entre lo dulce y lo amargo - pilar cabero

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  • 7/22/2019 Entre Lo Dulce Y Lo Amargo - Pilar Cabero

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    Entre lo dulce y lo amargo

    Se han amado desde nios, incluso imaginaron una vida juntos. Pero cuando elmaestro confitero Samuel Boudreaux regresa a San Sebastin para casarse, despusde seis aos de ausencia, no es con Mara Aguirre con quien est prometido: ella yaest casada. Poco despus de que l se marchara a Venezuela para perfeccionarse enel arte del chocolate, Mara contrajo matrimonio. Ahora trabaja junto a su marido en una confitera de la ciudad, y la llegada desu antiguo amor la llena de desasosiego. Samuel no le ha perdonado que lo traicionasecon su maestro y mentor. Sin embargo, las circunstancias le obligarn a dejar su odiode lado... Una deliciosa novela romntica, en la que Cabero retoma algunos de lospersonajes de Asedio al corazn , aunque se puede leer de forma independiente.

    Autor: Pilar CaberoISBN: 9788490192276

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    Entre lo dulce y lo amargo

    Pilar Cabero

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    Para ngel, Imanol y Mikel, con todo mi amor

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    Pasajes, Guipzcoa, 15 de octubre de 1730Tir de las riendas del caballo y desmont en cuanto se detuvo. Los latidos de su

    corazn retumbaban con fuerza en los odos por haber galopado sin parar desde San

    Sebastin. Tema no llegar a tiempo.Una multitud se apiaba en el puerto de Pasajes para despedir alSanta Rosa, elcuarto navo que la Real Compaa Guipuzcoana de Caracas enviaba a La Guaira. Lasvoces, llamando a los seres queridos que viajaban en el barco, se solapaban unas con otrasen su afn por hacerse or. Desde la cubierta, los pasajeros saludaban, agitando brazos,sombreros o pauelos, mientras los marineros, encaramados en las vergas, bregaban con lasvelas para la inminente partida.

    Mara Aguirre, escondida entre las primeras casas del pueblo, rumiaba su furiacontra Samuel Boudreaux, sin decidirse entre dejarse ver y despedir a su amado en el puerto o mantenerse oculta, negndose a s misma y a l la posibilidad de verse una vezms.

    No poda creerlo. Por qu no le haca caso? Por qu segua insistiendo enmarcharse?Mara apret las riendas como si fuera a exprimirlas. Apoy la frente contra el

    sudoroso cuello del caballo y se dej llevar por los recuerdos de la tarde anterior.Haban salido a pasear por la orilla del ro. Por ser el ltimo da, maese Sebastin les

    haba dado fiesta en la confitera y ella quera aprovecharlo para tratar, una vez ms, deconvencer a Samuel de que no se fuera.

    No lo entiendes? Es una oportunidad! le haba dicho l, con los ojos brillantes de expectacin. Toda su alegra era un tormento para ella. Te he dicho enmuchas ocasiones que debera haber ido en julio, cuando partieron los primeros barcos.Imagina, all podr aprender muchas cosas ms sobre el cacao, sobre la confitera...

    Y yo te he repetido hasta la saciedad que sabes lo suficiente, Samuel. Hastamaese Sebastin dice que tienes un don para el oficio le record, abatida, mirando ungrupo de patos que nadaban contracorriente. Lo haban discutido casi cada da, desde que ldecidi embarcarse para el Nuevo Mundo, con idntico resultado: l se marchaba y nohaba nada que lo disuadiera de su deseo.

    Y de qu me sirve si no tengo confitera? protest, enfurruado, las manos enla cadera. Por qu seguimos con esto? Acaso no lo hemos hablado hasta el hartazgo?Es la ltima tarde que estaremos juntos. Se sent en el suelo, junto a ella. Por favor, nodiscutamos ms.

    Maese Dionisio es muy mayor coment, como si no le hubiera odo. Era su postrera oportunidad de hacerle cambiar de idea. Ninguno de sus hijos ha querido seguir sus pasos y tienen negocios propios. Cuando l fallezca o no pueda seguir, el Gremio deConfiteros y Cereros seguro que te dar a ti su tienda.

    Samuel buf y se pas la mano por la cara.Para eso pueden pasar aos, Mara. Yo no quiero esperar. Quiz pueda montar mi

    propio negocio all, en aquellas tierras. Te imaginas? Otra vez esa mirada soadora.T podras ir all y nos casaramos... Sera estupendo!

    Y dejar nuestra tierra? musit, pasando las manos por las hojas doradas quecubran el suelo. No lo haba pensado.

    Por qu no? Dicen que all el tiempo es muy clido... Estaremos juntos, comosiempre hemos querido aadi, tomndole de las manos con cario. l las tena calientes,

    mientras que las de ella eran como dos tmpanos de hielo. Solo tienes que esperar a que

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    te avise. No creo que sea mucho tiempo. Se las frot con suavidad para calentrselas.Quera creerle. Deseaba tener la paciencia suficiente para esperar, pero la idea la

    llenaba de desasosiego. No quera llorar, aunque las lgrimas le escocan en los ojos,

    amenazando con desbordarse de un momento a otro. Cada vez que debatan ese tema,siempre terminaba llorando; estaba harta.Pasarn meses hasta que podamos ponernos en contacto. Se solt de sus manos

    y se levant antes de abrazarse a s misma, dndole la espalda. Este es el ltimo navoque parte para el Nuevo Mundo. Hasta la primavera no habr otros. Para cuando tescribas, yo reciba la carta y... Pasar un ao o ms! No lo entiendes? Es mucho tiempo!Pueden pasar muchas cosas... Un naufragio!

    Le oy levantarse, pero no se volvi. Pese a que la tarde otoal no era muy fresca,ella estaba helada. Se arrebuj mejor en el chal, buscando un poco de calidez que alejara elfro instalado en su interior, sin lograrlo.

    Deja de pensar en eso. Ya lo hemos hablado: no voy a naufragar. No pasar nada

    malo. No para nosotros, amor. Nos queremos. Podemos esperar asegur Samuel,convencido. Luego se acerc y la hizo volverse para verle la cara. Yo te esperar. Me prometes que t hars lo mismo? pregunt, sujetndole la barbilla con suavidad.

    Mara mir aquellos ojos, tan oscuros como el chocolate, debatindose entre asentir o negar la promesa. No quera que se fuera. Virgen Santa! No podra soportar tanto tiempolejos de l. Desde que se conocieron, de nios, nunca haban estado ms que unas semanasseparados. Ahora deberan estar meses o aos sin verse. Era demasiado!

    Me lo prometes? Di que me esperars insisti Samuel, acaricindole la mejillacon delicadeza.

    S, te esperar musit al fin, con los ojos cerrados, demasiado triste paramirarlo.

    Te quiero, Mara. No lo olvides. Yo tambin sufrir al no estar contigo...Pues no te vayas! Qudate aqu suplic, antes de apoyar la cara en la mano

    clida de l. Por favor. No te marches.No voy a cambiar de opinin. Lo siento. Maana me voy. Comprende que ser

    algo bueno para los dos susurr Samuel, disgustado. No nos hagas esto, por favor. Noseas nia.

    Que no sea nia? Acaso t te crees un hombre por pensar de ese modo? Por querer salir en busca de aventuras? espet, furiosa. Se apart de l. No poda seguir a sulado. Si permaneca ms tiempo, dira algo de lo que despus se arrepentira para siempre.Le dio la espalda y emprendi el camino a su casa.

    Mara, no seas as. No nos despidamos de ese modo. La alcanz antes desujetarla por el codo y detenerla. Deja que me lleve tu sonrisa. Deja que sea eso lo querecuerde cada da y cada noche, hasta que nos volvamos a ver.

    No tendras que imaginar nada, si te quedases aqu le reproch, dolorida. No puedo. De verdad, no puedo. Me duele demasiado para sonrer. No lo entiendes?

    Ests siendo tan irracional como...Irracional! le cort, rabiosa. Por el amor de Dios, Samuel! Vete! Vete, si

    eso es lo que tanto deseas. Vete y no vuelvas barbot antes de alzarse las faldas y salir corriendo de regreso a su casa.

    Ahora estaba all, escondida. Agotada por no haber dormido en toda la noche.Alternando las horas entre el llanto y la furia. Arrepentida hasta el dolor por lo que le haba

    dicho, pero incapaz de dar la cara y despedir a su amado.

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    El gritero de la gente subi de intensidad. El barco parta.Virgen Santa! Tena que verlo. Ver su cara por ltima vez.Con decisin, mont a caballo y lo espole para acercarse a la drsena antes de que

    fuera demasiado tarde.

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    San Sebastin, mayo de 1736 La cera caliente impregnaba la confitera con su aroma. Mara abri la puerta para

    dejar que la brisa primaveral entrara en la tienda. El da invitaba a pasear sin prisas por lacalle. Unos clidos rayos de sol rozaban la entrada y en sus haces bailoteaban miles de brillantes motas de polvo suspendidas en el aire. Si no hubiera tenido tanto que hacer,habra levantado la cara al sol y dejado que su tibieza la calentase.

    Buen da, seora Mara salud una mujer al pasar frente a la puerta, sin parar.Llevaba un cntaro lleno de agua en equilibrio sobre la cabeza. Hace un da precioso, nocreis?

    S. Un buen cambio despus de tanto fro corrobor Mara con una sonrisa,

    antes de entrar.Dej la puerta abierta y se dirigi a la trastienda. Dentro, el olor a la cera era msintenso y empalagoso. Julio, el aprendiz de su marido, continuaba vertiendo cera derretidasobre los pabilos que colgaban de una rueda, hasta que alcanzaran el grosor deseado.Mientras, Sebastin Garmendia, su esposo, se peleaba con los libros de cuentas, fruncido elceo. Su pelo, otrora cobrizo y ahora encanecido, estaba revuelto en la coronilla por lasveces que se lo haba mesado con sus rechonchos dedos. Ella se acerc para alisrselo,como en tantas ocasiones haba hecho a lo largo de los seis aos de matrimonio. Al or sus pasos en el suelo empedrado, Sebastin levant la mirada y sus lentes captaron la luz de lasvelas que tena sobre la mesa. Una sonrisa de genuina satisfaccin cruz su cara regordeta.

    Buen da, querida salud, quitndose las gafas. Sus ojos, azules como el cieloestival, brillaron de complacencia, rodeados de arrugas.

    Sigues batallando con las cuentas? pregunt ella con cario. Deberasvolver a contratar a un contable. Hace cuatro meses que Manuel se march a Madrid ydesde entonces no haces ms que renegar con esos libros.

    Lo s, pero no he encontrado a ninguno. Parece que todos estn saturados detrabajo aclar Sebastin, dejando las gafas sobre la mesa antes de frotarse los ojos. Nunca se me han dado bien estas cosas y creo que estoy embrollando los libros cada vezms. Soy confitero, no contable. Enmudeci y la mir de soslayo. Mara, imaginando enquin pensaba, baj la mirada al suelo. No quera recordarle. Mejor no hacerlo.

    Quisiera ayudarte, pero nunca se me han dado bien las cuentas.No te preocupes, amor mo. Ya me ayudas mucho. Eres la mejor esposa que

    nadie pudiera desear, la mejor madre y la mejor dependienta. Tom una de sus manos yle bes los nudillos.

    Calla, adulador. Hars que me lo crea protest entre risas. Debes buscar unnuevo contable antes de que te vuelvas loco con tantos nmeros.

