de Augusto Roa Bastos, se entra necesariamente a pensar sobre el poder. Dentro de ese cuadro trepidante de El Supremo, manejando haciendas y vidas, dentro de ese universo mgico, dentro de las mltiples emanaciones de este extraordinario libro, uno se plantea una reflexin sobre el poder. Roa Bastos lleva buena parte de su novela en un monlogo ntimo del dictador y en un dilogo casi unilateral tambin con el escriba que recibe sus decretos supremos. Podramos decir que all esta minusvlido el intelectual que en nuestros pases vise reducido, un poco por propia voluntad y un poco por las ansias imperativas de salvarse, a servir de alter ego del tirano. A medida que se lee, se sale del libro, se sale del Paraguay y se entra a pensar en nuestros propios gobernantes, en nuestro propio pas, en nuestra propia historia, en nuestras propias lacras. Se percibe en el propio rostro una mueca. No se trata slo de los tiranos. No es slo Castro tirndose desde una ventana ante el anuncio de un temblor de tierra, o Gmez creyndose zamarro por dejarle a norteamericanos e ingleses el petrleo para que se lo disputen, neutralizndose unos con otros en el entender inocente del hacendado de La Mulera. Roa Bastos hace meditar sobre l poder ms all de los dictadores. Uno cierra Yo El Supremo y se pasea por todos los que se han enriquecido indebidamente con los dineros del Estado. Por la aceptacin que la sociedad se apura en brindar a los ladrones considerndoles prsperos comerciantes. Por los jueces venales que no castigan a los peculadores. Por la sensualidad con que los burcratas disfrutan de sus cargos. Por la ineficacia y el desorden, por el combinado de sexo y despilfarro que caracteriza la vida de muchos de quienes encarnan el poder. Uno revisa mentalmente la lista de quienes han sido ministros y gobernadores y presidentes de Institutos Autnomos y comprueba que es absolutamente indispensable una fuerte dosis de imbecilidad para encarnar el poder en Venezuela. Los brillantes, talentosos y trabajadores, han sido siempre excepcin. El poder, en inmenso porcentaje, se reserva en nuestro pas a los idiotas. Despus que ciertas personalidades han ocupado, por ejemplo, un ministerio, a ningn hombre inteligente le provoca ser titular de ese despacho. Roa Bastos ha novelado la historia paraguaya, el trnsito de un tirano que pudo serlo de cualquiera de nuestras patrias. No hay en su libro consideraciones concretas sobre las cosas que digo, pero se llega irremediablemente a las consideraciones que he ido apuntando. Quizs este libro de Roa Bastos sea un magistral ensayo sobre el poder, sobre los hombres que lo ejercen. Por la magia de su pluma este deicida paraguayo abofetea al lector y lo sumerge en su propia purulencia, la que existe y crece en su propio pas. La tentacin de dejar de lado el pesado fardo de las cosas intiles, honestidad, verdad, justicia, es grande para cualquier venezolano que reflexione. Slo la solidez de las convicciones y la certeza en el hombre, rompe, volatiliza la inclinacin. Muchos han dejado el fardo a un lado. Otros aseveran que este pas no vale la pena. Escapes falsos ambos que han tentado con mucha fuerza a mucha gente y que son productos legtimos de la tragedia venezolana. Hemos visto como se corrompen los polticos ms jvenes y toman como metas exclusivas de la vida la posesin del carro, de la billetera repleta, del alcohol en exceso y de las mujeres fciles. Esta

lite llamada a suceder en el ejercicio del poder va marcada con lo que ha aprendido es la meta de un poltico hbil. Para ellos esto es el poder, para ellos est el argumento simple de que siempre ha sido as; el poder no se les ha presentado como la realizacin personal en el servicio colectivo, como el logro de la identidad en una posicin privilegiada para la tarea comn. Al fin y al cabo nuestros jvenes polticos se retratan en quienes han ejercido el poder, en sus dotes de incultura, bravuconera, incapacidad, exceso y cortedad. El pas se solaza en la concepcin aceptada del poder. Para los venezolanos dirigentes, el poder se ha convertido en un turno para el aprovechamiento. Por ello no faltan falaces dispuestos a gobernar, ni honestos que no quieran el poder. Ni prevaricadores, ni capaces al margen de los gobiernos. Ni ladrones prestos a lanzarse sobre el erario pblico, ni lcidos desesperados por el camino que lleva la repblica. Uno confirma con Roa Bastos que la tarea esencial del intelectual es ser conciencia de su tiempo.

Relacin de campaa La campaa electoral se caracterizar por una repeticin peligrosa de las viejas ofertas. Ya comenzamos a or los viejos estribillos de que ningn nio se quedar sin escuela o de que los campesinos sern incorporados plenamente a la vida nacional. La campaa ser vacua. La campaa ser reflejo de la pobreza a la que ha arribado nuestra poltica. La campaa mostrar ese tremendo vaco donde ya gobernar se ha convertido en aperitivo secundario, en plato poco apetitoso, en pesada carga para todos aquellos que entienden del gobierno como un servicio a la repblica. La campaa mostrar la mediocridad de la actual lite dirigente. La campaa estar llena de lugares comunes, de consignas gastadas en las que nadie cree. La campaa ser copia fiel del carnaval de propaganda de otras campaas. La campaa ser una fiesta en una repblica que no tiene ningn motivo para la juerga. La campaa contar con la presencia adormilada de la poderosa clase media que se ha alzado en Venezuela como el factor determinante de los resultados electorales. La campaa ser para un pas que no cree en programas de gobierno y al cual esos programas le son presentados un mes antes de las elecciones. La campaa ser fundamentalmente un juego de cancioncitas pegajosas y un alarde de creatividad de cuas y afiches. Los polticos prostituyen a la nacin cuando son incapaces de exigirle sacrificios. Nadie se atreve a decir la verdad. La dolorosa verdad de que el pas anda mal y que se requerir un excepcional esfuerzo colectivo para la salvacin. Que la presencia del petrleo no nos exime de un sacrificio. Que es menester reconocernos unos a otros y dejarnos de juegos idiotas para ponernos a construir un pas que anda todava sobre los primeros pilotes de su edificacin. Al pas se le ofrece bonanza. Nadie le ofrece la digna pobreza del que guarda para el maana. Al pas se le ofrece que el que ofrece garantizar abastecimiento. Nadie le ofrece una vuelta sincera al campo y una medida heroica para torar a ser una familia decente que encuentra los alimentos sin echar mano a la bolsa millonaria. Al pas se le ofrecen villas y castillos, abundancia ilusoria, mercancas a ms no poder para saciar el ansia consumista. Nadie le ofrece un reto, un desafo, una idea, una meta, un sueo. Necesitamos un sueo. Necesitamos avanzar hacia ese sueo. Ya en este pas los polticos no suean. Ya este pas no suea. Cuando no se suea se muere. Necesitamos un reto. A este pas hace rato que nadie lo sacude. A este pas hace rato que nadie lo emociona. Hace tiempo que este pas no se estremece, no vuelve a lo que es en esencia, no se encuentra a s mismo. Necesitamos un ideal. Hemos perdido el idealismo de la lucha, la mstica, el coraje, el ideal mismo. Como carecemos de ideal carecemos de fuerza. Nadie nos ha planteado una propuesta, un ideal de lo que debemos ser y menos nos ha llegado a las fibras ntimas dndonos un camino.