    Lo s. Maana... Call al or que alguien entraba en la confitera.Mara casi choc con su hermana al salir a atender. Jacinta vena con la cara

    sonrosada y algo crispada; como si hubiera recibido un sobresalto y no supiera si rer ollorar. Su amiga Isabel Boudreaux la segua con una trmula sonrisa bailndole en loslabios.

    Las jvenes retrocedieron hasta ponerse al otro lado del mostrador. Se las vea algo

    alteradas.

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    Qu os pasa, muchachas? Sonri, sin imaginar qu las inquietaba tanto.Ha regresado anunci Jacinta, entre susurros demasiado altos para considerarse

    tales.

    Mara las mir confundida, pero antes de que pudiera preguntar, Isabel, un tantonerviosa, se lo aclar:Mi hermano acaba de llegar.Entonces lo comprendi; inspir con dificultad el aire, repentinamente denso. La

    sonrisa crispada. La tranquilidad anterior, perdida. Su corazn bata en el pecho como untambor de galera. Clav la mirada en un punto por detrs de las muchachas, sin atreverse amirarlas por temor a delatar su nerviosismo.

    Haba regresado! Despus de seis aos. La habra perdonado? La odiara? Ahorano poda pensar en eso; no si quera disimular el miedo que la atenazaba por dentro.

    Imagino que tus padres estarn locos de contentos consigui articular sin que letemblara mucho la voz.

    S. Mi madre no se lo crea. Casi se desmaya al verlo coment Isabel con suhabitual desparpajo. Los ojos ambarinos, brillantes de dicha. El muy tunante no noshaba anunciado su visita. Ha sido una sorpresa.

    Lo hemos visto. Est muy moreno. Pareca un extranjero, con ese pelo tan negroy los ojos oscuros aclar Jacinta. Nos ha dicho que all hay mucho sol.

    Se va a casar confes Isabel en voz queda. Su prometida vendr en unassemanas. Deba preparar el ajuar.

    Casarse! No estaba preparada para el dolor que la atraves el pecho ante esaimagen. Samuel se casaba. No poda creerlo. Se sujet al mostrador para no caerse. Lasyemas de los dedos latan dolorosamente contra la madera. l se iba a casar.

    Qu esperabas?, se pregunt.Saba que no tena derecho a sentirse as. Haba perdido esa prerrogativa cuando

    falt a su promesa de esperarle y se cas con Sebastin. Aun as, nada poda hacer contra elsuplicio que la quemaba por dentro. Su corazn no entenda de derechos ni de privilegios.Se iba a casar!

    Aguant la chchara incesante de su hermana y de Isabel, que le relataban lo queSamuel les haba contado, guardando la apariencia de una mujer sin remordimientos y sintemores. Haba aprendido a fingir muy bien. Demasiado bien.

    Cuando las dos jovencitas se marcharon, se permiti apoyarse en la pared, cerrar losojos y suspirar por el amor perdido, por lo que ya no podra ser. No deba llorar; no all,donde cualquiera pudiera verla. Se abraz con fuerza para evitar que las manos letemblaran.

    Aturdida como estaba, no oy que alguien se acercaba. Abri los ojos al sentir unacaricia en la mejilla. Sebastin volvi a tocarla; sus ojos la miraban con tristeza infinita; lashaba odo. Sufri por l. Le sujet la mano con las suyas y se la llev a los labios para besarle los nudillos, como l haba hecho antes. Le temblaban tanto que hubo de concentrar toda su atencin para conseguirlo.

    Virgen Santa! Qu voy a hacer ahora?, pens, asustada.Lo... siento susurr sin mirarle. Ha sido... una sorpresa.No te aflijas. Saba que tarde o temprano ocurrira apunt Sebastin, rozndole

    los labios con los dedos; l tampoco estaba muy sereno. El retorno de Samuel les afectabademasiado. He temido este momento desde el instante en que aceptaste casarte conmigo.

    Pero ha merecido la pena y no me arrepiento. Hicimos lo correcto.

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    Lo s. No... no te preocupes por m. Ya se me ha pasado minti, para noinquietar ms a su esposo. Dice... Isabel que se va a casar.

    Sebastin inspir de manera entrecortada antes de hablar.

    Eso es una buena noticia, querida. Debo confesar que me he sentido muy mal por l. Ahora que se va a casar... Bueno, ahora tengo la esperanza de que todo se estsolucionando. Me alegrar verle. Todo saldr bien.

    Mara se limit a asentir; dudaba de que fuera capaz de decir nada sin ponerse enevidencia. Tena miedo; mucho miedo.

    La casa haba sufrido algunos cambios desde que lleg all, con ocho aos, pero elambiente hogareo segua siendo el mismo. Para Samuel, aquel haba sido el primer sitioque poda llamar hogar. Hasta entonces haba vivido en el lupanar donde naci. De sumadre, una prostituta del puerto, tena un vago recuerdo; haba muerto siendo l muy nio.De su vida en el prostbulo, prefera no acordarse. Era mejor no hacerlo. Algunas veces los

    recuerdos le asaltaban, pero procuraba dejarlos a un lado. Se haba vuelto un experto enignorarlos.Consideraba que su verdadera vida haba comenzado la noche en que doa Camila

    de Gamboa le llev a su casa. Lo haba adoptado antes de casarse con el capitn galoArmand Boudreaux, que le dio su apellido como si de su hijo se tratara.

    No sabes cunto me alegra saber que te casas, hijo mo. La voz de su madre ledevolvi a la realidad. Sentada en uno de los sillones, se dedicaba a bordar con puntadasdiminutas y perfectas. Dej la labor bruscamente. Te aseguro que estaba preocupada por ti.

    No haba ningn motivo, madre dijo Samuel, sentado frente a ella. Estoy bien.

    Cmo iba a saberlo, si apenas nos has escrito en todos estos aos? Nos dejaste amerced de mil pensamientos catastrficos! le reproch, frunciendo el ceo sobre sus ojosambarinos. Desde que te escrib para anunciarte... Camila call. Samuel supo a qucarta se refera y a la terrible noticia que haba dentro. Agradeci en silencio que su madreno terminara de decirlo; por mucho que quisiera evitarlo, lo sucedido seguaemponzondole por dentro. Bueno, durante mucho tiempo tem que te hubiera pasadoalgo. Y tu silencio no contribuy a tranquilizar mi temor.

    Ya veis que no fue as. Me encuentro perfectamente. As que no debisintranquilizaros. Mon fils, tu madre se preocupa por todo dijo Armand, palmendole la espalda.Estaba sentado a su lado. Aunque me satisface verte en casa y te he echado mucho demenos, tu madre tiene razn: no has sido muy considerado. Esperbamos noticias tuyascada vez que llegaba correo. Una misiva de vez en cuando habra sido suficiente paraaplacar nuestros temores termin con su voz de capitn, la que solo utilizara parareprenderle cuando haca alguna trastada.

    Lo siento, padre. No lo pens neg, apesadumbrado. Debera haberles escrito.Sonri para aplacar a sus padres. Pero ya estoy aqu y no pienso marcharme. Sus palabras sonaron como una promesa, pese a que no haba sido esa su intencin. Esperoque mi prometida os agrade tanto como a m.

    Seguro que s, hijo. Estoy deseando conocerla declar Camila con una sonrisarenuente. Me encanta que an tarde unas semanas; as te tendr para m sola unos das

    ms.

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    Chrie, ya no es un nio para que lo mimes.Ests celoso? inquiri su madre con picarda.

    Non, debera estarlo? Su padre se levant y fue a sentarse en uno de los brazos

    del silln de su madre. Tengo que ponerme celoso?Sabes que no, mi querido galo aclar, ponindole una mano sobre la rodilla.Samuel se levant y les dio la espalda para mirar a travs de la ventana del saln.

    No quera ver el amor que se profesaban sus padres. Ya no. Era muy doloroso. Muchotiempo atrs haba soado que l tambin tendra algo as, solo para despertar de la peor manera posible. Ya no aspiraba a tanto; era menos punzante y ms realista.

    Fuera el sol se estaba poniendo. Era su primer da en San Sebastin desde que partiera, lleno de esperanza, seis aos antes, cuando solo tena diecinueve y crea saberlotodo. Bonito idiota! El tiempo lo haba puesto en su lugar y le haba enseado a no confiar en las promesas.

    Seora, la cena est servida anunci la criada.

    Gracias, Bernarda. Ahora mismo vamos contest su madre. Samuel oy elfrufr de las faldas cuando Camila se levant; despus, los pasos por la tarima; finalmentesinti la mano de su madre sobre su hombro. Hijo, a riesgo de repetirme, tengo quedecirte que me alegra sobremanera que ests de vuelta.

    Lo s, madre. A m tambin me complace estar con vosotros. Le tom la mano;el contraste entre las dos era notorio: una, blanca como la nieve y la otra, morena y muchoms grande. Se la llev a los labios y pudo oler el perfume floral que siempre llevaba. Elaroma que le recordaba que estaba en casa; sonri. Muchas gracias por enviarme el jabnde romero. Debo decir que nadie lo hace como vos y cada vez que lo usaba era como estar aqu.

    Ay, hijo! Hars que me emocione protest su madre. Anda, vamos a cenar;tu hermana nos estar esperando.

    Samuel se coloc la mano de Camila en el pliegue del codo para acompaarla alcomedor. Su padre les segua con una clida sonrisa. Qu bueno era volver a casa!

    Bernarda puso en la mesa la bandeja con la infusin para Camila e Isabel y la botella de coac con las copas para Armand y Samuel. Su madre, sentada a la cabecera dela mesa, disfrutaba teniendo a toda la familia reunida. La alegra arrugaba las comisuras desus ojos, que brillaban como monedas de oro recin acuadas. De vez en cuando Samuel lavea suspirar de satisfaccin y se alegraba an ms de estar de vuelta. Ya no deba preocuparse por no estar con ellos, puesto que haba retornado para quedarse en la ciudad.

    Bueno, hijo, cuntanos qu tal te ha ido por Caracas. Es tal y cmo imaginabas? pregunt Camila. Sirvi la infusin y le pas una taza a Isabel, que le dio las gracias conuna sonrisa.

    No saba qu iba a encontrar, la verdad comenz Samuel. Caracas es unaciudad bastante grande. Me sorprendi ver las calles tan derechas y anchas. Han construidomuchos edificios magnficos y la temperatura es muy agradable.

    Suena paradisiaco brome Armand, desde el otro extremo de la mesa.S, lo es. Pero echaba de menos San Sebastin confes, sirviendo el coac en

    las copas. Os echaba de menos.Ay, hijo mo. Nosotros tambin. Sobre todo, despus de... Su madre guard

    silencio, un tanto incmoda; luego dej la taza en la mesa. Ha sido muy duro no saber

    cmo estabas. Tanto silencio me estaba matando. Su mirada se oscureci. Me duele

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    reprochrtelo, pero no has contestado ni a la mitad de las cartas que te enviamos. Teimaginas cmo nos sentamos? No poder ayudarte...

    Lo siento, madre. No tena muchas ganas de escribir y el trabajo me ocupaba

    mucho tiempo se disculp con sinceridad. No os inquietis; ya ha pasado minti. Noquera que su familia se preocupase por l. Los dos cremos que... pero es evidente quesolo era una fantasa de nios.

    No quera pensar en ello. An guardaba rencor a Mara por lo que haba hecho.Posiblemente nunca la perdonara, aunque iba a tratar por todos los medios de que esaanimadversin no fuera de dominio pblico. No deseaba que alguien pudiera pensar quean estaba interesado y confundiera los sentimientos que tena por ella. Por otro lado, lasfamilias se conocan desde siempre y no quera ponerles en la tesitura de tomar partido.Fingir era la mejor opcin.

    La nica opcin.Me alegra saberlo. Su madre, sentada a su izquierda, le palme la mano.

    Ahora que ests aqu me cuesta ms enfadarme contigo, pero no abuses de tu suerte. Hizo un mohn. Te vas a casar! No sabes cunto me alegra orlo. Hblanos de tu prometida. Cmo es? Cmo se llama? Debo aadir que estoy algo molesta. No nos hascontado nada de ella. Ni siquiera sabamos que estuvieras cortejando a nadie protest,clavando sus ojos ambarinos en l. Deberas habernos escrito ms, tunante!

    Tranquila, querida. No hay de qu preocuparse; ya lo tienes en casa terci su padre. Anda, muchacho, cuntanos todos los detalles.

    Ha sido todo muy rpido reconoci con una sonrisa, contento de cambiar detema. Conoc a Rosa Blanca en un baile que dio el factor de la Compaa[1] en suhacienda. Ella haba ido con su padre, don Eladio Vlez, a pasar la velada.

    Es hermosa? pregunt Isabel con aire soador. Su hermana cada vez se pareca ms a su madre. A sus diecisis aos era toda una belleza, con aquellos ojosambarinos, siempre risueos. Te enamoraste nada ms verla?

    S, es hermosa. Tiene el pelo negro y los ojos oscuros como yo. Es muy menuday bajita. Cuando la vi por primera vez, pens en una mueca de porcelana.

    Y, sobre todo, totalmente distinta de Mara, pens.Ay! Qu romntico! susurr Isabel, con la mano en el pecho.Armand solt una risa y acarici los rizos castaos de la jovencita.Ves romanticismo por todos los lados,ma fille. Deja que tu hermano nos lo

    cuente.Es criolla; su madre era hija de patricios y su padre es canario.Patricios? Qu significa eso? indag Camila. No lo haba odo nunca.Confieso que yo tampoco, hasta que llegu all explic Samuel. Los

    patricios son los dueos de las haciendas, los adinerados, los que llevan ms tiempoviviendo all. Son un poco elitistas.

    Luego estn los vizcanos. As nos llaman a los que hemos ido con la Compaa.Los manumisos son negros liberados que trabajan en lo que los blancos no quieren. Losesclavos, los zambos y los indios.

    Zambo?Zambo es hijo de negro e india aclar Samuel a su madre. Andresote era un

    zambo. Osteis hablar de l?S. Nos llegaron noticias de que se haba rebelado contra la Compaa hace cinco

    aos apunt Armand. An no lo han encontrado?

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    No. Se dice que los contrabandistas le ayudaron a huir a Curazao. Quin sabe?De todos modos, los hacendados no estn muy contentos con el monopolio de laGuipuzcoana. Consideran que sus condiciones no les benefician mucho. Bebi un sorbo

    de coac. Espero que arreglen las diferencias pronto; de lo contrario, no descarto quevuelvan a rebelarse.Tan mala es la situacin? Cre que era bueno para ellos. Despus de todo, la

    Compaa casi ha acabado con el contrabando indic Armand, interesado.No niego que los ideales fueran buenos. La realidad es un tanto complicada.

    Pensad en las condiciones impuestas: la Guipuzcoana pone el precio de los productos quelleva a Venezuela; adems, pone el precio del cacao, los cueros o el azcar que compra alos hacendados, quienes deben vender al precio que les indican, y ese no es siempre el quems les interesa.

    Comprendo murmur su padre, frotndose la sien derecha. No es muyhalageo que te impongan esas condiciones.

    Creo que esa es la razn principal para que haya dimitido de mi trabajo all comocontable notific Samuel, cabeceando con aquiescencia.Eso es otra de las cosas que ms me sorprendieron en tu primera carta. Su

    madre sirvi otra infusin para Isabel y para ella. El aroma del azahar impregn el aire. Nunca me imagin que te pusieras a trabajar como contable.

    Yo tampoco, madre. Aunque debo decir que ha sido una experiencia muysatisfactoria. Seguir por el mismo camino.

    Su familia le mir confundida, pero ninguno dijo nada.Ah! No te quedes callado. Contina contando ms cosas sobre aquel lugar

    solicit Isabel un instante despus. Cmo son los indios? Son hostiles? Y losvestidos? Dicen que en Venezuela siguen muy fielmente la moda francesa, es cierto?

    Hija, terminars por abrumar a tu hermano amonest Camila, pero se la veatan interesada como su propia hija.

    Le alegr la curiosidad de su hermana y de su madre, pues eso le ayudaba a fijar sumente en un punto y no en las razones por las que se haba decidido a trabajar de contable,en lugar de hacer lo que le haba llevado a aquellas tierras.

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    2

    La taberna segua igual que cuando l se fue a Venezuela. El mismo olor cido delas manzanas y del vino; el mismo suelo de piedra y las mismas paredes encaladas. Lasgrandes cubas, con la madera oscurecida por el tiempo y la humedad, reposaban contra las paredes a la espera de ser vaciadas.

    An no se haba dejado caer ningn cliente; no tardaran en llegar. Las vocesinfantiles que se oan en el patio, le recordaron las veces que haba jugado con Martn y suhermana Mara en aquel mismo lugar, alrededor del roble, mientras el seor Rodrigo, el padre de sus amigos, serva sidra a los parroquianos. Cuntas batallas haban imaginado enaquel sitio!

    Un hombre entr en la taberna desde el patio. Se iba enrollando las mangas de lacamisa por encima de los antebrazos. Al principio pens que era el seor Rodrigo, pero

    luego record que haba muerto un par de aos atrs. Era Martn; cada da se pareca ms asu padre.Dichosos los ojos que te ven, amigo mo! El vozarrn de Martn retumb en la

    estancia vaca, mientras se acercaba a grandes pasos. Ya pensaba que nunca volveras por aqu.

    Buen da, amigo atin a decir antes de verse envuelto en un abrazo de oso.Ya veo que la vida de casado te sienta muy bien. Creo que has ganado unas cuantas librasdesde que nos vimos la ltima vez.

    Mi esposa me cuida muy bien asegur, palmendose la incipiente curva de suabdomen.

    Se apartaron, manteniendo cada uno la mano en el hombro del otro, como si nofueran capaces de separarse del todo. Los ojos castaos de su amigo brillaban de alegra.

    Siento no haber podido acompaarte en tu boda reconoci Samuel,repentinamente serio. An no quera volver.

    No te preocupes por eso. Imagino que... Baj la mirada un instante, luegovolvi a mirar a su amigo. A todos nos sorprendi su decisin. No lo entendimos, pero...

    No hizo falta que Martn especificara a quin se refera. Era ms que evidente quetena a su hermana Mara en los pensamientos.

    Eso ya pas y est olvidado.Seguro? inquiri su amigo con timidez. S lo mucho que os amabais.Samuel retir la mano del hombro del tabernero, dio unos pasos por el recinto y se

    par frente a una de las cubas, ensimismado. Cuando recordaba a su antigua prometida, unarabia burbujeante le colmaba el estmago y le herva en las venas. No quera sentirse as. No lo deseaba, ms que nada porque cualquier emocin, cualquier sentimiento, por nimioque fuera, sera demasiado. Ella no mereca nada.

    Eso pas hace mucho tiempo y los dos hemos seguido con nuestras vidas seoblig a contestar. Mir a su amigo. Voy a casarme dentro de poco anunci, tratandode sonar alegre. Supongo que ya te habrs enterado.

    S. Lo vino contando mi hermanita metomentodo Jacinta concret Martn,fingiendo censura. T no has sido muy prolfico en cartas. Imagino que estabasdemasiado ocupado, aprendiendo todo lo relacionado con el cacao, como para escribir a losviejos amigos.

    Tena mucho trabajo declar, escueto. No quera entrar en ms detalles ni dar

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    explicaciones. An no.Martn cabece, asintiendo.Me alegra mucho que te cases. Cundo llegar la novia? Mi hermana nos dijo

    que no haba venido contigo.No. Deba preparar el ajuar y se quedar un tiempo ms en Caracas. Confieso quela decisin de casarnos fue muy repentina y ella no estaba preparada para embarcarse.

    Bueno, no creo que le lleve mucho tiempo. Nada como la perspectiva delmatrimonio para que una joven organice lo que haga falta en muy poco tiempo barbotentre risas. Mi esposa no perdi el tiempo.

    A quin le ests hablando de m, esposo? Una voz femenina se oy en lataberna. Tienes alguna queja por mi rapidez?

    Los dos se volvieron a la salida al patio. Enmarcada en la puerta, una joven con unnio a caballo en su cadera y una nia de la mano les miraba con media sonrisa.

    Bienvenido a San Sebastin, Samuel salud, mientras pasaba al interior con la

    nia caminando tras ella. Me alegra volver a verte.Mi querida Matilde, el placer es solo mo asegur con sinceridad.Felicidades por tu matrimonio.

    Samuel se fij en el nio que reposaba la cabeza en el pecho de su madre. Notendra ms de un ao y lo miraba con vergenza. Haba heredado el pelo rizado de Martny sus ojos castaos. Cuando descubri que tambin era observado, escondi la cara entre elmantn de su madre, repentinamente tmido.

    La nia era muy diferente. Su pelo ensortijado era del color de la miel derretida ysus ojos, tan verdes como la hierba, lo miraban con una mezcla de osada y timidez. La viollevarse un dedo a la boca. Haba algo en ella que le resultaba conocido. Un recuerdo queno lograba fijar.

    Esta seorita es mi sobrina Paula la present Martn, poniendo una mano sobrela cabecita dorada. Es la hija de Mara aadi, entre dientes, como si no se atreviera aexpresarse en voz alta.

    Su hija! pens Samuel. De ah ese aire de familiaridad que me asaltaba.Por un instante pens que podra haber sido su hija si las cosas hubieran sido

    diferentes. Si Mara no le hubiera traicionado de la peor manera posible.Rechin los dientes sin darse cuenta y se esforz por tranquilizarse.Olvdate de ella, se orden con fiereza.Suele pasar muchas maanas aqu; cuando mi cuada est muy ocupada en la

    confitera explic Matilde, sin soltar la mano de la nia. Juega con Martintxo y lomantiene entretenido. Es un cielo.

    Samuel se dio cuenta de que su amigo mantena la mano sobre la cabeza de susobrina, como si la estuviera protegiendo de l. Sinti un dolor sordo en el vientre y seoblig a sonrer para no asustar a la pequea, ella no tena la culpa de la perfidia de sumadre.

    Encantado de conoceros, seorita Paula salud, tomndola de la mano.La nia lo mir con aquellos ojos glaucos, pero no le devolvi la sonrisa. Tal vez

    notaba su reticencia al saludarla y no se fiaba de l. Los nios eran muy intuitivos. l loconoca de sobra, hubo de aprender, a muy temprana edad, a desconfiar de todo el mundo.Cuando estaba a punto de decirle algo que la tranquilizara, se abri la puerta de la calle.

    Aun antes de darse la vuelta, Samuel supo quin era el visitante. Antes de que nadie

    dijera nada. Casi antes de que cruzara el umbral de la tienda.

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    Lo not en los huesos, en la piel y en el aire. Solo Mara haba conseguido provocar esa respuesta en l. Por lo visto, segua siendo as.

    Se recrimin el ritmo creciente que estaban tomando los latidos de su corazn, pero

    no poda hacer nada para aminorar ese batir. Quiso pensar que era por la rabia y no por otracosa. Lo otro era... inadmisible.Madre! La nia se solt y se acerc corriendo a su madre.Hola, tesoro! Te has portado bien? Su voz segua siendo la misma. Esa voz

    llena de dulzura que le haba jurado amor eterno y que le haba prometido esperarle.Mentirosa!, pens, rabioso. La sangre le burbujeaba.Tom aire para darse fuerzas; luego se dio la vuelta con lentitud hasta ponerse

    frente a la mujer que haba amado ms que a su vida y a la que ahora quera odiar con cadafibra de su ser.