Necesitamos una meta. Es hora del examen definitivo de las propuestas concretas. El pas carece de metas. Vivimos los das sin avanzar hacia una meta. Necesitamos un desafo. Necesitamos que alguien nos haga una propuesta grandiosa que se vea tan inmensa que concluyamos que la nica manera de alcanzarla es dando todo lo que tenemos, tensando al mximo los msculos del valor y la osada. Necesitamos un sueo, un reto, un ideal, una meta, un desafo. No necesitamos carnavales; no necesitamos ofertas mediocres, repetitivas, gastadas; no necesitamos lderes blandengues; no necesitamos una campaa electoral sin ilusiones. De nada nos sirve un pas gastndose en una campaa electoral si de all no sale un pas encontrado consigo mismo. Los desgastes positivos son los que se hacen construyendo. El pas est hurfano de esta gran oferta.

Hombres El observador que emergiera de una cmara asptica podra afirmar que somos un pas mediocre. Comprobara s mismo que no somos un pas joven. Hemos hecho de esta ltima premisa algo dogmtico. Si bien nuestra poblacin actual es joven, si bien no podemos compararnos con las viejas civilizaciones ni siquiera en el plano de nuestra Amrica precolombina, lo cierto es que ya tenemos suficientes siglos de historia como para estarnos regodeando y justificndonos en nuestra juventud. El observador asptico nos vera como somos, con una tradicin histrica larga y compleja a la ignoramos en los ms de los casos. Determinara, sin mucho esfuerzo, que estamos entre los primeros en cuanto a malbaratar el tiempo, a despreciar las oportunidades, a dispendiar los recursos. Somos un pas donde la mediocridad es un condicin sine qua non para alcanzar posiciones en las clases dirigentes. Somos un pas de direccin mediocre. La burocracia pblica est llena de nulidades. Tenemos escritores que han hecho fama gracias al artificio publicitario y no a la calidad de su obra. En las esferas del capital no hay una clase gerencial brillante. Nuestro parlamento est lleno de insensatos. A la prensa accede mucha gente que no sabe redactar una frase mientras otros con ideas que aportar no compiten por el centimetraje. En suma, somos un pas donde tenemos invertidos y trastocados los valores. Sin embargo estamos lejos de ser un pas mediocre. Buscando un poco bajo la superficie engaosa, nos encontramos que tenemos gente talentosa. Pululan por all escritores que con una oportunidad comenzaran a enviar interesantes originales a las prensas. En el mundo de las finanzas hay gente inteligente condenada al subempleo. Tenemos tcnicos es verdad que en poca cantidad- que se han devanado los sesos especializndose y andan a la caza de una oportunidad. Hay mdicos con mster en administracin de hospitales que se dedican a sus actividades privadas cuando quieren rendir un beneficio al pas. Hay por ah algunos jvenes cientficos dolindoles el dolor de no recibir un chance para impulsar sus ideas que podran resultar novedosas y espectaculares. Hay infinidad de jvenes con talento macerado en el estudio, deseosos de servir pero que no son llamados porque no pertenecen al partido ganador de las ltimas elecciones. Son llamados a la administracin de los asuntos pblicos los que llevan la tarjeta de recomendacin o portan el carnet partidista del momento, mientras centenares de personas capaces son dejadas de lado por esa nica razn. Ya decir que los boxeadores andan millonarios y los poetas desfallecientes de hambre, es un lugar comn del tamao de una montaa. Sin embargo, el Perogrullo sigue siendo vlido para mostrar claramente la jerarqua de valores de la estructura social que soportamos. El cambio de mentalidad que permitira a los poetas comer o a los capaces arribar a la administracin pblica, forma parte de un complejo proceso extrao a los actuales dirigentes. Nos perderemos como nacin si en todos los rdenes de nuestra vida sigue campeando la mediocridad. Magro es nuestro futuro si las vas de acceso a la direccin siguen abiertas para los mediocres y cerradas para los capaces. Triste nuestra estructura jurdica y digna de risa la coercibilidad de nuestras leyes si al Congreso sigue llegando tanto papanata y si reciben nombramiento de jueces slo aquellos cuyos partidos estn representados en el Consejo de la Judicatura. Intiles todos los esfuerzos por mejorar nuestras ciudades si los Concejos

Municipales son escenario de la incapacidad encumbrada. Prdida de tiempo estos aos cruciales si en la direccin del Estado venezolano siguen busca-puestos de cintura grasosa y mente estrecha. Pobre pas en el que debemos mirar a los cuadros dirigentes cada vez que debemos citar malos ejemplos y fallas en la conducta cvica.