    Los cabellos que se le haban escapado del pauelo brillaban como una aureoladorada a la luz que entraba por la puerta abierta. Su cara permaneca en la penumbra,

    aunque el brillo de sus ojos era claramente visible. Dio unos pasos y, al salir del haz de luz,qued expuesto su semblante, algo crispado.No haba cambiado mucho en esos seis aos. Tal vez estaba ms plida que

    entonces, pero eso bien pudiera ser por encontrarse con l. Sus ojos seguan siendo delcolor de las avellanas, limpios y transparentes; brillantes como la melaza. Unos ojos que lehaban perseguido en sueos durante toda la travesa hasta el Nuevo Mundo y despus, a lolargo de esos seis aos. Unos ojos que, al parecer, eran difciles de olvidar.

    Buen da, Samuel. He odo que debo felicitarte por tu prxima boda pronuncien un murmullo, al llegar a su lado. Sonrea! La muy ladina era capaz de hacerlo.

    S, era cierto que no de manera plena, sino ms bien un tanto trmula, pero era unasonrisa, al fin y al cabo. Una maldita sonrisa! El deseo de herirla era muy fuerte.Abrasador.

    Gracias mascull, con sequedad. Y utilizando un tratamiento ms formal paramantener las distancias, continu: Permitidme que no os corresponda por la vuestra.Dadas las circunstancias, prefiero no hacerlo se le escap decir.

    Diablos! No debera haber dicho eso, se recrimin. Haba decidido fingir cordialidad para no dar pbulo a las murmuraciones y a la primera de cambio se dejaballevar por el odio. Era un estpido. En qu estaba pensando?

    Samuel... A su espalda son la voz seca y la inspiracin de su amigo; todo unreproche por su mala educacin. Apret los dientes, molesto. Ellos no saban el dolor que lecausara esa traicin. No, ellos ignoraban ese sufrimiento y no entendan su rencor. Decualquier manera, deba controlarse.

    No te molestes, Martn trat de aplacar a su hermano. Lo comprendo susurr, cabizbaja. Ser mejor que me lleve a Paula. No tardaremos en comer y... Call, mirando a los lados. Sus mejillas rojas como la grana. Adis.

    Antes de que pudiera hacer nada, ella haba salido con un revuelo de faldas,llevndose a su hija.

    Samuel cerr los ojos un instante, enfadado consigo mismo. No era esa la idea quetena del primer encuentro. Se haba imaginado ms fro, indiferente. Lo haba hecho todoal revs. Idiota!

    Creo que has sido muy duro con ella le recrimin su amigo. S que no se port bien, pero...

    No, no lo hizo, Martn buf. Pero no debera haberle hablado de ese modo.

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    Supongo que ha sido una reaccin desmesurada. Me disculpar. Es tiempo de dejar el pasado atrs termin ms comedido, tratando de disimular el resentimiento que le corroa por dentro, que lo ahogaba.

    No s qu la llev a tomar una decisin as murmur el tabernero contristeza. S que te amaba. Santo Dios! Lo ha hecho desde que te conocimos, cuando soloramos unos mocosos. A nosotros tambin nos sorprendi que se casara con Sebastin, pero no nos qued ms remedio que aceptarlo y... se les ve felices juntos. Inspir con lasmanos en la cadera. Tienes razn, amigo, y me alegro de que lo veas as. Es tiempo deolvidar y que cada uno siga con su vida.

    Qu ms quisiera yo! pens Samuel con rencor. Como si fuera tan fcil...l lo haba intentado y, evidentemente, an no lo haba conseguido. Tal vez, cuando

    se casara con Rosa Blanca...Una vocecita interior le previno que ni siquiera entonces.

    Mara regresaba a la confitera sin saber muy bien por dnde iba. Salud a varias personas, aunque luego no podra recordar a quines. Caminaba por inercia, con la menteen otro sitio. No poda dejar de pensar en Samuel. Pese a conocer su llegada, no estaba preparada para encontrrselo de frente. Para verlo tan pronto. Debera haberlo estado. A pesar de haber pasado un da entero, no haba conseguido hacerse a la idea.

    l estaba muy cambiado. Se haba ido siendo un joven de diecinueve aos; alto,aunque un tanto desgarbado. Ahora, por el contrario era ms corpulento; un hombre hechoy derecho. Estaba muy moreno ya se lo haba dicho su hermana Jacinta y el pelo,oscuro y liso, le llegaba hasta los hombros. El cambio ms grande estaba en sus ojos casinegros, antes tan amables y risueos y ahora tan duros como el pedernal. No fue muyhalagador saber que con su conducta haba contribuido a ese cambio. Qu otra cosa podrahaber hecho?

    No la haba tuteado, como siempre; por el contrario, la haba tratado como si fuerandesconocidos, como si entre ellos no hubiera habido una amistad tan profunda ni un amor descomunal. Le haba dolido. Mucho ms de lo que hubiera pensado.

    An tena el corazn retumbando, atronador, en el pecho. Le temblaban las manos ysaba que tendra las mejillas al rojo vivo. Poda notar el calor que irradiaban. Trat decontrolar el ritmo acelerado de la respiracin para tranquilizarse. Deba serenarse antes deque la viera su marido. No deseaba preocuparle de ningn modo.

    Madre, quin era ese hombre? pregunt Paula, tirndole de la mano parallamar su atencin. No me gusta. Estaba enfadado. Pareca... molesto conmigo.

    Es un amigo de tu to y antes lo era mo. Que ha regresado despus demucho tiempo fuera de aqu. T no habas nacido cuando l se fue.

    Recordar su partida le puso un nudo en la garganta. Mejor no pensarlo; erademasiado doloroso.

    Por qu has tenido que volver?, pens con egosmo. Con l lejos de SanSebastin poda fingir que todo estaba bien; que su vida era todo lo que haba deseado. Casigimi.

    Por fortuna la confitera estaba frente a ellas; empuj la puerta de la tienda con premura y entraron. Necesitaba la tranquilidad de aquel comercio para serenarse. Sentirse protegida.

    Ah! Y por qu est tan enfadado? pregunt su hija. No era una nia que

    dejara las cosas a medias. Siempre quera ir al fondo de todo. Daba miedo.

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    Pero qu le poda contestar? Decirle que su madre estaba prometida con l, peroque se haba casado con otro?

    No, definitivamente, no poda contarle nada de eso. Su hija era an muy pequea

    para comprenderlo.Se llev la mano a la frente, tratando de encontrar una respuesta satisfactoria paraambas. Rogando para que fuera lo antes posible.

    Buen da. Qu tal est hoy mi princesita? La voz de Sebastin la salv decontestar. Suspir de alivio y trat de esbozar una sonrisa.

    Padre! exclam la nia, se solt de la mano de su madre y corri a los brazosdel confitero. Olis muy dulce. Habis hecho confites?

    S, mi nia. Cuando hayas comido, te dar unos pocos convino el hombre,alzndola como cuando era ms pequea. Despus de darle un beso, la deposit en elsuelo. Ahora ve a lavarte las manos.

    La mimas demasiado, Sebastin. No hay una nia en toda la plaza que coma ms

    dulces que ella le reproch, una vez que la pequea se hubo ido. Se alegr de ser capazde hablar con calma; de mantener una conversacin con aparente normalidad.Claro! Ella es la hija del confitero, quin, si no, para comer dulces? Rio

    Sebastin, gozoso. No te enfades, querida murmur al ver su cara de discrepancia,le dar muy pocos. La mir ms serio y le acarici la mejilla. De quin hablabais alllegar? Quin estaba enfadado? Quin le daba miedo?

    Mara tom aire para darse fuerza.Samuel; estaba en la taberna empez con la cabeza gacha, sintiendo los dedos

    de su marido en la mejilla. La tensin volva a atenazarla. Volvi a inspirar para controlarseantes de seguir: Paula dice que la ha mirado como si estuviera enojado con ella. Acomod la cara en la mano de Sebastin y cerr los ojos. Buscaba la calidez del tacto desu marido para consolarse. Te quiero se oblig a decir, pese a que era cierto. Como sinecesitara dejar claro ese sentimiento.

    Lo s, querida. Yo tambin te amo. Los brazos de su esposo la rodearon conternura. Mara se sinti protegida y se dej mecer como una nia. No te preocupes por lode Samuel. Es normal que se sintiera molesto. Quin no lo estara? Suspir sinsoltarla. No s lo qu le habrn contado; tal vez ni siquiera saba que tenamos una hija.Quiz Paula le haya recordado lo que ha perdido. Habr sido la impresin al verla; se le pasar. Deja de pensarlo y vayamos a comer.

    Se separaron y ella sigui a Sebastin por las escaleras, de camino al comedor.No se poda quitar de la cabeza la cara de Samuel al mirarla. Se estremeci. La

    odiaba; no le caba ninguna duda. No la haba perdonado.Mereca perdn, acaso? Le haba fallado al no cumplir con su promesa, qu

    esperaba?Se sentaron a la mesa. Paula ya ocupaba su sitio a la derecha de su padre. Mara,

    frente a su marido, se dedic a colocarse la servilleta en las rodillas. Estaba nerviosa ynotaba el estmago como si estuviera repleto de esparto.

    Vio a Renata, la criada, entrar en el comedor con una olla de estofado humeante enlas manos y proceder a servirlo como todos los das. Se aferr a la cotidianeidad delmomento para buscar un asidero con el que sosegar su mente. Necesitaba tranquilizarse.

    Cuando le llen el plato, el olor de la verdura cocida le provoc arcadas. Se llev laservilleta a la boca y se concentr en respirar a travs del lino, hasta serenarse.

    La comida se le iba a hacer eterna.

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    Sebastin dej de aparentar que haca sumas para el libro de contabilidad y mir sin

    tapujos a su esposa. Ella barra la trastienda, sumida en sus pensamientos. Llevaba un rato

    barriendo el mismo lugar, sin percatarse, al parecer, de que ya estaba ms que limpio.Al casarse con Mara, supo que tarde o temprano tendran que enfrentarse a Samuel.Ahora l estaba en la plaza. Sus temores le atormentaban, pese a que disimulaba comomejor poda.

    Haba fingido no darse cuenta del estado en que haba llegado Mara. Ella no lehaba dicho nada y l prefiri guardar silencio. No quera atosigarla con preguntas que,seguro, no estaba preparada para contestar. Y que tampoco l querra escuchar.

    Haba visto sus ojos agrandados por el miedo, el temblor de sus manos y prefiricallar, limitndose a abrazarla para hacerle saber lo mucho que la amaba. Que estaba all,como siempre haba estado. Sera suficiente?

    Ella le quera; seguro. Haba aprendido a quererlo en esos seis aos. Del mismo

    modo, estaba convencido, de que nunca lo amara como a Samuel.Eso nunca.Los celos le asaltaron, mordaces. Esboz una mueca y se control para no destrozar

    la pluma entre los dedos.Samuel y Mara. Los haba visto desde que eran pequeos y entraban en la

    confitera, los domingos tras el oficio, a comprar caramelos de malvavisco. Luego, alempezar Samuel como aprendiz, les vea al final de la jornada, cuando Martn y Maravenan a buscarlo. El amor que sentan el uno por el otro era tan palpable, dulce y densocomo el mejor almbar. Despus, al marcharse Samuel a Tolosa para completar suaprendizaje con el maestro Gorrotxategi, Mara empez a trabajar en la confitera paraatender las ventas. Se le daba muy bien trabajar como dependienta.