Qu el azar repare Cada da se acenta ms el divorcio entre el pas y las lites que dirigen todas las fases de su vida. Cada da ms el pas se echa a un lado y se muestra menos interesado en las decisiones de sus clases dirigentes. Cada da ms el pas se acenta en el escepticismo. Cada da interesa menos el destino colectivo. Cada da ms el pas se encoge de hombros. Cada da ms el pas est consciente de su incapacidad para influir en el rumbo nacional. El pas se preocupa cada da menos por lo que habr de decidirse en torno a cualquier asunto. La decisin es recibida con esa peligrosa apata de los resignados. El pas se siente al margen. El pas no confa en sus clases dirigentes, pero la imposibilidad de sacudirse y liberarse le llena de abulia y de apata, de insensibilidad, de triste conformidad. Estamos llegando a los extremos de que al pas casi no le interesa la decisin que se tome, el paso que se d, la resolucin que se adopte, la va que se escoja. La impotencia domina a la nacin. Hemos acumulado tal carga de errores, de ofertas incumplidas y de mensajes traicionados, que ya la sensacin colectiva es la de pesadez, de insuficiencia, de entrega. Abajo yacen las reservas y la potencialidad creadora est obstruida por el polvo recogido en nuestro largo camino. Ya las decisiones apenas producen reaccin. El pas parece conteste de que la decisin, cualquier decisin, ya estaba cocinada, tomada, prevista, y hasta ha surgido una especie de preparacin defensiva para enfrentarse a sus consecuencias. El pas parece asustado cuando la pompa de nuestras clases dirigentes anuncia un pronunciamiento, porque tiene una certeza ntima de que aquel parto causar dao; si deja las cosas como estn, la decisin ser buena. Jams habase visto tal desprecio colectivo, tal cinismo introyectado en la vida de una nacin. Cada quien parece envuelto en una rpida carrera por asegurar el bienestar propio. Cada quien parece interesado en la posibilidad de medrar, de asegurarse. Cada quien est desesperado por prever su propio bienestar, su propia seguridad, ante las contingencias del futuro. Este afn de salvarse, de atrincherarse en lo propio, no puede ser otra cosa que reflejo de profundas dudas sobre el destino de la nacin. Al mismo tiempo puede ser confesin de imposibilidad de influir en ese destino, en algunos, y en otros, a los que jams les ha importado lo que acontezca con el pas, la puesta en prctica de esa sibilina sentencia que ms o menos significa que lo importante esa salvar el propio pellejo, que los dems vern como salvan el suyo. No hay nada criticable, todo lo contrario, en que cada quien atesore su seguridad. Lo que quiero significar es que este enunciado se ha distorsionado hasta tal extremo que somos testigos de una rapia por llenar las propias alforjas. Pareciera entonces presente en el subconsciente colectivo ese signo trgico de que vamos a concluir mal. Peor an, pareciera importar poco que se sucedan los males si ellos nos afectan lo menos posible en lo individual. El pas carece de obreros dispuestos a apartar la pesada carga. Ms an, si esos obreros insurgieran y ofrecieran la mano y el espritu de obra, podramos ver el espectculo de que el pas los rechace. Hay tal convencimiento de que cada quien ansa el poder para cohabitar con l, para amancebarse con l, para copular con l, que los obreros salidos de los restos de la dignidad nacional seran confundidos y tachados de demagogos.

Veamos a manera de ejemplo que la opinin nacional est de acuerdo con la importacin masiva de alimentos. Slo pide que los precios sean bajos. Poco importa el hecho en s, la forma saudita de vida que implica, si podemos colocar los productos en los anaqueles sin afectar mucho nuestros propios presupuestos. A nadie parece importarle que somos una familia atrincherada en el dinero por el cual no hemos sudado, que vivimos una opulencia que cada da nos hace ms dbiles de espritu y ms faltos de moral y dignidad y carcter. El pas se conforma. El pas se relaja. El pas vive esa tranquilidad que nos producto de la confianzas sino de la resignacin. El pas acata las decisiones de sus clases dirigentes no porque las estime correctas sino porque las considera insacudibles. El pas no piensa en quitarse de encima sus clases dirigentes en un gran esfuerzo de renovacin porque ese esfuerzo ya le es imposible, porque ese esfuerzo ya no le es atractivo, porque ese esfuerzo le parece romntico, utpico, despilfarrador. Ms an, porque le parece que no hay sustitutos y que los sustitutos se embriagaran de una vez en ese aire pesado, contaminado, enfermizo, que envuelve a la repblica con conceptos equivocados, con incapacidad manifiesta, con ostentacin criminal, con ablica resignacin a lo que el azar repare.

La cuota de responsabilidad social Nadie quiere dar nada. No quiere dar nada el funcionario pblico que se limita a sacudirse las horas cumpliendo ms o menos pasablemente. No quieren dar nada los conductores de autobuses y taxis que violan las normas del trnsito y en una especie de obstinacin invariable recorren las calles de nuestras ciudades. No quieren dar nada los polticos que se limitan a mantener posiciones o quizs emplean sus fuerzas en subir un poco ms hacia donde las prebendas son mejores. No quieren dar nada los empresarios solamente preocupados por sus ganancias. No quieren dar nada los gremios encerrados en una defensa a ultranza de sus asociados y sus intereses. No quieren dar nada los partidos centrados exclusivamente en intereses egostas. No quieren dar nada los productores del campo ni los industriales ni los comerciantes. En este pas nadie quiere dar nada. En este pas cada quien quiere ser una isla aprovisionada y suficiente. En este pas cada quien desea tener el pas para s, que el pas le sirva, que el pas lo provea, que el pas destine sus esfuerzos a engordarle y a ayudarle. En este pas se quiere invertir el viejo principio de que cada quien tiene una cuota de responsabilidad social que cumplir. En este pas hasta los conceptos ms elementales de la sociedad civil son olvidados. Se estn olvidando los principios fundamentales de la vida en convivencia. El egosmo se ha apoderado de la repblica. Nadie quiere dar nada al pas. El afn de lucro, desmedido y pretendidamente intocable, domina y preside la sociedad venezolana. Cada quien desea para s todo y nada para el pas. Estamos in meros en una carrera desenfrenada por el atesoramiento personal. A cada quien le importa un bledo que sus aspiraciones y los modos de conseguirlas, choquen y daen los intereses colectivos. A nadie le importa un comino el cuerpo social; nadie siente los cargos de conciencia si sus actos por enriquecerse producen magulladuras a una escuela, a un barrio, a una ciudad, a toda la nacin. Hay gente que construye por encima de la salud de los nios de una escuela vecina. Hay gente que quiere destruir una extensa zona verde para aprovechar del bajo costo de los terrenos. Hay gente que quema y tala para defenestrar a los habitantes naturales del lugar y obtener pingues ganancias. Hay gente que oculta los productos agrcolas porque no se les concede el exceso de beneficio que aspiran, sin importarles la alimentacin del pas. Hay gente que introduce deliberadamente materias de inferior calidad en sus productos para aumentar el rengln de las ganancias, sin importarles las consecuencias dainas de desabastecimiento e importaciones sustitutivas y disminucin de la productividad. Hay gente que vende sus productos contaminados o deficientes, gente que est en la onda nacional de riqueza a cualquier precio. Est desenfrenada la clase dirigente de la economa. Est desenfrenada la rapia contra los dineros del Estado. Hay desenfreno a todos los niveles. Hasta el ms pequeo procura a su nivel, pero procura. Especular se ha convertido en norma invariable. Hay que obtener ms con menor esfuerzo, es la aspiracin nacional. Cada da es menor la preocupacin por el pas; llegaremos a perder completamente esa preocupacin y nos destruiremos unos a otros, o mejor, los poderosos destruirn a los dbiles, sin darse cuenta que cavan su propia tumba. Acabaremos destruyendo la repblica. La repblica quedar desrtica de moral, de principios, de cordura, de solidaridad, de comunin.

Graves taras han crecido a la sombra de la opulencia petrolera. Gravas taras han brotado parsitas del rbol venezolano. Las taras estn gordas y continan engordando a costa de la repblica. Los vicios se elevan frondosos opacando las virtudes. El atrincheramiento en el propio feudo usando como vctima los intereses nacionales para hacerse prspero, es una seal inequvoca de descomposicin. Estamos pasando de la responsabilidad culposa a la responsabilidad intencional en esto de llenarnos con desmedro de los derechos de la comunidad. Ya estamos dejando de ser un pas alocado por el boom del engorde para ser un pas suicida. En este pas nadie quiere cumplir, dar, pagar, su cuota de responsabilidad social. Ms all, parece olvidarse que existe la obligacin de esa cuota, el deber de esa cuota, la ineluctable necesidad de esa cuota. Esa cuota no figura en la lista de urgencias. Parece que los culpables han olvidado que al menos necesitan una repblica donde clavar las succionadoras. Si nadie da nada, si nadie aporta nada; si, al contrario, se quiere que la repblica se d ntegra como pastizal para todas las depredaciones, nos encontraremos de cachetes chupados, de costillas al aire, de rostro macilento, a la vuelta de poco tiempo. La repblica se nutre de las cuotas de sus ciudadanos, del aporte de su gente. Es bueno recordar que la riqueza tambin desaparecer. La riqueza desaparecer al tiempo que se come la carne de la repblica, porque nada puede sostenerse sin un esqueleto de moral, sin solidez sea, producto del deseo de vivir juntos, de progresar todos, de salir adelante en solidaridad de propsitos. Hemos olvidado que tenemos un cuerpo comn al que hay que cuidar. Tantos han salido y salen del cuerpo comn a engolarse en el egosmo que el esqueleto que sostiene la repblica se est debilitando peligrosamente.

Sobre la moral I El pas vive en una moral desvada. El pas transcurre en una rara moral, adaptable a todo. La moral en que vive el pas es hipcrita. Todo el cuerpo de normas del espritu est afectado. Todas las actividades ciudadanas dan ejemplo de que hemos saltado la talanquera, de que hemos abandonado todo tinte moral, de que los venezolanos hemos llegado en nuestro fuero interno a graves conclusiones. Los venezolanos proclamamos hacia fuera lo que debera ser el patrn de una conducta correcta, pero en nuestro interior nos solazamos en la forma de evadir ese patrn. Los venezolanos tenemos normas morales para proclamarlas hacia la calle y un comportamiento opuesto. A medida que transcurre el tiempo se deteriora, incluso, el afn de la apariencia y cada da importa menos la fachada. Nos estamos sinvergenzeando hasta tal extremo, que estamos sentando como justos los comportamientos inmorales, que estamos por proclamar la amoralidad como nueva moralidad de la repblica. Esta situacin confusa de inversin de conceptos, de ruptura de los frenos, de enmaraamientos, no encuentra en un cdigo sustitutivo una salida. Como no existen un planteamiento y una propuesta serios para hacer un pas distinto, no existe la oferta de una moralidad centrada en el cambio, en el apartar brusco y decidido de todos los patrones de conducta corruptos, mercantilistas, monetarios, lucrativos, que estn haciendo de la repblica un bazar. Hay un grave vaco de propuestas en torno al espritu. Nadie quiere meterse en la intimidad del hombre venezolano a hurgar, a destapar la podredumbre, a descubrir los tejidos cancerosos, a proponer el cambio del hombre por dentro, a poner sobre el tapete de las aspiraciones nacionales una profunda involucin sobre s mismo. II Lo que se acepta, aceptado queda. Hemos ido lentamente aceptando el desmoronamiento del sostn moral, permitiendo que la conducta se adecue a las exigencias de una vida basada en el lucro. Los venezolanos, inmersos en las exigencias de la competencia y victoria que la sociedad capitalista nos traza como metas, hemos incluso corrompido lo de por s corrupto. Esta sociedad nos exige que compitamos con el prjimo, que rechacemos cualquier solidaridad o comunin con l. Esta sociedad nos exige que seamos unos triunfadores a costa de los otros. Pero an aceptando la competencia y el afn de lucro como objetivos de la vida, este sistema establece linderos, correcciones, afanes a ratos para evitar un desbordamiento de sus propios enunciados. Los venezolanos, aceptada primero esta concepcin de la vida, estamos ahora llevndola a situaciones inadmisibles, sembrando la corrupcin en en una concepcin de por s corrupta. Estamos yendo ms all de lo tolerable por una moral intolerable. La gravedad radica en que habiendo hecho nuestro un cdigo de normas que van contra el hombre, hemos sido tan

extraordinariamente aptos para la disolucin, que la hemos llevado a los linderos de su maldad intrnseca y por ende ms all de su capacidad de resistencia antissmica. III Nuestras erradas concepciones de la vida se reflejan inmediatamente en el comportamiento poltico. La organizacin social tiene los patrones de conducta de los individuos. El Estado refleja los vicios de los ciudadanos. Nos comportamos en conjunto con todas las taras que cada uno de nosotros ha hecho suyas. El cuerpo social est confundido. Las instituciones polticas sienten la sacudida. Nuestra institucin poltica fundamental es, por supuesto, esta repblica. Esta repblica est hecha de cada uno de nosotros, contiene dentro de s el hecho sociolgico de la nacin que conformamos. Si est deteriorado el fuero interno de los venezolanos, si dentro de nosotros hemos perido la moral, en obvio que la manifestacin jurdica de nuestra unin, es decir el Estado, la repblica, est en graves peligros. Estamos en tan delicada situacin, hemos llegado tan cerca de los despeaderos, que debemos detenernos a pensar sobre la supervivencia nacional. Nuestro comportamiento individual y colectivo ha corrodo las bases mismas de la repblica. Hemos estado actuando con tal inconciencia que debemos ocuparnos inmediatamente, que nuestra fundamental preocupacin debe ser ahora, la de preservar la existencia misma de la unin.