    Tal vez fue en aquellos das cuando dej de verla nia para ver en ella a la joven enque se estaba convirtiendo. Y se enamor de ella. Con un amor puro y callado. Un amor destinado al fracaso, pero no por ello menos intenso.

    Vea cada jornada los ojos avellanados de Mara rebosando de amor por el joven ydeseaba que lo mirara a l de igual modo. Conformndose, sin embargo, con ser meroespectador de un amor que no era suyo. Resignndose a saber que nunca lo sera.

    Mara debi de sentirse observada, porque dej de barrer y lo mir, confundida.Me has dicho algo?No, querida. Prefera mirarte que seguir con este lo de cuentas contest sin

    faltar a la verdad. Mi cabeza no est hecha para los nmeros. Dej la pluma en sulugar y cerr el libro. Por ese da haba acabado. Te queda mucho?

    No, ya he terminado de barrer musit, mirando alrededor para asegurarse.La vio vaciar el badil en el hogar para usarlo al da siguiente de combustible y le

    extra la brusquedad de sus movimientos. Sin duda, el regreso de su antiguo prometido lahaba alterado. Solo esperaba que su matrimonio no se resintiera por ello.

    Empieza a rezar, se aconsej con un deje sarcstico, completamente alejado de suforma de ser.

    Guard los libros, suspirando por su falta de habilidad. Apag la vela que reposabaen la mesa y sigui a su esposa que, candil en mano, lo esperaba para subir a la casa.

    Seor! No dejes que la pierda, suplic en silencio.

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    Pues sed bienvenido a San Sebastin, seor Samuel manifest don Felipe deUrioste, el juez de Indias, mientras le entregaba una copa de jerez. Aunque debo decir que he sido informado de la excelente labor que realizabais y me apena mucho que hayisdejado vuestro trabajo en Caracas y en La Guaira.

    El anfitrin se sent frente a Samuel y le dio un sorbo al licor, sin apartar la vista desu invitado.

    Muchas gracias, don Felipe, pero he decidido casarme y regresar definitivamentea esta plaza contest Samuel, admirando el color dorado de la bebida. Echaba en faltaa mi familia.

    S, la nostalgia es un mal que aqueja a muchos de los que se van. Puedo preguntaros quin es la afortunada muchacha con la que os casaris? Alguien de San

    Sebastin, quiz?No. Es una joven criolla, hija de un hacendado del Valle de Araguata explicSamuel.

    Un cambio muy grande para una muchacha acostumbrada al clima templado deaquellas tierras musit, cabeceando.

    S, pero espero que se haga pronto a nuestro clima dese, haciendo girar ellquido de su copa. Lo haba pensado mucho. Sobre todo al regresar y notar que, pese aestar en mayo, an se haca necesaria la capa para resguardarse del viento cortante que selevantaba sin previo aviso. Esperaba que a Rosa Blanca el fro no le importase mucho. Esuna muchacha fuerte.

    Seguro que s. El juez de Indias call un instante para beber otro sorbito delicor. Pero habladme de la vida en las colonias. Estaba muy preocupado cuando larebelin de ese zambo...

    Andresote termin por don Felipe, y se arrellan en el sof. La verdad es quetrajo de cabeza al gobernador. Nadie esperaba que venciera a las tropas en el ro Yaracuy yel director general Olavarriaga se qued preocupado cuando le comunicaron que Andresotehaba amenazado con atacar los almacenes de Puerto Cabello. Como comprenderis,aquello poda resultar un desastre para la Compaa.

    Claro, claro convino el juez de Indias. Por fortuna ya ha acabado esarevuelta, por mucho que no se haya podido dar con el dichoso zambo termin, agitandouna mano como para restarle importancia. Nuestra Real Compaa no tiene nada quetemer.

    Siempre y cuando se respeten los precios, tanto de compra como de venta; temoque, de no ser as, esta no sea la nica rebelin vaticin Samuel, antes de dejar la copasobre una mesita adyacente. Es fcil caer en el abuso de poder.

    Pese a ser uno de los males de los que adolece el ser humano, espero que laCompaa est libre de ello, querido amigo.

    Lo mismo espero yo, estimado juez dijo con sinceridad, aunque habaempezado a comprobar la diferencia, claramente favorable a la Guipuzcoana, de los preciosde los productos que llevaban del Viejo Continente. Si no los inflaban demasiado podra pasar, en caso contrario... Mejor no pensar en ello.

    Permitidme el atrevimiento, seor Samuel, pero creo que vuestro caso es muy

    inusual empez el anfitrin, sirviendo ms jerez. Tengo entendido que vos no

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    embarcasteis como contable.No, tenis razn admiti Samuel. Mi primera intencin fue viajar hasta

    Venezuela para seguir aprendiendo sobre el cacao. Como sin duda sabis, soy maestro

    confitero y cerero. Dnde mejor para informarme que en la propia cuna?Desde luego asinti con la cabeza. Por eso os preguntaba. Nunca haba odode un caso as.

    Desde chaval se me han dado muy bien los nmeros. Se alz de hombros,como disculpndose. Durante la singladura, el contable que viajaba en el barco cayenfermo de fiebres y me ofrec a cubrir su puesto hasta que l se hubiera recobrado.Desgraciadamente, falleci poco antes de arribar en Puerto Cabello. A falta de otrocontable, continu haciendo esa labor hasta que llegara el nuevo. Despus... decid aceptar el puesto definitivamente.

    La carta que le enviara su madre para contarle las ltimas noticias le oblig a tomar esa decisin. Se zambull entre los nmeros, pues eran los nicos que no mentan; en los

    que se poda confiar. Ellos no defraudaban. Dej de lado su formacin como confitero. Elaroma dulce le traa demasiados recuerdos que era mejor olvidar. No se vea capaz detrabajar con el cacao sin recordar la traicin de quien amaba ms que a nada en el mundo.

    Lo irnico del caso haba sido que l marcara en los libros las cargas de cacao que partan para San Sebastin. El mismo cacao que luego ella vendera en la confitera de suesposo.

    Por qu? pens por ensima vez. Por qu se cas con Sebastin?No s si estis buscando trabajo la voz de su anfitrin le trajo al presente,

    pero siento tener que deciros que en estos momentos tenemos cubiertos todos los puestos. No obstante, si alguno quedara vacante, os avisara sin demora. Tengo tan buenos informesque me apena no contar con vuestros servicios. Por otro lado, con esas referencias, s queno os faltar trabajo.

    Muchas gracias, don Felipe. Os agradezco el gesto, pero no os preocupis, algoencontrar declar Samuel. Bebi jerez, buscando aliviar la amargura que le haba dejadoel recuerdo. De momento empezar a buscar una vivienda para instalarme una vezcasado.

    Eso es ms complicado, seor. Me consta que intramuros no hay ninguna libre.Ver si me entero de algo para avisaros.

    Samuel se lo agradeci con una inclinacin de cabeza y, tras acabar su jerez, selevant para despedirse.

    El propio juez le acompa hasta la salida y all se despidieron cordialmente.Era una complicacin que no hubiera casas disponibles. Su intencin era comprar

    una que le agradase o alquilar alguna hasta dar con la apropiada. Esperaba tenerla encondiciones para el arribo de Rosa Blanca. Deseaba ofrecerle un hogar aceptable, que lehiciera la vida ms apacible en esa tierra. Era una muchacha acostumbrada a lascomodidades y no quera defraudarla.

    En la calle, los tibios rayos del sol de medioda calentaban a los transentes que paseaban sin prisas. Se coloc mejor el tricornio y, con paso mesurado, se dirigi a su casa.Una bandada de gaviotas gritonas volaba en direccin al mar.

    Mara termin de guardar los caramelos de malvavisco en el tarro de cristal y, tras ponerle la tapa, lo coloc en el mostrador de la tienda. Era el mejor lugar para tentar a los

    clientes ms jvenes. Mir alrededor por si hubiera algo fuera de lugar. Todo estaba

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    impecablemente colocado; ni una mota de polvo ensuciaba la superficie de madera delmostrador o las baldas de la estantera. Su ataque de limpieza haba dejado la tienda comouna patena. Limpia y resplandeciente.

    Todo haba comenzado al salir de los oficios matinales. Durante la misa habatemido encontrarse con Samuel.Temer no era la palabra ms adecuada para lo que senta. Sus sentimientos

    oscilaban entre el miedo y el deseo de verlo. Era una locura; la tarde anterior haba quedado patente la ojeriza que senta por ella, por lo que enfrentarse a l no era lo msrecomendable. No obstante quera...

    No! No tienes derecho a querer nada de l se reproch en silencio. Lo perdiste al aceptar la propuesta de Sebastin.

    Era cierto: ya no tena derecho a nada, pero su corazn no lo entenda. Era muydoloroso saber que la detestaba, pese a que ella misma lo haba provocado, o quiz precisamente por eso.

    A lo largo de esos aos lo haba pensado en muchas ocasiones. Tal vez porque l nohaba vuelto en ese tiempo o porque ella misma haba tratado de cerrar los ojos, nunca pens en la magnitud del odio que Samuel pudiera profesarle. Saberlo era como abrir unaherida y echarle sal. Lo peor de todo era reconocer que ella se lo haba ganado; lo mereca,aunque...

    Ests segura de que no podras haber hecho otra cosa?, se pregunt, como tantasveces haba hecho a lo largo de su ausencia.

    Le haba herido, eso era ms que evidente. Seis aos antes, cuando tuvo que decidir qu hacer, supo que aquello iba a resultar muy difcil y que les dolera a ambos. Se amaban,y renunciar a ese amor fue lo ms terrible y arduo que haba hecho en su vida; tanto, que envarias ocasiones estuvo tentada a abandonar y aceptar las consecuencias, pero al final hizolo ms honorable y ahora deba apechugar sin queja.

    Aspir con determinacin y entr en la trastienda.Sebastin estaba terminando de mezclar con miel la molienda a base de cacao y

    canela. Trabajaba la mezcla en una mesa con sobre de mrmol. Le dedic una dulce sonrisacuando la vio entrar y dej el preparado.

    Julio, el aprendiz, segua moliendo ms cacao y canela. Era un proceso largo yagotador. De rodillas tras el metate,[2] iba vertiendo un puado de habas de cacao, tostadasy descascarilladas, y las mola con el rodillo de piedra. Bajo el metate arda un pequeo brasero para calentar el cacao y que fuera formndose una pasta, que se mezclaba con lacanela. El olor untuoso del chocolate impregnaba la trastienda y despertaba los sentidos.

    Quieres que te ayude a formar las bolas? le pregunt Mara, acercndose.Ya he terminado de guardar los caramelos y ahora no hay trabajo.

    S, me vendra bien, gracias contest su esposo, comprobando la textura de lamasa. Ya est suficientemente mezclado y es hora de hacerlas. Podras ir pesando lostrozos.

    Mara tom un pedazo del bloque para pesarlo en una balanza; como no erasuficiente, aadi un poco ms hasta completar el peso y despus dej la porcin de masasobre el mrmol. Repiti el proceso unas cuantas veces. Mientras, Sebastin se dedicaba adar forma, unas veces de bola y otras alargada, a los trozos ya pesados y los depositaba enuna bandeja de madera para que se secaran. Esas eran las bolas que las amas de casarallaban y mezclaban con agua para hacer el tan preciado chocolate a la taza.

    El olor entre dulce y amargo de la amalgama de cacao, miel y canela inund su

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    nariz y lo aspir con deleite. Algunas veces, cuando no haba miel utilizaban azcar. Conesfuerzo se contuvo para no llevarse los dedos a la boca y chuparlos como si fuera una nia.