Las necesidades de la repblica I Tenemos un pas y una difcil tarea por delante. No parecemos a la altura de la tarea. Es ms, los males se han introyectado de tal manera en nuestras concepciones y por ende en nuestro comportamiento, que primero que toda accin debe estar el convencimiento general de la degradacin que hemos sufrido, el conocimiento de nuestro actual estado, la conviccin de que hemos equivocado los rumbos. La nacin necesita urgentemente una reflexin profunda. La nacin debe meditar sobre sus fallas. El pas debe lograr un anlisis certero, cierto en toda su crudeza, verdico en toda su crueldad. La repblica debe comenzar por esa investigacin ntima que es necesaria para la eleccin de correctivos. Tal como lo apuntamos al comienzo de este libro se ha producido una revisin. Sin embargo esa revisin ha sido a ratos forzada, no sincera. Cuando nuestras lites dirigentes han participado en ella, lo han hecho sin conviccin, obligados por una tendencia que ha salido fundamentalmente de unos pocos hombres de pensamiento. Es, pues, cierto, que la tarea de anlisis ha partido de pocos. No ha cundido la reflexin en el pas. Me temo que el pas an no est consciente de esta revisin impostergable. An no se ha logrado la conmocin necesaria para que el pas entienda que anda mal, que debe revisar sus patrones de conducta, que debe en consecuencia exigir otra actitud de quienes tienen la responsabilidad de dirigirlo. Las manifestaciones en este sentido han sido aisladas, espordicas, concretas sobre algo que ha tocado muy de cerca la piel de la comunidad contestataria. El pas no est consciente de la gravedad de su momento. La misin esencial de quienes han estado reflexionando sobre la repblica es crear la angustia general sobre la necesidad de revisin. La dirigencia del pas no ha hecho suyo el llamado a participar en el anlisis. El anlisis ha sido hecho parcialmente por escritores, intelectuales e, inclusive, por unos pocos polticos que decidieron correr con las consecuencias que sus advertencias ocasionaran. La lite dirigente, culpable en primer grado, participa de la modorra general porque, simplemente, le va muy bien con las cosas como estn; no es de su inters primordial comandar una revisin que los sealara como culpables y que exigira su remocin. La inteligenztia tampoco ha promovido el autoanlisis. Los intelectuales en general andan ocupados en la caza de prebendas. En la bsqueda de compuertas que den acceso a la fama y al reconocimiento; sealar las purulencias de la repblica cierra esas puertas. Los intelectuales no han querido entender su tarea de ser conciencia de su tiempo. Nadie que seale estigmas, vicios e inmoralidades en esta repblica, ser objeto de boato oficial o privado. Se han olvidado que es preferible ser un marginal que un agasajado. En verdad los que se han dedicado a reflexionar sobre la repblica han sido muy pocos. Muy pocos han escogido la tarea de pensar. Es que pensar ocasiona problemas. Pensar lleva a la reclusin voluntaria y a la ruptura con las oportunidades de la vida. Pensar conlleva al rechazo, la lucidez sealada como locura, al marginamiento de los oropeles de las fiestas que dan los sealados como responsables de nuestro drama.

Debemos hacer pensar a los que tienen capacidad de pensar. Debemos convencer al pas de que algo anda mal, de que este comportamiento colectivo lleva en s tristes presagios. Debemos desenmascarar a los que opinan sobre la repblica con una bondad criminal, con una dejadez que quiere decir que esto pasa en todas partes, que debemos corregir un poco all y otro poco acull; esos que convierten las advertencias en exageraciones de exaltados y que insisten en que no andamos tan mal y que con unos pequeos correctivos bien aplicados habremos superado lo que para ellos no es crisis sino desajustes pasajeros. Esos no tienen remedio y la nica posibilidad con ellos es procurarles el desprecio colectivo. Hay que hacer pensar a los venezolanos capaces que no tienen compromisos, que estn incontaminados, que no estn atados a las pasiones colectivas. Esos son los venezolanos de los que el pas puede creer que verdaderamente es necesaria la revisin. La nica manera de que el pas sacuda la modorra que lo aturde es or un grupo combinado de voces que logren atrapar su confianza. Si la revisin la siente el pas como propia, el pas buscar salida ante la conviccin de que necesita esa salida. II Los partidos son responsables en grado sumo de los males de la repblica. Tienen responsabilidad en los vicios de la representatividad; en la ineficacia del parlamento; en la crisis de los concejos; en la malversacin de los fondos pblicos; en los vicios del Poder Judicial; en las caractersticas de comodidad, facilismo y apata de los ciudadanos, en todas las cargas y lastres que atenazan al pas a su crtica situacin. La nica manera es que el pas se imponga sobre los partidos. La nica posibilidad es que el pas wexija el cambio,, lo logre a base de constancia, de rechazos y de premios. Hay que transportar muchas responsabilidades de los partidos a la comunidad. Los partidos no querrn entregar sus privilegios y por eso habr que arrancrselos. Esta tarea, difcil y compleja, slo puede emprenderse si el pas est concientizado, lcido, alerta, dispuesto, decidido. Si el pas reclama a los partidos la responsabilidad altsima que tiene en los males que lo aquejan, si les reclama y los castiga y exige un comportamiento diferente de los lderes partidistas, si impone nuevos criterios y logra de ellos nuevas decisiones, si se sacude el yugo partidista e impone sobre ellos el yugo del pas, habremos comenzado a entrar en el terreno de las acciones concretas. En este momento se trata de algo muy simple: la salvacin de la repblica slo puede drsela la repblica en conjunto. No me refiero a compromisos histricos o a alianzas multipartidistas que se traduciran en reparto alocado de cuotas de poder. Me refiero a algo ms profundo: a una repblica consciente de los peligros que la acechan, consciente de la unin que formamos todos nosotros, consciente de ser un cuerpo comn, consciente de que su salvacin debe encontrarla an por encima de las lites dirigentes, consciente de los vnculos que nos atan a cada uno de nosotros con los dems, consciente de buscar y de lograr una identidad nacional, conscientes de que somos una unidad y que cada uno de los integrantes de esa unidad debe soldarse en el propsito de salvarla. La repblica no puede esperar hombres providenciales. En este proceso reflexivo colectivo brotarn los hombres que sepan interpretar la nacin reacomodada, reajustada, impregnada de

nuevas fuerzas y de nuevas ambiciones. La nacin parir, descubrir, conceder el poder sobre las riendas, a quienes estn contestes de su nueva interioridad. La nacin no puede esperar a que llegue un hombre o un grupo de hombres a salvarla. Slo ella puede salvarse a s misma. Ella producir de s misma los que deben interpretar y ejecutar su voluntad. Si la nacin no es capaz de este proceso, las conclusiones tienen que ser de extremo pesimismo. Si la nacin no es capaz de concientizarse de que hay que regenerar los tejidos, si no es capaz de estos propsitos, pues la repblica dejar de ser tal y nuestra suerte ser decidida por los ms audaces, por los ms aventureros, siempre por quienes no la aman. Por eso la tarea debe ser la de pensar. Hay urgente necesidad de hombres que se dediquen a pensar. Cuidado. Nadie pretende eunucos o ascetas retirados a la contemplacin. Lo que se pretende es el rompimiento de vnculos que impidan vnculos con la repblica en bsqueda. Nadie pretende solitarios encerrados; lo que no es posible es servir de motor en la regeneracin de la repblica entregndose en cuerpo y alma a pasiones colectivas sectoriales. El compromiso de pensar no excluye la accin para que la repblica accione; no excluye intentos parciales para ir reacomodando la repblica. Marchemos hacia la salvacin o hacia la destruccin, se irn produciendo variaciones, la situacin no permanecer siempre igual. Habr que estar atentos a todos los reacomodos y a todas las posibilidades de influir hacia los caminos correctos. Lo que se exige es que comencemos por estar liberados nosotros mismos; no podramos ayudar al salto si estuviramos integrados a alguna barrera o furamos parte sustancial de algn contrapeso. Hay una exclusin evidente entre ambas cosas. III La nacin lleva dentro de s las posibilidades de su regeneracin. Ningn hombre carece de fuerzas interiores para evitar el suicidio. As mismo, ninguna nacin est carente de los mecanismos que le permitan despertar a una vida autntica. Esta repblica tiene esperanzas. Hay que saber despertarla. El sueo en las fallas y equivocaciones no puede ser eterno. Hay que inducirla a su transformacin interior. Hay que saber interpretarla cuando haya despertado. La nacin no puede inclinarse y caer en los despeaderos mientras haya entre sus miembros gente que resista. Nos negamos a creer que no tendrn fuerza, que sern arrollados por la cada estrepitosa. Nos negamos a dar por definitivo que la repblica no tiene salvacin. Hay que dar la batalla de resistencia contra el proceso de degradacin que vivimos. Primero, resistir. Segundo, alejar del peligro inminente. Tercero, provocar la reflexin. Cuarto, determinar las nuevas metas y propsitos. Quinto, escoger los caminos. Sexto, entregar el liderazgo. Sptimo, avanzar hacia las metas.

La revisin I En cambiar un partido por otro en los procesos electorales no est la solucin a los males de la nacin. ese cambio puede y debe producirse convenientemente al juego de las libertades pblicas. Por encima de la alternabilidad den el poder hay que formular grandes planteamientos, grandes propuestas. La primera de ellas, es sin lugar a dudas, la revisin. Los venezolanos debemos comenzar una gran revisin de nuestra conducta. La revisin debe particularizarse a cada venezolano. Para ello lo primero que hay que ensear a los ciudadanos es a reflexionar. Dar a cada quien la facultad de voltearse sobre s mismo para salir rejuvenecido hacia los otros. El venezolano debe revisar su conducta en familia. El venezolano debe revisar su conducta con los ms cercanos sujetos de su trato. El venezolano debe revisar sus relaciones en el rea del trabajo con amigos y compaeros. El venezolano debe revisar su conducta diaria en las tareas de la produccin. El venezolano debe revisar su tiempo de ocio. El venezolano debe revisar sus propsitos en la vida. El venezolano debe revisar sus relaciones con la naturaleza. De la revisin saldr una gran confesin de culpa. De la revisin saldr necesariamente la vergenza del comportamiento errado. De la revisin saldr, aparte de nuestra propia culpa, el sealamiento de los grandes responsables. En la medida que se produzca la verificacin interna y se constate la necesidad de ser un hombre nuevo, se producir la necesidad de transformacin radical de nuestra organizacin social. De la revisin particular saldr la conciencia de la situacin de injusticia. En la medida en que los venezolanos nos hagamos hombres alertas, menos podrn sobre nosotros los manipuladores que pretenden mantenernos en el servicio de las injusticias. Se pondr de manifiesto la impostergabilidad de reducirlos, de dominarlos. Un pas que comience por la conviccin de revisin en cada uno de sus ciudadanos, que avance en esta revisin particular y pormenorizada, que adquiera certidumbre de sus vicios y equivocaciones, producir regeneraciones en el tejido del cuerpo social, acentuar su inmunidad ante las enfermedades, se har solidario y abandonar el egosmo, estar listo para generar su propia salida, estar disponible para el gran salto en busca de un destino correcto. II Mientras no se haya producido este remezn que conllevar a la revisin, ninguna opcin ser definitiva; ninguna opcin podr arrogarse y menos cumplir como opcin vlida. Todas las opciones llevan en s el germen de la realidad nacional, de la realidad de crisis y drama. Todas ellas no harn entonces sino mantener dentro de la inversin actual de valores y dentro de la carencia actual de una apertura, de una salida. No podr haber depositarios del poder que encarnen esta transformacin porque se les habr exigido, ab initio, adecuarse a exigencias viciadas y errticas.

Como ya he dicho, la revisin no se originar en el poder. La revisin brotar del pas y se impondr por parte del pas a los depositarios del poder. El pas habr alcanzado suficiente fuerza y coraje y conviccin para apartar a quienes no quieran adelantar los propsitos adoptados por el cuerpo colectivo. Mientras tanto el pas est imponiendo, en medio de la inconsciencia colectiva, a todo aspirante al poder, moldes y una exigencia de identificacin previa con sus taras. El pas vicia actualmente toda eleccin porque todos los optantes caen inmersos dentro de la situacin que hay que superar. No significa la revisin un abandono del proceso poltico real, actual, inmediato y mediato. Ya hemos dicho que no se quiere ascetas ni encierros en cmara neumticas. Lo que debe estar claro es el pri9ncipio de que all no est la salida, aunque ese proceso pueda brindas oportunidades aprovechables y circunstancias utilizables. Si el pas sigue pusilnime y dominado por el proceso poltico real, esperando de l algo que no le puede dar, estaremos bogando hacia el fracaso y no se habr abierto la alternativa de la salvacin nacional.