    Ni se te ocurra. Bastante tengo con reprender a Paula la rega el confitero

    medio en broma, como si hubiera adivinado sus intenciones. Sus azulados ojos brillabancon picarda. Ninguna de las dos sois capaces de aguantar sin probarlo.Me he contenido, Sebastin. Ni siquiera he hecho amago de llevrmelos a la boca

    protest entre risas. No s cmo puedes saber lo que iba a hacer.Ay! Mi amada esposa, te conozco ms de lo que t crees y s que eso es lo que

    estabas deseando anunci Sebastin con su habitual tranquilidad, sin dejar de formar esferas con la mezcla. Recuerda que ms sabe el zorro por viejo que por zorro.

    No eres tan viejo. Cuarenta y dos aos...Y te parecen pocos? Querida, casi podra ser tu padre. La acarici en la

    mejilla sin apenas tocarla para no ensuciarla con la masa. Me ves con buenos ojos, perono puedo esconder la edad que tengo. Hace tiempo que dej de ser un jovencito.

    No me haba dado cuenta de que eras tan mayor brome Mara, pesando laltima porcin de la mezcla. Ya est todo. En ese caso, venerable anciano, ser mejor que vaya a buscar a Paula, antes de que envejezcas tanto que no te reconozcamos.

    Anda, ve. Ya la echo de menos suspir, nostlgico. Marc cada esfera con elsello de la confitera y las dej para que se endurecieran. Est creciendo muy deprisa.

    Mara asinti en silencio antes de lavarse las manos en la palangana. Era cierto, su pequea creca muy rpido. A veces tena la sensacin de que lo haca a ms velocidad quelos otros nios.

    De pronto tuvo la necesidad de abrazarla, colmarla a besos. Se quit con premura eldelantal; ya coga el chal que colgaba al lado de la puerta de la trastienda cuando su maridola llam.

    Toma, llvale unos bolados[3] a tu hermano. Le tendi una cesta de mimbretapada con un lienzo. Ya sabemos lo mucho que le gustan.

    Gracias, querido. Se los dar de tu parte asegur ella, una vez tomada la cesta.Sali de la tienda.

    La temperatura invitaba a pasear con tranquilidad. El sol luca, templado, sobre lasflores que adornaban algunas ventanas y balcones de la calle. La primavera mostraba todosu esplendor, pero Mara, con prisa por llegar a la sidrera de su hermano, no se fij en ello.Deseaba tanto tener a su hija en los brazos, que nada ms importaba en ese momento.

    Camin por la calle Mayor a buen paso, con la cesta colgando del brazo. Varias personas la saludaron al pasar y ellas les devolvi el saludo sin pararse. Al doblar laesquina con la calle de La Trinidad descubri a tres nios que jugaban a la puerta de lataberna. En cuanto la vieron dejaron los juegos para correr a su encuentro. Esos pequeuelos eran capaces de oler el dulce a varias leguas de distancia.

    Buen da, seora Mara salud el ms alto. Un chiquillo de no ms de sieteaos, pecoso y con el pelo como una llama. Le vio darle un codazo a su hermano, un aomenor y con la misma cara de pilluelo.

    Huele muy bien, seora Mara... solt el pequeo, posiblemente aleccionado por los otros dos chicuelos. No tendris nada para nosotros? Los confites del otro daestaban buensimos.

    Qu os parece un bolado? inquiri, apretando los labios para no rer.Cspita! gritaron los tres, entre empujones.

    Mara sac tres bolados de la cesta y los reparti entre ellos. Los nios miraron la

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    golosina con los ojos abiertos como platos y despus le dieron las gracias repetidas veces.Ella les revolvi el pelo con cario. Al entrar en la taberna sonrea como una tonta.

    Su hermano termin de llenar una botella de sidra y se la entreg a una seora. Otro

    hombre esperaba turno, mientras hablaba del excelente tiempo que estaban teniendo. Lostres se volvieron hacia la puerta cuando la oyeron entrar.Buen da les salud. Ellos le devolvieron el saludo.Seora, vuestro marido ha preparado chocolate? pregunt la mujer, mientras

    le entregaba unas monedas a Martn. Apenas me queda y dudo de que me llegue para eldesayuno de maana. Si no tengo, mi Aurelio protestar hasta que tiemblen las paredes. Nosabe desayunar otra cosa.

    A todos nos gusta un chocolate calentito para empezar la jornada contestMara. Precisamente ahora acaba de moldearlas. Imagino que para la tarde ya habrnendurecido.

    La vio cabecear con aprobacin.

    Estupendo; en ese caso pasar por la confitera antes de la misa vespertina. ConDios se despidi la mujer antes de salir de la taberna.Martn se dedic a atender al hombre, que tambin quera llevar sidra.Qu tal ests, hermanita? le pregunt un rato despus, cuando se quedaron

    solos. Siento mucho lo que sucedi ayer. Espero que las palabras de Samuel no temolestaran en demasa.

    Lo cierto es que no por esperadas fueron menos dolorosas confes Mara, conla mirada clavada en las piedras del suelo, cubiertas de serrn. Le di motivos paraodiarme. Es normal que se comportara as.

    No voy a entrar en las razones para que hicieras lo que hiciste. Le puso lamano sobre el hombro y se agach para ponerse a la misma altura. La miraba con unamezcla de preocupacin y pena. Sabes que no te lo he preguntado nunca, pese a que meha carcomido la curiosidad todo este tiempo. Confo en que tendras una razn poderosa para actuar as y que no fueron unos sentimientos volubles los que te llevaron a tomar unadecisin tan drstica.

    Os lo dije a todos; tras la marcha de Samuel, mis sentimientos por Sebastincambiaron y comprend que era un hombre con el que me poda casar y fundar una familia aclar sin faltar a la verdad, mirndole a los ojos. Mi esposo es un buen hombre.

    Eso nunca lo he puesto en duda, Mara. Es solo que... me pareci tan repentino...Pardiez! Nadie se lo esperaba aadi, mostrando las palmas. Luego, dej caer las manoshasta los costados.

    Lo s, pero era necesario hacerlo as. Sebastin quera ir a Pars a conocer a unmaestro confitero y deseaba llevarme con l repiti, como tantas otras veces. Las manosle dolan por apretar el asa de la cesta. Se oblig a relajarlas un poco. Lo ltimo quedeseaba era la suspicacia de su hermano. No quera que l sospechase la mentira dentro deesa verdad a medias.

    S, desde luego, las circunstancias obligaban a tomar decisiones rpidas, peroreconoce que fue muy inesperado apunt Martn. Volvi detrs del mostrador paralimpiar la barra. Todos nos extraamos. Siempre habamos pensado que te casaras conSamuel. T misma lo dijiste cuando eras pequea.

    Solo eran las palabras de una chiquilla soadora, Martn espet Mara, deseosade acabar con ese tema que tanto dolor le produca. Solo era una nia.

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    Un grupo de nios se afanaba en recoger la multitud de ramas y restos de maderaque, arrastrados por la marea, descansaban sobre la arena. Un perro correteaba alrededor deellos con ganas de jugar; sus ladridos se sumaban al susurro de las olas que laman la playay a los gritos de las gaviotas que la sobrevolaban.

    Samuel, sentado en la arena, les vea llenarse los brazos con las ramas blanqueadas por la sal. l lo haba hecho muchas veces, junto con Martn y Mara. Recogan madera para las chimeneas de casa, mientras jugaban a ser piratas o construan castillos controncos. Qu inocentes eran entonces!

    Harto de torturarse con los recuerdos de pocas pasadas, se levant con agilidad y,tras sacudirse la arena de los pantalones, se encamin a las murallas. Un flujo incesante degente entraba y sala por la puerta de Tierra. La cruz sin prisas, caminando tras la ruidosa

    carreta del quincallero. Las cazuelas chocaban entre s, formando una sinfona desafinadaque reverberaba entre los muros de la plaza Vieja. Algunos nios, que jugaban en elfrontn, corrieron hacia la carreta; esperaban ansiosos a que el dueo levantara la telaencerada para ver la mercanca.

    Cuntas veces nosotros hicimos lo mismo?, se pregunt.Samuel les sigui, absorto en sus pensamientos, y cuando se quiso dar cuenta estaba

    en la calle Mayor, frente a la confitera donde haba comenzado de aprendiz. La puerta demadera entreabierta, como siempre; las macetas con laurel, flanquendola. Confitera, enel cartel pintado sobre el dintel.

    Tarde o temprano tendra que hacer una visita al seor Sebastin, as que bien podra ser en ese momento, decidi.

    Sin darse ms tiempo para pensarlo, empuj la puerta y entr en la tienda. Lacampanilla son sobre su cabeza, anunciando la llegada de clientes.

    El olor dulce de la miel, el aroma amargo del cacao o el denso de la cera, lecolmaron la nariz, llevndole a otros tiempos. A momentos muy felices.

    Sobre el mostrador de madera, pulida por los aos y el uso, descansaban los tarrosde cristal llenos de caramelos de malvavisco, palos de regaliz o confites. Los cestos con bolados reposaban, detrs, en la estantera. A un lado, las velas de distintos tamaos ygrosores, rollos de cerilla...

    Los recuerdos llegaron con fuerza y le dejaron aturdido.No quera acordarse. Se volvi con la intencin de salir de all. Asi el picaporte y

    cerr los ojos con fuerza antes de abrirlos, enfadado consigo mismo. Tal vez haba sidodemasiado pronto para ir.

    Buen da nos d Dios, Samuel.La voz afable de Sebastin le oblig a volverse de nuevo para mirarlo. Se quit el

    sombrero y lo gir entre las manos.Buen da, maestro salud, incapaz de decir nada ms.Su antiguo mentor sujetaba la cortina que divida la tienda de la trastienda. El pelo

    revuelto y ms canoso que cuando se fue. Ms orondo, pero risueo como siempre, caminunos pasos para acercarse a Samuel.

    Me preguntaba cundo volvera a verte. Me alegro de que ests de vuelta. Jacintay tu hermana vinieron para contarnos que habas regresado. Le tendi la mano y, cuando

    sus manos se estrecharon, le palme la espalda. Veo que ests hecho todo un hombre.

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    Rio. Te he echado de menos, muchacho.Samuel quera odiar a ese hombre, pero era incapaz de hacerlo. Su amabilidad y su

    bondad le desarmaban. Le hubiera gustado que no fuera tan buena persona. No se poda

    detestar a alguien as y l quera aborrecerlo. Le haba quitado a... Se le hizo un nudo en lagarganta. No, en realidad l no le haba quitado nada; si ella le hubiera querido tanto comodeca, no se habra casado con Sebastin.

    Deja de pensar en eso. Ya no merece la pena, se dijo en silencio.Pasa, vamos a tomarnos un coac para celebrar tu vuelta le invit Sebastin,

    ajeno a su malestar. Sujet la cortina para dejarlo pasar, con su sempiterna y cordialsonrisa. Julio, el nuevo aprendiz, ya se ha marchado.

    La trastienda estaba igual que antes de que Samuel se marchara a Venezuela. Podrahaber caminado por ella a oscuras; no en vano haba pasado all dentro varios aos de suvida. Mir los utensilios que colgaban de las paredes. Las cazuelas de cobre, los cedazos,los palos de revolver... Todo igual. Todo diferente.

    Sebastin acerc una silla a la mesa donde guardaba los libros de cuentas y se laofreci con un ademn. Despus sac una botella y dos vasos de peltre de un armariocercano y los dej sobre la mesa. Tras servir un poco, le entreg uno a Samuel, que se loagradeci con una inclinacin de cabeza, sin dejar de preguntarse por el paradero de Mara. No quera verla, pero s saber dnde estaba.