La definicin El pas tiene que definir sus metas. El pas tiene que clarificar propsitos. Tenemos viejos planteamientos irresueltos. Tenemos nuevos problemas nacidos al amparo de nuestro crecimiento incontrolado. Hemos vivido tratando de enfrentarlos y, aparte de haber fracasado las ms de las veces, nunca hemos tenido claro hacia donde avanzamos. No estn trazados los grandes objetivos nacionales. No estn propuestas y buscadas las condiciones bsicas. No hemos hecho la obra de infraestructura indispensable al arranque. No hemos delineado las vas de acceso simplemente porque no sabramos hacia donde delinearlas. Estamos viviendo la vida por vivirla. No hay grandes atracciones que nos llamen y que nos motiven. Hay un gran vaco en la existencia de la repblica. El pas debe definir lo que quiere ser. Cuando se vive bajo la impronta de las circunstancias y de la improvisacin, se anda al garete, navegando en falso, propenso a encallar en cualquier islote. No hay grandes faros que dirijan la navegacin de la repblica. Trazarse las metas y definir los propsitos, plantearlos como un reto a la potencialidad nacional y acular la energa para lanzarse en su bsqueda, es requisito indispensable para zarpar. No se puede zarpar sin saber hacia dnde se va. No se puede tener seguridad si no se sabe ciertamente hacia dnde se marcha. Hay que definir. La definicin implica una tica y una moral. La tica del gran proceso de transformacin venezolano debe estar asentada sobre bases slidas. El cambio implica una moral, una moral sentada sobre la sinceridad y sobre la libertad plena del hombre. Mientras exista una moral hipcrita, una moral para ser violada y no haya tica en el comportamiento y en las actitudes, no podr haber definicin y por ende tampoco punto de partida. Debemos definir claramente las bases de nuestro nuevo trata miento recproco, de la interrelacin entre los ciudadanos de esta repblica. La definicin implica el trazado y el respeto a una jerarqua de valores. Esa jerarqua debe estar apoyada en el hombre y no en trminos mercantiles. Debe ser una jerarqua humana, no una jerarqua del dinero. En la medida en que esto se logre los venezolanos aprenderemos a utilizar la riqueza nacional. El valor deber estar centrado en las virtudes humanas y no en las cuentas bancarias. Si valorizamos al hombre, el dinero retornar desde su encumbra miento actual como regulador de nuestras existencias hasta un nivel de instrumento para el intercambio y de instrumento para la construccin nacional. En la jerarqua de valores de la repblica el dinero figura en primer lugar. Debemos bajar el dinero de su majestad omnmoda sobre esta repblica. La definicin implica patrones de conducta colectiva. Nuevas acepciones para una autoridad que slo se ejerce contra los desvalidos, mientras tiembla frente a los poderosos. Una autoridad que se sabr ejercida con propsitos claros y dirigida a la salud comn. Unos depositarios de la autoridad que merezcan el respeto. Dentro de la conducta colectiva retornar el orden, el cese del anarquismo que nos corroe, como reflejo de confianza en la administracin de la repblica, en la justicia y en la eficacia. La autoridad no se respeta y se autoprostituye y nos lanzamos desbocadamente en el trnsito y el respeto ha desaparecido de la conducta ciudadana, porque ni

la autoridad se ha comportado correctamente ni el orden y el respeto estn presentes en el cuerpo social. Definido el cdigo de conducta colectiva, castigadas sus violaciones ms all de la normativa penal, en el mbito de la aceptacin y el rechazo social, la repblica encontrar la conviccin de que sui transcurrir se hace fluido y propenso a la tarea comn. La autoridad y el orden y el respeto brotados como deseos de los ciudadanos se tornarn definidos y necesarios a los propsitos nacionales. La definicin implica las metas materiales. Esto es obvio, evidente. Lo que quiero significar es que todas esas reas han sido contaminadas y necesitar ser adecuadas a la nueva fuerza ticomoral de la repblica. Que aparte de reorganizarlas para hacerlas efectivas, tiles, debern programarse al servicio del hombre y dejar de transcurrir en una vida amorfa, convencional, para hacer de ellas riqueza organizada, tranquilidad nacional, muestrario de nuestra eficacia y de nuestro temple. El manejo de la riqueza material, la eficacia y la organizacin que en ese manejo pongamos, slo encontrar su norte y su garanta en una repblica definida en su fuerza interior, en sus patrones de conducta, en sus propsitos y metas. Fallaremos en todas las reas de la riqueza material, trabajaremos all con vicios e irregularidades, no sabremos aprovecharla mientras trabajemos sobre ella a tientas.

Constancia de una verdad Hay que dejar constancia de que la repblica est frente a un dramtico dilema. Tenemos que decidir. Primero que nada alguien deber hacer entender a la nacin que el dilema existe. Que no hay ya trminos medios. Slo extremos. Ya no cabe la posibilidad de distraernos, de ocuparnos temporalmente en otras cosas. No, la decisin que se nos exige es radical. Radical la hizo nuestra falla, nuestra inmoralidad, nuestro botaratismo. Mantenernos en nuestra actual desidia significar la escogencia del suicidio. Si la nacin rechaza las advertencias y contina entregada al ocio, al bonche, al paterrrolismo, si dejamos seguir pasando el tiempo, si permitimos que los vicios continen acumulndose, la destruccin llegar irremediablemente. Escoger la salvacin implica un esfuerzo grande. Escoger la salvacin implica una decisin que requiere carcter y conciencia. Para destruirse no hace falta coraje., Para destruirnos nos bastar quedarnos quietos. Escoger la salvacin implica recoger y aunar las pocas fuerzas que anos quedan, antes de que el fango las cubra y nos sea entonces imposible encontrarlas. La repblica est frente a la encrucijada decisoria. El pas est all frente a donde se bifurcan los caminos. Tomar el de la destruccin es ms fcil porque irnos por all no requiere preparacin previa, arreglos previos, esfuerzos previos. Ha sido, la fiesta que vivimos, tan agradable y disipada, que el cuerpo nos pide continuarla. El reto es grande. Sacudir la repblica y obligarla a buscar la salvacin requiere de muchas caloras de inteligencia, de valor y de fe. Debemos mantenernos en la fe de que la repblica es salvable. Apuntalar los esfuerzos iniciales que ya se estn manifestando. Recargarnos nosotros mismos en las fuentes de la sabidura y la cordura, en las fuentes del amor y la esperanza, en las fuentes de la virilidad y del temple. Que estamos frente a la gran encrucijada, frente al ms grande reto, frente a una decisin donde nos jugamos la existencia misma, son cosas que algunos hombres debemos decir aunque sobre nosotros recaigan los ms terribles eptetos y se nos seale con las ms grandes ofensas.