    Es solo para no coincidir con ella, pens, pero hasta a l le sonaban falsos esos pensamientos. Se control para no rechinar los dientes y dej el sombrero sobre la mesa, por temor a estrujarlo entre las crispadas manos.

    He odo que te vas a casar empez Sebastin; se sent con dificultad. Mealegra saberlo.

    S. En cuanto llegue mi prometida y se lean las amonestaciones, celebraremos la boda anunci Samuel.

    Tienes pensado establecerte en la plaza?Esa es mi intencin. Me he cansado de aquellas tierras. Aoraba la lluvia y el fro

    de aqu.Imagino, muchacho, que no pensars lo mismo cuando llegue el invierno y la

    nieve lo cubra todo. Rio el confitero. Este ao ha sido particularmente fro. Tal vez por ello se ha incrementado la venta de chocolate.

    Samuel esboz una sonrisa, con la cabeza repleta de preguntas que no se atreva ahacer. Bebi un sorbo de coac, buscando la mejor manera de abordar aquello que leagobiaba, sin saber cmo hacerlo. No quera dar a entender algo que no era cierto. Loltimo que deseaba era que Sebastin le creyera an interesado en Mara. No lo estaba. Noquera estarlo. No debera...

    Se pas las manos por las rodillas, nervioso.Por qu os casasteis con ella? Antes de pensarlo, la pregunta se le haba

    escapado de los labios. Por qu? repiti, una vez admitido el fallo.Sebastin carraspe, repentinamente serio y se pas la regordeta mano por el pelo.Pese a que esa es una pregunta grosera, la contestar por el aprecio que te tengo y

    porque s que nuestra boda pudo... resultarte, cuando menos, sorpresiva. La amo confesel hombre sin dejar de mirarle a los ojos. Siempre la he querido. Desde el da en quecomenz a trabajar conmigo.

    Ella lo saba? indag entre dientes, preguntndose si lo haban engaado ya

    antes de marcharse a Caracas.

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    No! Cmo puedes pensarlo siquiera? Acaso no veas que Mara nicamentetena ojos para ti? solt con un bufido, como si hubiera adivinado su pesar. Se loconfes cuando le ped matrimonio. Nunca antes se lo haba dicho. No habra servido de

    nada. Para ella no haba nadie ms que t.Entonces, por qu, en nombre de Dios, se cas con vos tan solo tres mesesdespus de que yo me fuera?, pens con rabia. Se agarr las rodillas con fuerza, hasta quelas manos se le crisparon de dolor; luego, repentinamente agotado, las dej laxas sobre losmuslos.

    Bueno, se ve que no era para tanto; no tard en cambiar de opinin articul,tratando de no demostrar la amargura que le quemaba por dentro; que lo ahogaba como unlazo invisible.

    Imagino que si no te hubieras ido, se habra casado contigo. Doy gracias al Seor cada da por que te marcharas declar, sin apartar su mirada azul de Samuel. Megustara disculparme, pero no puedo. Mara y Paula son lo mejor que me han pasado en mi

    vida y no puedo excusarme por algo que agradezco en el alma. Pese a saber lo egosta quees por mi parte, me gustara que lo entendieras y no me guardaras rencor pidi Sebastincon sinceridad.

    Samuel apur lo que quedaba de coac en la copa.Cmo poda perdonarle?Cmo poda guardarle rencor?Le dola que su antiguo mentor hubiera aprovechado su ausencia para acercarse a la

    joven. Pero quin podra reprochrselo? No habra hecho l lo mismo, de haberseencontrado en esa situacin?

    Por supuesto que s!, admiti, con rabia. l hubiera hecho lo mismo.Todo volva a llevarle al convencimiento de que quien le haba fallado haba sido

    Mara. Suya era la promesa de esperarle. Por qu demonios no la haba cumplido?Era cierto que nunca quiso que l se marchara a Caracas. Siempre le pareci una

    mala idea, pero Samuel no quiso escucharla. Deseaba tanto conocer el Nuevo Mundo yaprender todo lo que pudiera sobre el cacao, que no atendi a las razones de Mara.

    Qu hubiera pasado de haber renunciado al viaje?Ya no era tiempo de hacer conjeturas. Las cosas haban cambiado. Mara estaba

    casada con maese Sebastin y l no tardara en hacerlo con Rosa Blanca. De nada servavolver sobre lo mismo. Era tiempo de olvidar, por mucho que le doliera la traicin.

    Por supuesto que no os guardo rencor, maestro. Hicisteis lo que os pareci msoportuno murmur Samuel, sin faltar a la verdad. Adems, ya no tiene sentido. Enunas semanas estar casado y no hay motivos para recordar algo que pas hace tiempo.

    No sabes cunto te lo agradezco, Samuel formul con un suspiro. Samuel lovio envejecido y cansado. Debo confesar que tena miedo de tu reaccin. Me alegra saber que todo est olvidado. Odiaba imaginar el dao que te haba podido causar.

    Al principio fue duro, pero todo se pasa con el tiempo. Ojal fuera tansencillo, pens. He venido a quedarme, no es bueno crearse enemistades por algo quesucedi hace aos coment displicente, sorprendido por ser capaz de fingir tan bien.

    Has hablado con el gremio?

    Mara ech otro puado de grosellas en la cesta. Casi la haba llenado. Ese ao losgroselleros estaban llenos de frutos que pasaban del verde al amarillo. Ella solo coga los

    que an no haban madurado del todo, pues eran los mejores para hacer mermelada.

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    Seguramente, Sebastin tambin querra guardar algunas baadas en azcar.Avanz unos pasos hasta el ltimo arbusto, sin perder de vista a Paula, que la

    ayudaba recogiendo los frutos que tena al alcance de sus manitas. La pobrecilla se haba

    araado los dedos con las traicioneras espinas, pero insistente como era, continuabarobando los frutos a la planta sin hacer caso de los rasguos.Madre, creis que padre tendr suficientes con una cesta? pregunt la nia,

    mirando con ojo crtico la canasta. Vendremos maana?No lo creo, tesoro. Maana estar muy ocupada quitando las pepitas; tu padre

    querr prepararlas antes de que se estropeen. Habr que dejarlo para otro da explicantes de echar las ltimas. Ya la hemos llenado. Ser mejor que regresemos.

    S! Padre se pondr contento vaticin la pequea, con una sonrisa de oreja aoreja. Har una mermelada riqusima y todos querrn comprarla.

    Seguro que s, cielo.Las dos, cogidas de la mano, se encaminaron hacia las murallas. Frente a ellas, el

    sol empezaba su ocaso y las gaviotas regresaban para pasar la noche en tierra. El aire froles levantaba el ruedo de las faldas y haca ondular los flecos de los mantones de lana. Unas pocas nubes empezaban a tomar un color dorado sobre el azul del cielo. Las ramas tiernasde los rboles se balanceaban al ritmo que les impona la brisa del mar. Por un lado, losdistintos tonos de verde salpicaban el paisaje hasta donde alcanzaba la vista; por el otro, elmar azul, un tanto encrespado, lanzaba brillos como si estuviera entretejido de hilos de plata y oro. Alguna que otra barca se meca sobre el agua ondulante.

    Apenas se cruzaron con nadie hasta llegar al hornabeque de la puerta de Tierra. Elsoldado que la custodiaba las salud con una inclinacin de cabeza.

    Paula, ms que caminar, iba dando saltitos a su lado, deseosa de llegar a casa ymostrarle a su padre la cesta repleta de frutos. Sus tirabuzones dorados rebotaban alcomps. La nia desbordaba alegra por todos los lados y era tan curiosa como un gatito;Mara suspir, agradecida por tal bendicin. Era lo mejor que le haba pasado en su vida ylo que ms quera en el mundo. El miedo de que esa felicidad se empaara la atenaz por dentro.

    Al entrar en la calle Mayor, vieron que alguien sala de la confitera. Un hombre consombrero de tres picos, casaca de color tabaco y pantalones del mismo tono. Su corazn loreconoci antes que los ojos, pues casi se par y luego redobl sus latidos. Samuel.

    Estaba de espalda a ellas, cerrando la puerta con cuidado. Por un momento pensque se demoraba demasiado, como si dudara entre volver a entrar o marcharse; fue uninstante tan fugaz que crey haberlo imaginado.

    Mara respiraba con dificultad, como despus de hacer la colada.Madre, por qu nos paramos?No supo que lo haba hecho hasta que oy a su hija.No es nada, tesoro. Ya vamos mascull con un hilo de voz.Con un titubeo, oblig a sus pies a caminar, rezando para que l no se diera la vuelta

    y las viera, orando por lo contrario. Una de sus oraciones fue escuchada y l continu unos pasos hasta doblar la esquina de la calle. Sin mirar atrs.

    Not un extrao vaco al perderlo de vista, pero no quiso pensar en eso. No tenaderecho a ello y, sin embargo, lo senta. Con aire resuelto, apret el paso para llegar a sucasa. Necesitaba saber de qu haban hablado Samuel y su marido.

    Sebastin apag la vela y se sent en la cama. Al tumbarse, el somier de cuerda

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    gimi con el peso. Mara se hizo a un lado para dejarle ms sitio en el lecho y se arrop conlas mantas.

    La luna llena entraba por la ventana, iluminando el dormitorio. Bajo la luz plateada

    se distinguan el arcn de roble, donde guardaba la ropa de Sebastin, y el otro de maderade castao, donde guardaba la suya; su arcn del ajuar. El mueble con el aguamanil, unreclinatorio, que haba pertenecido a su madre, y una mecedora.

    Varias acuarelas, regalo de doa Camila de Gamboa, adornaban las paredes. Lascortinas de hilo con vainicas tapaban la parte baja del vidrio de la ventana; un capricho quesu marido quiso para el dormitorio, pues le gustaba ver la luna cuando se acostaba.

    Hoy ha venido Samuel a la tienda.La voz de Sebastin la sorprendi y sus palabras la pusieron alerta.Esa tarde, al llegar con las grosellas, Paula haba monopolizado toda la

    conversacin al explicarle a su padre todo lo que haban hecho en el monte mientras lasrecolectaban. Despus no hubo tiempo y ella no se atrevi a sacar el tema. Le daba

    vergenza y tampoco quera incomodar a Sebastin con preguntas sobre su antiguo prometido. Haba demostrado ser un hombre muy comprensivo y paciente, pero todo elmundo tena un lmite.

    Hemos hablado continu l, mirando al techo. Est esperando a que lleguesu prometida para casarse. Tiene pensado establecerse aqu.

    Mara escuch sin pestaear y casi sin respirar lo que su marido le contaba. lsigui relatndole lo que haban hablado sin tomar en cuenta su silencio. Sonaba comodesapasionado, pero ella intua que era fingido.

    Le he ofrecido trabajo como contable termin.Qu? pregunt, estupefacta, incorporndose en la cama. Qu has hecho?

    Quiero decir... l no es... l es... Guard silencio al ver que no era capaz de decir algocoherente y se tumb de espaldas, incapaz de cerrar los ojos.

    En La Guaira y en Caracas ha trabajado como contable le explic. Aadi,tambin, la razn por la que termin realizando ese oficio. Ya sabes lo bien que se ledaban los nmeros. Tiene experiencia y a m me quitara ese problema.

    S, claro, pero es que me... me parece extrao balbuce ella. Las manos,inquietas sobre las mantas. Nunca me hubiera imaginado que hiciera otra cosa que... l esmaestro confitero...

    Lo s, pero por lo visto no tiene intencin de continuar ejerciendo ese oficio ydesea seguir con los nmeros.

    Te ha dicho la razn? indag, intrigada. Empez a jugar con el extremo de sutrenza.

    No. No ha dado muchas explicaciones. A veces es muy introvertido. Ya sabes...En eso no ha cambiado nada.

    Mara se pregunt en qu otras cosas s haba cambiado, pero no se atrevi a preguntarlo. No estara bien que se interesara. Aunque se mora por las ganas de saberlo.

    Ha aceptado el puesto? pregunt, en cambio, reteniendo el aire.S apunt, satisfecho. Quiere hacerse con unos cuantos clientes y le ser ms

    fcil si ya tiene alguno. Siempre ha tenido una buena visin para los negocios.Pero... crees que es prudente...? empez, sin saber cmo continuar. Sin darse

    cuenta, solt el lazo de la trenza y, con la mente en otro lado, volvi a hacerlo.l no trabajar aqu, querida aclar. Aun sin verle, Mara supo que sonrea con

    benevolencia. Se llevar los libros a su casa y solo vendr de vez en cuando para apuntar

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    los datos que le entregue. No le vers, si es eso lo que te preocupa.Yo... temo...No tienes nada de que temer. Por sus palabras deduzco que ya ha dejado atrs lo

    que sinti por ti precis Sebastin.Not que algo se le rompa por dentro ante las palabras de su marido. Siempre habatenido el amor de Samuel. Casi desde que se conocieron de nios. Era terriblementedoloroso saber que, para l, aquello ya haba pasado.

    Pero es que esperabas que te siguiera amando, pese a estar casada con otro? sereproch en silencio. Qu clase de ser egosta eres?

    Una parte de ella estaba molesta por la situacin. Para empezar, l nunca deberahaberse ido a Venezuela. Si no lo hubiera hecho...

    Djalo; no tiene sentido seguir sobre lo mismo. Ya no se puede cambiar nada pens, resignada. Lo hecho, hecho est.

    Te has quedado muy callada, querida. Si tanto te molesta que venga, hablar con

    l y le dir que he cambiado de opinin. Creo que puedo seguir llevando los libros un pocoms declar, abatido. No deseo causarte ningn trastorno.Oh, Sebastin! suspir Mara, con remordimientos. Eres muy bueno, pero

    los dos sabemos que, si sigues con las cuentas, no habr contable capaz de descifrar tusentradas. Se volvi hacia l para acariciarle la cara. Te quiero mucho.

    Lo s, ngel mo. Yo tambin.

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    Por fin lleg el amanecer y Samuel se levant de la cama. Apenas haba dormido,rumiando si aceptar ese trabajo era una equivocacin o, por el contrario, una oportunidad.Lo haba pensado nada ms salir de la tienda. De hecho, estuvo tentado de volver a

    entrar para decirle a Sebastin que no quera hacerlo. En el ltimo instante decidi dejarloestar. Era bueno tener un cliente para atraer a otros y necesitaba el trabajo. En La Guairahaba ganado una pequea fortuna, pero ahora que se iba a casar necesitaba asegurar lamanutencin de su esposa y de los hijos que tuvieran.

    Por el suelo se filtraban los sonidos de la cocina. Bernarda ya se haba levantado ycomenzaba con las tareas diarias. Fuera cantaban los gallos; los pjaros que anidaban entrelas tejas les coreaban con sus trinos. Las bisagras de la ventana protestaron con un chirridoal abrirla. Un par de gatos salieron corriendo, asustados, alborotando a las palomas que an

    dormitaban. Aspir el aire fresco de la maana. A la luz del sol naciente, los tejados brillaban por el roco.Tras lavarse y vestirse, sali del dormitorio. Ya en la escalera se poda apreciar el

    aroma del chocolate caliente y poda or el chapoteo del lquido mientras era agitado en lachocolatera. Desde que se march a Caracas no haba vuelto a elaborarlo l mismo. A decir verdad, no haba vuelto a hacer nada que le recordase su antigua labor de confitero. Elsimple olor de las habas del cacao le recordaba demasiado a Mara, a las veces que sehaban escondido en el almacn de Sebastin para robarse un beso, dos...

    Golpe la barandilla, enfadado consigo mismo por seguir pensando en ella. Desdeque haba regresado no pasaba un momento sin que la recordase. En Venezuela era msfcil vivir sin tenerla en la mente a todas horas. Aqu, por el contrario, eran muchas lascosas que le obligaban a hacerlo; una tortura, sin duda. Confiaba en que eso acabara unavez casado. Seguro que s.

    Buen da, Bernarda salud a la criada, al entrar en la cocina.Buen da, seor. En un ratito estar el chocolate. Vuestros padres no tardarn en

    levantarse. Si lo deseis, podis esperar en el comedor.Gracias. As lo har.En el comedor el fuego de la chimenea caldeaba la estancia. Sobre un aparador

    encontr varios ejemplares atrasados de La Gaceta de Madrid ; atrasados, pero no tantocomo los que llegaban al Nuevo Mundo. Se dispuso a leerlos mientras esperaba paradesayunar. Eso lo mantendra ocupado.

    Crees que es prudente? indag Camila, dejando el tazn de chocolate sobre lamesa. Lo digo porque no s cmo te sentar trabajar a diario con Mara.

    Madre, no voy a trabajar all. Solamente ir a recoger los datos para anotar en loslibros. Lo ms probable es que ni siquiera nos veamos asegur Samuel, paciente. Sabaque ella no dejara de preocuparse por la situacin y por eso intentaba aparentar unaserenidad que estaba lejos de sentir. No deseaba dar ms argumentos a su madre. Ma chrie, no te preocupes tanto. Samuel est prometido... empez Armand.

    Como si eso tuviera algn valor! le cort Camila. La cercana...Dejad de angustiaros por nada. Hace tiempo que los sentimientos que tena por

    ella acabaron. Como bien ha dicho mi padre: estoy comprometido. Deberais darme algo de

    crdito.

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    Lo siento, hijo se disculp su madre, aunque lo miraba con el ceo fruncido.Su desconfianza era evidente, pero no tena ms remedio que admitir que l ya era

    un hombre, dueo de sus propias decisiones. Le sonri, queriendo tranquilizarla. Su madre

    fue remisa a devolverle la sonrisa. Siempre haba sido un poco testaruda, pens Samuel concario.Crees que tardar mucho tu prometida? pregunt Isabel, rebaando el tazn

    . Estoy deseando conocerla.Hija, deja de hacer ruido. Por ms que frotes, no saldr ms chocolate y

    terminars por desgastar la loza la reprendi Camila, con una sonrisa. Si quieres ms,solo tienes que pedirlo.

    La joven, obediente, abandon el tazn y la cucharilla en la mesa, mirando atenta asu hermano; alz una ceja y su mirada ambarina se clav en l: esperaba su respuesta.

    No lo s. Imagino que un mes ms. Me dijo que embarcara en el siguiente buqueque regresara a Espaa aclar Samuel, satisfaciendo la curiosidad de su hermana.

    Pronto la conocers. Es tres aos mayor que t. Seguro que os haris amigas enseguida.Isabel asinti con la cabeza y sus tirabuzones bailotearon como con vida propia. Suquerida hermanita haba cambiado mucho desde que l se fue. A sus casi diecisis aos, eratoda una mujercita. En muy poco tiempo tendran que espantarle a los muchachos. Sonriante la perspectiva y le gui un ojo.

    Qu contenta estoy de que ests aqu! suspir la joven. Te he aoradomucho.

    Mara entr en la casa de su hermano sin pasar por la taberna y subi las escalerashasta la primera planta. Paula, de la mano, suba tras ella, parloteando sobre lo mucho quele gustaba jugar con su primo Martintxo.

    Mara apenas la escuchaba. Su mente se obstinaba en pensar en Samuel y en que eseda iba a recoger los libros.

    No haba pasado buena noche y antes del alba ya estaba despierta, mirando elentramado del techo, ms ntido conforme clareaba el da. Si esa iba a ser la tnica todo eltiempo que l trabajase para su marido, sera un desastre. Ya era un desastre.

    La noche anterior, Sebastin haba malinterpretado su preocupacin. No era Samuelquien le inquietaba, sino ella. Tena miedo de que la presencia de Samuel hiciera revivir lossentimientos enterrados tiempo atrs. No deseaba volver a quererle. Se haba sentido muysola despus de que l se marchara y haba llegado a odiarlo por abandonarla de esamanera. Aquel odio le dio fuerzas para seguir adelante con su vida. Mientras le detestase no podra quererlo, y ese haba sido su principal inters. Con los aos el odio haba dado pasoa los remordimientos y ahora ya no saba qu pensaba o qu senta.

    Una cosa tena clara: no era buena idea que coincidieran mucho. En los cuatro dasque l llevaba en la ciudad, su vida, antes tranquila y estructurada, ya no era la misma.

    Deseando alejarlo de su mente, dio unos golpecitos a la puerta y la empuj.Qu mal huele! exclam Paula, tapndose la nariz, nada ms cruzar el umbral.Calla, no seas maleducada la reprendi, arrugando la nariz por el hedor a

    paales sucios. Hasta hace poco t no olas mejor.No lo creo, madre protest la nia, con un mohn.Pues crelo, tesoro. Todos hemos sido nios y hemos ensuciado los paales.En la cocina, Matilde trataba de sujetar un paal limpio a su inquieto hijo, que

    pataleaba con ganas de jugar.

  • 7/22/2019 Entre Lo Dulce Y Lo Amargo - Pilar Cabero

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    Djala, tiene razn: apesta. Hoy Martintxo no deja de manchar los paales y yono doy abasto a limpiarlos. Menos mal que viene un da soleado y se secarn pronto coment Matilde, un tanto agobiada. Sera estupendo tener una cantidad ilimitada de

    paales.Lo bueno sera no tener que lavarlos! exclam Mara, entre risas. EstarJacinta para ayudarte? Tal vez no sea conveniente que te quedes con los dos. Ya ests bastante ocupada con uno solo.

    Tranquila, querida. Tu hermana no tardar en venir; ha salido a hacer unosrecados. Y Paula no da guerra. A que no, preciosa? sonri a Paula.

    Yo cuido de Martintxoel cagndijo la nia muy seria.Al ver las carcajadas que el apelativo arrancaba al pequeo, su prima lo repiti una

    y otra vez para hacerlo rer. Hasta que las madres terminaron riendo tambin.Matilde dej a su hijo sobre una manta en el suelo, rodeado por una pelota de cuero,

    varias cucharas de madera y un vaso del mismo material. Paula se arrodill junto a su

    primo y al momento estaban los dos enzarzados, jugando a pasarse la pelota.Sebastin le ha pedido a Samuel que le lleve los libros de cuentas espet Maraen un murmullo, antes de poderse contener. Deseaba conocer la opinin de su cuada.

    Tu marido le ha pedido eso? Y l que ha dicho? Ha aceptado? las preguntasde Matilde se solaparon unas con otras. Santa Madre de Dios! Crees que es prudente...?Me parece un poco extrao. Quiero decir que vosotros dos... siempre pens que os casaraisy... Enmudeci, azorada.

    Me ofendes, Matilde. Qu imaginas, que nos abalanzaremos el uno sobre elotro? inquiri, enfadada. Olvidando, de paso, que ella misma lo haba preguntado a sumarido la noche anterior. Estoy casada y l pronto lo estar tambin. Aquello pas hacemucho tiempo y est olvidado.

    No le gustaba lo que haba insinuado su cuada. No era cierto y les dejaba en muymal lugar. Acaso pensaba que eran como animales en celo? Una cosa era