INCISIONES PARA UNA DEMOCRACIA DEL SIGLO XXI (2008)

La democracia del siglo XXI

No hay combate poltico sin ideas. El que frunza la nariz porque alguien se dedique a pensar es un necio. La pelea en el terreno de las ideas es tan importante como el enfrentamiento de la cotidianeidad oprobiosa que nos atosiga. Ambas batallas hay que darlas en simultneo, sin tregua en ninguna de las dos, sin pausa para perder el tiempo. Nadie puede decir que, en lo personal, no hago ambas tareas. Tenemos enfrente una oferta de socialismo del siglo XXI y hay que producir una respuesta que he considerado no puede ser otra que la democracia del siglo XXI. Al respecto hemos creado La sociedad de las ideas, sin junta directiva, como un intercambio horizontal de pensamiento poltico, para analizar las fallas que la democracia ha presentado y presenta, para incluso modificar conceptos, para tratar de darle vuelo a un sistema que es el nico posible. Para quienes se burlen del pensamiento recordemos los ejemplos de los think tanks norteamericanos, con numerosas fundaciones y miles de millones de dlares gastados en la produccin de ideas. Ellos son norteamericanos y lo hacen a su manera, pero all est en Francia La repblica de las ideas, dirigida por el profesor Rosanvallons, que dirige este instituto en la universidad de Grenoble y a donde van los intelectuales franceses a analizar temas como los que hemos propuesto, con influencia y odos atentos en las lites dirigentes y en el comn de los interesados en los asuntos pblicos. Hemos estado pensando sobre el socialismo del siglo XXI y llegado a conclusiones que van desde el pensamiento poltico cubano del siglo XIX marcado por el destino manifiesto, desde el pensamiento jacobino pasando por la filosofa del resentimiento del socilogo francs Pierre Bourdieu con su "teora de la violencia simblica" hasta los viejos moldes vistos en el siglo XX, sumados los elementos populistas y militaristas propios de Amrica Latina. Si no sabemos lo que enfrentamos no sabremos cmo combatir. Por supuesto que nadie ha venido a asistirnos como a las fundaciones norteamericanas ni nadie nos ha dado cobijo como lo tiene La repblica de las ideas de Francia. Es as, vivimos en Venezuela, un pas donde pensar es una tontera y un acto banal. Hemos deliberado, claro est, sobre la democracia del siglo XXI, y hemos llegado a algunas conclusiones. La primera, obviamente, es que no se puede seguir hablando de democracia pensando que es un sistema donde se vota o donde hay representatividad o participacin. A la democracia tenemos que hincarle los dientes, revisar todo y ahora mismo estamos sobre el concepto de poltica. Indispensable entrar en l porque en este pas la gente dice estar harta de poltica cuando en verdad lo que est es harta de falta de poltica. Poltica no es la actividad que realizan los polticos. Poltica es participar en la actividad social. Es necesario terminar con la desnaturalizacin del concepto mismo, la creencia generalizada de una particularizacin profesional. Ejemplos: La medicina la ejercen los mdicos, la ingeniera los ingenieros, la poltica los polticos. Toda accin sobre la vida pblica o, dicho de otra manera, sobre los intereses colectivos, es una accin poltica. Otra cosa distinta es lo que podramos denominar actividad poltica (proselitismo, bsqueda del poder, etc.) que es propia de los polticos. La sociedad venezolana ha olvidado que es la democracia. Con su rechazo a un pasado al que no quiere regresar, est incurriendo en un error garrafal de percusin, con la excepcin de valores claves como libertad y limpieza electoral, y es aqu donde se justifica plenamente el planteamiento de conceptuar la democracia. Lo que no se renueva perece; lo que ante los ojos de la gente es ya conocido, con sus virtudes y vicios, carece de la atraccin de la novedad. Hay que

conceptuar para la demostracin prctica de una democracia sin adjetivos, slo ubicada en un contexto de tiempo: siglo XXI, con todo lo que ello implica. La sociedad venezolana est atomizada por muchas causas: desvo y confusin por la profusin de aprendices de brujo que pululan en los medios radioelctricos, la conversin de los encuestadores en analistas con las consecuentes barrabasadas, la determinacin de los medios de escoger cuidadosamente quienes asisten a sus programas de entrevistas, los negociantes que se dirigen a sobrevivir en el actual rgimen. La sociedad venezolana ha perdido la capacidad de reaccin, est sentada frente al televisor esperando que la pantalla le diga cmo debe comportarse. Consecuencia: la sociedad venezolana est imposibilitada de generar dirigentes. La sanacin del cuerpo social implica un largo proceso que debe partir de la insercin en la cotidianeidad. Sin entrar a discutir si termin la era de los partidos y su sustitucin por cortes transversales de gente que encuentra elementos de lucha comn y objetivos compartidos, podemos percibir que estamos en un momento que bien puede definirse como limbo: los partidos estn minusvlidos, pero los grupos emergentes (denominados tribus urbanas por los socilogos) no terminan de conformarse. No obstante, el gobierno prev la materializacin de la nueva forma de organizacin social legislando para controlar las ONG. La ausencia de poltica (la verdadera enfermedad que nos atosiga) es la causa directa del fatalismo actual de la poblacin venezolana. Se releva que no hay nadie que encarne los intereses generales. La poltica est ausente, es necesario bajarla de la ausencia y sembrarla en lo cotidiano, nica posibilidad de que reencontremos lo social.

Manual de uso para venezolanos desarmados La sociedad venezolana de hoy est inerme, inerte y opaca. Est representada por esa muchacha que escuch en Petare gritando alegre: Me voy `pal bonche, mientras se pueda. Est encarnada vvidamente en esos entrevistados predilectos que repiten y repiten siempre lo mismo. La denuncia est devaluada porque no hace sino repetir lo que el gobierno ya ha dicho. Si el Ministro de Educacin dice que politizar la educacin, repiten: Van a politizar la educacin. Si el presidente anuncia fusiles para 15 mil jvenes aseguran Eso no est previsto en la Constitucin. No modifican el discurso ni en una milsima de milmetro. Viven de la denuncia intil y repetitiva que no pasa a ser otra cosa que catarsis, que desahogo. Le hacen un gran servicio al gobierno. Frente a la pantalla la gente se